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y del comportamiento
del consumidor
Psicología
económica y del
comportamiento
del consumidor
Joel Feliu i Samuel-Lajeunesse (coord.)
Adriana Gil Juárez (coord.)
Vicente Borrás i Català
Eduard Juanola i Hospital
Diseño del libro, de la portada y de la colección: Manel Andreu
Vicente Borrás i Català, Joel Feliu i Samuel-Lajeunesse, Adriana Gil Juárez, Eduard Juanola i Hospital, del texto
2004 Editorial UOC
Aragó, 182, 08011 Barcelona
www.editorialuoc.com
ISBN: 84-9788-114-1
Depósito legal:
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño general y la cubierta, puede ser copiada,
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químico, mecánico, óptico, grabación, fotocopia, o cualquier otro, sin la previa autorización escrita
de los titulares del copyright.
Coordinadores
Adriana Gil Juárez
Joel Feliu i Samuel-Lajeunesse
Autores
Vicente Borrás i Catalá
Doctor en Sociología. Profesor titular de Sociología en la UAB. Miembro del Equipo de Estudios
Sociológicos sobre Vida Cotidiana y Trabajo. Autor de El consumo, un análisis sociológico (1998).
Índice
Presentación ................................................................................................... 11
Conclusiones .................................................................................................. 52
Presentación
Capítulo I
concepción resulta difícil explicar por qué algunas personas son más tacañas
que otras, o por qué algunas personas se arriesgan más a la hora de utilizar
el dinero, sean o no conscientes de la posibilidad de acabar endeudados. Si
el dinero es neutro, ¿cómo podemos explicar las diferencias sustantivas con
respecto a la manera de utilizarlo?
Tradicionalmente, en psicología se ha estudiado el dinero basándose en las
actitudes que las personas tienen hacia él. En este sentido, sólo decidiremos in-
vertir en un plan de pensiones si entendemos el dinero como un bien preciado,
e incierto en un futuro. No obstante, estas aproximaciones han obviado el he-
cho de que precisamente en las diferentes interacciones y relaciones sociales
que establecemos el dinero adquiere significados y distinciones diversas. El sig-
nificado de un billete es cualitativamente diferente dependiendo de si lo hemos
recibido a modo de agradecimiento o de si nos lo hemos encontrado por casua-
lidad en el suelo mientras paseábamos, ¿no os parece?
Ahora bien, los significados sociales del dinero, o de los diferentes usos que
podemos hacer de él, están inevitablemente ligados al contexto socioeconó-
mico global. Por ejemplo, en nuestras sociedades el significado del dinero está
íntimamente vinculado a la manera de obtenerlo. Aunque existan conductas
como el robo o las donaciones, está sobradamente asumido que el dinero ob-
tenido con el propio esfuerzo y trabajo es el más valioso y legítimo. Así, pode-
mos afirmar que trabajo, dinero y moralidad son categorías íntimamente
relacionadas.
El ámbito laboral ha constituido en las sociedades modernas el eje en torno
al cual giraba tanto la vida personal como el orden social. Históricamente, este
hecho ha suscitado el interés de los psicólogos. A lo largo del tiempo se ha de-
sarrollado un número amplio de estudios sobre el trabajo y, especialmente, so-
bre la relación entre los individuos y el trabajo en las sociedades industriales
capitalistas. Con el surgimiento de nuevos ejes de organización social, que a me-
nudo han sido descritos con término de globalización, la relevancia del ámbito
laboral ha sido sustituida por otros ejes. Así, se puede afirmar que hemos pasado
de ser una sociedad de productores a ser una sociedad de consumidores. Ello ha
posibilitado y motivado que muchos psicólogos y teóricos de las ciencias socia-
les analicen e intenten explicar el consumo como conducta y como marco de
organización social.
Editorial UOC 18 Psicología económica y del comportamiento...
Podemos situar el origen de la economía clásica hacia finales del siglo XVIII, prin-
cipalmente bajo la influencia de Adam Smith. No obstante, esta materia no consi-
gue la autonomía necesaria para convertirse en una disciplina científica hasta el
siglo XIX, es decir, que hasta ese momento no cuenta con un objeto de estudio pro-
pio y un método para abordarlo. Desde ese momento, surgen todas las grandes teo-
rías económicas más influyentes (marxismo, liberalismo y keynesianismo), hasta
conseguir una consolidación tal que hoy es sobradamente asumido que la econo-
mía es uno de los ámbitos más importantes de la esfera social.
Ya desde los orígenes de la disciplina, los economistas se dieron cuenta de la im-
portancia de las acciones y los comportamientos de la vida cotidiana de las perso-
nas sobre el funcionamiento económico de la sociedad. Teniendo en cuenta que en
esos momentos la sociedad se encontraba en plena Revolución Industrial, gran par-
te de las preocupaciones se dirigía al modo de conseguir aumentar la producción.
Sin embargo, para poder plantearse este objetivo, había que contar con una con-
cepción determinada del individuo y, sobre todo, de la relación establecida entre el
individuo y el trabajo como tal.
1. Un ejemplo es la ley del mínimo esfuerzo: esta ley popular tiene su base en el concepto de homo
economicus. Según ésta, racionalizamos con exactitud como obtener la máxima satisfacción con el
menor esfuerzo posible.
Editorial UOC 20 Psicología económica y del comportamiento...
2. El altruismo o las acciones humanitarias, según Adam Smith, no existen. Para este autor, el
hombre era por naturaleza un ser competitivo, interesado sólo por sí mismo y en la lucha para
superar a los otros, o sea, un ser movido por la supervivencia.
Editorial UOC 21 Capítulo I. Introducción a la psicología...
3. Se conoce a Gabriel Tarde por su famosa obra dentro del campo de la psicología social, Las leyes
de la imitación, en la cual consideraba la imitación como un fenómeno social crucial para explicar
las relaciones entre los individuos. Según Tarde, las leyes de la imitación también eran válidas para
explicar las actividades económicas.
Editorial UOC 23 Capítulo I. Introducción a la psicología...
mática del ser humano que había empleado hasta entonces la economía, y po-
nía de manifiesto el hecho de que el hombre es un ser social y también la
importancia de la interacción personal como la base de las explicaciones del
comportamiento económico.
Si bien a partir de entonces los contactos entre la psicología y la economía
aumentaron, las propuestas de Tarde fueron relativamente obviadas, principal-
mente por la hegemonía que adquirió en Europa la teoría sociológica de Dur-
kheim. Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, muchos sociólogos y
psicólogos huyeron a Estados Unidos, donde el compromiso de aproximar las
dos disciplinas se vio reforzado y desarrollado. A pesar de todo, el positivismo
dominante como forma de hacer psicología social que regía en aquel momento
en los Estados Unidos dirigió la convergencia entre las dos disciplinas hacia ex-
plicaciones empiristas y cientificistas.
Es en este contexto donde encontramos a George Katona, la figura que refleja
este punto de encuentro para delimitar una psicología económica. La obra de
Katona es considerada desde las concepciones de la psicología más tradicionales
como la inauguración de la psicología económica, porque fue este autor quien
delimitó por primera vez un campo de estudio propio de la psicología económi-
ca y una metodología precisa para estudiarlo.
Katona4 intentó huir de las abstracciones y los enfoques filosóficos para centrar-
se en la observación y la experiencia concreta como métodos de investigación en el
campo de la psicología económica (o economía psicológica, como solía llamarla él).
Para Katona, el instrumento privilegiado en el estudio de la conducta económica
era la encuesta por sondeo sobre muestras bien delimitadas (survey). Bien utilizada,
o sea, elaborada rigurosa y científicamente, la investigación psicológica era adecua-
da para explicar e incluso predecir muchos fenómenos psicológicos. Esta perspecti-
va ofrecía una posibilidad de predicción y de obtener un mejor control de la
población, lo cual ciertamente alentó a muchos a invertir esfuerzos en el desarrollo
del área de conocimiento que estaba emergiendo.
En cualquier caso, se tiene que reconocer que Katona dio un paso importante
respecto al antiguo concepto de homo economicus al introducir en el análisis de las
4. George Katona delimitaba un campo de estudio propio y una metodología precisa para estu-
diarlo en su obra fundamental: G. Katona (1965). Análisis psicológico del comportamiento humano.
Madrid: Rialp.
Editorial UOC 24 Psicología económica y del comportamiento...
5. Los estudios de George Katona ejercieron una gran influencia sobre los psicólogos y economis-
tas que posteriormente trabajaron en este ámbito. Para apreciar este efecto, el mejor ejemplo es
esta compilación de veinticinco ensayos de diferentes autores sobre la conducta humana en las
actividades económicas: B. Strumpel; J.M. Morgan; E. Zahn (1979). La conducta humana en las rela-
ciones económicas. Ciudad de México: Trillas.
Editorial UOC 26 Psicología económica y del comportamiento...
obstante, la trampa de este argumento está en el hecho de que ante cualquier com-
portamiento, siempre se pueden inferir a posteriori objetivos ocultos que lo justifi-
quen. Por ejemplo, si vemos a alguien que tira por la ventana aviones de papel
hechos con billetes de cincuenta euros, podríamos afirmar que a esta persona real-
mente no le interesa el dinero o que, en todo caso, cree que la satisfacción de tirar
un avión bien vale ese dinero. De no ser así, ¿por qué lo haría?
El caso es que al querer explicarlo todo a partir de la racionalidad, caemos en
una espiral sin fondo, ya que la racionalidad o lógica de los objetivos o las in-
tenciones nunca es cuestionada.
De igual modo, esta concepción parte de entender el egoísmo como una carac-
terística individual intrínseca y esencial. Si bien a veces tomamos decisiones que
afectan sólo a nuestro propio interés personal, no es menos cierto que a la hora
de tomar decisiones, en otras muchas ocasiones tenemos en cuenta al entorno y
a las demás personas. Así, es verdad que actualmente muchas ONG se quejan de
la despreocupación de gran parte de los ciudadanos con respecto a la procedencia
de los productos que adquieren o de las condiciones de trabajo de los trabajadores
que los han elaborado. Pero también es cierto que no son pocas las personas y los
movimientos sociales que apuestan y luchan por un comercio justo. ¿Cómo ex-
plicaríamos, pues, a partir del concepto de hombre económico, el hecho de que
las personas paguen más por un producto por razones políticas o solidarias?
Los intentos recientes por parte de los psicólogos de ir más allá de la excesiva
simplificación que significaba pensar en términos de individuos económicos, si
bien han concedido más importancia al contexto y al entorno social en que sur-
gen las conductas relacionadas con cuestiones económicas, como hemos visto,
han seguido considerando al individuo como el origen de todo fenómeno de in-
terés y, por lo tanto, indagando en la búsqueda de las leyes generales que regu-
lan el comportamiento de las personas en cuestiones económicas.6
Una alternativa a todas estas limitaciones es entender que nuestras acciones,
percepción y decisiones económicas no se fundamentan tanto en la existencia de
una conciencia racional, como en diferentes disposiciones y significados aprendi-
dos de origen social, los cuales dan el marco de posibilidad a unas determinadas
decisiones y prácticas económicas. En este sentido, Pierre Bourdieu (2003) propo-
6. Para una buena revisión de la situación de la psicología económica en España, es muy recomen-
dable el siguiente libro: I. Quintanilla (1997). Psicología económica. Madrid: McGraw-Hill.
Editorial UOC 28 Psicología económica y del comportamiento...
Una de las tendencias dentro del campo de las ciencias en general ha sido la
creación progresiva de nuevas disciplinas, caracterizadas normalmente por la
definición y delimitación de un objeto de estudio propio y de una metodología
rigurosa para estudiarlo.
Editorial UOC 29 Capítulo I. Introducción a la psicología...
Dentro de las ciencias sociales, no son pocos los autores que han intentado po-
ner de manifiesto la artificialidad e historicidad de las diferentes divisiones disci-
plinarias. Algunos, por ejemplo, se han dedicado a mostrar que no ha sido hasta
después de un largo proceso histórico que los intercambios económicos se han
ido separando y diferenciando del resto de comportamientos y acciones sociales.
Y es que la economía como ciencia existe como tal basándose en la separación de
un determinado tipo de prácticas (o una de las dimensiones de cualquier práctica)
de la realidad y el contexto social en que se dan estas prácticas.
Editorial UOC 30 Psicología económica y del comportamiento...
7. La afirmación “los negocios son los negocios” es un claro ejemplo del intento de desligar la acti-
vidad económica del resto de espacios vitales, como es el caso de la familia. Este discurso, al mismo
tiempo, se manifiesta y reproduce cada vez que comentamos cosas como “hoy llegaré tarde, tengo
una reunión de negocios” o “no nos molestes, estamos hablando de negocios”.
Editorial UOC 32 Psicología económica y del comportamiento...
8. Una obra que explora las posibles relaciones entre la psicología y la economía, cuya aportación
se ha convertido en un verdadero paradigma, es la siguiente: S.E.G. Lea; R.M. Tarpy; P. Webley
(1987). “The individual in the economy”. En: Survey of economic psychology. Cambridge: Cambridge
University Press.
Editorial UOC 33 Capítulo I. Introducción a la psicología...
Nadie cuestiona que el dinero es uno de los aspectos clave para entender la
vida cotidiana en las sociedades modernas capitalistas. Sin un análisis detallado
Editorial UOC 34 Psicología económica y del comportamiento...
Ahora bien, a pesar del establecimiento de esta concepción, nos tenemos que
preguntar si realmente el dinero es único, es decir, si se puede reducir a un mero
instrumento de intercambio interpretado de la misma manera por todo el mun-
do. Así, antes de continuar leyendo, pensad un momento en si podemos consi-
derar que todo el dinero es exactamente igual. ¿De verdad un euro es un euro y
nada más?
Editorial UOC 36 Psicología económica y del comportamiento...
Algunos autores han puesto de manifiesto que para poder cumplir su fun-
ción, el dinero tiene que tener, aparte de su aspecto físico, un aspecto simbólico.
Si nos fijamos en la vida cotidiana, el dinero no tiene un papel tan neutro como
supone la teoría económica. Por ejemplo, es habitual oír que el dinero que se
recibe de los padres no tiene el mismo valor que el dinero ganado por uno mis-
mo. Igualmente, es muy diferente el valor que asignamos al dinero de nuestra
primera nómina que el que cobramos cuando ya hace un año que trabajamos,
aunque se trate de la misma cantidad.
Lejos de ser sólo un instrumento que tenemos disponible para los intercam-
bios, las personas llevamos a cabo diariamente acciones diferentes con el dine-
ro: lo identificamos, lo clasificamos, lo organizamos o lo utilizamos de maneras
bien diversas, en las múltiples interacciones en las que participamos. Bajo el
aparente anonimato de los billetes y las monedas, no todos los euros son iguales
o intercambiables, sino que de forma cotidiana asignamos diferentes significa-
dos y usos separados al dinero.
Ciertamente, el dinero es una herramienta clave en el mercado económi-
co, pero no es menos cierto que también lo encontramos fuera de la esfera
del mercado y que está influido por los aspectos culturales y sociales. Por lo
tanto, en lugar de postular una uniformidad y homogeneidad, quizás sea
más pertinente hablar de dinero múltiple, porque aparte del dinero como ins-
trumento, hay otro tipo de dinero construido y reconstruido socialmente, li-
gado a determinadas redes de relaciones sociales y con un conjunto propio
de valores y normas. Por eso las personas podemos llegar a responder con en-
fado, ira, desconcierto o vergüenza ante determinados usos del dinero en si-
tuaciones concretas, como por ejemplo querer pagar un billete de autobús
con un billete de quinientos euros. La supuesta neutralidad del dinero queda
totalmente desacreditada si tenemos en cuenta que es posible identificar un
buen y un mal uso de él.
Al conceptualizar el dinero sólo como un fenómeno de mercado, la teoría
económica obvia una dimensión importante: su papel como un medio social.
De esta manera, el dinero puede ser extremadamente subjetivo, heterogéneo e,
incluso, indivisible.
Editorial UOC 37 Capítulo I. Introducción a la psicología...
Encontramos un claro ejemplo de ello cuando alguien nos regala una cierta
cantidad de dinero para ayudarnos a comprar un piso. En situaciones como ésta,
el dinero deja su neutralidad y unicidad, y pasa a simbolizar sólo el objeto por
el que ha sido dado. Ese dinero ha dejado de ser algo con infinitas posibilidades
de intercambio y división para convertirse sencillamente en el piso en cuestión.
Por ejemplo, volviendo al caso del regalo, difícilmente podríamos dividir el di-
nero que nos ha regalado nuestro amigo para comprarnos el piso, si no quere-
mos quedar mal con él, claro está. Y si no, sólo hay que imaginarse qué pasaría
si explicáramos a nuestro amigo o amiga que el dinero que nos ofreció como
ayuda para poder comprarnos un piso lo hemos utilizado para realizar un lujoso
viaje.
Si tenemos en cuenta esta dimensión social del dinero, resulta mucho más
difícil postular una dicotomía radical entre el dinero, por una parte, y los valores
personales o sociales, por la otra, ya que, tal como hemos visto, el dinero puede
ser tan distinguible en términos cualitativos y no intercambiables como el valor
u objeto más personal.
Algunos analistas utilizan el concepto de dinero sólo cuando éste está reco-
nocido institucionalmente y el gobierno le asigna un determinado valor. No
obstante, en la vida cotidiana, puede adoptar una amplia variedad de formas.
Por ejemplo, no es extraño convertir determinados objetos, como sellos o bille-
tes de metro, en la cantidad de dinero equivalente a ellos. Por lo tanto, tener un
aspecto físico común no es un rasgo imprescindible para que un objeto se pueda
constituir y conceptualizar socialmente como dinero, es decir, como objeto de
intercambio. Algunos autores, como Viviane Zelister, utilizan el concepto de di-
nero informal o social para hacer referencia a esta multiplicidad de formas y dis-
tinciones que puede adquirir el dinero. El dinero social también incluye las
monedas y los billetes reconocidos oficialmente, pero al mismo tiempo hace re-
ferencia a todos los objetos que tienen un valor de intercambio reconocido y re-
gularizado en diferentes relaciones y en contextos sociales determinados.
De igual modo, el significado del dinero no sólo está vinculado a los bienes
o servicios que pueden adquirirse o intercambiarse, sino también a las diversas
formas de intercambio. En este sentido, muchas veces es más importante qué di-
nero que cuánto dinero. Por ejemplo, no tiene el mismo significado el dinero ob-
tenido con el trabajo de uno mismo que el obtenido por un soborno o como
regalo de un amigo. Gracias a una serie de distinciones cualitativas podemos
Editorial UOC 38 Psicología económica y del comportamiento...
distinguir e identificar los premios de los sobresueldos, las propinas o las indem-
nizaciones. Al mismo tiempo, estos ejemplos de transacciones están separados
cualitativamente del dinero de mercado, porque son acciones que no implican
directamente un intercambio y un mercado de bienes.9
9. ¿Por qué muchas personas se negarían a utilizar dinero obtenido en un robo o un atraco? ¿Por
qué nos puede resultar más sencillo despilfarrar un billete encontrado en el suelo que ese mismo
billete si ha sido ganado con nuestro trabajo? Aunque realmente existen diferencias cuantitativas
entre las diferentes formas de dinero, lo cierto es que sin tener en cuenta las distinciones cualitati-
vas, estas preguntas son imposibles de analizar y responder.
Editorial UOC 39 Capítulo I. Introducción a la psicología...
vinculadas con la manera en que nos relacionamos con el objeto que represen-
tan. Así, tomando el dinero como objeto, los estudios se han dirigido a estudiar
las representaciones sociales según el hecho de pertenecer a un determinado
grupo: por ejemplo, personas ahorradoras frente a personas endeudadas.
Tal como hemos visto anteriormente, los significados del dinero no son una
creación individual ni el producto de preferencias particulares, sino el fruto de
un proceso social vinculado a una gran variedad de relaciones sociales, cosa que
en gran parte obvian las aproximaciones más tradicionales.
Solamente podemos entender las prácticas económicas que finalmente ele-
gimos basándonos en determinadas relaciones sociales que mantenemos y en
las situaciones particulares en que nos encontramos. Así, por ejemplo, las con-
ductas de soborno sólo pueden aparecer en aquellas situaciones en que existe
una relación de poder desigual que nos impide alcanzar nuestros propósitos.
Igualmente, la conducta de préstamo está relacionada con el mantenimiento de
la confianza y de unos vínculos estrechos con la otra persona.
De esta manera, por una parte, encontramos una estrecha relación de los di-
ferentes comportamientos económicos con las relaciones sociales que mantene-
mos. Por la otra, también hemos visto que existe una vinculación recíproca
entre el significado del dinero y las diferentes acciones económicas. ¿Verdad
que un dinero obtenido en un robo no es un dinero cualquiera? La manera en
que conceptualizamos el dinero influye sobre el tipo de acciones económicas
pertinentes que podemos llevar a cabo, y al mismo tiempo, estas acciones reper-
cuten sobre el mismo significado del dinero.
Analizar cualquier comportamiento económico o un uso del dinero determi-
nado desde una perspectiva psicosocial significa, por lo tanto, situar en primer
plano esta dimensión simbólica del dinero. En esta dirección, algunos autores
han encontrado en el concepto postestructuralista de discurso una buena herra-
mienta para aproximarse al estudio del dinero.
Según la perspectiva discursiva, para estudiar el uso y el significado del dine-
ro no nos hemos de centrar tanto en el individuo como en las prácticas de inte-
Editorial UOC 40 Psicología económica y del comportamiento...
10. Para ampliar los postulados de la perspectiva discursiva podéis dirigiros, entre otros, a las lectu-
ras siguientes: J. Potter; M. Wetherell (1987). Discourse and social psychology. Beyond attitudes and
behavoir. Londres: Sage; J. Potter (1998). Discursive social psychology: from attitudes to evaluative
practices. European Review of Social Psychology (núm. 9, págs. 233-266).
Editorial UOC 41 Capítulo I. Introducción a la psicología...
Por esta razón, en el último punto de este capítulo trazaremos un breve recorri-
do por el ámbito laboral como marco estructurador de las relaciones y la orga-
nización económica.
cuáles son sus intereses o, incluso, cuál es su estilo de vida. Eso, evidentemente,
no significa que esta interpretación sea siempre correcta, pero da señales de la
relación social entre el tipo de trabajo y el acceso a determinados recursos ma-
teriales, culturales y/o físicos. Así, el trabajo nos da una posición en la estructura
y las relaciones de poder de la sociedad y, consiguientemente, no es extraño que
tenga un papel significativo en el modo de percibirnos a nosotros mismos y a
los demás. El trabajo, por sí solo, ya marca unas pautas y un contexto importan-
tes para las diversas interacciones sociales.
Por lo tanto, si entendemos que las personas desarrollan su sentido de iden-
tidad y “ser” a medida que se van relacionando y dando forma al mundo que
las rodea, nos encontramos con una perspectiva totalmente diferente para en-
tender la relación entre los individuos y el trabajo. En este caso, entenderemos
que hay un doble proceso constitutivo entre los individuos y el trabajo que ha-
cen, es decir, la experiencia de realizar un determinado trabajo nos influye sobre
la manera de conceptualizarnos a nosotros mismos y, a la vez, la predisposición
que adoptamos hacia el trabajo define, en parte, qué es ese trabajo.
El concepto de institución
“En primer lugar, el término se utiliza para hacer referencia a organizaciones, como
por ejemplo cárceles u hospitales mentales, que contienen personas, muchas veces
sin su consentimiento. En este sentido, la palabra institución se refiere a un sitio con-
creto –edificio y lugar a la vez– que puede tener perfectamente tanto connotaciones
positivas como connotaciones negativas para los individuos, dependiendo de sus ex-
periencias de tales sitios. Es esta noción de institución la que el sociólogo Goffman, por
ejemplo, utilizó en su trabajo sobre instituciones totales. […] En segundo lugar, la pa-
labra se utiliza, como en este texto, para hacer referencia a cualquier elemento organi-
zado de la sociedad; de aquí se obtiene la definición sociológica de institución como
todo aquel patrón de actividad o práctica social que tiene lugar habitualmente y se re-
Editorial UOC 44 Psicología económica y del comportamiento...
D. Watson (1996). “Individuals and institutions: the case of work and employment”.
En: M. Wetherell (ed.). Identities, groups and social issues (pág. 244). Milton Keynes:
Open University Press.
por diferentes instituciones sociales que actúan de enlace entre las acciones indivi-
duales y las estructuras sociales en que éstas tienen lugar.
El trabajo doméstico
Una de las grandes demandas que ha estado y sigue estando presente en la sociedad es el
reconocimiento de las tareas domésticas como una forma de trabajo. Por ejemplo, ciertos
sectores feministas exigen al Estado un sueldo por el hecho de encargarse del trabajo do-
méstico. Esta demanda no debería extrañarnos si tenemos en cuenta que la asignación e
identificación de las tareas del hogar al género femenino ha servido a los intereses patriar-
cales de la modernidad y al desarrollo de la industrialización, porque al no tener que pre-
ocuparse del ámbito doméstico, los hombres no tenían excusa para no ofrecer una
dedicación total al trabajo de las fábricas e industrias. Al mismo tiempo, este vínculo en-
tre trabajo y dinero ha contribuido al mantenimiento del patriarcado, haciendo invisible
la importancia de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos. En otras palabras, se ha
considerado que desempeñar todas las tareas no susceptibles de ser vendidas que tradi-
cionalmente eran asignadas al género femenino era sencillamente estar desocupado.
11. Con el fin de entender el desarrollo y la decadencia de la ética del trabajo, es muy aconsejable
leer el libro siguiente: Z. Bauman (2000). Trabajo, consumismo y nuevos pobres (ed. original 1998).
Barcelona: Gedisa.
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12. Con el fin de entender los nuevos ejes sobre los cuales se sostiene el trabajo hoy en día, es muy
útil el libro siguiente: R. Sennet (2000). La corrosión del carácter (ed. original 1998). Barcelona:
Anagrama. Para profundizar respecto a los efectos de la globalización económica sobre la
organización social, podéis leer los libros siguientes: U. Beck (1998). ¿Qué es la globalización?
(ed. original 1997). Barcelona: Paidós; Z. Bauman (1999). La globalización. Consecuencias
humanas (ed. original 1998). México: Fondo de Cultura Económica.
Editorial UOC 49 Capítulo I. Introducción a la psicología...
4.8. Síntesis
13. Un libro apasionante que explora las restricciones y posibilidades para la transformación del
espacio público y la capacidad de la sociedad para decidir su propio destino, teniendo en cuenta el
papel del libre mercado y el consumo es el siguiente: Z. Bauman (2001). En busca de la política (ed.
original 1999). Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Para conocer más el concepto de renta
básica podéis consultar esta obra: J. Iglesias (1998). El derecho ciudadano a la renta básica. Madrid:
Los Libros de la Catarata.
Editorial UOC 52 Psicología económica y del comportamiento...
Conclusiones
A lo largo de este capítulo hemos presentado algunos ejes para situar una
perspectiva de estudio que integre los conocimientos obtenidos en el campo
de la psicología con los que se han obtenido en el campo de la economía. Se
trata de posibilitar una perspectiva general que permita reflexionar sobre la
relación entre los individuos y los ejes económicos de la organización social
en que viven.
De entrada, hemos hecho un recorrido por los contactos que han establecido
históricamente las dos disciplinas; desde una desvinculación inicial casi total,
hasta el surgimiento de una línea de estudio que, bajo el nombre de psicología
económica, ha intentado aproximar e integrar algunas de las aportaciones de
cada uno de los dos ámbitos.
A la hora de definir el concepto de psicología económica, más allá de preten-
der crear y construir nuevas fronteras disciplinarias, hemos conceptualizado la
economía como una de las dimensiones intrínsecas de cualquiera de nuestras
acciones. De esta manera, entendemos que hoy en día la economía es una de las
dimensiones básicas de la organización social actual, con un papel y un efecto
sobre cualquiera de nuestras prácticas sociales.
Con el fin de entender la relación de los individuos con el entorno económi-
co, hemos analizado dos ámbitos de estudio vinculados entre sí que histórica-
mente han recibido una especial atención en el ámbito de la psicología. Por una
parte, el estudio sobre cómo se entienden las relaciones y los significados que
las personas establecemos y otorgamos al dinero nos aporta muchos indicios so-
bre cómo se afrontan el estudio y el análisis de los diferentes comportamientos
económicos, como es el caso de la gestión de las finanzas personales. Por otra,
el trazado de los ejes de la organización social del trabajo y las concepciones de
la pobreza nos da los indicios de las constricciones que la organización social
Editorial UOC 53 Capítulo I. Introducción a la psicología...
Capítulo II
mente, las diferentes posturas que han aportado explicaciones sobre los com-
portamientos y los hábitos de los consumidores.
En el tercer y último apartado se trata de analizar las características funda-
mentales de tipo sociológico que ayudan a explicar la diferencias y desigualda-
des de los consumidores: la clase social y el género.
Cuatro han sido los aspectos que caracterizan la sociedad de consumo espa-
ñola y que han caracterizado y aún siguen caracterizando el modelo de consu-
mo de nuestra sociedad.
Para poder comprender los cambios acontecidos en este país, tanto a nivel
económico como a nivel cultural y social, es necesario tener en cuenta la in-
fluencia extranjera. Ya desde el siglo XIX e incluso anteriormente la sociedad es-
pañola ha sido una sociedad fuertemente marcada por una dependencia
exterior. Ello ha sido así incluso en la época del llamado desarrollismo español,
como señala Rebollo:
A. Rebollo (1978). “La transformación del consumo privado: 1958-1974”. En: A.R.
Navarro. La sociedad de consumo y su futuro en España (pág. 81). Madrid: Instituto Na-
cional de Consumo.
Hablar de clases dominantes y analizar cuáles han sido sus valores y cómo
han condicionado éstas el modelo de consumo que tenemos en nuestros días es
importante por dos motivos:
1) Como dijo Veblen, las clases dominantes son un modelo de referencia que
el resto de grupos sociales tiene que imitar:
T. Veblen (1944). Teoría de la clase ociosa (pág. 90). México: Fondo de Cultura Económica.
Editorial UOC 60 Psicología económica y del comportamiento...
Según Fernando Conde (1994), los valores que han caracterizado a la alta
burguesía española han sido la reputación, el honor, el rentismo, el vivir de la
especulación más que de la producción y el estamentalismo. Ésta no ha sido una
burguesía de movilidad social, de competitividad, de producción de riqueza,
como ha ocurrido en otras sociedades. Pasemos a ver más detenidamente cada
uno de estos aspectos y cómo han influido en nuestro modelo de consumo.
1. La publicidad recoge muy bien estos valores, incluso actualmente, en un anuncio publicitario de
TV3 de los embutidos Tarradellas, en el cual un abuelo relata a su nieto todas las propiedades que
algún día heredará, al mismo tiempo que unta una tostada de pan con tomate y acaba el anuncio
diciendo: “Algún día, todo esto será tuyo”.
Editorial UOC 61 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
1.1.4. El catolicismo
2. Los países donde tiene lugar toda la industria de la moda y del diseño son, por excelencia, Fran-
cia e Italia (últimamente también se puede incluir España), estados fuertemente católicos.
Editorial UOC 62 Psicología económica y del comportamiento...
3. El televisor es el bien que se considera más necesario después de la nevera, y más que la lavadora.
Editorial UOC 65 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
“Los españoles que por aquellos tiempos habitábamos este país –aun los dotados con
cierta holgura económica– empezamos a consumir simbólicamente –gracias ante
todo al denotado esfuerzo de televisión española– los maravillosos objetos de las
verdaderas sociedades de consumo mucho antes de que aparecieran en el mercado
español.” (pág. 70)
“[...] en cierto modo los españoles hemos estado consumiendo durante muchos
años, símbolos, abstracciones, fantasías. Quizá por ello nos aferramos a los productos
en cuestión con tanta firmeza cuando por fin, los vemos materializados en nuestras
manos.” (pág. 132)
“El ciclo de un producto; primero consumido por los grupos sociales de renta más al-
tas y en las zonas más desarrolladas; progresivamente se extiende a zonas intermedias
y grupos más amplios; en una fase posterior ya no se exporta, sino que se fabrica en
las zonas menos desarrolladas y a una capa muy amplia de la población, pudiendo
Editorial UOC 67 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
darse una estructura jerárquica de las ciudades. Las ciudades más importantes actúan
como foco de innovación, y las de menor categoría, también las más pequeñas, en-
troncadas en el medio rural como último eslabón para la introducción en el medio
campesino de nuevas pautas de consumo.”
A. Rebollo (1978). “La transformación del consumo privado: 1958-1974”. En: A.R.
Navarro. La sociedad de consumo y su futuro en España. Madrid: Instituto Nacional del
Consumo.
“[...] ni siquiera en los sectores más acomodados –los propiamente consumistas– do-
minaba la racionalidad económica.” (pág. 104)
Los mensajes publicitarios de los sesenta tienen una función referencial cen-
trada en la explicación y presentación de las características funcionales de los
productos, en las que hay una preeminencia del objeto, sus atributos y su perfil.
Se trata de una publicidad propia de una sociedad de consumo de masas cuyos
destinatarios son estandarizados y genéricos (el ama de casa, el trabajador, el ca-
ballero, los niños). El usuario se constituye por el objeto que delimita su utilidad
concreta (Santamarina y Marinas, 1994). Hay una ruptura con la tradición, en
busca de un desarrollo de la modernidad. América y la Europa industrializada
son vistas como el modelo social de referencia. Se trata de vender la racionalidad
productiva. En definitiva, es una publicidad al servicio del producto.
Podemos afirmar que el franquismo generó unas condiciones culturales,
ideológicas y motivacionales óptimas para el desarrollo a lo largo de los años se-
senta de un modelo muy consumista, dependiente y subalterno, que no pode-
mos por menos que denominar muy voraz y acrítico, tal y como ya hemos
apuntado.
Los años setenta han pasado a la historia como la década de la crisis, crisis de
índole económica que tuvo sus repercusiones sociales, y que condujo a transfor-
maciones en la organización del trabajo y cambios en las formas de consumo.
En nuestro país, estos cambios tuvieron especial importancia, ya que a un con-
texto internacional de crisis tenemos que añadir una época de transformaciones
políticas: la transición política a la democracia. Pasemos a analizar cuál fue la
situación de crisis y cambio en los países industrializados o de capitalismo avan-
zado, y qué influencia ha tenido en los procesos de producción y en las formas
y prácticas de consumo.
Editorial UOC 69 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
La crisis de los setenta, que en un principio parece ser generada por el enca-
recimiento de materias primas y fundamentalmente del petróleo, se convierte
en una crisis del modelo industrial, incapaz de generar las tasas de crecimiento
y de rentabilidad que había proporcionado hasta entonces. Parece ser que las
formas fordistas y tayloristas de organización del trabajo ya no proporcionaban
incrementos apreciables de utilización de la fuerza de trabajo.
Por otro lado, encontramos una contradicción entre estos modelos de pro-
ducción, basados en la existencia de mercados abiertos y en gran expansión y el
paso a unos mercados cubiertos en sectores decisivos del consumo de masas (to-
do el mundo tiene automóvil, televisión, frigorífico, lavadora, etc.).
Esto hace que se replantee la validez de la organización del trabajo, entrando
en una etapa de crisis de las formas de producción existentes. Los principios del
taylorismo son sustituidos por dos nuevos objetivos: la integración y la flexibi-
lidad en las líneas de producción. La primera busca una mayor tasa de utiliza-
ción de las máquinas con un aprovechamiento intensivo de la fuerza de trabajo,
mientas que la segunda se basa en la utilización de la informática, la microelec-
trónica y la robótica. Se trata de conseguir una producción basada en equipa-
mientos flexibles, que sea capaz de adaptarse rápidamente a las variaciones de
la demanda.
En España en esos momentos se da una desaceleración del crecimiento, jun-
to con el estallido del paro y una perdida de empleo en todos los sectores, ex-
cepto en servicios, dando lugar al inicio de la llamada flexibilización del mercado
de trabajo y en particular, del empleo. Pero todo este tipo de transformaciones,
que se producen en los procesos productivos y que se generan durante los años
setenta, tendrá su total alcance en nuestro país en las décadas de los ochenta y
noventa.
Paradójicamente esta etapa de crisis y cambio político coincide con una serie
de cambios en el consumidor español que inducen a pensar en la consolidación
de una moderna sociedad de consumo. Se da un consumo más reflexivo, más
circunspecto; empieza a ser más importante la calidad que la acumulación; co-
mienzan a exigirse aumentos de consumo público. El sentimiento de que se ne-
cesita más de lo que se gana es más fuerte que nunca, pero no admite el ahorro
como sacrificio. El ahorro ya no es tratado como una reserva de seguridad, como
ocurría en el pasado franquista. Ya no se le asigna tanto esa función, por lo que
le queda sólo el componente orientado al consumo. El resultado es que la pro-
Editorial UOC 70 Psicología económica y del comportamiento...
Durante los años ochenta entramos de lleno en una carrera hacia la flexibi-
lización en el empleo, junto con una flexibilización de los procesos productivos,
y con una distribución del gasto propia de un economía industrializada. Este
tipo de producción especializada y flexibilizada se basa en la concepción de que
los consumidores son potencialmente distintos, de que hay segmentos de de-
manda muy diferenciados a los que hay que adaptarse.
Los nuevos sistemas de producción, llamados posfordistas, intentan introdu-
cir la suficiente flexibilidad en la misma fábrica o en pequeñas empresas coor-
dinadas para satisfacer las demandas de los mercados más articulados. Se
pretende llegar a un acercamiento tal entre los cambios en la demanda y los pro-
cesos productivos que el objeto de producción y el objeto de consumo se fun-
dan y la producción y el consumo estén interconectados como nunca (Alonso,
1989). El consumidor de hoy también quiere ser un productor, es un consumi-
dor de significados y quiere cada vez más ser un productor de significados. Se
ha pasado a ver el producto como un símbolo de estatus a verlo como un sím-
bolo de estilo: el consumidor es demandado por el productor para que éste
apunte sus deseos.
Todos estos cambios en la producción van encaminados a mercados segmen-
tados,4 a unos consumos más personalizados, más individualistas, en los que el
hedonismo y el narcisismo se convierten en valores triunfantes, mientras que la
comodidad, el placer y la mejora de la misma existencia son metas a las cuales
se vinculan los consumos.
Se da un estilo de vida que prima la forma y el diseño. Se trata de un indivi-
dualismo expresivo, que rechaza de plano la moral tradicional y que celebra la
libre expresión del impulso y no su autorrestricción; que aprecia nuevas formas
de expresión y no los valores tradicionales; y que considera el yo como medida
de todas las cosas y no como una gran parte de la ‘gran cadena del ser’ (Andrés
Orizo, 1992). Lo efímero, como señala Lipovetsky (1990), parece dictar la norma
que invade lo cotidiano. Existe una exagerada pasión por lo nuevo. De esta ma-
nera, la novedad formal se convierte en el elemento esencial de la cultura de
consumo y del diseño industrial.
En nuestro país, en el que a pesar de que durante los años de crisis de princi-
pios de los ochenta el consumo total per capita permanece estancado, llegando
a disminuir en 1982 y 1984, se consiguen alcanzar altas tasas de crecimiento,
que más que ser vistas como la lógica de la compensación a una situación de
escasez vivida en el pasado, empiezan a ser juzgadas como fruto de una orgía de
consumo a la que los habitantes de este país se han entregado (Esteve, 1991).
La última parte de la década de los ochenta y podemos decir que hasta el 92
(año de los grandes acontecimientos, Olimpiadas en Barcelona, Exposición Uni-
versal en Sevilla y capitalidad cultural en Madrid) se convierte en el gran perio-
do del consumismo español. La Encuesta Europea de Valores señala que en la
década de los ochenta todo el mundo ha mejorado un poco, pero parece que los
españoles lo han hecho algo más (Andrés Orizo, 1992). Tal y como apuntan Alo-
nso y Conde (1994) estos años adquieren las proporciones de apoteosis de la
cultura del consumo privado y excluyente, de la cultura del dinero y de la emu-
lación pecuniaria. Lo que se valora por encima de todo son el éxito económico
y sus símbolos. Los ochenta han estado claramente marcados por grandes ope-
raciones financiero-especulativas en torno al suelo y la vivienda, en claro detri-
mento de otras actividades productivas.
Se da una cultura del consumo orientada hacia lo simbólico y lo inmaterial,
junto con una serie de valores hedonistas, lo que contribuye a explicar nuestra
baja tasa de ahorro y la adopción del consumo como una fiesta. Pero esta etapa
de consumismo no durará siempre ni será igual para toda la población. En Es-
paña se asiste, al igual que en otros países, a un proceso de dualización social. Si
simplificamos la situación, podría decirse que dos terceras partes de ciudadanos
consiguieron trabajo y un estimable poder adquisitivo, mientas que una tercera
parte queda marginada o semimarginada del proceso de trabajo y de consumo.
La flexibilización de los procesos productivos y del empleo se ha traducido en
una erosión de la seguridad en el trabajo, creando situaciones de precariedad y
subempleo y dando lugar a una dualización social en la que se está creando una
subsociedad marginal, que no participa de las ventajas del crecimiento económi-
co y del consiguiente auge del consumo y del bienestar (Esteve, 1991).
Editorial UOC 73 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
a escala mundial, ya sea de forma directa, ya sea mediante una red de vínculos
entre los agentes económicos.
Esto ha sido posible gracias a la disponibilidad de nuevas redes de telecomu-
nicaciones y sistemas de información, que sientan las bases para la integración
global de los mercados financieros y la articulación segmentada de la produc-
ción y el comercio en todo el mundo. Las nuevas tecnologías de la información
se han extendido por el planeta a una velocidad de relámpago en menos de dos
décadas: se ha producido la llamada revolución tecnológica de la información.
Una de las implicaciones que responde a este modelo global es la que permite
la compra y el disfrute de forma que podríamos decir cuasi homogénea para
ciertos sectores sociales, sobre todo, los más privilegiados, es decir un modelo
único global de consumo. Esta tendencia se produce desde el lado de la oferta,
al tratar que determinados bienes se consuman por todo el planeta, tendencia
que hoy en día es más extensible y llena más espacios y de forma más rápida
gracias a las nuevas tecnologías de la información, pero que ya existía en el pa-
sado (no hay más que pensar en un producto como Coca-Cola).5
En realidad, no todas las empresas venden sus productos a través de todos los
continentes, pero la estrategia que siguen tanto las grandes compañías como las
pequeñas empresas en este contexto es vender donde puedan a lo largo y ancho
del planeta, ya sea directamente o por medio de la vinculación a redes que fun-
cionan a un nivel mundial (Castells, 1997). Se fomenta este tipo de consumo a
través de campañas publicitarias idénticas para todos los países.
Podemos afirmar que en el Primer Mundo, hoy en día, se pueden comprar
casi todos los productos que se producen en todo el planeta. Incluso hay centros
que por los productos y servicios que ofertan no sabríamos decir si nos encon-
tramos en París, Londres, Nueva York o Barcelona. Tenemos como ejemplo los
grandes centros comerciales y de ocio que, cada vez más, tienden a convertirse
en edificios emblemáticos de las ciudades-región. En los últimos años se han
creado en Barcelona centros como Maremagnum, Icaria-Yelmo, Glòries, Diago-
nal Mar, etc., que son característicos de esta oferta de consumo.
Nos encontramos en un escenario en el que las pautas de producción están
cada vez más deslocalizadas y más descentralizadas. Un producto puede ser di-
5. La última campaña de la marca Calvin Klein de colonias ONE ni siquiera cambió ni tradujo el
idioma, todo en inglés, y es la misma para todo el mundo, el Primer Mundo.
Editorial UOC 75 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Tabla 2.1.
A pesar de que en este primer apartado del capítulo se hable de la sociedad espa-
ñola como un todo, no se ha de entender como un todo homogéneo, pues existen
diferencias económicas, sociales y culturales notables en España. Aunque no por
ello hay que olvidar la existencia de una serie de pautas más o menos comunes, que
nos ayudan a entender mejor la formación de nuestra sociedad de consumo.
El proceso de configuración de la sociedad de consumo española es un proceso
profundamente desequilibrado desde el punto de vista geográfico entre un norte
industrialmente desarrollado y culturalmente diferenciado y un sur subdesarrolla-
do, y en cambio culturalmente homogéneo. Estas diferencias no solamente se han
dado entre las diferentes entidades culturales, históricas, lingüísticas, etc.; también
se han dado entre el campo y la ciudad, entre lo urbano y lo rural, produciéndose
un desequilibrio que marca todo el desarrollo histórico español.
“[...] los niveles globales del país han sido siempre engañosos, debido a sus profundos
desequilibrios internos. País heterogéneo –entre la meseta y la periferia, entre el norte
y el sur–, país de desigualdades –regionales y clasistas–, país de diacronías –entre sec-
tores modernizados y sectores misoneistas–, en la España actual a la creciente integra-
ción, subjetiva, de áreas y clases en la ideología del consumismo, se contrapone, una
dialéctica –objetiva– de situaciones proletarizadas.”
A. Ortí (1970). “Las bases sociales de la modernización política”. En: A.R. Martínez
Cuadrado. Cambio social y modernización política (pág. 59). Madrid: EDICUSA.
agraria aún en 1930. Pero esta industrialización posee una singularidad especial,
porque se da sin la existencia de recursos naturales. Para poder entender este fe-
nómeno y ver las repercusiones que ello ha tenido en la sociedad catalana, hay
que remitirse a etapas anteriores.
En concreto, existen dos instituciones que han tenido vital importancia,
como señalan los profesores Miguélez y Solé (1987): son el sistema de propiedad
de la tierra y su régimen de explotación, así como su estructura familiar.
El sistema de propiedad de la tierra, que permitía un contrato de arrenda-
miento de la misma perpetuo o a largo plazo e inclusive un subarrendamiento
por los llamados masovers, permite que la extensión de las tierras cultivables se
amplíe según las necesidades del mercado, con la consiguiente generación de ri-
queza. Por tanto, se da una mayor preocupación de los campesinos por sus tie-
rras, ya sean éstos propietarios o arrendatarios, cosa que no ocurre de la misma
forma en el resto de España, donde los rentistas terratenientes se caracterizan
por un mayor absentismo.
Por otro lado, tenemos la costumbre de la no partición de la tierra, la exis-
tencia del heredero (l’hereu), que era el encargado de la no división de la tierra
y de la cohesión de la familia como propietaria y controladora del patrimonio.
Como consecuencia, el resto de hijos jóvenes sólo heredaban una pequeña par-
te, la legítima, por lo que estaban forzados a abandonar el hogar y buscar fortu-
na. Con la ayuda del hermano mayor o con el poco dinero que heredaban
podían ir a la ciudad a realizar estudios o a aprender un oficio, siendo estos jó-
venes los que impulsaron toda una red comercial e industrial en Cataluña. Por
tanto los lazos entre la agricultura, el comercio y la industrialización de Catalu-
ña a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX se establecieron y reforzaron
sobre la base de las relaciones familiares (Miguélez y Solé, 1987). Esta institución
de la familia continua teniendo su peso en nuestros días, con una fuerte valora-
ción por parte del individuo, y se halla fuertemente cohesionada.
Estos aspectos históricos son el abono perfecto para que se den tres caracte-
rísticas que hacen que en Cataluña se produzca una concentración industrial de
bienes de consumo (Maluquer de Motes, 1985):
6. Entre 1940 y 1953, veintiún bancos catalanes fueron absorbidos por bancos españoles. La bur-
guesía catalana está ausente de los procesos de concentración y centralización industriales (carbón,
siderurgia, naval, azúcar) y del papel instrumental que éste juega en favor de los grandes grupos
bancarios y empresariales (Miguélez y Solé, 1987).
Editorial UOC 81 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Ello se traduce en un fuerte vínculo con el exterior, una gran presencia de las
multinacionales y dependencia de ellas, como ocurre en el resto del país. En Ca-
taluña no se pueden entender las clases dominantes ni su peso económico y po-
lítico si no se vinculan con el Estado español.
Por otro lado, la pequeña burguesía catalana propietaria de las pequeñas y
medianas empresas ha tenido un papel predominante en el desarrollo económi-
co de esta sociedad, que en la actualidad llega a contrastar con el aumento del
número de grandes empresas en el conjunto de España. Ello esta vinculado a la
existencia de una red de pequeños comercios, que cuentan con tradición y que
se traduce en unas prácticas de consumo en las que se prefiere la tienda a la gran
superficie. En Cataluña se da un porcentaje mayor de compra en mercados mu-
nicipales y en pequeños comercios que en lo que son supermercados e hiper-
mercados o grandes superficies (Atlas Comercial de Catalunya, 1990). Aunque
con la proliferación de los grandes centros comerciales de la última década, es-
tas preferencias están cambiando, y la gran superficie y el macrocentro comer-
cial progresivamente están ganando terreno al pequeño comercio.
Otra de las características de la sociedad catalana es el hecho de haber sido
una sociedad receptora de emigrantes durante todo este siglo, precisamente vin-
culado a ese proceso de industrialización. En la primera mitad del siglo XX las
tres cuartas partes del crecimiento demográfico provienen de la inmigración y
en 1975 el 38,3% de la población catalana ha nacido fuera de Cataluña. Esto tie-
ne una mayor incidencia en los núcleos urbanos: en el censo de 1970 en la ciu-
dad de Barcelona el 43,4% de la población no es autóctona. Esta inmigración de
tipo económico está compuesta por una mano de obra poco cualificada y con
niveles culturales bajos. Aunque no se puede hablar de estos inmigrantes como
una categoría o grupo social homogéneo, la mayor parte tiene un origen rural.
En estos años se da una confluencia entre la tradición mercantil y urbana ca-
talana, principalmente de la ciudad de Barcelona y su entorno, y las tradiciones
rurales de los nuevos habitantes inmigrantes, sobre la base de la nueva realidad
industrial, dando lugar a una nueva cultura, en la que están presentes las dos
raíces culturales, condicionándose mutuamente (Miguelez y Solé, 1987).
Estos grupos de inmigrantes, fundamentalmente de clase obrera, se identifi-
caron claramente con la clase obrera catalana, hija de la clase obrera catalana
tradicional (sectores textil y metal) que está unida en la reivindicaciones políti-
cas, económicas y nacionalistas. Dichos grupos presentan la autonomía catala-
Editorial UOC 82 Psicología económica y del comportamiento...
na como el marco general en el cual será posible desarrollar una sociedad más
justa, más igualitaria y más progresista.
Durante la etapa de la transición política se fragua un proyecto donde se
alían estas clases trabajadoras con las nuevas clases medias. Un proyecto basado
en la racionalización, la modernización, el aumento de servicios y de la inter-
vención de la Administración Pública en la construcción de una sociedad cata-
lana como marco de transformación social, con todo el componente simbólico
que ello implica.
Otro de los aspectos que cabe matizar para la sociedad catalana con respecto a
la sociedad española es el mayor sentido de lo público y la mayor conciencia ciu-
dadana existente. El hecho de poseer una identidad nacional, una conciencia na-
cional, marcada por una historia y cultura diferenciadas, junto con una entidad
lingüística propia, han hecho que la sociedad civil catalana tuviera un respeto
particular por los espacios públicos propios, no considerados éstos como pertene-
cientes a la Administración central y al ámbito institucional del Estado español.
Tal y como señala Andrés (1992), la sociedad catalana posee un mayor sentido de
lo público, favorecido por poseer una identidad propia y diferenciada.
Un indicador del proceso de modernización catalán que se ha mantenido
históricamente hasta nuestros días ha sido el conjunto de organizaciones y aso-
ciaciones representativas de los diferentes intereses de los múltiples grupos que
componen la sociedad catalana. Es una prueba más que reduce esta falta de sen-
tido de lo público, esta falta de sentido de ciudadanía que ha caracterizado a
otras zonas de España.
los aspectos propios del campo del consumo, las teorías que se han dedicado al
estudio del consumo utilizan e integran aspectos y conceptos de relevante im-
portancia para la teoría sociológica. La teoría de la acción, la configuración del es-
tatus-rol, el ciclo de vida, la asunción de grupos de referencia, la estratificación y la
movilidad social son, entre otros, los conceptos utilizados por las diferentes posi-
ciones teóricas y que encuentran relación directa en los comportamientos respecto
al consumo.
El objetivo de este segundo apartado del capítulo consiste en realizar un re-
corrido por las diferentes perspectivas teóricas que han tratado de explicar el
consumo como fenómeno social y, más concretamente, las diferentes posturas
que han aportado explicaciones válidas sobre los comportamientos y los hábi-
tos de los consumidores:
no tiene que ser explicado por la ciencia económica (Navarro, 1978). Las necesi-
dades son creadas por la personalidad del consumidor. La necesidad de alguien es
lo que este alguien designe como tal necesidad; así, la necesidad que el sujeto dice
tener es la que el sujeto tiene, sin ningún género de dudas, y no la que cree tener.
7. El grupo de pertenencia viene definido por las características estructurales que posee el indivi-
duo, en cuanto a clase social, sexo y edad, que lo predispone a unas prácticas y unos consumos
determinados. El grupo de referencia es el grupo social al que nos gustaría pertenecer y que confi-
gura el imaginario social que queremos alcanzar y, por lo tanto, influye en nuestros hábitos de
consumo.
Editorial UOC 87 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
elevándose y los consumidores sigan aspirando a metas más altas después de haber
mejorado su estándar de vida.”
Esta visión, por otro lado, también considera los deseos como elementos in-
trínsecos a la naturaleza humana y al individuo (entendido éste como ser abs-
tracto, descontextualizado de todo componente social, histórico y cultural),
pero tal como dice Galbraith, si los deseos son intrínsecos, entonces no hay por
qué suscitarlos con la manipulación de la demanda.
“La firma tiene que tomar todas las medidas viables para conseguir que lo que ella
desea producir sea deseado por el consumidor a un precio remunerador.”
J.K. Galbraith (1984). El nuevo Estado Industrial (pág. 74). Madrid: Sarpe.
producción de otros nuevos –más coches, más gasolina; más vacaciones, más
hoteles.
El mismo Galbraith (1992a) dirá que teniendo en cuenta el efecto demostra-
ción –dado que las necesidades del consumidor son creadas por el mismo proceso
que las satisface–, el consumidor está imposibilitado para cualquier elección libre.
Se encuentra sujeto a las fuerzas de la publicidad y de la emulación a través de las
cuales la producción crea su propia demanda.
Otra de las limitaciones de las teorías clásicas de los economistas consiste en
presentar la teoría del consumo como una:
“[...] teoría subjetiva del valor basada en la utilidad, en su esquema explicativo se evi-
taba cualquier referencia a la posición de clase o al lugar ocupado en el proceso de
producción social, las relaciones sociales colectivas desaparecían y las unidades que
se proponían para el análisis eran las unidades individuales, no existiendo, pues, gru-
pos cuyos objetivos o actuaciones se encuentran más allá de la racionalidad que ca-
racteriza las acciones de las unidades individuales.”
Al final de los años sesenta y durante los setenta, una serie de teóricos (Bar-
thes, 1980; Baudrillard, 1969,1970; Leonini, 1982; Marafioti, 1988) que algunos
autores han denominado sociólogos de la diferenciación aportan el enfoque es-
tructural. Esta perspectiva considera el consumo como medio que sirve para la
8. Todas las fidelidades de marca que se transmiten de madres a hijas, como en los casos de pro-
ductos alimenticios o de detergentes de limpieza, que la publicidad muestra, de una manera tan
acertada
Editorial UOC 91 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
“El consumo es la totalidad virtual de todos los objetos y mensajes constituidos desde
ahora en un discurso más o menos coherente. En cuanto que tiene sentido, el consu-
mo es una actividad de manipulación sistemática de signos.”
nuevo modelo de automóvil, ni un nuevo laxante, sino que llegamos a creer que
hemos de comprarlos. Los deseos han sido vaciados de contenido por la abun-
dancia para después ser manipulados, tratando de que los individuos deseen lo
que el sistema suministra.
Cada vez más lo que se consume es el símbolo de los bienes más que el pro-
pio bien. Realmente el mercado de hoy es un mercado dominado por lo simbó-
lico. El valor signo viene a superar y desplazar al valor de uso y al valor de
cambio, ya que éstos están dominados por la lógica de significación social. La
publicidad contribuye a ello como agente que crea y enriquece este valor signo,
y reafirma esta misma línea subrayando, por ejemplo, la salud, la belleza, la
aceptabilidad social y el éxito sexual que resulta de la posesión y el uso de un
determinado producto.
El consumo se entiende como un proceso de significación y comunicación,
según las palabras del propio Baudrillard (1970), que reorganiza el nivel prima-
rio de las necesidades en la forma de una lengua. Los objetos, las mercancías, los
bienes, los servicios, incluso los mismos actos de compra se convierten en len-
guaje.
Desde esta perspectiva, las prácticas de consumo no tienen sentido si se ana-
lizan como hechos individuales y separados unos de otros. Utilizando el parale-
lismo del lenguaje, sería equivalente a tratar de entender el significado que
tienen los nombres, los verbos, los adjetivos, de forma desligada y separada. El
consumo no se ha de entender como un afán de posesión de objetos, sino como
una organización de la sustancia significante que transforma el objeto en un sig-
no. El consumo pasa a ser una actividad sistemática de manipulación de signos
(Marafioti, 1988).10
Al consumir se juega y se manipulan los signos, se acumula, se cambia y se
distribuyen los objetos; se utiliza un servicio u otro, se prescinde de unas mer-
cancías y se invierte en otras según el mensaje que se quiera dar. La lógica del
consumo es una lógica de manipulación de signos y no puede ser reducida a la
funcionalidad de los objetos. Consumir significa, entre otras cosas, intercam-
biar significados sociales y culturales y los bienes son el medio de intercambio
(Leonini, 1982). Sólo en un sistema que se organiza sobre la significación social,
10. Las tiendas se han transformado en los últimos años, convirtiéndose en lugares de ocio, donde
comprar es una fiesta, pero una fiesta diferente y distintiva, según el tipo de establecimiento.
Editorial UOC 93 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Sin los bienes de consumo, ciertos actos de definición de uno mismo, así
como de definición colectiva en esta cultura serían imposibles. Se ha llegado a
una sofisticación tal que no sólo son los productos los que sirven como elemen-
tos identificativos por su diferencia sustantiva de uso o cambio, sino también
los signos que portan.11
La marca de un producto no condiciona sólo al producto, sino también al
consumidor como miembro del grupo de los consumidores de la marca. La
identidad social viene dada por o está en función de los productos y marcas que
se consumen. Cuando se compra la mercancía, se compran básicamente los sig-
nos que dan identidad.
Los objetos constituyen un elemento fundamental en la creación y el man-
tenimiento de la identidad, al ser elementos esenciales en el proceso de interac-
ción entre los individuos. Por su apropiación y uso se construye el personaje que
se quiere ser y/o parecer y por la interacción se transmite información sobre
nuestros valores y sobre nuestra posición social (Leonini, 1982).
Una vez apropiados, los objetos configuran un elemento de integración so-
cial. No se compra para satisfacer necesidades básicas; se compra y se consume
para decir a los otros lo que cada uno es o lo que le gustaría ser.
Hablar de identidad individual a través del consumo no significa que la cons-
trucción y definición de los individuos y sus intenciones manifestadas expli-
quen el comportamiento del consumo. Las identidades son identidades de
grupo: se desea ser del grupo y para el grupo. Se ha de pensar, como dice Ibáñez
(1994), que la estructura de la sociedad de consumo es grupal, todo deseo es gru-
pal, el grupo es el objeto de todo deseo, desear ser del grupo y para el grupo.
11. Si sólo hablamos de ropa se puede afirmar que mucho antes de que dos personas se acerquen
a hablar en la calle, ya se están comunicando por la vestimenta, el sexo, la edad y la clase social a
que pertenecen.
Editorial UOC 95 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
1) No hay evidencia de una lectura lineal discursiva sobre la ropa o que sobre
la ropa hacen los individuos.
2) Los significados de la ropa están sujetos a un léxico limitado.
3) Las diferentes combinaciones de ropa a veces convierten el mensaje en un
rompecabezas, del que se han de extraer algunas piezas para poder resolverlo.
12. Si pensamos en el color moreno o bronceado de la piel, vemos que el valor de los signos ha
cambiado con el tiempo. Con la llegada de la industrialización masiva, cuando los obreros pasan
largas jornadas en las fábricas, las burguesías empiezan a adoptar el color moreno como síntoma de
salud, estatus y bienestar social, para distinguirse de las masas obreras.
Editorial UOC 96 Psicología económica y del comportamiento...
Los cambios acontecidos en las últimas décadas, que van desde las formas de
organización de la producción (la gran industria es sustituida cada vez más por
formas flexibles de producción) hasta cambios en la formas de consumo (la cul-
tura uniforme del consumo de masas es sustituida por la de la heterogeneidad
de estilos), pasando por cambios en la estructura social, donde la estructura so-
cial jerárquica de un pequeño número de clases se ve sustituida por una estruc-
tura más fluida (la nebulosa de la clase media, la fragmentación de la clase
obrera, el aburguesamiento de los obreros cualificados, una mayor movilidad
social) (Herpin, 1993), hacen que se hable de un nuevo tipo de sociedad, deno-
minada, para algunos autores, postmoderna.
En este nuevo tipo de sociedad se pasa, tal y como dijo Baudrillard (1970), de
una lógica capitalista centrada en la producción y basada en los valores de uso
y de cambio, a una lógica centrada en el consumo, fundamentalmente basada
en el valor signo. En palabras del propio Ibáñez (1994), se pasa de un capitalis-
mo de producción a un capitalismo de consumo.
Para una serie de teóricos, denominados sociólogos de la postmodernidad
(Featherstone, 1992; Jameson, 1986; Lipovestky, 1990; entre otros), el con-
sumo pasa a ser el principal elemento definidor de esta sociedad, dándole un
papel fundamental en los análisis y convirtiéndolo en el fenómeno emergen-
te y central de la sociedad actual.
El consumo y/o la conducta del consumidor se desplazan hacia la posición
que en el pasado moderno de la sociedad capitalista, estaba ocupada por el tra-
bajo bajo la forma de salario. El consumo pasa a ocupar, por tanto, en las socie-
dades postmodernas el papel que ocupaba el trabajo en la modernidad. El
individuo es visto más como consumidor que como productor, siendo su papel
de consumidor el que lo define. Algunos autores llegan a apuntar que en esta
nueva sociedad, la conducta del consumidor se convierte en el motor de las mu-
taciones socioeconómicas futuras (Herpin, 1993).
“La entrada en la sociedad de consumo significa, más que cualquier otro campo so-
cial, la salida de la sociedad moderna, puesto que lo que mejor define a ésta es que las
conductas están determinadas en ella por el lugar de los actores en el proceso de mo-
dernización, delante o detrás, arriba o abajo…, el actor se sitúa en relación consigo
Editorial UOC 99 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
mismo y con los mensajes emitidos por un vasto público o por su pertenencia a gru-
pos restringidos primarios.”
La lógica del consumo invade todos los ámbitos. Se trata de una lógica basa-
da, entre otros aspectos, en la seducción. Lipovetsky (1986) dice que la seduc-
ción se ha convertido en el proceso general que tiende a regular el consumo, la
organización, la información, la educación y las costumbres. Se da un cambio
de centralidad: de las relaciones de producción se pasa a las relaciones de seduc-
ción. La cultura postmoderna es la del feeling y la de la emancipación individual
extensiva a todas las categorías de edad y género.
El consumo se convierte en elemento fundamental de la vida de los indivi-
duos. En él confluyen los aspectos reproductivos del sistema, tanto los de índole
económica como los de índole social, siendo en las elecciones en el consumo
donde confluye este cúmulo de aspectos.
13. Objetos de la cultura popular como el papel pintado en las paredes, las flores de plástico, etc.,
se convierten en elementos de arte o postmodernos; pensemos en el cine de Almodóvar.
Editorial UOC 101 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Los cambios descritos por estos teóricos afectan también a los valores. La so-
ciedad postmoderna aparece como la sociedad de la democratización del hedo-
nismo que alcanza a todo su conjunto. El individuo se mueve por el principio
del placer, dentro de una gran opcionalidad y una gran libertad de elección en-
tre una oferta diversa y aparentemente ilimitada.
La racionalidad de la que hablaban los clásicos queda reducida a procesos de
decisión en donde lo verdaderamente importante es la disquisición entre elegir
lo primero o lo segundo. Hasta tal punto esto es así que, como dice Bauman
(1992), gastar se convierte en una duda, quizá la más importante. Estas eleccio-
nes se han convertido en la base de identificación social. Pero se trata de un he-
donismo ilusorio, característico de un deseo de provocar en la realidad los
deseos creados por la imaginación.
Esta cultura del consumo descalifica la vieja ética protestante, que valoraba
el trabajo como definidor del ser, de la identidad personal y social, entrando en
una fase en la que se mide a cada uno por lo que tiene y no por lo que hace. Los
ídolos de la producción han sido sustituidos por los del consumo (Featherstone,
1992a).
Esta cultura hedonista insta a cada cual a convertirse en el dueño y poseedor
de su propia vida, a autodeterminarse en sus relaciones con los demás y a vivir
14. Cualquier objeto de consumo tiene una vida útil muy corta, establecida por la llegada al mer-
cado de un objeto prácticamente similar, con las mismas prestaciones, pero que recalca su novedad
a través de algunos cambios y, sobre todo, de campañas publicitarias asociadas a él.
Editorial UOC 103 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
La centralidad que establece esta perspectiva con el consumo como eje y mo-
tor fundamental de los procesos sociales es excesiva y peca de reduccionismo.
Los procesos y avances tecnológicos y las nuevas formas de organización del tra-
bajo, así como, ahora más que nunca, las incertidumbres políticas y los miedos
que atacan a nuestra sociedad son elementos que debemos considerar.
Se establece una sustitución de los elementos de la estructura social, como
eje explicativo de los comportamientos del consumo, por elementos de índole
cultural, cuando más bien se trataría de una complementariedad de ambos.
La culturización excesiva del consumo, basada en la existencia de los estilos
de vida, sirve más a los empresarios para sus campañas de marketing, que para
explicar las desigualdades en el consumo.
El consumidor no está desorientado por la profusión de un mercado y la re-
novación acelerada de los productos. Cada nuevo producto que se adquiere tie-
ne referentes inmediatos en los anteriores que se adquirieron en un pasado, van
ligados unos con otros. El consumidor no necesita de un estilo de vida para dis-
poner de una línea de conducta.
El estilo de vida para los sociólogos de la postmodernidad confiere una iden-
tidad colectiva, pero que no proviene de una situación dada, ni es el resultado
de relaciones interpersonales. El estilo de vida no tiene otra existencia que la de
un simulacro en la imaginación de un colectivo de individuos, que solamente
tienen en común el haber estado expuestos a la influencia de los mismos me-
dios de comunicación de masas. La realidad de los estilos de vida es aquella que
le confieren los medios de comunicación de masas y el marketing (Herpin,
1993).
Postmodernismo, hedonismo, moda e hiperestetización de la vida cotidiana
son fenómenos paralelos a la lógica que tiende a igualar cultura del consumo
con la cultura misma, a la sociedad con el mercado, a la vida con el gasto (Alo-
nso y Conde, 1994). Se plantea la sociedad bajo un culto a los objetos que parece
ser que lo controlan todo, ya que el verdadero sujeto está ligado al deseo. Por
tanto, parece que exista una sociedad sin sujetos, en la que se vive en un mundo
de apariencias, fragmentado, en un abismo permanente y donde la única espe-
ranza es vivir del consumo.
Editorial UOC 107 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Hasta aquí se han expuesto tres perspectivas teóricas que han influido en la
forma de entender el consumo hasta la actualidad. Pero todas ellas han estudia-
do el consumo como un fenómeno social separado de dos factores, fundamen-
tales para poder dar cuenta de las prácticas de consumo y su evolución.
Desde esta posición teórica se trata de explicar cómo las distintas evoluciones
que han sufrido los procesos de productivos han influido en las diferentes formas
de consumir, sin pretender con ello una relación causal unidireccional entre pro-
ducción y consumo, sino que más bien se trata de una interacción mutua, en la
que ambos procesos están interconectados. Precisamente por ello hay que anali-
zarlos interactivamente para poder entenderlos.
Tal y como señalan Preteceille y Terrail (1985), las transformaciones en los
modos de consumo se corresponden a desarrollos de los procesos de produc-
ción, ya que la especificidad de ciertos modos de consumo depende en concreto
de ciertos modos de producción.
Por tanto, un modelo de consumo sólo puede responder a las necesidades ge-
nerales de un modelo social de desarrollo económico en el que las condiciones
particulares de creación y distribución del valor, es decir, los procesos productivos
y las relaciones sociales que a través de ellos se generan, coincidan con sus condi-
ciones de realización en el mercado, o más bien en el consumo (Alonso, 1989).
Las pautas de consumo vienen determinadas estructuralmente por las mis-
mas relaciones de producción, que ayudan a mantener la absorción de la pro-
ducción, siendo las relaciones sociales de producción las que determinan la
posición que cada individuo ocupará en el sistema productivo y, por ende, su
participación en la distribución de la renta, la cantidad y la forma de consumo.
Esta concepción, que relaciona el mundo productivo con los modos de con-
sumo, no se corresponde a una concepción restringida del mismo y limitada ex-
clusivamente a las posiciones de los individuos en las relaciones de producción.
Se trata de una idea más amplia, que engloba también aspectos culturales del
Editorial UOC 109 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
mismo. Así, las relaciones o aspectos de la cultura de los trabajadores que se re-
velan en el mundo de la producción explican relaciones entre grupos sociales
fuera de este ámbito. Por ejemplo, el fordismo y el taylorismo, dentro de esta
concepción, son entendidos más que como meras formas de organización de los
procesos productivos, como aspectos que implicaban el control y el diseño de
las pautas de consumo y de las formas de vida.
Es pues capital, en esta perspectiva, analizar cómo se desarrollan unos procesos
determinados de producción y cómo éstos van ligados a un tipo determinado de
consumo. Así, si se estudian los cambios que han introducido el taylorismo y el
fordismo en los procesos productivos, se observa que existe una correspondencia
con los objetos de consumo que se producen e incluso, si cabe, con el modelo de
consumo.
El taylorismo y el fordismo han supuesto la normalización y estandarización
de la herramienta de trabajo, junto con una normalización y racionalización del
proceso productivo que conlleva una división de funciones y, por tanto, una
descualificación, al tiempo que aumenta el control patronal del proceso de tra-
bajo. Ello ha ido unido a una producción de la demanda, a una producción en
grandes series de objetos geométricos e impersonales, en los que se prescinde de
cualquier aspecto ornamental y/o individualizado.
La línea de artículos de una determinada firma se reduce hasta un modelo
único por marca. Pero este proceso no sólo tendrá estas dimensiones, sino que
adquirirá proporciones más generales. Tal y como dice Alonso (1989), se apela
a la ciencia y a la técnica, dándose un movimiento de racionalización general y
así, lo que parecían ser únicamente las condiciones particulares para asentar un
modelo de acumulación, se convierten artificialmente en las bases necesarias
para la modernización y el bienestar universal.
Producción Consumo
Producción Consumo
R.S. Lee (1993). Consumer Culture reborn (pág. 119). Londres: Routledge.
Editorial UOC 111 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Fordismo Postfordismo
Durabilidad No durabilidad
Electromecánico Microeléctrico
Solidez Fluidez
Estructura Flexibilidad
Colectivo Individual
Homogéneo Heterogéneo
Estandarizado Singularizado
Fijo Portátil
Función Forma
Utilidad Estilo
“Cada proceso de consumo está enlazado a las relaciones de clase y cada proceso de
consumo social está enlazado a las relaciones de clase que determinan las formas de
socialización. La socialización del consumo y de la producción no son un producto
de antemano e inevitable del desarrollo de las fuerzas de producción y de las necesi-
dades que resultan de las mismas, ni puramente un producto de una estrategia de do-
minación. Son la respuesta contradictoria, continuamente desplazada y rematizada
por las relaciones de políticas que esto produce y de las contradicciones de la repro-
ducción social tal y como se expresa en las luchas sociales.”
E. Preteceille y J.P. Terrail (1986). Capitalism, consumption and needs (págs. 143-144).
Oxford: Basil Blackwell.
Editorial UOC 115 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Desde los inicios de la sociología del consumo, no han sido pocos los au-
tores que han tratado de vincular el fenómeno del consumo con los aspectos
relevantes de la estructura social. Así, Veblen (1944) fue el primero en intro-
ducir analíticamente este aspecto, pero anteriormente se habían realizado
diversos estudios o investigaciones que establecían paralelismos entre las di-
ferentes formas de consumir y los indicadores referentes a las clases sociales
(frecuentemente basados en la ocupación). Autores como Le Play, en 1829,
o Engel, en 1857, evidenciaron empíricamente la relación existente entre la
distribución del gasto familiar y las diferentes categorías ocupacionales. En
esta misma línea, Halbwachs realiza en 1912 un excelente estudio sobre los
modos de vida de las clases trabajadoras.
También desde otras disciplinas que se han dedicado al estudio del con-
sumo se ha relacionado el consumo con la estructura social. Así, por ejem-
plo, los análisis económicos se han visto forzados cada vez más a introducir
en sus modelos explicativos de la función consumo aspectos referentes a la
estructura social y a la posición que los individuos ocupan dentro de la mis-
ma. Duesenberry (1967) introdujo en los modelos económicos de la fun-
ción consumo la estructura social y la posición que en ella ocupa el
consumidor. El consumo se convierte de ese modo en una función de la po-
sición del sujeto en la distribución de la riqueza en la sociedad (Ragone,
1968).
En los países occidentales se produjo después de la Segunda Guerra Mun-
dial un aumento de los niveles de vida. Junto con la instauración del estado
de bienestar y el desarrollo del mal denominado consumo de masas, comien-
zan a adquirir importancia las cuestiones relacionadas con el consumo. El
consumo adquiere cada vez mayor relevancia entre las preocupaciones coti-
dianas de los individuos y de las familias.15
15. Si al final del siglo XIX fue la fábrica y sus chimeneas, a finales del siglo XX no hay nada más
emblemático para representar a nuestras sociedades que un centro comercial o unos grandes alma-
cenes.
Editorial UOC 116 Psicología económica y del comportamiento...
Pero cabe señalar que así como los estudios referidos a la producción han
sido abundantes y de gran riqueza teórica, no se puede decir lo mismo del con-
sumo. La esfera del consumo se encuentra conceptualmente subdesarrollada.
Lamentablemente, los argumentos concernientes al consumo suelen reflejar la
confusión que ha caracterizado cada vez en mayor medida los debates sobre el
análisis de clase y la estratificación.
Uno de los debates actuales gira en torno al creciente énfasis sobre el sig-
nificado cultural del consumo en la construcción de las identidades colecti-
vas o de clase, así como en el mantenimiento de las posiciones de ventaja y
desventaja, tanto material como simbólica. Ligados a la importancia que se
le concede al consumismo, a la cultura del gusto y al propio consumidor,
para algunos autores estos elementos son más importantes que los aspectos
económicos en la construcción cultural y social de las clases. Junto con ello
se ha producido, también, un aumento de la importancia de las cuestiones
referidas a los estilos de vida, en contraposición a los estudios más clásicos
referidos a clase social.
Pero ni todas las prácticas sociales son prácticas de clase, ni solamente a
través del concepto de clase se pueden explicar las desigualdades. Existen
otros ejes estructuradores de la realidad social y, por tanto, explicativos de
los comportamientos y los hábitos de consumo. Una de las formas más visi-
bles de desigualdad es la producida por el género. Al mismo tiempo el género
contribuye con gran fuerza y en mayor medida que la clase a la configura-
ción de identidades. El género es reconocido como un poderoso foco de or-
ganización social, considerándose como un eje fundamental a la hora de
explicar las desigualdades y la configuración de identidades, siendo el con-
sumo uno de los ámbitos donde se visualizan y expresan ambas (Walby,
1990).
Editorial UOC 117 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
En este apartado se trata de analizar la clase y el género y cuáles han sido las
aportaciones teóricas en las que se basan. Se señalan también cuáles han sido
los estudios que han relacionado el consumo con estos aspectos.
creto de consumo son determinados por los procesos de trabajo. Los procesos
de producción y reproducción de la fuerza de trabajo determinan una serie de
aspectos relacionados directamente con el consumo.
Éstos van desde la utilización del tiempo, que condiciona las prácticas de con-
sumo según los horarios de trabajo, hasta el reparto desigual de los medios de con-
sumo (referido a consumo colectivo) en un territorio nacional y en la misma
ciudad, pasando por la estructuración del presupuesto familiar (Godard, 1975).
En las desigualdades ante la producción está el origen de las desigualdades en el
consumo.
Hay dos obras fundamentales sobre la cuestión de la relación del consumo
con las clases sociales:
“La utilidad del consumo como demostración de riqueza ha de clasificarse como pro-
ceso derivado. Es una adaptación a un nuevo fin, por un proceso selectivo, de una
distinción ya existente y bien cimentada en los hábitos mentales humanos.”
T. Veblen (1944). Teoría de la clase ociosa (pág. 76). México: Fondo de Cultura Económica.
16. T. Veblen (1944). Teoría de la clase ociosa. México: Fondo de Cultura Económica.
17. P. Bourdieu (1991). La distinción. Criterios y bases sociales del gusto. Altea: Taurus Humanidades.
Editorial UOC 119 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Para Veblen, el patrón de gasto que generalmente guía los esfuerzos de los
individuos y las familias responde a un ideal de consumo que está ligeramente
por encima de sus posibilidades y que exige algún tipo de esfuerzo para conse-
guirlo. Dicho ideal está ligado a la posición de clase.
“En cualquier comunidad donde los bienes se poseen por separado, el individuo ne-
cesita para su tranquilidad mental poseer una parte de bienes tan grande como la por-
ción que tienen otros con los cuales está acostumbrado a clasificarse; y es en extremo
agradable poseer algo más que ellos.”
T. Veblen (1944). Teoría de la clase ociosa (pág. 37). México: Fondo de Cultura Eco-
nómica.
Estas pautas, que marcan la formas de consumo, van más allá que el propio
consumo de bienes, llegando incluso a los aspectos culturales, a las formas y
modos de vida, así como a los valores a ellos asociados. Se trata de un deseo de
conformarse según los usos establecidos, de evitar observaciones y comentarios
desfavorables, de vivir de acuerdo con los cánones de decoro aceptados en rela-
ción con la clase, cantidad y grado de bienes consumidos, así como en materia
de empleo decoroso de su tiempo y esfuerzo (Veblen, 1974). Éstos varían de
acuerdo con el grupo social al que se pertenece.
Si para Veblen conceptos como la emulación pecuniaria o el afán de prestigio
y de distinción son esenciales para explicar el comportamiento del consumo de
las clases sociales, para Bourdieu son fundamentales los conceptos de gusto y de
habitus, e incluso el de distinción.
Bourdieu establece en su estudio una correspondencia entre un mapa de los
consumos y la clase ocupacional. Para poder explicar las relaciones entre el con-
cepto de clase y su mapa de consumos, dirá que la clase social no se define sólo
por una posición en las relaciones de producción, sino también por el habitus
de clase que normalmente se encuentra asociado a esta posición (Bourdieu,
1991).
Realiza una ampliación de las nociones más clásicas de clase social referidas
solamente al ámbito productivo. Para ello introduce el concepto de habitus de-
finiéndolo como “un sistema de disposiciones durables y transferibles, que in-
tegran todas las experiencias pasadas y que funciona en cada momento como
matriz estructurante de las percepciones, las apariencias y las acciones de los
Editorial UOC 120 Psicología económica y del comportamiento...
“El gusto es el principio de todo lo que se tiene, personas y cosas, y de todo lo que es
para los otros, de aquello por lo que uno se clasifica y por lo que lo clasifican.”
P. Bourdieu (1991). La distinción. Criterios y bases sociales del gusto (pág. 53). Altea:
Taurus Humanidades.
Así, ayudado por estos dos nuevos conceptos, habitus y gusto, para Bourdieu
la clase se define también por su consumo, tanto como por su posición en las
relaciones de producción. Los calificativos para describir la decoración de una
vivienda o de los muebles que se poseen están más relacionados con la clase so-
cial que con otros aspectos, como pueda ser el nivel escolar adquirido. Esto es
así porque sin duda nada depende más directamente de los aprendizajes preco-
ces, y especialmente de aquellos que se realizan al margen de cualquier acción
pedagógica reglada, que las disposiciones y los conocimientos que se emplean
en la denominación, uso e intercambio del vestido, el mobiliario y la cocina o
con mayor precisión, la manera de comprar los vestidos, los muebles y los ali-
mentos (Bourdieu, 1991).
También Halbwachs (1913), anteriormente a Bourdieu, consideró que las
distinciones u oposiciones de clase se fundamentan sobre la consideración de la
actitud tomada por estas clases, sea en la producción, sea en el reparto, sea, en
fin, en el consumo. Las clases siempre se definen en relación a los bienes consi-
derados como los más importantes en cada sociedad. Dicho de otro modo, no
hay que buscar el verdadero principio de separación de las clases sólo en las zo-
nas de trabajo productivo, sino también en el consumo.
Editorial UOC 121 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
“Uno no sabe a qué barrio, qué automóvil, qué ropa debe mudar cuando asciende de
puesto.”
J. Ibáñez (1994). Por una Sociología de la vida cotidiana (pág. 180). Madrid: Siglo XX.
fieren hoy en día las medidas del estilo de vida a las de clase (Pahl citado por
Crompton, 1994), precisamente porque el consumo es el campo en el que mejor
se puede definir y analizar el significado de los diferentes estilos de vida.
Pero la relación entre consumo y estilos de vida no reduce estos últimos a un
concepto que sirva solamente para explicar o agrupar las prácticas de consumo
en nuevas clasificaciones, sino que existe un intento de ampliación del campo
de acción de los mismos.
Así, Cathelat entiende por estilos de vida una combinación de características re-
feridas a las condiciones de vida y al sistema de valores, de prioridades, de normas
y de ideas a las que los individuos se adhieren y que se hacen físicamente observa-
bles en las actitudes, los comportamientos y las conductas (Neveu, 1990). Turner
(1988), a su vez, los considera como la totalidad de prácticas culturales, tales como
formas de vestir y hablar, opiniones y actitudes y disposiciones corporales.
Estos últimos aspectos hacen referencia a las clasificaciones utilizadas a me-
nudo por investigadores de mercado, siendo descritas como escalas de prestigio
o estatus. Con todo, hay que decir que estos autores han utilizado escalas ocu-
pacionales que han sido deliberadamente construidas de acuerdo con el supues-
to prestigio o la deseabilidad ocupacional.
A partir de los años ochenta, con la complejización y la proliferación de bie-
nes y servicios, aparecen nuevas formas de consumo relacionadas con la edad,
la composición familiar y el ciclo familiar. Surgen nuevas construcciones socia-
les de la identidad de los grupos y nuevas categorías en las que hay que incluir,
el género, la edad, la raza, etc. , relacionadas con estas nuevas formas de consu-
mir sin grupos de estratos fijos.
Ligado a ello, desde el punto de vista de las posiciones de los teóricos de la
llamada postmodernidad, se ha tratado de enfatizar el peso del consumo como
definidor no solamente de los estilos de vida, sino también de la misma cultura,
(como ya se ha señalado en el apartado anterior), en un intento de suplantar el
posible peso explicativo de éstos como elementos definidores de las prácticas de
consumo. Se da un movimiento, según ellos, hacia una sociedad en la que no
hay grupos fijos y en la que la adopción de estilos de vida por grupos específicos
ha sido superada: cada uno puede ser cualquiera.
La cultura postmoderna se basa en la producción de información y la proli-
feración de imágenes, las cuales en última instancia no pueden ser establecidas
o jerarquizadas en un sistema fijo de correlaciones sociales. Se preguntan si exis-
Editorial UOC 123 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Pero para entender la posible relación entre consumo y los posibles ejes es-
tructuradores de la realidad social, hay que considerar las posiciones de los in-
dividuos en las relaciones de producción y distribución de bienes y servicios, es
decir, la clase social.
“Un rasgo común de todos los analistas de clase y de estratificación que intentan ex-
plicar, y no simplemente describir, las desigualdades sociales y materiales, es que to-
dos ellos consideran que los grupos que se trata de identificar emergen de las
relaciones predominantes de producción, distribución e intercambio en las socieda-
des industriales capitalistas.”
“El gusto, la propensión y aptitud para la apropiación (material y simbólica) de una clase
determinada de objetos o prácticas enclasadas y enclasantes, es la forma generalizada que
se encuentra en la base del estilo de vida, conjunto unitario de preferencias distintivas,
que expresan, en la lógica específica de cada uno de los subespacios simbólicos –mobilia-
rio, vestido, lenguaje o hexis corporal– la misma intención expresiva.”
P. Bourdieu (1991). La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (pág. 172). Altea:
Taurus Humanidades.
“El tipo de gastos aceptados en la comunidad o en la clase a que pertenece una per-
sona determina en gran parte su nivel de vida.”
I. Veblen (1944). Teoría de la clase ociosa (pág. 117). México: Fondo de Cultura Econó-
mica.
R. Halbwachs (1913). La classe ouvrière et les niveaux de vie (pág. X). París: Alban.
Pero esto conduce a otro problema que ha tenido tanto implicaciones teóri-
cas como empíricas: es el de los elementos que sustentan la conciencia de clase,
es decir, a través de qué aspectos se fundamenta la noción de clase.
Esta conciencia de clase se ha sustentado, desde los estudiosos de la estructura
social, sobre la base de la idea que los individuos tienen de sí como grupo a partir
de sus posiciones en las relaciones de producción y/o de mercado. En cambio, au-
tores de la llamada postmodernidad, como Bauman (1992), han señalado que la
clase está perdiendo, o ha perdido, su capacidad de actuar como fuente de iden-
tidad y organización colectiva y, por tanto, que los individuos cada vez se perci-
ben y son percibidos en mayor medida a través de sus consumos.
Así, los modos de vida y las identidades a ellos asociadas aparecen hoy ma-
yoritariamente estructurados por una oposición entre el campo de prácticas y
de representaciones relativas a la producción y el campo de prácticas y represen-
taciones relativas a la vida fuera del trabajo (Lefacheur, 1983), fundamental-
mente las referidas al consumo. La nueva lógica de la economía sustituye la
moral ascética de la producción y de la acumulación, fundada en la abstinen-
cia, la sobriedad, el ahorro y el cálculo, por una moral hedonista del consu-
mo, basada en el crédito, el gasto y el disfrute. Esta economía aspira a un
mundo social que juzgue a las personas tanto como por sus capacidades de
Editorial UOC 127 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
“Una clase se define por su ser percibido tanto como por su ser; por su consumo –que
no tiene necesidad de ser ostentoso para ser simbólico– tanto como por su posición
en las relaciones de producción (incluso si fuera cierto que ésta rige a aquel).”
P. Bourdieu (1991). La distinción. Criterio y bases sociales del gusto (pág. 494). Altea:
Taurus Humanidades.
Tal y como hemos señalado antes, la sociología del consumo plantea que con
el desarrollo del postmodernismo, el gusto, la cultura y el estilo de vida han co-
brado importancia en la estructuración de las clases, particularmente en lo que
respecta a los elementos de las nuevas clases medias. La hiperinflación de sím-
bolos asociada al crecimiento del capitalismo de consumo ha aumentado rela-
tivamente el peso de la cultura en los procesos de estructuración de clases.
“Los procesos de clase no son los únicos factores que contribuyen al mantenimiento
y la reproducción de la desigualdad. Las prácticas culturales están profundamente im-
plicadas tanto en su reproducción como en su mantenimiento y, en efecto, la visibi-
lidad y el nítido perfil de las prácticas culturales hacen que a menudo sean descritas
no como manifestaciones de clase, sino como las clases mismas.”
de servicios, etc. Se trata de un colectivo que desempeña trabajos cuya base teó-
rica reside en su capital cultural, esto es, la posesión por parte de sus miembros
de niveles relativamente altos de educación y formación, y cuyos intereses pue-
den, por tanto, distinguirse de los poseedores del capital económico –la peque-
ña burguesía tradicional– y de los que no tienen otra cosa que ofertar en el
mercado más que su trabajo (Goldthorpe, 1992).
Respecto a la relación de estos dos grupos, la vieja pequeña burguesía y las
nuevas clases medias, a pesar de sus diferencias en comportamientos y actitu-
des, se puede afirmar que se distancian mucho más de las llamadas clases traba-
jadoras que entre ellas mismas. Bourdieu (1991) sugiere que en su lucha por
consolidar su dominio, la burguesía encuentra en la nueva pequeña burguesía
un aliado natural, tanto económica como políticamente. Este grupo, la nueva
clase media, reconoce en la burguesía la encarnación de su ideal humano y co-
labora de forma entusiasta en la imposición de nuevas normas éticas (especial-
mente en lo que respecta al consumo) y de sus correspondientes necesidades.
Las nuevas clases medias han experimentado un crecimiento espectacular
desde la segunda mitad de este siglo. En la sociología del consumo se han desa-
rrollado argumentos según los cuales el desarrollo y aumento de estas categorías
ocupacionales (y las relacionadas con ellas) no constituye simplemente una res-
puesta a los requisitos cambiantes de la economía; antes bien, su actual importan-
cia se debe contemplar como un resultado de los cambios culturales generales que
han creado la demanda de satisfacción de nuevas necesidades. Se considera tam-
bién que los que ocupan ocupaciones relacionadas con la satisfacción de estas ne-
cesidades han jugado un papel activo en la identificación de las necesidades y
la manera en que se satisfacen.
“La nueva pequeña burguesía viene representada por ocupaciones que implican pre-
sentación y representación y por todas las instituciones que proporcionan bienes y
servicios simbólicos, producción y organización cultural.”
les distingue de los demás. Estas nuevas clases medias están movidas por un
quiero ser que en realidad es un parecer, una pretensión. Se han convertido en
productores de signos que en cierta medida desplazan a los productores de mer-
cancías del capitalismo organizado.18
Estos grupos utilizan su capital cultural para consolidar nuevos sistemas de
clasificación. Featherstone (1992) acentúa la rápida inflación que se ha produ-
cido en los gustos del consumidor, ya que los gustos dominantes están al alcan-
ce de un círculo cada vez más amplio de consumidores. Los productores
culturales y los especialistas en producción simbólica, que forman parte de esas
nuevas clases medias, encuentran su justificación en la carrera social de obs-
táculos para mantener una distinción reconocida a través del consumo y el
disfrute.
Pero estos dos grupos, la vieja pequeña burguesía y las nuevas clases medias,
no son homogéneos. Bourdieu –a partir de su mapa de gustos– los identifica
como grupos que tienen unos comportamientos diferenciados y que se plasman
en el consumo, y la explicación de dichos comportamientos viene de la pose-
sión de capitales diferentes.
Así, la vieja clase media, poseedora mayoritariamente de capital económico,
se diferencia de las nuevas clases medias, poseedoras mayoritariamente de capi-
tal cultural. Las diferencias objetivas de capital, tanto económico como cultural,
se reducen en la práctica a formas diferentes de gusto. La forma de apropiación
de los que tienen más capital cultural es simbólica, mientras que la de quienes
tienen más capital económico es material.
Otros autores también han establecido diferencias en las formas de consumir
dentro de la heterogeneidad que presentan las clases medias. Wynne (1990) re-
fleja las diferencias de gusto, identificadas también por Bourdieu, entre la bur-
guesía tradicional y las nuevas clases medias.19
18. Estas clases medias se convierten en prototipos de consumo de determinados bienes, que pos-
teriormente son adoptados por las clases trabajadoras. Sólo cabe hablar de modelos de coches
como el Audi 3, el Golf, etc., que han servido de reclamo ideal para determinados grupos sociales.
19. El desajuste entre el capital cultural y el capital económico se ve plasmado en las copias y las
sustituciones del mueble de anticuario por el encontrado en el rastro y del cuadro por la litografía
(Bourdieu, 1991).
Editorial UOC 132 Psicología económica y del comportamiento...
Savage, Watt y Arber (1992) también han aplicado este mapa de los gustos
culturales (o de consumo) a los diferentes grupos sociales de las clases medias.
Siguiendo los resultados de las investigaciones de mercado, establecen la si-
guiente caracterización:
1) Los profesionales del sector público –alto grado de capital cultural y más re-
ducido de capital económico– pueden caracterizarse por la vida sana y el deporte,
por su interés por la alta cultura, las obras de teatro, la música clásica y la danza
contemporánea.
2) Los directivos y burócratas del gobierno tienen pautas de consumo indis-
tintas; por ejemplo, un grado medio o bajo de consumo de alta cultura y gim-
nasia y prefieren una versión depurada de la tradición del patrimonio o la casa
de campo.
3) Los llamados postmodernos se caracterizan por la ausencia de un único prin-
cipio organizador del consumo, por un alto grado de extravagancia que se acom-
paña de una cultura del cuerpo, aprecian formas culturales selectas, la ópera y la
música clásica, al tiempo que se interesan por el baile al son de la música de dis-
coteca y por las carreras de coches.
Estudios recientes sobre estos grupos sociales y más cercanos a nuestras lati-
tudes (Borràs, 1998) muestran cómo el modelo de consumo para las clases me-
dias está fundamentado en el deseo y no hay privación ni restricción. Vinculan
Editorial UOC 133 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
la clase obrera se trata de a menor costo mayor efecto, por ejemplo, el gusto por
lo ostentoso, lo barroco e incluso por lo rococó (Hoggart, 1970), cosa que para
la burguesa es síntoma de vulgaridad (Bourdieu, 1991). Para la clase popular el
buen vivir puede consistir en permitirse una fantasía de tanto en cuanto.
Las clases populares prefieren lo concreto, lo material y lo espontáneo, en
contraposición a las clases dominantes, de un gusto modesto, que sabe sacrificar
los apetitos y placeres inmediatos a los deseos y las satisfacciones futuras. La cla-
se trabajadora está muy vinculada al grupo local y ello se manifiesta en la im-
portancia conferida a los lazos domésticos y a las relaciones de vecindad.
Confían en la familia y los amigos y sólo tienen como referente al entorno más
inmediato. Se trata de vivir el presente (se piensa a corto plazo, se aceptan las
cosas según vienen), las emociones fuertes y simples, así como la exaltación
de la novedad por la novedad. Todo lo que pasa de moda queda ridiculizado
(Hoggart, 1970).
En este grupo social se da una norma explícita de conformidad, pero no se
permite que nadie intente salirse del grupo. Así, la llamada al orden por quién
se toma, esto no es para nosotros, es una llamada a la solidaridad de condición
(Bourdieu, 1991).
Las diferencias entre las clases se aceptan y justifican como algo natural y las
diferencias entre miembros de una misma clase son cruelmente sancionadas. Lo
mismo sucede con el miedo al qué dirán, que manifiesta que los miembros de las
clases populares viven en un mundo de horizontes limitados, interesándose de
manera tendenciosa y a veces obsesiva por la conducta del vecino (Hoggart,
1970).
Se da, también en ellos, una mayor tendencia a pertenecer a un grupo, una
preferencia por ser igual a los demás en vez de diferenciarse. Ello va unido a un
sentimiento de inferioridad por el que las clases bajas tienden a deslegitimarse
cuando confiesan que lo que les gusta no es bueno o importante. Conforme se
sube de escalafón social, la percepción que se tiene de los propios gustos viene
cargada de un mayor prestigio y/o autoprestigio. Así, un pobre con mucho di-
nero no se siente legitimado para hacer según qué cosas (Bourdieu, 1971).
El modelo de consumo de las clases trabajadoras se basa en la necesidad
como punto de partida y referente constante, tanto en lo que respecta a su rea-
lidad cotidiana (lo posible y alcanzable) como para la realización de sus ilusio-
nes. La austeridad, el tener que administrar y autocontrolarse en sus gastos son
Editorial UOC 135 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
C. Grignon y J.C. Paseron (1992). Lo culto y lo popular (pág. 142). Madrid: La Piqueta.
“No hay otro grupo social con vida social tan reducida, menos complicada y por
que el intervalo que lo separa de los otros grupos está tan marcado, que la clase
obrera.”
R. Halbwachs (1913). La classe ouvrière et les niveaux de vie (pág. XII). París: Albau.
Otra de las críticas que recibe este tipo de estudios es la gradación implícita
de la que parten, según la cual la cultura alta, la cultura dominante o de las elites
es mejor o superior a la cultura popular, cuando en realidad lo que procede decir
Editorial UOC 136 Psicología económica y del comportamiento...
Para el caso español, Durán (1985 y 1988) señala las diferencias y desigual-
dades por razón de género con respecto a la toma de decisiones, la administra-
ción, la compra y el consumo de determinados bienes.
Todos estos aspectos son más compartidos cuanto más altos sean el nivel de
estudios y la categoría socioeconómica. También lo son en mayor medida entre
las generaciones más jóvenes.
Se puede afirmar que son numerosos los estudios que muestran cómo a pesar
de que la mujer aporte ingresos al hogar, la distribución de los mismos es des-
igual (Taylor-Gooby, 1985). Los recursos de la mujer repercuten en un mayor
bienestar del conjunto del hogar, mientras que en el caso de los recursos del
hombre, éste siempre conserva una parcela para su propio bienestar, indepen-
dientemente de la clase social.
Asimismo, es necesario ver qué tipo de productos y servicios se consumen y
cuáles repercuten en el bienestar de determinados miembros del seno familiar.
No es lo mismo comprar un determinado modelo de coche que una secadora o
un lavavajillas.
Por otro lado se tiene que desde el marketing y la publicidad y con el de-
sarrollo espectacular de ambos, asociado al consumo de masas, las desigual-
dades por razón de género se han perpetuado y en algunos casos favorecido.
Pinto (1990) señala que con la aparición del consumo de masas parece ser
que ha desaparecido o se ha visto deteriorado el modelo del ama de casa ges-
tora y se ha constituido el de consumidora (Pinto, 1990). Se trata de presen-
tar un modelo de hogar consumo en el que sólo importa la dimensión lúdica
y placentera, ocultando el trabajo doméstico o presentándolo como un ele-
mento festivo.
Por otro lado y respecto a análisis y estudios sobre prácticas de consumo
de carácter individual, la vinculación de los hábitos de consumo de la mujer
al ámbito doméstico es muy patente (Arias, 1987; Avello, 1987). En cambio,
la posibilidad que ofrece el trabajo fuera del hogar para realizar otro tipo de
prácticas influye negativamente, siendo las mujeres que trabajan fuera del
hogar las que realizan un menor consumo cultural. Los consumos culturales
de los hombres, por el contrario, se realizan mayoritariamente fuera del ám-
bito doméstico.
A modo de conclusión hay que decir que para estudiar las desigualdades de
género en el consumo es necesario entrar en las familias, que es donde se mani-
fiesta buena parte de las mismas. Hay que analizar quién gana el dinero, quién
lo controla, quién realiza el gasto e incluso quién se identifica con según qué
aspectos del consumo.
Pero aquí confluyen dos ámbitos de la sociología conceptualmente subdesa-
rrollados.
1) Por una parte, el de la sociología del consumo, en el que existe una defi-
ciencia a la hora de definir las prácticas, los comportamientos y las conductas, so-
bre todo a nivel de percepción individual o familiar.
2) Por otro, vemos que sucede algo parecido respecto al trabajo doméstico
familiar o de la reproducción, es decir, la dificultad de encontrar la dimen-
siones para su acotación y medida, a diferencia del mundo de la producción,
que es un mundo pautado, serializado, con definición de tareas, de horarios,
condiciones, etc.
les como qué es consumo necesario y consumo placer, definir consumo trabajo
o consumo ocio, pasando por la dificultad que representa definir quién consu-
me realmente, quién toma la decisión, quién ejecuta la compra o quién se be-
neficia realmente de la misma.
Editorial UOC 143 Capítulo II. Individuo, consumo y sociedad
Conclusiones
Por otro lado, tenemos un conjunto de perspectivas teóricas que nos ayudan
a comprender y a explicar las prácticas de consumo desde la sociología:
Capítulo III
Para entender cuáles son los retos a que se enfrenta una psicología social
del consumo, no se puede olvidar que, para la psicología social, individuo y
sociedad son inextricables. No en el sentido simplista de que sociedad e in-
dividuo se influyan mútuamente, sino en el más radical: sociedad e indivi-
duo son la misma cosa. Eso es más fácil de entender si se piensa en el caso
del consumidor: por una parte, sabemos que los pensamientos y las acciones
del consumidor, así como sus sentimientos y deseos, están modelados e ins-
pirados (hay quien prefiere decir manipulados) por la publicidad y otros me-
canismos del mundo del consumo. Por otra parte, la misma existencia del
consumidor individuo como entidad depende del surgimiento histórico de
una sociedad de consumo. Por esta razón, en el caso del consumo, no pode-
mos permitirnos el lujo de pensar en individuo y sociedad por separado.
Ahora bien, dicho esto, tampoco podemos ignorar el hecho de que en nues-
tra sociedad en concreto los individuos se conciben a sí mismos como uni-
dades separadas y desvinculadas de forma ontológica de los otros individuos.
Y tampoco que aunque todos admiten la existencia de una cierta influencia
de la sociedad de consumo por encima de ellos, la mayoría afirma poder con-
trolar esta influencia en mayor o menos grado.1
Por esta razón, y por cuestiones de claridad expositiva, en este capítulo
reproduciremos inicialmente esta separación entre individuo y sociedad,
principalmente con el fin de recordar el cambio de escenario que se produce
1. El consumo es la principal acción que hacen los individuos (pensados como consumidores) en
una sociedad capialista postindustrial (pensada como sociedad de consumo).
Editorial UOC 148 Psicología económica y del comportamiento...
se desarrolló una nueva clase social: los trabajadores, cada vez más y cada vez
más pobres. Pero sobre todo, un nuevo modo de producción en el que el traba-
jador perdió el control de los medios de producción que tenía en un mundo de
producción artesanal, y se vio obligado a vender lo único que tenía, su fuerza
de trabajo, para sobrevivir. La relación social más importante es la propiedad,
tanto de los materiales en bruto como de los medios de producción y del pro-
ducto acabado, que en ningún caso pertenece al trabajador, quien se encuentra
alienado.2
Pero, tal como creía Marx, el sistema económico no tiene ningún origen mis-
terioso, espiritual o divino, sino que es un producto humano. Por lo tanto, hay
que completar la explicación economicista con alguna explicación sobre el pa-
pel de las personas en toda esta historia. Por una extraña perversión de la histo-
ria, durante más de un siglo, el XIX y parte del XX, en el mundo occidental, la
mayoría de las personas creían que trabajar era natural. De hecho, estaban con-
vencidas de que trabajar era loable, deseable y necesario. La pregunta principal
es cómo se pudo llegar a esta situación, de qué manera las personas honradas y
felices se convencieron de que trabajando más de lo que ya trabajaban para so-
brevivir conseguirían ser más honradas y más felices.
Para responder a eso tenemos la explicación de Max Weber, que constituye
una alternativa a la marxista. Este pensador introduce un factor político en la
historia de la modernidad industrial: la aparición del Estado moderno en forma
de burocracia, una forma de organización basada en la racionalidad economicista
(entendida como investigación de la máxima eficacia: un coste más bajo por un
rendimiento máximo), y también una nueva clase social, producto de la com-
plejidad de la nueva división del trabajo y de la necesidad de organización de
empresas e instituciones. Pero Weber también introduce un factor psicosocial:
el papel de las creencias religiosas en la configuración de la economía. La reli-
gión protestante produjo una sociedad con unas condiciones especiales para el
desarrollo del capitalismo: la ética protestante hizo del trabajo una obligación
moral. Los valores pasaron a ser el trabajo y la austeridad, el ahorro se opuso al
gasto y la ostentación de riqueza, con lo cual se dieron las condiciones necesa-
2. La alienación también se puede entender en el sentido de que las condiciones económicas nos
proporcionan ideologías: creencias, valores, metáforas, e incluso los diferentes elementos psicológi-
cos que condicionan nuestra percepción y nuestra conducta social.
Editorial UOC 151 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
rias para que la gente aceptara trabajar más que disfrutar de la vida, y para que
se considerase legítima la acumulación de capital.3
Pero seamos sinceros. La religión sólo puede servir para quien la sigue, y ha-
bía grandes cantidades de población que no se sentían en absoluto implicadas
en esta cuestión. Por eso, para algunos autores, como Karl Polanyi (1997) o Jean
Paul de Gaudemar (1981), no se puede olvidar el carácter político de la sociedad.
El desarrollo del capitalismo también fue posible porque se tomaron ciertas de-
cisiones políticas (en forma de leyes) destinadas a movilizar a la población,
como si se tratara de una guerra, y dirigirla hacia las fábricas. Así pues, en el na-
cimiento de la sociedad industrial existió un destacado componente autoritario.
Veamos la siguiente cita de William Townsend, de 1786, correspondiente a Dis-
sertation on Poor Laws:
“El hambre domesticará a los animales más feroces, enseñará a los más perversos la
decencia y la civilidad, la obediencia y la sujeción. En general, únicamente el hambre
puede espolear y aguijonear (a los pobres) para obligarlos a trabajar; y, pese a ello,
nuestras leyes han decretado que nunca deben pasar hambre. Las leyes, hay que re-
conocerlo han dispuesto también que hay que obligarlos a trabajar. Pero la fuerza de
la ley encuentra numerosos obstáculos, violencia y alboroto; mientras que la fuerza
engendra mala voluntad y no inspira nunca un buen y aceptable servicio, el hambre
no es sólo un medio de presión pacífico, silencioso e incesante, sino también el móvil
más natural para la asiduidad y el trabajo.”
3. Mientras que el énfasis de Marx en las relaciones de propiedad nos permite distinguir entre
sociedades capitalistas y sociedades socialistas, el análisis de Weber nos permite entender que ambas
son sociedades industriales de tipo burocrático.
Editorial UOC 152 Psicología económica y del comportamiento...
Pero en la segunda mitad del siglo XX, varios autores (Bell, 1973, o Touraine,
1969) empiezan a darse cuenta de que algo había cambiado en la sociedad in-
dustrial. Para hablar de ello utilizan el término postindustrial; al igual que para
hablar del final del modelo de producción fordista, en cadena, se hablaba de
modelo de producción postfordista. Para otros, en cambio, lo que ocurría era un
cambio en la importancia en el último aspecto del continuo siguiente:
bate de las feroces críticas de los que veían a los consumidores como títeres ma-
nipulados por las manos de las empresas y marcas comerciales. En cambio, el
conocimiento carecía de esos inconvenientes; al contrario, representaba la supre-
macía de la razón y la educación por encima de la fuerza bruta del obrero sin
cualificar, la preeminencia de Occidente con respecto al Tercer Mundo, del po-
der de la tecnología por encima de las personas. Pero todo eso no deja de ser una
cuestión de nombres, y de hecho, como mostraremos a continuación, el eje psi-
cosocial más relevante para los psicólogos es el consumo.4
Entre los diversos autores que han tratado el tema de la aparición de la sociedad
de consumo de masas, hay un cierto acuerdo sobre cómo ha surgido. Las divergen-
cias aparecen más bien a la hora de valorar sus efectos en términos negativos o po-
sitivos para la humanidad. La sociedad de consumo es la consecuencia de la
expansión de la producción capitalista de mercancías, que ha comportado una vas-
ta acumulación de cultura material en forma de bienes de consumo y de lugares de
compra de ocio y de consumo, junto con la aparición de las tecnologías de la infor-
mación, que ha posibilitado su difusión (Featherstone, 2000).
Algunos autores, como Jameson (1991), insisten en que la postmodernidad, como for-
ma cultural, es la consecuencia del desarrollo de la sociedad de consumo, o como dice
él, la lógica cultural del capitalismo tardío, de consumo o multinacional. En el mundo
del arte, la postmodernidad se expresaría en los siguientes términos:
M. Featherstone (2000). Cultura de consumo y posmodernismo (ed. original 1991, pág. 31).
Buenos Aires: Amorrortu.
Pero lo más importante no es, en este punto, su lógica cultural, sino la manera
en que ha cambiado a las personas y sus actividades. Como en la modernidad, el
trabajo continúa siendo obligatorio si se quiere acceder al consumo mínimo nece-
sario para sobrevivir. Además del trabajo, el consumo también es obligatorio porque
los productos necesarios para la supervivencia también se han convertido en bienes
4. La colonización de la vida cotidiana por parte de la sociedad de consumo se puede ver en las
mascarillas de marca para protegerse de la epidemia de neumonía atípica respiratoria.
Editorial UOC 154 Psicología económica y del comportamiento...
de consumo, es decir, que no se pueden proveer de ninguna otra manera, dado que
no se controlan los medios de producción. Eso hace que además se consuma obli-
gatoriamente identidad, porque incluso los productos imprescindibles para sobre-
vivir se han convertido en productos con una alta carga simbólica. Hoy por hoy, es
imposible no consumir nada, ni siquiera una barra de pan, sin tener que pasar por
un proceso de elección entre miles de alternativas (cada una de las cuales es al
mismo tiempo una elección sobre nuestra propia identidad), así como tampoco
se puede consumir prácticamente nada que no tenga marca.5
Más obligatoriedad
C. Lodziak (2002). The myth of consumerism (pág. 128). Londres: Pluto Press.
5. No es lo mismo, ni corresponde a la misma clase de persona, comprar pan blanco que pan
moreno, pan con sal que sin ella, pan elaborado con harina refinada que con integral, pan con
cereales que sin ellos, de harina de trigo o de centeno, etc.
Editorial UOC 155 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
Este apartado constituye el grueso del presente capítulo, y es una base nece-
saria para entender los próximos capítulos. Presentaremos al individuo no
como un producto natural de la evolución biológica de la especie, sino como un
producto histórico, fruto de las circunstancias en que las sociedades occidenta-
les capitalistas deciden organizar sus economías. También hablaremos de las di-
ferencias entre la manera de vivir la individualidad en la modernidad y en la
postmodernidad. Para entender al individuo consumidor de nuestro presente,
hará falta entender que las dos formas de vida conviven, y lo hacen en el seno
de las mismas personas. De esta manera, se verá que los discursos sobre los que
cada cual modela su vida forman una mezcla de discursos modernos y postmo-
dernos y por eso parece que uno puede identificarse simultáneamente con el in-
dividuo de la modernidad y con el de la postmodernidad. Eso puede deberse al
hecho de que estemos en una etapa de transición entre una época y la otra o
bien a que la postmodernidad se establece basándose en la modernidad y no
puede concebirse como un corte radical, sino más bien como una evolución de
algo ya presente en el proyecto de la modernidad capitalista.
6. Desde que existe el individuo, empezaron las dificultades para pensar lo que es social. ¿Cómo
existe lo que es social en una sociedad formada por individuos? ¿Es posible la convivencia concep-
tual de individuo y sociedad?
Editorial UOC 158 Psicología económica y del comportamiento...
tes autónomas, entre individuos que deben ser obligados a respetar las normas
sociales.7
Durante el siglo que sigue a la publicación del Leviatán y después; de hecho,
hasta nuestros días, el conocimiento de los mecanismos reguladores de la socie-
dad pasó a ser el principal motivo de investigación y reflexión de la filosofía y
de lo que serán las ciencias sociales. La investigación de leyes sociales que expli-
quen la conducta de los individuos es el gran motivador de la reflexión social
de la Ilustración. La polémica que desencadenó Hobbes duró siglos, y sus visio-
nes de la sociedad, así como sus posteriores desarrollos, fueron reforzados o cri-
ticados por diversos autores que aquí no podemos desarrollar (Locke, Hume,
Bentham, Smith, etc.).
Rousseau persiste en la idea del contrato social, con el añadido de que efecti-
vamente, la sociedad pervierte la innata naturaleza humana, que es bondadosa.
El individuo es bueno por naturaleza, pero la sociedad lo modifica, generando la
maldad que todos conocemos. Como se puede ver, incluso en las posiciones más
alejadas de Hobbes el individuo continúa siendo la unidad natural de la vida
humana para los ilustrados.
Sólo la tradición historicista, que se puede considerar inaugurada por
Montesquieu y Vico, pero que sin duda desarrolló Herder, permite distinguir un
apartado del debate en que el individuo no es tan esencial como parece, y en el
que la comunidad está por encima. Por otra parte, Kant también fue un defensor
encarnizado del concepto de hombre como “agente libre” (Bauman, 2001).
7. Hay que fijarse en que el concepto de sumisión, tan apreciado por la psicología social, sólo puede
surgir de la idea de que el individuo es libre previamente a su condición de ser social. Una idea pro-
fundamente nueva en su momento. Más adelante se ha readaptado en el mundo de la psicología
del consumidor como manipulación: el individuo libre que es manipulado por las fuerzas económi-
cas del capitalismo.
Editorial UOC 159 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
Elias establece un paralelismo entre la psicogénesis por la que tiene que pasar
cualquier persona de nuestra sociedad para convertirse en persona, un proceso
de socialización bastante comentado por los psicólogos evolutivos, con la socio-
génesis de la civilización occidental. Lo que muestra Elias es que los pasos que
debe recorrer un individuo occidental a lo largo de su vida para convertirse en
persona son también los pasos que ha recorrido Occidente en el proceso de “ci-
vilización”.
Hay que tener mucho cuidado de no hacer una lectura de “progreso” de las
afirmaciones de Elias. Éste afirma simplemente que el individuo en su proceso
de socialización da los mismos pasos que la sociedad en la que vive. De hecho,
Piaget muestra un proceso similar en el aprendizaje de los procesos de pensamien-
to avanzados. Pero a diferencia de Elias, Piaget sí que hace una lectura etnocéntrica
de sus hallazgos, y da a entender que el razonamiento abstracto, característico del
pensamiento científico, es efectivamente el tipo de razonamiento al que tiene que
llegar cualquier niño, independientemente de su adscripción cultural. Eso llevó en-
seguida a considerar a los pueblos no escolarizados a la manera occidental como
menos desarrollados.
El proceso de civilización, tal como lo plantea Elias, avanza en líneas diversas
que transforman el comportamiento humano. Como ejemplo, selecciona algu-
nas: las buenas maneras en la mesa, las actitudes ante las necesidades naturales,
la manera de sonarse, la manera de escupir, el comportamiento en el dormito-
rio, las actitudes ante las relaciones entre hombres y mujeres, y finalmente, las
transformaciones relativas a la agresividad. Sobre el hecho de escupir, Elias
menciona a De La Salle y su obra Las règles de bienséance et de la civilité, de 1792:
Lo que caracteriza cada una de estas líneas es el hecho de que muchos de es-
tos comportamientos se normativicen en una dirección muy concreta: la priva-
tización de estas actividades. Aumentan los escrúpulos y la sensibilidad hacia
estos actos, los cuales se tienen que hacer en privado o no deben hacerse. Más
adelante aparecerá la higiene como modo de legitimación científica de estas
normas sociales. Pero por ahora ha tenido lugar un cambio en la manera en que
las personas se ven a sí mismas y a los demás. Los cambios en la sensibilidad y
la emotividad, que empiezan por la clase alta, se difunden en toda la sociedad
y crecen en importancia, porque estas regulaciones implican la consideración
estricta de las otras personas para forzar su cumplimiento. Por lo tanto, tenemos
dos aspectos básicos del proceso de civilización: el nacimiento de la intimidad y
la privacidad que nos separan de los otros, y la regulación y la disciplina, que nos
hacen observar y recriminar a los otros su conducta. Como comenta Ovejero
(1999), eso ha de relacionarse con el nacimiento, más adelante, de la psicología
como ciencia. De repente, se convierten en importantes el aumento de la sensi-
bilidad, la profundización de la observación humana y la máxima comprensión
de los puntos de vista del otro.
Así avanza la razón: con la Ilustración, en cabeza de lo deseable se sitúa
precisamente un proceso de pensamiento individual, el razonamiento lógico
del individuo cabal. Pero no sólo avanza la razón, sino que también lo hace
la necesidad de eliminar los espectáculos desagradables de la vista, una vista
que se ha vuelto muy sensible. La civilización del comportamiento, los cam-
bios en la conciencia y en la organización de los impulsos, utilizando el vo-
cabulario de Elias, son paralelas a la constitución del estado moderno. “El
individuo se ve obligado a organizar su comportamiento de manera cada vez
más diferenciada, más regular y estable”. Son las relaciones recíprocas de los
individuos, y no los individuos aislados, las que provocan estas transforma-
ciones.
“El sistema emotivo del individuo se transforma de acuerdo con los cambios de la so-
ciedad y la transformación de las relaciones interhumanas: en la sociedad aumenta la
cantidad de acciones y de individuos de los que dependen permanentemente las per-
sonas y sus actos; en el individuo se convierte en costumbre la capacidad de prever
las consecuencias de prolongadas cadenas de acciones. Y al igual que se transforman
el comporta- miento y el sistema emotivo del individuo, también cambian conse-
cuentemente la consideración recíproca que las personas se profesan: la imagen que
Editorial UOC 162 Psicología económica y del comportamiento...
el individuo tiene del individuo se hace más matizada, más libre de emociones mo-
mentáneas, es decir, se ‘psicologiza’”.
futuro inmediato, ya que si bien es cierto lo que explicaba Hanna Harendt y efec-
tivamente el fascismo alemán fue una reacción a la individualización o atomiza-
ción de la sociedad, ahora nos podemos encontrar con algún tipo de reacción
similar.
Los cambios que comporta la postmodernidad son filosóficos y tecnológicos, es
decir, sociales, pero también psicológicos. Expondremos algunos de estos cambios
temáticamente, porque de ellos dependen los cambios psicológicos que tienen lu-
gar ahora mismo o que son inminentes. De todos modos, hay que reconocer, en
primer lugar, que es difícil hablar por separado de los diversos aspectos de la post-
modernidad, entre otras razones porque esta misma postmodernidad en las cien-
cias sociales y humanas ha comportado una crítica a las divisiones temáticas y
disciplinarias tan características de la modernidad (recordad que la razón moderna
se caracteriza por ser clasificatoria). El postmodernismo es, pues, un reconocimien-
to de la complejidad, de la importancia de las relaciones, de las múltiples interco-
nexiones entre los diferentes ámbitos de la vida social. Por esta razón, la división
siguiente no es “natural” ni “lógica”, sino simplemente pedagógica, aunque, los ar-
gumentos de los otros apartados se cruzarán constantemente.
Las promesas de la modernidad, según las cuales la ciencia nos llevaría al pro-
greso automático, no se han cumplido. Más bien ha sucedido lo contrario: hemos
visto de qué es capaz la ciencia para promocionar la autodestrucción de la especie.
Este escepticismo en la capacidad de la ciencia para llevarnos a una mejor vida ha
hecho tambalear la ilusión moderna del progreso, que sostenía que el mañana sería
mejor que el hoy. En la postmodernidad la vivencia del tiempo cambia. No hay
progreso; por lo tanto, no hay linealidad y no es posible concebir la historia como
un movimiento teleológico, dirigido hacia una finalidad preestablecida. Eso rompe
la idea de la historia humana como una continuidad e introduce la idea de un tiem-
po discontinuo, más azaroso, más caótico, imprevisible y poco afín con la idea de
que hay causas que conducen fielmente a ciertas consecuencias históricas. Una vi-
sión más escéptica que la moderna, un mundo en el que parece que las personas no
tenemos control sobre el futuro; por tanto, carecemos de medios de anticiparlo.
Editorial UOC 166 Psicología económica y del comportamiento...
10. El lema de los punks de los años setenta, ¡No future!, es una muestra clara del grado de concien-
cia que tiene la gente de los cambios que se están produciendo en la postmodernidad capitalista.
11. R. Sennet (2000). La corrosión del caracter (ed. original 1988). Barcelona: Anagrama. Un libro
esencial para entender que en la postmodernidad ya no es necesario un individuo con carácter,
sino flexible, adaptable.
Editorial UOC 168 Psicología económica y del comportamiento...
mandamientos bíblicos, que nos dicen qué está bien y qué mal de una vez por
todas. Lo que hace falta es probar modelos éticos provisionales,12 ligados a la
situación, maneras de evaluar los comportamientos humanos que nos digan
qué está bien y qué está mal en cada momento y en cada situación: el bien y el
mal (ahora en minúsculas) se relativizan.13
Algo similar sucede con la ciencia, por ejemplo, en la física y en las ciencias
humanas y sociales. No hay modelos definitivos de cómo se accede a la verdad
absoluta y universal, sino estrategias, a menudo paradójicas, para alcanzar de-
terminados conocimientos. No se busca la ortodoxia científica que nos asegure
el descubrimiento de la realidad, sino maneras de actuar que nos permitan en-
contrar modelos que, pragmáticamente, funcionen, independientemente de si
son o no una representación fiel de una supuesta realidad que ahora ya sabemos
que es inasequible.
La belleza, siempre provisional, local y mutable, se convierte, pues, en un cri-
terio importante que guía la ética de las personas. El interés por la estética, más
que por una ética definitiva, se puede ver en el interés en que mostramos los in-
dividuos postmodernos por nuestra imagen, por el cuidado del cuerpo. Volve-
mos a encontrarlo en la voluntad de consumir espectáculos y de convertir en
espectáculo cualquier situación (organizamos manifestaciones reivindicativas
en formato lúdico, valoramos las clases según si el profesor nos entretiene o no,
etc.). Como individuos, aspiramos a vivir una vida que valga la pena ser vivida,
y eso equivale a decir que queremos vivir una vida que pueda ser narrada, o me-
jor, filmada. Lo que no se escenifica no atrae ni cuenta en absoluto.14
La estética que se corresponde con eso es una estética de la simulación y no
de la representación. No somos capaces de distinguir originales y copias, ni nos
12. Más Platón y menos Prozac, incluso la filosofía se convierte en un best-seller, digno de los mejo-
res consumidores. No nos preocupa la respuesta de la filosofia a las grandes preguntas de la huma-
nidad (quiénes somos, de dónde venimos, adónde vamos), sino cómo nos puede ayudar la
filosofía, como individuos, a vivir mejor.
13. Los padres son mucho más tolerantes con las mentiras de sus hijos que antes. Mentir ya no es
un pecado, sino un comportamiento que hay que evaluar en cada momento. Algunas mentiras
pueden ser toleradas, algunas son poco importantes, otras lo son más. Mentir ya no está mal siem-
pre, sino que depende.
14. Las dicotomías modernas Verdad-Falsedad, Bien-Mal, Belleza-Fealdad, Luz-Oscuridad, que podía-
mos alinear fácilmente en dos bandos (la Verdad, el Bien, la Belleza y la Luz van juntas, en contra de
la Falsedad, el Mal, la Fealdad y la Oscuridad), se funden en un juego a menudo irónico y sarcástico.
En la literatura y en el cine buscamos personajes ambiguos, historias complicadas, donde el bien y el
mal se mezclen y se confundan.
Editorial UOC 169 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
2.2.4. Sujeto
15. La anorexia es, ciertamente, una enfermedad postmoderna, al igual que la vigorexia. Reflejos
de una voluntad de control que sólo encuentra el propio cuerpo como espacio de la realidad
controlable.
Editorial UOC 170 Psicología económica y del comportamiento...
mundo feliz donde todo el mundo estaría igual (recordad las utopías del comu-
nismo y del fascismo como versiones contrapuestas de un mismo deseo de
igualdad), sino como derecho a vivir la diferencia. Esta nueva diversidad de in-
dividuos pasa por el consumo y no por el trabajo o por la construcción de un
carácter fuerte.16
Los modos de socialización y de individualización postmodernos son inédi-
tos hasta ahora. Como afirma Lipovetsky, vivimos una segunda revolución in-
dividualista. Ciertamente el individuo es la continuidad entre la modernidad y
la postmodernidad. De hecho, a menudo parece que el triunfo de la moderni-
dad es precisamente el triunfo del individuo y del capitalismo, pero sólo lo pa-
rece, porque el resto de los ideales de la modernidad, que también contenía
utopías políticas de igualdad, han desaparecido. Como comenta Lipovetsky, el
individualismo ha dado un salto del área pública en la que estaba circunscrito
(como derecho de participación política, sobre todo individual) a la vida coti-
diana. En la postmodernidad se defiende el derecho de cualquiera a vivir como
quiera. El hedonismo y el beneficio del individuo por encima de la colectividad,
la desaparición de cualquier noción de sacrificio, no sólo se hecho más legíti-
mos, sino que se han convertido en valores absolutos. La sociedad de consumo
ha puesto fin a la ética protestante que, según Weber, permitió el inicio del ca-
pitalismo, pero que impedía su culminación como modelo económico, porque
la moral puritana también ponía retricciones al placer, las cuales son abolidas
en la nueva sociedad de consumo. Sin lugar a dudas, el auge de los libros de
autoayuda, que afirman reiteradamente que el poder está dentro del individuo,
que es el individuo aislado el que puede cambiar sus circunstancias, está vin-
culado con este tipo de sociedad postmoderna.
Para acabar este punto sobre el individualismo, no está de más recordar algu-
nas nociones básicas de la psicología social construccionista. La existencia, en
el discurso y en la práctica cotidianos, de un supuesto individuo autónomo y
separado de la sociedad, es sobre todo una manera de disimular las relaciones
de poder que construyen estos individuos. El individuo moderno y postmoder-
no es una construcción social, bien real pero construcción social, es decir, pro-
ducto de nuestra sociedad, un producto concreto y particular de un momento
16. Uno de los lemas de la cadena de grandes almacenes El Corte Inglés es “Somos especialistas
en ti”.
Editorial UOC 171 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
3. El arte de consumir
Desde un punto de vista clásico, el libro está mal planteado. ¿Por qué tantas di-
gresiones sobre los aspectos sociales del consumo? ¿Por qué tanto interés por saber
qué es, de dónde viene y qué efectos tiene la sociedad de consumo? ¿Por qué no
vamos al grano y abordamos directamente el problema que más nos interesa, que
es la toma de decisiones? Efectivamente, los estudios teóricos y empíricos de la psi-
cología del consumidor han ido dirigidos de manera casi exclusiva a entender el pro-
ceso de toma de decisión del consumidor.17 Pero eso configura únicamente una visión
parcial del asunto, aunque es la que ha sido más desarrollada, por ser el único punto
de vista que interesa a las empresas, que tienen que ofrecer sus productos a los con-
sumidores. Sea como sea, postergamos para otro momento la reflexión sobre para
quién debe trabajar la psicología, y en concreto, la psicología del consumidor. La
opción de los autores de estos capítulos está dirigida a proporcionar a los consumi-
dores elementos de comprensión de su/nuestra situación que nos puedan servir
para modificarla, si queremos.
Así pues, la mayor parte de textos han ido dirigidos a entender precisamente la
toma de decisiones del consumidor. Los diferentes modelos propuestos se pueden
situar en dos escalas: una de ellas iría del polo individual al polo colectivo, y la otra,
del polo más racional al más afectivo. Efectivamente, los diversos modelos se carac-
terizan por considerar de manera diferente el peso de cada uno de estos factores. Eso
nos da una serie de posibilidades en las cuales podemos organizar los modelos:
17. Un estudio clásico de la conducta del consumidor, elaborado por Mary Tuck en 1976 y publi-
cado en España para CEAC, se titula, lógicamente, ¿Cómo elegimos?
Editorial UOC 173 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
3.1.2. Metodologías
18. En una encuesta sobre actitudes sólo podemos preguntar sobre el grado de acuerdo, mesurable,
con determinados ítems. Por ejemplo, ante las frases “el chocolate con avellana aporta más ener-
gía”, “el chocolate con avellana aumenta el riesgo de alergia”, “la avellana suaviza el gusto amargo
del cacao” o “la avellana no me permite disfrutar plenamente del chocolate”. Con estas frases
podemos expresar nuestro total acuerdo o desacuerdo a partir de una escala. También podemos
preguntar por la frecuencia de compra, por los momentos en qué se consume, etc. Obviamente,
podemos obtener mucha información interesante, pero también corremos el riesgo de perder
mucha, porque no puede aparecer nada que no hayamos preguntado previamente. Se hace difícil
diseñar un envoltorio atractivo o una campaña de publicidad sólo con esta información.
Editorial UOC 175 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
saber que los paquetes de cereales grandes, altos pero delgados, gustan a las ma-
dres porque los divierte ver a sus hijos pequeños sirviéndose de un paquete tan
grande como ellos (Tuck, 1976). También podemos descubrir que las consumi-
doras de arroz largo lo percibían como especial (“extranjero”) y que, por lo tan-
to, las situaba a ellas también como personas especiales, diferentes de la masa,
que consumía arroz “normal”. O bien que determinada colonia masculina se
asociaba al romanticismo y a la caballerosidad. (Ibáñez, 1979)
Si estamos interesados en promover productos, hasta aquí tenemos bastante.
Ahora bien, si queremos saber algo más sobre nosotros mismos, faltan elemen-
tos, como por ejemplo, la política, la historia, las relaciones de poder, las prác-
ticas sociales, etc. Los consumidores de colonias masculinas de los años setenta
que acabamos de mencionar formaban parte de un grupo con dificultades para
hablar del tema y, como explica Jesús Ibáñez, preferían hablar de coches en lu-
gar del tema que se les había pedido. Había que ser discreto con la imagen del
hombre que se arregla y cuida de su imagen precisamente porque no era mas-
culina. Eso, naturalmente, nos da pistas sobre cómo se vende un producto, pero
también nos informa de la relación entre las prácticas de consumo, el género, la
política y... la religión:
Los pantis, pues, nos acaban de mostrar lo incompleto que resulta cualquier
estudio que pretenda entender el consumo como una decisión de un individuo
aislado.
Editorial UOC 176 Psicología económica y del comportamiento...
19. Los parques temáticos, como Puerto Aventura o Disneylandia, son espacios en los cuales se per-
mite este “descontrol” calculado de las emociones. En cambio, la mayor parte de trabajos no tole-
ran nada parecido.
Editorial UOC 177 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
“En esta conferencia el autor reflexiona sobre las implicaciones que comporta el fe-
nómeno de la sociedad del sueño (o dream society) para la industria turística. Una vez
superada la sociedad de la información, las sociedades occidentales tenderán cada vez
más hacia este tipo de sociedad, una sociedad cuyo componente emocional –los va-
lores, las emociones y los sentimientos– adopta mucha más relevancia que el compo-
nente racional. El nuevo turista ya no busca servicios, sino que quiere experiencias
que satisfagan su sistema emocional.”
E. Bordas (2003). Vers el turisme de la societat del somni: noves necessitats de mercat (do-
cumento electrónico).
Hemos pretendido mostrar que si algo tan individual como las emociones
también se puede consumir, no queda ningún reducto para pensar en el indivi-
duo consumidor en los términos en que lo ha concebido hasta ahora la psicología
del consumidor. El consumo es una acción social y si deseamos entenderlo, tene-
mos que analizarlo como tal.
Editorial UOC 179 Capítulo III. De la sociedad de consumo...
Conclusiones
Capítulo IV
“–Creo que la extrañeza de la señora Nash –dijo Frazier mientras salíamos del edifi-
cio– es prueba suficiente de que nuestros niños rara vez son celosos o envidiosos. La
señora Nash tenía doce años cuando se fundó Walden Dos. Era ya un poquito tarde
para deshacer su educación anterior, pero, a pesar de ello, creo que lo hemos logrado.
Ella es un buen ejemplar de lo que produce Walden Dos. Quizá podría aún recordar
alguna experiencia de envidia, pero es evidente que ya no forma parte de su vida pre-
sente.
–Es claro que exagera –dijo Castle–. ¡Es imposible que se parezcan tanto a Dios! ¡A us-
tedes les acosarán las emociones tanto como al resto de los mortales!
–Podemos discutir el asunto de ser como dioses más tarde, si lo desea –replicó Fra-
zier–. En cuanto a las emociones, no estamos libres de ellas, ni quisiéramos estarlo.
Pero las más ruines y molestas, las emociones que dan pábulo a la infelicidad, son
aquí casi tan desconocidas como, por ejemplo, la misma infelicidad. No las necesi-
tamos ya en nuestra lucha por la existencia, y es más fácil para nuestro sistema cir-
culatorio y, ciertamente, resulta más agradable pasarnos sin ellas.
–Si ha descubierto cómo hacerlo, en verdad que es un genio –dijo Castle. Parecía casi
anonadado mientras Frazier afirmaba con la cabeza–. Todos sabemos que las emocio-
nes son inútiles y nocivas para nuestra paz de conciencia y para la presión sanguínea
–prosiguió–. Pero ¿cómo conseguir cambiar las cosas?
Editorial UOC 183 Capítulo IV. El consumo como emoción
–Nosotros las cambiamos –dijo Frazier mostrando una mansedumbre de modales que
interpreté como un signo de confianza.
–Pero las emociones son… ¡divertidas! –dijo Bárbara–. La vida sin ellas no valdría la
pena de ser vivida.
–Eso implica que ustedes consiguen todo lo que quieren –dijo Castle–. Pero ¿y las po-
siciones sociales? Anoche citó usted al joven que escoge una chica o una profesión
determinadas. Ahí queda un resquicio para los celos ¿no cree usted?
–No hay por qué deducir que conseguimos todo lo que queremos –dijo Frazier–. Por
supuesto que no. Pero los celos no nos servirían para nada. En un mundo competitivo
quizá sí. Pueden proporcionar energías para hacer frente a una situación frustradora.
El impulso y la energía desarrollada son una ventaja. En efecto, en un mundo com-
petitivo, las emociones funcionan a las mil maravillas. Consideren el fracaso conti-
nuo del hombre condescendiente. Gusta de una vida más serena, pero por lo mismo
probablemente menos fructífera. El mundo no está preparado para el simple pacifis-
mo o la humildad cristiana, para citar dos casos concretos. Antes de poder eliminar
sin tropiezos las emociones destructivas, debe estarse muy seguro de que ya no hay
necesidad de ellas.
B.F. Skinner (1984). Walden Dos. Hacia una sociedad científicamente construida (ed. ori-
ginal 1948) (págs. 118-119). Barcelona: Martínez Roca.
Claro está que esta función de control social tiene sus ventajas. Las emocio-
nes se viven como la posibilidad de trascender la jerarquía y las normas momen-
táneamente, como un respiro en el control y la regulación, como el fin de
semana necesario para reponer fuerza y poder trabajar el resto de la semana de
sol a sol. Según qué vidas, ciertamente se necesita reponer muchas energías y
por ello también se busca sentir y experimentar emociones de la manera más
intensa y rápida posible para ser uno mismo. Buscamos consumirlas de manera
eficiente. Consumo de emociones fungibles y efímeras que nos agradan tanto.
Editorial UOC 184 Psicología económica y del comportamiento...
Las emociones que ‘realmente nos relajan’ en este fin de milenio tienen que ver
con el abandono del cuerpo, con el dejarse llevar y alejarse de las rutinas y la
vida productiva por momentos. Pero ¿a qué precio? La cantidad de esfuerzo, vi-
gilancia, gestión y control que tenemos que desplegar los individuos, en forma
de necesidad de sentir correctamente, es decir, de forma adecuada a lo que se
espera de nosotros en una situación dada y también en las inesperadas, es enor-
me y permanente.
Las emociones, los sentimientos, las pasiones, los deseos, las sensaciones...
son sociales. No deberíamos tener la necesidad de aclarar que en determinado
momento hablamos de las emociones socialmente, porque siempre es así.
Como psicólogos sociales, deberíamos tener claro que lo que tenemos entre ma-
nos cuando hablamos de emociones no son trozos de individualidad en carne
viva, sino la sociedad entera puesta en escena, en formato persona y a medida,
albedrío y contexto de cada caso específico. La emoción no es una actividad fi-
siológica, aunque ésta esté presente, igual que el lenguaje no es una actividad
fisiológica aunque esté presente, e igual que el comer no es una actividad fisio-
lógica aunque el hambre esté presente.
En primer lugar, porque las emociones son producciones discursivas. Las
emociones se hablan o se silencian, pero hay un discurso sobre el silencio en el
caso de las emociones: para no poder hablar de algo tan cotidiano y tan presente
hay que desplegar una intensa actividad discursiva. Que la emoción tiene un
discurso queda más allá de toda duda. Pero ¿es la emoción un discurso? Por su-
puesto, es exactamente lo que es. Emocionarse requiere una memoria que tam-
bién es social, una negociación con los otros y con lo otro que por definición es
social y una reflexión que nos permita decidir si se trata de la emoción adecuada
o de una situación adecuada para sentirse emocionado (Crawford y otros, 1992).
Emocionarse requiere participar en una serie de prácticas sociales que a veces
son muy obvias, como en los entierros, y que a veces requieren de negociaciones
intensas, como en los abusos sexuales a menores. Alrededor de una muestra de
emoción se despliega una intensa actividad social (hasta en el caso de estar uno
Editorial UOC 185 Capítulo IV. El consumo como emoción
solo), destinada a orientarla hacia lo más conveniente, lo cual a veces quiere de-
cir reprimirla, negar su expresión, hasta negar su misma existencia y a veces
quiere decir fomentarla, auparla, hacer que todos la vean. En ambos casos sirve
para mantener o cambiar una determinada relación social y por eso también re-
presenta lo que el individuo que “la sufre” es verdaderamente.
Finalmente, es social porque pertenece al ámbito simbólico y adquiere signi-
ficado en la interacción social y en las prácticas que mantienen, reproducen y
cambian la sociedad y las relaciones de poder que la conforman. La emoción es
uno de los símbolos más preciados de nuestro lenguaje.
No es un icono, no aspira a representar nada ni a parecerse a nada, no es un
índice, no es el reflejo de ningún movimiento interior. La emoción es por sí mis-
ma un elemento más de nuestro lenguaje. Se parece más a las palabras que a las
cosas. Su reino es el del significante y el del significado, pura sociedad, pura ar-
bitrariedad, ausencia absoluta de referente. No proviene de las profundidades de
ningún abismo interior, su característica más importante es su superficialidad,
su absoluta transparencia a quien quiera ver. Que haya quien sufra en silencio
no quiere decir que lo que sienta esté en su interior, también hay quien es capaz
de pensar en silencio, y no por eso dejamos de saber que piensa en una lengua
concreta, catalán, español, francés… y que, por lo tanto, su actividad es clara-
mente social.
Las emociones y la memoria se construyen mutuamente y de manera simul-
tánea. Las personas hacemos memoria en las narraciones e historias que copro-
ducimos con los otros y que dan sentido a nuestra vida en aquel momento, que
nos sirven para reinterpretar todo lo ocurrido y nos indican para dónde hay que
seguir, cómo debemos sentirnos y la manera en que nos sentiremos después si
hacemos lo que planeamos. En estas narraciones e historias ocurren las emocio-
nes, es decir, son uno de los espacios donde se construyen. No preceden a su na-
rración ni tienen por qué estar después, pero tampoco son aquel indicador
puntual y efímero del sistema nervioso central que nos han querido hacer creer
los psicólogos. Pasan en el momento mismo de la conversación, aunque esta
discurra en silencio… porque el significado de dicho silencio ya lo hemos acor-
dado lingüísticamente.
La curiosidad por un antiguo amor de quien no se sabe nada de hace tiempo,
la nostalgia del amor pasado, la tristeza de aquella muerte… Todos entendemos
estas frases. Su significado se puede negociar, pero no puede ser debatido eter-
Editorial UOC 186 Psicología económica y del comportamiento...
cho popular de que lo bueno, poco o de que lo bueno, si breve, dos veces bueno,
o lo que es lo mismo, el buen perfume se vende en frascos pequeñitos. En cam-
bio, el amor de una madre es lo mínimo que una mujer puede hacer por su pe-
queño, por ‘el retoño de su amor’, por ‘el sol de su vida’ y su obligación más
evidente, porque sin ello, el niño no se desarrollaría convenientemente –bioló-
gica y psicológicamente hablando, claro está– y sufriría traumas indecibles que
desembocarían en una sociopatía o enfermedad cualquiera, por lo tanto, el
amor de una madre no debe agradecerse, sino esperarse y recriminarse en caso
necesario. Lo que pasa no pasa desapercibido es su ausencia y no se premia a
quien lo da, pero sí se le castiga si no da lo suficientemente, legal, moral, física,
social y “psicológicamente”. Por lo tanto, eso de que el amor es una emoción
igual y común a todos… no resiste siquiera el más mínimo análisis de género o
histórico o político.
Recapitulando: las emociones son prácticas discursivas que mantienen, repro-
ducen y pueden cambiar las relaciones sociales en un momento histórico determi-
nado. Actualmente nos construyen como individuos, pero esto no es inmutable.
Por lo tanto, cabe la posibilidad de apostar por una nueva subjetividad.
En la práctica cotidiana, apelar a uno mismo, a lo que se es en un momento
dado, no tiene por qué tener que ver con las emociones. No vale hablar en nom-
bre de lo que sentimos de verdad, de que no podemos dejar de hacerlo por más
que queramos y de que ser sincero con algo o con alguien significa hacerles par-
tícipes de nuestros más íntimos sentimientos. La felicidad no tiene que ser el
éxito y la independencia a toda costa, ni la tristeza y la humillación deben estar
relacionadas con la dependencia y la vida en colectivo. Los valores sobre los cua-
les construirnos a nosotros mismos deben ser argumentados y contra-argumen-
tados cada vez que sea necesario y, por supuesto, deben ser completamente
relativos.
1) La emoción como medio de expresión de uno mismo: las emociones como seña-
les o mensajes de los propios pensamientos o sentimientos, las emociones como
señal de autenticidad del individuo, las emociones como recurso personal, las
emociones como esencia de lo humano, la emoción como parte esencial de la vi-
da, la emoción como primitiva, la emoción como lo opuesto a la razón. La emo-
ción es vista siempre como un universal, una característica del ser humano que se
hace específica a cada momento en todos y cada uno de los individuos de la es-
pecie, otorgándoles, pues, su individual “humanidad”. Es la denominación de
origen de todo individuo que garantiza su pertenencia a la especie en cuestión.
Editorial UOC 189 Capítulo IV. El consumo como emoción
2) El origen de las emociones: las emociones que provienen del self/cuerpo, las
emociones como producto del pensamiento, la emoción como respuesta instin-
tiva a un estímulo, la emoción como la interrelación entre mente y cuerpo, la
emoción como parte del alma, la emoción como el producto de la experiencia y
del aprendizaje. Como se puede ver, sólo en último lugar se considera un mínimo
origen social, pero si analizamos detenidamente, veremos que esto deja la “esen-
cia” de la emoción intacta en su supuesta universalidad.1
3) La gente emocional es descrita como: compasiva, sensible, demostrativa, ex-
presiva, abierta y capaz de experimentar sentimientos intensos, pero también
gente que a veces está a merced de ellos, gente irracional y sin control. Uno tiene
que expresar las emociones más que guardárselas, excepto cuando éstas son ne-
gativas y destructivas, porque puede herirse a los demás. Demasiado control sobre
las propias emociones no está bien visto, no es auténtico, es artificial y poco ho-
nesto. El discurso oficial sobre la emociones propone que éstas deben ser contro-
ladas para que la vida social sea posible.
4) Hombres y mujeres son diferentemente socializados respecto a sus emociones: los
hombres están necesitados de expresar su ternura, o su susceptibilidad más abier-
tamente, mientras que las mujeres lo hacen de manera natural; son seres emocio-
nales. De los hombres, en cambio, se espera ahora que tengan una fuerte presencia
en la familia a nivel emocional y por ello se les exhorta a expresar sus emociones.
Hay una convergencia entre el ideal de la emotividad masculina y femenina. Una
persona completa y ‘desarrollada’ se considera aquella que es capaz de combinar
la intimidad y expresión emocional femenina y la independencia y competencia
masculina.2
5) Emociones como fluidos que contiene el cuerpo: afectadas por la temperatura y
la presión. En las descripciones de la experiencia emocional y el cuerpo, es recu-
rrente la metáfora mecánica del cuerpo, que representa las fronteras del cuerpo y
la voluntad como contenedoras de las emociones fluidas que tienen dentro. Me-
tafóricamente las personas se definen como abiertas o cerradas, duras o suaves,
1. Ahora representamos así nuestras emociones: :-) :-))) ):-( :-o :-D
2. La animalidad de la emoción distrae la atención sobre lo que debería ser el principal objeto
de análisis, la emoción en sí. El control social está en la misma emoción, no en la concepción
que se tiene de la emoción, no en lo que se explicita que es, no en su discurso oficial explícito,
sino en los implícitos del discurso. El discurso oficial sobre la animalidad de la emoción y su
necesidad de control es un ejercicio de distracción. Una estrategia que sitúa la preocupación en
el control de algo que no es cuestionable en sí mismo.
Editorial UOC 190 Psicología económica y del comportamiento...
cálidas, frías o tibias, babosas o secas. Esto confirma la posición dominante de que
las emociones se tienen en el interior, que deben ser controladas hasta cierto pun-
to, siendo el cuerpo su contenedor y la voluntad la puerta de este contenedor, de
manera que quien expresa sus emociones de manera adecuada, abre su puerta sin
violencia excesiva –está abierta y suave– para dejar pasar una corriente de huma-
nidad –calidez y humedad.
Ser una persona civilizada implica un complejo control de las diferentes si-
tuaciones para poder discernir cuándo se tienen que expresar o reprimir deter-
minadas emociones y por qué las mismas emociones son bienvenidas en un
caso y mal vistas en otro. La complejidad va más allá; ser persona per se implica
una gestión de las emociones determinada que te hace justamente convertirte
en una persona anónima, o una masa, o un individuo, o uno más. Cada vez
hay una ‘gestión’ diferente de la subjetividad; hoy por hoy la subjetividad es
la gestión de las emociones, lo cual produce individuos que se relacionan en-
tre sí, que pueden vivir dentro de una jerarquía y sentirse libres y autónomos
al mismo tiempo y que nada desean con más fervor que poder ser dueños de
su propia esclavitud: poder descubrir y experimentar intensamente sus más ín-
timas emociones.
Los discursos sobre las emociones, al igual que los discursos sobre la natura-
leza o el cuerpo, las presentan como lo auténtico. Por ello se nos alienta a mos-
trarlas para que seamos más naturales, más verdaderos y no falsos como lo
social, connotando así negativamente lo que aprendemos socialmente, que es
considerado como un conjunto de máscaras que ocultan una supuesta natura-
leza verdadera. Las emociones son, en estos discursos, lo no maleado por la so-
ciedad, lo dado, con lo cual nacemos, lo no regulado, a diferencia de lo social,
que sí que está regulado y aquí es donde se justifican el control, el poder y la
jerarquía. Se supone que las necesitamos para ser civilizados y personas que se
comporten en sociedad; de no ser así, nuestra naturaleza nos llevaría a ser salva-
jemente naturales. Según estos discursos, las emociones requieren, pues, ser con-
troladas propositivamente; de lo contrario podrían ponernos en situaciones
Editorial UOC 191 Capítulo IV. El consumo como emoción
Esta definición se adecua punto por punto a lo que entenderemos aquí por
dispositivo y es aplicable en cada uno de sus puntos, sin excepciones, a las emo-
ciones.
Las emociones forman parte de las prácticas actuales que construyen y man-
tienen la subjetividad contemporánea. Estas y otras prácticas se interrelacionan,
son interdependientes y se especifican de manera diferente según el contexto
específico. La demanda de controlar las emociones es, pues, necesaria para el
mantenimiento de la subjetividad en formato individuo tal y como la tenemos
montada en este momento. El secreto radica en mantener un discurso que dice
que para ser un individuo como Dios manda hay que controlar las emociones
porque es la única manera de ser libre, preciado vellocino de nuestra cultura oc-
cidental individualista, y resulta que controlándolas, es decir, haciendo lo que
se debe en cada momento, como por ejemplo, creyendo a pies juntillas que so-
mos individuos con un interior verdadero pleno de sentimientos y emociones
auténticos, es cuando más sujetos somos, en el sentido de sujetos a la subjetivi-
dad y orden social correspondientes y en el sentido de menos libres de acuerdo
a la definición de libertad que se promueve socialmente y que por ello nadie en-
cuentra nunca satisfactoria, en el caso de que la encuentren, porque el problema
está en la definición misma. A saber, mientras más controlamos nuestras emo-
ciones para ser individuos libres y soberanos, más sujetos estamos a la subjeti-
vidad individualista.
Editorial UOC 192 Psicología económica y del comportamiento...
desea helados de limón o chocolate, no desea comer; desea que le hagan una
felación o un cunnilingus, no desea copular, con lo cual el deseo nace ya con
una carga moral inserta en su propio discurso.
Por esta razón el economista no debe preocuparse de que su hombre modelo
no sea racional; al contrario, su irracionalidad es precisamente lo que le impulsa
al consumo. El consumo se sostiene sobre una capa de emotividad que lo con-
vierte en la experiencia postmoderna más verdadera. El individuo se siente vivo,
pleno y feliz en el consumo porque éste es la emoción.
El deseo es otro de los afectos a los que nuestro sentido común presta mucha
atención y cuida que siempre sea apropiado. También lo hemos construido
como una cosa que se tiene o se deja de tener o que se despierta o no cuando
vemos a un cuerpo–objeto adecuado. Pero no siempre los cuerpos–objetos ade-
cuados para despertar nuestro deseo son los adecuados socialmente; esto tiene
a bien llamarse perversión o desviación. Este aparente décalage entre deseo y or-
den social ha sido visto muy a menudo como una prueba de que efectivamente
el deseo iba por su cuenta, desviado de lo natural y socialmente apropiado. Un
punto de vista totalmente erróneo.
3. En un anuncio del perfume Poême de Lancôme, la protagonista dice en francés, que es más per-
fumado: “¿El amor es para siempre? ¿Cómo puedo expresar todo lo que te quiero decir?”. Y en las
imágenes, ella regala el perfume, sin más, aparentemente sin ninguna palabra. Éste es uno de los
innombrables ejemplos de lo que actualmente construimos como emociones.
Editorial UOC 195 Capítulo IV. El consumo como emoción
mos inventado (Walkerdine, 1988) y que nos permite hablar de cosas serias.
Como por ejemplo a Bourdieu (1999), que cree que debemos desembarazarnos
de la pasión para realizar un trabajo serio contra la guerra.
De ahí que se imponga a la razón la necesidad de analizar sus fracasos, o lo
que es lo mismo, las pasiones que la obnubilaron. Ahora mismo la pasión ya no
está de moda, en tanto que es demasiado evidente. Su significado nos dice que
se apodera del control de nuestras acciones y nos deja totalmente desvalidos.
Esto no va en absoluto con los individuos.
Los individuos de las democracias por las que apostamos necesitan poder ele-
gir, poder exponerse a las emociones deseadas, poder ir en busca de ellas, poder
sacarles el máximo provecho a modo de management y ser los más inteligentes
emocionalmente hablando. Pero elijan lo que elijan, la cuestión es la misma:
nuestros individuos actuales quieren ser activos; esto los define como individuos
justamente y por ello buscan emociones fuertes, nuevas y grandes que les mue-
van a la acción, en vez de pasiones que les mantengan pasivos a la espera de sen-
tirlas con resignación.
No pueden asumir la pasividad de las pasiones que construían otro tipo de
subjetividad que no se puede consumir hoy en día. Al individuo de a pie las pa-
siones no le hacen falta, ni le interesan en lo más mínimo. Sólo cuenta en su
haber con infinidad de emociones que sabe exactamente lo que pueden propor-
cionarle, hasta qué punto y cuándo hacerlas callar. ¿Por qué iban a interesarle
unas pasiones que no están hechas a su medida y que le invadirían sin siquiera
preguntarle por dónde? Las emociones como dispositivo de control social re-
quieren de la libertad individual y de la posibilidad de elegir y hacer el propio
destino; de ninguna manera dejarán que una pasión cualquiera y menos una
baja, venga y les arrebate el papel protagonista.
poder adquisitivo, sin que por ello se pierda su masculinidad (por si acaso se ne-
cesita para alguna que otra guerra, nunca se sabe). Aún así, la adaptación tiene
por objetivo que el nuevo hombre exprese sus emociones más y mejor; en cam-
bio, se espera que la mujer aspire al ideal de controlar sus emociones y al de ser
autónoma, aunque tenga que asumir la doble carga de trabajo.
Se supone que las mujeres están liberadas porque pueden trabajar, porque
entonces pueden gastar el salario como quieran y eso las hace libres. Pero justa-
mente el problema está en lo que quieren. La clave de cómo llegamos a desear
y de cómo nos apropiamos de las emociones adecuadas a nuestro género, clase,
etnia, etcétera, es lo que nos evidencia el control social.
Y mmm… ¿en qué se gastan su dinero la gran mayoría de mujeres liberadas?
En bebida y hombres obviamente no. Mejor en cosas para la casa, para los niños,
para estar guapa… Este discurso del trabajo liberador ha permitido hablar de la
mujer de los noventa y del nuevo hombre sensible y cooperativo, pero esto no
ha construido una nueva mujer, sino una mujer que hace lo mismo que los
hombres (con los valores, repertorios y emociones correspondientes) y además
hace lo de las mujeres. Lejos de incomodar, esta situación se vive con orgullo,
con sentimientos de independencia y libertad, se vive como individuo que ha
elegido hacer esas cosas y que se siente orgullosa de ser mujer.4
Uno de los motivos de ese orgullo se encuentra en su capacidad reproductora.
La maternidad es un asunto en teoría instintivo e inexplicable o irreducible a len-
guaje, pero requiere que todo cuanto rodea a la mujer se lo recuerde constante-
mente con una verborrea increíble. Esto abarca toda la gama posible de prácticas,
desde las consideradas más biológicas hasta las más psicológicas y sociales.
Por ejemplo, cabe destacar los párrafos y párrafos de libros y manuales sobre el
embarazo y las charlas y cursillos sobre el tema, que insisten en que no se puede
explicar lo que son las contracciones, ni lo que dura el parto ni cómo se puede so-
portar, ni cómo se siente una después de que nazca el bebé, ni cómo duele el pos-
parto, ni la mejor manera de pasarlo. La barrera que el discurso sobre lo biológico
impone a la explicación de las emociones se hace especialmente infranqueable en
4. Como en un anuncio de compresas Ausonia en el cual una mujer a ritmo de la canción I like to
be a woman explica que le gusta ser mujer “pero” que tiene la regla, aunque eso no la afecta, debido
a las compresas que usa. Que por enfático y por afirmación de lo negativo deja muy claro que es un
rollo ser mujer realmente, pero que se ha de vivir con una sonrisa en la cara, con un cuerpo
Danone, con ropa de Mango y con ritmo de vida de ejecutivo de Wall Street.
Editorial UOC 198 Psicología económica y del comportamiento...
el caso del dolor, y ésta se acentúa cuando este dolor tiene que pasarlo una mujer,
y aún más si se trata del caso de la la reproducción. Como no se puede explicar, na-
die explica nada, la desinformación se justifica con un “es que el dolor es subjetivo
de cada mujer”, y con un “es que las sensaciones no se pueden explicar”, “nada de
lo que diga te puede ayudar”, “tú sola tendrás que pasar por esto”, y con ello se alec-
ciona a la mujer en cuestión respecto a ser mujer mismo. Se trata de sufrir y aunque
haya posibles alternativas, éstas no se mencionarán.5
Por el lado psicológico social, a la mujer se le dice todo el tiempo que echará de
menos a sus hijos cuando vayan a la guardería, cuando vayan a la escuela o cuando
los cuide otra persona. Se hace hincapié en la poca confianza que podemos tener
en dichos centros y en canguros o familiares dada toda la serie de abusos y desgra-
cias de que pueden ser víctimas los pequeños. De ningún modo puede la mujer sen-
tirse bien cuando sus hijos no están con ella, porque esto sería síntoma inequívoco
de que no los quiere, ya que puede vivir sin pensar en todo momento en ellos y sin
que sean el único motivo de su existencia y razón para vivir. En cualquier intento de
que sea el padre u otra persona quien se haga cargo de los infantes en cuestión y
que dé la cara en diferentes instituciones de salud o educativas, inmediatamente
surgen innumerables obstáculos. Entonces todo el mundo necesita a la madre, para
que explique, para que diga, para que dé constancia, para que afirme, para que se
encargue y se da por hecho que es ella quien tiene que hacerlo. El padre molesta,
estorba, resulta inoportuno e inconveniente y sobre todo no se cuenta nunca con
él, aunque públicamente se diga que es bueno que sea cooperativo y que se pueda
contar con él, pero mejor en casa, porque allí sólo hay madres. Incluso aunque sea
él quien gestione y conduzca la situación, siempre se apela a la madre y se busca
que sea ella la que diga la última palabra, se le obliga a que se comporte como una
madre a todos los efectos.
Por si hay algún intento de fuga de alguna madre–mujer, mejor celebramos
el día de la madre y la compensamos del sometimiento, no ya a los hijos, sino
a todos los discursos y prácticas que los sustentan, con espléndidos obsequios
de consumo, con emociones compradas a tal efecto para inculcar emociones
apropiadas a tal otro. Así nos encargamos de que las madres sientan como tal y
que nos hagan sentirnos hijos.
5. Hay una recopilación acrítica de libros y manuales sobre el embarazo en esta obra: U. Beck y E.
Beck-Gernsheim (1998). El normal Caos del Amor. Barcelona: El Roure.
Editorial UOC 199 Capítulo IV. El consumo como emoción
6. Seguro que en estos momentos hay un pobre profesor discursivo entablando alguna discusión
bizantina con sus estudiantes sobre si las bombas que caen en Irak o las balas que matan israelíes y
palestinos (el argumento cambia según de quién se es votante) son discursivas o matan de verdad.
Pero esto es una trampa. Por supuesto que son discursivas y que los discursos matan: los campos de
concentración no se entienden, ni seguramente existirían, sin los discursos de Hitler. Por eso, para
entender que las emociones no se agotan en las palabras no hace ninguna falta regresar al campo
de batalla, sino detenerse en los discursos.
Editorial UOC 200 Psicología económica y del comportamiento...
7. Excepto la policía de la afectividad que son los psicólogos, útiles para emergencias como el descon-
trol y el desorden, todo sistema de control requiere una policía. Dado que la emoción no es social, nin-
guna persona puede cumplir esta función. Por esto el psicólogo no es un consejero, sino un intérprete;
alguien que te guía hasta las profundidades de tu ser, que no te dice quién eres sino que te ayuda a des-
cubrirlo por ti mismo, que te acompaña en el renacer que supondrá el descubrimiento final de lo que
eras de verdad y que desgraciadamente la sociedad, familia, el Estado, etc., reprimieron por no quererte
tal y como eras. La búsqueda de la autenticidad que establece el psicólogo en su régimen de normaliza-
ción y de disciplinarización del yo es ahora más fuerte que nunca porque no reconoce los valores con
los que trabaja. El individuo finalmente descubierto no será ni bueno ni malo, pero será auténtico.
Editorial UOC 202 Psicología económica y del comportamiento...
“… Muchas veces, la relación entre personas, cosas y lugares está saturada de emo-
ción. Los anunciantes y los profesionales del marketing se proponen deliberada-
mente evocar varias emociones en su público objetivo para incitarlo a comprar sus
artículos o experiencias. Los estados emocionales acompañan el deseo o el anhelo
que sentimos hacia un objeto que todavía no hemos adquirido o hacia una expe-
riencia que nos gustaría vivir. Los objetos se utilizan para alterar el carácter o los
estados emocionales y promover así relajación o su efecto contrario, agitación. Al-
gunos objetos actúan como mediadores de las relaciones emocionales entre las
personas. La participación en ’experiencias’ de ocio es, a menudo, una fuente de
intensidad emocional, una oportunidad para las personas de trascender momen-
táneamente las normas y las limitaciones habituales de comportamiento y auto-
Editorial UOC 203 Capítulo IV. El consumo como emoción
Y si no, ¿cómo pueden utilizarse las mismas palabras para hablar con tus
amantes y para describir champús, detergentes y leches en tetra brik? A diferen-
cia de lo que nos dicta el sentido común, me parece que con ello no es que se
trivialicen los sentimientos, al contrario, se los llena de contenido: uno quiere
a su amante como quiere a un champú. La promesa del producto es también la
promesa del amante. Con la diferencia de que el amante es más voluble, puesto
que también tiene un interior que te puede fallar, mientras que el producto
siempre es el mismo. En este sentido, el producto es más interesante. La compra
compulsiva es descrita por algunos psicólogos como una conducta sustitutiva
de relaciones, afectos, amores o quereres varios, pero desde el punto de vista del
control social, es una conducta constitutiva de todo ello. La compra compulsiva
surge de la comprensión de que el consumo constituye la garantía de una vida
afectiva plena. Otra cosa es que el psicólogo considere, desde una moral mucho
más racionalista, que esa no es manera de vivir, pero esto es un prejuicio moral.
La complejidad radica en que no sólo consumimos objetos, sino que volve-
mos objeto todo aquello que consumimos: a nosotros mismos y a todo y todos
los otros con quienes nos relacionamos. La emoción del consumo constituye
consumidores al mismo tiempo que construye al resto de mundo en objetos de
consumo, pero dentro del resto del mundo también están incluidos los consu-
midores.
Editorial UOC 204 Psicología económica y del comportamiento...
Algunos de los objetos que consumimos que al mismo tiempo nos con-
vierten en objetos de consumo para nosotros mismos son los libros de au-
toayuda y de crecimiento personal. Best–sellers desde hace años, incluyendo
los de inteligencia emocional, son libros de management de las emociones
que nos permiten descubrirnos, predecirnos y controlarnos según nuestra
conveniencia, o al menos moldearnos de acuerdo con el proyecto de noso-
tros mismos que tenemos y/o tienen los demás. Son libros para aprender a
controlar las emociones, para aprender a comunicarlas adecuadamente,
para entrenarnos en reconocer las situaciones propias e impropias para ex-
presarlas. El implícito es que la emoción es intocable en su esencia y que,
por lo tanto, lo único que podemos hacer es gestionarla. Vaya, como quien
quiere domar un león sin que por ello deje de ser un león, porque en ello
radica el espectáculo. Obviamente un león domado ya no es un león, pero
es necesario que el espectador siga creyendo que lo es para mantener la ten-
sión; ya se sabe que el espectáculo debe continuar. Con las emociones pasa
lo mismo: se gestionan, se dice que se deben gestionar, pero manteniendo
al mismo tiempo un discurso sobre su lado salvaje y primitivo nunca do-
mesticable.
Esta dualidad permite su función primaria de instrumento de control so-
cial. Cuando es requerido por las telenovelas, culebrones, o la guerra, la emo-
ción puede desplegarse salvajemente y sin control, cuando no, ésta debe ser
controlada por el bien de la sociedad en paz. La persona que se describe
como emocional cumple exactamente estos requisitos, es adecuada para la
socialidad (compasiva, abierta, expresiva), pero con una capacidad para el
descontrol legitimada por la esencia de lo que es la emoción. La emoción se
construye en las diferentes situaciones de consumo.
Podemos adaptarnos a la situación específica si elegimos bien los productos
que debemos consumir en cada momento. Pero los manuales de autoayuda, los
del desarrollo del potencial humano, tienen la bondad de guiarnos a lo largo de
todas las situaciones, ya que su objetivo consiste en proporcionarnos las herra-
mientas para diseñarnos y esculpirnos de acuerdo a cada momento dado. Nos
convertimos en objeto para poder llegar a ser mejores sujetos.
Editorial UOC 205 Capítulo IV. El consumo como emoción
Lo interesante de esta serie de anuncios son dos cosas obvias y su relación, me-
nos obvia. La primera obviedad es el modelo de mujer que presenta: una mujer
activa e independiente que controla su vida. Ello se ve en su carácter de trabaja-
doras, pero sobre todo en su capacidad de sentir un deseo al “estilo masculino”.
En ese sentido, llegan a mentir para obtener a su objeto sexual o como mínimo,
en una interpretación menos literal, son capaces de jugar al juego de la seducción
tal y como lo juegan los hombres. Se trata de una mujer que opta por un tipo de
deseo, que controla su vida afectiva. La segunda obviedad es que estas mujeres tie-
nen en común el ser consumidoras de Coca-Cola Light.
Como se puede apreciar la unión de estos dos puntos da como resultado que la
mujer que controla su vida debe controlar también su cuerpo. De manera que, otra
vez, en la mujer la construcción del self va ligada a la construcción de su cuerpo.
Tal y como comenta Susan Bordo (1997), la anorexia podría estar relaciona-
da con la constitución en la mujer de un ideal sobredeterminado de control si-
guiendo el modelo masculino. De esta manera, la mujer quiere controlar algo
de su vida. Al no encontrar esta capacidad de control público en casi ningún as-
pecto de su cotidianeidad, ve reducida la posibilidad de control a su cuerpo.
Siempre que se habla de lo social y de cómo esto conforma a los sujetos, el
cuerpo parece ser un límite que no se puede traspasar y que existe a pesar de que
8. Mujer: “Mi cuerpo, yo vivo en él, no conozco un lugar mejor para vivir, me gusta, por eso lo
cuido”.
Voz de hombre: “Pechuga de pavo Campofrío”.
Voz de mujer: “Es tu cuerpo. Cuídalo”.
Editorial UOC 206 Psicología económica y del comportamiento...
lo interpretemos de tal o cual manera. Parece que es una realidad aplastante que
puede ser vista desde diferentes puntos de vista, pero nunca dejada de ver por-
que está ahí y eso es innegable.
“Por supuesto, cuando se afirma que la realidad no existe a no ser como resultante de
nuestras prácticas de construcción de la realidad y de todas aquellas características pro-
pias (biológicas, sociales, etc.) que conforman precisamente ‘nuestra perspectiva’ se co-
rre el riesgo de ser tildado de ‘idealista’ y de ‘solipsista’. ¿Acaso no existen los árboles?
¿Acaso no existen los rayos y truenos? ¿Acaso no hay por ahí paranoicos y depresivos?
Está claro que todo esto existe con total independencia de lo que pueda pensar, decir,
o desear cualquiera de nosotros individualmente considerado. Sin embargo, todo esto
existe porque lo hemos construido como tal, colectivamente, a través de un largo pro-
ceso histórico íntimamente relacionado con nuestras características en tanto que seres
humanos.”
El hecho es que lo que está ahí, esos cuerpos con todos sus órganos vitales, se
construyen socialmente, no hay nada natural. Baste con mirar los injertos diver-
sos que nos permiten tener sandías sin pepitas, árboles frutales a la altura del que
cosecha y cerdos y gallinas a la altura de nuestras necesidades, o emociones como
la vergüenza ajena y el amor, que sonrojan, palpitan, sudan y palidecen. ¿Por qué
entonces nos parece tan poco verosímil o tan difícil de aceptar que construimos
nuestros cuerpos, nuestras sensaciones más íntimas y orgánicas y mantenemos y
reproducimos sus potencialidades y límites más evidentes? Como dice Colette
Guillaumin (1992), ¡cómo se va a mover igual una niña que un niño que viste
completamente diferente que ella! ¡No se puede saltar una barda con una faldita!
C. Guillaumin (1992). Sexe, race et pratique du pouvoir. L’idée de nature (pág. 86). París:
Côte-femmes.
Editorial UOC 207 Capítulo IV. El consumo como emoción
Los conceptos se han definido en oposición a las sensaciones (Turner, 1991, ci-
tado por Shilling, 1993).
Pero ahora se han vuelto a poner de moda las emociones gracias a su reubi-
cación en el mundo social como productos de consumo.
El hecho de que antes se las hiciera salir estaba relacionado con su escasa ren-
tabilidad y con su interferencia en el mundo de la producción y lo aséptico,
pues distraían a los hombres de sus actividades objetivas y les hacían perder el
tiempo en sensiblerías y romanticismos varios. Pero una vez puestas a disposi-
ción del consumo, vuelven a circular, sobre todo por aquello de la inteligencia
emocional, que permite gestionar el self y sacar el máximo partido de las rela-
ciones interpersonales para triunfar en el mundo de los yuppies, aunque no se
viva en él, ni se conozca de lejos siquiera.
“Juan Manuel Iranzo explica excelentemente el espíritu golemaniano: los sujetos de di-
rección interna, y especialmente aquellos más próximos al tipo de la ‘ética protestan-
te’, pueden identificarse inmediatamente con la conceptualización que Goleman
hace de las emociones. Éstas son descritas casi como fenómenos meteorológicos,
como si los sentimientos de fondo fueran una suerte de ‘clima’ psicológico y los su-
jetos mirasen su ‘cielo psíquico’ para observar ‘desde fuera’ el ‘tiempo emotivo’ que
les acaece. Las emociones serían eventos caóticos, irracionales y, aún peor, ambiva-
lentes; y la forma de afrontarlas es someterlas a control racional. La ambivalencia de
las emociones se pone de relieve cuando se plantea que pueden oscilar entre el extre-
mo positivo del ‘flujo’ (el olvido de sí mismo que se produce en un momento de in-
tensa y placentera concentración en una actividad que constituye nuclearmente al
sujeto –su vocación en ese instante–) y el extremo negativo del ‘rapto’ (la desapari-
ción del yo arrastrado por la respuesta ciegamente pasional a una emoción desborda-
da, especialmente de ira, miedo, tristeza o repugnancia). La meta del sujeto prudente
consiste normalmente, aparte de perseguir instantes gloriosos de flujo, en mantener
bajo control las emociones. Para ello debe forjar un carácter cuyos rasgos básicos se-
rían la capacidad de motivarse y guiarse uno mismo a fin de superar los malos mo-
mentos y capitalizar los buenos, la capacidad para demorar la gratificación inmediata
y controlar y canalizar provechosamente los impulsos, y la capacidad de percibir los
propios sentimientos y empatizar con los de los demás para lograr establecer vínculos
con los otros basados en el respeto hacia los iguales y la compasión y el altruismo ha-
cia los que están peor que uno mismo.”
J.M. Iranzo (1998). Emociones globales: la reconstrucción social de una teoría de las pasiones
(pág. 9).
mo, con los estándares necesarios para ser deseados por cualquier consumidor
competente.9
De esta manera, ocupados en nuestros cuerpos y con los deseos instaurados
de no hacer otra cosa que ocuparnos de ellos, no ya para ser amados o cuidados
por otros cuerpos, sino sólo para ser consumidos (exhibidos, para ser admirados
por cuerpos diferentes al nuestro y para admirar los cuerpos ajenos a modo de
perfeccionar nuestra propia técnica de cuidado), ejercemos control sobre nues-
tros cuerpos. Es difícil arriesgarse a la tortura, a la huelga de hambre, a ser gol-
peado en una manifestación, o a ser vulnerable a las balas o algo similar, cuando
se está tan en contacto con el cuerpo y su belleza.
El cuerpo es un dispositivo de control social. Y esto es un efecto de considerar a
los cuerpos como los contenedores de las emociones, lo cual sitúa al cuerpo en el
mismo nivel que ellas, por lo que es igualmente despreciado. Uno de los ejemplos
más evidentes de desprecio a mi entender es el discurso de que el cuerpo es un he-
cho meramente biológico, puesto que niega sus posibilidades de cambio.
Esto ha permitido asumir como naturales todas las desigualdades y jerarquías
políticas y sociales. La evidencia de cuerpos diferentes, más resistentes, más
fuertes, más sanos que otros ha permitido legitimar estas diferencias y generar
una serie de prácticas sociales destinadas a crear y mantener dichas diferencias
y su apariencia de naturalidad.10
No siempre dichas diferencias se han concebido como inscritas y permanen-
tes en los cuerpos; más bien es la ciencia la que al basar las diferencias en térmi-
nos biológicos, en lo genético, y aún existiendo una posible explicación social
para algún hecho de diferencia, se empeña en encontrar el gen que lo justifique.
También la religión contribuyó a ello, poniendo en el mismo saco las emo-
ciones, la sexualidad y todas las debilidades de la carne como fuerzas incontro-
lables contra las cuales había que luchar y contra las que ella era la única salida
válida para congraciarse con el todopoderoso y la moral.
“Existen varias razones por las cuales el ‘Conócete a ti mismo’ ha oscurecido el ‘Cuí-
date a ti mismo’. En primer lugar ha habido una profunda transformación en los prin-
cipios morales de la sociedad occidental. Nos resulta difícil fundar una moralidad
rigurosa y principios austeros en el precepto de que debemos ocuparnos de nosotros
mismos más que de ninguna otra cosa en el mundo. Nos inclinamos más bien a con-
siderar el cuidarnos como una inmoralidad y una forma de escapar a toda posible re-
gla. Hemos heredado la tradición de moralidad cristiana que convierte la renuncia de
sí en principio de salvación. Conocerse a sí mismo era paradójicamente la manera de
renunciar a sí mismo. […] El ‘Conócete a ti mismo’ ha oscurecido al ‘Preocúpate de ti
mismo’, porque nuestra moralidad insiste en que lo que se debe rechazar es el sujeto.
Editorial UOC 212 Psicología económica y del comportamiento...
La gestión del cuerpo y de las emociones sigue pasando por los supuestos co-
nocimientos objetivados de uno mismo que proporcionan las diferentes co-
rrientes humanistas. Así, el cuerpo en gestión es un cuerpo en conocimiento
más que un cuerpo en movimiento que se construye a sí mismo al rechazar las
categorías impuestas. El efecto de todo esto es otra vez la naturalización de las
categorías, puesto que sólo deben ser conocidas. Como se deja claro en el cons-
truccionismo, mediante la retórica del conocimiento sólo se puede conocer lo
preexistente. Se conoce lo desconocido pero no lo inexistente.
El cuerpo hoy por hoy lo hemos construido como el límite y mediador entre
una cosa que hay dentro que llamamos individuo y otra cosa que hay fuera que
llamamos sociedad. Si lo que hay dentro corresponde a los estereotipos deseados
fuera, entonces estamos frente a un individuo normal, afortunado y feliz; si no
es así, estamos ante un individuo con problemas que se expresan en su cuerpo
o directamente con su cuerpo. Hoy por hoy, el cuerpo sirve para hacer evidente,
según el modo de pensar individualista, que cada cabeza es un mundo, porque
el límite del mundo está en el límite físico de la cabeza misma, la frontera con
los otros y por tanto la intimidad está en la piel y en el cuerpo. De esta manera
se hace empíricamente evidente que el mundo está compuesto por individuos,
por cuerpos y que lo social sólo puede ser la suma de ellos o sólo puede ser un
factor que moldea y los afecta.
Como ejemplifica excelentemente Ian Burkitt (1999), en la sociedad occi-
dental estamos llenos de experiencias cotidianas en las cuales es un hecho que
nos vivimos disociados entre mente y cuerpo. Él pone los ejemplos de alguien
que ha perdido alguno de los miembros del cuerpo pero considera que su per-
sonalidad no se ha inmutado, de la gente que envejece y considera que su ver-
dadero yo es un alma joven que está dentro de ellos, o de aquellos que han
muerto cerebralmente y que aunque su cuerpo siga vivo, se les considera vege-
tales porque lo único importante de verdad es la mente. Ejemplos excelentes
que él ubica como prueba de la concepción cartesiana del cuerpo y en la que
quiere recuperar al cuerpo como soporte material que nos permite ser personas
Editorial UOC 213 Capítulo IV. El consumo como emoción
en lo social, porque nos permite sentir, oler, ver, experimentar, etc. y de esta
manera pretende recuperar al cuerpo como la condición de posibilidad de ser
social.
Con ello estaríamos de acuerdo, pero también sabemos que hay un montón
de cuerpos que no utilizan su soporte de la misma manera, y esto debería preve-
nirnos de realizar análisis hasta cierto punto etnocéntricos; no todo el mundo
respeta su cuerpo de la misma manera, hay gente que se flagela, indios que se
perforan los pezones o hasta gente que ¡no se lava! Hay más utilizaciones de
nuestros soportes de las que estamos dispuestos a reconocer. Justo lo que es im-
presionante es que el consumo como dispositivo de control social homogenice
tanto que podamos reconocer el consumo de uno mismo bastante globalmente.
Claro que hay espacio para la resistencia y que aquellos cuerpos que no son
tipo top model pueden posibilitar un cuestionamiento y como dice Shilling
(1993): “permitir a la gente intervenir y cambiar el flujo de la vida diaria”, pero
el cuerpo no condiciona este hecho ni el contrario. Lo que va generando las po-
sibilidades de transformación no son los cuerpos sino los diferentes discursos en
conflicto con sus afectividades y sus cuerpos asociados. Lo que se hace necesario
es, pues, construir un discurso alternativo al del consumo de uno mismo.11
En nuestro sentido común no cabe la menor duda de que hay cosas que no
se pueden describir con palabras y cosas que sí que son nombrables y fácilmente
descriptibles. Nunca somos conscientes de todas las palabras y todas las accio-
nes que ponemos en práctica para que ello sea verdad. Y en tanto que lo acaba
siendo, gracias a nuestras prácticas sociales, efectivamente no podemos poner
en palabras nuestras emociones para compartirlas o comunicarlas a los demás.
11. El ejemplo más a mano es el de mi embarazo, del cual no sentí absolutamente nada hasta que
no lo supe, entre otras cosas porque tampoco tenía acceso a todas las narrativas de las cosas que se
deben notar y sentir de “manera natural” en esos momentos. Lo curioso es que paralelamente al
discurso de que debes sentir cosas, sobre todo si ya tienes cinco meses de embarazo, vas oyendo
que eso de no enterarse es mucho más común de lo que los discursos sobre la naturaleza maternal
querrían, y que más de una mujer se ha escapado a tales narrativas. Pero ello no quiere decir que
los cuerpos piensen o dejen de pensar tal cosa; lo posibilitan, igual que el pulgar posibilitó escribir,
pero no lo condicionan. No todo embarazo tiene que provocar las mismas emociones y, de hecho,
no las provoca.
Editorial UOC 214 Psicología económica y del comportamiento...
Por ello nos tienden un montón de puentes consumo que conectan muy eficaz-
mente palabras y emociones, haciéndolas así accesibles para quienes nos ro-
dean, pero sobre todo para nosotros mismos.
De ello son ejemplo los excelentes anuncios de BMW, donde queda muy cla-
ro que a los hombres, la irracionalidad que no sólo se les permite sino que se les
promueve es la de comprarse un coche.
En uno de ellos vemos a un hombre blanco, europeo, de mediana edad, pre-
sumiblemente maduro y equilibrado enumerando las razones por las cuales ha
adquirido todas sus posesiones. Así, afirma que tiene esa casa por su orienta-
ción: ni muy fría en invierno ni muy caliente en verano. Tiene dos hijos porque
ha elegido entre la soledad de uno y el excesivo alboroto de tres. Ha elegido a su
esposa por su combinación de belleza, inteligencia y ternura. Y finalmente ha
elegido aquel coche porque… y tras un silencio absoluto, inmediatamente co-
mienza a describir las cualidades del césped de su jardín. Con lo cual queda claro
que para lo único que no tiene argumento es para el coche en cuestión, en un in-
tento de generar el ‘sentimiento’ de ternura hacia un hombre tan calculador que
muestra su parte ‘femenina’ en este caprichito que, por lo tanto, se merece.12
El otro anuncio, de la misma marca, apuesta aún más fuerte, porque pasa di-
rectamente a la puesta en escena de la irracionalidad masculina, mostrándonos
en vivo y en directo a un hombre haciendo el tonto. Se encuentra en el comedor
de su casa, rodeado de niños de todas las edades. La mujer atiende al bebé y sirve
desayunos a diestro y siniestro, mientras él da sorbitos de café y llama a los afor-
tunados hijos que tendrán la posibilidad de ser llevados a la escuela en ese mo-
mento. Después regresa, da otro sorbito a su café y lleva a otros críos a la escuela,
y así sucesivamente, hasta que por fin puede salir con la mujer y el bebé. Es en-
tonces cuando vemos el coche: como podemos deducir, pequeño, y no sólo
completamente inadecuado para sus necesidades: además, su mantenimiento le
hace la vida imposible. Pero como “se escapa a la razón” (lema del anuncio),
está justificado que hasta a un hombre le pase, pero sólo con los automóviles,
nunca con las labores del hogar o con el cuidado de sus hijos, por ejemplo.
Ahora bien, esto son emociones de consumo, y lo hemos hecho tan bien que
creemos que no se pueden explicar, y que no tienen que ver con el lenguaje, aún
12. A algunos también nos puede generar el sentimiento de indignación por tratar a los miembros
de su familia como objetos de consumo, pero qué vamos a hacer: así son las cosas hoy en día.
Editorial UOC 215 Capítulo IV. El consumo como emoción
después de ver lo que dicen y hacen los protagonistas de estos anuncios. ¿Cómo
entonces resultan tan evidentemente discursivos? El truco está en hacer ver que
el discurso de estos anuncios esta básicamente compuesto por imágenes y que,
por lo tanto, no es lingüístico, como si éstas dijeran algo por sí mismas y sin ayu-
da del contexto y el sentido cotidiano que les proporcionan sus significados.
Pero éste es el truco del nuevo milenio: hacernos pensar que las imágenes, los
cuerpos o el consumo están fuera del discurso.
También las ‘bajas pasiones’ que recreamos en las fantasías eróticas se nos
venden como emociones fuera del discurso. A partir de dar por hecho el amor
verdadero, se mantiene la creencia de que las fantasías sólo son necesarias a
aquellas personas insatisfechas con su vida sexual. El imperativo del individuo,
la imposibilidad de establecer relaciones de conveniencia y el amor romántico,
entre otras cosas, sólo posibilitan las relaciones con los otros y con lo otro a tra-
vés de fantasías de consumo.
En un artículo reciente sobre el tema de las fantasías, por supuesto, estadouni-
dense, se afirma que el 95% de los hombres y mujeres tienen fantasías sexuales.
Pero al contrario de lo que podríamos pensar de entrada, anuncian que no son un
signo de insatisfacción sexual o de cualquier patología (cabe destacar la relación en-
tre los dos términos), sino que se dan en la gente con menos problemas sexuales.13
Inevitable, puesto que el sexo de consumo no es el que nos puede ofrecer
nuestra pareja, aunque de seguir los consejos de los sexólogos televisivos cada
vez será más así, puesto que nos sentiremos capaces de sorprender a la pareja
con la realización de sus fantasías más íntimas, por más humillantes y degra-
dantes que éstas sean o por cursis que le resulten. Lamentablemente, en cuanto
se pregunta por el origen de estas fantasías, la respuesta sólo se da en términos
individuales, relatando la historia particular de cada hombre o mujer: que si vi-
vía en la playa, que si un pariente le tocó, que si le castigaron en el colegio…
Nada que pueda hacer sospechar que una estructura de relaciones de género
montada sobre lo emocional se halla detrás, ya no sólo de determinadas fanta-
sías, sino detrás de la necesidad de la fantasía para culminar una relación sexual
¿con otra persona?
13. Sobre las fantasías sexuales: H. Leotenberg; K. Henin (1995). “Sexual Phantasy”. En: Psychological
Bulletin (núm. 117, vol. 3). Citado en Maltz y Boss, 1998.
Editorial UOC 216 Psicología económica y del comportamiento...
Está claro que debe haber fantasías de todo tipo, pero una mirada a las más
comunes y comúnmente promovidas en la cultura erótica (literatura, filmogra-
fía, pintura etc.) nos deja como denominador común la propiedad y la objeti-
vación del otro en aras de la propia satisfacción. La pasión y las fantasías que la
alimentan se suponen individuales, suposición difícilmente sostenible si pensa-
mos que afecta a un porcentaje más que significativo de la población. La propie-
dad, como las leyendas sobre avaros demuestran, no es sólo una condición
jurídica, sino también una emoción, la emoción de consumo por definición. De
ahí que cuando el hombre se da cuenta de que aquello que considera regalado
o vendido, una mujer por ejemplo, posee una autonomía personal más allá de
la que le permite ir de compras y recoger a los niños sin molestarlo, se sienta
ofuscado. El hombre que tiene en propiedad una mujer, difícilmente puede ha-
cer otra cosa que consumirla, y si no funciona, arreglarla a golpes, que es como
se arreglan todos los enseres domésticos cuando se descomponen.14
14. El único juicio de valor que se halla en este párrafo es sobre la manera en que se disimulan las
relaciones de género. En ningún caso debe interpretarse que se juzga incorrecto que la gente se
relacione o deje de relacionarse a través de fantasías sexuales; la verdad es que es igual de fanta-
sioso pretender que sin fantasías uno se relaciona auténticamente con el otro, puesto que ello
supondría pensar que hay en el otro una verdad accesible.
Editorial UOC 217 Capítulo IV. El consumo como emoción
Conclusiones
En este capítulo hemos visto cómo las emociones funcionan como disposi-
tivo de control social en tanto que reproductoras de la estructura social, pero
también como posibilitadoras de la transformación social. La gente se apropia
de las normas culturales, pero no de manera pasiva. Reflexiona y actúa con el
fin de resolver las contradicciones y para producir inteligibilidad a medida que
construye sus identidades. Los individuos reproducen la estructura social por-
que tienen libertad de acción; la noción de libertad individual es básica para en-
tender el desarrollo de lo emocional en nuestro tiempo, ya que el juego de las
emociones tiene más consecuencias personales y sociales que ningún otro. Una
descalificación emocional lo descalifica a uno como persona. No es casualidad
que las emociones adecuadas se correspondan a los valores dominantes de la
sociedad.
Después hemos propuesto el estudio del consumo como una emoción emer-
gente. La relevancia que tiene pensar en el consumo, viene dada por su carácter
central en las relaciones sociales contemporáneas (Bauman, 1999). El consumo
configura el tipo de relaciones que las personas estamos dispuestas a establecer
en la mayor parte de aspectos de nuestra vida cotidiana. Si bien en la sociedad
moderna o industrial el consumo sólo era necesario para mantener la produc-
ción, que era la verdadera responsable de la identidad de los trabajadores, en la
sociedad postmoderna o de la información, el consumo ya es necesario para
configurar las identidades. Sin consumo no hay identidad. El consumo ya no es
solamente una relación anecdótica entre la persona y los objetos que posee, sino
una relación fundamental a través de la cual el sujeto se define a sí mismo como
consumidor y al resto del mundo como objetos de consumo.
Esto es lo que permite entender de qué manera el consumo se ha naturaliza-
do, ha pasado de necesidad estructural a necesidad vital. La vieja idea del con-
sumo racional del homo economicus no sirve para comprender la fuerza del
Editorial UOC 218 Psicología económica y del comportamiento...
Capítulo V
Una vez acabada la fase del capitalismo de producción, en las llamadas socie-
dades occidentales desarrolladas, a partir de los años cincuenta del siglo que acaba
de pasar, empieza a describirse esta sociedad, en la cual vive el 90% de los cien-
tíficos sociales del mundo, como una sociedad de consumo. Horkheimer y
Adorno (1972), filósofos de la escuela de Frankfurt, describieron una lógica del
consumo en que los hitos más elevados de la cultura sucumbían a la lógica de
la mercantilización. Desde esta visión, las lógicas del consumo derivan directa-
Editorial UOC 222 Psicología económica y del comportamiento...
ha convertido en un acto masivo y apasionante hace poco tiempo. Basta con ver
el interés que muestran los adolescentes, y no tan adolescentes, por los nuevos
modelos de teléfonos móviles, de consolas de videojuegos o de ordenadores. In-
cluso aquellos que por falta de medios carecen de estos artículos, conocen sus ca-
racterísticas, tal como sucedía antes con los modelos de coche caros.
Son tres jóvenes que viven en Ciudad de México. Tienen catorce, trece y catorce años,
respetivamente, y en las entrevistas que les hicieron los autores de este capítulo para
un estudio reciente sobre jóvenes y consumo de nuevas tecnologías, nos comentaron
que les encanta entrar en páginas web de móviles. Los comparan, los valoran, los mi-
den, los pesan, pero sobre todo los adoran y, a veces, los consiguen. Pero lo que les
apasiona, en el fondo, no es el móvil en sí, ni sus funciones, cada vez más variadas y
complejas, sino el hecho de estar a la última moda, de saber qué pueden hacer, de
descubrir cómo funcionan, qué más pueden sacar. Lo que les apasiona, como a todos
los consumidores de tecnología, es la innovación: es convertirse en copartícipes de
una nueva experiencia intelectual.
Que nosotros recordemos, la última tecnología que había conseguido un nivel simi-
lar, prácticamente absoluto, de difusión social, era el reloj de pulsera. Y no podemos
negar los efectos que el reloj de pulsera ha tenido en nuestra vida: individualiza el
tiempo y nos hace a cada uno de nosotros, de manera claramente individual, respon-
sables de la gestión de nuestro tiempo, el cual se convierte en una posesión privada.
El tiempo pasa de ser de dominio público, una cuestión colectiva, donde los ritmos y
las rutinas son los mismos para todos los miembros de la comunidad, a una cuestión
individual: cada uno tiene su propio ritmo y se organiza el tiempo individualmente,
Editorial UOC 225 Capítulo V. Consumo y transformación social
1) Los móviles dan valor al individuo que tiene. En este sentido, son un ele-
mento de exhibición por parte del individuo, que la ayuda a mostrarse como
miembro de un grupo y no como solitario. Gran parte del estatus de alguien lo
proporciona, actualmente, la multiplicidad de relaciones que puede mantener. El
móvil te permite mostrarte como un yuppie de las relaciones, de las gestiones.
Mientras esperas a alguien, hablas con otra persona por el móvil.
2) El móvil es un paso más hacia la individualización de la comunicación. Es
un acto entre dos individuos (o más, en el caso de las llamadas múltiples), en el
que no toma parte ninguna persona ajena al medio de comunicación. Ya quedan
lejos los tiempos del teléfono único para todo un barrio, cuando todo el mundo
sabía quién te llamaba, y pronto quedará lejos el teléfono de casa, que hace par-
ticipar a toda la familia de cada una de las llamadas de sus miembros.
3) El móvil representa la disponibilidad permanente de un individuo. Con el
móvil, se está accesible siempre. Ahora la comunicación interpersonal no es una
situación de un momento, sino un estado virtual permanente. En cualquier mo-
mento alguien te puede llamar. En este sentido, es una nueva forma de autocon-
trol. Siempre estás visible, es el nuevo panóptico, ya que cuando te llaman tienes
que rendir cuentas de dónde estás y de qué estás haciendo. Si no has podido ser
localizado o has desconectado el teléfono en la primera llamada, tendrás que jus-
tificar por qué no te podías poner.
4) El móvil también es una exigencia de controlar a los otros. También se les
pide que estén permanentemente accesibles. Si no localizas a alguien, cuando ha-
blas con él o con ella le pedirás una explicación sobre las razones de este hecho.
Editorial UOC 226 Psicología económica y del comportamiento...
Les encanta buscar en la Red: fotos y postales de lugares que difícilmente visitarán;
páginas con información de sus artistas musicales preferidos; documentos sobre ani-
males exóticos o curiosos; trucos para avanzar pantallas o alcanzar mejores puntua-
ciones en los videojuegos; o también, como no podía ser menos, pornografía.
Por otro lado, tienen una percepción del paso del tiempo más rápida. Consideran que
lo que pasó hace más de seis meses sucedió hace mucho tiempo. Por ejemplo, expli-
caron que tenían una dirección electrónica y que la utilizaban desde hacía mucho
tiempo. Cuando les preguntamos cuánto, las respuestas oscilaban entre cuatro y nue-
ve meses.
Al igual que las emociones son, por definición, temporales, breves y fuertes,
el consumo de nueva tecnología también lo es. Las empresas se lanzan a una ca-
rrera desenfrenada para seducir al consumidor con innovaciones constantes, o
al menos para convencerlos de que lo que ofrecen es nuevo (como hace Micro-
soft con sus lanzamientos estrella de Windows nuevos cada dos años, con dife-
rencias prácticamente imperceptibles respecto a las versiones anteriores). Para
los consumidores jóvenes, el desenfrenado ritmo de aparición de los nuevos
productos provoca que su vida se mueva al ritmo del cambio permanente, aun-
que realmente no puedan acceder a todas las versiones de los productos.
Por otra parte, las nuevas tecnologías también permiten asegurar al consu-
midor la novedad permanente.
Editorial UOC 228 Psicología económica y del comportamiento...
“El cansancio ante los mismos objetos de años, el aburrimiento ante los mismos
vestidos, los mismos muebles, las mismas alfombras, el mismo televisor, invita
también a consumir, no por supervivencia física, sino por cambiar de tercio, por
abrirse a una cierta novedad. El new look, el cambio de tinte, peinado, la operación
de los ojos para no verse más con gafas, con lentillas, las reformas constantes en
la casa para que parezca distinta. Ese afán de cambio que siempre lleva implícita
la promesa de que lo nuevo será mejor, de que en lo nuevo encontraremos lo que
añorábamos. Puede entenderse que este afán de cambio está ligado al deseo ince-
sante de disfrutar de experiencias nuevas a través del consumo, esas experiencias
que puede ofrecer la economía a los seres humanos, siempre en busca de la felici-
dad. Pero también puede entenderse como afán de novedad, en el sentido que da
a esta expresión Campbell, como esa indefinida capacidad de crear nuevos deseos
de objetos a la que da el nombre de ’hedonismo imaginativo’. La motivación bá-
sica del consumismo, es el deseo de experimentar en realidad el placer que el con-
sumidor ya ha disfrutado en la imaginación. Sólo los nuevos productos parecen
poder realizar esta ambición, pero como ninguno lo logra, esperamos otros nue-
vos. Este juego dinámico entre ilusión y realidad es la clave para entender el con-
sumismo moderno. Los sueños no son creados por la publicidad, el deseo de
consumir no sería creado por los especialistas en marketing, sino que el marketing
sintonizaría con un profundo deseo interior, con el perpetuo desajuste entre sue-
ño y realidad. Por eso, el adjetivo calificativo ’nuevo’ se ha convertido en sinóni-
mo de deseable sin necesidad de explicar por qué lo es: la novedad aparece en sí
misma como un valor indiscutible.”
A. Cortina (2002). Por una ética del consumo (pág. 84). Madrid: Taurus.
Rebeca
Rebeca puede ir a fiestas, raves que localiza previamente por Internet gracias a su mó-
vil. Incluso sin tener crédito para hacer llamadas ni enviar mensajes, el móvil la con-
vierte en una persona permanentemente localizable pero libre, hasta el punto de que
cuando le llaman sus padres o hermanos podría mentir y decir que está en cualquier
otro lugar más adecuado para sus 14 años, pero no lo hace. La tecnología ha cambia-
do la relación que mantiene con sus padres, que se ha convertido en una relación de
confianza que se traduce en madurez personal.
ciación de los que se pueden valer los consumidores para construirse una identi-
dad en el espacio social global (Roberts, 2001).
tocables e intocables, que tenían prohibido por ley o discriminación social el ac-
ceso a determinados productos y experiencias.3
En cambio, los críticos con esta versión nos recuerdan que una cosa es que to-
dos tengamos el derecho de consumir y la otra, que podamos hacerlo. Si enfati-
zamos el poder adquisitivo, veremos que ésta es una dimensión fundamental que
no se puede olvidar. Si no tenemos las mismas posibilidades de consumo, no so-
mos iguales, según afirman los partidarios del liberalismo cuando piensan en el
socialismo; pero no tenemos las mismas posibilidades de consumo si no dispone-
mos del mismo dinero, responden los críticos del capitalismo. Incluso en caso de
que supusiéramos que todos contaran con renta mínima, la capacidad de consu-
mo no sería la misma, porque la circulación de bienes no es libre, sino que se halla
sujeta a determinadas políticas proteccionistas que no se aplican por igual en los
productos de las multinacionales que en los productos de las pequeñas empresas
de lo que algunos denominan países en desarrollo. No todo el mundo tiene acceso
a los mismos bienes, porque hay muchos lugares a los que éstos sencillamente no
llegan. Algunos productos no superan nunca la prueba del “libre mercado”, sim-
plemente porque no tienen la difusión de los productos de las multinacionales,
que llenan los mercados y los convierten, de facto, en mercados cautivos.4
Damián
Tiene diversas identidades, entre las que salta como de una pantalla de ordenador a
otra. En todas se siente cómodo, y también se porta bien con los padres, los amigos
3. ¿Qué pasaría con el servicio de Correos en las zonas rurales, aisladas o sencillamente pobres, si el
servicio se privatizara y empezara a funcionar con criterios de rentabilidad y maximización de
beneficios?
4. Es un buen momento para consultar algunos libros críticos con la organización capitalista con-
temporanea: A. Gorz (1998). Miserias del presente, riqueza de lo posible (ed. original, 1997). Barce-
lona: Paidós; N. Klein (2001). El poder de las marcas (ed. original, 2000). Barcelona: Paidós; M. Hardt
y A. Negri (2002). Imperio (ed. original 2001). Barcelona: Paidós.
Editorial UOC 232 Psicología económica y del comportamiento...
Gustavo
Le gusta ser especialista en el juego en red Age of empires porque sus padres no saben
jugar, no lo entienden y, además, consideran que es una pérdida de tiempo. En parte
construye su individualidad gracias a lo que le posibilita la tecnología, pero no por el
simple hecho de escoger un juego incomprensible, sino porque en este juego su vida
se extiende de manera infinita, más allá de las restricciones paternas. En el Age of em-
pires escoge a los amigos y los enemigos, decide si construye una ciudad o destruye
otra, maquina estrategias para ganar a personas a las que no ha visto nunca, etc.
Rebeca
Rebeca entra en páginas web de ropa y comprueba los diferentes tipos de pantalones
tejanos que hay antes de ir a la tienda y probárselos para ver cómo le queda la ropa
que todavía no se ha podido comprar.
Editorial UOC 233 Capítulo V. Consumo y transformación social
A Gustavo los juegos le permiten ser actor en una vida que le deja poco espacio para
actuar. A Damián la afición por los videojuegos, un incipiente interés por la progra-
mación y el talento para descubrir errores en los juegos le llevan a convertirse en au-
tor y a escribir su propia aventura. A Rebeca la Red le permite ser, probarse ropa, asistir
a fiestas, imprimir postales de paisajes que le gustaría conocer y aprender cosas sobre
animales y plantas que no puede ver directamente.6
Todas las personas tenemos una capacidad cultural adquirida que nos prepa-
ra para el consumo, es decir, una serie de aptitudes sobre cómo hay que tratar
los productos de consumo, bien aprendida durante las primeras etapas de la so-
cialización. Además, gozamos de una serie de redes sociales (familia, amigos,
compañeros, etc.) que nos ayudan, que son nuestro soporte. Ahora bien, pue-
den serlo tanto para ayudarnos a consumir como para ayudarnos a no hacerlo
y proporcionarnos alternativas. Las redes tecnológicas amplían este tipo de re-
des sociales, multiplican su efecto, pero no nos dicen en qué dirección irán ni
qué efectos concretos tendrán sobre nuestra vida. Lo que está claro es que difun-
den modelos de vida que antes eran de difícil acceso, por eso pueden tanto in-
citar al consumo compulsivo como a su resistencia.
5. Una forma de vida interesante por sí misma es la que se produce en el momento de comprar,
cuando asumimos nuestros roles de compradores y vendedores. Pero como para muchos comprar
es un placer pero ir a comprar, una tortura, las compras por Internet eliminan la tortura del cara a
cara y la sustituyen por la tortura de la velocidad de conexión o los fallos del navegador.
6. Las dinámicas del ocio juvenil ponen de manifiesto que, más que el ocio, lo que está en juego es
ser considerado joven y la misma posibilidad de participar en algún proceso de inserción social
(consultad, por ejemplo, Alegre y Herrera, 2000, o bien Miles, Cliff y Burr, 1998).
Editorial UOC 235 Capítulo V. Consumo y transformación social
1.2.1. Inclusión
Las nuevas tecnologías te incluyen en redes de relaciones por las que circula
gran parte de la información política de cada momento. Por ejemplo, el 81,3%
de los usuarios catalanes de Internet utiliza el correo electrónico y el 37,5% uti-
liza el chat, una proporción más elevada que la que se encuentra en la mayoría
de estudios internacionales (Castells y Díaz, 2001), y eso que todavía no hay da-
tos del uso de chat a través de móviles, pero parece un fenómeno en alza. Cuan-
do se tiene una dirección electrónica, se puede recibir mucho correo basura
(spam), pero también la persona se sitúa en la órbita de los amigos con correo,
pudiendo integrarse en una red de extensiones insospechadas.8
A. Cortina (2002). Por una ética del consumo (pág. 26). Madrid: Taurus.
8. El éxito de las movilizaciones masivas del mes de abril de 2003 contra la guerra no se podría
haber producido sin las nuevas tecnologías, a través de las cuales circuló la mayor parte de la infor-
mación.
Editorial UOC 238 Psicología económica y del comportamiento...
1.2.2. Exclusión
Son conscientes de que el dominio de las nuevas tecnologías es importante y los tres
lo reflejan en su discurso. Pero mientras que los dos primeros van a escuelas privadas
Editorial UOC 239 Capítulo V. Consumo y transformación social
Para acabar este primer apartado, haremos una reflexión final sobre la rela-
ción entre consumo y nuevas tecnologías. Estas últimas modifican una de las
condiciones que dificultaban el pleno despliegue de una sociedad de consumo
completa. Algunos productos no eran accesibles desde todas partes, las barreras
a la distribución, económicas y políticas, resultaban lo suficientemente eficaces
como para impedir que determinados productos fueran distribuibles en según
qué lugares. Las tecnologías de la información y la comunicación ofrecen este
acceso universal y constante a todos los productos (siempre que se puedan pa-
gar). El problema es que con eso, todo el tiempo y toda la actividad social se en-
cuentran dentro del consumo, son comerciales y productivos. El estado de
consumo permanente es posible. La trampa está en creer que el consumo ilimi-
tado es igual al desarrollo del proyecto de vida que se quiere, por no hablar del
problema de la sostenibilidad de este modelo.
UK Garage & 2-Step / Folk / Funk / Goth / Hip-Hop / Indie Rock / Irish / Jazz / Latin
/ Metal / New Age / Oldies / Pulpo / Punk / Rhythm & Blues / Rape / Reggae / Religious
/ Rock / Soundtracks / Swing / World Music / 50s / 60s /70s / 80s / 90s /
Y falta… música de cantautores, por países, chill-out, ópera, etc. Pero lo que queda bas-
tante claro es que es una clasificación de estilos de vida, de gustos, de personas y de
las tres cosas al mismo tiempo.
Pero las subculturas de consumo van más allá de los jóvenes. Los jóvenes se
organizan en tribus urbanas, o en prototipos, cada uno de los cuales es una veta
de mercado potencial: pijos, hippies, modernillos, deportistas, sabelotodos, cabe-
zas rapadas, punks, militantes, ecologistas, voluntarios, etc. La sociedad se con-
sidera cada vez en mayor medida un complicado mosaico que no responde a las
antiguas divisiones de clase, demasiado escasas y poco atractivas para conside-
rarlas rentables en términos de consumo; por eso se han multiplicado las posi-
bilidades de las identificaciones, las identidades que cada uno puede asumir,
ahora sí, sea joven o no. Los movimientos sociales son reabsorbidos a medida
que se organizan, como pasa, por ejemplo, con el movimiento gay-lésbico, que
a medida que se normaliza pierde peso político pero lo gana económico. Hoy
día cualquier grupo se puede comprar, se le pueden vender productos hechos a
medida, puede ser considerado un conjunto de consumidores potenciales, tan-
to si son mujeres como niños o amantes de cualquier género musical.
Efectivamente, el tiempo de las personas se vuelve de consumo. Pero ade-
más, el mercado se hace creativo y se adelanta a los deseos del cliente existente
y del cliente potencial, aunque con ciertas limitaciones. Recordando los plan-
teamientos del Centre for Cultural and Consumer Studies de Birmingham, Paul
Willis especifica lo siguiente:
“El marketing y todos aquellos que se dedican a intentar vender artículos y medios cul-
turales están en crisis permanente porque los consumidores (especialmente los jóvenes)
no paran nunca de moverse. Las categorías o los límites del mercado son absolutamente
inestables (especialmente las categorías de la juventud), y hoy por hoy es virtualmente
imposible predecir los criterios del gusto del futuro (especialmente del gusto juvenil). (…)
Las industrias culturales tendrían que ser vistas más bien como proveedoras de recursos
simbólicos –teniendo en cuenta así el único mundo cultural conocido por la mayoría de
jóvenes– y hay que entender que, entre estos recursos simbólicos, la experiencia, la iden-
tidad y la expresión juvenil son modeladas creativamente.”
P. Willis (1998). Cultura viva. Una recerca sobre les activitats culturals dels joves (pág. 49).
Barcelona: Diputació de Barcelona.
Editorial UOC 243 Capítulo V. Consumo y transformación social
étnico, podemos deducir que la mayor parte de los estados son fragmentables
territorialmente. Bauman (2001) desarrolla un argumento muy sugerente en
este sentido. Para él, nadie tendría que pensar que el incremento de demandas
de reconocimiento nacional va en detrimento del proceso de globalización. Al
contrario, el globalismo necesita estados pequeños, cada vez más débiles, que
sean incapaces de mostrar una oposición seria a la libre circulación del capital.
También hay que considerar el solapamiento entre cultura y exclusión,
cuando se teoriza sobre la multiculturalidad de la que se acusa a la inmigración,
y entre otras cosas se reifican las diferencias como culturales. Entonces abrimos
un campo de posibilidades a la desigualdad en el acceso a los recursos que pro-
porciona la globalización. Los excluidos de la globalización no sólo son los paí-
ses del denominado Tercer Mundo, sino también los grupos sociales de los países
llamados desarrollados que no pueden beneficiarse de ella. Según Bauman
(2001), los efectos de la globalización son radicalmente diferentes para cada gru-
po social. Uno de esos efectos es la criminalización de la pobreza. Los consumi-
dores fallidos son los que merecen la prisión o el confinamiento en la diferencia
cultural, que puede ser otra prisión, con el agravante de que este colectivo se
considera responsable de su situación, porque hay que recordar que vivimos en
una sociedad individualista, en la que el individuo es responsable de sus actos.
Además, paradójicamente los inversores no son responsables de lo que les suce-
da a sus trabajadores o a las localidades donde se establecen, porque no son los
individuos los que deciden, sino “la lógica del mercado”.
Como afirma Robertson, al fin y al cabo a la globalización le conviene un
cierto fundamentalismo local que le permita funcionar (Robertson, 2000,
pág. 180). Para el globalismo, la diversidad cultural significa generar nuevos
mercados, porque eso implica crear nuevos individuos dispuestos a consu-
mir por poco que se les reconozca una diferencia cultural que, en un contex-
to global, les hace originales. 9
Por eso, las ideologías culturalistas se complementan perfectamente con la
ideología de la globalización neoliberal. Este globalismo, entendido como dis-
curso con una serie de prácticas asociadas, tiene fuerza suficiente para crear in-
dividuos apasionados para consumir. El discurso culturalista, y las prácticas de
9. Por ejemplo, la compañía McDonalds hace una campaña en la que “personaliza” las hambur-
guesas y las elabora con formatos griego, hindú, mediterráneo, escandinavo, etc.
Editorial UOC 245 Capítulo V. Consumo y transformación social
10. El libro siguiente ofrece una buena visión global de la sociedad de consumo, enfocada desde el
punto de vista de la ética: A. Cortina (2002). Por una ética del consumo. Madrid: Taurus.
Editorial UOC 246 Psicología económica y del comportamiento...
Desde la primera posición parece que son los consumidores, o sea, las perso-
nas entendidas individualmente desde la óptica del consumo, las que tienen
que tomar las riendas del consumo y de la producción; ellas tienen en sus ma-
nos las puertas de la economía y de la historia, porque toman las decisiones so-
bre qué se consume, cómo, cuándo y dónde.
“Pero justamente porque todo tiene su envés la pregunta decisiva es por qué todo an-
verso tiene su reverso, pregunta ante la que sólo cabe responder que la acción de con-
sumir y las formas de consumo están en manos de la libertad, que es realmente la
esencia humana. La cuestión es quién decide lo que se consume y lo que se produce,
y quién debería decidirlo. La cuestión no es tanto quién controla (Fukuyama), sino
quién asume la responsabilidad del consumo y la producción desde unos valores éti-
cos que se proclaman globalmente.”
A. Cortina (2002). Por una ética del consumo (pág. 28). Madrid: Taurus.
También parece claro que la conciencia del consumidor sobre las repercusiones
éticas de su conducta no necesariamente se limita a los tópicos de quien paga manda
o el cliente siempre tiene la razón. La ética del consumo no puede consistir sólo en un
catálogo de marcas apropiadas (con sello de conducta ética) o bien en el ejercicio
aislado del boicot particular a determinado producto por la razón de que sea. Una
cosa son los derechos del consumidor y otra, sus compromisos hacia el objeto con-
sumido y los efectos de este consumo para su entorno. De momento, es de sentido
común que el consumidor tiene derecho, pero no queda claro si tiene algún deber,
o al menos esa cuestión parece optativa. Pero la simple alusión a un tipo de deber
al que esté ligado el consumo hace que éste pierda su encanto.
Muchas personas piensan que sólo nos falta preocuparnos por las desgracias
ajenas, cuando ya tenemos bastante trabajo con las nuestras. Apenas dispone-
mos del tiempo y la energía necesarios para reclamar nuestros derechos de con-
sumidor cuando son vulnerados, y lo hacemos demasiado poco, para que nos
quede tiempo para cuestionar elementos vinculados al consumo de manera más
indirecta, como las generaciones futuras o como la situación en el Tercer Mun-
do, que suele concebirse más como una desgracia ajena que como una situación
en la que podamos tener una cierta responsabilidad. La gestión del tiempo apa-
rece como un eje fundamental para cualquier comportamiento ético: si tene-
mos tiempo, lo hacemos, si no, no.11
En cualquier caso, las consideraciones que apelan al consumo responsable, o
bien al comercio justo, continúan considerando de alguna manera que la respon-
sabilidad es individual y no de cariz eminentemente social. Una concepción más
social del consumo responsable requiere acciones tanto desde prácticas cotidianas
y de estilos de vida, como desde acciones colectivas, institucionales y civiles.
11. Para entender la relación entre altruismo y gestión del tiempo: J.M. Darlei; C. Daniel Batson
(1973). “From Jerusalem to Jericho: a study of situational and dispositional variables in helping
behavior”. En: Journal of Personality and Social Psichology (núm. 27, vol. 1).
Editorial UOC 248 Psicología económica y del comportamiento...
Relaciones de consumo
–Pero es igual. Lo miramos todo y seguro que encontramos algo que nos apetece. Po-
demos llevar a mi nieto. Lo dejamos en el parque infantil, y a mi hija le hacemos un
puente de plata.
–No empieces con la cosa ética. Mira, te lo pongo fácil: si aumenta el consumo, au-
menta la demanda; si aumenta la demanda, crece la producción; a mayor produc-
ción, más puestos de trabajo, más dinero, y la riqueza se va extendiendo hasta llegar
al Tercer Mundo. Con lo cual, además de pasar una tarde curioseándolo todo, nos ga-
namos un reconocimiento como benefactoras de la humanidad.
Editorial UOC 249 Capítulo V. Consumo y transformación social
–¿Y tener que amueblarla, limpiarla, pagar una contribución más alta, abrir otro fren-
te de burocracia? ¡Ni hablar!
–Pero eso da tono, mujer. Y para limpiar contratas a una inmigrante y le haces un favor.
Hasta, si quieres, le puedes pagar el mismo sueldo que le darías a una chica de aquí.
–Que no, que no quiero una casa más grande, y que a los inmigrantes a ver si los em-
pleamos también en otras cosas, que parece que no puedan hacer sino lo que otros
no quieren.”
A.Cortina (2002). Por una ética del consumo (págs. 11-12). Madrid: Taurus.
“La obligación social del individuo de mostrarse racional lo lleva a justificar las acciones
cometidas como si haberlas emprendido dependiera únicamente de él o de ella. La
consecuencia immediata de eso es la recreación pública de la ideología dominan-
te. La supuesta libertad del individuo para resistir toda influencia hace que ésta pue-
da reproducirse con toda tranquilidad. Como afirma Tomás Ibáñez, nos sometemos
constantemente a situaciones que nos inducen a entrar en una esfera de poder con el fin
Editorial UOC 250 Psicología económica y del comportamiento...
de evitar una serie de micropenalizaciones que quizás no son muy importantes tomadas
una por una, y que provocan microsumisiones libremente aceptadas. Eso explica el he-
cho de que seamos las mismas personas las que construimos la ideología dominante sin
que ésta tenga que imponerse de manera masiva o macro. Como intentaban explicar las
teorías de la comunicación persuasiva, la ideología dominante no necesita ser absorbida
a través de mecanismos ocultos de influencia subliminar o bien a través de grandes apa-
ratos propagandísticos; sino que le basta con ser practicada en el día a día, la necesidad
de justificación que siente un individuo ’libre’ ya hará el resto. Y recordad que los roles
son un mecanismo fundamental de esta construcción, el lugar que ocupamos en la so-
ciedad provoca una serie de microobligaciones ‘libremente aceptadas’ por el individuo
que también presuponen una determinada ideología.”
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cial”. En: T. Ibáñez (ed.). Introducció a la psicologia social (págs. 363-364). Barcelona:
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3.3.1. Igualdad
3.3.2. Libertad
po, como es el caso de las relaciones de género, ¿gozan sus miembros de la mis-
ma libertad? ¿Pueden ejercer esa libertad de la misma manera dependiendo de
la división del trabajo y de su posición social?12
Al considerar el problema de la libertad como un problema únicamente del
individuo, en nuestra sociedad de consumo se transforma en libertad de consu-
mo, y eso hace que las preguntas éticas sólo puedan ir dirigidas en esa dirección.
¿Pueden consumir lo mismo las personas discriminadas? Y, finalmente, si reco-
nozco en el otro la misma libertad de consumo que la mía, ¿podremos conti-
nuar consumiendo los dos lo mismo? ¿Cómo puedo concebir mi libertad de
consumir sin la del otro? ¿Puedo ejercer mi libertad de participar políticamente
en la sociedad para impedir el acceso a los productos de consumo “nocivos” so-
cialmente? Quizás tengamos que pensar en algún tipo de libertad colectiva de
consumo, en el que sea el colectivo quien tome las decisiones de consumo me-
diante el debate y la negociación.
3.3.3. Fraternidad
Conclusiones
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dinero informal o social m pl Propiedad del dinero, según la cual el hecho de tener
un valor de intercambio reconocido y regularizado en determinadas relaciones y contex-
Editorial UOC 268 Psicología económica y del comportamiento...
tos sociales convierte un elemento en dinero; así, este concepto se extiende a todos los
objetos que cumplen esta característica.
dinero múltiple m Característica del dinero que refleja la capacidad de ser diferencia-
do, clasificado, construido y reconstruido socialmente, con lo cual pierde su uniformi-
dad, unicidad y homogeneidad.
discurso m Conjunto de prácticas lingüísticas que construyen un objeto desde una po-
sición ideológica determinada, vinculada a sistemas de valores y grupos sociales.
esencialismo* m Punto de vista según el cual los objetos (incluyendo a las personas)
tienen una naturaleza inherente y esencial, susceptible de ser descubierta.
estilos de vida m pl División de las formas de vida de una sociedad basada en el con-
sumo. El estilo de vida se define a través de qué, cómo, cuándo y dónde se consume.
ética del trabajo f Discurso moderno sobre el trabajo que lo vincula a determinados
valores morales y el progreso.
Excluidos -as m y f pl Personas que no pueden acceder a los recursos económicos, po-
líticos y sociales que la sociedad de consumo pone a disposición de los miembros.
homo economicus m Conceptualización del ser humano a partir de entender que es,
esencialmente y por naturaleza, un ser racional, egoísta, calculador y solitario, de manera
que cada uno de sus comportamientos se puede explicar a partir de esta naturaleza oculta.
Incluidos -as m y f pl Personas con pleno acceso y participación en los bienes de la so-
ciedad de consumo.
individuo moderno m Persona movida por objetivos racionales, motivada por la ética
del trabajo, centrada identitariamente en el trabajo, en torno al cual se configura una
sola identidad coherente orientada a la consecución de un proyecto vital.
individuo postmoderno m Persona movida por estados afectivos, motivada por la es-
tética del consumo, con la identidad descentrada y fragmentada, sin posibilidad de con-
figurarse un proyecto de vida.
poder adquisitivo m Conjunto de los medios económicos necesarios para hacer efec-
tiva la capacidad de consumo.
reificar v tr Considerar alguna cosa abstracta como material y concreta, y actuar en con-
secuencia.
Editorial UOC 270 Psicología económica y del comportamiento...
texto* m Cosa capaz de generar lecturas e interpretaciones, como los escritos, las imáge-
nes, la ropa, los edificios, la comida y los artículos de consumo.