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Joan Antoni Melé
en colaboración con Francesc Miralles
URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay – Venezuela
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1.ª edición Junio 2017
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los
titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total
de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento
informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.
ISBN: 978-84-16990-43-6
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«La evolución espiritual no se manifiesta por la posibilidad de almacenar
conocimientos, declamar verdades u obrar milagros, sino por la capacidad de
corregir los propios errores.»
RUDOLF STEINER
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Índice
Firmamento
La cuenta atrás
Despegue
Más allá de las estrellas
Basura espacial
La sentencia
En un bote de hojalata
Conocimiento y dinero
Nozomi significa esperanza
El valor del vacío
Una cuestión de tiempo
No respondas nunca a preguntas que no te han hecho
Tres deseos para el mundo
La ayuda interior
Misión y compasión
El problema que no existía
Tres preguntas que lo resuelven todo
La vida no es una ciencia exacta
Un nuevo plan
El teorema de lo imposible
Están, aunque no los veas
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¿Es la vida un sueño?
Una puerta misteriosa
Un ejercicio final
Epílogo: el viaje de una estrella
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Firmamento
Robert Jones amaba las estrellas desde pequeño. Su abuelo tenía en su casa de
campo un telescopio y le había enseñado el nombre de cada una de las
constelaciones y cómo distinguir los diferentes tipos de estrellas y planetas.
—Somos gente humilde, Robert —le dijo en una ocasión—, sin embargo las
estrellas nos pertenecen porque sabemos amarlas. Ellas seguirán allí cuando
nosotros hayamos desaparecido.
Cuando no hacía mucho frío, su abuelo le permitía dormir en el balcón de la
casa. De esta manera, Robert tenía como único techo la bóveda celeste. Se
dormía mirando las estrellas y se despertaba con la claridad de los primeros
rayos solares.
Robert ignoraba por aquel entonces que las estrellas serían una parte
fundamental de su vida.
Al regresar a la ciudad, sintió que se apagaba. En el apartamento de sus
padres no había siquiera balcón y la propia contaminación de la urbe, lumínica
y ambiental, apenas le permitía distinguir el firmamento.
Pero si no podía situarse bajo las estrellas, decidió que tendría que traer la
bóveda celeste a su propia habitación.
Consiguió pintura fosforescente y, en el techo de su dormitorio, dibujó
estrellas, constelaciones y planetas. Cada noche, justo antes de apagar la
lámpara de su mesilla de noche, enfocaba una potente linterna a las estrellas
dibujadas en el techo. Cuando su cuarto quedaba completamente a oscuras,
aparecía su firmamento particular.
Robert había creado su propio universo.
Tras leer Viaje a la Luna de Julio Verne, se imaginó a sí mismo caminando
por la superficie lunar. Su gran sueño era hacer eso y también sentir la
ingravidez, flotar como un globo en el espacio.
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De adolescente, contagió su entusiasmo a uno de sus vecinos, que era su
mejor amigo en aquellos años. Juntos jugaban a ser tripulantes de una nave que
se dirigía a Marte, incluso llegaron a construir un cohete de cartón y madera que
jamás llegó a despegar de su habitación.
Lo que sí lograron fue construir naves espaciales que surcaron los aires del
vecindario, a base de cohetes y otros artilugios de pirotecnia. Cada vez los
perfeccionaban más y eran de tamaño más considerable. Los pintaban de
colores vivos, los bautizaban con nombres inspiradores y los enviaban al
firmamento.
Esta afición terminó de manera brusca cuando uno de aquellos artilugios erró
su trayectoria y se introdujo en el domicilio del señor Robinson a través de la
ventana. La nave tuvo el desafortunado final de estallar justamente ante las
barbas del mencionado caballero, provocándole un considerable sobresalto y
algunos cabellos chamuscados.
El suceso conllevó la intervención de la policía, una dolorosa multa que tuvo
que pagar el padre de Robert y el más severo castigo para el jovencísimo
ingeniero aeronáutico.
Su padre le obligó a pintar el techo de su habitación con dos espesas capas de
pintura blanca, borrando así la bóveda celeste que le había hecho soñar tantas
noches con orbitar en el espacio. También tuvo que deshacerse de todas las
revistas, novelas y cómics que tenían que ver con las estrellas.
A pesar de aquellas drásticas medidas, la observación y el estudio del
universo siguió presente en la vida de Robert, excepto durante unos años que,
en siendo ya adulto, dejó de tener aficiones y se centró en los estudios.
Sin embargo, así como el primer amor nunca se olvida, en su madurez volvió
la fiebre por el cosmos.
De pequeño, Robert había soñado con tripular una nave espacial, ser un
cosmonauta como Yuri Gagarin. Nunca jamás habría imaginado que, habiendo
rebasado ya los sesenta, aquel sueño imposible se convertiría en realidad.
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La cuenta atrás
La sala de prensa estaba repleta de periodistas que esperaban acribillar con sus
preguntas a un emocionado y nervioso Robert Jones, que habría preferido no
tener que hablar ante aquella multitud.
Aunque había alcanzado al éxito —de hecho, era multimillonario—, nunca se
había acostumbrado a hablar en público. Le tenía alergia a los micrófonos.
Había dirigido sus negocios siempre desde la soledad de su austero despacho y,
el hecho de tener que dirigirse a la prensa le hacía sudar a pesar del aire
acondicionado. Estaba a la defensiva.
Entró en la sala con el guion de su discurso debajo del brazo. Se sentó y
ordenó los folios mientras carraspeaba. Llenó de agua el vaso de plástico que
tenía ante él y entonces miró al público. Al ver todas aquellas caras expectantes,
le entraron ganas de reír.
Siempre le había pasado igual. Cuando estaba inmerso en situaciones de gran
ceremonia, incluso en un entierro, los nervios le traicionaban y la risa se
apoderaba de él. Pero en aquella ocasión se contuvo. Era un momento
demasiado importante para él —y también para el resto de los seres humanos—
como para echarlo todo a perder.
Robert volvió a aclararse la voz y saludó.
—Buenos días a todos y gracias por haber venido.
Se hizo el silencio.
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alarmante, los glaciares estaban en franco retroceso y la polución ambiental
causaba enfermedades respiratorias a buena parte de la humanidad.
Era el momento de actuar.
Durante años, pagó de sus arcas a un grupo de jóvenes y brillantes científicos
para una ambiciosa investigación con el fin de sustituir las antiguas fuentes de
energías. Ellos serían los encargados de renovar todo el sistema energético
mundial.
Los físicos e ingenieros que colaboraban con Robert desarrollaron un
prototipo de motor que funcionaba con agua y energía solar. Era poco
contaminante y utilizaba el combustible más económico. Si aquel nuevo sistema
sustituía la maquinaria de vehículos, barcos y aviones, una parte de los
problemas medioambientales estarían en vías de ser definitivamente
solucionados.
Además de los beneficios para el entorno, con aquella revolución tecnológica
el petróleo dejaría de ser motivo de crisis económicas y enfrentamientos
bélicos.
Asesorado por su equipo de marketing, Robert Jones consideró que la mejor
manera de demostrar al mundo entero que aquel motor era fiable era llevar a
cabo una demostración sin precedentes.
Se habló de diseñar un avión o un coche deportivo, pero un joven ingeniero
aeronáutico propuso algo mucho más osado:
—Si lográramos construir una nave y enviarla al espacio, nadie podría poner
en duda la utilidad de nuestro ingenio.
Semejante proyecto le pareció a todo el equipo algo descabellado.
A todo el equipo excepto —obviamente— a Robert Jones, que se entusiasmó
en el acto y puso todos los medios para intentar aquella proeza.
Robert explicó a los periodistas el proyecto: en solo dos años enviarían una
nave al espacio y la harían orbitar alrededor de la Tierra. El combustible
utilizado sería simplemente agua y energía solar. Con ello se pretendía
demostrar que un motor ecológico podía ser la alternativa a los reactores
contaminantes.
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Un murmullo de desconfianza surgió de las bocas de casi todos los presentes.
Incluso se escucharon algunas risas que pellizcaron el ego del millonario.
—Si lo desean, pueden hacer las preguntas que juzguen oportunas —ofreció
Robert.
—¿Tripulará la nave un ser humano, arriesgando su vida? —preguntó la
reportera de un conocido programa de telebasura—. ¿O mejor será una cabra
quien esté al mando? Si los rusos mandaron a Laika…
Robert Jones tenía un as en la manga que dejó muda a la audiencia:
—En efecto, señorita. Y voy a ser yo mismo el cosmonauta que orbitará
alrededor de la Tierra. No quiero que ninguna otra persona asuma el riesgo de
este primer ensayo.
Mientras anunciaba aquello, se vio a sí mismo con un casco y un traje
espacial. El sueño de su infancia hecho realidad.
En aquel momento una tormenta de flashes invadió la sala.
Robert sabía que acababa de dar un gran paso y ya no podría echarse atrás.
Cada uno de aquellos estallidos de luz era una fotografía que aparecería en la
prensa. Una rectificación posterior supondría caer en el ridículo más estrepitoso.
De hecho, ya se arrepentía de su audaz e irresponsable reacción.
El equipo de investigadores de Robert se había llevado las manos a la cabeza
de forma unánime. ¡Era una locura!
En ningún momento habían previsto enviar una nave tripulada por un ser
humano, ni por ninguna clase de ser vivo. El prototipo de motor y la futura nave
se hallaban aún en una fase embrionaria.
Robert se había precipitado en extremo con semejante declaración. Si no
querían sufrir el mayor descrédito, no tenían otro remedio que ponerse a
trabajar para diseñar y construir un vehículo espacial capaz de albergar a un
astronauta tan atolondrado como Robert.
—¿Le apetecería acompañarme? —le propuso el millonario a la periodista—.
Si voy solo, seguramente echaré de menos una conversación tan interesante
como la suya.
Los ingenieros volvieron a llevarse las manos a la cabeza. Si la respuesta era
afirmativa, tendrían que construir una nave capaz de transportar a dos
astronautas…
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Afortunadamente, la periodista alegó razones de vértigo para rehusar la
generosa oferta de Robert.
Boris, un reputado físico ucraniano que había sido elegido jefe del proyecto por
el propio Robert, regañó a su jefe.
—¿Cómo se le ha ocurrido ponernos en este embrollo? No tenemos tiempo
suficiente para conseguirlo… Además, ¿se da cuenta de los peligros que
encierra esa aventura?
—Boris… —respondió Robert con paternalista condescendencia—. Hay algo
que he podido comprobar en esta vida: no hay nada imposible, nada, por muy
utópico que pueda parecer el objetivo. A veces es necesario arriesgarse.
—Se equivoca, uno tiene que conocer sus límites —sentenció el ucraniano.
—¿Y cuál crees tú que es nuestro límite?
—La muerte. Nuestro imposible será resucitarle si algo sale mal allí arriba.
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Despegue
Shoma suspiró al ver cómo la nave se convertía en una estela de luz en el cielo.
Tras la emoción del despegue, que había provocado un pequeño terremoto en el
cosmódromo, ahora le embargaba una inesperada sensación de vacío y
desasosiego.
El joven ingeniero tenía motivos para sentirse dichoso. Tras siete años de
estudios, entre licenciatura y doctorado, y dos años de prácticas en Baikonur,
formar parte de aquella misión era un sueño hecho realidad.
Cuando Boris, el jefe del proyecto, le había encomendado ser el enlace en la
Tierra de Robert, Shoma se hinchó de orgullo. Aquella mañana sintió que su
carrera despegaba de verdad. Habría un antes y un después en su vida.
Lo primero que había hecho era llamar a su madre, una japonesa que llevaba
media vida en Los Ángeles. Para su disgusto, en lugar de felicitarlo por aquel
éxito, al conocer los detalles, se había preocupado por el inexperto cosmonauta.
—Pero, ese tal Robert Jones… ¿no es demasiado mayor? ¿Qué hace un
hombre de casi setenta años en un vuelo espacial?
—Es su responsabilidad —había contestado el hijo con fastidio—. Los
médicos de la estación creen que, aunque tuvo problemas de salud en el pasado,
está muy en forma y su corazón resistirá la inercia del despegue. Ese es el
momento más delicado. Una vez pasado ese trance, su cuerpo resistirá la
ingravidez sin ningún problema.
—¿Y si no aguanta?
—Pues habrá un cuerpo en una cápsula dando vueltas a la Tierra, junto con
los satélites averiados y otra chatarra espacial. Es cosa suya. Ha pagado de su
bolsillo todo esto para la última gran aventura de su vida.
—Entiendo… Así tendrá algo fascinante que contar a sus nietos.
—Mamá, no tiene nietos, ni siquiera hijos —repuso Shoma, decepcionado
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porque también su madre diera todo el protagonismo al cosmonauta—. Por lo
que sé, Robert Jones es un hombre sin familia, no tiene a nadie. Va a orbitar
durante veinticuatro horas alrededor de nuestro planeta. Luego encenderemos
los propulsores de su nave para que pueda regresar. Fin de la misión. Muchos
criticarán que se hayan gastado cientos de millones para un solo día de gloria.
Pero lo que se pretende demostrar con esta misión es que las energías
alternativas al petróleo y sus derivados también funcionan para la industria
espacial. Hay un porqué muy importante detrás de todo este espectáculo.
—Pobrecito, va a sentirse muy solo allí arriba —dijo la mujer, pasando por
alto aquellas últimas explicaciones.
Irritado, Shoma se había despedido de su madre alegando que tenía mucho
trabajo que hacer aquella jornada.
Habían sido en total casi dos años de interminables reuniones de equipo,
charlas técnicas y de formación para el programa de monitorizaje de la pequeña
nave, que funcionaría sin que Jones tuviera que tocar un solo botón, excepto
para comunicarse con la base.
Aunque, una vez en el espacio, Shoma sería su contacto con el cosmódromo,
el ingeniero apenas había hablado con «Robert Gagarin», como todo el mundo
se refería al astronauta.
La mañana del despegue, Jones se había mostrado asombrosamente sereno,
como si se hubiera preparado toda su vida para aquello.
Superado el momento crítico de la ignición del cohete, tras efectuar una
trayectoria impecable, la pequeña nave Nozomi se separó con éxito y dejó la
atmósfera.
Entre el clamor de los aplausos, el joven ingeniero devolvió la mirada a su
monitor, donde aquel hombre y su cáscara de nuez eran solo un punto que se
movía entre coordenadas.
Mientras ejecutaba fielmente el protocolo de comprobaciones, Shoma volvió
a preguntarse por qué se sentía repentinamente triste. ¿Tal vez habría deseado
ser él quien saliera de la atmósfera tras tantos meses de trabajo?
La respuesta era «No».
Aunque a sus 27 años había consagrado su vida a la ingeniería espacial, no le
atraía ser el protagonista de aquella misión. Su objetivo era conseguir un puesto
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de profesor titular en una universidad de la Ivy League, tal vez llegar incluso a
decano. Adquirir prestigio, ganar dinero, tener una gran casa con todas las
comodidades. Eso era lo que deseaba.
Definitivamente, el vuelo de aquel empresario jubilado a bordo de la Nozomi
le traía sin cuidado. Sólo quería hacer su trabajo lo mejor posible para ingresar
ese mérito en su currículum. Porque, no cabía duda, aquel puntito verde en la
pantalla de control era un puntazo en su carrera de ingeniero.
¿Por qué, entonces, se sentía vacío?
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Más allá
de las estrellas
La oscuridad del cosmos rodeaba la Nozomi, pero su único tripulante sólo tenía
ojos para el planeta del que acababa de atravesar su atmósfera.
Estabilizada la navegación, le quedaban veinte horas para contemplar desde la
cápsula lo que había sido su hogar durante sesenta y nueve años. El espectáculo
le resultaba tan sobrecogedor que, aunque los médicos le habían recomendado
dormir un poco antes del reingreso a la Tierra, estaba seguro de que no cerraría
los ojos ni un segundo. Deseaba estar consciente todo el tiempo.
Más allá de las nubes, al reconocer la silueta de América del Norte y parte de
Groenlandia le asaltó una emoción familiar.
Casi medio siglo atrás, mientras realizaba su servicio militar en el desierto,
había sentido algo muy parecido. Durante sus guardias, veía el horizonte
desnudo sin fin y el cielo estrellado sobre su cabeza, y las preguntas se
agolpaban en su mente soñadora.
¿Para qué he venido a este planeta tan dolorosamente bello?
¿Hay algo o alguien más allá de las estrellas que guía nuestros pasos?
¿Qué sentido tiene haber nacido en este mundo si luego tenemos que morir?
A nadie se le da un regalo, en este caso la vida, para luego quitárselo. En una
ocasión había oído que la muerte existía para darle sentido a la vida, pero la
frase no era ningún consuelo. Si existe un Dios, es sin duda cruel.
Las largas noches del desierto se le hacían cortas en medio de aquellas
divagaciones. Y, sin excepción, la madrugada le sorprendía sin haber obtenido
una sola respuesta.
Todos sus compañeros en el fuerte, incluidos los mercenarios a sueldo,
pensaban que Robert se dedicaría a la filosofía o a la teología. Su fama de
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místico era motivo de constantes bromas por parte de sus compañeros de tropa,
de los suboficiales y de los mismos oficiales. Éstos, incapaces de entender la
espiritualidad de la mente humana, a menudo pensaban que Robert se creía
superior a los que le rodeaban. Por eso mismo, le humillaban destinándole a las
tareas más desagradables. Pero Robert, aunque tuviera que limpiar las infectas
letrinas de la tropa, podía escapar de su presente divagando sobre el sentido de
la existencia.
Sin embargo, no tardaría en comprobar que la vida tiene a veces secretos
guiones.
A su regreso a la vida civil, la muerte de sus padres en un accidente de tráfico
le había dejado tan desnudo como el desierto. Desprovisto de recursos para
poder estudiar, empezó a trabajar en un pequeño banco de inversiones. Su
portentosa facilidad para hacerse preguntas sin respuestas era comparable a su
dominio de los números y de la inestable lógica bancaria. Al cabo de pocos
años se convirtió en accionista mayoritario del banco, tras multiplicar su valor
varias veces.
Pronto corrió la voz de que Robert Jones era casi un mago de las finanzas, el
rey Midas de los mercados financieros. Todo lo que él tocaba se convertía en
oro.
Sin duda poseía un don para hacer dinero, pero pese a todos aquellos éxitos,
había sentido a menudo que se encontraba en el lugar erróneo, de estar llevando
una vida equivocada. Siempre tenía la sensación de que le faltaba algo.
Cuando menos se lo esperaba, conoció el amor de su vida. A los cuarenta y
tres años se enamoró de una mujer vital, una aventurera ocho años menor que
él. Era corresponsal de guerra de una cadena de televisión canadiense. Durante
un año, Robert conoció la felicidad y la plenitud junto a Martha.
La reportera era adicta a la vida. Disfrutaba de cada instante como si fuera a
terminarse pronto. Aquella mujer de cabellos negros rizados contagió a Robert
su avidez por vivir. Para ella, cualquier cosa era motivo de celebración. Una
fruta madura era un delicioso manjar; una copa de vino, una fiesta; una caricia
se convertía en un masaje, y un encuentro sexual en un éxtasis junto al mar.
Robert la amaba porque le inoculaba vitalidad con cada abrazo y cada beso.
Durante aquel año dejó de hacerse preguntas existenciales. Incluso se sintió
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ridículo por haberse cerrado de una manera tan absurda. Se limitó a vivir la vida
junto a Martha.
Pero es cierto que, si existe un Dios, es cruel o ciego, pensaba él.
Como corresponsal de guerra, Martha fue enviada con las tropas
norteamericanas a la Primera Guerra del Golfo. El único amor de Robert
moriría despedazado por el obús disparado por un blindado norteamericano.
Aquella guerra había sido provocada por el maldito petróleo, el combustible
fósil contra el que ahora luchaba.
Tras ese fundido en negro en su vida, jamás volvió a mostrar verdadero
interés por ninguna otra mujer. Permaneció alejado de los compromisos
sentimentales el resto de su vida.
Sus padres muertos en un accidente, su amada Martha asesinada por «fuego
amigo». Si bien le llamaban rey Midas porque todo lo que tocaba se
transformaba en oro, también se sentía un involuntario verdugo, ya que todas
las personas a las que había amado habían muerto.
Mientras la nave sobrevolaba un mar de nubes, una suave melancolía se
apoderó de él. A pesar de todo, era imposible no amar la vida, no amar el
planeta Tierra y los seres que lo habitaban. Pensaba en Martha, a ella se le
habrían caído las lágrimas al contemplar tal maravilla.
Todo era equilibrio, belleza y serenidad.
Desde su nave espacial no veía ni rastro de la contaminación en la Tierra. La
distancia le devolvía el mundo, su mundo, con una inusitada belleza.
En algún lugar de allí abajo, él había volcado los mejores años de su vida para
trabajar en algo que en el fondo no le gustaba. Hacer crecer la compañía y
amasar dinero había sido sólo un pasatiempo, un narcótico para olvidar que se
sentía profundamente solo e insatisfecho.
Por suerte, pensó, al cumplir los sesenta y cinco había tenido por fin la
lucidez y la valentía de liquidar todos sus bienes para dedicarse simplemente a
vivir, observar, investigar e invertir en proyectos que le satisfacían.
Después de cuatro años leyendo, viajando y charlando con personas a las que
admiraba, por fin había surgido la posibilidad de intentar hacer algo positivo,
algo para ser recordado y de lo que sentirse realmente orgulloso.
En el paseo de una ciudad costera, vio a un crío que jugaba con un coche
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teledirigido. Se sorprendió al comprobar que aquel juguete no funcionaba con
pilas eléctricas, sino con energía solar… Si aquel cochecillo funcionaba,
también tenía que poder funcionar uno mayor, incluso un camión, un barco o un
avión. Aquella visión fue el embrión del que nació el proyecto de su vida.
Como niño que había mirado a las estrellas cada noche de su vida, no había
podido evitarlo, aunque parte de él se sentía culpable de haberse embarcado en
la nave un poco por orgullo. De no haberse enfrentado a aquella periodista, no
habría sido necesario tripular la cosmonave en un plazo tan breve.
Su ego caprichoso había encarecido el proyecto considerablemente y ese
dinero se podía haber invertido en otros objetivos. En todo caso, ya era tarde
para lamentarse.
Apartó de su mente los pensamientos negativos. Todo lo que podía hacer era
aprovechar la experiencia y, de regreso a la Tierra, invertir el resto de su dinero
en desarrollar lo que había empezado. Iba a quedar demostrado que las energías
contaminantes eran completamente sustituibles. Había que reemplazar con
urgencia los motores que funcionaban con combustibles fósiles. Necesitaría
cambiar muchas mentalidades y enfrentarse a muchos intereses. No iba a ser
nada fácil, sería una lucha encarnizada, una guerra en la que seguramente habría
juego sucio.
Pero Robert estaba dispuesto a pelear.
Había invertido mucho dinero, sí, pero todavía le quedaba una parte
importante de su patrimonio. No había tenido descendencia y, por lo tanto, no
había ningún heredero esperando su fortuna. El mundo entero recibiría su
herencia.
Además de revolucionar los motores, Robert se había propuesto crear una
fundación para mejorar aquel mundo que se veía tan sublime y frágil desde las
alturas. También quería ayudar a erradicar el hambre. Contactaría con
ingenieros agrónomos, médicos, nutricionistas y cualquier cerebro capaz de
aportar ideas para hacer de este maravilloso planeta azul un mundo habitable
por todos los que nacían en él.
«Sí, eso haré en cuanto baje», se prometió cuando un tintineo en el cuadro
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automático de mandos atrajo su atención.
Shoma, aquel chico raro medio japonés, quería comunicarse con él.
Decidió avanzarse usando el comunicador de texto:
R. J.
Todo bien, amigo. El último chequeo dice que mi presión arterial está correcta.
Me encuentro divinamente.
SHOMA
Lo celebro, señor Jones. Sólo quiero advertirle de que vamos a hacer una
comprobación técnica.
Aunque no estaba prevista hasta la hora del reingreso terrestre, voy a activar unos
segundos los propulsores de la Nozomi. Luego los apagaré y podrá seguir orbitando.
R. J.
SHOMA
R. J.
Creía que todo estaba bajo control. Espero que no haya ninguna sorpresa.
¿Debería estar inquieto?
SHOMA
21
Basura espacial
Estaba deseando ver el continente asiático. Había oído decir que desde el
espacio era visible la Gran Muralla China, la única obra hecha por el hombre
visible desde el cosmos. Sin embargo también había oído decir que eso no era
más que un bulo. Tenía curiosidad por saber si aquello era cierto o no y opinar
con conocimiento de causa.
Se emocionaba pensando en todo esto cuando algo inesperado sucedió.
Súbitamente, una explosión seguida de una violenta sacudida zarandeó la nave
que, tras recuperar la estabilidad, se desplazó lateralmente alejándose de la
curva terrestre.
Desde su ventana de observación, Robert contempló horrorizado cómo un
reguero de fragmentos carbonizados rodeaba la cápsula. Algunos de ellos
golpearon el cristal amenazando con romperlo.
«Debemos haber topado con basura espacial», pensó asombrado de que la
inmundicia humana hubiera llegado hasta allí.
Pasaron unos minutos hasta que la propia inercia de la nave dejó atrás aquel
confeti tecnológico.
Sin ningún control sobre los mandos de la Nozomi, el tripulante trató de
comunicarse a través del micrófono fijado a su casco. El pánico se empezó a
apoderar de él, ya que del planeta sólo le llegaba un confuso zumbido semejante
al de una ballena.
Estaba aterrorizado, no tenía ningún control de la situación y encima parecía
incomunicado. No se atrevía ni a chillar.
Robert estaba tan asustado que tardó en darse cuenta de que el monitor de los
mensajes de texto sí estaba funcionando.
SHOMA
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Señor Jones. Por favor, comuníquese de inmediato con control de Tierra. ¿Se
encuentra usted bien?
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
¿Y esa sacudida?
¿De dónde ha salido toda esa chatarra?
SHOMA
Me temo que de la propia nave. Tengo que darle una mala noticia, señor, aunque le
pido que no se asuste. La base entera está trabajando para buscar una solución.
Al realizar la prueba de ignición ha estallado uno de los propulsores de la Nozomi,
lo cual ha dañado sin remedio los otros dos.
Tiene que haberse producido algún error en el ángulo de salida de la atmósfera para
que el fuselaje del motor se haya recalentado de ese modo. Estamos ya trabajando
en el rescate. Mientras tanto, le ruego que mantenga la calma.
R. J.
23
¿Cómo quiere que mantenga la calma?
Es muy fácil decir eso desde allí abajo.
¿Un rescate, dice?
¿Tan seria es la avería?
SHOMA
Sí, señor Jones. La Nozomi ha quedado incapacitada para regresar a Tierra por sus
propios medios.
Estoy autorizado a serle franco: en estos momentos es una cápsula a la deriva.
R. J.
¡Genial!
¿Me está diciendo que van tener que remolcarme con otra nave? ¡Excelente!
¿Se da cuenta de que habremos fracasado en nuestra misión? Todos los que
desconfiaban de los motores de energía limpia para el espacio van a reírse en
nuestras narices.
SHOMA
No todo está perdido. Nuestro motor ha sido capaz de ponerlo en órbita. Eso ya
debería ser considerado un objetivo cumplido.
R. J.
Sí, sobre todo si una nave propulsada con combustible fósil tiene que venir a
rescatarme. ¡Menudo ridículo!
Me habéis convertido en un patético náufrago espacial.
Robert se vio a sí mismo muerto, flotando en órbita hasta el fin de los días.
Pensó que tendría que calmarse y dar un margen de confianza a sus científicos.
R. J.
24
SHOMA
25
la segunda, la pregunta ahora era: ¿qué hacía él a la deriva en las estrellas?
26
La sentencia
SHOMA
Señor Jones, no tengo buenas noticias. A continuación el jefe del proyecto le pondrá
al corriente de la situación.
R. J.
Quédese ahí, Shoma. No quiero hablar con nadie más hasta que usted mismo me
informe de lo que sabe. ¿Eres o no mi contacto en Tierra?
SHOMA
R. J.
R. J.
¿Hola?
¿Sigues ahí?
SHOMA
27
R. J.
SHOMA
Le entiendo, señor. Ya que así lo quiere, le resumiré en una palabra la situación del
rescate: imposible.
Robert sintió que se le nublaba la vista. Apoyó las manos en el inútil cuadro
de mandos y miró, a través del cristal, el vibrante y sereno bosque cósmico.
Luego volvió al monitor de texto aparentando un aplomo que no tenía.
R. J.
SHOMA
R. J.
¡No!
Antes quiero que me cuentes todo lo que sabes. ¿Qué va a pasar conmigo?
SHOMA
R. J.
La quiero toda.
SHOMA
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auxiliar, que es muy pequeña.
R. J.
SHOMA
Influye de manera muy crítica. Le quedan a lo sumo unas diez horas de aire. En ese
tiempo es imposible organizar un rescate. No existe en Cabo Cañaveral, en
Baikonur ni en Wenchang una nave lista para ser lanzada ahora mismo.
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Así se lo diré. Le confieso que estoy en estado de shock y le admiro por su entereza.
¿Con quién desea hablar entonces, señor Jones?
R. J.
29
horas de mi vida.
SHOMA
R. J.
R. J.
SHOMA
30
Es un extraño honor. Me siento abrumado por… ¿la responsabilidad? Espero estar a
la altura.
31
En un bote de hojalata
32
Un suave pitido en el cuadro de mandos le arrancó de aquel recuerdo de
medio siglo atrás.
SHOMA
R. J.
Sigo aquí, no te preocupes que no puedo irme a otro sitio, a no ser que salte al
vacío cósmico, como major Tom. ¿Cómo va todo por allá abajo?
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
R. J.
SHOMA
R. J.
33
Eres un tipo brillante y es posible que ganes bastante dinero y reconocimiento a
lo largo de tu vida. Mi pregunta es: ¿qué harás con eso cuando te digan que te
quedan unas horas de vida, como yo ahora?
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
1. Y las estrellas se ven muy diferentes hoy / Mientras estoy sentado en mi bote de hojalata / Lejos por encima del
mundo / El planeta Tierra es azul / Y no hay nada que yo pueda hacer.
34
Conocimiento y dinero
R. J.
Espero que no estés muy ocupado, hijo, porque lo que tengo que contarte es
largo y requerirá toda tu atención.
SHOMA
Estoy ocupado en hablar contigo, Robert, como la fábula del rabino que me has
contado. No hay nada ni nadie más importante para mí ahora mismo. De hecho,
Boris está totalmente de acuerdo en que siga en contacto permanente contigo. La
mayoría del personal de la base están reunidos en una sala contigua. Desde aquí los
veo a través del cristal. No oigo lo que dicen pero es evidente que hay histeria
colectiva.
Si quieres voy a echar un vistazo a ese «gabinete de crisis», pero no estoy invitado y
no sé si me aceptarán.
R. J.
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muerte. En todo caso, no tiene sentido que estén ahí si de todos modos no
pueden ayudar, ¿verdad?
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
Antes de entrar en materia, necesito contarte un poco de mi vida para que sepas
cómo llegué a las revelaciones que voy a confiarte. Creo que tú has sido un muy
buen estudiante, de otro modo no estarías donde estás siendo tan joven.
SHOMA
Tengo un buen expediente, sí. Pero no le doy excesiva importancia. Aspiro a otras
cosas.
R. J.
¿A qué cosas?
SHOMA
R. J.
36
SHOMA
No he dicho eso, Robert. Además, prometiste que me hablarías de ti. Desde esta
base silenciosa, ahora mismo soy los oídos del mundo.
R. J.
Así me gusta. Tal vez voy a decepcionarte, pero debo empezar confesando que
yo nunca fui un gran estudiante. De hecho, ni siquiera logré terminar una carrera
universitaria. Quizá por eso tú estás ahí abajo, con todo el futuro por delante, y
yo soy un pajarraco a la deriva.
SHOMA
R. J.
Vaya, veo que tienes las cosas claras. ¿Quién te ha metido esa idea en la cabeza?
SHOMA
R. J.
Es posible, pero no todo el mundo tiene como objetivo acumular dinero. El oro
no siempre reluce: cuanto más patrimonio tienes, más quebraderos de cabeza
para administrarlo. Y eso ni siquiera te garantiza un nivel mínimo de felicidad.
De hecho, puedo decir que las etapas más prósperas de mi vida fueron también
las de mayor vacío interior. Y no sólo porque me resultaba difícil encontrar
verdaderos amigos. Casi todos buscaban influencias en grandes corporaciones o
37
bien información privilegiada para un pelotazo que les hiciera ricos de golpe. Yo
me alejaba de toda esa chusma. Hacer dinero era sólo un juego para mí, un
entretenimiento porque no me atrevía a afrontar las cuestiones esenciales que me
inquietaban desde muy joven.
SHOMA
R. J.
Son muchas. Casi tantas como tengo ahora mientras doy vueltas como un
ventilador dentro de esta cafetera. Pero algunas sí he resuelto, y vas a conocerlas
en mi última noche.
38
Nozomi significa esperanza
R. J.
Pasé mis años de estudiante con la cabeza en las nubes. No me interesaba casi
nada de lo que me enseñaban, quizá porque no veía verdadera pasión en los
profesores, y yo quería escarbar en lo más profundo del alma humana, saber por
qué estamos aquí y todas esas cosas.
SHOMA
R. J.
Puede que no, pero al menos necesitaba ponerme en camino. Eso sí, tuve un
profesor. Se llamaba Fernando Szurmann (aunque todos le llamábamos de otra
manera), creo que era de origen polaco-argentino. Él despertó en mí una sed
insaciable de conocimiento, del que no sirve para hacer dinero pero sí para el
resto de cosas de la vida.
SHOMA
R. J.
Era tan heterodoxo que le expulsaron del colegio porque no se ceñía a los
programas. Nos hablaba de Krishnamurti, un pensador laico hindú, nos leía
poesías de Rilke, nos llevaba al teatro… Estuve tentado de cursar la carrera de
filosofía, aunque luego pensé que lo que realmente daría respuesta a mis
39
preguntas sería la ciencia, y por eso empecé a estudiar matemáticas.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Exacto…
Estudiaste matemáticas, dicen que es el lenguaje con el que Dios programó el
Universo.
R. J.
SHOMA
R. J.
40
sin retorno.
SHOMA
R. J.
Sí, tenía las cuentas llenas y más propiedades y lujos de los que podía mantener,
pero espiritualmente me encontraba en bancarrota.
Después de haber perdido a mis padres, siendo aún un niño, la única pareja con
la que había vislumbrado un futuro murió de forma dramática. Incluso pensé en
suicidarme para poder reunirme con ella. Fue la época más triste de mi
existencia.
Tenía un nivel de angustia que me ahogaba: necesitaba hacer algo con mi vida.
Fumaba tres paquetes de tabaco al día, tomaba café sin parar, bebía alcohol y me
iba a la cama muy tarde. Hasta que sufrí el infarto. Estuve dos semanas
hospitalizado en la UVI, debatiéndome entre la vida y la muerte
SHOMA
R. J.
SHOMA
¿Qué sendero?
R. J.
41
El que te lleva al mayor de los secretos de la existencia. Prepárate, Shoma. La
odisea de la que te hablaré te puede llevar más lejos que esa maldita Nozomi,
como vosotros la llamáis. Hasta el lanzamiento siempre nos habíamos referido a
ella con las siglas del proyecto. Debe de ser algo entre vosotros. Por cierto, ¿qué
significa Nozomi?
SHOMA
Es un nombre prestado de una nave no tripulada que fracasó en una misión a Marte.
R. J.
Qué mal augurio. De haber sabido lo que me cuentas, quizá no me habría subido
a este cohete. Pero no me has dicho qué significa Nozomi, porque es japonés,
¿verdad?
SHOMA
R. J.
SHOMA
De momento no.
Si las hay, no te preocupes que no pienso callarme.
Pero ahora sigue contando, Robert.
42
El valor del vacío
R. J.
Al salir de la UVI, decidí cambiar hábitos de forma radical. Leí todo lo que pude
sobre teosofía, sobre escuela arcana, budismo, masonería, empecé a practicar
yoga y me volví vegetariano estricto. El cambio de hábitos y la eliminación de
todo aquello que me perjudicaba me hizo descubrir qué era lo que quedaba en mi
interior.
SHOMA
¿Y qué era?
R. J.
La nada.
Un vacío inmenso.
SHOMA
No es tan extraño. En física nos enseñaban que el universo está prácticamente vacío.
Quizá, con tantas privaciones, conectaste con la esencia del cosmos.
R. J.
SHOMA
R. J.
43
Yo en esa época me aprendí un texto del Tao que me ha acompañado desde
entonces. Dice: «Treinta radios convergen en el centro de una rueda; del agujero
del centro depende que pueda girar. Hacemos una vasija de un trozo de arcilla;
es el espacio vacío de su interior el que le da su utilidad. Construimos puertas y
ventanas para una habitación; pero son los espacios vacíos los que la hacen
habitable. Así, mientras que lo tangible tiene ventajas, es lo intangible de donde
proviene lo útil».
SHOMA
R. J.
Es más que bella, Shoma. Apunta a una verdad esencial que es la madre del
cordero. Mientras acumules cualquier cosa —conocimientos, dinero, viajes,
amantes— y creas saberlo todo, no dejarás espacio para que surja lo
verdaderamente nuevo.
SHOMA
De niño, mi madre siempre citaba una frase de Lao-Tsé: «Lo que da el valor a una
taza de barro es el espacio vacío que hay entre sus paredes».
R. J.
Tu madre fue una mujer sabia, sin duda. Es una cita del Tao Te Ching que
explica a la perfección el valor del vacío. Utilizando una imagen un poco vulgar,
a veces hay que «tirar de la cadena». Creo que es lo que hice durante esas
semanas en cuidados intensivos. Aunque seguí trabajando para mantenerme
ocupado, mi atención estaba ya en otras cosas. Había creado espacio para que
llegara lo nuevo.
SHOMA
44
Una cuestión de tiempo
Antes de proseguir con su relato, Robert se tomó unos minutos de pausa para
llenar una taza con agua caliente y polvos de matcha. No había grandes lujos a
bordo, pero Robert tenía a su disposición una especie de coctelera que permitía
preparar té y café sin que se perdiera en el vacío ingrávido de la cápsula.
Mientras sorbía con una pajita el líquido verde y amargo, se vio a sí mismo en
aquel cascarón y le entraron ganas de reír. Su final sería un monumento al
absurdo, pero aquello no sería peor que muchos otros absurdos que se
producían a diario y en todas partes, pensó, incluso en los lugares que reúnen a
las mentes más privilegiadas.
Como si su hombre en la Tierra hubiera captado de algún modo su estado
mental, en aquel momento escribió:
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
45
minuto que esté vivo.
SHOMA
Te pido mil perdones por mi anterior comentario. La verdad es que esta situación se
me escapa en todos los sentidos. No sé qué me ha pasado por la cabeza. No sé qué
decir para disculparme.
R. J.
SHOMA
¿Futuro estelar? Veo que tu humor negro supera al mío. Entonces, ¿no te da miedo
la muerte?
R. J.
SHOMA
R. J.
Pedí estas drogas a un amigo de un laboratorio por si, tras el lanzamiento, volvía
a sufrir un infarto. No quería padecer innecesariamente. Lo cómico es que mi
corazón ha resistido y ha sido la nave la que se ha ido al garete. Pero para el caso
es lo mismo. Cuando me falte el aire de forma muy notoria, me pondré un
puñado de estas pastillas bajo la lengua y, en cuestión de segundos, dormiré para
siempre.
SHOMA
Puedo entenderlo. Supongo que es una libertad que nadie puede quitarte.
R. J.
46
Si alguien quiere impedirlo, tendrá que subir hasta aquí arriba para hacerme
entrar en razón.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
Pues a mí me trae sin cuidado lo que haya detrás de esa puerta, si te soy sincero.
Bastante trabajo he tenido con averiguar qué es la vida. Creo que fue Mae West,
una antigua actriz del Hollywood en blanco y negro, que dijo: «Sólo se vive una
vez pero, si lo haces bien, con una vez es suficiente». Estoy con ella. No sé si me
quedan cuatro horas o incluso menos aquí, pero eso da igual. Sé perfectamente
cuál es mi patrimonio, lo único que tengo.
SHOMA
¿Y qué es?
Perdona que sea tan ingenuo.
R. J.
No lo eres. Pero harías bien en olvidarte del dinero, de las propiedades, títulos,
etcétera, porque a la hora de la verdad nada de eso tiene valor.
47
SHOMA
R. J.
Sólo poseemos lo que nos queda por vivir. Da igual si son cincuenta años o
cinco minutos. Lo único que depende de nosotros es lo que hagamos con ese
tiempo. Si utilizas bien el momento, eres rico. Si lo desperdicias, eres un
miserable que arroja su vida por la borda.
SHOMA
Me siento afortunado, entonces, de que dediques lo que te queda por vivir a charlar
conmigo.
R. J.
No tengo otro remedio, solo estamos tú y yo en esta noche silenciosa. ¿Ya se han
ido todos?
SHOMA
Qué va, aquí hay de todo menos silencio. Tendrías que verlos, andan como locos
culpándose los unos a los otros del desastre. Parecen más interesados en lo que van
a decir a la prensa que en encontrar una posible solución. Me están entrando ganas
de entrar en la sala de reuniones y mandarlos a tomar viento.
R. J.
SHOMA
48
No respondas nunca a preguntas
que no te han hecho
R. J.
Tras sanear mis hábitos y deshacerme de todo lo que sobraba, ocupé mi vacío
estudiando antroposofía y otras formas de pensar alternativas. Al principio
trataba de compartir mis descubrimientos con mis colaboradores en el banco o
con amigos, pero todos me miraban asustados, como si hubiera entrado en una
secta o algo así. Sólo me di cuenta entonces: en la vida, no respondas nunca a
preguntas que no te han hecho.
SHOMA
R. J.
Varias cosas, pero una revelación importante fue entender que la vida tiene una
dualidad: la búsqueda personal y el desarrollo del bien común. Nunca te sentirás
realizado si, al mismo tiempo, no sientes que estás mejorando el mundo. La vida
no está hecha para fiestas de un único invitado.
SHOMA
49
R. J.
Ninguna definitiva. Sólo sé que soy un ser individual más allá de mi nombre,
más allá de mi sexo. Siento una chispa divina dentro de mí. ¿Te parezco
demasiado místico? Bueno, sólo he intentado vivir descubriendo cuáles son los
errores que he cometido. Por eso, cada noche antes de dormirme, hacía una
pequeña retrospección de la jornada, sentado en la cama. Iba hacia atrás
recordando la jornada hasta llegar a la hora en que me había levantado.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Lo veo bien como ejercicio diario de progreso personal, pero eso no contesta a lo
que te he preguntado antes. ¿Qué significa ser humano? O voy a personalizarlo en
ti, ya que me haces de espejo, Robert. ¿Tú quién eres?
R. J.
Te contestaré con un poema de Juan Ramón Jiménez que leí cuando estudiaba
español en la escuela, aunque luego lo dejé. Dice lo siguiente: «Yo no soy yo. /
Soy este / que va a mi lado sin yo verlo; / que, a veces, voy a ver, / y que, a
veces, olvido. / El que calla, sereno, cuando hablo, / el que perdona, dulce,
cuando odio, / el que pasea por donde no estoy, / el que quedará en pie cuando
yo muera».
SHOMA
50
Y dale… Pero ¿no habíamos quedado en que la muerte es la puerta del misterio? Si
no sabes qué hay al otro lado, ¿cómo sabes qué quedará de ti cuando mueras?
R. J.
No sé qué hay al otro lado, pero sí lo que quedará de mí en este lado. Mi cuerpo
desaparecerá y aquí permanecerá todo lo que haya amado, aquello que haya sido
capaz de crear, las relaciones con los demás, en resumen, los hechos, los
pensamientos convertidos en vivencias.
SHOMA
R. J.
Ajá. Por eso hay que vivir tal como uno quiere ser recordado. Es un duro trabajo.
Para lograrlo, muchas veces tendrás que salir de tu zona de confort, liarte la
manta a la cabeza y explorar hasta dónde puedes llegar. Allí donde pongas tu
horizonte está el regalo que vas a entregar al mundo.
SHOMA
R. J.
¿Por qué?
SHOMA
He conseguido muchas cosas, pero creo que nunca he salido de mi zona de confort.
Siempre me he dedicado a aquello que se me daba bien. El resto, lo he dejado de
lado.
R. J.
51
preparado?
SHOMA
R. J.
Por supuesto, ahora. Siempre es ahora cuando caminas por un país desconocido.
52
Tres deseos para el mundo
R. J.
SHOMA
R. J.
Pero esos son deseos individuales. Ya puestos, ¿por qué no pedirlos para toda la
humanidad?
SHOMA
53
Espero que no te moleste el apelativo, dada la situación.
R. J.
SHOMA
¿De veras?
Bueno, ¿entonces qué tres deseos pedirías?
R. J.
El primero sería que dejara el planeta igual de limpio que estaba en el año cero.
El segundo, que distribuyera la riqueza de manera que no hubiera nadie pobre.
Y el tercero, que curara las enfermedades de todo el mundo.
SHOMA
R. J.
Exacto. Como antes te decía, la vida no es una fiesta para un solo invitado. Es
difícil pasarlo bien si eres consciente de que el resto de la humanidad está
sufriendo. A no ser que no tengas ni un ápice de empatía.
Pero lo peor es que, aunque estos tres deseos me fueran concedidos, a medio
plazo volveríamos a encontrarnos igual.
SHOMA
R. J.
Imagina que el mundo vuelve a ser un lugar limpio, donde además no hay
pobreza ni enfermedades. ¿Cuánto tiempo tardaríamos en estar igual que antes?
54
La respuesta es que muy poco, porque el verdadero problema del ser humano es
su consciencia, o su falta de consciencia, mejor dicho. Hacemos cosas sin medir
sus consecuencias y, lo que es peor, sin saber por qué las hacemos. El hombre es
el peor enemigo del hombre.
SHOMA
Muy cierto, desgraciadamente. Vamos con tantas prisas que ni siquiera pensamos lo
que estamos haciendo. Tiene que suceder algo terrible para que uno se detenga a
reflexionar.
R. J.
Como quedarse colgado en las estrellas, ¿no? ¿Es eso lo que quieres decir? Pues
es así. De no haber sido víctima de este accidente, tú y yo jamás habríamos
podido conversar sobre la vida y lo que hay más allá. ¿No es triste?
SHOMA
Sí, por eso debemos aprovechar esta oportunidad, aunque a ti te toque la peor parte.
R. J.
Eso nunca se sabe. Hay que tener valor para morir, pero también hay que tenerlo
para levantar cada día la persiana de un nuevo día. Vivir de forma auténtica es
una tarea de valientes, sobre todo en un mundo que da la espalda a la
espiritualidad.
SHOMA
R. J.
55
chamanes… Con pequeñas excepciones, todo esto se ha perdido para llegar al
materialismo actual que, en un acto de soberbia, niega el espíritu, el yo, la propia
realidad del pensamiento, lo niega todo.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Eso ha sonado también materialista. Porque somos algo más que células, ¿no? Te
referías a eso al hablar de espiritualidad… La pregunta es: ¿qué somos además de
un puñado de células?
Vaya, aguarda un momento, está sonando mi móvil.
R. J.
Te espero aquí. Como ya te he dicho antes, no puedo irme muy lejos, sólo me
queda esperar el fin.
56
La ayuda interior
SHOMA
Disculpa, era mi novia. Quería saber cómo iba la noche. Está al corriente de lo que
está pasando.
R. J.
SHOMA
No, por suerte la noticia todavía no ha llegado a los medios. Se maneja como un
asunto interno de la compañía hasta que se confirme que no hemos podido hacer
nada. Se lo he contado yo mismo, espero que no te importe.
R. J.
SHOMA
R. J.
Tampoco para mí, chico, por razones más que obvias. Pero quiero aprovechar lo
que nos quede para compartir contigo un par de cosas, por si te sirven de algo.
SHOMA
57
trabajamos aquí, quieres enseñarme a vivir.
R. J.
¿Qué otra cosa puedo hacer? Ya que no voy a salvar el pellejo, me pongo a
disposición de quien me necesite. Y te ha tocado a ti escucharme. Como decía al
final del evangelio el apóstol san Juan: «Os prometo que estaré con vosotros
hasta el fin de los tiempos».
SHOMA
Ya, pero tú no has nacido para ser un santo. ¿O sí? Y cuando te vuelcas en los
demás, corres el peligro de vivir grandes decepciones, porque raramente te
corresponderán. Lo viví con mucho dolor en mi adolescencia, cuando me fallaron
personas a las que había entregado todo lo que tenía. Por eso ahora me dedico a mí
mismo y punto. Procuro no hacer daño a nadie.
R. J.
Pues yo prefiero morir ingenuo y que me engañen hasta la muerte que cambiar
en este aspecto.
Cuando he pedido ayuda interiormente siempre la he recibido, por lo tanto no
puedo negar a otros lo que pueda dar.
Antes has dicho que alguien te falló. ¿Tuviste alguna decepción importante?
SHOMA
R. J.
58
SHOMA
R. J.
Si no te importa, yo también he tenido algo que ver en este asunto que nos une.
Fui yo solito el que decidió emular a Laika.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Pues no. Hace poco salió a la luz la verdadera causa de la muerte de la perrita. No
fue la falta de oxígeno, fue un sobrecalentamiento de la cápsula poco después del
despegue.
R. J.
Pues vaya, yo que ya me sentía identificado con ella… estaba a punto de ladrarle
al universo. ¿Podríais enviarme un hueso?
SHOMA
R. J.
59
muerte.
SHOMA
Te estás contradiciendo, Robert. Hace un momento me has dicho que has perdido el
miedo a la muerte. ¿En qué quedamos?
R. J.
SHOMA
Eso me horroriza, sí, sería terrible descubrir en los momentos finales que no has
vivido de verdad. No estar a tiempo de remediarlo.
Eso da mucho que pensar.
R. J.
60
Misión y compasión
SHOMA
Hay algo que quiero preguntarte, Robert. Se habla mucho de encontrar cuál es la
misión de tu vida, pero diariamente me encuentro con muchas personas que
desconocen totalmente cuál es su misión, su papel en este mundo. ¿Qué pueden
hacer?
R. J.
SHOMA
R. J.
R. J.
¿Sigues ahí?
SHOMA
Espera, estaba pensando. Por mucho que uno sea consciente de que tiene la misión
de aprovechar el tiempo y ser lo más útil posible a los demás, hay momentos
críticos en los que no te sientes capaz.
R. J.
61
¿Qué entiendes tú por momentos críticos?
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Es un buen punto de partida, aunque a veces tengo la impresión de que, hagas lo que
hagas, siempre habrá alguien que esté enfadado contigo.
R. J.
Es inevitable, porque hay tantas sensibilidades como seres humanos, pero eso no
significa que debamos ignorar a alguien cuando se enfada.
SHOMA
R. J.
62
Simplemente escuchar. Cuando acoges a alguien que está enfadado y le dejas
explicarse, desarmas su enfado rápidamente. Cada cual tiene su historia personal
y a veces nos dejamos arrastrar por las emociones. Cuando permites a la persona
que se exprese, sin interrumpirla ni rebatirla, el fuego se va apagando. Eso es lo
que los budistas llaman compasión, que es distinto del término cristiano. Estaría
más cercano a la empatía.
SHOMA
Ya… pero ¿qué pasa cuando somos nosotros los que hemos recibido el daño de
alguien? En la universidad tuve un amigo que, por una discusión sobre una chica,
luego se convirtió en mi peor enemigo. A partir de ahí se dedicó a hacerme la vida
imposible.
R. J.
¿Y lo has perdonado?
SHOMA
No lo veo desde hace años. Por fortuna, se fue a cursar un máster a la otra punta del
país. En todo caso, debería ser él quien me pidiera perdón.
R. J.
SHOMA
R. J.
63
SHOMA
Eso me tranquiliza, porque entiendo que desde ahí arriba no nos odias a todos los
que formamos parte de esta misión.
R. J.
No. En todo caso me odiaría a mí mismo por haberme metido en esto, pero
tampoco lo hago. Hace tiempo que he asumido que la vida se compone de
accidentes que esconden lecciones.
SHOMA
Seguramente sí.
Por cierto, antes me has preguntado algo y he eludido la respuesta.
R. J.
SHOMA
R.J
SHOMA
64
chico. Dio la casualidad de que yo le conocía. Era un tío francamente desagradable
en todos los sentidos, una persona realmente ruda.
Sin embargo… era rico.
A partir de entonces mi gran objetivo fue amasar dinero para reconquistarla.
R. J.
No vale la pena.
SHOMA
Lo sé, era sólo orgullo herido. Tal vez quería volver a verla, demostrarle que se
había equivocado y entonces ser yo quien la enviase lejos de mi vida. Sé que no es
un sentimiento hermoso. Sin embargo, mi fijación por acumular riquezas materiales
tal vez venga de aquí.
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Pienso en ella de vez en cuando, pero no, ya no la amo. Desde entonces llevo
siempre puesta una coraza de acero, y quizá por eso la relación con mi actual novia
es un poco fría, más allá de la distancia que nos separa. Aunque sé que es una
persona humanamente extraordinaria, no me acabo de entregar a la relación. Ella
siempre dice que soy esquivo, «tacaño en sentimientos», en sus propias palabras. En
el fondo, estoy a la defensiva porque no quiero que jamás nadie vuelva a hacerme
65
daño.
R. J.
Shoma, deberías quitarte la coraza con tu actual novia. Analiza cómo es ella.
¿Te quiere por lo que tienes o te ama simplemente por lo que eres?
SHOMA
Adele es más talentosa que yo, y seguramente llegará más lejos. Supongo que me
ama por lo que soy, aunque no entiendo qué habrá visto en mí.
Bueno, ya he hablado suficiente.
Permíteme una pregunta, Robert. ¿Qué lección estás extrayendo de tu aventura ahí
arriba?
R. J.
Te lo diré cuando llegue a la última página. Antes hay otras cosas de las que
debemos hablar.
66
El problema que no existía
R. J.
SHOMA
Mi vida tiene poca historia, Robert. Mi padre, que es de origen humilde, me empujó
desde pequeño a luchar para ser el primero de la clase. Mi madre me enseñó el
orden y la disciplina de los japoneses. Y así he llegado hasta aquí. He consagrado
mi vida a estudiar y a trabajar en la universidad. Casi no tengo vida aparte de eso.
R. J.
SHOMA
R. J.
Así son muchas relaciones actuales, aunque en tu caso está motivado por la
distancia.
SHOMA
Quizá por eso seguimos juntos. Me siento cómodo así. Nos vemos tan poco que no
hemos tenido ocasión de pelearnos. Ahora mismo, de todos mis amigos, soy el que
lleva más tiempo en pareja.
67
R. J.
Felicidades.)
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
Después de perder a Martha, creo que he estado siempre solo porque nunca he
encontrado a alguien con quien caminar juntos, simplemente.
SHOMA
No creo que sea eso. Quizá sea el miedo a una posible nueva pérdida.
Yo ahora desapareceré unos minutos de esta pantalla, Robert. No pienses que no
68
quiero caminar a tu lado.)
R. J.
¿Adónde vas?
SHOMA
69
Tres preguntas que lo resuelven todo
SHOMA
R. J.
El tiempo se está acabando, chico, así que será mejor que me centre en las cosas
que me faltan por decirte, no sea que me deje algo importante en el tintero.
SHOMA
R. J.
Cuando estudiaba antroposofía, una de las primeras cosas que aprendí es que hay
tres problemas universales que afectan al ser humano. Empezaremos por los
problemas personales.
SHOMA
De eso nunca faltará. Creo que lo dijo Woody Allen: «La única forma de ser feliz es
que te guste sufrir».
R. J.
SHOMA
Entendido.
70
¿Cuál es el segundo problema universal?
R. J.
Todo lo que tiene que ver con los conflictos comunitarios, es decir, los
problemas con los demás: pareja, padres, hijos, con los compañeros de trabajo,
el acoso escolar… Si el primer reto del ser humano es entenderse con uno
mismo, el segundo es lograr entenderse con los demás. Para ello hay que
desarrollar la capacidad de escucha, la empatía, el perdón… Relacionarse con
los demás es un máster que cursamos de por vida. Desgraciadamente nos cuesta
mucho aprender. Dicen que la experiencia es un peine que conseguimos cuando
ya casi hemos perdido toda nuestra cabellera.
SHOMA
Y ahora el tercero…
R. J.
SHOMA
He visto un documental en Youtube de eso, sí… ¡Es una isla de plástico enorme!
Creo que se encuentra entre la costa del Pacífico de Estados Unidos y las islas
Hawái.
R. J.
SHOMA
71
R. J.
SHOMA
¿Qué preguntas?
R. J.
SHOMA
Como científico, creo que tengo capacidad de análisis objetivo, incluso en los
asuntos personales.
R. J.
SHOMA
O sea, indagar en las causas. Causa y efecto. Ése es también un trabajo de la ciencia.
R. J.
72
La vida no es una ciencia exacta
SHOMA
¿Entonces, crees que siempre hay un porqué en todas las cosas que nos pasan?
R. J.
SHOMA
Como los pasatiempos para niños, sí. Sólo entiendes lo que hay ahí cuando
siguiendo los números con el boli te aparece el dibujo final.
R. J.
Creo que era Borges quien decía que, si pudiéramos ver los pasos de nuestra vida
desde el cielo, como un Dios, veríamos el dibujo de lo que ha significado nuestra
vida. Pero hablaba metafóricamente, claro. El sentido de tu existencia no es algo
73
que puedas comprender de hoy para mañana. Pero sí puedes decidir para qué
estás en el mundo, cuál es tu misión para mejorar las cosas, aunque sea en tu
pequeño entorno.
SHOMA
R. J.
La vida no es una ciencia exacta, Shoma. No hay fórmulas matemáticas que nos
den respuestas fáciles. Cuando te haces preguntas, debes aprender a vivir con
ellas y no tener prisa por encontrar las respuestas. Es como cuando un maestro
zen entrega un «koan», un enigma, a su discípulo. Hay que aprender a vivir con
la pregunta. Si no sabes responderla, poco a poco irás cambiando la forma de
plantearla hasta que empiecen a llegar las posibles respuestas.
R. J.
R. J.
R. J.
R. J.
¿Shoma?
74
Un nuevo plan
SHOMA
Sé que queda poco serio que te diga esto el ingeniero que es tu contacto en Tierra,
pero estoy temblando como un flan, Robert.
R. J.
SHOMA
75
Mientras me hablabas, me han arrancado literalmente del asiento para llevarme a
una reunión. Hay novedades. Agárrate fuerte, Robert. Ha surgido un nuevo plan de
rescate.
R. J.
SHOMA
De salvar tu vida, Gagarin. Muchos aquí piensan que es una locura, pero puesto que
ha surgido esta posibilidad, vale la pena intentarlo.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Hubo unos cuantos accidentes, sí. Murieron en total catorce astronautas y por eso la
NASA acabó jubilando esos transbordadores espaciales. Fueron concebidos como
una especie de camiones espaciales para llevar pasajeros y materiales a las
estaciones orbitales y poder regresar.
R. J.
76
SHOMA
R. J.
Dile a ese millonario indio que se quite ya esa idea de la cabeza. He sido lo
bastante idiota para embarcarme en esto pero no permitiré que nadie más
arriesgue su vida por mí.
SHOMA
Demasiado tarde.
R. J.
SHOMA
77
El teorema de lo imposible
78
Shoma conocía muy vagamente el programa que estaba desarrollando aquel
chiflado hindú. Simplemente sabía que había replicado el mismo sistema de
propulsión, mejorando los materiales de la carcasa para aislarlos del calor
extremo que suponía salir de la atmósfera terrestre, pero aquí terminaba su
conocimiento sobre el asunto.
Que Balwinder hubiera decidido lanzarse hacia las estrellas sin pedir consejo
a nadie, como un taxista que sale rutinariamente de su parada, le parecía una
chaladura más en todo aquel conjunto de despropósitos.
Pero cuando las chaladuras tienen un final feliz se las conoce por
genialidades.
Siendo toda una sorpresa que el transbordador Shiva no hubiera estallado en
mil pedazos nada más despegar, Shoma no albergaba muchas esperanzas de que
lograra regresar. Si la nave estaba en condiciones de hacer aquel viaje, cosa que
desconocía, sin duda la tripulación no disponía de experiencia suficiente para
realizar un rescate fuera de la atmósfera, con lo que la catástrofe estaba casi
asegurada, pensó.
Para distraer a Robert de aquello, mientras se acercaba el desenlace mantenía
viva la conversación, tratando de evitar el tema de la misión de rescate. No
sabía si era bueno volver a dar esperanzas a Robert. Por el tono de la
conversación, estaba claro que su nuevo y fugaz amigo había aceptado su
muerte inminente. Volver a ponerle el caramelo en la boca para después
quitárselo habría sido una crueldad.
SHOMA
¿Sabías que, según una encuesta, el cincuenta por ciento de la humanidad no cree
que se haya llegado nunca a la Luna? Creen que fue un montaje.
R. J.
Hay una vieja película de los años setenta sobre eso, sí. Se llama Capricornio I.
SHOMA
R. J.
79
Debería haberme sumado a los incrédulos, visto el resultado. Pero sí, siempre he
creído en la carrera espacial, y en muchas cosas más en las que ahora nadie cree,
pero que formaron parte de nuestra vida durante miles de años.
SHOMA
R. J.
Prefiero guardármelo para mí. No quiero que me tomes por más loco de lo que
estoy por haber subido aquí arriba.
SHOMA
Puedes contármelo. Después de saber que ese chiflado indio tratará de sacarte de ahí
en cosa de dos horas, ya nada me sorprende.
R. J.
80
Están,
aunque no los veas
R. J.
La gente de hoy cree que la mitología son historias inventadas por el ser
humano. Pero, curiosamente, los mitos de todo el mundo, incluidos los de
culturas que nunca tuvieron contacto entre sí, se parecen mucho. ¿No te da eso
que pensar?
SHOMA
No sé adónde quieres ir a parar con eso, Robert. ¿Te refieres a que existen pirámides
en culturas muy distantes?
R. J.
SHOMA
¿Quieres decir que, hace mucho tiempo, la gente podía ver más allá de lo material y
que hemos perdido esa facultad?
R. J.
Vamos a replantear esa pregunta: aquella gente que habló por primera vez de lo
que hoy llamamos mitos, ¿se inventaba aquello que percibía o era cierto?
Cuando yo estudiaba antroposofía, aprendí que existen dos realidades: la del
81
mundo sensorial y la del suprasensorial. Las personas que viven en el mundo
sensorial consideran que todo aquello que representa el mundo suprasensorial no
existe, y que sólo aquello que podemos tocar o ver corresponde a la realidad.
Pero negar que hay algo porque no sabemos cómo verlo es un grave error.
SHOMA
R. J.
Puedes llamarlo también mundo espiritual. Es una realidad donde, aparte del
mundo humano, se encuentran otros seres, aquellos de los que habla la
mitología, como las hadas o los gnomos.
SHOMA
R. J.
82
SHOMA
Según tú, pues, las leyendas, los mitos, los cuentos de hadas y las religiones
hablarían todos ellos de una realidad de otra época que ya no podemos percibir. ¿Es
eso? Entonces, ¿por qué cuando voy al bosque no puedo ver a las hadas y los
enanos? ¿Qué me lo impide?
Recuerda lo que dijo tu ídolo de juventud, Yuri Gagarin, cuando estuvo en órbita:
«Aquí no veo a ningún Dios».
¿Acaso lo ves tú?
R. J.
Creo que es otra leyenda urbana. Que yo sepa no hay ninguna grabación sobre
ese comentario. Es cierto que Nikita Jrushchov puso esa frase en boca de
Gagarin, pero creo que es un invento con fines políticos.
Lo que sí es cierto que dijo el tripulante es: «Pobladores del mundo,
salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos». Créeme que estoy de acuerdo
con él. No te imaginas lo bello y frágil que se ve nuestro querido planeta desde
aquí.
SHOMA
Puedo imaginarlo.
R. J.
Shoma, tu propia percepción ha cambiado por la educación que has recibido. Los
niños pequeños aún pueden ver estas cosas, sin comer setas alucinógenas, y nos
hablan de ellas a los adultos, pero en el momento en que aprenden a escribir y a
leer, el intelecto los sitúa en el lado opuesto. El pensar nos hace libres pero
también nos limita.
SHOMA
83
R. J.
SHOMA
No suena fácil, puesto que ni siquiera sabemos qué es el alma ni dónde está.
R. J.
Como todo lo importante en la vida, está tan cerca que quizá por eso te cuesta
verlo. Yo lo llamo miopía espiritual.
84
¿Es la vida un sueño?
SHOMA
R. J.
SHOMA
85
desconectar en algún momento.
R. J.
SHOMA
No lo sé. La verdad es que siempre han sido un misterio para mí. Nunca he logrado
descifrarlos.
R. J.
SHOMA
R. J.
Ambos mundos son reales. Cuando soñamos, el cuerpo está vivo con todos sus
procesos vitales, y nuestra parte psíquica viaja a su mundo original.
R. J.
A veces, los sueños son una representación teatral de lo vivido, como si la mente
nos ayudara de este modo a comprenderlo, pero también pueden ser una
experiencia de algo que está viniendo y que aún no se ha manifestado. Por lo
tanto, los sueños pueden tener que ver con nuestros procesos internos, con las
experiencias vividas o con las que nos tienen que llegar.
Acabo de soñar con mis padres y con Martha, está claro que dentro de muy poco
voy a reunirme con ellos.
86
Robert se quedó pensativo tras escribir estas palabras. De repente se
preguntaba por el sentido de lo que había soñado minutos antes en aquella
misma cápsula.
Consciente de que no le quedaba tiempo para muchas divagaciones, prefirió
volver a la conversación con su hombre en la Tierra, convertido en testimonio
de sus reflexiones.
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
87
Simplemente, Balwinder no puede o no quiere comunicarse.
R. J.
SHOMA
88
Una puerta misteriosa
R. J.
Necesito que averigües qué está pasando con Shiva, amigo. Aquí empieza a faltar
el aire y no quiero pasar mis últimos instantes esperando algo que no va a
suceder.
Debo poner en orden mis últimos pensamientos.
SHOMA
Robert recordó una vez más el sueño en el que todos sus seres queridos
festejaban su regreso. La pregunta que se hacía en aquellos momentos era hacia
dónde estaba regresando.
Cada vez más fatigado por la escasez de oxígeno, volvió a la pantalla del
comunicador:
R. J.
Shoma, la muerte es algo inevitable pero nada trágico. Lo único que me gustaría
es morir conscientemente, porque me he preparado toda la vida para esto y
quiero darme cuenta cuando llegue el momento. Siento una gran curiosidad
porque intuyo que será un momento bello y quiero saborearlo agradeciendo la
vida que se me ha dado.
SHOMA
89
Admiro tu entereza, Robert. No me cansaré de decírtelo. Si estuviera en tu
situación, yo ya me habría cagado en los pantalones y estaría llamando a mi madre.
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Eso me facilita las cosas, Robert. Acabamos de contactar con el transbordador Shiva
y han sufrido una avería casi crítica al salir de la atmósfera. Por eso están volviendo.
90
Un ejercicio final
R. J.
SHOMA
R. J.
SHOMA
Ése es el problema. ¿Cómo quieres que te diga cómo quiero morir, si ni siquiera sé
cómo vivir? Tengo miedo, mucho miedo, Robert.
R. J.
Tienes una larga existencia para aprenderlo, pero más vale que empieces a
91
practicar ahora mismo. Este es un juego en el que la partida puede terminar en
cualquier momento, ya lo has visto.
SHOMA
R. J.
Te las he dado todas, pero podemos resumirlo en tres puntos: el primero es que
vivas y actúes de forma consciente. Así descubrirás quién eres y hallarás el
sentido de tu existencia, con lo que la vida te dará aquello que necesites.
SHOMA
Ser consciente de lo que hago, pienso y siento. Darme cuenta. Eso lo he entendido.
¿Qué más?
R. J.
SHOMA
R. J.
Ten un compromiso permanente con los demás, empezando por los que tienes
más cerca. Si te sientes útil, nunca te faltará autoestima ni te asaltará el vacío,
porque tu vida habrá servido para algo.
SHOMA
De acuerdo.
SHOMA
Debo confesar que estoy emocionado, y no sé qué más decirte ni cómo darte las
gracias. Tengo mucho que pensar. Y aún más por hacer… Eso es lo que siento
ahora mismo.
92
R. J.
Te voy a proponer un ejercicio final, Shoma. Imagina que te quedan tres minutos
de vida, tiempo suficiente para preguntarte: «¿Qué me gustaría haber hecho?»
SHOMA
R. J.
SHOMA
SHOMA
93
Feliz vida.
94
Epílogo: el viaje de una estrella
Shoma rompió a llorar cuando constató que Robert ya no iba a contestar. Tenía
la sensación de haber perdido a un maestro, a un amigo con quien había
compartido sentimientos de los que jamás había hablado.
Al verlo roto, los compañeros del equipo se le acercaron y leyeron el postrero
mensaje del cosmonauta. Algunas lágrimas acompañaron a las del joven
ingeniero.
Boris apoyó su mano en su hombro y, lleno de frustración, suspiró:
—Todo ha terminado.
Cuando Shoma subió a su coche para salir del recinto aeroespacial, empezaba a
amanecer. El soñoliento guardia de seguridad le saludó con un leve movimiento
de brazo antes de levantar la barrera.
A diferencia de otros días, su expresión era de tristeza y decepción. Toda la
base, desde el director hasta el personal de limpieza, se encontraba en estado de
shock por aquel final tan trágico del proyecto.
Al abandonar el complejo, Shoma saludó al guarda con una sonrisa que éste
no comprendió. Luego pisó suavemente el acelerador para tomar la carretera
desierta que le llevaría a su hogar provisional, a veinte kilómetros de allí.
Mientras el resplandor del sol se anunciaba ya tras las montañas, sintió la
necesidad de hablar con alguien. Desafiando a la hora y a los cargos por
roaming, no dudó en marcar en el manos libres el número de Adele.
Tras cinco llamadas sin respuesta, finalmente surgió la voz ronca de su novia.
—Shoma… ¿estás bien?
—La verdad es que por un lado no, pero también me siento sereno. Todo ha
terminado, Adele, lo hemos perdido.
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—Acabo de escuchar las noticias. ¡Es terrible lo que ha sucedido! Lo siento
mucho por Robert Jones… Hay muchos reportajes en la prensa sobre él. Me
caía simpático.
—A mí también. Es alguien que ha entrado en mi vida y me ha sacudido el
alma. Voy a echarle de menos.
—Siento también lo del rescate frustrado… Aunque esa birria de misión le ha
venido de perlas al fanfarrón de Balwinder para mostrar al mundo su
tecnología. Supongo que ésa era la idea.
—No lo sé, Adele, es posible, supongo. Pero nada de eso importa ahora,
amor.
—¿Ah, no?
Shoma condujo unos instantes más en silencio, concentrado en la carretera
desierta entre las montañas. El cielo se veía inmenso. Allí arriba había nacido
un nuevo astro.
Mientras, Adele se impacientaba.
—¿Qué es lo que importa, entonces?
—Lo que importa, lo único que tenemos, es lo que nos queda por vivir.
Adele respondió a eso con un suspiro. Shoma dijo entonces:
—Voy a recoger mis cosas y a presentar mi baja como ingeniero de la
compañía. Hoy mismo.
—Pero… ¿por qué? ¿Lo has pensado bien? A tu edad no vas a encontrar un
puesto como éste en ninguna otra parte.
—Me da igual. Tomaré el primer avión que pueda. Bueno, tendré que tomar
unos cuantos aviones, porque mañana espero estar en Berkeley.
—¿Aquí? ¿Quieres postularte para dirigir alguna investigación en la
universidad?
—No, por ahora voy a postularme para vivir contigo, a ver si pasamos curso.
Te quiero y deseo estar junto a ti. Quiero hablar contigo mientras te abrazo. No
quiero más amor a distancia ni por correo electrónico.
La voz de Adele, que no estaba acostumbrada a aquellas demostraciones de
afecto, se quebró. A Shoma le pareció oír un leve sollozo. La voz de la chica
tembló al responder:
—Yo también te quiero, Shoma. Te estaré esperando.
96
Luego colgó.
Mientras dirigía el coche hacia el fin de aquella carretera, una estrella fugaz
cruzó el amanecer, lenta y nítidamente.
Shoma frenó hasta detenerse en el arcén de la carretera. Mientras seguía
emocionado aquel trazo deslumbrante, quiso pensar que era su amigo en las
estrellas quien, a punto de iniciar su propio viaje, le decía:
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Del mismo autor ▶
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99
Índice
Índice 6
Firmamento 8
La cuenta atrás 10
Despegue 14
Más allá de las estrellas 17
Basura espacial 22
La sentencia 27
En un bote de hojalata 32
Conocimiento y dinero 35
Nozomi significa esperanza 39
El valor del vacío 43
Una cuestión de tiempo 45
No respondas nunca a preguntas que no te han hecho 49
Tres deseos para el mundo 53
La ayuda interior 57
Misión y compasión 61
El problema que no existía 67
Tres preguntas que lo resuelven todo 70
La vida no es una ciencia exacta 73
Un nuevo plan 75
El teorema de lo imposible 78
Están, aunque no los veas 81
¿Es la vida un sueño? 85
Una puerta misteriosa 89
Un ejercicio final 91
Epílogo: el viaje de una estrella 95
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