Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Exposed - Madame X - 2 - Jasinada Wilder PDF
Exposed - Madame X - 2 - Jasinada Wilder PDF
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPITULO 11
CAPITULO 12
CAPITULO 13
CAPITULO 14
CAPITULO 15
1
Estoy desnuda y tu vestido.
Como siempre, parece. ¿Me mantienes desnuda sólo porque disfrutas la vista
de mi cuerpo sin ropa? ¿O es otra forma de control, de manipulación? ¿Una forma de
mantenerme controlada, de permanecer cautiva? O ambas cosas, creo. Cuando estoy
desnuda, lo cual es a menudo, ahora que vivo contigo en el enorme pent-house, tus
ojos se mueven y flotan hacia mí, se deslizan por encima de mi cuerpo, absorben mi
oscura carne y mis suaves curvas. Tus ojos están siempre sobre mí, incluso cuando
estás trabajando. Se mueven de tu portátil hacia mí, se detienen en la elegante línea de
mi cuello, se deslizan y bajan al valle entre mis pesados pechos, a la llanura plana de
mi vientre, a la unión entre mis muslos, y luego, con algo de reticencia, a veces, obligas
a tu mirada a volver a tu trabajo.
No puedo evitarlo.
Y estoy deshecha.
Y me desharé por ti, viendo cómo los tendones de tu cuello palpitan y se tensan,
observando cómo se flexiona tu abdomen, viendo cómo tus caderas se mueven, y
como tus bíceps se ondulan mientras me mantienes sin esfuerzo donde me quieres.
Esta artimaña.
Este engaño.
Ya lo sabes.
También lo sé.
Pero sé que vas a ellas. Sé que las examinas y entrenas, cuando me dejas.
Lo sé, ya lo sé.
Solo una mirada hacia mí, un momento de intimidad, con ese pulgar en mi pelo,
deslizándolo alrededor de mi oreja. Y luego te vas.
Y sé a dónde vas.
No vas a hacer un trato. Tampoco vas a negociar los términos con otros
hombres de negocios. No vas a firmar un contrato, ni a buscar una nueva ubicación, o
a investigar posibles inversiones en bienes raíces. Estas son todas las cosas que un
hombre de negocios haría... Lo sé, lo he investigado. Tú eres el jefe, el CEO y el
presidente de la Junta de Indigo Services, LLC, así como una docena de otras empresas
tanto privadas como públicas. Deberías estar sentado en una oficina cualquiera, con
un teléfono fijo pegado a tu oreja, un monitor de computadora frente a ti, discutiendo
los estados de cuenta de pérdidas y ganancias, es decir, las ganancias y las pérdidas
trimestrales, y sobre quién no está rindiendo al máximo nivel.
Deberías estar haciendo estas cosas. He aprendido lo que hace un CEO, lo que
hace un hombre de negocios. De televisión, libros e Internet.
¿Y Caleb?
Las inclinas sobre la cama y pones tu polla en sus traseros, y les dices cómo
asegurarse de que no se lastimen en el proceso, cómo hacer que se sientan bien.
Les sacas la polla de sus bocas y te acercas a sus caras, y les dices que es por su
bien, porque a algunos clientes les gusta eso, aunque a ti no. Oh, no.
La educación para mí, es como creo que es. Es la forma en que aprendo
términos como venirse, que probablemente hubiera sido mejor no saber.
Sin embargo, me resulta extraño que no hagas estas cosas conmigo. Que nunca
lo hayas hecho.
A Rachel le gusta el dolor durante el sexo. También le gusta que la azoten. Duro.
Que le ates sus manos detrás de la espalda con una corbata y que te la folles por detrás
mientras le das unos azotes con el cinturón y entras en ella hasta las pelotas. Eso es
literalmente lo que me dice.
Tampoco puedo dejar de bajar para hablar con Rachel, sabiendo que me dirá
todas estas cosas.
Sé más sobre las aventuras sexuales de esta planta que lo que creo que es
saludable.
También me dice que tienes un impulso sexual antinatural y posiblemente
sobrehumano. Al menos una vez al día conmigo. Rachel dice que la visitas una vez a la
semana, por lo general. Además de las chicas del dos, cuatro y nueve. Incluyéndome a
mí, son diez mujeres. Una mujer diferente cada día, con tres adicionales que puedes
rotar para tener más de una al día. Lo cual, honestamente, es sólo una posible
combinación basada en la información disponible, las variables y mi habilidad con las
matemáticas.
Y el trabajo.
Pero te acuestas conmigo. En realidad, como, dormir de verdad. Tres horas por
la mañana, de nueve al mediodía, y normalmente, a menos que interfiera el trabajo,
otras tres horas de diez de la noche a una de la mañana. Horas extrañas. Siempre estás
en movimiento, constantemente en marcha. Te despiertas de repente, completa, e
inmediatamente. Tus ojos se abren, parpadean dos veces, luego te levantas y te vistes.
No te estiras, no te frotas los ojos, no bostezas. No dudas en el borde de la cama,
frotando tu mandíbula rasposa con la palma de la mano. Sólo... despiertas, totalmente.
Es espeluznante.
Todavía trabajo. Pero ahora voy a lo que antes era mi apartamento, que se ha
convertido en una oficina, y me reúno con mis clientes allí. Mi habitación tiene ahora
un ordenador, y hay una gran pantalla plana en la sala de estar. Es mi espacio. Si tengo
un hogar, es allí, no realmente el pent-house contigo.
Pero todavía no tengo dinero propio. Nunca veo un cheque o un solo dólar. No
tengo identificación.
•••
Huelo el vaso de whisky, mis fosas nasales se abren, los ojos se estrechan, los
labios se fruncen. Evaluando.
Sus manos agarran el vaso de cristal, los labios finos tocan el borde, el líquido
dorado se desliza. La lengua saborea, una mancha rosa visible a través de la distorsión
del cristal.
—Por diez mil dólares la botella, más vale que sea muy buena —respondo.
No se estremece ante el número. Por supuesto que no. Es un niño rico del más
alto calibre. Casas familiares en el Caribe, el Mediterráneo, en el sur de Francia,
incluso un rancho en las pampas de Argentina. Está acostumbrado a mercancías
absurdamente caras, relojes, licores, coches, aviones privados. Una botella de whisky
de diez mil dólares es de rigor.
O modales.
¿Clint? ¿Flint? Algo así. Suave. Como todos ellos. Alto, pero no demasiado alto.
Ojos marrones aplanados. Pelo castaño corriente, aunque cortado y peinado de forma
costosa. Los pómulos altos y afilados, por lo menos. Con poca musculatura o
definición, sin cantidades extravagantes de tiempo en el gimnasio para ellos, al
parecer. Una especie de voz gutural, como si hablara a través de una burbuja de
flemas. Es enloquecedor, en realidad.
—Así que, Madame X. —Sus Doc Martens1 descansan sobre mi mesa de café, de
manera ruda, bárbara—. ¿Cómo funciona esto, exactamente?
Inhalo con fuerza, buscando paciencia y resultados. —Primero, Clint, quita tus
pies de mis muebles. Luego, me dices si has leído el folleto y el contrato.
Encoge sus hombros. —No jodas. Quiero decir, no veo el punto. ¿Qué vas a
hacer, decirme que deje de maldecir y enseñarme qué tenedor usar en las cenas de
etiqueta? Al diablo con eso.
—Eso es precisamente lo que se supone que debo hacer. Decirte que limpies tu
vocabulario. Que mantengas tus estúpidas y sucias botas fuera de los muebles de los
demás cuando estás en su casa. Y sí, se supone que debo alisar tus bordes, enseñarte a
comportarte en una sociedad educada como si tuvieras un solo ángulo bien educado
en todo tu cuerpo grosero y bárbaro. —Dejo salir un aliento, me frotó el puente de la
nariz—. Pero, honestamente, Clint, no veo el punto. Probablemente seas irremediable.
—Significa que eres un bárbaro grotesco sin modales en absoluto. Quiere decir
que no tienes ningún encanto. No tienes aplomo. Significa, además, que no creo que
tengas el potencial para aprender nada de eso. También significa, Clint, que eres una
pérdida de tiempo para mí.
—Buen Jesús, eres una verdadera perra, ¿lo sabías? —Se pone de pie, con sus
oscuros ojos que arden de odio—. Vete a la mierda. No tengo por qué aguantar esto de
ti.
—En realidad no. —Hago un gesto hacia la puerta—. ¿Cómo dice esa frase? Oh
sí, no dejes que la puerta te golpee al salir.
Fingir que lo que hago es trabajo. Que tiene algún valor. Y que me guste. Que
signifique cualquier cosa. Para mí, para los clientes, y para Caleb. Para cualquiera. Es
sólo... vacío. Una pérdida de tiempo. Un juego. Todos nosotros jugando a fingir.
Furiosa.
Necesito salir.
Necesito respirar.
No puedo.
Ya no puedo.
Aprieto los puños, cierro los ojos y me paro en el centro del ascensor y obligo a
mis pulmones a expandirse y contraerse. Fuerzo a mi mano a extenderse y a mis
dedos a encajar la llave en la ranura, obligo a mis dedos a girar la llave. No presto
atención al piso que he elegido. No importa. En cualquier lugar menos aquí.
La planta baja. El vestíbulo. Una conversación en voz baja entre un hombre con
traje y una mujer detrás de un enorme escritorio de mármol. El vestíbulo es una
extensión de mármol negro, baldosas de un metro por un metro con vetas doradas.
Techos altísimos, fácilmente de 15 metros de altura. Cipreses de 9 metros de altura
con raíces bajo el piso que bordea las paredes a ambos lados del vestíbulo. Es un
espacio diseñado para intimidar. El mostrador de recepción es un auténtico
continente, las recepcionistas en pedestales detrás de él, mirando a los visitantes. Me
recuerda al podio de un juez de siglos pasados, cuando el juez se sentaba literalmente
a varios pies por encima de ti, provocando así la frase mirar hacia abajo a alguien con
arrogancia.
Mis talones hacen clic, clac, clic, clac, en el suelo, con cada paso haciendo eco
como el disparo de un rifle. Las miradas me siguen. Los ojos me miran.
Soy hermosa.
Porque lo soy.
Que mis amados tacones de aguja carmesí Jimmy Choo costaban dos mil
dólares. Mi vestido de Valentino, que tengo puesto ahora, costó casi tres mil dólares.
Que cada prenda de vestir que tengo, hasta mi ropa interior, es la más cara de su tipo
que puede haber.
Me obligo a caminar. Me niego a que mis rodillas se doblen, a que mis pulmones
se atasquen. El pánico es un cuchillo en mi garganta, una hoja en mi pecho, cables
calientes que restringen mi respiración. Me oprimen las garras del pánico. El sonido
de las sirenas aullando como bestias salvajes, gritando en mi oído.
Los neumáticos chillan en algún lugar y no puedo ver, mis ojos están apretados,
el caliente y oscuro mármol quema mis bíceps mientras me apoyo en un lado del
edificio, sucumbiendo al pánico.
El calor de un gran cuerpo que se aprieta contra mí, bloqueando el mundo, los
ruidos y las preguntas.
—Oye. Respira, ¿bien? Inhala. Solo respira, X. —Esa voz, como el calor del sol,
se hizo sonora—. Soy yo. Te tengo.
Es imposible.
Miro hacia arriba.
Sí que lo es.
Logan.
2
—¿Qué... qué estás...? —toso, mientras aclaro mi garganta, intentó de nuevo—.
¿Qué estás haciendo aquí, Logan?
Esto trae una sonrisa a mis labios. —Debes ser un fanático de los castigos,
entonces.
—Lo soy, creo. Me encanta el castigo. —Sus manos se entrelazan con las mías, y
me ayudan a ponerme de pie—. La verdad es que tengo negocios en este lado de la
ciudad, en el siguiente edificio. No pude evitar pasar por aquí y preguntarme si
estabas allá arriba. Si eres feliz. Aunque nunca pensé que llegaría a verte.
—¿Estás confundida, X?
—Ni siquiera llegué a tres metros de la puerta por mi cuenta, Logan —susurro
contra el suave algodón de su camiseta.
—¿Qué?
—¿Qué pasa con Bob? —pregunta, esperando—. ¿No? ¿Nada? Bien, no importa.
Sólo es una referencia a una película.
Suspiró. —Amnesia total, ¿recuerdas? Las películas no son exactamente un
rasgo común en mi vida, Logan.
—Y ver películas.
—Y ver películas. Bebiendo cerveza, pidiendo pizza y comida china para llevar.
—X... estás viva, sí, pero realmente ¿estás viva? No sólo existiendo, tampoco
siguiendo físicamente presente en el mundo día a día, sino... disfrutando de la vida.
Haciendo la diferencia. Siendo totalmente tú. Poseer quien eres y elegir una vida que
te satisfaga. Porque desde mi punto de vista... no parece que sea así.
—Y la cerveza, la pizza y las películas son parte de eso, ¿no? —Sus palabras se
acercan demasiado a la línea, y mis defensas se activan.
—Logan.
—Todo lo que voy a decir aquí es que, para mí, te mereces más. Algo más que
ropa elegante y una prisión en un ático.
—No es una prisión, Logan —digo esto porque algo dentro de mí insiste en que
lo haga, a pesar de que sus palabras una vez más golpean duro y preciso.
¿Necesito pruebas? ¿Más que las pruebas del sexto piso? Sin embargo, sigo
insistiendo. No sé por qué.
Porque Logan me asusta. Desafía mis creencias, mi visión del mundo. Me hace
querer cosas que no estoy segura de poder tener. Cosas que nunca pensé que podría
tener. Me hace sentir como si las opciones que nunca supe que existían fueran de
repente posibles.
—Mierda —murmura Logan. Me mira, con sus ojos buscando los míos. Lo que
sea que encuentra lo deja infeliz—. Encontraré pruebas, X. Te las mostraré.
No tengo palabras, no hay nada que decir. Sólo puedo ver cómo se aleja, y
siento una punzada de tristeza, una lanza de angustia. Algo en él me llama, le habla a
mi alma. Su intensidad me asusta. No sé cómo manejar el poder de lo que el simple
hecho de estar cerca de Logan me hace.
La puerta trasera del lado del pasajero del Maybach se abre, para dar paso a un
dios alto, oscuro y guapo.
Un dios disgustado. —Logan. —Con una voz profunda y fría—. Ella hizo su
elección.
Algo en mí se fractura.
•••
—¿Por qué estabas hablando con él, X? ¿Y qué estás haciendo aquí? —Su voz es
baja y tranquila. Demasiado baja y tan tranquila.
—Pasaba por aquí. Me lo encontré.
Tus ojos se estrechan. —Por supuesto que sí. No eres una prisionera. Sólo me
preocupo por ti. Las calles son inseguras, y eres propensa a los ataques de pánico.
—Sé que lo haces —Me mantengo firme, observo tu paso—. Tal vez no lo
necesites. No tanto.
—Por supuesto que sí —insiste—, tu comprensión del mundo más allá de estas
paredes es... limitada.
—Lo sé.
—Puede que no seas una posesión, X —dice su voz es un zumbido—, pero eres
mía.
Mis pensamientos son destrozados por tus labios sobre los míos, de forma
repentina y aplastante. Un poco torpe. Impulsivo, incluso. No con el habitual dominio
de tu cuerpo sobre el mío.
Tus ojos se deslizan sobre mí. —Te ves deslumbrante, X. Ese juego te queda
muy bien. Carine se superó a sí misma cuando lo hizo para mí.
—¿Para mí?
Con una breve y poco característica sonrisa contesta. —Bueno, sí. La lencería,
en el fondo, es más para el espectador que para el portador, ¿no?
Esto resuena dentro de mí, es una verdad que no me gusta. No es sólo cierto
para la lencería, creo. Sino también para toda mi ropa.
Diría que individuo, pero me temo que no soy tanto un individuo como una
entidad. Una posesión. Como un fino jarrón, o una pintura original.
Como cuando me trajiste hasta aquí, observé casi como si estuviera en lo alto,
como si pudiese vernos a mí y a ti, a nosotros. A mí, en el sofá de cuero negro más
cercano al ascensor. Estoy recostada, mis hombros tocando la parte recta del sofá. Mis
rodillas están abiertas de par en par. La seda pálida de color melocotón cubre mi
núcleo, el sujetador de encaje Chantilly semi copa cubre mis pechos, sosteniéndolos,
haciendo que los ya grandes parezcan aún más. Para ti.
Miro como tus dedos me rozan. Unos dedos gruesos, fuertes. Duros. No tan
suaves como para acariciar entre mis labios inferiores. Insistentes, conocedores.
Familiares.
Me levantas en tus brazos y me giras para que mire hacia la parte de atrás del
sofá, arrodillándose. Siento tu peso sobre el sofá detrás de mí. Siento que bajaba la
cremallera. Ni siquiera te desvestirás para esto. Sólo tienes que desabrochar, bajar la
cremallera, quitarte los pantalones y los bóxer negros de Armani.
Jadeo, por supuesto. Porque me llenas y golpeas dentro de mí, y sabes cómo
empujar para que lo sienta perfectamente, así que no puedo evitar jadear, y tus dedos
me pellizcan los pezones, tocando mi clítoris y estoy deshecha. Perdida.
Pero entumecida.
¿Cómo es posible?
Te inclinas sobre mí. Aún estoy doblada hacia adelante sobre el respaldo del
sofá, mis muslos tiemblan con el esfuerzo de mantenerme erguida mientras tú
disfrutas de mí. También lo sentí, oh sí. Debo darte el debido crédito. No tomas sin dar
también.
Pero ahora, ya terminado, con tu esencia aún dentro de mí, todavía caliente, te
inclinas sobre mí, con la barbilla rozando la parte superior de mi hombro izquierdo,
raspando con la barba.
Pienso en Rachel entonces. En las cosas que le haces. Lo que debería ser
degradante, pero que de alguna manera no lo es.
Observo cómo me visto de nuevo, esta vez con la lencería más sencilla que
tengo, en realidad, y el vestido menos sexy y poco revelador. Zapatos planos, sin joyas.
Pelo en un simple trenzado, recogido.
Una vez más, tomó el ascensor para bajar. Creo que voy al vestíbulo, pero por
razones que no entiendo, estoy en el sexto piso.
—¿Sobre qué?
—Todo.
Hay un silencio, mientras Rachel busca algo que decir a esto. —Él tiene ese
efecto, a veces.
Sacudo la cabeza. —No, no es así. Es diferente conmigo que contigo. —Le echo
un vistazo a Rachel—. ¿Alguna vez ha tenido sexo contigo mientras aún estaba
vestido?
—Eso es lo que me estaba preguntando. —Una pausa. Miro a Rachel, pelo rubio
rojizo, rostro encantador en forma de corazón, expresivos ojos marrones llenos de
emoción conflictiva, esperanza, miedo, desesperación, ira, desafío—. ¿Puedo
preguntarte algo?
—Me disculparé ahora si lo que pregunto te ofende, pero... las cosas que me has
dicho, que Caleb te hace, y a las otras chicas de este piso... ¿alguna vez te sientes...
avergonzada de ellas? ¿O degradadas? ¿Haces esas cosas porque quieres o porque él lo
espera?
Con una sonrisa de conocimiento. —Eres tú... Pero tienes miedo de ello. ¿No es
así?
Me encojo de hombros. —Un poco, sí. —Una inhalación—. Eso es una mentira.
Tengo mucho miedo. Hoy, justo ahora, en realidad, salí. Conocí a alguien que solía
frecuentar, y Caleb estaba celoso. —Me encuentro contando la historia, y sintiéndome
más ligera a medida que cada palabra sale de mis labios—. Me desnudó y me hizo sexo
oral...
Rachel se ríe. —Jesús, eres tan jodidamente estirada y formal. Sólo di que se te
echó encima. Te comió.
Rachel parpadea. —Eso es duro. ¿Él sólo... se fue? ¿No dijo nada?
Hace un movimiento de su cabeza. —No, no creo que sea eso. No es de los que
se avergüenzan. Ni de sí mismo ni de nada que pueda hacer, tampoco de nadie con
quien esté.
—Entonces, ¿qué podría ser? ¿Por qué será así conmigo? Así es como siempre
ha sido entre nosotros. En la oscuridad de la noche, a veces se quita la ropa, pero
siempre se la vuelve a poner en cuanto termina. Y luego siempre se va.
—Sin embargo, ¿Que es él? ¿Está ocupado haciendo qué? En nosotras, eso es lo
que hace.
—No eres una de nosotras. No digo eso para, como, excluirte. Es sólo que no
eres lo que nosotras somos. Tampoco como nosotras. Eres mejor. —Con la cabeza
hacia abajo, y con la mirada hacia el suelo.
—No lo soy, Rachel. Diferente, tal vez, pero ¿mejor? No. Sigo siendo una de las
diez mujeres de Caleb. Y ni siquiera se molestó en quitarse la ropa conmigo.
•••
El armario de Rachel es escaso, así que hay mucho espacio para mí. La puerta
está un poco estropeada, lo que me permite ver hacia fuera. Estoy nerviosa. Asustada.
Excitada. Preocupada de que lo que estoy a punto de hacer sea contraproducente.
Oigo que se abre la puerta, y las suelas de cuero blando se acolchonan sobre la
madera dura. Oigo voces.
—Lisa dice que te ha ido muy bien en tus tareas como Escolta. Ella ha estado
recibiendo solicitudes para ti específicamente.
Hay una pausa. —Confieso, Rachel, que estaré un poco triste al verte entrar en
la reserva para novias. Disfruto de nuestro tiempo a solas.
—También yo.
—¡Claro! —protesta Rachel—. Nunca disfruté del sexo hasta que llegaste tú.
Era algo que hacía para sobrevivir. Contigo, se siente bien.
Juntos.
Rachel agarra tu erección, los dedos se deslizan hacia abajo, y tus labios se
contraen, tus ojos se estrechan, y las fosas nasales se abren. Te quedas quieto
mientras una pálida mano baja y sube por tu erección. Rápido, y cada vez más rápido.
Pero fascinada.
Embelesada.
Suspirando, tus ojos se cierran. Te observo, más que a Rachel. Anhelas más,
tirando de Rachel hacia ti, empujando sus caderas hacia adelante. Hay un sonido de
náuseas cuando tu larga erección llega a la parte posterior de la garganta de Rachel.
Inclinándose hacia adelante, tomando más. Sus ojos se humedecen, sus fosas nasales
se abren y no puede ver. Las manos de Rachel están ocupadas, acariciando tus
testículos, agarrando tu erección mientras retrocedes. Se agarra a tu trasero mientras
empujas bruscamente.
¿Y luego...?
Tu empuje se debilita.
El miedo me atraviesa.
Estoy congelada.
Me has visto.
—No te tomé por una voyerista. —Todavía estás enterrado dentro de Rachel.
—Tampoco yo.
—¿Quieres mirar, X? —Su voz se silencia con furia—. Entonces mira. —Apunta
a la cama—. Ahí arriba.
Me subo a la cama, y ahora los ojos de Rachel se encuentran con los míos. No
hay vergüenza en esa mirada oscura. Es más bien una excitación.
Vuelve a follarla.
Tus ojos se fijan en mí, nunca vacilan. Golpeas las nalgas de Rachel más fuerte
que nunca, y la chica sólo se balancea en ti más y grita de felicidad y ahora me mira
con ojos seductores y me guiña el ojo.
Ambas miradas están sobre mí, y soy terriblemente consciente de que estoy
afectada por esta escena. Aprieto mis muslos juntos mientras me arrodillo en la cama
y veo cómo te follas a Rachel.
Cuando Rachel se viene otra vez, me mira fijamente, con la boca abierta, sin
aliento, con el cuerpo sacudiéndose hacia delante con cada uno de tus brutales
empujones, y es extraño, muy extraño, y demasiado íntimo ver a otra mujer venirse,
observar tu erección dentro de un cuerpo que no es el mío, verte follar a otra mujer
hasta el orgasmo. Estoy destrozada por el asco. Odio esto.
Pero también…
En el último momento, te retiras, y tus ojos son oscuros orbes de hielo mientras
liberas tu orgasmo en la espalda de Rachel. Veo eso, miro el chorro blanco que sale de
la punta de tu pene y veo que golpea la piel pálida, y observo tu cara mientras tienes
un orgasmo.
Estoy mareada.
Tus manos impiden que la puerta se cierre, y el pánico se apodera de mí. Pero
en lugar de congelarme, esta vez, me estimula a la acción.
—¿Por qué nunca me tratas como la tratas a ella? —Escuchó mi voz decir, sin
aliento, chillona, casi sollozando—, ¿Por qué no me follas como a ella?
—Es una aprendiz... — empiezas a decir.
—¿Y qué?
—Tú vales mucho más que ella. Sólo será una futura novia. Tú eres... Eres
Madame X.
Rachel, detrás de ti, está furiosa. Las lágrimas llenan sus oscuros ojos.
—Pero no valgo la pena para que estés desnudo. No vale la pena comportarse
como si quisieras estar conmigo. Como si te gustara follar conmigo, como obviamente
haces con ella. —No puedo detener las palabras. Es una avalancha—. Sólo soy una
posesión para ti, Caleb. Me conservas porque te gusta poseerme, no porque te guste.
No porque te agrade.
Nada de esto tiene sentido. Estoy celosa, pero lo odio. Pero también te necesito,
te quiero, deseo ser tratada por ti como tú tratas a Rachel. Quiero...
No lo sé.
No me entiendo ni a mí misma.
La libertad.
Sólo hay un lugar en esta ciudad que conozco, y de alguna manera lo encuentro.
No tengo dinero para la entrada. Pero cuando llegó a la ventanilla, hay una
anciana de color detrás del mostrador.
Una mirada atraviesa su cara. —Oh —Inclina la cabeza hacia un lado—, cariño,
¿estás bien?
Sacudo la cabeza, incapaz de decir una mentira. —No. No. Necesito... Necesito
entrar, pero olvidé el dinero. Ya no tengo dinero. Y necesito... necesito entrar.
Duda por un momento. Luego mete la mano en su bolsillo trasero, saca unos
billetes de color verde arrugados, mete dos en el compartimiento de la caja
registradora y me da un billete. —Hoy me toca a mí, cariño. Antes te encantaba este
lugar. Estuviste aquí todo el tiempo, en ese entonces. Cada día.
Creo que yo tampoco. Pero entro y descubro que conozco el camino. Mis pies
me llevan al cuadro.
La miró fijamente.
Retrato de Madame X.
Ella posee tal aplomo, una fuerza tan sencilla. La curva de su cuello, la fuerza de
su brazo, la expresión tranquila de su cara.
Hay una más para ver. Vago por los pasillos, y de alguna manera no puedo
descubrirla.
Pensando.
Tengo recuerdos, distintos recuerdos de estar aquí contigo, y tú me has llevado
de aquí a la Noche Estrellada.
He empujado esas emociones hacia el fondo, donde no tendré que lidiar todavía
con ellas.
Y entonces te siento.
—No tengo nada que decirte. —No miro. Te mueves a mi izquierda para que
haya un poco de espacio entre nosotros.
—No lo sé. Ojalá no lo hubiese hecho, pero también me alegro de que lo haya
hecho. —Me cuesta respirar más allá del sutil poder de tu colonia y tu presencia—.
Ahora entiendo lo que significo para ti.
—Por eso nunca te molestas en quitarte la ropa cuando estás conmigo. ¿Por
qué nunca te quedas conmigo, después? ¿Por qué me tratas como si fuera... frágil?
—¿Qué, X? ¿Quieres que te haga esa mierda? —dices esto demasiado alto, y
miras a tu alrededor, y bajas la voz para que apenas sea audible—. ¿Quieres que te
trate como a las chicas? ¿Quieres que me corra en tu cara? ¿Quieres que te tire del pelo
y te haga daño? ¿Es eso lo que quieres, X?
Sacudo la cabeza. —No lo sé. No sé si quiero eso. ¡No lo sé, Caleb! Sólo sé que,
viéndote con ella, me sentí celosa. Y enfadada. Era como si disfrutaras de ella más que
de mí. No quiero ser una chica más entre muchas para ti.
—No puedo darte lo que me pides, X. No sabes... sé que odias cuando digo esto,
y lo siento, pero realmente no lo entiendes.
Gruñó con frustración, tan fuerte que los otros visitantes se detienen y me
miran. —¡Entonces ayúdame a entender!
—¿La verdad?
—¿Sobre mí? ¿Sobre nosotros? Por qué me tienes encerrada en esa maldita
torre como... como Rapunzel.
A propósito, sobre nada, de esto. Pero también... es relevante. Estoy aquí por mi
propia voluntad.
Esto me conmueve. Tengo que recordar que debo respirar, que debo
mantenerme erguida. —Así que... los pocos recuerdos que tengo, ¿Puede que ni
siquiera sean reales?
—Tengo tan pocos recuerdos. Tú, Logan, Rachel y los otros aprendices, Len...
todos tienen vidas con recuerdos. Una identidad lineal a la que puedes aferrarte. Yo no
tengo eso. Sólo tengo seis años de recuerdos. Eso es todo. Mi identidad no es... lineal.
Es... fractal. Está alterada. Es falso. Creada. No soy yo. Soy una persona que tú creaste.
—Te salvé de un hombre malo. No dejaré que te pase nada malo nunca más. —
Tu mano se enrosca en la mía. Hay hechicería en tu tacto y en tu voz, tejiendo un
conjuro palpable sobre mí.
Ni siquiera sé en qué piso me bajo. Encuentro una escalera que sube y la monto.
Subo. Hasta que me duelen las piernas y estoy sudando en mi vestido de tres mil
dólares, subo. Aparece una puerta donde las escaleras finalmente terminan. No puedo
subir más, mis piernas se volvieron gelatina. Giró el pomo de color plata, empujo. La
puerta se atasca, sin estar acostumbrada a que la abran, y de repente se abre de golpe.
Tropiezo, me tambaleo hacia el techo de la torre.
Me acerco al borde del edificio, un largo paseo por las blancas piedras
esparcidas en el techo. Una cúpula plateada se tuerce a mi derecha, y a mi izquierda un
ventilador gira en un gran bloque de hormigón, rugiendo con fuerza.
Mirando hacia abajo, cincuenta y nueve pisos hacia la acera. Las personas son
manchas, los coches son como juguetes. El vértigo me agarra y me sacude hasta que
me mareo, y me alejo.
Lloró.
Hasta que me desmayo, hasta que mis ojos se cierran y los sollozos me sacuden
como las réplicas de un terremoto, lloro, lloro y lloro, incluso no sé realmente por qué
lloro.
Excepto…
Quizás…
Por todo.
4
Me estoy ahogando en un océano de oscuridad. El cielo es el mar, oscuras
masas de nubes errantes semejantes a olas, que se extienden en todas direcciones y
me oprimen como la gigantesca masa de los mares oscuros de Homero. Me tumbó de
espaldas en el tejado, el calor del día anterior todavía se filtra desde el duro hormigón
y se mete en mi piel a través de la fina tela de mi vestido.
Siento una presencia al despertar, pero no abro los ojos. Tal vez me
encontraste. Hay tantos lugares en los que puedo estar. Siento que te pones a mi lado,
y uno de tus dedos me toca el pelo y me lo quita de la frente.
—Entonces, ¿por qué lo estás? —Me siento, y soy consciente de que mi vestido
está sucio, arrugado y ha subido hasta casi mis caderas, desnudándose más de lo
debido.
—Hay mucho que podría decir, en realidad. —Sus ojos, ciertamente dicen
mucho.
—No es la primera vez que dices eso —digo—, y lo sabes, ¿verdad? ¿Quién es
realmente?
—Ciertas cosas, sí. —Hace una larga calada con el cigarrillo, lo sostiene, y lo
expulsa por la nariz otra vez.
Sacude la cabeza, casi con rabia, su rubio y ondulado pelo está alrededor de sus
hombros. —No, no es nada de eso —confiesa—. Hiciste la elección equivocada.
Deberías haberte quedado conmigo. Podríamos haber tenido algo maravilloso.
—Nunca hubo elección, Logan. —Se siente un poco como una mentira.
—Sí, lo había. —Otra larga inhalación, exhalando humo por las fosas nasales
como un dragón—. Lo que sea. No voy a discutir contigo sobre eso. Lo que he venido a
decirte es que he investigado un poco.
—¿Qué quieres decir con investigar? —Necesito algo que hacer con mis manos,
algún lugar donde mirar que no sea Logan.
—He buscado información sobre ti. —Lo dice en voz baja, pasando el pulgar
por la colilla del cigarrillo, la ceniza cae y se dispersa en la brisa.
Me gusta fumar. Me da algo que hacer para llenar el silencio, el tenso espacio
entre mis palabras y las suyas.
—Creo que sabe más de lo que te ha dicho, sí. —Se levanta, desplegando su
delgada estructura, y se alejó a zancadas de mí a través del techo, deteniéndose para
poner sus manos en la pared a la altura de la cintura que lo separa de la caída al
vacío.—¿Recuerdas ese día en mi casa, en el pasillo? ¿Cuando volví de pasear a Cocoa?
Es la segunda vez que saca el tema. Lo recuerdo muy bien. Se repite, un sueño,
una fantasía, recuerdos que me asaltan mientras me baño, mientras trato de dormir,
detalles perdidos de manos y bocas mientras me despierto.
Desearía poder ver las estrellas. Me pregunto cómo son, como me sentiría
mirando hacia arriba y viendo el cielo lleno de brillantes puntos de luz.
—¿Eso, otra vez? ¿Qué significa eso, Logan? —Me levanto ahora, tiró del
dobladillo del vestido hacia abajo. Siete zancadas, y estoy parada a pocos pasos detrás
de él—. Creí que habías dicho que habías descubierto algo sobre mí.
—X, cuando dije que había mucho que podría decir... No sé cómo decirlo todo.
Quiero llevarte lejos, otra vez. Escapar contigo, hacerte mía. Pero eso no sería
suficiente para mí. Soy un hombre orgulloso, X. Quiero que me elijas. Y… creo que lo
harás, algún día.
—No lo hagas, Logan —susurro, pero tal vez las palabras son sólo un
murmullo, un suspiro, sólo el minúsculo roce de mis pestañas revoloteando contra mi
mejilla, el roce de sus labios contra los míos.
Lo hace.
Me besa…
Y me besa…
Y me besa.
Quiero llorar.
Quiero caer contra él y rogarle que siga besándome hasta que no pueda
soportar más la suave y tierna intensidad.
—Tienes que decidir si quieres saber —dice—, porque una vez que lo sepas...
no podrás retractarte. Una vez que empiezas a cuestionar, no hay forma de detenerlo.
—Tengo que saberlo ahora, ¿no? —pregunto, casi enojada con él—. Tú hiciste
la pregunta, y ahora debo tener la respuesta.
—Cierto. —Deja salir un suspiro, se mueve para pasar junto a mí, pero deja de
respirar y se aleja un poco. Sus ojos índigos se encuentran con los míos—. Puedes
venir conmigo. Podemos dejar Nueva York. —Mira el cielo cubierto de nubes—. Puedo
llevarte a un lugar lejano y mostrarte las estrellas.
¿Podría haber escuchado ese deseo? ¿Puede ver dentro de mi mente, leer mis
pensamientos? A veces me pregunto si puede.
—Pero... no lo harás. —Me pasa el pulgar por los labios—. Todavía no, de todos
modos.
Parece que está a punto de besarme de nuevo, y no estoy segura de que
sobreviviría a otro beso robado, otro momento sin aliento demasiado cerca de un
hombre que parece ver demasiado de mí.
—Si haces las preguntas, X... no puedes evitar las respuestas cuando las
encuentres.
No me atrevo.
Un largo, y doloroso silencio, que se extiende como una banda elástica a punto
de romperse. Cuando estoy segura de estar sola, finalmente miró lejos en el horizonte,
en las formas oscuras de los rascacielos y los bloques de apartamentos, lejos de las
nubes, las luces tenues y distantes. La azotea está vacía una vez más, excepto por mí y
el fantasma del beso de Logan.
Mi nombre.
Trazo las letras, imaginando que soy capaz de sentir las impresiones del
bolígrafo en el papel, imaginando la forma en que sus fuertes dedos agarraron el
bolígrafo y deslizó firmes y concisos trazos para crear estas letras. Veintiséis letras,
simples trazos de tinta sobre madera lisa y aplanada. Todo para crear un nombre. Una
identidad.
Isabel.
Y luego descubro algo más escrito en la esquina inferior derecha, con letra
pequeña. Diez números.
—Adelante —Los dedos frotan las esquinas de los ojos, los pies se arrastran
por la madera dura—. ¿Qué pasa?
Navarro tiene aún menos significado para mí, ya que simplemente se refiere a
alguien de Navarra, una región de España.
Hay un caldero de emociones dentro de mí. Hervir, desbordar, soldar. Violento,
virulento. Pero todos están ocultos bajo una capa de hielo creada por el shock. Tengo
un nombre. Un nombre real
Logan podría haber inventado esto. Escoger los nombres al azar. ¿Cómo sé que
soy yo? ¿Me siento como Isabel? No lo sé.
Una sonrisa, rápida, divertida. —Oh, um... como, bueno, generalmente significa
besar a alguien, como si tu abuela te dijera que le dieras un poco de azúcar, y
significaría darle un beso. —La sonrisa se desvanece—. Pero para Deon, significaba
ponerse de rodillas y chuparle la polla.
—Así que fui Nicole, y luego fui Dixie hasta que Caleb me encontró, y luego fui
Tres. —Se ilumina—. Y ahora soy Rachel.
—No. Nunca tuve un padre, mi madre era una drogadicta, así es como me
enganché, viéndola consumir. Tuvo una sobredosis cuando yo tenía justo... mierda,
¿doce? Nunca tuve a nadie más, y salí corriendo cuando la ciudad trató de ubicarme.
—Rachel está en silencio, mirando al pasado a media distancia—. Supongo que ahora
soy Rachel. Siento que ese nombre soy yo. Es un nuevo yo. Puedo ser Rachel y fingir
que nunca fui Nicole o Dixie.
—Ya veo.
Una mirada aguda y sabia hacia mí. —Intentas averiguar quién eres, ¿verdad?
¿Madame X o Isabel?
—En mi experiencia, tienes que... Convencerte de que eres otra persona. Que
realmente eres tu nuevo nombre. Quieres ser Isabel, tienes que pensar en ser Isabel.
Aprender a responder a un nuevo nombre significa poseerlo por ti mismo, primero.
No sé lo que quiero. Quién quiero ser. ¿Quiero ser Isabel? ¿Quiero ser Madame
X?
Una cafetería, abierta las veinticuatro horas. Una mujer mayor, de aspecto
cansado, aburrida, me mira mientras entro. —¿Te ayudo?
—¿Tienes un teléfono que pueda usar?
—¿X?
—Sí.
—¿Dónde estás?
Logan mira a su alrededor, mira el menú y luego se desliza en una cabina. Tomo
el banco frente a él. Él mira a la mujer. —Dos cafés, por favor. —Empuja un menú
hacia mí—. ¿Hambrienta?
Asiento, y examino los artículos en la lámina laminada de dos lados. Decido los
gofres belgas y el tocino. Nunca los he comido, y suenan bien. Después de que llega la
comida, Logan y yo pasamos unos minutos comiendo; los gofres son tan deliciosos que
no quiero perder ni un minuto hablando cuando podría estar comiendo.
Hemos terminado, y Logan tiene sus grandes manos envueltas alrededor de la
pequeña taza de café negro de cerámica blanca. Deja escapar un suspiro. —Entonces,
¿cuáles son tus preguntas?
—¿El nombre? —Levanta una ceja—. ¿No es "mi nombre", sino "el nombre"?
—¿Es mío?
Quiero ser lógica, pero es difícil. —Lo hago. Al menos, quiero hacerlo. Pero,
¿puedo? ¿Debería? Ese podría ser cualquier nombre. ¿Cómo sé que es mío?
Sacudo la cabeza. —No lo sé, no. Yo... Caleb nunca me lo dijo. Nunca pensé en
preguntar.
Él solo asiente. —Ninguno de los pacientes en coma que descubrí se ajustaba a
tu descripción, incluso físicamente hablando, síntomas o cualquier otra cosa aparte. —
Un sorbo de café—. Así que busque más lejos. Año tras año, buscando pacientes en
coma que ingresaron sin identificación. Una "Jane Doe", las llaman. Hablé con cientos
de médicos y enfermeras, y nadie sabía nada.
Hace una pausa, no sé por qué. Estoy frustrada, curiosa, temerosa. —¿Y? ¿Qué
descubriste?
—En 2006, hubo un accidente automovilístico. Tres pasajeros Mamá, papá, una
niña adolescente.
—¿Un accidente automovilístico? —Es difícil tragar—. ¿En 2006? ¿Hace nueve
años?
—La enfermera te describió exactamente, solo que más joven. Piel oscura,
cabello negro. Hermosa. Latina, mexicana o española, o algo así. Describió tus heridas.
Dónde tienes tus cicatrices —Toca su cadera, donde tengo una cicatriz. Su cabeza,
donde tengo otra, debajo de mi cabello—. Y esa persona, si eres tú, tuvo un accidente
automovilístico. No hay duda sobre esa parte.
—Me encontraste.
Asiente. —Te encontré. O más bien, primero, pude rastrear el auto. Cada
automóvil tiene un número único, un número de identificación del vehículo, lo que
llaman un VIN, y cuando la policía aparece en la escena, registran ese número, y
cuando los camiones de auxilio llevan un vehículo destrozado a un patio, registran ese
número, y el patio de salvamento donde termina el auto reporta ese número... Todos
los involucrados en la eliminación de un vehículo destrozado tienen ese VIN. Ese auto
se sigue escrupulosamente. Es un poco extraño, en realidad, considerando cuán
fácilmente se puede perder a la gente. Pero, de todos modos, pude acceder a ese
registro policial, encontrar el VIN. Esto es una mierda básica, ¿de acuerdo? No hay
razón para que no hayan podido hacer esto, pero no lo hicieron. Lo que descubrí es
que el auto era de alquiler. Eso fue parte del problema, lo que lo hace complicado,
porque no todas las empresas de alquiler mantienen los mejores registros. Al igual
que los lugares de alquiler de cajas grandes como Avis o Budget o lo que sea,
mantienen registros extensos, pero los lugares más pequeños no necesariamente. —
Agita una mano—. Así que rastreé el auto hasta el servicio de alquiler y los convencí
de ayudarme a encontrar la documentación original. Tomó algo de convencimiento,
porque este servicio de alquiler era un poco vago. No tomaron mucha información, no
hicieron muchas preguntas, ¿verdad? Solo tomaron un gran depósito en efectivo, y un
nombre y licencia de conducir. Incluso entonces, no creo que se opusieran demasiado
si alguien solo tuviera, por ejemplo, una licencia española, pero no una americana,
¿sabes? —La camarera viene y vuelve a llenar el café de Logan. Bebe, continúa—: Así
que le ofrecí al tipo que administraba el servicio de alquiler suficiente efectivo como
para que estuviera dispuesto a desenterrar su viejo papeleo. El auto fue alquilado a
Luis de la Vega. Depósito en efectivo, alquilado por una semana. Ninguna otra
información. Solo el nombre y una fotocopia de un pasaporte español. Luis García de
la Vega Reyes. Con ese nombre, esa foto del pasaporte, tenía más para seguir. Tales
como los registros del SIN.
—¿SIN?
—Tu padre era un experto en metales, especializado en joyería de oro fino. Los
trajo aquí por la oportunidad de trabajar para una joyería personalizada aquí en la
ciudad. Había trabajado para sí mismo hasta 2004, pero de alguna manera se puso en
contacto con un chico aquí y decidió mudarse. —Logan gira la taza en círculos sobre la
mesa de formica—. En realidad, no fue difícil encontrar a tu padre. Tenía su
identificación de pasaporte, así que pude encontrarlo con bastante facilidad. Hablé con
algunas personas en Barcelona, de donde eres originaria. El negocio de tu padre
estaba sufriendo, supongo, no culpa suya. Entonces, cuando tuvo la oportunidad de
venir aquí, lo hizo. Tenías catorce años cuando viniste a Estados Unidos, dieciséis
cuando ocurrió el accidente.
Trato de encontrar algo más que decir, algo inteligente, pero estoy entumecida,
tambaleante y conmocionada, e incapaz de pensar, procesar o sentir. —Así que
pudiste descubrir todo esto solo... ¿haciendo algunas llamadas telefónicas?
—Yo… —Tengo que hacer una pausa para respirar y empezar de nuevo—.
¿Tengo alguna familia? En España, quiero decir.
Logan niega con la cabeza, sus ojos tristes. —No, lo siento. Tus padres eran
hijos únicos, y sus padres murieron cuando eran jóvenes, cuando todavía vivían en
España. Incluso rastreé dónde vivías aquí en la ciudad, pero el edificio de
apartamentos donde vivían no guardó sus cosas después de la muerte de tus padres.
Quiero decir, nadie les dijo, ¿verdad? Así que pusieron sus cosas en un
almacenamiento por un tiempo en caso de que volvieran, pero sus amigos estaban
muertos y tú estabas en coma, y luego despertaste sin saber quién eras. Entonces
eventualmente lo vendieron o lo tiraron a la basura.
—Así que, realmente, estoy de vuelta a donde empecé. Sin familia, sin identidad
real. Sin pertenencias propias.
Logan suspira. —Supongo que sí. Supongo que toda esa información realmente
no te sirve de nada, ¿verdad? —Suena amargo.
Sus ojos van a los míos, y su feroz brillo índigo me atrapa. —Es tan significativo
como tú lo hagas. Solo significa algo si haces algo con él. La identidad es lo que haces
de ella, X, Isabel, como quieras llamarte. Y eso es todo, ¿no? Lo que quieres llamarte a
ti misma. Quien quieres ser. Todos estamos buscando nuestra identidad, ¿no? Quiero
decir, crecemos, pasamos nuestras vidas buscando significado, sustancia. Importar. Es
por eso por lo que las personas beben, consumen drogas, juegan, se hacen tatuajes en
todo el cuerpo, hacen arte, tocan música en una banda, escriben libros o duermen con
una persona diferente todas las noches. Para descubrir quiénes son. Para algunas
personas, su identidad está arraigada en su historia. Quiero decir, donde crecí, sabía
que las personas que habían vivido toda su vida en San Diego, nunca se fueron. Sus
padres se mudaron allí, nacieron allí, y nunca se irán. Su padre era abogado, por lo que
serán abogados. Eso es fácil para ellos. Puede que no sea mucho, pero son quienes son.
Otros, es más difícil, ¿no? Tuve que hacer mi propio camino. Tenía que decidir qué
quería hacer con mi vida. ¿Quería ser un pandillero, un traficante de drogas, un
criminal? ¿Quería terminar muerto o en la cárcel? Entonces fui mecánico en el ejército.
Y luego fui contratista de seguridad, un soldado. Y luego no fui nada. Estaba herido, de
espaldas en un hospital sin futuro y un pasado sin salida. Tuve que empezar de nuevo.
Tuve que decidir de nuevo lo que quería. Quien quería ser. Siempre me ha encantado
crear, usar mis manos, estar activo. Así que voltee mi casa. —Aplana sus palmas sobre
la mesa, y no puedo evitar sentirme atraída por sus manos, por las líneas desgastadas,
la aspereza de ellas. Son manos tan grandes, fuertes y capaces. Duro como la roca,
áspero como bloques de cemento—. Rompí pisos viejos, derribé paredes y arranqué
gabinetes. Despojé la casa de todo, hasta dejarlas desnudas. Y las hice nuevas, construí
paredes nuevas, armarios nuevos, pisos nuevos. Las hice hermosas y las vendí. Y lo
convertí en un negocio lucrativo. Esa es mi identidad. Construyo cosas. Construí casas,
y ahora construyo negocios y los vendo. Algo así como lo que hice con casas, pero para
empresas enteras.
Miro hacia la mesa. —No sé si puedo hacer eso. La vida que tengo no es
perfecta, pero es lo que sé. Y es todo lo que tengo. Es todo lo que he tenido. Quiero
decir, sí, me dijiste que tenía padres y que fui a la escuela, pero ¿a dónde me lleva eso
desde aquí? ¿Cómo me ayuda eso a saber qué hacer con Caleb?
—No puedo decidir eso por ti. Tienes que resolverlo por ti misma. —No me
mirará.
—Lo siento, Logan. No pretendo traerlo a colación cuando estoy contigo. Pero
es la realidad de mi vida. Sé que crees que es malo, y hay partes de él y de su vida que
no me gustan. Cosas que, cuanto más aprendo sobre ellas, me hacen sentir incómoda.
Pero él ha estado allí para mí desde que desperté, Logan. Me dio una identidad, la poca
que tengo. Estaba conmigo todos los días mientras aprendía a caminar y hablar de
nuevo. Empecé de la nada. Quiero decir, muchos de los conceptos básicos volvieron
bastante rápido, pero mis músculos estaban atrofiados y la parte de mi cerebro que
controlaba el habla se había dañado, por lo que tuve que volver a aprender a caminar
y hablar. Los primeros dos años de mi vida después del despertar los pasé en
fisioterapia y logopedia. Tuve problemas para vestirme, alimentarme. Caleb estaba
allí. Me dio todo lo que tengo. No puedo descartar eso porque tienes un mal
presentimiento sobre él.
Logan suspira. —No estoy tratando de decir que es malvado ni nada, solo… —
se interrumpe, se limpia la cara con ambas manos y comienza de nuevo—. ¿Te has
preguntado alguna vez por qué hizo eso?
—Eso dice. —Golpea la mesa con la punta de su dedo índice—. Pero también
dijo que hubo un atraco. ¿No es eso lo que me dijiste? Los hechos dicen lo contrario.
He visto los informes policiales. He visto las fotos del auto, los informes de una mujer
de dieciséis años, inconsciente e insensible, con trauma craneal severo. He visto los
informes médicos que dicen que tal vez nunca te despiertes.
Todo se retuerce como el humo de una vela apagada que sopla un aliento.
Mezclas, turnos, formas retorcidas.
No puedo respirar.
No puedo ver. Este no es un ataque de pánico, esto es... Algo peor. Mi corazón se
rompe y está frenético y me estoy derrumbando. ¿Me estoy muriendo? Quizás eso no
sería tan malo.
Manos cálidas y fuertes me empujan hacia atrás contra un amplio pecho. Una
voz como la luz del sol murmura en mi oído. —Estás bien. Respira, cariño. Respira
hondo y déjalo salir.
Eso no es lo que se supone que debe decir. No servirá de nada. Decirme que
respire no me hará respirar. No dice las palabras correctas.
—Me tranquiliza cuando tengo un ataque de pánico. —Me las arreglo para
decir.
—Bueno, intentemos algo nuevo, ¿de acuerdo? Eres Isabel, eres fuerte. Estás
segura. No necesitas a nadie.
—¡No lo sé! —Me giro en sus brazos, presiono mi mejilla contra su pecho—. No
lo sé, Logan. No, ya no quiero ser Madame X. Quiero ser alguien nuevo, pero no sé
quién. No sé quién o cómo decidir.
—Eso no es cierto.
—Tal vez aún no. Pero puede ser —Me toca la barbilla con la punta de un
dedo—. Mírame, cariño. ¿Alguna vez has escuchado la frase "fingir hasta que lo
logres"?
—A veces es todo lo que puedes hacer. Finge que estás bien. Finge que eres
fuerte. Finge que no necesitas a nadie. Fíngelo. Fingir para ti, para los que te rodean.
Cuando te despiertes, cuando te vayas a la cama, sigue fingiendo. Y eventualmente, un
día... Será verdad.
No tengo respuesta. Me ahorré tener que encontrar una para la llegada del
Maybach. El vehículo largo y bajo se desliza hasta detenerse a nuestro lado.
La ventana se desliza hacia abajo y tus ojos oscuros se fijan en mí. —Entra, X.
Ahora.
—¿Qué tal si dejas que decida lo que quiere, Caleb? —pregunta Logan, sin
renunciar a su control sobre mí.
Y luego Len sale del auto, alto, ancho, con los ojos desalmados y agitado por la
muerte. Debajo de la chaqueta de Len sale una pistola, negra, grande y aterradora. El
cañón toca la cabeza de Logan.
—Retrocede. Ahora. —La voz de Len es más fría que el hielo, plana, sin
emociones.
—Jódete. No me dispararás a plena luz del día. —Sus manos se aprietan en mis
brazos hasta el punto del dolor.
—Tienes elección —dice. Sus ojos encuentran los míos, suplicando—. Tienes
una opción. En esto, en tu nombre. En tu futuro.
—Soy su futuro —dices. No para mí, sino para Logan—. Así como soy su pasado
y su presente. Y tú no eres ninguno de esos. Eres una distracción.
Miro a Logan, y sus ojos brillan con furia, se derriten con... alguna emoción que
no entiendo, suave y potente e hirviendo y afilada, todo a la vez, todo sobre mí, para
mí, dirigido a mí. Su cabello rubio es largo, tan largo ahora, ondulado y rizado en los
extremos, colgando sobre sus hombros, rizos rubios flotando sobre sus ojos. Veo sus
cicatrices, dos agujeros redondos en su hombro derecho, líneas blancas y delgadas en
su antebrazo y bíceps derecho, y sé que hay otra cicatriz redonda y arrugada en su
costado derecho, justo debajo de las costillas, y veo sus tatuajes cubriendo su parte
superior de sus brazos en un revoltijo de imágenes; Veo todo esto en un cuadro, una
viñeta congelada, sus ojos color añil, cabello rubio, cicatrices, tatuajes, manos ásperas
en el trabajo, su mandíbula cuadrada y pómulos altos y labios expresivos que me han
besado y nunca exigieron más, nunca reclamaron más, necesitando más, queriendo
más, pero esperando hasta que esté lista para dárselo. ¿Estaré alguna vez lista?
¿Alguna vez seré libre de elegirlo? ¿Soy capaz de eso?
No lo sé.
Me alejo de él, por él. No puedo permitir que se lastime por mi culpa.
Sin embargo, ya está herido por mí. Eso está escrito en sus ojos, y a su vez
golpea mi corazón como un cuchillo.
Me alejo, y esto es como déjà vu. Logan delante de mí, tú detrás de mí,
esperando. El coche. Len. Mi dolor de corazón y mi pena y mi confusión. Lo quiero,
pero no confío en mí misma. No confío en mi visión del futuro con él. ¿Confío en él? No
lo sé.
Tú, detrás de mí, en el Maybach. No has salido. Tus ojos son la oscuridad
encarnada. Desconocido. Inescrutable. Eres perfecto, como siempre eres perfecto,
intocable, tallado en mármol vivo.
Len abre la puerta con una mano, con la pistola en la otra, fuera de la vista. No
me alcanzas. Ni siquiera me estás mirando. Estás mirando a Logan, pero no sé lo que
estás pensando. Lo que sientes.
Él es demasiado real.
¿Y yo?
Soy un fantasma.
—Aunque sí lo sabes. Sabes quién eres —Te deslizas sobre el asiento, y noto
que hay círculos oscuros debajo de tus ojos, y que tus mejillas y barbilla están sin
afeitar, oscuras con barba de un día—. Eres Madame X. Soy Caleb Índigo —empiezas.
—Lo hizo. —Esto no se formula como una pregunta, se dice como una
declaración.
—Lo hizo. —El pánico todavía abruma mi mente, pero estoy aprendiendo de
alguna manera a superarlo. Hablar a pesar de las turbulencias en mi alma—. Me dijo
que no podía evitar las respuestas una vez que comenzara a hacer preguntas.
Puedo sentir el calor de tu cuerpo, ver la forma en que tus bíceps estiran el
material de tu abrigo. Tus ojos están rojos, como si no hubieras dormido siquiera la
pequeña cantidad de sueño a la que estás acostumbrado.
—¿Por qué?
Golpeo tu mano, con una violencia repentina impactante para los dos. —No. No
puedes tocarme. —Siento que la vehemencia hierve dentro de mí. Rabia. Furia cruda y
potente. Hacia ti. A Logan. A todo.
—Lo sé. He pensado en eso —digo—. El problema es que esa misma pregunta
puede aplicarse a ti. ¿Cómo sé que siquiera algo de lo que me has dicho es verdad? ¿En
qué creo? ¿A quién le creo?
—¿Y por qué has estado? ¿Qué sacas de esto? Si no fuera por la disponibilidad
inmediata de quizás docenas de otras mujeres a tu disposición, diría que fue solo por
el fácil acceso al sexo. Una audiencia cautiva, por así decirlo.
— ¡NO LO SE! —elevo la voz en las dos primeras palabras, grito la tercera.
Incluso Len gira la cabeza para mirarme.
—¿Te llamaré sin nombre entonces?
—No te burles de mí, Caleb Índigo. —Mi voz es delgada, como la hoja de un
cuchillo es delgada.
—Quien quiera que sea. A propósito, Caleb. —Dejé que un silencio espeso y
tenso colgara entre nosotros—. Te voy a hacer una pregunta y la responderás con
sinceridad o nunca volveré a hablarte.
—¿Cómo me encontraste?
Este es un shock que va más allá del adormecimiento, un shock tan grande que
puedo permanecer completamente quieta y tranquila. — ¿Microchip? ¿Reconstruida?
Toco el lado izquierdo de mi cara, justo encima de la oreja.
—Ya veo.
—¿Ya ves? —Te miro fijamente—. ¿Qué significa eso, "ya veo"?
—Significa que hay problemas con su historia —dices—. ¿Por qué no pudiste
ser identificada? ¿Eran tus padres inmigrantes ilegales, que ni siquiera tenían una
identificación básica? E incluso si asumimos una secuencia extraña de eventos que
conducen a que tus padres y tú no se puedan identificar, ¿por qué la investigación
simplemente se cerraría? No solo se... rendirían. Si Logan pudo descubrir quién eres,
¿por qué no pudo la policía?
—Seis años, X. He pasado seis años de mi vida cuidando de ti. ¿Crees que te
retendría este tipo de información si fuera tan fácil de encontrar? —¿Lo creo? No lo sé.
Continuas—: Me conoces desde hace seis años, pero este hombre que conoces hace
menos de... ¿Qué? Ni siquiera lo sé. ¿Cuánto tiempo has pasado con él? ¿Unas pocas
horas, como máximo? Y estás lista para creer lo que sea que diga —suenas asqueado.
—Pero mi cara, Caleb. Acabas de decir que se quemó. ¿Cómo pasaría eso en un
atraco que salió mal?
—No dije que estaba quemada, X. Dije que estaba en mal estado. Habías sido
golpeada, salvaje y brutalmente. Los médicos pensaron que te patearon la cara, que
intentaste encogerte, ¿sabes? ¿Las manos sobre tu cabeza? El daño fue tan severo que
tu cara nunca sería la misma. No quería que tuvieras que vivir con eso, así que lo
solucioné. Nunca dije que te hubieras quemado.
Te odio.
—¿Por qué decides qué puedo hacer? —pregunto—. ¿Por qué toda mi vida
depende de ti? ¿Por qué toda mi existencia depende de ti?
—Caleb…
Abres la puerta, observas el tráfico y luego giras en círculos detrás del vehículo.
Me abres la puerta. Agarras mi muñeca. Me llevas fuera. Cierras la puerta, regresas a la
puerta trasera del lado del conductor. —No dependes de mí porque insisto en
mantenerte cautiva. Así son las cosas. Deseas tanto tu libertad —sopesas la palabra
con sarcasmo—. Entonces que así sea.
Te subes al auto. La puerta se cierra con un ruido sordo. Un suave ronroneo del
motor, y el Maybach se aleja, dejándome sola.
Podría llamar a Logan, pero, ¿qué sé sobre él? Muy poco. Lo que me dijo y lo
que siento. Siento que puedo confiar en él. Siento, cuando estoy con él, que todo es
posible. Cuando estamos juntos no lo dudo. Lo conozco. Está en mí. Todo está bien con
él. Pero ahora, lejos de él, lo dudo todo. Lo dudo. Dudo de mí. Dudo de Caleb.
Ni siquiera me doy cuenta de que estoy llorando hasta que un viejo negro
maloliente, vestido con harapos, se sienta a mi lado, toma un trago de una botella
envuelta en una bolsa de papel marrón y me mira de reojo. —Alguien te lastimo, ¿eh?
El anciano asiente sabiamente, como si lo que dije tuviera algún tipo de sentido.
—El peor dolor, justo ahí. El no saber.
—No sé quién soy. —¿Por qué estoy admitiendo esto a un borracho sin hogar?
Pero lo hago, y es catártico.
—Sí, yo tampoco. Pero nunca fui nadie, mucho. No estoy borracho porque no
tengo hogar, ya sabes, no tengo hogar porque estoy borracho. —Un columpio, un ojo
dirigido hacia el cielo, como si buscara algo en el azul claro y sin nubes—. O tal vez sea
al revés. Ya no puedo recordar.
—No puedo recordar tampoco. No puedo recordar quién solía ser, y he perdido
la confianza en quién soy ahora. —No me molesto en limpiar las lágrimas.
—No necesitas saber quién eras o quién eres. Solo necesitas saber quién
quieres ser.
No lo sé.
No lo sé.
Te veo acercarte, un dios caminando por la tierra entre los mortales. Traje azul
marino a medida, por supuesto. Blanco, abotonado. Sin corbata, dos botones
superiores desabrochados, dejando al descubierto una V de carne. Pelo oscuro
recogido hacia atrás, sin esfuerzo, ingenioso. Ojos como agujeros negros, absorbiendo
toda la luz y la materia, absorbiendo, dibujando, buscando, absorbiendo todo.
Succionándome. Arrastrándome. Te sientas a mi lado, te recuestas, con los codos en la
escalera detrás de ti.
—Ven a casa, X.
—¿Casa? —digo la palabra como una pregunta, la escupo como la agalla más
amarga—. ¿Donde es eso?
—Entonces quién…
—¿Qué te cambió?
Unas pocas horas con él, y todo cambió. No estoy segura si estoy agradecida
por esto o no.
Asiento. —Lo sé. Me lo dijo. —Lamo mis labios—. Me dijo que tenía algo que
ver contigo. O, al menos, esa era la implicación. No me diría qué. No importa. No me
importa.
—¿Entonces qué vas a hacer?
—No lo sé.
¿A dónde más voy? No tengo ningún lugar. A nadie. Rachel está contaminada
para mí ahora. No puedo ver a Rachel sin verte, follando, golpeando, azotando,
mirándome.
Quiero ir hacia Logan. Quiero enterrar mi cabeza en la arena. Quiero sus brazos
a mí alrededor. Quiero sus ojos en los míos, sus manos en mí, sus labios. Quiero eso,
mucho. Quiero su verdad. La facilidad de todo lo que es él. Pero, ¿y si él también está
mintiendo? ¿Qué pasa si me vuelvo adicta a él de la forma en que soy adicta a ti?
Leí un libro sobre drogadictos, sobre adicción. Cómo, incluso cuando los adictos
saben que la droga los está matando, no pueden parar. Vuelven a ella una y otra vez, a
pesar de conocer el precio.
Regreso contigo, a pesar de saber que no puedo confiar en ti. Que mientes, que
me ocultas la verdad. Que me estás manipulando para que me quede. Voy contigo
porque soy adicta.
7
Me aprietas contra la puerta del elevador, las caderas duras contra las mías, y
tus manos recorren mi cuerpo, una se desliza hacia arriba para agarrar mi cabello y la
otra me quita la ropa. Tu boca aplasta la mía, pero esto no es un beso, es una
demostración de propiedad. Tu boca me roba el aliento. Tus manos roban mi
voluntad.
Eres un demonio.
Sacudo la cabeza.
Traición.
Te vienes en mi cara.
Das un paso atrás y me pongo de pie, luchando contra los sollozos. Me paro, con
el pecho agitado, disgustada, dolorida en el alma.
—Es lo que querías. —No haces ningún movimiento para eliminar el semen
teñido de saliva de tu mejilla.
Te dejé poner tu pene en mi boca, pero luego tomaste más de lo que estaba
dispuesta a darte.
Te abofeteo con la mano abierta, tan fuerte como puedo. Mi palma se quiebra
contra tu cara. Te abofeteo de nuevo. Y otra vez. No haces ningún movimiento para
defenderte.
—Así es como las trato. No les pregunto qué quieren. Las follo. Hago lo que
quiero. No soy gentil. Lo toman o se van. Tú... No hago eso contigo porque no eres
como ellas. —Tu mejilla está roja por mis bofetadas.
—¿Por qué no... Madame X? ¿No es verdad? ¿No podrías haberme detenido?
Me estrellé contra él, empujándolo hacia atrás. —¡Maldición, Caleb! ¿Por qué
estás haciendo esto?
Y entonces...
Me besas.
Es gentil.
—Tú eres Isabel y yo soy Caleb. —Dejas el resto, y de alguna manera eso es
peor que si hubieras dicho el resto.
Como si al dejar el resto, estás reconociendo la mentira. Que no había mal
hombre. Que no me salvaste. De repente quiero la mentira.
Quiero la mentira.
Gira la llave y las puertas se cierran, y veo su marco en una perspectiva cada
vez más estrecha, hasta que solo queda una astilla de ti, y luego te vas.
Me doy una ducha, una ducha larga e hirviendo, y me froto hasta que está
rosado y crudo, y el agua corre fría. Me lavo los dientes hasta que me sangran las
encías.
Yo soy Isabel.
Tú eres Caleb.
Yo soy Isabel.
Él es Logan.
Yo soy Isabel.
Pienso en una frase de una Biblia que leí una vez, en mi biblioteca, hace mucho
tiempo, antes de que todo cambiara—: Quiero hacer lo correcto, pero no puedo.
Quiero hacer lo que es bueno, pero no lo hago. No quiero hacer lo que está mal, pero lo
hago de todos modos.
Yo soy Isabel.
Si quiero ser alguien que no sea la adicta, la drogadicta de Caleb, nadie, la chica
de rodillas, tomando lo que das como si fuera todo lo que valgo, entonces tengo que
elegir a alguien más para ser.
Elijo a Isabel, una niña inmigrante muerta que podría haber sido o no una vez.
Yo soy Isabel.
Te has ido.
En piloto automático, me visto. Lencería negra, porque no tengo nada más que
lencería. Un sencillo vestido gris paloma, una línea, hasta la rodilla, con un ancho
cinturón carmesí y zapatos rojos a juego. Me cepillo el cabello y lo dejo suelto en
brillantes ondas de ala de cuervo. No sé por qué me estoy vistiendo. No sé a dónde
tengo la intención de ir, solo sé que no puedo quedarme aquí por más tiempo.
El móvil.
D nada.
Me voy, escribo.
Dónde
Sin signo de interrogación, solo una palabra. No esperaba que tu gramática
fuera tan pobre.
No lo sé. Cualquier lugar excepto aquí. En cualquier lugar que no sea dónde estás.
¿Necesitas dinero?
¿Me estás dejando ir? No sé qué pensar sobre esto, qué sentir. Es extraño estar
usando un teléfono celular, estar haciendo algo tan mundano como enviar mensajes
de texto. Te he visto hacerlo, he visto a clientes hacerlo. Nunca pensé que lo haría.
Mi nombre es Isabel. Y sí, lo sé. Si pudiera salir de aquí desnuda, sin nada más que
mi piel, lo haría.
No llegarías lejos en ese estado
Sin apóstrofe, sin punto. ¿Por qué? ¿Es difícil tomarse el tiempo extra para
agregarlos? No entiendo. También me doy cuenta de que no aborda la declaración de
mi nombre.
No, no lo haría.
No sé lo que eso significa, y no estoy segura de qué puedo responder, por lo que
no respondo en absoluto. Te he visto usar tu teléfono, que es el mismo que este,
excepto que el tuyo es negro, así que sé que el botón del lado derecho cerca de la parte
superior apaga la pantalla. Aprieto el teléfono en mi mano y noto que la llave del
elevador está en la ranura. La giro, la quito cuando se abren las puertas, y tomo el
ascensor hasta el vestíbulo. Debato si tomar la llave.
No lo haré.
—Ya no más. —No espero una respuesta, me doy la vuelta y pretendo tener
una confianza que no siento al salir por la puerta giratoria.
Intenta ignorar el hecho de que estoy sola en el mundo. No tengo nada más que
mi nombre. Incluso la ropa que uso es tuya, el teléfono, los zapatos. Incluso mi cara te
pertenece, ya que pagaste por arreglarla.
Recuerdo, entonces, el chip en mi cadera. ¿Es eso real? ¿Es eso posible? Lo hago
dos cuadras arriba y tres cuadras más antes de que mis nervios me venzan. Me
acurruco contra el costado de un edificio, agarrando el teléfono con tanta fuerza que
me duele la mano.
—Sí, Logan. Me fui —Mi voz tiembla—. Yo... Caleb, él... nosotros... él hizo algo. A
mí. —Todavía no estoy segura de estar lista para hablar de eso.
—¿Estás bromeando?
—No lo sé. A pocas cuadras de la torre. No tengo a dónde ir. No sé qué hacer.
No quería simplemente correr directamente hacia ti, pero no sé qué hacer.
—Por supuesto que deberías ir directamente a mí. Estoy aquí por ti, Isabel.
—Yo... mierda. Mierda. No puedo. Dios, cariño, lo siento mucho. Estoy al final de
una adquisición de quince millones de dólares —maldice de nuevo con fluidez—. Mi
oficina está en la novena y cuarenta y cinco. ¿Puedes llegar?
—Muy bien. Lo siento, normalmente soltaría lo que sea que esté haciendo, pero
tengo que estar físicamente presente para esto.
—Sí.
—Puedes hacer esto — Escucho una voz en el fondo que llama urgentemente el
nombre de Logan—. Me tengo que ir. Llámame si me necesitas. Juro que responderé,
pase lo que pase.
Ríe. —¿Ves? Tienes sentido del humor. Te veré pronto, ¿de acuerdo?
Termino la llamada, para evitar que tenga que hacerlo. Miro hacia la
intersección más cercana, hacia las señales. Séptimo y cuadragésimo cuarto. Dos
cuadras arriba, una cuadra más. Puedo hacerlo.
Estoy cruzando la octava cuando un joven corre por la calle, agitando los
brazos, mirando hacia atrás, corriendo frenéticamente. Se estrella contra mí, me envía
volando, retorciéndome. Escucho un grito y un gigantesco caballo galopa a través de la
intersección, con un policía a su espalda. Estoy en su camino. Todavía estoy
desequilibrada, los brazos moliendo el viento, tropezando. Mi zapato se ha soltado en
mi pie y mi tobillo se retuerce.
Me empujan contra un pecho duro que huele a colonia. Miro a los fríos ojos
grises de Len. Grandes rasgos anchos y escarpados, un hombre como un gólem de
piedra hecho carne, pero apenas.
No hay mucho que decir. Len es un hombre de pocas palabras, y estoy perdida
en mi propia mente, centrándome en mantener el pánico.
—Ya bajo.
Noto la camiseta de Logan, negra y ajustada, con una calavera blanca pintada
en la parte delantera, la mandíbula representada como cuatro líneas verticales que se
extienden hasta el dobladillo, los agujeros para los ojos hechos hendiduras enojadas.
Me lleva tres tramos de escaleras estrechas y atraviesa una puerta. Al otro lado,
está el caos. Alguna vez fue un gran apartamento, pero todas las paredes interiores se
han eliminado, dejando la habitación abierta. Los escritorios son altos, y ninguno de
los empleados está sentado, no hay sillas en ninguno de los escritorios, por lo que
todos en un escritorio están haciendo su trabajo de pie. En cambio, hay bolsas de
frijoles esparcidas aquí y allá, sofás de cuero densamente acolchados que llenan los
espacios entre escritorios a lo largo de las paredes. El apartamento es un gran
rectángulo con escritorios que recubren las paredes en los dos lados más largos. Uno
de los lados cortos está compuesto por baños, una sala de descanso, una sala de
impresoras/fotocopiadoras/suministros de oficina y una sala de conferencias, y el
extremo opuesto es un banco gigante de televisores, cada uno con algo diferente. Un
televisor muestra videos musicales, con el sonido bajo, algo intenso y pesado, los
miembros de la banda agitan el cabello largo y se encorvan sobre las guitarras. Otros
muestran aspectos deportivos destacados, clips de noticias y de acciones, una vieja
comedia de situación en silencio. Hay una consola de juegos blanca en el piso, cables
que se arrastran hasta uno de los televisores, con controladores de mano en manos de
dos jóvenes concentrados en su juego, lo que implica disparar a algún tipo de criaturas
muertas.
La oficina está en caos. Cuatro personas hablan en voz alta por teléfono, seis
más están sentadas en círculo sobre unas bolsas de frijoles y un sofá, pasando
documentos de un lado a otro y llevando a cabo al menos tres conversaciones
diferentes a la vez. Los jóvenes que juegan al videojuego se gritan unos a otros,
maldiciendo y riendo.
Una mujer joven se acerca a Logan. Pequeña, curvilínea, con un vestido sin
mangas con cuello en V, dejando al descubierto la piel completamente cubierta de
tatuajes, por lo que prácticamente no hay espacio en blanco visible en ninguna parte,
ni siquiera en un escote generosamente visible. —Logan, Ahmed está al teléfono.
Tiene una adición al párrafo dos de la cláusula cuatro-A.
—Es fin de semana, Logan —señalo—. Son más de las nueve de un viernes por
la noche.
Estoy entumecida.
Realmente debe ser telépata, porque me pasa un brazo largo por los hombros y
me empuja contra él. Al principio solo me permito apoyarme contra él. Pero no puedo
sostener la fachada por mucho tiempo, y me desplomo. Me deslizo más y más, hasta
que me acuesto en su regazo. No hay nada sexual sobre esto. Sus manos barren mi
cabello a un lado, y luego sus dedos se clavan en los músculos de mis hombros y los
amasan con un toque firme pero suave. Gimo involuntariamente, derritiéndome bajo
el masaje.
—Caleb, él…
—Calla, cariño. Ahora no. Hay tiempo de sobra para contarme todo. Por ahora,
solo necesitas relajarte.
Me desvanezco.
Siento una sensación de distorsión espacial cuando cierro los ojos, como si me
inclinara hacia adelante, como si mi conciencia estuviera abandonando mi cuerpo.
Estoy pesada, coja. Giro, giro, inclino.
Le creo.
Lo dejo ir.
•••
Me despierto sollozando.
Mi sueño está invadido por una voz—: Isabel, estás bien. Eso fue solo un sueño.
¿Quién es Isabel?
Mis ojos arden con lágrimas calientes, y trato de detenerlos, pero no puedo. —
L-Logan…
No sé cuánto dura. ¿Minutos? ¿Horas? Un tiempo de llanto sin medida. Creo que
he llorado más en las últimas doce horas que en toda mi vida.
Encima de Logan.
Necesitándolo.
—Isabel... —respira.
—Logan…
Besándolo…
Y besándolo…
Y besándolo.
Empuja su boca contra la mía, un roce burlón de labios contra labios, calor de
aliento en la lengua de sabor.
—Logan...
—Te deseo. Te necesito. Pero Isabel, mereces algo mejor, nosotros merecemos
algo mejor que un sofá en mi sala de conferencias, con una docena de personas al otro
lado de la pared.
No puedo evitar retorcerme contra él, agarrar su fuerte cuello y buscar más de
él, tocar mis labios hasta el borde de su mandíbula, inhalar su aroma y deleitarse con
el papel de lija áspero de su rastrojo contra mis labios y sensible piel.
Gime, un ruido sordo en el pecho. Siento su palma acunar mi espalda, sus dedos
se hunden en mi columna vertebral y ahora su toque se desliza más abajo. Más abajo.
No me atrevo a respirar por la anticipación, esperando con dolor en los pulmones y
los muslos apretados en un vano intento de reducir la presión en mi núcleo. Espero y
exhalo de alegría mientras su palma asciende para seguir la curva de mi trasero.
Murmura sin palabras mientras su palma se mueve sobre el músculo tenso y apretado.
Ese cumplido, esas cuatro palabras de este hombre, significan todo para mí.
Quiero ser el quid de su deseo.
Su otra mano deja mi cabello y rueda por la columna vertebral para acariciar el
otro lado de mi trasero, por lo que ahora sus poderosas manos están acunando mi
trasero.
No tengo una respuesta coherente a su declaración, así que solo me retuerzo
contra él.
—¿Cómo se supone que debo resistirme cuando haces una mierda así, Isabel?
—La forma en que dice mi nombre se siente como una caricia verbal, como si decir mi
nombre, esas tres sílabas elegidas, sea una validación, un acto de amor.
Sus manos ahuecadas tallan más abajo, por lo que sus dedos se burlan de los
bordes de mis muslos, a la deriva cada vez más cerca de mi centro. No puedo respirar,
oh dios, no puedo respirar, mis pulmones están bloqueados y el único aliento que
puedo encontrar es el suyo. Reanimación boca a boca, porque me muero por el dolor
interno, la necesidad arde como la semilla de una estrella, el deseo se enciende como
una supernova naciente.
No se resiste.
Exhala, el calor de su suspiro baña mis labios. Los dedos se atreven, se traban,
profundizan. Enterré mi rostro en su garganta y me aferré locamente con fuerza a la
columna de su cuello y la dura curva de su cabeza, y empujé mi rodilla más alto. Las
yemas de los dedos, siento tres de ellas, bailando sobre la delgada tira de seda, tirando
de ella a un lado.
—Lo siento —susurro, beso la carne donde mis dientes dejaron hendiduras—.
No quise hacerlo.
Ruge una risa. —Yo dije eso, ¿no? —Su dedo profundiza en mí una vez más, y
jadeo—. ¿Puedes callarte?
Cuanto más me toca, más salvajes se vuelven mis caderas. Entierro mi rostro en
su carne y gimo sin cesar, amortiguando el sonido en él. En algún momento el golpe
sin rumbo de mis caderas se convierte en un rechinar, y Dios, finalmente, me llena con
tres dedos y me muevo contra ellos, montándolos.
Y luego, cuando estoy a punto de perderlo, los saca y los golpea contra mi
clítoris e involuntariamente arqueo la espalda, mordiendo mi grito con tanta fuerza
que me duelen los molares. La boca de Logan encuentra la mía, su lengua separa mis
labios y se traga mis gemidos cuando me separo. El calor me atraviesa, un rayo golpea
mi núcleo y chisporrotea en todo mi cuerpo, encrespa los dedos de los pies, hace que
mi estómago se tense y mis muslos tiemblen, y solo puedo soportar su toque con todo
lo que poseo, gritando en su aliento, intentando callarme y fallar.
Logan agarra la parte de atrás de mis rodillas y las aprieta contra su cuerpo, me
atrae más cerca y luego se balancea hacia arriba y hacia adelante para que me caiga de
espaldas. Sus ojos son ardientes, apasionados, feroces, salvajes. Su pecho se agita,
como si su control estuviera colgando del hilo más delgado. Se inclina sobre mí, su
cabello suelto de la cola de caballo, rizos rubios y ondas colgando sobre su hombro. Se
sumerge, me besa. Profundamente, completamente, me quedo sin aliento y sin
ninguna duda sobre sus intenciones.
Inclinándose sobre sus rodillas, se lleva los dedos a la boca. Solo puedo mirar
con asombro, confusión y un enloquecido deseo mientras mete su dedo índice, el que
estaba dentro de mí, en su boca y chupa el jugo. Repite esto con cada dedo que estaba
dentro de mí, sus ojos nunca dejan los míos.
—A eso es a lo que sabes —dice, luego se pone de pie. Sus manos agarran las
mías y me levanta—. Hora de irse.
—Mi lugar.
No puedo evitar mirar hacia abajo en la parte delantera de sus jeans, que están
visiblemente cargados. Me muevo hacia él, envuelvo mis brazos alrededor de su cuello
y luego dejo que una palma se deslice por su pecho hasta la cintura de sus jeans. —
Déjame ayudarte primero.
Esto también se trata de nosotros. No solo él, no solo yo, sino los dos como una
sola entidad, y ese hecho en sí mismo es embriagarse.
Toma mi mano, pasa sus dedos por los míos. Me lleva fuera de la sala de
conferencias. Es de noche, pero no sé qué hora. Las luces se atenúan poco para que los
televisores proporcionen la mayor parte de la luz en el espacio de la oficina. Casi todos
todavía están presentes, aunque todos excepto tres personas están dormidas en sofás
y acurrucados en bolsas de frijoles. Los tres despiertos nos miraron cuando salimos de
la sala de conferencias tomados de la mano, y los tres mantienen sus expresiones
cuidadosamente en blanco y se vuelven un poco demasiado estudiosos a los
documentos que están estudiando detenidamente.
—No quiero costarle a nadie sus trabajos —digo—. Es culpa mía, fui ruidosa.
—¿Dejas que tus empleados tengan sexo y vean porno mientras trabajan?
—Diablos no —Su camioneta, una gran caja plateada con ruedas en la que he
estado antes, está estacionada en paralelo a media cuadra de distancia. Es un
Mercedes-Benz G63 AMG, observo. Me pregunto cuánto costó; mucho, es mi
suposición—. Las computadoras y otros dispositivos provistos por la compañía son
solo para uso laboral, y lo controlo cuidadosamente. La pornografía es cómo obtienes
virus malvados, por un lado, y no me refiero a la variedad de ETS. En cuanto al sexo,
siempre que sean discretos y no afecten a su relación laboral, no me importa lo que
hacen o dónde lo hacen.
—Deben trabajar sin parar. —Ni siquiera trato de seguir la serie de giros que
Logan toma para llegar a casa. Simplemente disfruto el hecho de que tan pronto como
termina un giro, su mano toma la mía nuevamente y entrelaza nuestros dedos.
—¿Y ahora?
—Ahora estoy bien. Nunca te alejas por completo de los malos sueños y las
escenas retrospectivas ocasionales, pero debes esperar eso, viendo y haciendo el tipo
de mierda que hicimos allí —Tira el gran SUV a un lugar de estacionamiento fuera de
su puerta, sale y da vueltas abrir mi puerta para mí—. Cuando dije que no tenía
problemas emocionales, fue una mentira. Los tengo, más o menos, por cómo Leanne
terminó las cosas. No confío fácilmente. Pero esa no era la razón por la que no quería
nada a largo plazo con Billie. Confié en ella, simplemente no me sentía lo
suficientemente fuerte como para mudarme o proponerle matrimonio, supongo, y eso
es exactamente lo que ella quería. Era genial con solo salir, divertirme, pasar la noche
juntos aquí y allá. —Abre la puerta principal de su casa, desactiva la alarma y cierra la
puerta detrás de nosotros. En este punto, su perro, Cocoa, un enorme labrador
chocolate, se está volviendo loco, ladrando, a punto de estallar.
Asiento y respiro, sonriendo con anticipación. —Tan lista como podría estarlo,
creo.
Decidí que la alegría cariñosa de un perro feliz es un bálsamo para un alma con
problemas.
La atención del perro se ve atrapada por eso, y ladra una vez, un grito corto y
agudo, y atraviesa la casa hacia la puerta de atrás. La deja salir, la mira hacer sus
negocios, y luego la deja volver a entrar, y se acuesta en el suelo en medio de la cocina
cerca de la estufa, mirándonos con sus grandes ojos marrones.
Levanta una ceja. —Qué tal si caliento los dos, y puedes probarlos y elegir.
Tomaré lo que no quieras.
—No estoy segura de poder elegir — admito—. Los dos son muy buenos.
Hay un taburete debajo de una parte sobresaliente de la isla, y lo saco y me
siento. Logan toma el taburete a mi lado y deja dos botellas de vidrio verde con
etiquetas blancas cerca de la parte superior.
—Así que compartiremos —dice, y me roba el tenedor de las manos para darle
un mordisco al shawarma. Lo veo comer, porque es hermoso incluso haciendo eso.
—¿Qué hay en las botellas? —pregunto, ansiosa por probar algo nuevo.
—Cerveza. Stella Artois, para ser exactos. Pruébala. —Me da una de las botellas
y con cautela pruebo el primer sorbo.
Logan se ríe. —Whoa, está bien. Supongo que te gusta Stella. Pero entonces,
¿cómo no te gustaría? —Señala la pizza—. Prueba la pizza y bájala con la cerveza.
Nunca mirarás la cocina de la misma manera, lo prometo.
—¿Vegana?
—¿Qué es eso?
—No carne, no productos animales de ningún tipo. Al igual que los huevos, la
leche, el queso, si proviene de un animal, los veganos no lo consumen.
—A mí también. Así que no, como carne, solo que usualmente salmón, pollo y
pavo de corral, junto con ensaladas y frutas. En su mayoría vegetariana, supongo. No
mucha carne roja.
Ya no soy Madame X.
Logan interrumpe antes de que pueda resolver lo que voy a decir. —No quiero
entrometerme, y respetaré tu privacidad si no quieres hablar de ello. Pero parece
haberte arruinado.
Termino una rebanada de pizza y la bajo con un trago de cerveza. Y Logan tiene
razón, no creo que pueda volver a comer mi menú normal sin pensar en esta comida.
Indulgente, insalubre en extremo, pero muy bueno. Tomo un poco de shawarma,
tratando de formular qué decir.
—Me trajo de vuelta a su lugar. ¿El pent-house? Es todo el piso superior del
edificio. De todos modos, me trajo allí, y al principio fue... bien. Pero anormal. Me besó,
lo que no suele hacer. Eso fue un poco extraño. Y entonces... —suspiro nuevamente,
cerrando los ojos. Sólo dilo. Solo ponlo en palabras—. Pero luego me hizo caer de
rodillas. Se puso... a él mismo, en mi boca —Es muy difícil decirlo en voz alta. ¿Por
qué? Se siente como si decirlo lo hiciera más real. Más que real—. Al final, terminó... en
mi cara. Y luego me limpió con su corbata, me besó como si nada hubiera pasado, y
solo... se fue.
Tengo que sacudir la cabeza. —No lo fue. No del todo —Tiemblo—. Pero
entonces, también lo fue. No lo sé. Todo es muy confuso con él. Se mete en mi cabeza y
hace que todos mis pensamientos de alguna manera... no tengan sentido. No... míos. No
lo sé. Él es todo lo que he conocido, desde el momento en que me desperté. Siempre ha
sido él.
—Quería eso, Logan. Por favor, créeme. Lo deseaba tanto. Me encantó cada
segundo de ello. La forma en que me tocas, la forma en que me besas, nunca he
conocido algo así y estoy loca por eso. —Giro en el taburete, así que estoy frente a él,
agarro sus rodillas mientras se gira para mirarme.
Me mira con cuidado, sus ojos azules, azules y azules miran mi alma. —Nunca
me mientas o me digas lo que crees que quiero escuchar, ¿vale? ¿Por favor? Prefiero
escuchar la verdad desagradable que una mentira fácil.
—Te juré que te llevaría a casa, te daría cerveza y pizza, y que vería películas
contigo en exceso —Empuja una botella vacía—. Hemos tomado la cerveza y la pizza,
así que ahora es el momento de una película.
—Ok. —No sé cómo decir que por mucho que quiera ver películas con él,
quiero más aún terminar lo que comenzamos en la sala de conferencias.
Señala hacia la cama. —El único lugar para mirar televisión, así que ponte
cómoda.
Aliso mi vestido sobre mis caderas con mis palmas, un gesto nervioso. —
Bueno.
La cama es alta y mi vestido no está hecho para escalar. Al menos no con gracia
o modestia. Intento deslizarme sobre la cama hacia atrás, manteniendo las rodillas
juntas. No estoy seguro de por qué estoy tratando de ser modesta, considerando lo
que no hicimos hace tanto tiempo, dónde estaban sus dedos, pero se siente necesario.
No lo logro del todo, y solo termino presionando mi espalda contra el borde del
colchón y meneando sin gracia. Intento atrapar un pie en el borde del marco, pero
tampoco puedo lograrlo, no sin mostrarme a Logan. Especialmente no con tacones.
Se ríe, y no puedo evitar reírme también, porque mis esfuerzos por subirme a
la cama fueron bastante cómicos. —Isabel, cariño. Ese vestido es hermoso, no me
malinterpretes. Pero... ¿Te gustaría algo más para ponerte? ¿Una camisa mía, tal vez?
—Por supuesto. Lo intentaré. —Me las arreglo para parecer casual, pero la idea
de usar una de las camisas de Logan me revuelve el estómago.
Abre un cajón del escritorio debajo del televisor, saca una camiseta negra
cuidadosamente doblada y me la entrega. —Esa es una de mis camisas favoritas. La he
tenido desde que estaba en la secundaria. Es muy suave y cómoda, así que... Sí —Se da
la vuelta—. Te daré un segundo para cambiarte.
—Tú... um... —Me detengo para recuperar los nervios—. No tienes que irte,
Logan.
—No significa que voy a asumir que estás de acuerdo con que te vea cambiar.
Eso es un poco íntimo.
No hay nada que decir, decido. Mantengo mis ojos fijos en los de él mientras me
encojo de hombros, dejando que la prenda caiga hacia adelante para colgarla de mis
brazos, que están doblados por el codo, agarrándome el vientre. Estoy nerviosa, pero
no voy a dejar que eso se interponga. Muevo los muslos y mi vestido se acumula en el
suelo alrededor de mis pies.
—No tienes que estar desnuda para ser hermosa, ya sabes —Da un paso hacia
mí y sus dedos tocan mi cintura—. Eres tan sexy, así, en ropa interior.
He estado desnuda frente a Logan una vez antes, pero eso fue accidental. Algo
así. Sea lo que sea, es diferente a quitarme intencionalmente toda mi ropa a propósito
para que Logan pueda ver mi cuerpo desnudo. Esto está haciendo una declaración.
—Mierda... Isabel... eres tan increíblemente sexy que es difícil respirar cuando
te miro. —Su voz es un murmullo sedoso.
Invoco cada onza de coraje que tengo. Lo alcanzo. Mi dedo índice se engancha
en la presilla del cinturón y lo atraigo más cerca. Sus ojos se estrechan, sus fosas
nasales se dilatan y su manzana de Adam sube. Siento necesidad, tal necesidad
ardiente, furiosa e innegable. Estoy ardiendo de necesidad. Las puntas de mis senos
rozan su pecho, y arrastro mis uñas hacia arriba entre nosotros, agarrando el borde de
su camiseta y levantándola. Sus brazos se levantan, y cuidadosamente quito la camisa,
tirándola a un lado. Sin camisa ahora, Logan es impresionante. Al mirarlo, no puedo
respirar.
Mis manos se mueven por sí mismas. Encuentran el lazo y el botón de sus jeans,
sueltan el botón. Está inmóvil, mirándome, respirando pesadamente. Mis dedos
agarran la lengüeta de su cremallera y la bajan, y ahora su bulto se derrama por la
abertura. Mi garganta se obstruye. Mi respiración se detiene.
Tengo que tocarlo. Mis palmas recorren su pecho, bajan por sus costados, y
tallan para agarrarle las nalgas. Tíralo más cerca. Deja escapar un suspiro, palmea mi
cadera y luego sus labios tocan mi hombro.
—Acuéstate en la cama, Isabel. —Su voz es suave, tan cálida como siempre,
pero ahora también insistente.
Es glorioso.
Los tatuajes, una mezcla de imágenes, envuelven sus brazos desde el hombro
hasta el codo. Su cabello está suelto y ondulado, rizado en los extremos, colgando de
sus hombros. Su cuerpo es el de un guerrero, delgado como un látigo, duro como un
diamante y afilado como una cuchilla, cada músculo definido como grabado por una
navaja en mármol. Su virilidad es... Me muerdo el labio inferior mientras lo miro
fijamente. Más largo de lo que tiene derecho a ser, más grueso de lo que esperaba, una
curva interna muy sutil. Quiero tocarlo, envolver mis dedos alrededor, poner mi boca
sobre él y sentirlo contra mi lengua, saborear su piel; Quiero guiarlo hacia mí y sentir
que me penetra.
Lo quiero. Lo quiero.
Se sube a la cama. Se arrodilla entre mis muslos, se inclina sobre mí, una palma
en el colchón al lado de mi cara, la otra enterrada en mi cabello. Sus labios rozan los
míos, una provocación.
Sus dedos atraviesan mi cabello y se rascan hacia abajo para ahuecar la parte
posterior de mi cabeza, y me levanta, acerca mi boca a la suya,
Y me besa…
Y me besa…
Es entonces cuando se recuesta, desliza sus palmas sobre mis hombros, hasta
las laderas de mis senos. Sostiene su peso. Pasa sus pulgares por mis dos pezones a la
vez. Se dobla, besa la piel entre mis senos.
Su boca se aferró a mi pezón, una mano entre mis muslos y tomando mi pecho
con la otra. Chupa, gira su lengua alrededor de mi pezón. Y luego se aleja. Su dedo se
desliza fuera de mi abertura y trae mi esencia con él, untándola en mi clítoris. Me
duele, oh me duele. Me voy a venir. Rápido, y con fuerza.
Me besa por todo el cuerpo mientras baja. El esternón. Vientre. Cadera. Muslo.
Una y otra vez besa mi cuerpo, no falta en ninguna parte. Levanta mi pierna izquierda,
besa la parte posterior de mi rodilla y gimo con el suave y cálido toque de los labios
allí, y entonces está moviendo su lengua y deslizando su boca sobre mi muslo, y gimo.
Un solo movimiento de su lengua sobre mis labios inferiores y me retuerzo, jadeando.
Pero no me da lo que necesito, todavía no. Transfiere sus besos a mi otro muslo,
besando ahora hacia abajo, a mi pantorrilla, con los labios emplumados sobre mi
tobillo.
—Logan… —jadeo.
—Lo sé, cariño. Pero te dije que te merecías ser adorada. Déjame adorarte —
dice mientras me besa el pie.
—Oh Dios. Logan, sí. Por favor. Por favor. —Estoy sin aliento, jadeando cada
palabra. Rogando. Me hace rogar únicamente con la forma que me toca, que me besa.
Mete dos dedos en mi abertura, los desliza profundamente. Los dobla, los
retira, los inserta. Inicia un ritmo de empuje. Su lengua golpea mi clítoris, y me
retuerzo en su lengua, en su lengua, en sus dedos. Me muevo contra él
descaradamente. Entierro mis dedos en mi pelo, me agarro, levanto mis caderas.
—Tan cerca.
Sólo puedo gimotear, sin decir nada, arquearme en la cama y rechinar contra su
boca y sus dedos. Su boca cubre mi núcleo ahora, me chupa el clítoris entre sus labios
y crea una succión, moviéndolo con su lengua, deslizando sus dedos dentro y fuera,
dentro y fuera, su mano libre llega hasta pellizcar mi pezón.
—Ahora, Isabel. Vente para mí, ahora mismo. Déjame sentirte apretarte
alrededor de mis dedos, cariño. Déjame sentir que te acercas tanto que no puedes
respirar —Sus palabras son el catalizador que necesito—. Monta mis dedos, monta mi
boca. Tómalo de mí.
—Sí, así es, justo así. Grita para mí. Vente para mí —susurra contra mi carne—.
Eres tan jodidamente hermosa, Isabel, tan sexy, tan jodidamente sexy.
Arranco mis ojos de los suyos y dejo que mi mirada recorra su cuerpo, trazando
la profusión salvaje de sus brazos tatuados. Hay chicas de calendario, cartas de juego,
rifles de asalto cruzados, letras al estilo inglés antiguo, gorriones, arañas, calaveras,
pistolas, personajes que deben ser de películas, máscaras, todos entrelazados y que
crecen en el tronco de un árbol cuyas raíces se extienden alrededor de su bíceps y del
pliegue de su codo.
Lo rodeo con una mano, deslizo la palma de la mano por la carne blanda hasta
la base, y luego lo rodeo con la otra mano, abarcando la mayor parte de su longitud,
aunque un poco de la cabeza sobresale por encima de mi mano superior. Lo lamo allí,
aplasto mi lengua sobre su punta. Gime, y su agarre se ajusta a mis hombros. Deslizo
mis palmas hacia arriba y luego hacia abajo. Suelto con una mano y acaricio su
longitud desde la punta hasta la base, una y otra vez, aprendiendo su sensación, la
forma en que llena mi puño, la forma en que su piel se desliza y estira. Cómo gime, qué
le hace gruñir. Aprieto suavemente y jadea. No tengo nada dentro de mí, excepto el
deseo. Necesidad. Lo quiero todo de él.
—Quiero hacerlo.
Se retira, hundiéndose para sentarse en sus talones. —Déjame probarte de
nuevo.
Sacudo mi cabeza. —Te necesito, Logan. Quiero tocarte. Quiero hacerte sentir
bien. Quiero esto.
—No tuvo nada que ver contigo. No tiene nada que ver contigo o con cuánto te
deseo —Me inclino hacia él, beso sus labios—. Recuéstate y déjame adorarte también,
Logan.
—Sabes tan bien, Logan —me escucho decirle—. Déjate ir, déjame saborearte
en mi lengua. Dámelo todo.
¿Quién es esa, hablando de esta manera? Nunca he dicho tales palabras. Nunca
he pensado en esas palabras. Sin embargo, salen de mi boca y suenan sexy. Sueno
sexy. Sueno mundano. Femenino. Sensual.
—Is… Isabel —Le falta el aliento, su voz se tensa—. Jesús, ¿qué me estás
haciendo?
—Is. ¿Izzy?
—Is. Me gusta.
De repente Logan nos hace rodar para que esté por debajo de él. Se arrodilla
entre mis muslos, mirándome fijamente, con el pecho levantado. La punta de su pene
pierde líquido, evidencia de su cercanía al clímax. —¿Harías algo por mí?
—Cualquier cosa —Lo digo en serio. Haré todo lo que me pida. Es una locura
sentir tan fuerte tan rápidamente, pero lo hago.
—Tócate.
—Quiero ver cómo te haces sentir bien. Será tan sexy verte —Se hunde para
sentarse en sus espinillas, y su erección se levanta alta, dura y orgullosa. Es enorme, y
suplica por mis dedos, mis labios. Mi corazón—. Así, Is. Mírame.
Enrolla una mano alrededor de su grueso eje, y su puño se ve tan duro y tan
grande así, tan áspero. Debería ser mi mano la que estuviera ahí, no la suya. Pero hace
calor mirándolo. Se acaricia a sí mismo lentamente, con un golpe de puño. La cabeza
sobresale, la piel se estira hacia atrás, y luego vuelve a subir la mano. Pulsa la punta, y
luego baja el puño de nuevo.
Oh...
Oh, Dios. Su cara, mientras hace esto. La forma en que sus ojos se estrechan. Su
mandíbula se aprieta. Su pecho se expande y se contrae mucho. Sus testículos cuelgan
y se balancean bajo su puño.
Es casi involuntario cómo mis dedos se deslizan por mi vientre y entre mis
muslos. Me duele el corazón, viendo cómo se da placer a sí mismo. Tiemblo, me
estremezco, me quemo. Tengo que tocarme, aunque sólo sea para aliviar la presión.
Un rayo me golpea al tocar tres dedos en mi clítoris.
Mantengo una mano entre mis muslos acariciándome en círculos cada vez más
rápidos, pero tengo que tocarlo. Le quito la mano y la sustituyo por la mía. Nos
acaricio a los dos, y él mira.
Mi mano es un borrón en picado alrededor de su grosor, bombeando arriba y
abajo, y arriba y abajo, cada vez más rápido. Gime, yo gimoteo, y se mete en mi mano,
metiendo la mano en el puño. Estoy rechinando contra mis dedos, y siento que mi
clímax se acerca, siento que no sólo las montañas están a punto de chocar, sino los
continentes. No puedo respirar y no puedo parar, y todo lo que veo es su cara, sus
increíbles ojos azules, su pecho agitado, sus tatuajes y su erección en mi mano, y mis
propios dedos dando vueltas desesperadamente.
—Oh mierda, Isabel. Estoy muy cerca —gruñe entre dientes—. Me encanta ver
tu mano en mi polla.
Polla. Su polla. Una nueva palabra. La he escuchado antes, claro, pero nunca la
he dicho. —Me encanta tocar tu polla. No puedo esperar para ver cómo te corres,
Logan.
—Si sigues hablando así de sucio voy a venirme incluso más rápido.
—Joder, sí —dice—. Es sexy. Todo en ti es sexy. ¿Pero esto? Lo más sexy del
mundo.
Lo atraigo más cerca, se levanta un poco, planta una rodilla al otro lado de mi
cuerpo y ahora puedo probarlo y tocarlo al mismo tiempo. Me lo llevo a la boca, lo
acaricio por la raíz, sigo tocando mi clítoris y gimo, él jadea. Lo siento tensarse, su
cuerpo apretarse.
—Mmmmmmm. —Es todo lo que puedo decir, porque estoy lidiando con mi
propio orgasmo, porque estoy muy concentrada en el suyo para formar palabras y
porque quiero su polla llenando mi boca.
Empuja, y me gusta.
Lo pruebo.
Gruñe, y su semilla brota de él. Lo veo salir a chorros entre mis dedos,
deslizarse sobre mis nudillos y salpicar en mis pechos. Él mira esto también y gime, se
mete con fuerza en mi mano, me inclino hacia arriba, lo tomo en mi boca y lo chupo
mientras gruñe una maldición, metiéndose en mi boca.
Todavía viniéndose, ahora dispara su corrida a mi lengua.
Lo dejo caer libre por última vez y se hunde, y una gota se escapa de él; con sus
ojos en los míos, me inclino hacia adelante, extiendo mi lengua y la lamo.
Pero se está agachando para acostarse, así que tengo que soltarme. Un
momento de silencio entonces, salvaje y tenso, mientras nos tumbamos uno al lado del
otro.
Su brazo se agarra debajo de mí, y estoy rodando hacia él, mi cara presionada
contra su pecho. Estoy a su lado izquierdo, y puedo oír su corazón latiendo: pum, pum,
pum, pum; un timbal, martilleando bajo mi oído. Su brazo se aprieta, me acerca aún
más. Me eleva, me pone encima, así que estoy medio sobre él, medio en la cama. Me
acuna, su brazo es una banda tensa sobre mi hombro, a través de mi espalda, su gran y
áspera palma ahueca un globo de mi trasero. Mi muslo está sobre el suyo. Mi mano
está sobre su pecho.
—Mejor —dice.
No puedo respirar.
Me está sosteniendo.
Solo sosteniéndome.
Y por supuesto, Logan está sintonizado con mi situación. —Isabel, cariño. Estás
temblando como una hoja. ¿Qué te pasa?
—¿Qué es?
—Solo lo es. No lo sé. —Estoy siendo tan emocional de repente. Atrapada por
algo tan intenso que no puedo comprender su alcance. Estoy al borde de las lágrimas,
y parece que no las puedo detener, aunque lo último que quiero hacer es llorar luego
de esta increíble, sensual y sexual experiencia.
—Hey, hey —Me toca la barbilla, inclina mi cara hacia arriba para mirarlo—.
¿Son lágrimas buenas o malas?
Sólo puedo encogerme de hombros. —No lo sé. No está mal. Eso fue tan
increíble, y ahora esto.
—Sólo déjame abrazarte. Está bien —Suspira—. Puedes llorar. Está bien. Lo
que necesites, está bien. Sólo déjame abrazarte.
—No sé cómo.
—¿No sabes cómo hacer qué? —Sus labios rozan los míos, no un beso, sino un
recuerdo de un beso, una promesa de un beso por venir.
Sabe exactamente lo que quiero decir, y no le gusta. Pero no dice nada. Sólo
aprieta su brazo alrededor de mí, amasa sus dedos en el músculo de mi nalga, lo
acaricia, baja para agarrar uno de los globos, alisa su mano sobre ambos, como si no se
cansara de tocar mi trasero.
No me dice qué está haciendo, así que me quedo donde estoy. Vuelve con
cuatro botellas de cerveza en una mano y una bolsa de patatas en la otra. Arregla las
almohadas detrás de nosotros y nos sentamos juntos, con una delgada sábana en
nuestros regazos. Me da una de las botellas de cerveza, coloca la bolsa de patatas en el
espacio entre mi cadera y la suya, y coloca otra película.
Y yo lloro.
Sollozo, en realidad.
Tan dulce, tan triste, tan romántico. Me deslizo y coloco la bolsa de patatas lejos
y me acurruco más cerca de Logan, él envuelve su brazo a mi alrededor de nuevo. Esta
vez, su mano alcanza mi pierna, agarrándola de manera posesiva, acariciando arriba y
abajo, haciendo que me pregunte en el fondo de mi mente si planea tocarme de nuevo,
si hará su camino hacia arriba. No me inquieto, pero quiero.
Nos alcanza más cerveza y una caja de fresas, las cuales nos comemos
agarrándolas por las hojas y mordiéndolas.
Estoy mareada, un poco borracha y ligeramente feliz.
Encuentro mi mano patinando sobre su estómago, bajo la sábana plana que nos
cubre. Buscando la piel.
Y luego, con una mirada hacia arriba, me atrevo a tocarlo primero. Me sonríe,
me agarra el trasero, lo amasa, me da un toque casi pero no suficiente entre las
mejillas, haciéndome retorcer y jadear. Tengo una mano alrededor del grosor de su
polla, y veo como se endereza, se engrosa, se erige completamente en mi mano.
Sólo sé que me duele por necesitarlo, por querer su toque, que estoy
desesperado por verlo y sentirlo explotar porque puedo hacerlo sentir mejor de lo que
nunca se ha sentido.
Y luego desliza sus dedos resbaladizos de esencia fuera de mi raja y los arrastra
hacia abajo. Sus ojos se encuentran con los míos. —¿Alguna vez alguien te tocó aquí?
—pregunta, y me toca en un lugar sensible y prohibido.
Presiono mis talones en el músculo duro de sus hombros y empujo hacia abajo
con mis caderas, abriéndolas aún más. Su toque en mi trasero es todavía muy suave,
cuidadoso. Pero insistente. Igualando el ritmo de su lengua, la succión de sus labios
alrededor de mi clítoris. Siento otro orgasmo brotando dentro de mí duro y rápido,
subiendo como la marea, inevitable, poderoso. Este, quizás, más potente que cualquier
cosa que haya sentido en mi vida. La punta de su dedo toca, presiona, hace círculos, y
me retuerzo. Jadeando. Lloriqueando.
—¿Fuerte?
—Sí, Logan.
Asiento. —Sí.
—No. Nunca.
—Maldice, Isabel. Di todas las palabras sucias que sepas —Lame mi clítoris, y
tiemblo, me duele, tiemblo—. Grita mi nombre cuando te corras.
—Logan... —Quiere malas palabras. Quiere que sea sucia—. Esto se siente tan
jodidamente bien, Logan. Me voy a venir tan duro.
Él mueve su dedo, y gimoteo fuerte. —¿Esto? ¿Te gusta esto? A mi chica sucia le
gusta que le toque el culo.
Me destrozo.
—¡Logan! —grito.
—Quiero hacerlo, tan mal. Sé que tú también lo quieres. Pero no creo que
debamos hacerlo, todavía.
Su pulgar me limpia los ojos. —No llores, Isabel. Por favor —Su voz es baja,
tranquila, suplicante—. Es todo tan difícil de explicar.
—Puedes poner tu boca sobre mí, y dejar que te chupe, y puedes meter tu dedo
en mi... —Es difícil decirlo en voz alta, pero me obligo a decir lo que pienso, sin rodeos
y sin filtro—. Puedes meterme el dedo en el culo. Puedes correrte en mis pechos.
Puedes lamer mi coño. ¿Pero no puedes tener sexo conmigo? —Me siento orgullosa de
mí misma por decir esas palabras, por hablar con tanta audacia.
Cierra los ojos, los aprieta con fuerza, exhala un fuerte suspiro. —Isabel…
—Todo hasta ahora, ha sido increíble. Tú eres increíble. Eres un sueño. Eres
mucho más, en todos los sentidos, que cualquiera que haya conocido. Me agobias. —
Me toca el pómulo con el pulgar—. Siento que me estoy ahogando, a veces, como si
fuera un océano, y sólo estoy tratando de mantenerme a flote. Y... la cosa es... Quiero
ahogarme en ti. Me gusta cómo se siente. Perderme en ti. Me siento como Dios, es
difícil ponerlo en palabras. Como si no hubiera nada más, nadie más, como si el mundo
no existiera. Siento que en este momento podría estar contigo, hacerte el amor,
tocarte y hacerte sentir bien, y no habría nada más que nosotros para siempre. Podría
hundirme en ti, y desapareceríamos el uno en el otro. Sólo seríamos nosotros.
Sus ojos vacilan, pasan de mis ojos a mi boca, de vuelta a mis ojos. —Hay más
que sólo nosotros, Isabel. No puedo ignorar eso. Quiero hacerlo, pero no puedo. Hay
tantas cosas que han pasado antes de este momento, y ambos lo sabemos. Hay... tantas
cosas. —Respira, largas y profundas respiraciones, como si se ciñera a decir una
verdad desagradable—. Te deseo, Isabel.
—Déjame decir esto, ¿vale? Primero, tienes que entender que no te estoy
rechazando. Te quiero a ti. Quiero esto. Nos quiero a nosotros. Y esto es honestamente
la cosa más difícil que he hecho. Decir que no, es más difícil que cualquier cosa que
haya tenido que hacer, y lo digo en serio. Veo que te duele, y lo odio más que nada.
Respiro. —Me dijiste que preferías una verdad desagradable a una mentira que
suena bien. Bueno, yo también, Logan. —Me siento, trayendo la sábana sobre mi
pecho y mirándolo—. Así que dame la verdad.
Deja que el silencio cuelgue por un momento. —Te has alejado de mí por él dos
veces, Isabel. No te lo reprocho. Creo que entiendo tu posición tan bien como
cualquiera puede hacerlo. Pero... hasta que no esté seguro de que no te alejarás de mí
por él una tercera o cuarta vez, yo... No puedo comprometerme hasta el final. Te
quiero. Pero no quiero compartirte.
Sólo me mira. Hay tristeza en sus ojos azules. —Sí, Isabel. Puedo hacerte venir
con mis dedos y mi boca. Puedo tocarte y besarte… Puedo hacer todas esas cosas. Y si
te alejas de mí, sobreviviré. Tendré esos recuerdos, para bien o para mal; nunca
olvidaré este tiempo contigo, pase lo que pase después. —Se detiene a pensar—. Si
fueras una chica con la que paso el tiempo, no estaríamos teniendo esta conversación.
Pero tú... significas algo para mí, Isabel. Si se tratara sólo de atracción sexual, estaría
dentro de ti ahora mismo. Lo deseo tanto que puedo saborearlo. Puedo sentirnos,
Isabel. Pero sé sin lugar a dudas que, si tenemos sexo, no será sólo tener sexo. Cuando
lo hagamos, significará... todo. Para los dos. Y cuando lo hagamos, sé que no podré
dejarte, y no podré dejar que te vayas, y no sobreviviré si te alejas de mí.
—No me iré.
Sus ojos brillan. —No puedes decir eso. Tú y Caleb tienen asuntos pendientes.
Tú lo sabes, yo lo sé, y él lo sabe. Y no puedes prometerme que, si te vuelves a
encontrar con él, me elegirás a mí en vez de a él.
—Di que me equivoco, Isabel —Me toca la barbilla y tengo que mirarlo. Su
mirada añil es la cosa más torturada que he visto nunca. Le creo cuando dice que esto
es lo más difícil que ha hecho. Veo el dolor en sus ojos—. El sexo significa algo, cariño.
Lo es. La gente finge que no es así. La gente finge que puede follar con mil personas
diferentes y que nada de eso significa nada, que sólo es hacer lo que se siente bien.
Pero si encuentras a esa persona que resuena con la música de tu alma, cuando
encuentras a esa persona cuya sola presencia ocupa todos los espacios de tu corazón y
hace que tu alma cante, hace que tu cuerpo se sienta más vivo y hermoso y amado de
lo que nunca has sentido, te das cuenta de que el sexo sí significa algo. Soy culpable de
abaratarlo, como todos los demás. Pero sé que no es así. Si el sexo no tuviera sentido,
si sólo fueran hormonas, fluidos, feromonas y unos pocos minutos de placer, no haría
daño cuando nos engañan. Pero sí que duele, porque significa algo. Cuando Leanne me
engañó, se rompió algo dentro de mí. Lo intenté con Billie, pero cuanto más tiempo
pasaba, más me daba cuenta de que estaba aislado, y que nunca había invertido en
ella, o en ninguna idea de un nosotros entre ella y yo. Fue sexo casual, sólo con una
persona durante un largo período de tiempo. Pero seguía siendo vacío y sin sentido, y
no llenaba nada dentro de mí, no resonaba. Pensé que Leanne y yo resonábamos, y ella
me demostró que estaba equivocado.
—Sé que lo hacemos. Tan poderosamente, que hace una broma de lo que creí
sentir con Leanne. Pero ahora conozco el poder de eso. Sé lo mal que me puede
destrozar cuando... si sale mal.
—Ni siquiera sé qué decir —Estoy herida. Estoy enfadada. Y también soy muy
consciente de cuánta razón tiene. Y eso me hace sentir más enfadada—. Necesito un
minuto.
—No me voy —le digo—. Voy a ir a tu patio trasero. Yo sólo... Necesito tiempo.
—¿Qué?
Sus ojos se posan sobre mí. Mis pezones están duros, pinchando la tela. El
dobladillo llega a la mitad del muslo, y cuando me alcanzo para cepillarme el pelo de
los ojos y tirar de él en una cola de caballo, el borde sube y desnuda mi núcleo.
Estoy mareada por la necesidad. —Logan... me has hecho sentir tan bien.
Déjame tocarte.
—Soy débil, Isabel. Te quiero, y estoy tratando de hacer lo que es correcto para
los dos.
Suspira con fuerza. —Joder, Isabel. ¡Joder! Te deseo tanto, maldita sea.
—Te deseo tanto como a ti, Logan. Más. No puedo respirar por eso. —Me
acerco a él, toco su mandíbula con mis labios.
Sé lo que dijo, y una parte distante de mí sabe que tiene razón, pero así,
besando su piel, su erección en mi mano, todo lo que sé es el deseo.
Lo toco, y entre los dos, agarro su grosor y lo envuelvo con suaves y rápidos
golpes de mis dedos, de la raíz a la punta. Levanto mis caderas. Las suyas permanecen
duras, inmóviles.
Su frente toca la mía. —No, Isabel. No hasta que seas mía, y sólo mía.
—Isabel.
Llevo su cara a la mía y toco mis labios con los suyos. —Ssshhh. Sólo esto,
Logan. Dame esto, al menos.
Alguien tóxico.
Pero necesito esto, al menos. Esta pretensión, esta imitación. Este juego de
fingir, en el que él está encima de mí y se mueve como yo quiero que se mueva, y
puedo sentirlo, puedo acariciar su columna vertebral y enterrar mis dedos en su pelo
y agarrar el montículo flexible de músculo que es su culo. Puedo sentir que se mueve,
oigo su respiración cambiar para estar aún más desesperado y puedo sentir que se
espesa entre el anillo de mis dedos.
—Isabel... mierda...
—Logan, déjalo ir. Déjame tenerlo. Déjame sentirlo. Déjame sentirte. Quiero
tanto de ti como pueda conseguir. Incluso esto.
Gime y se queda quieto, tenso y tirante como una cuerda de piano. Tomo el
control, hundiendo mi puño alrededor de él duro y lento, de la raíz a la punta, y sus
caderas se flexionan. Observo entre nuestros cuerpos el momento en que se suelta.
Salpica su semilla caliente en mi vientre, gimiendo, y lo veo suceder, lo veo
desatarse y veo el semen salir de su polla y ver que raja de blanco a través de mi piel
oscura. Lo acaricio rápido y se viene y se viene, y lo observo, sin perder un solo
segundo. Su frente está presionando fuertemente contra mi hombro, y sus brazos son
barras duras junto a mi cara, y me retuerzo para besar uno de sus bíceps. El otro. Y
luego acaricio su pómulo con mis labios, y él presiona su boca contra la mía,
Y me besa…
Y me besa…
Y me besa.
—Isabel.
—Quería mucho más para ti que esto —dice, sin mirarme—. Te mereces... todo.
Mejor que... esto.
Él me mira, y aún ahora sus ojos vagan por mi cuerpo, mis pechos, la sombra
entre mis muslos. Luego su mirada se dirige a la mía. —No me arrepiento. Sólo quería
más para nosotros.
—¿Entonces por qué se siente como un adiós? —Finalmente se sienta, con los
antebrazos apoyados en sus rodillas, con los dedos enganchados.
Así es, ¿no es así? La realización hace que me duela el pecho. —¿Por qué nunca
pasamos más de unas horas juntos, Logan?
—No lo sé. Ojalá lo supiera. Ojalá supiera cómo... cómo arreglar esto. Tú. Yo.
Nosotros. Todo. Pero no puedo —Gira, y sus rodillas rozan mi cadera y mi muslo. Me
quedo como estoy, mirándolo, bebiéndolo. Memorizando sus rasgos, este momento,
este sentimiento—. Has llegado tan lejos de la mujer rota y misteriosa que conocí en
esa estúpida subasta. Pero aún tienes un largo camino por recorrer. No puedo hacer el
viaje por ti. No puedo tomar las decisiones por ti. No puedo enfrentarme a Caleb por ti.
No puedo liberarte de él. Él te dejó ir, Isabel. Pero no te liberó. No lo hará. No es ese
tipo de hombre. Simplemente no lo es. Tienes que liberarte a ti misma, y no puedo
ayudarte con eso. Te quiero, pero también sé que todo lo que pueda haber entre
nosotros sólo puede funcionar si eres fuerte e independiente y completamente tu
propia persona.
—¿Logan?
Me mira. —¿Hmm?
—Dime lo que sabes sobre Caleb. Dime lo que pasó entre ustedes.
Él mira hacia otro lado, por la ventana. El gris tiñe el cielo. El agotamiento se
arrastra por los bordes de mi mente.
Pasan los momentos y empiezo a preguntarme si no me va a contestar. Pero
entonces habla. —Yo estaba cambiando casas, todavía. Haciendo una matanza en ellas,
también. Tenía buen gusto, y un ojo para las casas que se remodelaban bien y las que
no. Estaba llegando al punto en el que empecé a contratar a gente para hacer el
trabajo de construcción, y sólo escogía las casas, las compraba y vendía las que se
remodelaban. Y luego me arriesgué con una enorme mansión que había sido
embargada. Estaba en las afueras de Chicago, en esta comunidad cerrada. Unos seis o
siete acres. Era un maldito desastre. Había sido propiedad del banco durante varios
años; nadie la quería. Era vieja, algunas tuberías habían reventado, y era simplemente
fea, ¿sabes? Ese tipo de decoración demasiado llamativa que los ricos creen que
necesitan para mostrar lo ricos que son. Alfombras de felpa burdeos, manijas de
puertas chapadas en oro, gruesas nogales oscuros por todas partes, demasiados
muebles y poco espacio en el suelo. Feo como la mierda, pero tenía unos huesos
preciosos. Era un proyecto enorme, por lo que nadie lo quería, ¿sabes? Realmente fue
un trabajo completo; todo el césped tendría que ser arrancado porque estaba todo
lleno de pasto cangrejo, todas las camas estaban cubiertas. La mayoría de las casas
tienen un punto dulce alrededor de doscientos o trescientos mil como precio máximo
de compra. Una vez que se llega a un nivel más alto que eso, se entra en un nuevo nivel
de cosas. Compras a cuatrocientos o quinientos, para obtener un buen retorno tienes
que empezar a ver un precio de venta cercano al millón, y ese nivel viene con sus
propias complicaciones. Bueno, esta propiedad era un gran riesgo. La conseguí por
cuatrocientos, porque estaban jodidamente desesperados por descargarla a cualquier
precio. Era una gran parte para mí, y sabía que me tocaba al menos la mitad de los
costos de Reno. Valía fácilmente el doble de lo que pagué por ella, basándose en los
precios de venta anteriores de esa propiedad y las compensaciones de la zona. Así que
fui a por ello. Destripé el lugar, arranqué cada palo del suelo, derribé cada pared no
portadora, las escaleras, los techos. Arranqué todo el paisaje. Quiero decir, que lo llevé
hasta los huesos. Esto fue seis meses después de que descubrí que Leanne me
engañaba con Marcus, el hombre que había sido una especie de mentor para mí, así
como mi socio. Me fui sin nada más que lo que había ahorrado y la devolución de la
casa que estaba terminando. Y este gran riesgo era el primer trabajo que hacía sin
Marcus. Estaba en una mala situación. Jodido emocionalmente, teniendo recuerdos de
la guerra, sin dormir. Me metí en un lío, de verdad. Mirando atrás, debería haberme
hecho más pequeño. Hice un par de propiedades del tipo con el que estaba
familiarizado. ¿Una mansión de diez mil pies cuadrados en seis acres, una que
necesitaba una completa reconstrucción? Fue una idiotez por mi parte.
Me mira. —En serio, nena, ten paciencia conmigo. Ya casi he llegado a las cosas
interesantes. Una vez que las compañías que compré estaban dando beneficios, las
vendí. No me interesaba el funcionamiento del negocio, sólo la compra, mejora y
venta. Sin embargo, mantuve la cadena de negocios de ese tipo. Algo así como fuera de
la posteridad o algo así. Murió unos meses después de que lo compré, pero sigo siendo
dueño de todos esos negocios. Bueno, de todos modos, seguí haciendo inversiones
cada vez más grandes. Comprando compañías más grandes para obtener mayores
ganancias cuando terminé vendiéndolas. Finalmente, el negocio me llevó a Nueva
York. Una empresa de investigación y desarrollo que trabaja en la tecnología del
futuro para teléfonos móviles y cosas así. Mejores pantallas táctiles, pantallas
holográficas, todo tipo de cosas que no veremos durante años, incluso ahora. El dueño
de esa compañía, justo después de que firmamos el trato, me apartó. Dijo que tenía
una buena pista para mí. No podía decirme mucho, pero era una oportunidad de
comprar una compañía con un verdadero potencial de ganancias. Millones, dijo.
Cientos de millones. Bueno, por supuesto que yo era escéptico. Si alguien dice una
mierda como esa, tienes que tirar algo de lado, ¿sabes? Como, ¿cuál es tu punto de
vista? Me puso en contacto con Caleb. La oportunidad de inversión era una
participación en una compañía de comercio de futuros. Acciones. Es difícil de explicar
si no estás en el negocio. El punto es que hay un montón de dinero en los futuros, si lo
haces bien. Parece que Caleb lo hace bien. Esto era nuevo, para mí. Yo todavía era un
constructor, esencialmente. Construía negocios en lugar de edificios. Acciones,
futuros, índices de mercado... Todo era nuevo.
Una larga pausa ahora. Un suspiro. —Estaba muy metido con Caleb antes de
darme cuenta de que estaba manipulando cosas, información privilegiada, espionaje
corporativo. Todo tipo de mierdas sucias. Me cabreó. Me enfrenté a él.
Exhala fuerte.
—Mierda, lo siento. Tienes razón. Pero lo que quiero decir es que crecí pobre
como la tierra. Faltar a la escuela, fumar marihuana, correr en una pandilla. Vi tipos
con sobredosis, vi a mi mejor amigo morir delante de mí por culpa de las drogas. Así
que, ese tipo de crímenes, tienen víctimas, para mí. Veo los efectos. Son inmediatos. Si
vendes coca, eso significa que alguien está enganchado a la coca. Y si alguna vez has
visto a un cocainómano de verdad, no es bonito. Así que nunca haría esa mierda.
Nunca vendería drogas. Pero remodelar casas, eso fue un trabajo honesto y duro.
Ganaba dinero decente, y nadie me disparaba, no iba a pisar o conducir un artefacto
explosivo improvisado, o a disparar un cohete a mi helicóptero. Pero no era, como,
lucrativo. Estaba ganando buen dinero, pero todo volvió a la siguiente vuelta. Así que
cuando hice esa gran venta y estaba realmente lleno de dinero real, quería salir. Tenía
esa propina en una instalación de repuestos, y olí el dinero, ¿sabes? Siempre hay
dinero en la tecnología. Siempre. Sólo tienes que descubrirlo y averiguar cómo
venderlo. Bueno, hice el trato con Caleb escéptico, pero al principio parecía legítimo. Y
era mucho dinero. La idea de un gran pago, como dos o tres comas y un montón de
ceros en tu cuenta... Para una rata de barrio y un ex-gruñón como yo, era una
oportunidad que no podía dejar pasar. Y me hizo trabajar gradualmente, como cuando
se cocinan las ranas, ¿sabes? Las metes en el agua, la mantienes caliente, y
gradualmente subes la temperatura hasta que se cocinan, y nunca se dan cuenta. Caleb
hizo eso conmigo. Me enganchó, poco a poco.
Él mueve la cabeza. —Sí y no. Sabía que lo que hacía estaba mal después de
cierto punto, pero para entonces estaba ganando tanto dinero que no podía volver a
salir. Una vez que estás despejando un millón aquí, un millón allá, es difícil de parar.
Así que, en ese sentido, no, no culpo a Caleb. No puedo. Todo fue cosa mía. Pero sí lo
culpo por tenderme una trampa, dejando que yo, y las otras doce personas que fueron
a la cárcel, asumieran la culpa por él. Pero de nuevo, fuimos los idiotas que dejamos
que nos tomaran, así que ¿podemos culpar a alguien más que a nosotros mismos por
eso, al final?
—Entiendo tu punto. Es una manera muy madura de verlo, debo decir.
Un resoplido de risa. —Tuve cinco años para pensar en ello. Al principio, sí,
obviamente le eché toda la culpa a Caleb. Pasé horas soñando con la forma de
vengarme de él cuando saliera. Pero a medida que pasaba el tiempo y empecé a
pensar en ello, llegué a las conclusiones que acabo de compartir contigo. Sí, es
culpable, y le hago responsable de ir a la cárcel. Pero la verdadera culpa recae sobre
mis hombros. Tanto por hacer negocios sucios como por ser un idiota al respecto. No
me malinterpretes, todavía estoy enojado con él, y lo estaba aún más cuando salí. Fui a
buscarlo, planeando exigir algún tipo de venganza, supongo.
—¿Cómo lo encontraste?
Pienso en Rachel. —Conozco a una de las chicas del programa ahora mismo.
Cuando me escapé de Caleb la primera vez, me escondí en su apartamento. Las chicas
del programa viven en la torre, secuestradas en estos apartamentos. Son todas como
esa chica, la latina que se casó con el rico informático. Drogadictas y prostitutas
viviendo vidas sin salida, y Caleb las encuentra y las pone en su programa. Es
básicamente dejar las drogas, educarse, aprender a funcionar en una sociedad normal,
cómo ser una buena acompañante, básicamente. Un acompañante, una novia.
Sacudo la cabeza. —Según Rachel, no. Si hay sexo, siempre es su elección. Por
supuesto que eso se espera si se convierten en una novia, o en una compañera a largo
plazo, pero no es parte del contrato, explícitamente. No se permite al cliente proponer
a las chicas, y no hay dinero que se intercambie directamente entre el cliente y las
chicas. El cliente paga a Servicios Índigo, que toma su parte, y luego paga a las chicas.
—Así que básicamente son contratistas.
—Supongo que sí. —Hay mucho más en esto, tantas capas, y no sé cómo
ponerlo todo en palabras.
Me encojo de hombros. Trato de respirar. —Las chicas. La cosa del sexo. Hay
algo más. Caleb… las entrena. Sexualmente. Así que cuando se convierten en
compañeras y novias a largo plazo, saben cómo complacer. Cómo ser buenas en el tipo
de sexo que les gusta a los hombres.
—Así que a los clientes no se les permite follar con las chicas, porque son de
Caleb. —Esto está redactado como una pregunta, pero dicho como la más amarga de
las declaraciones.
—Significa que... ¿descubriste todo esto por accidente? ¿Oíste a Caleb teniendo
sexo con otra chica? —pregunta.
Asiento. —Bien —Trago con fuerza—. Una vez visité a Rachel, porque éramos
una especie de amigas, y necesitaba a alguien que no fuera Caleb para hablar.
Apareció, y me pilló mirando. Escuchando. Así que él... me obligó a mirar mientras
terminaba. Con Rachel.
—Isabel. Dios —Logan se limpia la cara con ambas manos—. Esto está jodido
en muchos niveles.
Pero Logan, oh... él ve. Sus ojos, cristalinos e índigos me perforan como bisturís
que rebanan el tejido. Abriéndome y revelando mis secretos para que los vea.
—Isabel —Su voz tiene esa nota de calidez. Esa capa de comprensión—. No hay
nada que puedas decir, nada que puedas hacer, ninguna verdad que pueda cambiar
mis sentimientos por ti. ¿Lo sabes?
Logan sigue desvelando los secretos que no puedo decir. —Tú no... querías esas
cosas. Pero tenías curiosidad. Y Caleb es un hijo de puta perceptivo. Puede leer a la
gente tan fácilmente como tú lees libros. Así que él vio eso. Vio tu curiosidad. Y es un
bastardo manipulador, así que lo usó en tu contra. Usó tu curiosidad como excusa para
forzarte a hacer esas cosas y hacerte sentir como si te lo hubieras buscado. Que tal vez
sí lo querías y no sabías cómo decirlo. Como que tal vez eras tú todo el tiempo, y no él.
—Caleb no lo hace.
Tengo que dejar que un silencio cuelgue hasta que pueda forzar las palabras. —
No sé si eso es cierto. Creo que sólo le importa que yo sea la versión de mí que él
quiere que sea. La versión que él creó, más que la versión en la que me estoy
convirtiendo.
Los labios tocan mi columna entre mis omóplatos. —Y me preocupo por ti, por
quién fuiste y quién eres y en quién te estás convirtiendo. Todos esos.
—Lo sé.
—No sé qué es lo que hay entre Caleb y yo. Ojalá lo supiera, para poder acabar
con ello.
—Yo también —dice otra vez—. Pero hasta que no haya un final entre tú y
Caleb, no puede haber un principio entre tú y yo.
El silencio que se produce entre nosotros está lleno de dolor. Esto duele. Peor
que cualquier cosa que haya sentido nunca, esto duele. Mi garganta se cierra, y mis
ojos me pican. Es difícil respirar por el peso del dolor en mi pecho. Por el peso del
adiós que se balancea como un péndulo de mil libras entre nosotros.
No tengo nada más que decir. No hay más palabras. Dejo la cama de Logan y su
habitación, y me doy una ducha. Me tomo mi tiempo, frotando cada centímetro de mi
cuerpo cuidadosamente. No quiero hacerlo. Incluso ahora, quiero su olor en mí.
Quiero que me marque por fuera como me ha marcado por dentro.
Y aún así, cuando me miro en el espejo de suelo a techo del armario de Logan,
sólo veo a Isabel. A pesar de la ropa familiar, no veo a Madame X. Me veo a mí. Veo a
una persona. Una mujer que se convierte en su propio individuo. Inhalo
profundamente, paso mis manos por la curva de la campana de mis caderas, exhalo, y
voy en busca de Logan.
Se detiene, y sus ojos se posan sobre mí. —Eres tan hermosa, Isabel.
Se encoge de hombros. —No te hace menos hermosa que la primera vez que te
vi en él.
Intento otra respiración, pero mis pulmones no parecen querer inflarse del
todo. —Debería irme.
De hecho, es Len quien aparece desde el banco de los ascensores, con una
expresión inescrutable, envejecida, curtida, rasgos endurecidos fundidos en piedra. No
me saluda, no dice una sola palabra. Sólo hace gestos hacia los ascensores. Asiento con
la cabeza y lo acompaño al ascensor marcado como Privado.
El viaje es largo.
—Compláceme.
Un suspiro, soplado entre los labios fruncidos, los ojos clavados en el techo de
la cabina del ascensor. Un momento de reflexión, en el que Len parece casi humano. —
Luché en la primera Tormenta del Desierto. Reconocimiento Marino. Atrapamos a este
insurgente, yo y dos tipos de mi unidad. Nos escondimos en una pequeña cabaña cerca
de la frontera kuwaití y torturamos al pobre bastardo. Sabía dónde se escondían
algunos generales militares iraquíes de alto rango... y nos dijeron que consiguiéramos
la información por cualquier medio posible. Así que lo hicimos.
—Ya no soy la Madame X, Len. Me llamo Isabel. Y estoy aprendiendo que nadie
es nunca como parece.
Len asiente. —Me parece justo. Le arrancamos las uñas con unos alicates.
Cortamos tiras de su piel con un cúter. Le quemamos los dedos de los pies con un
soplete. Lo ahogamos. Lo golpeamos hasta casi matarlo. Le clavamos alfileres hasta
que pareció un alfiletero, y luego los calentamos con un encendedor.
—Oh sí. El punto de la tortura es causar un dolor tan fuerte que te dirán
cualquier cosa para detenerlo. Así que sí, sobrevivió lo suficiente para cantar sobre los
generales, pero cuando tuvimos lo que necesitábamos le metimos un par de balas en
la parte de atrás de la cabeza.
Len asiente. —Sí, le dimos un doble golpe y lo dejamos para los buitres y las
hormigas.
—Eso es mucho más difícil —Len está en silencio durante mucho tiempo—.
Había una chica. En Fallujah. Una chica local. Nos dirigíamos a pie después de una
redada, y oí gritos. Seguí el sonido, en contra de las órdenes. Descubrí a unos tipos
locales haciendo un tren sobre la chica. Los maté a todos. Tenía algo de moneda local
en uno de mis bolsillos, se lo di todo a ella, y luego le devolví el cuero a mi unidad.
Siempre que pude me detuve y la ayudé. Le llevé dinero, comida, ropa. Todo lo que
pudiera conseguir. Todavía no sé por qué. Supongo que no me gusta la violación. Soy
un hijo de puta malvado, no me malinterpretes. Golpearé, torturaré y asesinaré a los
hombres sin pensarlo dos veces, pero no tocaré a una mujer con violencia, y no
soportaré ver que eso suceda. Puede que sea un bastardo, pero tengo mi propio código
de honor. Tal como es, en cualquier caso.
—Lo has hecho —Me encuentro con el resplandor de Len—. ¿Matarías a Logan
si te lo dijera?
—¿Por qué?
—Porque es peligroso.
—Gracias, Len.
No sé qué voy a decir. Lo que voy a hacer. Estarás aquí pronto y tengo un
millón, un billón de preguntas y respuestas que no conozco, y demandas que no sé
cómo formular. Necesidades que no sé cómo satisfacer. Y todo esto requiere que me
enfrente a ti y no me acobarde, que te hable y no sucumba a tu brujería.
Me paro por largos momentos a sólo tres pasos del colosal espacio que llamas
hogar, el eco, el apartamento de planta abierta que ocupa toda la huella de la torre.
Allí, el sofá. Donde me follaste. Aquí, donde estoy parada, la alfombra bajo mis pies
donde me metiste la polla en la garganta y te corriste en mi cara. El recuerdo aptico es
abrumadoramente fuerte, una punzada en mi mandíbula que me recuerda lo ancho
que tuve que estirar la boca, un fantasma de calor y humedad en mi cara donde
acabaste conmigo. Allí, la cocina, el rincón del desayuno. Me bajaste a tu regazo en esa
silla, la que da al oeste, con toda la Quinta Avenida desplegada para ti. Me bajaste a tu
regazo, me pusiste el puño en el pelo, me tiraste de la cabeza hacia atrás y me
obligaste a mirar al techo mientras empujabas y me mordisqueabas el cuello con tus
puntiagudos dientes. Nunca dijiste una palabra, no me tocaste más que para follarme y
morderme. Fue casi como un castigo. ¿Pero para qué?
Es extraño que recuerde ese encuentro. Me despertaste del sueño a las tres de
la mañana, me arrastraste a la cocina, me quitaste las bragas y las tiraste sobre la
mesa, luego procediste a follarme hasta que llegaste, y luego terminaste. Me
empujaste, me quitaste la ropa interior y la metiste en tu bolsillo. Tiraste lo que
quedaba de tu doppio macchiato, saliste sin mirar atrás. Me volví a dormir, y a la
mañana siguiente me pareció un sueño, fácil de olvidar.
Hay una botella de cristal de algo ámbar en una mesa lateral cerca de una
ventana. Es una pequeña viñeta ingeniosamente elaborada: una pequeña mesa
redonda de madera oscura, una jarra de cristal tallado y dos vasos a juego en una
bandeja de plata, la mesa y la bandeja encajadas contra la pared entre dos ventanas
del piso al techo. Hay dos sillones rellenos que miran hacia la mesa en ángulos
oblicuos, y cada sillón tiene una pequeña mesa cerca de la mano, sobre la que
descansa un cenicero de cristal tallado, un cortapuros de plata y un encendedor tipo
antorcha. A pocos metros de distancia, entre el siguiente par de ventanas, hay otra
pequeña mesa, esta con dos cajas rectangulares, con tapa de cristal. Puros. Abro una
de las cajas, selecciono un puro. Traigo mi puro conmigo y vierto una medida de
whisky escocés en un vaso. Te he visto hacer esto miles de veces. Corto el extremo del
puro con el cortador de platino que está en la mesa de al lado, me pongo el extremo
recién cortado en los labios y lo enciendo, girando el cigarro y soplando como te he
visto hacer. Cuando está encendido alegremente, aspiro un bocado y lo saboreo.
Grueso, acre, casi dulce. Lo apago. Enrollo el humo en mi boca, dejo que se escape.
Juego con él. Pruebo un sorbo de whisky. Esto, ya lo he tomado antes. Pienso en Logan
mientras me pongo el poderoso líquido en la boca y luego lo trago.
Incluso medio desnudo y sudando, eres una obra de arte, perfecta incluso así,
tal vez incluso especialmente así, hecha particularmente para complacer el ojo
femenino. Para irritar la libido femenina.
Tomo un gran trago de whisky para fortificar mis nervios, dejando salir un
aliento al acercarte, todavía hablando en voz baja en mandarín. Te paras a dos pies de
mí, y huelo el sudor en ti. La persona que está al otro lado de tu conversación está
hablando ahora, a juzgar por tu silencio concentrado, y tú bajas la mano, me quitas el
vaso y me robas el resto del whisky.
Gesticula la botella con el vaso como si fuera tu sirviente, enviada a buscar más
para el amo imperioso.
Te vuelves hacia mí. —Buenos días, Isabel. —Esto, desde la cocina, a muchos
metros de donde me siento.
—Es temprano para el whisky, ¿no? —Su voz, tan tranquila, tan profunda, tan
engañosamente hipnótica. Como si mirara fijamente a un sumidero, a profundidades
sin fondo, a la oscuridad, al misterio y al peligro.
—¿Su versión?
Un asentimiento. —Hay dos en cada historia, ¿no es así? —Te pavoneas ante
mí. Sentándote en la silla frente a la mía, con la botella de agua casi vacía en la mano—
. Entró en la situación con los ojos abiertos, Isabel. Sabía exactamente en lo que se
estaba metiendo, pero no fue lo suficientemente listo para no ser atrapado.
—Oh sí. Mucho. Era un peón. Lo usé, lo mantuve desechable, y lo dejé asumir la
culpa cuando la SEC llamó a la puerta. Lo preparé todo el tiempo, lo mantuve aislado,
lo mantuve lleno de dinero, me aseguré de que tuviera las habilidades necesarias para
hacer lo que yo necesitaba. Y lo hizo. Así que lo utilicé. Lo atraje, con anzuelo, sedal y
plomada. Y luego, sí, intencionadamente le preparé para que asumiera su parte de
culpa cuando las cosas se estropearan, como siempre supe que lo harían. Y realmente,
no le tendí una trampa. Sólo me aseguré de que él estuviera al descubierto y yo no. No
lo acusé ni lo incriminé por nada que no hubiera hecho. Si vas a cometer un crimen,
tienes que planear que te atrapen, y tener un plan para escapar cuando lo hagas. Tu
novio era un tonto, Isabel. Y si esperas una disculpa o una explicación por eso, o por
cualquiera de las muchas maneras en que he hecho mi fortuna... bueno, no contengas
la respiración. No me disculparé con nadie, ni por nada.
—Lo cual es decir algo, porque eres un completo misterio para mí.
Te doy mi vaso de whisky, pero me quedo con el cigarro. Es algo que tiene que
ver con mis manos, algo para distraerme de tu belleza. Coge el vaso, gira el contenido
del ámbar, y echa un sorbo. Veo tu nuez de Adán moverse mientras tragas.
Maldito seas por tener razón. —Quiero mi libertad. Quiero ser... una persona de
verdad. Quiero amar y ser amada. Quiero un futuro. —Trago con fuerza contra la
piedra caliente de la emoción que me quema la garganta—. Quiero mi pasado de
vuelta. Quiero... Quiero no necesitarte. No ser adicta a ti.
—¿Eres un djinn, al que debo formular mis peticiones con precisión para no ser
engañada?
—Me debes todo y nada. —Miras el whisky y no explicas más esa afirmación.
Tocas y pasas la pantalla del teléfono varias veces en rápida sucesión, y luego lo
sostienes en tu oído. —Buenos días, Dr. Frankel. Estoy bien, ¿y usted? Bien, bien.
Llamo para ver cuán pronto puede estar en Nueva York. ¿Esa reconstrucción facial
que hiciste hace seis años? ¿La joven? Me gustaría que revierta cierto elemento de ese
procedimiento. Estoy seguro de que eres consciente de lo que quiero decir. Correcto...
Creo que diez millones de dólares es un poco alto, doctor. ¿Qué tal dos? ¿Ocho? Creo
que no. Es un procedimiento muy sencillo, doctor. Le llevará veinte minutos como
máximo. Bien, tres, y arreglaré una noche con una de las chicas en un club exclusivo
que conozco. Muy bien. Mañana entonces. Haré que Len se reúna con usted con el
coche a las diez de la mañana, hora del este, llegadas nacionales a La Guardia.
Excelente. Gracias por su tiempo, Dr. Frankel. —Terminas la llamada con un toque de
tu dedo índice, pones el teléfono en el brazo de tu silla y me miras—. Ahí. Para el
mediodía de mañana, el chip habrá desaparecido.
No puede ser tan simple. Así de fácil. Hay tanto que quiero decir, pero no sé
cómo. Nada encaja. Ninguna de las piezas del rompecabezas encaja correctamente.
Siento pánico al verte alejarte tan fácilmente.
—Pensé que ya habrías superado eso. —No te des la vuelta. Tus manos se
aprietan en los puños.
—Nunca pasaré de eso, Caleb. Necesito escucharlo. —Lo que no digo, una
verdad que no me atrevo a decir, es que dudo de ti.
Dudo de la verdad de la historia. Me pregunto si, tal vez, es sólo eso: una
historia. Una ficción que fabricaste para atarme a ti. Pero tengo que oírla, una vez más.
Como Isabel.
Te mueves con pasos lentos y ligeros hacia una ventana. Apoyas un antebrazo
contra el marco, y tu frente contra tu brazo. —Era tarde. Pasada la medianoche, creo.
Estaba lloviendo, y lo había hecho durante horas. El mundo entero estaba mojado.
Sacudo la cabeza. —No. No más que nunca, sólo impresiones débiles, como el
recuerdo de un sueño. Algunas cosas son más... viscerales, como el olor de la lluvia. El
olor del hormigón húmedo. Pero yo sólo... sé... lo que significa esa palabra.
¿Ahora? ¿Qué significa eso? Abro la boca para preguntar, pero hablas por
encima de mí, como si te dieras cuenta de que has regalado algo, generando más
preguntas.
—Te aferraste a mí cuando te recogí. Con más fuerza de la que te creía capaz.
Me rogaste que volviera, que volviera. Me aferré a eso. Pero no pude entender por qué
te pregunté qué había allí atrás y te pusiste frenética. Incoherente. Gritando,
golpeando. Estabas sangrando sobre mí, y supe que tenía que llevarte a un hospital
pronto o morirías. Tengo muchas habilidades, pero lidiar con las heridas no es una de
ellas. Así que me agarré a ti y te llevé al hospital más cercano, que estaba a un par de
cuadras de distancia. Era donde ibas a ir, creo. O tratando de hacerlo. No habrías
llegado allí. No en la forma en que estabas. Tal y como estaba, los cirujanos dicen que
apenas llegaste. Habías estado sangrando profusamente durante mucho tiempo —
Haces una pausa, y tus ojos se desvían, desenfocados, mirando fijamente a la memoria.
Algo me dice que me estás diciendo la verdad. Al menos parte de ella—. Nunca lo
olvidaré. Esa noche. Teniéndote en mis brazos. Eras tan frágil, tan ligera. Tan joven.
Sólo dieciséis años, creo. O más o menos. Dieciséis, diecisiete. Una chica, todavía. Pero
ya tan hermosa. Moribunda, aterrorizada, perdida, y tus ojos, cuando te puse en la
camilla al llegar a Urgencias, me miraste con esos grandes ojos negros tuyos y yo
sólo… No pude alejarme. Algo en tus ojos me atrapó. Me necesitabas. Te aferraste a mi
mano y no me soltaste. Seguí a los médicos mientras llevaban la camilla por los
pasillos de Urgencias, hasta el quirófano. No me dejaron volver allí contigo. Creo que
pensaron que era tu novio o marido, que era la única razón por la que me dejaban
llegar tan lejos. Recuerdo tan vívidamente el último momento en que te vi. Estabas
retorcida en la camilla, tratando de verme. Desesperada por mí. Era como si te
conociera. Como si me conocieras. Nunca te había visto antes, nunca te había
conocido. Pero yo sólo... Te conocí. No lo sé. No tiene ningún sentido. Pero no podía
irme. No podía. Salí del hospital, pero era como si hubiera una cuerda atada a mi
alrededor, y tú tirabas de ella, tirando de mí. Así que esperé en la sala de espera de
Urgencias durante las siguientes seis horas mientras trabajaban en ti.
Creo esto. También creo que estás mintiendo sobre algo. No esto, sino algo. Tal
vez mintiendo por omisión. No lo sé. No me atrevo a preguntar. Este es el mayor
detalle que me has dado los miles de veces que me has contado esta historia. Necesito
esto. Lo necesito. Te dejo hablar. Apoyarme contra el cristal en silencio mientras
hablas. Siento como si hubiera estado escuchando durante mil años. Logan, y ahora tú.
Horas de escucha. Estoy tan cansada, tan agotada, pero no puedo apartarme. No puedo
hacer oídos sordos a esto, no cuando contiene la verdad que has mantenido oculta
tanto tiempo.
No recuerdo esto. Pero te estoy mirando. Estoy acostada en una cama. El marco
de la fotografía contiene un poco de riel de plata, almohada, alguna tela azul,
probablemente la bata de hospital. ¿Cómo puedes haberme hecho esta fotografía, con
un aspecto tan fresco, tan sincero?
—Saliste bien de la cirugía inicial. Despertaste después, todo parecía estar bien.
Tomé esta foto. Te acordaste de mí. No hablamos realmente, sólo nos sentamos juntos.
Luego las enfermeras me echaron, diciendo que necesitabas dormir. Y cuando volví al
día siguiente, te habías ido. Dijeron que algo había salido mal durante la noche.
Hinchazón en tu cerebro. Tuvieron que hacerte una cirugía de emergencia, ponerte en
un coma médicamente inducido. No te despertaste de eso por seis meses.
¿Podría?
¿Qué se sentiría? ¿Sentir nada más que rastrojos y cuero cabelludo? No pelo, no
mechones negros y largos.
Sí, lo sé. Oh, sí que lo hago. Y esa es la verdadera fuente de mi rabia. Que no
puedo evitar sentir esto. De alguna manera tu proximidad erradica todo lo que existe
más allá de ti, todo lo que existe fuera de ti y de mí. Tu calor y tu fuerza brutal ocluyen
mi capacidad de recordar por qué te odio, por qué no confío en ti.
—¿Y cómo crees que me siento al verte follar a Rachel? —siseé—. ¿Cómo crees
que se siente por mí, sabiendo que me dejas, que sigues oliendo a mí, y vas a ella?
Acuéstala... pruébala, cógela. Y luego vuelves a mí, y acuéstame, pruébame, fóllame, y
ahora las dos estamos en tu piel. ¿O más, incluso? Las otras chicas de ese piso,
también, tal vez. ¿Hay otras? ¿Otras chicas, en otros edificios? ¿Novias en otros lugares
de la ciudad, que no se conocen? Como la chica de la limusina... ¿cómo se llamaba, la
judía?
—Isabel… —comienza.
—No hay nada que puedas decirme, Caleb. Nada que lo mejore. Nada que me
quite esa traición. Y luego hiciste lo que me hiciste a mí, justo ahí junto a ese ascensor.
La forma en que me usaste —Trago con fuerza contra la rabia y el dolor—. La forma
en que siempre me has usado. Nunca ha sido sobre nosotros. Ha sido sobre que yo te
pertenezca. Siendo tu puta. Sólo que no me pagas en dinero, me pagas en vida. Me
pagas con cosas, con falsos recuerdos y mantras en la noche, viejas historias y medias
verdades. Me pagas con cosas mucho menos útiles o tangibles que la mera moneda,
Caleb. Y no aceptaré más esas formas de pago.
Me murmuras.
—¿Puedes alejarte de esto, Isabel? ¿Qué tan bien nos sentimos juntos? Sí, te
utilizo. Pero me utilizas igual. Aceptas lo que doy y me quitas más. No me detendrás.
No dices que no. Suplicas por más. No con palabras, pero el sexo no se trata de
palabras, ¿verdad? Suplicas por más con la forma en que respiras, la forma en que te
tensas cuando me acerco a ti, la forma en que te arqueas hacia mí. La forma en que
levantas tus caderas cuando te toco. La forma en que gimes cuando te hago venir, una
y otra vez. Te vienes por mí, Isabel —Tus grandes y poderosas manos con tus uñas
cuadradas y bien cuidadas y tus toscos callos se deslizan por mis caderas, uno
raspando hasta la copa de mi pecho, el otro hasta mi corazón—. ¿Recuerdas la
primera vez que te toqué?
Pero cuando tus manos tocaron mi cintura y patinaron para acariciar mis
caderas, no tuve más remedio que soltar el aliento que había estado conteniendo y
fundirme en ti.
Mis siguientes palabras son tontas, atrevidas y muy, muy estúpidas. Pero no
puedo detenerlas. —¿Y todavía me anhelas, sabiendo que otro hombre me ha tocado,
Caleb? ¿Todavía me deseas, sabiendo que otro hombre me ha probado, tocado y
besado?
Te das la vuelta con un gruñido tan salvaje que me pregunto si tal vez eres
realmente un animal disfrazado de humano. Te pasas las manos en el pelo, acechas,
me miras con una rabia desenfrenada tan feroz que me asusta. Una rara mirada a tus
emociones más profundas. Te diriges con pasos furiosos y leoninos a la mesa que
contiene la garrafa de whisky, viertes una enorme cantidad, y la vuelves a tirar de una
sola vez, silbando en la hoguera.
—¿O qué? —pregunto, mi voz tranquila y silenciosa, llena del veneno que me
enseñaste tan bien—. ¿Me golpearás? ¿Me matarás? ¿Me convertirás? ¿Qué harás si
continúo probándote? Eres un hipócrita y un mentiroso, Caleb Índigo. Si es que ese es
tu nombre —La rabia me invade—. Me anhelas, pero no a mí. A mí no, Isabel. Ansías a
Madame X, la mujer sin nombre ni identidad que creaste. Yo era tu golem, Caleb. Lo sé.
Lo veo. Me formaste de arcilla, me cocinaste en los fuegos de tus controladoras y
misteriosas maneras. Pero ahora la arcilla y la piedra se están agrietando y cayendo, y
la verdadera mujer bajo la piel perfectamente formada del golem está emergiendo, y
tú odias eso. Lo odias. Porque no soy la mujer que pensabas que era. Porque ya no soy
completamente tuya.
—Tal poesía, Isabel. Eres muy elocuente en tu ira. —Tu voz es baja, más
delgada y aguda que la hoja de un divisor de electrones.
Eres un leviatán.
Estás ante mí. Mírame fijamente. —No puedes negarme, Isabel. Te alejaste y,
sin embargo, aquí estás una vez más. En mi casa. Tiemblas. Con rabia, sí.
Un paso más cerca, y tu pecho roza las puntas de mis pechos, e incluso a través
de la tela de mi vestido y sostén, mis pezones responden a tu proximidad.
Me cubres mi núcleo con una mano ancha y dura. —Tu coño está mojado —
Muerdes el lóbulo de mi oreja, susurras una sucia verdad secreta contra la cáscara de
mi oreja—. Por mí.
Estoy jadeando para respirar, mis pechos se están hinchando. Mi sangre late
mientras busco en vano la voluntad de resistirme a ti.
Sollozo una vez, y entonces tus labios están sobre los míos y tus manos me
levantan y de alguna manera te has despojado de tus pantalones de chándal y zapatos
y calcetines y estás completamente desnudo conmigo en este espacio de eco con la luz
del amanecer golpeando cegadoramente sobre nosotros, iluminándonos, sin dejar
sombras en las que se pueda ocultar mi debilidad, ninguna oscuridad que pueda
absorber la mancha de mi pecado.
Pero...
Ahora hay un vacío dentro de mí. Siempre estuvo ahí, tal vez, pero ahora lo
siento con más fuerza, ya que me llenaste y no me saciaste.
No puedes soportar estar cara a cara mucho tiempo. Espero, pero no pasará
mucho tiempo antes de que me bajes al suelo, me hagas girar y me presiones contra el
cristal. No sólo mis manos, sino todo yo. Pechos aplastados contra el vidrio frío,
muslos, estómago, mejilla. Desnuda, estoy presionada contra el vidrio para que todo el
mundo lo vea.
Estoy expuesta.
En los últimos minutos, sentí que la tierra se movía, sentí que los grilletes de tu
hechicería se desvanecían.
Me alejo de ti, vuelvo mi mirada al mundo más allá del cristal. Después de un
tiempo el silencio se hace profundo, se vuelve vacío, y sé que te has alejado.
Sales vestido, con el pelo mojado y limpio y la espalda resbaladiza, vestido con
un traje marrón con una camisa azul pálido, sin corbata, desnudando esa astilla de
piel. Me miras fijamente, un ceño fruncido pellizcando tu cara, rasgando una línea en
el puente de tu nariz.
Quiero gritarte. Decirte cuánto te odio. Decirte lo vacía que me siento. Decirte
que todo es diferente ahora, que todo ha cambiado. Yo he cambiado. Si soy adicta, y tú
eres una droga y el subidón se ha agriado.
No digo nada, sin embargo, porque no hay palabras que puedan expresar el
caos que hay dentro de mí.
Ninguno de los dos habla, y después de un momento, te vas. Las puertas del
ascensor se cierran, estrechando mi visión de ti hasta que no queda nada más que las
puertas.
Te permití que me usaras de nuevo. Siento el cáncer como una película de grasa
en mi alma.
No más.
Nunca más.
Me pongo un vestido largo y suelto, me envuelvo en una manta. Paso las horas
con un libro, aburrida, sola y ahogándome en el autodesprecio y la repugnancia.
Finalmente, el día se desvanece y me quedo dormida en un sofá, porque no quiero
estar en tu cama, ni siquiera para dormir.
11
Cortes de lluvia como cuchillos forjados en hielo. Tiemblo, pero no por el frío;
sangro. Saboreo la sangre en mi boca, la siento derramarse caliente y húmeda de mi
cabeza y mi cadera, gotea por mi mejilla y barbilla. Oscuridad. Todo es oscuro. Un pálido
rectángulo de luz de una ventana ilumina una parte de la acera y parte de la calle, el
bordillo entre ellas.
Oigo sirenas. Suenan como los gorjeos de los pájaros prehistóricos, resonando en
los acantilados.
Me duele la garganta, y me doy cuenta de que los sollozos y los gritos salen de mí.
Estoy sola.
Tengo una idea horrible, restos de terror soñados. Vidrio que se rompe, metal que
se retuerce. Navajas abriéndome el cráneo. Martillos golpeando mi cuerpo. La
ingravidez. Oscuridad.
Sangre.
Tanta sangre.
Un íncubo.
Me imagino que puedo ver sus alas extendidas a ambos lados de su húmedo y
musculoso cuerpo, gruesas y enroscadas cosas azotadas como serpientes emplumadas.
Parpadeo, y él es sólo un hombre.
Me esfuerzo, y las bandas de hierro me sostienen. Alcanzo las llamas. Las miro y
veo una mano que se ennegrece. Una manga de camisa crujiente, rizada. Tal vez me lo
imagino todo. Tal vez me imagino las llamas.
Tanto frío.
Me estoy cayendo. Lucho contra la gravedad, porque así son las sombras, y en las
sombras acecha la oscuridad. No sé qué significa ese pensamiento, pero sé que debo
luchar.
Y pierdo.
Me caigo.
A través de la oscuridad sin profundidad, caigo.
•••
—Lo sé. —Me cuesta respirar profundamente una sola vez—. No, no me
toques.
—Isabel... —comienzas.
Corto con mi mano para silenciarte y hago contacto con tu pierna. —No.
Cállate. Eres un íncubo. Mientes.
Un momento de silencio. Y luego tu voz es fría y distante mientras te levantas.
—El Dr. Frankel está aquí. Hay una clínica unos cuantos pisos más abajo. Se está
instalando allí.
Me levanto, dejo que la manta caiga al suelo a mis pies. —Estoy lista. Vámonos.
—No empieces de repente a fingir que te importa, Caleb. —Paso por delante de
ti.
Me sujetas con presión. Te das vuelta. Los dedos me pellizcan la barbilla, como
para separar las mandíbulas. —Nunca comprenderás lo mucho que me importa. —Me
sueltas.
—No, no lo haré. —Te miro fijamente. Tus ojos están ardiendo, calientes,
abiertos, salvajes, brillando con furia y agonía—. Ni tampoco deseo hacerlo. —Esto es
una mentira.
Los años, las fechas, cuánto tiempo estuve en coma, cuántos años de memoria
tengo, cuán confiables son los recuerdos que tengo... todo esto está en duda. Nada de
lo que sé, nada de lo que creo que sé, es necesariamente cierto.
—No estaban seguros de la edad exacta que tenías cuando ocurrió el accidente
—dices.
—Seis meses.
—Isabel...
Sus dientes se encajan, su cabeza se inclina hacia atrás, sus ojos se estrechan.
—Muy bien, Sra. de la Vega. Como quiera.
—¿Sobre qué?
No se dice ni una palabra más. Transferimos los ascensores un piso más abajo,
y de ahí al trigésimo segundo piso. Pasillos desnudos, puertas idénticas sin rasgos
diferenciados por designaciones alfanuméricas. Una habitación blanca y dispersa, una
cama con papel blanco sobre cuero duro y plastificado. El Dr. Frankel es un hombre
bajito y regordete en el implacable final de la edad media, un hombre con el que el
tiempo y la gravedad no han sido amables. La papada cuelga y se balancea, una barriga
colgante cubre la hebilla del cinturón, los pantalones caqui están apretados alrededor
de los muslos y sueltos alrededor de las pantorrillas. Los ojos marrones reflejan una
mente rápida, con manos pequeñas, rápidas y ágiles y suaves y seguras.
Una sacudida de cabeza. —Ya veo. Ya veo. Bien. Voy a esparcir esto sobre ti… —
El Dr. Frankel me cubre la cintura con un gran cuadrado de tejido azul, un cuadrado
abierto en el medio.
Observo con curiosidad como el Dr. Frankel presiona la punta del bisturí
directamente sobre mi cicatriz, con la mano libre manteniendo mi piel tensa. Después
de mirarme para asegurarse de que no siento ningún dolor, la incisión se alarga,
precisamente al tamaño de la anterior. La sangre sale a borbotones después de un
momento, y un paño la limpia, y luego las pinzas profundizan en la abertura de mi piel.
Estoy mórbidamente fascinada, viendo como mi piel se separa. La cicatriz no está
directamente en mi cadera, sino más cerca de mi nalga, justo detrás del hueso, lo que
explica cómo algo como un chip puede ser insertado subcutáneamente sin dejar un
bulto. Un momento de búsqueda con las pinzas, y luego el Dr. Frankel las retira,
pinzando un pequeño cuadrado de plástico rojo que gotea. El chip es tan pequeño que
no habría sospechado nada malo, aunque se hubiera colocado donde dejaría un
chinchón. Lo mete en un bol, y luego el Dr. Frankel hábilmente cose la incisión con
unos lazos rápidos de hilo negro y pega un vendaje sobre el área.
—No tengo ninguna duda. —Un vistazo rápido a Caleb—. ¿Y esta noche?
—No tiene que recordármelo en ningún caso, Sr. Indigo. Conozco las reglas.
Firmé un acuerdo de confidencialidad hace años, además, no llegué a donde estoy por
tener los labios sueltos.
Una mirada a mí. —Tómalo con calma con esos puntos de sutura. No son
muchos, y saldrán solos con el tiempo. Pero trata de no mojarlos durante cuarenta y
ocho horas por lo menos.
—Un placer. La próxima vez, trata de avisarme con más de un par de horas de
antelación, ¿quieres?
—Esperemos que no haya una próxima vez —dices.
El Dr. Frankel se ríe. —Ah sí, la difícil situación del doctor. Feliz de vernos
aparecer, más feliz aún de vernos marchar. Y más feliz que nunca de no tener que
vernos en primer lugar. —Con esa última ocurrencia, el Dr. Frankel está fuera.
Cuando el buen doctor se ha ido, miras tu reloj y luego a mí. —Unos siete
minutos bastante caros, diría yo.
—Si no lo hubieras puesto ahí en primer lugar, no habrías tenido que gastar
tres millones de dólares para que te lo quitaran. —Frunzo el ceño—. ¿Por qué hiciste
que me pusiera un chip de rastreo, Caleb?
—¿Tu inversión?
—Sí. —Me pongo la ropa interior y dejo que mi vestido vuelva a su sitio cuando
me levanto. Me tambaleo, ya que mi cadera aún está entumecida—. Con razón.
Sólo me miras fijamente. ¿No sabes qué decir, tal vez? Espero, pero no dices
nada.
Y entonces siento que la paz me inunda. Miro a mi alrededor, y ahí está. Alto, de
cabello dorado, piel dorada, ojos brillantes índigo. Caminando hacia mí, con los brazos
en alto, la sonrisa en su rostro tierna, la alegría tranquila de verme. Lleva los mismos
vaqueros ajustados azul oscuro que la primera vez que lo vi, esta vez con una camiseta
roja, en la que está escrito en grandes letras negras: VOTA NO EN DALEKS, DEJE DE
EXTERMINAR HOY, con una foto de una especie de robot cubierto de perillas negras y
armado con un arma. No entiendo muchas de sus camisetas. Referencias a la cultura
pop, creo, cosas que no he visto ni antes ni después de la amnesia.
—Mierda, ¿estás herida? —Me sostiene por el hombro y me examina para ver
si hay signos de lesión.
—Maldita sea, Isabel —suspira—. No deberías estar de pie. —Se ajusta a las
palabras, me toma en sus brazos y me acuna contra su pecho.
—Al diablo con lo que haré, al diablo con lo que eres, y al diablo con lo que no
puedo. —Se mueve entre la multitud conmigo en sus brazos como si no pesara nada, y
tiene cuidado de que mi cabeza no choque con nadie—. Si un hombre llevando a una
mujer por la calle es lo más extraño que esta gente ve hoy en día, entonces no están
prestando atención.
No quiero que me baje. No realmente. Así que dejo que me lleve. Disfruto de su
presencia, su calor, su fuerza. Que me cuide. Atendida. Ser cuidada.
Sus labios tocan mi mejilla. Luego mi frente. —Cuando estés lista. O no lo estés
en absoluto. Estoy aquí, ¿de acuerdo? Es todo lo que tiene que preocuparte. Estoy
aquí, y te tengo.
—Espera. —Hay algo en la forma en que canta, en la forma en que grita. Algo en
las letras. Algo visceral en la locura de los instrumentos—. ¿Qué es esto?
Y luego viene la siguiente canción. ¿Estás enferma como yo?... ¿Soy hermosa?
Hay más ira en esta canción, un odio más profundo y un auto desprecio y comprensión
de la propia inmundicia.
Cierro los ojos y caigo en ella. Me rindo ante ello. Grita con ella. Canta con ella.
Me pierdo en ella.
Conduce, y le dejo jugar a lo que quiera. Me dice qué es cada canción y cada
banda a medida que van apareciendo, una por una. Toca Halestorm, Flyleaf,
Amaranthe, Skillet, Five Finger Death Punch, ¿cómo se les ocurren estos nombres?
La única constante es la rabia.
—No soy tu chica. —Odio lo dura que sueno cuando digo esto, y una mirada a
Logan me dice que le he hecho daño—. Eso sonó mal. Lo siento.
—No, es verdad.
—Porque estoy rota. Soy todo bordes afilados y fragmentos. Sólo te cortaré en
pedazos si tratas de mantenerme agarrada.
—¿No vale la pena...? —Parece ahogarse, pero no puedo mirarlo—. —¿No vale
la pena? Dios, ese bastardo realmente te ha hecho un número, ¿no?
—Yo sólo... lo sabía. No lo sé. No puedo explicarlo sin sonar como un loco. Yo
sólo... sabía que debía estar allí. Sabía que me necesitarías. No podía sentarme y no
hacer nada. Terminamos la adquisición y ahora estamos fuera por una semana, y yo
sólo... Me estaba volviendo loco sin ti. Y sabía que me necesitabas— —Busca en un
bolsillo de sus jeans y saca mi celular—. Además, dejaste esto en mi casa, así que iba a
devolvértelo.
—Gracias.
Se lo quito, fumo con él. Sabe horrible, pero el mareo vale la pena, la sensación
de flotar, la sensación momentánea de libertad. Y me une a él de alguna manera.
—No te andes con rodeos, Logan. No para no herir mis sentimientos. —Le quito
el cigarrillo, inhalo, veo el brillo de la cereza más brillante. Se lo devuelvo—. O los
tuyos, para el caso.
Un silencio, corto y brutal. —Joder. Lo sabía. —Se levanta, se aleja, se tira del
cabello de la coleta con un tirón, y la sacude, lanza sus dedos a través de los mechones
rubios ondulados. Me mira desde tres metros de distancia—. ¿Cuál es la respuesta
larga?
—Me odio a mí misma por ello. Sabía que no cambiaría nada. No lo cambiaría.
No me cambiaría a mí. No traería respuestas. Pero... Soy débil, Logan. Me confunde.
Yo... ni siquiera sé cómo explicarlo. Pero esta vez... Me sentí... vacía. Me di cuenta de
que, si le importa algo, no puede demostrarlo. O tiene una forma muy extraña de
demostrarlo. No lo sé. No estoy más cerca de saber nada sobre mí o mi pasado que
cuando me fui de aquí, y ahora...
Me toca la barbilla con un dedo. No sabía que estaba ahí delante de mí, así que
estoy muy absorta en mí misma. —¿Por qué crees que te dejé salir en primer lugar?
¿Por qué crees que no nos dejaría tener sexo?
—No lo sé.
—Bueno, eso es una mierda, porque lo sabes. —Se sienta a mi lado otra vez—.
Te dije por qué.
—No lo sé. Sé que esperas una respuesta decisiva, pero... No puedo dártela. Fue
el final de su dominio sobre mí, físicamente. ¿Pero emocionalmente? No lo sé. Todavía
hay muchas preguntas para las que necesito las respuestas. Todavía estoy enredada,
Logan. Sabe cosas, pero no me las dice. También tenías razón en eso. Pero no sé por
qué me está ocultando cosas. ¿Por qué hay que ser tan reservado? Yo sólo... Necesito
saber más. Y hasta que lo haga, hasta que me sienta completa, nunca estaré totalmente
libre de Caleb.
Nos ensarta los dedos. —Estoy herido. Estoy disgustado. Sabía que iba a pasar,
por eso nos retuve. Pero aun así apesta. —Se levanta, me lleva dentro—. Sólo necesito
algo de tiempo, ¿sabes? Poner un poco de espacio entre tú y él y… tú y yo.
No estoy en condiciones de pensar en él y en mí. Apenas puedo funcionar. Mi
mente gira como un modelo orbital de nuestra galaxia, un millón de pensamientos,
cada uno girando y todos ellos girando en complicados patrones heliocéntricos
alrededor de los soles gemelos de Logan y Caleb. Ambos son entidades súper masivas,
cada uno de ellos posee sus propios tirones gravitacionales sobre mí.
O quizás Caleb es un agujero negro, absorbiendo luz y materia y todas las cosas
en una destrucción inexorable, y Logan es un sol, dando vida, dando calor,
permitiendo el crecimiento.
Una risa. —No hay vasos para este tipo de bebida, cariño. Sólo toma de la
botella.
—¿Cuánto?
Esto me parece un muy mal consejo. Pero entonces, tal vez ese es el punto:
emborracharme muy rápido.
—Ahí estás tú. —No quise decir eso; parece que el whisky me suelta la lengua.
Logan no se ríe de mi paso en falso. —Se podría decir que soy una mala
influencia para ti. —Me da el whisky, y yo lo tomo, tomo dos tragos, e inmediatamente
lo tomo—. Un ejemplo: te tengo mezclando el whisky con cerveza.
—Bueno, tengo algo insalubre y delicioso para ti. Sólo aguanta un poco más.
Escucho el plástico arrugándose, silencio, y luego la puerta del microondas se abre y
se cierra, el suave zumbido del microondas calentando algo. Tengo curiosidad, pero
estoy demasiado agradable y cómodamente borracha para hacer el esfuerzo de mirar
para ver lo que hizo. Lo huelo después de un momento, pero no puedo identificarlo.
—Y patatas fritas.
—Y la cerveza.
—La cerveza es muy, muy importante. —Está de acuerdo Logan. Busca una
patata frita, pero luego se detiene y se ríe. Aparentemente me las he comido todas—.
Tienes hambre, ¿verdad?
Sólo asiento. No puedo creer que ya me haya comido todo eso. Era un gran
plato lleno de patatas fritas. —Sí, por favor.
Se dirige hacia la cocina, pero se detiene y se inclina sobre la parte trasera del
sofá, apoyando su barbilla en mi hombro. Tengo muchas ganas de besarlo, su mejilla,
su boca, su sien, su algo. No me atrevo.
—¿Un qué?
2 Platillo de la Gastronomía de Medio Oriente que se prepara cortando finas rebanadas de carne,
apiladas en forma de cono y asadas en un asador vertical que gira lentamente
3 Por sus siglas en inglés (Peanut butter and Jelly)
Vuelve en unos minutos con cuatro sándwiches, dos para mí y dos para él. El
primer bocado es... delicioso. Cacahuetes crujientes, gelatina de fruta fresca, pan
blanco suave. Termino el primero en un momento. Estoy a la mitad del segundo
cuando me golpea.
El sol es brillante. Cegador. Brillando en mis ojos mientras me siento en una mesa.
Puedo sentir la madera bajo mis manos, áspera, de grano grueso, profundas grietas y
ranuras, pero pulida y lisa por el paso del tiempo. Hay una ranura bajo el dedo índice de
mi mano derecha, y paso la uña por ella. He hecho esto un millón de veces. Sentada aquí,
frotando una uña en este surco, esperando. Huelo... el mar. Salmuera. Las olas del océano
chocan en algún lugar lejano. Una gaviota grazna, otra responde.
Perfilada por el sol hay una mujer, alta, con aspecto salvaje. Largo cabello negro
que cuelga suelto hasta casi llegar a su cintura. Sus caderas se mueven al ritmo de la
música que sólo ella puede oír mientras está de pie en el mostrador, haciendo algo. Está
haciendo un sándwich. Esparciendo jalea de uva, densamente. Mantequilla de cacahuete,
con muchos cacahuetes. Lo corta por la mitad en diagonal, lo pone delante de mí. En un
plato de porcelana blanca trazada alrededor del borde con delicadas flores azules.
—Mi… mi madre solía hacerme estos sándwiches. Cuando era una niña. Creo
que. Yo sólo... La vi. Estaba sentada en una mesa. Estaba junto al océano, creo. Eso es
todo... es todo lo que recuerdo. Pero pude... sentirlo.
Logan no tiene palabras, pero no necesito sus palabras. Me rodea con un brazo,
me acerca a él. —Estoy aquí, nena.
Es todo lo que necesito. No hay nada que pueda decir, nada que decir.
4 El original en español
desconectada de él. Como si pudiera volar en cualquier momento, soltada por la
fuerza de gravedad.
—Porque tal vez la verdad de lo que pasó es algo que él no quiere que sepas.
Eso tiene demasiado sentido. Y hace que me duela el corazón. ¿Qué podría estar
escondiendo Caleb? Simplemente hay demasiadas posibilidades, y estoy demasiado
mareada para analizarlas todas.
Pero no se abalanza sobre él, sino que mira a Logan suplicantemente. —Se
supone que no debes tener comida de gente, pero supongo que por esta vez está bien.
—La rasca cariñosamente detrás de la oreja—. Adelante, chica.
Cocoa lo devora de un solo bocado, se lame los labios, y luego vuelve a su lugar
en la alfombra cerca de la puerta entre la sala y el pasillo. Su cola golpea el suelo
rítmicamente-pum, pum, pum, pum.
—Pensé que yo era tu chica —digo, sonando un poco demasiado petulante para
mi gusto.
Muevo la cabeza sobre su pecho, un gesto que pretende ser negativo, pero que
termina siendo más bien un descuido de mi cabeza. —No puedo manejar nada serio
en este momento.
Me giro y lo miro, pero tengo que cerrar un ojo para que sólo haya uno de él. —
Oh, ¿en serio? ¿Y cuál sería?
—Lo sé. —Me frota el brazo—. Quiero que estés bien. Cuando suceda entre
nosotros, quiero que esté bien. Y tú todavía no estás ahí.
—Pero soy débil, así que hay algo entre nosotros. —Me ahogo con mis
próximas palabras—. Caleb está entre nosotros.
Una vez más, Logan se queda sin nada que decir. Es verdad, y ambos lo
sabemos.
—¿Por qué?
Logan inclina la muñeca para mirar su reloj. —Son las dos y media de la tarde.
Siempre me estoy durmiendo cerca de Logan. Tal vez porque me siento segura
con él.
Sueño con Logan. Con estar desnuda con él. Nada entre nosotros. Y luego sueño
con cristales rotos y metales retorcidos, y oscuridad y lluvia. Y luego Logan está en la
oscuridad conmigo, bajo la lluvia conmigo, de pie justo fuera de su alcance.
•••
Nada.
Me caigo de la cama, con los pies golpeando el suelo. La madera dura está fría
bajo mis pies desnudos. El sujetador está demasiado ajustado, apretándome. No
puedo respirar. Toco los broches y arranco la prenda, la tiro a un lado.
No puedo respirar.
Jakob Kasparek.
Debajo de eso hay dos palabras más, conectadas al nombre de arriba por una
flecha de color oscuro: Sesión cerrada.
Le sonrío. —Hola.
Sus ojos revolotean sobre mis pechos. Lucha por apartar su mirada de ellos. —
¿Qué...? ¿Qué ha pasado?
—Tuve una pesadilla. Me desperté y no estabas allí. Así que vine a buscarte.
—Pero estabas.
—Ya sabes lo que quiero decir. —Se frota los ojos, limpiándose el sueño. Sus
ojos regresan constantemente a mis pechos desnudos—. Dios, eres preciosa.
Y lo es. Pasé mucho tiempo media dormida examinando sus tatuajes, tratando
de analizar las diferentes imágenes. Trazando los contornos de sus músculos con mis
dedos, viéndolo respirar.
Se pone de pie. —Sí, te lo quité cuando te puse en la cama. Pensé que así
dormirías mejor.
Recuerdo algo que dijo, justo fuera de este mismo baño—: Vístete, X, antes de
que descubras cuánto autocontrol se necesita para no… violarte sin sentido.
Oh, Dios. Oh Dios. Cierro los ojos y puedo verlo todavía, su grueso eje en su
duro puño, la cabeza ancha y regordeta, oscura mientras se aprieta sin piedad. Casi
puedo sentir su polla en mis manos, casi puedo sentir sus labios en mis pechos.
Gimoteo y deslizo mis dedos por debajo de la cintura de mi ropa interior, deslizo dos
dedos dentro de mí. Extiendo los jugos y los froto contra mi clítoris. Muerdo mi labio y
dejo salir un gemido como un rayo que me atraviesa.
Oigo la puerta y sé que está ahí. Aún no abro los ojos. Me levanto de la cama y
me quito las bragas. Me las quito de una patada. Abro las piernas y me toco una vez
más, dejo que mis dedos encuentren un ritmo envolvente.
Cuando lo encuentro, abro los ojos y miro fijamente a Logan a través de los
párpados rasgados. Está recostado contra la puerta cerrada del dormitorio, una
gruesa toalla negra envuelta alrededor de su cintura, agarrada con una mano. No me
detengo. Mantengo mis ojos en él mientras acaricio mi clítoris, deslizo mis dedos en
mi rendija y me unto humedad una vez más, giro, giro. Respiro con fuerza y mis
caderas se agitan. Mi garganta se cierra, y entonces gimo involuntariamente, el calor
aprieta mis músculos, la tensión se enrolla dentro de mi vientre, abajo.
—Pellizca tus pezones, Isabel. —Su voz flota hacia mí. Me pellizco el pezón
entre el dedo y el pulgar, y un gemido me deja—. Más fuerte. Haz que duela.
Aprieto fuerte, y el rayo me atraviesa, y mis caderas se levantan
involuntariamente.
—O mi boca —digo.
—O tu coño.
—¿Por qué nos hacemos esto a nosotros mismos, Logan? —pregunto, mi voz
desgarrada, desesperada.
—Te necesito.
—Te necesito también, nena. —Está rechinando los dientes, sus músculos
están tensos, los ojos entrecerrados y enfocados en mí.
—Yo también te deseo tanto, Isabel —dice Logan, y me doy cuenta de que dije
la última parte en voz alta.
—Logan... —susurro.
—Pero...
—Borra todo, Logan —susurro, mi aliento se fusiona con el suyo—. Borra todo.
Por favor. Haz que todo desaparezca. Llévatelo todo.
—No puedo, nena —dice, con la voz baja—. No puedo cambiar nada.
Tengo que tenerlo. Tengo que sentirlo. No puedo seguir haciendo esto, este
fingimiento infantil de que no vamos a tener sexo, esta noción de que podemos
acercarnos cada vez más y no llegar hasta el final.
—No puedo... Logan, me muero sin esto. Me muero sin ti —gimoteo esta
admisión en su mandíbula, cerca de su oreja, y luego beso donde estaban las palabras.
Sus piernas se agitan en la cama, y sé que él también siente la desesperación.
Está luchando contra esto, luchando contra sí mismo, luchando contra mí. Yo también
estoy luchando, pero ambos estamos perdiendo.
Estoy sobre él, a horcajadas, con las rodillas en el colchón junto a la cuña de sus
caderas, mi trasero en el aire, necesita salir de mi interior. Me inclino, y su erección
empuja mi apertura.
—Isabel, oh joder, Isabel. Es. Dios, maldita sea. —Es un alma torturada.
Tampoco puede resistirse ahora—. Dios... maldita sea.
—Mírame, Logan —ruego. Abre los ojos, el añil ardiente se mete en mi alma—.
No te atrevas a mirar hacia otro lado.
Ambos sabemos por qué no debemos hacer esto. Por qué se siente mal, aunque
se sienta tan bien.
Mis manos están aplastadas sobre su pecho, mi cabello suelto y envuelto en una
gruesa cortina negra, y ahora bloquea el mundo entero mientras me inclino y lo beso.
Oh, cielo, la belleza del beso es interminable y salvaje. Hace que mi corazón se
eleve para enredar mi lengua contra la suya y para saborear mi esencia en sus labios y
lamerla; hace que mi alma cante para sentir la necesidad furiosa en el poder de su
boca sobre la mía, hace que todo mi ser vibre con alegría pura y eufórica para
entregarme a esto, a él, a nosotros.
—Joder, oh mi jodido dios del cielo —respira, y sus manos vuelan hasta mis
caderas, se elevan sobre mi trasero, mis muslos, mi espalda, recorriendo cada
centímetro de mi carne que puede alcanzar—, Isabel, mi Isabel, dios, te sientes tan
jodidamente perfecta.
No hay nada más que esto. Estoy empalada por él, sentada completamente
sobre él. No puedo moverme. Puedo respirar, por una vez en mi vida siento que
finalmente puedo respirar. Él es mi aliento. Me llena hasta la extenuación y estoy loca
de delirio por ello. Me quema, la forma en que me llena. No hay nada como esto, nunca
ha habido nada que iguale la perfección de su cuerpo dentro de mí. Estamos
emparejados, hechos el uno para el otro.
—Isabel... —gime.
Y recuerdo que estuvo tan cerca de correrse antes, cuando estaba al otro lado
de la habitación; lo ha retenido, y ahora tiene que estar sufriendo por la necesidad de
liberarse, la necesidad de moverse.
Bajo mi cuerpo por el suyo, dejando que las puntas doloridas de mis pechos
bajen por su pecho. Mis caderas se flexionan hasta que mis muslos están al ras de mi
torso, y él está tan apretado contra mí que casi me duele. Mis labios tocan su pecho. Mi
lengua revolotea sobre su pezón. Pellizco su garganta. Pongo su cara en mis palmas y
beso su barbilla y la comisura de su boca y lamo su labio superior, pruebo el sudor allí.
—Hazme el amor, Logan —lo digo en voz alta, sin susurrar, sin esconder la loca
desesperación necesitada en mi voz, sin esconder el dolor y el conflicto y el auto
desprecio.
Me deslizo por su cuerpo, deslizándolo fuera de mí casi todo el camino, y no me
detengo, no espero su respuesta; jalo su cara hacia la mía y beso su boca con todo el
fervor de hambre que poseo, y me hundo en él. Gime en nuestro beso y se levanta, y
nuestros huesos de la cadera chocan como barcos que se estrellan de proa a proa. Sus
manos se agarran con fuerza a la carne de mi trasero, un doble puñado de mis nalgas,
y me empuja contra él, aunque estoy tan sentada en él como puedo, pero ambos
necesitamos más, lo necesitamos más profundamente.
Pongo mis pies en la parte exterior de sus muslos y dejo que mi peso descanse
en su pecho, y me aferro a sus hombros para mantener el equilibrio, me tiro hacia
atrás, como una goma elástica estirada hasta su vértice, y luego me estrello contra él y
grito su nombre “¡LOGAN!” como una maldición, como una bendición, como una
oración, y su voz se eleva también, se eleva con la mía, gritando conmigo. Entonces
toma el control, sin darme la vuelta ni cambiar de posición. Toma mis caderas donde
se pliegan para encontrarse con el muslo y me hunde y me empuja hacia arriba y
marca el ritmo. Está brillante de sudor, un brillo reluciente en su piel bronceada. Sus
ojos se clavan en los míos. No miramos hacia otro lado. Lo miro fijamente mientras se
empuja hacia arriba para llenarme, y mis párpados revolotean con placer cuando se
desliza hacia dentro pero no los cierro, no miro hacia otro lado.
El contacto visual sostenido con otra persona es muy difícil. La mente, el alma,
quieren apartar la mirada después de un tiempo. Encontrar la mirada de alguien sin
mirar a otro lado, sin pestañear, incluso permitiendo parpadeos naturales, sólo mirar
fijamente y recibir la mirada a cambio, es casi imposible.
Le doy a Logan cada rincón de mí, no miro hacia otro lado, dejo que me mire, y
cojo lo mismo. Es un regalo.
Empujo hacia arriba para poder mirarlo, sin atreverme a romper nuestro
ritmo. Esta ha sido mi vida entera, creo. Nunca ha habido nada más que esto, excepto
nosotros. No existe nada más. Solamente ahora. Sólo este cielo.
—Asustado antes de la batalla no tiene nada que ver con lo que estoy sintiendo
ahora mismo, Is —murmura esto contra mi mejilla.
Se sienta y mete sus piernas bajo sus nalgas, y yo le envuelvo las piernas
alrededor de la cintura. Él me agarra por el trasero y me sostiene. Me levanta, me deja
caer para empalarlo en mí. Me agarro de sus hombros y me levanto, me relajo. De esta
manera, él sube tan profundamente que me quita el aliento, envía estrellas que
estallan detrás de mis ojos, novas de éxtasis asombroso detonando dentro de mí.
Me lanzo contra él. Conduzco contra él. Me aferro a él y respiro contra su piel y
lo huelo y me vuelvo loca con él, a su alrededor. Suéltalo, deja salir la locura, gruñe y
gime y grita mientras mi clímax se construye con el suyo.
—Por haber regresado. Por dejar que lo que pasó, pasara. —Ninguno de los dos
está dispuesto a decirlo en voz alta, no ahora, no en este momento. Le doy toda mi
verdad—. No quise hacerlo. Y lo odié. Cada momento, lo odié. Y me odio a mí misma
por dejar que ocurriera. Yo era tuya entonces. Fui tuya desde el momento en que te vi
en el baño, desde la primera vez que oí tu voz.
Toco con mis labios la parte exterior de su oreja, hundida en él, completamente
atravesada por él, su polla palpitando dentro de mí, sus manos manteniéndome en
alto. Me suelto, dejo que me abrace, que nuestros cuerpos unidos me abracen. Le
agarro la cabeza, le paso los dedos por el cabello y me retuerzo sobre él, inhalo su
aroma.
—Isabel... Te amo, Isabel. —Lo dice mientras se hunde contra mí, moviendo sus
caderas furiosamente—. Te amo mucho. Tanto, joder.
Nos derrumbamos, me quedo sin fuerzas, y él se hunde contra mí, su cara entre
mis pechos, mis manos alineadas en sus espaldas, trazando las líneas que le arranqué
en su piel, ambos temblando todavía.
Me siento completa, por primera vez en mi vida. No necesito nada. Nada más
que esto. Nada más que él. Nada más que nosotros.
Y luego Logan se aparta de mí, va al baño, y regresa con una toalla húmeda y
caliente. Me separa y me limpia, suave y tiernamente. Arroja el paño al baño y se
acuesta a mi lado.
Ese acto por sí solo significa todo para mí. El hecho de que nunca haya apartado
la vista de mí.
Que cada momento que pasamos juntos fue cada uno de nosotros dando, y así
cada uno de nosotros recibiendo exactamente lo que necesitábamos.
—¿Prometido?
—Por mi vida.
Él me ama. Me ama.
A MÍ.
Caleb.
Como sentí que eso pasaba, sentí que me estrangulaba con su brujería tóxica,
su magia manipuladora. Cómo parecía impotente para detenerlo. Siempre tengo la
intención de rechazarlo, negarlo, pero nunca soy capaz de hacerlo, y no entiendo por
qué. ¿Qué control tiene sobre mí, que no puedo controlar mi propio cuerpo? ¿Qué
tortura le he hecho pasar a Logan, con esta debilidad? ¿Qué clase de futuro podemos
tener juntos, si soy tan débil?
Me he follado a Caleb. Me he acostado con él. He tenido sexo con él. He sido
usada por él. Nunca le he hecho el amor.
Tuve sexo con dos hombres en un lapso de cuarenta y ocho horas. ¿En qué me
convierte eso?
No mitiga las cosas que disfruté con Logan y no con Caleb, ni que con Caleb
fue... no forzado, ni involuntario, pero no lo sé. No tengo palabras para ello. Se sintió
involuntario. Se sentía como si me estuviera forzando. Pero no me estaba sujetando,
no me estaba violando técnicamente. Pero aun así yo tampoco estaba completamente
dispuesta. No quería quererlo. No quería ser usada por él.
No quiero ser su juguete nunca más. Pero cuando él está cerca, así es como
terminan las cosas.
¿Qué hago?
Entonces, arriba.
Echo un vistazo a Logan, que aún está dormido, acurrucado de lado ahora, con
una mano bajo la almohada. Quiero meterme en la cama con él, pero necesito espacio
y tiempo para ordenar mis sentimientos. Sin mencionar que ahora apesto a sudor.
Te convertiste en mi mundo.
Nunca llegué a tocarte. Nunca te vi correrte, cara a cara. Siempre estabas detrás
de mí. Siempre estaba de espaldas. Boca abajo, con el estómago hacia la cama. Las
rodillas separadas. O en mis manos y rodillas, una almohada bajo mi estómago.
Presionada contra la ventana.
No puedo contar las veces que me has tomado, presionada así contra la
ventana, con los pechos aplastados contra el frío cristal.
Recuerdo que hace unos días, en tu casa, hablaste de quererme, de que incluso
cuando yo era una cabeza rapada, frágil y débil y perdida, me querías. Recuerdo que
pensé que, si quiero dejar atrás a Madame X y todo lo que fui una vez, si quiero asumir
una nueva identidad, necesito cambiar mi apariencia.
Lucho con mi aliento, parpadeo con lágrimas de no sé qué emoción. Acerca las
pinzas cada vez más a mi cuero cabelludo. Siento los dientes susurrando contra la piel
de mi frente.
Trago. —Estaba...
—Sí.
Arroja la maquinilla sobre la tapa del tanque del inodoro. —¿Por qué? Quiero
decir... Dios, tu cabello es tan jodidamente precioso, Is. ¿Por qué te lo afeitarías todo?
¿Cómo de honesta puedo ser con Logan? Mi boca vomita la verdad antes de que
tenga la oportunidad de pensarlo bien. —Ya no puedo ser su creación, Logan. Él me
hizo. Me inventó. No tuve elección en lo que llevaba, en cómo me veía. Yo era una
persona; era Madame X y ella siempre fue perfecta. Mi ropa es todo vestidos de
diseñador, vestidos, faldas, blusas. Sexy, pero modesta. Y mi ropa interior, incluso eso
fue elegido por él, para él. Ya se ha dado cuenta de esto antes. Mi cabello... él hacía que
una mujer viniera cada pocos meses a cortarme las puntas del cabello, pero no me
dejaba cortarlo. No se me dio la posibilidad de opinar sobre esto. Ella vino, cortó las
puntas y se fue. Una vez le pregunté si podía recortar unos centímetros, y me ignoró.
No tengo dinero propio, así que no puedo comprar un nuevo guardarropa. Ni siquiera
tengo una casa. ¿Pero mi cabello? Puedo cambiarlo. Puedo hacerme cargo de eso.
—¿Pero por qué cortarlo todo? —Logan pasa sus manos por mi cabello, los
sedosos mechones se deslizan como el agua entre sus dedos—. Nunca te diría qué
hacer con tu vida o tu cuerpo o cualquier cosa, pero afeitarlo todo es... parece un poco
extremo.
Corté por encima de él. —No es sólo eso. Me está haciendo diferente.
Escogiendo cómo me veo, para mí. Ser quien quiero ser. Mirar como quiero mirar, no
como Caleb me hizo. Eso es lo que quiero, más que nada, creo.
—Sí —digo.
Logan parece hundirse con alivio después de esa sola sílaba. Como si supiera lo
enorme que es para mí admitirlo. —Entonces salgamos. Tengo un plan.
—¿Pero mi cabello?
Entonces, de repente, los dos somos conscientes de que estoy de pie frente al
espejo, con una toalla envuelta alrededor de mi torso. El extremo está metido en mi
escote, y ahora tengo que agarrar el algodón grueso para evitar que se abra. Y una
mirada detrás me dice que él también está casi desnudo, usando sólo un par de
pantalones cortos sueltos que cuelgan de sus caderas, mostrando los afilados huesos
de su cadera y la hendidura en forma de V del músculo bajo su abdomen, burlándose
de mí con una casi visión de sus partes privadas.
Nuestras miradas se fijan en el espejo. Mi corazón late con fuerza. Mis tripas se
tensan. Mis muslos se aprietan, y el calor se precipita a través de mí. Dedo por dedo,
mis dedos se sueltan en la toalla. Esto es un déjà vu: yo en una toalla, Logan sin
camisa. Esta vez, sin embargo, sé lo que hay debajo de sus calzoncillos, y cómo se
siente.
—Jesús, Isabel.
—¿Qué?
Las palmas de sus manos patinan hacia abajo para acariciar mi trasero, rozan la
parte trasera de mis muslos, hacen un círculo alrededor del frente. Entonces dejo de
respirar mientras su tacto se eleva. No llega a mi núcleo por milímetros, se esculpe
sobre los huesos de mi cadera hasta mi vientre. Arriba, coronando mi diafragma, y
luego sus manos están llenas de mis pechos, levantándolos, amasando su suavidad y
levantando su peso, y no estoy respirando todavía porque sus pulgares rozan casi
ociosamente mis pezones. Tengo que jadear entonces, porque él pellizca y retuerce
mis pezones hasta que estoy empujando mi pecho en sus manos, y el relámpago
parece ligado por un cable vivo de mis pezones erectos a mi núcleo, cada toque
enviando destellos de calor y lujuria corriendo a través de mí.
—¿Lo harías?
Me lame los labios, porque se han secado con la necesidad. Todo el líquido de
mi sistema se ha acumulado entre mis muslos. —Sí. Hazlo, Logan.
Dios, su boca.
Entierro mis manos en su cabello y lo llevo a mi cara, tomo su boca con la mía.
Exijo su lengua. Devoro su aliento. Cuando no podemos respirar, lo suelto, y entonces
ambos vemos como termino de desnudarlo. Se quita los pantalones cortos, y ambos
estamos desnudos. Carne oscura y dorada ocupando el mismo espacio. Acuno sus
pesados testículos en la palma de mi mano, y recupera su aliento. Me mira ahora,
mientras lo acaricio. Lo acaricio. Esto no es para llevarlo al clímax, sino para mostrarle
afecto. Es para mí, egoístamente. Sentirlo, memorizar la sensación de poder tocar todo
lo que quiera, absorber la belleza de su cuerpo y saber que puedo tenerlo, que es para
mí. Extiendo mis dedos alrededor de él, y mi mano parece tan pequeña, tan diminuta,
tan delicada contra el tamaño y el grosor y la rigidez férrea de su miembro. Mis dedos
no se juntan cuando los envuelvo alrededor de él, así. Enrollo una mano alrededor de
él, pongo la otra encima, y hay mucha carne sobre mis dedos y debajo de ellos. Dejo
caer mis manos, y él lanza un gemido involuntario.
—Me tocas... No sé cómo decirlo. —Se detiene a pensar y a ver como mis puños
se deslizan a lo largo de él—. Me tocas como si nunca hubieras tocado a nadie antes.
Como si nunca pudieras volver a hacerlo.
Sin embargo, me pone de pie. Me acerca, así que mi cuerpo está presionado
contra el suyo, las tetas aplastadas contra su cálido y duro pecho, su polla es una
gruesa vara entre nuestros estómagos. Inclina mi cabeza hacia atrás. Su mirada añil
está llena de tantas emociones que no puedo nombrarlas todas. Pero están todas ahí
para verlas.
—No, Isabel. —Sus labios recorren los míos. Su lengua baila en mi boca—. Soy
yo quien debería estar de rodillas ante ti.
Hay una locura dentro de mí. Una bestia enloquecida que aúlla por su
liberación. Una loca que se enfurece contra la jaula de la recatada propiedad que tanto
tiempo me ha definido. ¿Cómo, sin embargo, expreso esto? Deseo tanto. Estar con
Logan me ha permitido ver cómo podría ser, la Isabel que podría ser. El animal
sensual, salvaje y sexual que podría ser. Que quiero ser, si tan sólo pudiera ser lo
suficientemente valiente.
—¿Qué, Isabel? —Me suelta el cabello, me pone la cara en sus dos grandes y
ásperas pero suaves manos—. Dime lo que quieres.
—¿Cómo qué? —Me mete el pulgar en la barbilla, juega con mi labio inferior—.
Dime, nena. No tengas miedo.
—¿Miedo de qué?
—Déjame detenerte muy rápido. —Se inclina, me muerde el labio inferior, con
el que ha estado jugando, y me besa en silencio—. Tal vez esto ayude: Tú... Siento
como si fueras una mariposa, empezando a salir de su capullo. Ya me he enamorado
de ti, Isabel, y eso no cambiará. Nada de lo que puedas hacer o decir cambiará eso. Y…
cuanto más salgas, más me enamoraré de ti. Así que sólo... sé tú. Sé valiente. Sé fuerte.
Si quieres algo, tómalo, Is, y no te disculpes.
Ya me he enamorado de ti.
Esa frase es muy impactante. Seis palabras, y me siento conmovida hasta la
médula. Lo dice tan casualmente, tan fácilmente. Sí, claro, recuerdo nuestro momento
juntos, desnudos y sudorosos juntos, susurrando palabras de amor en el aire cargado
de intensidad y enrarecido de su cama. Pero eso fue en el momento. Las palabras se
pronuncian durante el sexo. Se dicen cosas. Pero al oírle decir esto en un momento de
tranquilidad entre nosotros, mi corazón se hincha de dolor, se expande hasta
romperse.
Su mandíbula se flexiona. —Yo sólo... sé que has pasado por mucho. Y no es que
piense que eres delicada o frágil, pero no quiero ser nunca como él. No quiero hacer
cosas que te recuerden algo de lo que pasó con él. Odio incluso hablar de él en
absoluto, mucho menos en situaciones íntimas como esta.
—No lo eres. No eres como Caleb. Para nada. Incluso si hicieras algo que él hizo,
no sería lo mismo. Porque tus intenciones son diferentes. Lo que quieres, conmigo y
de mí y para mí, son diametralmente opuestas a todo lo que él es, todo lo que quiere.
—Está grabado en mi cerebro —dice—. Estuve tan cerca de... llevarte. Un golpe
de mis dedos y mis vaqueros habrían estado fuera, y yo habría estado dentro de ti.
Sus ojos se clavan en los míos, y casi puedo sentir su erección creciendo. No
miro hacia abajo para verlo, pero puedo... sentirlo. Lo espero. Empuja su cuerpo contra
el mío, pero en vez de detenerse cuando estamos a ras de suelo, sigue empujando.
Hasta que me veo obligada a dar un paso atrás. Dios, sí. Su polla es gruesa y dura. Se
clava en mi vientre. Cálida y suave, pero tan dura. Sigue caminando, y me empuja hacia
atrás otro paso, hasta que el frío yeso de la pared toca mis omóplatos y nalgas. Mi
cabeza golpea suavemente. Su mano encuentra la mía, justo a la izquierda, con los
dedos enredados. Izquierda sobre derecha, las palmas se aparean. Levanta mis manos
sobre mi cabeza, presiona el dorso de mis manos contra la pared. Me golpea en las
rodillas, me da un beso suave como un susurro contra mis labios, otro y un tercero, y
luego me muerde el labio superior hasta que me duele. Yo jadeo y él me muerde el
labio inferior. Se retira y me inclino para buscar un beso, pero él esquiva y sonríe ante
mi maullido de frustración. Cuando pienso que no me besará, lo hace, acercándose y
reclamando mi boca con repentina ferocidad. Pero una vez que encuentro el ritmo del
beso y me sumerjo en él, se retira. Dobla la rodilla y empuja la suavidad de su polla
contra la unión de mis muslos. Los separo, jadeando con la necesidad voluntaria. Me
mira fijamente a los ojos, vacila un poco y luego da un giro de cadera. Siento que me
golpea, que el glande se frota deliciosamente contra mis labios. Jadeo, queriéndolo
dentro de mí.
—¿Lo quieres así? —Se desliza dentro de mí con exquisita gentileza, magistral
lentitud. Una vez, dos veces. Tan lento, tan tierno—. ¿O… así?
Está dentro de mí, chocando contra mí. En el momento en que dejo el suelo, su
polla se estrella contra mí con un poder repentino y yo me quedo sin aliento ante la
repentina embestida, su erección me estira hasta una dulce quemadura. Me levanta de
nuevo, y luego me baja. Esta vez, es suave. Un recordatorio, creo.
—No —susurro.
Me folla.
—¿Te gusta así? —pregunta, con su voz oscura y gutural. Más áspera de lo que
nunca ha sido.
—Sí, Logan, Dios sí. —Me aferro a su cuello, a sus hombros—. No te detengas.
Sigue… sigue follándome así. —Siento un poco de vergüenza cuando se me escapa,
pero entonces Logan hace un gruñido bajo y me chupa más fuerte el pezón y su polla
se mete más fuerte, y siento una ráfaga de orgullo.
Oh, tan perfecto. Esto. Entierro mis manos en su cabello, lo agarro fuerte y lo
sostengo. Lo monto. Me dejo llevar. Me inclino hacia atrás para apoyarme en la pared
y gimotear sin parar, pongo mis caderas contra las suyas, busco más y más y más. Lo
monto furiosamente, con los dedos enredados en su cabello, tirando de su boca contra
mis tetas, animándolo a que las chupe, las muerda y las lama aún más. Cuando sus
dientes me pellizcan el pezón, grito con fuerza, y él lo hace de nuevo, tomando mi
estímulo no verbal por lo que es.
—Tócate el coño, Isabel. Ahora mismo, mientras te vienes en mí. —Me gruñe
esto al oído.
No sabía que los orgasmos podían existir así, uno tras otro hasta que cada
explosión es parte de la última, una cadena de detonaciones. No sabía que mi mente
podía astillarse por la magnitud de esta experiencia física y emocional, mi alma
estallando en fragmentos fraccionados para que la suave esencia vulnerable de lo que
soy quede expuesta y se funda y se fusione con la de Logan.
Y estoy ahí para atrapar cada pieza y unirla a las mías. Lo beso cuando se corre.
Siento que algo se rompe dentro de mí, algo caliente y húmedo que sale a
chorros de mí en el momento exacto en que Logan grita. Es casi vergonzosamente
involuntario, como si algo se abriera literalmente dentro de mi núcleo, empapándonos
a ambos en el lugar donde estamos unidos. Sé que Logan lo sintió.
Sus muslos tiemblan, y sus rodillas ceden. Encuentro mis pies mientras se
desmorona, y estoy tan desesperada por permanecer conectada a él en este momento
que cuando se acuesta en el suelo justo ahí en el pasillo, me acuesto encima de él y
tomo su hombría en mi mano y juego con ella mientras se suaviza, acaricio sus
pesadas bolas en mi palma. Beso su pecho, su barbilla, su mejilla y sus labios, su
garganta y la parte exterior de su oreja.
—Yo tampoco.
Después de unos minutos, se mueve debajo de mí. —Por mucho que me guste
tenerte encima de mí, nena, este suelo no es exactamente lo más cómodo para
tumbarse.
No estoy segura de lo que eso significa. Sólo que la forma en que lo dice hace
que mi corazón se derrita de nuevo.
—Y acabas de tomar una ducha. —Se gira hacia el agua caliente, entra.
Yo entro después de él. Desearía tener algo lindo y gracioso que decir, pero no
lo tengo. Sólo puedo inclinarme bajo el agua caliente y dejar que mis manos se eleven
sobre su cuerpo, dejar que mis ojos se cierren y dejar que me lave. Dejar que me frote,
tomando mucho más tiempo del que realmente se necesita para limpiarme. Y cuando
termine de lavarme, es mi turno de pasar la barra de jabón sobre su piel húmeda y
resbaladiza y tomarme todo el tiempo del mundo para simplemente apreciar la
belleza de su cuerpo con mis manos.
No hay fin para el número y las formas en que este hombre puede hacerme
venir.
Y cuando estoy débil y jadeante, me dejo caer de rodillas. Recuerdo lo que dijo
que quería hacerme, cuando todo esto empezó. Él está duro, a estas alturas.
Maravillosamente, gloriosamente duro. Se balancea delante de mí, mojado con el agua
de la ducha. Mojado con la necesidad. Lamo el agua, golpeando mi lengua a lo largo de
él. Hundo mi boca en él y chupo hasta que jadea, y luego retrocedo. Tomo mis pechos
con ambas manos y los levanto, me apoyo en él. Encaja su polla en el estrecho espacio
que hay entre ellos y luego los aprieta. Él empuja, y la punta sobresale de entre los
globos tensos, y yo la llevo a mi boca.
Ahora gimo con cada deslizamiento de su polla entre mis labios. Gimo con él,
porque cuando enrosco la lengua él empuja más fuerte y su polla palpita más fuerte, y
gimo para mí misma porque darle placer y verlo perder el control es una bendición
para mí, es su propia forma de placer sexual. No el tipo de placer que lleva al orgasmo,
sino el tipo de placer que sólo puede venir de dar algo hermoso e increíble a tu
amante.
Es mi amor.
Esta revelación me aturde, hace palpitar mi corazón. Pequeñas cosas como esa
tienen el poder de impactarme, por alguna razón.
Me pongo de rodillas otra vez, con su polla entre mis tetas, y acepto otra
salpicadura de su venida en mis labios, lamiéndola con una mirada hacia él,
sintiéndome poderosa y seductora. Hice esto por mí, no por Logan. Como un “jódete”
para Caleb y todo lo que me hizo que yo no elegí. No es algo que quisiera
regularmente, pero lo necesito en este momento. Me estoy retomando a mí misma.
Asumiendo la propiedad de mi sexualidad.
Deja salir un suspiro. —No hay nada que puedas hacer que no sea increíble.
Pero... era caliente. No voy a mentir. Viéndote, observándote, viendo cómo te metes mi
polla en la boca, entre esas grandes y bonitas tetas tuyas… estaba muy caliente. Juro
por Dios que nunca lo olvidaré mientras viva. Es una imagen mental con la que podría
masturbarme hasta el día de mi muerte. En tu cara... es un poco diferente. Eso no es
algo que haya querido hacer antes. No es lo mío. Nunca quise hacer sentir a nadie que
me excitaba... algo que para mí suena a degradación, supongo. Es un tema común en el
porno, el tiro en la cara. Pero nunca vi el erotismo en ello. El sexo, para mí, para ser
realmente asombroso, se trata de la reciprocidad, la satisfacción mutua. Y eso es lo
que hay fuera de este mundo sobre nuestra conexión, es que nosotros sólo... tenemos
esta increíble, jodidamente asombrosa química juntos.
Se pone una camiseta, una ligeramente mórbida, negra con un cráneo blanco
cerca de la parte inferior, la mandíbula inferior se desvanece en las raíces del árbol.
Un cuervo se posa en el cráneo, y una rosa roja crece en él, y las palabras Balas para
mi enamorada están impresas en la parte superior. Lo veo con desagrado, y él capta mi
expresión.
—¿No? Demasiado, ¿eh? Está bien. —Revisa un cajón lleno de camisetas y saca
otra diferente, las intercambia. En esta aparece un hombre de cabello largo y peludo,
con un pañuelo en la boca y la nariz, y una ballesta en la espalda, con The Walking
Dead en grandes letras rojas. —¿Mejor?
Se ríe. —Sí, las camisas de las bandas de metal tienden a ser un poco retorcidas,
supongo.
—No pude, sin embargo. —Me mira—. Espero que lo hayas entendido.
—No caigo fácilmente, Isabel. Pero cuando lo hago, caigo duro y rápido. —Se
pone de pie, se acerca a mí, me toma de la mano—. Ya no hay vuelta atrás para mí. No
querría, aunque pudiera. Esto es todo, para mí. No veo a nadie que pueda igualarte. Así
que tenlo en cuenta, ¿está bien? Haz lo que tengas que hacer. Nunca te retendré si tu
camino te aleja de mí. Pero no lo hagas a la ligera, ¿sí? —Logan es un hombre
elocuente, no es dado a tropezar con sus palabras o a dudar. Lo que hace ahora es un
cuadro que me deja cerca de las lágrimas. Es un guerrero, un hombre que ha visto y
librado a la muerte, y que por poco se escapa de ella él mismo. Un hombre que ha
estado en prisión y que ha salido del otro lado como una persona mejor. Un hombre
que ha sido traicionado y que aún puede encontrar el valor para mostrarse a mí, que
puede permitirse ser vulnerable.
Sabiendo lo que sé, sabiendo lo que he hecho para sacudir su fe en mí, más de
una vez... ¿qué valor debe tener para decir estas cosas? Es insondable.
—Estoy seguro de que eso es lo que espero. Y créeme, Isabel, no daré ni un solo
momento por sentado. Ni siquiera si tenemos mil años juntos.
Me besa…
Y me besa…
Y me besa.
El amor es una emoción dolorosa, me estoy dando cuenta. Abre las paredes
alrededor de mi corazón. Exige honestidad de mí. Coraje. Vulnerabilidad. Humildad.
No es una cosa ligera, con volantes, fácil, de libro de cuentos, donde el héroe y su dama
pueden cabalgar juntos hacia el atardecer. La dama debe ser también una guerrera,
dispuesta a enfrentarse a la oscuridad con él; debe ser lo suficientemente valiente
para enfrentarse a los demonios y dragones junto a su héroe si desea ver el amanecer,
y mucho más el ocaso.
14
Tengo el corazón en la garganta, un grueso rollo de cabello negro en una mano,
tijeras en la otra. Pestañeo y dejo salir un suspiro, me miro en el espejo de la
peluquería, en el reflejo de Logan. Está de pie detrás de mí, con las manos en los
bolsillos, mirando. Su amiga Mei, la estilista, que es la dueña de todo el salón, tiene mi
cabeza en sus pequeñas y delicadas manos. Manteniéndome firme. Relajante.
Acariciando con dedos ágiles mi cuero cabelludo.
Ella entiende, creo, aunque no le he dicho nada de mí, nada de mi historia. Sólo
le dije que necesitaba cambiar mi apariencia drásticamente, y ella me mira a los ojos,
me mira a sabiendas por un largo momento, y sólo me sonríe. Me sienta en una silla,
me pasa los dedos por el cabello, abriéndolo en abanico, ondulándolo, tirando de él
hacia atrás con severidad para evaluar la forma de mi cara, doblándolo hacia arriba y
hacia abajo para obtener una aproximación de lo que podría ser mi aspecto con el
cabello más corto.
Mei me quita las tijeras. Se mueve para pararse frente a mí. Es pequeña y
delgada, con el cabello teñido de lavanda y cortado a los lados, dejado más largo en la
parte superior, retorcido y vuelto a poner sobre su cabeza. Habla inglés con fluidez,
pero con un pronunciado acento asiático. —Es tu elección. Lo haces, no lo haces, la
única que importa eres tú. Pero creo que quieres hacerlo. Lo donaremos a Locks of
Love. —Sus dedos pasan casi compulsivamente por mi cabello otra vez—. Tú haces el
primer corte, yo te hago hermosa. Te hago más hermosa. Ya eres hermosa.
Me da las tijeras de nuevo, me levanta el cabello atado entre sus dedos con una
cuerda gruesa, un pequeño hueco entre sus dos manos. —Corta entre las manos.
Mei sólo mueve la cabeza. —No hasta que termine. Cierra los ojos. —Cierro los
ojos. Me da vueltas, me da palmaditas en el hombro—. Vale, ábrelos, pero no mires.
Me abrocha una capa negra alrededor del cuello y sus dedos pasan por mi
cabello varias veces. Oh, Dios. Es corto. Tan corto. Hay tan poco ahí arriba para que sus
dedos se muevan.
No tengo la menor idea. Pero me gusta cómo se siente. Suelto, ligero, libre.
Todo lo que quiero ser, todo lo que me esfuerzo por ser.
Después de lo que parece una eternidad de corte, ella se aleja, me hace gestos
para que me levante. —Ven, ven. Ya casi termino. Lavar, estilizar y luego ver. —Me
lleva a un fregadero con un divisor en forma de U en el frente, me pone en la silla
reclinable, y me acomoda hacia atrás, así mi cuello descansa en la U. Agua tibia, manos
fuertes. No sólo me lava el cabello, sino que me masajea el cuero cabelludo, con dedos
poderosos que escarban en el cuero cabelludo y en la nuca, aflojando la tensión,
relajándome. Amasa el champú en mi ahora corto cabello, enjuagándolo. Me seca con
una toalla.
—Bien, de vuelta a la silla. —Se rocía un poco de espuma en la palma de la
mano, se frota las manos un par de veces, y luego me pone la espuma en el cabello—.
Llevará tiempo recordarlo, pero ahora sólo necesitas un poco de producto. Champú,
acondicionador, mousse, sólo un poco. Antes, tanto cabello, necesitas mucho. Las
primeras duchas, chorrearás demasiado. Ríete, todas las chicas que se cortan el
cabello lo hacen. Yo tuve el cabello largo, como tú, una vez. Me lo corté todo, me lo teñí
de púrpura, así. —Hace un gesto con la cabeza—. Para hacer enojar a mi padre. Uso
demasiado champú durante semanas. Nunca lo recordé.
Ella usa una secadora en mi cabello, cepillando los dedos rígidos a través de él,
trabajando hacia adelante, alisándolo a los lados. Siento que me hace cosquillas en la
frente, en la sien, me cepilla las cejas.
Le toma tal vez quince minutos en total para lavar, secar y peinar mi cabello. Se
siente milagroso. Me llevaba quince minutos lavar todo mi cabello, otros quince para
enjuagarlo. Y todavía estaría mojado por lo menos doce horas después de lavarlo. A
veces un día completo, o más.
—Sí, muy bien. —Mei pone sus manos sobre mis hombros, aprieta, se inclina
cerca de mi oreja—. ¿Lista?
Tengo que soltar un aliento nervioso. —Creo que sí. —Enderezo mi columna
vertebral. —Sí, estoy lista. —Cierro los ojos mientras Mei gira la silla.
Me aparta del espejo una vez más, me pone colorete en las mejillas, me pasa el
delineador en los ojos, me aplica sombra de ojos en los párpados, crema labial en los
labios. No uso mucho maquillaje, nunca lo he hecho. Siempre me han dicho que no lo
necesito, que la belleza natural como la mía se aprecia mejor con poco o ningún
adorno.
Cuando Mei termina, me da la vuelta, y una vez más me quedo sin aliento, sin
palabras. Mis ojos son enormes, su forma natural de almendra y sus iris oscuros
resaltados. Mis ojos son... hipnóticos, de esta manera. Mis pómulos parecen ahora muy
afilados, mis labios aún más llenos, de color rojo oscuro. El efecto general es sutil, pero
dramático. Humeante, misterioso. Seductor. Sensual.
—Dios mío, Mei. —Estoy cerca de las lágrimas—. Me veo como... Ni siquiera lo
sé. Ni siquiera a mí misma, ya no.
—Me alegro mucho. —Ella mira a Logan—. Cualquier amigo de Logan es amigo
mío. Vuelve cuando quieras. Solemos tener charlas de chicas, bebemos demasiado
vino y nos quejamos de los chicos estúpidos.
—Bien. Ven aquí el viernes por la noche. Yo cierro a las siete, nos divertimos
juntos. —Ella recoge su maquillaje en sus manos, me mira—. ¿Tienes tu propio
maquillaje?
Sacudo la cabeza. —No, como dije, nunca he usado mucho maquillaje. Algo de
delineador de ojos, lápiz de labios, eso es todo. Nada tan espectacular. —No menciono
que no poseo nada, mucho menos algo tan frívolo como el maquillaje.
—Es un buen look para ti. Te hace parecer misteriosa. Un poco intimidante,
creo. —Ella saca una bolsa de plástico de un armario en su estación, y mete el
maquillaje en ella—. Para ti. Tengo más. Tú practicas. Ven el viernes, te enseño, si
quieres.
Nos lleva a la puerta, agitando sus manos como si estuviera arreando pollos,
cortando mis agradecimientos. —Ahora, vete. Váyanse. Tengo otro cliente pronto, y
tengo que limpiar.
—¿Sólo amigos?
Me ruborizo. —Tal vez un poco. Es una emoción inusual, para mí. No sé cómo
procesarla.
Sólo se ríe. —Salimos una vez. Fui a besarla al final de la cita y los dos
estábamos como… nah, no hay nada ahí. Hemos sido amigos desde entonces. —Una
mirada hacia mí—. Los celos son totalmente naturales y normales, por cierto. Sólo sé
honesta contigo misma y conmigo.
—Es nuevo para mí. Nunca... nunca se me ocurrió estar celosa hasta que vi a
Caleb con otra persona. Lo hizo a propósito. Estaba enfadado conmigo por... bueno, es
una larga historia. Pero estaba enfadado conmigo, así que arregló que le viera besando
a otra chica en la calle debajo de mi apartamento. Mi antiguo apartamento, quiero
decir. —Trato de no recordar. No quiero que esos recuerdos se desplacen a mi nuevo
sentido de identidad—. En cuanto a la táctica, fue efectiva. Pero esa fue la primera vez
que recuerdo haberme sentido celosa. Pensé que lo estaba... No lo sé. No es cierto,
porque no funcionó así entre Caleb y yo.
—Supongo que no. —Es todo lo que Logan dice sobre ese tema. Inteligente de
su parte, creo. Nada bueno podría salir de su opinión sobre Caleb. Sé cómo se siente y
por qué, y no tiene sentido discutirlo.
Las millas pasan por debajo de los neumáticos, por las ventanas. La radio está
apagada, el silencio es espeso. No sé adónde vamos.
Sacude la cabeza. —No, eso no es lo que quiero decir. Ahora mismo nos llevo a
almorzar a un gran lugar mediterráneo que conozco en Brooklyn. Me refiero a tu vida.
Contigo misma. ¿Qué es lo que quieres? ¿Cómo vas a vivir?
No tengo ni idea. ¿De qué soy capaz? ¿En qué soy buena?
Paso mucho, mucho tiempo pensando. Y sólo puedo llegar a una triste
conclusión. —Sólo he hecho una cosa. Sólo sé cómo ser Madame X, y no puedo ser más
ella. Pero, ¿qué más puedo hacer? —Estoy cerca de las lágrimas, pero las guardo. Las
alejo a la fuerza.
—¿Qué pasa si ya no tienes que ser Madame X, pero sigues realizando el mismo
servicio básico, sólo... por tu cuenta? Por ti misma. No como Madame X, sino como
Isabel de la Vega.
—Ves, no estoy de acuerdo. Creo que has prestado un servicio muy valioso.
Cuando tratas con gente tan rica como tu antigua clientela, la crianza de los hijos a
menudo se deja de lado. La búsqueda de riqueza es lo único que les importa a muchos
de ellos. Así que... terminas con niños ricos malcriados que no tienen una concepción
de la realidad, que no valoran el trabajo duro o el dinero, que no tienen sentido de sí
mismos o de la decencia o de la moral o nada. Y creo que tu verdadero valor estaba en
bajarle los humos. Hacerles entender que el mundo no siempre iba a girar a su
alrededor. Que no lo hizo, no lo hace y nunca lo hará. —Se detiene en una calle, no
tengo ni idea de cuál o dónde estamos, y aparca en paralelo frente a un restaurante.
No sale, gira en su asiento y me mira a los ojos—. Creo que podrías abrir tu propio
negocio haciendo lo mismo, pero tal vez dando unos pasos más. Probablemente harías
una jodida fortuna, y le harías un favor al mundo sacándoles la mierda a algunos de los
gilipollas consentidos de ahí fuera.
Asiente. —De verdad. Pero la cosa aquí es que lo harías en tus propios
términos. No hay personaje. Sólo tú siendo tú. Harías lo que hiciste antes, conocerías y
evaluarías a cada cliente, y harías un plan de tratamiento o como quieras llamarlo.
Enséñales modales. Como, modales básicos. Haz que sirvan mesas. Haz que hagan
trabajo de caridad, como en un comedor de beneficencia o algo así. Lo que creas
necesario para que se produzca el cambio en ellos.
—Necesito considerarlo.
—Una cosa que diría con seguridad es que no trabajarías fuera de tu casa.
Necesitas una separación entre el trabajo y la casa. A menos que seas, como, un
programador de computadoras o algo así, necesitas tu propio espacio justo para ti.
Especialmente en la línea de negocios que estás considerando. No puedes tener
clientes entrando y saliendo de tu sala de estar. Eso sólo invita a la familiaridad, y
tienes que permanecer distante. Intocable. Imponente. El ambiente debe seguir siendo
informal, cómodo, pero separado de tu espacio personal. —Se mete en la boca unos
cuantos tenedores de arroz y luego apuñala una aceituna verde, haciendo un gesto con
el tenedor y la aceituna—. Creo... creo... —Se come la aceituna, y me doy cuenta de que
cuanto más discute esto, más efusivo se vuelve. Es entrañable y adorable e inspirador,
viendo su entusiasmo por esta idea. Es contagioso—. Creo que, si compraras una casa
como la mía, podríamos renovarla según tus necesidades. Hacer una habitación
delantera, un profundo y cómodo sofá de cuero, una pequeña cocina y un bar, un
mirador con vistas a la calle. Y luego hacer una entrada separada que lleve a tu
espacio, que ocuparía el resto de la casa, usar ambos niveles, el superior y el inferior.
Tal vez hacer el dormitorio un loft sobre el resto. Mantenerlo abierto, ¿sabes? La
puerta de tu espacio tendría que ser realmente segura, aunque, tal vez usar la
biometría. Huellas de pulgares y lo que sea, ¿verdad?
Interrumpo su flujo. —Logan. Todo esto suena maravilloso, pero... —No puedo
evitar un suspiro de derrota—. No tengo ni un centavo a mi nombre. No tengo ni una
sola prenda de ropa propia. Nada. ¿De dónde voy a sacar el dinero para comprar una
casa en Manhattan, y mucho menos capital para abrir un negocio?
Me hace señas para que retire mi objeción con su tenedor. —Te lo dije, te
ayudaré. Te daré un préstamo comercial.
Deja el tenedor en la mesa, con la mirada seria. —No dije “regalar”, Isabel, dije
“préstamo”. Haré que mi banquero haga el papeleo por ti. Sé que no aceptarías dinero
de mí, y eso no es lo que te ofrezco. No tendría ningún interés en tu negocio en sí,
salvo la esperanza de que seas rentable para que vea un retorno de mi inversión. No
busco obtener un beneficio de esto, así que los términos serían bastante
condescendientes, con bajos intereses, para que te sea fácil pagarlo. Esto es para
ayudarte. Para que empieces.
Hace una cara graciosa. Triste, tierna, cariñosa y confusa a la vez. —Porque
todo el mundo necesita ayuda a veces. Y porque te amo. Quiero ayudarte. Te daría el
maldito dinero si pensara que lo tomarías. Tengo más de lo que jamás podré gastar,
incluso regalando un montón a la caridad. Quiero verte triunfar. Quiero... —Suspira y
se inclina hacia atrás en su silla—. Hay una motivación egoísta en el trabajo aquí,
también. Si tienes éxito, si trabajas para ti misma, entonces es más probable que seas
feliz. Y si eres feliz, eso significa que las cosas entre nosotros serán mucho mejores.
No puedo evitar una sonrisa. —¿Así que incluso tus motivaciones egoístas se
centran en mi felicidad?
Una sonrisa. —Bueno, sí. Quiero decir, piénsalo. Si eres feliz, entonces tu
enfoque puede ser en mí. Si eres feliz, mis posibilidades de poder mantenerte desnuda
en mi cama durante fines de semana enteros son mucho mejores. Y después de anoche
y de esta mañana, Isabel, cariño, tengo planes para mantenerte desnuda y sudada todo
el tiempo que me dejes.
Cierro los ojos y sueño. Finjo que tengo éxito. Ganar mi propio dinero
dirigiendo mi propio negocio. Logan es mío, todo mío. No hay nadie más. Imagino que
estoy en una playa en algún lugar. Con él. Tumbada desnuda en una manta en la arena,
con el sol caliente sobre nosotros. Su boca sobre mí. Me retuerzo, el deseo me
atraviesa con la idea.
—Sí —respiro.
—Yo sólo... Recuerdo el día en que me firmó la salida. Recuerdo que firmó el
papel. No vi la firma, pero... no tiene sentido. No lo sé. No lo sé.
Está claro que está incómodo con esta línea de conversación. —Hay uno que
hace mucho trabajo con los veteranos de combate, tipos que vuelven a casa de Irak y
Afganistán. Terapia, retiros, mierdas como esa. Es una organización sin fines de lucro
que empecé con un par de tipos de Blackwater. Hacen un montón de trabajo
realmente increíble con tipos que tienen TEPT5, cosas fuera de lo común, no sólo
sentados en una puta habitación hablando de nuestras emociones con un psiquiatra.
Los soldados odian esa mierda. Odiamos hablar de lo que hicimos. Sólo queremos
dejarlo atrás y no tener pesadillas, ¿sabes? Así que el enfoque del tratamiento del
TEPT que no es sólo hablar. Terapia equina, terapia canina. Arte, música, deportes.
Cosas así. Luego está el fondo de educación. Ese dirige el dinero más allá de toda la
burocracia y directamente a los distritos escolares que necesitan dinero, a las escuelas
del centro de la ciudad aquí en Nueva York y en todo el país. Se expanden todo el
tiempo, entrando en nuevos distritos escolares con cada cheque emitido. No hay
requisitos de pruebas, no hay tonterías, no hay políticos que se roban la cima. Sólo
dinero en efectivo para que los niños puedan aprender. —Se abre al hablar, y sus ojos
y su expresión revelan su pasión—. Me encanta esa especialmente. Cuando era niño,
mi educación no era tan importante para mí. Me preocupaba más por drogarme y
meterme en problemas con los compañeros. Pero incluso si lo hubiera hecho, donde
vivía, no habría recibido mucha educación de todos modos. Y San Diego es mucho
mejor que un lugar como Los Ángeles o las escuelas de Queens, ¿sabes? No hay
suficiente dinero para que las escuelas hagan una mierda por nadie.
Pone los ojos en blanco. —No lo es. Sólo dono dinero. Lo tengo que sacar de mis
malditos oídos, y la caridad es un lugar donde ponerlo, así que no es solo sentarse ahí.
Y, además, es una deducción de impuestos.
Veo a Thomas, primero. Alto, aterrador, piel negra como la noche, dientes
blancos como las teclas del piano. Tiene algo largo y delgado y oscuro en sus manos,
no una pistola, sino un palo de algún tipo. Una porra. No sé de dónde vino Thomas. No
estaba allí, ni en ninguna parte, y luego en un abrir y cerrar de ojos, ahí está. No tengo
tiempo ni de abrir la boca.
Inhalo para gritar, pero una mano me cubre la boca. Len. Me retuerzo, pateo.
Es la tuya.
Siento que las lágrimas de desesperación pinchan mis párpados. No. No. Esto
no. No tú. No otra vez. No ahora.
Siento que algo afilado me toca el cuello. Una aguja. Me pincha, y algo frío me
atraviesa.
¡No!
Veo en cámara lenta cómo tu dedo se aprieta en la media luna metálica del
gatillo.
¡NO!
Quiero gritar y llorar, pero no puedo. Sólo puedo desvanecerme en la
oscuridad.
Lucho. Pero es como estar envuelta en un capullo; es una lucha que no puedo
ganar. Sucumbo.
•••
Hay un puño en mi cabello. Mi cabeza está tirada hacia atrás. Me estoy quejando.
Estoy fingiendo el sonido, porque el agarre de mi cabello es doloroso, pero los gemidos
son inevitables.
Estoy sobre mis manos y rodillas. En una cama. En la oscuridad. Silencio, pero con
mis gemidos, y el macho bajo gruñe detrás de mí.
He estado aquí de rodillas por una eternidad. Tomando los castigos, impulsando
los empujes por siempre. Estoy en carne viva.
Se espera que tenga un orgasmo. Pero el aliento que me baña el cuello huele a
whisky, y el orgasmo parece estar fuera de mi alcance.
—Caleb… —susurro.
—Vas a correrte ahora. —A pesar del aliento a whisky, las palabras son claras y
lúcidas, y no se mezclan.
—Yo...
De pie ahora. Aún detrás de mí, los empujes continúan sin disminuir. Los dedos
me rodean alrededor de la cintura y entre los muslos. Es sólo un chisporroteo al
principio, pero es algo.
El puño en mi cabello tira con fuerza. Tira de mi cabeza hacia atrás, así que me
veo obligada a mirar al techo. El aliento a whisky en mi cara, en mi oído. —Córrete para
mí, X.
Pero no ha terminado. Una mano dura se agarra a mi muñeca y tira con fuerza.
Me tira bruscamente del colchón, me empuja al suelo, a sus rodillas. Los dedos se
enroscan en mi cabello hasta la barbilla. Me guía hacia el miembro que espera. Duro,
pero no completamente.
—Acaba conmigo.
Hago lo que me ordenan. Con mis manos, con mi boca. Lleva mucho tiempo. Estoy
cansada. Muy cansada. Me duele la mandíbula. También me duelen los antebrazos por el
constante movimiento de arriba y abajo. Cuando llega la liberación, es mucho menos
fuerte que de costumbre.
Dejo que mi cuerpo se afloje. Incluso mi respiración. Dejo que mi boca se abra.
Después de muchos minutos de fingir que duermo, huelo el whisky, escucho la
respiración. Ya no estoy fingiendo completamente este descenso al sueño. Estoy casi
dormida ahora.
¿Quién es Isabel?
Los labios tocan la sien. Suavemente, tan suavemente que podría haber sido un
susurro de aire, un producto de mi imaginación. —No se suponía que fuera así.
Estoy perdiendo la batalla para mantenerme despierta. Lucho. Tan cerca del
sueño, nada parece real. Estoy delirando de agotamiento. Estoy imaginando esto,
seguramente. Me he dormido y estoy soñando. Seguramente. Seguramente.
Sólo un sueño.
Solamente un sueño.
•••
—Despierta, X. —El familiar estruendo en mi oído.
Estoy cerca de las lágrimas. No. No. No he soñado a Logan. Eso fue real. Él es
real. No fue un sueño.
No lo fue.
¿Lo fue?
Isabel.
—Qu... um ¿Qué? ¿Caleb? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué está pasando?
Tú te giras. —¿Qué quieres decir con qué pasa? Tienes un cliente. Travis
Mitchell, hijo de Michael Mitchell, fundador y director ejecutivo de Empresas Médicas
Mitchell.
Sacudo la cabeza. Me duele. Se siente espesa. Los recuerdos se mueven y giran
con fragmentos de sueños.
¿No era real? Logan, su casa en la calle tranquila. Cocoa. Desnuda en la cama
con Logan, saboreando cada toque, cada beso. Recuerdo cada momento. Puedo
imaginar cada cicatriz, cada tatuaje.
Me paso las manos por el cabello, y eso es lo que hace que todo se suelte. Mi
cabello es corto.
Mei.
Logan. Oh Dios, Logan. —¡Le disparaste! —Me lanzo hacia adelante, golpeo con
mi puño tu pómulo tan fuerte como puedo, de repente llena de rabia ardiente—. ¡Le
jodidamente disparaste! —Me balanceo de nuevo, mi otra mano, se conecta con tu
mandíbula.
—Pensé que tenías todas las respuestas. Pensé que tu precioso Logan lo sabía
todo.
Te sigo. Todo está como estaba. Mis libros. La chimenea vacía, sin televisión, sin
radio, sin ordenador. Mi biblioteca, el cofre con mis libros antiguos y las primeras
ediciones firmadas: Los autoretratos de Madame X; Noche estrellada. El rincón del
desayuno. Un simple plato de porcelana blanca, medio pomelo, yogur griego con sabor
a vainilla, una taza de té Earl Grey importado de Inglaterra, un simple cuadrado de pan
de trigo orgánico tostado con una fina capa de mantequilla de granja y la mesa. Miro
fijamente la comida, y mi estómago retumba. Quiero huevos revueltos con queso, un
gofre belga apilado con crema batida y fresas ahogadas en jarabe procesado, tocino
marrón crujiente, tostadas blancas cubiertas con gelatina.
•••
Mamá me sonríe mientras coloca los huevos esponjosos y con queso en mi plato, y
luego me besa en la sien. Sus ojos brillan. —Come, mi amor6. —Su voz es música.
•••
El recuerdo es tan visceral que puedo oler los huevos, y su perfume, la sal del
mar, oír las gaviotas y el bocinazo del barco. Las lágrimas se deslizan por mi mejilla, y
las escondo agachándome sobre el cuenco mientras termino de batir los huevos.
Vierto los huevos batidos en la sartén, y el silbido burbujeante hace que el recuerdo
ruja a través de mí, haciéndome sentir como si hacer estos huevos me conectara de
alguna manera con mi madre. Una cosa simple pero poderosa.
Añado una generosa cantidad de queso mientras doblo y revuelvo los huevos,
empapando el recuerdo de mamá, los huevos y un desayuno junto al mar.
6 El original en español
Mientras como, recuerdo la nota que vi junto al portátil de Logan.
Estás pálido, tus ojos se abren, tus labios son finos. Dejas de respirar. —
¿Dónde... dónde escuchaste ese nombre?
—X...
—Te dije...
—¡Mentiras, bastardo! ¡No me has dicho nada más que putas mentiras! —Me
inclino hacia adelante, gritando—. ¡DIME LA VERDAD!
—Te estaba apuntando a ti, maldito imbécil. —Me agarro la sábana al pecho.
Me sitúo detrás de ti, furiosa—. ¿Quién...mierda... es Jakob Kasparek? ¿Porque Caleb?
Es quien me sacó del hospital, no Caleb Indigo.
—No voy a ninguna parte. Empieza a hablar. —Temo que, si me voy por un
momento, te irás y la puerta se cerrará con llave y seré una prisionera de nuevo.
Sólo parpadeas hacia mí. —¿En serio? Después de todo lo que hemos...
—¿Después de todo lo que me has hecho, quieres decir? Sí. En serio. No soy
tuya. Ya no puedes verme mientras me visto.
Te das la vuelta. —¿Qué demonios has hecho? Era un vestido de diez mil
dólares hecho a medida para ti.
—Y tu cabello...
—Yo.
Continuara…
ISABEL (MADAME X) LOGAN
CALEB