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MORAL SEXUAL Y FAMILIAR

Es un fenómeno generalizado el desconcierto que hoy existe en torno a la


sexualidad. Muchos sacerdotes y educadores experimentan un malestar profundo
ante una situación a la que no saben cómo enfrentarse. El desajuste entre su
forma de pensar y la práxis que les rodea provoca un fuerte sentimiento de
malestar. Aceptan, a lo mejor, que su formación fue demasiado rigorista e
inadecuada como para transmitirla de nuevo a las generaciones actuales, pero
tampoco llegan a comprender la naturalidad con que los jóvenes actúan en este
campo. El puritanismo de antes, que provocó un mundo de sospechas, recelos y
culpabilidad, se ha convertido en una permisividad casi absoluta, que no admite
ningún tipo de normas o criterios éticos. La ruptura de los esquemas anteriores
que no han sido reemplazados por otros, los dejan indefensos, sin saber lo que
pueden decir ni que orientación ofrecer.

Un doble peligro amenaza, entonces, que nos vuelve incapaces para afrontar
este desafío y nos despoja de la responsabilidad que pesa sobre cualquier
educador. El primero consiste en quedarse simplemente en una denuncia
retórica, como un intento de satisfacer la propia conciencia, para no sentirse
colaboradores de la nueva situación. La condena y el rechazo de estos
comportamientos, que no se ajustan a las pautas tradicionales, dejan por lo
menos, el convencimiento de que la culpabilidad recae sobre los otros, sin
ninguna implicación de nuestra parte. La ineficacia de esta actitud resulta tan
manifiesta que no es necesario mantenernos en su explicación. Baste añadir que
es demasiado cómoda y no exime tampoco de la responsabilidad.

Pero es posible además un segundo riesgo, que encierra todavía peores


consecuencias. La inseguridad de acercarse a un mundo tan diferente, que ni
responde a nuestros principios, ni podemos controlarlo, provoca una tolerancia
benévola que no se atreve a intervenir. Hasta la presentación de un proyecto
ético o educativo parece casi vergonzoso, por miedo a que nos señalen de
anticuados e ineptos para valorar la cultura de nuestro tiempo. Oponerse a los
imperativos y modas del ambiente se hace molesto, sobre todo cuando no existe
seguridad en aquello que se propone. Aunque a nivel personal, cada uno sepa
como ha de actuar y comportarse, se evita cualquier tipo de consejo u
orientación, para que cada uno viva como le parezca. Hay un abandono de la
misma educación ante la incapacidad de cumplir con semejante tarea. Y el clima
que se respira en este campo no va a favorecer precisamente una maduración de
la sexualidad. Ninguna de estas alternativas satisface a la preocupación por
ofrecer una meta razonable y cristiana.

Constatación de una realidad: la necesidad de una renovación. Frente a esta


situación, tan normal y generalizada, cabe una doble consideración. Hay que
reconocer en primer lugar, que el rostro de la sexualidad no ha sido demasiado
seductor en el cristianismo. Sin caer en exageraciones o críticas que no tienen en
cuenta el contexto cultural de otras épocas, la imagen presentada ofrecía muchos
inconvenientes y lagunas, que dificultaron una reconciliación pacífica y armoniosa
en la conciencia cristiana.
La educación que, en este terreno, han recibido las generaciones anteriores,
pertenece a una etapa que ha de darse por superada. El miedo y un sentimiento
de culpabilidad excesivo formaban una frontera bien vigilada que impedía el
acceso a una zona peligrosa, de la que era mejor permanecer alejado. El silencio
y la ignorancia eran buenos colaboradores para no sentir su amenaza.

Frente a la sombra del pasado, nace hoy una actitud antagónica y diferente
que busca sustituir el miedo y el pecado por la verdad del sexo. Hemos llegado al
fin de una clandestinidad y esto se celebra como una verdadera conquista. El
abrazo de la reconciliación se ha hecho posible. Y, como cristianos, hay motivo
para alegrarse por la superación de antiguas barreras y tabúes irracionales.

Sin embargo, sería absurdo fomentar un ingenuo optimismo, como si la


liberación del sexo, prisionero durante tanto tiempo, hubiera que aceptarla como
un hecho positivo en todos los órdenes. Frente a una visión demasiado
espiritualista y uniforme, como la que se ha vivido hasta las épocas más
recientes, nos encontramos hoy en medio de una sociedad que presenta
diferentes antropologías sexuales de signo muy contrario a la anterior. Si antes el
alma debía liberarse de todas las ataduras y esclavitudes del cuerpo, para
alcanzar un nivel de espiritualización, ahora es el cuerpo quien debe despojarse
de todo aquello que le impida su expresión más espontánea y natural.

La permisividad absoluta y un naturalismo biológico son el denominador común


de muchas corrientes modernas. La óptica de cada una podrá tener matices algo
diferentes, pero todas coinciden en una visión físico-anatómica del sexo, como si
se tratara de un fenómeno puramente biológico, sin ninguna trascendencia y
significación.

Nosotros lo que no queremos es que la sexualidad se limite a ser una acción


utilitaria y productiva para la obtención de un placer y pierda por completo su
dimensión expresiva y simbólica. Es decir, que se la despoje de todo contenido
humano, como si fuera un simple fenómeno zoológico, hasta convertirla en un
hecho insignificante, en una palabra vacía, en una expresión sin mensaje. Se
trata de saber hacia donde orientamos esa pulsión y qué significado le damos.

Este es precisamente nuestro trabajo en este curso; ofrecer una visión de la


sexualidad que supere las limitaciones de épocas pasadas, pero con los datos
necesarios para que sepan enfrentarse a las nuevas ideologías con un espíritu
crítico.

CAPITULO I
CRITERIOS BÁSICOS PARA ABORDAR LA ETICA SEXUAL

INTRODUCCIÓN
1. La SEXUALIDAD HUMANA es específicamente distinta de la SEXUALIDAD
ANIMAL. “Sexualidad” no se identifica con “Genitalidad”.
1.1. El ejercicio genital del sexo no es una Necesidad.
1.2. La Ética exige que se acepten y se respeten los DATOS BIOLÓGICOS.
2. La Sexualidad Humana desborda su SIGNIFICADO PROCREADOR: apunta
más allá de su FUNCIÓN BIOLÓGICA.
2.1. El sexo en un LENGUAJE, una forma privilegiada de expresar el amor, a
través del cuerpo.
2.2. La Sexualidad Humana afecta profundamente las RELACIONES
INTERPERSONALES.

3. La Sexualidad va más allá de una RELACIÓN INTIMISTA “yo – tu”: se mueve


en un horizonte social.
3.1. Tiene que vivirse en SITUACIÓN CONYUGAL.
3.2. Y debe insertarse en el marco de las estructuras sociales.

4. La Sexualidad es AMBIGUA. Para ser humanizante debe excluir toda forma


de Libertinaje.
4.1. No se debe confundir sexo con amor.
4.2. El amor es algo más que un sentimiento.
4.3. La sexualidad no es una máquina de placer.
4.4. Planear el abuso del sexo es tan INMORAL como ejecutar el plan.
4.5. El IDEAL es una sexualidad plenamente HUMANA y RACIONAL.

5. No olvidar lo que añade la MORAL CRISTIANA.


5.1. Vivir la sexualidad en el PLAN DE DIOS AMOR: el Amor debe presidir
todas las relaciones humanas.
5.2. El que sigue a CRISTO (modelo básico del cristiano) se perfecciona en su
misma dignidad de HOMBRE.
5.3. El “PECADO DEL MUNDO” ha herido también nuestra sexualidad. Sólo el
Espíritu Santo puede hacernos progresar en el Amor.

INTRODUCCIÓN
PARA UNA MORAL DEL AMOR Y DE LA SEXUALIDAD

La primera observación que hacemos al entrar en el campo de la moral aplicada


a lo que se quiera: a los negocios, a la política, a la docencia y, por supuesto,
también a la sexualidad, es que en cuestiones morales no basta decir “yo soy
auténtico, yo soy sincero; yo soy así y obro de acuerdo con lo que pienso”. No
basta. Abundan los que dicen “yo soy sincero, y eso basta”. No basta ser sincero,
hay que ser “verdadero”, adherirse a los verdaderos valores.

“Yo sigo mi conciencia” Tampoco basta, a no ser que usted se preocupe por
iluminar esa conciencia; de lo contrario tenemos a un ciego que pretende guiar a
otro ciego: una inteligencia miope que pretende guiar el instinto. “Mi intención es
recta y eso es suficiente”. No lo es; la índole moral de una conducta no depende
solamente de la intención subjetiva.

Por esta y otras razones trataremos de elaborar esta Ética Sexual, partiendo de
criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos. El
misterio de la persona tiene que estar en la base de toda moral y entre todas, de
la moral sexual.

En otras palabras, tenemos que a partir de los datos que nos proporciona una
Antropología de la Sexualidad que nos muestre claramente los significados
humanos de la sexualidad. Para determinar lo que el hombre “debe ser” –en
cualquiera de sus actividades libres- es preciso partir de “lo que es”, de las
exigencias de la persona total, con todas sus dimensiones. El “quehacer” del
hombre, en su aspecto ético, está orientado por su “ser”. Ahí está la NORMA, la
clave, el metro que nos permite medir si un acto libre es bueno o malo. Un
comportamiento sexual es bueno si “personaliza” o “tiende a personalizar” al
hombre y a la mujer. Un comportamiento que no responde a las exigencias
objetivas de la persona humana total, se vuelve “ipso facto” negativo,
deshumanizante.

No seguiremos una ética hedonista y utilitaria, esa que suele vender los medios
de comunicación social como artículos de consumo y diversión, esa ética “Play
boy”, hija de la Revolución Sexual “permisivista”.

Tampoco volveremos atrás, a una ética estática, con normas inmutables, rígidas,
centradas en la “procreación”, que fácilmente vinculaba sexualidad con pecado.

Partimos de una ética sexual personalista, que tiene en cuenta los datos de la
biología, de la psicología, de la filosofía y otras ciencias humanas auxiliares;
como cristianos tendremos también presente lo que nos dice la Revelación
acerca de la persona.

En esta primera parte nos limitaremos a señalar los principios, los criterios
básicos que nos permitirán distinguir el trigo de la cizaña.

Para esto se han escogido una lista de afirmaciones fundamentales que


reaparecen constantemente en los autores que abordan estos temas, porque se
piensa que lo más importante es entregar elementos de juicio que ayuden a
discernir lo bueno de lo malo en el comportamiento sexual.

Aquí se propone un IDEAL, sin por eso desconocer el hecho de que cada
persona es única y es un “ser histórico” en proceso permanente de maduración
para alcanzar la plena posesión de sí misma. El hombre está llamado a crecer
hacia la madurez afectivo-sexual en apertura y reciprocidad, integrando la
sexualidad en el conjunto armónico de la persona. Hay que aguantar las
lentitudes y seguir la pedagogía de la comprensión y de la gradualidad, que es la
“pedagogía de Dios”. Tampoco olvidaremos los condicionamientos socio-
económico-políticos que influyen decisivamente en el ejercicio de una sana
sexualidad.

1. LA SEXUALIDAD HUMANA ES ESPECÍFICAMENTE DISTINTA DE LA


SEXUALIDAD ANIMAL. LA SEXUALIDAD NO SE IDENTIFICA CON
GENITALIDAD.
+ Se oye decir al ahí: “El ejercicio de la sexualidad es lo más natural que existe”;
pero se olvida que hablar de naturaleza y de natural con respecto al animal y con
respecto al hombre, es hablar de cosas diferentes.

El animal es irracional y en él la sexualidad es un instinto que depende


exclusivamente de la acción de las hormonas sobre el sistema nervioso. En él
todo es automático e inconsciente. El Hombre es racional y en realidad, no tiene
instintos programados, estereotipados; siente necesidades, pulsiones, pero no
dispone de automatismos para satisfacerlas correctamente. Para eso tiene la
certeza cerebral, sede de la inteligencia y de la libertad, que le permiten imponer
a su sexualidad condiciones y límites humanos.

+ La sexualidad humana es muy poco programada. Corresponde al hombre


estructurarla consciente y libremente, de acuerdo con una imagen de sí mismo,
modelada por el ámbito cultural que le rodea. La educación, en esto es decisiva.

No podemos identificar sexualidad animal y sexualidad humana, porque esta, si


quiere ser humana, tiene que evolucionar no en forma ciega, sino lúcida y en un
contexto de libertad. Lo espiritual, en el hombre, tiene que hacerse cargo de lo
erótico y de lo instintivo, porque se trata de ser hombres y mujeres en un mundo
humanizado y no machos y hembras en un mundo animalizado.
No es malo satisfacer “humanamente” los instintos, los impulsos sexuales; lo que
es malo es dejarse dominar por ellos, porque eso limita la libertad. Y hay veces
en que uno debe dejar de satisfacer los impulsos del sexo sin que eso
amenace la propia vida.

Nos sucede lo mismo con las exigencias del hambre, la sed, la necesidad de
dormir. El instinto sexual es un “instinto de lujo” decía Marc Oración. Decir que el
sexo es “puro instinto” equivale a decir que es una actividad que debe satisfacer
de manera inevitable, y que es imposible controlar, lo cual es un disparate. Sin
embargo eso es lo que piensan muchos: que es una necesidad biológica como
cualquier otra

1.1. El Ejercicio genital del sexo no es una necesidad.

a. El acto sexual no es necesario para la sobrevivencia del individuo. No se


muere por falta de sexo, pero puede morirse por falta de afecto.

Pensar que es una “necesidad” lleva a comportamientos caprichosos e


inmaduros. Hay que repetirlo, porque algunos identifican “virilidad” (personalidad)
con “capacidad genital. Y no faltan padres que impulsan a sus hijos (varones) a
un ejercicio prematuro del sexo: “Tienes que demostrar tu virilidad”, les dicen, y
festejan sus conquistas sexuales o, peor, los orientan a las casas de prostitución.
Esos hijos se convierten, a la larga, en máquinas automáticas, irracionales y sin
voluntad.

El acto sexual no es una necesidad. Nuestras relaciones con el otro sexo e


siempre “sexuada”, pero no necesariamente “genital”. Varones y mujeres
podemos abstenernos voluntariamente de la actividad sexual –por motivos
superiores-, sin comprometer nuestra realización.

Algunas mujeres creen que la maternidad física es un “destino fatal de la mujer”.


Es un prejuicio malsano. Es inútil, incluso, que una mujer sea materialmente
“madre” si no lo es espiritualmente. Los hijos, como personas, son más fruto del
amor educativo que de la biología.

La actividad sexual debe partir de la libertad, de la autonomía personal y no de


una obsesión asfixiante, centrada en el sexo.

b. El sexo humano no es un estereotípico como el sexo animal, que tiene metas


fijas, épocas de celo. El sexo humano no es puramente instintivo: está sujeto al
aprendizaje, es maleable, plástico, no está programado como el del animal;
puede ser puesto en función de un “proyecto de vida”, elegido libremente por
cada uno.

Según sea el aprendizaje en el campo sexual, el hombre se realiza, o no se


realiza absolutamente.

1.2. En el acto sexual la ética exige que se acepten y se respeten los datos
biológicos (genético, fisiológico, anatómico).

La relación sexual entre personas debe realizarse en la “diferencia sexual”, en la


heterosexualidad, no en la homosexualidad. Es cierto, puede existir amor y amor
oblativo en otras formas diferentes del amor interpersonal: varón con varón, mujer
con mujer. Pero cuando se trata del acto sexual, del ejercicio biológico, hay que
tener en cuenta las estructuras naturales de la sexualidad y personalizarlas. Si
hay una perversión o desviación de la estructura sexual, se destruye la
sexualidad como lenguaje de amor oblativo. Es decir, hay que tener en cuenta la
finalidad inscrita en la misma naturaleza humana. La facultad sexual exige
alteridad, complementariedad de sexos y se ordena por sí mismo a la generación.
Respetar esa función importante –la generación-, sin afirmar que sea exclusiva.

Así pues, los datos biológicos no hay que echarlos al olvido. No hemos de
centrarnos en este aspecto abstracto, fisicista, pero tampoco dejarlo de lado a la
hora de juzgar la masturbación, el control egoísta de la natalidad, la
homosexualidad.

Es una anomalía, una deficiencia estructural que incapacita el acoger al otro


como diferente y dificulta la planificación humana.

2. LA SEXUALIDAD HUMANA DESBORDA SU SIGNIFICADO


PROCREADOR: APUNTA MÁS ALLÁ DE SU FUNCIÓN BIOLÓGICA.

a) Un signo de que no es la procreación la única finalidad, es que en el hombre


la sexualidad no se ejerce únicamente en los períodos de celo, sino que tanto la
atracción como el comportamiento sexual son continuados y dejan amplio
margen a la creatividad.

Es cierto que los primates sub-humanos ya dan indicios de una actividad sexual
no solamente reproductora, pero esto, exigido por el proceso de la cría, no pasa
de ser un signo de que son un eslabón intermedio.

b) Una pregunta se viene discutiendo desde hace 80 años: ¿Es la procreación el


fin primario? ¿Procreación o ayuda mutua?
Tanto el Vat II (GS 48) como el Código de Derecho Canónico (c. 1055), frenados
por la discusión, han evitado la jerarquización de fines en el matrimonio. Ambos
documentos colocan en el mismo plano el bien de los cónyuges, la comunión
progresiva, el amarse más y el bien de la especie: procreación y educación de los
hijos.

Existe bastante confusión. Pero ya Pío XI consideraba el amor como “causa


primera y razón de ser del matrimonio”, contemplado en su integridad. Una unión
huérfana de amor, por muy fecunda que sea, es contraria al plan de Dios. Hoy se
ha pasado de la sexualidad reproductora a la sexualidad relacional. La sexualidad
pertenece a una persona destinada a realizarse en una relación interpersonal. La
relación se establece con alguna forma de lenguaje.

2.1. El Sexo es un lenguaje, una forma privilegiada de expresar el amor a


través del cuerpo.

Si es un lenguaje tiene que atenerse a las reglas de juego del lenguaje. Si no


expresa el amor se convierte en una mentira trágica. Esto merece una
fundamentación mayor.

a) Sabemos por la Antropología Filosófica que el hombre es una unidad bipolar.


“La victoria más insigne del S. XX es la superación del dualismo” decía Merleau
Ponty. Hay en el hombre una sola actividad psicoorgánica, psicosomática. Nada
humano es puramente sensible, corporal; nada humano es puramente espiritual.
Todo lo corporal es “personal”: el trabajo, el hambre, el sexo, la misma muerte.
Porque organismo y psique son dos factores estructurales, dos raíces metafísicas
del “yo-uno”.
Superado el dualismo ¿A qué llamamos “cuerpo” en Filosofía?

El cuerpo es el lugar de mi expresión y punto de partida de mi relación con el


mundo y con los demás, condicionado por el espacio – tiempo. Es la psique que
se autoexpresa en lo orgánico. De este modo todo el cuerpo es lenguaje,
interioridad que se manifiesta, epifanía del yo. Mi alma puede ser vista en mis
ojos, puede ser oída en mi voz.

b) De manera que lo biológico en el hombre queda humanizado, espiritualizado:


la alimentación se transforma en banquete, el crecimiento en proceso de
maduración humana, el instinto en deseo consciente¿Y la sexualidad? Pasa a
ser encuentro personal, lenguaje.
Las palabras, los saludos, las miradas, los abrazos, las caricias son todas
fuerzas del lenguaje, que revelan un mensaje íntimo y profundo que el espíritu
deposita en esos gestos.
El acto sexual, en el matrimonio, no es un juego de órganos, un acoplamiento
agradable a nivel de la piel y de glándulas, sino un diálogo entre dos personas, un
gesto de entrega y comunión. En ese momento varón y mujer se están hablando,
se están diciendo “Tu eres la persona más importante de mi vida: te quiero, te
aprecio, tú significas mucho para mí”. El acto sexual puede ser un signo de
reconciliación, un modo de resolver conflictos, de aliviar tensiones, de
agradecer

c) En los casados hay una amplia gama de contactos sexuales. Tratándose de


novios el lenguaje tiene sus límites: deben educar la sensibilidad y la sensualidad.
Si adoptan sistemáticamente formas de contacto que normalmente conducen a
una fuerte excitación sexual (con orgasmo o sin él), comprometen el sano
desarrollo de la comunicación y por eso mismo es éticamente inaceptable.
Porque en ese caso la sensualidad acaba monopolizando la relación
empobreciéndola y desvirtuándola.

Habría que preguntarse si se manifiestan el amor o tratan de manifestar la avidez


sexual De ahí que en los enamorados tiene que haber un esfuerzo serio de
autodominio y de respeto al otro. La actitud interior es decisiva.

También se han de tener en cuenta las diferencias psicológicas entre varón y


mujer. Eustace Chesser, un médico inglés reconocido por su apertura y su larga
experiencia con la juventud, relata el caso de una joven que, después de mucha
resistencia, para no perder al muchacho, cedió en tener su primera relación
sexual: se entregó. Profundamente chocada comenzó a llorar, mientras que él
comenzó a fumar tranquilamente un cigarrillo como si nada hubiera pasado, y
todavía le pareció mal que ella llorara. Son muy distintas las condiciones bio-
psicológicas.

2.2. La Sexualidad Humana afecta profundamente las relaciones


interpersonales.

a) El animal se acopla sexualmente a nivel genital, pero carente de


autoconciencia, ignora al compañero “en cuanto otro”, en cuanto distinto de su
“yo”, de ese yo que no tiene. El hombre, en cambio, es una estructura abierta en
su doble aspecto de indigencia y de oblatividad.

En el hombre la sexualidad trasciende lo puramente genital, colorea el psiquismo


y las relaciones interpersonales con un matiz masculino o femenino, favorece la
apertura al mundo del tú, hace que la persona tome conciencia de su esencial
referencia a “los otros”. Además tiende naturalmente a la construcción de un
“proyecto de vida en común”.
La sexualidad es puramente especulación abstracta. Un estudio tan cientificista
como el “Informe Hit” llega a la conclusión de que el aspecto más positivo y más
valioso del comportamiento sexual humano, es lo que significa este gesto como
expresión de amor, de entrega, de ternura.
b) Dentro de la Antropología del Antiguo Testamento, el bíblico “hacerse una sola
carne” significa no solo la simple unión física, sino la entrega total de las dos
personas.

En la relación de pareja lo principal no es lo biológico, lo genital y sus actos;


tampoco la emotividad despertada por los valores de atracción, sino el don de
una persona a otra, significado, expresado y acrecentado por la sexualidad.
La ética cristiana está indiscutiblemente centrada en el amor: “toda la ley” se
resume en esta sola palabra. El cristiano debe potenciar todo lo que significa
altruismo, generosidad y entrega y debe oponerse a todo lo que signifique
cerrazón y egoísmo.

3. LA SEXUALIDAD VA MÁS ALLÁ DE UNA RELACIÓN INTIMISTA “YO –


TU”: SE MUEVE EN UN HORIZONTE SOCIAL.

Sirve para construir el nosotros, dentro de un clima de relaciones interpersonales


cruzadas. No por ser personalista, el comportamiento sexual se convierte en una
conducta individualista. La sexualidad no es un asunto que pasa entre dos; el
comportamiento sexual se abre al nosotros social.

3.1. La sexualidad plena tiene que vivirse en situación conyugal.

a) La primera apertura se da en la familia. En ella el amor y la fecundidad –los


dos sentidos inmanentes de la sexualidad humana- pueden realizarse.

El amor en efecto, en su triple dimensión de “sexo”, “eros” y “ágape” tiene que ser
indivisible (uno con una) e irreversible (para siempre). Nadie le dice a su esposa
“Te amaré por un año y tres meses”

La conyugalidad es una invitación a lo definitivo, a la permanencia fiel, a la


unión más profunda entre dos personas, a la encarnación del amor en los hijos, a
una vida compartida en su totalidad. No sólo las leyes del amor, sino también el
bien de los hijos pide la estructura monogámica indisoluble.

Hablamos de las leyes naturales. Los novios son libres para casarse o no, pero
no para “descasarse”.., porque han entrado en una Institución Natural que tiene
sus leyes. No es una institución creada por un contrato libre; las leyes del
matrimonio las dictó el Creador, por el simple hecho de hacernos varón y mujer.

b) Las víctimas de los hogares deshechos son los hijos, pero indirectamente sufre
toda la sociedad. La ley civil debe proteger la estabilidad del matrimonio. El “tú” y
“siempre” exigen algún amparo social. Todas las culturas, por otra parte, ejercen
algún control sobre las manifestaciones sexuales, en vistas del bien común, fin de
la sociedad organizada.

La misma biología apoya la estabilidad de la situación conyugal. El hecho de la


continuidad del impulso sexual –ausente en los animales que tienen su época de
celo- contribuye, en los humanos, a la solidez de la pareja y asegura el cuidado
de los hijos. Los hijos vienen al mundo como partos prematuros. Portmann, un
biólogo suizo decía que nacen “con 18 meses de anticipación”. Y eso es un
hecho providencial, teleológico: tiene una finalidad, porque el proceso de
maduración del cerebro, al darse fuera del seno materno, en el ambiente
extrauterino mucho más rico, favorece el desarrollo del psiquismo humano.

Los hijos además de romper el círculo cerrado de los esposos, les exigen a ellos
un compromiso con la sociedad, por la historia que inauguran.
3.2. El ejercicio de la sexualidad debe insertarse en el marco de las
estructuras sociales.

a) La pareja, que se beneficia de las estructuras sociales debe lógicamente


comprometerse con ellas, tal vez que es la célula de la sociedad. En una palabra,
la relación sexual plena exige un proyecto de vida en común socialmente
reconocido.

Esto se olvida fácilmente. Muchos jóvenes –que se llenan la boca de


“compromiso social”- piensan que los otros, es decir, la sociedad, no entra para
nada en este campo.

b) De esta dimensión social se deduce una consecuencia: la sociedad tiene el


derecho y la obligación de ejercer cierta vigilancia sobre las manifestaciones de lo
sexual, en el campo del pudor, por ejemplo, en vistas del bien común. Pero en
esto hay que tener en cuenta que “las manifestaciones del pudor social están
sometidas a la variabilidad de los tiempos y de las culturas”, como nos enseña la
etnología.
El pudor, la vergüenza, es “como la defensa psicosomática de la intimidad
personal, cuando está amenazada: revela la voluntad de no dejarse poseer como
objeto. La persona quiere ser vista como persona y no como sexo.

Repetimos, sin embargo, que “existe gran flexibilidad en la barrera del pudor. No
es la cantidad de ropa lo decisivo”.
Garaudy afirma haber encontrado más pudor y santidad en los campos de
nudistas que en muchos ambientes “decentes” llenos de hipocresía. Con todo, el
vestido no se abandona tan fácilmente: salvaguarda la dignidad personal, crea
cierta distancia y conserva una saludable tensión entre los sexos. Estímulos
eróticos excesivos acaban incluso por causar inhibición. Guindon, en el “lenguaje
sexual” anota un dato curioso: “se ha comprobado que al ver la figura de una
mujer desnuda, la pupila del hombre normal se abre dos veces más”.

Los MCS, si son prudentes, debieran “contar con la inmadurez y la fragilidad de


los niños, jóvenes y otras personas débiles en lo humano”. Pero todos, no
solamente los niños, tienen derecho a no verse perturbados por ciertas
exhibiciones eróticas que resultan provocantes, porque rayan en lo obsceno y
pornográfico. La pornografía presenta un material erótico deshumanizante que
estimula fuertemente la imaginación y excita los instintos ya de por sí difíciles de
dominar. Rebaja el sexo y lo reduce a simple pasto de la curiosidad erótica.

Sin suplantar la libertad de la ley, corresponde a la censura controlar los excesos,


cuando existe una agresión continua al derecho de tranquilidad afectivo – sexual
que tiene la gente y cuando corren peligro de degradarse los valores humanos
del amor y la sexualidad.

Sin embargo, en una época de tanta permisividad no fácil de controlar y de frenar,


sin descuidar la responsabilidad social, hay que insistir más en la
responsabilidad personal. En una palabra, hay que educar la mirada y lograr
una madurez sexual que sea capaz de resistir todas las embestidas del ambiente.
4. LA SEXUALIDAD ES AMBIGUA. PARA SE HUMANIZANTE DEBE
EXCLUIR TODA FORMA DE LIBERTINAJE.

a) La sexualidad es una cosa buena; pero el hombre puede usar mal las cosas
buenas. El cuchillo que sirve para compartir el pan de la amistas, puede
convertirse en el puñal del asesino. El P. Fabbri escribió un artículo con este
título: “La sexualidad, un lenguaje de vida”. Pero tuvo que añadir enseguida:
“Cuantas veces pasa a ser un lenguaje de muerte”.

Decir que la sexualidad es ambigua significa afirmar que no alcanza


automáticamente su finalidad si no interviene la cooperación responsable del
hombre. Es un lenguaje de entrega y generosidad, pero también puede
convertirse en medio de placer egoísta, de dominio, de violencia.

Si es cierto que en torno a la sexualidad se han escrito maravillosas páginas de


amor, también es cierto que se han realizado páginas tristes de violencia, de
agresión, de atropello a derechos fundamentales. Pensemos en las violaciones,
en el uso que se hace de la mujer en la publicidad y en todas las formas de
machismo. ¿Dónde queda el respeto al carácter personal del otro? Toda
cosificación es inhumana, tremendamente destructora de la persona.

b) ¿Por qué los programas baratos de cine y televisión (los comerciales) vinculan
estrechamente hechos de violencia y actitudes sexuales de erotismo egoísta y a
menudo pornográfico? ¿No será que tarde o temprano el sexo sin amor conduce
a la muerte real o simbólica, realizada en un clima de violencia? Si falta el amor,
seducción y violencia van fatalmente acollarados. Incluso anatómicamente, en el
tronco cerebral, los centros del sexo y de la violencia están muy próximos.
Excitando el uno despierta el otro.

Llega el momento en que el que cede a los impulsos no es capaz de postergar


ningún deseo. La razón es clara: en la sexualidad se alcanza un placer sensible
muy agudo, que pide repetición inmediata y obsesiva, sin que importen los
valores personales.

Por algo Freíd insistía en que es preciso conciliar el “principio realidad”, con el
“principio placer” (la libido). Y no sabemos si Juan Pablo II pensaba en Freíd
cuando el 5 de noviembre de 1980 dijo algo parecido: “Es necesario conciliar lo
erótico con lo ético.

4.1. No se debe confundir sexo con amor.

Hay una expresión ya consagrada por el uso: “Hagamos el amor” y se refiere al


acto sexual. El amor o existe o no existe, no se puede “hacer” con el coito. El
sexo no origina amor: es mediador, expresión del amor, requiere amor, pero en sí
no es amor.

El amor es mucho más amplio. ¿Qué es? Es más fácil sentirlo que definirlo.
Digamos que, en los casados, es la comunión integral de dos personas, una
relación de comunión plena, física, psicológica y espiritual.
4.2. El amor es algo más que un sentimiento.

a). Es un sentimiento, sí, una sintonía que no tiene explicación, algo imprevisible,
juguetón, que pone en marcha la emotividad y provoca el enamoramiento. En él
entran en juego los valores de atracción del otro, o de la otra: la belleza, la
riqueza afectiva, la inteligencia: estos a veces ejercen una fascinación irresistible.
La atracción puramente sexual queda integrada, transformada, embellecida por el
“eros”. Es una etapa en la que los novios se conocen todo, se perdonan todo y
hasta los vicios del otro parecen virtudes excelsas. El enamoramiento posee un
encanto que no debiera desaparecer nunca del corazón de la pareja.
b) Pero es un sentimiento frágil, inquietante, huidizo, que se esconde y
reaparece, que así como llegó puede esfumarse. ¡Cuántos hay que se
“enamoran” o “desenamoran” al unísono de sus sentimientos! A veces los
enamoramientos son como fuegos artificiales: se encienden, derraman un poco
de luz, hacen más o menos ruido y luego se apagan, para dejar como reliquia
ingrata un poco de polvo negro que el viento llevará. Los sentimientos son como
los yoyós: suben y bajan alternativamente según por donde vayan las hormonas.
Los que se casan en la borrachera del enamoramiento sin haber profundizado el
amor no ofrecen garantías de futuro.

c) Para superar la crisis que se da sobre todo en los casados debe reforzarse el
“eros” con el “amor de amistad”. La “filia” de los griegos que, para el cristiano
llega a ser ágape, don gratuito del Padre, por Cristo en el Espíritu.

La filia o ágape es la libre elección recíproca, por la cual cada miembro de la


pareja acepta al que ha elegido “tal cual es”, asume su existencia y se
compromete a lo que venga. Diríamos que el “sexo” y el eros reciben del
compromiso su último retoque integrador y el vínculo cobra solidez definitiva.

Podríamos resumir en tres fases estos tres niveles que deben integrarse:

El sexo dice: “Me gusta usted por tener ese cuerpo”
El eros es más amplio: “Ud me gusta por ser así”.
Y el Ágape va más lejos: Usted me gusta por ser usted.

Son también tres etapas en la evolución, con alguna diferencia entre varón y
mujer: el muchacho despierta primero hacia el sexo, después al eros y el eros se
profundiza en la amistad, el ágape. La chica, en cambio primero despierta al eros,
el cual se profundiza en el Ágape. Más tarde despierta al sexo. Se sabe que
muchas mujeres alcanzan el orgasmo después de algún tiempo de vida conyugal.
Esto, sin embargo, es relativo.

d) La madurez afectiva exige que el amor sea ofrenda de sí al otro, cada vez más
gratuita, siempre más desinteresada: exige ir más allá de la atracción y del deseo.
El amor significa la afirmación, no la posesión del amado, tiene que ser liberador,
no posesivo, ni manipulador. “Tú tienes que conservar tu libertad de tener tus
propios sentimientos, de pensar tus propias ideas y de tomar tus propias
decisiones. No viniste al mundo para cumplir mis expectativas.
e) El compromiso es cosa seria. Chicas y muchachos inmaduros sin experiencia,
hacen juramento bajo el impulso de fuertes emociones o reacciones físicas, que a
la mañana siguiente, después del desayuno suenan a huecas. Ella, la mujer
sobre todo regresa a su soledad, desengañada, sin protección y le costará volver
a empezar. Compromisos prematuros, promesas de marinero dejan heridas
que tardan en cicatrizar.

Alguien dijo que el matrimonio no es ni un cielo ni un infierno: es un estado para


gente madura.

f) El amor verdadero, además es incondicional. Una ama de casa relataba que el


amor de su marido le parecía estar condicionado a que tuviera la casa limpia y
ordenada. Ella sostenía que necesitaba saber que él la amaba –estuviera o no la
casa limpia- con el fin de tener la fuerza necesaria para mantener la casa aseada.
Sólo un amor incondicional, por ambas partes ayuda a cambiar y a desarrollarse.

Otra condición fatal para el compromiso, es ponerle un límite de tiempo. No. El


amor es para siempre. Hay que ser ciego para entregarse a un compromiso que
tiene muchas notas al pie del contrato..

g) El amor tiene que convertirse en ternura, esa actitud de afectuosa


preocupación por el otro, esa actitud que todo lo espera, todo lo cree, todo lo
sufre en relación al otro.

Es la ternura la que libera la sensualidad del peso del egocentrismo y de la


fugacidad de lo momentáneo: humaniza la sensualidad sin mutilarla. La ternura
se expresa en el cariño –que no es lo mismo que las caricias-. El cariño es el
lenguaje de la ternura. Todo esto incluye una buena dosis de ascesis, de
renuncia, de autodominio.

4.3. La sexualidad no es una máquina de placer.

a) El sexo implica placer, va acompañado de placer. El sexo sin placer está


enfermo. Pero el placer no es la finalidad de la relación sexual: el verdadero fin de
la relación es la persona del otro, la otra persona. Si se la considera
principalmente como fuente de placer, se priva de la sexualidad de su capacidad
de donación, de entrega, se la convierte en expresión de egoísmo y el otro acaba
por ser un objeto.

Víctor Franki añade que el placer se destruye y se malogra en la medida en que


se convierte en el “fin” que uno persigue en la relación. Dice textualmente:
“Cuanto más intenta el varón demostrar su potencia sexual, o la mujer su
capacidad de sentir el orgasmo, menos posibilidades tienen para conseguirlo.

b) El placer tiene que seguir siendo un efecto o un producto secundario de la


relación, porque tiene sus peligros: es como el comer. El comer para reparar las
fuerzas proporciona un placer pero el comer por placer, haciendo del placer un
fin acaba en un dolor de estomago o en una afección al hígado.

Para alcanzar un valor superior hay que renunciar a otro inferior. Por ejemplo, el
valor “salud” exige dejar comilonas, alcohol, cigarrillo, droga, etc. Tal renuncia no
significa una represión, sino una jerarquización de valores. Lo agradable y lo
placentero representa un valor. Pero éste remite a un valor más alto.
Quedarse con el placer sexual y centrarse en él es como saludar a una persona –
darle la mano- y retener la atención en la suavidad o aspereza de la mano, en la
temperatura de la mano, pero olvidando la persona y el sentido del gesto que
hacemos.

El place sexual hace agradable el acto sexual, pero si se lo busca como fin
deteriora a la persona. Si se considera la sexualidad como una máquina de
placer, acaba por triturar en sus engranajes la misma posibilidad de amar.

4.4. Planear el abuso del sexo es tan inmoral como ejecutar el plan

El Dr. Chauchard, desde la psico-fisiología afirmó que el órgano sexual más


importante del hombre es su cerebro, no la médula espinal ni sus genitales. Se
entiende el cerebro animado por la inteligencia y la voluntad.

Lo planificado “desde arriba –el programa de fin de semana con la mujer del
vecino- es tan inmoral como la ejecución del acto. La intención y la ejecución son
como la parte interna y externa del proceso. La ejecución a veces fracasa, se
frustra por algo imprevisto, sin una nueva decisión. Sólo una mentalidad infantil
podría concluir que no hubo pecado porque no sucedió nada.

La prioridad ética de la intención es una característica de la moral evangélica:


“Del corazón del hombre salen las malas intenciones: prostitución, robos,
asesinatos, adulterios..” (Mc 7,21). Y “el que mira a una mujer con deseo
libidinoso ya cometió adulterio en su corazón” (Mt 5,28).

La infidelidad está más en el corazón que en la relación sexual. Incluso hay


deslices graves que no significan rompimiento interior. En estos hay más
debilidad que malicia. Hay que educar la imaginación, la “loca de la casa”. No
olvidar que el paso del soñar al planear es pequeño. Ser sincero consigo mismo y
vigilar.

4.5. El ideal es una sexualidad plenamente humana y racional.

Es decir, una sexualidad ordenada y libre, no desordenada y egoísta,


abandonada al instinto ciego. Para que el acto sexual sea humano debe vivirse
no de una manera compulsiva, siendo prisioneros de deseos incontrolables, sino
en la riqueza del deseo libre, nacido del dominio que uno tenga de sí mismo,
controlando la libido, la energía sexual y los dinamismos que ella desencadena.

El egoísta necesita de los demás, pero solamente como un espejo que le


devuelva su propia imagen. Narcisismo puro. Porque no ama al otro, sino la
sensación agradable que el otro le produce. El denominador común de todos los
comportamientos sexuales desordenados es el egoísmo. No es tarea fácil
vencerlo. El egoísmo muere un cuarto de hora después de uno y hay que luchar
hasta el fin.
Si se vive el sexo en un diálogo generoso el amor crece sin cesar haciendo
siempre más felices a aquellos que lo viven. Nunca se ha de separar la
sexualidad del amor. “Sólo un amor sincero, comprometido y profundo puede
hacer del sexo un lenguaje de vida”. Esa palabra alberga una fauna emocional
variadísima: muchos hablan de amor, cantan amor, lloran amor, se abrazan o
pelean por amor, matan o dan la vida por amor pero nunca han comprendido
en qué consiste el verdadero amor: no han comprendido que el secreto más
profundo de la aventura humana para que sea noble y fecunda es el don de sí
mismo.

5. NO OLVIDAR LO QUE AÑADE LA MORAL CRISTIANA.

5.1. Vivir la sexualidad en la perspectiva del Plan de Dios Amor.

Lo específico de la moral cristiana es el seguimiento de Cristo, modelo básico de


un modo de concebir y de vivir la vida. El cristiano es una criatura llamada a
decidirse en la fe -fe en Cristo, en su plan de salvación- por una vida comandada
no por el egoísmo sino por el amor. “La fe que obra por la caridad” (Gal 5,6). El
amor – don, el amor oblativo es participación del amor del Padre, infundido por el
Espíritu Santo. Jesús en el Sermón de la Montaña, clarificó y radicalizó las
instituciones del hombre sobre el amor y la sexualidad. El N.T. considera el
diálogo intersexual como alianza fiel y entrega mutua y lo compara con el diálogo
entre Cristo y la Iglesia.

5.2. El que sigue a Cristo, se perfecciona en su misma dignidad de hombre.

Nadie puede realizarse, en absoluto, si después de haber conocido


suficientemente a Cristo, renuncia a seguirle, porque la vocación del hombre es
una sola, es decir, divina. De ahí que la gracia, a pesar de ser gratuita, es
necesaria para realizarse como hombre. La “humanización” del hombre es signo
y epifanía de su divinización. Cristo nos invita a hacer de nuestra vida, una
historia de amor, aun en medio de las inevitables penas de la vida.

5.3. El “pecado del mundo, ha herido también nuestra sexualidad. Sólo el


Espíritu Santo puede hacernos progresar en el amor.

Sólo el Espíritu santo puede sacarnos de la “imposibilidad de amar” en que nos


ha dejado el pecado original, para hacernos vivir en el amor. El cristiano, si quiere
redimirse, sabe que tiene que morir al “hombre viejo”, cerrado en sí mismo y
revestirse del “hombre nuevo”, abierto al prójimo y dócil al Espíritu. Como somos
“miembros de Cristo y Templos del Espíritu Santo” los pecados sexuales son una
especie de profanación.

5.4. Las normas concretas de la Sagrada Escritura.

Ellas sufrieron los condicionamientos culturales de la época –hasta influencias


paganas- y deben ser interpretadas. Por ejemplo, cuando San Pablo habla de la
sumisión de la mujer al varón, refleja la condición social de su tiempo, que se
hallaba bajo el influjo de patriarcalismo del A.T.. Eso no pertenece al mensaje
revelado: es solamente el “lenguaje” de que se sirvió Pablo para transmitir el
mensaje.

El Matrimonio cristiano es sacramento y un sacramento permanente, porque la


fuente de gracia que recibieron un día, no dejará nunca de manar, e irá creciendo
en la medida en que crezca el amor de los esposos.

CAPITULO II
NORMAS DE LA MORAL SEXUAL EN LA ESCRITURA Y EN LA HISTORIA

1. Normas de la Moral Sexual en la Sagrada Escritura

1.1. En el Antiguo Testamento: Las normas ético-sociológicas con las cuales el


pueblo judío vive el amor y la sexualidad no presentan una gran originalidad.
Tanto en la práctica más antigua como en la legislación posterior de Israel
suponen y admiten un derecho constante que es prácticamente idéntico a aquel
de la cultura limítrofe.

1. El matrimonio en Israel admite la poligamia. Los patriarcas continuaron las


costumbres de sus ambientes, adaptando la poligamia o una monogamia relativa
(Gn 16,1ss; 29,15-30; 30,1-9; 36,1-5). Parece que la poligamia no era la situación
más frecuente de la familia judía. Por otra parte, la monogamia es considerada la
forma primigenia e ideal (Gn 2,21-24) y es aplicada a la línea genealógica de Set
(Gn 7,7) mientras que la poligamia es atribuida a la descendencia de Cain (Gn
4,19).

Al interno de la institución del matrimonio aparecen otras instituciones


menores: a) El Levirato: si el marido muere sin dejar descendencia, un hermano o
pariente debe casarse con la viuda para darle descendencia al difunto (Gn 38; Dt
25,5-10; Rut 4,1-15). b) El Divorcio: mediante la carta de repudio, el motivo
presentado en Dt 24 era objeto de explicaciones rigoristas y laxistas, la mujer no
podía pedir el divorcio.

La Fidelidad Conyugal era protegida por la ley. El adulterio era considerado


pecado contra Dios, infidelidad al cónyuge y ofensa a la propiedad del otro (Gn
20,1-6; 39,7-9; Ex 20,14-17; Dt 5,18-21); es condenado junto al homicidio y al
robo, como acto que perjudica al prójimo (Ex 20,14; Dt 5,18). La ley pedía la pena
de muerte para los adúlteros (Lv 20, 10; Dt 22,22).

Al marido la fidelidad conyugal es aconsejada, pero su infidelidad no viene


castigada a menos que no perjudique el derecho de los otros y tenga por
cómplice una mujer casada; la infidelidad de la mujer, en cambio, también con un
hombre casado viene tratada con mayor severidad (Ex 22,15-16; Lv 18,20; Dt
22,23; Nm 5,11).

En cuanto a las relaciones prematrimoniales se debe tener en cuenta que si


bien el matrimonio era frecuentemente un contrato de los padres bajo razones
políticas, económicas y religiosas (Ex 34,12-16; Dt 7,1-4; 1Re 11) todavía los
jóvenes se podían enamorar (1Sam 18,20). Los jóvenes gozaban de una cierta
libertad. El velo es una práctica tardía. Esta libertad las exponía a la violencia (Gn
34, 1-2), pero en tal caso el seductor era obligado a casarse con la víctima y no
tenía derecho a repudiarla (Ex 22,15; Dt 22,28-29).

2. La Prescripciones Rituales o Tabúes Sexuales de Israel. Existe ciertamente


una ética sexual individual y aquella social indicada. Recordemos los consejos
dados a los jóvenes en relación con la mujer "peligrosa" (Prov 2,16-19; 5,2-14;
&,23-7,27). la reprobación de las perversiones sexuales (homosexualidad: Lv
18,22; 20,13; Gn 9,21; 19,4-11; 24-25; Trasvestismo Dt 32,5; Bestialidad Lv
18,23; Dt 26,21; Ex 22,19; Lv 20,15-16), la prohibición de la Prostitución (Dt
23,17; Gn 38,15-16; Lv 21, 7-9). La ética sexual del A.T. está rodeada de un
carácter tabuístico, todavía más había una serie de prescripciones rituales directa
con la sexualidad.

Tales prescripciones rituales no tienen relación directa con la moral. Se


conecta con lo puro e impuro, entendiendo esta pureza en sentido ritualista. En el
fondo estas prescripciones manifiestan un cierto temor delante a lo sexual y son
residuos de una concepción tabuista de la sexualidad.

Las menstruaciones y el flujo patológico hacen impura a la mujer y a todas las


personas y cosas que ella toca, por siete días (Lv 15,19-23). Las relaciones
sexuales con una menstruante, habiendo ignorado el estado de la mujer, hace
impuro por ocho dias (Lv 15,24); la sangre menstrual venía considerada
particularmente impura.

El Parto hace impura a la mujer por siete días si nace un varón, y 14 si es una
mujer. Cada polución, sea patológica o normal (Lv 15,1-15), intencional o
voluntaria hace impuro al hombre. El acto conyugal hace impuro a los dos y
deben purificarse. Se prohíbe el incesto en Israel.

3. La Predicación de los Profetas: tuvo una influencia profunda sobre la vida


de Israel. El ideal del amor humano caló profundamente en la vida práctica de
Israel. Algunos testimonios: - La enseñanza moralizante insiste en los consejos a
los jóvenes en relación a la adúltera. Se hace retrato de la mujer ideal y se
describen los defectos de la mala mujer. - El libro de Tobías describe un
matrimonio ideal, que reúna todos los elementos positivos: fecundidad, amor
personal, clima religioso. - El Cantar de los Cantares, es un himno al amor
humano.

1.2. Normas Sexuales en el N.T.

El N.T. no da una casuística de moral sexual ni ofrece orientaciones concretas


para cada una de las situaciones de comportamiento sexual.

a. Relación entre los sexos: el N.T. retoma y da nuevo valor a la doctrina de


Gn 1 y 2, sobre la igualdad, atracción y complementación de los sexos. La
afirmación de Gal 3,28 no suprime la realidad sexual; ella se entiende en una
dimensión religiosa. Es Cristo que da valor al ser humano, no el sexo. Pablo
reconoce la atracción que existe entre los sexos. La necesidad de la relación
sexual se hace sentir entre los hombres como un fuego violento y como una
vitalidad desbordante.

Contra la igualdad entre los sexos han querido invocar algunos pasajes de
Pablo. En 1Co 11,3-16 Pablo responde a una pregunta sobre un particular uso de
la comunidad: si la mujer debe asistir al culto divino con la cabeza descubierta. En
contraste con la opinión de los cristianos de Corinto a los cuales tal costumbre era
extraña, Pablo recomienda que los hombres lleven la cabeza descubierta y las
mujeres el velo aduciendo motivos de conveniencia.

b. Ética Sexual Matrimonial: La Iglesia primitiva, siguiendo la orientación de


Jesús se atiene al ideal de la indisolubilidad también si con algunas excepciones.
Pablo es testimonio fiel de esta práctica de la Iglesia.

En 1Co 7,10-11 el afirma, siguiendo la enseñanza del Señor que la mujer "no se
separe del marido" ni "el marido repudie la mujer", en caso de justa separación
que no se vuelva a casar o que se reconcilie con su marido. Entre cristianos no
puede existir divorcio. A la prohibición del divorcio, la comunidad primitiva
desarrolló otros aspectos de la ética sexual matrimonial. Algunos son:

- En determinados casos es prohibido contraer matrimonio: en caso de


bigamia o de segundo matrimonio de una persona divorciada; en el caso de
matrimonio incestuoso. Pablo no imagina que un miembro de la Iglesia pueda
buscar casarse fuera de ella, todavía admite los matrimonios mixtos, nacidos de
la conversión al cristianismo de uno de los cónyuges y expone una teología
particular con respecto a ellos.

- Las relaciones conyugales van más allá de una pura unión sexual. Los
cónyuges deben realizar en la propia vida el ideal de unión que hay entre Cristo y
la Iglesia (perspectiva Cristológico-eclesiológica).

- Las relaciones sexuales entre los esposos aparecen como un derecho y un


deber recíproco. Si bien no falta el remedio a la concupiscencia; para evitar la
fornicación y por condescendencia. Pablo admite una separación temporal
pactada en la cual de den estas tres condiciones: 1. de común acuerdo; 2. por
dedicarse a la oración; 3. que ellos mismos fijen un límite, a fin que Satanás no
los lleve a la tentación de la incontinencia.

c. Pecados Sexuales: También en el Nuevo Testamento se habla de pecados


sexuales. Los términos utilizados tienen una forma generalizada y no contienen
precisiones ni detalles. Aparecen con frecuencia con el género literario-moral en
los catálogos de vicios y virtudes.

Los principales pecados sexuales enumerados del Nuevo Testamento son:

- La Fornicación (porneia), significa lujuria en la acepción más general. Es la


relación sexual entre el hombre y la mujer fuera del matrimonio, que puede ser
tanto la fornicación estricta, el adulterio o el incesto.

Pablo exhorta a huir de la fornicación y a no mezclarse con los fornicadores. Él


condena abiertamente la fornicación (1Co 6,12-20), las razones que da son del
todo teológicas: 1. El cristiano por su misma condición pertenece a Cristo: el
cuerpo, es decir la manifestación exterior de la persona humana pertenece al
Señor que lo ha resucitado y goza de la misma gloria de la resurrección, por esto
no se puede prostituir: sería disponer de cualquier cosa que le pertenece al Señor
y dárselo a una meretriz (prostituta) (v. 15). Si las prostitutas frecuentemente de
los libertos de Corinto eran prostitutas sagradas, la argumentación de Pablo
adquiere una mayor fuerza y relieve, en cuanto la fornicación viene unida a la
idolatría.
2. El cristiano es templo del Espíritu Santo; es posesión de Cristo; no pertenece a
sí mismo; debe luego, glorificar a Dios con su cuerpo. 3. aquel que fornica peca
contra su propio cuerpo, porque da a este un destino totalmente distinto de aquel
que tiene.

- Adulterio: este vicio reconocido tanto en la mujer como en el hombre, es


valorado gravemente en el Nuevo Testamento, además de la injusticia que
supone y que el A.T. hace resaltar, adquiere en el N.T. una gravedad mayor en
cuanto va contra la indisolubilidad del matrimonio, imagen de la unión de Cristo
con la Iglesia, y de la igualdad en Cristo del hombre y la mujer.

- La Homosexualidad: la maldad de este vicio consiste en el cambiar la relación


natural en aquello que está contra la naturaleza. En el catálogo de vicios, los
homosexuales son descritos como "afeminados" y como "cohabitantes de
hombres".
- Vicio Solitario, la Bestialidad, Pecados de deseo, la concupiscencia de los ojos.

2. Normas de Moral Sexual en la Historia

2.1. Cristianismo Primitivo (s. I - VII)

2.1.1. Padres Apostólicos (s. I - II): Los escritos post-apostólicos (Didajé,


Carta del Pseudo Bernabé, Carta de Clemente Romano, El Pastor de Hermas,
Carta de Ignacio de Antioquía, Carta de Policarpo) nos transmiten los primeros
pasos del pensamiento cristiano. No encontramos exposiciones sistemáticas de
moral cristiana. Todavía contienen abundante material catequético en las cuales
se comienzan a organizar los criterios morales de un comportamiento cristiano.

Limitándonos a la moral sexual notamos los siguientes aspectos:


1) En el catálogo de los vicios aparece el tema sexual. En la catequesis de "los
dos caminos" de la Didajé se dice: "no matarás, no cometerás adulterio, no
corromperás los jóvenes, no fornicarás, no practicarás la magia ni la brujería, no
matarás el hijo en el seno materno, no quitarás la vida al recién nacido", "en tus
palabras y miradas no seas deshonesto, pues estas conducen al adulterio", "es
este el camino de la muerte. Primero que todo es un mal camino y maldito:
homicidios, adulterios, fornicación.

En la carta del Pseudo-Bernabé aparece de nuevo la catequesis moral de los


dos caminos pero ya con la metáfora de la vida y de la muerte.

2) La carta de Clemente Romano, traza un esquema de Teología de las


virtudes cristianas. Es verdad que entre aquellos aspectos que trata, ninguno
hace relación a la castidad, pero señala la moral sexual en una exposición de un
pequeño "código de santidad".

3) La Carta de Ignacio de Antioquía nos transmite una moral plenamente


cristocéntrica y mistérica; el imperativo cristiano nace de la vida en Cristo y en su
cuerpo místico que es la Iglesia y busca la plena identificación con el Señor
glorioso pasando primero por la "imitación" de su pasión y muerte por la cual se
es plenamente cristiano. Al interno de esta profunda concepción de la moral
cristiana adquieren particular relieve las exhortaciones de Ignacio de Antioquía a
los diversos estados en la carta a Policarpo.

La Carta a Policarpo se mueve en la misma órbita religiosa-moral de aquella


de Ignacio de Antioquía, y basa la propia doctrina moral sobre la imitación de la
paciencia de Cristo. También aquí encontramos un esquema de una ética de los
diversos estados, en la cual no falta lo relacionado al comportamiento sexual.

4) En El Pastor de Hermas que "no obstante las metáforas a primera vista y


las representaciones alegóricas es un tratado formal y moral" y que "es
encuadrado en una teología cuyos paralelos son aquellos de la lectura apócrifa
ortodoxa en la cual se desarrolla un pensamiento judaico-cristiano" se cristianiza
la trilogía judaica de la virtud de la fe, del temor y de la continencia. Aparece aquí
una moral sexual rígida bastante negativa. El libro comienza con la exposición de
un "pecado de pensamiento" de Hermas, "el continente es aquel que vive
apartado de cada deseo malo y rico de sinceridad y de gran inocencia" En la
tercera visión aparece una organización de la virtud: De la fe se genera la
continencia, de la continencia la simplicidad, de la simplicidad la inocencia, de la
inocencia la modestia, de la modestia la ciencia, de la ciencia la caridad.

En los mandamientos aparece con frecuencia el tema sexual. La enseñanza


moral de Hermas ofreció una gran variedad de temas cristianos, judíos y
paganos, ejerció una considerable influencia sobre los padres del siglo siguiente.

2.1.2. Padres Apologistas (s. II)

Los apologistas del s. II dan testimonio de la revolución moral, que el


cristianismo exige; tienen una doble función: defender los cristianos de las
acusaciones calumniosas de criminalidad, lanzadas por los enemigos paganos y
judíos y atacar las ideas religiosas y morales de estos mismos enemigos. Los
escritos principales son los tratados apologéticos de Aristides, Taziano,
Atenagoras, Teófilo, Hermias, Justino y el discurso de Diogneto. En la doble
dimensión indicada, podemos distinguir cuanto se refiere a la moral sexual:

a) Elogio de la Moral de los Cristianos: Aristides traza un bello cuadro de las


costumbres de los cristianos: "Los mandamientos del mismo Señor Jesucristo los
llevan en el corazón, y los observan esperando la resurrección de los muertos y la
vida que viene después. No cometen adulterio, no fornican, no dan falso
testimonio.. Se abstienen de cada unión ilegítima y de cada impureza".

San Justino compara la situación moral del pagano y del cristiano, afirma:
"Nosotros que primero nos complacíamos en la disolución, ahora abrazamos
solamente la castidad". Luego funda este comportamiento sobre la enseñanza
moral de Jesús sobre la castidad, la caridad, la paciencia, la verdad, la adoración.
Con respecto a la virtud de la castidad comenta los textos de Mt 5,28.29.32; 18,9;
11-12.

Atenagoras, en la tercera parte de su "Súplica en favor de los cristianos,


defiende a los cristianos de la acusación del incesto edípico. Por esta razón
expone la doctrina y la práctica cristiana de la sexualidad: adulterio también sólo
con el pensamiento, matrimonio finalizado en la procreación, virginidad,
prohibición del divorcio.

Teófilo de Antioquía recuerda de nuevo la doctrina evangélica, la pureza "para


no pecar en el corazón con cualquier cosa mala o mirándola con los ojos, desear
la mujer de los otros. El autor del Discurso a Diogneto constata el paradoxo de la
vida de los cristianos: igual y diversa de aquella de los otros hombres.

b) Denuncia de las inmoralidades paganas. Además de defender la moralidad


sin pecado de los cristianos de las acusaciones de sus enemigos, los apologistas
denunciaron las costumbres depravadas de estos últimos.

A partir de la afirmación general que "los otros grupos se equivocan y se


engañan a sí mismos, porque caminan en las tinieblas enfrentándose los unos a
los otros como borrachos, es fácil comprender los siguientes cuadros de
corrupción sexual que presentan Justino y Atenagoras. Taziano denuncia la
inmoralidad del teatro, de la escultura y de algunos exponentes de la literatura.

2.1.3. Escritos de la Época Patrística (s. III - VII).

Ni los santos padres ofrecen una exposición detallada y sistemática de la


moral sexual cristiana. Todavía se encuentran perspectivas y orientaciones
nuevas que han ejercido una gran influencia sobre la moral posterior. No
podemos seguir el desarrollo de esta doctrina en cada uno de los padres ni en
sus detalles. Buscando obtener una síntesis que se adapte lo mejor posible a la
variedad de aspectos y autores, nos concentramos en tres puntos claves de la
moral sexual: valor atribuido a la sexualidad; esquema de una moral matrimonial;
vicios y virtudes en el comportamiento sexual.

1) Valor atribuido a la sexualidad: El valor atribuido de los padres a la


sexualidad humana se puede constatar en las cuestiones con relación de mayor
o menor perfección entre matrimonio y virginidad y entre viudez y segundo
matrimonio. A este respecto, no faltaron exageraciones, pero no fue sólo
desprecio hacia el sexo. En cada caso, necesita entender la doctrina de los
padres en su contexto.

Uno de tales contextos fue el ambiental. Frente a la gran libertad sexual de los
paganos, los cristianos debían manifestar el ideal del amor cristiano. su máxima
expresión era la virginidad consagrada. Por esto los pastores de la Iglesia se
sintieron obligados a presentar la belleza y con gran insistencia el ideal de la
virginidad. Se exageró en esta afirmación-reacción: a fuerza de realzar la
virginidad se devaluó el matrimonio considerándolo un estado menos perfecto y
menos conforme al ideal cristiano. Estas exageraciones, que han tenido una gran
influencia sobre la sucesiva historia del cristianismo, son el precio negativo de los
grandes valores representativos: elevación del nivel moral, admirable
florecimiento de las vírgenes, etc.

Si bien no faltaron juicios equivocados sobre los diversos estados en los cuales
puede ser vista la sexualidad, no hay duda que la virginidad tiene un valor
preeminente en la valoración moral de los Padres. Ella es considerada un gran
testimonio de caridad -junto al martirio- y el prototipo de la nueva vida iniciada en
Cristo y organizada según la nueva etapa escatológica de la salvación. Son
muchos los padres que escribieron tratados completos sobre este tema cristiano:
Tertuliano, San Cipriano, San Metodio, San Atanasio, San Basilio, San Gregorio
de Niza, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Girolano, San Agustín.

Al resaltar la virginidad no se considera la necesidad de colocarla en relación


con el matrimonio. Al mismo tiempo y por una idéntica razón aparece una
concepción de la sexualidad fundada sobre la continencia. El sexo es una fuerza
que se debe contener, deriva de la importancia de la castidad. Nace así una
tonalidad restrictiva, moderada y continente que en seguida tiene predominio en
la concepción de la castidad y de las normas sexuales cristianas.

La apreciación acordada a la viudez con respecto al segundo matrimonio


ejerció la misma influencia sobre la concepción estricta del sexo. La viudez, en
cuanto estado, ocupó un lugar importante en la Iglesia primitiva, sobre su
espiritualidad poseemos buenos tratados debido a San Ambrosio y a San
Agustín. El segundo matrimonio tuvo adversarios declarados y en general fueron
mal vistos de parte del cristianismo primitivo.

Otro contexto para tener en consideración para comprender el valor acordado


de los padres a la sexualidad es aquel polémico, aquel de la lucha contra los
errores con respecto a la relación entre continencia sexual y matrimonio. Fueron
errores de tipo rigorista y laxista. Entre los primeros se resaltaron los siguientes:
el *encratismo que establece el principio que cada cristiano debe ser un asceta y
debe observar la continencia; el gnosticismo, que pretende legitimar una
concepción excesiva de la pureza sobre la base de la idea que la materia ha sido
creada de un principio malo y es fuente de impureza espiritual.; algunas sectas o
herejías, como el montanismo, el ascetismo, el priscilanismo, todas tendencias
que propugnan un riguroso ideal de perfección y que lo concretasen en la plena y
parcial continencia sexual. Los laxistas pretendían justificar un relajamiento de las
costumbres, contrario al espíritu y al Nuevo Testamento.

Los santos Padres expusieron, con respecto a estos errores una doctrina media
y verdadera: si bien la virginidad sea más perfecta, el matrimonio no es malo en
sí mismo. Pero no hay duda que aquella tendencia, sobretodo la rigorista
ejercieron una gran influencia sobre el cristianismo primitivo, como lo ejercerán
otras tendencias posteriores. Además, los escritores eclesiásticos, oponiéndose a
los errores, no se liberaron de alguna influencia rigorista de los adversarios.

Un tercer contexto nos puede ayudar a comprender mejor el pensamiento de


los padres sobre la sexualidad. Es aquel de la Filosofía ambiental pagana. Fueron
sobre todo dos los movimientos que tuvieron mayor influencia sobre el
cristianismo: el neo-platonismo y el estoicismo. De este último la moral sexual
cristiana recibe su tono ascético y su rigor y su orientación unilateral hacia la
procreación. La influencia neo-platónica se evidenció en la concepción dualista de
alma y cuerpo y en las prevenciones respecto a la "materia" como sombra y
porque no enemigo del espíritu.

A partir de estos tres contextos se hace más comprensible la concepción de los


santos con respecto a la sexualidad humana. Esta concepción está a la base y es
el fundamento de la ética sexual.

b) Esquema de una moral sexual matrimonial: Los santos Padres afrontan


raramente profesamente el tema del matrimonio; lo hacen casi siempre hablando
de la virginidad y de la viudez, hacen excepcione a esta regla San Juan
Crisóstomo y San Agustín. Pero esto no quiere decir que los padres no hayan
desarrollado una profunda teología sobre el matrimonio cristiano.

En este momento nos interesa directamente la enseñanza moral con respecto


al comportamiento sexual en el matrimonio. Los pastores de la Iglesia debieron
dar respuestas y orientaciones a las preguntas de los fieles acerca de la vida
práctica del matrimonio: deberes recíprocos, castidad matrimonial, etc. Se
comienza así a esbozar una moral sexual matrimonial. Los aspectos que más
preocupan son los siguientes:

1. El Acto Conyugal: un acto lícito, pero con algunos pecados. La doctrina


sobre la licitud del acto conyugal fue muy discutida y no se impuso sin dificultad.
También admitida la sustancialidad lícita del acto no faltaron algunos aspectos
valorados negativamente que reclaman hoy nuestra atención. Sobre este punto
se impuso el parecer de San Agustín, aceptado y más concreto por Gregorio
Magno.

Tertuliano parece considerar repugnante las relaciones conyugales, pero las


acepta en cuanto necesarias a la conservación y a la propagación de la raza
humana. Es severo con respecto al matrimonio porque ven en él una concesión
de Dios a aquellos que no quieren o no pueden observar la continencia. Para San
Girolano, el uso del matrimonio no es una falta sino un obstáculo a la oración.
Apreciaciones del mismo tipo hacen otros padres. El pensamiento de San
Agustín es más complejo. El pecado ha hecho nacer en el hombre la
concupiscencia que es siempre unida al acto conyugal. El matrimonio en sí no es
pecado; es unido a un mal, pero el matrimonio transforma en bien este mal. En el
acto conyugal hay un desorden: por esto el hombre se avergüenza de esto, pero
este desorden es querido para un fin honesto, por esto en él no hay pecado. La
argumentación que da es: algunas cosas son buenas en sí mismas, como la
sabiduría, la salud, etc, otras son buenas en cuanto son un medio para obtener
la primera, como la alimentación, el sueño, etc. Entre estas últimas San Agustín
coloca el acto conyugal. La moralidad de estos medios depende del fin para el
cual se emplea: si se persigue el fin al cual fue ordenado, si opera bien, si aquí se
priva de ellos, en el caso que no sean necesarios, se obra mejor; si allí se
emplean separándolos de su fin, se peca gravemente.
Estos principios van aplicados al acto conyugal. Si este se abstiene es una
prueba de virtud superior, si se sirve de él para el fin natural de la procreación, el
acto es lícito. Si busca o prevalece la búsqueda del placer, entonces es pecado.

San Agustín no se hace ninguna ilusión. La pureza de la intención que se exige


en el acto conyugal es rara y difícil. Alcanza a afirmar que si son esposos
encuentran más fácil observar para toda la vida la continencia que tener del todo
intenciones puras en la práctica del acto conyugal.

San Gregorio Magno sigue la doctrina de San Agustín, pero la hace progresar
en una formulación más clara. Según él, el acto conyugal es en sí lícito y casto,
dado que es querido por Dios. Pero es muy difícil que en la práctica los esposos
respeten la bondad de tal acto, dado que frecuentemente se mezclan la
concupiscencia, ultrapasando el fin querido por Dios. Por esto el acto conyugal es
siempre manchado por un pecado, no porque "se hace alguna cosa ilícita" sino
porque "no se controla esto que es lícito". Se trata de una falta leve que, no por
esto deja de ser una falta; por esto David ha dicho que todos hemos sido
concebidos en el pecado, por lo cual los esposos deben pedir frecuentemente
perdón a Dios.

2. Fin Procreativo: Justificación del acto conyugal. Como se ha visto los padres
declaran lícito el acto conyugal suponiendo que los esposos tengan en cuenta
esto que constituye el fin directo y la razón de ser: la procreación. Ya San Agustín
afirmaba que si los cristianos se casan es con la intención de tener hijos. Esta es
una doctrina común de los Padres. La enseñanza de San Agustín es muy clara al
respecto: sólo el fin procreativo hace que el acto conyugal no sea un pecado sino
un acto legítimo, honorable y por esto un deber; es más el vínculo matrimonial no
puede ser roto así los esposos no alcancen tal fin deseado.

3. Restricciones en la vida sexual. Los padres indican algunos días o


circunstancias que limitan el uso del matrimonio. Clemente de Alejandría ordena
a los esposos abstenerse durante las menstruaciones de las mujeres, durante el
tiempo de la gravidez, en la juventud y en la vejez. San Girolano excluye de la
comunión por algunos días a los esposos que han hecho uso del matrimonio;
exige algunos días de continencia, como preparación obligatoria a la comunión.
San Agustín agrega entre las circunstancias restrictivas la gravidez: "hay hombres
a tal punto dominados de la incontinencia che no se abstienen de acostarse con
su esposa ni siquiera cuando esta se encuentra en estado interesante". San
Gregorio Magno quiere que el hombre se abstenga por algún tiempo antes de
entrar en la Iglesia; esta abstención es una prueba de respeto hacia el lugar
sagrado. Cesario de Arles recomienda en la predicación a sus fieles la abstención
del acto conyugal: antes de las fiestas, durante la cuaresma hasta el fin de la
fiesta de Pascua, el domingo y durante la gravidez.

3. Mística Matrimonial: En los padres encontramos un esquema de mística


matrimonial cristiana. No se trata de una espiritualidad matrimonial completa, sino
que hacen falta elementos de interés. Clemente de Alejandría ve en el matrimonio
la presencia del Señor: proclama la igualdad entre el hombre y la mujer. San
Agustín reconoce en el matrimonio un amor más perfecto del amor sexual.
4. Vicios y virtudes en el comportamiento sexual: No hay que olvidar que el
contexto pastoral en el cual ellos debieron exponer la doctrina cristiana exigía
esta forma recriminativa y de reprobación.

Aquí se señalarán los nuevos aspectos que emergen. Es inútil decir que son
condenados los pecados de adulterio, fornicación, incesto, aborto,
homosexualidad, bestialidad, etc.

La Anticoncepción: La condena de la anticoncepción por parte de San Agustín


es clara, detallada y sistemática; menciona varios procedimientos: droga,
interrupción, los considera pecados contra la naturaleza y sobre la base del
principio que sólo el fin procreativo justifica la relación conyugal, rechaza la
observación sistemática de la continencia periódica a fin de evitar tener hijos. La
condena de San Cirilo de Alejandría es más rápida y menos insistente. Cesario
de Arles condena la contracepción en cuatro pasos de sus sermones: menciona
el procedimiento de ciertas bebidas, en relación con creencias mágicas; y el
motivo económico que los cónyuges aducen convencidos que una descendencia
que supere los dos o tres hijos no puede gozar de la riqueza; la razón que él da
para condenar la anticoncepción es que en tal modo se va contra la naturaleza
del acto conyugal que es hecho para la fecundidad.

5. Pecados en las costumbres: aquí entra toda la gama de recriminaciones,


reprobaciones y prescripciones respecto a las costumbres de los cristianos.
Como ejemplo señalaremos tres autores: Clemente de Alejandría, Tertuliano y
Cesario de Arles.

Clemente (+ 216) ocupa un lugar importante en la historia de la moral. Fue


aquel que por primero y con mayor grandiosidad tentó iniciar sistemáticamente la
teología moral. Con respecto al tema el ha tratado bastante extensamente los
problemas de la moral sexual en el Pedagogo. Condena las conversaciones
obscenas, las familiaridades peligrosas con las mujeres, la falta de pudor en los
baños públicos.

Tertuliano (+ 220) en su escritos morales condena el culto en el vestir (joyas,


adornos de plata, oro) y cada embellecimiento del cuerpo. Los motivos sobre los
que basa estas prohibiciones a las mujeres son: no ser causa de tentación para sí
misma y de escándalo para los otros, su belleza no interesa al marido, significaría
corregir el plan de Dios; teñirse el cabello de rojo es un nefasto presagio del fuego
del infierno; el maquillaje no resucitará con el cuerpo. El rigorismo de Tertuliano,
dividió a otros escritores.

Cesario de Arles (470-543) es un fiel discípulo de San Agustín; no es un


moralista teórico, sino un pastor que busca modelar las costumbres de sus fieles.
La doctrina expuesta en sus sermones representa la transición entre el período
de los padres y aquel de los penitenciales; la influencia de Cesario sobre la
disciplina sucesiva ha sido grande: el representa un anillo de conjugación entre
las dos épocas. La predicación moral de Cesario de Arles trata con frecuencia el
tema de la moral sexual. Exhorta a los jóvenes a conservar la virginidad antes del
matrimonio y a los esposos a observar la fidelidad conyugal. Condena el adulterio
tanto del hombre como de la mujer, oponiéndose a la costumbre de tratar
severamente a la mujer. Si bien sea autorizado de la ley el concubinato es peor
del adulterio. Para prevenir estos vicios es necesario evitar las conversaciones
lascivas y los excesos en el comer. Los clérigos, los casados deben evitar la
familiaridad con mujeres extrañas; las vírgenes deben ser castas en el cuerpo y
en el corazón; Las religiosas evitarán toda mirada indiscreta al rostro de los
hombres y cada complacencia por el sonido de su voz, también si es aquella del
lector.

2.2. Edad Media: Formación de la Moral Sexual

2.2.1. La Época de los Penitenciales

Desde el punto de vista teológico lo que va del 600 - 1200 es una época
infecunda para la moral. No se hace sino repetir y ordenar de un modo práctico la
enseñanza de la patrística; en este sentido tienen importancia para la moral los
sermones de los predicadores y los decretos de papas, obispos y de los concilios.

Pero donde precisamente se encuentra una de las líneas maestras del edificio
de la historia de la moral es en los libros penitenciales. Se trata de un género
literario nuevo, cuya orientación práctica durará hasta nuestros días a través de la
Suma de los confesores y las Instituciones de moral casuística. Los penitenciales
cubren el período de tiempo que va del fin de la época patrística al s. XII.

En cuanto a la moral sexual, se puede hacer la breve síntesis. Como para los
santos padres, también para los autores de los penitenciales, el uso de
matrimonio es aceptable solamente si es legitimado de una efectiva posibilidad de
procreación. Prohíben las relaciones sexuales a aquellos que son incapaces de
procrear, sea que se trate de incapacidad permanente (esterilidad, madurez
sexual o vejez), sea que se trate de incapacidad transitoria (en caso de gravidez,
durante el ciclo menstrual, etc). Alcanzan hasta prohibir las relaciones conyugales
realizadas sin intención de procrear. Los pecados sexuales son vistos en un
contexto y en un ambiente de magia y de idolatría sobre todo el aborto y la
anticoncepción, que se rechazan duramente. Delante de este aprecio es evidente
que la sexualidad no es considerada una realidad capaz de ser portadora de
valores humanos o religiosos. Para que estas afirmaciones no queden muy
generales y porque es muy difícil hacer una síntesis completa de la moral sexual
de todos los penitenciales enviamos a la lectura directa del Penitencial de
Bucardo. Se trata del penitencial más importante de la época de la reforma
gregoriana (850-1050) y, en general, de toda la Edad Media. Compuesto entre el
1008 y el 1012, constituye el libro XIX del Decreto de Bucardo y su composición
es ecléctica en cuanto recoge diversos elementos de otros penitenciales
anteriores.

2.2.2. Época de la Escolástica (s. XII y XIII)

Si los penitenciales son los testigos de la moral sexual en un época ruda y


bárbara de la cultura europea, con el avanzar de la Edad Media asistimos a una
situación de mayor elevación y humanismo en la civilización occidental.
Con respecto al comportamiento sexual en Europa, debemos señalar la aparición
del concepto de amor caballeresco. La literatura difunde el tema de la "dama" del
"caballero" y del "amor cortes". La duración de la "edad de hierro" se endulza y la
vida amorosa adquiere nuevos matices y nueva cualidad en torno a los castillos y
en ocasiones de fiesta, juegos, batallas y peregrinaciones. En la vida secular
europea nace un nuevo concepto de amor, que tiene sus repercusiones también
sobre la vida cristiana misma; por ejemplo en la práctica de la piedad, a cuyo
interno la devoción a María adquiere un gran relieve.

Necesita constatar otro hecho, que ofusca el precedente. Casi todas las
sectas heréticas del s. XII y XIII atacaron resueltamente el concepto de
matrimonio y se opusieron a un comportamiento sexual normal y equilibrado. Los
adversarios más fuertes fueron los cátaros. Su ataque fue radical, teniendo como
tesis dos principios fundamentales: a. Cada placer de la carne es culpable; el
matrimonio no es que la organización de tal placer (es un prostíbulo); b. la
generación humana es obra del diablo: ha hecho descender en un cuerpo
miserable un alma que vivía feliz junto a Dios.

La posición de los teólogos moralistas con respecto a la sexualidad al inicio es


bastante pesimista. No podía ser de otro modo, si tenemos en consideración la
tradición anterior de los padres, de los primeros escritores medievales, de los
predicadores, de los penitenciales y de los canonistas.

Pedro Lombardo recoge la tradición anterior y lanza las bases de una teología
del matrimonio. Los aportes de casi todos los teólogos de siglos sucesivos se
adaptarán y harán referencia a este esquema de Pedro Lombardo hasta la
reforma tomista de Salamanca (s. XVI), el libro de las Sentencias será sustituido
como texto fundamental en las lecciones y en los comentarios de la Suma
Teológica de Santo Tomás. Antes del pecado la unión sexual era lícita y buena,
después de la caída esta unión es acompañada de la concupiscencia, por tanto,
es culpable a menos que no tenga la excusa de la búsqueda del bien del
matrimonio. La cópula finalizada en la procreación no es pecado.

La doctrina de Pedro Lombardo tuvo una rápida difusión y una influencia


prolongada. Sus comentadores exponen la moral sexual de los esquemas por él
formulados. El tono general es pesimista y riguroso. Muchos canonistas y
teólogos sostienen que el acto conyugal no se puede jamás cumplir sin pecado.
Las limitaciones en los ejercicios de las relaciones conyugales se multiplican
excesivamente. Hay autores que prohíben casi todos los días de la semana,
invocando razones particulares: el domingo para conmemorar la resurrección del
Señor, el lunes porque es consagrado a los difuntos, el jueves para conmemorar
la pasión de Jesús, el viernes para conmemorar la muerte, el sábado para honrar
a la Virgen.

San Alberto Magno y Santo Tomás señala una reacción positiva en la moral
sexual de frente a un rigorismo y a un pesimismo excesivo. Todos admiten que el
puesto de San Alberto Magno en la ética sexual representa una novedad con
respecto a la idea de sexualidad típica de la teología de los siglos precedentes.
Su aporte fundamental está en haber puesto de relieve - bajo la influencia de
Aristóteles - el carácter natural y honesto del sexo, de la relación conyugal y del
placer que normalmente acompaña el ejercicio de cada función natural. Con San
Alberto entra en la moral el soporte "natural" -la base antropológica, se diría hoy-
de la ética sexual. Prueba que la "virtud generativa" es una "virtud natural" y que,
de consecuencia, el acto conyugal es bueno y necesario. Santo Tomás participa
del mismo optimismo y de la misma visión positiva de la sexualidad. Tanto en el
uno como en el otro desaparece la idea de las "justificaciones" para realizar el
acto conyugal; estas "justificaciones" no son motivos extrínsecos sino "intrínsecos
al sacramento". Santo Tomás introduce el tema de la moral sexual en el cuadro
de la virtud de la templanza. Esto será mantenido y enriquecido de los
comentarios de la Suma en los siglos siguientes hasta nuestros días.
Reconociendo la importancia que ha tenido para la ética sexual en un cuadro
seguro, no hay duda que eso ha servido para reducir y empobrecer el tema de la
moral sexual.

2.3. Edad de Oro de la "Suma para los Confesores" (s. XIV-XV)

Durante los s. XIV y XV viene un cambio notable en el horizonte de la T.M.


Fueron los Ockamistas a dominar el campo de la moral después de Santo
Tomás. A la base de la moral de estos siglos está la metafísica de Guillermo de
Ockam (+ 1349). Fue sobre todo el concepto de "singular" a dar una tonalidad
individualista, extrinsecista, voluntarista y legalista a toda la ética. El acto
individual viene sobrevalorado y como justificación suprema de la bondad moral
de las acciones viene indicada la voluntad divina.

La influencia de este tono también se hace sentir en la moral sexual. Los


teólogos continuaron tratando este tema en el libro IV del libro de las Sentencias
de Pedro Lombardo, sobre todo para justificar el acto conyugal. De hecho, la
búsqueda de las motivaciones que justificasen el acto conyugal constituye para
los teólogos de la Edad Media uno de los temas principales y una de las mayores
preocupaciones en la moral fundamental. El ejercicio de la sexualidad al interno
del matrimonio asume un tono individualista y egoísta, tiende a desaparecer el
aspecto interpersonal y de apertura al otro, que es característica de la sexualidad
humana.

Junto a los comentarios de las Sentencias un género literario de gran


importancia en la historia de la T.M. es la "Suma para Confesores" que
constituye el anillo de conjunción entre los libros penitenciales y las instituciones
de moral casuística.

2.4. La Moral Sexual en los Últimos Siglos

En la Edad Moderna el comportamiento sexual adquiere modalidades muy


variadas. El Renacimiento comportó un cambio radical en la cultura que
repercutió sobre la concepción europea; el contacto con otros países y otras
costumbres en la época del descubrimiento, ayudó a abrir el mundo
ideológicamente cerrado de la Edad Media. Las costumbres sociales, todavía
continuaron dependiendo de un riguroso control moral y social. La literatura supo
evitar tal rigorismo creando tipos y figuras que son la negación de cada control
social.
La Revolución francesa introdujo otro cambio fundamental en la vida europea:
desplomó un mundo de vida ficticia, centrada sobre todo en la corte y en la
nobleza. La Revolución Francesa fue una puerta abierta en la cual entró un aire
nuevo. La mujer participó a los trabajos de la revolución, comenzó así su
emancipación y apareció otro modo de entender las relaciones entre los sexos.
No todos fueron valores; basta recordar que hace su aparición en este período un
factor de disgregación del amor: el divorcio. Este cambio fue necesario.

En el s. XIX se forjan los movimientos que explotarán en nuestro siglo. La


revolución industrial, esclaviza la mujer en el campo laboral, también señala el
inicio de su independencia. La concentración urbana, índice del aumento
demográfico coloca sobre el tapete el tema de la reproducción y de los métodos
de su regulación y control. La etnología, la sociología, la psicología "liberan" la
noción de sexualidad y colocan las bases de una auténtica ciencia de la
sexualidad. Las costumbres experimentan un rigorismo y un fariseísmo
exagerado. Es la época del puritanismo Vitoriano, que se extiende por toda
Europa y se difunde también en América; los misioneros protestantes de América
del Norte son los portadores de una moral puritana bajo todos los aspectos, pero
principalmente en el campo de la sexualidad.

Estas contradicciones del s. XIX entraron en nuestro siglo. Pero por factores
de carácter muy diverso, el panorama ha tenido otra variedad. La revolución
técnica junto con sus consecuencias como el urbanismo de masas, el ocio, el
turismo, etc, ha sido un factor importante en la actual revolución sexual. El
progreso científico sobre este terreno ha consentido el paso de una época pre-
científica a una científica en el campo del sexo.

Que papel ha tenido la T.M. en estos cambios del comportamiento sexual


durante la Edad Moderna? No podemos señalar el papel de "moderadora" de
tales cambios; desafortunadamente, en este aspecto como en otros, los
moralistas no han sabido estar a la altura de su situación histórica. Todavía no
faltará interés e importancia buscar conocer sus juicios en materia de moral
sexual.

2.4.1. El Renacimiento Tomista (segunda escolástica).

A la Universidad de Salamanca le espera la gloria de haber abierto en el s. XVI


la moral cristiana, con gran profundidad de búsqueda y con una gran altura de
responsabilidad cristiana y humana, a los grandes problemas del "hombre nuevo"
del renacimiento y a las grandes perspectivas del "mundo nuevo" descubierto.

Los estudios de la escuela de Salamanca se orientan sobre todo a la moral


internacional y hacia la línea de la moral económica y social. No ofrecen una
contribución revolucionaria en el campo de la moral social. Donde más bien
encontramos una piedra en la evolución de la moral sexual y en el período que
sigue al Concilio de Trento. Según Le Bras, "el período mejor para la historia
literaria de la doctrina matrimonial es sin duda, junto a la segunda mitad del s.
XIII, el período de 1585 a 1635". En este período aparecen tres excelentes
tratadistas españoles: Pedro de Ledesma, Tomás Sánchez y Basilio Ponce de
León.
2.4.2. La Crisis de la Moral en los s. XVII y XVIII

Se puede reducir a un esquema muy simple. La misma posición de los autores


de casuística, que andaban en busca de los detalles de los cuales no se podía
prescindir lleva a muchos al laxismo. Sus excesos provocan una reacción de
rigorismo, representado principalmente por los jansenistas. Estas mismas
tendencias se enfrentan en los límites de la ortodoxia, defendida de teólogos
probabilistas y probabilioristas, dando lugar a violentas discusiones. Habrá
necesidad de la lenta madures de la obra de San Alfonso María de Ligorio para
indicar el principio de la pacificación.

La obra de San Alfonso como moralista tiene una importancia decisiva en la


historia de la moral. Con el se concluye una etapa evolutiva de la T.M.
comenzada a partir del s. XVI, con la estabilización del género de las
"instituciones morales". San Alfonso es el soporte seguro de toda la moral
casuística sucesiva: si bien no todos aceptan su sistema, casi todos aceptan sus
soluciones prácticas a casos particulares. Fue declarado doctor de la Iglesia en
1871 por Pío IX y en 1950 patrón de los confesores y moralistas por Pío XII.

San Alfonso expone la moral sexual en su Theologia Moralis. Retoma la


doctrina precedente sobre todo a partir del s. XVI, imprimiéndole el marco de la
prudencia y su espíritu práctico. En algunos puntos su doctrina resulta
excesivamente rígida para nosotros; de todas maneras sus soluciones deben ser
valoradas al interno de la dinámica evolutiva de la historia de la moral.

2.4.3. Entre los esquemas de la Moral Casuística (s. XIX y XX)

Después de San Alfonso la moral sexual sigue el camino de la teología moral


católica. La moral sexual es expuesta en dos momentos distintos: en el tratado
del sexto y noveno mandamiento (o en el tratado de la virtud cardinal de la
Templanza) y en el tratado del matrimonio.

CAPITULO III
EL CRISTIANISMO Y LA SEXUALIDAD

La relación entre cristianismo y sexualidad ha tenido manifestaciones muy


distintas y complejas. La comprensión y el ejercicio de la sexualidad al interno de
la cultura occidental no pueden ser interpretados sin el dato socio-religioso del
cristianismo. No es posible hacer una hermenéutica completa de la vivencia y de
la realización social del cristianismo sin tener en consideración el dato de la
sexualidad. De la administración administrativa de la Iglesia Católica, hasta la
verbalización de la experiencia mística cristiana, la sexualidad constituye en el
cristianismo una clave de interpretación privilegiada

1. Dimensión Mistérico-Religiosa de la Sexualidad

1.1. Modos No Correctos de entender y de vivir la Dimensión Mistérico-


Religiosa de la Sexualidad.
En el curso de la historia han existido muchas formas no correctas de colocar
en relación la sexualidad con la religión. Veamos tres ejemplos:

a. Sacralización Tabuísta: Por el conocimiento de la conducta sexual de los


pueblos primitivos disponemos de dos procedimientos principales: el estudio
directo de las líneas que ellos poseían (instrumentos de trabajo, muestras de
"arte", disposición de los pueblos...) y el estudio de los pueblos "naturales"
actuales.

En cuanto a la importancia que los pueblos primitivos atribuyen a la


reglamentación sexual, basta notar que la sexualidad, junto al homicidio
constituye el tabú más importante. El orden sexual es una punzada recta que
abraza la mayor parte de las situaciones de vida, tanto del individuo como de la
tribu.

Buscando de calificar la orientación general de la regulación sexual de los


pueblos primitivos es oportuno tener en consideración que ella se basa en la
característica de una realidad más amplia. Tanto en la religión como en la magia
el punto de partida es el mismo: la experiencia de la insuficiencia y de la
relatividad de todas las cosas humanas.

En la actitud religiosa el hombre actúa con humilde reconocimiento de sí mismo y


pide la ayuda divina; en la actitud mágica, el hombre busca aumentar las propias
fuerzas mediante la apropiación fraudulenta (mágica) de un orden a él superior.

Estas dos actitudes fundamentales frente a la realidad da lugar a dos tipos de


órdenes. En la actitud religiosa, ética y religión están íntimamente unidas; la
actitud religiosa es algo fundamental para el êthos. La actitud mágica en cambio,
no favorece una dimensión ética, sino más bien un orden calculado e
intramundano. La referencia se advierte en el campo de la ética sexual. Mientras
en la actitud religiosa está el predominio del respeto, de la ausencia de pasión y
de obediencia a un orden establecido, en la actitud mágica predomina una
concepción pasional y maliciosa de la sexualidad.

Las dos concepciones éticas de la sexualidad en los pueblos primitivos tienen


algo de común que las define. La orientación general de la ética sexual de los
pueblos primitivos es de tipo tabuista.

El contenido de la ética sexual de los pueblos primitivos se manifiesta


principalmente en los tabúes sexuales. Señalemos algunos puntos:

- La Sexualidad en el Matrimonio: El comportamiento sexual en el matrimonio


es controlado de una serie de tabúes, entre los cuales se resalta: * El tabú del
adulterio: la mujer adúltera (y muchas veces el marido adúltero) son severamente
castigados. La gravedad de la condena varía de un grupo al otro; de una simple
amonestación a un castigo hasta la muerte. * El tabú de la sexualidad anárquica:
frecuentemente las relaciones son limitadas también en el ámbito del matrimonio.
Tales restricciones se extienden a un amplio campo de situaciones diversas:
gravidez, de cosecha, en ocasiones de expedición de guerra, para determinadas
celebraciones religiosas.

- Comportamiento sexual de los Jóvenes: las relaciones entre los sexos antes
del matrimonio asume modalidades muy variadas. En algunos pueblos se
establece una separación severa, con la prohibición de cada encuentro,
determinando que dos personas de sexo diferente no pueden estar juntas sin
llegar a las relaciones sexuales. En cambio, en otros pueblos es la costumbre de
un comportamiento natural entre los sexos.

- Valoración de la Virginidad: en los pueblos primitivos no se encuentra estima


por la abstinencia perpetua, sino que se encuentra un gran aprecio por la
virginidad de los jóvenes antes del matrimonio. Este tabú matrimonial está unido
al rito y al significado de la defloración y se trata de una virginidad intensa en
sentido físico. La violación de este tabú es castigada en modos diversos: pena de
muerte, expulsión de la comunidad, muerte del hijo ilegítimo, etc.

- El Tabú del incesto: este tabú se presenta bajo dos formas: algunas veces es
tabú cada relación sexual entre parientes consanguíneos; otras veces es tabú
cada relación sexual al interno de un determinado grupo de personas que se
consideran ficticiamente consanguíneas en virtud de un orden artificial
establecido.

b. Sacralización Mítico-Ritualista: Nos referimos a las grandes culturas con las


cuales entró en contacto el pueblo de la Biblia: Mesopotamia, Siria, Canaán y
Egipto. La concepción que estas culturas tienen de la sexualidad se podría
resumir en estas palabras: "El pensamiento religioso sacraliza la sexualidad
humana y todo aquello que está en relación con ella por medio de los dos medios
clásicos del mito y del rito".

Los mitos constituyen en las religiones antiguas las formas de pensamiento


más elevada. En los mitos se plasman las concepciones que los hombres tienen
de la realidad. El hombre proyecta en ellos toda su experiencia de vida: vida
social, relación con el cosmos y con la divinidad, De otra parte los mitos son
sacralizados en cuanto constituyen la representación plástica de historias divinas
acaecidas en los primeros tiempos de la humanidad o de un pueblo particular. El
tema de la sexualidad es un caso particular en el cual este concepto de mito
encuentra aplicación. La sexualidad humana es una realidad sacra en cuanto
reproduce una serie de historias divinas acaecidas en tiempos míticos. Los
diversos aspectos de la relación hombre-mujer reciben una concretización en los
diversos mitos. Pongamos en relieve:

* Mito de la Fecundidad: centrado sobre la figura del dios-padre y de la diosa-


madre, relacionados con el tema de la creación.

La diosa-madre es personificada por la tierra, generadora de la vegetación, el


dios-padre está en relación con la lluvia, en cuanto elementos fecundadores que
hace germinar las plantas en el seno de la tierra. Este esquema de base se
complica en las diversas culturas, pero en este podemos encontrar la explicación
mítica de un aspecto de la sexualidad humana. Esta en cuanto fuerza
fecundadora tiene su arquetipo, su realidad y su sacralización en el mito del dios-
padre y de la diosa-madre.

* Mito de amor pasional: centradas en la figura del dios-amante y de la diosa-


amante, no necesariamente identificados con el dios-padre y la diosa-madre. En
las diversas historias de las pasiones amorosas de los dioses, el amor humano
encuentra su justificación y su sacralización. Todos los amantes viven bajo la
esfera de influencia de Istar, Veneres o Afrodita.

* Mito del matrimonio: centrados en la figura del dios esposo y de la diosa


esposa. Todas las religiones tienen su historia.

Los mitos reciben su complemento en los ritos, tiene una traducción ritual.
Mientras los mitos sacralizan la realidad en el descubrir el fondo de sus tipos, los
ritos la sacralizan mediante la acción; reproduciendo los gestos divinos, sobre
todo en el culto, el hombre se asocia a la acción divina y se introduce en la esfera
de lo sacro. También sobre el plano de los ritos aparece el tema de la sexualidad.
Hay ritos sexuales que sacralizan la sexualidad humana y aseguran sobre ella la
protección divina. También estos ritos se pueden diferenciar según los tres
aspectos observados en los mitos sexuales:

* Rito de Fecundidad: entre los cuales se explica la "Hierogamia", que consiste en


la celebración solemne de la unión sexual tipo del dios-padre con la diosa-madre
mediante la unión sexual del sacerdote con una sacerdotiza. Esta celebración
tiende a provocar la actuación de la fuerza fecundadora de la naturaleza y de la
pareja humana.

* Rito del amor pasional: el culto de la diosa amante traduce la unión sexual de
los hombres con las prostitutas sagradas que están al servicio de la diosa. A
través de esta unión, que no debe ser valorada con nuestras categorías morales
actuales, se persigue una sacralización de la sexualidad humana y por esto la
eficacia divina en la fertilidad del ganado y de los campos.

* Ritos matrimoniales: el ritual del matrimonio, principalmente del matrimonio real,


está en relación con el matrimonio divino. Es por esto mismo sacralizado.

c. La Neosacralización de la sexualidad en el mundo actual. Cualquiera que se


esfuerce de descubrir, desde un punto de vista teológico, algunos puntos de vista
establecidos en la profusión de publicaciones recientes dedicadas a la sexualidad
encontrará al menos dos: la tendencia a transformar la sexualidad en campo de
experimentación de una nueva religiosidad, en la perspectiva de la
neosacralización de la sexualidad y la tendencia a colocar el carácter liberador,
hoy tan acentuado en la sexualidad, como un factor de la gran revolución que
busca conducir la hombre hacia una nueva toma de conciencia en todos los
campos de la vida social y de la cultura.

La neosacralización de la sexualidad se une a otros fenómenos errados del


mundo actual sobre todo entre los jóvenes. La "religión del sexo" o la "religión de
la droga", es, muchas veces, la versión secular y falseada de la auténtica religión.

1.2. Hacia un modo correcto de entender y vivir la apertura de la sexualidad


al Absoluto.

La concepción científica de la sexualidad nos impide de considerarla y de


vivirla en una relación falsamente sacralizada con lo religioso: en clave de tabú,
en clave mítica, en clave de orgía mistérico-sexual. Estas explicaciones erradas
de la sexualidad nos indican que existe un favor que, interpretado
insuficientemente, da su origen. Efectivamente, en el gesto integral que
manifiesta (la sexualidad), el hombre se experimenta como proyección hacia una
suprema cima de poder: siente que ha superado en la unión con el otro y en su
posesión los propios límites individuales, se percibe como generador y creador de
la vida.

Hay tres aspectos fundamentales en los cuales se puede descubrir la apertura


de la sexualidad humana al absoluto:

* La sexualidad humana tiene una gran Capacidad de Simbolizar lo religioso.


Casi todas las religiones han utilizado la relación sexual como imagen para
manifestar el encuentro y la relación del hombre con Dios. En la tradición Judeo-
cristiana, esto es uno de los símbolos permanentes: en la predicación profética,
en las descripciones de las experiencias míticas, etc.

Si bien en las comparaciones de esta capacidad comparativa de la sexualidad,


nuestra cultura se muestra reservada y reticente, no dejamos de reconocer su
importancia como factor que permite descubrir y de vivir la dimensión mistérico-
religiosa de la sexualidad.

* Otro trato de la sexualidad que nos descubre la dimensión de profundidad


mistérico-religiosa es la Capacidad Celebrativa propia del comportamiento
sexual. No nos referimos a las celebraciones sacras de la sexualidad, sino al
contrario a la dimensión festiva de la misma realidad humana de la sexualidad. El
comportamiento sexual se puede entender como la celebración de la ternura. Si
bien en cada celebración humana hay una abertura por la que aparece la
búsqueda profunda en Gozo definitivo. A partir de esta constatación podemos
descubrir una relación profunda entre la fiesta religiosa y la dimensión celebrativa
del comportamiento sexual. Relación que manifiesta la inevitable apertura de la
sexualidad al absoluto.

* El tercer factor que nos revela la dimensión trascendente de la sexualidad


humana es el mismo Análisis Antropológico del fenómeno sexual. Se reconoce
al interno del comportamiento sexual una posibilidad de apertura hacia la
trascendencia. La sexualidad puede tener un ámbito de vivencia y un horizonte
de comprensión en el mundo religioso. Existe por tanto, junto a la hermenéutica
psicológica, existencial y socio-política, la hermenéutica religiosa del fenómeno
sexual.

2. La difícil asimilación de la Sexualidad por parte del Cristianismo


Histórico.

Al interno de la hermenéutica religiosa del fenómeno sexual en occidente el


cristianismo reviste un relieve especial. La cosmovisión cristiana ha condicionado
profundamente la realización histórica de la sexualidad; pero a su vez la
realización histórica del cristianismo ha sido notablemente influenciada por la
concepción de la sexualidad.

La asimilación de la sexualidad de parte del cristianismo histórico ha sido


difícil. Se puede hablar de un "conflicto" entre sexualidad y cristianismo; conflicto
que pide una "reconciliación". Esto no impide reconocer el papel positivo que el
cristianismo ha tenido para una recta comprensión y una vivencia no desviada de
la sexualidad al interno de la cultura occidental.

2.1. Complejidad y Valoración.

Cuando se habla de relación entre cristianismo histórico y sexualidad se alude


a un argumento extremamente complejo. Es difícil incluir en una sola afirmación
posiciones diversas. Cuando en este tema se habla del cristianismo necesita
entender por "cristianismo" no sólo preferentemente la posición de la Iglesia, sino
más bien las actitudes históricas de la cultura occidental cristiana. En este sentido
es difícil separar esto que pertenece al cristianismo y esto que es propio de la
cultura occidental.

Admitida la complejidad del tema retengamos que se pueda mantener la


afirmación que el cristianismo ha sabido seguir un camino intermedio entre los
extremos de la "exaltación indebida" del sexo y del "desprecio por lo corporal-
sexual". El cristianismo histórico ha sabido recoger y salvaguardar la sustancia
del mensaje bíblico del amor y de la sexualidad; no solo ha colocado en evidencia
algunos valores relativos a la sexualidad, como la virginidad y la castidad
conyugal. Al mismo tiempo ha deducido de los principios fundamentales de la
revelación criterios más concretos de comportamiento y los ha aplicado a
situaciones nuevas.

2.2. Conflictos entre el Cristianismo Histórico y la Sexualidad.

Se debe tener en cuenta la sexualidad sea a nivel de conceptos que a nivel de


vivencia. En el cristianismo histórico la sexualidad ha sido vivida, y lo es todavía,
de forma conflictiva. Sin dejar de reconocer la existencia de elementos muy
positivos en la historia del cristianismo en relación a la sexualidad, debemos
también confesar el elevado nivel traumático que la vivencia sexual ha alcanzado
al interno de la Iglesia. Como ejemplos, recordaremos algunos:

* Se debe reconocer que el cristianismo no ha sido liberado del miedo y de la


desvalorización de la sexualidad.

* Al interno de los problemas que la sexualidad ha puesto a los cristianos de


hoy, Pohier ha colocado en relieve tres de orden sobre todo pastoral: el celibato
obligatorio de los sacerdotes, la valoración moral de los métodos de control de los
nacimientos y el comportamiento pastoral hacia los divorciados. Se trata de tres
aspectos en relación con la sexualidad que no han tenido la posibilidad de ser
sobrepuestos a un libre y sincero debate en el Concilio Vaticano II. La Santa
Sede se ha reservado el derecho de orientar y de decidir sobre esto.
* Se ha colocado muchas veces en relieve el feo tiro que una concepción no
correcta de la sexualidad ha jugado al matrimonio. Recordemos las
incongruencias, los errores y la inmoralidad que se introdujo en el pensamiento
cristiano sobre el matrimonio, tanto en la época patrística como en la edad media
y en los últimos siglos.

La ética sexual cristiana es otro de los sectores en los cuales se advierte de


manera evidente la conflictualidad de la sexualidad en la síntesis cristiana. No
obstante todos los intentos de renovar la moral cristiana encuentran todavía en el
ámbito del comportamiento sexual una serie de dificultades que la hacen
extremamente conflictual. El carácter conflictual de la ética sexual cristiana se
evidencia y se prolonga en las dificultades que algunos moralistas que han
tentado de afrontar con una nueva metodología la normatividad sexual han
encontrado en los sectores oficiales de la Iglesia católica.

* El Magisterio Pontificio ha encontrado en el tema de la sexualidad dificultad


que había habido en otros campos del actuar de los cristianos. Son testigos los
magisterios de Pío XII y Pablo VI. "Mientras en la época de Pío XII determinados
"movimientos" intraeclesiales (litúrgico, bíblico, ecuménico, social) hicieron
madurar algunos temas que encontraron confirmación en el Vat II, aquel de la
sexualidad no pudo ser afrontado de manera abierta y natural hasta después de
este pontificado, sobre todo en el sentido de revisar determinados elementos de
la posición de base, o sea más allá de una manera casuista, "fiel a la doctrina", si
bien sobre este tema Pablo VI había sugerido una cierta moderación".

* El puesto y el papel de la mujer al interno de la Iglesia pudo ser adoptado


como un campo en el cual se han dado cita otros factores, prejuicios de orden
sexual. Lo mismo podemos decir de algunas motivaciones históricas del Celibato,
de ciertas estructuras de la vida religiosa y en general, de algunos aspectos de la
estructura eclesiológica.

Estos y otros ejemplos que se pueden añadir colocan y resaltan el carácter


conflictual que la sexualidad ha tenido y continúa teniendo al interno del
cristianismo y más en particular en la vida oficial de la Iglesia. Se insiste
frecuentemente sobre la conflictualidad de la sexualidad en la vivencia personal
de los individuos. Podemos preguntarnos si el origen de tales conflictos no se
encuentra en parte en la falta de una adecuada integración de la sexualidad
interno de los esquemas y de las cosmovisiones de tipo social y religioso.

El cristianismo debe responder a la acusación de aquellos que han visto y ven


en ella una negación de la sexualidad.

2.3. Causas del Conflicto.

El conflicto de la sexualidad en el cristianismo no deriva de la más genuina


cosmovisión bíblico-teológica. El primer trabajo que se impone a la teología de
nuestro tiempo es hacer una obra de purificación de los elementos limpios, no
cristianos, que han sido introducidos en la concepción de la sexualidad. Podemos
señalar muchos de estos elementos: el estoicismo, el dualismo helénico, el
neoplatonismo, la situación pre-científica, los factores personales de diversos
escritores y de los movimientos extremistas suscitados al interno del cristianismo.

En ningún otro terreno como en aquel de la sexualidad, se manifiesta la huella


de enseñanza extrañas a la espléndida luz del evangelio. Los residuos de una
mentalidad platónica, la extrema dificultad de precisar una norma cristiana para la
sexualidad en medio de los abusos paganos, la eventual influencia en uno o en
otro autor de perspectivas excesivamente marcadas a su psicología personal en
materia sexual, se unieron a los datos evangélicos para llevarlos a predicar con
preferencia la virginidad o a conciliar la continencia en el matrimonio y no llevaron
a los padres de la Iglesia a construir una moral conyugal plenamente equilibrada.

3. Hacia una Cosmovisión Genuinamente Cristiana de la Sexualidad.

Para salir de esta situación de conflicto en que el cristianismo ha vivido con


referencia a la sexualidad es necesario redescubrir el mensaje genuinamente
cristiano que mira esta realidad humana. Sólo así se obtendrá una justa
integración de la sexualidad al interno del cristianismo. La reflexión bíblico-
teológica nos ofrece una cosmovisión en la cual la concepción de la sexualidad
humana es armónicamente integrada. Las reasumimos en los siguientes
aspectos:

a) Principio de "Desacralización": La originalidad de la revelación bíblica sobre


el amor y la sexualidad se manifiesta claramente en la ruptura operada de la
religión judaica en relación a las otras religiones circundantes. Estos
experimentaban su concepción de la sexualidad en mitos y ritos y la vivían en
cuadros sociológicos determinados de un derecho común. El pueblo judío no se
opone, sino más bien sanciona el derecho común de la cultura circundante.

El dogma fundamental de Israel, desde sus orígenes, excluye los mitos y los
ritos sexuales. Yahvé, el Dios de los padres que se manifiesta a Moisés, aquel
que libera a Israel de la esclavitud de Egipto, para hacer su propio pueblo, el Dios
que exige un culto exclusivo, Yahvé es único: no hay junto a él otro dios. Todo
cuanto existe ha sido creado por él. Yahvé es radicalmente trascendente.

Esta creencia fundamental de la fe judía excluye todos los mitos sexuales. No


existe ni la diosa-madre, ni la diosa amante, ni la diosa espesa. Si Yahvé es
nombrado con el nombre de Padre, este nombre no se refiere al mito de la
fecundidad divina, sino al modo en el cual Dios se coloca en relación con su
pueblo. La fe israelita, así como la fe cristiana refuta la existencia de una diosa
madre al lado de Dios Padre. En el proclamar la radical trascendencia de Dios, el
hombre toma conciencia de su plenitud de existencia en cuanto criatura: esta
"ruptura" con el Padre Dios es necesaria para alcanzar la madurez existencial de
criatura. La revelación plena del misterio de Dios como trinidad no anula cuanto
habíamos dicho: lo completa. Nos revela el secreto del misterio divino: "Dios es
Amor".

Las normas rituales de Israel, ligadas a la Alianza, prohíben toda aquella forma
que tiende a sacralizar la sexualidad como ocurre en las otras religiones. La
prostitución sagrada es prohibida con la pena de muerte (Dt 23,18-19) así como
la unión sexual con animales (Ex 22,18; Dt 27,21; Lv 18,23). Estas prohibiciones
no excluyeron automáticamente tales prácticas; Israel siente frecuentemente la
tentación de volver a los ritos paganos.

Así, la fe israelita rompe con la concepción mítica que las religiones antiguas
tenían de la sexualidad. No admiten una sacralización mítica de la sexualidad
humana.

b) Principio de "Humanización": Liberada de la conexión mítica, la sexualidad


asume una configuración humana. Es este uno de los aspectos sobre los cuales
más se insiste hoy y que se basa sobre los fundamentos más auténticamente
bíblicos. Tanto para la Biblia como para la Teología "se trata de humanizar la
sexualidad no como medio de satisfacción privada, ni como una especie de
estupefaciente a la entrada de todos, sino como invitación al hombre a salir de sí
mismo. La realización de la sexualidad no asume valor ético cuando se cumple
de modo "conforme a la naturaleza", sino cuando llega conforme a la
responsabilidad que el hombre tiene en las comparaciones del hombre, de la
comunidad humana y frente al futuro humano.

c) Principio de "Comunidad" o de "Apertura al Otro". La sexualidad aparece en


la cosmovisión cristiana, como una posibilidad de encuentro y de apertura al otro.
El recuento más antiguo (Yavista) se interesa particularmente de señalar los
siguientes aspectos: 1) la necesidad de relación interpersonal del hombre: el
hombre no es llamado a vivir en soledad, sino en diálogo de amor interpersonal:
"no está bien que el hombre esté solo"; 2) el diálogo de amor supone la igualdad;
para que sea una relación interpersonal, el hombre debe amar a otra persona
"igual a él que le corresponda y lo complemente"; por esto la mujer es de su
misma naturaleza y dignidad del hombre; 3) el recuento de la formación
misteriosa de la mujer indica la necesidad de integración de los dos seres para
encontrar la complementación y totalidad del ser: "esta si es hueso de mis huesos
y carne de mi carne"; 4) el diálogo de amor busca la unión y se realiza en la
Unidad: "por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer
y los dos serán una sola carne"; aparece así el matrimonio monogámico como
situación perfecta de amor conyugal.

El otro recuento (Sacerdotal) insiste particularmente en: 1) el hombre es


imagen y semejanza de Dios; "Y Dios creó al hombre a su imagen y semejanza
(Gn 1,27b) y en seguida añade : Les crea hombre y mujer"; la sexualidad en
cuanto tal es un aspecto integrante de tal "semejanza" que el hombre tiene con
Dios; 2) El redactor sacerdotal vuelve a insistir sobre la igualdad entre los
cónyuges, porque provienen del mismo acto creador de Dios y condivide el
mismo dominio sobre la creación; 3) pero el aspecto que más reclama la atención
del redactor sacerdotal es aquel de la fecundidad.

En estos dos recuentos tenemos la descripción del prototipo del amor


humano, como ha sido creado y formulado por Dios. Tal es la revelación de la
realidad del amor: los diversos aspectos de la sexualidad no están disociados,
sino integrados para constituir la perfección de un amor interpersonal, sobre la
base de la igualdad y con la dinámica de la fecundidad. Se rechazan todas las
aberraciones sexuales: homosexualidad, bestialidad, etc. La sexualidad no viene
sacralizada del recuero de mitos o ritos sino mediante la verdad de su realidad en
cuanto obra del Creador.

La pareja humana ideal sufre el drama del pecado. El tema del pudor
contraseña la diferencia entre el "antes" y el "después" de la caída. Antes del
pecado "ambos estaban desnudos sin vergüenza" (Gn 2,25); después el pecado
"Los ojos se les abrieron y se dieron cuenta que estaban desnudos" (Gn 3,7). Es
este el misterio del amor y de la sexualidad humana como lo presentan los
primeros capítulos del génesis. Este misterio de sombra y luz se concretizará en
el curso de la historia humana. En la historia de Israel encontramos parejas que
realizan el ideal del amor descrito en el Génesis y parejas que repiten el drama
de desunión del paraíso.

d) Principios de la "Integración" del Amor Humano en el Misterio de la


Salvación. El amor humano según la teología de los profetas está inserido en el
ámbito de la alianza. Los profetas se sirvieron del parangón del matrimonio
humano para explicar las relaciones de Dios con su pueblo. Yahvé es el esposo y
el pueblo es la esposa. El drama de la pareja humana, drama de amor y de
infidelidad, de fecundidad y de infertilidad, es el parangón que permite
comprender mejor el drama de las relaciones de Dios con su pueblo. Los pasajes
proféticos que desarrollan este tema son de una belleza literaria y de una
profundidad teológica impresionante: Os 1-3; Jer 2,20-25; 3,1-5; 31,2-6; Ez 16;
23; Is 54,60-62.

Pero no debemos entender esto simplemente a nivel de parangón. El amor


humano al entrar en el ámbito de la alianza, viene transformado. Tiene ahora un
arquetipo divino para realizar: el amor de Dios para con su pueblo. Cuando la
pareja de Israel vive su amor sabe que realiza el misterio del amor de Dios con su
pueblo. Las cualidades del amor (Fidelidad, ofrecimiento, exclusividad) y sus
faltas (Infidelidad, prostitución de la esposa, etc) reciben una nueva valoración: la
valoración religiosa de la historia de la salvación.

Si inicialmente el amor humano sirve de parangón para manifestar las


relaciones entre Yahvé y su pueblo, esta vocación de alianza "lanza una luz
retrospectiva sobre la realidad humana que le sirve de punto de partida". El ideal
del amor humano no se encuentra solamente en el prototipo de la pareja
inaugural, sino también en el arquetipo del amor divino. Esta intuición de los
profetas es profundizada por San Pablo cuando coloca en relación el misterio
Cristo-Iglesia con el misterio del amor cristiano entre el esposo y la esposa.

e) El Principio de "Plena Revelación en Cristo". El misterio cristiano del amor


humano nace de todo el conjunto del misterio cristiano y se debe entender al
interno de sus coordenadas: fidelidad de Dios a sus promesas de amor (el
pasado de la historia de Salvación); venida de Cristo (presente de salvación) y
definitiva venida de Cristo, el Señor (el futuro escatológico). El amor y la
sexualidad humana reciben una luz y una realidad nueva de este misterio por
muchos siglos escondido y revelado en la plenitud de los tiempos.

La revelación cristiana viene a completar el misterio del amor conyugal en las


dos líneas que encontramos en el A.T: la línea del prototipo de la primera pareja y
aquella del amor divino.
La actitud de Jesucristo frente a la institución del matrimonio es el de exigir el
cumplimiento del ideal del amor que "desde el principio" existe en la primera e
ideal pareja. La enseñanza de Jesús se coloca en la línea de querer llevar a la
plena realización la realidad del amor como lo presenta el Creador. En esto no es
un innovador, sino un restaurador.

El pasaje fundamental es Mt 19, 3-12; Mc 10,1-12. El amor conyugal recibe su


perfección cristiana en la línea del amor divino. Si en el A.T. el matrimonio recibía
una luz donde se tenía en cuenta por los profetas como imagen de la relación de
Dios con su pueblo, en la revelación cristiana, entrando en el ámbito de la alianza
de Cristo con la Iglesia cuya realidad es tipo, tal claridad se hace plena; el pasaje
de Gn 2,24 ilumina la realidad del amor conyugal elevándolo a una altura
increíble.

La revelación cristiana sobre el amor aporta una novedad: el descubrimiento


de la virginidad. Se puede vivir el amor humano en una forma completamente
nueva; el amor tiene una estructura hasta ahora desconocida: una estructura
virginal. El A.T. no conoce el ideal de la virginidad, pues ella aparece como un
antivalor. El celibato de Jeremías (16) tiene un valor simbólico de tipo negativo;
manifiesta la inutilidad de Israel y la calamidad de los tiempos, que impiden
contraer matrimonio.

Con la aparición de Cristo hace su aparición en la historia este nuevo concepto


y esta nueva realidad del amor virginal. La persona misma del Señor, célibe y
virgen, es una revelación: anuncia y realiza la estructura de los nuevos tiempos;
el cristiano adquiere en Cristo la propia estructura fundamental. La esencia del
cristianismo es Cristo. Y Cristo ha vivido su amor en una dimensión de virginidad.
El es la presencia escatológica, el paradigma perfecto del cristiano en su plenitud.
A este paradigma se acercan aquellos que viven en virginidad consagrada.
Podemos encontrar dos series principales de textos: los Sinópticos y San Pablo
(Mt 19,10-12; 22,30; Lc 14,26; 1Co 7).

La revelación bíblica del amor humano tiene otra dimensión. El N.T. nos revela
el misterio genuino del amor conyugal y el gran misterio del amor virginal. Pero
hay algo más: estos dos aspectos del amor -aquel virginal y aquel conyugal- no
son independientes, sino que tienen una estrecha relación. No se comprenden
sino en una mutua relación. Tanto el amor conyugal como el amor virginal tienen
una misma fuente: el misterio de Cristo en cuanto misterio de amor virginal y
nupcial con la Iglesia.

El misterio del amor de Cristo por la Iglesia tiene dos traducciones


institucionales en la vida del cristiano: la institución matrimonial y la institución de
la virginidad. El misterio de Cristo no puede ser traducido en la vida cristiana solo
a través de una de estas instituciones; son necesarias juntas. Los Corintios, a
causa de la radical novedad de la época cristiana, querían colocar fin al
matrimonio, pero San Pablo en Cor 7, les recuerda que el matrimonio continúa
teniendo sentido, luego, si bien la "forma de este mundo pase", durará hasta el
retorno de Cristo. El matrimonio entonces, será "en el Señor" (1Co 7,39) y
participará de la plenitud de su misterio que ultrapasa el misterio del amor
fecundo.

No se puede separar el matrimonio de la virginidad ni la virginidad del


matrimonio. El esposo cristiano no vivirá plenamente el propio amor si no tiene en
consideración que existe otro estado, aquel de la virginidad que lo colma.

Como conclusión de esta sección, dedicada al estudio de la relación entre


cristianismo y sexualidad. Podemos afirmar que la cosmovisión cristiana es capaz
de ofrecernos un modelo teológico válido para corregir y configurar dicha relación.
Si bien la asimilación de la sexualidad por parte del cristianismo histórico sea
difícil, el genuino mensaje cristiano tiene suficiente potencialidad para integrar las
nuevas orientaciones de la antropología sexual. Muchas exigencias que surgen
hoy en el campo de la sexualidad remontan el mensaje de la revelación cristiana.
Si bien al interno del mismo mensaje bíblico no todo sea coherente con respecto
a la sexualidad, el núcleo de la cosmovisión cristiana es capaz de redimensionar
el fenómeno de la sexualidad.

CAPITULO IV
MORAL SEXUAL CONCRETA:
VALORACION MORAL DEL COMPORTAMIENTO SEXUAL

En esta parte trataremos de seguir los siguientes pasos: en primer lugar


discutiendo el sentido y la finalidad de las normas éticas en el campo sexual;
luego, buscar una orientación en algunos aspectos del comportamiento sexual.

1. Sentido y Finalidad de las Normas Éticas en el Comportamiento Sexual.

Es clara a todos la falta de aceptación y de credibilidad de la normativa sexual


cristiana.

La moral de la Iglesia cristiana, oficialmente vigente, es contestada u olvidada en


la mayor parte de los estrados de la sociedad actual; contestación y olvido que
mira a los aspectos concretos (abstinencia sexual prematrimonial, fidelidad
matrimonial, etc), como la totalidad de lo establecido. Esta crisis de la moral
sexual cristiana es susceptible a diferentes explicaciones. Está condicionada por
muchos factores. Uno de ellos -muy importante, según nuestro modo de entender
el problema- es el modo de presentar las normas del comportamiento sexual. La
crisis de la moral sexual se concretiza en gran medida en la crisis de las normas
sexuales.

La doctrina Oficial de la Iglesia y más claramente la reflexión teológica ha


realizado una seria y profunda renovación en la comprensión del significado de la
sexualidad humana. Han aceptado las diferentes hermenéuticas del fenómeno
sexual y han buscado de integrar sus resultados en la cosmovisión cristiana. Este
trabajo ha presupuesto una valoración crítica de la tradición intraeclesiástica y un
discernimiento de las opciones que las hermenéuticas sexuales ofrecen para
configurar la realización histórica del hombre.

A tal renovación en el significado de la sexualidad no ha correspondido una


colocación coherente y adecuada en la formulación de las normas sexuales.
Entre el "significado de la sexualidad" y las "normas sexuales" está creando
serios conflictos en la vida moral de los creyentes y crece la falta de credibilidad
del "Ethos" cristiano en la sociedad actual.

Los principales errores del sistema eclesiástico con respecto a las normas
sexuales pueden ser reagrupados en tres bloques:

1) Las formulaciones de las normas sexuales tiene características que le


hacen perder credibilidad. Podemos señalar: * el modo "autoritario" en la
presentación y en las justificaciones de las normas, que presuponen la
aceptación de una dirección moral o de una moral de obediencia. *el modo
"cerrado" en la formulación de las opciones, no teniendo en consideración la
nueva situación de la "sociedad abierta" y pluralista. *el modo "abstracto" en la
deducción de las normas a partir de algunos principios previamente aceptados y
no colocados en discusión. *el modo "absoluto" de fijar normas con carácter
inmutable y con validez universal. *el modo preferentemente "prohibitivo" en la
presentación de las exigencias de la sexualidad.

2) El contenido expreso de las normas no siempre corresponde al valor real


que la misma norma quiere salvaguardar. De hecho muchas normas sexuales
ofrecen una presentación del valor en el cual domina el condicionamiento
histórico y viene abandonado aquel que es el elemento estructural.

- El juicio moral que está a la base de la prohibición tradicional de la


anticoncepción se formula más o menos en el modo que sigue: "Es inmoral
excluir activamente la procreación en el intercambio sexual, a menos que no
hayan motivos importantes que recomienden evitar la concepción y la continencia
resultando perjudiciales para la pareja". Si bien, las condiciones son tan
cambiadas que no es ahora una excepción, sino un hecho ordinario el caso de
una anticoncepción que sea moralmente justificada. En este caso, el valor
permanece lo mismo pero la formulación debe ser modificada.

- La prohibición de la relación genital extramatrimonial y prematrimonial ha


tenido en la historia de la moral, formulaciones que hacían referencia a los
valores que hoy no son considerados tales, en cambio deben aparecer en la
formulación de la norma moral otros que sean más coherentes con el significado
de la sexualidad humana.

3) En ciertos casos las normas sexuales deben tener una readaptación no solo
en la formulación, sino también en su contenido. ¿Si la concepción de la
sexualidad humana es variada al interno de la doctrina eclesiástica y sobre todo
de la reflexión teológica, como pueden no cambiar algunas normas sexuales?

La desorientación entre significado y norma se advierte de manera clara en la


moral sexual oficial vigente. Böckle se pregunta si la Iglesia está dispuesta a
modificar sus normas sexuales a partir de la nueva concepción de la sexualidad.
Y responde: "De ningún modo. A juzgar por sus orientaciones más recientes, la
Iglesia se muestra cerradamente decidida a mantenerse en las normas
tradicionales: si bien la sexualidad no esté vinculada exclusivamente al
matrimonio, lo está para su plena realización; significa que sigue prohibida cada
oferta sexual fuera del matrimonio o antes de él. Y la Humanae Vitae rechaza
decididamente cualquier tentativa de relajar la prohibición del control de los
nacimientos.

Pero sobre este punto son muchos también entre los mejores, aquellos que no
están de acuerdo. Se sospecha que la responsabilidad de la Iglesia sea muy
tímida y falta de decisión para tirar las consecuencias del nuevo orden de
valores.

Para resolver la crisis de la moral sexual cristiana es necesaria una nueva


fundamentación seria y profunda del sentido y de la finalidad de las normas
sexuales. Solamente así el "ethos" cristiano continuará a sacudir de nuevo la
credibilidad por parte del hombre actual.

El problema del sentido y de la finalidad de las normas es uno de los


principales en el campo de la moral fundamental. Teniendo en cuenta los
estudios y resultados a los cuales se ha llegado en su exposición y solución,
formulemos así nuestro punto de vista:

1) Juzgamos necesaria la existencia de normas en el campo sexual. Basamos


esta afirmación no solo sobre la experiencia histórica de todos los grupos y de
todas las culturas, ni solo sobre sus peligros psico-sociales a la cual conduce una
total liberación de la sexualidad humana, sino sobre todo sobre las convicciones
que los significados de la realidad humana pueden y deben ser vividos a través
de una "normalidad" del comportamiento intersubjetivo. Los "significados" están
dados, pero deben al mismo tiempo transformarse en "humanización", esto se
obtiene solamente a través de un proceso de apropiación "normal" y coherente.

2) Entendemos las normas sexuales como concretización valorativa del


significado de la sexualidad a través del modelo moral. En el fondo de cada
norma hay la aceptación del significado de la sexualidad; tal aceptación supone
que se base el juicio moral y la norma sobre un valor pre-moral o sobre esto que
los escolásticos llamaban "bien físico". este "orden del ser" pasa al "orden del
deber-ser" (orden moral) a través del orden moral, es decir, cuando la
comprensión de la sexualidad condiciona el mundo personal; solo entonces el
valor premoral (bien físico u orden del ser) se vuelve valor moral. La fuerza
condicionante, la comprensión de la sexualidad se manifiesta a través del modelo
moral y se realiza en la actuación personal.

3) En tal perspectiva se comprende que la norma sexual no puede tener el


carácter fijo y absoluto del significado sexual o la validez universal y general del
modelo moral. El juicio moral se hace sobre el concepto.

4) Teniendo en consideración cuanto precede, las normas sexuales se deben


formular y entender: a) no como normas deontológicas, o sea como expresión de
una "moralidad absoluta"; b) sino con "validez general" es decir, "en la mayor
parte de los casos; c) y con una función dinámica y pedagógica, es decir como
expresiones generalizadas del modelo moral que debe ser apropiado para cada
persona en la realización concreta de su vocación responsabilizada.
A partir de estos criterios se puede y se debe hablar de normas sexuales sin
caer en el relativismo estéril ni en la abstracción irreal. Ni moral relativa, ni moral
de principios, pero moral de la persona en situación.

2. Autoerotismo (Masturbación).

Definimos el fenómeno de la masturbación como una excitación de los órganos


sexuales que un individuo realiza solo con la finalidad de procurar un placer, una
distensión o una compensación. Luego, la masturbación se diferencia por su
carácter específico de la eyaculación espontánea (polución nocturna) y de otras
formas de orgasmo buscado en el contexto de cualquier relación homo o
heterosexual. Lo que la distingue es el modo como viene realizado el placer, la
distensión o la compensación.

2.1. La Masturbación en la Sagrada Escritura.

La masturbación ha sido por mucho tiempo objeto de severas condenas morales


en la tradición judeo – cristiana. En realidad la Sagrada Escritura no habla de la
masturbación en especial. En la enseñanza judaica viene considerada como una
extensión del pecado de Onan (Gn 38,9). Onan sujeto a la ley del Levirato por el
cual debía proveer a la viuda del hermano una descendencia, usaba el “coitos
interruptus” derramando el semen en el suelo, en vez de proveer a la cuñada un
hijo que él sabía que no sería considerado suyo.

Si bien este pecado de Onan en realidad fue aquél de desobedecer al padre y a


la tradicional obligación del Levirato: los escrupulosos intérpretes religiosos
extendían el pecado a cualquier forma de impropia emisión del semen.

En cuanto al Nuevo Testamento se citan con frecuencia textos de San Pablo:


1Co 6,9-10; Ef 5,3; Gal 5,19-21. Ninguno de estos textos habla explícitamente de
la masturbación. En efecto, los “privados” de Corintios son en griego los Malakoi,
esto es, gente débil y afeminada, y la impureza (akatarsia) de Gálatas y Efesios
es un término más general. Se puede incluir la masturbación entre esta
“impureza”, pero desde el punto de vista de una exégesis rigurosa.

Se puede concluir que ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo Testamento dicen


algo muy seguro acerca de la condena explícita de la masturbación. Ni el sexto
mandamiento de la Ley Mosaica resuelve el problema. El discurso bíblico más
que de normas habla de valores, más que de masturbación habla de la castidad:
es en suma un discurso no minimista sino positivo.

2.2. La Tradición Moral Cristiana

Viendo la historia de la Moral cristiana podemos encontrar algunas etapas:

a. La Etapa del Silencio: En el Antiguo y Nuevo Testamento no existe alusión


clara y explícita sobre la masturbación.

b. La Época Patrística y Monacal: Los padres no hablan de la masturbación. Se


habla de la “polución nocturna” como afán por la pureza de tipo ritual de cara a la
Comunión eucarística.

c. La Alta Edad Media: Es la época de los Libros Penitenciales, donde hace su


aparición el pecado de la masturbación, que es descrito con fórmulas crudas y
con detalles propios de una época bárbara. Es condenada con menos severidad
que los otros pecados de la carne. Se imponen mayores penitencias a los adultos
que a los adolescentes.

El Penitencial de San Columbano impone a aquellos que practican la


masturbación dos años de penitencia (tres años si se trata de clérigos y monjes);
otro penitencial irlandés impone cien días de penitencia por una masturbación y
siete años si se trata de una persona que la practica habitualmente (esta pena
será reducida a la mitad para los jóvenes de los doce a los veinte años). El
penitente del tudesco Reginon POUM impone cuarenta días de penitencia al
adolescente que practica la masturbación y cien días al adulto.

d. La Época Precientífica: Los teólogos del s. XII y XIII (con San Alberto Magno y
Santo Tomás) condenan la masturbación como un acto que va contra la finalidad
propia otorgada por Dios al semen humano. La naturaleza humana ha dado el
semen humano para la producción de un nuevo ser. Desperdiciarlo inútilmente es
ir contra la naturaleza misma. La moral sexual se apoyaba en concepciones
precientíficas de la sexualidad. Se desconocía el papel del óvulo y del
espermatozoide, que abre un nuevo camino a la consideración moral de la
sexualidad. Con estas concepciones precientíficas de la masturbación y de la
polución nocturna no es de admirar que fundasen la inmoralidad de la
masturbación en razones y argumentos que hoy en día carecen de valor
científico. Hoy no podemos aceptar sus presupuestos para hacer una moral
sexual y en concreto, una valoración ética de la masturbación.

Desde el Renacimiento ha existido entre moralistas y educadores una especie de


psicosis ante el fenómeno de la masturbación. Esta obsesión aparece:

* En la profusión de libros que insisten sobre la gravedad de la masturbación,


tanto por las enfermedades que produce como por la corrupción de la persona.

* En la aceptación de la doctrina de la gravedad absoluta de la masturbación por


parte de la moral casuista y del Magisterio oficial de la Iglesia que se repite
ininterrumpidamente a lo largo de los siglos XVII – XX. Sacerdotes, predicadores,
padres y educadores, aceptarán esta manera de enfocar el tema y la
constituyeron en criterio de educación entre el clero y entre laicos.

2.3. El Magisterio de la Iglesia

En cuanto al Magisterio se aducen dos proposiciones condenadas por Alejandro


VII e Inocencio XI y una respuesta negativa del Santo Oficio. Las proposiciones
no prueban en absoluto que la masturbación sea pecado mortal. El objeto de su
condena no es precisamente este sino otro más general y mucho más extraño.
La respuesta negativa al Santo Oficio (1929) hace referencia a la consecución del
esperma mediante una masturbación directa para un examen médico.
Pío XII condenó varias veces la masturbación procurada con fines médicos.
Como se ve no es clara la prueba del magisterio eclesiástico ni convincente para
mantener la aserción de la gravedad de la masturbación.

La Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en la declaración acerca de


Ética Sexual se expresa así en el número 9: “Con frecuencia se pone hoy en
duda, o se niega expresamente la doctrina tradicional según la cual la
masturbación constituye un grave desorden moral. Se dice que psicología y la
sociología demuestran que se trata de un fenómeno normal de la evolución de la
sexualidad, sobre todo en los jóvenes, y que no se da falta real y grave sino en la
medida en que el sujeto ceda deliberadamente en una autosatisfacción cerrada
en sí misma (ipsación); entonces sí que el acto es radicalmente contrario a la
unión amorosa entre personas de sexo diferente, siendo tal unión, a juicio de
algunos, el objetivo principal del uso de la facultad sexual.

Tal opinión contradice la doctrina y la práctica pastoral de la Iglesia Católica. Sea


lo que fuere de ciertos argumentos de orden biológico o filosófico de que se
sirvieron a veces los teólogos, tanto el Magisterio de la Iglesia de acuerdo con
una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin
ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseco y gravemente
desordenado. La razón principal es que el uso deliberado de la facultad sexual
fuera de las relaciones conyugales normales contradice esencialmente a su
finalidad, sea cual fuere el motivo que la determine. Le falta, en efecto, la relación
sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido
íntegro de la mutua entrega y la procreación humana en el contexto de un amor
verdadero. A esta relación regular se le debe reservar toda actuación deliberada
de la sexualidad. Aunque no se puede asegurar que la Sagrada Escritura
reprueba este pecado bajo una determinación particular del mismo, la tradición de
la Iglesia ha entendido, con justo motivo, que esta condenación en el Nuevo
Testamento, cuando en él se habla de “impureza”, de “lascivia” o de otros vicios
contrarios a la castidad y a la continencia”.

El Catecismo de la Iglesia Católica retoma en el número 2352 la doctrina dada en


el documento anterior.

2.4. Teología Actual

En el documento de la Sagrada Congregación para la Fe (anteriormente citado),


manifiesta: “Las cuestiones sociológicas pueden indicar la frecuencia de este
desorden según los lugares, las poblaciones o las circunstancias que tomen en
consideración. Pero entonces se constatan hechos. Y los hechos no constituyen
un criterio que permiten juzgar del valor de los actos humanos. La frecuencia del
fenómeno en cuestión ha de ponerse indudablemente en relación con la debilidad
innata del hombre a consecuencia del pecado original; pero también con la
pérdida del sentido de Dios, con la depravación del vicio, con la licencia
desenfrenada de tantos espectáculos y publicaciones; así también como en el
olvido del pudor, custodio de la castidad.

La psicología moderna ofrece varios datos válidos y útiles en tema de


masturbación para formular un juicio equitativo sobre la responsabilidad moral y
para orientar la acción pastoral. Ayuda a ver como la inmadurez de la
adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá de esa edad, el
desequilibrio psíquico o el hábito contraído puede influir sobre la conducta,
atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya siempre falta
subjetivamente grave. Sin embargo, no se puede presumir como regla general la
ausencia de responsabilidad grave. Eso sería desconocer la capacidad moral de
las personas.

En el ministerio pastoral deberá tomarse en cuenta, en orden a tomar un juicio


adecuado en los casos concretos, el comportamiento de las personas en su
totalidad; no solo en cuanto a la práctica de la caridad y de la justicia, sino
también en cuanto al cuidado en observar el precepto particular de la castidad.
Se deberá considerar en concreto si se emplean los medios necesarios, naturales
y sobrenaturales, que la ascética cristiana recomienda en su experiencia
constante para dominar las pasiones y para hacer progresar la virtud.

Hoy la Teología para dar una solución adecuada al fenómeno de la masturbación


busca estudiar los diferentes aspectos antropológicos que ayudarán ciertamente
al aspecto moral. Los datos de las estadísticas que manifiestan la elevada
frecuencia de la masturbación en ciertas fases de la vida humana, pero que no es
el criterio decisivo para establecer la normalidad o anormalidad de un
determinado comportamiento. La consideración médico – biológica, donde
muchos médicos la van a considerar como una actividad normal o al menos poco
importante; se afirma entonces la incapacidad y la falta de argumentación moral
que funda la inmoralidad de la masturbación que se puede dar después. Una
moral y una educación basada sobre el temor de tales consecuencias es
totalmente inadmisible por falta de una base real. Es necesario liberar el horizonte
de una serie de prejuicios morales y educativos de una falsa conciencia
exagerada. La consideración psicológica, donde se consideraba también la
masturbación como un fenómeno psíquico, como una realidad entre la estructura
y la evolución del psiquismo humano. Es necesario ver las causas de orden
psicológico, sus mecanismos por medio de los cuales se realiza este fenómeno y
los diversos tipos de masturbación.

Albert Plé, manifiesta algunas orientaciones pedagógicas: “sea lo que fuere la


gravedad moral de una masturbación tal cual ha sido vivida, estoy convencido
que es un mal moral y psíquico.

Creo que haya contribuido más todavía la obsesión de culpa que apareció
durante la segunda mitad del siglo XVIII y que se ha generalizado hasta en estos
últimos años, incluso en los ambientes católicos. Con buenas intenciones se ha
querido luchar contra el mal sembrando miedo, ya fuera con motivos
pseudocientíficos, ya fuera acentuando la gravedad del pecado, considerada
únicamente a su “objetividad” por una concepción legalista de la moral, cuyas
raíces se remontan a la edad media. Esta moral no pone como principio
fundamental el miedo y la búsqueda de la felicidad, la promoción de los actos
humanos, el dinamismo integrador y estructurador de las virtudes, sino la ley
(escrita), el deber, lo permitido y lo prohibido, consistiendo en tal caso esencial
del esfuerzo moral en evitar el pecado mortal.
Una moral más fiel a Santo Tomás, me parece indicada por una parte para
prevenir a los adolescentes contra la masturbación y por otra parte para ayudarse
a librar de ella a los que la practican. La peor torpeza educativa que de otro modo
se podría cometer es agravar más todavía, con el miedo del pecado, la angustia y
la culpabilidad psíquicas ligadas habitualmente a la masturbación.

El silencio de los padres sobre toda cuestión sexual puede ser también
perjudicial. La experiencia enseña que el niño que ha podido obtener de sus
padres las respuestas a las dudas que se plantean, el niño supera sin grandes
problemas afectivos y sin masturbarse el difícil período de la pubertad y de la
adolescencia.

Con demasiada frecuencia se apoyan actitudes de inhibición y silencio de los


padres. Del mismo modo suelen obrar numerosos educadores y confesores con
una pedagogía que demuestra su propio embarazo y se lo comunica a los
adolescentes sembrando terror y miedo.

En el caso de la masturbación como en el caso de cualquier otro pecado, una


moral de amor al bien, de búsqueda de la felicidad y del dinamismo de las
virtudes es la más auténtica y al mismo tiempo la más eficaz.

Bernard Haring sobre la gravedad del pecado solitario afirma: “Un hombre
maduro (persona conocedora del significado de sexualidad) que intenta
masturbarse deliberada y libremente comete a mi juicio pecado mortal, porque su
oposición pervierte directamente el significado de la sexualidad. Dios no ha dado
el don de la sexualidad para buscar torpemente un pobre placer solitario. La
sexualidad adquiere su sentido en el matrimonio que conjuga la vocación del
amor conyugal recíproco y la vocación a la paternidad y maternidad. El hombre y
la mujer llegan a la madurez sexual humana cuando saben expresar en su
entrega mutua mediante la misión conyugal.

El significado de la masturbación no es siempre el mismo, a veces no se


encuentra en la búsqueda del placer; muy al contrario, puede ser expresión del
desprecio para consigo mismo. Sucede esto especialmente cuando otros
(maestros, padres, confesor) han manifestado ese mismo desprecio. Otras veces
por desprecio de los padres. El aislamiento de una vida sin amor.

El mal moral de la masturbación está en el hecho de que el joven abusa


conscientemente de la energía sexual, busca una satisfacción egoísta y se cierra
en sí mismo de forma narcisista. La autosatisfacción en este campo obstaculiza la
maduración de un carácter abierto al tu y al nosotros del prójimo. En el fondo,
cada vez que se abusa egoísta, consciente y libremente de la propia sexualidad,
pone en juego su capacidad de amor y cierra el paso.

La distinción entre pecado venial y pecado mortal no puede hacerse en abstracto


sino en base al conocimiento del hombre real y de su desarrollo gradual. La razón
última sobre posibilidad de pecado venial se funda en la imperfección del acto
humano, sin negar, por lo demás, cierta relación entre la profundidad y perfección
del acto humano y la gravedad e importancia del objeto, es decir, “la materia”.
Todos nosotros deseamos ser fieles al depositum fidei y al Magisterio; queremos
servir a la fe en su integridad. Por mi parte estoy convencido que no se rinde un
buen servicio a la autoridad del Magisterio interpretando los documentos de la
Santa Sede en el modo más intransigente y rigorista.

Tendríamos que estar unidos para superar la profunda crisis actual de la


religiosidad y de la fe. Se pone en peligro la credibilidad de nuestra enseñanza
cuando se repiten mecánicamente soluciones hechas, fórmulas “consagradas”
por la inercia de la tradición que ha durado dos siglos. La preocupación debe ser
guardar la sustancia, no solo de la tradición divina sino también de la tradición
humana y por ayudar a las generaciones nuevas a aceptarlas con convicción, a
fin de sacar frutos de caridad para la vida del mundo.

Marciano Vidal da algunos “presupuestos” para la valoración equilibrada: La


valoración moral cristiana no puede seguirse apoyando sobre el esquema de una
antropología sexual precientífica ya superada.

Nuestra valoración se basa en la condición antropológica de la masturbación. Los


centramos en los siguientes puntos:

a. No se puede hacer una valoración abstracta de la masturbación en el sentido


de que prescinda de las condiciones personales en que se da. Es necesario
introducir en la estructura sexual de la masturbación los aspectos temporal y
espacial, entendiendo aquí “espacio” y “tiempo” como dos categorías
humanas.

b. La categoría temporal nos dice que la masturbación participa de la realidad


evolutiva de la sexualidad humana. La categoría espacial nos dice que la
masturbación engloba diversos valores y compromete diversos estratos de la
personalidad humana: biológico, psicológico, personal. Según sea un estrato
u otro el que prevalezca, as{i habrá que valorar la masturbación.

Estableciendo una relación entre la categoría temporal y la espacial tendremos la


dimensión real auténtica de la masturbación entendida como fenómeno humano;
a las diversas fases de la evolución dinámica sexual que con frecuencia
corresponde a la prevalencia de un estrato humano determinado. Por ejemplo,
algunas fases de la etapa de la adolescencia o juvenil son condicionadas
prevalentemente de la carga del estrato biológico.

c. La moralidad de la masturbación reside en comprometer la dimensión


dinámica de la dinámica personal.
d. En esa frustración de la evolución armónica de la personalidad puede existir
un más y un menos.

La variabilidad cualitativa depende de varios valores: de la intensidad de un acto,


del número de los actos, del momento evolutivo en el cual se coloca al interno de
la dinámica personal, del estrato humano que queda más comprometido.

Conclusión: *No todo acto de masturbación compromete gravemente la evolución


armónica de la persona.

*La masturbación ha de medirse por los valores personales de integración


personal.

*La edad evolutiva ha de tenerse en cuenta sobre todo en la masturbación de la


adolescencia.

Algunos autores van a enfatizar la pastoral por parte de los educadores y los
confesores como verdaderos orientadores. Un documento de la Sagrada
Congregación para la Educación Católica dice: “Para ayudar a los adolescentes a
sentirse acogido en una comunión de caridad y alejándose del propio, el
educador “deberá desdramatizar el hecho masturbatorio y no disminuir su estima
y benevolencia en dirección al sujeto”. Deberá ayudarlo a integrarse socialmente,
a abrirse e integrarse a los otros, para poder liberar de esta forma de
autoerotismo encaminándose al amor oblativo, propio de la afectividad madura, al
mismo tiempo lo animará a hacer recurso de los medios recomendados por la
ascesis cristiana, como la oración y los sacramentos y a empeñarse en las obras
de justicia y caridad.

3. Homosexualidad

a. El Término: El término "Homosexulidad" fue introducido por un médico


Húngaro en el s. XIX. No obstante al comienzo hubiese tenido una connotación
clínica en seguida pasó a indicar la realidad humana de aquella persona cuya
pulsión sexual se orienta hacia individuos del mismo sexo.

Todavía en la mentalidad convencional y dominante el término


"homosexualidad" ha asumido connotaciones peyorativas. Por esto ha sido
sustituido, sobre todo en los ambientes homosexuales, con otros términos no
contaminados de difusos desprecios sociales. En los movimientos de
reivindicación homosexual se utilizan términos y expresiones en las cuales se
quiere subrayar intencionalmente el "orgullo" de ser homosexual. Tal es la
connotación del término "Gay".

Con Marc Oraison, afirmamos que "el término homosexual es, en fin de
cuentas el único apropiado para referirse al problema en general. En efecto, si en
el ámbito de la sexualidad se distinguen tres niveles, sexo, eros y filia, podemos
hablar de "homogenitalidad" (y de "heterogenitalidad") con referencia a los
aspectos biológicos del sexo, de "homoerotismo" (y de heteroerotismo) con
relación a los aspectos emotivos y de "Homofilia" (y de heterofilia) para referirse
a los aspectos de relación. El término que engloba la realidad en cuestión es
"Homosexualidad".

El término "homosexualidad" comprende, luego, la realidad humana de la


condición homosexual: una realidad que se refiere a todo el complejo del
fenómeno sexual sin privilegiar ningún aspecto. Usar un término que privilegie un
aspecto significa colocar el fenómeno homosexual al interno de una perspectiva
reducida y consiguientemente falsa.
b. La Noción Precisa. Las ambiguedades terminológicas se encuentran
también en el contenido conceptual; conviene luego, delimitar la noción precisa
con la cual entendemos el fenómeno de la homosexualidad humana. Para tal fin
presentamos algunas observaciones.

Con el término "homosexualidad entendemos: la condición humana de una


persona que a nivel sexual se caracteriza por la peculiaridad de sentirse
constitutivamente colocado en la forma de expresiones exclusivas en la cual el
partner es del mismo sexo.

* La homosexualidad comprende el sentido global de un ser humano; no es


sólo ni principalmente el fenómeno sexual, sino la condición antropológica de una
persona; la homosexualidad es, primero que todo, un ser humano con una
condición y un destino perfectamente humanizable y humanizante.

* La peculiaridad antropológica de la homosexualidad tiene sus raíces y


encuentra sus manifestaciones más evidentes a nivel de la sexualidad,
entendiendo la "sexualidad" no según perspectivas "reducidas" o "monovalentes",
sino según su realidad plurivalente.

* La condición humana y sexual del sujeto es caracterizada del hecho de


sentirse atraído, en modo exclusivo, de un compañero del mismo sexo.

* Recordemos que con el término homosexual entendemos a aquel que lo es


constitutivamente y no solo en relación al comportamiento, aquel que
experimenta la peculiaridad de su condición real, y aquel que busca de encontrar
formas adecuadas para su realización en cuanto homosexual.

* De consecuencia la homosexualidad no se refiere directamente y


exclusivamente a los comportamientos homosexuales, sino a la condición
homosexual de un ser humano que busca la propia realización personal.

* No necesita considerar formas definidas de la homosexualidad las


manifestaciones anormales o desviadas, como por ejemplo la prostitución, la
violación carnal; la homosexualidad no es definida a través de situaciones
desviadas, luego este criterio no puede ser aplicado a las nociones de la
homosexualidad.

* En fin las condiciones homosexuales no comportan para sí algún tipo de


patología somática o psíquica; el homosexual como el heterosexual no está
necesariamente ligado a ella.

c. Interpretación Antropológica de la Homosexualidad. Debemos reconocer


que no existe una explicación de la homosexualidad humana apodícticamente
satisfaciente: no se conocen con precisión los factores biológicos (genéticos?,
hormonales?, de patología embrional?) que la sostengan; no existe una
explicación psicológico-científica; los datos históricos, estadísticos y de
antropología cultural no responden a los interrogantes fundamentales; por otra
parte los tratamientos experimentales (psicoanálisis?, terapias del
comportamiento?) no consiguen desvelar el secreto de la constitución
homosexual de un cierto porcentaje de la población humana.

Optamos por la siguiente interpretación antropológica: - La homosexualidad no


puede ser clasificada ni como "enfermedad" ni como simple "variante" de la
sexualidad. De una parte, la homosexualidad no es de por si un síntoma ni una
entidad de una alteración psiquiatrica. - Entender la homosexualidad como la
condición sexual de una persona que está bloqueada en el proceso de
diferenciación. Colocado en su condición sexual indiferenciada, la
homosexualidad no puede vivir su sexualidad partiendo de la diferencia hombre-
mujer, sino partiendo de otra situación que llamamos homosexualidad.

Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las


personas homosexuales

Congregación para la Doctrina de la Fe

1. El problema de la homosexualidad y del juicio ético sobre los actos


homosexuales se ha convertido cada vez más en objeto de debate
público, incluso en ambientes católicos. En esta discusión
frecuentemente se proponen argumentaciones y se expresan
posiciones no conformes con la enseñanza de la Iglesia Católica, que
suscitan una justa preocupación en todos aquellos que están
comprometidos en el ministerio pastoral. Por consiguiente, esta
Congregación ha considerado el problema tan grave y difundido, que
justifica la presente Carta, dirigida a todos los Obispos de la Iglesia
Católica, sobre la Atención Pastoral a las personas homosexuales.
2. En esta sede, naturalmente, no se puede afrontar un desarrollo
exhaustivo de tan complejo problema; la atención se concentrará más
bien en el contexto específico de la perspectiva moral católica. Esta
encuentra apoyo también en seguros resultados de las ciencias
humanas, las cuales, a su vez, tienen un objeto y método propio, que
gozan de legítima autonomía.

La posición de la moral católica está fundada sobre la razón humana


iluminada por la fe y guiada conscientemente por el intento de hacer
la voluntad de Dios, nuestro Padre. De este modo la Iglesia está en
condición no sólo de poder aprender los descubrimientos científicos,
sino también de trascender su horizonte; ella está segura que su
visión más completa respeta la compleja realidad de la persona
humana que, en sus dimensiones espiritual y corpórea, ha sido
creada por Dios y, por la gracia, llamada a ser heredera de la vida
eterna.

Sólo dentro de este contexto, por consiguiente, se puede comprender


con claridad en qué sentido el fenómeno de la homosexualidad, con
sus múltiples dimensiones y con sus efectos sobre la sociedad y
sobre la vida eclesial, es un problema que concierne propiamente a la
preocupación pastoral de la Iglesia. Por los tanto se requiere de sus
ministros un estudio atento, un compromiso concreto y una reflexión
honesta, teológicamente equilibrada.

3. En la « Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual », del


29 de diciembre de 1975, la Congregación para la Doctrina de la Fe
ya había tratado explícitamente este problema. En aquella
Declaración se subrayaba el deber de tratar de comprender la
condición homosexual y se observaba cómo la culpabilidad de los
actos homosexuales debía ser juzgada con prudencia. Al mismo
tiempo la Congregación tenía en cuenta la distinción comúnmente
hecha entre condición o tendencia homosexual y actos
homosexuales. Estos últimos venían descritos como actos que están
privados de su finalidad esencial e indispensable, como «
intrínsecamente desordenados » y que en ningún caso puede recibir
aprobación. (cf. n. 8, par. 4).

Sin embargo, en la discusión que siguió a la publicación de la


Declaración, se propusieron unas interpretaciones excesivamente
benévolas de la condición homosexual misma, hasta el punto que
alguno se atrevió a definirla indiferente o, sin más, buena. Es
necesario precisar, por el contrario, que la particular inclinación de la
persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye sin
embargo una tendencia, más o menos fuerte, hacia un
comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral.
Por este motivo la inclinación misma debe ser considerada como
objetivamente desordenada.

Quienes se encuentran en esta condición deberían, por tanto, ser


objeto de una particular solicitud pastoral, para que no lleguen a creer
que la realización de tal tendencia en las relaciones homosexuales es
una opción moralmente aceptable.

4. Una de las dimensiones esenciales de una auténtica atención


pastoral es la identificación de las causas que han creado confusión
en relación con la enseñanza de la Iglesia. Entre ellas se señala una
nueva exégesis de la Sagrada Escritura, según la cual la Biblia o no
tendría cosa alguna que decir sobre el problema de la
homosexualidad, o incluso le daría en algún modo una tácita
aprobación, o en fin ofrecería unas prescripciones morales tan
condicionadas cultural e históricamente que ya no podrían ser
aplicadas a la vida contemporánea. Tales opiniones, gravemente
erróneas y desorientadas, requieren por consiguiente una especial
vigilancia.

5. Es cierto que la literatura bíblica debe a las varias épocas en las que
fue escrita gran parte de sus modelos de pensamiento y de expresión
(cf. Dei Verbum, n. 12). En verdad, la Iglesia de hoy proclama el
Evangelio a un mundo diferente al antiguo. Por otra parte el mundo en
el que fue escrito el Nuevo Testamento estaba ya notablemente
cambiado, por ejemplo, respecto a la situación en la que se
escribieron o se redactaron las Sagradas Escrituras del pueblo
hebreo.

Sin embargo, se debe destacar que, aun en el contexto de esta


notable diversidad, existe una evidente coherencia dentro de las
Escrituras mismas sobre el comportamiento homosexual. Por
consiguiente la doctrina de la Iglesia sobre este punto no se basa
solamente en frases aisladas, de las que se puedan sacar discutibles
argumentaciones teológicas, sino más bien en el sólido fundamento
de un constante testimonio bíblico. La actual comunidad de fe, en
ininterrumpida continuidad con las comunidades judías y cristianas
dentro de las cuales fueron redactadas las antiguas Escrituras,
continúa siendo alimentada por esas mismas Escrituras y por el
Espíritu de verdad del cual ellas son Palabra. Asimismo es esencial
reconocer que los textos sagrados no son comprendidos realmente
cuando se interpretan en un modo que contradice la Tradición viva de
la Iglesia. La interpretación de la Escritura, para ser correcta, debe
estar en efectivo acuerdo con esta Tradición.

El Concilio Vaticano II se expresa al respecto de la siguiente manera:


« Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada
Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el designio sapientísimo
de Dios, están entrelazados y unidos de tal forma que no tienen
consistencia el uno sin los otros, y que juntos, cada uno a su modo,
bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la
salvación de las almas » (Dei Verbum, n. 10). A la luz de estas
afirmaciones se traza ahora brevemente la enseñanza bíblica al
respecto.

6. La teología de la creación, presente en el libro del Génesis, suministra


el punto de vista fundamental para la comprensión adecuada de los
problemas puestos por la homosexualidad. Dios, en su infinita
sabiduría y en su amor omnipotente, llama a la existencia a toda la
creación como reflejo de su bondad. Crea al hombre a su imagen y
semejanza como varón y hembra. Los seres humanos, por
consiguiente, son creaturas de Dios, llamadas a reflejar, en la
complementariedad de los sexos, la unidad interna del Creador. Ellos
cooperan con Él en la transmisión de la vida, mediante la recíproca
donación esponsal.

El capítulo tercero del Génesis muestra cómo esta verdad sobre la


persona humana, en cuanto imagen de Dios, se oscureció por el
pecado original. De allí se sigue inevitablemente una pérdida de la
conciencia del carácter de alianza que tenía la unión de las personas
humanas con Dios y entre sí. Aunque el cuerpo humano conserve
aún su « significado nupcial » éste ahora se encuentra oscurecido por
el pecado. Así el deterioro debido al pecado continúa desarrollándose
en la historia de los hombres de Sodoma (cf. Génesis 19, 1-11). No
puede haber duda acerca del juicio moral expresado allí contra las
relaciones homosexuales. En el Levítico 18, 22 y 20, 13, cuando se
indican las condiciones necesarias para pertenecer al pueblo elegido,
el autor excluye del pueblo de Dios a quienes tienen un
comportamiento homosexual.

Teniendo como telón de fondo esta legislación teocrática, San Pablo


desarrolla una perspectiva escatológica, dentro de la cual propone de
nuevo la misma doctrina, catalogando también a quien obra como
homosexual entre aquellos que no entrarán en el reino de Dios (cf. 1
Cor 6,9). En otro pasaje de su epistolario, fundándose en las
tradiciones morales de sus antepasados, pero colocándose en el
nuevo contexto de la confrontación entre el Cristianismo y la sociedad
pagana de su tiempo, presenta el comportamiento homosexual como
un ejemplo de la ceguera en la que ha caído la humanidad.
Suplantando la armonía entre el Creador y las creaturas, la grave
desviación de la idolatría ha conducido a toda suerte de excesos en el
campo moral. San Pablo encuentra el ejemplo más claro de esta
desavenencia precisamente en las relaciones homosexuales (cf. Rom
1, 18-22). En fin, en continuidad perfecta con la enseñanza bíblica, en
el catálogo de aquellos que obran en forma contraria a la sana
doctrina, vienen explícitamente mencionados como pecadores
aquellos que efectúan actos homosexuales (cf. 1 Tim 1, 10).

7. La Iglesia, obediente al Señor que la ha fundado y la ha enriquecido


con el don de la vida sacramental, celebra en el sacramento del
matrimonio el designio divino de la unión del hombre y de la mujer,
unión de amor y capaz de dar vida. Sólo en la relación conyugal
puede ser moralmente recto el uso de la facultad sexual. Por
consiguiente, una persona que se comporta de manera homosexual
obra inmoralmente.

Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo
equivale a anular el rico simbolismo y significado, para no hablar de
fines, del designio del Creador en relación con la realidad sexual. La
actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz
de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una
existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el
Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana. Esto no significa
que las personas homosexuales no sean a menudo generosas y no
se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad
homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual
desordenada, en sí misma caracterizada por la auto-complacencia.

Como sucede en cualquier otro desorden moral, la actividad


homosexual impide la propia realización y felicidad porque es
contraria a la sabiduría creadora de Dios. La Iglesia, cuando rechaza
las doctrinas erróneas en relación con la homosexualidad, no limita
sino que más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona,
entendidas de modo realístico y auténtico.

8. La enseñanza de la Iglesia de hoy se encuentra, pues, en continuidad


orgánica con la visión de la Sagrada Escritura y con la constante
tradición. Aunque si el mundo de hoy desde muchos puntos de vista
verdaderamente ha cambiado, la comunidad cristiana es consciente
del lazo profundo y duradero que la une a las generaciones que la
han precedido « en el signo de la fe ».

Sin embargo, en la actualidad un número cada vez más grande de


personas, aun dentro de la Iglesia, ejercen una fortísima presión para
llevarla a aceptar la condición homosexual, como si no fuera
desordenada, y a legitimar los actos homosexuales. Quienes dentro
de la comunidad de fe incitan en esta dirección tienen a menudo
estrechos vínculos con los que obran fuera de ella. Ahora bien, estos
grupos externos se mueven por una visión opuesta a la verdad sobre
la persona humana, que nos ha sido plenamente revelada en el
misterio de Cristo. Aunque no en un modo plenamente consciente,
manifiestan una ideología materialista que niega la naturaleza
trascendente de la persona humana, como también la vocación
sobrenatural de todo individuo.

Los ministros de la Iglesia deben procurar que las personas


homosexuales confiadas a su cuidado no se desvíen por estas
opiniones, tan profundamente opuestas a la enseñanza de la Iglesia.
Sin embargo el riesgo es grande y hay muchos que tratan de crear
confusión en relación con la posición de la Iglesia y de aprovechar
esta confusión para sus propios fines.

9. Dentro de la Iglesia se ha formado también una tendencia, constituida


por grupos de presión con diversos nombres y diversa amplitud, que
intenta acreditarse como representante de todas las personas
homosexuales que son católicas. Pero el hecho es que sus
seguidores, generalmente, son personas que, o ignoran la enseñanza
de la Iglesia, o buscan subvertirla de alguna manera. Se trata de
mantener bajo el amparo del catolicismo a personas homosexuales
que no tienen intención alguna de abandonar su comportamiento
homosexual. Una de las tácticas utilizadas es la de afirmar, en tono
de protesta, que cualquier crítica, o reserva en relación con las
personas homosexuales, con su actividad y con su estilo de vida,
constituye simplemente una forma de injusta discriminación.

En algunas naciones se realiza, por consiguiente, un verdadero y


propio tentativo de manipular a la Iglesia conquistando el apoyo de
sus pastores, frecuentemente de buena fe, en el esfuerzo de cambiar
las normas de la legislación civil. El fin de tal acción consiste en
conformar esta legislación con la concepción propia de estos grupos
de presión, para quienes la homosexualidad es, si no totalmente
buena, al menos una realidad perfectamente inocua. Aunque la
práctica de la homosexualidad amenace seriamente la vida y el
bienestar de un gran número de personas, los partidarios de esta
tendencia no desisten de sus acciones y se niegan a tomar en
consideración las proporciones del riesgo allí implicado.

La Iglesia no puede dejar de preocuparse de todo esto y por


consiguiente mantiene firme su clara posición al respecto, que no
puede ser modificada por la presión de la legislación civil o de la
moda del momento. Ella se preocupa sinceramente también de
muchísimas personas que no se sienten representadas por los
movimientos pro-homosexuales y de aquellos que podrían estar
tentados a creer en su engañosa propaganda. La Iglesia es
consciente de que la opinión, según la cual la actividad homosexual
sería equivalente, o por lo menos igualmente aceptable, cuanto la
expresión sexual del amor conyugal, tiene una incidencia directa
sobre la concepción que la sociedad tiene acerca de la naturaleza y
de los derechos de la familia, poniéndolos seriamente en peligro.

10. Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan


sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones
violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los
pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen. Revelan una
falta de respeto por los demás, que lesiona unos principios
elementales sobre los que se basa una sana convivencia civil. La
dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las
palabras, en las acciones y en las legislaciones.

Sin embargo, la justa reacción a las injusticias cometidas contra las


personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación
de la condición homosexual no sea desordenada. Cuando tal
afirmación es acogida y, por consiguiente, la actividad homosexual es
aceptada como buena, o también cuando se introduce una legislación
civil para proteger un comportamiento al cual ninguno puede
reivindicar derecho alguno, ni la Iglesia, ni la sociedad en su conjunto
deberían luego sorprenderse si también ganan terreno otras
opiniones y prácticas torcidas y si aumentan los comportamientos
irracionales y violentos.

11. Algunos sostienen que la tendencia homosexual, en ciertos casos, no


es el resultado de una elección deliberada y que la persona
homosexual no tiene alternativa, sino que es forzada a comportarse
de una manera homosexual. Como consecuencia se afirma que ella,
no siendo verdaderamente libre, obraría sin culpa en estos casos.

Al respecto es necesario volver a referirse a la sabia tradición moral


de la Iglesia, la cual pone en guardia contra generalizaciones en el
juicio de los casos particulares. De hecho en un caso determinado
pueden haber existido en el pasado o pueden todavía subsistir
circunstancias tales que reducen y hasta quitan la culpabilidad del
individuo; otras circunstancias, por el contrario, pueden aumentarla.
De todos modos se debe evitar la presunción infundada y humillante
de que el comportamiento homosexual de las personas
homosexuales esté siempre y totalmente sujeto a la coacción y por
consiguiente sin culpa. En realidad también en las personas con
tendencia homosexual se debe reconocer aquella libertad
fundamental que caracteriza a la persona humana y le confiere su
particular dignidad. Como en toda conversión del mal, gracias a esta
libertad, el esfuerzo humano, iluminado y sostenido por la gracia de
Dios, podrá permitirles evitar la actividad homosexual.

12. ¿Qué debe hacer entonces una persona homosexual que busca
seguir al Señor? Sustancialmente, estas personas están llamadas a
realizar la voluntad de Dios en su vida, uniendo al sacrificio de la cruz
del Señor todo sufrimiento y dificultad que puedan experimentar a
causa de su condición. Para el creyente la cruz es un sacrificio
fructuoso, puesto que de esa muerte provienen la vida y la redención.
Aun sí toda invitación a llevar la cruz o a entender de este modo el
sufrimiento del cristiano será presumiblemente objeto de mofa por
parte de alguno, se deberá recordar que ésta es la vía de la salvación
para todos aquellos que son seguidores de Cristo.

Esto no es otra cosa, en realidad, que la enseñanza del apóstol San


Pablo a los Gálatas, cuando dice que el Espíritu produce la vida del
creyente: « amor, gozo, paz, paciencia, benevolencia, bondad,
fidelidad, mansedumbre y domino de sí » y aún más: « No podéis
pertenecer a Cristo sin crucificar la carne con sus pasiones y sus
deseos » (Gal 5, 22. 24).

Esta invitación, sin embargo, se interpreta mal cuando se la considera


solamente como un inútil esfuerzo de auto-renuncia. La cruz
constituye ciertamente una renuncia de sí, pero en el abandono de la
voluntad de aquel Dios que de la muerte hace brotar la vida y
capacita a aquellos que ponen su confianza en Él para que puedan
practicar la virtud en cambio del vicio.

El Misterio Pascual se celebra verdaderamente sólo si se deja que


empape el tejido de la vida cotidiana. Rechazar el sacrificio de la
propia voluntad en la obediencia a la voluntad del Señor constituye de
hecho poner un obstáculo a la salvación. Así como la Cruz es el
centro de la manifestación del amor redentor de Dios por nosotros en
Jesús, así la conformidad de la auto-renuncia de los hombres y de las
mujeres homosexuales con el sacrificio del Señor constituirá para
ellos una fuente de auto-donación que los salvará de una forma de
vida que amenaza continuamente de destruirlos.

Las personas homosexuales, como los demás cristianos, están


llamados a vivir la castidad. Si se dedican con asiduidad a
comprender la naturaleza de la llamada personal de Dios respecto a
ellas, estarán en condición de celebrar más fielmente el sacramento
de la Penitencia y de recibir la gracia del Señor, que se ofrece
generosamente en este sacramento para poderse convertir más
plenamente caminando en el seguimiento de Cristo.

13. Es evidente, además, que una clara y eficaz transmisión de la


doctrina de la Iglesia a todos los fieles y a la sociedad en su conjunto
depende en gran parte de la correcta enseñanza y de la fidelidad de
quien ejercita el ministerio pastoral. Los Obispos tienen la
responsabilidad particularmente grave de preocuparse de que sus
colaboradores en el ministerio, y sobre todo los sacerdotes, estén
rectamente informados y personalmente bien dispuestos para
comunicar a todos la doctrina de la Iglesia en su integridad.

Es admirable la particular solicitud y la buena voluntad que


demuestran muchos sacerdotes y religiosos a la atención pastoral a
las personas homosexuales, y esta Congregación espera que no
disminuirá. Estos celosos ministros deben tener la certeza de que
están cumpliendo fielmente la voluntad del Señor cuando estimulan a
la persona homosexual a conducir una vida casta y le recuerdan la
dignidad incomparable que Dios ha dado también a ella.

14. Al hacer las anteriores consideraciones, esta Congregación quiere


pedir a los Obispos que estén particularmente vigilantes en relación
con aquellos programas que de hecho intentan ejercer una presión
sobre la Iglesia para que cambie su doctrina, aunque a veces se
niegue de palabra que sea así. Un estudio de las declaraciones
públicas y de las actividades que promueven esos programas revela
una calculada ambigüedad, a través de la cual buscan confundir a los
pastores y a los fieles. Presentan a veces, por ejemplo, la enseñanza
del Magisterio, pero sólo como una fuente facultativa en orden de la
formación de la conciencia, sin reconocer su peculiar autoridad.
Algunos grupos suelen incluso calificar como « católicas » a sus
organizaciones o a las personas a quienes intentan dirigirse, pero en
realidad no defienden ni promueven la enseñanza del Magisterio, por
el contrario, a veces lo atacan abiertamente. Aunque sus miembros
reivindiquen que quieren conformar su vida con la enseñanza de
Jesús, de hecho abandonan la enseñanza de la Iglesia. Este
comportamiento contradictorio de ninguna manera puede tener el
apoyo de los Obispos.

15. Esta Congregación, por consiguiente, anima a los Obispos para que
promuevan en sus diócesis una pastoral que, en relación con las
personas homosexuales, esté plenamente de acuerdo con la
enseñanza de la Iglesia. Ningún programa pastoral auténtico podrá
incluir organizaciones en las que se asocien entre sí personas
homosexuales, sin que se establezca claramente que la actividad
homosexual es inmoral. Una actitud verdaderamente pastoral
comprenderá la necesidad de evitar las ocasiones próximas de
pecado a las personas homosexuales.

Deben ser estimulados aquellos programas en los que se evitan estos


peligros. Pero se debe dejar bien en claro que todo alejamiento de la
enseñanza de la Iglesia, o el silencio acerca de ella, so pretexto de
ofrecer un cuidado pastoral, no constituye una forma de auténtica
atención ni de pastoral válida. Sólo lo que es verdadero puede
finalmente ser también pastoral. Cuando no se tiene presente la
posición de la Iglesia se impide que los hombres y las mujeres
homosexuales reciban aquella atención que necesitan y a la que
tienen derecho.

Un auténtico programa pastoral ayudará a las personas


homosexuales en todos los niveles de su vida espiritual, mediante los
sacramentos y en particular a través de la frecuente y sincera
confesión sacramental, mediante la oración, el testimonio, el consejo
y la atención individual. De este modo la entera comunidad cristiana
puede reconocer su vocación a asistir a estos hermanos y hermanas,
evitándoles ya sea la desilusión, ya sea el aislamiento.

16. De esta aproximación diversificada se pueden derivar muchas


ventajas, entre las cuales es no menos importante la constatación de
que una persona homosexual, como por lo demás todo ser humano,
tiene una profunda exigencia de ser ayudada contemporáneamente a
distintos niveles.

La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, no puede


ser definida de manera adecuada con una referencia reductiva sólo a
su orientación sexual. Cualquier persona que viva sobre la faz de la
tierra tiene problemas y dificultades personales, pero también tiene
oportunidades de crecimiento, recursos, talentos y dones propios. La
Iglesia ofrece para la atención a la persona humana, el contexto de lo
que hoy se siente una extrema exigencia, precisamente cuando se
rechaza el que se considere la persona puramente como un «
heterosexual » o a un « homosexual » y cuando subraya que todos
tienen la misma identidad fundamental: el ser creatura y, por gracia,
hijo de Dios, heredero de la vida eterna.

17. Ofreciendo esas clarificaciones y orientaciones pastorales a la


atención de los Obispos, esta Congregación desea contribuir a sus
esfuerzos en relación a asegurar que la enseñanza del Señor y de su
Iglesia sobre este importante tema sea transmitida de manera íntegra
a todos los fieles.

A la luz de cuanto se ha expuesto hasta ahora, se invita a los


Ordinarios del lugar a valorar, en el ámbito de su competencia, la
necesidad de particulares intervenciones. Además, si se retiene útil,
se podrá recurrir a una ulterior acción coordinada a nivel de
conferencias episcopales nacionales.

En particular, los Obispos deben procurar sostener con los medios a


su disposición el desarrollo de formas especializadas de atención
pastoral para las personas homosexuales. Esto podría incluir la
colaboración de las ciencias sicológicas, sociológicas y médicas,
manteniéndose siempre en plena fidelidad a la doctrina de la Iglesia.

Los Obispos, sobre todo, no dejarán de solicitar la colaboración de


todos los teólogos católicos para que éstos, enseñando lo que la
Iglesia enseña y profundizando con sus reflexiones el significado
auténtico de la sexualidad humana y del matrimonio cristiano en el
plan divino, como también de las virtudes que éste comporta, puedan
ofrecer una válida ayuda en este campo específico de la actividad
pastoral.

Particular atención deberán tener, pues, los Obispos en la selección


de los ministros encargados de esta delicada tarea, de tal modo que
éstos, por su fidelidad al Magisterio y por su elevado grado de
madurez espiritual y sicológica, puedan prestar una ayuda efectiva a
las personas homosexuales en la consecución de su bien integral.
Estos ministros deberán rechazar las opiniones teológicas que son
contrarias a la enseñanza de la Iglesia y que, por tanto, no pueden
servir de normas en el campo pastoral.

Será conveniente además promover programas apropiados de


catequesis, fundados sobre la verdad concerniente a la sexualidad
humana, en su relación con la vida de la familia, tal como es
enseñada por la Iglesia. Tales programas, en efecto, suministran un
óptimo contexto, dentro del cual se puede tratar también la cuestión
de la homosexualidad.

Esta catequesis podrá ayudar asimismo a aquellas familias, en las


que se encuentran personas homosexuales, a afrontar el problema
que las toca tan profundamente.

Se deberá retirar todo apoyo a cualquier organización que busque


subvertir la enseñanza de la Iglesia, que sea ambigua respecto a ella
o que la descuide completamente. Un apoyo en este sentido, o aún
su apariencia, puede dar origen a graves malentendidos. Una
especial atención se deberá tener en la práctica de la programación
de celebraciones religiosas o en el uso de edificios pertenecientes a
la Iglesia por parte de estos grupos, incluida la posibilidad de disponer
de escuelas y de los institutos católicos de estudios superiores. El
permiso para hacer uso de una propiedad de la Iglesia les puede
parecer a algunos solamente un gesto de justicia y caridad, pero en
realidad constituye una contradicción con las finalidades mismas para
las cuales estas instituciones fueron fundadas y puede ser fuente de
malentendidos y de escándalo.

Al evaluar eventuales proyectos legislativos, se deberá poner en


primer plano el empeño por defender y promover la vida de la familia.

18. El Señor Jesús ha dicho: « Vosotros conoceréis la verdad y la verdad


os hará libres » (Jn 8, 32). La Escritura nos manda realizar la verdad
en la caridad (cf. Ef 4, 15). Dios que es a la vez Verdad y Amor llama
a la Iglesia a ponerse en servicio de todo hombre, mujer y niño con la
solicitud pastoral del Señor misericordioso. Con este espíritu la
Congregación para la Doctrina de la Fe ha dirigido esta Carta a
Ustedes, Obispos de la Iglesia, con la esperanza de que les sirva de
ayuda en la atención pastoral a personas, cuyos sufrimientos pueden
ser agravados por doctrinas erróneas y ser aliviados en cambio por la
palabra de la verdad.

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en el transcurso de la Audiencia concedida


al suscrito Prefecto, ha aprobado la presente Carta acordada en la reunión
ordinaria de esta Congregación y ha ordenado su publicación.

Roma, desde la sede de la Congregación para la Doctrina de la fe, 1º de


octubre de 1986.

JOSEPH Card. RATZINGER

MATRIMONIO, FAMILIA
Y "UNIONES HOMOSEXUALES"

 Nota de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española


con ocasión de algunas iniciativas legales recientes

Madrid, 24 de junio de 1994 

INDICE
I. Una resolución del Parlamento Europeo: ¿contra la discriminación o para la
confusión?
II. La condición y el comportamiento homosexual.
III. Las "uniones homosexuales" no son comparables al matrimonio, base de la
familia.
IV. Conclusión: No se puede legitimar el desorden moral.

I. UNA RESOLUCIÓN DEL PARLAMENTO EUROPEO:


¿CONTRA LA DlSCRIMlNAClÓN O PARA LA CONFUSIÓN?

1. El pasado 8 de febrero el Parlamento Europeo aprobó una resolución


sobre la igualdad de derechos de los homosexuales y de las lesbianas. En
ella se pide, entre otras cosas, a la Comisión de la Comunidad Europea, que
recomiende a los Estados miembros la eliminación de "la prohibición de
contraer matrimonio o de acceder a regímenes jurídicos equivalentes a las
parejas de lesbianas o de homosexuales" y, además, que se ponga fin "a
toda restricción de los derechos de las lesbianas y de los homosexuales a ser
padres, a adoptar o a criar niños" (n. 14).

La debilidad jurídica de esta resolución es muy grande. Entre otras cosas,


porque la Comisión no tiene capacidad para determinar nada en esta materia.
Desde el punto de vista puramente legal la resolución del Parlamento será
ineficaz y apenas si merece ser tenida en cuenta. Pero su valor simbólico es
considerable, porque favorece el deseo de algunos grupos de difundir la idea
de que las parejas homosexuales tienen derecho a ser reconocidas
legalmente con un estatuto jurídico semejante al de un verdadero matrimonio.

No se entiende por qué el Gobierno ha manifestado su intención de promover


una legislación en el sentido de la mencionada resolución del Parlamento
Europeo. Ha de quedar claro que si lo hace es exclusivamente por su propio
deseo, pues no hay en esta cuestión imperativo legal alguno procedente del
Parlamento de Estrasburgo que obligue al gobierno español ni a ningún otro
gobierno de Europa.

2. Ante esta situación, los obispos deseamos contribuir con la presente Nota
a que se eviten confusiones tan notorias como perjudiciales. La confusión es
propia de una época de crisis que - según las certeras palabras de Juan
Pablo ll "se manifiesta ante todo como profunda crisis de la verdad" 1. Son
verdades muy elementales las que aparecen completamente oscurecidas y
desquiciadas en el asunto que nos ocupa. Con el fin de iluminar las mentes y
las conductas, queremos recordar la enseñanza de la Iglesia sobre la
homosexualidad2 y sobre el matrimonio3.

 II. LA CONDICIÓN Y EL COMPORTAMIENTO HOMOSEXUAL

 3. La existencia de personas que experimentan una atracción sexual


exclusiva o predominante hacia otras del mismo sexo es un hecho conocido a
través de los siglos y de las culturas. Hoy los medios de comunicación nos
informan con cierta frecuencia de las acciones emprendidas por
agrupaciones de personas homosexuales en diversos lugares del mundo, y
también en España, con el fin de conseguir ser tratadas del mismo modo que
las personas heterosexuales.

4. A este respecto queremos decir, en primer lugar, que los obispos


deploramos que las personas homosexuales sean todavía objeto de
expresiones malévolas y, mucho más, de acciones violentas. Condenamos
con firmeza estos comportamientos que ignoran la dignidad de las personas y
lesionan los principios más elementales de la buena convivencia civil 4.
Sabemos bien que, con independencia de la orientación sexual e incluso del
comportamiento sexual de cada uno, toda persona tiene "la misma identidad
fundamental: el ser creatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida
eterna"5. Esta es la base de la inviolable dignidad de cada ser humano. De
ella dimanan energías inagotables para luchar por la superación de los
problemas personales y de las injusticias sociales.

5. Pero hemos de decir también que no se puede pedir a la sociedad que


reconozca la condición o el comportamiento homosexual como una
modalidad del ser humano comparable, por ejemplo, a las diferencias
naturales de raza o sexo. Denunciamos como engañoso el intento de hacer
creer a la opinión pública que determinadas restricciones legales, como la
prohibición del matrimonio y de la adopción, sean "discriminaciones injustas"
para las personas homosexuales. Estas prohibiciones serían injustas si se
aplicaran por causa de la raza, del origen étnico, del sexo, etc., pero no lo
son en este caso. "Las personas homosexuales, en cuanto personas
humanas, tienen los mismos derechos que todas las demás personas. Entre
los demás derechos, todas las personas tienen el derecho al trabajo, a la
vivienda, etc."6. Estos derechos son, en efecto, suyos en cuanto personas, no
en virtud de su orientación sexual. En cambio, la orientación sexual sí que ha
de ser tenida en cuenta por el legislador en cuestiones directamente
relacionadas con ella, como es el caso, ante todo, del matrimonio y de la
familia. ¿Con qué criterios y en qué sentido?

6. Para dar una respuesta adecuada a esta pregunta hay que comenzar por
distinguir entre lo que es la condición y lo que es el comportamiento
homosexual. Nadie elige la condición homosexual. Pero sí hay libertad para
elegir cómo vivirla, cómo comportarse con ella.

7. La particular inclinación de la persona homosexual no es de por sí


éticamente reprobable. Es más, para la mayoría de ellas constituye "una
auténtica prueba". Y por eso deben ser acogidas con absoluto respeto 7. El
respeto y la acogida han de ser especialmente solícitos porque la condición
en la que se encuentran dista de ser favorable para su realización humana y
personal. La inclinación homosexual, aunque no sea en sí misma
pecaminosa, "debe ser considerada como objetivamente desordenada", ya
que es "una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento
intrínsecamente malo desde el punto de vista moral" 8. Es el comportamiento
homosexual el que es siempre de por sí éticamente reprobable, aunque no
haya que olvidar tampoco que, dada la habitual complejidad de estas
situaciones personales, habrá que juzgar con prudencia su culpabilidad que
incluso, en algunos casos, puede ser subjetivamente inexistente 9.

8. Siendo esto así, parece claro que cuando las leyes no legitiman el
comportamiento homosexual, lejos de tratar injustamente a nadie, responden
a la norma moral y tutelan el bien común de la sociedad. Y, a la inversa, las
leyes que lo legitimaran carecerían de toda base ética, y ejercerían un efecto
"pedagógico" negativo tendente a socavar el bien común 10. ¿En qué nos
basamos para decir que el comportamiento homosexual es de por sí y
siempre éticamente reprobable? Cuando afirmamos esto no hacemos más
que recoger la verdad sobre la naturaleza del ser humano, asumida y
desvelada en plenitud por la Revelación cristiana. Veámoslo con toda
brevedad.

9. El comportamiento homosexual separa la sexualidad tanto de su


significado procreador como de su profundo sentido unitivo, que son las dos
dimensiones básicas de su naturaleza misma. Los actos homosexuales no
sólo son de por sí incapaces de generar nueva vida, sino que, además, por
no proceder de una verdadera complementariedad sexual, son también
incapaces de contribuir a una plena comunión interpersonal en una sola
carne. Las relaciones homosexuales carecen necesariamente, por su propia
naturaleza, de las dimensiones unitiva y procreadora propias de la sexualidad
humana. Ahora bien, ellas son las que hacen de la unión corporal del varón y
de la mujer en el matrimonio la expresión del amor por el que dos personas
se entregan la una a la otra de tal modo que esa mutua donación se convierte
en el lugar natural de la acogida de nuevas vidas personales. El
comportamiento homosexual es, pues, contrario al carácter personal del ser
humano y, por tanto, contrario a la ley natural.

10. La Tradición cristiana ha percibido siempre de manera inequívoca que el


comportamiento homosexual contradice la verdad del hombre que la
revelación de Dios ilumina plenamente. El Amor creador, que es el Dios trino,
comunión de personas en sí mismo, quiere a los seres humanos a su imagen
y semejanza como varón y mujer (cfr Gn 1, 27). "Por consiguiente, son
creaturas de Dios llamadas a reflejar, en la complementariedad de los sexos,
la unidad interna del Creador" 11. Pero el pecado, el rechazo de la comunión
de vida que Dios ofrece a los hombres, trae consigo el oscurecimiento del
"significado nupcial" del cuerpo humano, es decir, de su carácter de signo y
de mediador de una alianza de amor con Dios y entre los hombres. Por eso
en la historia de Sodoma la Sagrada Escritura tiene que condenar las
relaciones homosexuales (cfr Gn 19,1-11) y el Levítico ha de excluir del
Pueblo elegido a los que presentan un comportamiento homosexual (cfr Lv
18, 22 y 2O, 13). San Pablo, en el nuevo contexto de la confrontación entre el
cristianismo y la sociedad pagana de su tiempo, entiende igualmente ese
mismo comportamiento homosexual como clara manifestación de que la
armonía originaria entre el Creador y las creaturas ha sido rota por el pecado.
Este, en efecto, supone poner "la mentira en el lugar de la verdad de Dios" y
adorar y servir "a la creatura en vez del Creador". "Por eso - continúa el
Apóstol - los entregó Dios a pasiones infames; y sus mujeres invirtieron las
relaciones naturales por otras contra la naturaleza; y lo mismo los hombres...
se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de
hombre con hombre" (Rm 1, 18-32. Cfr. también, 1 Cor 6, 9 y 1 Tim 1, 10).

 lll. LAS "UNIONES HOMOSEXUALES" NO SON COMPARABLES


AL MATRIMONIO, BASE DE LA FAMILIA

 11. El amor que puede darse entre personas homosexuales no debe ser
confundido con el genuino amor conyugal, sencillamente porque no
pertenece a esta especie singular de amor. Puede ser un amor de
benevolencia o amistad, que se orienta a la búsqueda del bien de la persona
amada. Pero el amor de amistad nunca incluye las expresiones genitales de
la sexualidad, que se orientan al don de la vida. Es el amor propio de
compañeros, amigos, hermanos o parientes, no de esposos. El
comportamiento homosexual -por las razones ya apuntadas- distorsiona
gravemente este amor de amistad y no puede sino perjudicar el desarrollo
integral de las personas que, equivocadamente, recurren a él.

12. En cambio, el amor esponsal conlleva la donación mutua y total, en


cuerpo y alma, del esposo y de la esposa. "Esta totalidad, exigida por el amor
conyugal, se corresponde también con las exigencias de una fecundidad
responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por
su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores
personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución
perdurable y concorde de los padres" 12. La donación total que los esposos
hacen del uno al otro en el pacto libre por el que se establece la comunidad
de vida y amor que es el matrimonio "los hace capaces de la máxima
donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el
don de la vida a una nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a
la vez que se dan entre sí, dan, más allá de sí mismos, la realidad del hijo,
reflejo viviente de su amor" 13. He ahí el lugar propio de "la genealogía de la
persona, que tiene su inicio eterno en Dios y que debe conducir a El" 14.

13. Ninguna de las notas de la totalidad y fecundidad, que constituyen la


naturaleza misma del amor del que se nutre el matrimonio, se dan ni pueden
darse en las llamadas uniones homo-sexuales. Se trata de dos realidades
substancialmente diversas que no pueden ser equiparadas sin que con ello
se violente el ser mismo de la persona humana. Cualquier equiparación
jurídica de dichas uniones con el matrimonio supondría otorgarles una
relevancia de institución social que no corresponde en modo alguno a su
realidad antropológica. La "solidez y trascendencia del amor conyugal, su
carácter procreador y definitivo, es lo que le confiere una dimensión social y,
por tanto, institucional y jurídica" 15. El matrimonio, engendrando y educando a
sus hijos, contribuye de manera insustituible al crecimiento y estabilidad de la
sociedad. Por eso le es debido el reconocimiento y el apoyo legal del Estado.
En cambio, a la convivencia de homosexuales, que no puede tener nunca
esas características, no se le puede reconocer una dimensión social
semejante a la del matrimonio y a la de la familia.

14. Un punto de particular importancia en el que la equiparación entre el


matrimonio y las "uniones homosexuales" se muestra como imposible es el
del derecho a la adopción. ¿Qué tipo de derecho se puede invocar para que
un niño tenga que vivir premeditadamente sin la figura del padre o la de la
madre? La psicología moderna ha puesto de relieve lo que la sabiduría
humana de siempre ya conocía: la falta de la figura paterna o de la figura
materna no se sufre sin graves dificultades en el desarrollo de la
personalidad. Esta falta, agravada en el caso de la unión homosexual por la
presencia de dos "padres" o dos "madres", exigirá en el niño un esfuerzo aún
mayor para poder dar un perfil sólido a su identidad sexual normal. No es,
pues, posible calificar de discriminación el que las leyes prohiban la adopción
a los homosexuales. Más bien hay que pensar que el injustamente tratado
sería el niño eventualmente adoptado en esas circunstancias. Tanto más
cuanto que, en este momento, son muchos los matrimonios idóneos
dispuestos a adoptar y que, por una u otra causa, no consiguen llegar a ver
realizado su deseo. Los niños que, por desgracia, se hayan visto privados de
una familia propia no deben ser sometidos a una nueva prueba. Tienen
derecho a crecer en un ambiente que se acerque lo más posible al de la
familia natural que no tienen16.

15. La realidad humana, creatural, del amor conyugal, que es la base de toda
familia que merezca realmente ese nombre, es bella y sublime al tiempo que
exigente y ardua. Tanto su belleza como su exigencia aparecen ante
nuestros ojos en su profundidad última cuando el amor de los esposos es
referido por San Pablo al amor de Jesucristo mismo hacia su Iglesia (cfr Ef 5,
22-33). La donación mutua que los esposos hacen de sí mismos en el amor
participa de aquella donación suprema de la Cruz de la que ha brotado la
Vida para el mundo. "El verdadero amor es siempre una experiencia pascual,
de muerte y de vida, de entrega y de resurrección. Así también la sexualidad,
cuando no es vivida desde el reduccionismo que excluye el compromiso del
amor, constituye un misterio de pérdida para el hallazgo y de muerte para la
vida, de entrega y de oblación, de comunión interpersonal para que el otro
tenga vida".

16. Las personas homosexuales no están en modo alguno excluidas de la


participación en el misterio pascual de Cristo ni de la vida y la misión de la
Iglesia. Antes al contrario, también ellas están llamadas a la autodonación de
la que surge la vida verdadera. Y uno de sus modos propios de
autodesprendimiento creativo será, sin duda, "unir al sacrificio de la cruz del
Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición" 17. No
creemos que se pueda decir que se les exige más sacrificio a ellas que a los
esposos cristianos. Pero, en uno y otro caso, estamos ciertos de que la Cruz
es el único camino para la Vida. Y así lo podemos ver en el testimonio de
generosidad y de gratuidad ofrecido a la Iglesia y al mundo por tantas
personas de una y otra condición sexual.

 IV. CONCLUSIÓN: NO SE PUEDE LEGITIMAR EL DESORDEN MORAL

 17. La realidad de la condición homosexual es frecuentemente difícil y


dolorosa tanto por la lucha personal como por las dificultades de integración
social que comporta, agravadas tan a menudo estas últimas por auténticas
discriminaciones y comportamientos vejatorios de la dignidad personal. La
Iglesia quiere ayudar a las personas que padecen esta situación. Proclamar y
recordar la verdad sobre el hombre, acogiendo con caridad auténtica a las
personas, es el modo de más largo alcance de que ella dispone para que la
ayuda resulte realmente efectiva.

18. Los obispos españoles, en plena y cordial comunión con el Papa Juan
Pablo ll, queremos llamar la atención de la opinión pública de nuestro País
para que se sepa distinguir el trigo de la paja, lo verdadero de lo falso. Hay
que acoger y respetar especialmente, como personas que son, a quienes
sufren tendencias homosexuales. Pero hay que decir también bien claro lo
que parece obvio: "no puede constituir una verdadera familia el vínculo de
dos hombres o dos mujeres, y mucho menos se puede atribuir a esa unión el
derecho de adoptar niños"18.

19. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la
unión matrimonial, esencialmente heterosexual, como base ineludible de la
familia. Por lo tanto, no es aceptable la legalización que equipare de algún
modo las llamadas uniones homosexuales con el matrimonio. Las leyes no
tienen por qué sancionar "lo que se hace" convirtiendo el hecho en derecho.
Es verdad que las normas civiles no siempre podrán recoger íntegramente la
ley moral, pues "la ley civil a veces deberá tolerar, en aras del orden público,
lo que no puede prohibir sin ocasionar daños más graves" 19. Pero esta
tolerancia no podrá extenderse a los comportamientos que atentan contra los
derechos fundamentales de las personas, entre los cuales se cuentan "los
derechos de las familias y del matrimonio como institución". En estos casos el
legislador lejos de plegarse a los hechos sociales ha "de procurar que la ley
civil esté regulada por las normas fundamentales de la ley moral" 20. De lo
contrario se haría responsable de los graves efectos negativos que tendría
para la sociedad la legitimación de un mal moral como el comportamiento
homosexual "institucionalizado".

20. Terminamos recordando las palabras del Papa que ya citábamos en parte
al comienzo de esta Nota y que están tomadas de su Carta a las familias en
este Año Internacional de la Familia: "¿Quién puede negar que la nuestra es
una época de gran crisis, que se manifiesta ante todo como profunda "crisis
de la verdad"? Crisis de la verdad significa en primer lugar, crisis de
conceptos. Los términos "amor", "libertad", "entrega sincera", e incluso
"persona", "derechos de la persona", ¿significan realmente lo que por
naturaleza contienen? He aquí por qué resulta tan significativa e importante
para la Iglesia y para el mundo - ante todo en occidente - la Encíclica sobre el
"esplendor de la verdad" (Veritatis splendor). Solamente si la verdad sobre la
libertad y la comunión de las personas en el matrimonio y en la familia
recupera su esplendor, empezará verdaderamente la edificación de la
civilización del amor"21.

21. Estamos aún a tiempo de evitar que una nueva y nociva confusión -la de
la convivencia de homosexuales con el matrimonio- venga a entorpecer la
construcción de la civilización del amor. Nosotros confiamos en el poder del
Espíritu de Jesucristo resucitado que el Padre envía siempre a su Iglesia. El,
a pesar de nuestras infidelidades, la sostiene en la verdad, el bien y el amor.
Sostiene, en particular, a los matrimonios cristianos en el testimonio que dan
de la verdad con su amor conyugal. Y también a las personas homosexuales
en su esfuerzo -a veces no menos heroico- por vivir de acuerdo con su
vocación humana y cristiana. Todos juntos, cada cual según su condición y
con la ayuda del Espíritu de la verdad, somos los constructores de la
civilización del amor.

Madrid, 24 de junio de 1994

NOTAS: 

1. Carta a las familias (2.II.1994) n. 13.


2. Cfr CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Persona
humana. Declaración acerca de algunas cuestiones de ética sexual
(29. XII.1975), Ecclesia, 17 I. 1976, 72-76; ID., Carta a los obispos de
la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas
homosexuales (1.X 1986), Ecclesia, 15.Xl.1986, 1579-1586.
3. Cfr JUAN PABLO ll, Familiaris consortio. Exhortación apostólica sobre
el matrimonio y la familia (22.Xl.1981; ID., Carta a las familias
(2.Il.1994).
4. Cfr CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los
obispos..., 10.
5. Ibid., 16.
6. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Algunas
consideraciones concernientes a la respuestas a proposiciones de ley
sobre la no discriminación de las personas homosexuales
(24.Vll.1992), Ecclesia, 2229.Vlll.1992, 1288-129O, n. 12.
7. Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 2358.
8. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los
obispos..., 3.
9. ID., Persona humana, 8.
10. Nótese que hablamos de legitimar y no de tolerar. Porque puede
concederse que el comportamiento homosexual podrá ser tolerado por
las leyes cuando no suponga un ataque directo al bien común lesivo
de derechos fundamentales de otros.
11. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los
obispos..., 6. Cfr JUAN PABLO II, Familiaris consortio, 11.
12. JUAN PABLO ll, Familiaris consortio, 11.
13. JUAN PABLO ll, Familiaris consortio, 14.
14. JUAN PABLO ll, Familiaris consortio, 1O.
15. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, Matrimonio y familia,
(Documento de la XXXI Asamblea Plenaria. 6.Vll.1979), en J.
IRIBARREN (Ed.), Documentos de la Conferencia Episcopal Española
1965-1983, BAC, Madrid 1984, 520-562, n. 86.
16. COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Sobre
algunos aspectos referentes a la sexualidad y a su valoración moral
(7.I.1987), en CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA. COMISIÓN
EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Fe y moral.
Documentos publicados de 1974 a 1993, EDICE, Madrid 1993, 81-91,
n. 1O.
17. Catecismo de la Iglesia Católica, 2358.
18. JUAN PABLO ll, Angelus del día 20 de febrero de 1994, Osservatore
Romano, edición semanal en español, Año XXVI, n. 8 (25.II.1994) 20.
19. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción
Donum Vitae, III.
20. Ibid.
21. JUAN PABLO Il, Carta a las familias (2.III.1994) n. 13.

4.4. Relaciones Prematrimoniales


 
¿Por qué son ilícitas las relaciones prematrimoniales?
 
Responde el P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.
 
1. Concepto y discusión
 
La relación prematrimonial se entiende del acto sexual completo entre los
novios que tienen intención seria de contraer matrimonio o al menos que están
planteando seriamente la posibilidad de hacerlo. Los otros tipos de relaciones
sexuales entre “amigos” o novios que no han planteado todavía el matrimonio son
simplemente actos de simple “fornicación” (de todos modos el juicio que se da
aquí vale tanto para unas como para otras).

La extensión de este tipo de relaciones entre los novios ha tomado, en


muchos lugares, una proporción tal que muchos lo juzgan como una actitud
“normal”, con carta de ciudadanía en todo noviazgo. Las causas de su
propagación pueden verse en distintos fenómenos de nuestra época como ser:
–La reducción del amor al sexo.
–La reducción del sexo a la genitalidad.
–La prolongación indefinida de algunos noviazgos.
–El bombardeo de pornografía en los medios de comunicación social.
–La facilidad del recurso a los medios anticonceptivos y la mentalidad
anticonceptiva y abortista dentro del mismo matrimonio.
–La pérdida del sentido de la castidad y de la virginidad.
–La falta de educación del carácter y de la afectividad en general.
 
Sobre la ilicitud de la fornicación el juicio moral no ofrece lugar a
discusiones: “La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera
del matrimonio.

Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad


humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la
generación y educación de los hijos. Además, es un escándalo grave cuando hay
de por medio corrupción de menores”1[1].

En cambio, para algunos moralistas y muchos fieles católicos las


relaciones prematrimoniales no entrarían en la misma categoría. Según algunos
el motivo es que deberían juzgarse dentro del proyecto de amor del futuro
matrimonio. Así como no se puede negar que los novios que van a casarse se
amen verdaderamente, así tampoco podría decirse que tales relaciones quedan
fuera de su amor. Por ejemplo, A. Hortelano, reconociendo que “esas situaciones
previas al matrimonio no son el cuadro ideal para vivir la sexualidad y por eso no
son recomendables las relaciones sexuales prematrimoniales y en este sentido
son malas”, concluye: “sin embargo, no nos atrevemos a decir que las relaciones
sexuales prematrimoniales, cuando expresan un auténtico amor total y para
siempre, sean siempre gravemente malas. Es algo que habrá que ver en cada
caso y dependerá mucho del amor que hay en su base y de la aproximación real
al matrimonio en el momento en que se producen”2[2]. En otro lugar dice que
“expresan el amor... al ochenta por ciento, les falta un veinte por ciento de
madurez...”3[3]. Por eso dice el documento Persona humana: “muchos reivindican
hoy el derecho a la unión sexual antes del matrimonio, al menos cuando una
resolución firme de contraerlo y un afecto que, en cierto modo, es ya conyugal en
la psicología de los novios piden ese complemento, que ellos juzgan
connatural”4[4].

Otros moralistas, oponiendo el derecho positivo (que prescribe cuándo y


cómo se debe celebrar el matrimonio, como hace, por ejemplo, el Código de
Derecho Canónico) al derecho natural, afirman que en circunstancias
extraordinarias o difíciles y supuesta la voluntad seria de casarse públicamente
en su debido momento, las relaciones sexuales entre novios se justificarían sobre
la base de un matrimonio incoado por derecho natural. Así piensan con algunas
variantes, por ejemplo, L. Rossi5[5], A. Valsecchi, M. Vidal6[6], etc.
Ahora bien, esto no es así.
 
2. Juicio moral
 
Las relaciones prematrimoniales están mal por su objeto y, si bien, no
puede negarse que los novios se amen, sí puede afirmarse que la relación sexual
no es una manifestación auténtica del amor en esa etapa de sus vidas.

1[1]
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2353
2[2]
Hortelano, A., Problemas Actuales de Moral, Ed. Sígueme, Salamanca 1980, II, p. 600.
3[3]
Ibid., p. 597.
4[4]
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, sobre
algunas cuestiones de ética sexual, 29 de diciembre de 1975, nº 7..
5[5]
Cf. L. ROSSI, Relaciones prematrimoniales, en: Diccionario enciclopédico de teología moral,
Paulinas, Madrid 1980, p. 928.
6[6]
Cf. M. VIDAL, Moral y sexualidad prematrimonial, PS, Madrid 1971, p. 99-100.
¿Por qué? Fundamentalmente porque la “relación sexual” es la
manifestación plena y exclusiva de la conyugalidad, y los novios carecen de la
conyugalidad aunque se ordenen a ella y se estén preparando para ella. Es la
manifestación plena del amor conyugal, porque es en la relación sexual donde los
esposos alcanzan la máxima unión física y, a través de ella, fomentan la máxima
unidad afectiva y espiritual. Allí son “una sola carne” y mediante este acto también
“un solo espíritu”. Pero es también la manifestación exclusiva de la conyugalidad
porque sólo dentro del matrimonio es lícito realizar la sexualidad.

¿Por qué sólo dentro del matrimonio? Por el lenguaje del cuerpo. El acto
sexual es parte del lenguaje humano; tiene un significado único, irrepetible e
irrenunciable; y lo que ese acto “dice”, sólo es verdad cuando hay de por medio
un compromiso matrimonial definitivo. ¿Qué es lo que dice ese acto? Dice
donación total. Una donación es total cuando incluye:
–todo cuanto se tiene
–de modo exclusivo
–en el estado más perfecto en que puede estar lo que se dona
–para toda la vida
Ahora bien, la donación entre los esposos es total cuando incluye: todo
cuanto se tiene (cuerpo, alma, afectividad, presente y futuro); de modo exclusivo
(es decir, a una sola persona con exclusión de todas las demás); en estado
perfecto (no disminuido o deteriorado, como ocurre cuando las capacidades han
sido anuladas previamente por medio de anticonceptivos o esterilizantes); para
toda la vida (lo cual es garantizado sólo tras el compromiso público que se da en
el consentimiento matrimonial). Estos elementos sólo pueden ser vividos en el
matrimonio válidamente celebrado.

En la relación prematrimonial, en cambio:


–no se da cuanto se tiene: porque no ha dado todo quien aún no ha
pronunciado públicamente el “sí matrimonial” ante la sociedad: no ha dado su
futuro, no ha dado su nombre, no ha dado su compromiso; de hecho el verdadero
amor es un acto “oblativo” de don total de sí al otro; en cambio, en la relación
sexual prematrimonial (y lo mismo se diga de la extramatrimonial) lo que prima
psicológicamente no es la oblatividad sino la búsqueda egoística del placer: el
“otro” no es aquél a quien se da sino aquello que se toma para uno;
–no es exclusivo, o al menos no es necesariamente exclusivo: pues la falta
del compromiso matrimonial lleva muchas veces a la ruptura del noviazgo
(incluso los más serios) y a la instauración de nuevos noviazgos; de este modo
las relaciones prematrimoniales se tienen con distintas mujeres o distintos
hombres;
–no se da generalmente en el estado más perfecto: “las más de las veces
excluyen la prole”7[7];
–no es para toda la vida: pues falta rubricarlo por el único acto que hace
irretractable el compromiso, el cual es la celebración válida del matrimonio.
 
De ahí que puedan establecerse las siguientes normas morales para
regular la conducta de los novios:

7[7]
Cf. Persona humana, nº 7.
–son lícitas las demostraciones de afecto, aceptadas por las costumbres y
usansas, que son signo de cortesía, urbanidad y educación;
–son ilícitas las expresiones púdicas (abrazos, besos, miradas,
pensamientos, deseos) con la intención expresa y deliberada de placer venéreo o
sexual, aunque no se tenga voluntad de llegar a la relación sexual completa;
–con más razón son ilícitas las expresiones impúdicas y las relaciones
sexuales completas.

En resumen: “reservarán para el tiempo del matrimonio las


manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal”8[8].

 3. Consecuencias de las relaciones prematrimoniales


 
El anterior es el argumento central y definitivo. Sin embargo, el análisis de
las consecuencias más comunes de las relaciones prematrimoniales refuerza el
juicio negativo que de ellas hemos hecho. Entre éstas pueden señalarse9[9]:
 
a) En el orden biológico:

–Frigidez: la actividad sexual ejercida por jovencitas de 15 a 18 años puede ser


causa de frigidez en épocas posteriores; en algunos estudios, el 45% de las
mujeres interrogadas se refirieron a la falta de capacidad de reacción sexual
como una consecuencia temible de las relaciones previas al matrimonio; está
comprobado que muchas mujeres no son frígidas por constitución, sino a causa
de inadecuadas experiencias sexuales antes del matrimonio. Esto provoca en
algunos casos el fenómeno de las seudo-lesbianas y de las anfibias, es decir, de
las mujeres que buscan el encuentro amoroso con otras mujeres, porque se han
quedado decepcionadas de los hombres, o bien alternan indiferentemente la
compañía íntima de los hombres con la de las mujeres.

–Enfermedades venéreas: “entre los millares de casos venéreos cuidados –


afirma Carnot– nunca encontré uno solo que no tuviese por origen directo o
indirecto un desorden sexual”. Entre éstas las más extensas son la sífilis, la
blenorragia y actualmente el Sida.

–Embarazos: aunque la mayoría de los novios recurren a la anticoncepción, ésta


–como ya se sabe– no es capaz de evitar los embarazos incidentales.
 
b) En el orden psicológico

–Crea temor: como por lo general las relaciones tienen lugar en la


clandestinidad, crean un clima de temor: temor a ser descubiertos, temor a ser
traicionados después, temor a la fecundación, temor a la infamia social. Además
crean otra alteración pasional que es el temperamento celoso: la falta de vínculo
legal hace siempre temer el abandono o desencanto del novio o novia y la
búsqueda de satisfacción en otra persona; de hecho no hay ningún vínculo que lo
pueda impedir; por eso la vida sexual prematrimonial engendra en los novios un
clima de sistemática sospecha de infidelidad.
8[8]
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2350.
9[9]
Cf. José María del Col, Relaciones prematrimoniales, Ed. Don Bosco, Bs.As. 1975, pp. 169-
221. Las estadísticas y citas las tomo de este estudio.
–Da excesiva importancia al sexo, al instinto sexual, al goce sexual. Esto
produce un detrimento en la otras dimensiones del amor: la afectiva y la espiritual.
Normalmente esto resiente el mismo noviazgo y luego el matrimonio. Asimismo,
esta centralización del amor en el sexo frena el proceso de maduración
emocional e intelectual. “Una relación sexual precoz, llevada a cabo
regularmente... ejerce también su efecto inhibidor sobre el desarrollo intelectual y
la evolución consecutiva de la mente...” (Tumlirz).

–Introduce desigualdad entre el varón y la mujer. De hecho nadie puede


negar que en la práctica de las relaciones prematrimoniales quien lleva la peor
condición es la mujer. Ésta, en efecto: “pierde la virginidad; se siente esclavizada
al novio que busca tener relaciones cada vez con mayor frecuencia; no puede
decirle que no, porque tiene miedo que él la deje, reprochándole que ella ya no lo
quiere; vive con gran angustia de que sus padres se enteren de sus relaciones;
participa de las molestias del acto matrimonial, sin tener la seguridad y la
tranquilidad del matrimonio”10[10]; vive en el temor de quedar embarazada; si
queda embarazada es presionada para que aborte por el novio que la deja sola
ante los problemas del embarazo, por familiares y amigos e incluso por
instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que luchan por la
difusión del aborto en el mundo11[11].
 
c) En el orden social

–Casamientos precipitados. La experiencia lo demuestra hasta el


cansancio. Los embarazos inintencionales, la infamia social, lleva muchas veces
a precipitar el matrimonio cuando se carece de la debida madurez para
enfrentarlo y éste a su vez termina en una ruptura ya irreversible.

–Abortos procurados. La experiencia también nos muestra el número cada


vez mayor de abortos y sobre todo la relación entre la mentalidad abortista y la
mentalidad anticonceptiva12[12]. Ahora bien, nadie puede negar que ésta última es
el ambiente más común para quienes practican el sexo prematrimonial;
consecuentemente, también el aborto será una de sus más nefastas
consecuencias.

–Maternidad ilegítima. Cuando no se efectúa el aborto y no se opta por el


casamiento apresurado, se termina arrostrando una maternidad ilegítima.
También es una de las preocupaciones más acuciantes de nuestra época el
problema de las madres solteras adolescentes. Precisamente es uno de los
argumentos que se esgrimen a favor de las leyes de educación sexual que
reducen ésta a la gratuita instrucción y reparto de anticonceptivos. En general,
según algunas estadísticas, el mayor porcentaje de hijos ilegítimos que no son
segados por el aborto corresponde a las jóvenes de 15 a 19 años, luego siguen

10[10]
P. CARLOS BUELA, Modernos ataques contra la familia, Rev. Mikael nº 15 (1977), p. 39.
11[11]
“En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de la madre... puede ser
culpable el padre del niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando
favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del embarazo... (Los)
familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente
psicológicamente obligada a ceder al aborto” (Evangelium vitae, 59).
12[12]
Cf. Evangelium vitae, 13.
las que tienen entre 20 y 24 años; la tasa más baja es la de las menores de 15
años.
 
3. Conclusión: guardar la castidad antes del matrimonio
 
La castidad perfecta antes del matrimonio es esencial al amor: “Los novios
están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un
descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la
esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del
matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben
ayudarse mutuamente a crecer en la castidad”13[13]. Entre otros motivos podemos
indicar los siguientes:
 
a) La castidad es el arma que tiene el joven o la joven para ver si es
realmente amado por su pareja. Esto por varias razones:

–Porque si realmente uno ama al otro no lo llevaría al pecado sabiendo


que lo degrada ante Dios, le hace perder la gracia y lo expone a la condenación
eterna.

–Porque es la única forma que tiene un joven o una joven de demostrar


verdaderamente que quiere reservarse exclusivamente para quien habrá de ser
su cónyuge. En efecto, al no aceptar tener relaciones con su novio/a, con quien
más expuesto a tentaciones está, menos probable es que lo haga con otro. En
cambio, si lo hacen entre sí sabiendo que esto puede llevarlos a un matrimonio
apurado o a cierta infamia social, ¿qué garantiza que no lo haga también con
otros u otras con quienes no tiene compromiso alguno? El no consentir en las
relaciones prematrimoniales es un signo de fidelidad; lo contrario puede ser
indicio de infidelidad.

–Finalmente, porque el hacer respetar la propia castidad es el arma para


saberse verdaderamente amado. En efecto, si la novia solicitada por su novio (o
al revés) se niega a tener relaciones por motivos de virtud, pueden ocurrir dos
cosas: o bien que su novio respete su decisión y comparta su deseo de castidad,
lo cual será la mejor garantía de que él respeta ahora su libertad y por tanto, la
seguridad de que la seguirá respetando en el matrimonio; o bien que la amenace
con dejarla (y que tal vez lo haga), lo cual solucionará de antemano un futuro
fracaso matrimonial, porque si el novio amenaza a su novia (o viceversa) porque
ella o él deciden ser virtuosos, quiere decir que el noviazgo se ha fundado sobre
el placer y no sobre la virtud, y éste es el terreno sobre el que se fundamentan
todos los matrimonios que terminan en el fracaso.

b) La castidad es fundamental para la educación del carácter. El joven o la


joven que llegan al noviazgo y se encaminan al matrimonio no pueden eludir la
obligación de ayudar a su futuro cónyuge a educar su carácter. La maduración
psicológica es un trabajo de toda la vida. Consiste en forjar una voluntad capaz
de aferrarse al bien a pesar de las grandes dificultades. Así como los padres se
preocupan de ayudar a sus hijos a lograr esta maduración, también el novio debe
ayudar a su novia (y viceversa) y el esposo a su esposa. El trabajo sobre la

13[13]
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2350.
castidad es esencial para ello; porque es una de las principales fuentes de
tentaciones para el hombre; consecuentemente es uno de los principales terrenos
donde se ejercita el dominio de sí14[14]. Quien no trabaja en esto no sólo es un
impuro sino que puede llegar a ser un hombre o una mujer despersonalizados,
sin carácter15[15]. Y así como no tiene dominio sobre sí en el terreno de la castidad,
tampoco lo tendrá en otros campos de la psicología humana. El que tiene el
hábito de responder a las tentaciones contra la pureza cometiendo actos impuros,
responderá a las tentaciones contra la paciencia golpeando a su esposa e hijos,
responderá a las dificultades de la vida deprimiéndose, responderá a la tentación
de codicia robando y faltando a la justicia, y responderá a la tentación contra la
esperanza quitándose la vida.

c) La castidad es esencial porque la verdadera felicidad está fundada


sobre la virtud. Ahora bien, las virtudes guardan conexión entre sí. No se puede,
por tanto, esperar que se vivan las demás virtudes propias del noviazgo y del
matrimonio si no se vive la castidad. Si no se vive la castidad, ¿por qué habría de
vivirse la fidelidad, la abnegación, el sacrificio, el compañerismo, la esperanza, la
confianza, el apoyo, etc.? La castidad no es la más difícil de las virtudes; al
menos no siempre es más difícil que la humildad o la paciencia cuando la
intimidad matrimonial empieza a mostrar los defectos del cónyuge que no se
veían en el idilio del noviazgo. Por eso la guarda de la pureza es garantía de que
se está dispuesto a adquirir las demás virtudes.

Por eso podemos concluir: el amor que no sabe esperar no es amor; el


amor que no se sacrifica no es amor; el amor que no es virtud no es amor.

Pero nos amamos ¿Por qué ha de ser pecado?

 Hay ciertos valores, o antivalores en una acción que no todos


son capaces de descubrir y mucho menos de poseer y es lo
que hacen que sientan que no están haciendo algo malo.

Querer no es lo mismo que amar.

 Están involucrando al amor como la razón fundamental que les da


derecho a expresar ese amor sexualmente: "Porque nos queremos",
dicen. De que se quieran no hay duda, pero ¿se aman? Porque
querer es un verbo ambivalente: se quiere lo que se ama, pero
también se quiere lo que simplemente se desea. Por supuesto que
nos responderán que están seguros de que se aman, que el suyo es

14[14]
“La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad
humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por
ellas y se hace desgraciado” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2339).
15[15]
Juan Pablo II ha afirmado, por eso, que la persona humana tiene como “constitutivo
fundamental” el dominio de sí (Catequesis de 22/VIII/84; en L'Osservatore Romano (español), 26/VIII/84,
p.523, nº 1): “el hombre es persona precisamente porque es dueño de sí y se domina a sí mismo” (ibid, nº
5), “el dominio de sí corresponde a la constitución fundamental de la persona”.
un sentimiento muy intenso, ¿Cómo van a dudar?

 Es esa profunda emoción que sienten los jóvenes enamorados lo


que para ellos es la prueba inconfundible de que se aman; y sin
embargo no es mucho menos decisiva e incluso puede resultar muy
sospechosa: porque puede ser que estén confundiendo el amor con
el deseo; puede que crean que están amando cuando en realidad
sólo están deseando. Porque el deseo, sí, produce emoción,
muchas veces una intensa emoción, pero el amor no precisamente
produce emoción, aunque muchas veces vaya acompañado de la
emoción, pero otras muchas, no. De hecho prescinde de la emoción,
porque el amor radica propiamente en la voluntad libre; el amor se
funda en una valoración: es lo que una persona vale para mí, por lo
que es ella en sí, y esto hace que me identifique con ella, que mire
su felicidad como la mía propia que quiera servirle a ella y no
servirme de ella, que quiera el mayor bien para ella.

 Y este amor está más alla de y por encima del deseo y de la


emoción: por eso, el que realmente ama, no se deja llevar del deseo
o no deseo, de las ganas o desganas, de la emoción o no emoción.
El supremo acto de amor es el de dar la vida por el amigo, y no creo
que el que esté dando su vida por otro, sienta un gusto y una
emoción intensa. Al contrario, es precisamente porque va
acompañado de una repugnancia enorme, y de un tremendo anti-
deseo  por lo que conocemos la grandeza de ese amor.

 Por consiguiente, el sentir una intensa emoción por una persona, no


es sinónimo que se la ame. Sin embargo esta emoción que siente
es lo que convence a los jóvenes de que se aman profundamente.
Una confirmación de esto es el número pavoroso de divorcios de
jóvenes que se casaron antes de los veinte años.

 Los que más seguros están de que se aman, son los que menos
aman y menos capacitados están para amar, porque precisamente
el amor auténtico sólo puede darse en una persona madura, una
persona que se autoposee a sí misma, para poder disponer de sí
misma y hacer la donación de sí mismo a la persona amada.

El sacrificio no es siempre señal de amor.

 Claro que responden a esto y dicen que lo suyo no es sólo


sentimiento, por lo que los dos se sacrifican el uno pòr el otro y
están dispuestos a sufrir y de hecho han sufrido mucho por
conservar su amor. Y esto les acaba de confirmar de que lo suyo es
realmente amor. Porque ¿no dice todo el mundo que el amor se
conoce en el sacrificio? Sin embargo esta es otra frase que todo el
mundo repite sin averiguar antes si es   verdad. Porque una cos es
que aquel que ama se sacrifica por la persona amada y otra cosa es
que, el que se sacrifica por una persona es señal de que la ama.
También se sacrifica uno por lo que desea.

Precisamente porque se aman.

 Pero es que, aunque en realidad se amen, el amor no justifica el que


se acuesten juntos: y precisamente porque se aman. Porque el
amor conyugal es una mezcla de deseo y de amor. Pero es la parte
que hay en él de deseo lo que sobre todo empuja al hombre a la
unión sexual, pero no precisamente la parte que corresponde al
amor.

 Al contrario, el amor lleva muchas veces al hombre a abstenerse.


Un esposo puede estar deseando vehementemente a su esposa y el
deseo lo está empujando violentamente a una relación sexual. Pero
la esposa está cansada, está triste y abatida, no está en actitud y el
marido, precisamente porque la ama, se abstiene de tocarla. Si sólo
se dejara llevar del deseo, no la respetaría; es pues, sólo el amor lo
que lo está deteniendo. Entonces no es concluyente esa razón que
se da para justificar las relaciones prematrimoniales: "nos queremos
tanto que tenemos que expresarlo sexualmente". ¿No deberían
decir mejor: nos deseamos tanto que tenemos que acostarnos
juntos?

 Es decir, que hay situaciones en la que el mismo amor le al hombre


controlar su deseo sexual. Y una de éstas es el noviazgo. La razón
es que la unión sexual es el lenguaje del amor  total y en el noviazgo
no existe una situación de amor total, aunque los novios muchas
veces creen que existe.

Sexualidad: lenguaje de amor total.

 La unión sexual es el lenguaje del amor  total porque es la máxima


expresión que existe del amor total: la unión sexual es el único acto
en que el hombre puede expresar su amor todo él, alma y cuerpo a
toda ella, alma y cuerpo. Todo él la ama a ella y viceversa. Es el
amor total. Y con la máxima intensidad, hasta el paroxismo, hasta el
éxtasis. No existe otra expresión del amor que sea a la vez tan
intensa y tan extensa y que abarque a todo el hombre.

 Y por lo mismo es también la expresión de la donación total que es


el amor. Porque en la unión sexual se donan a sí mismos totalmente
el uno al otro de tal manera, que de por sí, por su misma naturaleza,
esta donación tiende a plasmarse en un nuevo ser que no es más
que la donación mutua del padre y de la madre plasmada en carne:
porque el hijo es todo él pura donación del padre y todo él pura
donación de la madre. El hijo no es más que el yo del padre y el tú
de la madre fundidos en un nuevo yo, que es al mismo tiempo el
nosotros del padre y de la madre. Y por eso un hijo debe ser el fruto
del amor total de los padres. Esta capacidad que de por sí tiene toda
unión sexual de originar un nuevo ser, que es lo que hace que este
acto sea el acto más serio, y al mismo tiempo el más gozoso que
existe: porque el crear es el acto más serio y gozoso que existe y
más si es crear un nuevo hombre, que es un ser hecho para el
amor: para amar y ser amado temporal y eternamente. Y el acto en
que se crea un ser así ¿no exige ser un acto que por su naturaleza
sea la expresión de un amor total? ¿Para cuándo lo dejamos
entonces?

El noviazgo ¿situación de amor total?

 En el noviazgo no existe todavía una situación de amor total. Porque


en el noviazgo ese amor no es todavía definitivo. No digo que no
pretendan que sea definitivo y que en su interior no lo sea. Pero esto
no basta: el hombre es un ser social por naturaleza y un
compromiso no es considerado definitivo hasta que no ha sido
reconocido y refrendado públicamente por los representantes
oficiales de la sociedad. En realidad, este compromiso continúa
siendo privado, no tiene validez pública y por consiguiente no tiene
toda la fuerza obligante que podía tener: no es un compromiso total.
Y de hecho el hombre no se siente definitivamente obligado por ese
compromiso. Y esto lo saben los hombres: por eso cuando quieren
realmente una cosa la quieren firmada, por escrito y con testigos. Y
hasta que no lo tienen así, saben que no es definitivo, por muchas
promesas y muy sinceras que se les haga: pueden suceder muchas
cosas. Y en nuestro caso pasa igual: los novios saben que no están
definitivamente obligados, se pueden volver atrás y muchas veces lo
hacen: habrán roto su palabra, pero ahí queda todo.

 Claro que se dirá que también el matrimonio se puede romper; pero


no es lo mismo. El que rompe el matrimonio sabe que ha roto algo
más que su palabra. Más aún: en realidad esa ruptura es válida y
definitiva hasta que también la sociedad la sancione. Y para el que
tiene fe y cree que el matrimonio de por sí es indisoluble y más el
matrimonio sacramento, sabe que esa ruptura no existe: el hombre
sigue atado delante de Dios y de la Iglesia, el matrimonio sigue. El
que se casa válidamente pone de por sí un acto irreversible, que es
lo único definitivo que existe.

 Hoy se están poniendo de moda las uniones hechas por el


sentimiento, que como hemos dicho, no es lo mismo que el amor.
Porque como dicen: "lo que hace el matrimonio es el amor y si dos
se aman ¿para qué necesitan unos papeles y unas firmas? ¿Y si no
hay amor de qué valen esos papeles y esas firmas? Cierto, lo
decisivo es el amor y en verdad que los papeles no hacen al amor;
pero el amor si hace los papeles.  Porque cuando uno ama de una
manera total, exclusiva y definitiva quiere dar a su amor el carácter
más total, exclusivo y definitivo que puede. Lo que sucede es que
esos que así hablan tienen miedo de comprometerse
definitivamente, porque en realidad no se aman, se quieren como se
quiere un juguete que saben que algún día los aburrirá y quieren
tener las manos libres para tirarlo sin compromisos.  Tienen razón,
lo que hace el matrimonio es el amor; pero precisamente por eso no
se casan: porque lo suyo no es el amor.

 Y podemos añadir también que no existe una situación de amor


total, porque en el noviazgo la donación de sí mismos no es total;
aunque lo deseen con toda el alma. Yo puedo tener unos deseos
intensos de donar a alguien un millón de dolares, pero hasta que de
hecho no se lo haya dado, la donación no es total. Puede ser que
los novios tengan un deseo enorme de hacer la donación de sí
mismos el uno al otro, pero hasta que de hecho no se hayan
donado, es decir, hasta que no hayan puesto sus vidas en común de
una manera definitiva y vivan juntos, gocen juntos, trabajen juntos y
sufran juntos no existe una donación total.

 Con esto no quiero decir que en el matrimonio existe siempre el


hecho de esta situación de amor total: yo sólo digo que únicamente
en el matrimonio puede existir, porque sólo el matrimonio es una
estructura creada por el amor y que de por sí es exclusiva, definitiva
y total, como debe ser el amor conyugal.

 Por consiguiente, si el noviazgo no es una situación de amor total,


es un engaño, es una estafa el estar usando en él el lenguaje del
amor total. Y si en el noviazgo no existe todavía una donación total,
es inmoral poner el acto que es la expresión de esa donación  total .
En resumen: que si esas relaciones sexuales tienen por deseo o
principalmente por deseo son inmorales; y, si se dicen que se hacen
por amor, en realidad no sería un auténtico amor. en ningún caso ,
pues, están justificadas. Naturalmente que, si como con frecuencia
pasa, se confunde el amor con el deseo y no se han descubierto
estos valores y mucho menos se poseen, la posición de la Iglesia al
declarar inmorales las relaciones pre-matrimoniales parecerá
anacrónica y sin sentido.

 Se podrían aducir otras razones hacer ver como estas relaciones


van contra el auténtico amor, que deben tener y fomentar entre sí
los novios, aunque sólo sea por las reacciones imprevisibles, que
sobre todo en la joven pueden surgir.

4.5. La Prostitución

La prostitución es la más inauténtica de las relaciones sexuales entre el hombre y


la mujer. Deja a los dos con mal sabor de boca y hastiados en lo más profundo
del él mismo. El uno y la otra terminan despreciándose viseralmente después de
un efímero encuentro envilecedor.

La inautenticidad de la prostitución radica en la falta absoluta de amor, ningún


estilo de afectividad. Fuera de la sexualidad puramente biológica, aceptada por la
mujer de un modo pasivo, no encontramos en este tipo de relación nada que nos
recuerde amor. En la prostitución no interesa la persona del otro, de parte y parte
da lo mismo cualquiera, no se comparte con el otro nada realmente humano, el
encuentro se reduce a un instante fugitivo e irrepetible y se hará lo posible para
que nadie se percate de ese “nosotros” puramente clandestino, que se
avergüenza de sí mismo.

La mayor parte de las prostitutas terminan hechas un guiñapo física y


psicológicamente. Aunque hoy en día es mucho más fácil que antes controlar las
enfermedades venéreas, sin embargo, el abuso de la sexualidad hace
verdaderos estragos en el cuerpo y en el espíritu de estas pobres mujeres.

Por comprensiva y abierta que sea la sociedad, nunca podremos justificar una
degradación moral del calibre de la prostitución. Podemos, sí, explicarla
psicológica y sociológicamente, pero nunca podremos aceptarla moralmente. Es
de por sí degradante y además descalifica a una sociedad incapaz de acabar con
ella, desde la raíz, después de varios años de tolerancia y convivencia solapada
por parte de políticos y aprovechados. Si las prostitutas pueden tener atenuantes
que disminuyen su responsabilidad moral, los clientes y proxenetas cometen
siempre, sin excepción ninguna, una gravísima inmoralidad.

El Concilio Vaticano II ha recordado a todos el carácter infamante de la


prostitución y Pablo VI insistió sobre la necesidad de sensibilizar a la gente
informándola y educándola para que cada cual asuma su parte de
responsabilidad en este indigno comercio que con toda razón puede considerarse
como la forma más degradante de la esclavitud moderna y vergüenza de la
sociedad.

En este sentido, habría que dar una mejor educación afectiva a las nuevas
generaciones, tanto a nivel de la sexualidad, como sobre todo del amor,
restaurando la familia con nuevas formas de socialización de la misma, que
respondan a las exigencias del hombre y se eviten de ese modo las frustraciones
afectivas que están en la raíz de la prostitución. Es necesario crear para ello una
sociedad en la que la sexualidad se sienta menos reprimida y todos se
consideren dueños de sus destinos y no prevalezcan en tener sobre el ser.

4.6. La Pornografía

Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales.


Una respuesta pastoral
Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales

Introducción

1. En el curso de estos últimos años ha tenido lugar una revolución mundial en


el modo de percibir los valores morales, seguida de cambios profundos en la
manera de pensar y actuar de la gente. Los medios de comunicación social han
tenido y continúan teniendo un importante papel en este proceso de
transformación individual y social, en la medida que introducen y reflejan
nuevas actitudes y estilos de vida 1.

2. Algunos de estos cambios han resultado positivos. Hoy, como ha afirmado


recientemente el Papa Juan Pablo II, "la primera nota positiva consiste en que
muchos hombres y mujeres tienen plena conciencia de su dignidad y de la de
todo ser humano... Al propio tiempo, en un mundo dividido y trastornado por
conflictos de todo tipo, va creciendo la convicción de una interdependencia
radical y, por consiguiente, la necesidad de una solidaridad humana que la
asuma y la traduzca en el plano moral" 2. Las comunicaciones sociales han
contribuido mucho a que se den estos cambios.

3. Pero muchos de estos cambios han sido negativos. Al lado de los abusos de
siempre se están dando nuevas violaciones de la dignidad humana y de los
valores e ideales cristianos. Y aquí también las comunicaciones sociales tienen
su parte de responsabilidad.

4. Si bien es cierto que estos medios -- como afirma el Concilio Vaticano II --


"prestan grandes servicios al género humano", lo es igualmente que "pueden
ser utilizados contra los designios del Creador y convertidos en instrumentos
del mal" 3.

5. Uno de los fenómenos alarmantes de estos años ha sido la creciente


difusión de la pornografía y la generalización de la violencia en los medios de
comunicación social. Libros y revistas, cine y teatro, televisión y video-
cassettes, espacios publicitarios y las propias telecomunicaciones, muestran
frecuentemente comportamientos violentos o de sexualidad permisiva que casi
llegan al umbral de la pornografía y que son moralmente inaceptables.

6. La pornografía y la exaltación de la violencia son viejas realidades de la


condición humana que evidencian la componente más turbia de la naturaleza
humana, dañada por el pecado. Durante el último cuarto de siglo han adquirido
una amplitud nueva y han pasado a constituir un serio problema social.
Mientras crece la confusión respecto de las normas morales, las
comunicaciones han hecho la pornografía y la violencia accesibles al gran
público, incluidos niños y jóvenes. Este problema, que quedaba confinado
antes en el ámbito de los países ricos, ha comenzado, con la comunicación
moderna, a corromper los valores morales de las naciones en vías de
desarrollo.

7. Los medios de comunicación social pueden ser a la vez eficaces


instrumentos de unidad y comprensión mutua y trasmisores de una visión
deformada de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad -- según una
interpretación que no respeta la auténtica dignidad ni el destino de la persona
humana -- 4. En particular, los responsables familiares de muchas regiones del
mundo han expresado una compresible preocupación respecto de los filmes,
video-cassettes y programas de televisión que sus hijos están en condiciones
de ver, así como grabaciones que pueden oír y publicaciones que pueden leer.
Y se niegan a que los valores morales inculcados en el hogar queden
destruidos por producciones rechazables, en todas partes de fácil acceso
gracias a estos medios.

8. Se trata de ilustrar en este documento los efectos más graves de la


pornografía y la violencia en el individuo y en la sociedad, así como señalar las
causas principales del problema tal como se plantea hoy. Por último se tratará
de indicar los pasos necesarios que han de dar los comunicadores
profesionales, los padres y educadores, la juventud y el público en general, las
autoridades civiles y eclesiásticas, las organizaciones privadas y religiosas,
para poner el remedio necesario.

Efectos de la pornografía y la violencia

9. La experiencia cotidiana confirma los estudios realizados en el mundo entero


acerca de las consecuencias negativas de la pornografía y de las escenas de
violencia que transmiten los medios de comunicación social 5. Se entiende por
pornografía, en este contexto, la violación merced al uso de las técnicas
audiovisuales, del derecho a la privacidad del cuerpo humano en su naturaleza
masculina y femenina, una violación que reduce la persona humana y el cuerpo
humano a un objeto anónimo destinado a una mala utilización con la intención
de obtener una gratificación concupiscente. La violencia, en este contexto,
puede ser entendida como la presentación destinada a excitar instintos
humanos fundamentales hacia actos contrarios a la dignidad de la persona, y
que describe una fuerza física intensa ejercida de manera profundamente
ofensiva y a menudo pasional. Los especialistas a veces no están de acuerdo
sobre el impacto de este fenómeno y sobre el modo en que afecta a los
individuos y los grupos aquejados por el mismo, pero las líneas maestras de la
cuestión parecen claras, limpias e inquietantes.

10. Nadie puede considerarse inmune a los efectos degradantes de la


pornografía y la violencia, o a salvo de la erosión causada por los que actúan
bajo su influencia. Los niños y los jóvenes son especialmente vulnerables y
expuestos a ser víctimas. La pornografía y la violencia sádica deprecian la
sexualidad, pervierten las relaciones humanas, explotan los individuos --
especialmente las mujeres y los niños --, destruyen el matrimonio y la vida
familiar, inspiran actitudes antisociales y debilitan la fibra moral de la sociedad.

11. Es evidente que uno de los efectos de la pornografía es el pecado. La


participación voluntaria en la producción y en la difusión de estos productos
nocivos ha de ser considerada como un serio mal moral. Además, esta
producción y difusión no podría tener lugar si no existiera una demanda. Así,
pues, quienes hacen uso de estos productos no sólo se perjudican a sí
mismos, sino que también contribuyen a la promoción de un comercio nefasto.

12. Una exposición frecuente de los niños a la violencia en las comunicaciones


sociales puede resultar turbadora para ellos, al ser todavía incapaces de
distinguir claramente la fantasía de la realidad.

Además, la violencia sádica en estos medios puede condicionar a las personas


impresionables, sobre todo a los jóvenes, hasta el punto de que la lleguen a
considerar normal, aceptable y digna de ser imitada.

13. Se ha dicho que puede haber una vinculación psicológica entre la


pornografía y la violencia sádica. Una cierta pornografía ya es abiertamente
violenta en su contenido y expresión. Quienes ven, escuchan o leen un material
así corren el riesgo de introducirlo en el propio comportamiento. Acaban
perdiendo el respeto hacia los demás, en cuanto hijos de Dios y hermanos y
hermanas de la misma familia humana. Una vinculación tal entre pornografía y
violencia sádica tiene especiales implicaciones para quienes están afectados
de ciertas enfermedades mentales.

14. También la llamada pornografía blanda ("soft core") puede paralizar


progresivamente la sensibilidad, ahogando gradualmente el sentido moral de
los individuos hasta el punto de hacerles moral y personalmente indiferentes a
los derechos y a la dignidad de los demás.

La pornografía -- como la droga -- puede crear dependencia y empujar a la


búsqueda de un material cada vez más excitante ("hard core") y perverso. La
probabilidad de adoptar comportamientos antisociales crecerá en la medida
que se vaya dando este proceso.

15. La pornografía favorece insalubres preocupaciones en los terrenos de la


imaginación y el comportamiento. Puede interferir en el desarrollo moral de la
persona y en la maduración de las relaciones humanas sanas y adultas,
especialmente en el matrimonio y en la familia, que exigen confianza recíproca
y actitudes e intenciones de explícita integridad moral.
16. La pornografía, además, cuestiona el carácter familiar de la sexualidad
humana auténtica. En la medida en que la sexualidad se considere como una
búsqueda frenética del placer individual, más que como una expresión
perdurable del amor en el matrimonio, la pornografía aparecerá como un factor
capaz de minar la vida familiar en su totalidad.

17. En el peor de los casos, la pornografía puede actuar como agente de


incitación o de reforzamiento, un cómplice indirecto, en agresiones sexuales
graves y peligrosas, tales como la pedofilia, los secuestros y asesinatos.

18. Una de las consecuencias fundamentales de la pornografía y de la violencia


es el menosprecio de los demás, al considerarles como objetos en vez de
personas. La pornografía y la violencia suprimen la ternura y la compasión para
dejar su espacio a la indiferencia, cuando no a la brutalidad.

Causas del problema

19. Uno de los motivos básicos de la difusión de la pornografía y de la violencia


sádica, en el ámbito de los medios de comunicación, parece ser la propagación
de una moral permisiva, basada en la búsqueda de la satisfacción individual a
todo coste. Un nihilismo moral de la desesperación se añade a ello, que acaba
haciendo del placer la sola felicidad accesible a la persona humana.

20. Un cierto número de causas más inmediatas contribuyen ulteriormente a la


escalada de la pornografía y la violencia en los media. Entre éstas cabe citar:

 el beneficio económico. La pornografía es una industria lucrativa.


Algunos sectores de la industria de las comunicaciones han sucumbido
trágicamente a la tentación de explotar la debilidad humana,
especialmente la de los jóvenes y la de las mentes impresionables, para
obtener provecho de producciones pornográficas y violentas. Esta
industria pornográfica, en algunas sociedades, resulta lucrativa hasta el
punto de que se ha vinculado al crimen organizado;
 falsos argumentos libertarios. La libertad de expresión exige, según
algunos, la tolerancia hacia la pornografía, aún al precio de la salud
moral de los jóvenes y del derecho a la intimidad, así como un ambiente
de pública decencia. Algunos, también erróneamente, afirman que el
mejor medio de combatir la pornografía consiste en legalizarla. Estos
argumentos son a veces propuestos por grupos minoritarios que no se
suman a los criterios morales de la mayoría y que se olvidan de que a
cada derecho corresponde una responsabilidad. El derecho a la libertad
de expresión no es un absoluto. La responsabilidad pública de promover
el bien moral de los jóvenes, de garantizar el respeto de las mujeres, de
la vida privada y de la decencia pública muestra claramente que la
libertad no puede equipararse al libertinaje;
 la ausencia de leyes cuidadosamente preparadas o su no aplicación,
para la protección del bien común, en particular de la moralidad de los
jóvenes;
 confusión y apatía por parte de muchos, incluso miembros de la
comunidad religiosa, los cuales se consideran erróneamente a sí
mismos extraños a la problemática de la pornografía y de la violencia en
los media, o sin posibilidades de contribuir a la solución del problema.

Respuestas al problema

21. La propagación de la pornografía y de la violencia a través de los medios


de comunicación social es una ofensa a los individuos y a la sociedad y plantea
un problema urgente que exige respuestas realistas por parte de las personas y
los grupos. El legítimo derecho a la libertad de expresión y al intercambio libre
de información ha de ser protegido.

Al mismo tiempo, hay que salvaguardar el derecho de los individuos, de las


familias y de la sociedad a la vida privada, a la decencia pública y a la
protección de los valores esenciales de la vida.

22. Se hará referencia a siete sectores con especiales deberes en la materia:


profesionales de la comunicación, padres, educadores, juventud, público en
general, autoridades públicas e Iglesia y grupos religiosos.

23. PROFESIONALES DE LA COMUNICACIÓN. Sería desleal sugerir que


todos los medios y todos los comunicadores están implicados en este negocio
nocivo. Son muchos los comunicadores que se distinguen por sus cualidades
personales y profesionales. Tratan de asumir su responsabilidad aplicando con
fidelidad las normas morales y les anima un gran deseo de servicio al bien
común. Se merecen nuestra admiración y estímulo, especialmente los que se
dedican a la creación de sanos esparcimientos familiares.

Se invita encarecidamente a estos comunicadores a unirse para la elaboración


y aplicación de códigos éticos en materia de comunicación social y publicidad,
inspirados en el bien común y orientados al desarrollo integral del hombre.
Estos códigos se hacen especialmente necesarios en el contexto de la
televisión, que permite que las imágenes entren en los hogares, allí donde los
niños se encuentran a su aire y sin vigilancia. El autocontrol es siempre el
mejor control, así como la autodisciplina, en el seno de los propios medios, es
la primera y más deseable de las líneas de defensa contra quienes buscan
provecho mediante la producción de programas pornográficos y violentos que
envilecen los medios de comunicación y corrompen la sociedad misma.

Se urge vivamente a los comunicadores a que, también a través de estos


medios, hagan conocer las medidas necesarias que pongan un dique a la
marea de la pornografía y de la exaltación de la violencia en la sociedad.

24. PADRES. Se invita a los padres a que multipliquen sus esfuerzos en orden
a una completa formación moral de niños y jóvenes. La cual supone una
educación en favor de una actitud sana hacia la sexualidad humana, basada en
el respeto a la dignidad de la persona como hija de Dios, en la virtud de la
castidad y en la práctica de la autodisciplina. Una vida familiar equilibrada, en la
que los padres sean fieles practicantes y totalmente entregados el uno al otro y
a sus hijos, constituirá la escuela ideal para la formación a los sanos valores
morales.
Los niños y jóvenes de nuestro tiempo necesitan la educación que les permita
discernir los programas y madurar en su condición de usuarios responsables
de la comunicación. El ejemplo de los padres es determinante en esta materia.
La pasividad o autoindulgencia de cara a ciertos programas será la fuente de
malentendidos perjudiciales para la juventud. Hay que dar especial importancia
-- para el bien de los jóvenes -- al ejemplo de los padres en lo que concierne a
la autenticidad de su amor y a la ternura que sepan manifestar en su vida
matrimonial; así como a su disponibilidad a discutir con los hijos las cuestiones
de interés, en una atmósfera amable y afectuosa.

25. EDUCADORES. Los principales colaboradores de los padres, en la


formación moral de los jóvenes, son los educadores. Las escuelas y los
programas educativos han de promover e inculcar los valores éticos y sociales,
de cara a garantizar la unidad y el sano desarrollo de la familia y de la
sociedad.

Los programas de mayor valor serán, en el contexto educativo, aquellos que


formen a los jóvenes a una actitud crítica y a una capacidad de discernimiento
en el uso de la televisión, de la radio y de los otros medios de comunicación
social. De este modo los jóvenes serán también capaces de resistir a las
manipulaciones y sabrán luchar contra los hábitos meramente pasivos en la
escucha y visión de estos medios.

Hay que subrayar la importancia de que las escuelas sepan poner de relieve el
respeto a la persona humana, el valor de la vida familiar y la importancia de la
integridad moral personal.

26. JÓVENES. Los jóvenes contribuirán a poner muros al avance de la


pornografía y la violencia en los media si saben responder, positivamente, a las
iniciativas de sus padres y educadores y asumir sus responsabilidades en lo
que reclama capacidad de decisión moral, así como en la elección de sus
diversiones.

27. EL PÚBLICO. El público en general debe también hacer oír su voz. Los
ciudadanos -- incluidos los jóvenes -- tienen la tarea de expresar individual y
colectivamente su punto de vista respecto a productores, intereses comerciales
y autoridades civiles. Se hace urgente mantener un diálogo continuado entre
los comunicadores y los representantes del público, a fin de que quienes
actúan en las comunicaciones sociales estén al corriente de las exigencias
reales e intereses de los usuarios.

28. AUTORIDAD PÚBLICA. Los legisladores, los encargados de la


administración del Estado y de la justicia están llamados a dar una respuesta al
problema de la pornografía y de la violencia sádica difundidas por los medios
de comunicación. Se han de promulgar leyes sanas, se han de clarificar las
ambiguas y se han de reforzar las leyes que ya existen.

Dadas las implicaciones internacionales que presentan la producción y


distribución de material pornográfico, hay que actuar a nivel regional,
continental e internacional de cara a controlar con éxito este insidioso tráfico.
Quienes han tomado ya iniciativas de este tipo merecen todo nuestro apoyo y
estímulo 7.

Las leyes y los agentes de la ley tienen el deber sagrado de proteger el bien
común, especialmente el que concierne a la juventud y a los miembros más
vulnerables de la comunidad.

Ya hemos señalado algunos de los efectos negativos de la pornografía y la


violencia. Cabe sacar también la conclusión de que se pone en tela de juicio y
amenaza el bien común especialmente cuando este material se produce,
expone y distribuye sin restricciones ni reglamentos.

La autoridad civil está obligada a emprender una rápida acción de cara al


problema, allí donde exista, y a emanar criterios preventivos en donde la
cuestión comience a plantearse o todavía no haya llegado a ser angustiosa y
urgente.

29. IGLESIA Y GRUPOS RELIGIOSOS. La primera responsabilidad de la


Iglesia consiste en la enseñanza constante y clara de la fe y, así mismo, de la
verdad moral objetiva, incluidas aquellas verdades referentes a la moral sexual.
Una era de perm+isividad y de confusión moral como la nuestra pide que la voz
de la Iglesia sea profética, lo que la hará aparecer a menudo como signo de
contradicción.

La llamada "ética" de la gratificación individual inmediata se opone


fundamentalmente a la realización plena e integral de la persona humana. La
educación a la vida familiar y a la inserción responsable en la vida social exige
la formación a la castidad y la autodisciplina. La pornografía y la violencia
generalizada tienden a ofuscar la imagen divina en cada persona humana,
debilitan el matrimonio y la vida familiar y dañan gravemente a los individuos y
a la sociedad.

En donde sea posible, la Iglesia está llamada a colaborar con otras Iglesias
cristianas, comunidades y grupos religiosos a fin de enseñar y promover este
mensaje. Debe igualmente empeñar a sus personas e instituciones en una
acción formativa al uso de los medios de comunicación social y su papel en la
vida individual y social. En este campo los padres merecen una asistencia y
atención especial.

Por estos motivos, la formación a la comunicación debiera ser parte de los


programas educativos de las escuelas católicas y de otras iniciativas
educativas de la Iglesia, así como en la formación en los seminarios 8. Cabe
decir lo mismo para los programas de formación de religiosos y religiosas y de
los miembros de los institutos seculares, así como para la formación
permanente del clero y la catequesis parroquial de jóvenes y adultos. Tanto
sacerdotes como religiosos y religiosas que trabajan en la educación pastoral
debieran comenzar por ellos mismos dando ejemplo de discernimiento en
medios escritos y audiovisuales.
30. Por último, una actitud de pura restricción o de censura por parte de la
Iglesia de cara a estos medios no resulta suficiente. La Iglesia también tiene
que iniciar un diálogo continuo con los comunicadores conscientes de sus
responsabilidades. Debe animarles y sostenerles en su misión allí donde sea
posible y deseable. Los comunicadores católicos y sus organizaciones, con sus
perspectivas y experiencias propias, están llamados a jugar un papel decisivo
en tales conversaciones.

31. La crítica y las organizaciones católicas, al evaluar concienzudamente las


producciones y publicaciones en función de criterios morales claros y
substanciales, ofrecen una valiosa asistencia a los profesionales de la
comunicación y a las familias. Asimismo, las orientaciones que ofrecen los
documentos ya existentes sobre comunicación social -- incluidas las recientes
tomas de posición de numerosos obispos sobre la pornografía y la violencia --
merecen ser cuidadosamente estudiadas y objeto de aplicación sistemática.

32. El presente documento quiere ser una respuesta a las preocupaciones


ampliamente expresadas por familias y pastores de la Iglesia, a quienes se
invita a una reflexión -- de carácter ético y práctico -- cada vez más amplia
acerca del problema de la pornografía y la violencia en los medios de
comunicación social. Al tiempo que se anima a todos a poner en práctica la
advertencia de San Pablo: "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence el
mal con el bien" (Rom 12:21).

Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales.

Ciudad del Vaticano, 7 de mayo de 1989

XXIII Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales.

JOHN P. FOLEY
Presidente

Mons. PIERFRANCO PASTORE


Secretario

Notas: 1. Communio et progressio, 22. 2. Sollicitudo rei socialis, 26. 3. Inter


mirifica, 2a. 4. Familiaris consortio, 76; cf. Mensaje de Juan Pablo II para la
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 1 de mayo de 1980. 5. Entre
ellos cabe citar: 1) Il Rapporto Longford sulla Pornografia (título original,
Pornography: The Longford Report), Ricerche Musia, Milán (Italia), 1978; 2)
Final Report of the Attorney General's Commission on Pornography, Rutledge
Hill Press, Nashville, Tennessee (U.S.A.), 1986; 3) ISPES (Istituto di Studi
Politici, Economici e Sociali), I e II Rapporto sulla Pornografia in Italia, Roma
(Italia), 1986 y 1988. 6. Communio et progressio, 67. 7. La CEE (Comunidad
Económica Europea), el Consejo de Europa y la UNESCO, entre otras
organizaciones, están actuando en este sentido. (Nota de Vida Humana
Internacional: Lamentablemente la UNESCO se ha involucrado en la promoción
de una "educación" sexual permisiva y hedonista que contradice lo enseñado
en este documento. Vida Humana Internacional también expresa reservas con
respecto a las otras dos organizaciones citadas en esta nota.) 8. Cf.
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones para la
formación de los futuros sacerdotes en los medios de comunicación social,
Ciudad del Vaticano, 1986.

Publicado por Human Life International - Vida Humana Internacional © 1998.


Se permite la reproducción total o parcial de este escrito con fines no lucrativos
y con la autorización de Vida Humana Internacional.

Vida Humana Internacional tiene disponible información adicional sobre éste y


otros temas en su sitio de Internet bajo la sección "Vida y Familia". También
tiene disponibles folletos, libros, y videos; solicite nuestro catálogo.

La Pornografía
Contenido

 Nihil Obstat
 Introducción
 Definamos términos
 Malos entendidos
 No es una cuestión privada.
 No es producto de la libertad.
 La libertad de expresión
 Algunos aspectos de nuestras vidas que son seriamente afectados
por la pornografía.
 El espacio Cibernético.
 Documentos de la Iglesia
 Leyes humanas
 Leyes divinas
 La publicidad

INTRODUCCIÓN

En el mes de enero de 1995, se reunieron en Manila, Filipinas, 160


representantes de 40 religiones y 37 países, convocados por la "Alianza
Religiosa en contra de la Pornografía" con sede en Cincinati, Ohio, USA.
Por México asistió el Excmo. y Rvdmo., Sr. Dr. Don Norberto Rivera
Carrera, entonces Obispo de Tehuacán, y en junio del mismo año,
nombrado Arzobispo Primado de México, quien tuvo a ,bien
proporcionarnos amplia documentación sobre esta importantísima reunión
y es a él a quien se debe la publicación de este Folleto EVC NI 637, que
desde luego le dedicamos, y que ni de lejos refleja el tremendo problema
que significa para el hombre y la sociedad la pornografía.

No importa ser católico, protestante, judío, musulmán o ateo, A TODOS


NOS PERJUDICA.

DEFINAMOS TÉRMINOS

Empecemos por definir qué cosa es pornografía: Según la Enciclopedia


Sopena, es: “Tratado acerca de la prostitución, -carácter obsceno de obras
literarias o artísticas y demás descripciones de conducta sexual, en
palabras, pinturas, películas, videos, etc."

Prostitución "acción y efecto de prostituir o prostituirse. Prostituir el honor


por dinero -exponer públicamente todo género de torpeza y sensualidad -
entregar, abandonar a una mujer a la pública deshonra, corromperla.

Prostituta = Ramera: mujer que hace ganancia de su ,cuerpo, entregada


al vicio de la lascivia.

. En fin, llamar al pan, pan y al vino, vino.

MALOS ENTENDIDOS

Hay muchos y muy variados. malos entendidos sobre la pornografía; tal


vez el primero de ellos , es la falta de conciencia ante la gravedad del
problema; muchas personas, por ejemplo, creen que la palabra pornografía
se refiere únicamente a cierta información sobre cuestiones sexuales que
puede encontrarse en algunas revistas, videos, etc. y que aunque no se
apruebe este material, es algo que -no puede evitarse, -que es una
cuestión privada y -producto de la libertad del hombre.

NO ES UNA CUESTIÓN PRIVADA

No, la pornografía no es una cuestión privada, porque tiene importantes


consecuencias sociales.

El sentido común y la experiencia, nos revelan que el ambiente que nos


rodea influye grandemente en la formación de nuestro gustos, opiniones,
creencias y acciones; ¿por qué hemos de creer que esta realidad es
menos verdadera para los individuos y la sociedad, en el área de, la
pornografía, que en otras áreas de la vida?

No, la pornografía no es una cuestión privada, porque ataca la dignidad de


la persona humana y el derecho a la intimidad de las relaciones sexuales
pues hace de ellas un hecho público y mercantil.

Ataca el bien individual y el bien común de la sociedad que se encuentra


en gran peligro; CUANDO LA DEGRADACION SEXUAL Y LA VIOLENCIA
SON MOTIVO DE DIVERSION.

SÍ PUEDE EVITARSE

Hay muchas personas que instintivamente se oponen a la pornografía,


pero no reaccionan socialmente, porque es una cuestión embarazosa, una
causa impopular, de “mal gusto" pero...

Sí, sí puede evitarse, con educación' formación, rechazo, protesta, en


unión con organizaciones religiosas, civiles o políticas, ya que en tonos los
Países existen leyes que regulan y prohíben la pornografía demasiado
fuerte y agresiva. En las páginas 15 y 16 hacemos referencia a las Leyes
que rigen en México.

Una propuesta, por demás sencilla, es comunicarse a los teléfonos que


constantemente aparecen en todos los canales de la TV para protestar
portal o cual anuncio, serie, programa, etc. y abstenerse de asistir a los
estudios' en los que la Vulgaridad y el mal gusto están presentes.

También pueden mandarse protestas a los periódicos por anuncios que


verdaderamente rebasan la DECENCIA, o por artículos con los que no
estemos de acuerdo. Esto se facilita extraordinariamente con el FAX.

NO ES PRODUCTO DE LA LIBERTAD

El hombre, por naturaleza, es un ser racional; está dotado por su Creador,


de intelecto para encontrar la VERDAD y de voluntad para buscar el BIEN.
Ser libre significa ser dueño de sus actos y aceptar que la Libertad es
inseparable de la RESPONSABILIDAD.

El Padre Puget define así la libertad: "El poder llegar a ser, lo que debemos
ser". Todo lo que nos impida interna o externamente realizarnos en
plenitud, atenta contra nuestra libertad.

No es realmente libre el alcohólico que se embriaga porque quiere".

No es libre el violento que reacciona como fiera, incapaz de dominar su ira.

No es libre el que cegado por la lujuria, agrede y viola.

Libertad no significa el derecho de hacer todo lo que se desee, sino hacer


lo que se DEBE en relación con la dignidad humana y el bien común.

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN

El Vaticano en su documento sobre la "Pornografía y la Violencia a los


medios de comunicación", recuerda que "el legítimo derecho a la libertad
de expresión y de información, debe ser respetado, pero también los
derechos de los individuos, las familias y la sociedad, a la privacía,
intimidad, pública decencia y protección a los valores básicos" (SS21)

En nombre de la "libertad de expresión" vemos verdaderamente


atropellado el derecho que tenemos de preservar en nuestros hogares un
ambiente de decoro y buena educación, pues son introducidos por la TV y
demás medios, toda clase de figuras grotescas, e ideas absurdas sobre la
VERDAD que debe guiar nuestras vidas.

La famosa "libertad de expresión" ha hecho obsoletas muchas palabras;


por ejemplo, la palabra censura se ha vuelto una mala palabra, y ¿quién se
atreve en estos tiempos a hablar de castidad, pureza, fidelidad, novio/a,
matrimonio indisoluble, honestidad, virtud, pecado, fornicación, adulterio,
amasiato, etc. sin ser acusado de mojigato, reaccionado, conservador,
oscurantista, hipócrita, infante mental, inquisidor, fundamentalista,
moralizante, intolerante, intransigente, etc., etc.?

ALGUNOS ASPECTOS DE NUESTRAS VIDAS QUE SON SERIAMENTE


AFECTADOS POR LA PORNOGRAFÍA.

1. LAS RELACIONES FAMILIARES.

La sexualidad es el centro de nuestro ser y cuando la conducta sexual se


pervierte, afecta fuertemente a todas las áreas de nuestra vida: la relación
con Dios, con nosotros mismos, con el cónyuge, con los hijos, con el sexo
opuesto en general, y con todas las personas que tienen alguna
importancia para nosotros.

Nada puede pervertir tanto la conducta Sexual, como la pornografía siendo


la primera víctima LA FAMILIA, pues es esencialmente antifamilia, porque

* excluye la procreación.

* mina y trastorna la relación de amor entre los esposos pues el sexo viene
a ser un placer personal.

* glorifica la frecuencia, intensidad y longevidad de los poderes sexuales.

* el sexo fuera del matrimonio, es mucho más excitante por la alteración


química y la combinación de miedo, culpa y fantasía.

* promueve la infidelidad, el adulterio, la fornicación en todas sus


manifestaciones, como el incesto, la masturbación, la homosexualidad, la
bestialidad, el sexo en grupos, el sadomasoquismo, el abuso de mujeres y
niños, ¿qué más podemos decir?' *INTRODUCE EL SIDA.

2.- ES ADICTIVA.

Lo que empieza como una simple curiosidad, puede llegar a ser obsesión
realmente destructiva; la excitación inicial, rara vez es suficiente y se va
exigiendo y necesitando material cada vez más explícito y violento.

Es más adictiva cuando se empieza a temprana edad y pueden citarse 4


pasos que la describen:

1. adicción a material que exacerba la lujuria.


2. exigencia de material más explícito y violento.
3. aceptación cada vez más fácil, de material brutal y una
4. mayor insensibilidad.
5. IMPULSO DE ACTUAR LO QUE SE VE.

3.- ES OFENSIVA.

La pornografía hace público y mercantil lo que por instinto debe ser


completamente privado e íntimo; abarata el sexo, el cuerpo humano queda
reducido a sus genitales y borrada la espléndida belleza plasmada por
Dios, inspiradora de tantas bellas artes.

4.- ES DEGRADANTE.

Es absolutamente inaceptable, que una persona sea destinada al placer


sexual de otra y esto es especialmente perverso, cuando se trata de niños
y adolescentes.,

5.- ES DESTRUCTIVA.

Destruye 1o más legítimo que tiene él ser humano: su propia estima. Es


lamentable el ambiente al de las mujeres y hombres dedicados a lo que
llaman "la profesión más antigua del mundo" que explota una debilidad
humana que a nadie dignifica.

La pornografía promete amor, pero da lujuria; promete diversión y da


desesperación; promete la propia satisfacción y da un gran vicio; promete
libertad y da adicción, vergüenza y culpa; promete el disfrute del sexo y
salud y da la promiscuidad y enfermedades devastadoras y en muchos
casos, la muerte como en el SIDA; la pornografía se desarrolla en el "lado
obscuro de la vida".

6.- ALTERA LA QUIMICA DEL CUERPO.

La pornografía libera nuestro "almacén de drogas" como la testosterona en


los hombres, adrenalina y otras sustancias neuroquímicas.

La adrenalina crea adicción, sobre todo en las personas de actividades


riesgosas.

La pornografía enciende nuestra producción endógena de drogas y asalta


nuestro almacén sicológico y farmacéutico.

La combinación de culpa, miedo y excitación sexual, produce una euforia


con un "nivel de despegue” cercano al éxtasis.

Esta euforia, impide relaciones normales: nada de amor, pues ninguna


experiencia sexual normal, será capaz de igualar las experiencias
anteriores vistas en la pornografía, porque si se ama y confía en la persona
con la que se tienen relaciones, se experimenta confianza y desaparece el
riesgo, la culpa, la vergüenza y todos esos sentimientos de peligro que
tanto excitan.
Los esposos y esposas, serán infieles y pueden llegar a, dejar a sus
familias; abandonarán a la gente a la que aman de verdad, para ir en
busca de esa sexualidad riesgosa que no tiene nada que ver con lo que
debe ser el alma del sexo: EL AMOR.

7.- IMAGINACION DESTRUCTIVA

La pornografía puede causar daños irreparables en la mente, dañando el


buen juicio y el control que todo ser humano debe ejercer sobre sí mismo,
para no ser una bestia.

La pornografía promueve una fantasía destructiva y negativa que aísla de


los demás, llegando a ser una adicción especialmente solitaria.

Debido a que la pornografía siempre se desempeña mejor en la


imaginación, es allí donde a menudo permanece, causando muchas veces
impotencia, pues es muy difícil que la pareja responda en la forma delirante
que muestra una buena sesión de pornografía dura.

8.- ES AGRESIVA

No se puede negar que la lujuria exacerbada al máximo por el consumo


habitual de pornografía suave o dura, puede agredir a seres inocentes; no
son pocos los casos policíacos en los que se reportan víctimas violadas,
vejadas o asesinadas en parques o lugares apartados, y no solamente
mujeres, sino niños y adolescentes,

Uno de los procesados por actos verdaderamente espantosos, declaraba


ante los jueces que la "mugre" que penetra en los hogares de hoy, no se
mostraba en los espectáculos para adultos clasificados "C" hace 20 años.

En México no tenemos fácil acceso a estadísticas, es por esto que


debemos recurrir a las de Estados Unidos; pero creemos que dadas
nuestras lamentables condiciones socioeconómicas, no estamos mejor.

- en los Estados Unidos; cada 45 segundos una mujer es violada.

- una de cada 3 niñas y uno de cada 7 niños han sido vejados antes de los
18 años.

- investigaciones revelan que un pederasta, tiene un promedio de 30 niños


vejados antes de ser atrapado por la policía, y que puede haber vejado lo
menos 360 niños en su vida; la característica común, es el consumo
habitual de pornografía dura y agresiva.,

- la mayoría de los casos de violación ocurren durante la niñez y


adolescencia; 27% de las violaciones violentas ocurrieron cuando las
víctimas tenían menos de 11 años de edad, y el 32% entre los 11 y 17
años.

9.- ES CORRUPTORA.

Porque corrompe y desnaturaliza el DON del sexo que Dios nos dio para la
satisfacción y procreación en una familia debidamente constituida.

Así pues, corrompe a la familia -corrompe a la sociedad, -corrompe el sexo


al dar a los homosexuales y lesbianas, los mismos "derechos" de
expresarse, así como a las prostitutas y a los que las "apadrinan":

Afirmar que estas personas dedicadas al tráfico de seres humanos, a la


esclavitud y al vicio, se ganan la vida "honradamente", como quien no falta
afirme, es lo mismo que decir que un ladrón, un asesino a sueldo, un narco
o uno que corrompe a la sociedad, se ganan la vida "honradamente".

La pornografía ha venido a ser la primera "educadora" de niños y niñas,


torciendo terriblemente sus futuras conductas, pues se encuentran en una
etapa de sus vidas en la que no tienen defensa alguna.

100 millones de niños, en todo el mundo, son forzados a ejercer la


prostitución; los principales centros son Tailandia, el Caribe
Latinoamericano y África.

En Tailandia, hay una estimación de 6000 burdeles en los que trabajan un


millón de prostitutas, de las cuales 40% son menores de 16 años. La
Organización Mundial de la Salud, estima que para el año 2000 el virus del
SIDA afectará un millón de niños.

En Brasil y Colombia, se estima que no hay menos de 500 mil niños


dedicados a la prostitución y son frecuentemente asesinados. Alto
porcentaje de estos niños, son explotados por el turismo pornográfico, que
tiene cada vez mayor auge.

La pobreza, la desintegración familiar, incluyendo el incesto, la violación y


extrema violencia, la migración de las áreas rurales hacia las urbanas y de
un país a otro, son los orígenes de tan dolorosa situación.

La descripción vívida de pornografía que incluye bestialidad, tortura,


estimulación, incesto, esclavitud, sadomasoquismo, etc. está al alcance de
cualquiera y es indudable que la pornografía de niños estimula la vejación
de parte de los mayores aún de la misma casa; los niños y adolescentes
que tornan parte en la filmación de películas pornográficas, manifiestan
experiencias adversas, depresiones, ansiedad, miedo, vergüenza y desde
luego una

conducta totalmente destructivo.

El espacio Cibernético
A la pornografía televisiva, ha venido a sumarse el sistema por
computación de INTERNET que da acceso a un banco de información,
prácticamente ilimitado, sobre cualquier tema.

Muchos adolescentes que aprenden a manejar el lnternet desde la


secundaria, están ávidos de ver material sexual y pueden encontrar todo el
que quieran sin restricción alguna.

Dice un niño de 13 años: "gracias a Dios que mis papás no saben qué
hago en el Net".

Hay riesgo en casi todo lo que hace un niño, y corren grandes peligros los
adolescentes ;así pues, los padres deben estar conscientes y pendientes
de ellos para enseñar a sus hijos a detectarlos, prevenirlos y manejarlos; el
reto es ayudarlos desde muy temprano edad, a tener AUTODISCIPLINA.

Es indudable que la niñez y la juventud actuales, tienen un terrible


ambiente de agresión que la generación anterior no tuvo, y es por esto que
deben estar mucho mejor preparados y disciplinados para evitar toda
aquello que puede hacer de sus vidas un terrible error.

Ahora como nunca se requiere de una familia fuerte y bien constituida con
raíces y principios morales que ayuden a las generaciones futuras a
ejercer el tremendo reto de la LIBERTAD que Dios ha puesto en nuestras
manos y que debernos ejercer con absoluta RESPONSABILIDAD.

Tarea bien difícil en estos tiempos es el preservar a la FAMILIA, que se ve


constantemente atacada en su mas puro concepto por el divorcio, l,a unión
libre, el aborto, la mente antinatalista y el más feroz hedonismo.

DOCUMENTOS DE LA IGLESIA

Nuestra Santa Iglesia, Madre y Maestra, constantemente nos ilumina y


anima a emprender la CIVILIZACION DEL

AMOR, en documentos como la Carta a las Familias, el Evangelio de la


Vida, la Familiaris Consortio de Juan Pablo II, la Humanae Vitae de Paulo
VI, etc.

No tenemos palabras para animar al lector, a que lea, estudie y ame la


Encíclica de S.S. Juan Pablo 11 titulada "El Esplendor de la verdad” que es
un verdadero tratado sobre la libertad, la ley moral (35 a 53), la conciencia,
y la VERDAD (54 al 64), en la que no se acepta llamar bien al mal, y al mal
bien".

LEYES HUMANAS

Como expusimos en la página 3, se acepta en todos los países, que la


pornografía es una exposición explícita de conductas sexuales en
palabras, fotografías, cine, videos, Internet, etc. y que este material ha sido
Históricamente regulado en todas las civilizaciones y que debe ser
restringido sobre todo entre niños y adolescentes y que su explotación
comercial, agrede a la moral pública y a la decencia.

En México existe un Reglamento sobre. publicaciones y revistas ilustradas,


que el Presidente José López Portillo dio el 1 0 de julio de 1981, en que se
ratifica la adhesión de México a la Convención para reprimir la circulación y
el tráfico de publicaciones obscenas, celebrada en Ginebra el 12 de
septiembre de 1923.

Citaremos los artículos y fracciones que más nos Interesan:

ARTÍCULO 6º: Se considerarán contrarios a la moral pública y a la


educación el título o contenido de las publicaciones y revistas ilustradas,
por:

I- Contener escritos, dibujos, grabados, pinturas, impresos, imágenes,


anuncios, emblemas, fotografías y todo aquello que directa o
indirectamente induzca o fomente vicios, o constituya por sí mismo delito.

II- Describir aventuras en las cuales, eludiendo las leyes y el respeto a las
instituciones establecidas, los protagonistas obtengan éxito en 'sus
empresas.

III- Proporcionar enseñanza de los procedimientos utilizados para la


ejecución de hechos contrarios a las leyes, la moral o las buenas
costumbres.

ARTÍCULO 72: Las publicaciones de contenido marcadamente referente al


sexo, no presentarán en la portada o contraportada, desnudos, ni
expresiones de cualquier índole contrarios a la moral y a la educación;
ostentarán en un lugar visible que son propias para adultos y sólo podrán
exhibirse en bolsas de plástico cerradas.

ARTÍCULO 9º: Las personas que dirijan, editen, publiquen, importen,


distribuyan o vendan las publicaciones y revistas ilustradas a que se refiere
el Artículo 61., excepto tratándose de voceadores o papeleros, serán
sancionados administrativamente con multas que se fijan en las fracciones
1 a V y dicen, que en caso de reincidencia, serán duplicadas

Así pues, tenemos legalmente, como cualquier país civilizado, armas para
defender nuestro ambiente.

LEYES DIVINAS

La pornografía explota una de las principales debilidades humanas: la


lujuria; así pues, toca a cada persona la obligación de conquistarse a sí
misma, de ejercer el responsable ejercicio de la libertad, y moderar de
acuerdo con la sana razón sus malas tendencias ,obedeciendo los l0
MANDAMIENTOS

Deuteronomio (30,10.14)

En aquellos días habló Moisés al pueblo y le dijo: "Escucha la voz del


Señor, tu Dios, que te manda guardar sus mandamientos y disposiciones
escritos en el libro de esta Ley y conviértete al Señor tu Dios, con todo tu
corazón y con toda tu alma."

"Estos mandamientos que te doy, no son superiores a tus fuerzas ni están


fuera del tu alcance. No están en el cielo, de modo que pudieras decir:
¿quién subirá por nosotros a1 cielo para que nos los traiga, los
escuchemos y podamos cumplirlos? Ni tampoco están al otro lado del mar,
de modo que pudieras objetar: ¿quién cruzará el mar por nosotros pares
que nos los traiga, los escuchemos y podamos cumplirlos? Por el contrario,
todos mis mandamientos están a tu alcance, en tu boca y en tu corazón,
para que puedas cumplirlos".

“El que se entrega a la impureza, peca contra su propio cuerpo.


El cuerpo no está hecho para la impureza, sino para el Señor".
San Pablo

LA PUBLICIDAD

La publicidad afecta la forma de pensar y la conducta de la gente -, las


campañas publicitarias se realizan basadas en cuidadosos cálculos e
inversiones millonarias con el objeto de cambiar gustos y opiniones.

La publicidad actualmente está dispuesta a llevar lo más lejos posible, el


subterfugio de la sexualidad gratuita y la explotación de menores y de
mujeres, con tal de aumentar sus ventas.

Hay publicidades verdaderamente escandalosas que ultrajan a la sociedad;


lo que se debe hacer, es no comprar el producto que anuncian, evitar que
otros lo hagan explicando razones, y protestar contra los fabricantes, como
a las estaciones de TV, revistas y periódicos que los reproduzcan.

La cultura moderna necesita desesperadamente los valores internos que


nos mueven a ejercer nuestras responsabilidades y derechos como
personas.

Las decisiones comerciales afectan la forma de pensar y actuar ¿Por qué


nos preocupamos tanto por las cuestiones ecológicas y no ponemos
atención a la "contaminación de nuestras mentes"?

CAPITULO V
LA PAREJA – LA FAMILIA

5.1. El Valor de la Institución.

El valor de la institución del matrimonio no puede ser entendido solo a las


relaciones sexuales de la pareja, sino que necesitamos verla como institución. Sin
duda, son aquellas relaciones que lo determinan realmente, pero no constituyen
el matrimonio si no entran en los cuadros de una institución apropiada. La palabra
"institución" significa alguna cosa de "instituido", de "establecido" según el orden
de la justicia. Y nosotros sabemos que este orden concierne a las relaciones
interhumanas y sociales. Entonces de esto resulta el matrimonio.

El hecho mismo de las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer tiene un


carácter íntimo. Desde el momento en que este pertenece a la sociedad, deben
por muchas razones, justificar delante de ella estas relaciones. La institución del
matrimonio constituye esta justificación. No se necesita entenderlo únicamente en
el sentido de legislación, de conformidad a las leyes. "Justificar" significa "hacer
justo" y no tiene nada que ver con "justificarse", invocar circunstancias atenuantes
que disculpan el haber consentido alguna cosa , que en el fondo, es un mal.

Si existe una necesidad de justificar delante de la sociedad las relaciones


entre el hombre y la mujer, y no solamente en razón de su natural consecuencia,
sino también en consideración de las personas mismas que hacen parte y en
particular de la mujer. La consecuencia natural de las relaciones entre el hombre
y la mujer es la procreación. El hijo es un nuevo miembro de la sociedad que lo
adopta, y también a un nivel bastante elevado de organización social, lo registra.
El nacimiento del hijo hace que la unión entre el hombre y la mujer, fundada
sobre relaciones sexuales se convierta en una familia. Esta es ya en sí misma
una pequeña sociedad, de la cual depende la existencia de cada gran sociedad:
nación, estado, Iglesia. Es comprensivo que esta gran sociedad busque despertar
el propio ser a través de la familia. Esta es la institución elemental que se
encuentra a la base de la existencia humana.

Hace parte de la gran sociedad que crea a cada instante, pero al mismo
tiempo se distingue, posee un carácter propio y propio fin. Tanto la inmanencia de
la familia en la sociedad, cuanto su autonomía e intangibilidad particular, deben
encontrar reflejo en las leyes. El punto de partida será aquí la ley de la naturaleza;
las leyes escritas serán la expresión objetiva del orden resultante de la naturaleza
misma de la familia.

La familia es una institución fundada sobre el matrimonio. No se pueden definir


exactamente los derechos y deberes en la vida de una gran sociedad sin haber
definido correctamente los derechos y las obligaciones que implica el matrimonio.
Esto no significa que se deba considerar el matrimonio como un medio, en
relación al fin representado por la familia. El matrimonio no desaparece en la
familia sino que conserva su carácter particular de institución, cuya estructura
interna es diversa de aquella de la familia. Esta tiene su estructura en una
sociedad donde el padre y la madre ejercen el poder al cual se les someten los
hijos. El matrimonio no es todavía una estructura de una sociedad, sino que
posee una estructura interpersonal y una unión y una comunidad de dos
personas.

El matrimonio sirve primero que todo para la existencia, pero se funda en el


amor. Un matrimonio en el cual no existan hijos, sin culpa de los esposos,
conserva el valor integral de la institución. Sin duda, sirve mejor el amor sirviendo
a la existencia, volviéndose una familia.

El matrimonio es una institución que crece y se vuelve familia, hasta tal punto
que se identifica, es decir, que la familia da al matrimonio la propia impronta como
el matrimonio da a esta la suya, afirmándose gracias a ella y alcanzando la propia
plenitud.

La importancia de la institución del matrimonio consiste en el hecho que esta


justifica las relaciones sexuales de una cierta pareja en el conjunto de la vida
social, lo que es importante, no solamente en razón de las consecuencias sino en
consideración de las mismas personas que toman parte. De esta justificación
dependerá también la valoración moral de su amor. De hecho, si sus relaciones
sexuales bajo un cierto punto de vista pueden permanecer secretas, de otra parte
exigen ser colocadas en relación a los otros hombres, en relación a la sociedad
en el sentido del ambiente vecino y lejano. En ninguna otra parte como aquí, se
da entre dos personas y se constituye en una función de su amor, aparece con
mayor claridad que el hombre es también un ser social. Es luego, importante que
este amor, que, desde el punto de vista psicológico justifica y legaliza en algún
modo su relación.

La palabra latina "matrimonium" coloca el acento en el "estado de madre"


como si quisiera subrayar la responsabilidad de la maternidad, que pesa sobre la
mujer que vive conyugalmente con un hombre. Su análisis ayuda a ver mejor que
las relaciones sexuales fuera del matrimonio colocan "ipso facto" la persona en la
situación de objeto de placer. Estas relaciones causan siempre, objetivamente,
una injusticia a la mujer, también cuando ella la consciente. Por esta razón el
"adulterio", en la más amplia acepción del término es un mal moral.

La institución del matrimonio es aquella que determina la "propiedad", la


pertenencia recíproca de las personas. Esta institución tiene pleno valor en la
doble condición de la monogamia y de la indisolubilidad.

El mal moral del adulterio nos lleva a constatar que las relaciones sexuales
fuera del matrimonio son moralmente malas, también aquellas prematrimoniales y
extraconyugales. Todavía peor desde el punto de vista moral es el principio del
"amor libre" o uniones libres, porque implica el rechazo de la institución del
matrimonio. En estas relaciones sexuales, sin la institución del matrimonio la
persona es reducida al rango de un objeto de gozo, lo cual es opuesto a la
exigencia del aspecto personalista. El matrimonio en cuanto institución, es
indispensable para justificar el hecho de las relaciones sexuales entre el hombre
y la mujer, sobre todo a sus mismos ojos y a los ojos de la sociedad.

5.2. Dimensión Amorosa y Procreadora.


La sexualidad humana, cuando se vive dentro de la vida matrimonial, ya
hemos dicho que encierra una doble dimensión: unitiva y procreadora. La entrega
corporal es el símbolo y la manifestación de un amor exclusivo, que se abre y
encarna en la procreación. De la misma manera que este requiere, a su vez, para
que sea auténticamente humana, un clima de cariño, indispensable para la
educación posterior. Nadie puede poner en duda estas dos exigencias
fundamentales del matrimonio, de las que se derivan también una doble
obligación ética: la de amarse con cariño fiel y único que lleva a una comunión
total, y la de quedar abiertos al hijo, como prolongación del propio amor. La
paternidad y la vinculación afectiva aparecen así como la tarea ineludible de toda
pareja.

Si el dinamismo del sexo estuviera estrictamente regulado, como el mundo de


los animales, no se plantearía ningún conflicto ético, pues todo quedaría dirigido
por la teleología del instinto, que sólo se despierta cuando la procreación es
posible. En la especie humana la pulsión sexual es mucho más dúctil y compleja,
dejando en manos de la libertad su orientación y destino. Se desea como
lenguaje de amor, sin excluir su carácter lúdico, festivo y placentero, pero no
siempre debe buscar la procreación como fruto inmediato. ¿Sería lícito, entonces,
eliminar su dimensión fecunda o habrá de sacrificarse más bien el gozo de una
comunión amorosa? Dicho de otra manera: ¿Cuál de los dos fines matrimoniales
-el amor y la procreación- es el más importante y preferente? Toda la normativa
ética en este campo va a depender de la jerarquía e importancia que otorgue a
estos valores inherentes a la sexualidad.

Para responder a estas preguntas es necesario recorrer la historia en sus


diferentes épocas para ver la importancia que se le daba más a la procreación
que al otro fin: el amor. El intento por igualar ambos fines dentro del matrimonio,
sin ver en el amor un elemento secundario, se intentó ya algún tiempo, aunque
sin ningún resultado positivo, por considerarse esta teoría como demasiado
peligrosa. Aunque no pretendían cambiar en nada los puntos fundamentales de la
ética matrimonial, tampoco estaban de acuerdo con la duplicidad y jerarquización
de los fines. La plena comunión entre los esposos, simbolizada en la entrega
mutua espiritual y corpórea, es el fin básico y fundamental, sin excluir la
procreación.

Las críticas que se levantaron por entonces fueron abundantes, pues se


negaba una tradición de muchos siglos en la Iglesia. Estas intervenciones no
cerraron por completo las nuevas tendencias y fueron bastantes los que seguían
sintiéndose incómodos ante las formulaciones clásicas mantenidas. A partir más
o menos de 1960, los planteamientos van a hacerse aún más radicales. Las
causas fueron diferentes, pero la acentuación cada vez mayor de la sexualidad
como lenguaje de amor y la posibilidad de un cambio de la ética matrimonial
sobre los métodos anticonceptivos influyeron de manera decisiva.

Si se deseaba un cambio en la doctrina sobre la licitud de los métodos


anticonceptivos, no cabe duda que la teología de los fines había que modificarla.
Mientras se mantuviese que la procreación es el fin primario, con las
matizaciones dadas a lo largo de la historia, y que todos los demás fines, incluso
la expresión sexual del amor, le están subordinados, tal cambio era impensable.
Pero sobre todo, una concepción más humana y personalista chocaba
excesivamente con una antropología de la sexualidad que se daba por caduca.

En este clima tuvieron lugar las discusiones sobre el capítulo del matrimonio
en el Concilio Vaticano II. El tema más espinosos de los métodos de regulación
había sido asignado a una Comisión nombrada por el papa y que por ello, el
concilio no podría dar una solución definitiva como muchos esperaban. De una o
de otra manera, sin embargo, el problema estuvo latente en el fondo de muchas
intervenciones. Al no poder discutir sobre las formas concretas de regular los
nacimientos, la tensión se centraría en torno a esta doctrina de los fines.

Una lectura desapasionada y analítica de las diferentes redacciones es


suficiente para ver cómo, en aquellos párrafos donde se habla de los diversos
fines -amor y fecundidad- no aparece nunca una determinada jerarquización
entre ellos. El hecho resulta significativo, pues sabemos que no se trataba de una
opción inadvertida o sin ninguna intencionalidad. Con cierta frecuencia se había
pedido una confirmación clara de la enseñanza tradicional, pues la exaltación del
amor y la comunión en algunos párrafos parecía incompatible con el magisterio
anterior de la Iglesia. A pesar de todo, las respuestas y correcciones no irán
jamás en la línea de lo pedido. La redacción definitiva quedará de una manera
indeterminada.

Otro tema que desconcertó a muchos fue el de la paternidad responsable.


Frente a la postura clásica del matrimonio, que se abandona con fe en manos de
Dios para recibir los hijos que El quisiera enviar, se hablaba ahora del deber
existente en los cónyuges de una regulación generosa y responsable, "mirando
no sólo a su propio bien, sino al bien de los hijos, nacidos o posibles,
considerando para eso las condiciones materiales o espirituales de cada tiempo o
de su estado de vida y, finalmente, teniendo siempre en cuenta los bienes de la
comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la misma Iglesia. Este juicio se
lo han de formar en última instancia los mismos esposos ante Dios.

Con ello no sólo resulta lícita la vida sexual infecunda, sino que constituye una
obligación en ocasiones excluir la fecundidad, sabiendo los esposos que "son
cooperadores del amor de Dios y en cierta manera sus intérpretes". Lo mismo
que se puede pecar por no tener hijos, también sería pecado tenerlos
irresponsablemente. De esta orientación mucho más personalista dada a la ética
matrimonial no era posible deducir consecuencias prácticas que la Iglesia no
admitiera. El camino para la aceptación de los métodos anticonceptivos no
estaba abierto, pero tampoco se quiso cerrar definitivamente semejante
posibilidad para el futuro. Hasta que el papa hablase, después de los informes
que le entregaría la comisión, quedaba un compás de espera aunque nada
cambiaba por el momento. Pero para la mayoría de los autores se había
superado una doctrina, cuya fundamentación se explicaba por motivos históricos
y culturales que rodearon a la sexualidad durante mucho tiempo.

El planteamiento de la "Humanae Vitae" ha venido a confirmar la superación


de la enseñanza clásica sobre los fines del matrimonio. Si esta constituye un
punto tan importante y básico, como algunos defienden y el papa pretendía "una
nueva y profunda reflexión acerca de la doctrina moral del matrimonio" (H V 4),
hubiera repetido sin duda una fórmula tradicional y al mismo tiempo tan discutida
en los años recientes. Sin embargo, no aparece por ninguna parte la terminología
de fin primario y secundario. En su análisis sobre la naturaleza del amor conyugal
observamos ya un giro significativo:

El nuevo Código de Derecho Canónico parece confirmar plenamente esta


misma orientación. La formulación es muy diferente a la que estaba en el código
anterior, donde se explicaban los fines y su jerarquía. Aquí se recoge una visión
mucho más personalista y unitaria que supera enunciados anteriores: "La alianza
matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de
toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la
generación y educación de la prole, fue elevado por Cristo Señor a la dignidad de
sacramento entre bautizados".

En medio de esta evolución en la ética matrimonial, se ha mantenido siempre


una misma exigencia práctica: la de no impedir la posible fecundidad con
métodos artificiales. Aquí radica el criterio básico sobre el cual se ha construido la
ética matrimonial.

La conclusión de todo lo anterior nos lleva a insistir en esa doble dimensión


inherente al abrazo conyugal. Hay una obligación primera de amarse que se
"expresa y perfecciona singularmente por la misma actuación propia del
matrimonio" (GS 49), aunque no sea la única vereda para acercarse al corazón
de quien se ama. Este encuentro amoroso para el creyente no es sólo un gesto
humano de extraordinaria importancia, sino que la fe descubre aquí un significado
religioso: dentro de ese mismo amor, Dios se hace presente para comunicar su
amistad y salvación. El matrimonio se convierte en un lugar de gracia, en un
icono lejano del cariño que Él tiene a la humanidad. El proyecto de una pareja
cristiana es gigantesco: que su fidelidad refleje de alguna manera la benevolencia
infinita del Señor. La realización humana se queda, con frecuencia, a medio
camino e, incluso, la convivencia se hace tan difícil que cualquier intento por
continuar se quiebra.

5.3. La regulación de los Nacimientos.

Hoy nos encontramos ante el problema de la regulación de los nacimientos


que se plantea con una urgencia y característica que no se dio en otras épocas
anteriores, por dos motivos fundamentales y de mayor importancia entre otros
más secundarios.

El primero ha sido sin duda el crecimiento demográfico, que no había


constituido hasta el momento ningún motivo especial de preocupación. La
realidad, sin embargo, es que la población ha ido creciendo con una rapidez
increíble, y esa proporción constituye sin duda una amenaza, porque no es
posible un incremento tan rápido en un mundo que, a pesar de todo, es pequeño
y limitado, y sobre todo, con una repartición tan injusta de los recursos entre los
comensales que se alimentan de una misma mesa.

A medida que el desarrollo industrial y económico aumenta, la procreación se


hace más problemática. El destino de la mujer no puede reducirse a una serie de
maternidades sucesivas, como si la única tarea que tuviera en nuestra sociedad
fuese la de traer hijos al mundo. Por muy digna e importante que sea esta
función, hoy siente también otras urgencias y obligaciones, cuya renuncia no se
le debe imponer, pero que sería inevitable con una abundante familia.

En segundo término, el relieve otorgado a la dimensión unitiva de la


sexualidad ha llevado a plantearse una nueva jerarquización de los valores
matrimoniales. Todo ello supone una seria dificultad frente a la normativa de la
Iglesia, que prohíbe el empleo de los métodos anticonceptivos. Nadie duda de
que estas prácticas tienen motivaciones muy diferentes y, en ocasiones,
inaceptables desde cualquier punto de vista. Pero son muchas las parejas
también que no deben tener más hijos, como exigencia moral de una paternidad
generosa y responsable, y no ven tampoco que la única salida para esa
regulación haya de ser una continencia, incluso definitiva, cuando los métodos
naturales no aportan la garantía suficiente.

Los documentos más recientes de la Iglesia: León XIII en su encíclica sobre el


matrimonio (Arcanum Divinae Sapientiae), no toca para nada el punto de la
regulación de los anticonceptivos, a pesar de que habla para "asegurar y guardar
la castidad santa del lecho conyugal" y se refiere en concreto, a las leyes que
defienden esta divina institución.

Ya en el siglo pasado fueron varias las preguntas dirigidas a la Sagrada


Penitenciaria sobre la actitud del confesor en algunos casos.

La condena de los anticonceptivos: postura de la Iglesia: en esta mitad del


siglo XX, la jerarquía eclesiástica de diferentes países publica varios documentos
sobre la anticoncepción, pero la intervención más definitiva llegaría con la Casti
Connubii de Pío XI.

Pío XI buscó una confirmación sin ambigüedades de la doctrina tradicional, que


disipara las posibles incertidumbres dentro del catolicismo. La encíclica será un
pequeño tratado sobre el matrimonio, cuya santidad, decía el papa, estaba en
peligro por los múltiples errores que comenzaban a extenderse entre los fieles.
En cuanto al punto concreto de la anticoncepción, sus palabras no pueden ser
más expresivas y sin la más mínima vacilación. Ninguna condena tan firme se
había dado en la historia. El párrafo fundamental quedaba redactado en los
siguientes términos:

"Habiéndose, pues, algunos manifiestamente separado de la


doctrina cristiana, enseñada desde el principio y transmitida en todo
tiempo sin interrupción, y habiendo pretendido públicamente
proclamar esta doctrina, la Iglesia católica, a quien el mismo Dios
ha confiado la enseñanza y la defensa de la integridad y honestidad
de costumbres, colocada en medio de esta ruina moral, para
conservar inmune de tan ignominiosa mancha la castidad de la
unión nupcial, en señal de su divina delegación, eleva
solemnemente su voz por nuestros labios y una vez más promulga
que cualquier uso del matrimonio en el que maliciosamente queda
el acto destituido de su propia y natural virtud procreativa va contra
la ley de Dios y contra la ley natural y los que tal cometen se hacen
culpables de un grave delito"

Una condena tan solemne como ésta fue aceptada por muchos autores como
una definición ex Cathedra, pues no se explicaba de otra manera el énfasis tan
extraordinario puesto en la enseñanza de esa doctrina. La mayor parte, sin
embargo, la interpretaron como una declaración infalible, no tanto por esta
afirmación sino por confirmar la doctrina existente con anterioridad y mantenida
de manera constante en todos los tiempos. Pío XII no dudó en reafirmar con
fuerza su permanencia definitiva: "Esta prescripción sigue en pleno vigor lo
mismo hoy que ayer y tal será mañana y siempre, porque no es un simple
precepto de derecho, sino la expresión de una ley que es natural y divina.

Búsqueda de nuevos caminos: Estas intervenciones, sin embargo, no cerraron


por completo las nuevas tendencias innovadoras. A partir de 1960 se inicia con la
comercialización de los anovulatorios, una posible apertura en la reflexión moral:
la admisión de estas píldoras como método de regulación equivalente a la
continencia periódica. Si esta se aceptaba por respetar la estructura del acto
conyugal, a pesar de su carácter antiprocreador, el uso de los anovulatorios
mantiene también este respeto, que no se da en los otros métodos conocidos.
Esta hipótesis tenía su ventaja desde el punto de vista teológico, pues no
afectaba, en teoría, a la doctrina tradicional de la Iglesia. Las condenas contra los
métodos anticonceptivos de siempre seguían teniendo validez y no tenían
tampoco por qué incluir este nuevo procedimiento, cuyas características, al ser
diferentes, posibilitarían su admisión.

Frente a todas las reacciones, el debate se había hecho público y la seguridad


y firmeza de otros tiempos dejaban paso a un planteamiento inédito y con
muchos interrogantes.

Doctrina del Vaticano II: a la espera de una solución. Pablo VI quiso recordar,
al intervenir por vez primera en esta discusión, con estas prudentes y matizadas
palabras:
"Es un problema en extremo complejo y delicado. La Iglesia
reconoce sus múltiples facetas, es decir sus múltiples
competencias, entre las cuales sobresale la primera, la de los
cónyuges, la de su libertad, la de su conciencia, la de su amor y la
de su deber. Mas la Iglesia debe afirmar también la suya, es decir,
la de la ley de Dios por ella interpretada, fomentada y defendida; y
la Iglesia deberá proclamar esta ley de Dios a la luz de las verdades
científicas, sociales, psicológicas, que en estos últimos tiempos han
sido estudiadas y documentadas ampliamente. Será preciso
considerar este desarrollo teórico y práctico de la cuestión. El
problema está sometido a un estudio lo más extenso y profundo
posible, es decir lo más grave y honesto, como debe ser en materia
de tanta importancia. Decimos que está en estudio, que esperamos
concluir pronto con la colaboración de muchos insignes estudiosos.
Pronto, pues, daremos sus conclusiones en la forma que más
adecuadamente se considere, según el objeto tratado".
Enseñanza de Pablo VI: diferentes interpretaciones. La posible apertura del
concilio, parece indicar que las doctrinas de los anticonceptivos no debían
considerarse como infalible y definitiva. La existencia de la misma comisión
pontificia indicaba la necesidad de un estudio actualizado, que respondiera a los
problemas de siempre con los nuevos datos planteados.

Si la doctrina tradicional permanecía tan clara como algunos creían no se explica


la misma postura de Pablo VI en unas palabras dirigidas a los miembros de la
comisión:

"En este caso, el problema que se plantea puede resumirse así:


¿en qué forma y de acuerdo con qué normas deben llevar a cabo
los esposos el ejercicio de su amor mutuo, en servicio a la vida que
su vocación les pida? (...) Hemos querido que fuera amplia la base
de nuestras investigaciones; que estuvieran mejor representadas
en ella las diversas corrientes del pensamiento teológico; que los
países que se enfrentan con graves problemas en el plano
sociológico pudieran hacer oír su voz entre nosotros; que los
seglares y especialmente los esposos tuvieran sus calificados
representantes en una empresa tan grave".

Los documentos de la comisión pontificia: dos posturas irreconciliables. Un


grupo reducido de 20 teólogos fue encargado de presentar las conclusiones del
abundante material obtenido por la comisión. Los primeros votos de los trabajos
efectuados, manifiestan que una mayoría se inclinaban hacia las soluciones
abiertas. Los teólogos de la minoría redactan entonces un escrito en el que
declaran su postura sin ambigüedad: la doctrina tradicional no podrá nunca
cambiarse, porque si la Iglesia católica se hubiera equivocado al proponer esta
doctrina a lo largo de toda su historia "el mismo magisterio aparecerá como
superfluo en el campo de los moral" En una segunda parte intentan refutar los
argumentos aducidos para un cambio de doctrina.

Después queda aprobado por mayoría el Esquema del documento sobre la


paternidad responsable, que debía de presentarse al papa. Los criterios utilizados
en él para la vida matrimonial quedan sintetizados:

"De igual manera, con relación a los medios escogidos para regular
responsablemente la amplitud de la familia, existen criterios
objetivos que bien aplicados permiten a los esposos encontrar y
determinar su propio comportamiento. Después de excluir el aborto
por completo y la esterilización como forma ordinaria para regular
los nacimientos, señalan los siguientes criterios objetivos "para la
recta elección de los medios". "Entre estos criterios, el primero debe
ser que la cópula esté de acuerdo con la naturaleza de la persona y
de sus actos para que se conserve plenamente el sentido de la
mutua entrega y de la fecundidad en un clima de auténtico amor
(GS 51). Segundo, los medios que se elijan deben tener una
eficacia proporcionada al grado de obligación o necesidad de
impedir, por el momento o para siempre, una nueva concepción;
tercero, todos los métodos de regulación comportan algún elemento
negativo o malestar que afecta a los cónyuges más o menos
gravemente. Este elemento negativo o mal puede serlo bajo
diferentes aspectos: biológico, higiénico, psicológico, desde el
punto de vista de la dignidad personal de los cónyuges o de la
posibilidad de expresar suficiente y debidamente la relación
interpersonal y amorosa. El método a elegir, cuando existan varios
posibles, será aquel que en la situación concreta de los esposos
suponga el menor elemento negativo posible. Cuarto: la elección
concreta de los métodos depende mucho de cuales sean aquellos
de los que puedan disponerse en una determinada región, en un
tiempo determinado o para un matrimonio concreto; lo cual debe
depender, incluso, de la misma situación económica".

Publicación de la Humanae Vitae: sentido de la encíclica. En el momento en


que muchos se abrían a las nuevas perspectivas, la Humanae Vitae produjo no
sólo una cierta sorpresa, sino un movimiento de repulsa y contestación frente a la
enseñanza pontificia, como nunca se había dado probablemente dentro del
catolicismo.

El ambiente estaba demasiado tenso para acercarse con tranquilidad al texto


de la encíclica. Las adhesiones y las críticas se manifestaron con gama de tonos
muy diferentes y en comentarios nerviosos y a veces precipitados. Tanto el
excesivo triunfalismo de unos como la fuerte agresividad de otros impidieron en
ocasiones una lectura objetiva. El tiempo que ha pasado y la enorme literatura
producida en torno a ella han hecho posible una reflexión más serena, completa y
equilibrada, aunque las interpretaciones no hayan alcanzado en algunos puntos
una suficiente unanimidad.

Ciertamente, la encíclica ha recogido las nuevas aportaciones del Vaticano II


sobre el matrimonio, aunque en ella no pueda encontrarse una visión completa
sobre el tema.

Lo que pretendía fundamentalmente era responder a un interrogante básico que


se había creado, como hemos visto en la conciencia de muchos cristianos: ¿No
sería indicado repensar las normas éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se
considera que las mismas no pueden observarse sin sacrificios, algunas veces
heroicos? (HV 3).

Junto a este nuevo enfoque general mucho más personalista e inteligible,


quería completar lo que había quedado sin respuesta en la GS sobre los métodos
correctos de regulación. Y honradamente hay que decir que cualquiera de las
opciones que hubiera tomado el papa quedaría enmarcada dentro del concilio,
pues este permanecía abierto a cualquier tipo de solución. Es verdad, que al
interpretar sus principios generales, los ha restringido de alguna manera en su
aplicación práctica, pues de nuevo recuerda que "cualquier acto matrimonial
debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV 11), y por tanto no sólo hay
que excluir el aborto, sino "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en
su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga,
como fin o como medio, hacer imposible la procreación" (HV 14). El rechazo de
los métodos anticonceptivos se repite con absoluta claridad. Y esta conclusión, la
más concreta e importante, es la que ha provocado mayores dificultades y
discusiones. En qué se fundamenta, cuál es su valor y cómo explicarla es lo que
haremos a continuación.

La fundamentación de su doctrina: La mayor dificultad exegética ha radicado


siempre en saber con exactitud la razón última del castigo de Onan. Algunos
interpretan esa culpa como una violación exclusiva de la ley del Levirato, sin
ninguna referencia ala moral del matrimonio. Otros ven sólo un pecado contra la
fecundidad de las relaciones conyugales. Y un grupo intermedio lo considera
culpable por ambos motivos. Lo menos que puede decirse es que las diferentes
opiniones tienen la fuerza suficiente para no aceptar como cierta una sola
interpretación. Incluso se ha discutido si la Casti Connubii admites este
fundamento bíblico o sólo señala la explicación defendida por San Agustín ("pues
ilícita y torpemente se acerca uno también a su legítima mujer cuando se evita la
concepción de los hijos, como hacía Onán).

De cualquier manera, casi nadie se atreve a decir hoy que semejante condena
está revelada. La encíclica de Pablo VI no aporta ninguna cita bíblica que pueda
confirmar su doctrina, y es lógico que si hubiera sido posible, habría insistido
también en esta fundamentación para garantizar una enseñanza que estaba
siendo debatida.

Desde una perspectiva humana y racional se puede asumir la afirmación de la


Familiaris Consortio que recoge una declaración sobre el Sínodo sobre la familia,
cuando recuerda que tanto el Vaticano II como la Humanae Vitae "han
transmitido a nuestro tiempo un anuncio verdaderamente profético, que afirma y
propone de nuevo con claridad la doctrina y la norma siempre antigua y siempre
nueva de la Iglesia sobre el matrimonio y sobre la transmisión de la vida
humana". Tres aspectos me parecen importantes en esta defensa:

1. El valor profético de su doctrina: El primero consiste en proteger el


simbolismo humano de la sexualidad, que se rebaja con la utilización egoísta e
indiscriminada de las técnicas anticonceptivas. Es una confesión de las propias
parejas. Cuando el dominio necesario para la expresividad del gesto conyugal y
el respeto debido a la otra persona, que a veces se "imponía" para evitar un
embarazo, se suplantan por la seguridad del método, la experiencia enseña que
la calidad de la relación puede disminuir hasta perder su contenido más humano
y específico. Y un "acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su
condición actual y sus legítimos deseos no es un verdadero acto de amor" (HV
13). Habría pues que plantearse con seriedad si el recurso a estos métodos,
incluso cuando se emplean lícitamente, como después diremos, sirven para una
experiencia más profunda de amor o terminan en una banalización e
insignificancia del acto. En una cultura hedonista donde el gozo del placer ocupa
un lugar relevante, la exclusión segura del hijo podría llevar a un encuentro
demasiado instintivo que margine su contenido amoroso. La moral no reside sólo
en los motivos que justifiquen su posible empleo, sino sobre todo en el mensaje
puesto por el corazón y manifestado a través de la entrega.

2. Dificultades para una argumentación racional: el problema de fondo


consiste en la justificación filosófica de por qué "cualquier acto matrimonial debe
quedar abierto a la transmisión de la vida". Esta doctrina está fundada sobre la
inseparable conexión, que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por
propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo
y el significado procreador" (HV 12). El último y definitivo argumento parece
encontrarse en la obligación que existe de respetar las leyes y los ritmos
naturales, como reveladores de la voluntad de Dios.

En el Sínodo sobre la familia se volvieron a 'plantear estas dificultades. El hecho


de que para muchos católicos no resulte convincente su base racional, "a menos
de calificar la actitud de todas estas personas de obstinación, ignorancia o mala
voluntad, esta oposición debe suscitar una seria preocupación". "El problema es
más complejo. Tales personas son frecuentemente buenas, concienzudas, hijos e
hijas fieles de la Iglesia. No pueden aceptar que el uso de los métodos
contraceptivos artificiales sean en todas circunstancias intrínsecamente malo, tal
como generalmente ha sido entendido".

3. La necesidad de una justificación razonable: la enseñanza de la Iglesia,


cuando se basa en una valoración fundada sobre el derecho natural, tiene que
partir de una argumentación razonable. "El hecho de que la credibilidad de la
Iglesia se vea minada en esta importante materia, repercutirá también en su
credibilidad en muchas otras áreas, como ha sucedido ya". De ahí que para
muchos este es el núcleo de la presente crisis eclesiológica: creen que el
fundamento racional de la enseñanza de la Iglesia no es convincente. La llamada
del papa se hace comprensible es este contexto: "Por eso, junto con los padres el
sínodo, siento el deber de dirigir una acuciante invitación a los teólogos a fin de
que uniendo sus fuerzas a colaborar con el magisterio jerárquico, se
comprometan a iluminar cada vez mejor los fundamentos bíblicos, las
motivaciones éticas y las razones personalistas de esta doctrina" FC 31).

No sería difícil encontrar esos fundamentos y motivaciones para defender "que


el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a la vida".
Existen razones, como las que antes apuntamos que justifican esta doctrina en su
generalidad. Las dificultades surgen, sin embargo, como ya dije, cuando se trata
de probar que "cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la procreación".

Sin rebeldías, sin mala voluntad, con un enorme cariño y hasta con una dosis
muy profunda de dolor, por todo lo que ellos supone, "muchas personas no llegan
a encontrar en el texto de la HV una problemática y unas razones adecuadas.

El Magisterio de la Iglesia: su valoración teológica. Todos sabemos por la más


clásica teología que de la doctrina enseñada por la Iglesia no exige siempre el
mismo grado de asentimiento, ni su obligatoriedad obliga a las conciencias con la
misma fuerza. El hecho de que el episcopado en pleno haya recordado el deber
de aceptar la HV no dilucida su posterior valoración.

La primera está representada por todos aquellos para los que el rechazo de
los métodos anticonceptivos constituye una doctrina infalible, definitiva y sin
ninguna posibilidad de cambio. Aunque este carácter no se deduzca
exclusivamente por la publicación de la encíclica, su contenido representa una
tradición, enseñada de una manera tan constante y firme, que la Iglesia no ha
podido equivocarse. De tal forma se ha comprometido en su defensa que, si
ahora se descubriera su error, la confianza de los fieles caería por tierra con el
consiguiente desprestigio del magisterio en el campo moral.

Nos encontramos, por tanto, frente a "una verdad inalterable,


irreformablemente propuesta con la asistencia del Espíritu Santo, aunque no esté
inspirada ni se contenga formalmente en la revelación". Juan Pablo II ha
reformado con más fuerza este carácter absoluto y definitivo.

Una valoración distinta puede encontrarse sin embargo, en otro grupo de


conferencias episcopales y autores que, sin rebajar la enseñanza pontificia a una
simple orientación pastoral, no encuentra tampoco en ella las características de
una afirmación infalible. Su doctrina pertenecería al campo de lo que
teológicamente se llama magisterio ordinario, que la Iglesia ejercita en muchas
ocasiones sin darle un carácter más solemne o definitivo. Los que así piensan
conocen las afirmaciones constantes de la tradición, pero también creen que "la
doctrina sobre el matrimonio y sus valores esenciales se mantiene idéntica e
íntegra, aunque por un conocimiento más completo se aplique ahora de manera
diferente". Por ello, a pesar de que la publicación posterior de la encíclica impidió
un cambio, incluso en sus aplicaciones, no le dan a este magisterio la misma
fuerza e irreformabilidad del grupo anterior.

5.4. Los Métodos de Regulación.

El núcleo de la doctrina oficial de la Iglesia sobre los métodos naturales,


podríamos sintetizarlo con estas palabras de la misma encíclica: "Queda además
(del aborto y de la esterilización) excluida toda acción que, o en previsión del acto
conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales,
se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación" (HV 14).
No es lícito intervenir, por tanto, en los ritmos biológicos para hacerlos agenésicos
cuando por su propia naturaleza están abiertos a la fecundidad. La integridad del
organismo humano y sus funciones manifiestan el orden establecido por Dios, y
el respeto a estas estructuras "del proceso generador significa reconocerse, no
árbitros de la fuente de la vida humana, sino más bien administradores del plan
establecido por el Creador" (HV 13).

En este contexto se comprende mucho mejor que en la doctrina tradicional,


cuando la procreación se presentaba como el fin primario, la licitud de la
continencia periódica. No parecía muy lógico defender que el matrimonio ha de
buscarla, como destino primero del acto sexual y permitir este encuentro en
aquellos días y con la intención explícita de poder excluirla. La coherencia se
hace mayor ahora, a partir de los presupuestos anteriores, pues si tales ritmos
indican la voluntad de Dios, "los cónyuges se sirven legítimamente de una
disposición natural" (HV 16) por la que Él determina que en este momento no hay
lugar para una nueva vida. La condena se refiere a la intervención en los
procesos naturales para excluir por propia iniciativa esta apertura a un posible
hijo.

Es cierto que sobre los métodos naturales se ha creado una mala prensa,
como si la renuncia al encuentro conyugal en determinados días fuese algo que
rompe el dinamismo espontáneo del amor. La experiencia demuestra que,
cuando este existe, es posible hallar otras muchas veredas de comunión por
encima del silencio del cuerpo, que ayudan, incluso, a que su expresión sea más
rica y polivalente. El cariño no tiene por qué debilitarse, sino al contrario, cuando
se simboliza y manifiesta de otra manera que aunan los corazones, aunque la
entrega personal se retrase para otro momento. Ni la elección de los días
agenésicos va a convertir el encuentro sexual en un gesto rutinario y ficticio,
cuando el lenguaje del amor está en el fondo de todo comportamiento y es lo que
más importa e interesa.

Hay que reconocer también que su empleo se dificulta gravemente para


algunas parejas. Cuando el matrimonio se siente con la obligación grave de no
procrear, el recurso a este método no deja de producir una cierta angustia y
temor. El problema de la regulación se hará más apremiante en estas
situaciones.

Aplicaciones Pastorales: Dentro de la estricta fidelidad a la doctrina de la


Iglesia, nos encontramos en un primer lugar con el camino difícil y molesto de la
casuística. La experiencia enseña que cuando la moral se reduce a un breve
recetario de soluciones, la dimensión más personal, la auténticamente
evangélica, se difumina y un espíritu farisaico puede envenenar nuestra
conducta.

Algunos casos frecuentes y prácticos no quedan excluidos por la HV. La


intervención en los procesos generativos puede estar permitida de acuerdo con
los principios clásicos del doble efecto y totalidad. es lo que la encíclica había
designado como "el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios
para curar enfermedades del organismo" (HV 15).

Los remedios terapéuticos: Desde el comienzo se reconocieron los efectos


beneficiosos de las pastillas anovulatorias, en el terreno de la ginecología, para el
tratamiento de diversas patologías femeninas y como terapia para la esterilidad
funcional. Su empleo en estos casos, durante el tiempo prescrito por el médico,
forma parte de una verdadera cura, sin que la esterilización temporal producida
se haya buscado como fin o como medio para no procrear. Pío XII, Pablo VI y
Juan Pablo II decían a la ciencia médica: "La ciencia médica logre dar una base,
suficientemente segura, para una regulación de nacimientos, fundada en la
observancia de los ritmos naturales" (HV 24).

El problema consiste en saber si científicamente se trata de un descanso


normal o no está exigido por el organismo. Aunque muchos médicos se inclinan
por este último, no creo, que en las actuales circunstancias, se pueda negar el
uso de anovulatorios durante un año después del parto. Esto sólo serviría a
bastantes parejas como un remedio válido para espaciar, al menos los
nacimientos.

La Esterilización Indirecta: son muchos los que admiten cualquier


anticonceptivo, cuando se busca defender el derecho de la persona, para evitar el
embarazo como consecuencia de una relación injusta.
Excluir la procreación no es una acción ilícita, cuando tal acto no se quiere ni se
debe realizar, pues la persona tiene derecho a impedir las consecuencias graves
de un gesto que se le impone por la fuerza y en contra de su voluntad. Semejante
situación podría darse dentro del matrimonio, si la mujer no tuviera otra forma
para defenderse de los abusos del marido, cuando ella tampoco quiere, ni puede,
ni debe ofrecerse a un nuevo embarazo y no es posible evitarlo por otro camino.
Sería la defensa también contra una maternidad involuntaria e indebida.

5.5. La Indisolubilidad del Matrimonio.

Junto a la dimensión procreadora del matrimonio, el cariño y la fidelidad


constituyen también una obligación y una tarea. El amor auténtico, en su más
pura fenomenología, aparece como algo indisoluble y definitivo. Nadie puede
querer a una persona de verdad limitando su afecto conyugal a un tiempo
determinado. Esto último constituiría la prueba evidente de que el amor se había
confundido con otras realidades marginales. Lo trágico del amor humano nace
precisamente de su fragilidad, de ese carácter quebradizo, que hace posible la
ruptura de una comunión aceptada en su comienzo para siempre, como si no
fuera posible mantenerlo fresco a lo largo del camino. Por eso cuando el amor
desaparece de la vida conyugal y solo se mantiene una coexistencia externa,
impuesta por la ley y la sociología, pero sin la más mínima vinculación afectiva,
viene a la memoria la frase de Marx de que el matrimonio burgués es una
prostitución legal.

Mantener unidas a dos personas que ya no se quieren, e incluso que viven


una profunda lejanía, llena de agresividad y repugnancia mutua, es lo más
opuesto, humana y religiosamente, a lo que debería ser una comunidad y una
alianza de amor. Parece en estos casos, que la fidelidad a una idea santa y
significativa como la indisolubilidad es mucho más importante y necesaria que la
aceptación y reconocimiento real del tú, de la otra persona.

Es verdad que lo jurídico es una garantía, que asegura la supervivencia de la


sociedad y de sus valores fundamentales. En la Ética se integra la dimensión
social y no podemos negarla dentro de la institución matrimonial, pero, por otra
parte, el reconocimiento social del amor no puede ser tampoco meramente
jurídico. Si así fuese, la institución se convertiría en un imperativo vacío de
significado. Se mantendría una postura que busca la salvaguardia de la ley por
encima del bien de las personas se hace incomprensible para muchos. Sería un
legalismo demasiado burocrático para que la gente hoy se sintiera convencida.

La verdad es que son muchos los que, en situaciones trágicas, no aceptan


como solución el divorcio por presiones sociales, porque no pueden civilmente, o
por una obediencia religiosa que no acaban de comprender, aunque la ruptura de
la vida en común para irse con otra persona es un fenómeno social que cada vez
se acepta con mayor naturalidad.

- El divorcio en la sociedad actual: de hecho en una gran mayoría de países se


admite la existencia del divorcio civil, y el nuevo matrimonio, cuando no se trataba
de personas problemáticas, han podido suponer para muchos -también entre
católicos- un nuevo encuentro esperanzado con la existencia y la alegría de
mirar el futuro con renovada ilusión. Incluso han descubierto, a lo mejor, por
primera vez, lo que significa el amor y el matrimonio. Lo único que faltaría para la
completa felicidad del hogar, si nos referimos a católicos practicantes, sería la
aceptación, de una u otra manera, de esta nueva comunidad por parte de la
Iglesia. Aquellos, sin embargo, que no pueden o no han querido esta solución,
pero que verían en ella el remedio de la amargura profunda de su propio fracaso,
es lógico que se pregunten las razones de semejantes prohibición. Si la Iglesia
sigue fiel a su concepción de la indisolubilidad ¿está fomentando una exterioridad
farisaica y legalista o salvaguarda con ello valores esenciales que están en
peligro de desaparecer? ¿Se mantiene dócil a las exigencias de Cristo o es
producto de un rigorismo y de una mentalidad ajena al evangelio?.

No hay que caer en el pesimismo para intuir que los índices divorcistas irán en
aumento, como lo demuestran las estadísticas. Ni siquiera el convencimiento
religioso entre los católicos es capaz de disminuir siempre entre porcentajes, en
relación con otras confesiones cristianas que admiten la posibilidad del divorcio.

Todo ello ha motivado, sobre todo en estos últimos años, un replanteamiento


de la postura católica. Sobre esto hay una cantidad de bibliografía que ayudan a
tener una visión global de los datos que entran en juego.

- La indisolubilidad intrínseca: contra el divorcio por simple consentimiento


mutuo. El punto de partida podría ser un dato sobre el que todos estamos de
acuerdo.

Aunque el amor conyugal sea fundamentalmente una realidad personal e íntima


no podemos negar tampoco su dimensión comunitaria. La necesidad de una
cierta reglamentación nace como consecuencia de su carácter social, de su
trascendencia para la familia humana. Aun en los países donde está permitido el
divorcio por la ley civil, no es posible efectuar la disolución por simple voluntad de
los contrayentes, sino que se hace imprescindible la intervención de la autoridad
competente. Resultaría absurdo e inaceptable, por muchos motivos, que dos
individuos privados tuviesen capacidad jurídica de romper un vínculo que encierra
también un interés público y que la sociedad debe proteger contra cualquier
arbitrariedad.

A esta imposibilidad de disolver el matrimonio por el mutuo acuerdo de los


cónyuges se llama indisolubilidad intrínseca y casi todas las legislaciones están
concordes en este punto y en el valor ético de su fundamentación. Ella prohibiría
el divorcio por simple consentimiento mutuo, en el que la autoridad no tendría
ningún derecho a intervenir en contra de la voluntad privada de los cónyuges.

La disolubilidad extrínseca: aceptación del divorcio en algunos matrimonios. La


Iglesia católica sin negar nunca el principio de indisolubilidad del matrimonio, ha
concedido a lo largo de la historia una serie de disoluciones en determinadas
circunstancias. El llamado "privilegio paulino" (1Co 7,12-16) ha interpretado y
explicado las palabras de Jesús de tal manera, que el matrimonio entre dos no
bautizados puede ser disuelto, después del bautismo de uno de los consortes, si
la parte infiel no quiere cohabitar pacíficamente.
La indisolubilidad extrínseca -es decir, la imposibilidad de disolución por parte
de la autoridad competente y, en este caso, la Iglesia- no es total ni definitiva,
pues muchos matrimonios han quedado desligados por la aplicación de estos
privilegios.
La Iglesia fue aceptando la indisolubilidad absoluta, pero sólo cuando se
trataba de los matrimonios ratos (sacramentales) y consumados. Frente a las
discusiones existentes si basta sólo el consentimiento o se requiere además la
cópula para la plenitud del vínculo, se buscó una armoniosa y pacífica síntesis de
ambas tendencias. El principio básico de que el matrimonio es constituido por el
consentimiento y no por la cópula se aceptó como base y nacimiento de la
comunidad conyugal, pero se mantuvo también el criterio de que mientras no se
realizara la consumación, el vínculo no alcanzaría su densidad absoluta y
definitiva.

Desde el ideal primero del Génesis hasta las últimas enseñanzas del Nuevo
Testamento, el amor conyugal está llamado a vivirse, como imagen de la alianza,
en un clima de fidelidad total y definitiva, que no siempre se mantuvo en la
práctica. Las palabra de Jesús sobre el divorcio, si nos atenemos a Lucas 16,18,
que parece reproducir con mayor exactitud el texto original son terminantes:
"Todo el que repudia su mujer y se casa con otra comete adulterio y el que se
casa con la repudiada, comete adulterio". Cristo define como ilegítima una
conducta que, según el derecho judío, era permitida: el repudio de una mujer por
su marido y el nuevo matrimonio de éste, lo mismo que el casamiento de una
mujer legalmente repudiada, por su marido.

Durante mucho tiempo se mantuvo como clásica la interpretación dada por


San Jerónimo. La cláusula de San Mateo demostraría la licitud de una separación
entre marido y mujer, pero no incluiría la posibilidad de un nuevo matrimonio. Se
admite, diríamos la excepción, pero se la interpreta de forma restrictiva. La
dificultad más seria contra ella nace de que esa simple separación era una
realidad desconocida por completo para los judíos y la respuesta de Cristo
hubiera sido, por tanto, ininteligible para sus auditores.

Haciendo un resumen de los pasos dados hasta ahora, hallamos en la


revelación un ideal claro y definido de la indisolubilidad, aun cuando San Pablo,
en unas circunstancias admitidas por todos, y San Mateo en otras, según la
interpretación de algunos, conceden la posibilidad de un nuevo matrimonio. A
partir de un momento la Iglesia católica no concede la disolución del vínculo rato y
consumado no parece que pueda fundamentarse totalmente en un argumento de
razón, en una reflexión teológica, ni en una definición dogmática de ningún
concilio. La única explicación tendríamos que encontrarla en la práctica tradicional
de la Iglesia, que ha interpretado así la enseñanza de Cristo. Si no disuelve un
matrimonio rato y consumado no ha sido porque, como en el caso del celibato
sacerdotal hasta hace poco, no haya querido hacerlo, sino porque tiene
conciencia de que no pueda efectuar la disolución.

5.6. Situaciones Irregulares.

La vida al margen de la ley: el matrimonio civil de los bautizados. La


legislación actual de la Iglesia exige que el matrimonio de los bautizados sea al
mismo tiempo sacramental, sin darle ninguna validez jurídica, en el foro
eclesiástico, al compromiso contraído por lo civil.

Y una vez que este amor queda consagrado por el sacramento y consumado por
la unción conyugal, el vínculo, se hace indisoluble. La realidad nos ofrece
diferentes circunstancias en las que el incumplimiento de tales exigencias
provoca una situación irregular, que impide normalmente el acceso a los
sacramentos.

Un primer caso sería el de aquellos católicos que rechazan la


sacramentalización de su amor y se conforman exclusivamente con el
matrimonio civil.

Cuando los bautizados toman esta opción, si conservan en su interior la fe


necesaria, cometen ciertamente una incoherencia, pues parece absurdo e
incomprensible que, buscando con seriedad el compromiso humano, por el que
mutuamente se entregan para siempre, no quieren aceptar el contenido religioso
que los consagra y santifica. Ninguna persona con fe debería negarse
lógicamente a que la experiencia de su amor se convierta también en un
encuentro de gracia y amistad con Dios. Algún motivo especial tendrá que darse
para no admitir con alegría la dimensión sobrenatural de ese cariño.

"Su situación no puede equipararse sin más a la de los que conviven sin
vínculo alguno, ya que hay en ellos al menos un cierto compromiso a un estado
de vida concreto y quizá estable, aunque a veces no es extraña a esta situación
la perspectiva de un eventual divorcio".

La separación de los cónyuges: visión bíblica de la fidelidad. El problema


mayor se plantea haciendo cada vez más frecuentes dentro de la misma
comunidad cristiana. Mantener el amor a lo largo del camino no es ninguna tarea
fácil ni exenta de dificultades. De hecho bastantes parejas fracasan por
infidelidades personales, por errores o equivocaciones previas, o simplemente
por una serie de condicionantes que impiden continuar la convivencia, a pesar
incluso de la buena voluntad y esfuerzo realizados. La misma Iglesia admite que
"la separación debe considerarse como un remedio extremo después de que
cualquier intento razonable haya sido inútil".

Cuando el matrimonio queda roto de una manera irreparable, la comunidad


debe ofrecer toda la ayuda necesaria para que en tales circunstancias se vivan
también los valores de la fidelidad y del perdón. Lo mismo que el cónyuge
inocente, afectado por un divorcio civil tiene que sentirse acompañado, en esos
momentos especialmente difíciles y dolorosos, para no contraer una nueva unión.
"En tal caso su ejemplo de fidelidad y de coherencia cristiana asume un particular
valor de testimonio frente al mundo y a la Iglesia, haciendo todavía más
necesaria, por parte de esta, una acción continua de amor y de ayuda, sin que
exista obstáculo alguno para la admisión de los sacramentos".

Los Divorciados Vueltos a Casar: entre la Fidelidad Evangélica y la


Benevolencia Pastoral. Las dificultades aumentan para lo que, por diferentes
condicionantes e incluso después de intentar durante largo tiempo vivir sin ningún
nuevo compromiso, terminan por contraer un matrimonio civil del que ya no
pueden separarse. Son conscientes de su situación irregular, pero se les hizo
demasiado dura su soledad y cuando encontraron otra compañía, que les hizo
renacer su esperanza e ilusión, no pudieron renunciar al nuevo futuro que se les
abría por delante. Ahora sólo tienen la nostalgia y el pesar de que la Iglesia, en
esas condiciones le niega el acceso a los sacramentos de la eucaristía y
reconciliación. Incluso en la hipótesis de una falta anterior, si existe un
arrepentimiento sincero y un deseo de vida cristiana más hondo, ¿no debería
tenerse un gesto de comprensión y misericordia?.

El sínodo sobre la familia afirma: "La práctica de la Iglesia, fundada sobre la


Sagrada Escritura, de no admitir a los divorciados, irregularmente casados de
nuevo, a la comunión eucarística..., a no ser que, si se arrepienten de haber
violado el signo de la alianza y de la fidelidad a Cristo, se abran con un corazón
sincero a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del sacramento
del matrimonio". "El sínodo, movido por su interés pastoral por estos fieles, desea
se lleve a cabo un nuevo y más profundo estudio a este respecto, teniendo en
cuenta igualmente la práctica de la Iglesia de oriente, a fin de poner mejor en
evidencia la misericordia pastoral".

La Familiaris Consortio no recoge para nada la conveniencia de un estudio


sobre la pastoral de las Iglesias orientales e insiste únicamente en la costumbre
tradicional de negar los sacramentos a los que vivan tales circunstancias.
"Cuando un hombre y una mujer, por motivos serios -como por ejemplo la
educación de los hijos- no pueden cumplir con la obligación de la separación,
asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea, de abstenerse de los
actos propios de los esposos" (FC 84, 104).

Dos son las razones fundamentales, que apuntan en el mismo número, para
adoptar esta postura. En primer lugar, "su estado y situación de vida contradicen
objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada
en la eucaristía". Es decir, existe una contradicción entre el símbolo que
representa el sacramento y el testimonio cristiano que ellos ofrecen. Un segundo
motivo de orden más pastoral, pues con tal condescendencia "los fieles serían
inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la
indisolubilidad del matrimonio". De ahí que para evitar cualquier mala
interpretación se prohíba, por cualquier razón o pretexto, incluso pastoral, la
celebración de ceremonias religiosas para estos divorciados, ya que "podrían dar
la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentales válidas y como
consecuencia inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio
válidamente contraído".

Matrimonio a Prueba: es el experimental que muchos quieren justificar hoy,


atribuyéndole un cierto valor. La misma razón humana insinúa ya su no
aceptabilidad, indicando que es poco convincente que se haga un "experimento"
tratándose de personas humanas, cuya dignidad exige que sean siempre y
únicamente término de un amor de donación, sin límite alguno ni de tiempo ni de
otras circunstancias.
La Iglesia por su parte no puede admitir tal tipo de unión por motivos ulteriores
y originales derivados de la fe. Esta situación no puede ser superada de ordinario,
si la persona humana no ha sido educada -ya desde la infancia, con la ayuda de
la gracia de Cristo y no por temor- a dominar la concupiscencia naciente e
instaurar con los demás relaciones de amor genuino. Esto no se consigue sin una
verdadera educación en el amor auténtico y en el recto uso de la sexualidad, de
tal manera que induzca a la persona humana en la plenitud del misterio de Cristo.

Uniones Libres de Hecho: se trata de uniones sin ningún vínculo institucional


públicamente reconocido, ni civil ni religioso. Algunos se consideran como
obligados por difíciles situaciones -económicas, culturales y religiosas- en cuanto
que contrayendo matrimonio regular, quedarían expuestas a daños, a la pérdida
de ventajas económicas, a discriminaciones, etc. En otro se encuentra, por el
contrario una actitud de desprecio, contestación o rechazo de la sociedad, de la
institución familiar, de la organización socio-política o de la mera búsqueda de
placer. Otros son empujados por la extrema ignorancia y pobreza, a veces por
condicionamientos debidos a situaciones de verdadera injusticia o también por
una cierta inmadurez psicológica que les hace sentir la incertidumbre o el temor
de atarse con un vínculo estable y definitivo.

Cada uno de estos elementos pone a la Iglesia serios problemas pastorales,


por las graves consecuencias religiosas y morales que de ellos derivan (pérdida
del sentido religioso del matrimonio visto a la luz de la Alianza de Dios con su
pueblo, privación de la gracia del sacramento, grave escándalo) así como
también por las consecuencias sociales (destrucción del concepto de familia,
atenuación del sentido de fidelidad incluso hacia la sociedad, posibles traumas
psicológicos en los hijos y la afirmación del egoísmo).

PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA

VADEMECUM PARA LOS CONFESORES


SOBRE ALGUNOS TEMAS DE MORAL CONYUGAL

PRESENTACIÓN

Cristo continúa, por medio de Su Iglesia, la misión que Él ha recibido del Padre.
Él envía a los doce a anunciar el Reino y a llamar a la penitencia y a la
conversión, a la metanoia (cfr. Mc 6,12). Jesús resucitado les transmite Su
mismo poder de reconciliación: « Recibid el Espíritu Santo; a quienes
perdonareis los pecados, les serán perdonados » (Jn 20, 22-23). Por medio de
la efusión del Espíritu por Él realizada, la Iglesia prosigue la predicación del
Evangelio, invitando a la conversión y administrando el sacramento de la
remisión de los pecados, mediante el cual el pecador arrepentido obtiene la
reconciliación con Dios y con la Iglesia y ve abrirse frente a sí mismo la vía de
la salvación.
El presente Vademecum tiene su origen en la particular sensibilidad pastoral
del Santo Padre, el Cual ha confiado al Pontificio Consejo para la Familia la
tarea de preparar este subsidio para ayuda de los Confesores. Con la
experiencia madurada ya sea como sacerdote que como Obispo, él ha podido
constatar la importancia de orientaciones seguras y claras a las cuales los
ministros del sacramento de la reconciliación puedan hacer referencia en el
diálogo con las almas. La abundante doctrina del Magisterio de la Iglesia sobre
los temas del matrimonio y de la familia, en modo especial a partir del Concilio
Vaticano II, ha hecho oportuna una buena síntesis referida a algunos temas de
moral relativos a la vida conyugal.

Si bien, a nivel doctrinal, la Iglesia cuenta con una sólida conciencia de las
exigencias que atañen al sacramento de la Penitencia, no se puede negar que
se haya ido creando un cierto vacío en el traducir estas enseñanzas a la praxis
pastoral. El dato doctrinal es, entonces, el fundamento que sostiene este
Vademecum, y no es tarea nuestra repetirlo, no obstante, sea evocado en
diversas ocasiones. Conocemos bien toda la riqueza que han ofrecido a la
Comunidad cristiana la Encíclica Humanae Vitae, iluminada luego por la
Encíclica Veritatis Splendor, y las Exhortaciones Apostólicas Familiaris
Consortio y Reconciliatio et Paenitentia. Sabemos también cómo el Catecismo
de la Iglesia Católica haya provisto un eficaz y sintético resumen de la doctrina
sobre estos argumentos.

« Suscitar en el corazón del hombre la conversión y la penitencia y ofrecerle el


don de la reconciliación es la misión connatural de la Iglesia, (...) una misión
que no se agota en algunas afirmaciones teóricas y en la propuesta de un ideal
ético no acompañada por energías operativas, sino que tiende a expresarse en
precisas funciones ministeriales en orden a una práctica concreta de la
penitencia y de la reconciliación » (Exhort. Apost. Reconciliatio et Paenitentia,
n. 23).

Tenemos el gusto de poner en las manos de los sacerdotes este documento,


que ha sido preparado por venerado encargo del Santo Padre y con la
competente colaboración de profesores de teología y de algunos pastores.

Agradecemos a todos aquellos que han ofrecido su contribución, mediante la


cual han hecho posible la realización del documento. Nuestra gratitud adquiere
dimensiones muy especiales en relación a la Congregación para la Doctrina de
la Fe y a la Penitenciaría Apostólica.

INTRODUCCIÓN

1. Finalidad del documento

La familia, que el Concilio Ecuménico Vaticano II ha definido como el santuario


doméstico de la Iglesia, y como « célula primera y vital de la sociedad »,1
constituye un objeto privilegiado de la atención pastoral de la Iglesia. « En un
momento histórico en que la familia es objeto de muchas fuerzas que tratan de
destruirla o deformarla, la Iglesia, consciente de que el bien de la sociedad y de
sí misma está profundamente vinculado al bien de la familia, siente de manera
más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el designio de Dios sobre
el matrimonio y la familia ».2

En estos últimos años, la Iglesia, a través de la palabra del Santo Padre y


mediante una vasta movilización espiritual de pastores y laicos, ha multiplicado
sus esfuerzos para ayudar a todo el pueblo creyente a considerar con gratitud y
plenitud de fe los dones que Dios dispensa al hombre y a la mujer unidos en el
sacramento del matrimonio, para que ellos puedan llevar a término un auténtico
camino de santidad y ofrecer un verdadero testimonio evangélico en las
situaciones concretas en las cuales viven.

En el camino hacia la santidad conyugal y familiar los sacramentos de la


Eucaristía y de la Penitencia cumplen un papel fundamental. El primero fortifica
la unión con Cristo, fuente de gracia y de vida, y el segundo reconstruye, en
caso que haya sido destruida, o hace crecer y perfecciona la comunión
conyugal y familiar,3 amenazada y desgarrada por el pecado.

Para ayudar a los cónyuges a conocer el camino de su santidad y a cumplir su


misión, es fundamental la formación de sus conciencias y el cumplimiento de la
voluntad de Dios en el ámbito específico de la vida matrimonial, o sea en su
vida de comunión conyugal y de servicio a la vida.

La luz del Evangelio y la gracia del sacramento representan el binomio


indispensable para la elevación y la plenitud del amor conyugal que tiene su
fuente en Dios Creador. En efecto, « el Señor se ha dignado sanar,
perfeccionar y elevar este amor con un don especial de la gracia y de la caridad
».4

En orden a la acogida de estas exigencias del amor auténtico y del plan de


Dios en la vida cotidiana de los cónyuges, el momento en el cual ellos solicitan
y reciben el sacramento de la Reconciliación, representa un acontecimiento
salvífico de máxima importancia, una ocasión de luminosa profundización de fe
y una ayuda precisa para realizar el plan de Dios en la propia vida.

« Es el sacramento de la Penitencia o Reconciliación el que allana el camino a


cada uno, incluso cuando se siente bajo el peso de grandes culpas. En este
sacramento cada hombre puede experimentar de manera singular la
misericordia, es decir, el amor que es más fuerte que el pecado ».5

Puesto que la administración del sacramento de la Reconciliación está confiada


al ministerio de los sacerdotes, el presente documento se dirige
específicamente a los confesores y tiene como finalidad ofrecer algunas
disposiciones prácticas para la confesión y absolución de los fieles en materia
de castidad conyugal. Más concretamente, con este vademecum para el uso
de los confesores se quiere ofrecer un punto de referencia a los penitentes
casados para que puedan obtener un mayor provecho de la práctica del
sacramento de la Reconciliación y vivir su vocación a la paternidad-maternidad
responsable en armonía con la ley divina enseñada por la Iglesia con autoridad.
Servirá también para ayudar a quienes se preparan al matrimonio.
El problema de la procreación responsable representa un punto particularmente
delicado en la enseñanza de la moral católica en ámbito conyugal, pero aun
más en el ámbito de la administración del sacramento de la Reconciliación, en
el cual la doctrina es confrontada con las situaciones concretas y con el camino
espiritual de cada fiel. Resulta en efecto necesario recordar los puntos claves
que permitan afrontar en modo pastoralmente adecuado las nuevas
modalidades de la contracepción y el agravarse del fenómeno.6 Con el
presente documento no se pretende repetir toda la enseñanza de la Encíclica
Humanae Vitae, de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio o de otras
intervenciones del Magisterio ordinario del Sumo Pontífice, sino solamente
ofrecer algunas sugerencias y orientaciones para el bien espiritual de los fieles
que se acercan al sacramento de la Reconciliación y para superar eventuales
divergencias e incertidumbres en la praxis de los confesores.

2. La castidad conyugal en la doctrina de la Iglesia

La tradición cristiana siempre ha defendido, contra numerosas herejías


surgidas ya al inicio de la Iglesia, la bondad de la unión conyugal y de la familia.
Querido por Dios en la misma creación, devuelto por Cristo a su primitivo
origen y elevado a la dignidad de sacramento, el matrimonio es una comunión
íntima de amor y de vida entre los esposos intrínsecamente ordenada al bien
de los hijos que Dios querrá confiarles. El vínculo natural tanto para el bien de
los cónyuges y de los hijos como para el bien de la misma sociedad no
depende del arbitrio humano.7

La virtud de la castidad conyugal « entraña la integridad de la persona y la


integralidad del don »8 y en ella la sexualidad « se hace personal y
verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a
persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la
mujer ».9 Esta virtud, en cuanto se refiere a las relaciones íntimas de los
esposos, requiere que se mantenga « íntegro el sentido de la donación mutua y
de la procreación humana en el contexto del amor verdadero ».10 Por eso,
entre los principios morales fundamentales de la vida conyugal, es necesario
recordar « la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no
puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal:
el significado unitivo y el significado procreador ».11

En este siglo los Sumos Pontífices han emanado diversos documentos


recordando las principales verdades morales sobre la castidad conyugal.

Entre estos merecen una mención especial la Encíclica Casti Connubii (1930)
de Pío XI,12 numerosos discursos de Pío XII,13 la Encíclica Humanae Vitae
(1968) de Pablo VI,14 la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio15 (1981),
la Carta a las Familias Gratissimam Sane16 (1994) y la Encíclica Evangelium
Vitae (1995) de Juan Pablo II. Junto a estos se deben tener presente la
Constitución Pastoral Gaudium et Spes17 (1965) y el Catecismo de la Iglesia
Católica18 (1992). Además son importantes, en conformidad con estas
enseñanzas, algunos documentos de Conferencias Episcopales, así como de
pastores y teólogos que han desarrollado y profundizado la materia. Es
oportuno recordar también el ejemplo ofrecido por numerosos cónyuges, cuyo
empeño por vivir cristianamente el amor humano constituye una contribución
eficacísima para la nueva evangelización de las familias.

3. Los bienes del matrimonio y la entrega de sí mismo

Mediante el sacramento del Matrimonio, los esposos reciben de Cristo


Redentor el don de la gracia que confirma y eleva su comunión de amor fiel y
fecundo. La santidad a la que son llamados es sobre todo gracia donada.

Las personas llamadas a vivir en el matrimonio, realizan su vocación al amor19


en la plena donación de sí mismos, que expresa adecuadamente el lenguaje
del cuerpo.20 De la donación recíproca de los esposos procede, como fruto
propio, el don de la vida a los hijos, que son signo y coronación del amor
matrimonial.21

La contracepción, oponiéndose directamente a la transmisión de la vida,


traiciona y falsifica el amor oblativo propio de la unión matrimonial: « altera el
valor de donación total »22 y contradice el plan de amor de Dios participado a
los esposos. 

VADEMECUM PARA EL USO DE LOS CONFESORES

El presente vademecum está compuesto por un conjunto de enunciados, que


los confesores habrán de tener presente en la administración del sacramento
de la Reconciliación, a fin de poder ayudar mejor a los cónyuges a vivir
cristianamente la propia vocación a la paternidad o maternidad, en sus
circunstancias personales y sociales.

1. La santidad matrimonial

1. Todos los cristianos deben ser oportunamente instruidos de su vocación a la


santidad. En efecto, la invitación al seguimiento de Cristo está dirigida a todos,
y cada fiel debe tender a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la
caridad en su propio estado.23

2. La caridad es el alma de la santidad. Por su íntima naturaleza la caridad —


don que el Espíritu infunde en el corazón — asume y eleva el amor humano y
lo hace capaz de la perfecta donación de sí mismo. La caridad hace más
aceptable la renuncia, más liviano el combate espiritual, más generosa la
entrega personal.24

3. No es posible para el hombre con sus propias fuerzas realizar la perfecta


entrega de sí mismo. Pero se vuelve capaz de ello en virtud de la gracia del
Espíritu Santo. En efecto, es Cristo que revela la verdad originaria del
matrimonio y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo habilita para
realizarla íntegramente.25

4. En el camino hacia la santidad, el cristiano experimenta tanto la debilidad


humana como la benevolencia y la misericordia del Señor. Por eso el punto de
apoyo en el ejercicio de las virtudes cristianas — también de la castidad
conyugal — se encuentra en la fe que nos hace conscientes de la misericordia
de Dios y en el arrepentimiento que acoge humildemente el perdón divino.26

5. Los esposos actúan la plena donación de sí mismos en la vida matrimonial y


en la unión conyugal, que, para los cristianos, es vivificada por la gracia del
sacramento. La específica unión de los esposos y la transmisión de la vida son
obligaciones propias de su santidad matrimonial.27

2. La enseñanza de la Iglesia sobre la procreación responsable

1. Los esposos han de ser confirmados en el inestimable valor y excelencia de


la vida humana, y deben ser ayudados para que se comprometan a hacer de la
propia familia un santuario de la vida:28 « en la paternidad y maternidad
humanas Dios mismo está presente de un modo diverso a como lo está en
cualquier otra generación "sobre la tierra" ».29

2. Consideren los padres y madres de familia su misión como un honor y una


responsabilidad, en cuanto son cooperadores del Señor en la llamada a la
existencia de una nueva persona humana, hecha a imagen y semejanza de
Dios, redimida y destinada, en Cristo, a una Vida de eterna felicidad.30 «
Precisamente en esta función suya como colaboradores de Dios que
transmiten Su imagen a la nueva criatura, está la grandeza de los esposos
dispuestos "a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de
ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más" ».31

3. De esto deriva, para los cristianos, la alegría y la estima de la paternidad y


de la maternidad. Esta paternidad-maternidad, es llamada "responsable" en los
recientes documentos de la Iglesia, para subrayar la actitud consciente y
generosa de los esposos en su misión de transmitir la vida, que tiene en sí un
valor de eternidad, y para evocar una vez más su papel de educadores.
Compete ciertamente a los esposos — que por otra parte no dejarán de
solicitar los consejos oportunos — deliberar, en modo ponderado y con espíritu
de fe, acerca de la dimensión de su familia y decidir el modo concreto de
realizarla respetando los criterios morales de la vida conyugal.32

4. La Iglesia siempre ha enseñado la intrínseca malicia de la contracepción, es


decir de todo acto conyugal hecho intencionalmente infecundo. Esta enseñanza
debe ser considerada como doctrina definitiva e irreformable. La contracepción
se opone gravemente a la castidad matrimonial, es contraria al bien de la
transmisión de la vida (aspecto procreativo del matrimonio), y a la donación
recíproca de los cónyuges (aspecto unitivo del matrimonio), lesiona el
verdadero amor y niega el papel soberano de Dios en la transmisión de la vida
humana.33

5. Una específica y aún más grave malicia moral se encuentra en el uso de


medios que tienen un efecto abortivo, impidiendo la anidación del embrión
apenas fecundado o también causando su expulsión en una fase precoz del
embarazo.34
6. En cambio es profundamente diferente de toda práctica contraceptiva, tanto
desde el punto de vista antropológico como moral, porque ahonda sus raíces
en una concepción distinta de la persona y de la sexualidad, el comportamiento
de los cónyuges que, siempre fundamentalmente abiertos al don de la vida,
viven su intimidad sólo en los períodos infecundos, debido a serios motivos de
paternidad y maternidad responsable.35

El testimonio de los matrimonios que desde hace tiempo viven en armonía con
el designio del Creador y lícitamente utilizan, cuando hay razón
proporcionalmente seria, los métodos justamente llamados "naturales",
confirma que los esposos pueden vivir íntegramente, de común acuerdo y con
plena donación las exigencias de la castidad y de la vida conyugal.

3. Orientaciones pastorales de los confesores

1. En relación a la actitud que debe adoptar con los penitentes en materia de


procreación responsable, el confesor deberá tener en cuenta cuatro aspectos:
a) el ejemplo del Señor que « es capaz de inclinarse hacia todo hijo pródigo,
toda miseria humana y singularmente hacia toda miseria moral o pecado »;36
b) la prudente cautela en las preguntas relativas a estos pecados; c) la ayuda y
el estímulo que debe ofrecer al penitente para que se arrepienta y se acuse
íntegramente de los pecados graves; d) los consejos que, en modo gradual,
animen a todos a recorrer el camino de la santidad.

2. El ministro de la Reconciliación tenga siempre presente que el sacramento


ha sido instituido para hombres y mujeres que son pecadores. Acoja, por tanto,
a los penitentes que se acercan al confesionario presuponiendo, salvo que
exista prueba en contrario, la buena voluntad — que nace de un corazón
arrepentido y humillado (Salmo 50,19), aunque en grados distintos — de
reconciliarse con el Dios misericordioso.37

3. Cuando se acerca al sacramento un penitente ocasional, que se confiesa


después de un largo tiempo y muestra una situación general grave, es
necesario, antes de hacer preguntas directas y concretas sobre el tema de la
procreación responsable y en general sobre la castidad, orientarlo para que
comprenda estas obligaciones en una visión de fe. Por esto mismo, si la
acusación de los pecados ha sido demasiado sucinta o mecánica, se le deberá
ayudar a replantear su vida frente a Dios y, con preguntas generales sobre las
diversas virtudes y obligaciones, de acuerdo con las condiciones personales
del interesado,38 recordarle positivamente la invitación a la santidad del amor y
la importancia de sus deberes en el ámbito de la procreación y educación de
los hijos.

4. Cuando es el penitente quien formula preguntas o solicita — también en


modo implícito — aclaraciones sobre puntos concretos, el confesor deberá
responder adecuadamente, pero siempre con prudencia y discreción, 39 sin
aprobar opiniones erróneas.

5. El confesor tiene la obligación de advertir a los penitentes sobre las


transgresiones de la ley de Dios graves en sí mismas, y procurar que deseen la
absolución y el perdón del Señor con el propósito de replantear y corregir su
conducta. De todos modos la reincidencia en los pecados de contracepción no
es en sí misma motivo para negar la absolución; en cambio, ésta no se puede
impartir si faltan el suficiente arrepentimiento o el propósito de evitar el
pecado.40

6. El penitente que habitualmente se confiesa con el mismo sacerdote busca a


menudo algo más que la sola absolución. Es necesario que el confesor sepa
realizar una tarea de orientación, que ciertamente será más fácil donde exista
una relación de verdadera y propia dirección espiritual — aunque no se utilice
tal expresión — para ayudarle a mejorar en todas las virtudes cristianas y,
consecuentemente, en la santificación de la vida matrimonial.41

7. El sacramento de la Reconciliación requiere, por parte del penitente, el dolor


sincero, la acusación formalmente íntegra de los pecados mortales y el
propósito, con la ayuda de Dios, de no pecar en adelante. Normalmente no es
necesario que el confesor indague sobre los pecados cometidos a causa de
una ignorancia invencible de su malicia, o de un error de juicio no culpable.
Aunque esos pecados no sean imputables, sin embargo no dejan de ser un mal
y un desorden. Esto vale también para la malicia objetiva de la contracepción,
que introduce en la vida conyugal de los esposos un hábito desordenado. Por
consiguiente es necesario esforzarse, en el modo más oportuno, por liberar la
conciencia moral de aquellos errores42 que están en contradicción con la
naturaleza de la donación total de la vida conyugal.

Aun teniendo presente que la formación de las conciencias se realiza sobre


todo en la catequesis general y específica de los esposos, siempre es
necesario ayudar a los cónyuges, incluso en el momento del sacramento de la
Reconciliación, a examinarse sobre sus obligaciones específicas de vida
conyugal. Si el confesor considerase necesario interrogar al penitente, debe
hacerlo con discreción y respeto.

8. Ciertamente continúa siendo válido el principio, también referido a la


castidad conyugal, según el cual es preferible dejar a los penitentes en buena
fe si se encuentran en el error debido a una ignorancia subjetivamente
invencible, cuando se prevea que el penitente, aun después de haberlo
orientado a vivir en el ámbito de la vida de fe, no modificaría la propia conducta,
y con ello pasaría a pecar formalmente; sin embargo, aun en esos casos, el
confesor debe animar estos penitentes a acoger en la propia vida el plan de
Dios, también en las exigencias conyugales, por medio de la oración, la
llamada y la exhortación a la formación de la conciencia y la enseñanza de la
Iglesia.

9. La « ley de la gradualidad » pastoral, que no se puede confundir con « la


gradualidad de la ley » que pretende disminuir sus exigencias, implica una
decisiva ruptura con el pecado y un camino progresivo hacia la total unión con
la voluntad de Dios y con sus amables exigencias.43

10. Resulta por tanto inaceptable el intento — que en realidad es un pretexto —


de hacer de la propia debilidad el criterio de la verdad moral. Ya desde el
primer anuncio que recibe de la palabra de Jesús, el cristiano se da cuenta que
hay una « desproporción » entre la ley moral, natural y evangélica, y la
capacidad del hombre.

Pero también comprende que reconocer la propia debilidad es el camino


necesario y seguro para abrir las puertas de la misericordia de Dios.44

11. A quien, después de haber pecado gravemente contra la castidad conyugal,


se arrepiente y, no obstante las recaídas, manifiesta su voluntad de luchar para
abstenerse de nuevos pecados, no se le ha de negar la absolución
sacramental. El confesor deberá evitar toda manifestación de desconfianza en
la gracia de Dios, o en las disposiciones del penitente, exigiendo garantías
absolutas, que humanamente son imposibles, de una futura conducta
irreprensible,45 y esto según la doctrina aprobada y la praxis seguida por los
Santos Doctores y confesores acerca de los penitentes habituales.

12. Cuando en el penitente existe la disponibilidad de acoger la enseñanza


moral, especialmente en el caso de quien habitualmente frecuenta el
sacramento y demuestra interés en la ayuda espiritual, es conveniente
infundirle confianza en la Providencia y apoyarlo para que se examine
honestamente en la presencia de Dios. A tal fin convendrá verificar la solidez
de los motivos que se tienen para limitar la paternidad o maternidad, y la licitud
de los métodos escogidos para distanciar o evitar una nueva concepción.

13. Presentan una dificultad especial los casos de cooperación al pecado del
cónyuge que voluntariamente hace infecundo el acto unitivo. En primer lugar,
es necesario distinguir la cooperación propiamente dicha de la violencia o de la
injusta imposición por parte de uno de los cónyuges, a la cual el otro no se
puede oponer.46, 561).] Tal cooperación puede ser lícita cuando se dan
conjuntamente estas tres condiciones:

1. la acción del cónyuge cooperante no sea en sí misma ilícita;47


2. existan motivos proporcionalmente graves para cooperar al pecado del
cónyuge;
3. se procure ayudar al cónyuge (pacientemente, con la oración, con la
caridad, con el diálogo: no necesariamente en aquel momento, ni en
cada ocasión) a desistir de tal conducta.

14. Además, se deberá evaluar cuidadosamente la cooperación al mal cuando


se recurre al uso de medios que pueden tener efectos abortivos.48

15. Los esposos cristianos son testigos del amor de Dios en el mundo. Deben,
por tanto estar convencidos, con la ayuda de la fe e incluso contra la ya
experimentada debilidad humana, que es posible con la gracia divina seguir la
voluntad del Señor en la vida conyugal. Resulta indispensable el frecuente y
perseverante recurso a la oración, a la Eucaristía y a la Reconciliación, para
lograr el dominio de sí mismo.49

16. A los sacerdotes se les pide que, en la catequesis y en la orientación de los


esposos al matrimonio, tengan uniformidad de criterios tanto en lo que se
enseña como en el ámbito del sacramento de la Reconciliación, en completa
fidelidad al magisterio de la Iglesia sobre la malicia del acto contraceptivo.

Los Obispos vigilen con particular cuidado cuanto se refiere al tema: no


raramente los fieles se escandalizan por esta falta de unidad tanto en la
catequesis como en el sacramento de la Reconciliación.50

17. Esta pastoral de la confesión será más eficaz si va unida a una incesante y
capilar catequesis sobre la vocación cristiana al amor conyugal y sobre sus
dimensiones de alegría y de exigencia, de gracia y de responsabilidad
personal,51 y si se instituyen consultorios y centros a los cuales el confesor
pueda enviar fácilmente al penitente para que conozca adecuadamente los
métodos naturales.

18. Para que sean aplicables en concreto las directivas morales relativas a la
procreación responsable es necesario que la valiosa obra de los confesores
sea completada por la catequesis.52 En este esfuerzo está comprendida a
pleno título una esmerada iluminación sobre la gravedad del pecado referido al
aborto.

19. En lo que atañe a la absolución del pecado de aborto subsiste siempre la


obligación de tener en cuenta las normas canónicas. Si el arrepentimiento es
sincero y resulta difícil remitir el caso a la autoridad competente, a quien le está
reservada levantar la censura, todo confesor puede hacerlo a tenor del can.
1357, sugiriendo la adecuada penitencia e indicando la necesidad de recurrir
ante quien goza de tal facultad, ofreciéndose eventualmente para tramitarla.53

 CONCLUSIÓN

La Iglesia considera como uno de sus principales deberes, especialmente en el


momento actual, proclamar e introducir en la vida el misterio de la misericordia,
revelado de modo excelso en la persona de Jesucristo.54

El lugar por excelencia de tal proclamación y realización de la misericordia, es


la celebración del sacramento de la Reconciliación.

La coincidencia con este primer año del trienio de preparación al Tercer Milenio
dedicado a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf. Hebr
13, 8), puede ofrecer una gran oportunidad para la tarea de actualización
pastoral y de profundización catequística en las diócesis y concretamente en
los santuarios, donde acuden muchos peregrinos y se administra el
Sacramento del perdón con abundante presencia de confesores.

Los sacerdotes estén completamente disponibles a este ministerio del cual


depende la felicidad eterna de los esposos, y también, en buena parte, la
serenidad y el gozo de la vida presente: ¡sean para ellos auténticos testigos
vivientes de la misericordia del Padre!

Ciudad del Vaticano, 12 de febrero de 1997.


Alfonso Card. López Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo
para la Familia

+ Francisco Gil Hellín


Secretario

(1) Conc. Ecum. Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos
Apostolicam Actuositatem, 18 de noviembre de 1965, n. 11.

(2) Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de


1981, n. 3.

(3) Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de
1981, n. 58.

(4) Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 49.

(5) Juan Pablo II, Enc. Dives in Misericordia, 30 de noviembre de 1980, n. 13.

(6) Ha de tenerse en cuenta el efecto abortivo de los nuevos fármacos. Cf.


Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 13.

(7) Cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 48.

(8) 3 Catecismo de la Iglesia Católica, 11 de octubre de 1992, n. 2337.

(9) Ibid.

(10) Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 51.

(11) Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, 25 de julio de 1968, n. 12.

(12) Pío XI, Enc. Casti Connubii, 31 de diciembre de 1930.

(13) Pío XII, Discurso al Congreso de la Unión católica italiana de obstetras, 2


de octubre de 1951; Discurso al Frente de la familia y a las Asociaciones de
familias numerosas, 27 de noviembre de 1951.

(14) Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, 25 de julio de 1968.

(15) 3 Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de


1981.

(16) 3 Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam Sane, 2 de febrero de
1994.
(17) 3 Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965.

(18) 3 Catecismo de la Iglesia Católica, 11 de octubre de 1992.

(19) 3 Cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 24.

(20) Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de
1981, n. 32.

(21) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2378; cf. Juan Pablo II, Carta a las
Familias Gratissimam Sane, 2 de febrero de 1994, n. 11.

(22) 3 Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de


1981, n. 32.

(23) « Una misma es la santidad que cultivan en cualquier clase de vida y de


profesión los que son guiados por el espíritu de Dios y, obedeciendo a la voz
del Padre, adorando a Dios y al Padre en espíritu y verdad, siguen a Cristo
pobre, humilde y cargado con la cruz, para merecer la participación de su
gloria. Según esto, cada uno según los propios dones y las gracias recibidas,
debe caminar sin vacilación por el camino de la fe viva, que excita la esperanza
y obra por la caridad » (Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Dogm. sobre la Iglesia
Lumen Gentium, 21 de noviembre de 1964, n. 41).

(24) « La caridad es el alma de la santidad a la que todos están llamados »


(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 826). « El amor hace que el hombre se
realice mediante la entrega sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo
que no se puede comprar ni vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente »
(Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam Sane, 2 de febrero de 1994, n.
11).

(25) Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de
1981, n. 13.

« La observancia de la ley de Dios, en determinadas situaciones, puede ser


difícil, muy difícil: sin embargo jamás es imposible. Esta es una enseñanza
constante de la tradición de la Iglesia » (Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor,
6 de agosto de 1993, n. 102).

« Sería un gravísimo error concluir... que la norma enseñada por la Iglesia sea
de suyo solamente un "ideal", que deba adaptarse, proporcionarse, graduarse -
como dicen — a las posibilidades del hombre "contrapesando los distintos
bienes en cuestión". Pero Jcuáles son las "posibilidades concretas del
hombre"? JY de qué hombre se está hablando? JDel hombre dominado por la
concupiscencia o del hombre redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de
la realidad de la Redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa
que nos ha dado la posibilidad de realizar la verdad entera de nuestro ser. Ha
liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia. Si el hombre
redimido sigue pecando, no se debe a la imperfección del acto redentor de
Cristo, sino a la voluntad del hombre de sustraerse de la gracia que deriva de
aquel acto. El mandamiento de Dios es, ciertamente, proporcionado a las
capacidades del hombre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha
dado el Espíritu Santo; del hombre que, si ha caído en el pecado, siempre
puede obtener el perdón y gozar de la presencia del Espíritu » (Juan Pablo II,
Discurso a los participantes a un curso sobre la procreación responsable, 1 de
marzo de 1984).

(26) « Reconocer el propio pecado, es más — yendo aún más a fondo en la


consideración de la propia personalidad — reconocerse pecador, capaz de
pecado e inclinado al pecado, es el principio indispensable para volver a Dios
(...). Reconciliarse con Dios presupone e incluye desasirse con lucidez y
determinación del pecado en el que se ha caído. Presupone e incluye, por
consiguiente, hacer penitencia en el sentido más completo del término:
arrepentirse, mostrar arrepentimiento, hacer propia la actitud concreta de
arrepentido, que es la de quien se pone en el camino del retorno al Padre (...).

En la condición concreta del hombre pecador, donde no puede existir


conversión sin el reconocimiento del propio pecado, el ministerio de
reconciliación de la Iglesia interviene en cada caso con una finalidad
claramente penitencial, esto es la de conducir al hombre al "conocimiento de sí
mismo" » (Juan Pablo II, Exhort. Apost. post-sinodal Reconciliatio et
Paenitentia, 2 de diciembre de 1984, n. 13).

« Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se
detiene ante nuestro pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que
se hace más solícito y generoso; cuando somos conscientes de que este amor
ha llegado incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo hecho carne, que
ha aceptado redimirnos pagando con su Sangre, entonces prorrumpimos en un
acto de reconocimiento: "Sí, el Señor es rico en misericordia", y decimos
asimismo: "El es misericordia" » (ibid., n. 22).

(27) « La vocación universal a la santidad está dirigida también a los cónyuges


y padres cristianos. Para ellos está especificada por el sacramento celebrado y
traducida concretamente en las realidades propias de la existencia conyugal y
familiar. De ahí nacen la gracia y la exigencia de una auténtica y profunda
espiritualidad conyugal y familiar, que ha de inspirarse en los motivos de la
creación, de la alianza, de la cruz, de la resurrección y del signo sacramental »
(Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n.
56).

« El auténtico amor conyugal es asumido en el amor divino y se rige y se


enriquece por la fuerza redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia,
para conducir eficazmente a los esposos a Dios y ayudarlos y fortalecerlos en
la sublime tarea de padre y madre. Por ello, los cónyuges cristianos son
fortalecidos y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado
para este sacramento especial, en virtud del cual, cumpliendo su deber
conyugal y familiar, imbuidos del espíritu de Cristo, con el que toda su vida está
impregnada por la fe, la esperanza y la caridad, se acercan cada vez más a su
propia perfección y a su santificación mutua y, por tanto, a la glorificación de
Dios en común » (Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el
mundo contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 48).

(28) 3 « La Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y


enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el
pesimismo y el egoísmo que ofuscan al mundo, la Iglesia está en favor de la
vida, y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel "Sí", de
aquel "Amén" que es Cristo mismo. Al "no" que invade y aflige al mundo,
contrapone este "Sí" viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo
de cuantos acechan y desprecian la vida » (Juan Pablo II, Exhort. Apost.
Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 30).

« Hay que volver a considerar la familia como el santuario de la vida. En efecto,


es sagrada: es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y
protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está
expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico
crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia
constituye la sede de la cultura de la vida » (Juan Pablo II, Enc. Centesimus
Annus, 1 de mayo de 1991, n. 39).

(29) Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam Sane, 2 de febrero de
1994, n. 9.

(30) « El mismo Dios, que dijo "no es bueno que el hombre esté solo" ( Gén
2,18) y que "hizo desde el principio al hombre, varón y mujer" (Mt 19,4),
queriendo comunicarles cierta participación especial en su propia obra
creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gén
1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de
vida familiar que de él procede, sin posponer los otros fines del matrimonio,
tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar
con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y
enriquece su propia familia cada día más » (Conc. Ecum. Vaticano II, Const.
Apost. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de
diciembre de 1965, n. 50).

« La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la


comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y
educativa es reflejo de la obra creadora de Dios » (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 2205).

« Cooperar con Dios llamando a la vida a los nuevos seres humanos significa
contribuir a la transmisión de aquella imagen y semejanza divina de la que es
portador todo "nacido de mujer" » (Juan Pablo II, Carta a las Familias
Gratissimam Sane, 2 de febrero de 1994, n. 8).

(31) Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 43; cf.
Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 50.
(32) « Los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y
en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con
responsabilidad humana y cristiana, y con dócil reverencia hacia Dios, de
común acuerdo y con un esfuerzo común, se formarán un recto juicio,
atendiendo no sólo a su propio bien, sino también al bien de los hijos, ya
nacidos o futuros, discerniendo las condiciones de los tiempos y del estado de
vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el
bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. En
último término, son los mismos esposos los que deben formar este juicio ante
Dios. En su modo de obrar, los esposos cristianos deben ser conscientes de
que ellos no pueden proceder según su arbitrio, sino que deben regirse
siempre por la conciencia que ha de ajustarse a la misma ley divina, dóciles al
Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del
Evangelio.

Esta ley divina muestra la significación plena del amor conyugal, lo protege y lo
impulsa a su perfección verdaderamente humana » (Conc. Ecum. Vaticano II,
Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et Spes, 7
de diciembre de 1965, n. 50).

« Cuando se trata de conciliar el amor conyugal con la transmisión responsable


de la vida, la conducta moral no depende sólo de la sincera intención y la
apreciación de los motivos, sino que debe determinarse a partir de criterios
objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos; criterios que
conserven íntegro el sentido de la donación mutua y de la procreación humana
en el contexto del amor verdadero; esto es imposible si no se cultiva con
sinceridad la virtud de la castidad conyugal. En la regulación de la procreación
no les está permitido a los hijos de la Iglesia, apoyados en estos principios,
seguir caminos que son reprobados por el Magisterio, al explicar la ley divina »
(Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 51).

« En relación con las condiciones físicas, económicas, psicológicas y sociales,


la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación
ponderada y generosa de tener una familia numerosa ya sea con la decisión,
tomada por graves motivos y en el respeto de la ley moral, de evitar un nuevo
nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido.

La paternidad responsable comporta sobre todo una vinculación más profunda


con el orden moral objetivo, establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta
conciencia. El ejercicio responsable de la paternidad exige, por tanto, que los
cónyuges reconozcan plenamente sus propios deberes para con Dios, para
consigo mismo, para con la familia y la sociedad, en una justa jerarquía de
valores.

En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan por tanto libres para
proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera
completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben
conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la
misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada
por la Iglesia » (Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, 25 de julio de 1968, n. 10).

(33) La Encíclica Humanae Vitae declara ilícita « toda acción que, o en


previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus
consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer
imposible la procreación ». Y agrega: « Tampoco se pueden invocar como
razones válidas, para justificar los actos conyugales intencionalmente
infecundos, el mal menor o el hecho de que tales actos constituirían un todo
con los actos fecundos anteriores o que seguirán después, y que por tanto
compartirían la única e idéntica bondad moral.

En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal
mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones
gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir hacer objeto de un
acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo
mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese
salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un
error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por
esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de
una vida conyugal fecunda » (Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, 25 de julio de
1968, n. 14).

« Cuando los esposos, mediante el recurso a la contracepción, separan estos


dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la
mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como "árbitros"
del designio divino y "manipulan" y envilecen la sexualidad humana, y, con ella,
la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación "total". Así, al
lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, la
contracepción impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de
no darse al otro completamente; se produce no sólo el rechazo positivo de la
apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor
conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal » (Juan Pablo II, Exhort.
Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 32).

(34) « El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el
instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le
deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho
inviolable de todo ser humano inocente a la vida » (Congregación para la
Doctrina de la Fe, Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la
dignidad de la procreación Donum Vitae, 22 de febrero de 1987, n. 1).

« La estrecha conexión que, como mentalidad, existe entre la práctica de la


anticoncepción y la del aborto se manifiesta cada vez más y lo demuestra de
modo alarmante también la preparación de productos químicos, dispositivos
intrauterinos y "vacunas" que, distribuidos con la misma facilidad que los
anticonceptivos, actúan en realidad como abortivos en las primerísimas fases
del desarrollo de la vida del nuevo ser humano » (Juan Pablo II, Enc.
Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 13).
(35) « Por consiguiente si para espaciar los nacimientos existen serios motivos,
derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o de
circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en
cuenta los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para usar
del matrimonio sólo en los períodos infecundos y así regular la natalidad sin
ofender los principios morales que acabamos de recordar.

La Iglesia es coherente consigo misma cuando juzga lícito el recurso a los


períodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios
directamente contrarios a la fecundación, aunque se haga por razones
aparentemente honestas y serias. En realidad, entre ambos casos existe una
diferencia esencial: en el primero los cónyuges se sirven legítimamente de una
disposición natural; en el segundo impiden el desarrollo de los procesos
naturales. Es verdad que tanto en uno como en otro caso, los cónyuges están
de acuerdo en la voluntad positiva de evitar la prole por razones plausibles,
buscando la seguridad de que no se seguirá; pero es igualmente verdad que
solamente en el primer caso renuncian conscientemente al uso del matrimonio
en los períodos fecundos cuando por justos motivos la procreación no es
deseable, y hacen uso después en los períodos agenésicos para manifestarse
el efecto y para salvaguardar la mutua fidelidad. Obrando así ellos dan prueba
de amor verdadero e integralmente honesto » (Pablo VI, Enc. Humanae Vitae,
25 de julio de 1968, n. 16).

« Cuando los esposos, mediante el recurso a períodos de infecundidad,


respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador de la
sexualidad humana, se comportan como "ministros" del designio de Dios y "se
sirven" de la sexualidad según el dinamismo de la donación "total", sin
manipulaciones ni alteraciones » (Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris
Consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 32).

« La labor de educación para la vida requiere la formación de los esposos para


la procreación responsable.

Esta exige, en su verdadero significado, que los esposos sean dóciles a la


llamada del Señor y actúen como fieles intérpretes de su designio: esto se
realiza abriendo generosamente la familia a nuevas vidas y, en todo caso,
permaneciendo en actitud de apertura y servicio a la vida incluso cuando, por
motivos serios y respetando la ley moral, los esposos optan por evitar
temporalmente o por tiempo indeterminado un nuevo nacimiento. La ley moral
les obliga de todos modos a encauzar las tendencias del instinto y de las
pasiones y a respetar las leyes biológicas inscritas en sus personas.
Precisamente este respeto legitima, al servicio de la responsabilidad en la
procreación, el recurso a los métodos naturales de regulación de la fertilidad »
(Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 97).

(36) 3 Juan Pablo II, Enc. Dives in Misericordia, 30 de noviembre de 1980, n. 6.

(37) « Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los
Sacramentos, el sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa in persona Christi.
Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la
remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre,
pontífice misericordioso, fiel y compasivo, pastor decidido a buscar la oveja
perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e
indica los caminos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzga según
la verdad y no según las apariencias » (Juan Pablo II, Exhort. Apost. post-
sinodal Reconciliatio et Paenitentia, 2 de diciembre de 1984, n. 29).

« Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el


ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano
que cura las heridas, del Padre que espera al Hijo pródigo y lo acoge a su
vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la
vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el
instrumento del amor misericordioso con el pecador » (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 1465).

(38) Cf. Congregación del Santo Oficio, Normae quaedam de agendi ratione
confessariorum circa sextum Decalogi praeceptum, 16 de mayo de 1943.

(39) « Al interrogar, el sacerdote debe comportarse con prudencia y discreción,


atendiendo a la condición y edad del penitente; y ha de abstenerse de
preguntar sobre el nombre del cómplice » (Código de Derecho Canónico, c.
979).

« La pedagogía concreta de la Iglesia debe estar siempre unida y nunca


separada de su doctrina. Repito, por tanto, con la misma persuasión de mi
Predecesor: "No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una
forma de caridad eminente hacia las almas" » (Juan Pablo II, Exhort. Apost.
Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 33).

(40) Cf. Denzinger-Shönmetzer, Enchiridion Symbolorum, 3187.

(41) « La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye una parte


esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión, los penitentes
deben enumerar todos los pecados mortales de que tienen conciencia tras
haberse examinado seriamente, incluso si estos pecados son muy secretos y si
han sido cometidos solamente contra los dos últimos mandamientos del
Decálogo, pues, a veces, estos pecados hieren más gravemente el alma y son
más peligrosos que los que han sido cometidos a la vista de todos" »
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1456).

(42) 3 « Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin


responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede
serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por
tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores »
(Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1793).

« El mal cometido a causa de una ignorancia invencible, o de un error de juicio


no culpable, puede no ser imputable a la persona que lo hace; pero tampoco en
este caso aquél deja de ser un mal, un desorden con relación a la verdad sobre
el bien » (Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor, 8 de agosto de 1993, n. 63).
(43) « También los esposos, en el ámbito de su vida moral, están llamados a
un incesante camino, sostenidos por el deseo sincero y activo de conocer cada
vez mejor los valores que la ley divina tutela y promueve y por la voluntad recta
y generosa de encarnarlos en sus opciones concretas. Ellos, sin embargo, no
pueden mirar la ley como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro,
sino que deben considerarla como un mandato de Cristo Señor a superar con
valentía las dificultades. "Por ello, la llamada 'ley de gradualidad' o camino
gradual no puede identificarse con la 'gradualidad de la ley', como si hubiera
varios grados o formas de precepto en la ley divina para diversos hombres y
situaciones. Todos los esposos, según el plan de Dios, están llamados a la
santidad en el matrimonio, y esta excelsa vocación se realiza en la medida en
que la persona humana se encuentra en condiciones de responder al
mandamiento divino con ánimo sereno, confiando en la gracia divina y en la
propia voluntad". En la misma línea, la pedagogía de la Iglesia comporta que
los esposos reconozcan, ante todo, claramente la doctrina de la Humanae
Vitae como normativa para el ejercicio de su sexualidad y se comprometan
sinceramente a poner las condiciones necesarias para observar tal norma »
(Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n.
34).

(44) « En este contexto se abre el justo espacio a la misericordia de Dios para


el pecado del hombre que se convierte, y a la comprensión por la debilidad
humana. Esta comprensión jamás significa comprometer y falsificar la medida
del bien y del mal para adaptarla a las circunstancias. Mientras es humano que
el hombre, habiendo pecado, reconozca su debilidad y pida misericordia por las
propias culpas, en cambio es inaceptable la actitud de quien hace de su propia
debilidad el criterio de la verdad sobre el bien, de manera que se puede sentir
justificado por sí mismo, incluso sin necesidad de recurrir a Dios y a su
misericordia. Semejante actitud corrompe la moralidad de la sociedad entera,
porque enseña a dudar de la objetividad de la ley moral en general y a rechazar
las prohibiciones morales absolutas sobre determinados actos humanos, y
termina por confundir todos los juicios de valor » (Juan Pablo II, Enc. Veritatis
Splendor, 8 de agosto de 1993, n. 104).

(45) « No debe negarse ni retrasarse la absolución si el confesor no duda de la


buena disposición del penitente y éste pide ser absuelto » (Código de Derecho
Canónico, can. 980).

(46) « Sabe muy bien la Santa Iglesia que no raras veces uno de los cónyuges,
más que cometer el pecado, lo soporta, al permitir, por causa muy grave, el
trastorno del recto orden que aquél rechaza, y que carece, por lo tanto, de
culpa, siempre que tenga en cuenta la ley de la caridad y no se descuide en
disuadir y apartar del pecado al otro cónyuge » (Pío XI, Enc. Casti Connubii,
AAS 22 $[1930$

(47) 3 Cf. Denzinger-Shönmetzer, Enchiridion Symbolorum, 2795, 3634.

(48) « Desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente en


el mal. Esta cooperación se produce cuando la acción realizada, o por su
misma naturaleza o por la configuración que asume en un contexto concreto,
se califica como colaboración directa en un acto contra la vida humana
inocente o como participación en la intención inmoral del agente principal »
(Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 74).

(49) « Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el


amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo
continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan
íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales:
aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la
solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge;
ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando
más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de
un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes
crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y
armónico de sus facultades espirituales y sensibles » (Pablo VI, Enc. Humanae
Vitae, 25 de julio de 1968, n. 21).

(50) Para los sacerdotes « la primera incumbencia — en especial la de aquellos


que enseñan la teología moral es exponer sin ambigüedades la doctrina de la
Iglesia sobre el matrimonio. Sed los primeros en dar ejemplo de obsequio leal,
interna y externamente, al Magisterio de la Iglesia, en el ejercicio de vuestro
ministerio. Tal obsequio, bien lo sabéis, es obligatorio no sólo por las razones
aducidas, sino sobre todo por razón de la luz del Espíritu Santo, de la cual
están particularmente asistidos los Pastores de la Iglesia para ilustrar la verdad.

Conocéis también la suma importancia que tiene para la paz de las conciencias
y para la unidad del pueblo cristiano, que en el campo de la moral y del dogma
se atengan todos al Magisterio de la Iglesia y hablen del mismo modo. Por esto
renovamos con todo Nuestro ánimo el angustioso llamamiento del Apóstol
Pablo: "Os ruego, hermanos, por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que
todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros cismas, antes seáis
concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir".

No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de


caridad eminente hacia las almas. Pero esto debe ir acompañado siempre de la
paciencia y de la bondad de que el mismo Señor dio ejemplo en su trato con
los hombres. Venido no para juzgar sino para salvar, Él fue ciertamente
intransigente con el mal, pero misericordioso con las personas » (Pablo VI,
Enc. Humanae Vitae, 25 de julio de 1968, nn. 28-29).

(51) « Ante el problema de una honesta regulación de la natalidad, la


comunidad eclesial, en el tiempo presente, debe preocuparse por suscitar
convicciones y ofrecer ayudas concretas a quienes desean vivir la paternidad y
la maternidad de modo verdaderamente responsable.

En este campo, mientras la Iglesia se alegra de los resultados alcanzados por


las investigaciones científicas para un conocimiento más preciso de los ritmos
de fertilidad femenina y alienta a una más decisiva y amplia extensión de tales
estudios, no puede menos de apelar, con renovado vigor, a la responsabilidad
de cuantos — médicos, expertos, consejeros matrimoniales, educadores,
matrimonios — pueden ayudar efectivamente a los esposos a vivir su amor
respetando la estructura y finalidades del acto conyugal, que lo expresa. Esto
significa un compromiso más amplio, decisivo y sistemático en hacer conocer,
estimar y aplicar los métodos naturales de regulación de la fertilidad.

Un testimonio precioso puede y debe ser dado por aquellos esposos que,
mediante el compromiso común de la continencia periódica, han llegado a una
responsabilidad personal más madura ante el amor y la vida. Como escribía
Pablo VI, "a ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los
hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los
esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana" » (Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 35).

(52) « Desde el siglo primero, la Iglesia ha afirmado la malicia moral de todo


aborto provocado. Esta enseñanza no ha cambiado; permanece invariable. El
aborto directo, es decir, querido como un fin o como un medio, es gravemente
contrario a la ley moral » (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2271; ver
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración sobre el aborto procurado,
18 de noviembre de 1974).

« La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si


se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las
circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano
que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda
imaginar » (Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 58).

(53) Téngase presente que « ipso iure » la facultad de levantar la censura de


esta materia en el fuero interno pertenece, como para todas las censuras no
reservadas a la Santa Sede y no declaradas, a todo Obispo, aunque solamente
sea titular, y al Penitenciario diocesano o colegiado (can. 508), así como a los
capellanes de hospitales, cárceles e internados (can. 566 § 2). Para la censura
relativa al aborto gozan de la facultad de levantarla, por privilegio, los
confesores que pertenecen a Ordenes mendicantes o a algunas
Congregaciones religiosas modernas.

(54) Cf. Juan Pablo II, Enc. Dives in Misericordia, 30 de noviembre de 1980, n.
14.

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