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Un doble peligro amenaza, entonces, que nos vuelve incapaces para afrontar
este desafío y nos despoja de la responsabilidad que pesa sobre cualquier
educador. El primero consiste en quedarse simplemente en una denuncia
retórica, como un intento de satisfacer la propia conciencia, para no sentirse
colaboradores de la nueva situación. La condena y el rechazo de estos
comportamientos, que no se ajustan a las pautas tradicionales, dejan por lo
menos, el convencimiento de que la culpabilidad recae sobre los otros, sin
ninguna implicación de nuestra parte. La ineficacia de esta actitud resulta tan
manifiesta que no es necesario mantenernos en su explicación. Baste añadir que
es demasiado cómoda y no exime tampoco de la responsabilidad.
Frente a la sombra del pasado, nace hoy una actitud antagónica y diferente
que busca sustituir el miedo y el pecado por la verdad del sexo. Hemos llegado al
fin de una clandestinidad y esto se celebra como una verdadera conquista. El
abrazo de la reconciliación se ha hecho posible. Y, como cristianos, hay motivo
para alegrarse por la superación de antiguas barreras y tabúes irracionales.
CAPITULO I
CRITERIOS BÁSICOS PARA ABORDAR LA ETICA SEXUAL
INTRODUCCIÓN
1. La SEXUALIDAD HUMANA es específicamente distinta de la SEXUALIDAD
ANIMAL. “Sexualidad” no se identifica con “Genitalidad”.
1.1. El ejercicio genital del sexo no es una Necesidad.
1.2. La Ética exige que se acepten y se respeten los DATOS BIOLÓGICOS.
2. La Sexualidad Humana desborda su SIGNIFICADO PROCREADOR: apunta
más allá de su FUNCIÓN BIOLÓGICA.
2.1. El sexo en un LENGUAJE, una forma privilegiada de expresar el amor, a
través del cuerpo.
2.2. La Sexualidad Humana afecta profundamente las RELACIONES
INTERPERSONALES.
INTRODUCCIÓN
PARA UNA MORAL DEL AMOR Y DE LA SEXUALIDAD
“Yo sigo mi conciencia” Tampoco basta, a no ser que usted se preocupe por
iluminar esa conciencia; de lo contrario tenemos a un ciego que pretende guiar a
otro ciego: una inteligencia miope que pretende guiar el instinto. “Mi intención es
recta y eso es suficiente”. No lo es; la índole moral de una conducta no depende
solamente de la intención subjetiva.
Por esta y otras razones trataremos de elaborar esta Ética Sexual, partiendo de
criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos. El
misterio de la persona tiene que estar en la base de toda moral y entre todas, de
la moral sexual.
En otras palabras, tenemos que a partir de los datos que nos proporciona una
Antropología de la Sexualidad que nos muestre claramente los significados
humanos de la sexualidad. Para determinar lo que el hombre “debe ser” –en
cualquiera de sus actividades libres- es preciso partir de “lo que es”, de las
exigencias de la persona total, con todas sus dimensiones. El “quehacer” del
hombre, en su aspecto ético, está orientado por su “ser”. Ahí está la NORMA, la
clave, el metro que nos permite medir si un acto libre es bueno o malo. Un
comportamiento sexual es bueno si “personaliza” o “tiende a personalizar” al
hombre y a la mujer. Un comportamiento que no responde a las exigencias
objetivas de la persona humana total, se vuelve “ipso facto” negativo,
deshumanizante.
No seguiremos una ética hedonista y utilitaria, esa que suele vender los medios
de comunicación social como artículos de consumo y diversión, esa ética “Play
boy”, hija de la Revolución Sexual “permisivista”.
Tampoco volveremos atrás, a una ética estática, con normas inmutables, rígidas,
centradas en la “procreación”, que fácilmente vinculaba sexualidad con pecado.
Partimos de una ética sexual personalista, que tiene en cuenta los datos de la
biología, de la psicología, de la filosofía y otras ciencias humanas auxiliares;
como cristianos tendremos también presente lo que nos dice la Revelación
acerca de la persona.
En esta primera parte nos limitaremos a señalar los principios, los criterios
básicos que nos permitirán distinguir el trigo de la cizaña.
Aquí se propone un IDEAL, sin por eso desconocer el hecho de que cada
persona es única y es un “ser histórico” en proceso permanente de maduración
para alcanzar la plena posesión de sí misma. El hombre está llamado a crecer
hacia la madurez afectivo-sexual en apertura y reciprocidad, integrando la
sexualidad en el conjunto armónico de la persona. Hay que aguantar las
lentitudes y seguir la pedagogía de la comprensión y de la gradualidad, que es la
“pedagogía de Dios”. Tampoco olvidaremos los condicionamientos socio-
económico-políticos que influyen decisivamente en el ejercicio de una sana
sexualidad.
Nos sucede lo mismo con las exigencias del hambre, la sed, la necesidad de
dormir. El instinto sexual es un “instinto de lujo” decía Marc Oración. Decir que el
sexo es “puro instinto” equivale a decir que es una actividad que debe satisfacer
de manera inevitable, y que es imposible controlar, lo cual es un disparate. Sin
embargo eso es lo que piensan muchos: que es una necesidad biológica como
cualquier otra
1.2. En el acto sexual la ética exige que se acepten y se respeten los datos
biológicos (genético, fisiológico, anatómico).
Así pues, los datos biológicos no hay que echarlos al olvido. No hemos de
centrarnos en este aspecto abstracto, fisicista, pero tampoco dejarlo de lado a la
hora de juzgar la masturbación, el control egoísta de la natalidad, la
homosexualidad.
Es cierto que los primates sub-humanos ya dan indicios de una actividad sexual
no solamente reproductora, pero esto, exigido por el proceso de la cría, no pasa
de ser un signo de que son un eslabón intermedio.
El amor en efecto, en su triple dimensión de “sexo”, “eros” y “ágape” tiene que ser
indivisible (uno con una) e irreversible (para siempre). Nadie le dice a su esposa
“Te amaré por un año y tres meses”
Hablamos de las leyes naturales. Los novios son libres para casarse o no, pero
no para “descasarse”.., porque han entrado en una Institución Natural que tiene
sus leyes. No es una institución creada por un contrato libre; las leyes del
matrimonio las dictó el Creador, por el simple hecho de hacernos varón y mujer.
b) Las víctimas de los hogares deshechos son los hijos, pero indirectamente sufre
toda la sociedad. La ley civil debe proteger la estabilidad del matrimonio. El “tú” y
“siempre” exigen algún amparo social. Todas las culturas, por otra parte, ejercen
algún control sobre las manifestaciones sexuales, en vistas del bien común, fin de
la sociedad organizada.
Los hijos además de romper el círculo cerrado de los esposos, les exigen a ellos
un compromiso con la sociedad, por la historia que inauguran.
3.2. El ejercicio de la sexualidad debe insertarse en el marco de las
estructuras sociales.
Repetimos, sin embargo, que “existe gran flexibilidad en la barrera del pudor. No
es la cantidad de ropa lo decisivo”.
Garaudy afirma haber encontrado más pudor y santidad en los campos de
nudistas que en muchos ambientes “decentes” llenos de hipocresía. Con todo, el
vestido no se abandona tan fácilmente: salvaguarda la dignidad personal, crea
cierta distancia y conserva una saludable tensión entre los sexos. Estímulos
eróticos excesivos acaban incluso por causar inhibición. Guindon, en el “lenguaje
sexual” anota un dato curioso: “se ha comprobado que al ver la figura de una
mujer desnuda, la pupila del hombre normal se abre dos veces más”.
a) La sexualidad es una cosa buena; pero el hombre puede usar mal las cosas
buenas. El cuchillo que sirve para compartir el pan de la amistas, puede
convertirse en el puñal del asesino. El P. Fabbri escribió un artículo con este
título: “La sexualidad, un lenguaje de vida”. Pero tuvo que añadir enseguida:
“Cuantas veces pasa a ser un lenguaje de muerte”.
b) ¿Por qué los programas baratos de cine y televisión (los comerciales) vinculan
estrechamente hechos de violencia y actitudes sexuales de erotismo egoísta y a
menudo pornográfico? ¿No será que tarde o temprano el sexo sin amor conduce
a la muerte real o simbólica, realizada en un clima de violencia? Si falta el amor,
seducción y violencia van fatalmente acollarados. Incluso anatómicamente, en el
tronco cerebral, los centros del sexo y de la violencia están muy próximos.
Excitando el uno despierta el otro.
Por algo Freíd insistía en que es preciso conciliar el “principio realidad”, con el
“principio placer” (la libido). Y no sabemos si Juan Pablo II pensaba en Freíd
cuando el 5 de noviembre de 1980 dijo algo parecido: “Es necesario conciliar lo
erótico con lo ético.
El amor es mucho más amplio. ¿Qué es? Es más fácil sentirlo que definirlo.
Digamos que, en los casados, es la comunión integral de dos personas, una
relación de comunión plena, física, psicológica y espiritual.
4.2. El amor es algo más que un sentimiento.
a). Es un sentimiento, sí, una sintonía que no tiene explicación, algo imprevisible,
juguetón, que pone en marcha la emotividad y provoca el enamoramiento. En él
entran en juego los valores de atracción del otro, o de la otra: la belleza, la
riqueza afectiva, la inteligencia: estos a veces ejercen una fascinación irresistible.
La atracción puramente sexual queda integrada, transformada, embellecida por el
“eros”. Es una etapa en la que los novios se conocen todo, se perdonan todo y
hasta los vicios del otro parecen virtudes excelsas. El enamoramiento posee un
encanto que no debiera desaparecer nunca del corazón de la pareja.
b) Pero es un sentimiento frágil, inquietante, huidizo, que se esconde y
reaparece, que así como llegó puede esfumarse. ¡Cuántos hay que se
“enamoran” o “desenamoran” al unísono de sus sentimientos! A veces los
enamoramientos son como fuegos artificiales: se encienden, derraman un poco
de luz, hacen más o menos ruido y luego se apagan, para dejar como reliquia
ingrata un poco de polvo negro que el viento llevará. Los sentimientos son como
los yoyós: suben y bajan alternativamente según por donde vayan las hormonas.
Los que se casan en la borrachera del enamoramiento sin haber profundizado el
amor no ofrecen garantías de futuro.
c) Para superar la crisis que se da sobre todo en los casados debe reforzarse el
“eros” con el “amor de amistad”. La “filia” de los griegos que, para el cristiano
llega a ser ágape, don gratuito del Padre, por Cristo en el Espíritu.
Podríamos resumir en tres fases estos tres niveles que deben integrarse:
El sexo dice: “Me gusta usted por tener ese cuerpo”
El eros es más amplio: “Ud me gusta por ser así”.
Y el Ágape va más lejos: Usted me gusta por ser usted.
Son también tres etapas en la evolución, con alguna diferencia entre varón y
mujer: el muchacho despierta primero hacia el sexo, después al eros y el eros se
profundiza en la amistad, el ágape. La chica, en cambio primero despierta al eros,
el cual se profundiza en el Ágape. Más tarde despierta al sexo. Se sabe que
muchas mujeres alcanzan el orgasmo después de algún tiempo de vida conyugal.
Esto, sin embargo, es relativo.
d) La madurez afectiva exige que el amor sea ofrenda de sí al otro, cada vez más
gratuita, siempre más desinteresada: exige ir más allá de la atracción y del deseo.
El amor significa la afirmación, no la posesión del amado, tiene que ser liberador,
no posesivo, ni manipulador. “Tú tienes que conservar tu libertad de tener tus
propios sentimientos, de pensar tus propias ideas y de tomar tus propias
decisiones. No viniste al mundo para cumplir mis expectativas.
e) El compromiso es cosa seria. Chicas y muchachos inmaduros sin experiencia,
hacen juramento bajo el impulso de fuertes emociones o reacciones físicas, que a
la mañana siguiente, después del desayuno suenan a huecas. Ella, la mujer
sobre todo regresa a su soledad, desengañada, sin protección y le costará volver
a empezar. Compromisos prematuros, promesas de marinero dejan heridas
que tardan en cicatrizar.
Para alcanzar un valor superior hay que renunciar a otro inferior. Por ejemplo, el
valor “salud” exige dejar comilonas, alcohol, cigarrillo, droga, etc. Tal renuncia no
significa una represión, sino una jerarquización de valores. Lo agradable y lo
placentero representa un valor. Pero éste remite a un valor más alto.
Quedarse con el placer sexual y centrarse en él es como saludar a una persona –
darle la mano- y retener la atención en la suavidad o aspereza de la mano, en la
temperatura de la mano, pero olvidando la persona y el sentido del gesto que
hacemos.
El place sexual hace agradable el acto sexual, pero si se lo busca como fin
deteriora a la persona. Si se considera la sexualidad como una máquina de
placer, acaba por triturar en sus engranajes la misma posibilidad de amar.
4.4. Planear el abuso del sexo es tan inmoral como ejecutar el plan
Lo planificado “desde arriba –el programa de fin de semana con la mujer del
vecino- es tan inmoral como la ejecución del acto. La intención y la ejecución son
como la parte interna y externa del proceso. La ejecución a veces fracasa, se
frustra por algo imprevisto, sin una nueva decisión. Sólo una mentalidad infantil
podría concluir que no hubo pecado porque no sucedió nada.
CAPITULO II
NORMAS DE LA MORAL SEXUAL EN LA ESCRITURA Y EN LA HISTORIA
El Parto hace impura a la mujer por siete días si nace un varón, y 14 si es una
mujer. Cada polución, sea patológica o normal (Lv 15,1-15), intencional o
voluntaria hace impuro al hombre. El acto conyugal hace impuro a los dos y
deben purificarse. Se prohíbe el incesto en Israel.
Contra la igualdad entre los sexos han querido invocar algunos pasajes de
Pablo. En 1Co 11,3-16 Pablo responde a una pregunta sobre un particular uso de
la comunidad: si la mujer debe asistir al culto divino con la cabeza descubierta. En
contraste con la opinión de los cristianos de Corinto a los cuales tal costumbre era
extraña, Pablo recomienda que los hombres lleven la cabeza descubierta y las
mujeres el velo aduciendo motivos de conveniencia.
En 1Co 7,10-11 el afirma, siguiendo la enseñanza del Señor que la mujer "no se
separe del marido" ni "el marido repudie la mujer", en caso de justa separación
que no se vuelva a casar o que se reconcilie con su marido. Entre cristianos no
puede existir divorcio. A la prohibición del divorcio, la comunidad primitiva
desarrolló otros aspectos de la ética sexual matrimonial. Algunos son:
- Las relaciones conyugales van más allá de una pura unión sexual. Los
cónyuges deben realizar en la propia vida el ideal de unión que hay entre Cristo y
la Iglesia (perspectiva Cristológico-eclesiológica).
San Justino compara la situación moral del pagano y del cristiano, afirma:
"Nosotros que primero nos complacíamos en la disolución, ahora abrazamos
solamente la castidad". Luego funda este comportamiento sobre la enseñanza
moral de Jesús sobre la castidad, la caridad, la paciencia, la verdad, la adoración.
Con respecto a la virtud de la castidad comenta los textos de Mt 5,28.29.32; 18,9;
11-12.
Uno de tales contextos fue el ambiental. Frente a la gran libertad sexual de los
paganos, los cristianos debían manifestar el ideal del amor cristiano. su máxima
expresión era la virginidad consagrada. Por esto los pastores de la Iglesia se
sintieron obligados a presentar la belleza y con gran insistencia el ideal de la
virginidad. Se exageró en esta afirmación-reacción: a fuerza de realzar la
virginidad se devaluó el matrimonio considerándolo un estado menos perfecto y
menos conforme al ideal cristiano. Estas exageraciones, que han tenido una gran
influencia sobre la sucesiva historia del cristianismo, son el precio negativo de los
grandes valores representativos: elevación del nivel moral, admirable
florecimiento de las vírgenes, etc.
Si bien no faltaron juicios equivocados sobre los diversos estados en los cuales
puede ser vista la sexualidad, no hay duda que la virginidad tiene un valor
preeminente en la valoración moral de los Padres. Ella es considerada un gran
testimonio de caridad -junto al martirio- y el prototipo de la nueva vida iniciada en
Cristo y organizada según la nueva etapa escatológica de la salvación. Son
muchos los padres que escribieron tratados completos sobre este tema cristiano:
Tertuliano, San Cipriano, San Metodio, San Atanasio, San Basilio, San Gregorio
de Niza, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Girolano, San Agustín.
Los santos Padres expusieron, con respecto a estos errores una doctrina media
y verdadera: si bien la virginidad sea más perfecta, el matrimonio no es malo en
sí mismo. Pero no hay duda que aquella tendencia, sobretodo la rigorista
ejercieron una gran influencia sobre el cristianismo primitivo, como lo ejercerán
otras tendencias posteriores. Además, los escritores eclesiásticos, oponiéndose a
los errores, no se liberaron de alguna influencia rigorista de los adversarios.
San Gregorio Magno sigue la doctrina de San Agustín, pero la hace progresar
en una formulación más clara. Según él, el acto conyugal es en sí lícito y casto,
dado que es querido por Dios. Pero es muy difícil que en la práctica los esposos
respeten la bondad de tal acto, dado que frecuentemente se mezclan la
concupiscencia, ultrapasando el fin querido por Dios. Por esto el acto conyugal es
siempre manchado por un pecado, no porque "se hace alguna cosa ilícita" sino
porque "no se controla esto que es lícito". Se trata de una falta leve que, no por
esto deja de ser una falta; por esto David ha dicho que todos hemos sido
concebidos en el pecado, por lo cual los esposos deben pedir frecuentemente
perdón a Dios.
2. Fin Procreativo: Justificación del acto conyugal. Como se ha visto los padres
declaran lícito el acto conyugal suponiendo que los esposos tengan en cuenta
esto que constituye el fin directo y la razón de ser: la procreación. Ya San Agustín
afirmaba que si los cristianos se casan es con la intención de tener hijos. Esta es
una doctrina común de los Padres. La enseñanza de San Agustín es muy clara al
respecto: sólo el fin procreativo hace que el acto conyugal no sea un pecado sino
un acto legítimo, honorable y por esto un deber; es más el vínculo matrimonial no
puede ser roto así los esposos no alcancen tal fin deseado.
Aquí se señalarán los nuevos aspectos que emergen. Es inútil decir que son
condenados los pecados de adulterio, fornicación, incesto, aborto,
homosexualidad, bestialidad, etc.
Desde el punto de vista teológico lo que va del 600 - 1200 es una época
infecunda para la moral. No se hace sino repetir y ordenar de un modo práctico la
enseñanza de la patrística; en este sentido tienen importancia para la moral los
sermones de los predicadores y los decretos de papas, obispos y de los concilios.
Pero donde precisamente se encuentra una de las líneas maestras del edificio
de la historia de la moral es en los libros penitenciales. Se trata de un género
literario nuevo, cuya orientación práctica durará hasta nuestros días a través de la
Suma de los confesores y las Instituciones de moral casuística. Los penitenciales
cubren el período de tiempo que va del fin de la época patrística al s. XII.
En cuanto a la moral sexual, se puede hacer la breve síntesis. Como para los
santos padres, también para los autores de los penitenciales, el uso de
matrimonio es aceptable solamente si es legitimado de una efectiva posibilidad de
procreación. Prohíben las relaciones sexuales a aquellos que son incapaces de
procrear, sea que se trate de incapacidad permanente (esterilidad, madurez
sexual o vejez), sea que se trate de incapacidad transitoria (en caso de gravidez,
durante el ciclo menstrual, etc). Alcanzan hasta prohibir las relaciones conyugales
realizadas sin intención de procrear. Los pecados sexuales son vistos en un
contexto y en un ambiente de magia y de idolatría sobre todo el aborto y la
anticoncepción, que se rechazan duramente. Delante de este aprecio es evidente
que la sexualidad no es considerada una realidad capaz de ser portadora de
valores humanos o religiosos. Para que estas afirmaciones no queden muy
generales y porque es muy difícil hacer una síntesis completa de la moral sexual
de todos los penitenciales enviamos a la lectura directa del Penitencial de
Bucardo. Se trata del penitencial más importante de la época de la reforma
gregoriana (850-1050) y, en general, de toda la Edad Media. Compuesto entre el
1008 y el 1012, constituye el libro XIX del Decreto de Bucardo y su composición
es ecléctica en cuanto recoge diversos elementos de otros penitenciales
anteriores.
Necesita constatar otro hecho, que ofusca el precedente. Casi todas las
sectas heréticas del s. XII y XIII atacaron resueltamente el concepto de
matrimonio y se opusieron a un comportamiento sexual normal y equilibrado. Los
adversarios más fuertes fueron los cátaros. Su ataque fue radical, teniendo como
tesis dos principios fundamentales: a. Cada placer de la carne es culpable; el
matrimonio no es que la organización de tal placer (es un prostíbulo); b. la
generación humana es obra del diablo: ha hecho descender en un cuerpo
miserable un alma que vivía feliz junto a Dios.
Pedro Lombardo recoge la tradición anterior y lanza las bases de una teología
del matrimonio. Los aportes de casi todos los teólogos de siglos sucesivos se
adaptarán y harán referencia a este esquema de Pedro Lombardo hasta la
reforma tomista de Salamanca (s. XVI), el libro de las Sentencias será sustituido
como texto fundamental en las lecciones y en los comentarios de la Suma
Teológica de Santo Tomás. Antes del pecado la unión sexual era lícita y buena,
después de la caída esta unión es acompañada de la concupiscencia, por tanto,
es culpable a menos que no tenga la excusa de la búsqueda del bien del
matrimonio. La cópula finalizada en la procreación no es pecado.
San Alberto Magno y Santo Tomás señala una reacción positiva en la moral
sexual de frente a un rigorismo y a un pesimismo excesivo. Todos admiten que el
puesto de San Alberto Magno en la ética sexual representa una novedad con
respecto a la idea de sexualidad típica de la teología de los siglos precedentes.
Su aporte fundamental está en haber puesto de relieve - bajo la influencia de
Aristóteles - el carácter natural y honesto del sexo, de la relación conyugal y del
placer que normalmente acompaña el ejercicio de cada función natural. Con San
Alberto entra en la moral el soporte "natural" -la base antropológica, se diría hoy-
de la ética sexual. Prueba que la "virtud generativa" es una "virtud natural" y que,
de consecuencia, el acto conyugal es bueno y necesario. Santo Tomás participa
del mismo optimismo y de la misma visión positiva de la sexualidad. Tanto en el
uno como en el otro desaparece la idea de las "justificaciones" para realizar el
acto conyugal; estas "justificaciones" no son motivos extrínsecos sino "intrínsecos
al sacramento". Santo Tomás introduce el tema de la moral sexual en el cuadro
de la virtud de la templanza. Esto será mantenido y enriquecido de los
comentarios de la Suma en los siglos siguientes hasta nuestros días.
Reconociendo la importancia que ha tenido para la ética sexual en un cuadro
seguro, no hay duda que eso ha servido para reducir y empobrecer el tema de la
moral sexual.
Estas contradicciones del s. XIX entraron en nuestro siglo. Pero por factores
de carácter muy diverso, el panorama ha tenido otra variedad. La revolución
técnica junto con sus consecuencias como el urbanismo de masas, el ocio, el
turismo, etc, ha sido un factor importante en la actual revolución sexual. El
progreso científico sobre este terreno ha consentido el paso de una época pre-
científica a una científica en el campo del sexo.
CAPITULO III
EL CRISTIANISMO Y LA SEXUALIDAD
- Comportamiento sexual de los Jóvenes: las relaciones entre los sexos antes
del matrimonio asume modalidades muy variadas. En algunos pueblos se
establece una separación severa, con la prohibición de cada encuentro,
determinando que dos personas de sexo diferente no pueden estar juntas sin
llegar a las relaciones sexuales. En cambio, en otros pueblos es la costumbre de
un comportamiento natural entre los sexos.
- El Tabú del incesto: este tabú se presenta bajo dos formas: algunas veces es
tabú cada relación sexual entre parientes consanguíneos; otras veces es tabú
cada relación sexual al interno de un determinado grupo de personas que se
consideran ficticiamente consanguíneas en virtud de un orden artificial
establecido.
Los mitos reciben su complemento en los ritos, tiene una traducción ritual.
Mientras los mitos sacralizan la realidad en el descubrir el fondo de sus tipos, los
ritos la sacralizan mediante la acción; reproduciendo los gestos divinos, sobre
todo en el culto, el hombre se asocia a la acción divina y se introduce en la esfera
de lo sacro. También sobre el plano de los ritos aparece el tema de la sexualidad.
Hay ritos sexuales que sacralizan la sexualidad humana y aseguran sobre ella la
protección divina. También estos ritos se pueden diferenciar según los tres
aspectos observados en los mitos sexuales:
* Rito del amor pasional: el culto de la diosa amante traduce la unión sexual de
los hombres con las prostitutas sagradas que están al servicio de la diosa. A
través de esta unión, que no debe ser valorada con nuestras categorías morales
actuales, se persigue una sacralización de la sexualidad humana y por esto la
eficacia divina en la fertilidad del ganado y de los campos.
El dogma fundamental de Israel, desde sus orígenes, excluye los mitos y los
ritos sexuales. Yahvé, el Dios de los padres que se manifiesta a Moisés, aquel
que libera a Israel de la esclavitud de Egipto, para hacer su propio pueblo, el Dios
que exige un culto exclusivo, Yahvé es único: no hay junto a él otro dios. Todo
cuanto existe ha sido creado por él. Yahvé es radicalmente trascendente.
Las normas rituales de Israel, ligadas a la Alianza, prohíben toda aquella forma
que tiende a sacralizar la sexualidad como ocurre en las otras religiones. La
prostitución sagrada es prohibida con la pena de muerte (Dt 23,18-19) así como
la unión sexual con animales (Ex 22,18; Dt 27,21; Lv 18,23). Estas prohibiciones
no excluyeron automáticamente tales prácticas; Israel siente frecuentemente la
tentación de volver a los ritos paganos.
Así, la fe israelita rompe con la concepción mítica que las religiones antiguas
tenían de la sexualidad. No admiten una sacralización mítica de la sexualidad
humana.
La pareja humana ideal sufre el drama del pecado. El tema del pudor
contraseña la diferencia entre el "antes" y el "después" de la caída. Antes del
pecado "ambos estaban desnudos sin vergüenza" (Gn 2,25); después el pecado
"Los ojos se les abrieron y se dieron cuenta que estaban desnudos" (Gn 3,7). Es
este el misterio del amor y de la sexualidad humana como lo presentan los
primeros capítulos del génesis. Este misterio de sombra y luz se concretizará en
el curso de la historia humana. En la historia de Israel encontramos parejas que
realizan el ideal del amor descrito en el Génesis y parejas que repiten el drama
de desunión del paraíso.
La revelación bíblica del amor humano tiene otra dimensión. El N.T. nos revela
el misterio genuino del amor conyugal y el gran misterio del amor virginal. Pero
hay algo más: estos dos aspectos del amor -aquel virginal y aquel conyugal- no
son independientes, sino que tienen una estrecha relación. No se comprenden
sino en una mutua relación. Tanto el amor conyugal como el amor virginal tienen
una misma fuente: el misterio de Cristo en cuanto misterio de amor virginal y
nupcial con la Iglesia.
CAPITULO IV
MORAL SEXUAL CONCRETA:
VALORACION MORAL DEL COMPORTAMIENTO SEXUAL
Los principales errores del sistema eclesiástico con respecto a las normas
sexuales pueden ser reagrupados en tres bloques:
3) En ciertos casos las normas sexuales deben tener una readaptación no solo
en la formulación, sino también en su contenido. ¿Si la concepción de la
sexualidad humana es variada al interno de la doctrina eclesiástica y sobre todo
de la reflexión teológica, como pueden no cambiar algunas normas sexuales?
Pero sobre este punto son muchos también entre los mejores, aquellos que no
están de acuerdo. Se sospecha que la responsabilidad de la Iglesia sea muy
tímida y falta de decisión para tirar las consecuencias del nuevo orden de
valores.
2. Autoerotismo (Masturbación).
d. La Época Precientífica: Los teólogos del s. XII y XIII (con San Alberto Magno y
Santo Tomás) condenan la masturbación como un acto que va contra la finalidad
propia otorgada por Dios al semen humano. La naturaleza humana ha dado el
semen humano para la producción de un nuevo ser. Desperdiciarlo inútilmente es
ir contra la naturaleza misma. La moral sexual se apoyaba en concepciones
precientíficas de la sexualidad. Se desconocía el papel del óvulo y del
espermatozoide, que abre un nuevo camino a la consideración moral de la
sexualidad. Con estas concepciones precientíficas de la masturbación y de la
polución nocturna no es de admirar que fundasen la inmoralidad de la
masturbación en razones y argumentos que hoy en día carecen de valor
científico. Hoy no podemos aceptar sus presupuestos para hacer una moral
sexual y en concreto, una valoración ética de la masturbación.
Creo que haya contribuido más todavía la obsesión de culpa que apareció
durante la segunda mitad del siglo XVIII y que se ha generalizado hasta en estos
últimos años, incluso en los ambientes católicos. Con buenas intenciones se ha
querido luchar contra el mal sembrando miedo, ya fuera con motivos
pseudocientíficos, ya fuera acentuando la gravedad del pecado, considerada
únicamente a su “objetividad” por una concepción legalista de la moral, cuyas
raíces se remontan a la edad media. Esta moral no pone como principio
fundamental el miedo y la búsqueda de la felicidad, la promoción de los actos
humanos, el dinamismo integrador y estructurador de las virtudes, sino la ley
(escrita), el deber, lo permitido y lo prohibido, consistiendo en tal caso esencial
del esfuerzo moral en evitar el pecado mortal.
Una moral más fiel a Santo Tomás, me parece indicada por una parte para
prevenir a los adolescentes contra la masturbación y por otra parte para ayudarse
a librar de ella a los que la practican. La peor torpeza educativa que de otro modo
se podría cometer es agravar más todavía, con el miedo del pecado, la angustia y
la culpabilidad psíquicas ligadas habitualmente a la masturbación.
El silencio de los padres sobre toda cuestión sexual puede ser también
perjudicial. La experiencia enseña que el niño que ha podido obtener de sus
padres las respuestas a las dudas que se plantean, el niño supera sin grandes
problemas afectivos y sin masturbarse el difícil período de la pubertad y de la
adolescencia.
Bernard Haring sobre la gravedad del pecado solitario afirma: “Un hombre
maduro (persona conocedora del significado de sexualidad) que intenta
masturbarse deliberada y libremente comete a mi juicio pecado mortal, porque su
oposición pervierte directamente el significado de la sexualidad. Dios no ha dado
el don de la sexualidad para buscar torpemente un pobre placer solitario. La
sexualidad adquiere su sentido en el matrimonio que conjuga la vocación del
amor conyugal recíproco y la vocación a la paternidad y maternidad. El hombre y
la mujer llegan a la madurez sexual humana cuando saben expresar en su
entrega mutua mediante la misión conyugal.
Algunos autores van a enfatizar la pastoral por parte de los educadores y los
confesores como verdaderos orientadores. Un documento de la Sagrada
Congregación para la Educación Católica dice: “Para ayudar a los adolescentes a
sentirse acogido en una comunión de caridad y alejándose del propio, el
educador “deberá desdramatizar el hecho masturbatorio y no disminuir su estima
y benevolencia en dirección al sujeto”. Deberá ayudarlo a integrarse socialmente,
a abrirse e integrarse a los otros, para poder liberar de esta forma de
autoerotismo encaminándose al amor oblativo, propio de la afectividad madura, al
mismo tiempo lo animará a hacer recurso de los medios recomendados por la
ascesis cristiana, como la oración y los sacramentos y a empeñarse en las obras
de justicia y caridad.
3. Homosexualidad
Con Marc Oraison, afirmamos que "el término homosexual es, en fin de
cuentas el único apropiado para referirse al problema en general. En efecto, si en
el ámbito de la sexualidad se distinguen tres niveles, sexo, eros y filia, podemos
hablar de "homogenitalidad" (y de "heterogenitalidad") con referencia a los
aspectos biológicos del sexo, de "homoerotismo" (y de heteroerotismo) con
relación a los aspectos emotivos y de "Homofilia" (y de heterofilia) para referirse
a los aspectos de relación. El término que engloba la realidad en cuestión es
"Homosexualidad".
5. Es cierto que la literatura bíblica debe a las varias épocas en las que
fue escrita gran parte de sus modelos de pensamiento y de expresión
(cf. Dei Verbum, n. 12). En verdad, la Iglesia de hoy proclama el
Evangelio a un mundo diferente al antiguo. Por otra parte el mundo en
el que fue escrito el Nuevo Testamento estaba ya notablemente
cambiado, por ejemplo, respecto a la situación en la que se
escribieron o se redactaron las Sagradas Escrituras del pueblo
hebreo.
Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo
equivale a anular el rico simbolismo y significado, para no hablar de
fines, del designio del Creador en relación con la realidad sexual. La
actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz
de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una
existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el
Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana. Esto no significa
que las personas homosexuales no sean a menudo generosas y no
se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad
homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual
desordenada, en sí misma caracterizada por la auto-complacencia.
12. ¿Qué debe hacer entonces una persona homosexual que busca
seguir al Señor? Sustancialmente, estas personas están llamadas a
realizar la voluntad de Dios en su vida, uniendo al sacrificio de la cruz
del Señor todo sufrimiento y dificultad que puedan experimentar a
causa de su condición. Para el creyente la cruz es un sacrificio
fructuoso, puesto que de esa muerte provienen la vida y la redención.
Aun sí toda invitación a llevar la cruz o a entender de este modo el
sufrimiento del cristiano será presumiblemente objeto de mofa por
parte de alguno, se deberá recordar que ésta es la vía de la salvación
para todos aquellos que son seguidores de Cristo.
15. Esta Congregación, por consiguiente, anima a los Obispos para que
promuevan en sus diócesis una pastoral que, en relación con las
personas homosexuales, esté plenamente de acuerdo con la
enseñanza de la Iglesia. Ningún programa pastoral auténtico podrá
incluir organizaciones en las que se asocien entre sí personas
homosexuales, sin que se establezca claramente que la actividad
homosexual es inmoral. Una actitud verdaderamente pastoral
comprenderá la necesidad de evitar las ocasiones próximas de
pecado a las personas homosexuales.
MATRIMONIO, FAMILIA
Y "UNIONES HOMOSEXUALES"
INDICE
I. Una resolución del Parlamento Europeo: ¿contra la discriminación o para la
confusión?
II. La condición y el comportamiento homosexual.
III. Las "uniones homosexuales" no son comparables al matrimonio, base de la
familia.
IV. Conclusión: No se puede legitimar el desorden moral.
2. Ante esta situación, los obispos deseamos contribuir con la presente Nota
a que se eviten confusiones tan notorias como perjudiciales. La confusión es
propia de una época de crisis que - según las certeras palabras de Juan
Pablo ll "se manifiesta ante todo como profunda crisis de la verdad" 1. Son
verdades muy elementales las que aparecen completamente oscurecidas y
desquiciadas en el asunto que nos ocupa. Con el fin de iluminar las mentes y
las conductas, queremos recordar la enseñanza de la Iglesia sobre la
homosexualidad2 y sobre el matrimonio3.
6. Para dar una respuesta adecuada a esta pregunta hay que comenzar por
distinguir entre lo que es la condición y lo que es el comportamiento
homosexual. Nadie elige la condición homosexual. Pero sí hay libertad para
elegir cómo vivirla, cómo comportarse con ella.
8. Siendo esto así, parece claro que cuando las leyes no legitiman el
comportamiento homosexual, lejos de tratar injustamente a nadie, responden
a la norma moral y tutelan el bien común de la sociedad. Y, a la inversa, las
leyes que lo legitimaran carecerían de toda base ética, y ejercerían un efecto
"pedagógico" negativo tendente a socavar el bien común 10. ¿En qué nos
basamos para decir que el comportamiento homosexual es de por sí y
siempre éticamente reprobable? Cuando afirmamos esto no hacemos más
que recoger la verdad sobre la naturaleza del ser humano, asumida y
desvelada en plenitud por la Revelación cristiana. Veámoslo con toda
brevedad.
11. El amor que puede darse entre personas homosexuales no debe ser
confundido con el genuino amor conyugal, sencillamente porque no
pertenece a esta especie singular de amor. Puede ser un amor de
benevolencia o amistad, que se orienta a la búsqueda del bien de la persona
amada. Pero el amor de amistad nunca incluye las expresiones genitales de
la sexualidad, que se orientan al don de la vida. Es el amor propio de
compañeros, amigos, hermanos o parientes, no de esposos. El
comportamiento homosexual -por las razones ya apuntadas- distorsiona
gravemente este amor de amistad y no puede sino perjudicar el desarrollo
integral de las personas que, equivocadamente, recurren a él.
15. La realidad humana, creatural, del amor conyugal, que es la base de toda
familia que merezca realmente ese nombre, es bella y sublime al tiempo que
exigente y ardua. Tanto su belleza como su exigencia aparecen ante
nuestros ojos en su profundidad última cuando el amor de los esposos es
referido por San Pablo al amor de Jesucristo mismo hacia su Iglesia (cfr Ef 5,
22-33). La donación mutua que los esposos hacen de sí mismos en el amor
participa de aquella donación suprema de la Cruz de la que ha brotado la
Vida para el mundo. "El verdadero amor es siempre una experiencia pascual,
de muerte y de vida, de entrega y de resurrección. Así también la sexualidad,
cuando no es vivida desde el reduccionismo que excluye el compromiso del
amor, constituye un misterio de pérdida para el hallazgo y de muerte para la
vida, de entrega y de oblación, de comunión interpersonal para que el otro
tenga vida".
18. Los obispos españoles, en plena y cordial comunión con el Papa Juan
Pablo ll, queremos llamar la atención de la opinión pública de nuestro País
para que se sepa distinguir el trigo de la paja, lo verdadero de lo falso. Hay
que acoger y respetar especialmente, como personas que son, a quienes
sufren tendencias homosexuales. Pero hay que decir también bien claro lo
que parece obvio: "no puede constituir una verdadera familia el vínculo de
dos hombres o dos mujeres, y mucho menos se puede atribuir a esa unión el
derecho de adoptar niños"18.
19. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la
unión matrimonial, esencialmente heterosexual, como base ineludible de la
familia. Por lo tanto, no es aceptable la legalización que equipare de algún
modo las llamadas uniones homosexuales con el matrimonio. Las leyes no
tienen por qué sancionar "lo que se hace" convirtiendo el hecho en derecho.
Es verdad que las normas civiles no siempre podrán recoger íntegramente la
ley moral, pues "la ley civil a veces deberá tolerar, en aras del orden público,
lo que no puede prohibir sin ocasionar daños más graves" 19. Pero esta
tolerancia no podrá extenderse a los comportamientos que atentan contra los
derechos fundamentales de las personas, entre los cuales se cuentan "los
derechos de las familias y del matrimonio como institución". En estos casos el
legislador lejos de plegarse a los hechos sociales ha "de procurar que la ley
civil esté regulada por las normas fundamentales de la ley moral" 20. De lo
contrario se haría responsable de los graves efectos negativos que tendría
para la sociedad la legitimación de un mal moral como el comportamiento
homosexual "institucionalizado".
20. Terminamos recordando las palabras del Papa que ya citábamos en parte
al comienzo de esta Nota y que están tomadas de su Carta a las familias en
este Año Internacional de la Familia: "¿Quién puede negar que la nuestra es
una época de gran crisis, que se manifiesta ante todo como profunda "crisis
de la verdad"? Crisis de la verdad significa en primer lugar, crisis de
conceptos. Los términos "amor", "libertad", "entrega sincera", e incluso
"persona", "derechos de la persona", ¿significan realmente lo que por
naturaleza contienen? He aquí por qué resulta tan significativa e importante
para la Iglesia y para el mundo - ante todo en occidente - la Encíclica sobre el
"esplendor de la verdad" (Veritatis splendor). Solamente si la verdad sobre la
libertad y la comunión de las personas en el matrimonio y en la familia
recupera su esplendor, empezará verdaderamente la edificación de la
civilización del amor"21.
21. Estamos aún a tiempo de evitar que una nueva y nociva confusión -la de
la convivencia de homosexuales con el matrimonio- venga a entorpecer la
construcción de la civilización del amor. Nosotros confiamos en el poder del
Espíritu de Jesucristo resucitado que el Padre envía siempre a su Iglesia. El,
a pesar de nuestras infidelidades, la sostiene en la verdad, el bien y el amor.
Sostiene, en particular, a los matrimonios cristianos en el testimonio que dan
de la verdad con su amor conyugal. Y también a las personas homosexuales
en su esfuerzo -a veces no menos heroico- por vivir de acuerdo con su
vocación humana y cristiana. Todos juntos, cada cual según su condición y
con la ayuda del Espíritu de la verdad, somos los constructores de la
civilización del amor.
NOTAS:
1[1]
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2353
2[2]
Hortelano, A., Problemas Actuales de Moral, Ed. Sígueme, Salamanca 1980, II, p. 600.
3[3]
Ibid., p. 597.
4[4]
Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Persona humana, sobre
algunas cuestiones de ética sexual, 29 de diciembre de 1975, nº 7..
5[5]
Cf. L. ROSSI, Relaciones prematrimoniales, en: Diccionario enciclopédico de teología moral,
Paulinas, Madrid 1980, p. 928.
6[6]
Cf. M. VIDAL, Moral y sexualidad prematrimonial, PS, Madrid 1971, p. 99-100.
¿Por qué? Fundamentalmente porque la “relación sexual” es la
manifestación plena y exclusiva de la conyugalidad, y los novios carecen de la
conyugalidad aunque se ordenen a ella y se estén preparando para ella. Es la
manifestación plena del amor conyugal, porque es en la relación sexual donde los
esposos alcanzan la máxima unión física y, a través de ella, fomentan la máxima
unidad afectiva y espiritual. Allí son “una sola carne” y mediante este acto también
“un solo espíritu”. Pero es también la manifestación exclusiva de la conyugalidad
porque sólo dentro del matrimonio es lícito realizar la sexualidad.
¿Por qué sólo dentro del matrimonio? Por el lenguaje del cuerpo. El acto
sexual es parte del lenguaje humano; tiene un significado único, irrepetible e
irrenunciable; y lo que ese acto “dice”, sólo es verdad cuando hay de por medio
un compromiso matrimonial definitivo. ¿Qué es lo que dice ese acto? Dice
donación total. Una donación es total cuando incluye:
–todo cuanto se tiene
–de modo exclusivo
–en el estado más perfecto en que puede estar lo que se dona
–para toda la vida
Ahora bien, la donación entre los esposos es total cuando incluye: todo
cuanto se tiene (cuerpo, alma, afectividad, presente y futuro); de modo exclusivo
(es decir, a una sola persona con exclusión de todas las demás); en estado
perfecto (no disminuido o deteriorado, como ocurre cuando las capacidades han
sido anuladas previamente por medio de anticonceptivos o esterilizantes); para
toda la vida (lo cual es garantizado sólo tras el compromiso público que se da en
el consentimiento matrimonial). Estos elementos sólo pueden ser vividos en el
matrimonio válidamente celebrado.
7[7]
Cf. Persona humana, nº 7.
–son lícitas las demostraciones de afecto, aceptadas por las costumbres y
usansas, que son signo de cortesía, urbanidad y educación;
–son ilícitas las expresiones púdicas (abrazos, besos, miradas,
pensamientos, deseos) con la intención expresa y deliberada de placer venéreo o
sexual, aunque no se tenga voluntad de llegar a la relación sexual completa;
–con más razón son ilícitas las expresiones impúdicas y las relaciones
sexuales completas.
10[10]
P. CARLOS BUELA, Modernos ataques contra la familia, Rev. Mikael nº 15 (1977), p. 39.
11[11]
“En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de la madre... puede ser
culpable el padre del niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando
favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del embarazo... (Los)
familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente
psicológicamente obligada a ceder al aborto” (Evangelium vitae, 59).
12[12]
Cf. Evangelium vitae, 13.
las que tienen entre 20 y 24 años; la tasa más baja es la de las menores de 15
años.
3. Conclusión: guardar la castidad antes del matrimonio
La castidad perfecta antes del matrimonio es esencial al amor: “Los novios
están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un
descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la
esperanza de recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del
matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben
ayudarse mutuamente a crecer en la castidad”13[13]. Entre otros motivos podemos
indicar los siguientes:
a) La castidad es el arma que tiene el joven o la joven para ver si es
realmente amado por su pareja. Esto por varias razones:
13[13]
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2350.
castidad es esencial para ello; porque es una de las principales fuentes de
tentaciones para el hombre; consecuentemente es uno de los principales terrenos
donde se ejercita el dominio de sí14[14]. Quien no trabaja en esto no sólo es un
impuro sino que puede llegar a ser un hombre o una mujer despersonalizados,
sin carácter15[15]. Y así como no tiene dominio sobre sí en el terreno de la castidad,
tampoco lo tendrá en otros campos de la psicología humana. El que tiene el
hábito de responder a las tentaciones contra la pureza cometiendo actos impuros,
responderá a las tentaciones contra la paciencia golpeando a su esposa e hijos,
responderá a las dificultades de la vida deprimiéndose, responderá a la tentación
de codicia robando y faltando a la justicia, y responderá a la tentación contra la
esperanza quitándose la vida.
14[14]
“La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad
humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por
ellas y se hace desgraciado” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2339).
15[15]
Juan Pablo II ha afirmado, por eso, que la persona humana tiene como “constitutivo
fundamental” el dominio de sí (Catequesis de 22/VIII/84; en L'Osservatore Romano (español), 26/VIII/84,
p.523, nº 1): “el hombre es persona precisamente porque es dueño de sí y se domina a sí mismo” (ibid, nº
5), “el dominio de sí corresponde a la constitución fundamental de la persona”.
un sentimiento muy intenso, ¿Cómo van a dudar?
Los que más seguros están de que se aman, son los que menos
aman y menos capacitados están para amar, porque precisamente
el amor auténtico sólo puede darse en una persona madura, una
persona que se autoposee a sí misma, para poder disponer de sí
misma y hacer la donación de sí mismo a la persona amada.
4.5. La Prostitución
Por comprensiva y abierta que sea la sociedad, nunca podremos justificar una
degradación moral del calibre de la prostitución. Podemos, sí, explicarla
psicológica y sociológicamente, pero nunca podremos aceptarla moralmente. Es
de por sí degradante y además descalifica a una sociedad incapaz de acabar con
ella, desde la raíz, después de varios años de tolerancia y convivencia solapada
por parte de políticos y aprovechados. Si las prostitutas pueden tener atenuantes
que disminuyen su responsabilidad moral, los clientes y proxenetas cometen
siempre, sin excepción ninguna, una gravísima inmoralidad.
En este sentido, habría que dar una mejor educación afectiva a las nuevas
generaciones, tanto a nivel de la sexualidad, como sobre todo del amor,
restaurando la familia con nuevas formas de socialización de la misma, que
respondan a las exigencias del hombre y se eviten de ese modo las frustraciones
afectivas que están en la raíz de la prostitución. Es necesario crear para ello una
sociedad en la que la sexualidad se sienta menos reprimida y todos se
consideren dueños de sus destinos y no prevalezcan en tener sobre el ser.
4.6. La Pornografía
Introducción
3. Pero muchos de estos cambios han sido negativos. Al lado de los abusos de
siempre se están dando nuevas violaciones de la dignidad humana y de los
valores e ideales cristianos. Y aquí también las comunicaciones sociales tienen
su parte de responsabilidad.
Respuestas al problema
24. PADRES. Se invita a los padres a que multipliquen sus esfuerzos en orden
a una completa formación moral de niños y jóvenes. La cual supone una
educación en favor de una actitud sana hacia la sexualidad humana, basada en
el respeto a la dignidad de la persona como hija de Dios, en la virtud de la
castidad y en la práctica de la autodisciplina. Una vida familiar equilibrada, en la
que los padres sean fieles practicantes y totalmente entregados el uno al otro y
a sus hijos, constituirá la escuela ideal para la formación a los sanos valores
morales.
Los niños y jóvenes de nuestro tiempo necesitan la educación que les permita
discernir los programas y madurar en su condición de usuarios responsables
de la comunicación. El ejemplo de los padres es determinante en esta materia.
La pasividad o autoindulgencia de cara a ciertos programas será la fuente de
malentendidos perjudiciales para la juventud. Hay que dar especial importancia
-- para el bien de los jóvenes -- al ejemplo de los padres en lo que concierne a
la autenticidad de su amor y a la ternura que sepan manifestar en su vida
matrimonial; así como a su disponibilidad a discutir con los hijos las cuestiones
de interés, en una atmósfera amable y afectuosa.
Hay que subrayar la importancia de que las escuelas sepan poner de relieve el
respeto a la persona humana, el valor de la vida familiar y la importancia de la
integridad moral personal.
27. EL PÚBLICO. El público en general debe también hacer oír su voz. Los
ciudadanos -- incluidos los jóvenes -- tienen la tarea de expresar individual y
colectivamente su punto de vista respecto a productores, intereses comerciales
y autoridades civiles. Se hace urgente mantener un diálogo continuado entre
los comunicadores y los representantes del público, a fin de que quienes
actúan en las comunicaciones sociales estén al corriente de las exigencias
reales e intereses de los usuarios.
Las leyes y los agentes de la ley tienen el deber sagrado de proteger el bien
común, especialmente el que concierne a la juventud y a los miembros más
vulnerables de la comunidad.
En donde sea posible, la Iglesia está llamada a colaborar con otras Iglesias
cristianas, comunidades y grupos religiosos a fin de enseñar y promover este
mensaje. Debe igualmente empeñar a sus personas e instituciones en una
acción formativa al uso de los medios de comunicación social y su papel en la
vida individual y social. En este campo los padres merecen una asistencia y
atención especial.
JOHN P. FOLEY
Presidente
La Pornografía
Contenido
Nihil Obstat
Introducción
Definamos términos
Malos entendidos
No es una cuestión privada.
No es producto de la libertad.
La libertad de expresión
Algunos aspectos de nuestras vidas que son seriamente afectados
por la pornografía.
El espacio Cibernético.
Documentos de la Iglesia
Leyes humanas
Leyes divinas
La publicidad
INTRODUCCIÓN
DEFINAMOS TÉRMINOS
MALOS ENTENDIDOS
SÍ PUEDE EVITARSE
NO ES PRODUCTO DE LA LIBERTAD
El Padre Puget define así la libertad: "El poder llegar a ser, lo que debemos
ser". Todo lo que nos impida interna o externamente realizarnos en
plenitud, atenta contra nuestra libertad.
LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
* excluye la procreación.
* mina y trastorna la relación de amor entre los esposos pues el sexo viene
a ser un placer personal.
2.- ES ADICTIVA.
Lo que empieza como una simple curiosidad, puede llegar a ser obsesión
realmente destructiva; la excitación inicial, rara vez es suficiente y se va
exigiendo y necesitando material cada vez más explícito y violento.
3.- ES OFENSIVA.
4.- ES DEGRADANTE.
5.- ES DESTRUCTIVA.
8.- ES AGRESIVA
- una de cada 3 niñas y uno de cada 7 niños han sido vejados antes de los
18 años.
9.- ES CORRUPTORA.
Porque corrompe y desnaturaliza el DON del sexo que Dios nos dio para la
satisfacción y procreación en una familia debidamente constituida.
El espacio Cibernético
A la pornografía televisiva, ha venido a sumarse el sistema por
computación de INTERNET que da acceso a un banco de información,
prácticamente ilimitado, sobre cualquier tema.
Dice un niño de 13 años: "gracias a Dios que mis papás no saben qué
hago en el Net".
Hay riesgo en casi todo lo que hace un niño, y corren grandes peligros los
adolescentes ;así pues, los padres deben estar conscientes y pendientes
de ellos para enseñar a sus hijos a detectarlos, prevenirlos y manejarlos; el
reto es ayudarlos desde muy temprano edad, a tener AUTODISCIPLINA.
Ahora como nunca se requiere de una familia fuerte y bien constituida con
raíces y principios morales que ayuden a las generaciones futuras a
ejercer el tremendo reto de la LIBERTAD que Dios ha puesto en nuestras
manos y que debernos ejercer con absoluta RESPONSABILIDAD.
DOCUMENTOS DE LA IGLESIA
LEYES HUMANAS
II- Describir aventuras en las cuales, eludiendo las leyes y el respeto a las
instituciones establecidas, los protagonistas obtengan éxito en 'sus
empresas.
Así pues, tenemos legalmente, como cualquier país civilizado, armas para
defender nuestro ambiente.
LEYES DIVINAS
Deuteronomio (30,10.14)
LA PUBLICIDAD
CAPITULO V
LA PAREJA – LA FAMILIA
Hace parte de la gran sociedad que crea a cada instante, pero al mismo
tiempo se distingue, posee un carácter propio y propio fin. Tanto la inmanencia de
la familia en la sociedad, cuanto su autonomía e intangibilidad particular, deben
encontrar reflejo en las leyes. El punto de partida será aquí la ley de la naturaleza;
las leyes escritas serán la expresión objetiva del orden resultante de la naturaleza
misma de la familia.
El matrimonio es una institución que crece y se vuelve familia, hasta tal punto
que se identifica, es decir, que la familia da al matrimonio la propia impronta como
el matrimonio da a esta la suya, afirmándose gracias a ella y alcanzando la propia
plenitud.
El mal moral del adulterio nos lleva a constatar que las relaciones sexuales
fuera del matrimonio son moralmente malas, también aquellas prematrimoniales y
extraconyugales. Todavía peor desde el punto de vista moral es el principio del
"amor libre" o uniones libres, porque implica el rechazo de la institución del
matrimonio. En estas relaciones sexuales, sin la institución del matrimonio la
persona es reducida al rango de un objeto de gozo, lo cual es opuesto a la
exigencia del aspecto personalista. El matrimonio en cuanto institución, es
indispensable para justificar el hecho de las relaciones sexuales entre el hombre
y la mujer, sobre todo a sus mismos ojos y a los ojos de la sociedad.
En este clima tuvieron lugar las discusiones sobre el capítulo del matrimonio
en el Concilio Vaticano II. El tema más espinosos de los métodos de regulación
había sido asignado a una Comisión nombrada por el papa y que por ello, el
concilio no podría dar una solución definitiva como muchos esperaban. De una o
de otra manera, sin embargo, el problema estuvo latente en el fondo de muchas
intervenciones. Al no poder discutir sobre las formas concretas de regular los
nacimientos, la tensión se centraría en torno a esta doctrina de los fines.
Con ello no sólo resulta lícita la vida sexual infecunda, sino que constituye una
obligación en ocasiones excluir la fecundidad, sabiendo los esposos que "son
cooperadores del amor de Dios y en cierta manera sus intérpretes". Lo mismo
que se puede pecar por no tener hijos, también sería pecado tenerlos
irresponsablemente. De esta orientación mucho más personalista dada a la ética
matrimonial no era posible deducir consecuencias prácticas que la Iglesia no
admitiera. El camino para la aceptación de los métodos anticonceptivos no
estaba abierto, pero tampoco se quiso cerrar definitivamente semejante
posibilidad para el futuro. Hasta que el papa hablase, después de los informes
que le entregaría la comisión, quedaba un compás de espera aunque nada
cambiaba por el momento. Pero para la mayoría de los autores se había
superado una doctrina, cuya fundamentación se explicaba por motivos históricos
y culturales que rodearon a la sexualidad durante mucho tiempo.
Una condena tan solemne como ésta fue aceptada por muchos autores como
una definición ex Cathedra, pues no se explicaba de otra manera el énfasis tan
extraordinario puesto en la enseñanza de esa doctrina. La mayor parte, sin
embargo, la interpretaron como una declaración infalible, no tanto por esta
afirmación sino por confirmar la doctrina existente con anterioridad y mantenida
de manera constante en todos los tiempos. Pío XII no dudó en reafirmar con
fuerza su permanencia definitiva: "Esta prescripción sigue en pleno vigor lo
mismo hoy que ayer y tal será mañana y siempre, porque no es un simple
precepto de derecho, sino la expresión de una ley que es natural y divina.
Doctrina del Vaticano II: a la espera de una solución. Pablo VI quiso recordar,
al intervenir por vez primera en esta discusión, con estas prudentes y matizadas
palabras:
"Es un problema en extremo complejo y delicado. La Iglesia
reconoce sus múltiples facetas, es decir sus múltiples
competencias, entre las cuales sobresale la primera, la de los
cónyuges, la de su libertad, la de su conciencia, la de su amor y la
de su deber. Mas la Iglesia debe afirmar también la suya, es decir,
la de la ley de Dios por ella interpretada, fomentada y defendida; y
la Iglesia deberá proclamar esta ley de Dios a la luz de las verdades
científicas, sociales, psicológicas, que en estos últimos tiempos han
sido estudiadas y documentadas ampliamente. Será preciso
considerar este desarrollo teórico y práctico de la cuestión. El
problema está sometido a un estudio lo más extenso y profundo
posible, es decir lo más grave y honesto, como debe ser en materia
de tanta importancia. Decimos que está en estudio, que esperamos
concluir pronto con la colaboración de muchos insignes estudiosos.
Pronto, pues, daremos sus conclusiones en la forma que más
adecuadamente se considere, según el objeto tratado".
Enseñanza de Pablo VI: diferentes interpretaciones. La posible apertura del
concilio, parece indicar que las doctrinas de los anticonceptivos no debían
considerarse como infalible y definitiva. La existencia de la misma comisión
pontificia indicaba la necesidad de un estudio actualizado, que respondiera a los
problemas de siempre con los nuevos datos planteados.
"De igual manera, con relación a los medios escogidos para regular
responsablemente la amplitud de la familia, existen criterios
objetivos que bien aplicados permiten a los esposos encontrar y
determinar su propio comportamiento. Después de excluir el aborto
por completo y la esterilización como forma ordinaria para regular
los nacimientos, señalan los siguientes criterios objetivos "para la
recta elección de los medios". "Entre estos criterios, el primero debe
ser que la cópula esté de acuerdo con la naturaleza de la persona y
de sus actos para que se conserve plenamente el sentido de la
mutua entrega y de la fecundidad en un clima de auténtico amor
(GS 51). Segundo, los medios que se elijan deben tener una
eficacia proporcionada al grado de obligación o necesidad de
impedir, por el momento o para siempre, una nueva concepción;
tercero, todos los métodos de regulación comportan algún elemento
negativo o malestar que afecta a los cónyuges más o menos
gravemente. Este elemento negativo o mal puede serlo bajo
diferentes aspectos: biológico, higiénico, psicológico, desde el
punto de vista de la dignidad personal de los cónyuges o de la
posibilidad de expresar suficiente y debidamente la relación
interpersonal y amorosa. El método a elegir, cuando existan varios
posibles, será aquel que en la situación concreta de los esposos
suponga el menor elemento negativo posible. Cuarto: la elección
concreta de los métodos depende mucho de cuales sean aquellos
de los que puedan disponerse en una determinada región, en un
tiempo determinado o para un matrimonio concreto; lo cual debe
depender, incluso, de la misma situación económica".
De cualquier manera, casi nadie se atreve a decir hoy que semejante condena
está revelada. La encíclica de Pablo VI no aporta ninguna cita bíblica que pueda
confirmar su doctrina, y es lógico que si hubiera sido posible, habría insistido
también en esta fundamentación para garantizar una enseñanza que estaba
siendo debatida.
Sin rebeldías, sin mala voluntad, con un enorme cariño y hasta con una dosis
muy profunda de dolor, por todo lo que ellos supone, "muchas personas no llegan
a encontrar en el texto de la HV una problemática y unas razones adecuadas.
La primera está representada por todos aquellos para los que el rechazo de
los métodos anticonceptivos constituye una doctrina infalible, definitiva y sin
ninguna posibilidad de cambio. Aunque este carácter no se deduzca
exclusivamente por la publicación de la encíclica, su contenido representa una
tradición, enseñada de una manera tan constante y firme, que la Iglesia no ha
podido equivocarse. De tal forma se ha comprometido en su defensa que, si
ahora se descubriera su error, la confianza de los fieles caería por tierra con el
consiguiente desprestigio del magisterio en el campo moral.
Es cierto que sobre los métodos naturales se ha creado una mala prensa,
como si la renuncia al encuentro conyugal en determinados días fuese algo que
rompe el dinamismo espontáneo del amor. La experiencia demuestra que,
cuando este existe, es posible hallar otras muchas veredas de comunión por
encima del silencio del cuerpo, que ayudan, incluso, a que su expresión sea más
rica y polivalente. El cariño no tiene por qué debilitarse, sino al contrario, cuando
se simboliza y manifiesta de otra manera que aunan los corazones, aunque la
entrega personal se retrase para otro momento. Ni la elección de los días
agenésicos va a convertir el encuentro sexual en un gesto rutinario y ficticio,
cuando el lenguaje del amor está en el fondo de todo comportamiento y es lo que
más importa e interesa.
No hay que caer en el pesimismo para intuir que los índices divorcistas irán en
aumento, como lo demuestran las estadísticas. Ni siquiera el convencimiento
religioso entre los católicos es capaz de disminuir siempre entre porcentajes, en
relación con otras confesiones cristianas que admiten la posibilidad del divorcio.
Desde el ideal primero del Génesis hasta las últimas enseñanzas del Nuevo
Testamento, el amor conyugal está llamado a vivirse, como imagen de la alianza,
en un clima de fidelidad total y definitiva, que no siempre se mantuvo en la
práctica. Las palabra de Jesús sobre el divorcio, si nos atenemos a Lucas 16,18,
que parece reproducir con mayor exactitud el texto original son terminantes:
"Todo el que repudia su mujer y se casa con otra comete adulterio y el que se
casa con la repudiada, comete adulterio". Cristo define como ilegítima una
conducta que, según el derecho judío, era permitida: el repudio de una mujer por
su marido y el nuevo matrimonio de éste, lo mismo que el casamiento de una
mujer legalmente repudiada, por su marido.
Y una vez que este amor queda consagrado por el sacramento y consumado por
la unción conyugal, el vínculo, se hace indisoluble. La realidad nos ofrece
diferentes circunstancias en las que el incumplimiento de tales exigencias
provoca una situación irregular, que impide normalmente el acceso a los
sacramentos.
"Su situación no puede equipararse sin más a la de los que conviven sin
vínculo alguno, ya que hay en ellos al menos un cierto compromiso a un estado
de vida concreto y quizá estable, aunque a veces no es extraña a esta situación
la perspectiva de un eventual divorcio".
Dos son las razones fundamentales, que apuntan en el mismo número, para
adoptar esta postura. En primer lugar, "su estado y situación de vida contradicen
objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada
en la eucaristía". Es decir, existe una contradicción entre el símbolo que
representa el sacramento y el testimonio cristiano que ellos ofrecen. Un segundo
motivo de orden más pastoral, pues con tal condescendencia "los fieles serían
inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la
indisolubilidad del matrimonio". De ahí que para evitar cualquier mala
interpretación se prohíba, por cualquier razón o pretexto, incluso pastoral, la
celebración de ceremonias religiosas para estos divorciados, ya que "podrían dar
la impresión de que se celebran nuevas nupcias sacramentales válidas y como
consecuencia inducirían a error sobre la indisolubilidad del matrimonio
válidamente contraído".
PRESENTACIÓN
Cristo continúa, por medio de Su Iglesia, la misión que Él ha recibido del Padre.
Él envía a los doce a anunciar el Reino y a llamar a la penitencia y a la
conversión, a la metanoia (cfr. Mc 6,12). Jesús resucitado les transmite Su
mismo poder de reconciliación: « Recibid el Espíritu Santo; a quienes
perdonareis los pecados, les serán perdonados » (Jn 20, 22-23). Por medio de
la efusión del Espíritu por Él realizada, la Iglesia prosigue la predicación del
Evangelio, invitando a la conversión y administrando el sacramento de la
remisión de los pecados, mediante el cual el pecador arrepentido obtiene la
reconciliación con Dios y con la Iglesia y ve abrirse frente a sí mismo la vía de
la salvación.
El presente Vademecum tiene su origen en la particular sensibilidad pastoral
del Santo Padre, el Cual ha confiado al Pontificio Consejo para la Familia la
tarea de preparar este subsidio para ayuda de los Confesores. Con la
experiencia madurada ya sea como sacerdote que como Obispo, él ha podido
constatar la importancia de orientaciones seguras y claras a las cuales los
ministros del sacramento de la reconciliación puedan hacer referencia en el
diálogo con las almas. La abundante doctrina del Magisterio de la Iglesia sobre
los temas del matrimonio y de la familia, en modo especial a partir del Concilio
Vaticano II, ha hecho oportuna una buena síntesis referida a algunos temas de
moral relativos a la vida conyugal.
Si bien, a nivel doctrinal, la Iglesia cuenta con una sólida conciencia de las
exigencias que atañen al sacramento de la Penitencia, no se puede negar que
se haya ido creando un cierto vacío en el traducir estas enseñanzas a la praxis
pastoral. El dato doctrinal es, entonces, el fundamento que sostiene este
Vademecum, y no es tarea nuestra repetirlo, no obstante, sea evocado en
diversas ocasiones. Conocemos bien toda la riqueza que han ofrecido a la
Comunidad cristiana la Encíclica Humanae Vitae, iluminada luego por la
Encíclica Veritatis Splendor, y las Exhortaciones Apostólicas Familiaris
Consortio y Reconciliatio et Paenitentia. Sabemos también cómo el Catecismo
de la Iglesia Católica haya provisto un eficaz y sintético resumen de la doctrina
sobre estos argumentos.
INTRODUCCIÓN
Entre estos merecen una mención especial la Encíclica Casti Connubii (1930)
de Pío XI,12 numerosos discursos de Pío XII,13 la Encíclica Humanae Vitae
(1968) de Pablo VI,14 la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio15 (1981),
la Carta a las Familias Gratissimam Sane16 (1994) y la Encíclica Evangelium
Vitae (1995) de Juan Pablo II. Junto a estos se deben tener presente la
Constitución Pastoral Gaudium et Spes17 (1965) y el Catecismo de la Iglesia
Católica18 (1992). Además son importantes, en conformidad con estas
enseñanzas, algunos documentos de Conferencias Episcopales, así como de
pastores y teólogos que han desarrollado y profundizado la materia. Es
oportuno recordar también el ejemplo ofrecido por numerosos cónyuges, cuyo
empeño por vivir cristianamente el amor humano constituye una contribución
eficacísima para la nueva evangelización de las familias.
1. La santidad matrimonial
El testimonio de los matrimonios que desde hace tiempo viven en armonía con
el designio del Creador y lícitamente utilizan, cuando hay razón
proporcionalmente seria, los métodos justamente llamados "naturales",
confirma que los esposos pueden vivir íntegramente, de común acuerdo y con
plena donación las exigencias de la castidad y de la vida conyugal.
13. Presentan una dificultad especial los casos de cooperación al pecado del
cónyuge que voluntariamente hace infecundo el acto unitivo. En primer lugar,
es necesario distinguir la cooperación propiamente dicha de la violencia o de la
injusta imposición por parte de uno de los cónyuges, a la cual el otro no se
puede oponer.46, 561).] Tal cooperación puede ser lícita cuando se dan
conjuntamente estas tres condiciones:
15. Los esposos cristianos son testigos del amor de Dios en el mundo. Deben,
por tanto estar convencidos, con la ayuda de la fe e incluso contra la ya
experimentada debilidad humana, que es posible con la gracia divina seguir la
voluntad del Señor en la vida conyugal. Resulta indispensable el frecuente y
perseverante recurso a la oración, a la Eucaristía y a la Reconciliación, para
lograr el dominio de sí mismo.49
17. Esta pastoral de la confesión será más eficaz si va unida a una incesante y
capilar catequesis sobre la vocación cristiana al amor conyugal y sobre sus
dimensiones de alegría y de exigencia, de gracia y de responsabilidad
personal,51 y si se instituyen consultorios y centros a los cuales el confesor
pueda enviar fácilmente al penitente para que conozca adecuadamente los
métodos naturales.
18. Para que sean aplicables en concreto las directivas morales relativas a la
procreación responsable es necesario que la valiosa obra de los confesores
sea completada por la catequesis.52 En este esfuerzo está comprendida a
pleno título una esmerada iluminación sobre la gravedad del pecado referido al
aborto.
CONCLUSIÓN
La coincidencia con este primer año del trienio de preparación al Tercer Milenio
dedicado a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf. Hebr
13, 8), puede ofrecer una gran oportunidad para la tarea de actualización
pastoral y de profundización catequística en las diócesis y concretamente en
los santuarios, donde acuden muchos peregrinos y se administra el
Sacramento del perdón con abundante presencia de confesores.
(1) Conc. Ecum. Vaticano II, Decreto sobre el apostolado de los laicos
Apostolicam Actuositatem, 18 de noviembre de 1965, n. 11.
(3) Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de
1981, n. 58.
(4) Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 49.
(5) Juan Pablo II, Enc. Dives in Misericordia, 30 de noviembre de 1980, n. 13.
(7) Cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 48.
(9) Ibid.
(10) Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 51.
(16) 3 Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam Sane, 2 de febrero de
1994.
(17) 3 Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965.
(19) 3 Cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 24.
(20) Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de
1981, n. 32.
(21) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2378; cf. Juan Pablo II, Carta a las
Familias Gratissimam Sane, 2 de febrero de 1994, n. 11.
(25) Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de
1981, n. 13.
« Sería un gravísimo error concluir... que la norma enseñada por la Iglesia sea
de suyo solamente un "ideal", que deba adaptarse, proporcionarse, graduarse -
como dicen — a las posibilidades del hombre "contrapesando los distintos
bienes en cuestión". Pero Jcuáles son las "posibilidades concretas del
hombre"? JY de qué hombre se está hablando? JDel hombre dominado por la
concupiscencia o del hombre redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de
la realidad de la Redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa
que nos ha dado la posibilidad de realizar la verdad entera de nuestro ser. Ha
liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia. Si el hombre
redimido sigue pecando, no se debe a la imperfección del acto redentor de
Cristo, sino a la voluntad del hombre de sustraerse de la gracia que deriva de
aquel acto. El mandamiento de Dios es, ciertamente, proporcionado a las
capacidades del hombre: pero a las capacidades del hombre a quien se ha
dado el Espíritu Santo; del hombre que, si ha caído en el pecado, siempre
puede obtener el perdón y gozar de la presencia del Espíritu » (Juan Pablo II,
Discurso a los participantes a un curso sobre la procreación responsable, 1 de
marzo de 1984).
« Cuando nos damos cuenta de que el amor que Dios tiene por nosotros no se
detiene ante nuestro pecado, no se echa atrás ante nuestras ofensas, sino que
se hace más solícito y generoso; cuando somos conscientes de que este amor
ha llegado incluso a causar la pasión y la muerte del Verbo hecho carne, que
ha aceptado redimirnos pagando con su Sangre, entonces prorrumpimos en un
acto de reconocimiento: "Sí, el Señor es rico en misericordia", y decimos
asimismo: "El es misericordia" » (ibid., n. 22).
(29) Juan Pablo II, Carta a las Familias Gratissimam Sane, 2 de febrero de
1994, n. 9.
(30) « El mismo Dios, que dijo "no es bueno que el hombre esté solo" ( Gén
2,18) y que "hizo desde el principio al hombre, varón y mujer" (Mt 19,4),
queriendo comunicarles cierta participación especial en su propia obra
creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: "Creced y multiplicaos" (Gén
1,28). De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de
vida familiar que de él procede, sin posponer los otros fines del matrimonio,
tienden a que los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar
con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos aumenta y
enriquece su propia familia cada día más » (Conc. Ecum. Vaticano II, Const.
Apost. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de
diciembre de 1965, n. 50).
« Cooperar con Dios llamando a la vida a los nuevos seres humanos significa
contribuir a la transmisión de aquella imagen y semejanza divina de la que es
portador todo "nacido de mujer" » (Juan Pablo II, Carta a las Familias
Gratissimam Sane, 2 de febrero de 1994, n. 8).
(31) Juan Pablo II, Enc. Evangelium Vitae, 25 de marzo de 1995, n. 43; cf.
Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo
contemporáneo Gaudium et Spes, 7 de diciembre de 1965, n. 50.
(32) « Los cónyuges saben que son cooperadores del amor de Dios Creador y
en cierta manera sus intérpretes. Por ello, cumplirán su tarea con
responsabilidad humana y cristiana, y con dócil reverencia hacia Dios, de
común acuerdo y con un esfuerzo común, se formarán un recto juicio,
atendiendo no sólo a su propio bien, sino también al bien de los hijos, ya
nacidos o futuros, discerniendo las condiciones de los tiempos y del estado de
vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el
bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. En
último término, son los mismos esposos los que deben formar este juicio ante
Dios. En su modo de obrar, los esposos cristianos deben ser conscientes de
que ellos no pueden proceder según su arbitrio, sino que deben regirse
siempre por la conciencia que ha de ajustarse a la misma ley divina, dóciles al
Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del
Evangelio.
Esta ley divina muestra la significación plena del amor conyugal, lo protege y lo
impulsa a su perfección verdaderamente humana » (Conc. Ecum. Vaticano II,
Const. Past. sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium et Spes, 7
de diciembre de 1965, n. 50).
En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan por tanto libres para
proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera
completamente autónoma los caminos lícitos a seguir, sino que deben
conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la
misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente enseñada
por la Iglesia » (Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, 25 de julio de 1968, n. 10).
En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal
mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones
gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien, es decir hacer objeto de un
acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo
mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese
salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social. Es por tanto un
error pensar que un acto conyugal, hecho voluntariamente infecundo, y por
esto intrínsecamente deshonesto, pueda ser cohonestado por el conjunto de
una vida conyugal fecunda » (Pablo VI, Enc. Humanae Vitae, 25 de julio de
1968, n. 14).
(34) « El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el
instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le
deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho
inviolable de todo ser humano inocente a la vida » (Congregación para la
Doctrina de la Fe, Instrucción sobre el respeto de la vida humana naciente y la
dignidad de la procreación Donum Vitae, 22 de febrero de 1987, n. 1).
(37) « Como en el altar donde celebra la Eucaristía y como en cada uno de los
Sacramentos, el sacerdote, ministro de la Penitencia, actúa in persona Christi.
Cristo, a quien él hace presente, y por su medio realiza el misterio de la
remisión de los pecados, es el que aparece como hermano del hombre,
pontífice misericordioso, fiel y compasivo, pastor decidido a buscar la oveja
perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e
indica los caminos de Dios, juez de los vivos y de los muertos, que juzga según
la verdad y no según las apariencias » (Juan Pablo II, Exhort. Apost. post-
sinodal Reconciliatio et Paenitentia, 2 de diciembre de 1984, n. 29).
(38) Cf. Congregación del Santo Oficio, Normae quaedam de agendi ratione
confessariorum circa sextum Decalogi praeceptum, 16 de mayo de 1943.
(46) « Sabe muy bien la Santa Iglesia que no raras veces uno de los cónyuges,
más que cometer el pecado, lo soporta, al permitir, por causa muy grave, el
trastorno del recto orden que aquél rechaza, y que carece, por lo tanto, de
culpa, siempre que tenga en cuenta la ley de la caridad y no se descuide en
disuadir y apartar del pecado al otro cónyuge » (Pío XI, Enc. Casti Connubii,
AAS 22 $[1930$
Conocéis también la suma importancia que tiene para la paz de las conciencias
y para la unidad del pueblo cristiano, que en el campo de la moral y del dogma
se atengan todos al Magisterio de la Iglesia y hablen del mismo modo. Por esto
renovamos con todo Nuestro ánimo el angustioso llamamiento del Apóstol
Pablo: "Os ruego, hermanos, por el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, que
todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros cismas, antes seáis
concordes en el mismo pensar y en el mismo sentir".
Un testimonio precioso puede y debe ser dado por aquellos esposos que,
mediante el compromiso común de la continencia periódica, han llegado a una
responsabilidad personal más madura ante el amor y la vida. Como escribía
Pablo VI, "a ellos ha confiado el Señor la misión de hacer visible ante los
hombres la santidad y la suavidad de la ley que une el amor mutuo de los
esposos con su cooperación al amor de Dios, autor de la vida humana" » (Juan
Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris Consortio, 22 de noviembre de 1981, n. 35).
(54) Cf. Juan Pablo II, Enc. Dives in Misericordia, 30 de noviembre de 1980, n.
14.