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Este documento está hecho con la intención de satisfacer a los fans de la lectura.

Nuestro objetivo no es molestar o perjudicar a la autora. Nuestro deseo es compartir


esta maravillosa historia que muchos de los fans llevan años esperando leer en
español.
CONTENIDO

CAPITULO 1

CAPITULO 2

CAPITULO 3

CAPITULO 4

CAPITULO 5

CAPITULO 6

CAPITULO 7

CAPITULO 8

CAPITULO 9

CAPITULO 10

CAPITULO 11

CAPITULO 12

CAPITULO 13

CAPITULO 14

CAPITULO 15
1
Estoy desnuda y tu vestido.

Como siempre, parece. ¿Me mantienes desnuda sólo porque disfrutas la vista
de mi cuerpo sin ropa? ¿O es otra forma de control, de manipulación? ¿Una forma de
mantenerme controlada, de permanecer cautiva? O ambas cosas, creo. Cuando estoy
desnuda, lo cual es a menudo, ahora que vivo contigo en el enorme pent-house, tus
ojos se mueven y flotan hacia mí, se deslizan por encima de mi cuerpo, absorben mi
oscura carne y mis suaves curvas. Tus ojos están siempre sobre mí, incluso cuando
estás trabajando. Se mueven de tu portátil hacia mí, se detienen en la elegante línea de
mi cuello, se deslizan y bajan al valle entre mis pesados pechos, a la llanura plana de
mi vientre, a la unión entre mis muslos, y luego, con algo de reticencia, a veces, obligas
a tu mirada a volver a tu trabajo.

La vida con Caleb Indigo es un concierto de pulsaciones y chasquidos en un


teclado, una insinuación con miradas y gestos. Siempre estás trabajando. Siempre. Me
despierto a medianoche con el sonido de tu teléfono, el cual es simple y su anticuado
zumbido de teléfono móvil, y lo respondes con un cortante Indigo, si escuchas
atentamente, e intencionalmente, respondes con el menor número de sílabas posible,
terminas la llamada, y lanzas el teléfono a la mesita de noche cerca de tu mano, y me
tiras bruscamente contra tu pecho. A las cuatro de la mañana, colocas las piernas en
un pantalón, encoges de hombros y haces que los dedos se muevan ágilmente sobre
los botones, anunciando que tienes asuntos por atender y no vuelves hasta las tres de
la mañana o las cuatro o incluso las seis, cuando apareces demacrado, sin afeitar y con
ojeras. Pero entonces, anticipando tu regreso, me despierto. Y lo sabes.

Entonces, te paras en mi lado de la cama, mirándome fijamente, esperando. Me


doy la vuelta, te miro. Lentamente, te despojas de tu ropa. Tu mirada no me dejará, y
probablemente deslizas la sábana para mostrar mi figura. No puedo evitar notar la
forma en que la cremallera de tus pantalones se tensa cuando me miras. Y en ese
momento, me siento llena de deseo.

No puedo evitarlo.

Y lo intento. Sólo para ver si he encontrado alguna nueva fuente de autocontrol


en lo que a ti respecta.
Pero el resultado es siempre el mismo, te observo, veo que te quitas la camisa,
la desabrochas rápidamente, mueves tus brazos hacia atrás juntando tus omóplatos, y
la camisa cae. Tu torso está desnudo, magnífico, una escultura de bronceada y
musculosa perfección. Mi garganta se estrecha y me veo obligada a tragar una y otra
vez, como si pudiera devorar mi necesidad de ti. Y entonces mi mirada bajará a tu
surcado abdomen hasta tu ingle, hacia tu abultada cremallera, y mis muslos se
apretaran bajo un chorro de calurosa necesidad. Con mi aliento está en jadeos.

No necesito decir nada.

Sueltas el cierre del pantalón, tomas la cremallera en tu gran pulgar y el dedo


índice, bajándolo lentamente. Para liberar tu erección. Se balanceaba delante de mi
rostro, grande, dura y perfecta.

Y estoy deshecha.

Cualquier voluntad que posea está totalmente erradicada.

Tus manos serán ásperas en mi carne, raspando, burlándose, poseyendo. Y me


deleitaré en esa aspereza, en el agarre de las duras manos sobre mis nalgas, tirando de
mí hasta el final de la cama y sosteniéndome en alto mientras te sumerges en mí,
provocándome un gemido.

Y me desharé por ti, viendo cómo los tendones de tu cuello palpitan y se tensan,
observando cómo se flexiona tu abdomen, viendo cómo tus caderas se mueven, y
como tus bíceps se ondulan mientras me mantienes sin esfuerzo donde me quieres.

Y tú también vendrás, pero nunca rápido. No hasta que haya alcanzado mi


propio clímax. Y a veces no hasta que lo haya alcanzado dos veces. Si no encuentro esa
liberación con el impulso y el empuje de tu cuerpo, presionas ese gran pulgar contra
mi clítoris y me obligas a hacerlo con suaves, hábiles e insistentes círculos como si de
alguna manera supieras precisamente cómo complacerme.

Cuando encuentras tu propia liberación, hay un silencio, un intenso gemido, tal


vez una gota de sudor que cae por tu sien, como si incluso tu sudor obedeciera a la
regla de destreza que parece dictar tu existencia.

Y cuando termines conmigo, pasarás un pulgar por mi sien, apartando mis


mechones de pelo negro como un cuervo, me darás un momento de contacto visual, un
instante de conexión personal. Solamente un momento, sólo un fragmento de tiempo.
Pero algo, al menos. Como si supieras que necesito esos momentos para continuar
este... juego.

Esta artimaña.

Este engaño.

Esta relación domésticamente falsa.

Sin esos momentos de intimidad concedidos en esa mirada postcoital, me


detona quemándome.

E incluso con ellos, estoy disgustada. Perturbada.

Ya lo sabes.

También lo sé.

Pero no hablamos de ello. Lo intento, y tú lo dejas de lado, apartas la


conversación como si fuera polvo en un rincón. Respondes a una llamada telefónica,
dices tener una reunión a la que escabullirte, un correo electrónico para responder, un
trato para el corredor.

Un aprendiz que entrenar. Aunque eres suficientemente inteligente como para


no mencionarme nunca a tus aprendices.

Pero sé que vas a ellas. Sé que las examinas y entrenas, cuando me dejas.

Lo sé, ya lo sé.

Ojalá no lo supiera, pero lo hago. Y no puedo desconocerlo. También lo he


intentado.

Deslizas el segundo botón de tu camisa a través del ojal, lo metes y lo pones en


su lugar de manera correcta, alineando la hebilla plateada de tu cinturón de cuero
negro con la línea de botones y la cremallera. Enrollando tus mangas hasta el codo en
tres cuartos exactos, te pasas la mano por el oscuro pelo y te vas. Ni una palabra de
adiós, ni una pista de adónde vas o cuándo podrías regresar.

Solo una mirada hacia mí, un momento de intimidad, con ese pulgar en mi pelo,
deslizándolo alrededor de mi oreja. Y luego te vas.
Y sé a dónde vas.

No vas a hacer un trato. Tampoco vas a negociar los términos con otros
hombres de negocios. No vas a firmar un contrato, ni a buscar una nueva ubicación, o
a investigar posibles inversiones en bienes raíces. Estas son todas las cosas que un
hombre de negocios haría... Lo sé, lo he investigado. Tú eres el jefe, el CEO y el
presidente de la Junta de Indigo Services, LLC, así como una docena de otras empresas
tanto privadas como públicas. Deberías estar sentado en una oficina cualquiera, con
un teléfono fijo pegado a tu oreja, un monitor de computadora frente a ti, discutiendo
los estados de cuenta de pérdidas y ganancias, es decir, las ganancias y las pérdidas
trimestrales, y sobre quién no está rindiendo al máximo nivel.

Par es un término de golf, que significa número mínimo de golpes para


completar un hoyo, pero a menudo se usa coloquialmente para referirse a un estándar
mínimo; siempre estoy aprendiendo cosas nuevas, ahora que tengo acceso a Internet.

Deberías estar haciendo estas cosas. He aprendido lo que hace un CEO, lo que
hace un hombre de negocios. De televisión, libros e Internet.

Y no creo que hagas ninguna de esas cosas. O, al menos, no cuando yo esperaría


que las hicieras.

Respondes correos electrónicos a las cuatro de la mañana. Me despiertas a las


seis para tener sexo, haces ejercicio desde las seis y media hasta las ocho y media, te
duchas, desayunas rápido, y luego te duermes a las nueve y te despiertas al mediodía.
Te levantas, respondes a los correos electrónicos, devuelves las llamadas telefónicas,
haces cosas que implican hojas de cálculo, gráficos, y te vas.

A veces, después de tener sexo conmigo por la mañana, te saltas la ducha y te


vas.

Cuando regresas, me evitas. Haces ejercicio. Te duchas. Me evitas. Trabajas. Me


evitas.

Finalmente, podrías sentarte conmigo, comer a mi lado, llevarme a cenar o al


teatro.

¿Y Caleb?

Sé lo que haces cuando te vas, y por qué me evitas.


Estás entrenando a tus aprendices.

Traducido, eso significa follar.

Enseñar a ex-prostitutas, ex-drogadictas y ex-chicas sin hogar como complacer


a un hombre. Cómo hacer una buena mamada. Sobre cómo tomar sexo anal. Cómo
tomar una eyaculación en la cara y parecer sexy, agradecida y seductora mientras lo
haces. Cómo rogar por sexo sin decir una palabra.

Les enseñas mostrándoles.

Follando con ellas.

Te ponen sus bocas en tu polla y les enseñas la técnica de felación adecuada.

Las inclinas sobre la cama y pones tu polla en sus traseros, y les dices cómo
asegurarse de que no se lastimen en el proceso, cómo hacer que se sientan bien.

Les sacas la polla de sus bocas y te acercas a sus caras, y les dices que es por su
bien, porque a algunos clientes les gusta eso, aunque a ti no. Oh, no.

¿Cómo sé todo esto?

Soy amiga de Rachel. Abajo en el sexto piso, en el apartamento tres. Rachel,


antes conocida como la aprendiz número seis-nueve-siete-uno-tres, o simplemente
tres para abreviar. Una aprendiz en el programa De la calle a novia. Después de que te
hayas ido durante el día, luego de tus tres horas de sueño, tras ver tu elegante blanco
Maybach deslizarse elegantemente hacia la Quinta Avenida, tomó el ascensor hasta el
sexto piso y llamó a la puerta número tres, con una botella de vino blanco en la mano.

Rachel vierte la botella entera en dos vasos, no en copas de vino, porque no


tiene ninguna, sino en grandes vasos de zumo cilíndricos y nos lo bebemos sentadas
en su cama, mientras hablamos. Me cuenta cosas. Sobre su vida anterior, de la que no
se le permite hablar, pero conmigo lo hace por alguna razón. De su actual vida de
novia en entrenamiento. Lo cuenta todo. A veces demasiado.

—Lo siento, ¿MI?— pregunta a menudo.

MI: mucha información.


—Sí —digo. Que me encuentre sentada en la cama en la que se la ha follado por
el culo, es demasiada información. Que la hayas levantado y la hayas puesto de
espaldas también es demasiada información.

Sin embargo, todavía me lo cuenta. Como si yo fuera un sacerdote, su confesor.


Creo que piensa que es una charla de chicas.

La educación para mí, es como creo que es. Es la forma en que aprendo
términos como venirse, que probablemente hubiera sido mejor no saber.

Sin embargo, me resulta extraño que no hagas estas cosas conmigo. Que nunca
lo hayas hecho.

No me follas por el culo. No te vienes en mi espalda, o en mi cara.

Trato de imaginarme cómo me sentiría si lo hicieras. ¿Me gustaría? ¿Lo odiaría?


¿Me sentiría degradada... o excitada? Algunos días pienso de una manera, otros días de
otra. No tengo el valor de preguntarte sobre esto. No creo que quieras saber cómo me
siento al respecto.

A Rachel le gusta el dolor durante el sexo. También le gusta que la azoten. Duro.
Que le ates sus manos detrás de la espalda con una corbata y que te la folles por detrás
mientras le das unos azotes con el cinturón y entras en ella hasta las pelotas. Eso es
literalmente lo que me dice.

No quiero saber eso.

Tampoco puedo dejar de bajar para hablar con Rachel, sabiendo que me dirá
todas estas cosas.

Quiero saber, odiándome por querer hacerlo.

También me habla de las predilecciones de sus compañeras de aprendizaje. A


cuatro le gusta tener un vibrador en el ano mientras tienes sexo con ella. Cinco es una
aficionada a las mamadas y le gusta recibir golpes en el rostro. A Siete, Ocho y Nueve
no le gusta ninguna cosa en particular que conozca Rachel, y a Dos le gusta la asfixia
autoerótica, lo que significa que le gusta que la ahogues mientras te la follas.

Sé más sobre las aventuras sexuales de esta planta que lo que creo que es
saludable.
También me dice que tienes un impulso sexual antinatural y posiblemente
sobrehumano. Al menos una vez al día conmigo. Rachel dice que la visitas una vez a la
semana, por lo general. Además de las chicas del dos, cuatro y nueve. Incluyéndome a
mí, son diez mujeres. Una mujer diferente cada día, con tres adicionales que puedes
rotar para tener más de una al día. Lo cual, honestamente, es sólo una posible
combinación basada en la información disponible, las variables y mi habilidad con las
matemáticas.

Tu vida es el sexo, creo.

Y el trabajo.

Pero te acuestas conmigo. En realidad, como, dormir de verdad. Tres horas por
la mañana, de nueve al mediodía, y normalmente, a menos que interfiera el trabajo,
otras tres horas de diez de la noche a una de la mañana. Horas extrañas. Siempre estás
en movimiento, constantemente en marcha. Te despiertas de repente, completa, e
inmediatamente. Tus ojos se abren, parpadean dos veces, luego te levantas y te vistes.
No te estiras, no te frotas los ojos, no bostezas. No dudas en el borde de la cama,
frotando tu mandíbula rasposa con la palma de la mano. Sólo... despiertas, totalmente.
Es espeluznante.

Vivir contigo es extraño, eso es lo que estoy aprendiendo.

Ya no me aburro nunca más.

Todavía trabajo. Pero ahora voy a lo que antes era mi apartamento, que se ha
convertido en una oficina, y me reúno con mis clientes allí. Mi habitación tiene ahora
un ordenador, y hay una gran pantalla plana en la sala de estar. Es mi espacio. Si tengo
un hogar, es allí, no realmente el pent-house contigo.

No hay evidencia, visualmente, de que viva contigo. No sé si es inusual o no. No


he cambiado nada de la decoración. Tengo una sección en tu armario para mi ropa; el
armario quiero decir seiscientos metros cuadrados dedicados al almacenamiento de la
ropa. Su casa, que es todo el piso superior del edificio, es de planta abierta, ciertas
áreas están seccionadas con pantallas móviles. El armario, por lo tanto, es un área
muy bien diseñada, protegida para que sea invisible desde cualquier otro lugar del
pent-house, con soportes incorporados para colgar los trajes, pantalones y camisas,
estantes para camisetas, ropa interior y calcetines. Y mi ropa. Pero aparte de los
estantes y las perchas de mi ropa, un visitante casual, de los cuales no hay ninguno,
nunca sabría que soy una residente. No hay fotos tuyas, mías, de tu familia, de nadie.
Sólo arte abstracto de artistas desconocidos. Fotografías macro de una hoja o de la
cabeza de un insecto, la superficie de un lago quieto que podría ser un espejo,
manchas y franjas de colores, dibujos con textura usando bolas de pintura de pocos
centímetros de grosor, un elaborado dibujo lineal de un árbol. Todo raro, impersonal,
hermoso.

Como tú, en muchos sentidos.

Mi espacio es mi antiguo apartamento. Todavía me paro en mi ventana e


invento historias para los transeúntes en la acera de abajo.

Mi vida es la misma, en realidad. Excepto que ahora vivo en el ático, veo la


televisión, navego en el internet y tienes acceso a mi cuerpo siempre que estás en
casa. Supongo que podría salir del edificio si quisiera.

Pero todavía no tengo dinero propio. Nunca veo un cheque o un solo dólar. No
tengo identificación.

Todavía no tengo control sobre mi clientela.

No tengo más nombre que Madame X.

No conozco mi pasado, salvo que soy española... o eso dices.

•••

Huelo el vaso de whisky, mis fosas nasales se abren, los ojos se estrechan, los
labios se fruncen. Evaluando.

—¿Qué clase de whisky es este? —pregunta.

—Escocés, en realidad —respondo—, Macallan de 1939.

Sus manos agarran el vaso de cristal, los labios finos tocan el borde, el líquido
dorado se desliza. La lengua saborea, una mancha rosa visible a través de la distorsión
del cristal.

—Maldición. Eso es jodidamente asombroso.

—Por diez mil dólares la botella, más vale que sea muy buena —respondo.

No se estremece ante el número. Por supuesto que no. Es un niño rico del más
alto calibre. Casas familiares en el Caribe, el Mediterráneo, en el sur de Francia,
incluso un rancho en las pampas de Argentina. Está acostumbrado a mercancías
absurdamente caras, relojes, licores, coches, aviones privados. Una botella de whisky
de diez mil dólares es de rigor.

Sin embargo, esto no significa que posea un paladar refinado o un gusto


exigente.

O modales.

Por supuesto que no.

Me cuesta recordar el nombre del expediente; es su primera cita.

¿Clint? ¿Flint? Algo así. Suave. Como todos ellos. Alto, pero no demasiado alto.
Ojos marrones aplanados. Pelo castaño corriente, aunque cortado y peinado de forma
costosa. Los pómulos altos y afilados, por lo menos. Con poca musculatura o
definición, sin cantidades extravagantes de tiempo en el gimnasio para ellos, al
parecer. Una especie de voz gutural, como si hablara a través de una burbuja de
flemas. Es enloquecedor, en realidad.

Clint. Ese es su nombre.

—Así que, Madame X. —Sus Doc Martens1 descansan sobre mi mesa de café, de
manera ruda, bárbara—. ¿Cómo funciona esto, exactamente?

Inhalo con fuerza, buscando paciencia y resultados. —Primero, Clint, quita tus
pies de mis muebles. Luego, me dices si has leído el folleto y el contrato.

—Revise el folleto. Suena como una versión moderna de las lecciones de


etiqueta de Emily Post para hombres, excepto que cobras mil dólares por hora. —
Toma un sorbo del escocés—. Y sí, leí el contrato. Quiero decir, no me digas. ¿Quién no
lee un contrato así antes de firmarlo? No es como los términos y condiciones
generales en internet o lo que sea. Así que lo entiendo. Nada de tocarte, y sin
coquetear contigo. Lo que sea. Tengo una novia y no engaño, así que no hay problema.
Sólo quiero terminar con esta mierda, para ser honesto.

—¿Por qué estás aquí, Clint?

1 Doc Martens: Marca de zapatos hechos en Inglaterra


—Porque papá tiene los hilos del monedero por ahora, y dice que necesito que
me suavicen los bordes. —Lo dice con extremo sarcasmo, y amargura virulenta.

—¿Y tú no estás de acuerdo?

Encoge sus hombros. —No jodas. Quiero decir, no veo el punto. ¿Qué vas a
hacer, decirme que deje de maldecir y enseñarme qué tenedor usar en las cenas de
etiqueta? Al diablo con eso.

Estoy muy cansada de toda esta artimaña, de repente.

—Eso es precisamente lo que se supone que debo hacer. Decirte que limpies tu
vocabulario. Que mantengas tus estúpidas y sucias botas fuera de los muebles de los
demás cuando estás en su casa. Y sí, se supone que debo alisar tus bordes, enseñarte a
comportarte en una sociedad educada como si tuvieras un solo ángulo bien educado
en todo tu cuerpo grosero y bárbaro. —Dejo salir un aliento, me frotó el puente de la
nariz—. Pero, honestamente, Clint, no veo el punto. Probablemente seas irremediable.

—¿Qué coño se supone que significa eso?

—Significa que eres un bárbaro grotesco sin modales en absoluto. Quiere decir
que no tienes ningún encanto. No tienes aplomo. Significa, además, que no creo que
tengas el potencial para aprender nada de eso. También significa, Clint, que eres una
pérdida de tiempo para mí.

—Buen Jesús, eres una verdadera perra, ¿lo sabías? —Se pone de pie, con sus
oscuros ojos que arden de odio—. Vete a la mierda. No tengo por qué aguantar esto de
ti.

—En realidad no. —Hago un gesto hacia la puerta—. ¿Cómo dice esa frase? Oh
sí, no dejes que la puerta te golpee al salir.

Se va, y me siento aliviada.

Realmente no sé por cuánto tiempo más podré hacer esto.

Fingir que lo que hago es trabajo. Que tiene algún valor. Y que me guste. Que
signifique cualquier cosa. Para mí, para los clientes, y para Caleb. Para cualquiera. Es
sólo... vacío. Una pérdida de tiempo. Un juego. Todos nosotros jugando a fingir.

No puedo hacerlo más.


De repente me siento abrumada, superada. Ansiosa. Inquieta.

Furiosa.

Tengo este sentimiento dentro de mí que desafía toda descripción. Un gran


abismo, un hambre mental. Una necesidad de ir a algún lugar, de hacer algo, pero no
sé dónde, o qué. Necesidad de un algo intangible. Una ansiedad que roza el pánico, un
sentimiento de que, si no dejo este apartamento, si no salgo de este edificio ahora
mismo, podría explotar, o convertirme en una locura de golpes, gritos y balbuceos.

Me levanto de repente, trato de forzar algo de calma en mí misma alisando mi


blanco vestido de Valentino Crepe Couture sobre mis caderas. Muevo mis pies en mis
sandalias de color lavanda de Manolo Blahnik. Como si tales gestos físicos pudieran
calmar la inquietud dentro de mí.

Llegó al ascensor, bruscamente, y el ruido del elevador que llega arrastra


consigo un montón de recuerdos. Ahora tengo la llave. O una copia de ella, al menos.
Puedo insertarla por mi cuenta, girarla a cualquier piso que quiera. Las puertas se
abren y estoy temblando cuando entró en el ascensor. Luchando contra la
hiperventilación.

Tengo que irme.

Necesito salir.

Necesito respirar.

No puedo.

Ya no puedo.

Aprieto los puños, cierro los ojos y me paro en el centro del ascensor y obligo a
mis pulmones a expandirse y contraerse. Fuerzo a mi mano a extenderse y a mis
dedos a encajar la llave en la ranura, obligo a mis dedos a girar la llave. No presto
atención al piso que he elegido. No importa. En cualquier lugar menos aquí.

La planta baja. El vestíbulo. Una conversación en voz baja entre un hombre con
traje y una mujer detrás de un enorme escritorio de mármol. El vestíbulo es una
extensión de mármol negro, baldosas de un metro por un metro con vetas doradas.
Techos altísimos, fácilmente de 15 metros de altura. Cipreses de 9 metros de altura
con raíces bajo el piso que bordea las paredes a ambos lados del vestíbulo. Es un
espacio diseñado para intimidar. El mostrador de recepción es un auténtico
continente, las recepcionistas en pedestales detrás de él, mirando a los visitantes. Me
recuerda al podio de un juez de siglos pasados, cuando el juez se sentaba literalmente
a varios pies por encima de ti, provocando así la frase mirar hacia abajo a alguien con
arrogancia.

Mis talones hacen clic, clac, clic, clac, en el suelo, con cada paso haciendo eco
como el disparo de un rifle. Las miradas me siguen. Los ojos me miran.

Soy hermosa.

Me veo muy costosa.

Porque lo soy.

No sabía eso antes.

Después de hacer el viaje desnuda desde la prisión de mi apartamento hasta el


pent-house, tomando así una decisión en mi vida.

Después de eso, empecé a aprender.

Que mis amados tacones de aguja carmesí Jimmy Choo costaban dos mil
dólares. Mi vestido de Valentino, que tengo puesto ahora, costó casi tres mil dólares.
Que cada prenda de vestir que tengo, hasta mi ropa interior, es la más cara de su tipo
que puede haber.

Descubrí esto, y no sabía qué hacer con el conocimiento. Todavía no lo sé. No


pagué por ellos. No los elegí.

Dejo que mis pensamientos vaguen mientras cruzo el vasto vestíbulo,


forzándome a caminar como si estuviera confiada, arrogante. Dejo que mis caderas se
balancean y mantengo mis hombros hacia atrás y mi barbilla en alto. Enfoco mi
mirada en las puertas giratorias a metros y metros de distancia, a través de grandes
extensiones de negro mármol. No reconozco a ninguna persona que me mira. En el
centro del vestíbulo hay doce grandes sofás de cuero negro dispuestos en un amplio
cuadrado, tres sofás a un lado, cada uno separado por pequeñas mesas. La gente
espera, conversa y tal vez hace tratos de negocios, y todos me miran cruzar el
vestíbulo. Súbitamente, las cuento. Catorce.
Catorce personas me miran cruzar el vestíbulo, como si fuera totalmente
inesperado, un raro acontecimiento.

Quizás como un leopardo acechando en la Quinta Avenida.

Trato de capturar esa esencia, pretendiendo que soy un depredador en lugar de


una presa.

Esto me lleva a través de las puertas de cristal giratorias y al exterior. Es finales


de agosto, hace calor, el aire es denso. El sol brilla, golpeándome desde entre los
rascacielos. El ruido de Manhattan me asalta en una ola física, sirenas, un coche de
policía pasando a mi lado, chillando. Una ambulancia me persigue. Un camión de la
basura quejándose a la vuelta de la esquina, el motor refunfuñando. Docenas de
motores moviéndose mientras el semáforo se pone verde a seis metros a mi derecha.

Me obligo a caminar. Me niego a que mis rodillas se doblen, a que mis pulmones
se atasquen. El pánico es un cuchillo en mi garganta, una hoja en mi pecho, cables
calientes que restringen mi respiración. Me oprimen las garras del pánico. El sonido
de las sirenas aullando como bestias salvajes, gritando en mi oído.

Los neumáticos chillan en algún lugar y no puedo ver, mis ojos están apretados,
el caliente y oscuro mármol quema mis bíceps mientras me apoyo en un lado del
edificio, sucumbiendo al pánico.

Escucho voces, alguien preguntando si estoy bien.

Claramente no lo estoy, pero no puedo responder.

Hasta que siento una mano en mi hombro.

Escucho una voz en mi oído.

El calor de un gran cuerpo que se aprieta contra mí, bloqueando el mundo, los
ruidos y las preguntas.

—Oye. Respira, ¿bien? Inhala. Solo respira, X. —Esa voz, como el calor del sol,
se hizo sonora—. Soy yo. Te tengo.

No. No puede ser.

Es imposible.
Miro hacia arriba.

Sí que lo es.

Logan.
2
—¿Qué... qué estás...? —toso, mientras aclaro mi garganta, intentó de nuevo—.
¿Qué estás haciendo aquí, Logan?

Su palma toca mi mejilla, y puedo respirar. —Acechándote, obviamente.

—Logan. —Me las arreglo para regañarlo. Es una muestra de voluntad.

Escucho la sonrisa en su voz, pero también la tensión. —En realidad, no estaba


bromeando. Realmente te estoy acosando. Quiero decir, te he estado buscando.
Esperando poder verte. Hablar contigo, aunque sea por un segundo.

—¿Por qué? —Todo esto ha sido difícil, limitado y confuso.

—Porque no puedo dejar de pensar en ti, X. Lo he intentado y soy pésimo en


ello. Parece que soy muy bueno pensando en ti, y no tan bueno no haciéndolo.

Esto trae una sonrisa a mis labios. —Debes ser un fanático de los castigos,
entonces.

—Lo soy, creo. Me encanta el castigo. —Sus manos se entrelazan con las mías, y
me ayudan a ponerme de pie—. La verdad es que tengo negocios en este lado de la
ciudad, en el siguiente edificio. No pude evitar pasar por aquí y preguntarme si
estabas allá arriba. Si eres feliz. Aunque nunca pensé que llegaría a verte.

Ahora estoy confundida. ¿Cuál de sus declaraciones es la verdad? —Te estás


contradiciendo, Logan.

—Lo sé. Estoy tratando de ofuscar lo debilitado que estoy al encontrarme


contigo de esta manera.

—Ofuscar. Es una palabra maravillosa. —Lo que no pregunto es porqué está


tan debilitado. No creo que la respuesta me haga bien.

—¿Estás confundida, X?

—Completamente. —¿Estoy mirándolo?


Sí, lo estoy haciendo. Mucho. Me siento débil. Mi corazón late con fuerza. Quiero
sentir sus manos en las mías otra vez.

—Bien. —dice—. Entonces mi trabajo aquí está hecho.

—Los chistes no se ajustan a esta situación, Logan.

—¿No? —Suena serio, de repente. Su voz es suave, demasiado suave. Sin


muchas características. Un poco fría—. ¿Qué se supone que debo decir entonces? ¿Que
todavía estoy absurdamente, infantilmente herido por el hecho de que lo escogiste a él
en vez de a mí? ¿O que no puedo dejar de pensar en ti? ¿Deseándote? ¿Que sigo
queriendo aparecer en tu puerta otra vez y literalmente llevarte sobre mi hombro
como un maldito vikingo? ¿Cuál es la etiqueta correcta para una situación como esta,
Madame X?

—No, Logan. Por favor, no lo hagas. —No me importa rogar.

—Todavía te puedo sentir, tus piernas desnudas alrededor de mi cintura. —Su


voz está en mi oído, murmurando. Íntimo. Sensual—. Puedo sentir el calor de tu coño
apretado contra mi abdomen. Puedo olerte. También puedo sentir lo mojada que
estabas por mí. Para mí. Tú me querías, X. Podría haber hecho lo que quisiese contigo.
Te tenía desnuda, en mis brazos. Mojada, con ganas, desesperada y encima de mí.
Podría haberte puesto en la alfombra del pasillo y follarte sin sentido, y te garantizo
que si lo hubiese hecho, no te habrías alejado de mí.

—¿Entonces por qué no lo hiciste? —Oh, estoy malditamente condenada.

—Porque no estabas preparada, y aún no lo estás. Estabas asustada, y todavía


lo estás. Eras como un conejito asustado que salía de su madriguera por primera vez,
parpadeando a la luz del sol. Hay una leona dentro de ti, X, sólo tienes que encontrarla
y convertirte en ella.

—Ni siquiera llegué a tres metros de la puerta por mi cuenta, Logan —susurro
contra el suave algodón de su camiseta.

—Pero saliste, ¿no? Pasos de bebé hacia el ascensor, Bob.

—¿Qué?

—¿Qué pasa con Bob? —pregunta, esperando—. ¿No? ¿Nada? Bien, no importa.
Sólo es una referencia a una película.
Suspiró. —Amnesia total, ¿recuerdas? Las películas no son exactamente un
rasgo común en mi vida, Logan.

—Bueno, eso será lo primero que rectifique. Tú y yo, nos quedaremos


desnudos en mi cama durante un mes, teniendo caliente y salvaje sexo como monos y
viendo películas. Te pondré al día con todo el gran cine que te estás perdiendo. ¿Qué
pasa con Bob? es un clásico. Miedo y asco en Las Vegas. Goodfellas, El Padrino, mierda,
incluso te daré una comedia romántica. Notting Hill es genial, o Cómo perder a un
hombre en diez días. O, espera, espera, Love Actually. Dios, esa película es increíble,
aunque sé que algunas personas la odian. A mí me encanta. Es real.

—¿Sexo caliente y salvaje como monos, Logan? ¿En serio?

Se ríe en mi oído, tirando de mí hacia su pecho, rodeándome con sus brazos. —


Sí, X. Sexo como monos, caliente y salvaje. Es la cosa más maravillosa del mundo. Sin
inhibiciones, ni tiempo, sin responsabilidades, nada más que los dos disfrutando el
uno del otro tanto como podamos, durante horas y horas hasta que estemos
demasiado cansados para movernos.

—Y ver películas.

—Y ver películas. Bebiendo cerveza, pidiendo pizza y comida china para llevar.

—Nunca he probado ninguna de las dos —confieso.

—No es cierto, ¿verdad?— Es completamente increíble.

—Y no te sigue sorprendiendo mi falta de experiencia con las cosas que


consideramos normales, ¿verdad?

—Simplemente parece raro —dice—, Cerveza y pizza... es como una parte


básica y elemental de la vida. En serio. Sin cerveza, pizza y películas, no estás viviendo
realmente.

—Ciertamente me siento viva.

—X... estás viva, sí, pero realmente ¿estás viva? No sólo existiendo, tampoco
siguiendo físicamente presente en el mundo día a día, sino... disfrutando de la vida.
Haciendo la diferencia. Siendo totalmente tú. Poseer quien eres y elegir una vida que
te satisfaga. Porque desde mi punto de vista... no parece que sea así.
—Y la cerveza, la pizza y las películas son parte de eso, ¿no? —Sus palabras se
acercan demasiado a la línea, y mis defensas se activan.

Un suspiro. —No, X. Es solo para mí, sí. Pero en el contexto de esta


conversación, la cerveza, la pizza y las películas son un sustituto para que tengas la
libertad de tomar tus propias decisiones. Todavía llevas ropa de diseño, me doy
cuenta. Probablemente lencería cara debajo, también. Cuando te llevé de compras, era
ropa básica. Vaqueros básicos y cómodos, una camiseta, y ropa interior. Nada
elegante. Y tú parecías... No sé, más tú en ellos. Esta sigues siendo tú, esta mujer
elegante con ropa de diseño, Madame X. Pero esa es Madame X. No X, sólo X. Y no creo
que seas libre de elegir eso. No mientras estés con él.

—Logan.

—Todo lo que voy a decir aquí es que, para mí, te mereces más. Algo más que
ropa elegante y una prisión en un ático.

—No es una prisión, Logan —digo esto porque algo dentro de mí insiste en que
lo haga, a pesar de que sus palabras una vez más golpean duro y preciso.

—Quiero que lo dejes y estés conmigo —murmura—, no tengo ningún


problema en decirlo de manera tan clara, justo aquí y ahora. Eso es lo que quiero. Te
quiero a ti. Nos quiero a nosotros. Pero también deseo que tengas una opción. Quiero
que seas capaz de decidir qué quieres obtener de la vida. Incluso si ese no soy yo. Lo
que significa que te ayudaré a encontrar lo que quieres, sin importar el resultado para
mí.

Estamos parados en el medio de la acera a no más de tres metros de la puerta


principal de la torre de Caleb. Esto es peligroso, de alguna manera.

—Logan... ¿por qué? —Realmente no lo entiendo—. ¿Por qué te importa tanto?

Se encoge de hombros. —Honestamente no lo sé, X. Ojalá lo supiera. Sería


mucho más fácil para mí si lograra alejarme, si pudiera mantenerme lejos. Pero no
puedo. Lo he intentado. —Hace un gesto hacia la torre—. No es lo que piensas, X.
Tienes que verlo, al menos.

—Entonces, ¿qué es él, Logan?

Hace un gemido frustrado. —No es una buena persona. No es quien tú crees.


—¿Qué pruebas tienes, Logan? —Me escuchó preguntar.

¿Necesito pruebas? ¿Más que las pruebas del sexto piso? Sin embargo, sigo
insistiendo. No sé por qué.

Pero sí lo sé. ¿O no?

Porque Logan me asusta. Desafía mis creencias, mi visión del mundo. Me hace
querer cosas que no estoy segura de poder tener. Cosas que nunca pensé que podría
tener. Me hace sentir como si las opciones que nunca supe que existían fueran de
repente posibles.

Logan se da la vuelta, mira fijamente a la nada, se pasa la mano por el pelo. —


Ninguna. No todavía, al menos.

Un largo, bajo y elegante vehículo blanco se desliza hasta la acera. Es un


Maybach Landaulet 62. Vale entre medio millón y un millón de dólares. He viajado en
ese mismo vehículo. Sé quién está a punto de salir.

—Mierda —murmura Logan. Me mira, con sus ojos buscando los míos. Lo que
sea que encuentra lo deja infeliz—. Encontraré pruebas, X. Te las mostraré.

No tengo palabras, no hay nada que decir. Sólo puedo ver cómo se aleja, y
siento una punzada de tristeza, una lanza de angustia. Algo en él me llama, le habla a
mi alma. Su intensidad me asusta. No sé cómo manejar el poder de lo que el simple
hecho de estar cerca de Logan me hace.

La puerta trasera del lado del pasajero del Maybach se abre, para dar paso a un
dios alto, oscuro y guapo.

Un dios disgustado. —Logan. —Con una voz profunda y fría—. Ella hizo su
elección.

—Sí. Aunque no significa que fuera la correcta. —Logan se va entonces. No se


da la vuelta.

Algo en mí se fractura.

•••

—¿Por qué estabas hablando con él, X? ¿Y qué estás haciendo aquí? —Su voz es
baja y tranquila. Demasiado baja y tan tranquila.
—Pasaba por aquí. Me lo encontré.

—¿Qué estás haciendo aquí, X? —repite la pregunta.

Encuentro una reserva de coraje. —¿No se me permite salir, Caleb?

Tus ojos se estrechan. —Por supuesto que sí. No eres una prisionera. Sólo me
preocupo por ti. Las calles son inseguras, y eres propensa a los ataques de pánico.

Propensa a ataques de pánico. Sí. Lo soy. Pero algo en Logan me tranquiliza. Me


hace olvidar mi pánico. Hace que todo esté bien.

No digo esto, por supuesto.

—A veces me pregunto si en realidad no quieres que los supere —me


encuentro diciendo. No es prudente. Estúpidamente. Valientemente la semilla ha
germinado, tal vez—, Me pregunto si quizás quieres que me quede en tu torre, a tu
disposición.

Tu mano se cierra alrededor de mi brazo. —No voy a tener esta discusión


contigo aquí afuera.

Me llevas a través de la puerta giratoria, de vuelta al vestíbulo con suelo de


mármol, y por alguna razón, te dejo. Estoy fuera de mí, viendo cómo te permito que
me lleves al ascensor privado, arriba de nuevo al pent-house. Viendo como sueltas mi
brazo y caminas en círculos a mi alrededor. Eres, de repente, un león paseándose en
su jaula, salvaje y furioso, y yo soy un corderito atrapado de alguna manera en la jaula
con el depredador.

—Me preocupo por ti, X —repites.

—Sé que lo haces —Me mantengo firme, observo tu paso—. Tal vez no lo
necesites. No tanto.

—Por supuesto que sí —insiste—, tu comprensión del mundo más allá de estas
paredes es... limitada.

—Y tal vez eso es algo que deseo rectificar.

—¿Por qué? —pregunta. Dejando de caminar, te paraste a centímetros de mí,


me miras fijamente, tus ojos oscuros se volvieron helados por la sospecha—. ¿Por qué
el cambio tan repentino?
—No es repentino, Caleb...

—Es él, ¿verdad? —Esto de ti suena casi... petulante.

¿Celos? Es inapropiado, Caleb. No te sienta bien.

—No se trata de Logan. —Hago una pausa, parpadeo, pienso, y tomando un


respiro para darle un empujón a la semilla de coraje para que crezca un poco más
fuerte—. O, no del todo.

—¿Qué significa eso, X? ¿No del todo?

Vaciló, buscando una respuesta neutral pero verdadera. —Significa... ...que el


breve tiempo que pasé con Logan me hizo sentir curiosidad por el mundo exterior.
Pero no empezó con él, y no termina ahí. —Intentó un placebo—. No puedes tenerme
encerrada aquí para siempre, Caleb. No soy una posesión. Soy una mujer. Una persona.

—Sólo estoy tratando de protegerte. —Estando más cerca, su duro pecho


presionando mis senos, tus manos apoyándose en mis caderas.

—Lo sé.

—Puede que no seas una posesión, X —dice su voz es un zumbido—, pero eres
mía.

Esta declaración me confunde. Una parte de mí sabe que es verdad, y le gusta. Y


otra parte lo odia. Parte de mí sabe que mientras sea suya, nunca seré parte de mí.

Mis pensamientos son destrozados por tus labios sobre los míos, de forma
repentina y aplastante. Un poco torpe. Impulsivo, incluso. No con el habitual dominio
de tu cuerpo sobre el mío.

Mientras me besa, me llama la atención una pregunta: ¿cuántas veces lo haces?

La respuesta es inmediata: no muy a menudo. Casi nunca. Ni tu boca sobre la


mía, ni tus labios contra los míos. No así, no con esta intimidad. Besa mi cuerpo, mis
pechos, entre mis muslos, ¿pero mis labios? Nunca.

No sé qué significa esto.

Me besa lentamente, y a medida que lo haces, tu técnica mejora.


Sin embargo, no es hasta que tus manos empiezan a rozar mi cuerpo que mi
voluntad se desvanece como de costumbre. Sólo cuando tus manos tiran de la
cremallera de mi vestido y me lo quitan de los hombros, el calor me envuelve, mi
estómago se tensa y mi corazón se contrae. Cuando estoy parada frente a ti en nada
más que lencería, y sí, la ropa interior es de Carine Gilson, la cual cuando me la diste
me dijiste que estaba hecha a mano por la diseñadora especialmente para mí, ahí es
cuando mi ritmo cardíaco se dispara a un frenético martilleo, mis manos tiemblan y
mis rodillas se debilitan.

Tus ojos se deslizan sobre mí. —Te ves deslumbrante, X. Ese juego te queda
muy bien. Carine se superó a sí misma cuando lo hizo para mí.

—¿Para mí?

Con una breve y poco característica sonrisa contesta. —Bueno, sí. La lencería,
en el fondo, es más para el espectador que para el portador, ¿no?

Esto resuena dentro de mí, es una verdad que no me gusta. No es sólo cierto
para la lencería, creo. Sino también para toda mi ropa.

La verdad sobre mí, como una entidad es cierta.

Diría que individuo, pero me temo que no soy tanto un individuo como una
entidad. Una posesión. Como un fino jarrón, o una pintura original.

Una pieza de su colección.

De alguna manera me has puesto en el sofá, sentada en el borde. Tus dedos


están rozando la delicada seda de Lyon sobre mi núcleo. No puedo evitar sentir el
calor al tocarla. Observo, y una parte de mí se siente desconectada. Imparcial, de
alguna manera.

Como cuando me trajiste hasta aquí, observé casi como si estuviera en lo alto,
como si pudiese vernos a mí y a ti, a nosotros. A mí, en el sofá de cuero negro más
cercano al ascensor. Estoy recostada, mis hombros tocando la parte recta del sofá. Mis
rodillas están abiertas de par en par. La seda pálida de color melocotón cubre mi
núcleo, el sujetador de encaje Chantilly semi copa cubre mis pechos, sosteniéndolos,
haciendo que los ya grandes parezcan aún más. Para ti.

No para mí, sino para ti.


Te arrodillas en el brillante y oscuro suelo de madera, con los hombros anchos
entre mis rodillas. Todavía con tu traje. Las rayas oscuras que se extienden a través de
tus perfectos músculos, un botón blanco impecable y una delgada corbata gris.
Zapatos de vestir Oxford de dos tonos. Tus manos están en el interior de mis muslos,
tu boca ahora roza mi piel, en mi cadera y sobre mi abdomen. Veo como tus manos
tiran de la seda, y observando como mi trasero se levanta, permitiéndole deslizar la
ropa interior, dejándome desnuda.

Miro como tus dedos me rozan. Unos dedos gruesos, fuertes. Duros. No tan
suaves como para acariciar entre mis labios inferiores. Insistentes, conocedores.
Familiares.

Mi cuerpo es completamente conocido por ti.

La pasiva construcción gramatical de mis pensamientos parece apropiada.

Tengo curiosidad, de una manera extraña. Mi voz responde a tu tacto, mi


cuerpo se eleva y se retuerce cuando tu lengua me golpea y envía emociones de placer
a través de mí. Se siente bien. Por supuesto que sí. Eres un maestro del placer. Aunque
tengo curiosidad. ¿Qué es lo que harás? ¿Qué quieres de mí? ¿Y te lo daré?

Cuando haya tenido un espasmo, con la espalda recta, y levantando los


almohadones del sofá, finalmente me alcanzarás por la espalda y desabrochando mi
sostén, lo dejarás a un lado, y estaré, una vez más, desnuda mientras tú estés vestido.

Permanecerás así hasta último momento. Lo sé por experiencia.

Pero de alguna manera me estoy dando cuenta ahora.

Me levantas en tus brazos y me giras para que mire hacia la parte de atrás del
sofá, arrodillándose. Siento tu peso sobre el sofá detrás de mí. Siento que bajaba la
cremallera. Ni siquiera te desvestirás para esto. Sólo tienes que desabrochar, bajar la
cremallera, quitarte los pantalones y los bóxer negros de Armani.

Te deslizas dentro de mí.

Jadeo, por supuesto. Porque me llenas y golpeas dentro de mí, y sabes cómo
empujar para que lo sienta perfectamente, así que no puedo evitar jadear, y tus dedos
me pellizcan los pezones, tocando mi clítoris y estoy deshecha. Perdida.

Observó, adormecida por dentro.


Jadeando, adolorida, deshaciéndome.

Pero entumecida.

¿Cómo es posible?

¿Qué me está pasando?

Cuando hayas terminado, te alejaras. Abrochándote el botón y cerrando la


cremallera. Presentable en segundos, sin que se te olvide nada. Ni un pelo fuera de
lugar.

Te inclinas sobre mí. Aún estoy doblada hacia adelante sobre el respaldo del
sofá, mis muslos tiemblan con el esfuerzo de mantenerme erguida mientras tú
disfrutas de mí. También lo sentí, oh sí. Debo darte el debido crédito. No tomas sin dar
también.

Pero ahora, ya terminado, con tu esencia aún dentro de mí, todavía caliente, te
inclinas sobre mí, con la barbilla rozando la parte superior de mi hombro izquierdo,
raspando con la barba.

Tu voz es un distante rugido en mi oído. —Mía, X. No lo olvides.

Ah. De eso se trataba. De recordarme.

No te preocupes, Caleb. Tengo un recordatorio.

Pienso en Rachel entonces. En las cosas que le haces. Lo que debería ser
degradante, pero que de alguna manera no lo es.

Y, aun así, no tengo el valor de pedirte que me hagas ninguna de ellas.

Y entonces te vas. Así de simple.

Me ducho, otra vez. Lavo tu tacto y tu esencia.

Todavía me siento como si estuviese fuera de mí misma, y no me gusta.

Observo cómo me visto de nuevo, esta vez con la lencería más sencilla que
tengo, en realidad, y el vestido menos sexy y poco revelador. Zapatos planos, sin joyas.
Pelo en un simple trenzado, recogido.
Una vez más, tomó el ascensor para bajar. Creo que voy al vestíbulo, pero por
razones que no entiendo, estoy en el sexto piso.

Llamando a la puerta marcada con el número tres.


3
—Madame X —dice Rachel—. Pasa.

—Esta vez no he traído vino —digo.

Se encoge de hombros. —No hay problema. No debería beber ahora mismo de


todas formas. Caleb ha estado encima de mí por mi figura. —Sus ojos revolotean hacia
los míos, evaluando—. Estás molesta.

Cruzó la puerta, camino a la sala, descanso mi frente contra el vidrio de la


ventana, miró hacia abajo. —Me siento perdida, Rachel.

—¿Sobre qué?

—Todo.

Hay un silencio, mientras Rachel busca algo que decir a esto. —Él tiene ese
efecto, a veces.

Sacudo la cabeza. —No, no es así. Es diferente conmigo que contigo. —Le echo
un vistazo a Rachel—. ¿Alguna vez ha tenido sexo contigo mientras aún estaba
vestido?

Se encoge de hombros. —No, no lo creo.

—Lo hace conmigo. Más a menudo de lo que se desnuda.

Frunce el ceño. —Eso es un poco raro.

—Eso es lo que me estaba preguntando. —Una pausa. Miro a Rachel, pelo rubio
rojizo, rostro encantador en forma de corazón, expresivos ojos marrones llenos de
emoción conflictiva, esperanza, miedo, desesperación, ira, desafío—. ¿Puedo
preguntarte algo?

—Claro. Por supuesto.

—Me disculparé ahora si lo que pregunto te ofende, pero... las cosas que me has
dicho, que Caleb te hace, y a las otras chicas de este piso... ¿alguna vez te sientes...
avergonzada de ellas? ¿O degradadas? ¿Haces esas cosas porque quieres o porque él lo
espera?

—No estoy... no estoy ofendida. Es una pregunta razonable, supongo. No, no me


avergüenzo de nada de eso. ¿Degradada? No lo sé. En realidad no. A mí no me importa.
¿Me gusta, lo quiero, estoy a gusto? ¿Me hace sentir bien? No, en realidad. No es para
mí. Es para él. A él le gusta. Dice que es para enseñarme. Pero creo que sé que no es
así. Es diferente con cada una de nosotras. No es lo mismo conmigo que con Cinco en
la puerta de al lado. Es rudo con ella. No de la forma en que es conmigo, porque me
gusta sentir un poco de dolor. Ya te lo he dicho antes. Con Cinco es... simplemente
duro. La empuja, lo hace como quiere, le da una sacudida en el pelo. Cosas así. Nunca
le hace daño, sin embargo, sólo... actúa con rudeza. —Echa un vistazo a mí—. ¿Tienes
curiosidad, X?

—No —protestó inmediatamente. Entonces pienso mejor sobre la mentira—.


Sí. No lo sé.

Con una sonrisa de conocimiento. —Eres tú... Pero tienes miedo de ello. ¿No es
así?

Me encojo de hombros. —Un poco, sí. —Una inhalación—. Eso es una mentira.
Tengo mucho miedo. Hoy, justo ahora, en realidad, salí. Conocí a alguien que solía
frecuentar, y Caleb estaba celoso. —Me encuentro contando la historia, y sintiéndome
más ligera a medida que cada palabra sale de mis labios—. Me desnudó y me hizo sexo
oral...

Rachel se ríe. —Jesús, eres tan jodidamente estirada y formal. Sólo di que se te
echó encima. Te comió.

Lo intentó. —Él... él se me echó encima. Y luego me puso de rodillas en un sofá,


se arrodilló detrás de mí y… me folló. Y ni siquiera se quitó los pantalones. Sólo los
dejó parcialmente bajos. Y luego se fue.

Rachel parpadea. —Eso es duro. ¿Él sólo... se fue? ¿No dijo nada?

—Me recordó que era suya.

—Marcando su territorio, supongo. —Rachel mira al techo—. Creo que sería


excitante que me follara así, aún vestido. Como si fuera... ilícito. ¿Es esa la palabra
correcta? ¿Como si no fuera normal hacerlo?
—Como si se avergonzara de mí. —Así es como se siente.

Hace un movimiento de su cabeza. —No, no creo que sea eso. No es de los que
se avergüenzan. Ni de sí mismo ni de nada que pueda hacer, tampoco de nadie con
quien esté.

—Entonces, ¿qué podría ser? ¿Por qué será así conmigo? Así es como siempre
ha sido entre nosotros. En la oscuridad de la noche, a veces se quita la ropa, pero
siempre se la vuelve a poner en cuanto termina. Y luego siempre se va.

—No lo sé. Realmente no sé. Es raro. No es así con ninguna de nosotras.


Siempre se va después, sí, pero se ocupa.

—Sin embargo, ¿Que es él? ¿Está ocupado haciendo qué? En nosotras, eso es lo
que hace.

—No eres una de nosotras. No digo eso para, como, excluirte. Es sólo que no
eres lo que nosotras somos. Tampoco como nosotras. Eres mejor. —Con la cabeza
hacia abajo, y con la mirada hacia el suelo.

—No lo soy, Rachel. Diferente, tal vez, pero ¿mejor? No. Sigo siendo una de las
diez mujeres de Caleb. Y ni siquiera se molestó en quitarse la ropa conmigo.

—Intenta preguntarle, alguna vez... Trata de tomar la iniciativa. Mira lo que


hace.

No respondo a la sugerencia, pero la almaceno para pensar en ella más tarde.


—¿Te molesta saber que eres una de tantas para él?

Se encoge de hombros de nuevo. —No. De ninguna manera. Me importa una


mierda. Lo escucho con las otras todo el tiempo. Cinco es una chillona, así que no
puedo ignorarla exactamente. Además, solía ser una prostituta. Supongo que no
pienso en el sexo como la gente normal. No es gran cosa para mí. Y pronto saldré de
este programa. Estoy a punto de pasar al siguiente nivel, que es sólo un paso más para
convertirme en una novia, en alguien importante.

Hay una pequeña mentira en alguna parte de la declaración de Rachel, una


suposición desgarradora, pero no estoy segura de querer insistir en ello. Tengo mis
propios problemas.

—Debería irme —digo.


—Está bien. —Con una sonrisa Rachel me abre la puerta—. Y sabes, si alguna
vez quieres volver a esconderte debajo de mi cama y escuchar, sólo házmelo saber.
Podría ser divertido.

Pienso en eso mientras subo al ascensor. ¿Quiero escuchar de nuevo?

Creo que quizás sí. Morbosamente, tal vez.

•••

Estoy en el armario de Rachel.

Debería estar trabajando, tengo un cliente en quince minutos. Pero me he dado


cuenta de que ya no me importan los clientes.

El armario de Rachel es escaso, así que hay mucho espacio para mí. La puerta
está un poco estropeada, lo que me permite ver hacia fuera. Estoy nerviosa. Asustada.
Excitada. Preocupada de que lo que estoy a punto de hacer sea contraproducente.

No sólo voy a escuchar, voy a mirar.

¿Soy una estúpida?

Sí. Sin duda alguna.

Oigo que se abre la puerta, y las suelas de cuero blando se acolchonan sobre la
madera dura. Oigo voces.

La de Rachel. —Caleb. Hola. ¿Cómo estás?

—Bien, gracias. —Hay una pausa, y sonidos de movimiento—. Te van a


examinar pronto, ¿sí?

—Sí. Para el compañero.

—Lisa dice que te ha ido muy bien en tus tareas como Escolta. Ella ha estado
recibiendo solicitudes para ti específicamente.

—Me estoy esforzando. Quiero convertirme en una novia.

Hay una pausa. —Confieso, Rachel, que estaré un poco triste al verte entrar en
la reserva para novias. Disfruto de nuestro tiempo a solas.
—También yo.

—¿Lo haces? —Esto tiene una fuerte respuesta.

—¡Claro! —protesta Rachel—. Nunca disfruté del sexo hasta que llegaste tú.
Era algo que hacía para sobrevivir. Contigo, se siente bien.

Rara vez me habla como lo hace con ella.

Oh sí, estoy celosa.

Todo lo que veo a través de la rendija es la puerta de la habitación de Rachel, y


un tramo de la cama. Si me giro a un lado, puedo ver el resto de la cama. Observando a
través de la rendija ahora, veo a Rachel anticipar a través de la puerta. Está
completamente vestida, con un par de vaqueros, una blusa rosa y floreada, con los
pies descalzos. Levanta la barbilla, y Rachel se quita la blusa, desnudando sus suaves y
pálidos pechos, sus areolas de los pezones rosadas. No tiene sostén. Y luego algo
sorprendente, Rachel alcanza tu camisa con ambas manos y la desabrocha. La deja
abierta, pero todavía está puesta. Desabrocha sus pantalones, bajando la cremallera.
No llevas ropa interior. Aún más extraño.

Tu erección se balancea libremente.

Mi corazón late en mi pecho y me preocupa que puedas oírlo, golpea muy


fuerte. Estoy completamente quieta y no estoy respirando.

Se baja los pantalones, te quitas la camisa, y te quedas desnudo. Es pleno día y


las persianas están abiertas. Le quitas los vaqueros a Rachel y ella tampoco lleva ropa
interior. No puedo imaginarme cómo se sentiría no llevar bragas o un sostén.

Ambos están desnudos.

Juntos.

Parados a pleno día, uno frente al otro.

Rachel agarra tu erección, los dedos se deslizan hacia abajo, y tus labios se
contraen, tus ojos se estrechan, y las fosas nasales se abren. Te quedas quieto
mientras una pálida mano baja y sube por tu erección. Rápido, y cada vez más rápido.

Empiezas a respirar con dificultad.


—Suficiente. —Se alejó abruptamente, y veo cómo se tensan tus abdominales.
Me doy cuenta de que te estás conteniendo.

Estoy excitada y disgustada conmigo misma.

Pero fascinada.

Embelesada.

Extiendes la mano, la deslizas en el pelo de Rachel, tiras, y entonces el beso se


convierte en una cosa salvaje y tormentosa. Nunca me has besado de esta manera, con
tanta fuerza. Es breve, y luego empujas a Rachel hacia abajo. De rodillas, con los ojos
en los tuyos. Una sonrisa. Esa sonrisa, ¿es real? ¿Es por el hambre, por deseo? El modo
en que los labios se separan, los ojos permanecen en los tuyos, los dedos alrededor de
tu sexo, trayendo tu erección a esos pálidos y gruesos labios.

Suspirando, tus ojos se cierran. Te observo, más que a Rachel. Anhelas más,
tirando de Rachel hacia ti, empujando sus caderas hacia adelante. Hay un sonido de
náuseas cuando tu larga erección llega a la parte posterior de la garganta de Rachel.
Inclinándose hacia adelante, tomando más. Sus ojos se humedecen, sus fosas nasales
se abren y no puede ver. Las manos de Rachel están ocupadas, acariciando tus
testículos, agarrando tu erección mientras retrocedes. Se agarra a tu trasero mientras
empujas bruscamente.

—Tómalo en tu boca —ordena.

Rachel se retira y deja que tu erección se libere, un cordón de saliva que


conecta su labio con tu pene. Rachel se hunde más abajo, agarra tu erección con ambas
manos, bombea fuerte y rápido. Al final, tomas tu propia erección en tus manos y
Rachel sólo espera, con la boca abierta, los ojos en los tuyos, ansiosa.

Te corres, chorros de semen blanco saliendo de ti y salpicando en la cara de


Rachel. Entre los labios separados, sobre los ojos brillantes. Rachel saca la lengua y lo
prueba, lo lame, y tú sigues viniéndote.

Observó, en partes iguales, horrorizada y excitada, como logras un orgasmo en


la cara de Rachel, una y otra vez, chorros de semillas gruesas goteando sobre su pálida
piel. Y a través de todo esto, la expresión de Rachel es seductora, excitada, complacida
por el semen que se desliza por su cara.

¿Cómo se sentiría eso?


Entonces, esto se convierte en la parte más extraña de la escena, desapareces
en el baño de la habitación, vuelves con una toalla y limpias suavemente tu semen.

Se supone que debo limpiarme cuando terminas conmigo.

¿Y luego...?

Empujas a Rachel a la cama y entierras tu cara entre esos delgados y blancos


muslos, y sé cómo se siente, cómo tu lengua contra mis labios, mi clítoris, y me duele la
cabeza al pensarlo. Me estremezco al ver tu cabeza oscura moverse entre esos blancos
y delgados muslos, a diferencia de los míos, musculosos y oscuramente complejos. Te
veo comer a Rachel, para usar una frase recién adquirida. Es una frase apropiada,
también. Parece como si estuvieras intentando devorar algo escondido en su
hendidura, moviendo la cabeza de lado a lado, de arriba a abajo, en círculos, y luego te
veo deslizar tus dedos por debajo de tu barbilla y moverlos en círculos una y otra vez.
Rachel jadea, se arquea, grita, y tú levantas la mano y giras su pequeño pezón tan
fuerte que me da pena.

Entonces Rachel grita, un grito de crudo placer.

Le provocas gritos durante largos minutos más, luego te enderezas, y estás


erecto una vez más. Agarras las delgadas caderas de Rachel y la giras bruscamente su
vientre hacia abajo para que puedas estar de pie con esas caderas en tus manos, y no
muestras ninguna piedad en absoluto mientras te empujas hacia adentro, con fuerza.
Golpes de carne contra la carne, y Raquel grita. Tu mano aparece con un chasquido, y
golpea fuerte, muy fuerte. La carne blanca se pone rosada, y luego haces lo mismo con
la otra nalga, y ahora alternas. Golpe, golpe, golpe, golpe.

Y entonces pasa que miras a tu izquierda.

Tu empuje se debilita.

Mi corazón se detiene en mi pecho.

El miedo me atraviesa.

Estoy congelada.

Me has visto.

—X. —Es una orden gutural.


Estoy inmóvil, paralizada.

—Aquí afuera. Ahora.

Abro la puerta del armario a empujones.—Hola, Caleb.

—No te tomé por una voyerista. —Todavía estás enterrado dentro de Rachel.

—Tampoco yo.

—Sin embargo, aquí estás, mirándonos.

No tengo respuesta. No voy a discutir.

Nosotros. Esa palabra pica.

Golpeas el trasero de Rachel, tirando tu brazo hacia atrás, balanceándose en un


vicioso arco horizontal. El impacto contra la carne ya rosada es brutalmente duro,
debe doler mucho. La cabeza de Rachel cuelga entre sus hombros temblorosos, el
cuerpo se balancea hacia adelante mientras empujas.

—¿Quieres mirar, X? —Su voz se silencia con furia—. Entonces mira. —Apunta
a la cama—. Ahí arriba.

Me subo a la cama, y ahora los ojos de Rachel se encuentran con los míos. No
hay vergüenza en esa mirada oscura. Es más bien una excitación.

Vuelve a follarla.

Tus ojos se fijan en mí, nunca vacilan. Golpeas las nalgas de Rachel más fuerte
que nunca, y la chica sólo se balancea en ti más y grita de felicidad y ahora me mira
con ojos seductores y me guiña el ojo.

Alterno la mirada hacia ti, y Rachel.

Ambas miradas están sobre mí, y soy terriblemente consciente de que estoy
afectada por esta escena. Aprieto mis muslos juntos mientras me arrodillo en la cama
y veo cómo te follas a Rachel.

Cuando Rachel se viene otra vez, me mira fijamente, con la boca abierta, sin
aliento, con el cuerpo sacudiéndose hacia delante con cada uno de tus brutales
empujones, y es extraño, muy extraño, y demasiado íntimo ver a otra mujer venirse,
observar tu erección dentro de un cuerpo que no es el mío, verte follar a otra mujer
hasta el orgasmo. Estoy destrozada por el asco. Odio esto.

Pero también…

Estoy ardiendo de excitación.

Miró cómo te vienes.

En el último momento, te retiras, y tus ojos son oscuros orbes de hielo mientras
liberas tu orgasmo en la espalda de Rachel. Veo eso, miro el chorro blanco que sale de
la punta de tu pene y veo que golpea la piel pálida, y observo tu cara mientras tienes
un orgasmo.

Golpeas el trasero de Rachel una vez más, casi cariñosamente, y luego te


deslizas de la cama.

Me levanto de la cama, pasando de largo.

—Vuelve aquí, X. —Es una orden.

Desobedezco. Corro. Escapo. Chocó contra la plateada puerta del ascensor,


golpeo con la palma de mi mano el botón de llamada. Escucho tu paso por el pasillo.

—¡X, he dicho que vuelvas aquí!

No respondo. Estoy sin aliento, me duele el pecho, me arden los pulmones. No


puedo respirar.

Estoy mareada.

Llega el ascensor y me tambaleo dentro de él, aprieto el botón que me


conducirá al vestíbulo. Mientras las puertas se cierran, te veo.

Desnudo de la cintura para arriba, usando sólo unos pantalones. Tu pecho


brilla por el sudor. Tu cabello está desordenado. Estás furioso.

Tus manos impiden que la puerta se cierre, y el pánico se apodera de mí. Pero
en lugar de congelarme, esta vez, me estimula a la acción.

—¿Por qué nunca me tratas como la tratas a ella? —Escuchó mi voz decir, sin
aliento, chillona, casi sollozando—, ¿Por qué no me follas como a ella?
—Es una aprendiz... — empiezas a decir.

Veo a Rachel detrás de ti, mirando a escondidas a la vuelta de la esquina.


Descaradamente desnuda, todavía. Curiosa.

—¿Y qué?

—Tú vales mucho más que ella. Sólo será una futura novia. Tú eres... Eres
Madame X.

Rachel, detrás de ti, está furiosa. Las lágrimas llenan sus oscuros ojos.

—Bastardo —es siseado.

Girando. —Rachel, espera.

Pareces casi humano, de repente. Atrapado entre Rachel y yo.

—Pero no valgo la pena para que estés desnudo. No vale la pena comportarse
como si quisieras estar conmigo. Como si te gustara follar conmigo, como obviamente
haces con ella. —No puedo detener las palabras. Es una avalancha—. Sólo soy una
posesión para ti, Caleb. Me conservas porque te gusta poseerme, no porque te guste.
No porque te agrade.

Nada de esto tiene sentido. Estoy celosa, pero lo odio. Pero también te necesito,
te quiero, deseo ser tratada por ti como tú tratas a Rachel. Quiero...

No lo sé.

Nada de lo que quiero tiene ningún maldito sentido.

No me entiendo ni a mí misma.

¿Qué es lo que quiero?

La libertad.

Lo empujo. Con fuerza. Sorprendido, tropiezas hacia atrás, y escucho a Rachel


jadear sorprendida.

La puerta del ascensor se cierra.


—¡Maldita sea, mierda! —te escucho gritar más fuerte de lo que nunca te he
oído hablar antes.

No percibo nada más que mi propio jadeante y desgarrado aliento al cruzar el


vestíbulo, y sé que estoy sollozando, pero no me importa.

Por una vez, el ruido de Manhattan no me paraliza.

Con tacones Gucci de diez centímetros, corro.

En un vestido de alta costura, huyó.

Sólo hay un lugar en esta ciudad que conozco, y de alguna manera lo encuentro.

El Museo Metropolitano de Arte.

No tengo dinero para la entrada. Pero cuando llegó a la ventanilla, hay una
anciana de color detrás del mostrador.

Me reconoce. —¡Oh, eres tú! No te he visto en… ¡oh, años!

—Hola… —No sé su nombre. Pero la conozco, se siente como si...—, ha pasado


mucho tiempo.

—¿Dónde está el Sr. Indigo?

—Vine… Vine sin él.

Una mirada atraviesa su cara. —Oh —Inclina la cabeza hacia un lado—, cariño,
¿estás bien?

Sacudo la cabeza, incapaz de decir una mentira. —No. No. Necesito... Necesito
entrar, pero olvidé el dinero. Ya no tengo dinero. Y necesito... necesito entrar.

—Aquí se paga por lo que se necesita —dice—, incluso si tienes un dólar,


puedo dejarte entrar.

—No tengo nada. Ni un centavo.

Duda por un momento. Luego mete la mano en su bolsillo trasero, saca unos
billetes de color verde arrugados, mete dos en el compartimiento de la caja
registradora y me da un billete. —Hoy me toca a mí, cariño. Antes te encantaba este
lugar. Estuviste aquí todo el tiempo, en ese entonces. Cada día.

—Gracias. Muchas gracias.

Agita su mano. —No es nada.

—No sabes lo que esto significa para mí.

Creo que yo tampoco. Pero entro y descubro que conozco el camino. Mis pies
me llevan al cuadro.

Hay un banco, con poca iluminación. Paredes blancas. Mi pintura no está


expuesta de forma prominente, sólo una de muchas, y no tan importante. Me siento en
el banco, con los tobillos cruzados debajo de mí.

La miró fijamente.

Retrato de Madame X.

Ella posee tal aplomo, una fuerza tan sencilla. La curva de su cuello, la fuerza de
su brazo, la expresión tranquila de su cara.

La observando fijamente durante mucho, mucho tiempo. Encuentro la calma en


el cuadro, descubriendo alguna medida de fuerza.

Hay una más para ver. Vago por los pasillos, y de alguna manera no puedo
descubrirla.

Hay un guardia, alto, de oscura y brillante piel. —Disculpe, señor —le


preguntó—, ¿Dónde está la Noche Estrellada?

Recibo una mirada en blanco. Un encogimiento de hombros.

Un visitante cercano me mira, una mujer de mediana edad. —Cariño, estás en el


Met. La Noche Estrellada está en el Moma, el Museo de Arte Moderno. Un poco más
abajo, en el centro de la ciudad.

Doy las gracias a la mujer y vuelvo al banco frente al Sargent.

Pensando.
Tengo recuerdos, distintos recuerdos de estar aquí contigo, y tú me has llevado
de aquí a la Noche Estrellada.

¿Pero cómo puede ser eso? No están en el mismo museo.

Me he distraído lo suficiente, por suerte. Ya no veo una y otra vez a Rachel


contigo, tus ojos en los míos, ya no siento mi excitación, disgusto y sensación de
traición.

He empujado esas emociones hacia el fondo, donde no tendré que lidiar todavía
con ellas.

Y entonces te siento.

—Sabía que te encontraría aquí. —Su voz es tranquila, como el estruendo de un


tren subterráneo debajo de las calles.

—No tengo nada que decirte. —No miro. Te mueves a mi izquierda para que
haya un poco de espacio entre nosotros.

—Lástima. Tengo mucho que decirte.

—Eso sería nuevo.

Suspiras. —X, no entiendes...

—Si me dices eso una maldita vez más, gritaré —siseo.

Me gusta maldecir. Me hace sentir poderosa y libre.

—¿Por qué me has espiado?

—No lo sé. Ojalá no lo hubiese hecho, pero también me alegro de que lo haya
hecho. —Me cuesta respirar más allá del sutil poder de tu colonia y tu presencia—.
Ahora entiendo lo que significo para ti.

—Significas más para mí de lo que puedes comprender, X.

—Por eso nunca te molestas en quitarte la ropa cuando estás conmigo. ¿Por
qué nunca te quedas conmigo, después? ¿Por qué me tratas como si fuera... frágil?
—¿Qué, X? ¿Quieres que te haga esa mierda? —dices esto demasiado alto, y
miras a tu alrededor, y bajas la voz para que apenas sea audible—. ¿Quieres que te
trate como a las chicas? ¿Quieres que me corra en tu cara? ¿Quieres que te tire del pelo
y te haga daño? ¿Es eso lo que quieres, X?

Sacudo la cabeza. —No lo sé. No sé si quiero eso. ¡No lo sé, Caleb! Sólo sé que,
viéndote con ella, me sentí celosa. Y enfadada. Era como si disfrutaras de ella más que
de mí. No quiero ser una chica más entre muchas para ti.

—No puedo darte lo que me pides, X. No sabes... sé que odias cuando digo esto,
y lo siento, pero realmente no lo entiendes.

Gruñó con frustración, tan fuerte que los otros visitantes se detienen y me
miran. —¡Entonces ayúdame a entender!

—¿Cómo, X? ¿Qué se supone que deba decirte?

—¿La verdad?

—¿Cuál es la verdad? ¿La verdad sobre qué?

—¿Sobre mí? ¿Sobre nosotros? Por qué me tienes encerrada en esa maldita
torre como... como Rapunzel.

No respondes durante mucho tiempo, mirando el cuadro de Sargent del que


soy la dueña. —¿Cuántas horas hemos estado sentados en este lugar, mirando este
cuadro?

A propósito, sobre nada, de esto. Pero también... es relevante. Estoy aquí por mi
propia voluntad.

—Muchas de hecho. —Vacilo, y continúo—. Mis recuerdos son defectuosos,


parece. Recuerdo claramente estar aquí, en la silla de ruedas, contigo. Mirando al
Sargent, y luego me empujas por el museo y mirábamos juntos el Van Gogh. Recuerdo
eso, Caleb. Tan claramente como que estoy aquí de pie, puedo sentirlo, verlo. Pero
ahora que realmente estoy aquí, he descubierto que lo que recuerdo no es posible.
Porque el Van Gogh está en un museo completamente diferente. Y... no lo entiendo.
¿Cómo puedo recordar algo de manera falsa?

Exhalas a través de los labios fruncidos. —Investigué un poco sobre la


memoria, mientras estabas en rehabilitación, aprendiendo a caminar y a hablar de
nuevo. El almacenamiento y recuerdo de la memoria es un tema del que entendemos
muy poco. Pero una cosa que recuerdo haber leído es que la mayoría de nuestros
recuerdos, de la infancia y cosas así, no estamos recordando el evento en sí, sino un
reflejo de un recuerdo. ¿Eso tiene sentido? Y cuanto más nos alejamos del evento
principal, más distorsionado se vuelve el recuerdo real, así que lo que estamos
recordando podría ser muy inexacto en comparación con lo que realmente sucedió.

Esto me conmueve. Tengo que recordar que debo respirar, que debo
mantenerme erguida. —Así que... los pocos recuerdos que tengo, ¿Puede que ni
siquiera sean reales?

No puedo confiar en mis propios recuerdos... ¿Cómo es posible? Sin embargo, lo


que dices tiene demasiado sentido.

—Eso es lo que dicen los científicos, al menos. —Hay un encogimiento de


hombros, como si fuera intrascendente.

—Tengo tan pocos recuerdos. Tú, Logan, Rachel y los otros aprendices, Len...
todos tienen vidas con recuerdos. Una identidad lineal a la que puedes aferrarte. Yo no
tengo eso. Sólo tengo seis años de recuerdos. Eso es todo. Mi identidad no es... lineal.
Es... fractal. Está alterada. Es falso. Creada. No soy yo. Soy una persona que tú creaste.

—X, eso no es justo...

—Es justo, Caleb. Es la verdad. Tú me creaste. Me diste mi nombre. Me diste mi


casa, mi apartamento en el decimotercer piso. Compraste todos mis libros, y si tengo
alguna identidad propia, está en esas páginas. Me enseñaste modales, aplomo, actitud
y comportamiento. Me hiciste creer que soy Madame x, la mujer que educa a los
ociosos y ricos niños con derecho a serlo. ¿Qué he elegido para mí, Caleb? Nada.
Compras mi ropa. Mi comida. Estructuraste una rutina de ejercicios. Existo
completamente dentro de la esfera de tu influencia.

—¿Qué estás diciendo? —Habla con cuidado, despacio.

—Estoy diciendo que tú creaste mi identidad. Y estoy empezando a sentir que


no encaja. Como si llevara un vestido demasiado ajustado o muy suelto. Demasiado
apretado en un lugar y muy flojo en otro. —Hago una pausa para respirar, y es una
tarea difícil—. Estoy... descubriéndome, Caleb.

Con un largo silencio.


Y luego. —Tú eres Madame x. Y yo soy Caleb Índigo. Te he rescatado. Estás a
salvo conmigo.

Mi aliento se convierte en un temblor. —Maldito seas, Caleb Indigo.

—Te salvé de un hombre malo. No dejaré que te pase nada malo nunca más. —
Tu mano se enrosca en la mía. Hay hechicería en tu tacto y en tu voz, tejiendo un
conjuro palpable sobre mí.

Me pones de pie y me sacas del museo.

A tu Maybach. La música clásica suena suavemente, un solo de violonchelo se


mueve con delicadeza. Me concentro en los acordes de la música, la tomo como una
línea salvavidas mientras Len desliza el largo coche por el tráfico, llevándonos de
vuelta a tu torre.

Tu mano descansa en mi espalda baja mientras estamos en el ascensor. Giras la


llave de la P, de pent-house. Nos elevamos, subimos, y no puedo respirar. Cuanto más
alto llegamos, más se estrechan mis pulmones.

En el pent-house, soy recibida por el sofá negro, en el cual, y sobre el cual me


has follado tan impersonalmente, más de una vez, y estoy en pánico, amordazando mi
aliento atrapado y cargado, en el punto de mi pulso en mi garganta.

Tú sales, esperando que te siga, pero yo giro la llave bruscamente. No para el


vestíbulo, ni para el garaje, tampoco para el sexto o el decimotercer piso. Cualquier
piso, al azar. Suspiras y me observas, me dejas ir. Una mano en el bolsillo del perfecto
pantalón, la otra pasando por tu negro y grueso pelo. Un gesto de frustración,
irritación, resignación.

Ni siquiera sé en qué piso me bajo. Encuentro una escalera que sube y la monto.
Subo. Hasta que me duelen las piernas y estoy sudando en mi vestido de tres mil
dólares, subo. Aparece una puerta donde las escaleras finalmente terminan. No puedo
subir más, mis piernas se volvieron gelatina. Giró el pomo de color plata, empujo. La
puerta se atasca, sin estar acostumbrada a que la abran, y de repente se abre de golpe.
Tropiezo, me tambaleo hacia el techo de la torre.

Me falta el aliento y doy unos pasos lentos y atónitos hacia el tejado.


La ciudad se extiende a mí alrededor en la oscuridad de la noche. Cuadrados de
luz brillan desde los rascacielos de enfrente y a través de la ciudad. El cielo es oscuro,
gris carbón, una luna creciente que brilla en el horizonte.

¿Cuándo se hizo de noche?

¿Cuánto tiempo estuve en el museo, solo, mirando el retrato? ¿Tanto tiempo?


No recuerdo el viaje de regreso, sólo la sensación de movimiento y las caras borrosas
al pasar junto a los coches, los amarillos taxis y los negros SUV, y el violonchelo
tocando en silencio.

Me acerco al borde del edificio, un largo paseo por las blancas piedras
esparcidas en el techo. Una cúpula plateada se tuerce a mi derecha, y a mi izquierda un
ventilador gira en un gran bloque de hormigón, rugiendo con fuerza.

Mirando hacia abajo, cincuenta y nueve pisos hacia la acera. Las personas son
manchas, los coches son como juguetes. El vértigo me agarra y me sacude hasta que
me mareo, y me alejo.

Colapsó en mi trasero, las rodillas abiertas, no como una dama.

Lloró.

Incontrolablemente, sin fin.

Hasta que me desmayo, hasta que mis ojos se cierran y los sollozos me sacuden
como las réplicas de un terremoto, lloro, lloro y lloro, incluso no sé realmente por qué
lloro.

Excepto…

Quizás…

Por todo.
4
Me estoy ahogando en un océano de oscuridad. El cielo es el mar, oscuras
masas de nubes errantes semejantes a olas, que se extienden en todas direcciones y
me oprimen como la gigantesca masa de los mares oscuros de Homero. Me tumbó de
espaldas en el tejado, el calor del día anterior todavía se filtra desde el duro hormigón
y se mete en mi piel a través de la fina tela de mi vestido.

Siento una presencia al despertar, pero no abro los ojos. Tal vez me
encontraste. Hay tantos lugares en los que puedo estar. Siento que te pones a mi lado,
y uno de tus dedos me toca el pelo y me lo quita de la frente.

Pero entonces huele a canela y cigarrillos.

Abro los ojos y no eres tú.

—Logan —le susurro, con sorpresa—, ¿Cómo es que estás aquí?

—Sobornos, distracción, no fue difícil. —Se encoge de hombros—. No estabas


en tu apartamento. No lo sé. Sólo me sentí... arrastrado hasta aquí. Como si supiera
que te encontraría aquí arriba.

—No deberías estar aquí.

Se lleva un cigarrillo a la boca, pone sus manos a su alrededor y oigo un


chasquido. La llama se enciende de color naranja, brevemente, y luego el olor a humo
del cigarrillo es penetrante y áspero. Sus mejillas se vuelven cóncavas, su pecho se
expande, y luego expulsa una nube blanca por sus fosas nasales. —No, no debería.

—Entonces, ¿por qué lo estás? —Me siento, y soy consciente de que mi vestido
está sucio, arrugado y ha subido hasta casi mis caderas, desnudándose más de lo
debido.

—Tenía que hablar contigo.

—¿Qué tienes que decir?


Tus ojos se deslizan desvergonzadamente sobre mí. Una brisa se levanta, mis
pezones se endurecen, y mi piel se vuelve más dura. Aunque tal vez no sea tanto el
viento sino Logan. Sus ojos, ese extraño y vivo azul, su proximidad, su repentina,
inesperada e inexplicable presencia en esta azotea, en mi vida.

—Hay mucho que podría decir, en realidad. —Sus ojos, ciertamente dicen
mucho.

—Entonces dilo —digo, y es un desafío.

El humo se arremolina en el cigarrillo entre sus dedos. —Caleb, no es quien tú


crees que es.

—No es la primera vez que dices eso —digo—, y lo sabes, ¿verdad? ¿Quién es
realmente?

—Ciertas cosas, sí. —Hace una larga calada con el cigarrillo, lo sostiene, y lo
expulsa por la nariz otra vez.

—¿Te has escabullido aquí para contarme los secretos de Caleb?

Sacude la cabeza, casi con rabia, su rubio y ondulado pelo está alrededor de sus
hombros. —No, no es nada de eso —confiesa—. Hiciste la elección equivocada.
Deberías haberte quedado conmigo. Podríamos haber tenido algo maravilloso.

—Nunca hubo elección, Logan. —Se siente un poco como una mentira.

—Sí, lo había. —Otra larga inhalación, exhalando humo por las fosas nasales
como un dragón—. Lo que sea. No voy a discutir contigo sobre eso. Lo que he venido a
decirte es que he investigado un poco.

—¿Qué quieres decir con investigar? —Necesito algo que hacer con mis manos,
algún lugar donde mirar que no sea Logan.

—He buscado información sobre ti. —Lo dice en voz baja, pasando el pulgar
por la colilla del cigarrillo, la ceniza cae y se dispersa en la brisa.

—¿Encontraste algo? —Casi no quiero preguntar.

Le quito el encendedor de la mano, y está caliente de la palma. Plástico verde


translúcido, uno o dos centímetros de líquido salpicando en el fondo. Etiqueta negra,
rueda de plata, y una boca para la llama. Paso mi pulgar por la rueda, creando chispas.
Lo hago de nuevo mientras presiono la lengüeta negra, y veo cómo la llama cobra vida.
El paquete de cigarrillos está en el tejado cerca de la punta de su bota. Se sienta con las
piernas cruzadas a mi lado, sin vergüenza, mirando abiertamente mi cuerpo, mi
escote, mis muslos, el trozo negro de seda sobre mi núcleo. Me acerco, tomo el
paquete de cigarrillos. Mirándome, pero no hace nada. Retiro uno de los cigarrillos y
colocó el extremo moreno y moteado en mis labios, como le he visto hacer. La llama de
la chispa, toca la punta del cigarrillo. Cuando el humo sube, inhalo.

—Vas a toser hasta que se te caiga el cerebro —advierte Logan.

El humo llena mis pulmones, mucho, demasiado caliente, espeso y ardiente.


Toso y toso, con los ojos llorosos.

—¿Por qué haces esto? —preguntó.

Se encoge de hombros. —Hábito, uno que no puedo dejar. Aunque no es que lo


haya intentado de verdad, supongo. —Da una calada—. Prueba meterlo en tu boca y
luego inhala. O simplemente no inhales. Es un hábito de mierda, absolutamente
horrible para ti. Siento la responsabilidad de decirte que no deberías empezar a
fumar.

Pero no intenta detenerme, no me quita el cigarrillo. Sólo mira mientras hago lo


que me sugiere, y aunque sigo tosiendo, no es tan malo como la primera vez. Me
mareo, estoy débil; es una sensación embriagadora, y creo que entiendo la atracción a
este hábito.

—¿Qué has averiguado, Logan? —preguntó, después de unos minutos de


silencio.

No responde de inmediato. Durante largos minutos de silencio tenso, el humo


se eleva en un fino rizo, una molestia ocasional tanto para él como para mí. Dejó que el
silencio siga, que tenga el mismo peso que las nubes.

Me gusta fumar. Me da algo que hacer para llenar el silencio, el tenso espacio
entre mis palabras y las suyas.

—La información es poder. —Apaga su cigarrillo con un giro corto y enojado de


su muñeca—. Quiero chantajear con esto que tengo, con lo que he descubierto. No te
lo diré a menos que vengas conmigo. Pero entonces no sería mejor que Caleb.
Digiero lo que está insinuando. —¿Crees que Caleb sabe quién soy y no me lo
dice?

—Creo que sabe más de lo que te ha dicho, sí. —Se levanta, desplegando su
delgada estructura, y se alejó a zancadas de mí a través del techo, deteniéndose para
poner sus manos en la pared a la altura de la cintura que lo separa de la caída al
vacío.—¿Recuerdas ese día en mi casa, en el pasillo? ¿Cuando volví de pasear a Cocoa?

Tragó con fuerza. —Sí, Logan. Lo recuerdo.

Es la segunda vez que saca el tema. Lo recuerdo muy bien. Se repite, un sueño,
una fantasía, recuerdos que me asaltan mientras me baño, mientras trato de dormir,
detalles perdidos de manos y bocas mientras me despierto.

Para alejarme de la reconstrucción de la memoria, miro hacia arriba. Al cielo.


Oscura con nubes, neblina con smog y contaminación lumínica.

Desearía poder ver las estrellas. Me pregunto cómo son, como me sentiría
mirando hacia arriba y viendo el cielo lleno de brillantes puntos de luz.

Sus palabras resuenan en mi alma, palpitan en mi oído, y soy arrastrada de


nuevo hacia abajo por el dolor de la necesidad en su voz. —Estabas desnuda. Cada
centímetro de tu increíble piel, desnuda para mí. Te tuve en mis brazos. Te tenía, X.
Estaba con mis manos sobre ti, te tenía en mis labios, y en mi lengua. Pero te dejé ir.
Hice... que te alejaras. —Se gira, y me mira. Como si pudiera olerme, como si viera lo
que hay debajo de la tela de mi vestido—. Creo que nunca entenderás cuánto me costó
alejarme de ti. Cuánto autocontrol tomó eso.

Tiemblo completamente. —Logan, yo...

Se da vuelta, y sigue mirando el horizonte, habla por encima de mí. —Estoy


obsesionado con eso. Te tenía, y te dejé ir. No me obsesiona el hecho de que te hayas
ido, sin embargo, que te dejé escapar. Es más bien el hecho de que todavía sé que era
lo correcto. Por mucho que lo odie, por mucho que me duela... no estás lista para mí.

—¿Eso, otra vez? ¿Qué significa eso, Logan? —Me levanto ahora, tiró del
dobladillo del vestido hacia abajo. Siete zancadas, y estoy parada a pocos pasos detrás
de él—. Creí que habías dicho que habías descubierto algo sobre mí.

Sacude la cabeza.—No significa nada. No importa.


Logan mete la mano en el bolsillo trasero de sus vaqueros, saca un cuadrado de
papel doblado. Lo sostiene, y lo mira fijamente. El viento empuja el papel, agitando las
esquinas, como si quisiera arrancarlo, alejarlo de mí, lo que sea que esté escrito allí.
Gira y se pone de cara a mí. Se acerca más. Dejó de respirar. Siento un hormigueo por
todas partes. Mi piel recuerda el tacto de su piel, el sabor de su lengua. No debería. Esa
no es la elección que hice. Pero... No puedo olvidarlo. Y en el fondo, no quiero hacerlo.

—X, cuando dije que había mucho que podría decir... No sé cómo decirlo todo.
Quiero llevarte lejos, otra vez. Escapar contigo, hacerte mía. Pero eso no sería
suficiente para mí. Soy un hombre orgulloso, X. Quiero que me elijas. Y… creo que lo
harás, algún día.

Presiona su cuerpo contra el mío, y siento cada centímetro de su cuerpo, duro,


tenso, caliente. Mis senos se aplastan contra su pecho, mis caderas chocan contra las
suyas. Algo en mí palpita, me duele. Lo reconozco, me siento atraída por él. Olvido
todo, en estos momentos, excepto lo completamente arrebatado y llevado por el
salvaje viento que siento, con él.

El papel se arruga contra mi bíceps mientras me agarra, una mano en mi brazo,


una palma en mi mejilla.

No... No lo hagas, intentó formar las palabras.

—No lo hagas, Logan —susurro, pero tal vez las palabras son sólo un
murmullo, un suspiro, sólo el minúsculo roce de mis pestañas revoloteando contra mi
mejilla, el roce de sus labios contra los míos.

Lo hace.

Me besa…

Y me besa…

Y me besa.

Y no lo detengo. Mi cuerpo traidor quiere restregarse y unirse al suyo, quiere


envolverse a su alrededor. Mis manos se acercan a su pelo, enterrándose en las ondas
rubias, y mi garganta emite un suspiro, y tal vez un gemido, un sonido febril y
desesperado.

No es más que un momento en el que nos besamos, un solo momento.


Un cuadragésimo de hora.

Pero es un momento en el que me siento completamente diferente, como si una


piel demasiado suelta que cubre mi esqueleto fuera arrancada y mi verdadera forma
se revelara, como si su toque, su beso y su presencia me hicieran ser yo misma.

Quiero llorar.

Quiero caer contra él y rogarle que siga besándome hasta que no pueda
soportar más la suave y tierna intensidad.

Retrocede, se limpia la boca con la muñeca y el pecho se agita como si luchará


desesperadamente contra un demonio interior. —Toma. —Me entrega el cuadrado de
papel doblado—. Es tu verdadero nombre.

Me siento alcanzada por un rayo, conectada, con demasiado de todo, mucho


calor, demasiado miedo, mucha duda, demasiada necesidad.

Pone una mano en la mitad de la pared, como si se apoyara, como si estuviera a


punto de saltar y salir volando.

—Logan... —No tengo nada más que decir.

—Tienes que decidir si quieres saber —dice—, porque una vez que lo sepas...
no podrás retractarte. Una vez que empiezas a cuestionar, no hay forma de detenerlo.

—Tengo que saberlo ahora, ¿no? —pregunto, casi enojada con él—. Tú hiciste
la pregunta, y ahora debo tener la respuesta.

—Cierto. —Deja salir un suspiro, se mueve para pasar junto a mí, pero deja de
respirar y se aleja un poco. Sus ojos índigos se encuentran con los míos—. Puedes
venir conmigo. Podemos dejar Nueva York. —Mira el cielo cubierto de nubes—. Puedo
llevarte a un lugar lejano y mostrarte las estrellas.

¿Podría haber escuchado ese deseo? ¿Puede ver dentro de mi mente, leer mis
pensamientos? A veces me pregunto si puede.

—Pero... no lo harás. —Me pasa el pulgar por los labios—. Todavía no, de todos
modos.
Parece que está a punto de besarme de nuevo, y no estoy segura de que
sobreviviría a otro beso robado, otro momento sin aliento demasiado cerca de un
hombre que parece ver demasiado de mí.

—Si haces las preguntas, X... no puedes evitar las respuestas cuando las
encuentres.

No lo veo irse. No puedo. No lo haré.

No me atrevo.

Un largo, y doloroso silencio, que se extiende como una banda elástica a punto
de romperse. Cuando estoy segura de estar sola, finalmente miró lejos en el horizonte,
en las formas oscuras de los rascacielos y los bloques de apartamentos, lejos de las
nubes, las luces tenues y distantes. La azotea está vacía una vez más, excepto por mí y
el fantasma del beso de Logan.

Despliego el cuadrado de papel.

Mi cigarrillo humea en las blancas rocas a mi lado, olvidado.

En el arrugado y blanquecino trozo de papel hay un garabato con una sucia


letra masculina, en mayúsculas inclinadas.

Las letras forman un nombre.

Mi nombre.

Si pudiera impedir leerlo, casi lo haría. Pero no lo hago.

Logan me ha dado mi nombre.

Lo amo por eso y también lo odio.


5
—Isabel María de la Vega Navarro —susurro, leyendo—. Isabel.

¿Esta soy yo? ¿Isabel?

¿Cómo encontró esto Logan?

Trazo las letras, imaginando que soy capaz de sentir las impresiones del
bolígrafo en el papel, imaginando la forma en que sus fuertes dedos agarraron el
bolígrafo y deslizó firmes y concisos trazos para crear estas letras. Veintiséis letras,
simples trazos de tinta sobre madera lisa y aplanada. Todo para crear un nombre. Una
identidad.

Isabel.

Miro fijamente el papel, no sé por cuánto tiempo.

Y luego descubro algo más escrito en la esquina inferior derecha, con letra
pequeña. Diez números.

212—555—3233. Al lado, dos letras más: LR. ¿Su número de teléfono?

Repito los números en mi mente hasta que no tienen sentido, formas en mi


mente, sonidos subvocalizados, saciedad semántica. Esos diez números se queman en
mi cerebro. No puedo olvidarlos, no más de lo que podría olvidar los cuatro nombres
que me pertenecen.

Isabel María de la Vega Navarro.

Giro sobre mis talones, doblo el papel en pequeños cuadrados y lo meto en mi


sostén. Camino hacia la puerta, bajo las escaleras. Tres pisos, y entro al edificio. Los
pasillos son oscuros y vacíos, corredores de sombras y luz de luna y luz de la ciudad
que fluyen desde las ventanas de las oficinas en rombos y trapecios a través de la
alfombra delgada. Encuentro el elevador, lo llevo al tercer piso. No tengo mi llave, no
puedo volver a mi apartamento o al ático. No quiero ir a ningún lugar.

Toco vacilante la puerta de Rachel.


—¿Madame X? —Una mirada burlona y soñolienta—. Son las cuatro de la
mañana.

—Lo sé. Lo siento. Yo solo, no sabía a dónde más ir.

—Adelante —Los dedos frotan las esquinas de los ojos, los pies se arrastran
por la madera dura—. ¿Qué pasa?

—¿Tienes un ordenador? —pregunto.

—Claro, por supuesto. ¿Por qué?

—¿Puedo usarlo? —pregunto.

—Sí. ¿Qué está pasando?

No sé cómo responder. Hay demasiadas capas para poder explicar cualquiera


de ellas. —Yo solo... —Sacudo la cabeza—. No puedo explicarlo.

Un encogimiento de hombros. —Bueno. —Un gesto en la esquina de la sala de


estar, un escritorio, con una delgada cosa plateada—. Ve por ello. ¿Quieres un café?

Tomo el ordenador, una laptop delgada, el logotipo de una manzana a la que le


falta un mordisco adorna la parte superior, que se ilumina cuando la abro. Los íconos
son los mismos que en el ordenador de mi departamento, así que no tengo problemas
para encontrar el ícono que me llevará a Internet. Rachel observa desde el otro
extremo del sofá, curiosa.

Escribo "Significado del nombre Isabel" en la barra de búsqueda.

¿Por qué? ¿Qué espero encontrar buscando significados en un nombre?

Isabel significa "Dios es mi juramento". No tiene sentido para mí.

María, obviamente, es una referencia a la Virgen María, un nombre bastante


común en las culturas latinas.

De la Vega. Significa "del prado", y es un nombre cuyos portadores


históricamente estuvieron entre la nobleza española.

Navarro tiene aún menos significado para mí, ya que simplemente se refiere a
alguien de Navarra, una región de España.
Hay un caldero de emociones dentro de mí. Hervir, desbordar, soldar. Violento,
virulento. Pero todos están ocultos bajo una capa de hielo creada por el shock. Tengo
un nombre. Un nombre real

¿Isabel María de la Vega Navarro?

—¿Isabel? —pregunta Rachel—. ¿Ese es tu nombre?

—Supongo que sí. No lo sé.

Logan podría haber inventado esto. Escoger los nombres al azar. ¿Cómo sé que
soy yo? ¿Me siento como Isabel? No lo sé.

Miro a Rachel. —¿Tenias un nombre antes... de esto? ¿Antes de que te


convirtieras en aprendiz?

Un movimiento de cabeza. Ojos abatidos. —Sí. Nicole —Una inspiración, un


suspiro, los ojos mirando por la ventana, no viendo la ciudad sino el pasado—. Nicole
Martin.

—¿Y ahora eres Rachel?

Otro asentimiento. —Sí. Cuando tenía quince años, un proxeneta me recogió.


Me llamó Dixie, como Dixie Sugar. Porque yo era dulce, porque él siempre quiso más
azúcar. —Una voz falsa, baja y ronca, la impresión de un hombre—. Vamos, Dixie.
Dame un poco de azúcar.

—¿Qué significa eso? ¿Dame un poco de azúcar?

Una sonrisa, rápida, divertida. —Oh, um... como, bueno, generalmente significa
besar a alguien, como si tu abuela te dijera que le dieras un poco de azúcar, y
significaría darle un beso. —La sonrisa se desvanece—. Pero para Deon, significaba
ponerse de rodillas y chuparle la polla.

—Oh. —No sé qué decir.

—Así que fui Nicole, y luego fui Dixie hasta que Caleb me encontró, y luego fui
Tres. —Se ilumina—. Y ahora soy Rachel.

—Cómo... —Me aparto e intento de nuevo formular mi pregunta—. Tú... ¿Te


sientes como Rachel? Cuando piensas en ti misma, ¿quién eres?
Un largo, largo silencio. Un encogimiento de hombros —No lo sé. Todavía soy
Nicole, en mi mente, supongo. Sin embargo, no hay nadie en el mundo excepto tú y
Caleb que conozcan ese nombre.

—¿No tienes familia?

—No. Nunca tuve un padre, mi madre era una drogadicta, así es como me
enganché, viéndola consumir. Tuvo una sobredosis cuando yo tenía justo... mierda,
¿doce? Nunca tuve a nadie más, y salí corriendo cuando la ciudad trató de ubicarme.
—Rachel está en silencio, mirando al pasado a media distancia—. Supongo que ahora
soy Rachel. Siento que ese nombre soy yo. Es un nuevo yo. Puedo ser Rachel y fingir
que nunca fui Nicole o Dixie.

—Ya veo.

Una mirada aguda y sabia hacia mí. —Intentas averiguar quién eres, ¿verdad?
¿Madame X o Isabel?

—Supongo que tienes razón. Eso es exactamente lo que estoy tratando de


hacer.

—En mi experiencia, tienes que... Convencerte de que eres otra persona. Que
realmente eres tu nuevo nombre. Quieres ser Isabel, tienes que pensar en ser Isabel.
Aprender a responder a un nuevo nombre significa poseerlo por ti mismo, primero.

No sé lo que quiero. Quién quiero ser. ¿Quiero ser Isabel? ¿Quiero ser Madame
X?

Pienso en Logan, en cómo insiste en que merezco el derecho a elegir. Pero no sé


qué elegir. Me alejo, fuera del apartamento número tres, al ascensor, al vestíbulo. Creo
que ni siquiera le dije adiós a Rachel o cerré la puerta detrás de mí. Me encuentro en la
calle. Todavía está oscuro, tranquilo para la ciudad de Nueva York. Pasaron unos
cuantos autos, un taxi amarillo con la luz encendida. Una furgoneta blanca. Un carro de
policía.

Me pregunto si sabes dónde estoy. Si me estás buscando. No quiero que me


encuentren. No por ti.

Una cafetería, abierta las veinticuatro horas. Una mujer mayor, de aspecto
cansado, aburrida, me mira mientras entro. —¿Te ayudo?
—¿Tienes un teléfono que pueda usar?

Una mirada en blanco. —¿Tienes problemas?

—Necesito llamar a alguien. Es importante. No es un problema legal, no.

Otro momento de parpadeo, y luego la mujer escarba en el bolsillo de un


delantal y saca un teléfono celular, me lo entrega. Es uno de esos que se abre. Marco el
número: 212-555-3233.

Una voz soñolienta, hermosa y cálida—: ¿Hola? ¿Quién es?

—Soy... soy yo.

—¿X?

—Sí.

—¿Dónde estás?

Doy un vistazo a la mujer. —¿Dónde estoy? ¿Cuál es el nombre de este lugar? —


La mujer solo hace un gesto hacia el menú en el mostrador frente a mí. Leo el nombre
del café, la dirección.

—Estaré allí en diez —dice Logan—. Quédate allí, ¿de acuerdo?

Aparece en menos de diez minutos, vistiendo pantalones cortos de color caqui


y una camiseta sin mangas negra que muestra las mangas de tatuajes que cubren sus
brazos desde el codo hasta el hombro, y chanclas. —X, ¿estás bien?

Sacudo la cabeza. —Tengo muchas preguntas. —Deseo desesperadamente


aferrarme a él. No me atrevo, por miedo a que nunca lo dejaré ir—. No sé... nada. No sé
qué hacer.

Logan mira a su alrededor, mira el menú y luego se desliza en una cabina. Tomo
el banco frente a él. Él mira a la mujer. —Dos cafés, por favor. —Empuja un menú
hacia mí—. ¿Hambrienta?

Asiento, y examino los artículos en la lámina laminada de dos lados. Decido los
gofres belgas y el tocino. Nunca los he comido, y suenan bien. Después de que llega la
comida, Logan y yo pasamos unos minutos comiendo; los gofres son tan deliciosos que
no quiero perder ni un minuto hablando cuando podría estar comiendo.
Hemos terminado, y Logan tiene sus grandes manos envueltas alrededor de la
pequeña taza de café negro de cerámica blanca. Deja escapar un suspiro. —Entonces,
¿cuáles son tus preguntas?

—¿Dónde encontraste el nombre?

—¿El nombre? —Levanta una ceja—. ¿No es "mi nombre", sino "el nombre"?

—¿Es mío?

—¿No confías en mí? —Suena herido.

Quiero ser lógica, pero es difícil. —Lo hago. Al menos, quiero hacerlo. Pero,
¿puedo? ¿Debería? Ese podría ser cualquier nombre. ¿Cómo sé que es mío?

El asiente. —Tienes un punto —dice—. Me dijiste que te lastimaste hace seis


años, que tenías amnesia total. No me dijiste qué hospital, ni nada por el estilo, así que
empecé ampliamente. Hice una búsqueda en pacientes en coma sin nombre en toda el
área de la ciudad de Nueva York. Puse algunos recursos en la búsqueda, amigos que
saben a quién preguntar sobre cosas como esta. Hace seis años hubo miles de
accidentes que provocaron que las víctimas entraran en coma. Sin embargo, de esos
miles de pacientes en coma de hace seis años, todos fueron identificados. La mayoría
de ellos se despertaron en unas pocas horas o días, y de los que se despertaron, la
mayoría recuperó todos sus recuerdos, mientras que algunos solo recuperaron parte
de sus recuerdos.

—¿Cómo dices? —Me siento mareada.

—¿Sabes cuánto tiempo estuviste en coma?

Pienso de nuevo. Cuando desperté, no respondía. Despierta, pero no del todo


allí. Me tomó tiempo antes de que pudiera enfocar mis ojos. Aún más tiempo antes de
que pudiera entender preguntas o responder. No pude hablar. Si se trataba de un
problema cognitivo o físico, los médicos no estaban seguros. Pero cuanto Caleb pasó
más tiempo conmigo, comencé a hablar. Imitando palabras, mostrando comprensión.
Sin embargo, no recuerdo si me dijeron cuánto tiempo estuve en coma. Todo lo que sé,
solo lo sé porque Caleb me lo contó. Mis recuerdos reales del tiempo inmediatamente
después de despertarme son extremadamente confusos.

Sacudo la cabeza. —No lo sé, no. Yo... Caleb nunca me lo dijo. Nunca pensé en
preguntar.
Él solo asiente. —Ninguno de los pacientes en coma que descubrí se ajustaba a
tu descripción, incluso físicamente hablando, síntomas o cualquier otra cosa aparte. —
Un sorbo de café—. Así que busque más lejos. Año tras año, buscando pacientes en
coma que ingresaron sin identificación. Una "Jane Doe", las llaman. Hablé con cientos
de médicos y enfermeras, y nadie sabía nada.

—¿Hiciste todo esto? ¿La búsqueda?

Se encoge de hombros. —Te dije que encontraría pruebas. Todavía estoy


trabajando en ello, pero lleva tiempo. Tal vez debería vender mis negocios y
convertirme en un investigador privado, ¿sabes? Creo que tengo un don para ello. —
Un movimiento de su mano—. El punto es que sí. He pasado cada momento de vigilia,
y de la mayoría de las horas que debería haber estado durmiendo, buscando
información sobre ti. Retrocedí tres años antes de encontrar algo.

Hace una pausa, no sé por qué. Estoy frustrada, curiosa, temerosa. —¿Y? ¿Qué
descubriste?

—En 2006, hubo un accidente automovilístico. Tres pasajeros Mamá, papá, una
niña adolescente.

—¿Un accidente automovilístico? —Es difícil tragar—. ¿En 2006? ¿Hace nueve
años?

Asiente. Su voz es tierna, vacilante. —Los detalles están incompletos. La madre


y el padre fallecieron al instante. La joven estaba en el asiento trasero; de alguna
manera ella sobrevivió. La llevaron al hospital, pero nuevamente, los detalles sobre
cómo llegó allí son turbios, en el mejor de los casos. Hablé con una enfermera que
estaba trabajando en la sala de emergencias esa noche, y solo recuerda que llegó la
llamada, una niña de dieciséis años con lesión craneal severa, inconsciente. Eso es
todo lo que ella sabía. Trabajó con la niña. Pudieron salvar su vida, pero ella no se
despertó y fue trasladada a un piso diferente del hospital. La enfermera perdió el
rastro después de eso, porque mierda, las enfermeras de las salas de emergencia en
Manhattan... ven docenas, cientos de pacientes todos los días. No pueden hacer un
seguimiento de ellos, ¿sabes?

—Un accidente automovilístico? —Estoy mareada—. ¿No un atraco?

—La enfermera te describió exactamente, solo que más joven. Piel oscura,
cabello negro. Hermosa. Latina, mexicana o española, o algo así. Describió tus heridas.
Dónde tienes tus cicatrices —Toca su cadera, donde tengo una cicatriz. Su cabeza,
donde tengo otra, debajo de mi cabello—. Y esa persona, si eres tú, tuvo un accidente
automovilístico. No hay duda sobre esa parte.

—Entonces... si el hospital no pudo identificarme, ¿cómo pudiste?

—La ciudad, el hospital, la policía, están inundados, ¿sabes? Tienen miles de


casos, miles de personas desaparecidas e identidades equivocadas y muertes sin
resolver y Jane o John Doe. Por lo tanto, no estoy excusando el hecho de que
abandonaron la búsqueda, solo poniendo un poco de perspectiva. Pusieron un poco de
esfuerzo, pero sin una buena razón no pueden seguir gastando la mano de obra en
algo para siempre. No fue un crimen que te llevó al coma, solo un accidente
automovilístico. No es un asesinato sin resolver, o algo así. Entonces se dieron por
vencidos. Estabas en coma. Las cosas se pasan por alto y se olvidan. —Levanta un
hombro—. Aunque tengo los recursos, el tiempo. Y tengo motivación para seguir
buscando. Así que lo hice.

—Me encontraste.

Asiente. —Te encontré. O más bien, primero, pude rastrear el auto. Cada
automóvil tiene un número único, un número de identificación del vehículo, lo que
llaman un VIN, y cuando la policía aparece en la escena, registran ese número, y
cuando los camiones de auxilio llevan un vehículo destrozado a un patio, registran ese
número, y el patio de salvamento donde termina el auto reporta ese número... Todos
los involucrados en la eliminación de un vehículo destrozado tienen ese VIN. Ese auto
se sigue escrupulosamente. Es un poco extraño, en realidad, considerando cuán
fácilmente se puede perder a la gente. Pero, de todos modos, pude acceder a ese
registro policial, encontrar el VIN. Esto es una mierda básica, ¿de acuerdo? No hay
razón para que no hayan podido hacer esto, pero no lo hicieron. Lo que descubrí es
que el auto era de alquiler. Eso fue parte del problema, lo que lo hace complicado,
porque no todas las empresas de alquiler mantienen los mejores registros. Al igual
que los lugares de alquiler de cajas grandes como Avis o Budget o lo que sea,
mantienen registros extensos, pero los lugares más pequeños no necesariamente. —
Agita una mano—. Así que rastreé el auto hasta el servicio de alquiler y los convencí
de ayudarme a encontrar la documentación original. Tomó algo de convencimiento,
porque este servicio de alquiler era un poco vago. No tomaron mucha información, no
hicieron muchas preguntas, ¿verdad? Solo tomaron un gran depósito en efectivo, y un
nombre y licencia de conducir. Incluso entonces, no creo que se opusieran demasiado
si alguien solo tuviera, por ejemplo, una licencia española, pero no una americana,
¿sabes? —La camarera viene y vuelve a llenar el café de Logan. Bebe, continúa—: Así
que le ofrecí al tipo que administraba el servicio de alquiler suficiente efectivo como
para que estuviera dispuesto a desenterrar su viejo papeleo. El auto fue alquilado a
Luis de la Vega. Depósito en efectivo, alquilado por una semana. Ninguna otra
información. Solo el nombre y una fotocopia de un pasaporte español. Luis García de
la Vega Reyes. Con ese nombre, esa foto del pasaporte, tenía más para seguir. Tales
como los registros del SIN.

—¿SIN?

—Servicio de Inmigración y Naturalización. Siguen el rastro de las personas


que emigran a los Estados Unidos —explica Logan—, Luis de la Vega, Camila de la
Vega e Isabel de la Vega emigraron a los Estados Unidos de América desde España en
abril de 2004.

—Isabel de la Vega —repito el nombre, esperando que algún tipo de epifanía


me golpee—, ¿No sería Isabel Reyes si mi padre se llamara Luis Reyes?

Sacude su cabeza. —Hice una breve búsqueda en las costumbres de nombres


en español, sin saber por qué. Uno de esos senderos de búsqueda de Google, supongo.
Pero aparentemente en España se le da un nombre cristiano, a veces un nombre
medio, pero no siempre, y luego tiene dos apellidos, el apellido de tu padre primero y
el segundo de tu madre, pero cuando te presentas en entornos informales y casuales,
usas tu nombre de pila y el apellido de tu padre, el primero. Entonces, tu nombre
completo, Isabel María de la Vega Navarro, que proviene de que tu padre es Luis
García de la Vega Reyes y tu madre es Camila María de la Vega Navarro. Entonces, de
acuerdo con esa costumbre, serías Isabel de la Vega.

Intento formular un pensamiento relevante, una pregunta coherente. —


¿Encontraste algo sobre mis padres, o de mí, antes del accidente?

—Tu padre era un experto en metales, especializado en joyería de oro fino. Los
trajo aquí por la oportunidad de trabajar para una joyería personalizada aquí en la
ciudad. Había trabajado para sí mismo hasta 2004, pero de alguna manera se puso en
contacto con un chico aquí y decidió mudarse. —Logan gira la taza en círculos sobre la
mesa de formica—. En realidad, no fue difícil encontrar a tu padre. Tenía su
identificación de pasaporte, así que pude encontrarlo con bastante facilidad. Hablé con
algunas personas en Barcelona, de donde eres originaria. El negocio de tu padre
estaba sufriendo, supongo, no culpa suya. Entonces, cuando tuvo la oportunidad de
venir aquí, lo hizo. Tenías catorce años cuando viniste a Estados Unidos, dieciséis
cuando ocurrió el accidente.
Trato de encontrar algo más que decir, algo inteligente, pero estoy entumecida,
tambaleante y conmocionada, e incapaz de pensar, procesar o sentir. —Así que
pudiste descubrir todo esto solo... ¿haciendo algunas llamadas telefónicas?

Se encogió de hombros. —Esencialmente. Quiero decir, supongo que lo estoy


minimizando un poco. Eso fue mucho trabajo. Debo haber hecho doscientas o
trescientas llamadas telefónicas en los últimos días, perseguido cientos de callejones
sin salida en busca de alguien con información concreta sobre ti y tu familia. E incluso
entonces, una vez que llegaron, el camino se enfría. Tu padre trabajó duro, setenta,
ochenta horas a la semana, y tu madre era empleada doméstica en un hotel, trabajaba
horas similares. Un paso atrás para ustedes de la vida que vivieron en España, es la
impresión que tengo. Fuiste a una escuela secundaria pública, pero no pude localizar a
nadie que en realidad te conociera personalmente. Un par de maestros que te
enseñaron, pero nuevamente esto es Nueva York, y las clases son enormes y es difícil,
si no imposible, que un maestro recuerde a un estudiante en particular, especialmente
uno de hace más de diez años. Fuiste callada, reservada, hablas inglés fluido pero
acentuado. Hiciste tu trabajo, realmente no te destacaste de ninguna manera.
Calificaciones decentes, pero no excelentes. Te estabas adaptando, supongo. No hay
amigos cercanos.

—Yo… —Tengo que hacer una pausa para respirar y empezar de nuevo—.
¿Tengo alguna familia? En España, quiero decir.

Logan niega con la cabeza, sus ojos tristes. —No, lo siento. Tus padres eran
hijos únicos, y sus padres murieron cuando eran jóvenes, cuando todavía vivían en
España. Incluso rastreé dónde vivías aquí en la ciudad, pero el edificio de
apartamentos donde vivían no guardó sus cosas después de la muerte de tus padres.
Quiero decir, nadie les dijo, ¿verdad? Así que pusieron sus cosas en un
almacenamiento por un tiempo en caso de que volvieran, pero sus amigos estaban
muertos y tú estabas en coma, y luego despertaste sin saber quién eras. Entonces
eventualmente lo vendieron o lo tiraron a la basura.

—Así que, realmente, estoy de vuelta a donde empecé. Sin familia, sin identidad
real. Sin pertenencias propias.

Logan suspira. —Supongo que sí. Supongo que toda esa información realmente
no te sirve de nada, ¿verdad? —Suena amargo.

Me doy cuenta de que estoy siendo increíblemente ingrata. —Logan, lo siento.


No quiero aligerar lo que me has dado. Tengo mi nombre. Sé los nombres de mis
padres. Es un regalo que nunca podré devolver. —Coloco mis manos sobre las suyas,
alrededor de la taza de café.

Se encoge de hombros, un gesto de despido. —No es gran cosa.

—Lo es, sin embargo, ¿no es así? ¿Tener mi nombre?

Sus ojos van a los míos, y su feroz brillo índigo me atrapa. —Es tan significativo
como tú lo hagas. Solo significa algo si haces algo con él. La identidad es lo que haces
de ella, X, Isabel, como quieras llamarte. Y eso es todo, ¿no? Lo que quieres llamarte a
ti misma. Quien quieres ser. Todos estamos buscando nuestra identidad, ¿no? Quiero
decir, crecemos, pasamos nuestras vidas buscando significado, sustancia. Importar. Es
por eso por lo que las personas beben, consumen drogas, juegan, se hacen tatuajes en
todo el cuerpo, hacen arte, tocan música en una banda, escriben libros o duermen con
una persona diferente todas las noches. Para descubrir quiénes son. Para algunas
personas, su identidad está arraigada en su historia. Quiero decir, donde crecí, sabía
que las personas que habían vivido toda su vida en San Diego, nunca se fueron. Sus
padres se mudaron allí, nacieron allí, y nunca se irán. Su padre era abogado, por lo que
serán abogados. Eso es fácil para ellos. Puede que no sea mucho, pero son quienes son.
Otros, es más difícil, ¿no? Tuve que hacer mi propio camino. Tenía que decidir qué
quería hacer con mi vida. ¿Quería ser un pandillero, un traficante de drogas, un
criminal? ¿Quería terminar muerto o en la cárcel? Entonces fui mecánico en el ejército.
Y luego fui contratista de seguridad, un soldado. Y luego no fui nada. Estaba herido, de
espaldas en un hospital sin futuro y un pasado sin salida. Tuve que empezar de nuevo.
Tuve que decidir de nuevo lo que quería. Quien quería ser. Siempre me ha encantado
crear, usar mis manos, estar activo. Así que voltee mi casa. —Aplana sus palmas sobre
la mesa, y no puedo evitar sentirme atraída por sus manos, por las líneas desgastadas,
la aspereza de ellas. Son manos tan grandes, fuertes y capaces. Duro como la roca,
áspero como bloques de cemento—. Rompí pisos viejos, derribé paredes y arranqué
gabinetes. Despojé la casa de todo, hasta dejarlas desnudas. Y las hice nuevas, construí
paredes nuevas, armarios nuevos, pisos nuevos. Las hice hermosas y las vendí. Y lo
convertí en un negocio lucrativo. Esa es mi identidad. Construyo cosas. Construí casas,
y ahora construyo negocios y los vendo. Algo así como lo que hice con casas, pero para
empresas enteras.

—Te reconstruiste a ti mismo.

Asiente. —Más de una vez.

—¿Cómo lo haces? ¿Cómo se construye una identidad?


—Tienes agallas y determinación, supongo. Como cualquier otra cosa en la
vida, de verdad. Quiero decir, miras tu vida y tus habilidades y decides lo que te gusta,
lo que se siente bien, y sigues eso a donde te lleva.

Miro hacia la mesa. —No sé si puedo hacer eso. La vida que tengo no es
perfecta, pero es lo que sé. Y es todo lo que tengo. Es todo lo que he tenido. Quiero
decir, sí, me dijiste que tenía padres y que fui a la escuela, pero ¿a dónde me lleva eso
desde aquí? ¿Cómo me ayuda eso a saber qué hacer con Caleb?

No tenía la intención de hacer esa última pregunta, pero simplemente salió.

—No puedo decidir eso por ti. Tienes que resolverlo por ti misma. —No me
mirará.

—Lo siento, Logan. No pretendo traerlo a colación cuando estoy contigo. Pero
es la realidad de mi vida. Sé que crees que es malo, y hay partes de él y de su vida que
no me gustan. Cosas que, cuanto más aprendo sobre ellas, me hacen sentir incómoda.
Pero él ha estado allí para mí desde que desperté, Logan. Me dio una identidad, la poca
que tengo. Estaba conmigo todos los días mientras aprendía a caminar y hablar de
nuevo. Empecé de la nada. Quiero decir, muchos de los conceptos básicos volvieron
bastante rápido, pero mis músculos estaban atrofiados y la parte de mi cerebro que
controlaba el habla se había dañado, por lo que tuve que volver a aprender a caminar
y hablar. Los primeros dos años de mi vida después del despertar los pasé en
fisioterapia y logopedia. Tuve problemas para vestirme, alimentarme. Caleb estaba
allí. Me dio todo lo que tengo. No puedo descartar eso porque tienes un mal
presentimiento sobre él.

Logan suspira. —No estoy tratando de decir que es malvado ni nada, solo… —
se interrumpe, se limpia la cara con ambas manos y comienza de nuevo—. ¿Te has
preguntado alguna vez por qué hizo eso?

—Él fue quien me encontró.

—Eso dice. —Golpea la mesa con la punta de su dedo índice—. Pero también
dijo que hubo un atraco. ¿No es eso lo que me dijiste? Los hechos dicen lo contrario.
He visto los informes policiales. He visto las fotos del auto, los informes de una mujer
de dieciséis años, inconsciente e insensible, con trauma craneal severo. He visto los
informes médicos que dicen que tal vez nunca te despiertes.

—¿Por qué mentiría? —pregunto.


—No lo sé —dice Logan—. No lo sé. Esa es una pregunta para él, y no puedo
hacerla.

—No sé si puedo tampoco. —Me siento débil otra vez.

Mi pecho se siente denso. Las paredes se sienten como si se estuvieran


cerrando. La parte trasera de la cabina tiene manos, de alguna manera, agarrándose a
mi garganta. El mundo gira.

Mentiras. Verdad. Distorsiones de los hechos.

Todo se retuerce como el humo de una vela apagada que sopla un aliento.
Mezclas, turnos, formas retorcidas.

Me levanto, fuera de la cabina, tropezando con mis pies. Estoy afuera y ya es de


mañana. El sol fluye entre las paredes del cañón de los edificios, proyectando un
amplio camino de luz dorada en la calle, en la acera, bañándome. Camino, tropiezo,
tropiezo, corro.

No puedo respirar.

No puedo ver. Este no es un ataque de pánico, esto es... Algo peor. Mi corazón se
rompe y está frenético y me estoy derrumbando. ¿Me estoy muriendo? Quizás eso no
sería tan malo.

Me encuentro con un poste de señalización, el metal frío contra mi mejilla.

Me doy cuenta de que estoy llorando y susurrando—: Isabel... Isabel... Isabel...

Manos cálidas y fuertes me empujan hacia atrás contra un amplio pecho. Una
voz como la luz del sol murmura en mi oído. —Estás bien. Respira, cariño. Respira
hondo y déjalo salir.

Eso no es lo que se supone que debe decir. No servirá de nada. Decirme que
respire no me hará respirar. No dice las palabras correctas.

—Soy Madame X —susurro, con la esperanza de que, si digo las palabras,


funcionará la magia de la misma manera, forzará el oxígeno a mis pulmones y
disminuirá los latidos de mi corazón—. Soy Madame X. Eres Caleb Índigo. Me salvaste
de un hombre malo. Estoy a salvo contigo. Eso fue solo un sueño. Solo un sueño.

Repito esto varias veces, y no ayuda.


Escucho un aliento estrangulado detrás de mí, siento los labios rozar mi lóbulo
de la oreja. Sus brazos están cruzados sobre mi pecho, como bandas de hierro. —Dios,
te tiene en un maldito lavado de cerebro. —El sonido de la voz de Logan cuando dice
eso es salvaje, infundido de ira. Amargo.

—Me tranquiliza cuando tengo un ataque de pánico. —Me las arreglo para
decir.

—Bueno, intentemos algo nuevo, ¿de acuerdo? Eres Isabel, eres fuerte. Estás
segura. No necesitas a nadie.

No puedo. No puedo decir esas palabras. Aunque lo intento. Lo intento. —Soy...


Isabel. Soy Isabel. Soy Isabel —Sacudo la cabeza—. No lo soy. No soy Isabel. No lo soy.
Esa ya no soy yo. No puedo ser ella, ella murió. Morí. En la mesa de operaciones, morí.
Me trajeron de vuelta, pero morí. Mi corazón se detuvo por casi un minuto. Morí.
Isabel de la Vega murió.

—Entonces sé alguien más.

—¿Quién? —Lloro; Es un sollozo—. ¿Quién más puedo ser? Soy madame X.

—¿Es quien quieres ser?

—¡No lo sé! —Me giro en sus brazos, presiono mi mejilla contra su pecho—. No
lo sé, Logan. No, ya no quiero ser Madame X. Quiero ser alguien nuevo, pero no sé
quién. No sé quién o cómo decidir.

—Eres fuerte. Estás segura. No necesitas a nadie.

—Eso no es cierto.

—Tal vez aún no. Pero puede ser —Me toca la barbilla con la punta de un
dedo—. Mírame, cariño. ¿Alguna vez has escuchado la frase "fingir hasta que lo
logres"?

Sacudo la cabeza. —No, no lo he hecho.

—A veces es todo lo que puedes hacer. Finge que estás bien. Finge que eres
fuerte. Finge que no necesitas a nadie. Fíngelo. Fingir para ti, para los que te rodean.
Cuando te despiertes, cuando te vayas a la cama, sigue fingiendo. Y eventualmente, un
día... Será verdad.
No tengo respuesta. Me ahorré tener que encontrar una para la llegada del
Maybach. El vehículo largo y bajo se desliza hasta detenerse a nuestro lado.

Estás al otro lado, detrás de Len, el conductor.

La ventana se desliza hacia abajo y tus ojos oscuros se fijan en mí. —Entra, X.
Ahora.

—¿Qué tal si dejas que decida lo que quiere, Caleb? —pregunta Logan, sin
renunciar a su control sobre mí.

—Esto no es asunto tuyo —dices—. Y quita tus manos de ella.

—Lo haré si ella me dice que lo haga.

—¿Le gustaría volver a la cárcel, señor Ryder? —preguntas, tu voz demasiado


baja—. Puedo arreglar eso, si lo deseas.

Logan se tensa. Claramente esa amenaza tiene peso.

Me siento como un hueso siendo peleado por dos perros. Me disgusta


intensamente. —Deténganse. Los dos. Sólo... detente —Me vuelvo hacia ti—. ¿Cómo
me encontraste, Caleb? —pregunto.

—Eres mía. Siempre podré encontrarte.

—No es tuya, gilipollas —gruñe Logan—. Es de ella.

Y luego Len sale del auto, alto, ancho, con los ojos desalmados y agitado por la
muerte. Debajo de la chaqueta de Len sale una pistola, negra, grande y aterradora. El
cañón toca la cabeza de Logan.

—Retrocede. Ahora. —La voz de Len es más fría que el hielo, plana, sin
emociones.

—Jódete. No me dispararás a plena luz del día. —Sus manos se aprietan en mis
brazos hasta el punto del dolor.

—Piénsalo de nuevo —dice Len. Retira la parte superior de la pistola y hace un


clic—. Seguro como la mierda que lo haré. No lo he olvidado, Ryder.
Recuerdo el ático, mi baño, Len atado y amordazado a punta de pistola. Veo el
asesinato en los ojos de Len, y sé que Logan podría morir en una fracción de segundo.
Entre una respiración y la siguiente.

—Vamos, Logan —susurro—. No hagas esto. No te veré herido por mí.

—Tienes elección —dice. Sus ojos encuentran los míos, suplicando—. Tienes
una opción. En esto, en tu nombre. En tu futuro.

—Soy su futuro —dices. No para mí, sino para Logan—. Así como soy su pasado
y su presente. Y tú no eres ninguno de esos. Eres una distracción.

—Déjale que me dispare. No me importa, X. Toma la decisión por ti.

Me siento estrangulada. Ahogada por elección.

Miro a Logan, y sus ojos brillan con furia, se derriten con... alguna emoción que
no entiendo, suave y potente e hirviendo y afilada, todo a la vez, todo sobre mí, para
mí, dirigido a mí. Su cabello rubio es largo, tan largo ahora, ondulado y rizado en los
extremos, colgando sobre sus hombros, rizos rubios flotando sobre sus ojos. Veo sus
cicatrices, dos agujeros redondos en su hombro derecho, líneas blancas y delgadas en
su antebrazo y bíceps derecho, y sé que hay otra cicatriz redonda y arrugada en su
costado derecho, justo debajo de las costillas, y veo sus tatuajes cubriendo su parte
superior de sus brazos en un revoltijo de imágenes; Veo todo esto en un cuadro, una
viñeta congelada, sus ojos color añil, cabello rubio, cicatrices, tatuajes, manos ásperas
en el trabajo, su mandíbula cuadrada y pómulos altos y labios expresivos que me han
besado y nunca exigieron más, nunca reclamaron más, necesitando más, queriendo
más, pero esperando hasta que esté lista para dárselo. ¿Estaré alguna vez lista?
¿Alguna vez seré libre de elegirlo? ¿Soy capaz de eso?

No lo sé.

Me alejo de él, por él. No puedo permitir que se lastime por mi culpa.

Sin embargo, ya está herido por mí. Eso está escrito en sus ojos, y a su vez
golpea mi corazón como un cuchillo.

Me alejo, y esto es como déjà vu. Logan delante de mí, tú detrás de mí,
esperando. El coche. Len. Mi dolor de corazón y mi pena y mi confusión. Lo quiero,
pero no confío en mí misma. No confío en mi visión del futuro con él. ¿Confío en él? No
lo sé.
Tú, detrás de mí, en el Maybach. No has salido. Tus ojos son la oscuridad
encarnada. Desconocido. Inescrutable. Eres perfecto, como siempre eres perfecto,
intocable, tallado en mármol vivo.

Len abre la puerta con una mano, con la pistola en la otra, fuera de la vista. No
me alcanzas. Ni siquiera me estás mirando. Estás mirando a Logan, pero no sé lo que
estás pensando. Lo que sientes.

Sé lo que Logan está pensando y sintiendo, porque usa sus emociones en su


rostro, no le importa lo que nadie vea, lo que piensen.

Es él. Solo es él.

Pero estoy en movimiento, y un cuerpo en movimiento permanece en


movimiento. No puedo parar esto. No puedo huir hacia Logan, no ahora. Quizás nunca.
Es demasiado bueno para mí, demasiado cierto, demasiado.

Él es demasiado real.

¿Y yo?

Soy un fantasma.

Un fantasma llamado Isabel.


6
Estás en silencio durante mucho tiempo, y te observo mientras te sientas en
una estolidez imperturbable, tal vez decidiendo qué decir, qué no decir. No lo sé.
Nunca he podido leerte.

—X. —Tu voz es cuidadosamente uniforme, modulada con precisión.

—Logan descubrió mi nombre.

—Eso cree, ¿verdad? —Suenas despreocupado, descuidado.

—La historia que cuenta tiene sentido —digo.

—¿Y? ¿Cuál es tu nuevo nombre entonces? —Eres despectivo.

—Isabel María de la Vega Navarro —Te miro mientras lo digo—. Un nombre


español.

Estás en silencio un momento, y una vez más no sé cómo interpretar tu


silencio. —¿Entonces eres Isabel?

—No lo sé. Ese es el problema, ¿no? No lo sé. Nada de nada.

—Aunque sí lo sabes. Sabes quién eres —Te deslizas sobre el asiento, y noto
que hay círculos oscuros debajo de tus ojos, y que tus mejillas y barbilla están sin
afeitar, oscuras con barba de un día—. Eres Madame X. Soy Caleb Índigo —empiezas.

—¿Soy esa? ¿Lo eres tú?

—Una vez que comiences a cuestionar cosas, nunca te detendrás, X. Ese es un


agujero de conejo por el que es demasiado fácil caer.

—Divertido —digo—. Logan dijo algo muy similar.

—Lo hizo. —Esto no se formula como una pregunta, se dice como una
declaración.
—Lo hizo. —El pánico todavía abruma mi mente, pero estoy aprendiendo de
alguna manera a superarlo. Hablar a pesar de las turbulencias en mi alma—. Me dijo
que no podía evitar las respuestas una vez que comenzara a hacer preguntas.

—No me importa lo que dijo Logan. Él no es nadie. —Más cerca ahora.

Puedo sentir el calor de tu cuerpo, ver la forma en que tus bíceps estiran el
material de tu abrigo. Tus ojos están rojos, como si no hubieras dormido siquiera la
pequeña cantidad de sueño a la que estás acostumbrado.

—Él no es nadie. No para mí. Me importa lo que dijo.

—¿Por qué?

—Porque él me dice la verdad, Caleb.

—¿Cómo lo sabes? —Tu mano flota, descansa sobre mi muslo.

Golpeo tu mano, con una violencia repentina impactante para los dos. —No. No
puedes tocarme. —Siento que la vehemencia hierve dentro de mí. Rabia. Furia cruda y
potente. Hacia ti. A Logan. A todo.

—¿Cómo sabes que te dijo la verdad? —repites—. Podría habérselo inventado.

—Lo sé. He pensado en eso —digo—. El problema es que esa misma pregunta
puede aplicarse a ti. ¿Cómo sé que siquiera algo de lo que me has dicho es verdad? ¿En
qué creo? ¿A quién le creo?

Suspiras. —El hombre que siempre ha estado ahí para ti.

—¿Y por qué has estado? ¿Qué sacas de esto? Si no fuera por la disponibilidad
inmediata de quizás docenas de otras mujeres a tu disposición, diría que fue solo por
el fácil acceso al sexo. Una audiencia cautiva, por así decirlo.

—Eso no es lo que eres para mí, X.

—Deja de llamarme así —espeto—. Ya no soy Madame Jodida X nunca más.

—Entonces, ¿quién eres?

— ¡NO LO SE! —elevo la voz en las dos primeras palabras, grito la tercera.
Incluso Len gira la cabeza para mirarme.
—¿Te llamaré sin nombre entonces?

—No te burles de mí, Caleb Índigo. —Mi voz es delgada, como la hoja de un
cuchillo es delgada.

—No lo hago. La burla no es mi estilo.

—¿Cuál es tu estilo? ¿Proxenetismo? ¿Prostitución? Eso es lo que son esas


chicas, debajo de la delgada capa de salvación. Todavía son prostitutas. Pero ahora
trabajan para ti y tú eres su único cliente. Hasta que las vendas al mejor postor, y
luego se conviertan en novias-esclavas. Las convences de que tienen una opción, pero,
¿la tienen realmente? Rachel no tiene otra opción. Si regresa a las calles, se convertirá
una vez más en Dixie, la prostituta. Dixie, la drogadicta. Entonces, por ahora, ella es tu
puta, y tú eres su droga. No tiene elección. —Cierro los ojos y exhalo, dejando que la
verdad se filtre de mis labios—. No más que yo. Somos tus putas. Somos tus adictas.
Eres una droga y estás en nuestras venas.

—No entiendes de qué estás hablando, X, Isabel, quienquiera que seas.

—Quien quiera que sea. A propósito, Caleb. —Dejé que un silencio espeso y
tenso colgara entre nosotros—. Te voy a hacer una pregunta y la responderás con
sinceridad o nunca volveré a hablarte.

—De acuerdo —suenas tranquilo.

—¿Cómo me encontraste?

Un suspiro. Un brote de resignación. —Has sido quirúrgicamente


microchipeada. Le pagué al cirujano que reconstruyó tu cara dos millones y medio de
dólares para insertarlo.

Este es un shock que va más allá del adormecimiento, un shock tan grande que
puedo permanecer completamente quieta y tranquila. — ¿Microchip? ¿Reconstruida?
Toco el lado izquierdo de mi cara, justo encima de la oreja.

—¿No lo recuerdas? —Pareces perplejo.

—No. —Lo intento y fallo. Lo recuerdo, pero los días inmediatamente


posteriores al despertar son borrosos, una neblina de terapia y Caleb, cirugías y Caleb,
enfermeras y Caleb.
—Todo el lado izquierdo de tu cara era... un desastre. El lado derecho era
perfecto, sin manchas. El izquierdo... no estaba. Importé al cirujano plástico
reconstructivo más experto y reconocido del mundo y le pagué una cantidad bastante
grande de dinero para que recuperara tu belleza anterior. Los dos millones y medio de
dólares que mencioné fueron solo el soborno para implantar el chip, eso sí. Le pagué
más del cuádruple para dejar a todos sus otros clientes y volar a Nueva York y
arreglarlo.

Supongo que debería estar impresionada por cuánto gastaste en arreglarme.

—Cuando dices que he estado... microchipeada, ¿qué significa eso? —Tengo


problemas ahora para formar palabras, formar respiraciones.

No contestas por un momento. —La cicatriz en tu cadera... siempre estuvo ahí,


desde el accidente, quiero decir. Sin embargo, cuando el Dr. Frankel te tuvo debajo
para arreglarte la cara, cortó esa cicatriz, implantó un chip de computadora muy
pequeño y cerró la incisión, haciendo que pareciera que nunca había sido perturbada.
El microchip me permite determinar tu ubicación, hasta el metro más cercano. —
Levanta su teléfono.

No sé qué debo pensar sobre tu revelación. Entonces cambio de tema. —¿Te


gustaría saber la historia que me contó Logan?

—Si quieres decirme, te escucharé. —Impasible, despreocupado. Incrédulo

¿Demasiado, tal vez?

—Hubo un accidente automovilístico —digo—. Mis padres murieron y yo no.


Eran inmigrantes. La policía no pudo identificarme, pero debido a que estaba en coma
del que nunca podría despertar, la investigación se cerró, dejándome como una Jane
Doe.

—Ya veo.

—¿Ya ves? —Te miro fijamente—. ¿Qué significa eso, "ya veo"?

—Significa que hay problemas con su historia —dices—. ¿Por qué no pudiste
ser identificada? ¿Eran tus padres inmigrantes ilegales, que ni siquiera tenían una
identificación básica? E incluso si asumimos una secuencia extraña de eventos que
conducen a que tus padres y tú no se puedan identificar, ¿por qué la investigación
simplemente se cerraría? No solo se... rendirían. Si Logan pudo descubrir quién eres,
¿por qué no pudo la policía?

—Yo... —Mi garganta está seca y mi espíritu entumecido, mi mente confundida.

—Seis años, X. He pasado seis años de mi vida cuidando de ti. ¿Crees que te
retendría este tipo de información si fuera tan fácil de encontrar? —¿Lo creo? No lo sé.
Continuas—: Me conoces desde hace seis años, pero este hombre que conoces hace
menos de... ¿Qué? Ni siquiera lo sé. ¿Cuánto tiempo has pasado con él? ¿Unas pocas
horas, como máximo? Y estás lista para creer lo que sea que diga —suenas asqueado.

No tengo respuestas para tu lógica.

—Pero mi cara, Caleb. Acabas de decir que se quemó. ¿Cómo pasaría eso en un
atraco que salió mal?

—No dije que estaba quemada, X. Dije que estaba en mal estado. Habías sido
golpeada, salvaje y brutalmente. Los médicos pensaron que te patearon la cara, que
intentaste encogerte, ¿sabes? ¿Las manos sobre tu cabeza? El daño fue tan severo que
tu cara nunca sería la misma. No quería que tuvieras que vivir con eso, así que lo
solucioné. Nunca dije que te hubieras quemado.

Y, así de rápido, mi identidad naciente se ha ido.

Te odio.

—Eres Madame X... —dices. Y quiero, desesperadamente, poder aferrarme a


eso, pero no puedo, y las palabras que dices, una vez tan familiares y reconfortantes,
parecen vacías ahora—. Y yo soy Caleb...

—Detente, Caleb —digo, apenas capaz de manejar un susurro—. Sólo... detente

—Si deseas elegir un nuevo nombre…

—¿Por qué decides qué puedo hacer? —pregunto—. ¿Por qué toda mi vida
depende de ti? ¿Por qué toda mi existencia depende de ti?

Suspiras. Es un sonido sufrido. —Detén el auto, Len —dices.

El auto se detiene en el carril de la izquierda de la Quinta Avenida, a pocas


cuadras de su torre, el tráfico de la madrugada pasa a nuestra derecha.
Haces un gesto hacia la puerta del auto, la ventana, el mundo más allá. —
Entonces vete. Encuentra tu propio camino.

—Caleb…

Abres la puerta, observas el tráfico y luego giras en círculos detrás del vehículo.
Me abres la puerta. Agarras mi muñeca. Me llevas fuera. Cierras la puerta, regresas a la
puerta trasera del lado del conductor. —No dependes de mí porque insisto en
mantenerte cautiva. Así son las cosas. Deseas tanto tu libertad —sopesas la palabra
con sarcasmo—. Entonces que así sea.

Te subes al auto. La puerta se cierra con un ruido sordo. Un suave ronroneo del
motor, y el Maybach se aleja, dejándome sola.

Has hecho tu punto: ¿A dónde voy? ¿Qué debo hacer?

¿Quién soy? Si no soy Madame X, ¿quién soy?

¿Isabel? ¿Es ella real? ¿Es la historia de Logan la verdad?

Si es así, eso significa que la tuya es una mentira; si lo tuyo es cierto, lo de


Logan es una mentira.

Hay agujeros en ambas historias. Razones para dudar de ambos. Quizás


ninguno de los dos dice la verdad.

He estado caminando mientras pienso, y no sé dónde estoy. No muy lejos de


donde me echaste del auto, a una o dos cuadras de distancia, tal vez. Hay una iglesia en
una esquina, piedra oscura, arquitectura gótica. Escaleras, con gente sentada en ellas,
fumando cigarrillos, tomando café y hablando por teléfonos celulares. Me siento en
una escalera, con las piernas encogidas debajo de mí, luchando contra el pánico.

Estoy sola en Manhattan. No tengo dinero. No tengo identificación. No tengo


identidad. No soy nadie. Si vuelvo a ti, subo a tu torre, estoy consintiendo ser tuya.
Consintiendo ser Madame X.

Podría llamar a Logan, pero, ¿qué sé sobre él? Muy poco. Lo que me dijo y lo
que siento. Siento que puedo confiar en él. Siento, cuando estoy con él, que todo es
posible. Cuando estamos juntos no lo dudo. Lo conozco. Está en mí. Todo está bien con
él. Pero ahora, lejos de él, lo dudo todo. Lo dudo. Dudo de mí. Dudo de Caleb.
Ni siquiera me doy cuenta de que estoy llorando hasta que un viejo negro
maloliente, vestido con harapos, se sienta a mi lado, toma un trago de una botella
envuelta en una bolsa de papel marrón y me mira de reojo. —Alguien te lastimo, ¿eh?

Sorbo. —Sí. No. No lo sé.

El anciano asiente sabiamente, como si lo que dije tuviera algún tipo de sentido.
—El peor dolor, justo ahí. El no saber.

—No sé quién soy. —¿Por qué estoy admitiendo esto a un borracho sin hogar?
Pero lo hago, y es catártico.

—Sí, yo tampoco. Pero nunca fui nadie, mucho. No estoy borracho porque no
tengo hogar, ya sabes, no tengo hogar porque estoy borracho. —Un columpio, un ojo
dirigido hacia el cielo, como si buscara algo en el azul claro y sin nubes—. O tal vez sea
al revés. Ya no puedo recordar.

—No puedo recordar tampoco. No puedo recordar quién solía ser, y he perdido
la confianza en quién soy ahora. —No me molesto en limpiar las lágrimas.

—No necesitas saber quién eras o quién eres. Solo necesitas saber quién
quieres ser.

Esa es una afirmación sorprendentemente útil. Miro al hombre, absorbiendo


esa última frase. Solo necesito saber quién quiero ser. Rachel dijo lo mismo, y Logan
también.

Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿quién quiero ser?

No lo sé.

No lo sé.

En algún momento el viejo se tambalea, sacudiéndose sin cesar de la botella.

Te veo acercarte, un dios caminando por la tierra entre los mortales. Traje azul
marino a medida, por supuesto. Blanco, abotonado. Sin corbata, dos botones
superiores desabrochados, dejando al descubierto una V de carne. Pelo oscuro
recogido hacia atrás, sin esfuerzo, ingenioso. Ojos como agujeros negros, absorbiendo
toda la luz y la materia, absorbiendo, dibujando, buscando, absorbiendo todo.
Succionándome. Arrastrándome. Te sientas a mi lado, te recuestas, con los codos en la
escalera detrás de ti.

—Ven a casa, X.

—¿Casa? —digo la palabra como una pregunta, la escupo como la agalla más
amarga—. ¿Donde es eso?

—Oh, por el amor de Dios, X.

—Me siento en tu monstruosidad de apartamento, esperando. ¿Sabes lo que


espero? A ti. Me siento allí esperándote. Esperando que aparezcas, para que puedas
follarme y luego ignorarme —Los ojos a mí alrededor me buscan. Los ignoro. Tú, sin
embargo, no me miras. Examinas las multitudes, miras a los transeúntes, miras el río
de autos, amarillo, negro, blanco, azul y rojo, miras cualquier cosa menos a mí—. Estoy
descontenta, Caleb. El status quo ha sido cuestionado. Quién soy, quién era, quién seré,
todo está en juego. ¿Sabes cómo es eso?

—Más de lo que sabes.

—Ya no quiero ser esa persona, Caleb.

—Entonces quién…

Hablo por encima de tu voz. —No lo sé todavía. Ya no sé nada. No estoy segura


de creer a Logan, pero ya no te creo. No sé qué creer. —Te miro fijamente, y
finalmente me miras—. Tampoco puedes mantenerme esclavizada con tu mantra.
Todo ha cambiado.

—¿Qué te cambió?

Me encojo de hombros. —Logan. —Es la simple verdad.

Unas pocas horas con él, y todo cambió. No estoy segura si estoy agradecida
por esto o no.

—Es un exconvicto —dices.

Asiento. —Lo sé. Me lo dijo. —Lamo mis labios—. Me dijo que tenía algo que
ver contigo. O, al menos, esa era la implicación. No me diría qué. No importa. No me
importa.
—¿Entonces qué vas a hacer?

—No lo sé.

—Solo vuelve conmigo. Te ayudaré a resolver las cosas. Te daré espacio.

—No sé si puedo estar a solas contigo. No después de lo que pasó contigo y


Rachel.

Un suspiro. Un largo silencio. Otro suspiro. —Vuelve —Tus ojos se encuentran


con los míos. Veo un destello de emoción en ellos, una pequeña chispa infinitesimal—.
Por favor.

¿A dónde más voy? No tengo ningún lugar. A nadie. Rachel está contaminada
para mí ahora. No puedo ver a Rachel sin verte, follando, golpeando, azotando,
mirándome.

Quiero ir hacia Logan. Quiero enterrar mi cabeza en la arena. Quiero sus brazos
a mí alrededor. Quiero sus ojos en los míos, sus manos en mí, sus labios. Quiero eso,
mucho. Quiero su verdad. La facilidad de todo lo que es él. Pero, ¿y si él también está
mintiendo? ¿Qué pasa si me vuelvo adicta a él de la forma en que soy adicta a ti?

Eres una droga. Estoy enganchada a ti

Leí un libro sobre drogadictos, sobre adicción. Cómo, incluso cuando los adictos
saben que la droga los está matando, no pueden parar. Vuelven a ella una y otra vez, a
pesar de conocer el precio.

Regreso contigo, a pesar de saber que no puedo confiar en ti. Que mientes, que
me ocultas la verdad. Que me estás manipulando para que me quede. Voy contigo
porque soy adicta.
7
Me aprietas contra la puerta del elevador, las caderas duras contra las mías, y
tus manos recorren mi cuerpo, una se desliza hacia arriba para agarrar mi cabello y la
otra me quita la ropa. Tu boca aplasta la mía, pero esto no es un beso, es una
demostración de propiedad. Tu boca me roba el aliento. Tus manos roban mi
voluntad.

Tu cuerpo borra mis pensamientos. Estas duro contra mí, no me das


oportunidad de discutir, de dudar, de alejarme. Estoy encarcelada por tu dominio
sobre mi cuerpo. Conoces los botones para presionar, y los presionas. Estoy indefensa.

Eres un demonio.

De alguna manera, te desnudas. No recuerdo haber visto o sentido que te


quitaras la ropa, pero siento tu piel contra la mía. No eres gentil ni lento. Arrasas mi
boca con la tuya hasta que debo arrancar la cara de la tuya y jadear.

Y es entonces cuando tus manos presionan mis hombros y me obligan a


arrodillarme. Tu mano está enredada en mi cabello y me obligas a retroceder. Mi
corazón se acelera y te miro con los labios entreabiertos. Este no es el Caleb que
conozco, el hombre que ha poseído mi cuerpo todas las noches, todos los días... desde
que puedo recordar.

Su pene es un eje erecto frente a mi cara, grueso, veteado, con la cabeza


regordeta y tan perfecto como el resto de ti, aunque supongo que no tengo un marco
de referencia, solo el conocimiento de tu cuerpo.

—Abre tu boca —ordenas.

Abro la boca. Mi cuerpo obedece, aunque mi mente está entumecida.

Te empujas en mi boca, duramente. Tengo arcadas. Te alejas. Empujas de


nuevo.

—¿Es esto lo que quieres? —exiges—. La forma en que las trato.

Ah. Volvemos a esto.


Empujas dentro de mi boca y saboreo tu carne, arcadas cuando llegas al fondo
de mi garganta, me ahogo al empujar más profundo. Mis ojos se llenan de lágrimas y
mi nariz toca tu vientre. No puedo respirar, me duele la mandíbula, mis ojos gotean
lágrimas involuntarias y estoy paralizada por esto, por ti, por el dolor, la asfixia de tu
erección en mi garganta, y aspiro un suspiro por la nariz. No me gusta esto.

Sacudo la cabeza e intento alejarme, pero la puerta está detrás de mi cabeza y


no tengo escapatoria.

—¿Así es como lo querías? —preguntas.

Sacudo la cabeza.

Esto comienza a sentirse como una violación.

Traición.

Y luego deslizas tu erección fuera de mi boca y tu puño se cierra a su alrededor,


comienzas a bombear tu puño hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo.
Una mano en mi cabello, anudando mis mechones en tu puño.

—Quieres tenerlo en la cara, ¿no? ¿Cómo Rachel?

¿Por qué estás haciendo esto?

Podría llorar, pero no lo hago.

Observo tu mano moverse borrosa en tu eje, y luego tu cara se tensa, tu


mandíbula se aprieta. Apuntas la punta de tu pene a mi cara.

Liberas en silencio, el labio curvado en una sonrisa burlona.

Te vienes en mi cara.

Gotea caliente por mi frente, gotea en mi cabello. Por mi mejilla. Salpicaduras


calientes en mis labios y pruebo la sal. Por mi barbilla.

Das un paso atrás y me pongo de pie, luchando contra los sollozos. Me paro, con
el pecho agitado, disgustada, dolorida en el alma.

Y... Oh, me odio a mí misma. Me detesto a mí misma.


Porque no puedo negar la verdad: si lo hubieras hecho sin obligarme, me
hubiera gustado. Viéndote. Si hubiera sido mi mano sobre ti en lugar de la tuya, si se
hubiera hecho con algún tipo de mutualidad...

Pero no fue así, y estoy furiosa.

Escupo tu propio semen en tu cara. —Jódete, Caleb. Eres un cerdo.

—Es lo que querías. —No haces ningún movimiento para eliminar el semen
teñido de saliva de tu mejilla.

—¡No ser forzada a hacerlo! —grito.

Me agarras, me das la vuelta, me presionas contra la puerta y luego te enfrentas


a mí, te doblas por las rodillas y te deslizas hacia arriba y hacia mí. Despacio,
suavemente. Tus labios tocan mi hombro. La parte de atrás de mi cuello, justo debajo
de la línea del cabello. Me sostienes el pelo en una pila encima de la cabeza y besas mi
cuello, bajando la curva hasta mi hombro otra vez. Empujas.

Ya te has corrido, pero todavía estás duro, imposiblemente duro de nuevo.

—¿Te gusta esto? —Lentos, suaves empujones deslizantes, besos en mi cuello.

Sí, dice parte de mí.

—No —gruño. Empujo, dándote un codazo tan fuerte como puedo.

Te dejé poner tu pene en mi boca, pero luego tomaste más de lo que estaba
dispuesta a darte.

Nunca dije que no, ¿verdad?

Cuestiono todo ahora. A mí, más que nada.

Todavía tengo tu semen en mi cara.

—Dime que pare, X.

—Para, Caleb. — Mi voz es tranquila. Estoy orgullosa de esto, porque no estoy


nada tranquila.
Me liberas, retrocedes. Vacía, me hundo. Me apoyo contra el frío metal plateado
de la puerta del ascensor. Pesadez en el pecho. Jadeo. Las lágrimas me pinchan los
ojos. Me doy la vuelta. Doy un paso hacia ti.

Te abofeteo con la mano abierta, tan fuerte como puedo. Mi palma se quiebra
contra tu cara. Te abofeteo de nuevo. Y otra vez. No haces ningún movimiento para
defenderte.

—Así es como las trato. No les pregunto qué quieren. Las follo. Hago lo que
quiero. No soy gentil. Lo toman o se van. Tú... No hago eso contigo porque no eres
como ellas. —Tu mejilla está roja por mis bofetadas.

Mi saliva, tu semilla, está manchada en tu cara, en mi mano. Los dos somos un


desastre.

—Eso no es lo que vi con Rachel. —Quiero limpiarme la cara, pero no te daré la


satisfacción—. ¿Y se supone que eso hace que lo que acabas de hacer sea mejor?

—Podrías haberme detenido. Tenías mi polla en tu boca. Podrías haberme


mordido. Tenías las dos manos libres. Podrías haberme golpeado, abofeteado,
agarrado las bolas. Cualquier cantidad de cosas. No lo hiciste. Simplemente te
arrodillaste allí y lo tomaste. —Te detienes para hacer efecto—. Te gustó.

—No te atrevas a devolverme esto, Caleb Índigo.

—¿Por qué no... Madame X? ¿No es verdad? ¿No podrías haberme detenido?

Tiene razón. Podría haberlo hecho. No peleé lo suficiente.

Me estrellé contra él, empujándolo hacia atrás. —¡Maldición, Caleb! ¿Por qué
estás haciendo esto?

Se recupera fácilmente y se aleja. Limpias tu cara con la mano. Te vistes con tu


precisión habitual. —Quieres que sea el malo. Entonces, seré el chico malo. —Cuando
estás vestido y yo, nuevamente, estoy desnuda, me miras fijamente—. Y sabes, en el
fondo, que te gustó. Tal vez no te gustó que fuera más duro contigo de lo que hubieras
preferido inicialmente, pero te gustó. De la misma manera que te gustaba verme follar
a Rachel. Me odias por eso, pero creo que te odias más porque te guste.

Sacudo la cabeza, pero no puedo encontrar las palabras para negarlo.


No sonríes del todo, pero hay un fantasma de diversión en tus características
heladas. —No lo niegas.

Abro la boca para hablar, pero no tengo palabras.

Y entonces...

Me besas.

Es gentil.

Hay dulzura en ello.

Te alejas, buscas en el bolsillo interior de la chaqueta de tu traje y sacas una


corbata resbaladiza, sedosa y marrón. Me limpias la cara y luego me besas de nuevo.

¿Te das cuenta de que no te devuelvo el beso?

Me estoy tambaleando. Tu manipulación emocional me ha dejado exhausta,


vacía.

Metiste la mano en el bolsillo de la cadera de tus pantalones y sacas un delgado


rectángulo blanco. Un móvil. Me lo das. —Es tuyo. Programé mi número en él. Len, si
necesitas un conductor, o algo así. —Miras hacia abajo al montón de tela que es mi
ropa, mi vestido, mi ropa interior. Hay un pequeño cuadrado de papel doblado. Te
doblas, lo recuperas, lo despliegas, lo lees. Lo arrojas, lo dejas revolotear hacia abajo.
Recuperas el teléfono, tocándolo por un momento—. Ahí. Ahora también tienes su
número. Este soy yo dándote opciones.

Devuelves el teléfono y lo tomo, quieta y silenciosa. Estoy tan cansada ahora


que apenas puedo estar de pie. Solo me miras, tu expresión característicamente
inescrutable.

—¿Quieres ser ella? —Señalas el cuadrado de papel. El nombre escrito al


respecto—. Entonces se ella. Se la chica inmigrante.

Gira, abre el ascensor, sube, inserta la llave. Estoy a tu alcance. Me palmeas la


cadera, me atraes hacia ti. Besas la boca de nuevo, como nunca lo has hecho antes. Y
luego me liberas, y me tropiezo hacia atrás.

—Tú eres Isabel y yo soy Caleb. —Dejas el resto, y de alguna manera eso es
peor que si hubieras dicho el resto.
Como si al dejar el resto, estás reconociendo la mentira. Que no había mal
hombre. Que no me salvaste. De repente quiero la mentira.

Quiero la mentira.

Pero solo repites la nueva verdad—: Tú eres Isabel y yo soy Caleb.

Gira la llave y las puertas se cierran, y veo su marco en una perspectiva cada
vez más estrecha, hasta que solo queda una astilla de ti, y luego te vas.

Y estoy sola con tus palabras.

Tú eres Isabel y yo soy Caleb.

Oh, eres cruel. Incluso si soy ella, sigo siendo tuya.

Me doy una ducha, una ducha larga e hirviendo, y me froto hasta que está
rosado y crudo, y el agua corre fría. Me lavo los dientes hasta que me sangran las
encías.

Nada de eso elimina la aspereza de la fealdad en mi piel, ni purga el lodo de mi


interior.

Caigo sobre la cama envuelta en una toalla, mi mente gira en círculos


vertiginosos.

Yo soy Isabel.

Tú eres Caleb.

Yo soy Isabel.

Él es Logan.

Yo soy Isabel.

Pienso en una frase de una Biblia que leí una vez, en mi biblioteca, hace mucho
tiempo, antes de que todo cambiara—: Quiero hacer lo correcto, pero no puedo.
Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero lo
hago de todos modos.

Entonces no entendí esas palabras, pero ahora sí.


Soy una adicta, y eres mi droga.

Yo soy Isabel.

Si quiero ser alguien que no sea la adicta, la drogadicta de Caleb, nadie, la chica
de rodillas, tomando lo que das como si fuera todo lo que valgo, entonces tengo que
elegir a alguien más para ser.

Elijo a Isabel, una niña inmigrante muerta que podría haber sido o no una vez.

Yo soy Isabel.

El sueño tarda mucho en llegar, y cuando me reclama, es con lágrimas


secándose en mis mejillas. Las paredes hacen eco con los fantasmas de mis sollozos, el
espectro de X se retuerce en mi alma, y el recuerdo de asfixiarte es una cicatriz lívida
en mi mente.
8
No hay cortinas opacas en tu habitación; No hay máquina de ruido. Esas son las
armas con las que lucho contra los demonios que plagan mi sueño. No he dormido
bien en los meses transcurridos desde que me mudé aquí; las pesadillas me
despiertan y siempre te vas.

Esta vez no puedo despertar. Estoy atrapada en el sueño, atrapada en la


oscuridad, con sirenas aullando como lobos en las sombras, la lluvia cortando mi
rostro como cuchillos helados. Las luces parpadean, azules y rojas, las luces blancas
perforan el negro. Buscando. Ojos, buscando. El dolor me apuñala, me agarra. Estoy
confundida, desorientada. No sé lo que pasó. Todo lo que sé es dolor. Agonía. Ardo. Me
palpita el cráneo, me duele la cara. Mis huesos tiemblan, mis músculos tiemblan y me
duele respirar, me duele sollozar, me duele, me duele, me duele. Me arrastro por el
suelo duro, frío y húmedo, con las uñas rascándose y arrancándose. No sé a dónde
estoy tratando de ir, solo lejos. Lejos. Lejos del dolor, pero el dolor soy yo, y no puedo
escapar de él. No puedo escapar de mí misma. El dolor lo es todo.

Me despierto abruptamente, sollozando, sudorosa. Sola. El ático está oscuro y


silencioso. Conozco los diversos sonidos del silencio, el silencio de alguien que espera,
el silencio del vacío.

Este es el silencio de la ausencia.

Te has ido.

No estoy molesta por esto. No sé si alguna vez podré enfrentarte de nuevo.

Me asalta una ola de recuerdos: tus dedos en mi cabello, mi mandíbula


crujiendo y tú esencia en mi lengua.

Apenas llego al baño a tiempo para vaciar el contenido de mi estómago en el


inodoro. El ácido me quema la garganta, amargo y caliente. Cubre mi lengua, mis
labios. Gotea por mi barbilla. Me enjuago la boca con agua tibia del grifo, luego me
cepillo los dientes nuevamente y me lavo la cara con jabón de manos.
Estoy agotada, ya que la pesadilla me dejó sin dormir y no me dio descanso. Soy
lenta, perezosa, letárgica. Vacía. Entumecida. Como si vomitando me libré de cualquier
capacidad de pensar o sentir.

En piloto automático, me visto. Lencería negra, porque no tengo nada más que
lencería. Un sencillo vestido gris paloma, una línea, hasta la rodilla, con un ancho
cinturón carmesí y zapatos rojos a juego. Me cepillo el cabello y lo dejo suelto en
brillantes ondas de ala de cuervo. No sé por qué me estoy vistiendo. No sé a dónde
tengo la intención de ir, solo sé que no puedo quedarme aquí por más tiempo.

Cuando me acerco al elevador me tropiezo en la oscuridad sobre una pila de


tela, y mi dedo del pie patea algo duro, que se desliza por el piso de madera. Lo
recupero.

El móvil.

Lo levanto, presiono el botón circular en la parte inferior. La pantalla se


ilumina y muestra la hora (8:48 p.m.) y la fecha (18 de septiembre de 2015). Debajo
de eso hay un icono verde. Al lado del icono hay un nombre: Caleb. Y junto a eso hay
una línea de texto: el código para acceder al teléfono es 0309, la fecha en que dejé el
hospital.

Toco el ícono y lo deslizo hacia la derecha, y aparece un teclado, que me solicita


que pulse el ID o ingrese el código de acceso. Ingreso los números y la pantalla parece
volar hacia mí a medida que cambia para mostrar el mensaje. Veo tu mensaje en una
burbuja gris en el lado izquierdo de la pantalla. Toco lo que parece una barra de
búsqueda en Internet y aparece un teclado.

Escribo un mensaje a cambio: Gracias.

Aparecen tres puntos grises en una burbuja, y luego aparece un mensaje.

D nada.

La falta de una vocal me irrita.

Me voy, escribo.

Dónde
Sin signo de interrogación, solo una palabra. No esperaba que tu gramática
fuera tan pobre.

No lo sé. Cualquier lugar excepto aquí. En cualquier lugar que no sea dónde estás.

Lo siento, X. Fui demasiado lejos.

Sí, lo hiciste. Demasiado lejos.

¿Necesitas dinero?

¿Me estás dejando ir? No sé qué pensar sobre esto, qué sentir. Es extraño estar
usando un teléfono celular, estar haciendo algo tan mundano como enviar mensajes
de texto. Te he visto hacerlo, he visto a clientes hacerlo. Nunca pensé que lo haría.

No quiero nada de ti, Caleb.

Todo lo que tienes viene de mí, X.

Mi nombre es Isabel. Y sí, lo sé. Si pudiera salir de aquí desnuda, sin nada más que
mi piel, lo haría.
No llegarías lejos en ese estado

Sin apóstrofe, sin punto. ¿Por qué? ¿Es difícil tomarse el tiempo extra para
agregarlos? No entiendo. También me doy cuenta de que no aborda la declaración de
mi nombre.

No, no lo haría.

Diviértete con Logan. No durará.

No sé lo que eso significa, y no estoy segura de qué puedo responder, por lo que
no respondo en absoluto. Te he visto usar tu teléfono, que es el mismo que este,
excepto que el tuyo es negro, así que sé que el botón del lado derecho cerca de la parte
superior apaga la pantalla. Aprieto el teléfono en mi mano y noto que la llave del
elevador está en la ranura. La giro, la quito cuando se abren las puertas, y tomo el
ascensor hasta el vestíbulo. Debato si tomar la llave.

Si la tomo, sería una concesión. Significaría que planeo volver.

No lo haré.

Veo un guardia de seguridad que reconozco de pie junto al escritorio de la


recepcionista. ¿Frank? Creo que ese es el nombre correcto. Cruzo el vestíbulo, mis
talones resquebrajan ruidosamente en el mármol.

El guardia me mira con recelo. —Señora.

—Frank, ¿no es así?

—Sí, señora. —Alto, de hombros redondos, cejas pesadas, mandíbula cuadrada,


cabeza rapada.

Extiendo la llave. —Dale esto al Sr. Índigo, si puedes.


—¿No lo necesita, señora?

—Ya no más. —No espero una respuesta, me doy la vuelta y pretendo tener
una confianza que no siento al salir por la puerta giratoria.

Gire a la derecha, hasta la quinta. Intenta respirar. Intenta ignorar el ruido,


ignora el pánico.

Intenta ignorar el hecho de que estoy sola en el mundo. No tengo nada más que
mi nombre. Incluso la ropa que uso es tuya, el teléfono, los zapatos. Incluso mi cara te
pertenece, ya que pagaste por arreglarla.

Recuerdo, entonces, el chip en mi cadera. ¿Es eso real? ¿Es eso posible? Lo hago
dos cuadras arriba y tres cuadras más antes de que mis nervios me venzan. Me
acurruco contra el costado de un edificio, agarrando el teléfono con tanta fuerza que
me duele la mano.

Desliza a la derecha; 0—3—0—9; contactos; Logan.

Suena una vez. Dos veces. Tres veces.

—Logan Ryder. —Su voz sola me tranquiliza.

—¿Logan? Soy yo —Tengo que respirar—. Soy Isabel.

Hay voces de fondo, un teléfono sonando. —Lo siento, es una locura en la


oficina en este momento. Espera, déjame ir a un lugar tranquilo. —Oigo que la puerta
se cierra y el ruido de fondo se desvanece—. ¿Estás bien?

—No. Yo... me fui.

—¿Te fuiste? —Respiras—. ¿Quieres decir que te fuiste, fuiste?

—Sí, Logan. Me fui —Mi voz tiembla—. Yo... Caleb, él... nosotros... él hizo algo. A
mí. —Todavía no estoy segura de estar lista para hablar de eso.

—¿Y te dejó ir?

—Me dio un teléfono móvil, e incluso programó tu número en él.

—Para que pueda rastrearte, probablemente.


—Me dijo que tenía un microchip implantado quirúrgicamente en mi cadera.
Así que no creo que necesite un teléfono móvil para rastrearme.

—¿Estás bromeando?

—El humor no es uno de mis puntos fuertes, Logan.

—Dios. Eso está jodido. Como, realmente, realmente jodido.

—Lo sé —Me quedo en silencio cuando un hombre pasa junto a mí en la acera,


mirándome con algo parecido a la codicia en su mirada. Le doy mi mejor mirada, y él
continúa más allá de mí—. Cuando le dije a Caleb que me iba, todo lo que dijo fue que
me divirtiera contigo y que no duraría.

—Me pregunto qué juego está jugando —reflexiona.

—Ojalá lo supiera —Suena un teléfono en el fondo—. ¿Tienes que responder


eso?

—No. Para eso tengo empleados —dice—. ¿Dónde estás?

—No lo sé. A pocas cuadras de la torre. No tengo a dónde ir. No sé qué hacer.
No quería simplemente correr directamente hacia ti, pero no sé qué hacer.

—Por supuesto que deberías ir directamente a mí. Estoy aquí por ti, Isabel.

Me gusta eso. Oh, me gusta mucho. Escuchar mi nombre en sus labios. Un


nombre normal. Un hermoso nombre.

—¿Puedes venir a buscarme? —pregunto.

—Yo... mierda. Mierda. No puedo. Dios, cariño, lo siento mucho. Estoy al final de
una adquisición de quince millones de dólares —maldice de nuevo con fluidez—. Mi
oficina está en la novena y cuarenta y cinco. ¿Puedes llegar?

—Sí. ¿Te vuelvo a llamar cuando esté en la intersección?

—Muy bien. Lo siento, normalmente soltaría lo que sea que esté haciendo, pero
tengo que estar físicamente presente para esto.

—No, está bien.


—No lo está. Ni siquiera tengo un auto que enviar por ti. Mantengo las cosas
simples, ¿sabes?

—Simple es bueno. Llegaré.

—Pero tus ataques de pánico…

Intento infundir fuerza en mi voz. —Tendré que resolverlo.

—Un respiro a la vez. Un paso a la vez. Pequeños pasos hacia Logan.

—¿Es esa otra referencia a esa película?

—Sí.

—Todavía no la he visto, ya sabes. Nunca he visto ninguna película.

—Llega a mi oficina y empezaremos a rectificar eso.

—Bien —Tomo un respiro—. Puedo hacer esto.

—Puedes hacer esto — Escucho una voz en el fondo que llama urgentemente el
nombre de Logan—. Me tengo que ir. Llámame si me necesitas. Juro que responderé,
pase lo que pase.

—Bien. Ahora ve a hacer tu adquisición.

Ríe. —¿Ves? Tienes sentido del humor. Te veré pronto, ¿de acuerdo?

Termino la llamada, para evitar que tenga que hacerlo. Miro hacia la
intersección más cercana, hacia las señales. Séptimo y cuadragésimo cuarto. Dos
cuadras arriba, una cuadra más. Puedo hacerlo.

Me alejo de la pared. Enderezar mi columna vertebral. Levantar mi barbilla.


Respirar profundamente. Un pie en frente del otro. Delante, suena una sirena, me
estremezco y mi aliento se queda en mi garganta, pero obligo a mis pies a moverse. Un
pie adelante. Síguelo con el otro. Un paso tras otro. Sigue respirando. Ignora a la gente.
Esperé en la intersección a que cambiara la luz, una multitud a mi alrededor. Nadie me
está mirando. Soy solo otra cara en la multitud. Anónima. Se siente bien.

Llego al cuadragésimo quinto, pero luego no puedo decidir si doblar a la


derecha o a la izquierda. Elijo a la izquierda y descubro que he elegido
incorrectamente cuando llego a la Sexta Avenida. Me doy la vuelta y vuelvo sobre mis
pasos, vadeando entre las multitudes siempre presentes, haciendo una mueca y
estremeciéndome mientras mi hombro se empuja, ignorando el martillo de mi
corazón en mi pecho, intentando desesperadamente fingir que estoy bien. Finge hasta
que lo consigas, me dijo Logan. Estoy tratando de fingirlo, pero es difícil. La ciudad es
ruidosa, las bocinas siempre sonando, las luces cegadoras. Las personas son
innumerables.

Estoy cruzando la octava cuando un joven corre por la calle, agitando los
brazos, mirando hacia atrás, corriendo frenéticamente. Se estrella contra mí, me envía
volando, retorciéndome. Escucho un grito y un gigantesco caballo galopa a través de la
intersección, con un policía a su espalda. Estoy en su camino. Todavía estoy
desequilibrada, los brazos moliendo el viento, tropezando. Mi zapato se ha soltado en
mi pie y mi tobillo se retuerce.

Una mano me agarra y me saca del camino en el último segundo.

Me empujan contra un pecho duro que huele a colonia. Miro a los fríos ojos
grises de Len. Grandes rasgos anchos y escarpados, un hombre como un gólem de
piedra hecho carne, pero apenas.

—¿Estás aquí? —pregunto.

—Hizo que te siguiera. Asegurarme de que no te haya pasado nada —Len


señala al caballo y al jinete en busca del criminal—. Como eso.

—No necesito tu ayuda —digo.

—Casi fuiste pisoteada.

No recurriré a la petulancia. —Gracias por tu ayuda, Len.

—No hay problema. Esos cabrones te atropellarán y ni siquiera parpadearán


dos veces.

—¿Supongo que estás informando sobre mi paradero? —digo, notando que el


cable se enrolla alrededor de una oreja, el cordón se desvanece debajo del traje.

—No es necesario. Sabe dónde estás.

—Por supuesto que lo sabe. Siempre lo sabe.


Len solo se encoge de hombros. —Cómo es él, supongo —Un gesto en la
dirección que iba—. Podría caminar contigo ahora.

No hay mucho que decir. Len es un hombre de pocas palabras, y estoy perdida
en mi propia mente, centrándome en mantener el pánico.

Cuando llego al noveno y cuarenta y cinco, me detengo. Marqué a Logan. —


Estoy aquí —digo, cuando responde.

—Ya bajo.

Sale de una puerta entre tiendas, al otro lado de la calle, en el cuadragésimo


quinto. Sus ojos se estrechan cuando ve quién está conmigo. Mira a ambos lados, luego
trota hacia mí, mirando a Len con cautela.

—No dijiste nada acerca de que Len estuviera contigo —señala.

—No sabía que lo estaba. Casi me atropelló un caballo de la policía, y Len me


salvó.

—Órdenes del jefe —dice Len.

—Bueno, ahora está a salvo. —Logan me alcanza y le tomo la mano.

Len solo asiente. —Nos vemos. —Se da vuelta, se aleja.

Logan observa a Len desaparecer entre la multitud. —¿Nos vemos? —repite—.


Eso no es siniestro ni nada.

—Len es un hombre siniestro —digo.

—No es broma —Los ojos de Logan me encuentran, la compasión llena su


mirada—. Estás muy cansada para seguir, ¿no?

Solo puedo asentir. Estoy aguantando por una cuerda.

Logan me lleva al otro lado de la calle, su brazo alrededor de mi cintura. Me


inclino hacia él, inhalo su aroma. Está masticando chicle de canela, pero noto el
contorno de un paquete de cigarrillos en el bolsillo derecho de la cadera de sus
ajustados jeans azules. Noto detalles extraños mientras me lleva a su oficina. Sus
zapatos, viejos y desgastados tenis Adidas, desteñidos, rayados, la tela usada casi a
través de la punta de un zapato. ¿Por qué un hombre rico como Logan usaría zapatos
tan viejos? Noto un reloj en su muñeca, una enorme cosa de goma negra que parece
que podría recibir una bala y no sufrir ningún daño, el único reloj que lo he visto usar.
Su cabello, recogido en una cola de caballo, bajo sobre su nuca. Con el pelo recogido,
su aspecto cambia. Más elegante, un poco mayor. Noto arrugas en las esquinas de sus
ojos, por sonreír y por entrecerrar los ojos al sol.

Recuerdo que pasó un tiempo luchando en el desierto en el extranjero.

Noto grafitis en la pared, en un buzón. Un hombre sin hogar se acurrucó en una


puerta, observando todo, pero de alguna manera sin ver nada.

Noto la camiseta de Logan, negra y ajustada, con una calavera blanca pintada
en la parte delantera, la mandíbula representada como cuatro líneas verticales que se
extienden hasta el dobladillo, los agujeros para los ojos hechos hendiduras enojadas.

Mirándolo, no es obvio que Logan sea multimillonario. Lo cual, supongo, es el


punto. Mantiene las cosas simples.

Me lleva tres tramos de escaleras estrechas y atraviesa una puerta. Al otro lado,
está el caos. Alguna vez fue un gran apartamento, pero todas las paredes interiores se
han eliminado, dejando la habitación abierta. Los escritorios son altos, y ninguno de
los empleados está sentado, no hay sillas en ninguno de los escritorios, por lo que
todos en un escritorio están haciendo su trabajo de pie. En cambio, hay bolsas de
frijoles esparcidas aquí y allá, sofás de cuero densamente acolchados que llenan los
espacios entre escritorios a lo largo de las paredes. El apartamento es un gran
rectángulo con escritorios que recubren las paredes en los dos lados más largos. Uno
de los lados cortos está compuesto por baños, una sala de descanso, una sala de
impresoras/fotocopiadoras/suministros de oficina y una sala de conferencias, y el
extremo opuesto es un banco gigante de televisores, cada uno con algo diferente. Un
televisor muestra videos musicales, con el sonido bajo, algo intenso y pesado, los
miembros de la banda agitan el cabello largo y se encorvan sobre las guitarras. Otros
muestran aspectos deportivos destacados, clips de noticias y de acciones, una vieja
comedia de situación en silencio. Hay una consola de juegos blanca en el piso, cables
que se arrastran hasta uno de los televisores, con controladores de mano en manos de
dos jóvenes concentrados en su juego, lo que implica disparar a algún tipo de criaturas
muertas.

Esto no es lo que imaginaba cuando pensaba en la oficina de Logan.

La oficina está en caos. Cuatro personas hablan en voz alta por teléfono, seis
más están sentadas en círculo sobre unas bolsas de frijoles y un sofá, pasando
documentos de un lado a otro y llevando a cabo al menos tres conversaciones
diferentes a la vez. Los jóvenes que juegan al videojuego se gritan unos a otros,
maldiciendo y riendo.

Una mujer joven se acerca a Logan. Pequeña, curvilínea, con un vestido sin
mangas con cuello en V, dejando al descubierto la piel completamente cubierta de
tatuajes, por lo que prácticamente no hay espacio en blanco visible en ninguna parte,
ni siquiera en un escote generosamente visible. —Logan, Ahmed está al teléfono.
Tiene una adición al párrafo dos de la cláusula cuatro-A.

Un joven grita desde el otro lado de la habitación—: ¡Logan! El jinete de la


propiedad intelectual está totalmente jodido, hombre. Les estaríamos permitiendo un
control casi total sobre futuros proyectos si lo dejamos como está.

Logan se dirige a la joven. —Dile a Ahmed que le echaré un vistazo y lo llamaré.


Consígueme una copia impresa y tus pensamientos sobre sus adiciones —Señala al
hombre al otro lado de la habitación—. ¡Así que arréglalo, Chris! ¿Para qué coño te
estoy pagando? —Luego me mira, y por primera vez veo una pizca de estrés en sus
ojos—. Lo siento, X, digo, Isabel. Las cosas están mal ahora mismo. Esta adquisición
aterrizó en nuestras caras el lunes por la mañana, y estoy tratando de resolverla antes
del fin de semana.

—Es fin de semana, Logan —señalo—. Son más de las nueve de un viernes por
la noche.

—Exactamente. Pero la compañía que estamos adquiriendo está en California,


por lo que son solo las seis allí.

—¿No suelen tomar meses las adquisiciones?

—Generalmente. Pero están desesperados, y estos niños patean traseros. —


Señala a la sala de conferencias—. Vamos allí. Es más tranquilo. Pueden manejar la
mierda por su cuenta durante unos minutos.

Estoy entumecida.

No siento nada; No estoy en pánico. No tengo miedo. No estoy cansada. No sé lo


que soy. Debería estar molesta, debería estar... Ni siquiera sé cómo debería estar.

No sé lo que está pasando.


Logan me lleva a la sala de conferencias, cierra la puerta y gira una barra para
cerrar las persianas. De repente está oscuro y tranquilo. No hay luces encendidas en la
sala de conferencias, por lo que la única luz es el brillo ambiental que entra por las
ventanas. La habitación es fresca, el aire sopla sobre mi piel desde arriba. La mayor
parte de la sala está dominada por una larga mesa rectangular y sillas, pero hay un
sofá seccional en una esquina. Se sienta en el sofá y me siento a su lado. Quiero
acurrucarme en él, acariciarlo y olvidarlo todo.

Realmente debe ser telépata, porque me pasa un brazo largo por los hombros y
me empuja contra él. Al principio solo me permito apoyarme contra él. Pero no puedo
sostener la fachada por mucho tiempo, y me desplomo. Me deslizo más y más, hasta
que me acuesto en su regazo. No hay nada sexual sobre esto. Sus manos barren mi
cabello a un lado, y luego sus dedos se clavan en los músculos de mis hombros y los
amasan con un toque firme pero suave. Gimo involuntariamente, derritiéndome bajo
el masaje.

—Solo déjalo ir, Isabel. Relájate. Deja ir todo.

—Caleb, él…

—Calla, cariño. Ahora no. Hay tiempo de sobra para contarme todo. Por ahora,
solo necesitas relajarte.

—No sé cómo —admito.

—No pienses. No sientas. Solo concéntrate en la sensación de mis manos.

Lo intento. Empujo a un lado el torbellino de pensamientos y hacia abajo la


vorágine de emociones, y me concentro en las manos de Logan sobre mis hombros,
entre mis omóplatos, bajando por mi columna vertebral, los pulgares presionando en
mi lumbar inferior, trabajando de nuevo. No es hasta que comienza a masajearme que
soy consciente de lo tensa que estoy, que mis músculos están anudados en dolorosas
rocas de estrés. Momento a momento, sin embargo, me siento relajada.

Lo huelo, tenue colonia, desodorante, canela y cigarrillos. Siento su respiración,


su pecho expandiéndose y retrayéndose.

Mi respiración coincide con la suya.

Me desvanezco.
Siento una sensación de distorsión espacial cuando cierro los ojos, como si me
inclinara hacia adelante, como si mi conciencia estuviera abandonando mi cuerpo.
Estoy pesada, coja. Giro, giro, inclino.

La punta de los dedos de Logan se desliza sobre mi pómulo, se desliza


alrededor de mi oreja. Lo siento distante.

Estoy a punto de sucumbir a dormir cuando lo escucho hablar.

—Estás a salvo ahora, Isabel —murmura—. No te dejaré ir. No otra vez.

Le creo.

Se mueve, y mi mejilla toca el cuero cálido de su cuerpo. Momentos después,


algo cálido y pesado me cubre.

Nunca he estado más cómodo en mi vida.

Lo dejo ir.

•••

Me despierto sollozando.

Pesadillas de sirenas, luces intermitentes y un par de ojos oscuros, crueles y


fríos que me miran arrogante e inescrutablemente mientras me usan como un
receptáculo. Pesadillas de un cuerpo perfecto clavándome en la puerta de un ascensor.
Hechicería, robando mi voluntad, manipulando mis deseos, una corbata de seda fresca
limpiando mi rostro. Lluvia fría, húmeda y arrastrada por el viento, sombras
cambiantes, sangre y dolor.

Mi sueño está invadido por una voz—: Isabel, estás bien. Eso fue solo un sueño.

¿Quién es Isabel?

La voz está en mi oído, suave, tierna y cálida. —Estoy aquí, Isabel.

Oh, soy yo. Soy Isabel

Yo soy Isabel. Tengo que recordarme a mí misma que es verdad.


Estoy levantada, acunada. Oigo un latido debajo de la oreja, siento un algodón
suave debajo de la mejilla. Estoy acostada encima de él, como si fuera mi cama. Sus
manos acarician círculos en mi espalda.

No puedo parar de sollozar.

Mis ojos arden con lágrimas calientes, y trato de detenerlos, pero no puedo. —
L-Logan…

—Ssshhh. Está bien. Estoy aquí.

—Lo siento, lo siento, no puedo, no puedo parar.

—No te disculpes, cariño. Llora si es necesario. Te tengo. No te dejaré ir.

Solo puedo aferrarme a él y llorar. Todo mi cuerpo tiembla con sollozos


estremecedores y temblorosos, como si me hubieran arrancado por completo toda
una vida de lágrimas acumuladas.

No sé cuánto dura. ¿Minutos? ¿Horas? Un tiempo de llanto sin medida. Creo que
he llorado más en las últimas doce horas que en toda mi vida.

Finalmente, puedo respirar normalmente, y los sollozos y estremecimientos se


desvanecen.

Me quedo quieta, apenas respirando ahora.

Encima de Logan.

Consciente de él, de repente.

Completamente en sintonía con cada centímetro suyo, estirado debajo de mí.


Sus brazos a mi alrededor, su barbilla pegada a la parte superior de mi cabeza. Sus
muslos cubiertos de mezclilla debajo de los míos, gruesos y duros. Su aliento sobre mi
cabello. Sus caderas empujando las mías. Mis manos sobre sus músculos pectorales,
mis senos aplastados contra su esternón.

Hay un cambio entonces. Una carga al aire. Electricidad crepitante.

Y ahora, entre una respiración y la siguiente, la forma en que estoy acostada


sobre él es sexual
No puedo respirar de nuevo, pero por una razón diferente.

No puedo respirar por quererlo.

Necesitándolo.

—Isabel... —respira.

—Logan…

—Necesito que te levantes —dice, y no es lo que esperaba—. Todavía hay


algunas personas trabajando, y en unos segundos más voy a olvidar eso.

—¿Qué pasaría si lo hicieras, Logan? —pregunto. No reconozco la audacia, el


atrevimiento, el hambre cruda en mi voz.

Sus dedos se enroscan suavemente en mi cabello y tiran, levantando mi rostro


hacia el suyo.

Soy yo, esta vez…

Besándolo…

Y besándolo…

Y besándolo.

Mis dedos se envuelven alrededor de la parte posterior de su cabeza,


aferrándose a la nuca, acercándolo, acercándome más a su cuerpo, necesitando tener
que estar más cerca de él, presionar mis labios más completamente contra los suyos,
saborearlo, sentirlo. Lo respiro. Su mano, que descansa sobre mi espalda, se desliza
más abajo. Me arqueo contra él, presiono mi cuerpo contra el suyo. No hay parte de mí
que no lo toque. Me detengo para respirar, jadeando contra sus labios. Quiero que más
de mí toque más de él. Quiero todo de él, todo de mí, todos de nosotros.

Anhelo la finalización, del tipo que solo Logan puede proporcionar.

Empuja su boca contra la mía, un roce burlón de labios contra labios, calor de
aliento en la lengua de sabor.

—Eso sucederá —susurra.


—Oh —murmuro.

—Sí, oh —Sus dedos están enredados en mi cabello, aplicando una suave y


deliciosa presión en mi cuero cabelludo, manteniendo mi cara inclinada hacia la
suya—. Y ahora no puedo parar.

—No quiero que lo hagas.

—Tengo que hacerlo —dice él—. O no habrá ninguna parada en absoluto.

—Logan...

—Te deseo. Te necesito. Pero Isabel, mereces algo mejor, nosotros merecemos
algo mejor que un sofá en mi sala de conferencias, con una docena de personas al otro
lado de la pared.

Me duele. —Tienes razón.

Su erección es una presencia espesa entre nosotros, presionando contra mi


vientre.

No puedo evitar retorcerme contra él, agarrar su fuerte cuello y buscar más de
él, tocar mis labios hasta el borde de su mandíbula, inhalar su aroma y deleitarse con
el papel de lija áspero de su rastrojo contra mis labios y sensible piel.

Gime, un ruido sordo en el pecho. Siento su palma acunar mi espalda, sus dedos
se hunden en mi columna vertebral y ahora su toque se desliza más abajo. Más abajo.
No me atrevo a respirar por la anticipación, esperando con dolor en los pulmones y
los muslos apretados en un vano intento de reducir la presión en mi núcleo. Espero y
exhalo de alegría mientras su palma asciende para seguir la curva de mi trasero.
Murmura sin palabras mientras su palma se mueve sobre el músculo tenso y apretado.

—Jesús, Isabel —Su voz suena quebrada—. Tu trasero es asombroso.

Ese cumplido, esas cuatro palabras de este hombre, significan todo para mí.
Quiero ser el quid de su deseo.

Su otra mano deja mi cabello y rueda por la columna vertebral para acariciar el
otro lado de mi trasero, por lo que ahora sus poderosas manos están acunando mi
trasero.
No tengo una respuesta coherente a su declaración, así que solo me retuerzo
contra él.

—¿Cómo se supone que debo resistirme cuando haces una mierda así, Isabel?
—La forma en que dice mi nombre se siente como una caricia verbal, como si decir mi
nombre, esas tres sílabas elegidas, sea una validación, un acto de amor.

Sus manos ahuecadas tallan más abajo, por lo que sus dedos se burlan de los
bordes de mis muslos, a la deriva cada vez más cerca de mi centro. No puedo respirar,
oh dios, no puedo respirar, mis pulmones están bloqueados y el único aliento que
puedo encontrar es el suyo. Reanimación boca a boca, porque me muero por el dolor
interno, la necesidad arde como la semilla de una estrella, el deseo se enciende como
una supernova naciente.

—No te resistas, Logan —susurro tardíamente.

No se resiste.

Exhala, el calor de su suspiro baña mis labios. Los dedos se atreven, se traban,
profundizan. Enterré mi rostro en su garganta y me aferré locamente con fuerza a la
columna de su cuello y la dura curva de su cabeza, y empujé mi rodilla más alto. Las
yemas de los dedos, siento tres de ellas, bailando sobre la delgada tira de seda, tirando
de ella a un lado.

Un dedo, deslizándose en mi hendidura. Gimo contra su piel. En silencio,


desesperadamente. Ese dedo, grueso y maravillosamente áspero, se desliza
profundamente a través de la humedad y el calor. Dibuja mi esencia en la tierna carne
rosa y la extiende sobre el palpitante capullo de mi clítoris. El placer me atraviesa con
una ferocidad tan repentina que involuntariamente lo muerdo, y él gruñe.

—Lo siento —susurro, beso la carne donde mis dientes dejaron hendiduras—.
No quise hacerlo.

—La gatita tiene dientes —murmura Logan.

—Soy una leona, Logan, ¿no es eso lo que me dijiste?

Ruge una risa. —Yo dije eso, ¿no? —Su dedo profundiza en mí una vez más, y
jadeo—. ¿Puedes callarte?

—Puedo intentarlo —susurro—. Pero podría morderte de nuevo.


—Bien por mí. Solo te morderé de vuelta. —Coloca sus dientes en la delicada
piel del costado de mi cuello y muerde con exquisita gentileza.

—Eso ni siquiera fue un mordisco —dije.

—Por supuesto que no. Nunca haría nada para lastimarte.

Y luego retira su dedo, lo vuelve a untar sobre mi clítoris y no puedo evitar


gemir, amortiguándolo contra su garganta. De nuevo, deslizando un dedo, sacándolo,
frotándome. Una y otra y otra vez, hasta que me duele la necesidad de que haga más,
tocarme más.

—Logan —lloriqueo—, por favor...

—Lo sé bebé. Pronto. —Dos dedos ahora, y estoy respirando pesadamente


contra su garganta, agarrando su cabello, su cabeza, sus hombros.

Mis caderas empujan, buscando más.

A pesar de su promesa de "pronto", no es pronto. Lo saca. Me explora, tijerea


sus dedos, los empuja, explorando mi profundidad. Sacando, probando la sensibilidad
de mi clítoris, deslizándolo entre sus dedos, frotándolo, moviéndolo, presionándolo,
tocándome y tocándome y tocándome, pero no lo suficiente como para encontrar la
liberación.

Cuanto más me toca, más salvajes se vuelven mis caderas. Entierro mi rostro en
su carne y gimo sin cesar, amortiguando el sonido en él. En algún momento el golpe
sin rumbo de mis caderas se convierte en un rechinar, y Dios, finalmente, me llena con
tres dedos y me muevo contra ellos, montándolos.

A propósito, busco mi liberación en su mano.

—Oh dios, Logan... —gimo, y no es un sonido tranquilo.

—Sssshhhhh, bebé. Silencio. Muérdeme si es necesario.

Mis dientes encuentran la parte redonda de su hombro y se hunden, pruebo la


carne salada y le paso la lengua, y su sabor, la sensación de su carne y músculo debajo
de mi boca, me vuelve aún más salvaje. Todo mi cuerpo se mece hacia abajo,
empujando mi núcleo contra sus dedos, llevando el tsunami de mi orgasmo al umbral
maníaco.
Gimo, con los dientes clavados en Logan, y me muevo fuerte y rápido alrededor
de los dedos que me mete.

Y luego, cuando estoy a punto de perderlo, los saca y los golpea contra mi
clítoris e involuntariamente arqueo la espalda, mordiendo mi grito con tanta fuerza
que me duelen los molares. La boca de Logan encuentra la mía, su lengua separa mis
labios y se traga mis gemidos cuando me separo. El calor me atraviesa, un rayo golpea
mi núcleo y chisporrotea en todo mi cuerpo, encrespa los dedos de los pies, hace que
mi estómago se tense y mis muslos tiemblen, y solo puedo soportar su toque con todo
lo que poseo, gritando en su aliento, intentando callarme y fallar.

—Dios, Isabel, cariño, te vienes tan hermosamente —murmura Logan—. No


puedo esperar para verte retorciéndote así desnuda para mí, no puedo esperar para
hacerte gritar en voz alta.

Su voz es catalizadora, y no sé si vuelvo, o si es otra ola de la primera, pero me


agarran de nuevo y sus dedos giran más rápido de lo que se pensaba en mi clítoris.

Finalmente, veo estrellas, el orgasmo se desvanece, y me quedo sin fuerzas,


escurriéndome, jadeando. —Logan, mi dios Logan. —La forma en que digo eso es
ambiguo. Podría significar que Logan es mi dios, que ha consumido mi mundo y mi
creencia, o podría ser simplemente un coloquialismo apresurado.

Estoy completamente vestida, y él también, y he llegado más duro que nunca,


más de lo que creía posible.

Logan agarra la parte de atrás de mis rodillas y las aprieta contra su cuerpo, me
atrae más cerca y luego se balancea hacia arriba y hacia adelante para que me caiga de
espaldas. Sus ojos son ardientes, apasionados, feroces, salvajes. Su pecho se agita,
como si su control estuviera colgando del hilo más delgado. Se inclina sobre mí, su
cabello suelto de la cola de caballo, rizos rubios y ondas colgando sobre su hombro. Se
sumerge, me besa. Profundamente, completamente, me quedo sin aliento y sin
ninguna duda sobre sus intenciones.

Inclinándose sobre sus rodillas, se lleva los dedos a la boca. Solo puedo mirar
con asombro, confusión y un enloquecido deseo mientras mete su dedo índice, el que
estaba dentro de mí, en su boca y chupa el jugo. Repite esto con cada dedo que estaba
dentro de mí, sus ojos nunca dejan los míos.

—¿En serio, Logan?


Sonríe. —En serio, Isabel. Tienes un sabor increíble. No puedo esperar para
tener mi boca sobre ti.

Exhalo temblorosamente. —¿Qué gusto tengo? —Me oigo preguntar, y es una


pregunta que siempre me he preguntado pero que nunca tuve el coraje de hacer.

En encuentros anteriores, las preguntas y la conversación en general fueron...


desanimadas. Mi voz se escuchó solo cuando se me ordenó levantarla.

Logan no responde, al menos no en palabras. Aparta mi ropa interior, desliza


un dedo dentro de mí, mancha mi esencia y luego trae ese dedo a mi boca. Huelo a
almizcle, un olor fuerte con un sabor fuerte. Y su dedo se mueve entre mis labios,
reflejando la forma en que me acaba de tocar abajo. Pruebo su piel débilmente y a mí
misma fuertemente.

—A eso es a lo que sabes —dice, luego se pone de pie. Sus manos agarran las
mías y me levanta—. Hora de irse.

—¿A dónde vamos? —pregunto, aunque lo sé.

—Mi lugar.

No puedo evitar mirar hacia abajo en la parte delantera de sus jeans, que están
visiblemente cargados. Me muevo hacia él, envuelvo mis brazos alrededor de su cuello
y luego dejo que una palma se deslice por su pecho hasta la cintura de sus jeans. —
Déjame ayudarte primero.

Agarra mi muñeca, suave pero firmemente, y aleja mi mano. —No lo creo,


Isabel —Me tira bruscamente para que aterrice a ras contra su pecho—. Lo único que
me importa es hacerte sentir bien. Podría, y casi lo hice, venirme en mis pantalones
solo observándote. Cuando te tenga desnuda en mi cama, tendré lo mío, confía en mí.

—¿No duele eso? ¿Quedarte duro así?

Se encoge de hombros. —Un poco. Se desvanecerá, y no seré peor por el


desgaste.

—Quiero que te sientas bien también, Logan.

Sus labios tocan mi garganta, debajo de mi mandíbula, la esquina de mi boca. —


Lo haré —Me acerca la boca al oído y susurra—. Te deseo tanto, Isabel, tanto que
duele. Pero también valoro nuestra privacidad lo suficiente como para esperar hasta
que te tenga solo en mi casa para dejar que esto continúe. Si me tocas, cualquier
vestigio de control restante que pueda tener se habrá ido.

Estoy frustrada, porque mi necesidad de él está fuera de control. Quiero su


carne, quiero tocar su dureza, probarlo, sentirlo. Lo quiero más de lo que siempre he
querido. Nada importa más que él.

Nada importa más que nosotros.

Esto también se trata de nosotros. No solo él, no solo yo, sino los dos como una
sola entidad, y ese hecho en sí mismo es embriagarse.

Toma mi mano, pasa sus dedos por los míos. Me lleva fuera de la sala de
conferencias. Es de noche, pero no sé qué hora. Las luces se atenúan poco para que los
televisores proporcionen la mayor parte de la luz en el espacio de la oficina. Casi todos
todavía están presentes, aunque todos excepto tres personas están dormidas en sofás
y acurrucados en bolsas de frijoles. Los tres despiertos nos miraron cuando salimos de
la sala de conferencias tomados de la mano, y los tres mantienen sus expresiones
cuidadosamente en blanco y se vuelven un poco demasiado estudiosos a los
documentos que están estudiando detenidamente.

Me inclino más cerca de Logan. —Creo que nos escucharon —susurro.

Se ríe y me aprieta la mano. —En realidad, cariño, creo que te escucharon.

Me sonrojo furiosamente. —Lo siento, Logan. Intenté callarme.

—No te preocupes —dice, mientras salimos del edificio y me lleva por el


cuadragésimo quinto lugar hasta su vehículo—. Serán adultos al respecto o
encontrarán otro trabajo.

—No quiero costarle a nadie sus trabajos —digo—. Es culpa mía, fui ruidosa.

—Es mi compañía, mi sala de conferencias. Y también estoy bastante seguro de


haber escuchado a Beth e Isaac allí ayer. O eso, o estaban viendo porno juntos en lugar
de trabajar.

—¿Dejas que tus empleados tengan sexo y vean porno mientras trabajan?
—Diablos no —Su camioneta, una gran caja plateada con ruedas en la que he
estado antes, está estacionada en paralelo a media cuadra de distancia. Es un
Mercedes-Benz G63 AMG, observo. Me pregunto cuánto costó; mucho, es mi
suposición—. Las computadoras y otros dispositivos provistos por la compañía son
solo para uso laboral, y lo controlo cuidadosamente. La pornografía es cómo obtienes
virus malvados, por un lado, y no me refiero a la variedad de ETS. En cuanto al sexo,
siempre que sean discretos y no afecten a su relación laboral, no me importa lo que
hacen o dónde lo hacen.

—Eres un buen jefe —digo, abrochándome el cinturón.

—Lo intento. Básicamente, recuerdo cómo corría la mierda en el ejército, y


trato de ser exactamente lo contrario —Se ríe, aunque no entiendo bien el chiste—.
Eso es solo parcialmente cierto. Aprendí muchas habilidades valiosas en el ejército,
incluida la forma de dirigir un grupo muy unido de personas. Les das una pequeña
cantidad de reglas duras y rápidas que no se pueden romper, y les dejas todo lo demás
a ellos. En la atmósfera que he creado allí puedo usar un espacio pequeño y un grupo
relativamente pequeño de empleados para obtener una cantidad de trabajo
ridículamente masiva. Les pago muchísimo dinero, mantengo el estado de ánimo
relajado y tranquilo, les dejo trabajar a su propio tiempo y a su propio ritmo, sentados,
de pie, acostados, relajados, lo que sea, siempre que la calidad de su trabajo se
mantenga constante.

—Debe ser bueno con ellos.

—Espero que sí —dice, revisando el tráfico que se aproxima y saliendo a la


calle—. Ese es el punto. Quiero que quieran venir a trabajar. Necesito horas largas y
locas, lo que generalmente implica dormir en la oficina durante sesiones de maratón
de sesenta horas como esta, pero pago el triple de horas extra y enormes bonos al final
de proyectos como este. Lo que viste es toda mi compañía, el núcleo de la misma.
Tengo un par de otras oficinas subsidiarias en la ciudad, y algunas otras en Los
Ángeles y Londres, pero todas son totalmente autosuficientes y no requieren ningún
aporte de mi parte. Esos niños allá arriba son asunto mío. Todas las filiales, todas las
ramas y derivadas, lo manejan todo.

—Deben trabajar sin parar. —Ni siquiera trato de seguir la serie de giros que
Logan toma para llegar a casa. Simplemente disfruto el hecho de que tan pronto como
termina un giro, su mano toma la mía nuevamente y entrelaza nuestros dedos.

Su mano se siente natural en la mía, y eso hace que mi corazón palpite.


—Lo hacen. Sesenta horas a la semana es la tarifa estándar, ochenta o más
comunes. Y cuando tenemos un gran proyecto como esta adquisición, básicamente
vivimos en la oficina hasta que esté terminado, pero luego nos tomamos unos días
libres. O más bien, les doy unos días libres.

—¿No te tomas días libres?

Se encoge de hombros. —Realmente no. No soy realmente un adicto al trabajo,


pero me gusta lo que hago, así que lo hago mucho. Me quedo en casa los domingos, en
su mayor parte.

—¿Qué haces para divertirte?

Me mira. —Hacer ejercicio, Krav Maga, correr, mirar películas.

—¿No tienes novia?

Un encogimiento de hombros, ojos volviendo a la carretera. —No. La tuve, por


un tiempo, pero no fue realmente serio. Cuando dejó en claro que necesitaba ponerse
serio o seguir adelante, rompimos. Fue amigable, y fui honesto. No iba a acosarla o
mentirle sobre no querer nada súper serio.

—¿Por qué no querías nada serio? —pregunto.

Estamos en su calle, la cual reconozco. Es una avenida larga, tranquila y


arbolada de casas adosadas, encantadora, costosa y serena, un pequeño mundo
insular alejado del bullicio del centro de Manhattan.

Suspira. —Simplemente no quería. Era una gran chica, dulce, inteligente,


hermosa, fácil de pasar el rato. Pero no estaba allí con ella, para mí, hablar de largo
plazo. No lo sé. Realmente no tengo problemas emocionales, ¿sabes? Simplemente no
voy a atarme a largo plazo a menos que esté realmente seguro de eso. No es justo para
mí, ni para ella, ni para la idea de un "nosotros". Una relación a largo plazo es tan
valiosa como el esfuerzo que ambas personas están dispuestas a realizar. Ambos
deben estar totalmente decididos o no funciona. Estuve en una relación por un tiempo,
justo después de salir del hospital, y ya estaba todo dentro, ¿verdad? Como, ido por la
chica. Me estaba jodiendo, pero supongo que estaba necesitado. Demasiado necesitado
para ella. Ella no lo estaba sintiendo. Entonces, después de un año y medio, rompió
conmigo a través de la táctica súper increíble de dormir con mi mentor-socio
comercial, y luego contarme al respecto. Todavía estaba bastante jodido sobre cómo
me lastimé, ya sabes, la culpa y la confusión y todo. No voy a tirar el TEPT, porque no
es eso. Conozco muchachos que tienen eso, y no es bonito. Estaba jodido normal. El
trastorno de estrés postraumático clínico real es feo.

—¿Y ahora?

—Ahora estoy bien. Nunca te alejas por completo de los malos sueños y las
escenas retrospectivas ocasionales, pero debes esperar eso, viendo y haciendo el tipo
de mierda que hicimos allí —Tira el gran SUV a un lugar de estacionamiento fuera de
su puerta, sale y da vueltas abrir mi puerta para mí—. Cuando dije que no tenía
problemas emocionales, fue una mentira. Los tengo, más o menos, por cómo Leanne
terminó las cosas. No confío fácilmente. Pero esa no era la razón por la que no quería
nada a largo plazo con Billie. Confié en ella, simplemente no me sentía lo
suficientemente fuerte como para mudarme o proponerle matrimonio, supongo, y eso
es exactamente lo que ella quería. Era genial con solo salir, divertirme, pasar la noche
juntos aquí y allá. —Abre la puerta principal de su casa, desactiva la alarma y cierra la
puerta detrás de nosotros. En este punto, su perro, Cocoa, un enorme labrador
chocolate, se está volviendo loco, ladrando, a punto de estallar.

—Ahora voy a dejar salir a Cocoa, ¿de acuerdo? ¿Estás lista?

Asiento y respiro, sonriendo con anticipación. —Tan lista como podría estarlo,
creo.

Baja por un pasillo corto y abre la puerta de un dormitorio, y el sonido de las


garras arañando la madera resuena ruidosamente, acompañado de ladridos llenos de
alegría, y finalmente un borrón marrón del tamaño de un oso se precipita hacia mí. Sin
embargo, estoy preparada para el impacto, y las patas del tamaño de un platillo de
Cocoa aterrizan en mis hombros, su lengua me golpea en la cara y desentierra la nariz
e intenta hacer un examen de mi úvula. Agacho la cara para escapar de su lengua, pero
me sigue, inclinándose para lamer y lamer y lamer, hasta que finalmente tengo que
empujarla. Salta hacia atrás y en realidad me abraza, sus patas sobre mi hombro, su
nariz mojada en mi oído. No puedo evitar reír y sentirme feliz por una bienvenida tan
exuberante.

Decidí que la alegría cariñosa de un perro feliz es un bálsamo para un alma con
problemas.

Logan se da una palmada en el muslo. —¡Cocoa! ¿Quieres ir afuera?

La atención del perro se ve atrapada por eso, y ladra una vez, un grito corto y
agudo, y atraviesa la casa hacia la puerta de atrás. La deja salir, la mira hacer sus
negocios, y luego la deja volver a entrar, y se acuesta en el suelo en medio de la cocina
cerca de la estufa, mirándonos con sus grandes ojos marrones.

Él me mira. —¿Tienes hambre? Tengo un poco de shawarma sobrante y media


pizza. —Abre un cajón en la isla en el centro de la cocina y saca una pila de menús
para llevar—. O podría conseguir algo de comida para llevar. Depende de ti.

—¿Qué es shawarma? —pregunto.

—Comida de Medio Oriente. Salsa de ajo, pollo, arroz. Es asombroso.

Odio admitir que mi dieta siempre ha sido un tanto... limitada. —Cualquiera


está bien. —Principalmente porque nunca había probado ninguna, no quiero que
Logan se vaya y no quiero tener que dejar esta casa de nuevo pronto.

Levanta una ceja. —Qué tal si caliento los dos, y puedes probarlos y elegir.
Tomaré lo que no quieras.

Hurga en el refrigerador y sale con un recipiente de plástico y una gran caja de


cartón blanca cuadrada. Volcando el contenido del recipiente en un plato de papel, lo
pone en el microondas, lo calienta, y luego transfiere el contenido de la caja más
grande a otro plato. A medida que el shawarma se calienta, el olor comienza a
impregnar la cocina y mi estómago retumba. No recuerdo la última vez que comí, y de
repente estoy hambrienta. El microondas emite un pitido y desliza el plato hacia mí a
través de la isla, colocando un tenedor mientras lo pasa.

—Prueba eso —dice, y pone la pizza a calentar.

El shawarma es posiblemente la cosa más deliciosa que he comido. Picante,


sabrosa, picante, con ajo. Gimo mientras tomo el primer bocado, y luego el segundo. Y
luego el tercero.

—Así que te gusta el shawarma —dice Logan, sonriendo. Saca un trozo de la


pizza del plato y me la da con cuidado, una cadena de queso se extiende entre
nosotros.

La pizza también es deliciosa.

—No estoy segura de poder elegir — admito—. Los dos son muy buenos.
Hay un taburete debajo de una parte sobresaliente de la isla, y lo saco y me
siento. Logan toma el taburete a mi lado y deja dos botellas de vidrio verde con
etiquetas blancas cerca de la parte superior.

—Así que compartiremos —dice, y me roba el tenedor de las manos para darle
un mordisco al shawarma. Lo veo comer, porque es hermoso incluso haciendo eso.

—¿Qué hay en las botellas? —pregunto, ansiosa por probar algo nuevo.

—Cerveza. Stella Artois, para ser exactos. Pruébala. —Me da una de las botellas
y con cautela pruebo el primer sorbo.

No estoy convencida al principio. Es amargo y un poco agrio. Pero hay un


regusto que golpea mis papilas gustativas de una manera agradable, y pruebo un
segundo sorbo más largo, que baja más fácilmente. Antes de darme cuenta, he bebido
casi la mitad de la botella, y mi cabeza se siente un poco floja y un poco borrosa.

Logan se ríe. —Whoa, está bien. Supongo que te gusta Stella. Pero entonces,
¿cómo no te gustaría? —Señala la pizza—. Prueba la pizza y bájala con la cerveza.
Nunca mirarás la cocina de la misma manera, lo prometo.

—No lo hago —digo—. Siempre he tenido una dieta totalmente orgánica y


súper saludable.

—¿Vegana?

—¿Qué es eso?

—No carne, no productos animales de ningún tipo. Al igual que los huevos, la
leche, el queso, si proviene de un animal, los veganos no lo consumen.

—¿Por qué? —pregunto—. Eso es un poco raro.

—Protestar la crueldad animal en la industria alimentaria. No lo sé. Bien por


ellos, si eso es lo que creen, pero me gusta la carne.

—A mí también. Así que no, como carne, solo que usualmente salmón, pollo y
pavo de corral, junto con ensaladas y frutas. En su mayoría vegetariana, supongo. No
mucha carne roja.

—Yo iría lento con la pizza entonces. Si tu cuerpo está acostumbrado a


alimentos más limpios, la grasa que contiene puede quedar pesada en tu estómago.
Esto es tan raro. Extraño. Surrealista. Simplemente sentada en la cocina de
Logan, bebiendo cerveza y comiendo comida normal.

Tengo un nombre normal.

Ya no soy Madame X.

Ya no estoy con Caleb.

Mi corazón se retuerce ante ese último pensamiento, y apago esa línea de


pensamiento. No iré allí, no ahora.

Excepto que Logan habla, casualmente, sin mirarme, a través de un bocado de


shawarma. —¿Qué pasó, Isabel? ¿Con Caleb? ¿Qué te hizo salir, finalmente?

Suspiro. —Él... nosotros...

Logan interrumpe antes de que pueda resolver lo que voy a decir. —No quiero
entrometerme, y respetaré tu privacidad si no quieres hablar de ello. Pero parece
haberte arruinado.

Termino una rebanada de pizza y la bajo con un trago de cerveza. Y Logan tiene
razón, no creo que pueda volver a comer mi menú normal sin pensar en esta comida.
Indulgente, insalubre en extremo, pero muy bueno. Tomo un poco de shawarma,
tratando de formular qué decir.

—Me trajo de vuelta a su lugar. ¿El pent-house? Es todo el piso superior del
edificio. De todos modos, me trajo allí, y al principio fue... bien. Pero anormal. Me besó,
lo que no suele hacer. Eso fue un poco extraño. Y entonces... —suspiro nuevamente,
cerrando los ojos. Sólo dilo. Solo ponlo en palabras—. Pero luego me hizo caer de
rodillas. Se puso... a él mismo, en mi boca —Es muy difícil decirlo en voz alta. ¿Por
qué? Se siente como si decirlo lo hiciera más real. Más que real—. Al final, terminó... en
mi cara. Y luego me limpió con su corbata, me besó como si nada hubiera pasado, y
solo... se fue.

—Eso es violación, Isabel.

Tengo que sacudir la cabeza. —No lo fue. No del todo —Tiemblo—. Pero
entonces, también lo fue. No lo sé. Todo es muy confuso con él. Se mete en mi cabeza y
hace que todos mis pensamientos de alguna manera... no tengan sentido. No... míos. No
lo sé. Él es todo lo que he conocido, desde el momento en que me desperté. Siempre ha
sido él.

—Así que antes, en mi sala de conferencias...

—Quería eso, Logan. Por favor, créeme. Lo deseaba tanto. Me encantó cada
segundo de ello. La forma en que me tocas, la forma en que me besas, nunca he
conocido algo así y estoy loca por eso. —Giro en el taburete, así que estoy frente a él,
agarro sus rodillas mientras se gira para mirarme.

Me mira con cuidado, sus ojos azules, azules y azules miran mi alma. —Nunca
me mientas o me digas lo que crees que quiero escuchar, ¿vale? ¿Por favor? Prefiero
escuchar la verdad desagradable que una mentira fácil.

—Te prometo que siempre seré sincera contigo.

De alguna manera hemos terminado toda la comida y ambas cervezas, y Logan


golpea la encimera de repente. —Tiempo de películas.

—¿Qué? —Estoy desconcertada por el repentino cambio de tema.

—Te juré que te llevaría a casa, te daría cerveza y pizza, y que vería películas
contigo en exceso —Empuja una botella vacía—. Hemos tomado la cerveza y la pizza,
así que ahora es el momento de una película.

—Ok. —No sé cómo decir que por mucho que quiera ver películas con él,
quiero más aún terminar lo que comenzamos en la sala de conferencias.

Me toma de la mano y me lleva a su habitación, que aún no he visto. Es simple,


pero hermoso y cómodo, como el resto de la casa. Pintura verde apagada en las
paredes, moqueta gruesa y oscura en el piso, vigas a la vista en el techo, una cama
ancha en un marco alto de madera oscura, un televisor de pantalla plana montado en
la pared opuesta.

Señala hacia la cama. —El único lugar para mirar televisión, así que ponte
cómoda.

Aliso mi vestido sobre mis caderas con mis palmas, un gesto nervioso. —
Bueno.
La cama es alta y mi vestido no está hecho para escalar. Al menos no con gracia
o modestia. Intento deslizarme sobre la cama hacia atrás, manteniendo las rodillas
juntas. No estoy seguro de por qué estoy tratando de ser modesta, considerando lo
que no hicimos hace tanto tiempo, dónde estaban sus dedos, pero se siente necesario.
No lo logro del todo, y solo termino presionando mi espalda contra el borde del
colchón y meneando sin gracia. Intento atrapar un pie en el borde del marco, pero
tampoco puedo lograrlo, no sin mostrarme a Logan. Especialmente no con tacones.

Se ríe, y no puedo evitar reírme también, porque mis esfuerzos por subirme a
la cama fueron bastante cómicos. —Isabel, cariño. Ese vestido es hermoso, no me
malinterpretes. Pero... ¿Te gustaría algo más para ponerte? ¿Una camisa mía, tal vez?

—¿No sería tu camisa bastante grande para mí? —pregunto.

Asiente. —Ese es el punto. Sería como un camisón.

—Por supuesto. Lo intentaré. —Me las arreglo para parecer casual, pero la idea
de usar una de las camisas de Logan me revuelve el estómago.

Abre un cajón del escritorio debajo del televisor, saca una camiseta negra
cuidadosamente doblada y me la entrega. —Esa es una de mis camisas favoritas. La he
tenido desde que estaba en la secundaria. Es muy suave y cómoda, así que... Sí —Se da
la vuelta—. Te daré un segundo para cambiarte.

Me quito los zapatos y mis pies me lo agradecen de inmediato. Logan está en la


puerta del dormitorio, frotándose la nuca, y me doy cuenta de que, al darme un
momento para cambiarme, quería decir que me dejaría en paz.

—Tú... um... —Me detengo para recuperar los nervios—. No tienes que irte,
Logan.

Se detiene, su mano en el pomo de la puerta. —No estoy haciendo ninguna


suposición, Isabel. Todo esto sucede en tus tiempos, ¿de acuerdo?

—Ya me has visto desnuda, Logan.

—No significa que voy a asumir que estás de acuerdo con que te vea cambiar.
Eso es un poco íntimo.

—Así lo es, lo que hicimos en tu sala de conferencias.


Una sonrisa cruza su rostro. —Cierto —Se pone de espaldas a la puerta del
dormitorio—. Me quedaré, si quieres que lo haga.

—No me importa —digo, estirando la mano detrás de mi espalda para tirar de


la cremallera de mi vestido—. Realmente no quiero que te vayas, si soy sincera.

Sin embargo, no puedo alcanzar la pestaña de la cremallera sin retorcerme.


Logan cruza la habitación en tres largas zancadas y se para detrás de mí. —
Permíteme.

Sus dedos tocan la parte posterior de mi cuello, me cepillan el cabello sobre el


hombro, y siento que mi vestido se afloja cuando baja la cremallera.

Espero más, pero siento que retrocede. —Allí.

Me giro para enfrentarlo. Sus ojos me miran y no puedo confundir el hambre


que veo allí. —Logan… —empiezo, no muy segura de lo que iba a decir.

No hay nada que decir, decido. Mantengo mis ojos fijos en los de él mientras me
encojo de hombros, dejando que la prenda caiga hacia adelante para colgarla de mis
brazos, que están doblados por el codo, agarrándome el vientre. Estoy nerviosa, pero
no voy a dejar que eso se interponga. Muevo los muslos y mi vestido se acumula en el
suelo alrededor de mis pies.

Los ojos de Logan inmediatamente devoran mi cuerpo, y respira


irregularmente. —Eres tan hermosa, Isabel.

—Ni siquiera estoy desnuda —digo, incómoda con los cumplidos.

—No tienes que estar desnuda para ser hermosa, ya sabes —Da un paso hacia
mí y sus dedos tocan mi cintura—. Eres tan sexy, así, en ropa interior.

Mis mejillas arden y agacho la cabeza, incapaz de mantener el contacto visual.


—Gracias. —Es todo lo que puedo convocar.

Me aferro a su muñeca con mis dedos, para que no pueda escapar. No lo


intenta, simplemente aplana su palma contra mi columna vertebral, directamente en
el centro de mi espalda. No me toca sexualmente, me doy cuenta. Evita zonas
erógenas. ¿Por mí o por sí mismo?
El siguiente paso, aparte de arrojarme sobre él, es terminar de desnudarme. Me
trago el miedo. Sé que no me rechaza, sé que es respetuoso y me da tiempo, lo que
debería necesitar, teniendo en cuenta lo que sucedió no hace tanto tiempo. Pero todo
lo que puedo pensar es en su beso, su boca en la mía; Todo lo que quiero es su toque,
para venirme de nuevo, por él. Para sentirlo. Para hacerlo venirse. Quiero saber cómo
se ve cuando pierde el control.

Alcanzo mi espalda y desengancho el primer ojal, luego el segundo, y luego el


tercero. No me doy tiempo para pensar, simplemente saco los brazos de las correas y
tiro el sujetador al suelo. Sus ojos índigo casi iridiscentes se deslizan desde mi rostro
hasta mis senos, y mis pezones se endurecen bajo su mirada. Se endurecen tan rápido
que duelen. Puedo sentir los latidos de mi corazón en mi pecho como tambores
retumbantes, no oigo nada más que el pulso en mis oídos. Deslizando mis pulgares en
la pretina elástica de mi ropa interior, los deslizo sobre mis caderas, es difícil respirar
y no me atrevo a mirar a otra parte que no sea el piso.

La seda y el encaje caen hasta mis tobillos, y estoy desnuda.

He estado desnuda frente a Logan una vez antes, pero eso fue accidental. Algo
así. Sea lo que sea, es diferente a quitarme intencionalmente toda mi ropa a propósito
para que Logan pueda ver mi cuerpo desnudo. Esto está haciendo una declaración.

—Mierda... Isabel... eres tan increíblemente sexy que es difícil respirar cuando
te miro. —Su voz es un murmullo sedoso.

Invoco cada onza de coraje que tengo. Lo alcanzo. Mi dedo índice se engancha
en la presilla del cinturón y lo atraigo más cerca. Sus ojos se estrechan, sus fosas
nasales se dilatan y su manzana de Adam sube. Siento necesidad, tal necesidad
ardiente, furiosa e innegable. Estoy ardiendo de necesidad. Las puntas de mis senos
rozan su pecho, y arrastro mis uñas hacia arriba entre nosotros, agarrando el borde de
su camiseta y levantándola. Sus brazos se levantan, y cuidadosamente quito la camisa,
tirándola a un lado. Sin camisa ahora, Logan es impresionante. Al mirarlo, no puedo
respirar.

Mis manos se mueven por sí mismas. Encuentran el lazo y el botón de sus jeans,
sueltan el botón. Está inmóvil, mirándome, respirando pesadamente. Mis dedos
agarran la lengüeta de su cremallera y la bajan, y ahora su bulto se derrama por la
abertura. Mi garganta se obstruye. Mi respiración se detiene.

Él solo parpadea y se queda quieto.


Empujo la mezclilla hacia abajo y Logan se quita los pantalones. Su ropa
interior es de algodón gris, apretado y elástico moldeado a su cuerpo. No puedo
apartar la mirada de su ingle, del contorno de su pene abultado y engrosado mientras
lo miro fijamente. Inhala profundamente y sus cejas se fruncen cuando lo alcanzo por
última vez, deslizando mis dedos índice y medio de cada mano entre el elástico y su
carne, pasándolos por la circunferencia de su torso, la punta de mis dedos rozando la
cresta de su erección. Se estremece ante este contacto, y mete su barriga. Tiro hacia
abajo, y su eje se balancea cuando la tela lo suelta. Un levantamiento de cada pie, y
Logan está desnudo conmigo.

Estamos desnudos juntos

Me siento mareada y aterrorizada.

Tengo que tocarlo. Mis palmas recorren su pecho, bajan por sus costados, y
tallan para agarrarle las nalgas. Tíralo más cerca. Deja escapar un suspiro, palmea mi
cadera y luego sus labios tocan mi hombro.

—Logan —suspiro. Es una súplica, y lo sabe.

Su boca desciende, cruza mi esternón, y se dobla, besando la pendiente de mi


seno derecho. Unos dedos fuertes salen de mi cadera, y toma mi pecho por debajo y lo
lleva a su boca. Su toque es suave, su boca cálida y húmeda. Gimo al sentir que mi
pezón se aplana en su boca, la sensación de su lengua moviéndose sobre él, golpeando
una cuerda de deseo dentro de mí. Avivando las llamas.

Justo cuando estoy a punto de alcanzar su erección, retrocede. Su mirada brilla,


arde.

—Acuéstate en la cama, Isabel. —Su voz es suave, tan cálida como siempre,
pero ahora también insistente.

Retrocedo. Mi trasero choca con el colchón, y me levanto sobre él. Me recuesto.


Me sacudo hacia atrás, así mi cabeza está sobre la almohada. Respiro fuerte, mis senos
subiendo y bajando, balanceándose, temblando con cada respiración. Me duelen los
pezones. Me duele el núcleo. Estoy empapada. No es mi intención, pero me encuentro
posando para Logan. Una mano se enroscó en mi grueso cabello negro, un pie
plantado, la rodilla en alto, los muslos tocándose para bloquear su visión de mis partes
privadas, mi otro brazo atravesado sobre mi pecho.
Él, desnudo, duro, solo se para y me mira por un momento, y le devuelvo la
mirada.

Es glorioso.

Los tatuajes, una mezcla de imágenes, envuelven sus brazos desde el hombro
hasta el codo. Su cabello está suelto y ondulado, rizado en los extremos, colgando de
sus hombros. Su cuerpo es el de un guerrero, delgado como un látigo, duro como un
diamante y afilado como una cuchilla, cada músculo definido como grabado por una
navaja en mármol. Su virilidad es... Me muerdo el labio inferior mientras lo miro
fijamente. Más largo de lo que tiene derecho a ser, más grueso de lo que esperaba, una
curva interna muy sutil. Quiero tocarlo, envolver mis dedos alrededor, poner mi boca
sobre él y sentirlo contra mi lengua, saborear su piel; Quiero guiarlo hacia mí y sentir
que me penetra.

Lo quiero. Lo quiero.

Dejé que mis rodillas se separaran y gruñe.

Se sube a la cama. Se arrodilla entre mis muslos, se inclina sobre mí, una palma
en el colchón al lado de mi cara, la otra enterrada en mi cabello. Sus labios rozan los
míos, una provocación.

No es un beso, todavía, sino una provocación.

Una lamida de su lengua golpeando contra mi labio inferior, donde lo había


mordido.

Recuerdo poner un vaso de whisky en mis labios, colocando mi boca donde


había estado la suya. Recuerdo el sabor del whisky contra mi lengua, el ardor en mi
garganta, la forma en que quería que fuera su boca sobre la mía.

Sus dedos atraviesan mi cabello y se rascan hacia abajo para ahuecar la parte
posterior de mi cabeza, y me levanta, acerca mi boca a la suya,

Y me besa…

Y me besa…

Y no se detiene por una eternidad.


No hasta que ambos estemos sin aliento y su lengua haya probado cada rincón
de mi boca, haya lamido mis dos labios, haya luchado contra mi lengua, no hasta que
no pueda evitar alejarme para poder respirar.

Es entonces cuando se recuesta, desliza sus palmas sobre mis hombros, hasta
las laderas de mis senos. Sostiene su peso. Pasa sus pulgares por mis dos pezones a la
vez. Se dobla, besa la piel entre mis senos.

—Te mereces ser adorada, Isabel —dice—. Te mereces que te muestren lo


perfecta que eres.
9
Tengo que parpadear para quitar la expresión de sorpresa llena de intensa
emoción de mi rostro: maravilla, vergüenza, necesidad, ternura, lujuria cruda.

Encuentro mi voz y mis propias palabras me sorprenden. —Entonces adórame,


Logan. Muéstrame.

Me lame el pezón y hunde su dedo medio en mi hendidura. —Lo haré —Un


giro, un movimiento de ven aquí con su dedo, y no puedo detener un gemido—. Haz
ruido para mí, Isabel. Quiero oír cada sonido que hagas.

Su boca se aferró a mi pezón, una mano entre mis muslos y tomando mi pecho
con la otra. Chupa, gira su lengua alrededor de mi pezón. Y luego se aleja. Su dedo se
desliza fuera de mi abertura y trae mi esencia con él, untándola en mi clítoris. Me
duele, oh me duele. Me voy a venir. Rápido, y con fuerza.

Mientras encuentra un ritmo circular, toques lentos y suaves de dos dedos


contra mi clítoris palpitante, alterna besando y chupando mis dos pechos, uno y otro,
uno y otro. La tensión se enrosca dentro de mí, centrada en mi vientre. Me aprieto. Se
enrosca, las rodillas se levantan, y no acelera su toque rítmico de mi carne más
sensible. Gimo, me doy cuenta. Sin parar. Dolorida. Necesitando. Sintiendo su tacto y
necesitando más.

—¿Puedo probarte, Isabel? —pregunta Logan.

—Por favor, Logan.

—Por favor, ¿qué? Dime lo que quieres, cariño, y te lo daré.

—Pruébame. Hazme venir. Tócame. Déjame tocarte.

Me besa por todo el cuerpo mientras baja. El esternón. Vientre. Cadera. Muslo.
Una y otra vez besa mi cuerpo, no falta en ninguna parte. Levanta mi pierna izquierda,
besa la parte posterior de mi rodilla y gimo con el suave y cálido toque de los labios
allí, y entonces está moviendo su lengua y deslizando su boca sobre mi muslo, y gimo.
Un solo movimiento de su lengua sobre mis labios inferiores y me retuerzo, jadeando.
Pero no me da lo que necesito, todavía no. Transfiere sus besos a mi otro muslo,
besando ahora hacia abajo, a mi pantorrilla, con los labios emplumados sobre mi
tobillo.

—Logan… —jadeo.

—Lo sé, cariño. Pero te dije que te merecías ser adorada. Déjame adorarte —
dice mientras me besa el pie.

Ahora su boca viaja de vuelta a mi núcleo, sobre mi mulso, labios aterrizando


en la curva donde la cadera se junta con la pierna, un punto muy erógeno. Hacia el
interior. Al monte justo sobre mis partes privadas. Justo sobre mi núcleo, y su lengua
sale, lamiendo mi hendidura. Donde mis labios se juntan.

—Oh Dios. Logan, sí. Por favor. Por favor. —Estoy sin aliento, jadeando cada
palabra. Rogando. Me hace rogar únicamente con la forma que me toca, que me besa.

Mete dos dedos en mi abertura, los desliza profundamente. Los dobla, los
retira, los inserta. Inicia un ritmo de empuje. Su lengua golpea mi clítoris, y me
retuerzo en su lengua, en su lengua, en sus dedos. Me muevo contra él
descaradamente. Entierro mis dedos en mi pelo, me agarro, levanto mis caderas.

—¿Puedes venirte? —murmura.

—Tan cerca.

—¿Qué tan cerca?

Sólo puedo gimotear, sin decir nada, arquearme en la cama y rechinar contra su
boca y sus dedos. Su boca cubre mi núcleo ahora, me chupa el clítoris entre sus labios
y crea una succión, moviéndolo con su lengua, deslizando sus dedos dentro y fuera,
dentro y fuera, su mano libre llega hasta pellizcar mi pezón.

—Ahora, Isabel. Vente para mí, ahora mismo. Déjame sentirte apretarte
alrededor de mis dedos, cariño. Déjame sentir que te acercas tanto que no puedes
respirar —Sus palabras son el catalizador que necesito—. Monta mis dedos, monta mi
boca. Tómalo de mí.

Jadeo, y las luces parpadean detrás de mis ojos apretados. La tensión en mi


vientre se rompe y estoy llorando a gritos. Me agacho, apretando sus dedos con toda la
fuerza que puedo reunir, y entonces todo el control desaparece mientras iguala mi
ritmo desesperado con su boca, con su lengua, con sus dedos, llevándome a la cima de
mi clímax y empujándome más allá, a un lugar que no sabía que existía.

—Sí, así es, justo así. Grita para mí. Vente para mí —susurra contra mi carne—.
Eres tan jodidamente hermosa, Isabel, tan sexy, tan jodidamente sexy.

Me calmo y se arrodilla en posición vertical. Mirándome. Estoy sudando,


jadeando. Mis pechos se balancean con mi respiración agitada, y él observa su
movimiento abiertamente.

Todavía estoy temblando, vibrando por la fuerza de mi orgasmo.

—Quiero tocarte ahora, Logan. —Me siento. Alcanzándolo.

Se acerca a mí, arrodillándose a horcajadas. Me mira fijamente. Su erección está


frente a mi cara, sus manos sobre mis hombros. —Tócame entonces.

Arranco mis ojos de los suyos y dejo que mi mirada recorra su cuerpo, trazando
la profusión salvaje de sus brazos tatuados. Hay chicas de calendario, cartas de juego,
rifles de asalto cruzados, letras al estilo inglés antiguo, gorriones, arañas, calaveras,
pistolas, personajes que deben ser de películas, máscaras, todos entrelazados y que
crecen en el tronco de un árbol cuyas raíces se extienden alrededor de su bíceps y del
pliegue de su codo.

Entonces miro hacia abajo, hacia su erección.

Lo rodeo con una mano, deslizo la palma de la mano por la carne blanda hasta
la base, y luego lo rodeo con la otra mano, abarcando la mayor parte de su longitud,
aunque un poco de la cabeza sobresale por encima de mi mano superior. Lo lamo allí,
aplasto mi lengua sobre su punta. Gime, y su agarre se ajusta a mis hombros. Deslizo
mis palmas hacia arriba y luego hacia abajo. Suelto con una mano y acaricio su
longitud desde la punta hasta la base, una y otra vez, aprendiendo su sensación, la
forma en que llena mi puño, la forma en que su piel se desliza y estira. Cómo gime, qué
le hace gruñir. Aprieto suavemente y jadea. No tengo nada dentro de mí, excepto el
deseo. Necesidad. Lo quiero todo de él.

Envuelvo mis labios a su alrededor, los coloco en el surco bajo la cabeza


bulbosa. Gime, un largo y sostenido gruñido. —Isabel. No lo hagas.

—Quiero hacerlo.
Se retira, hundiéndose para sentarse en sus talones. —Déjame probarte de
nuevo.

Sacudo mi cabeza. —Te necesito, Logan. Quiero tocarte. Quiero hacerte sentir
bien. Quiero esto.

—Pero que pasa…

—No tuvo nada que ver contigo. No tiene nada que ver contigo o con cuánto te
deseo —Me inclino hacia él, beso sus labios—. Recuéstate y déjame adorarte también,
Logan.

Se mueve a su espalda, almohadillando una mano bajo su cabeza,


alcanzándome con la otra. —Quiero que esto sea sobre ti, Isabel.

—Lo es... Esto es lo que quiero.

Me tomo mi tiempo entonces. Empiezo por sus pómulos altos y afilados,


besando cada uno, y luego beso su boca, lamiendo su labio inferior, el superior. Llevo
su lengua a mi boca y la chupo. Beso su garganta. Su pecho. Paso mi lengua por cada
uno de sus pezones, por los surcos de sus pectorales, por las crestas de sus
abdominales. Abajo, abajo. Hasta sus caderas. Palmeo sus caderas, aplano mis manos
sobre su vientre. Las subo, alisándolas hasta sus muslos. Beso cada uno, como hizo con
los míos. Probándole que su cuerpo es tan hermoso para mí como el mío lo es para él.
Lo memorizo. Su sabor, su vista, estirado debajo de mí, su cuerpo delgado, duro e
irradiando lujuria, rezumando atractivo sexual masculino. Lo tomo en mi mano,
acariciando su eje. Me tomo mi tiempo con eso también, disfrutando la sensación de él
en mi mano más de lo que nunca he disfrutado nada en mi vida. Más que la comida
basura, más que la libertad, más que los libros antiguos, sólo tocarlo y besarlo es
mejor que cualquier cosa que haya conocido.

Estoy abrumada, tan llena de alegría, exuberancia, gratitud y lujuria cruda y


feroz que no puedo contenerla. Hundo mi boca alrededor de él, repentina y
rápidamente. Lo tomo profundamente en mi boca, abriendo mi garganta y
saboreándolo en mi lengua. Gime, se estremece. Me aparto y cambio la boca por el
puño, untándole mi saliva. Acariciándolo. Cada vez más rápido.

Lo siento temblar debajo de mí, siento sus gemidos en el pecho, se escucha el


eco en el dormitorio.
Sé que está cerca. Puedo sentirlo, saborearlo en la fuga de líquido claro de la
punta mientras lo lamo, lo chupo, besos de plumas a los lados, lamiendo a lo largo.
Palpita al tocarme, se hace más grueso entre mis labios.

—Sabes tan bien, Logan —me escucho decirle—. Déjate ir, déjame saborearte
en mi lengua. Dámelo todo.

¿Quién es esa, hablando de esta manera? Nunca he dicho tales palabras. Nunca
he pensado en esas palabras. Sin embargo, salen de mi boca y suenan sexy. Sueno
sexy. Sueno mundano. Femenino. Sensual.

—Is… Isabel —Le falta el aliento, su voz se tensa—. Jesús, ¿qué me estás
haciendo?

—Haciéndote sentir bien, espero.

—Esto no es sentirse bien, Is, esto es el cielo.

Is. Como… ¿un diminutivo? ¿Un apodo? —¿Is?

—¿No quieres que te llame así?

—No, sí quiero. Me gusta.

—Is. ¿Izzy?

—Is. Me gusta.

De repente Logan nos hace rodar para que esté por debajo de él. Se arrodilla
entre mis muslos, mirándome fijamente, con el pecho levantado. La punta de su pene
pierde líquido, evidencia de su cercanía al clímax. —¿Harías algo por mí?

—Cualquier cosa —Lo digo en serio. Haré todo lo que me pida. Es una locura
sentir tan fuerte tan rápidamente, pero lo hago.

—Tócate.

Me he tocado antes, por supuesto. En la oscuridad de la noche, despierta, sin


poder dormir, luchando con viejas pesadillas y nuevas necesidades, me he tocado a mí
misma. Pero siempre me he avergonzado vagamente de ello, por alguna razón.
¿Tocarme delante de él? ¿Mientras mira? Mi pecho se contrae, mi piel se siente
muy apretada en mis huesos y mi corazón martillea. Siento un hormigueo. Pestañeo
hacia él. Aprieta mis muslos.

—Logan, no sé... —susurro, sin poder mirarlo—. No sé si puedo.

—Quiero ver cómo te haces sentir bien. Será tan sexy verte —Se hunde para
sentarse en sus espinillas, y su erección se levanta alta, dura y orgullosa. Es enorme, y
suplica por mis dedos, mis labios. Mi corazón—. Así, Is. Mírame.

Enrolla una mano alrededor de su grueso eje, y su puño se ve tan duro y tan
grande así, tan áspero. Debería ser mi mano la que estuviera ahí, no la suya. Pero hace
calor mirándolo. Se acaricia a sí mismo lentamente, con un golpe de puño. La cabeza
sobresale, la piel se estira hacia atrás, y luego vuelve a subir la mano. Pulsa la punta, y
luego baja el puño de nuevo.

Oh...

Oh, Dios. Su cara, mientras hace esto. La forma en que sus ojos se estrechan. Su
mandíbula se aprieta. Su pecho se expande y se contrae mucho. Sus testículos cuelgan
y se balancean bajo su puño.

Es casi involuntario cómo mis dedos se deslizan por mi vientre y entre mis
muslos. Me duele el corazón, viendo cómo se da placer a sí mismo. Tiemblo, me
estremezco, me quemo. Tengo que tocarme, aunque sólo sea para aliviar la presión.
Un rayo me golpea al tocar tres dedos en mi clítoris.

Deslizar, círculo, presionar.

Mi aliento se agita, y miro fijamente a sus ojos, me obligo a permanecer abierta,


a separar mis muslos y a poner mis talones contra mis nalgas para dejarle mirar. Y oh,
oh, Dios, sí, es erótico, tan sexy. Tocar mis partes privadas y saber que está mirando.
Viéndole hacer lo mismo. La intimidad nos une. No puedo apartar la mirada, no puedo
parar. Me estoy elevando hacia el clímax, una montaña de calor me está bañando, una
ola de intensidad que me atraviesa. Y estoy viendo su puño bombear más y más fuerte,
y su tacto es tan áspero, tan duro, tan vigoroso. Yo sería más amable, más suave. Lo
acariciaría con tanta gentileza, con tanta exquisita ternura.

Mantengo una mano entre mis muslos acariciándome en círculos cada vez más
rápidos, pero tengo que tocarlo. Le quito la mano y la sustituyo por la mía. Nos
acaricio a los dos, y él mira.
Mi mano es un borrón en picado alrededor de su grosor, bombeando arriba y
abajo, y arriba y abajo, cada vez más rápido. Gime, yo gimoteo, y se mete en mi mano,
metiendo la mano en el puño. Estoy rechinando contra mis dedos, y siento que mi
clímax se acerca, siento que no sólo las montañas están a punto de chocar, sino los
continentes. No puedo respirar y no puedo parar, y todo lo que veo es su cara, sus
increíbles ojos azules, su pecho agitado, sus tatuajes y su erección en mi mano, y mis
propios dedos dando vueltas desesperadamente.

—Oh mierda, Isabel. Estoy muy cerca —gruñe entre dientes—. Me encanta ver
tu mano en mi polla.

Polla. Su polla. Una nueva palabra. La he escuchado antes, claro, pero nunca la
he dicho. —Me encanta tocar tu polla. No puedo esperar para ver cómo te corres,
Logan.

—Si sigues hablando así de sucio voy a venirme incluso más rápido.

—¿Te gusta cuando hablo así?

—Joder, sí —dice—. Es sexy. Todo en ti es sexy. ¿Pero esto? Lo más sexy del
mundo.

Lo estoy acariciando fuerte y rápido, hundiendo mi puño en su longitud tan


rápido como puedo. Cuando empieza a gruñir, veo su mandíbula apretada y siento su
polla palpitar en mi puño, voy más despacio.

—Joder, Isabel, estoy ahí, por favor no te detengas.

—No voy a parar —susurro—. Lo prometo.

Quiero ver esto. Sentirlo. Experimentar cada momento de su orgasmo, y la


delirante alegría de saber que se lo estoy dando. Nada importa ahora excepto llevar a
Logan al orgasmo.

Siento que comienza.

Doy golpes lentos, suaves, amables, superficiales, se vuelve loco empujando, y


sé que lo quiere duro y rápido, pero sé que lo sentirá más intensamente si se lo doy
lento y suave. Y quiero que dure. Para mí. Lo que estoy haciendo es egoísta.
Arrastrarlo. Memorizándolo.
Tan bueno.

Todavía me estoy tocando a mí misma y estoy llegando al clímax también, pero


eso está subsumido bajo el tsunami de éxtasis que siento al verlo.

Puntos de sudor aparecen en su labio superior y su frente. Su pecho brilla. Sus


manos están en mis muslos buscando balance mientras empuja sus caderas contra mi
puño, buscando por más.

—Oh… Oh mierda. Isabel… —Su voz es furiosa, gutural.

Lo atraigo más cerca, se levanta un poco, planta una rodilla al otro lado de mi
cuerpo y ahora puedo probarlo y tocarlo al mismo tiempo. Me lo llevo a la boca, lo
acaricio por la raíz, sigo tocando mi clítoris y gimo, él jadea. Lo siento tensarse, su
cuerpo apretarse.

—Me corro, Is… —jadea.

—Mmmmmmm. —Es todo lo que puedo decir, porque estoy lidiando con mi
propio orgasmo, porque estoy muy concentrada en el suyo para formar palabras y
porque quiero su polla llenando mi boca.

Empuja, y me gusta.

Lo pruebo.

Pero quiero ver.

Me empujo hacia atrás y lo veo arrodillarse, agarrando el cabecero de la cama


mientras estoy acostada. Lo miro y sus ojos se abren para verme. Me sigo tocando y
siento el orgasmo romper a través de mí, y es como un cuchillo caliente rompiéndome
en partes.

Me agacho y me retuerzo, me vengo, vengo, me quejo, quejo.

Y luego Logan se viene.

Gruñe, y su semilla brota de él. Lo veo salir a chorros entre mis dedos,
deslizarse sobre mis nudillos y salpicar en mis pechos. Él mira esto también y gime, se
mete con fuerza en mi mano, me inclino hacia arriba, lo tomo en mi boca y lo chupo
mientras gruñe una maldición, metiéndose en mi boca.
Todavía viniéndose, ahora dispara su corrida a mi lengua.

Pruebo su esencia, ahumada, espesa y salada, y me gusta.

Tiene más, y quiero verlo venir un poco más.

Así que lo dejo caer de mi boca y acaricio su longitud, sumerjo mi puño en su


base, lo bombeo con fuerza, y otro chorro de semen sale disparado de él llegando a
mis pechos en una línea pegajosa blanca y caliente sobre mi piel.

Mucha venida, y mirándolo, viéndolo empujar, veo que aún no ha terminado.

Chupo su polla y saboreo la piel y el semen, lo tomo profundamente y lo chupo


y acaricio su raíz y sus testículos, y lo toco y lo chupo y tomo el veneno que cae en mi
lengua, y lo trago y lo chupo aún más.

Lo dejo caer libre por última vez y se hunde, y una gota se escapa de él; con sus
ojos en los míos, me inclino hacia adelante, extiendo mi lengua y la lamo.

—Jesús, Isabel —gruñe.

—Sabes increíble, Logan.

Tengo mi mano a su alrededor aún, y no quiero dejarlo ir.

Pero se está agachando para acostarse, así que tengo que soltarme. Un
momento de silencio entonces, salvaje y tenso, mientras nos tumbamos uno al lado del
otro.

Se levanta y se va sin explicación. Escucho agua corriendo, y regresa con una


toalla. La alcanzo, pero sacude la cabeza, toma mi mano en la suya y suavemente,
tiernamente, lava sus dedos pegajosos y secos. Y luego dobla la toalla y limpia,
limpiándome con suaves golpes de la tela caliente, quizás con un poco de atención
extra para mis pechos, sosteniendo cada uno por turno y asegurándose de que ambos
estén limpios. Se va una vez más, tira la toalla a la bañera y vuelve a la cama,
deslizándose bajo las mantas a mi lado.

Me quedo donde estoy, tumbada a su lado, a unos centímetros de distancia


entre nosotros.
No tengo ni idea de lo que viene después. Quiero más. Lo quiero a él. Nos
quiero a nosotros. Pero no sé lo que quiere y no sé cómo pedirlo, y no sé lo que la
gente normal hace en circunstancias como estas.

Me mira. —¿Que haces aún ahí?

Frunzo el ceño, confundida. —¿Aun ahí dónde? Estoy justo a tu lado.

—Exacto. Demasiado lejos.

Su brazo se agarra debajo de mí, y estoy rodando hacia él, mi cara presionada
contra su pecho. Estoy a su lado izquierdo, y puedo oír su corazón latiendo: pum, pum,
pum, pum; un timbal, martilleando bajo mi oído. Su brazo se aprieta, me acerca aún
más. Me eleva, me pone encima, así que estoy medio sobre él, medio en la cama. Me
acuna, su brazo es una banda tensa sobre mi hombro, a través de mi espalda, su gran y
áspera palma ahueca un globo de mi trasero. Mi muslo está sobre el suyo. Mi mano
está sobre su pecho.

—Mejor —dice.

No puedo respirar.

Esto es demasiado. Es demasiado correcto.

No merezco esto. Es demasiada felicidad, mucha perfección, demasiada


maravilla, DE-MA-SI-A-DO. El éxtasis me tiene agarrada en aplastantes garras,
haciendo que sea difícil respirar. Estoy cerca de las lágrimas.

Me está sosteniendo.

Solo sosteniéndome.

Escucho los latidos de su corazón y trato de calmarme, trato de calmar mi


frenético corazón.

Y por supuesto, Logan está sintonizado con mi situación. —Isabel, cariño. Estás
temblando como una hoja. ¿Qué te pasa?

Sacudo mi cabeza. —No lo sé.

—Bzzzzzt —Hace un sonido como una alarma—. Respuesta incorrecta.


Inténtalo de nuevo.
—Es demasiado.

—¿Qué es?

—Esto —Palmeo su pecho—. Nosotros. Tú sosteniéndome. No sé cómo. Es


demasiado bueno. Me gusta demasiado. Lo quiero demasiado.

—¿Cómo puede algo ser demasiado bueno?

—Solo lo es. No lo sé. —Estoy siendo tan emocional de repente. Atrapada por
algo tan intenso que no puedo comprender su alcance. Estoy al borde de las lágrimas,
y parece que no las puedo detener, aunque lo último que quiero hacer es llorar luego
de esta increíble, sensual y sexual experiencia.

Pero sorbo, y me odio por ello.

—Hey, hey —Me toca la barbilla, inclina mi cara hacia arriba para mirarlo—.
¿Son lágrimas buenas o malas?

Sólo puedo encogerme de hombros. —No lo sé. No está mal. Eso fue tan
increíble, y ahora esto.

—Sólo déjame abrazarte. Está bien —Suspira—. Puedes llorar. Está bien. Lo
que necesites, está bien. Sólo déjame abrazarte.

—No sé cómo.

—¿No sabes cómo hacer qué? —Sus labios rozan los míos, no un beso, sino un
recuerdo de un beso, una promesa de un beso por venir.

—Para dejarte abrazarme. Todo esto es tan nuevo para mí.

Sabe exactamente lo que quiero decir, y no le gusta. Pero no dice nada. Sólo
aprieta su brazo alrededor de mí, amasa sus dedos en el músculo de mi nalga, lo
acaricia, baja para agarrar uno de los globos, alisa su mano sobre ambos, como si no se
cansara de tocar mi trasero.

Y luego se acerca al cajón de la mesita de noche al lado de la cama, lo abre, saca


un largo mando a distancia negro y enciende el televisor. Busca a través de algo
llamado Netflix y encuentra una película. La que me ha contado, ¿Qué pasa con Bob?
Desnuda, emocionada, sostenida como nunca antes lo había experimentado, el
sabor de su esencia todavía en mi boca, sus manos en mi espalda, su pecho bajo mi
oreja, vemos una película juntos.

Es tonto, divertido, ridículo, cursi y maravilloso.

Cuando termina, se levanta de la cama. —Quédate aquí.

No me dice qué está haciendo, así que me quedo donde estoy. Vuelve con
cuatro botellas de cerveza en una mano y una bolsa de patatas en la otra. Arregla las
almohadas detrás de nosotros y nos sentamos juntos, con una delgada sábana en
nuestros regazos. Me da una de las botellas de cerveza, coloca la bolsa de patatas en el
espacio entre mi cadera y la suya, y coloca otra película.

Postdata, te amo, se llama.

Bebemos nuestras cervezas y comemos las grasientas, poco saludables, pero


increíblemente deliciosas, patatas.

Y yo lloro.

Sollozo, en realidad.

Tan dulce, tan triste, tan romántico. Me deslizo y coloco la bolsa de patatas lejos
y me acurruco más cerca de Logan, él envuelve su brazo a mi alrededor de nuevo. Esta
vez, su mano alcanza mi pierna, agarrándola de manera posesiva, acariciando arriba y
abajo, haciendo que me pregunte en el fondo de mi mente si planea tocarme de nuevo,
si hará su camino hacia arriba. No me inquieto, pero quiero.

He perdido la noción del tiempo, y no me importa. No estoy cansada en


absoluto. Ya está oscuro afuera y el mundo está en paz.

No es verdad; el mundo no está tranquilo, porque no hay mundo. Solo existe


esta burbuja perfecta y maravillosa, esta cama, este hombre. Nuestra piel, mi esencia
en él, su olor en mí. Su sabor en mi boca, un ligero recuerdo de los besos compartidos.
Solo existe esto, y es todo lo que quiero. Le ruego al universo que haga que dure para
siempre.

Nos alcanza más cerveza y una caja de fresas, las cuales nos comemos
agarrándolas por las hojas y mordiéndolas.
Estoy mareada, un poco borracha y ligeramente feliz.

Cambia a El Dia Después de Mañana, una película apocalíptica, y me gusta


también. Es fácil de ver, fácil de relajarse y no pensar en nada.

Excepto por el hombre que me tiene en sus brazos.

Me he escabullido más abajo en la cama, así que mi cabeza está en su pecho, mi


cerveza se acabó y no quiero más. Sólo quiero estar aquí, viendo películas con Logan,
abrazándolo y siendo abrazada. Mi brazo está sobre sus caderas. Sus dedos trazan
círculos en mi espalda, se atreven a mi cadera, bailan sobre mi trasero, se deslizan por
mi columna y vuelven a bajar.

Encuentro mi mano patinando sobre su estómago, bajo la sábana plana que nos
cubre. Buscando la piel.

Y luego, con una mirada hacia arriba, me atrevo a tocarlo primero. Me sonríe,
me agarra el trasero, lo amasa, me da un toque casi pero no suficiente entre las
mejillas, haciéndome retorcer y jadear. Tengo una mano alrededor del grosor de su
polla, y veo como se endereza, se engrosa, se erige completamente en mi mano.

No sé qué quiero hacerle primero. Todo. Lo quiero todo, y lo quiero ahora.


Quiero tenerlo así en mi mano, acariciarlo con mis dedos hasta que pase por encima
de mis nudillos y entre en la palma de mi mano. Quiero envolverlo con mi boca y
chuparlo hasta que vuelva a explotar en mi lengua. Quiero acostarme debajo de él y
rogarle que se masturbe en mis pechos y en mi cara. Quiero subirme a horcajadas y
meterlo en mi núcleo y montarlo hasta que estemos agotados y jadeando.

Quiero todo eso, y no sé por dónde empezar.

Sólo sé que me duele por necesitarlo, por querer su toque, que estoy
desesperado por verlo y sentirlo explotar porque puedo hacerlo sentir mejor de lo que
nunca se ha sentido.

—Logan —Suspiro—. Lo quiero todo contigo.

—Lo sé —dice—. Yo también lo quiero todo contigo. Quiero follarte, amarte y


probarte y venirme en tus tetas. Quiero lamer tu coño hasta que me ruegues por más.
Quiero sentirte temblar debajo de mi mientras nos venimos juntos.
Lo estoy acariciando, largas y lentas caricias de mis dedos alrededor de su
polla. Viendo como mis dedos se estrechan alrededor de su carne. Viendo su piel
moverse. Viendo su dureza crecer más fuerte. Lo quiero dentro de mí.

Desliza un dedo dentro de mí, un toque inesperado pero suave, explorando mi


húmedo calor. Acaricia mi interior, añade un segundo dedo. Empuja suavemente.
Añade un tercero, los tres dedos agrupados para llenarme. Sus dedos se deslizan
dentro y fuera de mí, y tengo que cerrar los ojos, porque estoy concentrada en la
sensación, completamente arrastrada por la emoción de su toque dentro de mí.
Arrastra mi humedad sobre mi clítoris y la unta en círculos, gimo, y vuelve a meter sus
dedos en mí.

Pierdo la pista de lo que estoy haciendo, y me hace rodar hasta mi espalda. Lo


dejo, y mis muslos se separan. Empuja mis piernas más abiertas, me mete las dos
manos debajo del trasero y levanta toda mi mitad inferior de la cama, llevándose mi
raja a su boca y devorándome como si estuviera hambriento; se da un festín conmigo,
lame, sorbe, chupa mi clítoris palpitante entre sus dientes y vengo en segundos, pero
no se detiene. Me mantiene en alto con una mano, sosteniéndome sin esfuerzo con un
brazo bajo mi trasero, y ahora su otra mano me encuentra. Mis talones descansan en
sus hombros, mis rodillas cuelgan separadas. Estoy abierta para él, y se da un festín.

Me vengo, espasmos recorren mi cuerpo, encorvando mi espalda para acercar


mi núcleo a su boca.

Y luego desliza sus dedos resbaladizos de esencia fuera de mi raja y los arrastra
hacia abajo. Sus ojos se encuentran con los míos. —¿Alguna vez alguien te tocó aquí?
—pregunta, y me toca en un lugar sensible y prohibido.

Sacudo la cabeza. —No. —Suspiro.

No pide permiso. Me da un toque suave, allá atrás. Gimoteo en la garganta y


trago con fuerza. Su lengua golpea mi clítoris, y tengo espasmos, y luego me da la
vuelta hasta que me retuerzo de nuevo, la punta de su dedo tocándome, presionando
en círculos suaves, y siento la presión de ese toque por todo mi cuerpo, siento que
aprieta mis músculos y acumula calor en mi núcleo, y no lo detengo. Quiero su toque.
Lo quiero a él. Quiero cada orgasmo que me dará; soy codiciosa de ellos. Desesperada.
Dispuesta.

Presiono mis talones en el músculo duro de sus hombros y empujo hacia abajo
con mis caderas, abriéndolas aún más. Su toque en mi trasero es todavía muy suave,
cuidadoso. Pero insistente. Igualando el ritmo de su lengua, la succión de sus labios
alrededor de mi clítoris. Siento otro orgasmo brotando dentro de mí duro y rápido,
subiendo como la marea, inevitable, poderoso. Este, quizás, más potente que cualquier
cosa que haya sentido en mi vida. La punta de su dedo toca, presiona, hace círculos, y
me retuerzo. Jadeando. Lloriqueando.

—Dime como te sientes, Isabel —dice Logan.

—Tan bueno —respondo—. Me gusta. Me voy a venir pronto.

—¿Fuerte?

—Sí, Logan.

—¿Qué tan fuerte?

—Más fuerte de lo que me he venido en mi vida.

—¿Te gusta cómo te toco?

Asiento. —Sí.

Presiona un poco más fuerte, y mi instinto es agacharme y apretar, pero no lo


hago. Me siento estirada, sólo un poquito. Flexiono mis caderas, abro mis rodillas,
respiro fuerte y permito que me toque.

—¿Nadie te ha tocado nunca así? —pregunta.

—No. Nunca.

—¿Se siente bien?

Lloriqueo en mi garganta mientras el clímax ruge en mis oídos, mi sangre


retumba, mi núcleo se estrecha. —Sí.

—Maldice, Isabel. Di todas las palabras sucias que sepas —Lame mi clítoris, y
tiemblo, me duele, tiemblo—. Grita mi nombre cuando te corras.

—Logan... —Quiere malas palabras. Quiere que sea sucia—. Esto se siente tan
jodidamente bien, Logan. Me voy a venir tan duro.

—Puedo saborearlo. Puedo sentirlo. Vente en mi lengua.


—Dame más —susurro, diciéndole mi más oscuro deseo—. Tu dedo… dame
más.

Él mueve su dedo, y gimoteo fuerte. —¿Esto? ¿Te gusta esto? A mi chica sucia le
gusta que le toque el culo.

Me quejo a partes iguales de la mortificación y el deseo. Lo hago. Oh Dios, lo


hago. Me gusta tanto. Se siente tan bien. —Sí, Logan. Me gusta. Soy tu chica sucia, y me
gusta. —¿Sonó eso estúpido? Para mí sí. Sonó estúpido. Cursi.

Pero Logan gime contra mi centro y su dedo pulsa dentro y fuera de mí en


pulsaciones superficiales, y estoy lloriqueando, rechinando contra su boca, tomando
más de su dedo y siento el fuego floreciendo ahora. Tal vez sólo me pareció estúpido
porque me siento cohibida, a pesar de lo increíble que es.

Lo que haya sentido antes, en cualquier otro momento de mi vida, cualquier


orgasmo que haya experimentado, no fue más que una sombra de lo que está a punto
de ocurrir.

Me destrozo.

Grito. Mi grito me ensordece incluso a mí.

No hay palabras para capturar la intensidad de mi orgasmo. Es el fuego. Fuego


salvaje, fuego del sol, fuego de ángeles. Todas las estrellas de la galaxia se convierten
en novas en mi núcleo a la vez. Volcanes en erupción, terremotos que destruyen las
placas tectónicas de mi ser.

—¡Logan! —grito.

Me quedo sin aliento, temblando, temblando, temblando, y no puedo dejar de


llorar. Estoy tan débil, tan destrozada, que sólo puedo alcanzar a Logan y aferrarme a
él, temblar y tratar de respirar. Después de no sé cuánto tiempo, los escalofríos y
temblores disminuyen, y puedo respirar. Y Logan sigue dolorosamente erecto,
pinchando en mi vientre.

Me muevo, y estoy encima de él. La punta de su polla se presiona contra mi


apertura, y sus ojos están calientes y salvajes, pero manchados por alguna mancha de
conflicto.
—¿Qué, Logan? —pregunto, y me acomodo en su estómago, en lugar de
empujarlo hacia mí—. ¿Qué pasa? Lo veo en tus ojos.

Me aparta de él y nos tumbamos de lado, uno frente al otro. —Todavía no,


Isabel.

Parpadeo. —¿Todavía no? —Tengo la garganta apretada—. ¿Por qué no?

—Quiero hacerlo, tan mal. Sé que tú también lo quieres. Pero no creo que
debamos hacerlo, todavía.

—¿Por qué no? —Me siento desesperada.

Y enojada. Irrazonablemente enojada, salvaje con una necesidad insaciable. Me


siento rechazada, negada. Rechazada. Confundida. Mi pecho se aprieta y mis ojos me
pican, calientes.

Su pulgar me limpia los ojos. —No llores, Isabel. Por favor —Su voz es baja,
tranquila, suplicante—. Es todo tan difícil de explicar.

—Puedes poner tu boca sobre mí, y dejar que te chupe, y puedes meter tu dedo
en mi... —Es difícil decirlo en voz alta, pero me obligo a decir lo que pienso, sin rodeos
y sin filtro—. Puedes meterme el dedo en el culo. Puedes correrte en mis pechos.
Puedes lamer mi coño. ¿Pero no puedes tener sexo conmigo? —Me siento orgullosa de
mí misma por decir esas palabras, por hablar con tanta audacia.

No es mi manera. O, mejor dicho, no era la manera de Madame X, pero tal vez es


como habla Isabel.

Cierra los ojos, los aprieta con fuerza, exhala un fuerte suspiro. —Isabel…

—No lo entiendo, Logan. Lo intento, pero no lo hago.

—Todo hasta ahora, ha sido increíble. Tú eres increíble. Eres un sueño. Eres
mucho más, en todos los sentidos, que cualquiera que haya conocido. Me agobias. —
Me toca el pómulo con el pulgar—. Siento que me estoy ahogando, a veces, como si
fuera un océano, y sólo estoy tratando de mantenerme a flote. Y... la cosa es... Quiero
ahogarme en ti. Me gusta cómo se siente. Perderme en ti. Me siento como Dios, es
difícil ponerlo en palabras. Como si no hubiera nada más, nadie más, como si el mundo
no existiera. Siento que en este momento podría estar contigo, hacerte el amor,
tocarte y hacerte sentir bien, y no habría nada más que nosotros para siempre. Podría
hundirme en ti, y desapareceríamos el uno en el otro. Sólo seríamos nosotros.

—Yo también, Logan. Me estoy ahogando. Me he ahogado. No puedo respirar


sin ti. Lo he intentado. No conozco nada más. Solo quiero esto. Te quiero a ti. Nos
quiero a nosotros. Por favor, Logan. —Mi voz tiembla cuando digo las últimas dos
palabras.

Sus ojos vacilan, pasan de mis ojos a mi boca, de vuelta a mis ojos. —Hay más
que sólo nosotros, Isabel. No puedo ignorar eso. Quiero hacerlo, pero no puedo. Hay
tantas cosas que han pasado antes de este momento, y ambos lo sabemos. Hay... tantas
cosas. —Respira, largas y profundas respiraciones, como si se ciñera a decir una
verdad desagradable—. Te deseo, Isabel.

—Me tienes a mí, Logan.

—Déjame decir esto, ¿vale? Primero, tienes que entender que no te estoy
rechazando. Te quiero a ti. Quiero esto. Nos quiero a nosotros. Y esto es honestamente
la cosa más difícil que he hecho. Decir que no, es más difícil que cualquier cosa que
haya tenido que hacer, y lo digo en serio. Veo que te duele, y lo odio más que nada.

Respiro. —Me dijiste que preferías una verdad desagradable a una mentira que
suena bien. Bueno, yo también, Logan. —Me siento, trayendo la sábana sobre mi
pecho y mirándolo—. Así que dame la verdad.

También se sienta. Pone la sábana sobre su regazo. El surco de sus cejas. Su


pelo está enredado, y su boca se aplana en una línea dura. —Si Caleb apareciera ahora
mismo, ¿qué le dirías?

Me caigo, mi aliento me abandona. Me quemo, y quiero llorar. —No lo sé. No


está aquí.

Deja que el silencio cuelgue por un momento. —Te has alejado de mí por él dos
veces, Isabel. No te lo reprocho. Creo que entiendo tu posición tan bien como
cualquiera puede hacerlo. Pero... hasta que no esté seguro de que no te alejarás de mí
por él una tercera o cuarta vez, yo... No puedo comprometerme hasta el final. Te
quiero. Pero no quiero compartirte.

—No me estás compartiendo, Logan. Y... —Me rompo, invoco la fuerza de la


ira—. Pero puedes hacer todas esas otras cosas conmigo, tocarme de una manera que
nadie nunca ha hecho, hacer cosas conmigo que nunca he hecho antes. ¿Pero no
puedes tener sexo conmigo?

Sólo me mira. Hay tristeza en sus ojos azules. —Sí, Isabel. Puedo hacerte venir
con mis dedos y mi boca. Puedo tocarte y besarte… Puedo hacer todas esas cosas. Y si
te alejas de mí, sobreviviré. Tendré esos recuerdos, para bien o para mal; nunca
olvidaré este tiempo contigo, pase lo que pase después. —Se detiene a pensar—. Si
fueras una chica con la que paso el tiempo, no estaríamos teniendo esta conversación.
Pero tú... significas algo para mí, Isabel. Si se tratara sólo de atracción sexual, estaría
dentro de ti ahora mismo. Lo deseo tanto que puedo saborearlo. Puedo sentirnos,
Isabel. Pero sé sin lugar a dudas que, si tenemos sexo, no será sólo tener sexo. Cuando
lo hagamos, significará... todo. Para los dos. Y cuando lo hagamos, sé que no podré
dejarte, y no podré dejar que te vayas, y no sobreviviré si te alejas de mí.

—No me iré.

Sus ojos brillan. —No puedes decir eso. Tú y Caleb tienen asuntos pendientes.
Tú lo sabes, yo lo sé, y él lo sabe. Y no puedes prometerme que, si te vuelves a
encontrar con él, me elegirás a mí en vez de a él.

—Logan —digo, pero me detengo porque me estoy ahogando—. Maldición,


Logan.

—Di que me equivoco, Isabel —Me toca la barbilla y tengo que mirarlo. Su
mirada añil es la cosa más torturada que he visto nunca. Le creo cuando dice que esto
es lo más difícil que ha hecho. Veo el dolor en sus ojos—. El sexo significa algo, cariño.
Lo es. La gente finge que no es así. La gente finge que puede follar con mil personas
diferentes y que nada de eso significa nada, que sólo es hacer lo que se siente bien.
Pero si encuentras a esa persona que resuena con la música de tu alma, cuando
encuentras a esa persona cuya sola presencia ocupa todos los espacios de tu corazón y
hace que tu alma cante, hace que tu cuerpo se sienta más vivo y hermoso y amado de
lo que nunca has sentido, te das cuenta de que el sexo sí significa algo. Soy culpable de
abaratarlo, como todos los demás. Pero sé que no es así. Si el sexo no tuviera sentido,
si sólo fueran hormonas, fluidos, feromonas y unos pocos minutos de placer, no haría
daño cuando nos engañan. Pero sí que duele, porque significa algo. Cuando Leanne me
engañó, se rompió algo dentro de mí. Lo intenté con Billie, pero cuanto más tiempo
pasaba, más me daba cuenta de que estaba aislado, y que nunca había invertido en
ella, o en ninguna idea de un nosotros entre ella y yo. Fue sexo casual, sólo con una
persona durante un largo período de tiempo. Pero seguía siendo vacío y sin sentido, y
no llenaba nada dentro de mí, no resonaba. Pensé que Leanne y yo resonábamos, y ella
me demostró que estaba equivocado.

—Resonamos, Logan. —Mi voz se quiebra al final.

—Sé que lo hacemos. Tan poderosamente, que hace una broma de lo que creí
sentir con Leanne. Pero ahora conozco el poder de eso. Sé lo mal que me puede
destrozar cuando... si sale mal.

—Así que no confías en mí.

—Isabel, no es tan simple. Esta no es una situación normal.

—Ni siquiera sé qué decir —Estoy herida. Estoy enfadada. Y también soy muy
consciente de cuánta razón tiene. Y eso me hace sentir más enfadada—. Necesito un
minuto.

Me deslizo de la cama, consciente de que estoy desnuda y él está desnudo, y


siento los fantasmas de su toque en mi piel. No puedo evitar mirarlo mientras
encuentro la camisa que me dejó. Sigue estando duro, grueso, rígido, dolorosamente
erecto, el contorno de su eje visible contra la sábana. En lugar de alcanzarlo como
tanto me gustaría hacer, tiro de la camisa. Casi me quejo por el deslizamiento de la
suave tela sobre mi piel, del olor de Logan en el algodón.

—No me voy —le digo—. Voy a ir a tu patio trasero. Yo sólo... Necesito tiempo.

—Lo que necesites.

—Te necesito, Logan —digo, antes de tener la oportunidad de pensarlo mejor.

Apoya su cabeza contra la cabecera. —Jesús, Isabel. —Una sonrisa—. Te ves


bien en mi camisa.

—¿Qué?

Sacude la cabeza. —Nada. Es sólo una línea de una canción country.

Sus ojos se posan sobre mí. Mis pezones están duros, pinchando la tela. El
dobladillo llega a la mitad del muslo, y cuando me alcanzo para cepillarme el pelo de
los ojos y tirar de él en una cola de caballo, el borde sube y desnuda mi núcleo.

—Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida, Isabel.


Me atrapa su mirada. Enrollado. Se acerca más. Me encuentro de nuevo en la
cama con él, de alguna manera, y la camisa se ha ido, abandonada. Tirando de la
sábana. Alcanzándolo. —Déjame ayudarte, Logan. Quiero hacerte sentir bien.

Se resiste, agarrándome la muñeca para detenerme. —Se calmará con el


tiempo, Isabel.

Estoy mareada por la necesidad. —Logan... me has hecho sentir tan bien.
Déjame tocarte.

—Soy débil, Isabel. Te quiero, y estoy tratando de hacer lo que es correcto para
los dos.

—Entonces no deberíamos haber empezado esto. Porque ahora te he sentido, y


quiero más. —Lo froto con mi pulgar, y su agarre en mi muñeca se aprieta.

Suspira con fuerza. —Joder, Isabel. ¡Joder! Te deseo tanto, maldita sea.

—Te deseo tanto como a ti, Logan. Más. No puedo respirar por eso. —Me
acerco a él, toco su mandíbula con mis labios.

Sé lo que dijo, y una parte distante de mí sabe que tiene razón, pero así,
besando su piel, su erección en mi mano, todo lo que sé es el deseo.

Su agarre en mi muñeca se afloja, y lo acaricio. Lentas caricias de su longitud.

Y entonces, más rápido que un golpe de serpiente, estoy de espaldas y él se


apalanca sobre mí, su aliento en mis labios es cálido. Su cuerpo es duro y pesado. Su
erección es insistente, y mi corazón martillea como un tambor.

Lo toco, y entre los dos, agarro su grosor y lo envuelvo con suaves y rápidos
golpes de mis dedos, de la raíz a la punta. Levanto mis caderas. Las suyas permanecen
duras, inmóviles.

Su frente toca la mía. —No, Isabel. No hasta que seas mía, y sólo mía.

Entonces me quedo seca, aspirando un aliento y luchando contra las lágrimas.


—Soy tuya, Logan. Eso es todo lo que quiero ser, ser tuya.

—Pero no lo eres. Todavía no. No totalmente.


Todavía lo estoy tocando. Metido en el círculo de mis dedos, sus abdominales
se tensan y sus nalgas se flexionan. Tomo la burbuja redonda y dura de su nalga y me
deleito con su sensación, incluso cuando me duele el alma y se me parte el corazón.

Pero no puedo dejar de tocarlo.

Y él tampoco puede parar. Su boca desciende, sus labios tocan mi pezón y yo


tiro de sus nalgas.

—Isabel.

Llevo su cara a la mía y toco mis labios con los suyos. —Ssshhh. Sólo esto,
Logan. Dame esto, al menos.

Su respiración es irregular, y el movimiento de sus caderas vacilante. Ayudo


empujando mi puño hasta su raíz y luego de vuelta, y luego comenzamos a movernos
en sincronía, él empujando en mi mano mientras le acaricio. Su frente toca mi hombro,
sus labios mi esternón. Gime.

El tiempo se desvanece, deja de existir, y sé que no puedo presionarlo para más


que esto. Sería tomar algo que no está listo para dar. Y hay una duda muy dentro de
mí, una pequeña semilla que se pregunta si tiene razón. Que todavía soy débil y
vulnerable y adicta a algo tóxico.

Alguien tóxico.

Pero necesito esto, al menos. Esta pretensión, esta imitación. Este juego de
fingir, en el que él está encima de mí y se mueve como yo quiero que se mueva, y
puedo sentirlo, puedo acariciar su columna vertebral y enterrar mis dedos en su pelo
y agarrar el montículo flexible de músculo que es su culo. Puedo sentir que se mueve,
oigo su respiración cambiar para estar aún más desesperado y puedo sentir que se
espesa entre el anillo de mis dedos.

—Isabel... mierda...

—Logan, déjalo ir. Déjame tenerlo. Déjame sentirlo. Déjame sentirte. Quiero
tanto de ti como pueda conseguir. Incluso esto.

Gime y se queda quieto, tenso y tirante como una cuerda de piano. Tomo el
control, hundiendo mi puño alrededor de él duro y lento, de la raíz a la punta, y sus
caderas se flexionan. Observo entre nuestros cuerpos el momento en que se suelta.
Salpica su semilla caliente en mi vientre, gimiendo, y lo veo suceder, lo veo
desatarse y veo el semen salir de su polla y ver que raja de blanco a través de mi piel
oscura. Lo acaricio rápido y se viene y se viene, y lo observo, sin perder un solo
segundo. Su frente está presionando fuertemente contra mi hombro, y sus brazos son
barras duras junto a mi cara, y me retuerzo para besar uno de sus bíceps. El otro. Y
luego acaricio su pómulo con mis labios, y él presiona su boca contra la mía,

Y me besa…

Y me besa…

Y me besa.

Estoy perdida en esto. Lloro. Su llegada es una piscina de mal gusto en mi


vientre, y su polla aún está dura en mi mano. No renunciaría a este recuerdo por nada,
aunque fuera una pálida imitación de lo que realmente quiero.

—Isabel.

Sacudo la cabeza. —Mmm-mmm. No —Beso sus labios. Saboreo su aliento, y


siento sus emociones como una ola—. Tienes razón. Lo odio, pero tienes razón. No sé
qué diría. Quiero decir que quiero prometer que te elegiría a ti. Te elijo a ti. Te quiero
a ti. Sólo a ti. Sólo siempre a ti. Pero él me confunde y sé que hay más entre Caleb y yo
de lo que no puedo apartarme. Necesito respuestas de él. Y quiero mucho más que
esto, pero tienes razón.

Se baja de mí, se acuesta de espaldas, jadeando, con el pecho levantado, un


antebrazo sobre los ojos, una rodilla doblada, un pie plantado en el colchón. Lo miro
fijamente, devorando su belleza. Trazo los contornos de sus músculos con mi mirada,
escogiendo diseños individuales del revoltijo de sus tatuajes, la caída de su pelo, la
tensión y el conflicto en sus rasgos.

—Quería mucho más para ti que esto —dice, sin mirarme—. Te mereces... todo.
Mejor que... esto.

—No, Logan. Esto fue perfecto.

—No debería haber dejado que esto empezara.

—Si me dices que te arrepientes de esto, Logan, me enfadaré mucho. —No me


molesto en cubrirme, no me molesto con la camisa, no me molesto en sentarme o
incluso en limpiar la pegajosa piscina de su veneno en mi vientre. Lo quiero ahí. Me
gusta sentirlo ahí, la evidencia de su deseo por mí visible mientras se seca en mi piel.

Él me mira, y aún ahora sus ojos vagan por mi cuerpo, mis pechos, la sombra
entre mis muslos. Luego su mirada se dirige a la mía. —No me arrepiento. Sólo quería
más para nosotros.

—Yo también —digo—. Yo también.

—¿Entonces por qué se siente como un adiós? —Finalmente se sienta, con los
antebrazos apoyados en sus rodillas, con los dedos enganchados.

Así es, ¿no es así? La realización hace que me duela el pecho. —¿Por qué nunca
pasamos más de unas horas juntos, Logan?

—No lo sé. Ojalá lo supiera. Ojalá supiera cómo... cómo arreglar esto. Tú. Yo.
Nosotros. Todo. Pero no puedo —Gira, y sus rodillas rozan mi cadera y mi muslo. Me
quedo como estoy, mirándolo, bebiéndolo. Memorizando sus rasgos, este momento,
este sentimiento—. Has llegado tan lejos de la mujer rota y misteriosa que conocí en
esa estúpida subasta. Pero aún tienes un largo camino por recorrer. No puedo hacer el
viaje por ti. No puedo tomar las decisiones por ti. No puedo enfrentarme a Caleb por ti.
No puedo liberarte de él. Él te dejó ir, Isabel. Pero no te liberó. No lo hará. No es ese
tipo de hombre. Simplemente no lo es. Tienes que liberarte a ti misma, y no puedo
ayudarte con eso. Te quiero, pero también sé que todo lo que pueda haber entre
nosotros sólo puede funcionar si eres fuerte e independiente y completamente tu
propia persona.

—Y no lo soy, ¿verdad? —Arranco mi mirada de la suya—. Todavía no.

Un silencio cuelga. Es un silencio extraño, lleno de miles de cosas no dichas.


Palabras, suspiros. Gemidos. Fantasmas del amor que deberíamos estar haciendo
ahora mismo, pero no lo son. Porque Caleb todavía tiene garras en mi mente.

—¿Logan?

Me mira. —¿Hmm?

—Dime lo que sabes sobre Caleb. Dime lo que pasó entre ustedes.

Él mira hacia otro lado, por la ventana. El gris tiñe el cielo. El agotamiento se
arrastra por los bordes de mi mente.
Pasan los momentos y empiezo a preguntarme si no me va a contestar. Pero
entonces habla. —Yo estaba cambiando casas, todavía. Haciendo una matanza en ellas,
también. Tenía buen gusto, y un ojo para las casas que se remodelaban bien y las que
no. Estaba llegando al punto en el que empecé a contratar a gente para hacer el
trabajo de construcción, y sólo escogía las casas, las compraba y vendía las que se
remodelaban. Y luego me arriesgué con una enorme mansión que había sido
embargada. Estaba en las afueras de Chicago, en esta comunidad cerrada. Unos seis o
siete acres. Era un maldito desastre. Había sido propiedad del banco durante varios
años; nadie la quería. Era vieja, algunas tuberías habían reventado, y era simplemente
fea, ¿sabes? Ese tipo de decoración demasiado llamativa que los ricos creen que
necesitan para mostrar lo ricos que son. Alfombras de felpa burdeos, manijas de
puertas chapadas en oro, gruesas nogales oscuros por todas partes, demasiados
muebles y poco espacio en el suelo. Feo como la mierda, pero tenía unos huesos
preciosos. Era un proyecto enorme, por lo que nadie lo quería, ¿sabes? Realmente fue
un trabajo completo; todo el césped tendría que ser arrancado porque estaba todo
lleno de pasto cangrejo, todas las camas estaban cubiertas. La mayoría de las casas
tienen un punto dulce alrededor de doscientos o trescientos mil como precio máximo
de compra. Una vez que se llega a un nivel más alto que eso, se entra en un nuevo nivel
de cosas. Compras a cuatrocientos o quinientos, para obtener un buen retorno tienes
que empezar a ver un precio de venta cercano al millón, y ese nivel viene con sus
propias complicaciones. Bueno, esta propiedad era un gran riesgo. La conseguí por
cuatrocientos, porque estaban jodidamente desesperados por descargarla a cualquier
precio. Era una gran parte para mí, y sabía que me tocaba al menos la mitad de los
costos de Reno. Valía fácilmente el doble de lo que pagué por ella, basándose en los
precios de venta anteriores de esa propiedad y las compensaciones de la zona. Así que
fui a por ello. Destripé el lugar, arranqué cada palo del suelo, derribé cada pared no
portadora, las escaleras, los techos. Arranqué todo el paisaje. Quiero decir, que lo llevé
hasta los huesos. Esto fue seis meses después de que descubrí que Leanne me
engañaba con Marcus, el hombre que había sido una especie de mentor para mí, así
como mi socio. Me fui sin nada más que lo que había ahorrado y la devolución de la
casa que estaba terminando. Y este gran riesgo era el primer trabajo que hacía sin
Marcus. Estaba en una mala situación. Jodido emocionalmente, teniendo recuerdos de
la guerra, sin dormir. Me metí en un lío, de verdad. Mirando atrás, debería haberme
hecho más pequeño. Hice un par de propiedades del tipo con el que estaba
familiarizado. ¿Una mansión de diez mil pies cuadrados en seis acres, una que
necesitaba una completa reconstrucción? Fue una idiotez por mi parte.

Se frota la cara, cruza las piernas y se cubre el regazo con la sábana.


—Hasta el día de hoy no estoy seguro de cómo lo logré. Estuve bebiendo todo
el tiempo, como si todo el proyecto fuera una especie de neblina, porque estuve medio
perdido todo el tiempo. Era un maldito desastre. Pero de alguna manera, junté el
dinero para terminarlo, y pasé muchas noches en vela. El punto es que terminé la
vuelta en unos tres meses, lo que considerando el tamaño del trabajo es bastante
increíble. Aunque terminé por encima del presupuesto. Por mucho. Lo compré por
cuatro, gasté otros trescientos mil en costos de reno, la mayoría de los cuales fueron
para recablear y rehacer la cocina. Si haces bien la cocina, puedes vender casi
cualquier casa. Así que tuve un gasto de 750. La mayor compensación en el área era un
millón fijo, pero ese lugar tenía mil quinientos pies cuadrados menos que mi
propiedad, y estaba en la mitad de la superficie, y no estaba actualizado —Me mira—.
Mierda, te estoy aburriendo, ¿no? No te importa una mierda el giro. Versión corta de
verdad ahora. Vendí la casa por uno punto ocho. Hice una matanza. Pero estaba
quemado, para entonces. Ese trabajo me dejó frito... No quise tocar otra vuelta. Así
que, en lugar de hundir ese dinero en otra vuelta, tomé una dirección diferente. Uno
de los tipos que contraté para la voltereta tenía un tío que vendía su negocio de
fabricación de piezas de ordenador. Lo compré. Agilicé el negocio, despedí a un
montón de gente y recontraté a mejores, puse un gerente en el que confiaba, hice que
el lugar funcionara como un top. Empezó a producir beneficios en poco tiempo. Una de
las personas que contraté era la gerente de cuentas de ventas, y nos consiguió seis
nuevas cuentas que eran increíblemente lucrativas. Ese proceso me dio una pista
sobre una empresa de suministros informáticos que se estaba hundiendo, así que la
compré y, esencialmente, la cambié. Hice recortes, contraté a gente nueva, conseguí
nuevas cuentas. Utilicé mis instalaciones de suministro de piezas para construir las
computadoras más baratas, así que obtuve un mayor beneficio en cada venta. Y luego
un verdadero golpe de suerte para mí. Conocí a un tipo que era dueño de una cadena
entera de lotes de autos usados, un par de restaurantes y una gasolinera. El tipo tenía
cáncer terminal y vendía todo a un precio de ganga. Le compró un candado, un stock y
un barril. Era un gran hombre de negocios, así que sus cosas estaban en buen estado.
Vio un retorno de esa inversión en cuestión de meses.

Me mira. —En serio, nena, ten paciencia conmigo. Ya casi he llegado a las cosas
interesantes. Una vez que las compañías que compré estaban dando beneficios, las
vendí. No me interesaba el funcionamiento del negocio, sólo la compra, mejora y
venta. Sin embargo, mantuve la cadena de negocios de ese tipo. Algo así como fuera de
la posteridad o algo así. Murió unos meses después de que lo compré, pero sigo siendo
dueño de todos esos negocios. Bueno, de todos modos, seguí haciendo inversiones
cada vez más grandes. Comprando compañías más grandes para obtener mayores
ganancias cuando terminé vendiéndolas. Finalmente, el negocio me llevó a Nueva
York. Una empresa de investigación y desarrollo que trabaja en la tecnología del
futuro para teléfonos móviles y cosas así. Mejores pantallas táctiles, pantallas
holográficas, todo tipo de cosas que no veremos durante años, incluso ahora. El dueño
de esa compañía, justo después de que firmamos el trato, me apartó. Dijo que tenía
una buena pista para mí. No podía decirme mucho, pero era una oportunidad de
comprar una compañía con un verdadero potencial de ganancias. Millones, dijo.
Cientos de millones. Bueno, por supuesto que yo era escéptico. Si alguien dice una
mierda como esa, tienes que tirar algo de lado, ¿sabes? Como, ¿cuál es tu punto de
vista? Me puso en contacto con Caleb. La oportunidad de inversión era una
participación en una compañía de comercio de futuros. Acciones. Es difícil de explicar
si no estás en el negocio. El punto es que hay un montón de dinero en los futuros, si lo
haces bien. Parece que Caleb lo hace bien. Esto era nuevo, para mí. Yo todavía era un
constructor, esencialmente. Construía negocios en lugar de edificios. Acciones,
futuros, índices de mercado... Todo era nuevo.

Una larga pausa ahora. Un suspiro. —Estaba muy metido con Caleb antes de
darme cuenta de que estaba manipulando cosas, información privilegiada, espionaje
corporativo. Todo tipo de mierdas sucias. Me cabreó. Me enfrenté a él.

Está tranquilo durante un par de minutos, mirando al espacio.

—Es un bastardo astuto y manipulador. Me habló de ello. No fue difícil,


supongo. Quiero decir, estaba haciendo un dinero serio. Más de lo que había ganado
en mi vida por un factor de al menos diez. No era estúpido, estaba desparramando las
cuentas por todos lados. Escondiendo algunas en refugios fiscales, cuentas en el
extranjero, todo ese jazz. Nada ilegal, sólo esparciendo el dinero para que no estuviera
todo en una sola cuenta. Pero me tenía agarrado de las pelotas, ¿sabes? Me tenía
muerto de miedo. Yo estaba en esto, estaba tan enganchado como él si algo pasaba.
Sólo tienes que ir con él, dijo. Es sólo temporal. Estaba acumulando capital para una
gran compra, una fusión que nos daría a ambos billones, billones con una gran B. Así
que le seguí la corriente. Obviamente, en retrospectiva, tenía veintidós años. Un
principio básico de la vida para ti, Isabel: Si algo parece demasiado bueno para ser
verdad, probablemente lo sea. En este caso, la gran compra fue todo un montaje.
Trabajaba el doble de duro que yo entre bastidores, haciendo una carrera final en mí.
Este es un mundo complejo en el que vivimos, y la escena de los grandes negocios aquí
en Manhattan... Es un mundo pequeño. No diriges el tipo de juego que dirigía Caleb sin
llamar la atención. Se estaba haciendo demasiado grande demasiado rápido, ganando
demasiado dinero con demasiada facilidad. La gente sospechaba. Pero era su mundo,
su juego, y yo era nuevo en todo eso. Lo que tienes que entender es que estoy pasando
por alto los detalles porque el verdadero meollo de cómo Caleb me tendió una trampa
es la aburrida mierda de los negocios. No es una narración emocionante. Estaba
llevando a cabo un plan que cubría toda la gama de delitos de cuello blanco:
malversación, lavado de dinero, uso de información privilegiada, espionaje
corporativo. Es inteligente y cuidadoso. Muy poco, si es que algo, puede ser rastreado
directamente hasta él. No era inocente, claro está. Sabía que era parte de algo sucio.
No te voy a mentir sobre eso. Pero tampoco era parte del gran alcance de las cosas; era
sólo una pieza, un jugador menor. Era bueno en la organización, contratando a la
gente adecuada para el trabajo adecuado, llevando la cuenta de lo que iba a dónde y
quién hacía qué. Caleb era el que llevaba los grandes números, ¿sabes? Pero lo tenía
todo preparado para que hubiera capas y capas entre el trabajo sucio real y él. La
Comisión de Valores y Bolsa recibió un chivatazo, probablemente. No lo sé. Vinieron
olfateando, y todo se fue a la mierda. Mucha gente cayó. Su montaje era elaborado,
mucha gente involucrada, y todos ellos sabían en un grado u otro lo que estaba
pasando, que era una operación sucia. Creo que hubo como una docena de personas
que fueron arrestadas por una gran variedad de crímenes de cuello blanco, incluyendo
a su servidor.

Un silencio, y luego un movimiento de su mano. —Fui un idiota, y pagué el


precio. No hay nadie a quien culpar sino a mí mismo. Así que canté como un canario
sobre todo lo que sabía, excepto Caleb. No lo estaba protegiendo, claro está. Pero
contando historias sobre un fantasma es como te conviertes en uno tú mismo. Les dije
todo lo que sabía a cambio de una reducción de la condena y un traslado a una prisión
de cuello blanco. Me dieron diez años, cumplí cinco.

—¿Y la única razón por la que cumpliste condena es porque Caleb no te


advirtió?

—No fue que no me advirtiera, sino que se aseguró de que me dejaran al


descubierto para que me encontraran. Ese fue siempre el plan. Siempre hay alguien
como cebo. Me tendió una trampa, y pasé cinco años en una prisión federal por ello.

—Lo que no entiendo es por qué te involucraste en esto en primer lugar.


Quiero decir, si sabías que era ilegal, ¿por qué lo hiciste?

Logan no responde por unos momentos. —No creciste como yo.

Arqueo una ceja cuando lo veo. —No sé cómo crecí.

Exhala fuerte.

—Mierda, lo siento. Tienes razón. Pero lo que quiero decir es que crecí pobre
como la tierra. Faltar a la escuela, fumar marihuana, correr en una pandilla. Vi tipos
con sobredosis, vi a mi mejor amigo morir delante de mí por culpa de las drogas. Así
que, ese tipo de crímenes, tienen víctimas, para mí. Veo los efectos. Son inmediatos. Si
vendes coca, eso significa que alguien está enganchado a la coca. Y si alguna vez has
visto a un cocainómano de verdad, no es bonito. Así que nunca haría esa mierda.
Nunca vendería drogas. Pero remodelar casas, eso fue un trabajo honesto y duro.
Ganaba dinero decente, y nadie me disparaba, no iba a pisar o conducir un artefacto
explosivo improvisado, o a disparar un cohete a mi helicóptero. Pero no era, como,
lucrativo. Estaba ganando buen dinero, pero todo volvió a la siguiente vuelta. Así que
cuando hice esa gran venta y estaba realmente lleno de dinero real, quería salir. Tenía
esa propina en una instalación de repuestos, y olí el dinero, ¿sabes? Siempre hay
dinero en la tecnología. Siempre. Sólo tienes que descubrirlo y averiguar cómo
venderlo. Bueno, hice el trato con Caleb escéptico, pero al principio parecía legítimo. Y
era mucho dinero. La idea de un gran pago, como dos o tres comas y un montón de
ceros en tu cuenta... Para una rata de barrio y un ex-gruñón como yo, era una
oportunidad que no podía dejar pasar. Y me hizo trabajar gradualmente, como cuando
se cocinan las ranas, ¿sabes? Las metes en el agua, la mantienes caliente, y
gradualmente subes la temperatura hasta que se cocinan, y nunca se dan cuenta. Caleb
hizo eso conmigo. Me enganchó, poco a poco.

—¿Qué tan bien lo conociste en realidad? —pregunto.

Un encogimiento de hombros. —No muy bien. Siempre fue una especie de


misterio. Raramente lo veías en persona, normalmente sólo hablabas con él por
teléfono, o recibías un e-mail suyo. Entonces, ¿lo conocía personalmente? No. Me
encontré con él tal vez tres veces, y cada una de esas veces fue por unos veinte
minutos, máximo. Él era... genial y distante —Hace una pausa, toma un respiro y
continúa—. Así que así es como me involucré en un negocio corrupto, y fui a la cárcel
por ello.

—Y culpas a Caleb por eso.

Él mueve la cabeza. —Sí y no. Sabía que lo que hacía estaba mal después de
cierto punto, pero para entonces estaba ganando tanto dinero que no podía volver a
salir. Una vez que estás despejando un millón aquí, un millón allá, es difícil de parar.
Así que, en ese sentido, no, no culpo a Caleb. No puedo. Todo fue cosa mía. Pero sí lo
culpo por tenderme una trampa, dejando que yo, y las otras doce personas que fueron
a la cárcel, asumieran la culpa por él. Pero de nuevo, fuimos los idiotas que dejamos
que nos tomaran, así que ¿podemos culpar a alguien más que a nosotros mismos por
eso, al final?
—Entiendo tu punto. Es una manera muy madura de verlo, debo decir.

Un resoplido de risa. —Tuve cinco años para pensar en ello. Al principio, sí,
obviamente le eché toda la culpa a Caleb. Pasé horas soñando con la forma de
vengarme de él cuando saliera. Pero a medida que pasaba el tiempo y empecé a
pensar en ello, llegué a las conclusiones que acabo de compartir contigo. Sí, es
culpable, y le hago responsable de ir a la cárcel. Pero la verdadera culpa recae sobre
mis hombros. Tanto por hacer negocios sucios como por ser un idiota al respecto. No
me malinterpretes, todavía estoy enojado con él, y lo estaba aún más cuando salí. Fui a
buscarlo, planeando exigir algún tipo de venganza, supongo.

—¿Cómo lo encontraste?

—No fue fácil. No está exactamente en la guía telefónica. Ni tampoco ninguna


de las compañías con las que está legalmente asociado en su nombre. Además, no
podía quedarme sentado y cazarlo. Tenía que empezar de nuevo. Cuando empecé a
trabajar para él, me aseguré de tener dinero escondido por todas partes que no podía
ser fácilmente rastreado hasta mí. Así que cuando salí, tenía el capital inicial. Comencé
de nuevo. Comencé de a poco. Me aseguré de que mi historial se enterrara lo más
profundo posible, me aseguré de mantenerme al margen, compré empresas a través
de corporaciones ficticias y las convertí, una por una, en pequeñas, acumulando
capital. Y todo el tiempo estuve buscando a Caleb, en el lado, más o menos.
Eventualmente empecé a escuchar pequeños rumores. La mayoría sobre una especie
de servicio de acompañantes para los súper ricos. Pero no un servicio de
acompañantes, sino una especie de programa de búsqueda de pareja. Nada ilegal en la
superficie. No estabas comprando una cerilla, estabas pagando por un servicio. Y ese
servicio podía ser una cita para un evento, un acompañante a largo plazo, o si ibas en
serio, una novia potencial. Era salvajemente, prohibitivamente caro, súper secreto,
súper exclusivo. La primera regla del Club de la Pelea es que no se habla del Club de la
Pelea —Me mira—. Esa es otra referencia de película que pasó directamente sobre tu
cabeza. Lo que sea. El trasfondo de todo esto es que estabas comprando a las chicas a
todos los efectos. No directamente, y no eran trabajadoras sexuales. No podías iniciar
el sexo durante los eventos contratados, ese tipo de cosas. Era el tipo de cosas de las
que no hablabas, así que era difícil averiguar mucho porque nadie hablaba de ello —
Me mira de forma especulativa—. Y luego, a medida que me acercaba al servicio real,
al verdadero Anillo Índigo, comencé a oír hablar de otra capa, un servicio aún más
exclusivo que era aún más secreto. Tú.

—¿El Anillo Índigo?


—Así es como se llama. El Anillo Índigo, A mayúscula, I mayúscula. No es así
como lo llama, no lo creo, pero es el nombre que le dan las personas que podrían
llegar a hablar de ello. Localicé a un tipo que se había casado con una de las chicas de
Caleb. Era un multimillonario de cuarenta y cinco años, no estaba muy seguro de cómo
hizo su fortuna. Era torpe, solitario y difícil, uno de esos que trabajan toda la noche y
todo el día durante una semana. Su esposa tenía veintinueve años, hermosa,
voluptuosa, inteligente, un verdadero encanto. Pero, aparentemente, también era una
ex-drogadicta y ex-trabajadora sexual; esto es lo que ella misma me dijo. Terminó en
el programa de Caleb de alguna manera, se limpió, se abrió camino en el programa. No
sé cómo conoció a Caleb, y no me respondió directamente sobre lo que quería decir
con 'programa' —Se encoge de hombros—. Parecía estar agradecida por Caleb, y
también parecía querer mucho a Brian, su marido. Él la ayudó a conseguir un título
universitario de algún tipo. Aparentemente era bastante inteligente, pero la forma en
que había crecido le impidió perseguir cualquier interés académico. Una vez que pasó
por el misterioso programa de Caleb y dejó las drogas, pudo obtener un GED y
explorar lo que le interesaba. Y Brian es un geek de la informática, desarrolló un
programa de software o algo así, realmente no lo recuerdo. Pero la envió a la escuela y
obtuvo un título. No recuerdo qué, ¿economía, política, o trabajo social, tal vez? Algo
así. Era algo genial, para ser honesto. Quiero decir, eran dos personas totalmente
diferentes de orígenes muy diferentes. Él era pan blanco, de una familia acomodada de
clase media-alta de los suburbios, creció en Connecticut, y ella era una chica latina de
Queens que había pasado la mayor parte de su juventud enganchada a las drogas y a
las trampas. Pero se conocieron a través de Caleb y, por lo que pude ver, se
enamoraron legítimamente. Fue raro.

Pienso en Rachel. —Conozco a una de las chicas del programa ahora mismo.
Cuando me escapé de Caleb la primera vez, me escondí en su apartamento. Las chicas
del programa viven en la torre, secuestradas en estos apartamentos. Son todas como
esa chica, la latina que se casó con el rico informático. Drogadictas y prostitutas
viviendo vidas sin salida, y Caleb las encuentra y las pone en su programa. Es
básicamente dejar las drogas, educarse, aprender a funcionar en una sociedad normal,
cómo ser una buena acompañante, básicamente. Un acompañante, una novia.

—¿Así que realmente no son prostitutas?

Sacudo la cabeza. —Según Rachel, no. Si hay sexo, siempre es su elección. Por
supuesto que eso se espera si se convierten en una novia, o en una compañera a largo
plazo, pero no es parte del contrato, explícitamente. No se permite al cliente proponer
a las chicas, y no hay dinero que se intercambie directamente entre el cliente y las
chicas. El cliente paga a Servicios Índigo, que toma su parte, y luego paga a las chicas.
—Así que básicamente son contratistas.

—Supongo que sí. —Hay mucho más en esto, tantas capas, y no sé cómo
ponerlo todo en palabras.

—¿Qué es lo que no estás diciendo? —pregunta.

Me encojo de hombros. Trato de respirar. —Las chicas. La cosa del sexo. Hay
algo más. Caleb… las entrena. Sexualmente. Así que cuando se convierten en
compañeras y novias a largo plazo, saben cómo complacer. Cómo ser buenas en el tipo
de sexo que les gusta a los hombres.

Logan me parpadea. —Jesús. ¿Por “entrenamiento”, supongo que quieres decir


que se las folla a todas y lo llama así?

—Hay lecciones reales. Informes y evaluaciones semanales. Técnicas.

—Así que a los clientes no se les permite follar con las chicas, porque son de
Caleb. —Esto está redactado como una pregunta, pero dicho como la más amarga de
las declaraciones.

—Me escondí debajo de la cama de Rachel durante una evaluación —susurro.

—Significa que... ¿descubriste todo esto por accidente? ¿Oíste a Caleb teniendo
sexo con otra chica? —pregunta.

Asiento. —Bien —Trago con fuerza—. Una vez visité a Rachel, porque éramos
una especie de amigas, y necesitaba a alguien que no fuera Caleb para hablar.
Apareció, y me pilló mirando. Escuchando. Así que él... me obligó a mirar mientras
terminaba. Con Rachel.

—Isabel. Dios —Logan se limpia la cara con ambas manos—. Esto está jodido
en muchos niveles.

—Más tarde le admití que estaba confundida por la diferencia en la forma en


que trató a Rachel versus la forma en que me trató a mí. Hizo cosas con y para Rachel
que nunca hizo conmigo. Y no estaba diciendo que quería esas cosas, sólo que estaba
confundida. Le decía cosas a ella, hacía cosas con ella sexualmente que... —Me he
desviado, empiezo de nuevo—. Así que la siguiente vez que lo vi, hizo... lo que le dije.
Que fue el tipo de cosa que oí y vi que hizo con Rachel.
No puedo poner en palabras la confusión. La ira. El hecho de que una parte de
mí le gustaba lo que me hacían. Esa parte de mí anhela esos momentos de debilidad
indefensa, esos momentos de pertenencia, de ser poseída, dominada, subyugada. Odio
esa parte de mí, y no puedo decir la verdad.

Pero Logan, oh... él ve. Sus ojos, cristalinos e índigos me perforan como bisturís
que rebanan el tejido. Abriéndome y revelando mis secretos para que los vea.

—Isabel —Su voz tiene esa nota de calidez. Esa capa de comprensión—. No hay
nada que puedas decir, nada que puedas hacer, ninguna verdad que pueda cambiar
mis sentimientos por ti. ¿Lo sabes?

No puedo moverme, respirar o sentir, y mucho menos hablar. Trato de asentir,


trato de parecer que le estoy dando una afirmación. Pero termina siendo un susurro y
un bamboleo de mi cabeza. Mis ojos están apretados y mi cabeza agachada, y me estoy
agarrando a mí misma, con los brazos envueltos en mi medio.

—Miraste, y tenías curiosidad —Su voz es un murmullo en mi oído—. Lo viste


hacerle cosas a esa otra chica que no hizo contigo, y te dio curiosidad.

Asiento. Le debo la verdad, incluso la vergonzosa, repugnante y mortificante


verdad.

Logan sigue desvelando los secretos que no puedo decir. —Tú no... querías esas
cosas. Pero tenías curiosidad. Y Caleb es un hijo de puta perceptivo. Puede leer a la
gente tan fácilmente como tú lees libros. Así que él vio eso. Vio tu curiosidad. Y es un
bastardo manipulador, así que lo usó en tu contra. Usó tu curiosidad como excusa para
forzarte a hacer esas cosas y hacerte sentir como si te lo hubieras buscado. Que tal vez
sí lo querías y no sabías cómo decirlo. Como que tal vez eras tú todo el tiempo, y no él.

Me estoy ahogando. El oxígeno no llega a mi cerebro. Los pensamientos son


como polillas revoloteando en círculos kamikazes alrededor de una bombilla ardiente.
¿Cómo lo sabe? ¿Cómo es que estos hombres ven tan claramente dentro de mí? ¿Mis
pensamientos, deseos y emociones aparecen en mi frente en forma visible?

Me alejo. Logan está a mi espalda, la mano en mi hombro, la boca en mi oreja.


—Hey. Háblame, Is.

—¿Y decir qué? —Hablo hacia el aire delante de mí en lugar de enfrentarme a


Logan—. ¿Que tienes razón? Bien. Tienes razón. Y él también la tenía. Yo... tenía
curiosidad. Y una parte de mí lo quería. Sólo que... no de la manera en que él lo hizo.
No quería la humillación. Con ella, parecía que era mutuo. Tal vez le estaba enseñando,
pero había una doble dirección en la forma en que interactuaban, sexualmente. Y...
Dios, esto es tan difícil de decir en voz alta, especialmente a ti. Pero con Caleb y
conmigo, siempre ha parecido... una sola dirección. Él haciendo lo que quería conmigo,
y yo permitiéndolo. Quería eso, no sé cómo decirlo. Quería esa sensación de ser un
participante activo y no sólo un… un receptáculo para sus necesidades. Y todo lo que
obtuve por mi curiosidad fue ser usada de otra manera.

—¿Qué sentiste con nosotros? Tú y yo, justo ahora.

—Hay un nosotros. Siempre lo ha habido. Siempre he sentido contigo que me


ves. Tú... ambos me observan, y me ven. El énfasis en ambas palabras es importante.
Te importa lo que yo quiero. Te importa quién soy.

—Caleb no lo hace.

Tengo que dejar que un silencio cuelgue hasta que pueda forzar las palabras. —
No sé si eso es cierto. Creo que sólo le importa que yo sea la versión de mí que él
quiere que sea. La versión que él creó, más que la versión en la que me estoy
convirtiendo.

Los labios tocan mi columna entre mis omóplatos. —Y me preocupo por ti, por
quién fuiste y quién eres y en quién te estás convirtiendo. Todos esos.

—Lo sé.

Su mano me tira del brazo y me pongo de espaldas. Se apalanca sobre mí,


mirándome con ojos demasiado brillantes. Ojos conocedores. Una mirada llena de
comprensión y compasión y de dolor y amor. Sí, amor. Lo veo ahí, aunque ninguno de
los dos hablará de ello abiertamente. —Pero a pesar de todo, aún hay algo entre tú y
Caleb, algo que no puedes negar y que no puedes ignorar. Y no puedo tenerte hasta
que lo hayas visto todo.

—Odio cuánta razón tienes la mayor parte del tiempo —digo.

—Yo también —dice.

—No sé qué es lo que hay entre Caleb y yo. Ojalá lo supiera, para poder acabar
con ello.
—Yo también —dice otra vez—. Pero hasta que no haya un final entre tú y
Caleb, no puede haber un principio entre tú y yo.

El silencio que se produce entre nosotros está lleno de dolor. Esto duele. Peor
que cualquier cosa que haya sentido nunca, esto duele. Mi garganta se cierra, y mis
ojos me pican. Es difícil respirar por el peso del dolor en mi pecho. Por el peso del
adiós que se balancea como un péndulo de mil libras entre nosotros.

No tengo nada más que decir. No hay más palabras. Dejo la cama de Logan y su
habitación, y me doy una ducha. Me tomo mi tiempo, frotando cada centímetro de mi
cuerpo cuidadosamente. No quiero hacerlo. Incluso ahora, quiero su olor en mí.
Quiero que me marque por fuera como me ha marcado por dentro.

Mi vestido ha sido colocado cuidadosamente en la cama, junto con mi ropa


interior, y mis zapatos están en el suelo cerca de ellos. Logan no está en ninguna parte.
Me visto con cuidado, suavizando las peores arrugas del vestido lo mejor que puedo.
Mi pelo sigue húmedo, porque Logan no tiene secador de pelo, y mi pelo es grueso. Lo
trenzo y me ato la punta. Me pongo los zapatos.

Y aún así, cuando me miro en el espejo de suelo a techo del armario de Logan,
sólo veo a Isabel. A pesar de la ropa familiar, no veo a Madame X. Me veo a mí. Veo a
una persona. Una mujer que se convierte en su propio individuo. Inhalo
profundamente, paso mis manos por la curva de la campana de mis caderas, exhalo, y
voy en busca de Logan.

Lo encuentro en su patio trasero, paseando en círculos nerviosos, fumando un


cigarrillo, bebiendo una cerveza. Cacao yace en el suelo cerca de la puerta, con la
barbilla en sus patas, mirándolo, la gruesa cola marrón golpeando las lajas.

Se detiene, y sus ojos se posan sobre mí. —Eres tan hermosa, Isabel.

—Ya me has visto con este vestido, Logan —señalo.

Se encoge de hombros. —No te hace menos hermosa que la primera vez que te
vi en él.

Intento otra respiración, pero mis pulmones no parecen querer inflarse del
todo. —Debería irme.

Una larga inhalación del cigarrillo, causando que la punta anaranjada se


ilumine. —Lo sé —El humo sale de sus fosas nasales—. Te llevaré.
El viaje de regreso a través de la luz rosada y dorada del amanecer es
silencioso. La radio está apagada. Logan no habla, y yo tampoco.

Se para directamente frente a la torre de Caleb. Finalmente, me mira. —Sabes


cómo encontrarme. Esperaré, Isabel.

—¿Por cuánto tiempo? —pregunto, queriendo apartar la mirada de su índigo y


encontrándome incapaz de hacerlo.

—Hasta que me digas que deje de esperar.


10
Me paro sola en el medio del lobby de la torre. El mostrador de recepción está
lleno de personal: dos hombres blancos mayores, una joven morena llamativa con el
cuero cabelludo afeitado y un hombre hispano de edad indeterminada, lo que significa
probablemente unos treinta años. Todos me miran, se fijan en mí, y luego regresan a
su trabajo, pero la mujer negra hace una llamada telefónica muy breve. Lo que
significa que saben quién soy y han alertado a Len, muy probablemente.

De hecho, es Len quien aparece desde el banco de los ascensores, con una
expresión inescrutable, envejecida, curtida, rasgos endurecidos fundidos en piedra. No
me saluda, no dice una sola palabra. Sólo hace gestos hacia los ascensores. Asiento con
la cabeza y lo acompaño al ascensor marcado como Privado.

El viaje es largo.

—Len —digo, la curiosidad saca lo mejor de mí—. ¿Qué edad tienes?

—Cuarenta y nueve, señora.

—¿Qué es lo peor que has hecho?

Un silencio muy grueso mientras Len me mira fijamente. —Diría que es


probablemente imposible señalar una sola cosa. No soy una buena persona, y nunca lo
he sido.

—Compláceme.

Un suspiro, soplado entre los labios fruncidos, los ojos clavados en el techo de
la cabina del ascensor. Un momento de reflexión, en el que Len parece casi humano. —
Luché en la primera Tormenta del Desierto. Reconocimiento Marino. Atrapamos a este
insurgente, yo y dos tipos de mi unidad. Nos escondimos en una pequeña cabaña cerca
de la frontera kuwaití y torturamos al pobre bastardo. Sabía dónde se escondían
algunos generales militares iraquíes de alto rango... y nos dijeron que consiguiéramos
la información por cualquier medio posible. Así que lo hicimos.

—¿Qué tipo de tortura? —No puedo evitar preguntar.


—¿Por qué quieres saber esta mierda, Madame X?

—Ya no soy la Madame X, Len. Me llamo Isabel. Y estoy aprendiendo que nadie
es nunca como parece.

Len asiente. —Me parece justo. Le arrancamos las uñas con unos alicates.
Cortamos tiras de su piel con un cúter. Le quemamos los dedos de los pies con un
soplete. Lo ahogamos. Lo golpeamos hasta casi matarlo. Le clavamos alfileres hasta
que pareció un alfiletero, y luego los calentamos con un encendedor.

—Dios mío —suspiro. Estoy horrorizada—. ¿Sobrevivió?

—Oh sí. El punto de la tortura es causar un dolor tan fuerte que te dirán
cualquier cosa para detenerlo. Así que sí, sobrevivió lo suficiente para cantar sobre los
generales, pero cuando tuvimos lo que necesitábamos le metimos un par de balas en
la parte de atrás de la cabeza.

—Doble golpe —digo, pensando en Logan.

Len asiente. —Sí, le dimos un doble golpe y lo dejamos para los buitres y las
hormigas.

—Dime una cosa más —pregunto.

—Claro, ¿por qué no?

—¿Qué es lo mejor que has hecho?

—Eso es mucho más difícil —Len está en silencio durante mucho tiempo—.
Había una chica. En Fallujah. Una chica local. Nos dirigíamos a pie después de una
redada, y oí gritos. Seguí el sonido, en contra de las órdenes. Descubrí a unos tipos
locales haciendo un tren sobre la chica. Los maté a todos. Tenía algo de moneda local
en uno de mis bolsillos, se lo di todo a ella, y luego le devolví el cuero a mi unidad.
Siempre que pude me detuve y la ayudé. Le llevé dinero, comida, ropa. Todo lo que
pudiera conseguir. Todavía no sé por qué. Supongo que no me gusta la violación. Soy
un hijo de puta malvado, no me malinterpretes. Golpearé, torturaré y asesinaré a los
hombres sin pensarlo dos veces, pero no tocaré a una mujer con violencia, y no
soportaré ver que eso suceda. Puede que sea un bastardo, pero tengo mi propio código
de honor. Tal como es, en cualquier caso.

—¿Qué le pasó? —pregunto— ¿La chica?


Un encogimiento de hombros. —Perdí el contacto con ella. La Batalla de
Fallujah ocurrió, y llegó un punto en el que ya no pude seguir buscando sin que me
dispararan.

—¿Alguna vez has matado a alguien por Caleb?

Una mirada de piedra. —No estamos hablando del Sr. Índigo.

—Lo has hecho —Me encuentro con el resplandor de Len—. ¿Matarías a Logan
si te lo dijera?

La respuesta de Len es inmediata—: En un instante.

—¿Por qué?

—Porque es peligroso.

—Tú también. También lo es Caleb. Parece que estoy rodeada de hombres


peligrosos.

Otro encogimiento de hombros. —No te equivocas en eso —El ascensor se


detuvo hace mucho tiempo, pero Len ha estado manteniendo las puertas cerradas.
Ahora permite que se abran—. Aún no ha vuelto, pero lo hará en breve —La
conversación, aparentemente, ha terminado.

—Gracias, Len.

Len parece desconcertado por mi agradecimiento. —Sí. —Y luego se ha ido, las


puertas se cierran entre nosotros.

No sé qué voy a decir. Lo que voy a hacer. Estarás aquí pronto y tengo un
millón, un billón de preguntas y respuestas que no conozco, y demandas que no sé
cómo formular. Necesidades que no sé cómo satisfacer. Y todo esto requiere que me
enfrente a ti y no me acobarde, que te hable y no sucumba a tu brujería.

No tengo el mejor historial cuando se trata de eso. Soy débil.

Me paro por largos momentos a sólo tres pasos del colosal espacio que llamas
hogar, el eco, el apartamento de planta abierta que ocupa toda la huella de la torre.
Allí, el sofá. Donde me follaste. Aquí, donde estoy parada, la alfombra bajo mis pies
donde me metiste la polla en la garganta y te corriste en mi cara. El recuerdo aptico es
abrumadoramente fuerte, una punzada en mi mandíbula que me recuerda lo ancho
que tuve que estirar la boca, un fantasma de calor y humedad en mi cara donde
acabaste conmigo. Allí, la cocina, el rincón del desayuno. Me bajaste a tu regazo en esa
silla, la que da al oeste, con toda la Quinta Avenida desplegada para ti. Me bajaste a tu
regazo, me pusiste el puño en el pelo, me tiraste de la cabeza hacia atrás y me
obligaste a mirar al techo mientras empujabas y me mordisqueabas el cuello con tus
puntiagudos dientes. Nunca dijiste una palabra, no me tocaste más que para follarme y
morderme. Fue casi como un castigo. ¿Pero para qué?

Es extraño que recuerde ese encuentro. Me despertaste del sueño a las tres de
la mañana, me arrastraste a la cocina, me quitaste las bragas y las tiraste sobre la
mesa, luego procediste a follarme hasta que llegaste, y luego terminaste. Me
empujaste, me quitaste la ropa interior y la metiste en tu bolsillo. Tiraste lo que
quedaba de tu doppio macchiato, saliste sin mirar atrás. Me volví a dormir, y a la
mañana siguiente me pareció un sueño, fácil de olvidar.

Hay una botella de cristal de algo ámbar en una mesa lateral cerca de una
ventana. Es una pequeña viñeta ingeniosamente elaborada: una pequeña mesa
redonda de madera oscura, una jarra de cristal tallado y dos vasos a juego en una
bandeja de plata, la mesa y la bandeja encajadas contra la pared entre dos ventanas
del piso al techo. Hay dos sillones rellenos que miran hacia la mesa en ángulos
oblicuos, y cada sillón tiene una pequeña mesa cerca de la mano, sobre la que
descansa un cenicero de cristal tallado, un cortapuros de plata y un encendedor tipo
antorcha. A pocos metros de distancia, entre el siguiente par de ventanas, hay otra
pequeña mesa, esta con dos cajas rectangulares, con tapa de cristal. Puros. Abro una
de las cajas, selecciono un puro. Traigo mi puro conmigo y vierto una medida de
whisky escocés en un vaso. Te he visto hacer esto miles de veces. Corto el extremo del
puro con el cortador de platino que está en la mesa de al lado, me pongo el extremo
recién cortado en los labios y lo enciendo, girando el cigarro y soplando como te he
visto hacer. Cuando está encendido alegremente, aspiro un bocado y lo saboreo.
Grueso, acre, casi dulce. Lo apago. Enrollo el humo en mi boca, dejo que se escape.
Juego con él. Pruebo un sorbo de whisky. Esto, ya lo he tomado antes. Pienso en Logan
mientras me pongo el poderoso líquido en la boca y luego lo trago.

Te espero así, como me has esperado a menudo, un puro creando serpientes de


humo hacia el respiradero ingeniosamente escondido en el techo, un vaso de whisky
en la mano. Ojos oscuros y melancólicos, mirando el tráfico y el atardecer o el
amanecer. El tiempo parece no tener ninguna relación contigo. Eres el mismo al
amanecer que a medianoche, siempre juntos y perfectos y silenciosos y poderosos y
tensos.
El ascensor se abre, no hay ruido aquí. Sólo la puerta corrediza abierta para
enmarcarte. Mi garganta se cierra y mi boca se seca. Estás sin camisa y sudoroso,
llevando un par de pantalones negros ajustados con los puños elásticos metidos hasta
la rodilla, calcetines blancos inmaculados que se asoman por el borde de las zapatillas
negras. Tu musculoso pecho está cubierto del brillo del sudor, gotas que bajan entre
sus pectorales, brillando en tus bíceps, corriendo desde tu línea de cabello sobre la
sien y en el rastrojo de un día en tu mandíbula. Tu pecho se agita rápidamente. Los
auriculares salen de tus oídos, se encuentran debajo de tu barbilla, y se extienden
hasta tu teléfono móvil, que está en tu mano. Hablas rápidamente en un mandarín
fluido cuando entras, y tus ojos me encuentran. Un destello estropea la blancura de tu
expresión al verme, y creo que casi sonríes.

Incluso medio desnudo y sudando, eres una obra de arte, perfecta incluso así,
tal vez incluso especialmente así, hecha particularmente para complacer el ojo
femenino. Para irritar la libido femenina.

Tomo un gran trago de whisky para fortificar mis nervios, dejando salir un
aliento al acercarte, todavía hablando en voz baja en mandarín. Te paras a dos pies de
mí, y huelo el sudor en ti. La persona que está al otro lado de tu conversación está
hablando ahora, a juzgar por tu silencio concentrado, y tú bajas la mano, me quitas el
vaso y me robas el resto del whisky.

Gesticula la botella con el vaso como si fuera tu sirviente, enviada a buscar más
para el amo imperioso.

Lo hago, rellenando el vaso, pero me quedo junto a la mesa y lo bebo yo misma,


mirándote. Me pongo el cigarro en los dientes, desnudándolos, una expresión poco
femenina en extremo, y vuelvo a colocar el tapón de cristal en la jarra. Levantas la
barbilla y tus ojos crujen, chispean, escupen fuego. Entonces lo ves. Ves que ya no me
acobardaré más.

Te alejas, acechas la cocina, dices unas palabras que suenan a enfado en


mandarín, y luego vuelves a escuchar mientras sacas dos botellas de agua de la nevera.
Bajas una sin detenerte a respirar mientras escuchas. Dices algunas frases, haces una
pausa y escuchas, dices algunas más, y luego bebes lentamente la segunda botella.

Me estás ignorando ahora, ¿verdad? Por mí está bien. Me siento y miro


Manhattan, bebiendo mi segundo vaso de whisky y sintiendo el primero. Fumando mi
cigarro. Sin ensayar lo que voy a decir, porque sé que lo que imagino que dirás, no se
acercará a la verdad. No eres predecible.
Finalmente, dices lo que suena como un adiós, tocas la pantalla, y te quedas en
silencio por momentos más, terminando tu agua.

Te vuelves hacia mí. —Buenos días, Isabel. —Esto, desde la cocina, a muchos
metros de donde me siento.

—Buenos días, Caleb.

—Es temprano para el whisky, ¿no? —Su voz, tan tranquila, tan profunda, tan
engañosamente hipnótica. Como si mirara fijamente a un sumidero, a profundidades
sin fondo, a la oscuridad, al misterio y al peligro.

Me encogí de hombros. —Aún no me he dormido, así que es tarde, para mí.

Tu expresión se endurece con esto. —Ya veo. ¿Y cómo está Logan?

—No es asunto tuyo —vuelvo—. Lo que te preocupa es que él me dijo cómo


hiciste que lo pusieran en prisión.

Sonríe. —Ah. Contó su versión de la historia, ¿verdad?

—¿Su versión?

Un asentimiento. —Hay dos en cada historia, ¿no es así? —Te pavoneas ante
mí. Sentándote en la silla frente a la mía, con la botella de agua casi vacía en la mano—
. Entró en la situación con los ojos abiertos, Isabel. Sabía exactamente en lo que se
estaba metiendo, pero no fue lo suficientemente listo para no ser atrapado.

—Así que lo que me dijo es verdad.

—Oh sí. Mucho. Era un peón. Lo usé, lo mantuve desechable, y lo dejé asumir la
culpa cuando la SEC llamó a la puerta. Lo preparé todo el tiempo, lo mantuve aislado,
lo mantuve lleno de dinero, me aseguré de que tuviera las habilidades necesarias para
hacer lo que yo necesitaba. Y lo hizo. Así que lo utilicé. Lo atraje, con anzuelo, sedal y
plomada. Y luego, sí, intencionadamente le preparé para que asumiera su parte de
culpa cuando las cosas se estropearan, como siempre supe que lo harían. Y realmente,
no le tendí una trampa. Sólo me aseguré de que él estuviera al descubierto y yo no. No
lo acusé ni lo incriminé por nada que no hubiera hecho. Si vas a cometer un crimen,
tienes que planear que te atrapen, y tener un plan para escapar cuando lo hagas. Tu
novio era un tonto, Isabel. Y si esperas una disculpa o una explicación por eso, o por
cualquiera de las muchas maneras en que he hecho mi fortuna... bueno, no contengas
la respiración. No me disculparé con nadie, ni por nada.

—Nunca esperaría una disculpa de ti, Caleb.

—Me conoces mejor que eso, obviamente.

—Nadie te conoce, Caleb.

Terminas tu agua y arrugas la botella en una bola, girando la tapa. —No es


cierto. Ya me conoces. Mejor que nadie, creo.

—Lo cual es decir algo, porque eres un completo misterio para mí.

Tú sólo respiras y me miras por un rato, y yo sólo respiro y te miro. Dejé mi


whisky. Ya he tenido suficiente. Necesitaré mi ingenio para esto, algo me dice.

El silencio se extiende. La historia entre tú y Logan es irrelevante, en realidad.


No me concierne a mí, ni al quid de mis problemas. Es bastante decepcionante, en
realidad.

—¿Qué quieres, Isabel? —preguntas, eventualmente.

—No lo sé —digo, sinceramente—. Ojalá lo supiera.

Te doy mi vaso de whisky, pero me quedo con el cigarro. Es algo que tiene que
ver con mis manos, algo para distraerme de tu belleza. Coge el vaso, gira el contenido
del ámbar, y echa un sorbo. Veo tu nuez de Adán moverse mientras tragas.

Tus ojos me clavan. —Sabes, tienes miedo de decírmelo.

Maldito seas por tener razón. —Quiero mi libertad. Quiero ser... una persona de
verdad. Quiero amar y ser amada. Quiero un futuro. —Trago con fuerza contra la
piedra caliente de la emoción que me quema la garganta—. Quiero mi pasado de
vuelta. Quiero... Quiero no necesitarte. No ser adicta a ti.

—Te daré todo lo que me pidas, Isabel. Nunca te he tenido prisionera. Te


mantuve aislada, cierto. Secuestrada, tal vez. Pero fue por tu propio bien. Y también,
sinceramente, porque soy egoísta. No quiero compartirte. Con nadie. Ni ninguna parte
de ti. Sin embargo, debo hacerlo, así que lo hago. No me gusta, pero lo haré.
—Así que, si te pidiera que me quitaras el microchip de mi cadera, junto con
cualquier otro medio de rastrear mi paradero, ¿lo harías?

—¿Es eso lo que me estás pidiendo?

—¿Eres un djinn, al que debo formular mis peticiones con precisión para no ser
engañada?

Sonríe. —Sí, Isabel. Soy un djinn. He querido decírtelo.

¿Humor? ¿Sarcasmo? Realmente no te entiendo. —Se siente así, a veces. Cuanto


más trato de salir de tus garras, más profundamente me enredo en ti. Soy reacia a
pedirte nada, porque entonces sólo estaré más en deuda contigo.

—Me debes todo y nada. —Miras el whisky y no explicas más esa afirmación.

Espero. Finalmente, debo romper el silencio. —Eso no tiene ningún sentido,


Caleb.

—Lo hace, si lo piensas bien. Te he creado en cierto sentido, como ambos


hemos dicho antes. Yo estaba allí cuando te despertaste. Estuve ahí cuando
reaprendiste a caminar y a hablar. Estuve ahí cuando elegiste tu nombre. Estoy
entretejido en el tejido de tu propia personalidad. Así que sí, me lo debes. Pero eres
una persona, no un robot, no un objeto para ser poseído o hecho. Así que no me debes
nada. Algunos días me siento de una manera, otros días de otra. —Toma otro sorbo, y
sigue sin mirarme.

—Quiero que me saques el chip, Caleb —digo.

Tocas y pasas la pantalla del teléfono varias veces en rápida sucesión, y luego lo
sostienes en tu oído. —Buenos días, Dr. Frankel. Estoy bien, ¿y usted? Bien, bien.
Llamo para ver cuán pronto puede estar en Nueva York. ¿Esa reconstrucción facial
que hiciste hace seis años? ¿La joven? Me gustaría que revierta cierto elemento de ese
procedimiento. Estoy seguro de que eres consciente de lo que quiero decir. Correcto...
Creo que diez millones de dólares es un poco alto, doctor. ¿Qué tal dos? ¿Ocho? Creo
que no. Es un procedimiento muy sencillo, doctor. Le llevará veinte minutos como
máximo. Bien, tres, y arreglaré una noche con una de las chicas en un club exclusivo
que conozco. Muy bien. Mañana entonces. Haré que Len se reúna con usted con el
coche a las diez de la mañana, hora del este, llegadas nacionales a La Guardia.
Excelente. Gracias por su tiempo, Dr. Frankel. —Terminas la llamada con un toque de
tu dedo índice, pones el teléfono en el brazo de tu silla y me miras—. Ahí. Para el
mediodía de mañana, el chip habrá desaparecido.

El silencio entre nosotros, entonces, a partes iguales, incómodo y confortable.

Después de un tiempo que no puedo medir, te levantas, vacías el vaso, lo pones


sobre la mesa. —Tengo mucho que hacer hoy. Así que, si no hay nada más, necesito
una ducha. Por supuesto, eres bienvenida a quedarte tanto tiempo como desees.

No puede ser tan simple. Así de fácil. Hay tanto que quiero decir, pero no sé
cómo. Nada encaja. Ninguna de las piezas del rompecabezas encaja correctamente.
Siento pánico al verte alejarte tan fácilmente.

—Espera —Me quedo de pie. Doy cuidadosos pasos a través de la gruesa


alfombra y me detengo detrás de ti a pocos centímetros de la ondulante meseta de
músculos que es tu espalda. Miro cómo respiras. Observo tus hombros elevarse
suavemente y caer sutilmente con cada respiración—. Cuéntame la historia, Caleb.
Cómo me encontraste.

—Pensé que ya habrías superado eso. —No te des la vuelta. Tus manos se
aprietan en los puños.

El sol de la mañana brilla a través de las ventanas orientadas al este,


bañándonos en una brillante luz amarilla. Las motas de polvo bailan en las brillantes
lanzas del sol.

—Nunca pasaré de eso, Caleb. Necesito escucharlo. —Lo que no digo, una
verdad que no me atrevo a decir, es que dudo de ti.

Dudo de la verdad de la historia. Me pregunto si, tal vez, es sólo eso: una
historia. Una ficción que fabricaste para atarme a ti. Pero tengo que oírla, una vez más.

Como Isabel.

Te mueves con pasos lentos y ligeros hacia una ventana. Apoyas un antebrazo
contra el marco, y tu frente contra tu brazo. —Era tarde. Pasada la medianoche, creo.
Estaba lloviendo, y lo había hecho durante horas. El mundo entero estaba mojado.

Un destello de memoria olfativa me golpea: la humedad, el hormigón húmedo,


el olor de la lluvia. Me ahogo con el aroma recordado.
—Las aceras brillaban en las luces de la calle —continúa—, y tengo este
recuerdo muy específico de la forma en que los semáforos se veían en el pavimento
húmedo de la carretera, círculos rojos, círculos amarillos, círculos verdes. Recuerdo la
forma en que sonaban mis zapatos, chasqueando dulcemente en el pavimento. Estaba
solo en la acera, lo cual es raro en Nueva York, incluso a medianoche. Pero era octubre,
así que la lluvia era fría y hacía viento. El tipo de clima en el que no salías a menos que
tuvieras que hacerlo. El viento era tan fuerte que ponía el paraguas al revés. Lo había
hecho con el mío, y lo había metido en un cubo de basura. Estaba tan mojado. Había
estado caminando por manzanas bajo la lluvia torrencial. Lo curioso es que no
recuerdo por qué estaba fuera. A dónde iba, de dónde venía, o por qué. Estaba
distraído. Tratando de llegar a casa lo más rápido posible. Habría pasado por delante
de ti. Casi lo hice. Por lo general no ayudo a los indigentes. No porque sea demasiado
importante, o porque sea demasiado tacaño, o nada de eso. Sino porque sé por
experiencia que cualquier ayuda que les dé sólo irá a más drogas, más alcohol, más
juego. No puedo ayudar a todos en la ciudad. Cuando empecé a ganar dinero de
verdad, lo intenté. Creo que todos los que se mudan a Nueva York tratan de ayudar a
los mendigos. Es un rito de paso para convertirse en neoyorquino, creo.
Eventualmente, tienes que aprender que no puedes gastar todo tu dinero dando
propinas a los sin techo. Especialmente cuando muchos de ellos ni siquiera son
indigentes, sino que son demasiado perezosos para trabajar. También sé esto por
experiencia personal. Conozco sus adicciones. Conozco su predilección por las
sustancias destructivas.

—Te estás desviando del tema, Caleb —digo.

Suspiras. Haces un puño y golpeas tus nudillos contra el vidrio en un patrón


rítmico: tap-tap-tap-tap-tap-tap-tap-tap-tap. Sigues mirando por la ventana, con la
cabeza apoyada en el antebrazo.

—En efecto, lo estoy.

Te sumerges en el silencio, en la quietud.

Cuando vuelves a hablar, tu voz es lenta y cadenciosa. —Estabas tumbada en la


acera, boca abajo. Llevando ese vestido azul. Acurrucada en una bola, bajo la lluvia.
Tendida ahí, tan quieta. Pasé junto a ti, y entonces algo me hizo parar, todavía no sé
qué. Me di la vuelta. Te miré. Te vi de verdad. He pasado por delante de miles de
hombres y mujeres sin hogar y no los he visto realmente. Pero te vi a ti. Vi tu pelo,
grueso y negro y tan largo. Húmedo y enmarañado y pegajoso con sangre. Lo he visto.
La sangre. Tal vez eso fue lo que me detuvo. Estabas sangrando. No eras un
vagabundo, pero estabas herida. Acurrucada, pero intentabas moverte. Tratando de
arrastrarte. Me di la vuelta, extendiste una mano y trataste de arrastrarte por la acera.
Te habías arrancado las uñas por arrastrarte así durante quién sabe cuánto tiempo.
Tus dedos estaban destrozados. Los dedos de los pies también. Sangrantes por
arrastrarse por el suelo, sangrando. Sola. Fría y mojada. Moribunda.

Te detienes, y nos veo en el reflejo. Tu cara de perfil, pómulos altos, mandíbula


cuadrada, ojos marrón-pardo como fragmentos del espacio más profundo, pelo negro
barrido hacia atrás y húmedo por el sudor, una sola hebra rizándose en tu frente como
si la hubiera colocado un artista. Mi perfil es muy similar: piel oscura, caramelo de
oliva, cejas negras, pelo negro. Rasgos exóticos, ojos anchos y almendrados más
oscuros incluso que los tuyos, no verdaderamente negros, lo cual es biológicamente
imposible, sino tan ferozmente marrones que parecen serlo excepto bajo iluminación
directa. El sol está en mis ojos ahora, así que el marrón es casi visible. Mi pelo está
trenzado, la cola que cuelga sobre mi hombro derecho en la tela gris paloma de mi
vestido.

Inspiras, continúas. —Me miraste. 'Ayúdame', dijiste. 'Ayúdame'.

Un rayo de algo caliente y afilado y duro y atroz me golpea. —Ayúdame.

Me desplomo hacia la ventana, apoyándome en ella a tu lado.

Me miras en nuestro reflejo, sorprendido por tus rasgos. —¿Te acuerdas?

Sacudo la cabeza. —No. No más que nunca, sólo impresiones débiles, como el
recuerdo de un sueño. Algunas cosas son más... viscerales, como el olor de la lluvia. El
olor del hormigón húmedo. Pero yo sólo... sé... lo que significa esa palabra.

—Que utilizas para hablar español, creo —dices.

Solías hablar español, creo.

—Sí, lo hice —respondo, sorprendiéndome a mí misma—. Aún lo hago, parece.

Sí, lo hacía. Al parecer aún lo tengo.

—No sé por qué nunca se me ocurrió intentar hablarte en español —dices.

—Es extraño, de hecho.


Entonces me miras directamente, quizás captando el sarcasmo en mi tono. Era
débil, pero presente. —Te veías tan... lamentable. Indefensa. Te recogí. Estabas
hablando, pero era demasiado débil y rápido para que lo captara. Recuerdo algo sobre
tus padres. El español es una de mis lenguas más débiles, y murmurabas, y tu acento
era extraño. Un verdadero español, creo, de España. Diferente del español que hablan
los mexicanos y otros latinoamericanos, que es el español que conozco.

—¿Cuántos idiomas hablas? —pregunto, curiosa.

—Cinco. Sé algo de francés, pero no lo suficiente para hablarlo con fluidez,


prácticamente. Inglés, checo, alemán, español y mandarín. Soy más fuerte en alemán y
mandarín, mi checo es viejo y ya no lo hablo mucho, y obviamente el inglés es mi
idioma principal ahora.

¿Ahora? ¿Qué significa eso? Abro la boca para preguntar, pero hablas por
encima de mí, como si te dieras cuenta de que has regalado algo, generando más
preguntas.

—Te aferraste a mí cuando te recogí. Con más fuerza de la que te creía capaz.
Me rogaste que volviera, que volviera. Me aferré a eso. Pero no pude entender por qué
te pregunté qué había allí atrás y te pusiste frenética. Incoherente. Gritando,
golpeando. Estabas sangrando sobre mí, y supe que tenía que llevarte a un hospital
pronto o morirías. Tengo muchas habilidades, pero lidiar con las heridas no es una de
ellas. Así que me agarré a ti y te llevé al hospital más cercano, que estaba a un par de
cuadras de distancia. Era donde ibas a ir, creo. O tratando de hacerlo. No habrías
llegado allí. No en la forma en que estabas. Tal y como estaba, los cirujanos dicen que
apenas llegaste. Habías estado sangrando profusamente durante mucho tiempo —
Haces una pausa, y tus ojos se desvían, desenfocados, mirando fijamente a la memoria.
Algo me dice que me estás diciendo la verdad. Al menos parte de ella—. Nunca lo
olvidaré. Esa noche. Teniéndote en mis brazos. Eras tan frágil, tan ligera. Tan joven.
Sólo dieciséis años, creo. O más o menos. Dieciséis, diecisiete. Una chica, todavía. Pero
ya tan hermosa. Moribunda, aterrorizada, perdida, y tus ojos, cuando te puse en la
camilla al llegar a Urgencias, me miraste con esos grandes ojos negros tuyos y yo
sólo… No pude alejarme. Algo en tus ojos me atrapó. Me necesitabas. Te aferraste a mi
mano y no me soltaste. Seguí a los médicos mientras llevaban la camilla por los
pasillos de Urgencias, hasta el quirófano. No me dejaron volver allí contigo. Creo que
pensaron que era tu novio o marido, que era la única razón por la que me dejaban
llegar tan lejos. Recuerdo tan vívidamente el último momento en que te vi. Estabas
retorcida en la camilla, tratando de verme. Desesperada por mí. Era como si te
conociera. Como si me conocieras. Nunca te había visto antes, nunca te había
conocido. Pero yo sólo... Te conocí. No lo sé. No tiene ningún sentido. Pero no podía
irme. No podía. Salí del hospital, pero era como si hubiera una cuerda atada a mi
alrededor, y tú tirabas de ella, tirando de mí. Así que esperé en la sala de espera de
Urgencias durante las siguientes seis horas mientras trabajaban en ti.

Creo esto. También creo que estás mintiendo sobre algo. No esto, sino algo. Tal
vez mintiendo por omisión. No lo sé. No me atrevo a preguntar. Este es el mayor
detalle que me has dado los miles de veces que me has contado esta historia. Necesito
esto. Lo necesito. Te dejo hablar. Apoyarme contra el cristal en silencio mientras
hablas. Siento como si hubiera estado escuchando durante mil años. Logan, y ahora tú.
Horas de escucha. Estoy tan cansada, tan agotada, pero no puedo apartarme. No puedo
hacer oídos sordos a esto, no cuando contiene la verdad que has mantenido oculta
tanto tiempo.

—Te habían afeitado la cabeza —Miras atrás, a tu teléfono en el brazo de la


silla. Lo recuperas.

Observo como pasas por la pantalla, presionas tu pulgar en el botón circular, y


aparece un fondo negro liso. No, no es negro. Estrellas. Manchas de plata, una
constelación. Cuál, no sé, no puedo decir. Tocas un icono blanco con una roseta
multicolor, como una flor hecha de todos los colores primarios en una rueda
superpuesta. Aparecen fotos. Tocas un botón cerca de la parte superior, y los iconos
de las fotos se reducen, se multiplican, se ordenan por año. Te desplazas hacia abajo
para que las fotos se muevan hacia atrás en el tiempo. Atrapo tu cara, un coche, la
nieve, un cuadro, yo, yo, yo, en estado de desnudez, dormida, sin mirarte, sujetando mi
sujetador a la espalda, la cabeza girada de perfil. Tantas fotos de mí. Ninguna de
Rachel, ninguna de Cuatro o Seis o de nadie más. Sólo de mí. Pequeños cuadrados de
color como un mosaico, una composición de mí. Te desplazas hacia abajo, hacia abajo,
a través de los años. Hasta el 2006, no el 2009. Tocas la fila de fotos tan rápido que
casi dudo de lo que vi, y se expanden, organizadas ahora por ubicación, algunas de
Nueva Jersey, la mayoría de varios distritos de la ciudad de Nueva York. Más
desplazamiento a través de las fotos de ese año, hasta que encuentras una. La única.
Yo, otra vez. Tan joven. Dios mío, tan joven.

Apenas me reconozco. Mi cara está maltratada. Arañazos. Cortes. Moretones.


Tan delgada. Delicada apariencia, como la fragilidad de un pájaro. Mi cabeza está
afeitada hasta el negro rastrojo, resaltando los contornos de mi cráneo y la gran
agudeza de mis pómulos y la anchura almendrada de mis ojos. Hay una brillante y
malvada cicatriz rosa rojiza en mi cuero cabelludo, en el lado izquierdo, cruzada por
hilos negros dentados. Te estoy mirando. A la cámara, al teléfono. No sonriendo, sólo
mirando. Con los ojos bien abiertos y curioso.

No recuerdo esto. Pero te estoy mirando. Estoy acostada en una cama. El marco
de la fotografía contiene un poco de riel de plata, almohada, alguna tela azul,
probablemente la bata de hospital. ¿Cómo puedes haberme hecho esta fotografía, con
un aspecto tan fresco, tan sincero?

—Saliste bien de la cirugía inicial. Despertaste después, todo parecía estar bien.
Tomé esta foto. Te acordaste de mí. No hablamos realmente, sólo nos sentamos juntos.
Luego las enfermeras me echaron, diciendo que necesitabas dormir. Y cuando volví al
día siguiente, te habías ido. Dijeron que algo había salido mal durante la noche.
Hinchazón en tu cerebro. Tuvieron que hacerte una cirugía de emergencia, ponerte en
un coma médicamente inducido. No te despertaste de eso por seis meses.

Te quito el teléfono y me quedo mirando. Cuánto más joven soy. Como si


pudiera encontrar pistas de mi pasado, de mi antiguo yo en esta fotografía digital,
nada más que píxeles, nada más que unos y ceros. No puedo. No me veo a mí misma en
esto. Veo a una chica, una chica de dieciséis años. Perdida y sola, tratando de ser
desafiante. Mirando fijamente a la cámara del hombre que me salvó, infeliz pero
atrevida. Valiente, pero asustada. Veo esto. ¿Sabía entonces que mis padres estaban
muertos? ¿Tuve siquiera la oportunidad de llorar? ¿O la hemorragia en mi cerebro me
robó eso también?

No puedo superar la forma en que aparezco en la foto. Mi cabeza afeitada, cómo


resalta mis ojos y pómulos, delicada, pero de alguna manera fuerte, forma de mi
cabeza. Parezco un poco masculina, pero de alguna manera soy inconfundiblemente
femenina. Involuntariamente, paso mi mano por la parte superior de mi cabeza, casi
esperando sentir rastrojo.

¿Podría?

¿Qué se sentiría? ¿Sentir nada más que rastrojos y cuero cabelludo? No pelo, no
mechones negros y largos.

Podría hacerlo. Tal vez lo haga.

Quizá para convertirme en Isabel, deba afeitarme la cabeza y que volviera a


crecer el pelo. Cortar los peinados, rizados, cepillados y perfectos mechones de
Madame X y convertirme en Isabel, una nueva mujer, renacida, fresca y cruda.
Te giras en el lugar. Devuelves tu teléfono, apagándolo, tirándolo a un lado sin
cuidado. Aterriza en el asiento del sillón y rebota una vez. Me estás mirando. Tomas
mi trenza en tu mano, tiras de mi cabeza hacia atrás. Estás de pie cerca, sin tocarme.
Se eleva sobre mí. Bloqueando todo el mundo con tu masa muscular, y te huelo. Siento
tu calor.

La ira me atraviesa. Te aparto, pero no me sueltas el pelo, y debo volver a ti o


sufrir el dolor. —Suéltalo, Caleb. —Acepto el dolor y sigo alejándome.

Te hinchas con la respiración. —No —gruñes—. Sé que estás enfadada. Pero no


puedes negar que sientes esto, Isabel.

Sí, lo sé. Oh, sí que lo hago. Y esa es la verdadera fuente de mi rabia. Que no
puedo evitar sentir esto. De alguna manera tu proximidad erradica todo lo que existe
más allá de ti, todo lo que existe fuera de ti y de mí. Tu calor y tu fuerza brutal ocluyen
mi capacidad de recordar por qué te odio, por qué no confío en ti.

Esto se siente familiar.

Sé cuándo será la próxima vez que te muevas. Esperarás un tiempo... un


segundo... un tercero, y luego... sí. Ahora. Me acaricias la nuca, mi propio pelo
aplastado contra mi cuello, suave y sedoso contra mi piel, entre mi cuello y tu mano. Y
me levantas así, me obligas a ponerme de puntillas y tus labios insisten en los míos. El
beso me golpea. Las sombras de la confusión contorsionan y retozan con rayos de
verdad, bailan en las paredes de mi mente retorcida como un rompecabezas de
claroscuro. Me besas mareado y luego me liberas. Abruptamente, violentamente.

—Joder —gruñes—. Joder. Lo pruebo en ti. Lo huelo.

—Sabías —digo, limpiándome los labios con la parte de atrás de la muñeca—.


Sabías dónde iba y con quién estaría.

—Eso es diferente a probarlo.

—¿Y cómo crees que me siento al verte follar a Rachel? —siseé—. ¿Cómo crees
que se siente por mí, sabiendo que me dejas, que sigues oliendo a mí, y vas a ella?
Acuéstala... pruébala, cógela. Y luego vuelves a mí, y acuéstame, pruébame, fóllame, y
ahora las dos estamos en tu piel. ¿O más, incluso? Las otras chicas de ese piso,
también, tal vez. ¿Hay otras? ¿Otras chicas, en otros edificios? ¿Novias en otros lugares
de la ciudad, que no se conocen? Como la chica de la limusina... ¿cómo se llamaba, la
judía?
—Isabel… —comienza.

—No hay nada que puedas decirme, Caleb. Nada que lo mejore. Nada que me
quite esa traición. Y luego hiciste lo que me hiciste a mí, justo ahí junto a ese ascensor.
La forma en que me usaste —Trago con fuerza contra la rabia y el dolor—. La forma
en que siempre me has usado. Nunca ha sido sobre nosotros. Ha sido sobre que yo te
pertenezca. Siendo tu puta. Sólo que no me pagas en dinero, me pagas en vida. Me
pagas con cosas, con falsos recuerdos y mantras en la noche, viejas historias y medias
verdades. Me pagas con cosas mucho menos útiles o tangibles que la mera moneda,
Caleb. Y no aceptaré más esas formas de pago.

Me doy vuelta entonces, y me dejas ir. Permitiéndome que me vaya. Pero


entonces estás detrás de mí. Parado demasiado cerca. Respirando sobre mí. Tu frente
tocando mi espalda. Puedo sentir tu erección contra mi espalda, y tus manos agarran
mis caderas. Tus labios tocan la curva de mi cuello, cerca de mi hombro.

Me murmuras.

—¿Puedes alejarte de esto, Isabel? ¿Qué tan bien nos sentimos juntos? Sí, te
utilizo. Pero me utilizas igual. Aceptas lo que doy y me quitas más. No me detendrás.
No dices que no. Suplicas por más. No con palabras, pero el sexo no se trata de
palabras, ¿verdad? Suplicas por más con la forma en que respiras, la forma en que te
tensas cuando me acerco a ti, la forma en que te arqueas hacia mí. La forma en que
levantas tus caderas cuando te toco. La forma en que gimes cuando te hago venir, una
y otra vez. Te vienes por mí, Isabel —Tus grandes y poderosas manos con tus uñas
cuadradas y bien cuidadas y tus toscos callos se deslizan por mis caderas, uno
raspando hasta la copa de mi pecho, el otro hasta mi corazón—. ¿Recuerdas la
primera vez que te toqué?

No puedo respirar. Dios, lo recuerdo. Demasiado bien, demasiado vívidamente.


Lo recuerdo. Lo había sentido venir durante tanto tiempo. Semanas. Meses. Años,
incluso. La tensión aumentaba, aumentaba, aumentaba. La forma en que me miraste,
no me tocó del todo. Casi, pero no del todo. Estábamos en mi apartamento, que era
nuevo. Aún olía a pintura fresca. Había vivido en un apartamento diferente en ese
edificio hasta entonces, uno más pequeño. Muy parecido, pero no tan grande, ni tan
bonito. Pero muy similar. Estaba de pie en la cocina, mirando mi nueva casa.
Admirando el suelo de madera oscura y las estanterías, soñando despierta con todos
los libros que había puesto en ellas... que tú habías puesto en ellas. Y te acercaste por
detrás de mí, así. A una pulgada de distancia al principio. Olí tu colonia y te sentí allí.
Pusiste tus manos en el mostrador a ambos lados de mí. Sólo me quedé allí. Inhalando
mi olor. Te deseaba. Quería tocarte. Lo recuerdo. Necesitaba saber cómo se sentirían
tus músculos. Necesitando... algo. No estaba segura de qué, pero algo. Y cuando te
acercaste para que tu cuerpo tocara el mío, lo supe. Me había enderezado y tú te
habías acercado. Sentí tu pecho contra mi espalda, y la gruesa cresta de tu erección.
Recuerdo haber luchado contra ello. Sin saber si estaba bien o mal, ni entender la
potencia de mi deseo.

Pero cuando tus manos tocaron mi cintura y patinaron para acariciar mis
caderas, no tuve más remedio que soltar el aliento que había estado conteniendo y
fundirme en ti.

Segundo a segundo, me sedujiste con nada más que el tacto, y yo te dejé. Me lo


tragué, la verdad sea dicha. Devoré cada toque. Sentí que me quitabas la ropa, poco a
poco, hasta que estuve desnuda en esa cocina, tus manos estaban en mi piel y
probabas mi carne y me quejaba. Entonces me probaste. Enterraste tu cara entre mis
muslos y me hiciste venir. Y luego me doblaste sobre el mostrador y te abalanzaste
sobre mí justo ahí. Me sorprendió, pero me excitó. Y cuando terminaste, me llevaste al
dormitorio, me pusiste en la cama. Me tocaste la piel. Mis curvas. Y en no muchos
minutos, estabas lista de nuevo, y esta vez me hiciste rodar hasta mis manos y rodillas
y me tomaste una vez más, y me ordenaste que me callara y me dijiste que no me
viniera hasta que me lo ordenaras. Duró un tiempo que no pude medir. Me permitiste
acercarme al clímax y te detuviste. Más cerca, y me detuve. Más cerca y más cerca,
para cuando me dejaste venir, me desgarró un orgasmo tan potente que lloré.

Mi piel está caliente y mi respiración vacila, sólo recordando.

—Recuerdas. —Me pellizcas el pezón a través del vestido y el sostén, y yo


jadeo—. Esperé tanto tiempo para tenerte. Años, esperé. Te quería todos los días, pero
no estabas lista. Así que esperé, y esperé, y esperé. Cuando te mudamos a ese
condominio, planeaba esperar más tiempo aún. Pero tú estabas ahí, y eras tan
jodidamente hermosa que tenía que estar más cerca de ti. Y por la forma en que
reaccionaste, supe que me querías. Sabía que estabas lista. Ni antes ni después he
experimentado algo tan hermoso, erótico e increíble como esa primera vez contigo.
Fuiste tan sensible. Sabías lo que querías. No eras virgen, Isabel. No tenías más
memoria de ti misma entonces que ahora, pero me di cuenta. Sabías lo que hacías y lo
que querías, aunque no supieras que lo sabías.

—¿Años? —Esos primeros años son un poco borrosos. Recuerdo tu presencia,


siempre tú, sólo tú. Recuerdo quererte, preguntarme por qué no me tocaste, me
besaste. Y entonces lo hiciste, y me avaricié por ti.
—Cada día, cada momento que estuve cerca de ti, te quise. Obviamente, al
principio, apenas eras capaz de funcionar. Pero cuando recuperaste la movilidad y el
habla, se hizo mucho más difícil resistirte. Te enseñé, te eduqué, te entrené. Trabajé
contigo, comí contigo. Y todo ese tiempo, te anhelaba. —Metes un dedo en mi centro, a
través de mi vestido—. Como te anhelo ahora.

Mis siguientes palabras son tontas, atrevidas y muy, muy estúpidas. Pero no
puedo detenerlas. —¿Y todavía me anhelas, sabiendo que otro hombre me ha tocado,
Caleb? ¿Todavía me deseas, sabiendo que otro hombre me ha probado, tocado y
besado?

Te das la vuelta con un gruñido tan salvaje que me pregunto si tal vez eres
realmente un animal disfrazado de humano. Te pasas las manos en el pelo, acechas,
me miras con una rabia desenfrenada tan feroz que me asusta. Una rara mirada a tus
emociones más profundas. Te diriges con pasos furiosos y leoninos a la mesa que
contiene la garrafa de whisky, viertes una enorme cantidad, y la vuelves a tirar de una
sola vez, silbando en la hoguera.

—No me pongas a prueba, Isabel.

—¿O qué? —pregunto, mi voz tranquila y silenciosa, llena del veneno que me
enseñaste tan bien—. ¿Me golpearás? ¿Me matarás? ¿Me convertirás? ¿Qué harás si
continúo probándote? Eres un hipócrita y un mentiroso, Caleb Índigo. Si es que ese es
tu nombre —La rabia me invade—. Me anhelas, pero no a mí. A mí no, Isabel. Ansías a
Madame X, la mujer sin nombre ni identidad que creaste. Yo era tu golem, Caleb. Lo sé.
Lo veo. Me formaste de arcilla, me cocinaste en los fuegos de tus controladoras y
misteriosas maneras. Pero ahora la arcilla y la piedra se están agrietando y cayendo, y
la verdadera mujer bajo la piel perfectamente formada del golem está emergiendo, y
tú odias eso. Lo odias. Porque no soy la mujer que pensabas que era. Porque ya no soy
completamente tuya.

—Tal poesía, Isabel. Eres muy elocuente en tu ira. —Tu voz es baja, más
delgada y aguda que la hoja de un divisor de electrones.

Te mueves con los gestos lentos y precisos de un hombre en completo control


de su ira. Eres mejor que las inútiles muestras de ira, mejor que las rabietas. No
arrojas el vaso para que se rompa en el suelo o contra la pared. Tal gesto sería
satisfactorio, quizás, pero inútil. Pequeño y vacío. No, se toma un momento y sólo
respira. Veo cómo su pecho se hincha y contrae. Veo tus puños apretando y aflojando.
Veo tus ojos atravesarme, sin parpadear, mirando fijamente, y eres completamente
inescrutable. No conozco tus pensamientos. No sé qué se mueve bajo la superficie de
tu expresión cuidadosamente cerrada, enroscándose y sumergiéndose sin llegar a la
superficie.

Eres un leviatán.

Y mi rabia es la furia inexpugnable de una joven que sólo ahora está


aprendiendo a expresar sus emociones.

Estás ante mí. Mírame fijamente. —No puedes negarme, Isabel. Te alejaste y,
sin embargo, aquí estás una vez más. En mi casa. Tiemblas. Con rabia, sí.

Un paso más cerca, y tu pecho roza las puntas de mis pechos, e incluso a través
de la tela de mi vestido y sostén, mis pezones responden a tu proximidad.

—Pero también, tiemblas de deseo —Tus labios rozan mi lóbulo de la oreja—.


Por mí.

Soy más fuerte que esto.

Soy más fuerte que esto.

Me cubres mi núcleo con una mano ancha y dura. —Tu coño está mojado —
Muerdes el lóbulo de mi oreja, susurras una sucia verdad secreta contra la cáscara de
mi oreja—. Por mí.

Soy más fuerte que esto.

Soy más fuerte que esto.

Tus palabras filtran mis pulmones de aire. Tu proximidad gruñe mi voluntad y


la enreda. Eres un hechicero, y tejes magia con un propósito singular: seducirme.

Deslizas tus manos por mi frente, agarras mis pechos.

Agarras la V de tela entre ellos.

Despacio, despacio, con un control exquisito, rasgas mi vestido de arriba a


abajo. Desabrochas mi sostén con un solo hábil movimiento de tus manos. Rompes mi
ropa interior en la costura de mi cadera, y el trozo de encaje cae al suelo.

Estoy jadeando para respirar, mis pechos se están hinchando. Mi sangre late
mientras busco en vano la voluntad de resistirme a ti.
Sollozo una vez, y entonces tus labios están sobre los míos y tus manos me
levantan y de alguna manera te has despojado de tus pantalones de chándal y zapatos
y calcetines y estás completamente desnudo conmigo en este espacio de eco con la luz
del amanecer golpeando cegadoramente sobre nosotros, iluminándonos, sin dejar
sombras en las que se pueda ocultar mi debilidad, ninguna oscuridad que pueda
absorber la mancha de mi pecado.

Presionas mi columna vertebral contra el frío del cristal de la ventana. Tus


manos son grandes, ásperas y fuertes en mi espalda, sosteniéndome, abriéndome para
ti.

Muerdo tu hombro mientras te metes en mí, saboreo la sangre mientras estoy


llena de ti.

Como Madame X, era tu propiedad.

Como Isabel, estoy jodida por ti.

Un empujón. Un empujón. Sollozo, y tú te abalanzas sobre mí. Mi carne chirría


contra el cristal. Esto es agonía, esto es éxtasis. Te mueves como una máquina, las
caderas te empujan hacia mí con un poder de pistón.

Pero...

Ahora hay un vacío dentro de mí. Siempre estuvo ahí, tal vez, pero ahora lo
siento con más fuerza, ya que me llenaste y no me saciaste.

Conozco tus patrones. Conozco tus necesidades.

No puedes soportar estar cara a cara mucho tiempo. Espero, pero no pasará
mucho tiempo antes de que me bajes al suelo, me hagas girar y me presiones contra el
cristal. No sólo mis manos, sino todo yo. Pechos aplastados contra el vidrio frío,
muslos, estómago, mejilla. Desnuda, estoy presionada contra el vidrio para que todo el
mundo lo vea.

Estoy expuesta.

Y tú estás detrás de mí, empujándome. Una mano en mi cadera, guiando mis


movimientos, la otra agarrando la cola de mi trenza.

Coges, y coges, y coges.


En esto, no hay placer para mí. Por primera vez que recuerdo, no me dedicas ni
un solo momento de atención. Sólo me penetras con locura una y otra vez, con las
caderas golpeando fuertemente contra la tensa redondez de mi trasero. Escucho eso, y
sólo eso. La bofetada, bofetada de tu cuerpo contra el mío. Miro por la ventana, y al
otro lado de la calle casi puedo ver una cara en una ventana, mirándome.

Te corres, y siento el calor de tu semilla llenándome, goteando de mí.

Me has reclamado, pero hay un secreto que sólo yo conozco: Tu marca no se


adhiere a mi piel, tu reivindicación no se filtra en mi alma.

En los últimos minutos, sentí que la tierra se movía, sentí que los grilletes de tu
hechicería se desvanecían.

Te alejas, y yo giro en su lugar, descanso mi trasero y hombros contra el cristal,


te miro fijamente.

Algo dentro de mí me duele.

No hay palabras que decir.

Me alejo de ti, vuelvo mi mirada al mundo más allá del cristal. Después de un
tiempo el silencio se hace profundo, se vuelve vacío, y sé que te has alejado.

Mi cigarro, en algún momento puesto en un cenicero, todavía arde. Lo coloco


entre mis dientes, vierto una medida de whisky, soplo gruesas columnas de humo en
los rayos del sol y trago bocados ardientes de whisky en un intento de ahogar los
gritos de autodesprecio que brotan dentro de mí.

Fumo, bebo y escucho cómo te duchas.

Me quedo desnuda, porque la ropa no puede cubrir mi vergüenza.

Sales vestido, con el pelo mojado y limpio y la espalda resbaladiza, vestido con
un traje marrón con una camisa azul pálido, sin corbata, desnudando esa astilla de
piel. Me miras fijamente, un ceño fruncido pellizcando tu cara, rasgando una línea en
el puente de tu nariz.

Quiero gritarte. Decirte cuánto te odio. Decirte lo vacía que me siento. Decirte
que todo es diferente ahora, que todo ha cambiado. Yo he cambiado. Si soy adicta, y tú
eres una droga y el subidón se ha agriado.
No digo nada, sin embargo, porque no hay palabras que puedan expresar el
caos que hay dentro de mí.

Ninguno de los dos habla, y después de un momento, te vas. Las puertas del
ascensor se cierran, estrechando mi visión de ti hasta que no queda nada más que las
puertas.

Y estoy sola una vez más.

Me rindo ante los gritos, y mi voz resuena en el cristal en fragmentos crudos,


desgarrados y dentados. Grito hasta que mi voz se apaga, y entonces lloro.

Te permití que me usaras de nuevo. Siento el cáncer como una película de grasa
en mi alma.

No más.

Nunca más.

Dejo de llorar, y te ducho de mí.

Me pongo un vestido largo y suelto, me envuelvo en una manta. Paso las horas
con un libro, aburrida, sola y ahogándome en el autodesprecio y la repugnancia.
Finalmente, el día se desvanece y me quedo dormida en un sofá, porque no quiero
estar en tu cama, ni siquiera para dormir.
11
Cortes de lluvia como cuchillos forjados en hielo. Tiemblo, pero no por el frío;
sangro. Saboreo la sangre en mi boca, la siento derramarse caliente y húmeda de mi
cabeza y mi cadera, gotea por mi mejilla y barbilla. Oscuridad. Todo es oscuro. Un pálido
rectángulo de luz de una ventana ilumina una parte de la acera y parte de la calle, el
bordillo entre ellas.

Oigo sirenas. Suenan como los gorjeos de los pájaros prehistóricos, resonando en
los acantilados.

Sólo quiero estar caliente.

No quiero más daño.

Me tiembla el estómago y oigo un sonido. Un sollozo. Un grito.

Me duele la garganta, y me doy cuenta de que los sollozos y los gritos salen de mí.

Estoy sola.

No puedo levantar la cabeza.

Puedo mirar de reojo el pálido fragmento de luz y desear alcanzarlo, arrastrarme


hasta él, tumbarme en su calor. Cualquier cosa debe ser más cálida que aquí, donde la
lluvia me golpea y el frío me abre los huesos, me congela la médula.

¿Por qué estoy aquí? No lo recuerdo.

Tengo una idea horrible, restos de terror soñados. Vidrio que se rompe, metal que
se retuerce. Navajas abriéndome el cráneo. Martillos golpeando mi cuerpo. La
ingravidez. Oscuridad.

Sangre.

Tanta sangre.

Aparece un rostro. ¿Un ángel?


No, demasiado oscuro, los ojos como destellos de noche traicionan demasiados
sueños devorados, hablan de pesadillas que se han alimentado.

Un íncubo.

Me imagino que puedo ver sus alas extendidas a ambos lados de su húmedo y
musculoso cuerpo, gruesas y enroscadas cosas azotadas como serpientes emplumadas.
Parpadeo, y él es sólo un hombre.

Parpadeo, y reconozco su rostro.

Grito, o quizás sólo lo intento. Me levanta y veo la sangre en su mano mientras me


quita el cabello de los ojos.

El mundo se inclina y se oscurece, y un agujero intenta tragarme de dentro hacia


fuera, y entonces veo las llamas. Quiero estar en esas llamas, donde hace calor. Quiero
estar en esas llamas. Quiero estar con los que están en las llamas.

Me esfuerzo, y las bandas de hierro me sostienen. Alcanzo las llamas. Las miro y
veo una mano que se ennegrece. Una manga de camisa crujiente, rizada. Tal vez me lo
imagino todo. Tal vez me imagino las llamas.

No lo sé. Sé que tengo frío.

Tanto frío.

Sé que el dolor lo es todo.

Sé que las bandas de hierro atadas a mi alrededor están calientes y el aliento a


whisky me baña la cara.

Miro hacia arriba, y los ojos me atraviesan. —Sssshhhh. Estarás bien. Te


conseguiré ayuda. —La voz es la textura de una habitación ennegrecida, suave como el
terciopelo, poderosa y profunda.

Me estoy cayendo. Lucho contra la gravedad, porque así son las sombras, y en las
sombras acecha la oscuridad. No sé qué significa ese pensamiento, pero sé que debo
luchar.

Y pierdo.

Me caigo.
A través de la oscuridad sin profundidad, caigo.

•••

Me despierto con un sobresalto. Mi voz está ronca. Me duele la garganta.

Cepillas un mechón de mi cabello suelto. Haciéndome callar.

Saboreo el sueño, todavía.

Te empujo lejos. Tu tacto no me reconforta, tu voz no tiene descanso de las


imágenes que acechan mi cerebro. —Aléjate.

—Soy yo, soy Caleb.

—Lo sé. —Me cuesta respirar profundamente una sola vez—. No, no me
toques.

Me siento, envuelvo la manta alrededor de mis hombros, me encorvo sobre mí


misma, los ojos cerrados tan fuerte que veo las estrellas y me duelen los ojos. No
quiero compartir esto contigo, pero debo hablarlo al mundo para que no muera en mis
sueños, perdida en algún lugar entre el cerebro y la lengua.

—Recuerdo lo mojada que estaba —susurro—. Recuerdo la oscuridad.


Recuerdo que me dolía. Recuerdo que tenía mucho frío. Recuerdo estar en la acera y
ver este pedazo de luz y desear poder llegar a la luz, porque tal vez sería más cálido
allí. Y luego tú... y las llamas. Me siento como si hubiera más en el sueño, pero no
puedo recordarlo. No puedo verlo ahora.

—Pero ahora estás a salvo. Estás bien.

Sacudo la cabeza. —No. No estoy a salvo. No contigo. No me dices toda la


verdad. No hay ninguna verdad. Y no estoy bien. Soy un fantasma astillado de una
persona. Y no sé cómo unir las piezas. Ni siquiera tengo todas las piezas.

—Isabel... —comienzas.

Corto con mi mano para silenciarte y hago contacto con tu pierna. —No.
Cállate. Eres un íncubo. Mientes.
Un momento de silencio. Y luego tu voz es fría y distante mientras te levantas.
—El Dr. Frankel está aquí. Hay una clínica unos cuantos pisos más abajo. Se está
instalando allí.

Me levanto, dejo que la manta caiga al suelo a mis pies. —Estoy lista. Vámonos.

—¿Quieres algo de comer? —preguntas.

—No empieces de repente a fingir que te importa, Caleb. —Paso por delante de
ti.

Me sujetas con presión. Te das vuelta. Los dedos me pellizcan la barbilla, como
para separar las mandíbulas. —Nunca comprenderás lo mucho que me importa. —Me
sueltas.

—No, no lo haré. —Te miro fijamente. Tus ojos están ardiendo, calientes,
abiertos, salvajes, brillando con furia y agonía—. Ni tampoco deseo hacerlo. —Esto es
una mentira.

Me miras fijamente, con los músculos de la mandíbula apretados y palpitantes,


con los ojos saltones, buscando algo en mi mirada. No lo encuentras, no creo. —No sé
cómo... no sé cómo hacerte entender. No soy ese hombre.

—No lo has intentado.

—Lo he hecho. Por mucho tiempo, por...

—¿Cuánto tiempo, Caleb? ¿Cuánto tiempo? —Mi comprensión del marco


temporal de mi propia vida no tiene sentido.

Los años, las fechas, cuánto tiempo estuve en coma, cuántos años de memoria
tengo, cuán confiables son los recuerdos que tengo... todo esto está en duda. Nada de
lo que sé, nada de lo que creo que sé, es necesariamente cierto.

—¿Qué edad tengo? —pregunto.

—No estaban seguros de la edad exacta que tenías cuando ocurrió el accidente
—dices.

—¿Y en qué año ocurrió el accidente?

—En 2009 —dices, inmediatamente.


—¿Y cuánto tiempo estuve en coma?

—Seis meses.

Te paso de largo. —Creo que eres un mentiroso.

—Isabel...

—Llévame con el Dr. Frankel.

Sus dientes se encajan, su cabeza se inclina hacia atrás, sus ojos se estrechan.
—Muy bien, Sra. de la Vega. Como quiera.

Esperamos el ascensor en un silencio tenso. Mientras las puertas se abren, me


vuelvo hacia ti. —Dime la verdad, Caleb.

—¿Sobre qué?

—Sobre mí. Sobre lo que pasó. Sobre todo.

Giras la llave. —El Dr. Frankel está esperando.

No se dice ni una palabra más. Transferimos los ascensores un piso más abajo,
y de ahí al trigésimo segundo piso. Pasillos desnudos, puertas idénticas sin rasgos
diferenciados por designaciones alfanuméricas. Una habitación blanca y dispersa, una
cama con papel blanco sobre cuero duro y plastificado. El Dr. Frankel es un hombre
bajito y regordete en el implacable final de la edad media, un hombre con el que el
tiempo y la gravedad no han sido amables. La papada cuelga y se balancea, una barriga
colgante cubre la hebilla del cinturón, los pantalones caqui están apretados alrededor
de los muslos y sueltos alrededor de las pantorrillas. Los ojos marrones reflejan una
mente rápida, con manos pequeñas, rápidas y ágiles y suaves y seguras.

—Ah. La paciente. Muy bien. —Una palmada de mano me invita a sentarme en


el papel, que se arruga y se desplaza bajo mi peso. —Sí, sí. Me acuerdo de ti. Un trabajo
bastante notable el que hice, si lo digo yo mismo. No queda ni un rastro de sus
antiguas lesiones. Muy bien, muy bien. Esto será rápido y fácil. Un anestésico local, una
rápida incisión, y se hará. Sin dolor, sin desorden.

Me acuesto en la cama. —Procedamos entonces.

Un aclaramiento de garganta. —Bueno, la incisión está en tu cadera, ya ves. Así


que, ah, necesito que te desvistas. De la cintura para abajo, por lo menos.
Sin dudarlo, me subo el vestido hasta la cintura, mirando a la pared, y me quito
la ropa interior. —¿Mejor?

—Um. Sí. Habría dejado la habitación, ya sabes.

—Quiero que esto termine. Quiero que me saquen el chip.

—No creí que lo supieras.

—No lo hacía —digo—. Ahora sí.

Una sacudida de cabeza. —Ya veo. Ya veo. Bien. Voy a esparcir esto sobre ti… —
El Dr. Frankel me cubre la cintura con un gran cuadrado de tejido azul, un cuadrado
abierto en el medio.

El cuadrado encierra la cicatriz de mi cadera, y el doctor usa cinta médica para


asegurarse de que el tejido permanece en su lugar. El Dr. Frankel se pone un par de
guantes azules de un paquete, con mucho cuidado de no tocar ninguno de los guantes
excepto los extremos cerca de las muñecas mientras los desliza.

Levantando una jeringa, el doctor me echa un vistazo. —Un pequeño pinchazo


ahora. —Hay un breve y agudo golpe, frío contra mi piel, y luego nada—. Un poco de
yodo para esterilizar tu piel... —Un pequeño cartón blanco tiene la tapa arrancada,
revelando un líquido marrón y una esponja.

El yodo está frío y hace que mi piel se vuelva naranja.

Otro paquete se abre, revelando un bisturí y un par de pinzas. El Dr. Frankel


levanta el bisturí y me pincha la cicatriz con él. —¿Puedes sentir eso?

Sacudo la cabeza. —No.

—Muy bien. Empezaré. ¿Quizá debas mirar a otro lado? Y si el efecto de la


anestesia desaparece, avísame enseguida y te administraré más. No quiero que sientas
nada.

—Está bien. Continúa entonces.

Observo con curiosidad como el Dr. Frankel presiona la punta del bisturí
directamente sobre mi cicatriz, con la mano libre manteniendo mi piel tensa. Después
de mirarme para asegurarse de que no siento ningún dolor, la incisión se alarga,
precisamente al tamaño de la anterior. La sangre sale a borbotones después de un
momento, y un paño la limpia, y luego las pinzas profundizan en la abertura de mi piel.
Estoy mórbidamente fascinada, viendo como mi piel se separa. La cicatriz no está
directamente en mi cadera, sino más cerca de mi nalga, justo detrás del hueso, lo que
explica cómo algo como un chip puede ser insertado subcutáneamente sin dejar un
bulto. Un momento de búsqueda con las pinzas, y luego el Dr. Frankel las retira,
pinzando un pequeño cuadrado de plástico rojo que gotea. El chip es tan pequeño que
no habría sospechado nada malo, aunque se hubiera colocado donde dejaría un
chinchón. Lo mete en un bol, y luego el Dr. Frankel hábilmente cose la incisión con
unos lazos rápidos de hilo negro y pega un vendaje sobre el área.

El procedimiento completo tomó quizás cinco minutos de principio a fin.

—Maravilloso. Eso es todo. —Quitándose los guantes, el Dr. Frankel envuelve


todo el desorden, los instrumentos quirúrgicos y jeringa, y los tira a la basura, y los
instrumentos los deposita en una caja en la pared etiquetada “INSTRUMENTOS
CORTANTES”.

—Muchas gracias, Dr. Frankel —dices—. Su cuenta debe reflejar su pago al


final del día de hoy.

—No tengo ninguna duda. —Un vistazo rápido a Caleb—. ¿Y esta noche?

—Una limusina lo esperará en su hotel, con su acompañante para la velada. —


Haces una pausa—. Debo recordarle las normas relativas a mis empleados. Son de
compañía sólo para la noche. Y, por supuesto, se espera su completa discreción en
cuanto al procedimiento que acaba de realizar.

—No tiene que recordármelo en ningún caso, Sr. Indigo. Conozco las reglas.
Firmé un acuerdo de confidencialidad hace años, además, no llegué a donde estoy por
tener los labios sueltos.

—Por supuesto que no —dices.

Una mirada a mí. —Tómalo con calma con esos puntos de sutura. No son
muchos, y saldrán solos con el tiempo. Pero trata de no mojarlos durante cuarenta y
ocho horas por lo menos.

—Lo tendré en cuenta. Gracias, doctor.

—Un placer. La próxima vez, trata de avisarme con más de un par de horas de
antelación, ¿quieres?
—Esperemos que no haya una próxima vez —dices.

El Dr. Frankel se ríe. —Ah sí, la difícil situación del doctor. Feliz de vernos
aparecer, más feliz aún de vernos marchar. Y más feliz que nunca de no tener que
vernos en primer lugar. —Con esa última ocurrencia, el Dr. Frankel está fuera.

Cuando el buen doctor se ha ido, miras tu reloj y luego a mí. —Unos siete
minutos bastante caros, diría yo.

—Si no lo hubieras puesto ahí en primer lugar, no habrías tenido que gastar
tres millones de dólares para que te lo quitaran. —Frunzo el ceño—. ¿Por qué hiciste
que me pusiera un chip de rastreo, Caleb?

Un suspiro que no es del todo un suspiro. —Un capricho de última hora, se


podría decir. Un medio para asegurarme de que podría proteger...

—¿Tu inversión?

—¿Estás tan decidido a creer lo peor?

—Sí. —Me pongo la ropa interior y dejo que mi vestido vuelva a su sitio cuando
me levanto. Me tambaleo, ya que mi cadera aún está entumecida—. Con razón.

—Me malinterpretas a mí y a la situación.

—Porque no me dices la verdad. Por lo tanto, no tengo forma de entender


realmente la situación. —Me apoyo en la cama en un intento de encontrar mi
equilibrio—. O de entenderte. A ti, sobre todo.

Sólo me miras fijamente. ¿No sabes qué decir, tal vez? Espero, pero no dices
nada.

Sacudo la cabeza y me voy, o lo intento. Tengo que aferrarme a una superficie u


otra, tengo que ir de la cama al poste de la puerta, del poste a la pared, de la pared al
ascensor. Tengo que apoyarme en la pared del ascensor y concentrarme en la
respiración. La anestesia local está empezando a desaparecer, y mi cuerpo me
recuerda que me acaban de abrir y coser la piel. No es una sensación agradable. En
ningún momento me detengo a preguntarme si me seguirás, porque no lo harás. Esto
no es nuevo.
Tuve un teléfono móvil, en un momento dado. Pero no estoy acostumbrada a
llevar ninguna posesión conmigo, y lo he extraviado. ¿En la casa de Logan, tal vez? No
lo sé. Ojalá lo tuviera ahora. Lo llamaría. Suplicarle que venga a buscarme.

Voy hacia fuera, donde el mundo es brillante y ruidoso y caótico. Siento el


pánico que se extiende por los bordes de mi mente, acechando en el fondo de mis
pulmones, robando mi aliento. Me concentro en caminar, aferrándome a la pared del
edificio. Es un proceso laborioso, que se hace más difícil cuando se acaba el edificio y
tengo que tambalearme hasta la intersección y fingir que no estoy a punto de
derrumbarme. La luz se enciende, la multitud a mi alrededor avanza, y soy arrastrada
por el equilibrio. Casi me caigo varias veces, pero reboto con los que me rodean y me
las arreglo para mantenerme erguida. Alcanzar el lado más alejado de la intersección
se siente como un logro milagroso. Todavía no puedo respirar, y el borde de mi visión
se oscurece, se estrecha, pero cada paso requiere tal enfoque y determinación que no
puedo permitirme vacilar, o me caeré.

Y entonces siento que la paz me inunda. Miro a mi alrededor, y ahí está. Alto, de
cabello dorado, piel dorada, ojos brillantes índigo. Caminando hacia mí, con los brazos
en alto, la sonrisa en su rostro tierna, la alegría tranquila de verme. Lleva los mismos
vaqueros ajustados azul oscuro que la primera vez que lo vi, esta vez con una camiseta
roja, en la que está escrito en grandes letras negras: VOTA NO EN DALEKS, DEJE DE
EXTERMINAR HOY, con una foto de una especie de robot cubierto de perillas negras y
armado con un arma. No entiendo muchas de sus camisetas. Referencias a la cultura
pop, creo, cosas que no he visto ni antes ni después de la amnesia.

Me envuelve en sus brazos, me lleva a su pecho. Es cálido, sólido y


reconfortante, su olor ahora es familiar, chicle de canela y humo de cigarrillo.
Descanso mi oído sobre su corazón y escucho sus latidos, y sólo respiro por largos
momentos. No habla, como si comprendiera sin necesidad de que le digan que estoy
frágil ahora mismo.

Su palma se desliza por mi cintura y descansa sobre mi cadera, sobre los


puntos de sutura. Jadeo con dolor, y su mano se aleja volando.

—Mierda, ¿estás herida? —Me sostiene por el hombro y me examina para ver
si hay signos de lesión.

Sacudo la cabeza. —No. Bueno, sí. Acaban de quitarme el microchip de la


cadera. Ya no me rastrea. No de esa manera, al menos.

—¿Cuándo ocurrió esto?


Me encojo de hombros. —¿Hace diez minutos, tal vez?

—Maldita sea, Isabel —suspira—. No deberías estar de pie. —Se ajusta a las
palabras, me toma en sus brazos y me acuna contra su pecho.

—Bájame, Logan —murmuro, escondiendo mi cara en su cuello—. Estoy bien.


Además, no puedes llevarme por las calles de Manhattan.

—Al diablo con lo que haré, al diablo con lo que eres, y al diablo con lo que no
puedo. —Se mueve entre la multitud conmigo en sus brazos como si no pesara nada, y
tiene cuidado de que mi cabeza no choque con nadie—. Si un hombre llevando a una
mujer por la calle es lo más extraño que esta gente ve hoy en día, entonces no están
prestando atención.

No quiero que me baje. No realmente. Así que dejo que me lleve. Disfruto de su
presencia, su calor, su fuerza. Que me cuide. Atendida. Ser cuidada.

—Así que... tú y Caleb. —Es un suave empujón, una inquisición vacilante.

Mi garganta se agarrota. —No puedo, Logan. Todavía no.

Sus labios tocan mi mejilla. Luego mi frente. —Cuando estés lista. O no lo estés
en absoluto. Estoy aquí, ¿de acuerdo? Es todo lo que tiene que preocuparte. Estoy
aquí, y te tengo.

Su gran todoterreno plateado está aparcado a un par de manzanas de distancia,


y me lleva hasta él, sin titubear ni cambiar su agarre ni actuar ni siquiera por un
momento como si mi peso no insignificante fuera una carga. Me pone de pie, abre la
puerta del lado del pasajero, y me ayuda a entrar, cierra la puerta después de mí.

Se desliza detrás del volante, toca un botón para arrancar el motor.


Inmediatamente, una música fuerte, salvaje y estridente llena la cabina. La música es
agitada pero melódica, la cantante una mujer, su voz dulce pero llena de rabia,
pasando fácilmente de cantar a gritar: Soy la oscuridad que creaste, soy tu pecado, soy
tu puta. Logan se mueve para apagarlo, pero yo lo detengo.

—Espera. —Hay algo en la forma en que canta, en la forma en que grita. Algo en
las letras. Algo visceral en la locura de los instrumentos—. ¿Qué es esto?

—La banda es In This Moment. La canción se llama “Whore”.


—Podría ser sobre mí.

Nos sentamos y escuchamos. Estoy conmovida, profundamente. La rabia que


siente tan obviamente, la posesión de la oscuridad dentro de ella, la demanda de una
respuesta a una pregunta que no tiene... Me identifico con algún rincón vulnerable de
mi alma.

Y luego viene la siguiente canción. ¿Estás enferma como yo?... ¿Soy hermosa?
Hay más ira en esta canción, un odio más profundo y un auto desprecio y comprensión
de la propia inmundicia.

Está demasiado cerca del estado de mi existencia, demasiado cerca de lo que


soy. Podría convertirme en una criatura esculpida por el fuego y la rabia. Me han
mentido, me han poseído y me han forzado a usar moldes que no me convienen; me
han lavado el cerebro y me han hecho ser algo que no soy. Mi pasado me ha sido
ocultado. La verdad de todo lo que soy yo se ha mantenido enterrada. Aun así, mis
deseos son usados en mi contra. Mis necesidades convertidas en armas, forjadas en
espadas que abren mi propia carne.

Tiemblo, como una hoja seca en un prolongado viento.

—Creo que es suficiente —dice Logan, cuando la canción termina.

—No. Una más.

Él pone una canción llamada “Blood”, y yo me concentro en la letra. Chica


sucia... todo lo que me has quitado... domina y me violas...

Cierro los ojos y caigo en ella. Me rindo ante ello. Grita con ella. Canta con ella.
Me pierdo en ella.

Interpreta otra, “The Promise”, y a ésta se le añade una voz masculina, y la


promesa del título es que se harán daño mutuamente.

Conozco ese sentimiento. Lo siento ahora. Me arriesgo a mirar a Logan, y sé que


es verdad. Le haré daño. Le he hecho daño. Sólo que él no lo sabe todavía.

Conduce, y le dejo jugar a lo que quiera. Me dice qué es cada canción y cada
banda a medida que van apareciendo, una por una. Toca Halestorm, Flyleaf,
Amaranthe, Skillet, Five Finger Death Punch, ¿cómo se les ocurren estos nombres?
La única constante es la rabia.

Esto... esto lo entiendo.

Llegamos a su casa, y he tenido una breve introducción a la música que puede


llegar a los secretos de su alma y convertirlos en reales y darles voz. Resulta que mi
voz está enfadada.

—A mi chica le gusta el metal —dice Logan, mientras cierra su furgoneta.

—No soy tu chica. —Odio lo dura que sueno cuando digo esto, y una mirada a
Logan me dice que le he hecho daño—. Eso sonó mal. Lo siento.

—No, es verdad.

—Pero no es lo que quería decir. O, lo es, pero no de la manera que sonaba. No


puedo ser tu chica. Quiero serlo, ojalá lo fuera. Pero... No puedo serlo. Logan, sólo... no
puedo.

—¿Por qué no?

—Porque estoy rota. Soy todo bordes afilados y fragmentos. Sólo te cortaré en
pedazos si tratas de mantenerme agarrada.

—No me importa sangrar por ti.

—No deberías tener que hacerlo. —Me trago la amargura en la garganta—. No


por mí. No valgo la pena.

—¿No vale la pena...? —Parece ahogarse, pero no puedo mirarlo—. —¿No vale
la pena? Dios, ese bastardo realmente te ha hecho un número, ¿no?

—Me lo hice a mí misma.

—Tenía razón, ¿no?

—Sí. —Salgo de su auto y me sigue. Se sienta en el último peldaño de las


escaleras que llevan a su casa—. ¿Por qué estabas allí, Logan? Justo ahora, quiero
decir. ¿Cómo es que siempre estás... ahí... cuando más te necesito?

—Yo sólo... lo sabía. No lo sé. No puedo explicarlo sin sonar como un loco. Yo
sólo... sabía que debía estar allí. Sabía que me necesitarías. No podía sentarme y no
hacer nada. Terminamos la adquisición y ahora estamos fuera por una semana, y yo
sólo... Me estaba volviendo loco sin ti. Y sabía que me necesitabas— —Busca en un
bolsillo de sus jeans y saca mi celular—. Además, dejaste esto en mi casa, así que iba a
devolvértelo.

—Gracias.

Se encoge de hombros. —¿Qué pasó, Is? —Enciende un cigarrillo e inhala


profundamente.

Se lo quito, fumo con él. Sabe horrible, pero el mareo vale la pena, la sensación
de flotar, la sensación momentánea de libertad. Y me une a él de alguna manera.

—Más historias, más verdades a medias, más mentiras. —Miro fijamente el


hormigón bajo mis pies—. Más de mi debilidad. Más de todas las cosas que siempre he
conocido.

Logan está en silencio durante mucho tiempo, el cigarrillo apretado entre el


índice y el pulgar, perezosos zarcillos de humo acurrucados alrededor de su cara. —
Pero yo tenía razón.

—No te andes con rodeos, Logan. No para no herir mis sentimientos. —Le quito
el cigarrillo, inhalo, veo el brillo de la cereza más brillante. Se lo devuelvo—. O los
tuyos, para el caso.

Parpadea, hace un último arrastre y con un violento movimiento de la mano


manda el extremo volando a unos 30 centímetros de la calle, donde aterriza con una
explosión de chispas. —¿Te lo follaste?

Apenas puedo manejar un susurro. —Respuesta corta... sí.

Un silencio, corto y brutal. —Joder. Lo sabía. —Se levanta, se aleja, se tira del
cabello de la coleta con un tirón, y la sacude, lanza sus dedos a través de los mechones
rubios ondulados. Me mira desde tres metros de distancia—. ¿Cuál es la respuesta
larga?

—Me odio a mí misma por ello. Sabía que no cambiaría nada. No lo cambiaría.
No me cambiaría a mí. No traería respuestas. Pero... Soy débil, Logan. Me confunde.
Yo... ni siquiera sé cómo explicarlo. Pero esta vez... Me sentí... vacía. Me di cuenta de
que, si le importa algo, no puede demostrarlo. O tiene una forma muy extraña de
demostrarlo. No lo sé. No estoy más cerca de saber nada sobre mí o mi pasado que
cuando me fui de aquí, y ahora...

—¿Y ahora qué, Isabel?

—Tú, y yo. ¿Cómo puedes mirarme?

Me toca la barbilla con un dedo. No sabía que estaba ahí delante de mí, así que
estoy muy absorta en mí misma. —¿Por qué crees que te dejé salir en primer lugar?
¿Por qué crees que no nos dejaría tener sexo?

—No lo sé.

—Bueno, eso es una mierda, porque lo sabes. —Se sienta a mi lado otra vez—.
Te dije por qué.

Pienso en el pasado. —Dijiste que no podía haber un comienzo para ti y para mí


hasta que Caleb y yo termináramos.

—Bien. —Una pausa—. ¿Y? ¿Era ese el final?

—No lo sé. Sé que esperas una respuesta decisiva, pero... No puedo dártela. Fue
el final de su dominio sobre mí, físicamente. ¿Pero emocionalmente? No lo sé. Todavía
hay muchas preguntas para las que necesito las respuestas. Todavía estoy enredada,
Logan. Sabe cosas, pero no me las dice. También tenías razón en eso. Pero no sé por
qué me está ocultando cosas. ¿Por qué hay que ser tan reservado? Yo sólo... Necesito
saber más. Y hasta que lo haga, hasta que me sienta completa, nunca estaré totalmente
libre de Caleb.

—No puedo culparte por eso, supongo.

—Y no sé si esto significa algo para ti, pero... No me lo he follado. Él me folló a


mí, y yo lo dejé. Es la forma en que siempre ha sido. Fui cómplice, tengo que ser
honesta sobre eso. Lo permití, como siempre lo he permitido. En el momento, cuando
él está ahí, yo sólo... me pierdo a mí misma. Me pierdo a mí misma. —Quiero tomar su
mano, pero tengo miedo; durante un momento de valentía, deslizo mis dedos bajo la
suya—. ¿Dónde nos deja esto, Logan?

Nos ensarta los dedos. —Estoy herido. Estoy disgustado. Sabía que iba a pasar,
por eso nos retuve. Pero aun así apesta. —Se levanta, me lleva dentro—. Sólo necesito
algo de tiempo, ¿sabes? Poner un poco de espacio entre tú y él y… tú y yo.
No estoy en condiciones de pensar en él y en mí. Apenas puedo funcionar. Mi
mente gira como un modelo orbital de nuestra galaxia, un millón de pensamientos,
cada uno girando y todos ellos girando en complicados patrones heliocéntricos
alrededor de los soles gemelos de Logan y Caleb. Ambos son entidades súper masivas,
cada uno de ellos posee sus propios tirones gravitacionales sobre mí.

O quizás Caleb es un agujero negro, absorbiendo luz y materia y todas las cosas
en una destrucción inexorable, y Logan es un sol, dando vida, dando calor,
permitiendo el crecimiento.

Logan me lleva a su sala de estar, me empuja hacia el sofá. Me siento. Suelta a


Cocoa, que me recibe con exuberantes besos de cachorro y luego se acuesta en el suelo
y nos observa. Logan desaparece en la cocina y regresa con dos botellas abiertas de
cerveza y una botella medio vacía de Jameson. —Una advertencia, antes de que
empecemos a beber: Esto no arregla nada. Pero a veces necesitas emborracharte y no
preocuparte por el jodido desastre de tu vida. Te da un poco de espacio para todo. Y
he descubierto que pienso claramente en los problemas cuando tengo una resaca
espantosa. Algo sobre el dolor de cabeza y el estómago que me hace ser más
brutalmente honesto conmigo mismo.

Me da la botella de whisky y una de las cervezas.

Me quedo mirándolo fijamente. —¿Dónde están los vasos?

Una risa. —No hay vasos para este tipo de bebida, cariño. Sólo toma de la
botella.

—¿Cuánto?

—Dos buenos tragos es aproximadamente un tamaño decente. Pero dadas las


circunstancias, yo diría que sigas bebiendo hasta que no puedas más.

Esto me parece un muy mal consejo. Pero entonces, tal vez ese es el punto:
emborracharme muy rápido.

Me llevo la botella de whisky a los labios y tomo un sorbo tentativo. Quema,


pero no de la misma manera que el scotch. Es más fácil de beber, en realidad. Dejo que
la quemadura se deslice por mi garganta y respiro a través de ella. Y luego hago lo que
me sugirió: inclino la botella hacia arriba y tomo un trago, un segundo, un tercero, y
luego quema demasiado y estoy jadeando por el oxígeno y mi garganta está en llamas.
Dreno la mitad de mi cerveza en un intento de aliviar mi garganta que protesta,
después de lo cual mi cabeza da vueltas.

Logan toma la botella y hace lo mismo, bebiendo la misma cantidad que yo y


siguiendo con la cerveza. Y entonces hace algo realmente extraño. Se acuesta en el
sofá, pone el whisky y su cerveza en una mesa auxiliar, y pone mis pies en su regazo,
tirando mis zapatos al suelo. Levantando uno de mis pies y tomándolo con las palmas
de las manos, clava sus pulgares en el arco de mi pie, provocando inmediatamente un
gemido de mi parte.

—¿Qué estás haciendo, Logan? —pregunto.

—Dándote uno de los mayores placeres de la vida: un masaje en los pies.

Es increíble. No quiero que se detenga nunca. Es íntimo, tan placentero que es


casi sexual. Sus pulgares presionan firmemente en círculos deslizantes sobre mi arco,
en mi talón, la bola de mi pie, y luego sus dedos se deslizan entre cada uno de mis
dedos y me rio del toque con cosquillas. Después de una breve pausa para beber
cerveza, le da a mi otro pie el mismo tratamiento.

Y luego sus dedos se hunden en el músculo de mi pantorrilla, amasándolo en


círculos y de un lado a otro de mi pierna. Más alto, más alto, cerca de mi rodilla, y el
masaje se hace más íntimo con cada pulgada ascendente. El algodón elástico de mi
vestido se extiende sobre sus manos, una de las cuales sostiene mi pierna en el tobillo,
la otra masajea mi pantorrilla.

He olvidado mi cerveza; tomo un trago, y luego lo miro. —Esto se siente


increíble.

—Bien. Necesitas algunas cosas increíbles en tu vida.

—Ahí estás tú. —No quise decir eso; parece que el whisky me suelta la lengua.

Logan no se ríe de mi paso en falso. —Se podría decir que soy una mala
influencia para ti. —Me da el whisky, y yo lo tomo, tomo dos tragos, e inmediatamente
lo tomo—. Un ejemplo: te tengo mezclando el whisky con cerveza.

—Eso es cierto —digo—. Muy cierto, de hecho. Pero no me importa.


Principalmente porque tu estilo de maldad es siempre tan bueno.

Eso me hace reír. —Me alegro de que pienses así.


Su tacto se desplaza de la pierna derecha a la izquierda, y es imposible pensar
en otra cosa que no sea sus manos en mi pierna, la forma en que sus dedos penetran
en el músculo y la piel lisa justo debajo de la parte posterior de mi rodilla. La
intimidad de ello, la forma en que deseo y quiero, en los lugares sucios de mi mente,
que su toque se deslice hacia arriba, aunque sé que es lo peor que podría pasar ahora
mismo.

—¿Tienes hambre? —pregunta.

Asiento de forma descuidada. —Sí. Mucha. Muchísima.

—Estás borracha —dice, riéndose.

—Lo estoy. —Sí, en efecto, estoy borracha. Yyyyyy me gusta.

También me gusta este lugar en el sofá. Es cómodo, acogedor. El sofá me ha


tragado, me ha aspirado.

—Bien. Ese era el punto. Pero no se necesitó mucho, ¿verdad?

—En realidad no bebo mucho, o muy frecuentemente. Caleb me mantuvo...


saludable.

—Bueno, tengo algo insalubre y delicioso para ti. Sólo aguanta un poco más.
Escucho el plástico arrugándose, silencio, y luego la puerta del microondas se abre y
se cierra, el suave zumbido del microondas calentando algo. Tengo curiosidad, pero
estoy demasiado agradable y cómodamente borracha para hacer el esfuerzo de mirar
para ver lo que hizo. Lo huelo después de un momento, pero no puedo identificarlo.

Se deja caer en el sofá a mi lado, un plato de cerámica en una mano, dos


cervezas más en la otra. Me quita la botella de la mano -no me había dado cuenta de
que estaba vacía, ni recuerdo haberla terminado- y la reemplaza por la llena. Tomo un
sorbo, y es, como cada sorbo antes de él, delicioso. Pero luego huelo la comida. No
recuerdo la última vez que comí. El plato tiene patatas, patatas de maíz amarillo con
queso derretido en ellas, abundantes bolas y charcos de queso naranja apilados en
chips triangulares blancos y amarillos.

Pruebo uno; oh. Oh, Dios. OH MI DIOS.

—¿Qué-es-eso? —pregunto, mi boca llena de papas fritas y queso.


Se ríe. —Es como alimentar a un extraterrestre. Te juro que nunca has tenido
una buena comida. Son nachos, hombre. Patatas fritas con queso. La mejor comida de
borrachos o drogados que hay.

—Excepto la pizza —añado—, y el shawarma2 de pollo.

—Y patatas fritas.

—Y la cerveza.

—La cerveza es muy, muy importante. —Está de acuerdo Logan. Busca una
patata frita, pero luego se detiene y se ríe. Aparentemente me las he comido todas—.
Tienes hambre, ¿verdad?

Lo miro fijamente, avergonzada. —Lo siento. No quise enredarme.

Logan sólo sacude la cabeza, riéndose. —No seas ridícula, y no te disculpes. —


Se levanta y me tira de un mechón de cabello—. ¿Quieres algo más?

Sólo asiento. No puedo creer que ya me haya comido todo eso. Era un gran
plato lleno de patatas fritas. —Sí, por favor.

Se dirige hacia la cocina, pero se detiene y se inclina sobre la parte trasera del
sofá, apoyando su barbilla en mi hombro. Tengo muchas ganas de besarlo, su mejilla,
su boca, su sien, su algo. No me atrevo.

—¿Alguna vez tuviste un P-B-y-J? —pregunta.

—¿Un qué?

—Supongo que eso es un no. Sándwich de mantequilla de cacahuete y jalea3.

Me encojo de hombros. —No que yo recuerde.

—Viniendo entonces. Te encantará. Otro alimento básico. Viví de P-B-y-J


mientras crecía. Todavía soy una persona a la que acudir cuando no sé qué más tener.

2 Platillo de la Gastronomía de Medio Oriente que se prepara cortando finas rebanadas de carne,
apiladas en forma de cono y asadas en un asador vertical que gira lentamente
3 Por sus siglas en inglés (Peanut butter and Jelly)
Vuelve en unos minutos con cuatro sándwiches, dos para mí y dos para él. El
primer bocado es... delicioso. Cacahuetes crujientes, gelatina de fruta fresca, pan
blanco suave. Termino el primero en un momento. Estoy a la mitad del segundo
cuando me golpea.

El sol es brillante. Cegador. Brillando en mis ojos mientras me siento en una mesa.
Puedo sentir la madera bajo mis manos, áspera, de grano grueso, profundas grietas y
ranuras, pero pulida y lisa por el paso del tiempo. Hay una ranura bajo el dedo índice de
mi mano derecha, y paso la uña por ella. He hecho esto un millón de veces. Sentada aquí,
frotando una uña en este surco, esperando. Huelo... el mar. Salmuera. Las olas del océano
chocan en algún lugar lejano. Una gaviota grazna, otra responde.

Perfilada por el sol hay una mujer, alta, con aspecto salvaje. Largo cabello negro
que cuelga suelto hasta casi llegar a su cintura. Sus caderas se mueven al ritmo de la
música que sólo ella puede oír mientras está de pie en el mostrador, haciendo algo. Está
haciendo un sándwich. Esparciendo jalea de uva, densamente. Mantequilla de cacahuete,
con muchos cacahuetes. Lo corta por la mitad en diagonal, lo pone delante de mí. En un
plato de porcelana blanca trazada alrededor del borde con delicadas flores azules.

Se inclina hacia abajo, y el sol es bloqueado por su cuerpo, permitiéndome verla.


Veo su sonrisa, que se extiende por su cara como el amanecer. Sus ojos brillan. —Coma,
mi amor4. —Su voz es música.

Ella toca sus labios con mi mejilla, y yo huelo ajo y perfume.

—… ¿Isabel? ¡Isabel! —La voz de Logan se filtra a mi conciencia.

—Mi… mi madre solía hacerme estos sándwiches. Cuando era una niña. Creo
que. Yo sólo... La vi. Estaba sentada en una mesa. Estaba junto al océano, creo. Eso es
todo... es todo lo que recuerdo. Pero pude... sentirlo.

Logan no tiene palabras, pero no necesito sus palabras. Me rodea con un brazo,
me acerca a él. —Estoy aquí, nena.

Es todo lo que necesito. No hay nada que pueda decir, nada que decir.

Su corazón late con fuerza, un suave tamborileo tranquilizador bajo mi oído. No


tengo ni idea de qué hora es, y no me importa. El mundo está girando, y me siento

4 El original en español
desconectada de él. Como si pudiera volar en cualquier momento, soltada por la
fuerza de gravedad.

—En casa de Caleb... Tuve un sueño. Un recuerdo, creo. No estoy segura. Un


accidente de coche. Pero sólo tal vez. Todo lo que sabía era que estaba herida, y que
estaba lloviendo, y que tenía frío, y que estaba oscuro. Tenía mucho dolor... Estaba
sola. Pero entonces él estaba allí, pero sentí como si lo hubiera visto antes. Y no fue un
atraco. Eso es lo que siempre me dijo. Un atraco que salió mal. Pero eso no fue lo que
pasó. No lo es. Me mintió. ¿Pero por qué? ¿Por qué mentir sobre eso?

—Porque tal vez la verdad de lo que pasó es algo que él no quiere que sepas.

Eso tiene demasiado sentido. Y hace que me duela el corazón. ¿Qué podría estar
escondiendo Caleb? Simplemente hay demasiadas posibilidades, y estoy demasiado
mareada para analizarlas todas.

Todavía tengo medio sándwich en la mano. Lo he dejado a un lado. Siento una


fría nariz canina empujando mi mano, y abro los ojos para ver un par de Cocoas,
borrosas y superpuestas, mirándome fijamente con esperanza. Apenas consigo
golpear el resto de mi sándwich -sólo una pequeña esquina- en el suelo a sus pies.

Pero no se abalanza sobre él, sino que mira a Logan suplicantemente. —Se
supone que no debes tener comida de gente, pero supongo que por esta vez está bien.
—La rasca cariñosamente detrás de la oreja—. Adelante, chica.

Cocoa lo devora de un solo bocado, se lame los labios, y luego vuelve a su lugar
en la alfombra cerca de la puerta entre la sala y el pasillo. Su cola golpea el suelo
rítmicamente-pum, pum, pum, pum.

—Me gusta Cocoa. Es una buena perrita.

Una risa de Logan. —Lo sé. Es mi chica.

—Pensé que yo era tu chica —digo, sonando un poco demasiado petulante para
mi gusto.

—¿Estás realmente celosa de mi perro ahora mismo, Isabel? —pregunta Logan,


con una risa en su voz.

—No. Cállate. —No puedo ocultar la sonrisa en mi voz o en mi cara. No lo


intento.
El silencio entre nosotros entonces es fácil. Me contento con dejar que el
mundo gire a mi alrededor y debajo de mí, acostarme contra Logan y escuchar su
corazón latiendo bajo mi oído, y no pensar en Caleb o en las mentiras o los misterios o
en mí misma o en nada.

—Tengo una confesión que hacer —dice Logan.

Muevo la cabeza sobre su pecho, un gesto que pretende ser negativo, pero que
termina siendo más bien un descuido de mi cabeza. —No puedo manejar nada serio
en este momento.

—Nada de eso. Es sólo que tenía un motivo oculto detrás de emborracharte.

Me giro y lo miro, pero tengo que cerrar un ojo para que sólo haya uno de él. —
Oh, ¿en serio? ¿Y cuál sería?

—Para que me tiente menos. No me aprovecharé de ti cuando estés borracha,


especialmente cuando seas tan vulnerable como ahora.

—Eso no es lo que esperaba que dijeras.

—Lo sé. —Me frota el brazo—. Quiero que estés bien. Cuando suceda entre
nosotros, quiero que esté bien. Y tú todavía no estás ahí.

Sacudo la cabeza. —No. Desearía estarlo, pero no lo estoy. Él tiene respuestas


que necesito, y hasta que las consiga, tiene un control sobre mí que no puedo romper.
No es justo para ti.

—La vida no es justa —dice Logan—. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Si lo


fuera, mi mejor amigo no habría muerto, y yo no habría ido a la cárcel. Si la vida fuera
justa, habrían arrestado a Caleb en mi lugar, y no tendrías amnesia. Si la vida fuera
justa, podríamos estar juntos y no habría nada que se interpusiera en el camino.

—Pero la vida no es justa.

—Ni siquiera cerca. —Un suspiro—. No digo que me arrepienta de lo que


hicimos juntos, pero... me lo hace más difícil ahora mismo. Porque te he probado. He
podido ver cómo será cuando podamos estar juntos sin nada entre nosotros.

—Pero soy débil, así que hay algo entre nosotros. —Me ahogo con mis
próximas palabras—. Caleb está entre nosotros.
Una vez más, Logan se queda sin nada que decir. Es verdad, y ambos lo
sabemos.

—¿Qué hora es? —le pregunto.

—¿Por qué?

—Porque no tengo ni idea, y tengo curiosidad.

Logan inclina la muñeca para mirar su reloj. —Son las dos y media de la tarde.

—Estoy cansada. —Quiero abrir los ojos, pero no puedo. No cooperan—. Lo


siento. No soy divertida en este momento. Estoy... tan cansada.

—Estoy aquí, Isabel. Relájate. Suéltalo. Te tengo.

Siempre me estoy durmiendo cerca de Logan. Tal vez porque me siento segura
con él.

Sueño con Logan. Con estar desnuda con él. Nada entre nosotros. Y luego sueño
con cristales rotos y metales retorcidos, y oscuridad y lluvia. Y luego Logan está en la
oscuridad conmigo, bajo la lluvia conmigo, de pie justo fuera de su alcance.

Justo fuera de su alcance. En el sueño, como en la vida.

•••

Me despierto sola, aterrorizada. Sudando. Llorando. El resto de los sueños


cubren mi mente con miedo, fragmentos de pesadillas aleteando en los espacios de mi
alma como murciélagos en un campanario. Ojos hambrientos, rojos en la oscuridad.
Luces brillantes que me ciegan. Hielo en mis venas. Pérdida. Confusión. Todo está ahí,
en mi mente, desordenado y salvaje y desordenado y visceral, pero sin sentido.

Trato de respirar a través de él, pero no puedo. No puedo respirar. Mi pecho


está comprimido por bandas de hierro, impidiéndome respirar. Mis manos tiemblan.
Las lágrimas recorren mis mejillas, fluyendo libremente, imparables. Me duele
respirar, pero no puedo. El terror golpea en el interior de mi cráneo y aprieta mi
corazón para que lata como el aleteo de las alas de un gorrión.

¿Dónde está Logan?

¿Dónde estoy yo?


Estoy en su cama. El colchón es amplio, pero vacío para mí. Las mantas están
echadas a los pies de la cama, la sábana se enredó alrededor de mis muslos. Estoy
empapada de sudor. Está oscuro afuera. Un reloj digital en la mesita de noche cerca de
la mano dice 1:28 A.M. Todo está oscuro. Las luces están apagadas. La luz de la luna
entra por la ventana, un río de luz ilumina el suelo y mi piel. Estoy desnuda, pero en
sujetador y ropa interior. No recuerdo haberme desnudado.

Siento un jadeo. Otro. Mi voz ronca. —¿Logan?

Nada.

—¿Logan? —Un poco más alto.

Me caigo de la cama, con los pies golpeando el suelo. La madera dura está fría
bajo mis pies desnudos. El sujetador está demasiado ajustado, apretándome. No
puedo respirar. Toco los broches y arranco la prenda, la tiro a un lado.

Todavía estoy mareada. Tengo la boca seca. Me duele la cabeza. Golpes.

No puedo respirar.

No puedo respirar sin Logan.

Lo encuentro dormido en el sofá, vestido con un par de pantalones cortos


sueltos y nada más. Un ordenador portátil está en la mesa de café, abierto, con la
pantalla oscura, y su móvil está cerca, junto con un bloc de papel y un bolígrafo. Hay
varios números de teléfono anotados, todos los números locales de Nueva York, 212
códigos de área. Garabatos, cosas tachadas, garabatos. Diseños abstractos, remolinos
de tinta, cuadrados que se fusionan con triángulos, convirtiéndose en árboles de rizos
y arcos. Ha escrito algo al final de la página, subrayado varias veces.

Jakob Kasparek.

Debajo de eso hay dos palabras más, conectadas al nombre de arriba por una
flecha de color oscuro: Sesión cerrada.

¿Qué significa todo esto?

El solo hecho de verlo me tranquiliza. Pero está inquieto, dando vueltas y


vueltas. Me agacho en el sofá cerca de su cabeza, y le paso los dedos por el cabello.
Murmura algo ininteligible, se mueve hacia adelante, más cerca de mí. Pongo su
cabeza en mi regazo, y hace un pequeño y juvenil sonido de satisfacción que derrite
algo en mí. Su mano se apoya en mi muslo, y yo me deslizo hacia abajo en el sofá y
apoyo mis pies en la mesa de café, su brazo me rodea la cintura, entre mi espalda y el
sofá.

No me vuelvo a dormir, pero puedo descansar, cerrar los ojos y relajarme y


dejar que la sensación de paz me impregne.

Necesito tanto a este hombre que duele.


12
Me duermo hasta el amanecer.

En algún momento después del amanecer, Logan se despierta de repente e


inmediatamente, parpadeando hacia mí. —¿Isabel?

Le sonrío. —Hola.

Sus ojos revolotean sobre mis pechos. Lucha por apartar su mirada de ellos. —
¿Qué...? ¿Qué ha pasado?

—Tuve una pesadilla. Me desperté y no estabas allí. Así que vine a buscarte.

—¿Tuviste una pesadilla, pero yo terminé durmiendo en tu regazo? —Sin


embargo, no parece inclinarse para moverse de mi regazo, y eso está bien para mí.

—Cuando tengo pesadillas, normalmente me producen un ataque de pánico. No


puedo respirar, no puedo moverme. Es difícil incluso pensar. Pero cuando te vi
durmiendo aquí, me calmó... Tenerte durmiendo sobre mí así... fue perfecto. Era lo que
necesitaba.

—Siento no haber estado allí cuando te despertaste.

—Pero estabas.

—Ya sabes lo que quiero decir. —Se frota los ojos, limpiándose el sueño. Sus
ojos regresan constantemente a mis pechos desnudos—. Dios, eres preciosa.

—Tú también —digo.

Y lo es. Pasé mucho tiempo media dormida examinando sus tatuajes, tratando
de analizar las diferentes imágenes. Trazando los contornos de sus músculos con mis
dedos, viéndolo respirar.

—Tienes que ponerte una camisa. O yo necesito estar en una habitación


diferente. —Su voz es gruesa, baja. Se sienta, y veo que lo he afectado. Se retuerce en
un intento de ocultarlo, pero vi la erección en la tienda de campaña de sus pantalones
cortos.
—¿Tienes mi vestido en alguna parte? —pregunto.

Se pone de pie. —Sí, te lo quité cuando te puse en la cama. Pensé que así
dormirías mejor.

—Muy considerado de tu parte —digo, observándolo—. Pero no suelo dormir


en sujetador. Es bastante incómodo. Tal vez la próxima vez puedas quitarme eso
también.

Desaparece en su dormitorio y regresa con mi vestido. —No sé si tengo el


control para eso. —Me entrega mi vestido—. Voy a darme una ducha rápida. ¿Quieres
una antes que yo?

Sacudo la cabeza. —No. Gracias. Estoy bien.

Me mira por última vez, su mirada rastrillando mi cuerpo con un deseo y


aprecio descarados. Y luego entra a su baño y escucho la ducha. No es hasta que han
pasado unos minutos que recuerdo la nota que él mismo escribió y las preguntas que
me dejó. Decido preguntarle. Abro la puerta del baño, oliendo a vapor y jabón. La
ducha tiene paredes de cristal, así que puedo verlo claramente, oscurecido sólo por un
grueso velo de vapor arremolinado. Su cuerpo desnudo es glorioso, perfecto, hermoso.
Lo miro fijamente, observándolo. Está de cara al chorro de agua, con una mano
apoyada en la pared, el agua golpeando su cabeza y la parte posterior de su cuello.
Está inclinado hacia adelante, con la columna vertebral cóncava.

Me lleva un momento darme cuenta de lo que está haciendo; su mano se mueve


lentamente arriba y abajo de su enorme erección. Se está masturbando. No sabe que
estoy aquí, y estoy mirando, en silencio, cautivada. Excitada. Sus ojos están cerrados,
su mandíbula apretada. Su postura habla de tortura interna, de un gran conflicto. Se
está apretando duro, con fuerza. Observo, y pienso en lo mucho más gentil que sería.
Observo y no siento ninguna culpa en este voyeurismo. Debería, pero no lo hago. Sólo
placer. El calor me atraviesa y la humedad cubre mi interior. Quiero tocarlo. Quiero
quitarme la ropa interior y meterme en la ducha con él, cambiar su mano por la mía.
Quiero envolver mis muslos alrededor de su cintura y sentirlo dentro de mí. Sentirlo
tomarme, saquearme, arrasarme. Violarme.

Recuerdo algo que dijo, justo fuera de este mismo baño—: Vístete, X, antes de
que descubras cuánto autocontrol se necesita para no… violarte sin sentido.

Quiero que me deje sin sentido.


Pero no me atrevo a permitirlo. Todavía no. No con el aroma de Caleb tan
fresco en mi piel. Quiero a Logan. Lo necesito. Lo necesito desesperadamente. Pero no
puedo tenerlo. No hasta que haya roto el control de Caleb sobre mí.

Dios. La mano de Logan está borrosa ahora, y su cuerpo se balancea, se


endereza. Su puño se hunde alrededor de su polla, hasta la raíz, y luego vuelve a subir.
Estoy hipnotizada por esto, viendo la burbuja tensa de sus nalgas flexionarse mientras
se empuja en su puño, y la cabeza de su polla se vuelve casi púrpura con la fuerza
brutal de su agarre. No podría mirar hacia otro lado aunque quisiera.

Gime, un sonido tranquilo y restringido. Y entonces su puño reanuda su


bombeo borroso y se apoya todo su peso contra la pared de mármol, la cara apoyada
en su antebrazo, las caderas empujadas hacia adelante. Su cuerpo está inclinado hacia
adentro, la columna vertebral arqueada. Es una visión de la masculinidad, todo
músculo, tatuajes, carne dura y ángulos.

Casi me acerco cuando se libera. Es un géiser de semen saliendo de él,


salpicando sobre el mármol y escurriéndose por el desagüe, arrastrado, y continúa el
duro abuso de su miembro, bombeando hasta que otro chorro sale de la punta de él, y
entonces se agarra a la base y se frota allí como una tercera fuente de líquido blanco
viscoso lo deja. Y luego se frota la palma de la mano sobre la cabeza y aprieta, bombea,
aprieta. Finalmente, está listo.

Y ahí es cuando me mira.

Sus ojos se estrechan. Su mandíbula se flexiona. —Isabel.

Su mirada se posa sobre mis pechos, hacia abajo. Se fija en mi núcleo. Yo


también miro hacia abajo, y veo que la seda que cubre mi abertura se ha oscurecido
con la humedad.

Me encuentro con su mirada sin disculparme. Inclino mi barbilla hacia arriba.

Y entonces huyo. Vuelvo a su dormitorio y me tiro en la cama. Dios, ¿qué he


hecho? Vi a Logan masturbarse. ¿Está enfadado? No lo sé. Sorprendido, por lo menos.
Confundido. Vio lo excitada que estaba, mirándolo.

Oh, Dios. Oh Dios. Cierro los ojos y puedo verlo todavía, su grueso eje en su
duro puño, la cabeza ancha y regordeta, oscura mientras se aprieta sin piedad. Casi
puedo sentir su polla en mis manos, casi puedo sentir sus labios en mis pechos.
Gimoteo y deslizo mis dedos por debajo de la cintura de mi ropa interior, deslizo dos
dedos dentro de mí. Extiendo los jugos y los froto contra mi clítoris. Muerdo mi labio y
dejo salir un gemido como un rayo que me atraviesa.

Oigo la puerta y sé que está ahí. Aún no abro los ojos. Me levanto de la cama y
me quito las bragas. Me las quito de una patada. Abro las piernas y me toco una vez
más, dejo que mis dedos encuentren un ritmo envolvente.

Cuando lo encuentro, abro los ojos y miro fijamente a Logan a través de los
párpados rasgados. Está recostado contra la puerta cerrada del dormitorio, una
gruesa toalla negra envuelta alrededor de su cintura, agarrada con una mano. No me
detengo. Mantengo mis ojos en él mientras acaricio mi clítoris, deslizo mis dedos en
mi rendija y me unto humedad una vez más, giro, giro. Respiro con fuerza y mis
caderas se agitan. Mi garganta se cierra, y entonces gimo involuntariamente, el calor
aprieta mis músculos, la tensión se enrolla dentro de mi vientre, abajo.

La toalla alrededor de la cintura de Logan no hace nada para disfrazar la


evidencia de su renovada erección.

¿Qué es lo que estamos haciendo? ¿Por qué?

No tengo respuestas, pero sé que no voy a parar. Y sé que él tampoco lo hará.


Pero tampoco se acercará más. Si lo hiciera, todo esto cambiaría en un momento. Un
solo toque, y se acabaría. Estaría aquí en esta cama conmigo. Y yo quiero eso, pero
como dijo ayer, lo quiero cuando esté bien. Y esto puede estar mal, o tal vez no. No lo
sé. Sólo sé que me gustan sus ojos en mi cuerpo, y desearía que fueran sus manos,
pero sé que si fuera así estaríamos aquí durante días y días, desnudos y enredados y
sudorosos y ensuciándonos tanto juntos haciendo todas las cosas que he querido con
Logan durante tanto tiempo que parece que duele, y aun así después de que
saliéramos de esta cama parpadeando y doloridos, todavía tendría preguntas y
problemas y nada sería diferente y nada se resolvería.

Así que elijo esperar.

Y torturarnos a él y a mí con esta exhibición íntima y voyeurista. Estoy en


exhibición para él. Con los talones hasta las nalgas, abierta de par en par para él,
mojada y reluciente con mis jugos, pesados pechos cargados a ambos lados de mi
cuerpo. Parpadeo y lo miro, y está desnudo. Se le cayó la toalla. Polla en mano.
Imposiblemente dura otra vez.

—Pellizca tus pezones, Isabel. —Su voz flota hacia mí. Me pellizco el pezón
entre el dedo y el pulgar, y un gemido me deja—. Más fuerte. Haz que duela.
Aprieto fuerte, y el rayo me atraviesa, y mis caderas se levantan
involuntariamente.

Se está sacudiendo bruscamente.

Me encuentro con su mirada. —Suavemente, Logan. Suavemente. No tan fuerte.


—Él suaviza y frena su toque—. Sí. Así.

—Ojalá fuera tu mano —murmura.

—O mi boca —digo.

—O tu coño.

—Eso sería tan perfecto. Me apretujaría a tu alrededor. Te apretaría tan fuerte


que no serías capaz de salir de mí.

—Si estuviera en tu coño, nunca me iría. Me enterraría tan profundamente... —


Se está complaciendo a sí mismo lentamente, suavemente. Pero no de la manera que
yo lo haría.

Dios, quiero tocarlo.

Recuerdo la forma en que se sentía en mis manos. En mi boca. Su corrida en mi


piel, en mi lengua.

Estoy loca. Al límite de mi control. Lista para abandonar la pretensión de todo


esto y saltar sobre él como una leona saltando por su presa.

—¿Por qué nos hacemos esto a nosotros mismos, Logan? —pregunto, mi voz
desgarrada, desesperada.

—A la mierda si lo sé. —Está cerca. Sus párpados son pesados, sus


movimientos son toscos y bruscos.

—Te necesito.

—Te necesito también, nena. —Está rechinando los dientes, sus músculos
están tensos, los ojos entrecerrados y enfocados en mí.

Yo estoy ahí. En el borde, montando la cima. Cayendo, mirándolo. —Me voy a


correr, Logan.
—Yo también.

No me atrevo a mirarlo ahora. Si lo miro, saldré de la cama y me arrodillaré


delante de él y tomaré toda su semilla en mi boca, en mi cara y en mis pechos. Saltaré
sobre él y lo montaré hasta que no pueda caminar. Dios, lo quiero, joder.

—Yo también te deseo tanto, Isabel —dice Logan, y me doy cuenta de que dije
la última parte en voz alta.

—Oh... oh Dios. Oh Dios. —Estoy explotando, viendo a Logan en mi mente,


contra el fondo de mis ojos cerrados.

Y entonces lo siento. ¿Estoy imaginando esto? ¿Su boca en mis pezones,


mamando fuerte, aplanándolos, mordiéndolos, sus dedos en los míos, dando vueltas
locamente con los míos?

No me atrevo a abrir los ojos y romper el hechizo, sólo lo sigo, gimoteo y me


quejo y ahora estoy cerca de llorar con la dicha que me atraviesa, la lengua húmeda
caliente en mis pechos, los labios embadurnados y tartamudeando en mi piel.

—Logan... —susurro.

—Ssshhhh. —Está cerca. Demasiado cerca. Lo necesito, y si realmente está


aquí, realmente en esta cama conmigo, entonces lo llevaré. No tendrá ninguna
oportunidad contra mi desesperación—. Calla, nena. Deja que te cuide.

—Pero...

—Silencio. —Y entonces su boca está ahí, en mi núcleo, sobre mi clítoris, y mis


dedos están enterrados en su cabello largo y grueso y estoy tirando de su cabeza,
sacudiéndome bruscamente para que me dé más de su boca, para instarle a que haga
más. Más. Dios, más.

Me retuerzo contra su cara, y me corro. Con tanta fuerza, me vengo. Las


estrellas estallan en mis ojos, y mi respiración es un jadeo y casi un éxtasis.

—Logan... Dios, Logan.

Acepto lo inevitable. No puedo detener esto. Lo quiero. Lo tendré. Lo tendré a


él. No puedo resistirme. Es inútil.
De nuevo, su lengua me lleva al orgasmo. Me duele por la potencia de este
clímax, tan fuerte en los talones de otros dos furiosos lanzamientos. Me está
castigando, creo. Haciéndome venir una y otra vez. No puedo detenerme. No me deja
parar. No sabía que esto era posible, correrme y correrme y correrme, como una sarta
de fichas de dominó golpeando una contra la otra. Sus dedos se adentran en mí y sus
dedos están retorciendo mis pezones endurecidos y estoy llorando, sollozando, con
culpa y con alegría. Una agonía de éxtasis. Él incita esto en mí, me ha hecho esto antes,
hemos estado aquí antes.

Tan cerca pero tan lejos.

Me libero de él, me alejo de su ágil boca devoradora y sus ojos me siguen. Me


abalanzo sobre él, me estrello contra él, y mi boca se estrella contra la suya.

—Borra todo, Logan —susurro, mi aliento se fusiona con el suyo—. Borra todo.
Por favor. Haz que todo desaparezca. Llévatelo todo.

—No puedo, nena —dice, con la voz baja—. No puedo cambiar nada.

—Sí, puedes. Me has cambiado.

Tengo que tenerlo. Tengo que sentirlo. No puedo seguir haciendo esto, este
fingimiento infantil de que no vamos a tener sexo, esta noción de que podemos
acercarnos cada vez más y no llegar hasta el final.

Estamos arrodillados en la cama, en el centro, de rodillas, envueltos, bocas que


se estrellan y se aplastan, sus brazos a mi alrededor, dedos que hacen hoyuelos en mi
columna y raspando más abajo para agarrar mi trasero con fuerza feroz, y estoy
contra él, mis pechos aplastados contra la dura pared de su pecho. Siento su polla
entre nosotros, una cresta gruesa, dura y caliente contra mi vientre. Agarro un puñado
enredado de su cabello rubio y lo obligo a acercarse para agarrar su erección y untar
el sucio líquido que se escapa en mi palma y a lo largo de él. Él gime, y yo me trago ese
sonido. Lo pruebo y trago, y lo acaricio de nuevo y succiono su aliento y devoro su
suspiro.

Me inclino hacia él, y cae de espaldas. —Isabel…

—No puedo... Logan, me muero sin esto. Me muero sin ti —gimoteo esta
admisión en su mandíbula, cerca de su oreja, y luego beso donde estaban las palabras.
Sus piernas se agitan en la cama, y sé que él también siente la desesperación.
Está luchando contra esto, luchando contra sí mismo, luchando contra mí. Yo también
estoy luchando, pero ambos estamos perdiendo.

Estoy sobre él, a horcajadas, con las rodillas en el colchón junto a la cuña de sus
caderas, mi trasero en el aire, necesita salir de mi interior. Me inclino, y su erección
empuja mi apertura.

—Isabel, oh joder, Isabel. Es. Dios, maldita sea. —Es un alma torturada.
Tampoco puede resistirse ahora—. Dios... maldita sea.

Estamos condenados a este pecado, juntos. Esclavizados a esto, encadenados a


esto.

—Mírame, Logan —ruego. Abre los ojos, el añil ardiente se mete en mi alma—.
No te atrevas a mirar hacia otro lado.

Ambos sabemos por qué no debemos hacer esto. Por qué se siente mal, aunque
se sienta tan bien.

Acabo de estar con Caleb.

Me obligo a recordármelo a mí misma. Se ve en mis ojos, estoy segura, y Logan


lo ve.

—Estoy contigo, nena. —Su mirada es audaz, fuerte e inquebrantable.

Estamos congelados en este momento, él está a punto de atravesarme tan


perfectamente, nuestros ojos cerrados. Apretados, tensos. Ninguno de los dos mira
hacia otro lado.

Mis manos están aplastadas sobre su pecho, mi cabello suelto y envuelto en una
gruesa cortina negra, y ahora bloquea el mundo entero mientras me inclino y lo beso.

Oh, cielo, la belleza del beso es interminable y salvaje. Hace que mi corazón se
eleve para enredar mi lengua contra la suya y para saborear mi esencia en sus labios y
lamerla; hace que mi alma cante para sentir la necesidad furiosa en el poder de su
boca sobre la mía, hace que todo mi ser vibre con alegría pura y eufórica para
entregarme a esto, a él, a nosotros.

No le doy una advertencia. No me doy una advertencia.


Me hundo en él mientras nos besamos, sumerjo mi lengua en el calor de su
boca mientras él se eleva hacia mí y me llena y me extiende hasta una hermosa y
dolorosa plenitud. No puedo evitar llorar por la gloria de esto.

—Oh Dios mío, Logan, Logan... —sollozo.

—Joder, oh mi jodido dios del cielo —respira, y sus manos vuelan hasta mis
caderas, se elevan sobre mi trasero, mis muslos, mi espalda, recorriendo cada
centímetro de mi carne que puede alcanzar—, Isabel, mi Isabel, dios, te sientes tan
jodidamente perfecta.

No hay nada más que esto. Estoy empalada por él, sentada completamente
sobre él. No puedo moverme. Puedo respirar, por una vez en mi vida siento que
finalmente puedo respirar. Él es mi aliento. Me llena hasta la extenuación y estoy loca
de delirio por ello. Me quema, la forma en que me llena. No hay nada como esto, nunca
ha habido nada que iguale la perfección de su cuerpo dentro de mí. Estamos
emparejados, hechos el uno para el otro.

—Isabel... —gime.

Y recuerdo que estuvo tan cerca de correrse antes, cuando estaba al otro lado
de la habitación; lo ha retenido, y ahora tiene que estar sufriendo por la necesidad de
liberarse, la necesidad de moverse.

—No puedo aguantar mucho más —susurra, su agarre de mi cuerpo se desliza


y pasa de las caderas a los glúteos y a la cintura, como si no pudiera decidir dónde
quiere tocarme, sujetarme, sentirme más.

—No te contengas. Nunca te contengas. Dame todo de ti, Logan.

Bajo mi cuerpo por el suyo, dejando que las puntas doloridas de mis pechos
bajen por su pecho. Mis caderas se flexionan hasta que mis muslos están al ras de mi
torso, y él está tan apretado contra mí que casi me duele. Mis labios tocan su pecho. Mi
lengua revolotea sobre su pezón. Pellizco su garganta. Pongo su cara en mis palmas y
beso su barbilla y la comisura de su boca y lamo su labio superior, pruebo el sudor allí.

—Hazme el amor, Logan —lo digo en voz alta, sin susurrar, sin esconder la loca
desesperación necesitada en mi voz, sin esconder el dolor y el conflicto y el auto
desprecio.
Me deslizo por su cuerpo, deslizándolo fuera de mí casi todo el camino, y no me
detengo, no espero su respuesta; jalo su cara hacia la mía y beso su boca con todo el
fervor de hambre que poseo, y me hundo en él. Gime en nuestro beso y se levanta, y
nuestros huesos de la cadera chocan como barcos que se estrellan de proa a proa. Sus
manos se agarran con fuerza a la carne de mi trasero, un doble puñado de mis nalgas,
y me empuja contra él, aunque estoy tan sentada en él como puedo, pero ambos
necesitamos más, lo necesitamos más profundamente.

Pongo mis pies en la parte exterior de sus muslos y dejo que mi peso descanse
en su pecho, y me aferro a sus hombros para mantener el equilibrio, me tiro hacia
atrás, como una goma elástica estirada hasta su vértice, y luego me estrello contra él y
grito su nombre “¡LOGAN!” como una maldición, como una bendición, como una
oración, y su voz se eleva también, se eleva con la mía, gritando conmigo. Entonces
toma el control, sin darme la vuelta ni cambiar de posición. Toma mis caderas donde
se pliegan para encontrarse con el muslo y me hunde y me empuja hacia arriba y
marca el ritmo. Está brillante de sudor, un brillo reluciente en su piel bronceada. Sus
ojos se clavan en los míos. No miramos hacia otro lado. Lo miro fijamente mientras se
empuja hacia arriba para llenarme, y mis párpados revolotean con placer cuando se
desliza hacia dentro pero no los cierro, no miro hacia otro lado.

El contacto visual sostenido con otra persona es muy difícil. La mente, el alma,
quieren apartar la mirada después de un tiempo. Encontrar la mirada de alguien sin
mirar a otro lado, sin pestañear, incluso permitiendo parpadeos naturales, sólo mirar
fijamente y recibir la mirada a cambio, es casi imposible.

Porque es demasiado íntimo. Es desnudar la propia alma, el corazón


vulnerable.

Le doy a Logan cada rincón de mí, no miro hacia otro lado, dejo que me mire, y
cojo lo mismo. Es un regalo.

Nos movemos en sincronía ahora. Encontramos nuestro ritmo. La música de


nuestros cuerpos uniéndose es dulce, palpable. Esto es para lo que cada uno de
nosotros estaba destinado; estábamos destinados a estar así, juntos.

—Isabel, Dios, Isabel. —Suena como si hubiera un mundo de palabras


esperando al otro lado de sus dientes, y apenas lo está reteniendo.

—Di algo, Logan.


Ahora nos movemos con locura. Estoy enrollada encima de él, con las piernas
levantadas debajo de mí, las caderas dando vueltas, respirando su aliento, besándolo
de vez en cuando, sorbiendo de sus labios.

—Me encanta esto —dice. Suena como si le hubieran arrancado la lengua.

Entierro mi cara contra su cuello. — A mí también. Tanto.

—Siento que he estado esperando esto toda mi vida.

—Lo sé. Yo también lo he estado —digo.

—Yo... —empieza, pero se rompe.

Empujo hacia arriba para poder mirarlo, sin atreverme a romper nuestro
ritmo. Esta ha sido mi vida entera, creo. Nunca ha habido nada más que esto, excepto
nosotros. No existe nada más. Solamente ahora. Sólo este cielo.

—Dilo, Logan. —Le muerdo el labio inferior. Lo chupo en mi boca—. Di todo lo


que tengas en tu corazón.

—Asustado antes de la batalla no tiene nada que ver con lo que estoy sintiendo
ahora mismo, Is —murmura esto contra mi mejilla.

—Lo sé. Lo siento en ti.

—Si lo digo en voz alta, nunca podré volver atrás.

—Yo tampoco. No quiero volver.

Se sienta y mete sus piernas bajo sus nalgas, y yo le envuelvo las piernas
alrededor de la cintura. Él me agarra por el trasero y me sostiene. Me levanta, me deja
caer para empalarlo en mí. Me agarro de sus hombros y me levanto, me relajo. De esta
manera, él sube tan profundamente que me quita el aliento, envía estrellas que
estallan detrás de mis ojos, novas de éxtasis asombroso detonando dentro de mí.

Me lanzo contra él. Conduzco contra él. Me aferro a él y respiro contra su piel y
lo huelo y me vuelvo loca con él, a su alrededor. Suéltalo, deja salir la locura, gruñe y
gime y grita mientras mi clímax se construye con el suyo.

—Logan, Dios, Logan...


—Isabel. Joder, oh Dios. —Me muerde el lóbulo de la oreja y luego me habla
como nos amamos con un loco abandono—. Si te digo que te amo y luego vuelves a… si
vuelves, me romperé. He superado muchas cosas... he reconstruido mi vida más de
una vez. No puedo hacerlo de nuevo, no después de ti. Eres todo para mí ahora. No sé
cómo sucedió, pero me he ido por ti, nena. No quiero retractarme, pero tengo mucho
miedo de no ser suficiente para ti, de que él aún tenga sus putos garfios en ti, y… —El
ritmo de sus palabras corresponde con sus movimientos.

—Nunca, Logan —interrumpo—. Nunca. No te haré eso. No volveré. No me


retractaré. Soy tuya, Logan, por favor, por favor, créeme. Lo siento, lo siento, lo siento...

Seguimos moviéndonos juntos, y él sigue yéndose de alguna manera, sigue


conteniéndose, algún tipo de control sobrehumano que lo mantiene alejado del borde
hasta que está listo para soltarlo.

—¿Perdón por qué? —pregunta.

—Por haber regresado. Por dejar que lo que pasó, pasara. —Ninguno de los dos
está dispuesto a decirlo en voz alta, no ahora, no en este momento. Le doy toda mi
verdad—. No quise hacerlo. Y lo odié. Cada momento, lo odié. Y me odio a mí misma
por dejar que ocurriera. Yo era tuya entonces. Fui tuya desde el momento en que te vi
en el baño, desde la primera vez que oí tu voz.

Está perdiendo la cabeza ahora. Sus movimientos son irregulares,


tambaleantes, y su aliento está jadeando, su agarre en mis nalgas es tan fuerte, tan
poderoso.

Yo también estoy ahí, lista para desmoronarme a su alrededor.

Sin embargo, no puede dejarlo ir. Puedo decirlo, puedo sentirlo.

Toco con mis labios la parte exterior de su oreja, hundida en él, completamente
atravesada por él, su polla palpitando dentro de mí, sus manos manteniéndome en
alto. Me suelto, dejo que me abrace, que nuestros cuerpos unidos me abracen. Le
agarro la cabeza, le paso los dedos por el cabello y me retuerzo sobre él, inhalo su
aroma.

Le susurro—: Te amo, Logan. Dios, te amo.

Arquea su columna vertebral y empuja hacia arriba en mí y su voz se eleva en


un grito de liberación sin palabras, y siento que explota dentro de mí. Nos arroja por
encima para que mi espalda golpee el colchón y él está encima de mí y empujando
hacia mí salvajemente, su boca sobre la mía, y se viene y se viene y se viene,
empujando hacia mí con tanta fuerza que me roba el aliento. Estoy con él, montando
esto con él, y ahora me estoy desmoronando también, y como prometí, me aprieto a su
alrededor tan fuerte como puedo y grito su nombre y arrastro mis uñas por su
espalda.

—Isabel... Te amo, Isabel. —Lo dice mientras se hunde contra mí, moviendo sus
caderas furiosamente—. Te amo mucho. Tanto, joder.

Nos derrumbamos, me quedo sin fuerzas, y él se hunde contra mí, su cara entre
mis pechos, mis manos alineadas en sus espaldas, trazando las líneas que le arranqué
en su piel, ambos temblando todavía.

Nuestro sudor se mezcla.

Nuestra respiración se sincroniza.

Me siento completa, por primera vez en mi vida. No necesito nada. Nada más
que esto. Nada más que él. Nada más que nosotros.

Y luego Logan se aparta de mí, va al baño, y regresa con una toalla húmeda y
caliente. Me separa y me limpia, suave y tiernamente. Arroja el paño al baño y se
acuesta a mi lado.

Ese acto por sí solo significa todo para mí. El hecho de que nunca haya apartado
la vista de mí.

Que cada momento que pasamos juntos fue cada uno de nosotros dando, y así
cada uno de nosotros recibiendo exactamente lo que necesitábamos.

Se sube a la cama a mi lado, me toma en sus brazos, me acuna contra su pecho.

Escucho los latidos de su corazón. —¿Puede ser esto para siempre?

—Sí, Isabel. Esta es nuestra eternidad.

—¿Prometido?

—Por mi vida.

Y eso es todo lo que necesito.


13
Logan está dormido; yo no. No puedo. Su reloj digital dice que son las 4:30 de la
mañana. Debería estar agotada. Debería estar dolorida. Estoy adolorida, pero no
cansada. Deliciosamente dolorida, perfectamente dolorida. Me siento delicada.

Tanto por dentro como por fuera.

Me acuesto sobre mi lado izquierdo y veo a Logan dormir, mirando la inocencia


infantil en su cara. Absorbe la belleza en el peso flojo de sus músculos mientras
descansa. Está babeando un poco, y he estado sofocando una risa por ello durante una
hora y media. Medio quiero limpiarlo, pero no quiero despertarlo, y es tan lindo que
no puedo.

Estoy luchando contra las lágrimas. Luchando con un torbellino de emociones.


Estoy tan feliz, delirantemente feliz. Vibrando de alegría. Abrumada por la
incredulidad.

Él me ama. Me ama.

A MÍ.

Logan Ryder me dijo que me ama.

Las lágrimas me pinchan en los rincones de los ojos al considerar esto,


mientras revivo una y otra vez la maravilla de ese momento, al escuchar esas palabras.

Pero luego pienso en… todo lo demás.

Caleb.

Las mentiras de Caleb.

Las verdades de Caleb.

El complicado y laberíntico tapiz que ha tejido de verdades y mentiras, y cómo


no estoy segura de que alguna vez pueda desenredarlas.
Cómo, hace cuarenta y ocho horas, un poco más ahora, fui presionada contra el
cristal de la ventana del ático de Caleb, siendo follada por él por detrás.

Como sentí que eso pasaba, sentí que me estrangulaba con su brujería tóxica,
su magia manipuladora. Cómo parecía impotente para detenerlo. Siempre tengo la
intención de rechazarlo, negarlo, pero nunca soy capaz de hacerlo, y no entiendo por
qué. ¿Qué control tiene sobre mí, que no puedo controlar mi propio cuerpo? ¿Qué
tortura le he hecho pasar a Logan, con esta debilidad? ¿Qué clase de futuro podemos
tener juntos, si soy tan débil?

¿Cómo puedo volver a enfrentarme a Caleb, ahora que me he acostado con


Logan?

No dormir con él, he hecho el amor.

Me he follado a Caleb. Me he acostado con él. He tenido sexo con él. He sido
usada por él. Nunca le he hecho el amor.

Tuve sexo con dos hombres en un lapso de cuarenta y ocho horas. ¿En qué me
convierte eso?

No mitiga las cosas que disfruté con Logan y no con Caleb, ni que con Caleb
fue... no forzado, ni involuntario, pero no lo sé. No tengo palabras para ello. Se sintió
involuntario. Se sentía como si me estuviera forzando. Pero no me estaba sujetando,
no me estaba violando técnicamente. Pero aun así yo tampoco estaba completamente
dispuesta. No quería quererlo. No quería ser usada por él.

No quiero ser su juguete nunca más. Pero cuando él está cerca, así es como
terminan las cosas.

Pertenezco a Logan. He elegido eso, lo he elegido a él, he elegido pertenecerle.

Pero Caleb siente que le pertenezco.

¿Qué hago?

No puedo quedarme más tiempo en la cama.

Necesito moverme, necesito hacer algo. Cualquier cosa.

Me levanto de la cama, me pongo la ropa interior y la camiseta de Logan VOTA


NO EN DALEKS. Salgo de la habitación, ando de puntillas, cierro la puerta detrás de mí.
Hay cuatro puertas en este pasillo: el dormitorio, el baño, la habitación de Cocoa, y una
más. Pruebo la única habitación que aún no he visto: una oficina, un simple pero
hermoso escritorio de madera oscura con un gran ordenador de escritorio de pantalla
plana, pilas de sobres y papeles, carpetas de archivo, una taza blanca llena de
bolígrafos. La taza tiene una estilizada huella de pata de oso, rodeada por un anillo
rojo cortado por arriba y por abajo y a ambos lados con líneas verticales, como la
retícula de un rifle, creo, y la palabra Blackwater en la parte superior. Hay fotografías
en las paredes que muestran a Logan con equipo de combate, llevando una gorra de
béisbol negra sin rasgos, un rifle de asalto colgado de una correa, sostenido
casualmente con una mano, con el cañón apuntando al suelo, su otro brazo rodeando a
otro hombre vestido de forma similar; otra fotografía lo muestra con un traje de
aspecto más tradicional del ejército, una gorra con estampado de camuflaje en su
cabeza, rodeado por media docena de otros hombres que posan delante de un camión
gigantesco. Todas las fotografías son de sus días de combate y militares, en pareja o en
grupo, sonriendo. Mirando más joven, más fuerte y más nítido. Hay una fotografía, sin
embargo, que destaca. Está en un pequeño marco en su escritorio, sola. Una foto
diminuta, más pequeña que la palma de mi mano. Es un Logan mucho, mucho más
joven, apenas entrado en la adolescencia, supongo, con su brazo colgado alrededor de
un chico hispano de la misma edad, ambos sosteniendo tablas de surf más grandes
que ellos, con enormes y felices sonrisas. Su mejor amigo, el que fue asesinado por el
traficante de drogas.

Salgo de la oficina; se siente sagrado.

Entonces, arriba.

Me detengo a mirar la impresión del cuadro de Van Gogh en el rellano, Noche


estrellada. Siento que esto debería conmoverme, pero no lo hace. O, no tanto como lo
estuve una vez. Todavía tiene significado, pero no encadena mi corazón como solía
hacerlo. Ojalá supiera por qué.

Subo silenciosamente las escaleras y encuentro exactamente lo que busco: un


cuarto de entrenamiento. Todo el piso de arriba ha sido abierto, cada pared derribada,
la carga del techo sostenida por un par de gruesos pilares cuadrados que corren el
centro de la enorme habitación. Todo tipo de equipo de ejercicio disponible alinea las
paredes, con pesas libres en los espacios entre los pilares del medio, y un saco de
boxeo negro que cuelga de una gruesa cadena del techo en una esquina.

Empiezo con las pesas libres, haciendo estiramientos y levantamientos en


varias series de repeticiones para calentar. No llevo sujetador, así que mi
entrenamiento tendrá que ser de bajo impacto, ya que mis pechos son demasiado
grandes para correr o algo así sin uno. Levanto pesas libres durante unos treinta
minutos, luego me muevo a las máquinas, empezando en una esquina y trabajando
hasta que estoy tan débil, cansada y dolorida que apenas puedo moverme. Pero es un
buen dolor, un buen cansancio. Estoy empapada de sudor y mal olor, así que bajo
cojeando y hurgo en el refrigerador de Logan hasta que encuentro una botella de agua,
y me la llevo al baño conmigo, bebiéndola mientras cierro la puerta detrás de mí y
corro a la ducha.

Echo un vistazo a Logan, que aún está dormido, acurrucado de lado ahora, con
una mano bajo la almohada. Quiero meterme en la cama con él, pero necesito espacio
y tiempo para ordenar mis sentimientos. Sin mencionar que ahora apesto a sudor.

Me tomo mi tiempo en la ducha, corriendo tan caliente que mi piel hormiguea y


duele por el calor, dejando que me golpee en los hombros. Intento no pensar en Logan
aquí, intento no pensar en su mano acariciando su enorme y duro miembro. En vano.
No puedo pensar en nada más, y sé que pensaré en esa escena cada vez que me duche
aquí ahora.

Mientras me seco, pienso en mi conversación contigo. Esa historia. Sonaba a


verdad. Si se dicen mentiras, no son mentiras abiertas, sino mentiras por omisión,
creo. No estoy segura. La historia parecía real. Se sentía verdadera. Y tú parecías
afectado por el recuento, perturbado por el recuerdo. ¿Podrías estar diciendo la
verdad? No lo sé. Podrías estarlo. Es muy posible que lo estés. Pero hay elementos
innegables sobre los que estás mintiendo o dejando de lado. No hubo ningún
asaltante, de esto estoy segura. Fue un accidente de coche, como afirma Logan. Mis
recuerdos, tal como están, coinciden con esa historia, el accidente de coche. Mis
sueños también. Mis sueños no hablan de la violencia, no de la perpetrada por un
criminal, sino de la violencia de un accidente. Hay derramamiento de sangre, sí, pero
no derramada por una pistola o un cuchillo o un puño.

Mientes, pero dices la verdad.

Me has salvado. Te quedaste conmigo. Estabas allí cuando me desperté.


Estuviste allí todos los días después de eso.

Tengo que sentarme en la tapa cerrada del inodoro, porque un recuerdo me


golpea. No del pre-coma, sino de mi recuperación. De ti, en una cinta de correr a mi
lado. Corriste, vestido con una camisa negra sin mangas y pantalones cortos negros,
con auriculares en las orejas. Corrías, corrías, corrías. No me animaste con palabras,
sino con acciones. Estaba caminando. Quería rendirme. Aferrándome a las barandillas
por la vida y luchando por poner un pie delante del otro, para poder caminar despacio.
Quería rendirme, pero entonces te miraba y seguías corriendo. Mientras yo caminaba,
tú corrías.

Me ayudaste a vestirme. También recuerdo esto. Cuando me dieron el alta del


hospital, seguía trabajando en la coordinación, recuperando la motricidad ligera.
Vestirme a mí misma fue un asunto lento y laborioso, y tú estabas allí para ayudar.
Nunca me toqué de forma inapropiada, nunca me comporté mal ante mi desnudez.
Pero mirando hacia atrás, recuerdo que robaste miradas, evitando cuidadosamente
mis ojos y evitando mi piel. Frenando tu deseo, ahora me doy cuenta.

Me ayudaste a comer. Incluso me alimentaste, en el hospital. Y en casa, en los


días difíciles. De pie, manteniéndome erguida, hablando, era todo un reto. Mantener
una conversación normal era agotador. Así que al final del día, alimentarme a mí
misma parecía una tarea imposible. Y tú me alimentabas. Nunca te quejaste. Nunca
mostraste impaciencia. Siempre estabas ahí.

Te convertiste en mi mundo.

Los ejercicios diarios para ayudarme a recuperar mi movilidad se convirtieron


en un régimen diario de ejercicios para construir mi fuerza y moldear mi figura. Viví,
no contigo, sino cerca de ti, y tú me lo proporcionaste todo. Comida, ropa,
entretenimiento; vida. Nunca lo cuestioné, porque no tenía idea de lo que haría sin ti,
adónde iría. Dependía tanto de ti. Completa y absolutamente desamparada. No
recordaba nada. No era nadie. No sabía nada. Nunca dijiste ser un novio o un miembro
de la familia. Nunca me explicaste quién eras, sólo estabas... allí. Llenando mi
refrigerador y gabinetes con comida, mi armario con ropa. Mostrándome rutinas y
técnicas de ejercicios, trayéndome libros, primero de a uno, y luego de a dos, y luego
de a una caja de carga mientras mi voracidad por los libros crecía.

Y entonces un día, aparentemente de la nada, a propósito de nada, te acercaste


sigilosamente detrás de mí y sentí tu no muy buen tacto como la electricidad. Y eso
comenzó una exploración sexual que no calificó realmente como una “relación”.
Conservaste todo el control. No era... no era una esclava, pero casi. Y, si soy honesta
conmigo misma... una dispuesta. Usabas un dedo y me acariciabas hasta llegar al
orgasmo, y me mantenías ahí por... tanto tiempo. Me hacías cosquillas en el clítoris
hasta que me golpeaba, rogando, y me decías que esperara, ordenándome que no me
corriera hasta que me dijeras que podía hacerlo. Y si me venía antes de que me dijeras
que podía, la próxima vez me llevarías al borde y no me dejarías ir por más tiempo. Me
pondrías las manos en la cabeza y me torturarías con un casi orgasmo durante largos
minutos, lo que se sentiría como horas. Hasta que juré que lo haría mejor la próxima
vez.

Nunca llegué a tocarte. Nunca te vi correrte, cara a cara. Siempre estabas detrás
de mí. Siempre estaba de espaldas. Boca abajo, con el estómago hacia la cama. Las
rodillas separadas. O en mis manos y rodillas, una almohada bajo mi estómago.
Presionada contra la ventana.

Realmente disfrutas eso. Presionar mi cuerpo desnudo contra la ventana,


disfrutando de mí mientras estoy expuesta para que cualquiera lo vea. Como si
estuvieras exhibiendo tu trofeo, tu premio, presumiendo, diciendo: Mira lo que es mío,
mira y desea, y sabes que no puedes tenerla.

No puedo contar las veces que me has tomado, presionada así contra la
ventana, con los pechos aplastados contra el frío cristal.

¿Por qué nunca cara a cara?

Me lo he preguntado, pero nunca lo pregunté.

Es como si siempre te estuvieras escondiendo de mí. ¿Pero qué es lo que


escondías? Hubo un par de veces, especialmente recientemente, antes de que me fuera
y encontrara a Logan, en las que pude ver al hombre que podrías ser. El hombre que
tal vez podría ser... no gentil, no tierno, pero muy cercano. Un hombre que casi podría
ser íntimo. No sólo un dominante sexual conquistador, no sólo un depredador, no sólo
una fuerza primitiva de la naturaleza. Sino un hombre. No un amante, quizás, pero al
menos una pareja sexual.

Nunca fui tu pareja. Yo era tu sometida. Tu posesión.

Recuerdo que hace unos días, en tu casa, hablaste de quererme, de que incluso
cuando yo era una cabeza rapada, frágil y débil y perdida, me querías. Recuerdo que
pensé que, si quiero dejar atrás a Madame X y todo lo que fui una vez, si quiero asumir
una nueva identidad, necesito cambiar mi apariencia.

No me doy tiempo para pensar en ello. Busco en el armario de Logan bajo el


lavabo del baño y encuentro lo que busco: maquinilla eléctrica.

Mi corazón late con fuerza, martilleando en mi garganta. ¿Puedo hacer esto?


Mis manos tiemblan.
Hago clic en la maquinilla y el baño hace eco con su zumbido. Mi mano vibra.
Agarro un puñado de mi grueso cabello negro, que cuando está suelto cuelga a la
mitad de mi columna vertebral. Lo tiro hacia atrás y miro mi reflejo, trato de
imaginarme sin cabello. Soy casi diez años mayor que en la fotografía que vi en el
teléfono de Caleb. Sería un cambio tan drástico, y una parte de mí se rebela contra la
idea de deslizar este dispositivo sobre mi cuero cabelludo, sintiendo que mi cabello se
cae, sin cabello en absoluto.

Pero necesito cambiar. Necesito verme diferente. No puedo seguir


pareciéndome a la criatura creada por Caleb Indigo.

Lucho con mi aliento, parpadeo con lágrimas de no sé qué emoción. Acerca las
pinzas cada vez más a mi cuero cabelludo. Siento los dientes susurrando contra la piel
de mi frente.

Y entonces, a un simple pestañeo del contacto con mi cabello, la mano de Logan


rodea mi muñeca y me quita la maquinilla. Tira del aparato suave pero firmemente
fuera de mi mano.

—Isabel... cariño... ¿qué demonios estás haciendo?

Trago. —Estaba...

—¿Estabas a punto de afeitarte la cabeza? —Suena casi como si estuviera en


pánico.

—Sí.

Arroja la maquinilla sobre la tapa del tanque del inodoro. —¿Por qué? Quiero
decir... Dios, tu cabello es tan jodidamente precioso, Is. ¿Por qué te lo afeitarías todo?

¿Cómo de honesta puedo ser con Logan? Mi boca vomita la verdad antes de que
tenga la oportunidad de pensarlo bien. —Ya no puedo ser su creación, Logan. Él me
hizo. Me inventó. No tuve elección en lo que llevaba, en cómo me veía. Yo era una
persona; era Madame X y ella siempre fue perfecta. Mi ropa es todo vestidos de
diseñador, vestidos, faldas, blusas. Sexy, pero modesta. Y mi ropa interior, incluso eso
fue elegido por él, para él. Ya se ha dado cuenta de esto antes. Mi cabello... él hacía que
una mujer viniera cada pocos meses a cortarme las puntas del cabello, pero no me
dejaba cortarlo. No se me dio la posibilidad de opinar sobre esto. Ella vino, cortó las
puntas y se fue. Una vez le pregunté si podía recortar unos centímetros, y me ignoró.
No tengo dinero propio, así que no puedo comprar un nuevo guardarropa. Ni siquiera
tengo una casa. ¿Pero mi cabello? Puedo cambiarlo. Puedo hacerme cargo de eso.

—¿Pero por qué cortarlo todo? —Logan pasa sus manos por mi cabello, los
sedosos mechones se deslizan como el agua entre sus dedos—. Nunca te diría qué
hacer con tu vida o tu cuerpo o cualquier cosa, pero afeitarlo todo es... parece un poco
extremo.

—Para operarme, los cirujanos tuvieron que afeitarme el cabello. Caleb me


mostró una foto mía sin cabello. No recuerdo eso. Dice que me operaron y que parecía
estar bien al principio, me desperté, me acordé de mí misma. Pero luego empecé a
sangrar cranealmente, mi cerebro empezó a hincharse, y tuvieron que someterme a
un coma. Cuando me desperté de eso había perdido la memoria. ¿Pero esa imagen?
Esa era yo, la última y única foto mía antes de perder mi identidad. Esa era yo como...
como Isabel, como la Isabel que fui una vez. La Isabel que solía ser. Y quiero... no lo sé.
Quiero volver a ser ella. Sé que nunca la recuperaré. Me han regresado algunos
recuerdos menores, pero nunca lo recuperaré todo. Eso lo sé. Pero yo sólo... Supongo
que pensé que, cortándome el cabello, podría... recuperar algo de lo que solía ser.

—Supongo que tiene sentido. Quieres identificarte con quien fuiste. Lo


entiendo perfectamente. Pero, ¿y si...?

Corté por encima de él. —No es sólo eso. Me está haciendo diferente.
Escogiendo cómo me veo, para mí. Ser quien quiero ser. Mirar como quiero mirar, no
como Caleb me hizo. Eso es lo que quiero, más que nada, creo.

—Y yo también lo entiendo. Pero... afeitarlo así es tan extremo. Hay un punto


intermedio. Una forma de cambiar tu aspecto drásticamente sin llegar a ese extremo.
—suspira, frunciendo el ceño—. He conocido algunas mujeres que se han afeitado la
cabeza. Y yo sólo... No sé cómo decirlo sin sonar un poco como un imbécil. Tiende a
quitar un elemento de... feminidad. No es que no puedas ser totalmente mujer, una
mujer sin cabello largo, pero afeitarte totalmente como si estuvieras a punto de... No lo
sé. Tengo una amiga que tiene un salón de belleza para mujeres de alto nivel. Puedo
llevarte a verla y puedes hacerte un corte de cabello profesional. Incluso puedes
hacerte un corte estilo duendecito. Siento que, si te lo afeitaras por capricho, podrías
arrepentirte. Y eso no es algo que puedas deshacer.

—Yo… —Un millón de pensamientos golpean en el interior de mi cabeza, cada


uno clamando por una expresión—. Quiero hacerlo yo misma.

—¿Confías en mí? —pregunta.


Trago con fuerza. ¿Lo hago?

—Sí —digo.

Logan parece hundirse con alivio después de esa sola sílaba. Como si supiera lo
enorme que es para mí admitirlo. —Entonces salgamos. Tengo un plan.

—¿Pero mi cabello?

Me sonríe. —Sólo confía en mí, Isabel. Yo me ocuparé de ti.

Entonces, de repente, los dos somos conscientes de que estoy de pie frente al
espejo, con una toalla envuelta alrededor de mi torso. El extremo está metido en mi
escote, y ahora tengo que agarrar el algodón grueso para evitar que se abra. Y una
mirada detrás me dice que él también está casi desnudo, usando sólo un par de
pantalones cortos sueltos que cuelgan de sus caderas, mostrando los afilados huesos
de su cadera y la hendidura en forma de V del músculo bajo su abdomen, burlándose
de mí con una casi visión de sus partes privadas.

Nuestras miradas se fijan en el espejo. Mi corazón late con fuerza. Mis tripas se
tensan. Mis muslos se aprietan, y el calor se precipita a través de mí. Dedo por dedo,
mis dedos se sueltan en la toalla. Esto es un déjà vu: yo en una toalla, Logan sin
camisa. Esta vez, sin embargo, sé lo que hay debajo de sus calzoncillos, y cómo se
siente.

Suelto la toalla, una táctica intencionada. Me paro desnuda frente a él. Me


duelen los pechos, mis pezones se endurecen. Mi carne se llena de guijarros,
hormiguea.

—Jesús, Isabel.

—¿Qué?

Sacude la cabeza. —Sólo tú. Eres, literalmente, perfecta. —Sus manos


descansan en la parte superior de mis caderas—. Estoy aquí de pie, mirándote, y me
cuesta creer que pueda tocarte. Que pueda besarte. Hacerte el amor. Que puedo
incluso mirarte.

Las palmas de sus manos patinan hacia abajo para acariciar mi trasero, rozan la
parte trasera de mis muslos, hacen un círculo alrededor del frente. Entonces dejo de
respirar mientras su tacto se eleva. No llega a mi núcleo por milímetros, se esculpe
sobre los huesos de mi cadera hasta mi vientre. Arriba, coronando mi diafragma, y
luego sus manos están llenas de mis pechos, levantándolos, amasando su suavidad y
levantando su peso, y no estoy respirando todavía porque sus pulgares rozan casi
ociosamente mis pezones. Tengo que jadear entonces, porque él pellizca y retuerce
mis pezones hasta que estoy empujando mi pecho en sus manos, y el relámpago
parece ligado por un cable vivo de mis pezones erectos a mi núcleo, cada toque
enviando destellos de calor y lujuria corriendo a través de mí.

—Tus tetas, Isabel. Joder, son tan malditamente increíbles. No puedo... No me


canso de tus tetas. De toda tú, pero sobre todo de tus tetas. —Las aprieta, casi
bruscamente—. ¿Qué dirías si te dijera que quiero follarte las tetas?

La repentina e inesperada vulgaridad me tiene jadeando de necesidad. Me


encantan sus sucias palabras. Aunque me resulte difícil hablar de esa manera, me
encanta oírlas. —Diría... —Tengo que tragarme mi vergüenza—. Te diría que lo
hicieras.

—¿Lo harías?

Me lame los labios, porque se han secado con la necesidad. Todo el líquido de
mi sistema se ha acumulado entre mis muslos. —Sí. Hazlo, Logan.

Giro en el sitio. Mis ojos se fijan en su ingle, en su erección perfilada en sus


pantalones cortos, y es tan grande y prominente que casi sobresale de la cintura
elástica. Extiendo la mano, deslizo un dedo índice por debajo de la cintura y lo aparto
de su cuerpo. Lo expongo, pulgada por pulgada. Tiro del material sedoso y elástico
hacia fuera, tirando cada vez más bajo. Hasta que toda su enorme erección está
desprotegida para mí. Testículos apretados y pesados, oscuros, anidados en la unión
de sus muslos. Se inclina hacia abajo, me levanta los pechos, me levanta las tetas... Me
gusta esa palabra, su suciedad, su lujuriosa juventud y se pone en la boca mi pezón. Lo
observo, lo miro fijamente, su cabello suelto y enredado y mi oscura piel salpicada por
el oro de sus dedos y el rosa de sus labios. Lo veo capturar mi pezón con sus labios y
tirar de él.

Dios, su boca.

Entierro mis manos en su cabello y lo llevo a mi cara, tomo su boca con la mía.
Exijo su lengua. Devoro su aliento. Cuando no podemos respirar, lo suelto, y entonces
ambos vemos como termino de desnudarlo. Se quita los pantalones cortos, y ambos
estamos desnudos. Carne oscura y dorada ocupando el mismo espacio. Acuno sus
pesados testículos en la palma de mi mano, y recupera su aliento. Me mira ahora,
mientras lo acaricio. Lo acaricio. Esto no es para llevarlo al clímax, sino para mostrarle
afecto. Es para mí, egoístamente. Sentirlo, memorizar la sensación de poder tocar todo
lo que quiera, absorber la belleza de su cuerpo y saber que puedo tenerlo, que es para
mí. Extiendo mis dedos alrededor de él, y mi mano parece tan pequeña, tan diminuta,
tan delicada contra el tamaño y el grosor y la rigidez férrea de su miembro. Mis dedos
no se juntan cuando los envuelvo alrededor de él, así. Enrollo una mano alrededor de
él, pongo la otra encima, y hay mucha carne sobre mis dedos y debajo de ellos. Dejo
caer mis manos, y él lanza un gemido involuntario.

—Isabel, joder. ¿Qué me estás haciendo?

—Sólo te estoy tocando, Logan.

—Me tocas... No sé cómo decirlo. —Se detiene a pensar y a ver como mis puños
se deslizan a lo largo de él—. Me tocas como si nunca hubieras tocado a nadie antes.
Como si nunca pudieras volver a hacerlo.

Ojalá supiera cómo expresarle la verdad. Contemplo la forma más discreta de


decirlo, cómo ponerlo de manera que no requiera usar un nombre que mate el ánimo.
—Eso es... casi exactamente la verdad, Logan. Nunca he tenido la oportunidad de sólo...
tocar. Experimentar. Sentir. Sólo... disfrutar. Y siendo mi vida lo que es, realmente no
sé lo que me depara el futuro. Para mí, para nosotros... así que sólo quiero saborear
cada momento. —Me pongo de rodillas delante de él—. Quiero probarte, y recordar la
forma en que sabes para siempre. Quiero todo contigo.

Me mira, sus ojos llenos de lujuria, confusión, anticipación, asombro, ternura.


Sólo mira por un momento mientras me arrodillo frente a él y acaricio su hermoso
pene, y mira mientras lo saboreo, subiendo mi lengua de la raíz a la punta. Beso la
cabeza ancha, y saboreo la esencia que se escapa. Inclino la cabeza para mirarlo,
observando su reacción mientras lo rodeo con mis labios.

Su pecho se expande, y sus ojos se estrechan. Sus manos se doblan en puños, y


luego pasa sus dedos por mi cabello. Lo recoge en su puño, envuelve mis largos y
gruesos mechones negros alrededor de su palma hasta que agarra la masa de mi
cabello en la base de mi cráneo. Creo que por un momento tomará el control, y luego
se sumerge bruscamente en mi boca. Me tenso en la anticipación, y mi corazón late, mi
corazón físico martillea en un ritmo nervioso de tambor, y mi corazón metafísico se
agita y tintinea con partes iguales de alegría y miedo.

Sin embargo, me pone de pie. Me acerca, así que mi cuerpo está presionado
contra el suyo, las tetas aplastadas contra su cálido y duro pecho, su polla es una
gruesa vara entre nuestros estómagos. Inclina mi cabeza hacia atrás. Su mirada añil
está llena de tantas emociones que no puedo nombrarlas todas. Pero están todas ahí
para verlas.

—No, Isabel. —Sus labios recorren los míos. Su lengua baila en mi boca—. Soy
yo quien debería estar de rodillas ante ti.

Hay una locura dentro de mí. Una bestia enloquecida que aúlla por su
liberación. Una loca que se enfurece contra la jaula de la recatada propiedad que tanto
tiempo me ha definido. ¿Cómo, sin embargo, expreso esto? Deseo tanto. Estar con
Logan me ha permitido ver cómo podría ser, la Isabel que podría ser. El animal
sensual, salvaje y sexual que podría ser. Que quiero ser, si tan sólo pudiera ser lo
suficientemente valiente.

—Logan. —Siento que me atraganto con el tumulto de palabras y emociones—.


Quiero...

—¿Qué, Isabel? —Me suelta el cabello, me pone la cara en sus dos grandes y
ásperas pero suaves manos—. Dime lo que quieres.

—Quiero... —Lucho por la coherencia—. Quiero ser... quiero... tanto.

—¿Cómo qué? —Me mete el pulgar en la barbilla, juega con mi labio inferior—.
Dime, nena. No tengas miedo.

—Pero tengo miedo, sin embargo.

—¿Miedo de qué?

Pestañeo, respiro y pienso. Y luego me permito ser honesta. —Que ya no te


gustará lo que soy. Estoy cambiando. Cada nueva experiencia contigo me muestra algo
nuevo. Sobre mí misma. Y… en términos de esto, tú y yo...

—Déjame detenerte muy rápido. —Se inclina, me muerde el labio inferior, con
el que ha estado jugando, y me besa en silencio—. Tal vez esto ayude: Tú... Siento
como si fueras una mariposa, empezando a salir de su capullo. Ya me he enamorado
de ti, Isabel, y eso no cambiará. Nada de lo que puedas hacer o decir cambiará eso. Y…
cuanto más salgas, más me enamoraré de ti. Así que sólo... sé tú. Sé valiente. Sé fuerte.
Si quieres algo, tómalo, Is, y no te disculpes.

Ya me he enamorado de ti.
Esa frase es muy impactante. Seis palabras, y me siento conmovida hasta la
médula. Lo dice tan casualmente, tan fácilmente. Sí, claro, recuerdo nuestro momento
juntos, desnudos y sudorosos juntos, susurrando palabras de amor en el aire cargado
de intensidad y enrarecido de su cama. Pero eso fue en el momento. Las palabras se
pronuncian durante el sexo. Se dicen cosas. Pero al oírle decir esto en un momento de
tranquilidad entre nosotros, mi corazón se hincha de dolor, se expande hasta
romperse.

—Antes hablaste de adorarme. Y lo hiciste. —Tengo que tragar mis nervios


como si fueran saliva—. Ahora... Quiero pecar contigo, Logan. Quiero hacer cosas
malas. Me encanta cuando eres amable. Necesito eso. Pero también me gusta cuando
eres un poco rudo conmigo. Hablamos sobre... lo que pasó. Con... ya sabes. Cuando te
llamé. Cómo me sentí al respecto. Y... ...sé que contigo sería diferente.

Su mandíbula se flexiona. —Yo sólo... sé que has pasado por mucho. Y no es que
piense que eres delicada o frágil, pero no quiero ser nunca como él. No quiero hacer
cosas que te recuerden algo de lo que pasó con él. Odio incluso hablar de él en
absoluto, mucho menos en situaciones íntimas como esta.

—No lo eres. No eres como Caleb. Para nada. Incluso si hicieras algo que él hizo,
no sería lo mismo. Porque tus intenciones son diferentes. Lo que quieres, conmigo y
de mí y para mí, son diametralmente opuestas a todo lo que él es, todo lo que quiere.

Su erección está disminuyendo, el calor del momento se disipa. No estoy segura


de querer volver a ese momento exacto, porque hemos progresado. Verdades
habladas. Pero quiero retomar este tiempo con Logan, hacerlo mío. Dejarme tener lo
que quiero. Ceder a mis deseos. Explorarme a mí misma.

¿Qué es lo que quiero? ¿Ahora mismo?

Mi mirada se dirige desde el baño, al pasillo. Recuerdo la primera vez que


realmente sentí toda la fuerza de la lujuria de Logan por mí. Ese pasillo, hace meses.
Yo, desnuda. Él, con nada más que vaqueros empapados de lluvia. Siendo levantada,
envolviendo mis piernas alrededor de sus caderas y preguntándome en el rincón más
profundo de mi corazón qué se sentiría al ser levantada de esa manera y tenerlo a él
hundido en mí.

Sé audaz. Sé valiente. Si quieres algo, sólo tómalo, Is, y no te disculpes.


Le tomo la mano y lo llevo fuera del baño y al pequeño pasillo. —¿Te acuerdas?
—Estoy de pie, de frente a él, desnuda. Respirando profundamente—. La primera vez
que estuve aquí, en tu casa. En este pasillo.

—Está grabado en mi cerebro —dice—. Estuve tan cerca de... llevarte. Un golpe
de mis dedos y mis vaqueros habrían estado fuera, y yo habría estado dentro de ti.

—Eso es lo que quiero, Logan.

Sus ojos se clavan en los míos, y casi puedo sentir su erección creciendo. No
miro hacia abajo para verlo, pero puedo... sentirlo. Lo espero. Empuja su cuerpo contra
el mío, pero en vez de detenerse cuando estamos a ras de suelo, sigue empujando.
Hasta que me veo obligada a dar un paso atrás. Dios, sí. Su polla es gruesa y dura. Se
clava en mi vientre. Cálida y suave, pero tan dura. Sigue caminando, y me empuja hacia
atrás otro paso, hasta que el frío yeso de la pared toca mis omóplatos y nalgas. Mi
cabeza golpea suavemente. Su mano encuentra la mía, justo a la izquierda, con los
dedos enredados. Izquierda sobre derecha, las palmas se aparean. Levanta mis manos
sobre mi cabeza, presiona el dorso de mis manos contra la pared. Me golpea en las
rodillas, me da un beso suave como un susurro contra mis labios, otro y un tercero, y
luego me muerde el labio superior hasta que me duele. Yo jadeo y él me muerde el
labio inferior. Se retira y me inclino para buscar un beso, pero él esquiva y sonríe ante
mi maullido de frustración. Cuando pienso que no me besará, lo hace, acercándose y
reclamando mi boca con repentina ferocidad. Pero una vez que encuentro el ritmo del
beso y me sumerjo en él, se retira. Dobla la rodilla y empuja la suavidad de su polla
contra la unión de mis muslos. Los separo, jadeando con la necesidad voluntaria. Me
mira fijamente a los ojos, vacila un poco y luego da un giro de cadera. Siento que me
golpea, que el glande se frota deliciosamente contra mis labios. Jadeo, queriéndolo
dentro de mí.

—Dios, Logan —respiro.

—¿Cómo lo quieres, Isabel?

Mantiene mis manos sobre mi cabeza; nuestros dedos se aparean, convirtiendo


esto en algo íntimo y amoroso en lugar de controlador. Estoy viva con la emoción,
conectada con la necesidad. Él frota su pecho contra el mío, y el pelo de su pecho rasca
mi piel sensible, mis pezones tartamudean contra sus pectorales. Frota su vientre
contra el mío, su polla es un perno de hierro entre nuestros cuerpos. Besa mi garganta,
y yo inclino mi cabeza hacia arriba para dar la bienvenida a más de lo que él me da,
labios en mi garganta, justo debajo de mi mandíbula, por el exterior de mi cuello,
sobre el hueco pulsante en la base. Me muerde el lóbulo de la oreja y trabaja sus
caderas, y siento que su erección encuentra mi hendidura. Jadeo, apoyo mis omóplatos
contra la pared, y ensancho mi postura.

—¿Lo quieres así? —Se desliza dentro de mí con exquisita gentileza, magistral
lentitud. Una vez, dos veces. Tan lento, tan tierno—. ¿O… así?

Se retira. Se endereza. Me palma las mejillas y me besa, desesperadamente,


ferozmente, sin fin. No puedo respirar por el exigente erotismo del beso, la forma en
que él posee mi boca y domina mi aliento y se apodera de toda mi alma y mente y
cuerpo sólo con su boca, sus labios y su lengua.

Me siento abruptamente en el aire. No hay advertencia, no hay transición. Sólo


una liberación de mis manos, y sus palmas bajo mis nalgas y mis piernas se enrollan
automáticamente alrededor de su cintura.

—¡JODER! —grito. El vulgar epíteto me es arrancado.

Está dentro de mí, chocando contra mí. En el momento en que dejo el suelo, su
polla se estrella contra mí con un poder repentino y yo me quedo sin aliento ante la
repentina embestida, su erección me estira hasta una dulce quemadura. Me levanta de
nuevo, y luego me baja. Esta vez, es suave. Un recordatorio, creo.

—¿Así? —pregunta. Exigiendo una respuesta.

—No —susurro.

Sus dientes pellizcan y arrancan mi piel, mordiendo la carne en la pendiente de


mi pecho, al lado de mi cuello, preocupando mi pezón con una aspereza abrasadora.
Me agarra las nalgas con las manos y me separa y me levanta y me baja, una vez más,
suavemente. Empujando dentro de mí, suavemente.

Golpea su boca contra la mía con un afilado corte de dientes en el labio y su


lengua corta la mía y él...

No hay otra palabra para esto:

Me folla.

Sus caderas se flexionan y su polla se golpea contra mí bruscamente. Sus manos


me agarran el trasero con fuerza bruta, abriéndome para poder follar más
profundamente. Y entonces su boca deja la mía y encuentra mis pechos. Mis tetas. Las
lava, las lame, no sólo mis pezones sino también la pendiente y la parte inferior y mis
areolas, lamiendo y besando. Todo el tiempo, me saquea bruscamente, casi
salvajemente.

—¿Te gusta así? —pregunta, con su voz oscura y gutural. Más áspera de lo que
nunca ha sido.

—Sí, Logan, Dios sí. —Me aferro a su cuello, a sus hombros—. No te detengas.
Sigue… sigue follándome así. —Siento un poco de vergüenza cuando se me escapa,
pero entonces Logan hace un gruñido bajo y me chupa más fuerte el pezón y su polla
se mete más fuerte, y siento una ráfaga de orgullo.

Oh, tan perfecto. Esto. Entierro mis manos en su cabello, lo agarro fuerte y lo
sostengo. Lo monto. Me dejo llevar. Me inclino hacia atrás para apoyarme en la pared
y gimotear sin parar, pongo mis caderas contra las suyas, busco más y más y más. Lo
monto furiosamente, con los dedos enredados en su cabello, tirando de su boca contra
mis tetas, animándolo a que las chupe, las muerda y las lama aún más. Cuando sus
dientes me pellizcan el pezón, grito con fuerza, y él lo hace de nuevo, tomando mi
estímulo no verbal por lo que es.

Saboreo cada fragmento de sensación: su boca salvaje en mis tetas, su polla


deslizándose en mí, estirándome, sus manos apretando mis nalgas tan fuerte que más
tarde tendré marcas -que atesoraré, debo estar segura de decirle- levantándome y
bajándome, haciéndolo más y más fuerte con cada empuje, hasta que mi clítoris esté
chocando contra su base justo así, y yo estoy gritando sin parar, gimiendo en su oído,
sollozando mi éxtasis hasta el techo.

No hay forma de detener mi orgasmo. Es un tren de carga que me atraviesa, la


tierra se abre debajo de mí. No puedo aplastar el grito que estalla. Me retuerzo sobre
él, le agarro el cabello fuerte que sé que debe doler, pero sólo gruñe como el lobo que
es, duro y delgado, primitivo y feroz.

—Logan… Logan... oh Dios mío, Logan...

—Tócate el coño, Isabel. Ahora mismo, mientras te vienes en mí. —Me gruñe
esto al oído.

Enrollo una mano alrededor de su cuello y me inclino hacia atrás. Él hace lo


mismo, dejando un poco de espacio entre nuestros cuerpos unidos. Sus manos me
levantan, me presionan el trasero hacia arriba y hacia delante, y continúa subiendo
hacia mí, demostrando un increíble e impresionante poder y resistencia. Me coloco
entre nuestros cuerpos y toco con mis dedos medio y anular mi clítoris, sólo un toque
al principio. Gimoteo y siento mi todavía ondulante y apretado clímax girar y
traquetear más alto, más caliente, más duro. Dios, esto. Sé exactamente cómo hacerme
llegar duro y rápido. Así que lo hago. Encuentro la presión perfecta, el ritmo de giro
perfecto. Logan se mete en mí, y ahora estoy lloriqueando, el sudor se desliza por mi
sien y entre mis pechos.

Electricidad, calor luminoso; no hay suficientes sinónimos para el poder que


fluye a través de mí. Me corro inmediatamente, y es como si me dieran la vuelta, me
abrieran, separaran y enredaran. Siento a Logan debajo de mí, dentro de mí y a mi
alrededor, sus dientes en mis pezones y sus manos en mi trasero y su polla dentro de
mi coño y su cuerpo duro bloqueando todo lo que no sea él, todo lo que no sea
nosotros, todo lo que no sea este clímax como una galaxia de estrellas haciendo nova
de una sola vez.

Yo no desacelero ni me detengo, y él tampoco.

No sabía que los orgasmos podían existir así, uno tras otro hasta que cada
explosión es parte de la última, una cadena de detonaciones. No sabía que mi mente
podía astillarse por la magnitud de esta experiencia física y emocional, mi alma
estallando en fragmentos fraccionados para que la suave esencia vulnerable de lo que
soy quede expuesta y se funda y se fusione con la de Logan.

Porque él también se está fragmentando. Deshaciéndose. Volviéndose loco, en


este momento. Soltando todo lo que hierve dentro. Sus ojos se abren en el momento
de su liberación, y no miro hacia otro lado, miro fijamente a su corazón mientras se
derrama en mí. Veo humedad en sus ojos, incluso cuando su voz gruñe con ferocidad
depredadora, incluso cuando su cuerpo puramente y poderosamente masculino
desata su orgasmo. Siento que se desmorona.

Y estoy ahí para atrapar cada pieza y unirla a las mías. Lo beso cuando se corre.

Siento que algo se rompe dentro de mí, algo caliente y húmedo que sale a
chorros de mí en el momento exacto en que Logan grita. Es casi vergonzosamente
involuntario, como si algo se abriera literalmente dentro de mi núcleo, empapándonos
a ambos en el lugar donde estamos unidos. Sé que Logan lo sintió.

Sus muslos tiemblan, y sus rodillas ceden. Encuentro mis pies mientras se
desmorona, y estoy tan desesperada por permanecer conectada a él en este momento
que cuando se acuesta en el suelo justo ahí en el pasillo, me acuesto encima de él y
tomo su hombría en mi mano y juego con ella mientras se suaviza, acaricio sus
pesadas bolas en mi palma. Beso su pecho, su barbilla, su mejilla y sus labios, su
garganta y la parte exterior de su oreja.

—Jesús, Isabel. —Está sin aliento, jadeando, sudando a chorros—. No sabía, no


sabía que nada podía sentirse así.

—Yo tampoco.

Después de unos minutos, se mueve debajo de mí. —Por mucho que me guste
tenerte encima de mí, nena, este suelo no es exactamente lo más cómodo para
tumbarse.

Me aparto de él, me levanto y le ofrezco mi mano. Él la toma, sonriendo, y yo


pongo toda mi fuerza y peso en levantarlo del suelo. Está tembloroso, sudando,
respirando con dificultad.

—Menos mal que nunca me salto el día de piernas —dice.

Ahora que la adrenalina y el subidón sexual están desapareciendo, recuerdo


que estoy dolorida por mi propio entrenamiento. —Me sorprendes, Logan.

Sacude la cabeza. —Eres tú, Isabel. Es todo por ti.

No estoy segura de lo que eso significa. Sólo que la forma en que lo dice hace
que mi corazón se derrita de nuevo.

—Ahora estamos los dos sudados —digo.

—Y acabas de tomar una ducha. —Se gira hacia el agua caliente, entra.

Yo entro después de él. Desearía tener algo lindo y gracioso que decir, pero no
lo tengo. Sólo puedo inclinarme bajo el agua caliente y dejar que mis manos se eleven
sobre su cuerpo, dejar que mis ojos se cierren y dejar que me lave. Dejar que me frote,
tomando mucho más tiempo del que realmente se necesita para limpiarme. Y cuando
termine de lavarme, es mi turno de pasar la barra de jabón sobre su piel húmeda y
resbaladiza y tomarme todo el tiempo del mundo para simplemente apreciar la
belleza de su cuerpo con mis manos.

—Será mejor que salgamos pronto —dice—, o esto se convertirá en la segunda


ronda.
El agua sigue caliente, y yo sigo ardiendo con una necesidad apenas saciada. Me
doy cuenta de que ha despertado algo en mí. Una insaciable voracidad.

Apoyo mi espalda contra el mármol bajo la ducha, extiendo mi postura a lo


ancho, con los pies bien separados. Lo pongo de rodillas. Enredo mis manos en su
cabello y tiro de su cara contra mi núcleo, aprieto mi raja contra su boca y lo
mantengo enterrado allí hasta que yo llego.

Una y otra y otra vez.

No hay fin para el número y las formas en que este hombre puede hacerme
venir.

Y cuando estoy débil y jadeante, me dejo caer de rodillas. Recuerdo lo que dijo
que quería hacerme, cuando todo esto empezó. Él está duro, a estas alturas.
Maravillosamente, gloriosamente duro. Se balancea delante de mí, mojado con el agua
de la ducha. Mojado con la necesidad. Lamo el agua, golpeando mi lengua a lo largo de
él. Hundo mi boca en él y chupo hasta que jadea, y luego retrocedo. Tomo mis pechos
con ambas manos y los levanto, me apoyo en él. Encaja su polla en el estrecho espacio
que hay entre ellos y luego los aprieta. Él empuja, y la punta sobresale de entre los
globos tensos, y yo la llevo a mi boca.

—Esto es lo que querías antes, ¿verdad? —pregunto, mirándolo—. ¿Así?

—Joder, Is —gime, inclinando la cabeza hacia atrás.

—¿Tomo eso como un sí?

Me mira, con los ojos muy abiertos. —Joder, sí.

Me muevo con él, subiendo cuando se retira, bajando a su alrededor cuando se


empuja hacia arriba, y en el ápice de cada empujón capturo su glande con mis labios y
succiono la punta, lo lamo, y paso mi lengua por encima y alrededor. Apenas parpadea,
viendo esto.

Sus dedos van a mi cabello. Me alegro de que me impidiera afeitarme todo,


porque me encantan sus manos en mi cabello, la forma en que se aferra. Tendré que
asegurarme de que cuando me lo corte, le deje lo suficiente para que se agarre.

—Mmmm —me quejo, cuando me tira de la cabeza, urgiéndome a tomar más


de él—, Sí, así. Tómalo, Logan.
Se mete entre mis tetas aplastadas y en mi boca, cada vez más fuerte y rápido, y
sus manos se aprietan contra mi cabello, agarrando la masa húmeda y
manteniéndome en su sitio. Todo lo que tengo que hacer ahora es agarrar mis tetas y
llevar su polla a mi boca. Lo hago con entusiasmo, amando cada sabor de él, el
deslizamiento de su dureza entre mis dientes y sobre mi lengua. No profundizo, sólo lo
suficiente para poder saborearlo.

Ahora gimo con cada deslizamiento de su polla entre mis labios. Gimo con él,
porque cuando enrosco la lengua él empuja más fuerte y su polla palpita más fuerte, y
gimo para mí misma porque darle placer y verlo perder el control es una bendición
para mí, es su propia forma de placer sexual. No el tipo de placer que lleva al orgasmo,
sino el tipo de placer que sólo puede venir de dar algo hermoso e increíble a tu
amante.

Es mi amor.

Esta revelación me aturde, hace palpitar mi corazón. Pequeñas cosas como esa
tienen el poder de impactarme, por alguna razón.

Él me atrapa. Me toma la boca. Me coge las tetas.

—Estoy a punto de correrme, Isabel —gruñe como advertencia.

Gimoteo a su alrededor, tarareando. Libera mis tetas, y tomo su polla en mis


manos. Lo acaricio lentamente, mirándolo. Labios alrededor de la amplia cabeza
elástica, la lengua revoloteando sobre la punta.

Es un capricho, una decisión de última hora para retomar la propiedad de algo


que me han hecho. Elegir algo por mí misma y al hacerlo borrar la ignominia y la
violación que sentí.

Lo siento tenso, lo siento palpitar entre mis labios. La decisión me golpea, y le


quito la boca y me siento en mis caderas sobre el mármol mojado, la ducha salpicando
de calor a los dos. Él se viene, un grueso chorro blanco de semen saliendo
violentamente de él y sobre mi cara respingona. Lo siento en mi boca, labios, barbilla.
Mi boca está abierta, así que cae sobre mi lengua, salada y almizclada. En mi mejilla,
bajando hasta mi mandíbula. Lo miro fijamente, parpadeando a través de las
salpicaduras de agua y las cuerdas de semen, y veo que lo he sorprendido.

Me pongo de rodillas otra vez, con su polla entre mis tetas, y acepto otra
salpicadura de su venida en mis labios, lamiéndola con una mirada hacia él,
sintiéndome poderosa y seductora. Hice esto por mí, no por Logan. Como un “jódete”
para Caleb y todo lo que me hizo que yo no elegí. No es algo que quisiera
regularmente, pero lo necesito en este momento. Me estoy retomando a mí misma.
Asumiendo la propiedad de mi sexualidad.

Me llevo la polla de Logan a la boca y la envuelvo con ambas manos, la bombeo


con las manos y la boca hasta que gime y gruñe y sus rodillas se hunden y se encorva
sobre mí. Hasta que me tira suavemente, hasta mis pies. Encuentra la toalla y la
escurre. Enrosca su brazo alrededor de mi cintura y me arropa a su lado, inclina mi
cara hacia arriba y lava su semen, me besa.

—No esperaba eso —murmura.

—Lo sé. Yo tampoco. Pero quería... eliminar el estigma y la negatividad de cómo


se sentía.

—No quiero que nunca te sientas...

Cierro el agua cuando empieza a enfriarse, y luego lo corto. —Logan. Hice lo


que quería hacer. Por mí. Dejarte… —Me armo de valor para decir exactamente lo que
quiero decir, la forma en que lo ha dicho—. Dejarte que me folles las tetas... eso era
para ti. Tenerte en mi cara, eso era para mí. No porque obtuviera algún tipo de extraña
satisfacción sexual, pero... bueno, ya sabes lo que pasó. Ya te lo dije. Lo hice por mí.
Para retractarme.

Me ayuda a salir de la ducha, despliega una toalla seca y me la envuelve, y otra


para él. Cada uno se seca, y luego me giro hacia él mientras se ata la toalla a la cintura.

—¿Logan? Me pregunto, ¿cómo se sintió, para ti? ¿Qué pensaste? —No me


molesto con la toalla, una vez que estoy seca. Me gustan sus ojos en mi cuerpo.

Deja salir un suspiro. —No hay nada que puedas hacer que no sea increíble.
Pero... era caliente. No voy a mentir. Viéndote, observándote, viendo cómo te metes mi
polla en la boca, entre esas grandes y bonitas tetas tuyas… estaba muy caliente. Juro
por Dios que nunca lo olvidaré mientras viva. Es una imagen mental con la que podría
masturbarme hasta el día de mi muerte. En tu cara... es un poco diferente. Eso no es
algo que haya querido hacer antes. No es lo mío. Nunca quise hacer sentir a nadie que
me excitaba... algo que para mí suena a degradación, supongo. Es un tema común en el
porno, el tiro en la cara. Pero nunca vi el erotismo en ello. El sexo, para mí, para ser
realmente asombroso, se trata de la reciprocidad, la satisfacción mutua. Y eso es lo
que hay fuera de este mundo sobre nuestra conexión, es que nosotros sólo... tenemos
esta increíble, jodidamente asombrosa química juntos.

Él lo regresa de nuevo a nosotros. Dios, lo amo.

¿Es de verdad? ¿O estoy soñando? ¿Es sólo un sueño febril?

—¿Te masturbas mucho? —le pregunto.

Él mueve la cabeza. —Depende.

—¿De qué? Sé honesto.

Él se mueve a su dormitorio, y yo lo sigo. Cada uno de nosotros se viste, y él


habla mientras se pone la ropa interior y luego los vaqueros. —Antes de conocerte,
tuve algunas aventuras. Nada serio. No son rollos de una noche, exactamente, pero...
en algún punto intermedio, supongo. A corto plazo. Pero... entre aventuras, sí, me
masturbaba regularmente.

—¿Y desde que me conociste? —No sé qué respuesta quiero oír.

Se pone una camiseta, una ligeramente mórbida, negra con un cráneo blanco
cerca de la parte inferior, la mandíbula inferior se desvanece en las raíces del árbol.
Un cuervo se posa en el cráneo, y una rosa roja crece en él, y las palabras Balas para
mi enamorada están impresas en la parte superior. Lo veo con desagrado, y él capta mi
expresión.

—¿No? Demasiado, ¿eh? Está bien. —Revisa un cajón lleno de camisetas y saca
otra diferente, las intercambia. En esta aparece un hombre de cabello largo y peludo,
con un pañuelo en la boca y la nariz, y una ballesta en la espalda, con The Walking
Dead en grandes letras rojas. —¿Mejor?

Asiento. —Sí, mucho, gracias. La otra era... asquerosa.

Se ríe. —Sí, las camisas de las bandas de metal tienden a ser un poco retorcidas,
supongo.

—No respondiste a mi pregunta —le digo.

—¿Realmente quieres saber la respuesta? —Espera a que me haya puesto el


vestido y me haya atado el cabello.
—Sí, lo hago.

Se inclina hacia atrás contra el borde de la cama. —Primero, no ha habido nadie


más desde que te conocí. Espero que eso sea obvio. Si no, ahí está. No he hablado con
una mujer que no sea empleada desde el día que nos conocimos en la subasta. Y... —
Suspira, me mira y luego se aleja—. Todos los días, a veces más de una vez al día,
pensando en ti, sí, me masturbo. Después de que nos conocimos, eras sólo... tú. Ese
beso en el baño. Nunca antes me había puesto tan duro por un simple beso inocente. Y
tú eras tan jodidamente sexy, que me atormentaba. Te imaginé en esta misma
habitación, deslizando ese vestido... mierda, esto es un poco embarazoso. Me siento
como un adolescente otra vez, hablando de esto.

—No te avergüences, Logan. Cuéntame más.

Traga con fuerza, se frota el puente de la nariz. —Y luego, después de esa


escena en el pasillo, y casi, sí, pensé mucho en eso. Pensé en… hundirme en ti. Me
imaginaba lo jodidamente apretada que estarías. Lo suave que serías. Yo también me
sentía culpable por ello. Sucio. Como si estuviera... contaminándote de alguna manera,
masturbándome pensando en ti. Pero no pude evitarlo. Intentaba pensar en otra cosa,
pero nada... me excitaba. No como tú. Incluso probé el porno un par de veces, de lo que
no soy un gran fan, pero me pareció... estúpido. Vacío. Ni de lejos tan jodidamente
erótico como tú en mi pasillo. La forma en que dejaste caer esa toalla, prácticamente
rogando que te muestren lo hermosa que eres en realidad.

—No prácticamente, Logan. Estaba rogando.

—No pude, sin embargo. —Me mira—. Espero que lo hayas entendido.

Asiento. —Lo hice, y lo hago. No lo hace más fácil, pero lo entendí.

—Fue una autoprotección. Sentí que me enamoraba de ti, y no podía


permitirme encariñarme demasiado pronto, sin saber cómo se resolverían las cosas
entre tú y Caleb. —Agacha la cabeza. Le habla a sus zapatos—. Aun así, tengo este...
miedo. De que vuelvas con él.

—Logan —Quiero tranquilizarlo, pero habla por encima de mí.

—No caigo fácilmente, Isabel. Pero cuando lo hago, caigo duro y rápido. —Se
pone de pie, se acerca a mí, me toma de la mano—. Ya no hay vuelta atrás para mí. No
querría, aunque pudiera. Esto es todo, para mí. No veo a nadie que pueda igualarte. Así
que tenlo en cuenta, ¿está bien? Haz lo que tengas que hacer. Nunca te retendré si tu
camino te aleja de mí. Pero no lo hagas a la ligera, ¿sí? —Logan es un hombre
elocuente, no es dado a tropezar con sus palabras o a dudar. Lo que hace ahora es un
cuadro que me deja cerca de las lágrimas. Es un guerrero, un hombre que ha visto y
librado a la muerte, y que por poco se escapa de ella él mismo. Un hombre que ha
estado en prisión y que ha salido del otro lado como una persona mejor. Un hombre
que ha sido traicionado y que aún puede encontrar el valor para mostrarse a mí, que
puede permitirse ser vulnerable.

Sabiendo lo que sé, sabiendo lo que he hecho para sacudir su fe en mí, más de
una vez... ¿qué valor debe tener para decir estas cosas? Es insondable.

—Tú eres mi camino, Logan.

—Estoy seguro de que eso es lo que espero. Y créeme, Isabel, no daré ni un solo
momento por sentado. Ni siquiera si tenemos mil años juntos.

Me hace un nudo húmedo en la base de la cabeza y me tira para que mi cara se


incline hacia la suya.

Me besa…

Y me besa…

Y me besa.

El amor es una emoción dolorosa, me estoy dando cuenta. Abre las paredes
alrededor de mi corazón. Exige honestidad de mí. Coraje. Vulnerabilidad. Humildad.
No es una cosa ligera, con volantes, fácil, de libro de cuentos, donde el héroe y su dama
pueden cabalgar juntos hacia el atardecer. La dama debe ser también una guerrera,
dispuesta a enfrentarse a la oscuridad con él; debe ser lo suficientemente valiente
para enfrentarse a los demonios y dragones junto a su héroe si desea ver el amanecer,
y mucho más el ocaso.
14
Tengo el corazón en la garganta, un grueso rollo de cabello negro en una mano,
tijeras en la otra. Pestañeo y dejo salir un suspiro, me miro en el espejo de la
peluquería, en el reflejo de Logan. Está de pie detrás de mí, con las manos en los
bolsillos, mirando. Su amiga Mei, la estilista, que es la dueña de todo el salón, tiene mi
cabeza en sus pequeñas y delicadas manos. Manteniéndome firme. Relajante.
Acariciando con dedos ágiles mi cuero cabelludo.

Ella entiende, creo, aunque no le he dicho nada de mí, nada de mi historia. Sólo
le dije que necesitaba cambiar mi apariencia drásticamente, y ella me mira a los ojos,
me mira a sabiendas por un largo momento, y sólo me sonríe. Me sienta en una silla,
me pasa los dedos por el cabello, abriéndolo en abanico, ondulándolo, tirando de él
hacia atrás con severidad para evaluar la forma de mi cara, doblándolo hacia arriba y
hacia abajo para obtener una aproximación de lo que podría ser mi aspecto con el
cabello más corto.

Y luego me da sus tijeras. —Haz el primer corte —dice Mei.

A pesar de haber estado a punto de afeitarme el cuero cabelludo hace apenas


unas horas, ahora que tengo mi cabello en la mano y las tijeras listas para hacer el
primer corte, tengo un momento de duda. De vacilación.

Logan no dice nada. Sólo mira.

Mei me quita las tijeras. Se mueve para pararse frente a mí. Es pequeña y
delgada, con el cabello teñido de lavanda y cortado a los lados, dejado más largo en la
parte superior, retorcido y vuelto a poner sobre su cabeza. Habla inglés con fluidez,
pero con un pronunciado acento asiático. —Es tu elección. Lo haces, no lo haces, la
única que importa eres tú. Pero creo que quieres hacerlo. Lo donaremos a Locks of
Love. —Sus dedos pasan casi compulsivamente por mi cabello otra vez—. Tú haces el
primer corte, yo te hago hermosa. Te hago más hermosa. Ya eres hermosa.

Me da las tijeras de nuevo, me levanta el cabello atado entre sus dedos con una
cuerda gruesa, un pequeño hueco entre sus dos manos. —Corta entre las manos.

Exhalo. Abro las tijeras y cierro, snick-snick-snick-snick... y antes de que pueda


dudar más, abro las tijeras de par en par y corto entre las manos de Mei. Siento que el
peso flota libremente en la columna de mi cuello. Mi cabeza se siente más ligera. Mei
me quita las tijeras y se mueve para pararse frente a mí, bloqueando mi vista en el
espejo. Sacudo la cabeza, y la sensación es extraña. No hay un grueso mechón de
cabello ondeando en mi espalda, no hay largos hilos enredados alrededor de mis
orejas, cayendo sobre mi hombro. No hay nada. Quiero llorar, pero también reír. No
estoy segura de qué...

—Déjame ver —digo.

Mei sólo mueve la cabeza. —No hasta que termine. Cierra los ojos. —Cierro los
ojos. Me da vueltas, me da palmaditas en el hombro—. Vale, ábrelos, pero no mires.

Me abrocha una capa negra alrededor del cuello y sus dedos pasan por mi
cabello varias veces. Oh, Dios. Es corto. Tan corto. Hay tan poco ahí arriba para que sus
dedos se muevan.

Y luego empieza a cortar. Snick... snick-snick... snick-snick... Siento trozos de


cabello que caen y aterrizan en la capa negra, en mis hombros y se deslizan hasta mi
regazo. Un poco aquí, un poco allá, mi cabello se va haciendo cada vez más corto. Sus
tijeras son tan rápidas, se mueven infaliblemente, sin vacilar. Como si tuviera una
visión y supiera exactamente qué hacer para hacerla realidad. Como un pintor
completamente seguro de sus pinceladas. Miro a Logan, que está en medio del salón
desierto, con las piernas abiertas, los brazos cruzados sobre su amplio pecho, los ojos
sobre mí, sobre Mei, observando atentamente. Su expresión es inescrutable, lo que me
pone nerviosa. ¿Qué es lo que piensa? ¿Le gusta? ¿Lo odia?

¿Qué pensaré yo?

No tengo la menor idea. Pero me gusta cómo se siente. Suelto, ligero, libre.
Todo lo que quiero ser, todo lo que me esfuerzo por ser.

Después de lo que parece una eternidad de corte, ella se aleja, me hace gestos
para que me levante. —Ven, ven. Ya casi termino. Lavar, estilizar y luego ver. —Me
lleva a un fregadero con un divisor en forma de U en el frente, me pone en la silla
reclinable, y me acomoda hacia atrás, así mi cuello descansa en la U. Agua tibia, manos
fuertes. No sólo me lava el cabello, sino que me masajea el cuero cabelludo, con dedos
poderosos que escarban en el cuero cabelludo y en la nuca, aflojando la tensión,
relajándome. Amasa el champú en mi ahora corto cabello, enjuagándolo. Me seca con
una toalla.
—Bien, de vuelta a la silla. —Se rocía un poco de espuma en la palma de la
mano, se frota las manos un par de veces, y luego me pone la espuma en el cabello—.
Llevará tiempo recordarlo, pero ahora sólo necesitas un poco de producto. Champú,
acondicionador, mousse, sólo un poco. Antes, tanto cabello, necesitas mucho. Las
primeras duchas, chorrearás demasiado. Ríete, todas las chicas que se cortan el
cabello lo hacen. Yo tuve el cabello largo, como tú, una vez. Me lo corté todo, me lo teñí
de púrpura, así. —Hace un gesto con la cabeza—. Para hacer enojar a mi padre. Uso
demasiado champú durante semanas. Nunca lo recordé.

Ella usa una secadora en mi cabello, cepillando los dedos rígidos a través de él,
trabajando hacia adelante, alisándolo a los lados. Siento que me hace cosquillas en la
frente, en la sien, me cepilla las cejas.

Le toma tal vez quince minutos en total para lavar, secar y peinar mi cabello. Se
siente milagroso. Me llevaba quince minutos lavar todo mi cabello, otros quince para
enjuagarlo. Y todavía estaría mojado por lo menos doce horas después de lavarlo. A
veces un día completo, o más.

Ahora, se lava, seca y peina en quince minutos. No hay horas de cepillado.

Sólo eso me da vértigo.

—Sí, muy bien. —Mei pone sus manos sobre mis hombros, aprieta, se inclina
cerca de mi oreja—. ¿Lista?

Tengo que soltar un aliento nervioso. —Creo que sí. —Enderezo mi columna
vertebral. —Sí, estoy lista. —Cierro los ojos mientras Mei gira la silla.

—Bien —dice Mei—, mira ahora.

Abro los ojos, y mi aliento me deja en un estado de alerta. Corto, desordenado.


Perfecto. Es estilo chico, corto. Tirado hacia adelante en mis ojos, puntos largos y
estrechos en forma de V que caen delante de mis orejas. El corte acentúa mis exóticos
rasgos, hace que mis ya grandes y oscuros ojos parezcan dramáticamente más
grandes, resalta mis altos y afilados pómulos, mi cara en forma de corazón, mis
exuberantes y besables labios.

—¿Puedo maquillarte? —pregunta Mei.

—¿Segura? —Me encojo de hombros—. No suelo llevar mucho.


—No mucho. No necesitas mucho. —Abre un armario debajo de su estación y
saca su bolso, pone cajas, latas, cepillos y tubos en el mostrador de su estación.

Me aparta del espejo una vez más, me pone colorete en las mejillas, me pasa el
delineador en los ojos, me aplica sombra de ojos en los párpados, crema labial en los
labios. No uso mucho maquillaje, nunca lo he hecho. Siempre me han dicho que no lo
necesito, que la belleza natural como la mía se aprecia mejor con poco o ningún
adorno.

Cuando Mei termina, me da la vuelta, y una vez más me quedo sin aliento, sin
palabras. Mis ojos son enormes, su forma natural de almendra y sus iris oscuros
resaltados. Mis ojos son... hipnóticos, de esta manera. Mis pómulos parecen ahora muy
afilados, mis labios aún más llenos, de color rojo oscuro. El efecto general es sutil, pero
dramático. Humeante, misterioso. Seductor. Sensual.

—Dios mío, Mei. —Estoy cerca de las lágrimas—. Me veo como... Ni siquiera lo
sé. Ni siquiera a mí misma, ya no.

—¿Es bueno? Estás llorando, pero no sé si es un buen llanto o no.

—No, es perfecto. Me encanta. Es perfecto. No puedo creer que sea a mí a quien


estoy mirando, ahora mismo.

Giro la cabeza de un lado a otro. Me examino desde diferentes ángulos.


Realmente, no me reconozco a mí misma. Me veo nerviosa, moderna, sexy, exótica. No
me parezco en nada a la belleza aristocrática formal del Viejo Mundo que solía tener.
Solía serlo. Me encanta su desorden. El viento podría despeinarlo y desordenarlo, y no
arruinaría el aspecto. Podría pasar mis manos a través de él, y no se vería peor. Lo
hago, me paso los dedos por el cabello, maravillada por la falta de peso que se desliza
entre mis dedos. Empujo todo el cabello hacia un lado, cubriéndolo todo hacia la
izquierda, y mi aspecto cambia ligeramente. A la derecha, lo mismo, un sutil cambio en
la forma en que la mirada se posa sobre mí. Lo cepillo hacia adelante otra vez y lo
estropeo.

—¿Ves? Lo entiendes. —Mei me sonríe—. Desordénalo. Juega con él. Podrías


echarlo hacia atrás, también. Eso se vería rudo, muy dramático, muy diferente. Te hace
ver hermosa, una nueva tú. Aun así, mujer, no marimacho en absoluto, sólo corto, y
atrevido. Diferente. —Desabrocha la capa y me la quita para que el cabello suelto caiga
al suelo a mis pies.
Me pongo de pie y me inclino hacia ella, la envuelvo en un abrazo. Ella se pone
rígida al principio, claramente no se siente cómoda con tal afecto, luego me abraza
torpemente.

Ella me empuja después de un segundo. —Oh-kay, el tiempo de los abrazos se


ha acabado.

—Lo siento. Yo sólo... gracias, Mei. Muchas gracias. Me encanta.

—Me alegro mucho. —Ella mira a Logan—. Cualquier amigo de Logan es amigo
mío. Vuelve cuando quieras. Solemos tener charlas de chicas, bebemos demasiado
vino y nos quejamos de los chicos estúpidos.

—Me gustaría eso.

—Bien. Ven aquí el viernes por la noche. Yo cierro a las siete, nos divertimos
juntos. —Ella recoge su maquillaje en sus manos, me mira—. ¿Tienes tu propio
maquillaje?

Sacudo la cabeza. —No, como dije, nunca he usado mucho maquillaje. Algo de
delineador de ojos, lápiz de labios, eso es todo. Nada tan espectacular. —No menciono
que no poseo nada, mucho menos algo tan frívolo como el maquillaje.

—Es un buen look para ti. Te hace parecer misteriosa. Un poco intimidante,
creo. —Ella saca una bolsa de plástico de un armario en su estación, y mete el
maquillaje en ella—. Para ti. Tengo más. Tú practicas. Ven el viernes, te enseño, si
quieres.

—Gracias, Mei. Yo...

Nos lleva a la puerta, agitando sus manos como si estuviera arreando pollos,
cortando mis agradecimientos. —Ahora, vete. Váyanse. Tengo otro cliente pronto, y
tengo que limpiar.

Estamos afuera, bajo el sol de la mañana, caminando hacia la furgoneta de


Logan. Cuando estamos en su auto y esperamos en un semáforo, me vuelvo hacia él. —
Entonces. ¿Qué piensas, Logan?

Me mira largo y tendido. —Es una transformación increíble, Isabel. Eres


absolutamente hermosa. No hay nada que puedas hacer para verte más que
impresionante. ¿Pero este aspecto? Es perfecto para ti. Como dijo Mei, te hace ver aún
más misteriosa de lo que ya eres.

—¿De qué conoces a Mei? —pregunto.

—Oh. Um. Bueno, la contraté para que me hiciera un poco de programación. Es


una programadora de ordenadores con un talento increíble, uno de los mejores que he
conocido. Así que trabajó para mí programando nuestro sitio web y depurando
algunos de nuestros sistemas como contratista independiente. Pero cuando eso
terminó, seguimos siendo amigos.

—¿Sólo amigos?

Me mira a los ojos. —¿Celosa?

Me ruborizo. —Tal vez un poco. Es una emoción inusual, para mí. No sé cómo
procesarla.

Sólo se ríe. —Salimos una vez. Fui a besarla al final de la cita y los dos
estábamos como… nah, no hay nada ahí. Hemos sido amigos desde entonces. —Una
mirada hacia mí—. Los celos son totalmente naturales y normales, por cierto. Sólo sé
honesta contigo misma y conmigo.

—Es nuevo para mí. Nunca... nunca se me ocurrió estar celosa hasta que vi a
Caleb con otra persona. Lo hizo a propósito. Estaba enfadado conmigo por... bueno, es
una larga historia. Pero estaba enfadado conmigo, así que arregló que le viera besando
a otra chica en la calle debajo de mi apartamento. Mi antiguo apartamento, quiero
decir. —Trato de no recordar. No quiero que esos recuerdos se desplacen a mi nuevo
sentido de identidad—. En cuanto a la táctica, fue efectiva. Pero esa fue la primera vez
que recuerdo haberme sentido celosa. Pensé que lo estaba... No lo sé. No es cierto,
porque no funcionó así entre Caleb y yo.

—Supongo que no. —Es todo lo que Logan dice sobre ese tema. Inteligente de
su parte, creo. Nada bueno podría salir de su opinión sobre Caleb. Sé cómo se siente y
por qué, y no tiene sentido discutirlo.

Las millas pasan por debajo de los neumáticos, por las ventanas. La radio está
apagada, el silencio es espeso. No sé adónde vamos.

—¿Qué quieres hacer, Isabel? —pregunta Logan, rompiendo abruptamente el


silencio.
—Me preguntaba a dónde ibas.

Sacude la cabeza. —No, eso no es lo que quiero decir. Ahora mismo nos llevo a
almorzar a un gran lugar mediterráneo que conozco en Brooklyn. Me refiero a tu vida.
Contigo misma. ¿Qué es lo que quieres? ¿Cómo vas a vivir?

El optimismo me deja en un apuro. —No lo sé, Logan.

—Sólo pregunto porque te conozco lo suficientemente bien como para saber


que sólo te conformarás si haces tu propio camino. —Extiende la mano y me mira
brevemente—. Puedes quedarte conmigo. Te apoyaré. Todo lo que tengo es tuyo. Si
eso es lo que quieres, nunca tendrás que trabajar otro día en tu vida. No soy tan rico
como Caleb, pero me va muy bien. Nunca te faltará nada. Mi punto no es que no seas
bienvenida, o que haya algún tipo de fecha de caducidad en que te quedes conmigo.
Pero siento que necesitas tu propio espacio. Tu propia cosa. Así que eso es lo que
estoy preguntando. ¿Qué quieres para ti?

Tiene razón. Me sentiría poseída de nuevo si dependiera de él. Aunque no fuera


su intención, aunque se esforzara para asegurarse de que yo no me sintiera así, se
filtraría.

Entonces, ¿qué es lo que quiero?

No tengo ni idea. ¿De qué soy capaz? ¿En qué soy buena?

Paso mucho, mucho tiempo pensando. Y sólo puedo llegar a una triste
conclusión. —Sólo he hecho una cosa. Sólo sé cómo ser Madame X, y no puedo ser más
ella. Pero, ¿qué más puedo hacer? —Estoy cerca de las lágrimas, pero las guardo. Las
alejo a la fuerza.

—¿Qué pasa si ya no tienes que ser Madame X, pero sigues realizando el mismo
servicio básico, sólo... por tu cuenta? Por ti misma. No como Madame X, sino como
Isabel de la Vega.

Respiro profunda y lentamente, con cuidado. —Yo… No lo sé. ¿Podría? No lo sé.


¿Por qué iba a hacer eso? ¿Qué fue lo que realmente hice? —Trazo la costura del cuero
en el borde de mi asiento—. Mirando hacia atrás, sólo encuentro un valor dudoso en el
servicio que presté.

—Ves, no estoy de acuerdo. Creo que has prestado un servicio muy valioso.
Cuando tratas con gente tan rica como tu antigua clientela, la crianza de los hijos a
menudo se deja de lado. La búsqueda de riqueza es lo único que les importa a muchos
de ellos. Así que... terminas con niños ricos malcriados que no tienen una concepción
de la realidad, que no valoran el trabajo duro o el dinero, que no tienen sentido de sí
mismos o de la decencia o de la moral o nada. Y creo que tu verdadero valor estaba en
bajarle los humos. Hacerles entender que el mundo no siempre iba a girar a su
alrededor. Que no lo hizo, no lo hace y nunca lo hará. —Se detiene en una calle, no
tengo ni idea de cuál o dónde estamos, y aparca en paralelo frente a un restaurante.
No sale, gira en su asiento y me mira a los ojos—. Creo que podrías abrir tu propio
negocio haciendo lo mismo, pero tal vez dando unos pasos más. Probablemente harías
una jodida fortuna, y le harías un favor al mundo sacándoles la mierda a algunos de los
gilipollas consentidos de ahí fuera.

Lo considero. —¿Realmente lo crees?

Asiente. —De verdad. Pero la cosa aquí es que lo harías en tus propios
términos. No hay personaje. Sólo tú siendo tú. Harías lo que hiciste antes, conocerías y
evaluarías a cada cliente, y harías un plan de tratamiento o como quieras llamarlo.
Enséñales modales. Como, modales básicos. Haz que sirvan mesas. Haz que hagan
trabajo de caridad, como en un comedor de beneficencia o algo así. Lo que creas
necesario para que se produzca el cambio en ellos.

—¿Dónde puedo encontrar clientes? Ni… Ni siquiera sé por dónde empezar.

Me sonríe y me aprieta la mano. —Puedo ayudar. Es más o menos lo que hago,


ya sabes. Incluso puedo ofrecerte un préstamo inicial.

—Necesito considerarlo.

Asiente. —Por supuesto. Es un gran paso.

Me lo quito de la cabeza cuando salimos del todo terreno y nos sentamos a


comer. La comida es deliciosa, por supuesto. Lo dejé que ordenara por mí, y por lo
tanto no sé los nombres de ninguno de los platos. Sólo sé que todo está lleno de ajo,
arroz, aceitunas, cordero, pollo y pan de pita grueso y crujiente. Es sabroso y saciante,
pero no pesado. Mientras comemos, Logan vuelve a traer la conversación a la idea de
que empiece mi propio negocio.

—Una cosa que diría con seguridad es que no trabajarías fuera de tu casa.
Necesitas una separación entre el trabajo y la casa. A menos que seas, como, un
programador de computadoras o algo así, necesitas tu propio espacio justo para ti.
Especialmente en la línea de negocios que estás considerando. No puedes tener
clientes entrando y saliendo de tu sala de estar. Eso sólo invita a la familiaridad, y
tienes que permanecer distante. Intocable. Imponente. El ambiente debe seguir siendo
informal, cómodo, pero separado de tu espacio personal. —Se mete en la boca unos
cuantos tenedores de arroz y luego apuñala una aceituna verde, haciendo un gesto con
el tenedor y la aceituna—. Creo... creo... —Se come la aceituna, y me doy cuenta de que
cuanto más discute esto, más efusivo se vuelve. Es entrañable y adorable e inspirador,
viendo su entusiasmo por esta idea. Es contagioso—. Creo que, si compraras una casa
como la mía, podríamos renovarla según tus necesidades. Hacer una habitación
delantera, un profundo y cómodo sofá de cuero, una pequeña cocina y un bar, un
mirador con vistas a la calle. Y luego hacer una entrada separada que lleve a tu
espacio, que ocuparía el resto de la casa, usar ambos niveles, el superior y el inferior.
Tal vez hacer el dormitorio un loft sobre el resto. Mantenerlo abierto, ¿sabes? La
puerta de tu espacio tendría que ser realmente segura, aunque, tal vez usar la
biometría. Huellas de pulgares y lo que sea, ¿verdad?

Interrumpo su flujo. —Logan. Todo esto suena maravilloso, pero... —No puedo
evitar un suspiro de derrota—. No tengo ni un centavo a mi nombre. No tengo ni una
sola prenda de ropa propia. Nada. ¿De dónde voy a sacar el dinero para comprar una
casa en Manhattan, y mucho menos capital para abrir un negocio?

Me hace señas para que retire mi objeción con su tenedor. —Te lo dije, te
ayudaré. Te daré un préstamo comercial.

—No voy a tomar tu dinero, Logan. Eso sólo...

Deja el tenedor en la mesa, con la mirada seria. —No dije “regalar”, Isabel, dije
“préstamo”. Haré que mi banquero haga el papeleo por ti. Sé que no aceptarías dinero
de mí, y eso no es lo que te ofrezco. No tendría ningún interés en tu negocio en sí,
salvo la esperanza de que seas rentable para que vea un retorno de mi inversión. No
busco obtener un beneficio de esto, así que los términos serían bastante
condescendientes, con bajos intereses, para que te sea fácil pagarlo. Esto es para
ayudarte. Para que empieces.

—¿Por qué, Logan?

Hace una cara graciosa. Triste, tierna, cariñosa y confusa a la vez. —Porque
todo el mundo necesita ayuda a veces. Y porque te amo. Quiero ayudarte. Te daría el
maldito dinero si pensara que lo tomarías. Tengo más de lo que jamás podré gastar,
incluso regalando un montón a la caridad. Quiero verte triunfar. Quiero... —Suspira y
se inclina hacia atrás en su silla—. Hay una motivación egoísta en el trabajo aquí,
también. Si tienes éxito, si trabajas para ti misma, entonces es más probable que seas
feliz. Y si eres feliz, eso significa que las cosas entre nosotros serán mucho mejores.

No puedo evitar una sonrisa. —¿Así que incluso tus motivaciones egoístas se
centran en mi felicidad?

Una sonrisa. —Bueno, sí. Quiero decir, piénsalo. Si eres feliz, entonces tu
enfoque puede ser en mí. Si eres feliz, mis posibilidades de poder mantenerte desnuda
en mi cama durante fines de semana enteros son mucho mejores. Y después de anoche
y de esta mañana, Isabel, cariño, tengo planes para mantenerte desnuda y sudada todo
el tiempo que me dejes.

—Me gusta el sonido de esos planes.

Sus ojos se calientan. —Podríamos comprar un pequeño lugar en el Caribe,


quedarnos desnudos en la playa durante semanas.

Cierro los ojos y sueño. Finjo que tengo éxito. Ganar mi propio dinero
dirigiendo mi propio negocio. Logan es mío, todo mío. No hay nadie más. Imagino que
estoy en una playa en algún lugar. Con él. Tumbada desnuda en una manta en la arena,
con el sol caliente sobre nosotros. Su boca sobre mí. Me retuerzo, el deseo me
atraviesa con la idea.

—Te lo estás imaginando, ¿verdad? —Se inclina hacia mí sobre la mesa,


susurrándome al oído—. ¿Tú y yo, desnudos en la playa?

—Sí —respiro.

—Imagínatelo, nena. Mantén esa imagen en tu mente. La haremos realidad.

Hay unos momentos de silencio entonces, mientras terminamos nuestra


comida. Mi mente vaga, de vuelta a su dormitorio, hacia nosotros. A él, dormido en el
sofá. El cuaderno de notas, los garabatos.

—¿Logan? —Tengo que saberlo. Tengo que preguntar.

Levanta la vista, levanta las cejas en la pregunta. —¿Hmmm?

—¿Quién es Jakob Kasparek?

Se congela. —Tú lo viste.


—Sí. Lo vi. ¿Qué significaba esa nota, Logan?

Mastica, traga, respira. —Hice un poco más de investigación. Me las arreglé


para echar un vistazo a los papeles del alta del hospital. La firma en la hoja de alta es
Jakob Kasparek.

—¿No es Caleb Indigo?

Sacude la cabeza. —No. Jakob Kasparek. —Un levantamiento de su hombro—.


Busqué ese nombre, pero no encontré nada. Ni una sola cosa. Así que no sé nada
excepto que quien te sacó del hospital se llamaba Jakob Kasparek, no Caleb Indigo.

Trago con fuerza. Trato de respirar de manera uniforme. —Yo… No quiero


dudar de ti, pero... ¿estás seguro?

—Cien por ciento. Lo siento, sé que... probablemente no te facilita las cosas.

—Yo sólo... Recuerdo el día en que me firmó la salida. Recuerdo que firmó el
papel. No vi la firma, pero... no tiene sentido. No lo sé. No lo sé.

Mi cabeza da vueltas. Gira. Dolores. Nada tiene sentido. Nada es verdad.

Siento el pánico hirviendo bajo mi piel, agarrando mi garganta y mi mente.


Tengo que apagarlo. Piensa en otra cosa. No vayas allí, no ahora. No aquí.

—¿Dijiste que das dinero a la caridad? —pregunto, sólo para cambiar la


conversación.

Se encoge de hombros, reconociendo mi táctica por lo que es. —Sí. Quiero


decir, mi negocio vale... bueno, mucho. Treinta millones, la última vez que lo
comprobé. Lo repartí, me aseguré de que mi gente hiciera su propia fortuna, porque
ellos hacen la mayor parte del trabajo. Pero, aunque sólo me quedara con el treinta
por ciento de los beneficios de la empresa, serían nueve millones al año, algo así. Y yo
soy sólo un tipo, ¿sabes? ¿Qué hace un tipo con nueve millones de dólares al año?
Mantengo mi vida simple. Soy dueño de una casa, y me quedo en Manhattan la mayor
parte del tiempo. Tomo unas cuantas vacaciones aquí y allá. Pero me gusta trabajar,
así que trabajo mucho. Significa que no gasto mucho. Sólo tengo un coche, porque
conducir en Nueva York es una mierda, así que no tiene sentido tener un montón de
coches de lujo. No es lo mío, de todas formas. —Agita una mano—. Así que doy mucho
a varias organizaciones benéficas.
—¿Cómo qué?

Está claro que está incómodo con esta línea de conversación. —Hay uno que
hace mucho trabajo con los veteranos de combate, tipos que vuelven a casa de Irak y
Afganistán. Terapia, retiros, mierdas como esa. Es una organización sin fines de lucro
que empecé con un par de tipos de Blackwater. Hacen un montón de trabajo
realmente increíble con tipos que tienen TEPT5, cosas fuera de lo común, no sólo
sentados en una puta habitación hablando de nuestras emociones con un psiquiatra.
Los soldados odian esa mierda. Odiamos hablar de lo que hicimos. Sólo queremos
dejarlo atrás y no tener pesadillas, ¿sabes? Así que el enfoque del tratamiento del
TEPT que no es sólo hablar. Terapia equina, terapia canina. Arte, música, deportes.
Cosas así. Luego está el fondo de educación. Ese dirige el dinero más allá de toda la
burocracia y directamente a los distritos escolares que necesitan dinero, a las escuelas
del centro de la ciudad aquí en Nueva York y en todo el país. Se expanden todo el
tiempo, entrando en nuevos distritos escolares con cada cheque emitido. No hay
requisitos de pruebas, no hay tonterías, no hay políticos que se roban la cima. Sólo
dinero en efectivo para que los niños puedan aprender. —Se abre al hablar, y sus ojos
y su expresión revelan su pasión—. Me encanta esa especialmente. Cuando era niño,
mi educación no era tan importante para mí. Me preocupaba más por drogarme y
meterme en problemas con los compañeros. Pero incluso si lo hubiera hecho, donde
vivía, no habría recibido mucha educación de todos modos. Y San Diego es mucho
mejor que un lugar como Los Ángeles o las escuelas de Queens, ¿sabes? No hay
suficiente dinero para que las escuelas hagan una mierda por nadie.

—Es increíble, Logan —digo.

Pone los ojos en blanco. —No lo es. Sólo dono dinero. Lo tengo que sacar de mis
malditos oídos, y la caridad es un lugar donde ponerlo, así que no es solo sentarse ahí.
Y, además, es una deducción de impuestos.

—¿Qué otros hay?

—Muchos pequeños aquí y allá. Ayudando a adolescentes en riesgo, porque yo


he sido uno, refugios para mujeres, bancos de alimentos, clínicas de recuperación de
drogas.

—No minimices lo que estás haciendo, Logan. Marca la diferencia.

5 Trastorno de Estrés Postraumático


Me sonríe. —Sé que lo hace. Por eso lo hago. Warrior's Welcome, es el que
trabaja con los soldados... Hago retiros todos los años para eso. Consigue un montón
de soldados, marines y contratistas de seguridad, llévalos a una granja en el norte del
estado de Nueva York y haz un montón de cosas divertidas. Paseos por el sendero,
juegos de paintball, torneos de baloncesto. El objetivo de los retiros, sin embargo, es la
mierda de la hoguera. Hacer una gran hoguera, tocar un barril e intercambiar historias
de guerra. Es una zona libre de juicios, ¿sabes? Ese es el punto de esto. No les cuentas
historias a los amigos o a la familia, porque no lo entenderán. No pueden. Cuando son
un montón de otros malditos tipos los que han estado allí, es diferente. Algunos tipos
no quieren hablar, y no tienen que hacerlo, pero incluso escuchar las historias de otros
tipos, escuchar la verdad de que hay gente que sabe exactamente por lo que estás
pasando, cómo es, eso es tan catártico como cualquier otra cosa que pueda ser.

—Nunca dejas de sorprenderme y asombrarme, Logan. —Le agarro la mejilla—


. Cada vez que creo que te conozco, me revelas algo nuevo.

Sacude la cabeza y se ríe suavemente. —Sí, soy un verdadero rompecabezas.

—Lo eres, de verdad. Eres un exitoso hombre de negocios, pero vienes de la


pobreza urbana y de una infancia de riesgo. Estuviste en una pandilla. Viste cómo
asesinaban a tu mejor amigo. Has estado en la guerra. Has estado en prisión. A pesar
de todo eso, eres exitoso y estás bien adaptado. —Le doy un tirón juguetón a un
mechón de su cabello—. Y eres el hombre más sexy que he conocido.

—Me vas a provocar un complejo, nena —dice Logan.

Estamos afuera, parados en la acera cerca de su furgoneta. Por una vez en mi


vida, las cosas se sienten... normales. Tengo esperanza. Me siento como si fuera una
persona nueva, convirtiéndome en alguien completo.

Mi corazón se siente lleno.

Amo a Logan. Él me ama.

El mundo está lleno de posibilidades.

Y entonces mi sangre se enfría.

Veo a Thomas, primero. Alto, aterrador, piel negra como la noche, dientes
blancos como las teclas del piano. Tiene algo largo y delgado y oscuro en sus manos,
no una pistola, sino un palo de algún tipo. Una porra. No sé de dónde vino Thomas. No
estaba allí, ni en ninguna parte, y luego en un abrir y cerrar de ojos, ahí está. No tengo
tiempo ni de abrir la boca.

La mano de Thomas parpadea en la brillante luz dorada del atardecer. Hay un


golpe sordo, y el palo se conecta con la cabeza de Logan, justo detrás de su oreja, justo
así. Preciso. Un movimiento practicado. Veo a Logan derrumbarse, la luz sale
instantáneamente de sus ojos.

Inhalo para gritar, pero una mano me cubre la boca. Len. Me retuerzo, pateo.

—¿Crees que no te encontraría? —Esta no es la voz de Len en mi oído.

Es la tuya.

Siento que las lágrimas de desesperación pinchan mis párpados. No. No. Esto
no. No tú. No otra vez. No ahora.

Siento el movimiento, siento la brisa susurrante de tu paso de detrás de mí a


delante de mí. Ahí lo tienes. Perfecto, guapo. Calmado y sereno. Tranquilo. Huelo tu
colonia. Traje negro, camisa carmesí, botón superior suelto, sin corbata. Tienes una
pistola en la mano. Negra plana, pequeña en tu gran garra.

Me miras. No sonríes. —Pensé que podía dejarte ir —dices. Tu expresión es...


casi triste. Lamentada. Miras a Len, detrás y encima de mí—. Me equivoqué.

Siento que algo afilado me toca el cuello. Una aguja. Me pincha, y algo frío me
atraviesa.

La oscuridad se eleva de las sombras a mis pies. Me alcanza.

Lucho contra ella.

Apuntas tu arma a Logan.

¡No!

¡No! Grito, pero sale un débil gemido.

Veo en cámara lenta cómo tu dedo se aprieta en la media luna metálica del
gatillo.

¡NO!
Quiero gritar y llorar, pero no puedo. Sólo puedo desvanecerme en la
oscuridad.

No veo que eso suceda. Sólo oigo un fuerte ¡BANG!

Y luego está la nada.

Sólo frío y negro y vacío.


15
La conciencia se me escapa. La busco, luchando a través de la oscuridad,
revolcándome en el silencio, flotando en ausencia de sonido y sensación. Cerca de la
conciencia. Un lento y delicado deslizamiento a través de la cúspide de la vigilia.
Donde hay conciencia de sí mismo, pero no hay capacidad de realizar realmente
funciones superiores.

Lucho. Pero es como estar envuelta en un capullo; es una lucha que no puedo
ganar. Sucumbo.

•••

Hay un puño en mi cabello. Mi cabeza está tirada hacia atrás. Me estoy quejando.
Estoy fingiendo el sonido, porque el agarre de mi cabello es doloroso, pero los gemidos
son inevitables.

Estoy sobre mis manos y rodillas. En una cama. En la oscuridad. Silencio, pero con
mis gemidos, y el macho bajo gruñe detrás de mí.

Me duele. Demasiado grande, demasiado. Demasiado duro, demasiado áspero.

He estado aquí de rodillas por una eternidad. Tomando los castigos, impulsando
los empujes por siempre. Estoy en carne viva.

Quiero que se detenga.

Pero no se me permite hablar. No se me permite hacer un sonido sino por los


gemidos. Conozco las reglas. Conozco el castigo si las rompo.

Se espera que tenga un orgasmo. Pero el aliento que me baña el cuello huele a
whisky, y el orgasmo parece estar fuera de mi alcance.

Una mano me golpea en el trasero. —Di mi nombre. —La orden es un gruñido


áspero y mal pronunciado.

—Caleb… —susurro.

Otra bofetada, al otro lado. —Dilo otra vez.


—Caleb.

—Más fuerte. —Un golpe más fuerte.

El dolor me atraviesa. Estos no son golpes juguetones y sexuales. Son un castigo


por haber fallado. Duelen.

Pero el dolor al menos es una distracción de otras molestias.

—¡Caleb! —Lo digo en voz alta.

—Vas a correrte ahora. —A pesar del aliento a whisky, las palabras son claras y
lúcidas, y no se mezclan.

No puedo. Pero no me atrevo a decir esto. Ni me atrevo a fingirlo como lo hago


con los gemidos. Soy muy mala para fingir orgasmos, he aprendido. Siempre me
descubren.

—Córrete, X. Córrete con fuerza.

—Yo...

De pie ahora. Aún detrás de mí, los empujes continúan sin disminuir. Los dedos
me rodean alrededor de la cintura y entre los muslos. Es sólo un chisporroteo al
principio, pero es algo.

El puño en mi cabello tira con fuerza. Tira de mi cabeza hacia atrás, así que me
veo obligada a mirar al techo. El aliento a whisky en mi cara, en mi oído. —Córrete para
mí, X.

Los dedos de mi núcleo se mueven con rapidez, precisión, y los rayos me


atraviesan, caliente y repentinamente. No tengo que fingir, gracias a Dios. El placer es
un latido sordo junto a la anticipación de ser liberada.

Pero no me libero. La presencia detrás y dentro de mí se aleja, se mueve para


sentarse al borde de la cama. Sigo arrodillada, buscando un respiro. Mi cuero cabelludo
hormiguea.

Pero no ha terminado. Una mano dura se agarra a mi muñeca y tira con fuerza.
Me tira bruscamente del colchón, me empuja al suelo, a sus rodillas. Los dedos se
enroscan en mi cabello hasta la barbilla. Me guía hacia el miembro que espera. Duro,
pero no completamente.
—Acaba conmigo.

Hago lo que me ordenan. Con mis manos, con mi boca. Lleva mucho tiempo. Estoy
cansada. Muy cansada. Me duele la mandíbula. También me duelen los antebrazos por el
constante movimiento de arriba y abajo. Cuando llega la liberación, es mucho menos
fuerte que de costumbre.

Entonces se me permite subir a mi cama. Me acurruco en el colchón, en el centro,


y una manta se coloca sobre mí.

Noto la ausencia de pasos, siento la presencia a mi lado. De pie. Mirándome.

Dejo que mi cuerpo se afloje. Incluso mi respiración. Dejo que mi boca se abra.
Después de muchos minutos de fingir que duermo, huelo el whisky, escucho la
respiración. Ya no estoy fingiendo completamente este descenso al sueño. Estoy casi
dormida ahora.

—Isabel. —Esto se susurra, tan bajo que es casi inaudible—. Mi encantadora


Isabel. —Tristeza. Arrepentimiento. Anhelo. Miseria. El susurro está lleno de estas cosas.

¿Quién es Isabel?

Los labios tocan la sien. Suavemente, tan suavemente que podría haber sido un
susurro de aire, un producto de mi imaginación. —No se suponía que fuera así.

¿Qué es lo que no fue?

—Lo siento mucho. No se suponía que fuera así.

Estoy perdiendo la batalla para mantenerme despierta. Lucho. Tan cerca del
sueño, nada parece real. Estoy delirando de agotamiento. Estoy imaginando esto,
seguramente. Me he dormido y estoy soñando. Seguramente. Seguramente.

El hombre al que he llegado a entender durante el último año no hablaría así, no


experimenta tales emociones. Es un sueño.

Sólo un sueño.

Solamente un sueño.

•••
—Despierta, X. —El familiar estruendo en mi oído.

Pestañeo. Abro los ojos y experimento una desorientación debilitante. ¿Estoy


despierta? ¿Estoy soñando, todavía?

¿Dónde estoy? ¿Cuándo llegué?

Estoy en mi habitación. Mis cortinas de oscurecimiento están en su lugar. Mi


máquina de ruido se calla con el sonido de las tranquilizantes olas que chocan. Mi
cama. La puerta de mi habitación está agrietada, emitiendo una brizna de luz. A través
de ella apenas puedo ver un trozo de mi sala de estar. Mi sofá. El sillón Luis XIV, la
mesa de café con su antiguo mapa.

¿Qué es lo que pasa?

¿Lo he soñado todo?

Estoy cerca de las lágrimas. No. No. No he soñado a Logan. Eso fue real. Él es
real. No fue un sueño.

No lo fue.

¿Lo fue?

Todavía tengo los fragmentos de memoria flotando en mi cabeza, tú en mi


habitación, el dolor, el agotamiento, el entumecimiento. La fantasía casi dormida de un
Caleb que experimenta emociones reales, para alguien llamada Isabel.

Isabel.

Me siento. Te agachas junto a mi cama, y cuando me siento, te levantas. Eres


imponente, frío, distante. Traje oscuro, azul oscuro con botones hacia abajo, botón
superior desabrochado. Te abrochas el botón del medio de la chaqueta del traje.

—Hora de levantarse, X. Tienes un cliente en treinta minutos. Te he preparado


el desayuno.

—Qu... um ¿Qué? ¿Caleb? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué está pasando?

Tú te giras. —¿Qué quieres decir con qué pasa? Tienes un cliente. Travis
Mitchell, hijo de Michael Mitchell, fundador y director ejecutivo de Empresas Médicas
Mitchell.
Sacudo la cabeza. Me duele. Se siente espesa. Los recuerdos se mueven y giran
con fragmentos de sueños.

¿No era real? Logan, su casa en la calle tranquila. Cocoa. Desnuda en la cama
con Logan, saboreando cada toque, cada beso. Recuerdo cada momento. Puedo
imaginar cada cicatriz, cada tatuaje.

—No. —Mi voz es ronca, ronca—. No. Detente, Caleb.

—¿Detener qué? —Pareces honestamente confundido.

—Me estás jodiendo la cabeza. No funcionará. —Deslizo mis pies fuera de la


cama y me levanto. Estoy desnuda.

—Métete a la ducha, X. —Un paso hacia mí—. Ahora.

Yo retrocedo. —Detente. Sólo... para.

Me paso las manos por el cabello, y eso es lo que hace que todo se suelte. Mi
cabello es corto.

Mei.

Logan. Oh Dios, Logan. —¡Le disparaste! —Me lanzo hacia adelante, golpeo con
mi puño tu pómulo tan fuerte como puedo, de repente llena de rabia ardiente—. ¡Le
jodidamente disparaste! —Me balanceo de nuevo, mi otra mano, se conecta con tu
mandíbula.

Te tambaleas hacia atrás, aturdido, y luego me agarras las muñecas y me


dominas fácilmente. Un momento entonces, mientras me resisto a ti. Pero eres
demasiado poderoso. Gruñes y me tiras a un lado.

Aterrizo en el suelo entre la cama y la pared, y en un borrón estás ahí,


arrodillado delante de mí. Tu mano se aferra a mi barbilla, agarrando mi mandíbula en
un aplastante agarre.

—Tú... me perteneces... a mí. —Tu voz es el silbido venenoso de una víbora—.


Tú eres mía. Eres Madame X, y eres mía.

Te golpeo con el talón, te agarro desprevenido, y mi pie impacta en tu pecho, te


hace caer de espaldas. Me derrumbo a mis pies. Retrocedo. Me agarro a la esquina de
la cama.
—¡Jódete, Caleb! —Escupo—. Jodido... tú. Me llamo Isabel María de la Vega
Navarro. No soy Madame X, y no soy una posesión. No te pertenezco. Nunca más te
perteneceré.

Te derrumbas hacia atrás contra la pared, tumbado donde aterrizaste después


de que te pateara, como si todo el tiempo quisieras quedarte ahí. —Tú eres mía.
Siempre serás mía. Has sido mía desde que tenías dieciséis años.

—¿Qué? ¿Qué significa eso? —Pienso en lo que Logan me dijo.

—Pensé que tenías todas las respuestas. Pensé que tu precioso Logan lo sabía
todo.

—No seas petulante, Caleb. —Busco en la oscuridad alguna forma de cubrirme


sin tener que pasar por ti, ya que estás entre el armario y yo.

Termino tirando de la sábana de la cama y envolviéndola a mi alrededor,


dejando que el final caiga detrás de mí como el tren de un vestido de novia. Después
de un momento, te levantas, te quitas el traje. Me miras. La fría y dura máscara está en
su lugar.

—También podrías desayunar. —Sales de mi dormitorio sin echar una mirada


hacia atrás.

Te sigo. Todo está como estaba. Mis libros. La chimenea vacía, sin televisión, sin
radio, sin ordenador. Mi biblioteca, el cofre con mis libros antiguos y las primeras
ediciones firmadas: Los autoretratos de Madame X; Noche estrellada. El rincón del
desayuno. Un simple plato de porcelana blanca, medio pomelo, yogur griego con sabor
a vainilla, una taza de té Earl Grey importado de Inglaterra, un simple cuadrado de pan
de trigo orgánico tostado con una fina capa de mantequilla de granja y la mesa. Miro
fijamente la comida, y mi estómago retumba. Quiero huevos revueltos con queso, un
gofre belga apilado con crema batida y fresas ahogadas en jarabe procesado, tocino
marrón crujiente, tostadas blancas cubiertas con gelatina.

Ignoro el desayuno que me has dado. Pongo cuatro trozos de pan en la


tostadora. Busco un contenedor de huevos y un rectángulo sin abrir de queso cheddar
de Dublín. Me dedico a hacer huevos revueltos, y no estoy segura de cómo sé hacerlos.
Pero lo sé.

Rompo cuatro huevos en un tazón y los bato mientras la sartén se calienta.


Me llama la atención un recuerdo.

•••

Mamá está en el mostrador, un tazón blanco en una mano, un tenedor en la otra,


batiendo huevos con un suave movimiento circular del tenedor. La música llena la cocina
desde una pequeña radio en el mostrador cerca de la estufa, la guitarra y un hombre
cantando en español. Las caderas de mamá se balancean y se mueven al ritmo. La
mañana es brillante. Las olas se estrellan. Me siento en una mesa, metiendo mi uña del
pulgar en una grieta en la vieja madera, viendo a mamá batir los huevos. Espero mi
parte favorita: el líquido que burbujea cuando los vierte en la sartén.

Una gaviota grazna, y el bocinazo de un barco hace


¡BWAAAAAAAAANNNNHHHH! a lo lejos.

Mamá me sonríe mientras coloca los huevos esponjosos y con queso en mi plato, y
luego me besa en la sien. Sus ojos brillan. —Come, mi amor6. —Su voz es música.

•••

El recuerdo es tan visceral que puedo oler los huevos, y su perfume, la sal del
mar, oír las gaviotas y el bocinazo del barco. Las lágrimas se deslizan por mi mejilla, y
las escondo agachándome sobre el cuenco mientras termino de batir los huevos.
Vierto los huevos batidos en la sartén, y el silbido burbujeante hace que el recuerdo
ruja a través de mí, haciéndome sentir como si hacer estos huevos me conectara de
alguna manera con mi madre. Una cosa simple pero poderosa.

Añado una generosa cantidad de queso mientras doblo y revuelvo los huevos,
empapando el recuerdo de mamá, los huevos y un desayuno junto al mar.

La tostada se dispara, y esparzo mantequilla espesamente sobre los cuadrados


de pan tostado. Cuando los huevos están cocinados, los deslizo en un plato, apilo las
tostadas en el plato, recupero la taza de té aún humeante de la mesa, y llevo mi
desayuno al sofá. Me aseguro de que la sábana permanezca a mi alrededor,
manteniéndome tapada.

Tú miras desde la cocina, con la ira hirviendo en tu mirada. Te ignoro y me


tomo el desayuno.

6 El original en español
Mientras como, recuerdo la nota que vi junto al portátil de Logan.

Cuando termino, pongo el plato en la mesa de café y me recuesto en el sofá,


sorbiendo el té. —¿Caleb?

Tú te acercas a mí. Te sientas en el sillón Luis XIV, cruzas un tobillo sobre tu


rodilla, tocas las puntas de los dedos contra los apoyabrazos. —¿Sí, X?

Estás tratando de irritarme, y no funcionará. —¿Quién es Jakob Kasparek?

Estás pálido, tus ojos se abren, tus labios son finos. Dejas de respirar. —
¿Dónde... dónde escuchaste ese nombre?

—¿Quién es Jakob Kasparek? —repito.

Una duda. —Nadie. Nunca he oído hablar de él.

Te miro a través del borde de mi taza de té. —Mentiroso.

—X...

—Dime la verdad, Caleb. —Estoy orgullosa de lo equilibrada que es mi voz.

—Te dije...

—¡Mentiras, bastardo! ¡No me has dicho nada más que putas mentiras! —Me
inclino hacia adelante, gritando—. ¡DIME LA VERDAD!

Parece que te has estremecido por mi grito lleno de escupitajos.

Me siento salvaje. Violenta. —Sólo dime la maldita verdad. Dime lo que me


pasó. Dime quién eres. Dime cuánto tiempo estuve en coma. Dime en qué año ocurrió
el accidente. Admite que no hubo ningún asaltante. ¡Dímelo, sólo dímelo, Caleb! —
Sollozo la última parte—. Necesito saber. ¿Por qué sientes que te pertenezco? ¿Por
qué no puedes dejarme ir? ¿Dónde está Logan?

Te levantas de un tirón. —Te sientas ahí exigiendo respuestas. Pero no te debo


nada. ¡Nada! —Te acercas a la puerta.

Te lanzo la taza de té, y el líquido se esparce por toda la habitación. La delicada


porcelana se estrella contra la puerta junto a tu cara, y te detienes, girando en su lugar.
—¿Estás loca? ¡Podrías haberme golpeado!

—Te estaba apuntando a ti, maldito imbécil. —Me agarro la sábana al pecho.
Me sitúo detrás de ti, furiosa—. ¿Quién...mierda... es Jakob Kasparek? ¿Porque Caleb?
Es quien me sacó del hospital, no Caleb Indigo.

Tus hombros se desploman. —Bien. Te lo diré. —Una mirada a mí—. Pero ve a


ponerte algo de ropa.

—No voy a ninguna parte. Empieza a hablar. —Temo que, si me voy por un
momento, te irás y la puerta se cerrará con llave y seré una prisionera de nuevo.

Quizá me entiendas mejor de lo que pensaba. Desapareces en mi habitación, mi


antigua habitación, y vuelves con ropa interior y un sujetador, un vestido y unos
tacones a juego. Me lo das y esperas expectante.

Te miro fijamente. —Date la vuelta. No me voy a cambiar delante de ti.

Sólo parpadeas hacia mí. —¿En serio? Después de todo lo que hemos...

—¿Después de todo lo que me has hecho, quieres decir? Sí. En serio. No soy
tuya. Ya no puedes verme mientras me visto.

Con un suspiro, como para protestar por lo ridículo de la situación, te giras en


el sitio. Me visto rápido, odiando la lencería incómoda y confinada y el vestido
modesto y formal. Ignoro los tacones altos. Agarro la parte delantera del vestido por el
corpiño y lo rasgo por el centro una o dos pulgadas, de modo que se abre, revelando
un poco más de escote. Y luego agarro la manga por un lado y rasgo. La delicada
costura se rompe fácilmente, dejando mi brazo desnudo. Hago lo mismo con el otro
lado. Sonrío. Mucho mejor.

Te das la vuelta. —¿Qué demonios has hecho? Era un vestido de diez mil
dólares hecho a medida para ti.

—No me importa, Caleb. No me vestiré con tu ropa, no me veré más como tú


quieres que me vea.

—Y tu cabello...

—No tienes voz ni voto.


Suspiras. —Bien. —Te sientas una vez más en la silla Luis XIV. Colocas una
rodilla sobre la otra—. ¿Qué quieres saber?

—¿Quién es Jakob Kasparek?

Un silencio. Miras más allá de mí. Tu expresión se suaviza, tu mirada se aleja.

—Yo.

Continuara…
ISABEL (MADAME X) LOGAN

CALEB

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