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Contents

 
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Escena extra
Glosario Tiara
Otros libros de la serie
Otros libros de la autora
Título: Tiara
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contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del código penal).
©JessDharma

Diseño de cubierta: RachelRP


Corrección: Nia Rincón
Maquetación: RachelRP

Los personajes, eventos y sucesos presentados en esta obra son ficticios.


Cualquier semejanza con personas vivas o desaparecidas es pura
coincidencia.

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Para ti Abue, sé que dónde estés serás feliz.
Una parte de mí muy grande se ha ido contigo, cuídala.
Te quiero.
Prólogo
El Alquimista
Han pasado más de dos soles y el rey sigue en el mismo lugar de mi
laboratorio, absorto en su libro, releyendo una y otra vez las mismas
palabras.
Soy el guardián del libro de las profecías, antes que yo lo fue mi padre y
antes que él mi abuelo. Llevamos siendo los alquimistas del rey desde hace
más de diez generaciones.
Noto ruido a mi derecha, miro y veo cómo el rey se levanta, deja el libro
en la mesa y sale sin decir nada. Hace esto al menos una vez cada cuatro
cambios de luna. Sé que mi alma está condenada por interferir, pero lo hice
por una buena causa y no me arrepiento de ello.
Llego hasta el libro, lo cierro y lo coloco en la estantería a la que
pertenece, no necesito leer las palabras de la profecía, me las sé de
memoria, las del rey actual y las de los anteriores; fue parte de mi
aprendizaje. Aún recuerdo cómo mi padre me obligaba a recitarlas durante
toda la mañana mientras él hacía las mezclas que necesitaba para sus
brebajes. Y lo emocionado que estuve cuando la profecía del actual rey
apareció, yo apenas era un adolescente y no sabía todo lo que iba a hacer a
raíz de esas palabras.

—Papá, no entiendo para qué necesito saber de memoria las profecías


si están escritas —me quejo después casi de haber fallado en la última.
—Hijo, solo quien no sabe sobre los errores de su Historia vuelve a
cometerlos. Los libros desaparecen, pero el conocimiento se transmite de
generación a generación haciendo que todo el orden se mantenga.
Sonrío porque es una de las frases favoritas de papá. La primera vez
que me explicó cómo iba todo esto la verdad es que no lo entendí. Somos
guardianes de un libro en el cual aparece una profecía que le dice al rey
cuándo acabará su reinado y comenzará el de su heredero. La última vez,
papá me contó que el padre del actual monarca estuvo en el trono más de
quinientas vueltas a los soles. Desde que heredó la corona han pasado casi
cien y todavía no aparece la profecía que le diga cuándo terminará, ni
quién será su heredero de los cuatro príncipes.
—Papá, ¿alguna vez ha habido cuatro herederos al trono? —le
pregunto, curioso.
—No, esto es algo inaudito. Generalmente el rey tiene una esposa en
cada uno de sus reinos. Sin embargo, solo el primero en nacer tiene
derecho a la corona.
—Sí, mamá me dijo que nadie se podía creer que los cuatro niños
tuvieran el pelo del color de su reino salvo las puntas.
—Así es, solo el heredero debería tenerlo así. De hecho, se creía que
había algún tipo de magia y los cuatro niños estuvieron aquí para que les
hiciera ciertas pruebas.
—¿Y qué pasó?
—Los cuatro tenían derecho al trono. Es el libro de las profecías el que
escogerá entre ellos. Nadie sabe quién será el elegido, es algo que jamás
ha ocurrido, así que deben prepararlos a todos por igual.
Sonrío ante la idea de ser parte de un hecho histórico tan importante.
Cojo de nuevo el libro en el que aparecen las profecías de los reyes
anteriores para repasarlas y noto que está caliente. Me siento en la enorme
butaca con el ceño fruncido y lo abro por la mitad. Toco las páginas y algo
me lleva a pasarlas hasta llegar a la primera que está en blanco. Solo que
parece que algo se mueve en ella.
—Papá —susurro asustado.
Mi padre mira hacia donde estoy, baja la vista y sonríe. Se acerca, coge
el libro y lo deja sobre una mesa baja.
—Ha llegado el momento —murmura—. Vas a presenciar la aparición
de la profecía.
Miro el libro y me asombro ante lo que veo. De la página en blanco
salen como cuatro haces de luz, del mismo color que los cuatro reinos: el
morado es de Terrae, el amarillo de Airus, el negro de Aquares y el rosa de
Lumen.
—Es el momento de saber quién será el próximo rey y cuándo acabará
la era del que está ahora —dice papá, entusiasmado.
Sigo mirando los haces que se entrelazan y bailan sobre la página. Veo
que una tinta dorada aparece y puedo decir que es el momento más
increíble de mi vida. Los cuatro colores se unen de nuevo y suben hasta casi
el techo del laboratorio. Tengo que mirar hacia arriba para no perdérmelo.
—Ahora, atento —me indica mi padre.
De pronto, caen y se recogen en un dibujo que ha aparecido debajo de
las letras doradas que no alcanzo a leer.
—No es posible —murmura papá.
—¿Qué pasa?
—No hay un heredero, hay cuatro.
Papá se tira al suelo de rodillas frente al libro y veo que quiere tocarlo,
pero no se atreve. Me pongo a su lado y observo el dibujo en el cual han
desaparecido los cuatro colores, es como un emblema de los cuatro reinos.
—Hijo, lee tú la profecía, te concedo ese honor.
Miro la página con las letras doradas, sonrío y hago lo que me ha
pedido mi padre:

La última era solitaria


llegará a su fin
cuando los elementos se reúnan.

Solo la mezcla correcta


será la que inicie el nuevo ciclo.

El mechón de ellas
completará las puntas de los herederos
cerrando así la era antigua e iniciando:
MIL VUELTAS A LOS SOLES DE FELICIDAD

Así es cómo empezó todo. En ese momento no lo sabía, pero las


palabras dichas en ese momento desembocaron en los acontecimientos que
me llevaron a vender mi alma.
Agarro un frasco del estante de arriba y lo mezclo con el polvo de
mithril que tengo en el mortero. Han pasado ya muchas vueltas a los soles,
y cada vez estoy más convencido de que me salté las reglas para nada.
Aunque en aquel momento me pareció que era lo que tenía que hacer.
Soy el Alquimista, guardián de la Historia, no puedo intervenir en ella,
pero lo hice, por mi hija lo hice. Bueno, por mi nieta, una que no sabía que
existía hasta hace unas veinte vueltas a los soles, las mismas veinte vueltas
a los soles que hace que aparecieron los monstruos de los Caminos, las
mismas veinte vueltas a los soles que hace que cada noche la llamo en sus
sueños, las mismas veinte vueltas a los soles que hace que no obtengo
respuesta.
He condenado a los seres de Etherum, y por ello merezco morir. No
puedo arreglar lo que hice, solo acabar con mi estirpe de alquimistas; seré el
último, para mi vergüenza.
Mezclo todo lo que tengo en una botella y me sitúo frente a las cuatro
velas de los cuatro reinos que creé para llamar a mi nieta. Cada noche las he
encendido para que, esté en el reino que esté, pueda aparecer en sus sueños
como el elemento primigenio donde viva y pedirle que venga. En un inicio
deberían haberse apagado las tres que no pertenecieran al lugar de origen de
mi nieta, sin embargo, por algún motivo que no he logrado comprender, no
lo hacen.
—Lo siento, siento no haberte encontrado, siento el mundo que te dejo
y siento que la maldad haya ganado —susurro mientras llevo el brebaje que
me matará a los labios.
Un ruido me sobresalta, me giro y veo el libro de las profecías en el
suelo, abierto en la página del rey actual, con el emblema de los cuatro
reinos brillando. Llego hasta él y lo recojo. Cuando alzo la vista las velas se
han encendido solas. No es posible. Tan solo lo hacen de noche, y ahora
mismo los tres soles brillan sobre todo Etherum. Y entonces lo entiendo: mi
nieta está en camino y mucho me temo que su futuro está ligado al de uno
de los herederos al trono.
Tiro el brebaje de mis manos al fregadero y comienzo a preparar otros
para cuando ella llegue. Si estoy en lo cierto, la misma persona que condenó
mi alma al crear los monstruos de los Caminos intentará matar a mi nieta
antes de que se una a uno de los príncipes.
Capítulo 1
 
Tiara
«Lo siento, siento no haberte encontrado, siento el mundo que te dejo y
siento que la maldad haya ganado».
La voz habla con ternura, aun así, me hace estremecer, como si fuera
una confesión de algo terrible que fuera a suceder, un destino que nadie
puede evitar.
Estoy soñando, lo sé, siempre que lo hago es como si tuviese cierta
conciencia de que lo estoy haciendo. Estoy tumbada sobre la hierba fresca,
absorbiendo la luz nuestro segundo sol sobre mi piel, sintiendo su calor. Es
mi momento, mi lugar feliz, donde nada malo puede alcanzarme, donde
puedo ser realmente yo.
Como si fuera casi imperceptible, algo comienza a cambiar a mi
alrededor. En el amplio cielo de color morado de mi reino, de donde
provengo, se ciernen nubes negras que consiguen robar la luz del mismo sol
y el calor a mi cuerpo de un solo golpe. Me hace sentir sola, sí, así es como
me siento. Quiero levantarme y escapar, pero no puedo, es como si unas
manos invisibles me mantuvieran sujeta contra el suelo.
Aun dormida tengo el presentimiento de que algo muy malo va a pasar,
y nunca me equivoco con esas cosas; es como si tuviera un sentido extra
que la mayoría no tiene. Sin tardar mucho, todo el horizonte se ha tornado
negro, dejándome en la más completa oscuridad y, como si las nubes me
pudieran hablar, oigo de nuevo las palabras a través de los truenos que se
están desatando.
«Lo siento, siento no haberte encontrado, siento el mundo que te dejo y
siento que la maldad haya ganado».
Siento que algo no está bien. Con ese terrible pensamiento me despierto,
empapada en sudor.
Hace calor y aún no ha anochecido, me encuentro en la modesta alcoba
de una posada, la comparto con mi mejor amiga, para mí mi hermana,
aunque no sea de nacimiento, Aboe.
Doy patadas a la manta algo polvorienta y que pica bastante, prefiero no
pensar si es por el tipo de tela o por las alimañas invisibles al ojo que viven
en ella. Me siento en el borde de la cama con los codos apoyados sobre mis
piernas y me masajeo las sienes, intentando sacarme la sensación amarga
que me ha dejado el sueño. Desde que tengo uso de razón he tenido sueños
muy vívidos.
Cuando son felices te despiertas con un buen sabor de boca, si en vez de
eso son pesadillas, la cosa cambia, durante toda la jornada te acompaña una
mala sensación. En esta ocasión ha sido distinto, no ha sido un mal sueño,
pero sí como un augurio, algo malo va a suceder, pero no sé cuándo. Da
igual, no soy de las que se esconden, llevo toda mi vida luchando y no
dejaré de hacerlo nunca.
Me levanto y paseo por la alcoba; gracias a que soy sigilosa sé que no
despertaré a mi amiga que está profundamente dormida, la fuerte
respiración la delata. Soy nerviosa por naturaleza y me cuesta quedarme
quieta hasta cuando duermo.
Me cubro con la capa que suelo llevar, el sudor se ha quedado frío y me
he destemplado. Levanto una silla de madera oscura para colocarla junto a
la ventana, está sucia, pero puedo ver el cielo despejado, ya ha salido la
segunda luna, la que se ocultará al amanecer y, sin poder evitarlo, me pierdo
en los recuerdos.
Aboe y yo nos conocimos en un hogar de acogida, yo casi nací allí
porque, según nos contó la nana que nos cuidaba, me dejaron en ese lugar a
los pocos días de mi alumbramiento. Ella llegó unos años después, y desde
el día en que la conocí nos hicimos inseparables. Éramos un gran equipo, el
mejor. Las dos hacíamos trastadas, cosas de niñas, aunque las ideas solían
ser mías, siempre he sido un poco traviesa. Cuando nos pillaban, ella era la
que nos sacaba del problema, y es que con su cara angelical nadie podía
resistirse a no perdonarla.
Algo que seguimos usando hoy en día. Cuando fuimos creciendo, con la
cabeza llena de pájaros, pensábamos que saldríamos del hogar de acogida y
siempre viviríamos juntas. Quizás algún día, si nos llegaba a apetecer, nos
casaríamos con dos lanus y tendríamos hijos a los que criaríamos juntas. Lo
dicho, eran sueños de niñas.
Mi amiga y yo tenemos un secreto que compartimos desde muy
pequeñas, y un día, tras escuchar una conversación de nuestra nana con un
hombre que vino a adoptar a un muchacho que le ayudara en su granja, nos
hizo cambiar la perspectiva de nuestra futura vida.
Lo recuerdo como si hubiera sucedido tan solo hace una jornada y no
tantas vueltas al sol como en realidad han sido.
—¿Cree que el chico será un buen trabajador? —pregunta el hombre de
porte regio a la nana.
—Seguro que sí, señor, en la casa todos ayudan con las tareas, somos
conscientes del futuro de estos huérfanos. Con un poco de suerte, serán
sirvientes, y les preparamos para ello.
—De acuerdo, espero no tener ningún problema. Tengo un vecino que
recogió a un niño que encontró perdido, llevaba el pelo lleno de porquería
y, cuando consiguió que se lavara, descubrió que tenía un mechón de color.
¿Imagina el problema que eso supuso?
—¡Por favor, no! —exclama la nana, y en ese momento supimos que era
algo muy malo.
—Sí, lo denunció la corte ya que le daba miedo tener a un slave en su
casa, y se los llevaron a los dos a las minas. No le creyeron al alegar que
no lo sabía cuándo lo recogió.
En ese momento escapamos al campo de detrás de la casa donde
pasábamos horas ideando nuestras jugarretas, asustadas por lo que
acabábamos de escuchar.
—Tiara, ¿qué vamos a hacer? —Mi amiga está preocupada, su rostro
pálido parece que se va a romper como si fuera de porcelana.
—No te preocupes, nadie sabe nada de lo nuestro. Menos mal que
siempre lo guardamos en secreto pensando que eso nos hacía especiales.
Ahora podríamos estar en las minas encerradas con trabajos forzados
hasta alcanzar la muerte.
La abrazo, no soporto verla así, yo también siento miedo, pero mi
necesidad de consolarla es más grande que lo demás. Solloza mientras se
agarra a mí como si fuera su único salvavidas.
—Yo no quiero terminar así, si alguna vez se entera alguien…, no sé lo
que nos harán.
—Nadie se va a enterar, vamos a huir. Nos buscaremos la vida y
viviremos libres, aunque tengamos que dormir en los bosques para evitar
que nos atrapen.
Mi amiga se separa un poco para mirarme a los ojos, se seca las
lágrimas mientras pone su mejor cara de convencimiento y asiente.
—Eso haremos, prefiero ser devorada por los monstruos a tu lado que
morir como esclava.
—Así es, esta noche cogeremos las cosas que tenemos y huiremos.
Nos volvemos a abrazar, pero esta vez para sellar nuestro pacto:
siempre estaremos juntas.
Y así fue, de eso hace unas cuantas vueltas a los tres soles, huimos
cuando teníamos catorce y nunca hemos mirado atrás. Vivimos con gente
nómada que viajaba de un lado a otro y aprendimos muchas cosas. A luchar,
pero, sobre todo, a sobrevivir.
Ahora estamos solas, nos hemos forjado un nombre como
cazarrecompensas. No ha sido un camino fácil, las numerosas cicatrices que
adornan mi cuerpo sirven para demostrarlo. Pero está muy bien pagado,
solo que te juegas la vida en cada salida.
Aparte yo lo llamaría un trabajo de estación, hay épocas en las que
tenemos muchos encargos, no sé si por el calor, pero en la estación del
Despertar se delinque más, mientras que en la de Descanso nos morimos de
aburrimiento, por lo que muchas veces nos tenemos que buscar la vida con
negocios no muy legales.
Es lo que hay, me gusta pensar que llegamos a este mundo solas y
depende de nosotras no morir de frío o hambre, por lo que no debemos nada
a nadie y no tengo que reparos en hacer lo que sea necesario para sobrevivir
sin importarme a quién afecte.
Ahora estamos en esa época de aburrimiento, hemos venido a Terrae, mi
reino natal, a ver si podemos conseguir algunas monedas. Cuando tenemos
suficiente no nos quedamos en hospedajes como estos, aunque también hay
que decir que no somos de gustos extravagantes, hemos dormido en la calle
y hemos comido pan terrano duro, si es que teníamos algo que llevarnos a la
boca.
Si esta noche sale bien, nos podremos ir una temporada lejos a disfrutar
de los soles y un cielo abierto donde vivir a nuestras anchas.
—¿Otra vez no eres capaz de conciliar el sueño?
Una voz aletargada me saca de mis pensamientos.
—No, estoy practicando el arte de no dormir para convertirme en un ser
superior.
Me giro para hacer una mueca. Mala idea, recibo una almohada
voladora que acierta justo en mi cara.
—¿Y tú qué haces despierta? No es normal en ti.
Se acomoda con la cabeza en los pies de la cama y pone sus manos bajo
la barbilla para mirarme.
—Estaba teniendo un sueño impresionante, donde me casaba con un
lanu noble y vivíamos las dos como reinas el resto de nuestras vidas. —
Aletea los ojos, como si aún estuviera viendo esa imagen.
—¡Uf! Yo me marchitaría como una flor con ese tipo de vida, aunque
estoy convencida de que tú naciste para ser princesa, te debiste extraviar por
el camino.
—¿Verdad que sí? Yo pienso exactamente lo mismo.
Ambas nos reímos. Aboe parece una muñeca frágil que no ha roto un
plato en su vida, pero cuando tiene que combatir es despiadada y sé que
daría la vida por mí sin dudarlo. Eso sí, es mucho más femenina que yo, que
cuando lucho parece que me convierto en un animal; así me pasa, que voy
toda marcada.
—Algún día conocerás a ese alguien que te sacará de esta vida de
peligros, cariño, estoy segura.
—Qué va, eso no va a pasar, además, sé que no querrías esa vida, y yo
sin ti tampoco la deseo. Recuerda, juntas para siempre.
—Juntas para siempre.
Ese es nuestro lema desde que nos conocemos, y me parece maravilloso
que esté dispuesta a dejar todo con lo que ha soñado por seguirme, pero la
verdad es que, aunque no lo admitiré, el día que ella encuentre a esa
persona que yo sepa que la va a cuidar como se merece, me iré, no dejaré
que renuncie esa felicidad.
Se hace a un lado en la estrecha cama y toca el jergón para que me una a
ella. No lo dudo y me despojo de la capa para acostarme a su lado. Nos tapa
a ambas y me canturrea en voz baja, siempre funciona y consigue que me
duerma. Es como estar en casa, ella es mi amiga, mi hermana y mi hogar.
Capítulo 2
 
Adhair
Hemos tenido que esperar a que saliera la primera luna para marcharnos
a Terrae. Por mucho que me atraigan las hembras de mi reino no puedo
permitirme que me vean frecuentando las posadas, bebiendo como un fehér
y en compañía de mujeres de cuestionable reputación. Las que más me
gustan no se andan con recatamientos ni vergüenzas entre las sábanas.
A veces vamos varios compañeros del ejército, en esta ocasión solo me
acompaña Adam, el general y mi mejor amigo, uno que es igual de
sinvergüenza que yo. He de admitir que posiblemente soy el más caradura
de los cuatro príncipes de Etherum. Todos nacimos el mismo día en el
mismo instante, por lo que los cuatro somos herederos, pero que ocurriera
esa casualidad no significa que nos parezcamos. Somos de distinta madre y
cada uno domina el elemento de su reino de origen materno.
Yo soy el príncipe de Airus, y domino la magia del aire, vivimos en paz
en nuestros reinos, pero no en los bosques que lindan con ellos, ahí viven
monstruos terribles que amenazan la seguridad de cualquiera que ose
adentrarse en ellos. A veces algún ciudadano o mercader se extravía y junto
a mi ejército nos adentramos en la oscuridad de esos caminos verdes para
rescatarlos, el poder del aire es muy útil para la lucha, entre otras cosas.
Para ir de un reino a otro, si eres lanu no encuentras ningún problema,
abrimos brechas que nos permiten atravesar los Caminos en línea recta. Si
eres un fehér, es decir, un ser no mágico, te expones al peligro o tienes que
ir hasta Centrum, la capital de Etherum, donde vive mi padre el rey. Se
pierde mucho tiempo, pero al menos llegas con vida.
En fin, Adam y yo no tenemos problema. En cuanto el presumido
termine de arreglarse, abriremos una brecha y en nada tendré entre mis
manos una jarra bien llena de destilado y una bella hembra de grandes
pechos sobre mi regazo. Me cubro con mi capa y me coloco la capucha para
no ser visto mientras abandonamos palacio. Me he tenido que teñir parte de
mis mechones amarillos con un tinte natural que sacamos de las plantas
para pasar desapercibido. Solo los príncipes tenemos todo el cabello del
color de nuestro reino, menos las puntas.
—Adam, ¡o sales ya o te pateo el culo! —le grito, a sabiendas de que
me escucha perfectamente, ya que sigue acicalándose en mi baño.
En ese momento se abre la puerta, se mueve por aquí como si fuera su
propia casa, es normal, nos hemos criado juntos; cualquier otro no se
atrevería a actuar de esa manera.
—Quiero recordarte que en el entrenamiento de hoy he sido yo el que
he pateado tu real culo —se jacta mi amigo.
Viene hecho un pincel, con su pelo largo blanco con sus mechones
amarillos y los ojos del mismo color. Sí, los nobles tienen el pelo y los ojos
del color de nuestro elemento. No es tan alto como yo, pero sí fuerte. Con
un giro discreto de mi muñeca levanto un pequeño viento a su alrededor, lo
que provoca que se despeine su inmaculado cabello.
Si las miradas pudieran matarme ahora mismo estaría seco en el suelo.
Pongo una fingida cara de arrepentimiento y me enseña el dedo del medio.
—Por eso tendrás que invitarme a bebida y mujeres —me reclama
mientras se peina con los dedos.
—¿Acaso no lo hago siempre?
—Hoy más, pienso beber y fornicar hasta caer inconsciente.
—Como no nos demos prisa estará la bebida agotada y las mejores
mujeres cogidas, presumido.
—Mejor, me gustan los retos y quitarle a otro la chica, seguro que me
estimula más a que caigan rendidas a mis pies.
Lo agarro del brazo para tirar de él y salir ya de allí o al final me meto
en la cama y me echo a dormir.
—Eso puede ser divertido, quizás así también tengamos alguna pelea de
por medio. Sería el final perfecto para terminar la noche.
Bajamos las escaleras y nos dirigimos a la zona del servicio, hay una
salida en las cocinas, es mejor usar esa que la entrada principal. Los
sirvientes son gente fiel que no dirían nunca nada de mis fiestas. Aunque sé
que corren muchos rumores por la corte, me da igual. Solo intento aparentar
por el título que poseo.
Salimos y nos adentramos por un camino empedrado bastante oscuro
que lleva al lugar donde guardamos a los ala de viento, son animales
mágicos, poseen alas, son rápidos y pueden deslizarse entre las nubes.
Adoro al mío, que se llama Brisa.
Adam y yo caminamos en silencio, disfrutando de la frescura de la
noche y la tranquilidad del camino. Llegamos a los establos y encontramos
a nuestros animales preparados y listos para montar. Me monto en Brisa,
que agita sus alas, contenta por volverme a ver, y mi amigo se sube en
Lanza, que le da con el hocico de forma cariñosa.
—¿Estás listo, Adhair? —pregunta Adam.
—Siempre estoy listo para una buena fiesta —respondo con una sonrisa
pícara en mi rostro.
Adam ríe y saca su espada, que brilla en la luz de la luna.
—Entonces, que empiece la noche —contesta con una sonrisa similar a
la mía.
Nos alejamos y buscamos un lugar solitario del Camino para abrir la
brecha. Adam toma su espada y la clava en el suelo, creando una pequeña
chispa que hace que el aire a nuestro alrededor comience a vibrar. Luego,
con un movimiento de su mano abre una brecha en el muro invisible del
Camino y a lomos de nuestros animales llegamos a Terrae sin ningún
ataque. Con un gesto, rasgo la pared que nos separa del reino de mi
hermano y la cierro tras nosotros.
Nos detenemos en una posada llena de gente, con música, risas y olor a
destilado. Nos abrimos camino entre la multitud, buscando una mesa libre
en la que sentarnos. Encontramos una al fondo de la sala, en un rincón
oscuro y apartado.
Pedimos un barril de destilado de baya y llamamos a una camarera para
que nos sirva. Es una mujer alta y esbelta, con una melena blanca y rizada y
ojos color rosa. Me gusta su aspecto salvaje y peligroso, pero no tanto como
para llevarla a mi cama. Después de todo, tengo una reputación que
mantener.
Bebo de mi jarra de destilado de baya y observo a mi alrededor,
disfrutando del ambiente y de la compañía de mi amigo. Sé que no puedo
seguir así para siempre, tarde o temprano tendré que enfrentarme a mis
responsabilidades como príncipe y líder de mi reino. Pero, por ahora, voy a
disfrutar de la vida al máximo, mientras pueda.
La noche avanza y bebemos más y más, hasta que perdemos la cuenta
de cuántas jarras hemos vaciado. Adam ha desaparecido en algún momento
y estoy solo, rodeado de extraños. Pero no me importa, estoy relajado y me
siento libre como el viento.
El destilado corre por mis venas como si fuera veneno cuando veo a una
mujer de cabello totalmente blanco, largo y sedoso, con unos ojos morados
que me indican que es de este reino, y mi entrepierna se pone dura al
instante.
Ella me sonríe, y yo le hago un gesto para que se acerque y me
acompañe. Lo hace mientras sus largas piernas se contonean bajo su túnica
vaporosa y medio transparente. Solo verla es ya toda una experiencia para
los sentidos.
—Buenas noches, señorita, ¿podría invitarte a beber algo? —Noto mi
lengua pesada contra el paladar.
—Buenas noches para ti también, ¿qué hace un lanu como tú bebiendo
solo? —Sus mejillas se han sonrojado y me parece muy sensual en una
fehér, algo nada frecuente.
—Estaba con un amigo que ha desaparecido hace rato, ha debido
encontrar una compañía mejor que la mía.
Su larga y delicada mano acaricia la mesa de madera en la que me
encuentro, y pienso en cómo me gustaría que fuera a cierta parte de mi
anatomía.
—Vaya, cuánto lo siento. Si yo estuviera contigo, te puedo asegurar que
no me iría con nadie más.
—No se me ocurre un plan mejor, entonces ¿me acompañas? —le
pregunto, aunque lo que realmente me apetece es sentarla sobre mi regazo y
besar esos labios carnosos
—Claro, me encantaría.
Toma asiento junto a mí mientras sonríe, es algo que me atrae ya que no
para de hacerlo, y podría decir que es adictivo. Le sirvo una copa de
destilado de baya, tiene un sabor algo terroso, se hace fermentando las
bayas; mí me encanta tomarlo cuando vengo a este reino. La levanta para
brindar y no dudo en acompañarla. Le pega un buen trago, como si
estuviera acostumbrada a beber, cosa que me gusta; la mayoría de las fehérs
o lanus que conozco son demasiado recatadas como para tomar destilado.
—¿Cómo te llamas?
No es que me importe, dentro de unas horas, cuando regrese a mi reino,
eso ya se me habrá olvidado, pero qué sería del acto íntimo sin los
preliminares; el cortejo es una de las partes que más me motivan, es como si
estuviera en una cacería.
—Dana, ¿y tú?
—Isco, un placer.
Miento como un bellaco, pero es que no me interesa que nadie me
reconozca ni sepa más de mí de lo que yo quiero contar. Cojo su mano y la
beso como si fuera todo un caballero. Cosa que hace que ella ría. Tenía
ganas de probar su tacto y, tal y como imaginaba, es suave como las piedras
preciosas talladas.
—Igualmente.
Lleno su copa de nuevo antes de continuar.
—Y dime, Dana, ¿qué haces sola en un sitio como este?
Se encoge de hombros antes de contestar.
—Estoy de paso con una amiga, nos hospedamos arriba, pero
curiosamente ella también desapareció hace un rato, quizás está con tu
amigo.
Su sonrisa se vuelve pícara, como si me quisiera dejar claro que no le
importaría escaparse conmigo escaleras arriba. Bebo mi copa, que ya no me
sabe a nada de toda la que he ingerido. Seguro que si me pusieran orina de
igrim tendría el mismo gusto.
Podría preguntarle más, indagar sobre su vida, solo que, para ser
sincero, no me importa, solo el cómo se moverá sobre mis caderas. Así que
no pierdo mi tiempo, la veo receptiva, quizás me equivoque y me abofetee,
pero ¿qué príncipe sería si no me arriesgo? Con mi sonrisa más ensayada,
me acerco de forma lenta hacia sus labios.
Sé que he hecho lo correcto cuando sus ojos comienzan a cerrarse, ese
es el empujón que necesito, y atrapo su labio superior con los míos sin dejar
de observarla. Sí, nunca, nunca he cerrado los ojos para besar, me gusta
estar siempre alerta y vigilar. Hasta ahora he tenido suerte de que ninguna
me ha pillado.
Responde a mi beso, abre sus labios, dándome una invitación que
acepto gustoso. Lejos de la impresión que da de fehér modosa y frágil, besa
como una lumi. Enredo mi lengua con la suya y la temperatura sube aún
más que la que el destilado me ha inducido. Acaricio su muslo por debajo
de la mesa, lo que provoca que emita un ruidito contra mi boca que me
excita mucho.
Nos separamos y sonríe con los labios algo hinchados y sonrosados a
causa de lo que hemos compartido.
—Puedo afirmar, sin que te ofendas, que besas como una lumi.
—Gracias, tú tampoco lo haces nada mal. Seguro que practicas mucho.
—Su voz está un tono más ronca a causa de la excitación.
—No me creerías si te dijera que no. —Niega con la cabeza, sonriendo
—. También conozco un par de trucos más, si quieres te los muestro.
Le lanzo mi invitación esperando que la acepte, soy consciente de que
no me faltará mi ración de intimidad, aunque ella me rechace. Por mucho
que me guste mucho meterme en la cama, yo elijo con quién y me tiene que
atraer.
—Eso seguro que me complacería mucho —ronronea.
—No se hable más.
Me pongo en pie, cojo su mano y tiro de ella hasta que queda pegada a
mi cuerpo. Con una habilidad propia de alguien que ha hecho esto ya
muchas veces, con la mano libre sostengo la jarra de destilado de bayas casi
vacía y las copas. Dentro de poco espero tener otra cosa más sabrosa en mis
labios.
Riendo porque le mordisqueo el cuello, Dana me conduce a su
dormitorio. Noto que me tambaleo un poco, me he pasado con el destilado,
pero en cuanto me ponga al lío se me aclarará la mente, o al menos eso
espero.
Llegamos a la planta de arriba, aunque más que sostenerla lo hace ella
conmigo. Me giro como si algo llamara mi atención, es raro, ya que aquí
hay tanto ruido que no podría escuchar ni aunque gritaran mi nombre.
Mis ojos se fijan en una mujer de la que me cuesta apartar la mirada.
Solo puedo ver sus llamativos ojos morados bajo una capa de la que se le
escapan unos mechones cortos blancos. No es que sea despampanante como
la mujer que me acompaña, pero tiene algo que me deja como hipnotizado.
Sus rasgos con como los de una pequeña criatura mágica. Su figura es igual,
es bajita y demasiado flacucha, al menos es lo que se intuye debajo de la
ropa que lleva.
—¿Ves algo que te interese más? —me susurra mi acompañante al oído.
—No, no, para nada. —Me giro para mirarla.
No quiero volver a echar un vistazo, pero lo hago, es superior a mí; la
chica ya no está, pero su imagen se ha quedado guardada en mi retina.
No tardamos en entrar en la habitación mientras mi mente sigue igual de
nublada o incluso más ahora que una pequeña fehér ocupa parte de mis
pensamientos. Dana, que es todo fuego debajo de esa apariencia angelical,
me tira sobre una cama algo destartalada, pero me da igual, solo importa
que se sube encima de mí, apartando su vaporosa túnica. El único problema
es que mi cabeza piensa en otra, una desconocida.
Capítulo 3
 
Tiara
Espero entre esta panda de fehérs y lanus ebrios hasta que Aboe me
haga la señal. Aun con mi peor cara puesta, muchos se acercan para
hacerme proposiciones que me producen náuseas. Soy consciente de que no
es por mi belleza, llevo la capa, que casi no deja ver nada de mi rostro, es
porque en cierto momento de la noche y con las copas adecuadas cualquier
agujero les parece un buen lugar para meterla.
No me interesan, estoy trabajando, y mucho menos con ninguno de
estos. Lo que no puedo negar es que me ha pasado algo distinto cuando he
visto a nuestra víctima de esta noche, no he podido dejar de mirarlo. No es
que tenga nada en especial, a simple vista es solo otro lanu que se pierde en
cuanto ve a una fehér bonita con pechos grandes. Y, aun sabiendo todo eso,
no he podido apartar la mirada de él.
No es por nada relacionado con el amor, no creo en eso, solo en el
fraternal y, fuera de eso, poder pasar un buen rato de vez en cuando entre
las sábanas. Esos son mis valores para sobrevivir en un reino de mierda
donde la gente con poder lo tiene todo y el resto vivimos para servirlos, tan
solo por nacer con el color de pelo «equivocado», según ellos, claro.
No somos como los zaglis, al menos es lo que me gusta pensar. Hace ya
una temporada que no tenemos encargos de cazarrecompensas y tenemos
que comer. Solo tomamos prestado a los que tienen mucho y que nos fue
robado por poseer el cabello blanco. Además, esos pobres incautos piensan
que han pasado una noche de lujuria con mi amiga, luego no suelen echar
en falta las monedas o joyas que nos llevamos. Beben tanto que deben de
creer que lo han perdido o se lo han gastado en el destilado que se han
bebido.
Aboe es la que siempre hace de cebo, no porque yo no me considere
guapa, sino porque cada una tiene su rol. Yo soy la que pelea y ella la que
engatusa a los demás. Aparte de que tengo una fea cicatriz que haría correr
al más valiente.
Parece ser que el desgraciado que se ha sentado junto a mí y que agarra
mi culo con fuerza, como si fuera de su propiedad, no ha pillado el gesto de
mi cara de «no quiero compañía». No lo miro, mi pulso no se acelera ni un
ápice por su comportamiento. Si algo he aprendido en mi vida es que la
paciencia es la mejor de las estrategias.
Con tan solo un movimiento de muñeca podría clavarle mi cuchillo en
su entrepierna y se desangraría a mis pies como el koninj que es mientras
llora y chilla, y yo sería una espectadora feliz. Sin embargo, no me conviene
llamar la atención. Debemos terminar el trabajo que hemos venido a hacer y
marcharnos sin ser vistas. Se tendría que haber quedado callado sin más,
pero no parece que sea de los que saben cavilar.
—Preciosa, ¿qué te parece si vamos al pasaje de atrás donde te haré
tocar las dos lunas mientras me clavo salvajemente entre tus piernas? —
Vuelve a apretar mi culo, como si eso fuese el empujoncito que necesitara
para convencerme.
Aún sin mirarlo de frente, el olor a niebla del pantano, una bebida típica
de aquí hecha con destilado de alta graduación, jugo de parsiforia y té de
maneo, me golpea como si fuera una bofetada; solo de imaginarlo
acercándose a mi boca me dan náuseas.
Mi mirada sigue fija en la puerta por la que mi amiga ha desaparecido.
En ese momento, se abre y aparece un pañuelo que se agita, es nuestra
señal, tengo que irme; no sin antes resarcirme por el trato recibido por el
desgraciado este. Saco mi cuchillo y lo aprieto contra la entrepierna de mi
nuevo amigo, ese que se toma tantas confianzas, como si fuera suya.
Siente la punta afilada contra eso que le crea tan alta autoestima. Me
giro para que me vea bien, así lo recordará la próxima vez que quiera tratar
a una fehér como un despojo.
—Eres un ser despreciable, si vuelvo a verte intentando propasarte con
alguien, te cortaré este trozo de carne inservible y flácido para luego tirarlo
al Camino, porque ni las alimañas hambrientas se lo querrían llevar a la
boca.
Me acerco más a su cara, aun cuando su olor me da asco, para poner
énfasis a lo que le estoy explicando. Mi cicatriz lo hace estremecerse; bien,
es lo que pretendo.
—¿Me has entendido bien?
—Sí, sí, lo siento. ¿Eres Tiara? ¿La temida cazarrecompensas?
En el tartamudeo que muestra me hace ver que he conseguido lo que
quería.
—Sí, y seguro que sabes que te estaré vigilando, no hagas que te persiga
porque te arrancaré las tripas.
—No, mi señora, lo juro. —Es gracioso que me llame de esa forma con
la edad que tengo, pero lo prefiero, señal de que me respeta, aunque sea por
miedo.
Su cara de cobarde es lo último que veo antes de irme hacia las
escaleras. Si con lo que ha sucedido esta noche consigo que ese desgraciado
no vuelva a hacer de las suyas, me doy por satisfecha.
Entro en la habitación sin llamar, el hombre debe estar inconsciente si
Aboe me ha avisado. Mientras la besaba, le he echado en la copa sirena, una
espora con efectos sedantes. Si calculas la medida exacta caen dormidos.
No se puede usar mucho ya que a largo plazo produce lagunas de memoria,
menos mal que nunca repetimos objetivo.
Mi amiga está recogiendo nuestras pocas pertenencias y ya se ha
cambiado de ropa por otra más adecuada para poder escapar. Luchar o
correr con una túnica es demasiado peligroso.
—Has tardado mucho, ¿ha pasado algo?
—Nada, solo estaba enseñando modales a un desperdicio de tipo.
Aboe deja lo que está haciendo para mirarme y hace una mueca.
—Sabes que no puedes cambiar a todos, tenemos demasiada mierda en
Etherum.
Mi amiga siempre es la voz de la razón, la que consigue mantenernos
con vida.
—Lo sé, pero si puedo cambiar alguna cosa valdrá la pena.
Viene y me abraza, le encantan ese tipo de gestos, a mí solo con ella. No
soy muy de muestras de cariño.
—¿Qué tal ha ido? —pregunto, señalando al lanu que yace sobre la
cama desnudo de cintura para arriba.
Tengo que admitir que tiene un cuerpo impresionante con varios dibujos
en los brazos y el torso, cosa que siempre me ha llamado la atención.
—En lo que se refiere al botín bien, pero me parece un desperdicio que
ninguna de las dos haya intimado con él. ¿Tú le has visto bien? —Hace un
mohín que me saca una sonrisa.
—Aboe, si tuvieras que acostarte con todos los que te parecen atractivos
no terminaríamos nunca —bromeo, y me contesta rodando los ojos.
—No es mi culpa, en mi defensa diré que todos los que encontramos
son muy apuestos.
Es mentira, al menos a mí no me lo parecen, no encuentro atractivos a
esos hombres. Bueno, a este sí, y eso me molesta porque no es normal en
mí.
—Además, este trabajo es así, no nos podemos arriesgar, si otro día lo
encontramos pues lo podrás despachar a gusto.
—Vale, vale, pero que conste que sigo insistiendo en que es toda una
pena.
Ahora mismo hasta yo me acostaría con él.
—Oye, aún no deja de sorprenderme cómo eres capaz de sonrojarte
como si fueras una fehér pura y virginal.
Cambio de tema y me empuja, riendo.
—Cada una tiene sus puntos fuertes, tú eres una guerrera sin parangón y
yo una experta seductora.
—En eso tienes toda la razón.
—Ahora dime, ¿por qué le miras tanto? No es algo normal en ti, que los
sueles ver como bolsas de monedas con patas.
Su sonrisa pícara me pone muy nerviosa. Porque la quiero, de lo
contrario la golpearía.
—Siempre podríamos devolver el botín y quedarnos un poco más para
que pases un buen rato —insiste Aboe al ver que no la contesto.
Lo pienso y sería una locura, yo no hago ese tipo de cosas. Además,
aunque le gustara, cosa que dudo, no podría estar con un lanu noble. Si se
enterara de mi secreto me delataría sin dudarlo
—Ni en broma, es más, ya hemos perdido demasiado tiempo. Debemos
partir y adentrarnos en el bosque antes de que amanezca.
Aboe me mira con su cara de disgusto.
—¿Otra vez a los malditos Caminos? Un día saldrá mal y nos
quedaremos allí atrapadas. No quiero morir devorada por un monstruo.
—Tranquila, sabes que yo siempre te cuidaré.
—Venga, en cuanto lleguemos a Airus quiero un sitio de lujo para
quedarnos y un masaje de cuerpo entero.
—Te lo prometo, ahora vámonos.
Cogemos el zurrón donde llevamos nuestras cosas para marcharnos
cuando una mano se cierra como un grillete sobre mi muñeca.
—No te vayas —me dice, abriendo apenas una rendija los ojos.
Me quedo petrificada mirando esos ojos amarillos tan hermosos.
—Tiara, vamos.
La voz de mi amiga me saca de mi trance y con un tirón me suelto de su
agarre. Salimos de la alcoba, pero antes de cerrar la puerta me parece
escuchar mi nombre.
Capítulo 4
 
Adhair
Desconozco cuánto tiempo llevo durmiendo, me he ido despertando,
pero cuando intento abrir los ojos solo veo borroso, por lo que vuelvo a
cerrarlos y caigo de nuevo en el sueño. En ellos veo a la fehér de ojos
morados y cara graciosa. Se llama Tiara, o quizás solo es parte de mi
ensoñación. Aunque creo que ese nombre le va a la perfección. Quiero
levantarme, pero noto como si todo me diera vueltas, hasta mi propio
cuerpo me pesa demasiado.
¿Cómo he podido beber tanto? No es posible, en otras ocasiones he
ingerido destilados más peligrosos que el de bayas y nunca me he
encontrado tan mal. Es como si mi cerebro se estuviera licuando dentro de
la cabeza. Pienso matar al tabernero por venderme esta mierda. Eso si
consigo levantarme, ya me veo teniendo que pedir ayuda a mi hermano
Dyzek, el cual no se pensará ni por un momento patear mi culo por estar
aquí liándola, como siempre.
De nuevo intento abrir los ojos y me rindo de inmediato, parece que si
enfoco la vista echaré el poco alimento que debe quedar en mi maltrecho
estómago. Me rindo para volver a pensar en la chica que no se me va de la
cabeza. ¿Quién es? Y, sobre todo, ¿por qué me importa saberlo? Nunca en
mi larga vida me ha interesado conocer a una fehér o una lanu, es más, creo
que nunca he pensado en ellas después de tirármelas. Pienso más en Brisa
que en alguna fémina.
No me da tiempo a meditar mucho más en eso, un chorro de agua
helada cae de lleno sobre mi rostro. De golpe se me pasan el mareo y las
náuseas y me incorporo con un gruñido, como si regresara de entre los
muertos. Me quito el pelo que dice mi madre que llevo demasiado largo de
los ojos para ver a quién voy a ofrecer como sacrificio a los monstruos de
los Caminos. Encuentro a Adam con una sonrisa tan amplia que me enseña
una hilera de dientes blancos, los mismos que desearía arrancar con unas
tenazas en este momento.
—¿Tienes alguna necesidad de morir que se te ha olvidado
comentarme? —gruño.
—¿Yo? Llevo ya un rato hablándote y zarandeándote sin resultado, no
me haces ni caso. Ya pensaba que estabas al borde de la muerte. He tenido
que tomar medidas drásticas, amigo.
—¿Qué dices? Si he estado todo el rato abriendo los ojos y no había
nadie conmigo. Habría visto esa cara horrible que tienes.
—Eso lo dirás porque no has visto a la que querías ver, llevas todo el
rato llamando a una tal Tiara. Que, amigo, déjame decirte, ha tenido que
hacer verdaderas quimeras entre las sábanas para que recuerdes su nombre.
—No me he acostado con ella, sino con su amiga. O eso creo, tengo
muchas lagunas, cosa muy rara ya que no me ha pasado ni cuando hemos
caído inconscientes a causa de la bebida.
—No entiendo nada —me dice, y me encojo de hombros. Si no tiene ni
idea, yo estoy igual.
—Yo tampoco, pensaré en eso más tarde. ¿Ya ha amanecido?
—Queda poco para que salga el primer sol.
—¡Mierda! Ya tendríamos que estar de vuelta. Como alguien me
reconozca y le vaya con el cuento a mi hermano Dyzek, me caerá otra
charla sobre venir a su reino sin avisarle, beberme su destilado y frecuentar
a sus mujeres. —Solo de pensarlo me vuelve el dolor de cabeza.
—Pues venga, ¿a qué esperas?
Eso me gustaría saber a mí. Aún me encuentro bastante mal. No
recuerdo haber tenido una resaca tan mala ni cuando empecé a tomar siendo
tan solo un jovencito. Me levanto y me mareo, Adam tiene que sujetarme
para que consiga mantenerme en pie. Espero a sentirme un poco más
estable antes de soltarme y me fijo en que llevo mis pantalones de cuero.
Primera cosa rara: que me duerma con algo de ropa si he estado con una
mujer.
Busco con la mente algo aturdida mi camisa y mi capa, y sé que algo no
está bien, como si estuviera fuera de lugar. La ropa parece más ligera que la
noche anterior, y de forma automática registro los bolsillos. La bolsa llena
de monedas que portaba ha desaparecido. Como si eso mandara una señal a
mi cerebro, mi mano corre a tocar mi cuello buscando la cadena que debería
colgar de él. Solo encuentro mi torso desnudo.
—Maldita…
Me pongo a andar por la menuda alcoba mientras paso las manos por mi
pelo aún húmedo, como si eso me fuera a ayudar a pensar. Paro al ver la
cara de desconcierto de Adam.
—Me han robado, no solo todas las monedas que llevaba, también el
anillo de mi madre.
—Eso es imposible, nadie sería capaz de hacerlo.
Intento aparentar una paciencia que no siento, y agradezco que me tenga
en tan alta estima, pero en este momento no estoy de humor.
—Amigo, dime, ¡¿acaso ves mi anillo por algún maldito lugar?! —Vale,
lo de la paciencia no me ha salido como yo esperaba.
Intenta localizar por el cuartucho algo que para mí es mucho más
importante que todas las monedas de Etherum. Mi madre me lo regaló
cuando entré en la edad adulta, para ella significa mucho, mejor dicho, lo
significa todo.
Me contó que cuando ella era una jovencita se enamoró de un fehér y él
de ella. Por supuesto, su amor era algo prohibido, mi madre era una lanu
con mucho poder y sus padres tenían ya reservado un futuro mucho más
beneficioso para ella. Engendraría a uno de los hijos del rey, sería una de
sus cuatro esposas.
Anamara, mi madre, se negaba a cumplir ese destino que ella no había
elegido y que, por supuesto, no quería, decía que «abandonar a su amor
verdadero por mandato real sería como condenarse a estar muerta en vida».
Decidieron huir antes de que les arrebataran lo único que deseaban en la
vida, su amor. Mi madre se tiñó todo el pelo de blanco con tinte vegetal
para vivir como una fehér, no le importaba el dinero ni las comodidades
mientras pudieran estar juntos.
Para su compromiso con mi madre, el fehér, que era herrero, le forjó un
anillo del metal más codiciado de nuestro reino llamado seox y le incrustó
piedras preciosas de los cuatro elementos, que simbolizaban que en
cualquier parte de Etherum la amaría. Tuvo que hacer muchos trabajos para
poder conseguir todo lo que necesitó para el anillo, pero ella merecía eso y
más.
Llegó la noche en la que tenían planeado huir, tenían un plan perfecto,
pero no esperaban que alguien les pudiese delatar. Por más que la gente
amara a mi madre, la codicia a veces es mayor. Antes de que ella pudiera
abrir la brecha por la que iban a escapar, la mismísima guardia real los
atrapó. Podrían haberlos matado, la traición al rey es algo que se castiga
muy duramente, pero no lo hicieron porque mi padre necesitaba a la más
poderosa de ese reino para ser su mujer y engendrar a su hijo.
Mi madre lloró, suplicó e incluso prometió que haría cualquier cosa que
deseara su majestad si le perdonaban la vida a su amante. El monarca,
alardeando de que tenía buen corazón, le permitió vivir con la condición de
que nunca se volverían a ver. Le partió el corazón, pero prefería saber que
no podía tenerlo a que dejara de existir. En eso consiste el amor verdadero,
en desear la felicidad del otro, aunque no sea a tu lado.
La verdad es que nunca confesaré en voz alta lo mucho que odio a mi
padre, con todas mis fuerzas. Preñó a las cuatro elegidas para engendrar a
sus hijos en los cuatro reinos de los elementos, y una vez que nacimos las
dejó solas. Nunca se volvió a preocupar por ellas, solo eran un medio para
un fin, sus herederos. Pero ahí no acaba todo, ellas no pueden estar con
nadie, están condenadas a vivir una vida de soledad mientras él mete todo
lo que se mueve en su cama.
Podría haber dejado a mi madre vivir con el hombre al que amaba, pero
no, no tenía corazón por mucho que quisiera aparentar eso delante de los
demás. Por eso, el anillo es tan importante para mí, me lo regaló con la
esperanza de que el día que yo conociera a mi amor verdadero se lo pudiera
regalar.
No quería decepcionarla al decirle que no creía en eso, solo en tener
compañeras de cama y en el amor que procesaba a mis hermanos y a ella
misma. Aun así, sé lo que significa para ella, y perderlo no es una opción.
Era lo único que conservaba vivo el recuerdo de su amante, y yo sería capaz
de matar con tal de no verla triste.
—Tenemos que encontrar a esas fehérs, luego las castigaré por el delito
que han cometido.
—¿Cuál? ¿Te refieres a seducirte, drogarte y robarte? Creo que tú eres
el que has pecado de inocente en esta situación, y te aseguro, amigo, que
inocente es el último calificativo con el que te definiría. Sé que nos gusta
beber y estar con unas y con otras, pero al final nos tenía que pasar factura
tratar a las mujeres como pedazos de carne.
Se burla mi amigo y lo miro como si mis ojos tuvieran el poder de
desmembrarlo. No soy tonto, sé que tiene razón, el problema es que no
considero que sean trozos de carne, sino un intercambio de placer. No
obligo a ninguna mujer a estar conmigo, y el rato que paso con ellas intento
complacerlas en todos los sentidos.
—Vale, vale. —Levanta las manos a modo de rendición—. Ya sabes que
siempre soy la voz de tu conciencia. Debemos irnos, ya luego pensaremos
un plan para encontrarlas, te lo prometo.
Tiene razón, que sea príncipe no significa que no deba dar muchas
explicaciones si me pillan en un lugar como este. Y a la salida del primer
sol eso es mucho más posible que durante las dos lunas, donde todo parece
que pasa más desapercibido.
Bajamos las escaleras y vemos el desastre que hay en la taberna, un
montón de fehérs ebrios se amontonan en el suelo e incluso en alguna mesa.
También hay tres mujeres con poca ropa que me delatan a qué se dedican y
a las que mi amigo no duda en guiñarles un ojo cuando lo miran. Ya sé
dónde se metió anoche.
Un borracho con voz gangosa está hablando y se le entiende fatal, al
menos hasta que escucho el nombre de Tiara. Pienso en que podría
quedarme quieto esperando a que esa lengua pastosa hable, pero nunca he
sido de los que tienen mucha paciencia. Por lo que, por impulso, me dirijo
hacia él. Cuando lo alcanzo, lo agarro del cuello de su mugrienta túnica y lo
levanto para dejarlo caer de espaldas sobre la mesa, que cruje bajo su peso.
El fehér con el que estaba manteniendo la conversación huye
despavorido y con cara de miedo. Bien, ahora no tengo tiempo para un
enfrentamiento. El que tengo agarrado empieza a balbucear palabras
incoherentes.
—Has hablado de Tiara, ¿la conoces? ¿Dónde está?
—Yo no, yo…
—Desembucha, no tengo mucho tiempo ni, sobre todo, paciencia.
Aún no se me ha pasado el dolor de cabeza, y eso me pone de muy mal
humor.
Parece entender que empieza a cantar o le haré mucho daño porque en
ese momento deja de tartamudear. Me deberían pagar por quitar las
borracheras de un susto. Seguro que a más de uno le vendría bien antes de
volver a sus casas.
—Es una cazarrecompensas muy conocida. Dicen que no le teme a nada
ni a nadie, va a lugares donde ningún hombre cuerdo se atrevería a ir.
Intento que mi cerebro la recuerde, pero la verdad es que no caigo. A
palacio no suelen llegar esas cosas, vivimos en una burbuja real donde todo
lo mundano o incómodo queda fuera. No querrían los nobles mancharse las
manos con mierda que no es suya. Ahora da igual, si esta alimaña la conoce
es señal de que la podré encontrar.
—¿Dónde vive? —pregunto mientras escucho a Adam decirme que el
primer sol ya va a salir.
—Nadie lo sabe, va y viene de un reino a otro. —Eso me enfada,
necesito encontrarla—. Lo que sí te puedo asegurar es que, si hay una
recompensa de por medio, ella será la primera en acudir, muchos de los
otros cazarrecompensas se apartan de su camino si interviene en algún
encargo.
Lo suelto como si su tacto me quemara.
—Esta noche casi me mata, me ha dicho que, si vuelvo a propasarme
con alguien, me perseguirá y me sacará las tripas.
El miedo se refleja en su rostro, ya de por sí desencajado a causa de la
bebida. Lo que me dice me intriga.
—¿Por qué te ha dicho eso? —Le pongo cara de que espero que no me
mienta o yo mismo le destriparé.
—No sabía que era ella, al verla sentada pensé que sería otra de las que
vienen a que las inviten a beber y a pasar un buen rato. La agarré por el culo
y le hice una proposición. Al principio parecía no afectarla, pero cuando me
miró… El más valiente se habría orinado en los pantalones.
No razono el porqué, pero que la haya tratado de esa manera me pone
de muy mala hostia. Me dan ganas de arrancarle la piel con mi cuchillo de
caza y hacerme unas botas nuevas. No tengo tiempo, sin embargo, me grabo
a fuego su rostro, quizás otro día le haga sufrir un poco.
—Deberías hacerle caso, ninguna hembra o macho deberían ser tratados
como despojos.
Con esa frase salgo corriendo, seguido muy cerca por mi amigo, hasta
alcanzar a nuestros animales, que están camuflados entre la espesura del
bosque, cerca de la taberna. Los montamos y le ordenado a Brisa que
galope todo lo rápido que pueda hacia el lugar donde abrimos la brecha para
cruzar a mi reino.
—¿Qué piensas? Sé que nada bueno por la sonrisa que pones.
—Qué bien me conoces, tengo una idea para recuperar mi anillo y
castigar a las que se han atrevido a robarme.
Adam ríe mientras el aire se abre entre nosotros por la velocidad a la
que vamos.
—Has oído lo de que esa fehér hace temblar al más valiente, ¿no?
Esa idea me acelera el pulso y no puedo evitarlo, antes de cruzar la
brecha, decreto:
—Esa fehér a la que todos temen, terminará rendida a mis pies.
Capítulo 5
 
Tiara
Se nos ha hecho demasiado tarde, espero que lleguemos a tiempo. No
quiero seguir en este lugar cuando despunte el primer sol. En todos los
reinos siempre hay lanus ávidos de poder que te abren brechas para viajar si
eres capaz de darles lo que piden. Tan solo están antes del amanecer y
después del anochecer, si les pillaran serían castigados; solo los seres
privilegiados deberían poder acceder a ese tipo de poder.
Los lanus pueden abrir las brechas en los Caminos, de esa forma pueden
pasar en línea recta de un reino a otro. Los fehér, en cambio, si queremos ir
a otro reino debemos hacer un largo viaje hasta la capital, Centrum, y de allí
al siguiente reino. Otra forma de opresión contra los míos.
Los Caminos son sitios peligrosos, desde el inicio de los tiempos han
existido en ellos monstruos que se alimentan de cualquier habitante de
Etherum, casi siempre de los pobres desgraciados que se han quedado allí
atrapados. A veces porque son arrojados por algún lanu que desea divertirse
o vengarse, vamos, que no valemos más que una mierda de igrim.
Menos mal que siempre existirán los avariciosos que se dejan comprar,
de lo contrario, me pasaría la vida viajando. Y con la profesión que tenemos
hace falta ir rápido de un lugar a otro, o bien para cazar a alguien que estén
buscando o si tenemos otro de nuestros «trabajitos», como el de esta noche.
Necesitamos poder huir para no convertirnos en las presas.
Corremos hacia el bosque donde el lanu ya ha abierto la brecha y varios
fehérs están cruzando en silencio para no atraer a los monstruos. Desde la
entrada a la salida a veces se tiene que recorrer un buen trecho, y más te
vale ir en silencio si no quieres despertar a las bestias que habitan en el
Camino.
El lanu que hace el paso entre los reinos de Terrae y Airus se llama
Ragar. Con él hacemos negocios desde hace mucho, pone cara de fastidio al
vernos, seguro que pensó que ya no vendríamos. Iluso, parece mentira que
no nos conozca. Si digo que vamos, vamos, lo único que me impediría no
acudir es estar muerta, y valoro mucho mi vida.
—Llegáis tarde, sabéis que nunca espero a nadie sin importar quien sea.
Nos reprende mientras llegamos junto a él con el corazón que casi se
nos sale del pecho por la carrera.
—Me parece correcto, pero ahora estamos aquí, coge tus monedas y
cállate. No me cabrees.
Eso parece que le molesta aún más, la mayoría de los lanu no superan
que una fehér tenga carácter y no se deje amedrentar. El problema es que a
mí me da igual que se ofenda, con peores cosas me he enfrentado.
—Tiara —me llama la atención mi amiga mientras paga a la alimaña—,
no deberías cabrearlo, sabes cómo se las gasta.
Me conoce bien, y cuando me ha llamado ya estaba pensando en la
manera de quitarle la vida a ese ser insignificante para mí. Siempre habrá
otros que puedan abrir brechas. Normalmente ya se porta como un cabrón,
pero hoy está especialmente irritante.
—Por mí, puede besar mi culo no mágico —lo digo bien alto para que
lo escuche con claridad.
Aboe se restriega la cara, desesperada. Soy consciente de que, en
ocasiones, tengo un carácter de mierda, pero también sé que esa furia que
late dentro de mí es la que nos mantiene con vida. Muchas veces también
me siento asustada, pero la vida me ha enseñado que nadie debe conocer tus
debilidades. Si huelen tu miedo estás perdido, y yo no me lo puedo permitir.
Soy la que nos protege.
—Tranquila, dentro de nada estaremos relajadas y nos darán un buen
masaje, comiendo y bebiendo solo lo mejor.
Mi amiga es como un bálsamo para mí, me da paz incluso en los peores
momentos. Nos adentramos en el Camino y el lanu pasa a nuestro lado
malhumorado, dando casi patadas al andar. Algunos de los que han entrado
primero ya casi están llegando al otro lado, atemorizados.
En cambio, yo intento disfrutar de las vistas a pesar de que siempre que
transito estos lugares me siento débil; el primer sol ya está saliendo y todo
el verde del Camino cobra vida. Es una imagen inigualable. Aboe me mira
y sonríe, creo que es de las pocas veces que no me ve en tensión, y eso que
ahora mismo estamos en uno de los sitios más peligrosos, sin embargo,
tiene como un aura que me fascina y relaja a la vez. Como si estuviera en
mi elemento.
Quizás tenga algún tipo de problema por disfrutar en un lugar así; me
encojo de hombros mentalmente. Total, solo se vive una vez y pienso
aprovechar todo lo que pueda hasta que llegue el momento de marcharme.
Ya nos queda menos cuando escucho que Ragar nos insulta.
—Lumis.
Tengo que hacer acopio de todo mi autocontrol para no darle una paliza
que posiblemente llame la atención de cada monstruo del lugar. No puedo
arriesgarme a que esa gente o mi amiga salgan heridos, o algo peor. Eso no
quita que, cuando estemos seguras en Airus, le explique lo lumi que soy.
Aboe ya está cruzando cuando el tipo se da la vuelta con cara de dorken.
Parece que le ha sentado peor que no conteste a su provocación a que le
hubiera rajado en medio del Camino.
—¿Qué pasa, Ragar? Estoy cansada, ha sido una noche larga y, desde
luego, no quiero perder el tiempo con tus tonterías retorcidas.
—Todos te tienen miedo, pero solo eres una fehér más, puedes morir
fácilmente. No lo entiendo. —La confusión y la rabia se mezclan en su
rostro.
—¿Y quién va a matarme? ¿Tú? No me hagas reír.
Sé que debería guardar mi lengua inquieta para otro momento, pero
estoy cansada, mucho más desde que he entrado en el Camino, como si este
sitio me robara la energía vital. Una sonrisa sádica aparece en su rostro y
me da muy mala espina.
—Yo no, no soy un suicida, sé que luchas sucio y que podrías matarme,
no soy un guerrero. Sin embargo, ellos creo que sí.
Mira por encima de mi hombro y deseo con todas mis fuerzas no
voltearme. Por mucho que no quiera, al final lo hago, y la visión me
paraliza. A unos pies de distancia hay un igrim; los he visto antes, pero de
lejos, cuando ya estábamos a salvo en el otro reino. Es muy distinto tenerlo
tan cerca.
No para de mirarnos mientras de su boca salen babas asquerosas, seguro
que pensando lo que se quiere comer. No nos hemos enterado de su
presencia, estos monstruos son letalmente silenciosos, por lo que a veces no
te das cuenta de que están ahí hasta que es demasiado tarde.
Son fuertes, delgados y altos; su piel es gris, como si fuese la corteza de
un árbol muerto, y muy difícil de atravesar. De su cabeza salen dos afiladas
astas como ramas, pero que podrían ensartar sin ninguna dificultad a
cualquiera de nosotros. Atravesarían nuestros huesos como si fueran hojas.
Sus dientes están hechos para masticarnos y tragarnos sin dificultad, y si te
cortan con las garras de sus manos, te arde como si te estuvieran quemando
viva.
Aunque lo que más me aterra de ellos son sus ojos rojos, como si
guardaran en ellos toda la sangre de sus víctimas; al menos es lo que dicen.
Viéndolo, dudo mucho que nadie haya sobrevivido a ese ser.
Nos miramos directos a los ojos, los suyos rojos sin iris, los míos
violetas, nos medimos. Calculo la distancia que tengo hasta la brecha, debo
cruzarla antes de que se decida a atacar.
—¡Tiara, corre! —grita mi amiga.
Cuando me giro para mirarla, veo el miedo reflejado en su rostro.
Intenta llegar hasta mí, pero el desgraciado de Ragar se lo impide. Voy a
enseñarle que nadie toca a mi hermana sin su permiso. Todo pasa muy
rápido, tanto que no me da tiempo a reaccionar. Ragar tiene un cuchillo en
la mano que no había visto hace un momento, me hace un corte profundo en
el brazo que inmediatamente se pone a sangrar; no contento con eso, me
empuja, consiguiendo que caiga de espaldas contra el suelo empedrado.
Coge a Aboe de su esbelta cintura y la empuja al otro lado, cerrando la
brecha detrás de ellos y dejándome sola con el igrim, al que el olor de mi
sangre le vuelve loco. Siento la vibración en el suelo que me indica que el
monstruo se acerca, y mi cerebro tiene que funcionar a toda prisa.
En el momento que su garra va a caer sobre mi cuerpo, ruedo sobre mí
misma e impacta contra el duro suelo. Me levanto, sacando mi cuchillo, y al
ver a lo que me tengo que enfrentar con un arma tan pequeña casi me echo
a reír como una loca.
Lo único que puede salvarme la vida, si es que hay algo que pueda
hacerlo, será mi velocidad sobre su brutalidad.
Adopto una posición de defensa, esperando su ataque, que no tarda en
llegar. Sus fauces abiertas, que caen sobre mí con un aliento como de
plantas en un alto grado de descomposición, me hace desorientarme un
poco, momento que aprovecha para golpearme con su garra el costado,
atravesando la capa y la camisa que llevo debajo. Raja mi piel y la sangre
comienza a manar. Puedo jurar que lo que dicen de que arde es cierto,
siento como si estuviera sufriendo una llamarada instantánea.
Lanzo un contraataque y con mi cuchillo corto su rostro a la altura de su
boca, le dejo el labio partido. Mi ofensa es castigada con un golpe que me
lanza volando varios pies por el aire y mi cuerpo impacta contra unas rocas.
Necesito toser y retorcerme, pero el dolor es tan atroz que consigue que se
me nuble la vista. Quizás la inconsciencia sea una bendición después de
todo, de esa forma no me enteraré cuando me coma estando viva aún.
Intento fijar la vista en el ser que me contempla con rabia mientras la
sangre, de un color verde oscuro, brota del lugar en el que lo he cortado.
Bien, al menos sucumbiré sabiendo que también lo he dañado. Pienso en el
final, y no quiero morir. Quiero cuidar y proteger a Aboe, es mi única
familia, ella tampoco tiene a nadie más.
Siento cómo la debilidad me está arrastrando a las profundidades de la
inconsciencia, mi último pensamiento será de amor hacia mi hermana. El
monstruo vuelve a correr para cargar sobre mí cuando las palabras con las
que soñé regresan a mi mente.
«Lo siento, siento no haberte encontrado, siento el mundo que te dejo y
siento que la maldad haya ganado».
Me estremezco, y antes de desmayarme, la tierra se abre debajo de mí y
me acoge; será mi ataúd, pero no tengo miedo, solo siento paz.
Capítulo 6
 
Adhair
—¿Qué vamos a hacer? —me interroga Adam cuando dejamos las
monturas en su cobertizo.
—Luego te lo cuento, ahora ve a darte un baño y come algo, que
tenemos que estar en el entrenamiento en un rato.
No paro de andar mientras mi cabeza va maquinando la venganza.
—¿En serio me vas a dejar a medias? —protesta, y me río.
Va hecho unos zorros después de la nochecita que hemos pasado, lo que
es cómico sabiendo lo pulcro que luce él siempre.
—Sí, a no ser que quieras escuchar la reprimenda de mi madre por no
llegar puntual a desayunar con ella. De lo que, por supuesto, te echaré la
culpa.
—Oh, eso ni en broma. Adoro a tu madre, pero cuando se enfada da
más miedo que una manada de monstruos de los Caminos.
—Yo también, por eso prefiero tenerla contenta. Desayunaré, me baño y
nos vemos en un rato.
—A sus órdenes, su majestad.
Le enseño el dedo medio y nos reímos mientras se va caminando a su
casa. Su hogar está junto a palacio, donde solo vive la gente noble. El resto
está más alejado, en casas humildes que lindan con el bosque. En teoría es
seguro, los monstruos no pueden salir de los Caminos. Digo en teoría
porque han sido varios airuses los que me han pedido audiencia para
contarme muy asustados que los han visto fuera de los límites.
Esto no debería ser posible, los monstruos están allí atrapados, a menos
que algún lanu idiota se haya dejado la brecha mal cerrada, aunque son
demasiados casos como para solo pensar en esa posibilidad.
Tengo hombres haciendo rondas por la zona, pero es algo que quiero
llevar a cabo yo mismo. Puede que me guste una buena juerga, la bebida y
las mujeres, pero me importa mi gente, y mucho. No solo los lanus, mi
madre me enseñó con su historia y la educación que me dio que los fehérs
son seres que merecen todo nuestro respeto.
Así que cuido de todos, me da igual el color de su pelo. Otra cosa muy
distinta son los delincuentes, como las de anoche. Lo normal sería que, si
las capturo, mandarlas a la capital para que sean castigadas y convertidas en
slave, pero no van a tener esa suerte; de esto me voy a ocupar yo
personalmente. No pueden drogarme y robarme algo tan importante y que
yo no pueda resarcirme.
El palacio de Airus es impresionante por mucho que digan mis
hermanos que los suyos lo son más. El mío parece que está elevado sobre la
ciudad, como si volara, cosa que encajaría muy bien con mi elemento.
Contemplarlo me agrada mucho, es como si fuera algo etéreo. No es nada
de eso, el tema es que se construyó sobre una roca que sostiene todo su
peso. No es una locura ya que, gracias a nuestro elemento, todo pesa menos
aquí, la gente se queda impresionada cuando nos visita pensando que el
palacio flota.
Subo por la escalinata que parece que te lleva a los cielos bastante
rápido, debo llegar al desayuno. Es el momento que comparto con mi madre
desde que tengo uso de razón, donde podemos ser nosotros mismos y
comportarnos sin todas las florituras que exige nuestra posición. No es que
el resto del día no nos veamos, pero siempre estamos acompañados y
debemos interpretar nuestro papel.
Sé que estará en el jardín de atrás, es donde desayunamos en las
estaciones del Despertar, el Esplendor y en la Cosecha por ser los más
cálidos. Cuando llega el Descanso preferimos usar el jardín interior porque
nos protege del frío. Acudo directo, sin cambiarme; sabe que salgo y lo que
hago, no tenemos secretos y no me cuestiona siempre que vuelva sano y
salvo. Y, por supuesto, que no haga daño a nadie.
Veo la mesa repleta de comida, toda la que sabe que me gusta. Los
pastelitos de queso de nube, que se hacen con queso ligero y esponjoso.
Frutas del árbol volador, tienen una textura ligera y solo crecen en los
árboles de mi reino. Ensalada de flores y hierbas del viento: una ensalada
hecha con flores y hierbas ligeras que se mueven suavemente con la brisa.
Pan de levitación: un pan esponjoso y ligero que se eleva en el aire, hecho
con levadura mágica. Té de la nube: una infusión ligera y aromática hecha
con hierbas y flores. Tarta de plumas: una tarta ligera y suave como una
pluma, con una cubierta de merengue esponjoso y un relleno de frutas
etéreas.
Solo de pensar en ello la boca se me hace agua, es justo todo lo que
necesito para coger fuerzas y terminar con la resaca.
Mi madre se sienta de espaldas y me da una visión completa de sus
tirabuzones blancos y amarillos sueltos. Está radiante, como siempre. Es
una lanu que irradia luz y cariño por todos sus poros. Haría cualquier cosa
por devolverle la felicidad. Siempre dice que es feliz de tenerme, y no lo
dudo, pero también soy consciente de que el día que perdió a su amor, se le
rompió el corazón.
—Máthair —le digo en la lengua antigua que ella me enseñó y que solo
usamos en la intimidad.
—Mo
Mhac —me contesta mientras se levanta para estrecharme entre
sus brazos.
Espero que no repare en que me falta el anillo o se llevará un buen
disgusto.
—Que conste que soy tu madre y te quiero, pero tienes un aspecto
horrible, no sabría decir si es porque ha sido buena o mala noche.
La sonrío mientras me siento a devorar el desayuno. Cuando bebo, la
jornada siguiente parece que no he comido en varias vueltas al sol.
—Bien, lo de siempre, ya sabes que no hay muchas sorpresas en lo que
hago.
Omito todo lo que me ha pasado, lo voy a arreglar.
—Ya, claro, crees que me quedé con la mentalidad atrasada, no será la
primera vez que tú y ese malandrín de Adam os metéis en líos por perseguir
las faldas equivocadas. —Me encojo de hombros, como diciendo «cosas
que pasan».
—Puedes estar tranquila, todo está bien, de verdad.
—Algún día encontraras a una lanu que te hará sudar sangre y verás que
todo lo vivido hasta la fecha no es nada.
—¿Por qué me tendría que hacer sudar sangre? Eres un poco malvada,
madre. —Me hago el indignado, y ella sonríe.
—Porque nunca te han gustado las cosas fáciles, así que la lanu que te
robe el corazón te dará una buena guerra primero. Hazme caso, sé de lo que
hablo.
—Madre, esa lanu no ha nacido. —Me mira mal y sonrío—. Vale, vale,
si un día ocurre, prometo rendirme a tus pies.
Eso parece ponerla más contenta. Miro su rostro, el cual va
envejeciendo con el paso de las vueltas al sol. Nosotros podemos escoger
una edad y quedarnos en ella. Podría haber sido joven siempre, vivimos
muchísimas vueltas al sol. Ella se negó por el amor a su fehér, dice que él
habría envejecido y quiere hacer lo mismo, aunque no al mismo ritmo o la
hubiera perdido hace mucho.
—¿Qué harás hoy?
—Pues todo eso que no quiero hacer, pero que se supone que debo
hacer por ser consorte real y la madre del príncipe.
Su cara de fastidio me divierte. Nunca fue de las que hacía lo que se
esperaba de una lanu de su clase social. Le gustaba salir de expedición,
ayudar a la gente menos favorecida y montar a los animales más salvajes
por el bosque, como si fuera un alma libre. Todo cambió cuando se casó con
mi padre.
—Madre, es mi reino, eres libre de hacer todo lo que se te antoje. Nadie
se atreverá a cuestionarte o te aseguro que se meterá en terribles problemas.
—Ya, pero si llega a oídos de tu padre, ambos seremos los que los
tendremos. —Ese comentario me enfada.
—Si se le ocurre venir, que lo dudo, le explicaré a su majestad que, por
muy rey que sea, estos son nuestros dominios y no tiene potestad alguna.
Mi madre parece divertida. Creo que cuando me mira aún ve a ese niño
travieso que corría como un loco por los pasillos de la corte.
—Anda, ve a la ducha, sabes que los soldados no comienzan a entrenar
si no estás presente.
—Tienes razón, cualquier excusa es buena para que se queden
vagueando, mirando al aire.
Le doy un beso en la frente y me voy rápido a mis aposentos. Con un
gesto de mi mano, la puerta se abre y cierra en cuanto paso. Me voy
despojando de la ropa, que cae sobre las mullidas alfombras. En el baño
tengo una gran bañera de piedras naturales con cascada que me llama a
gritos. Adentro, dejo que el aire mueva el agua sobre mi cuerpo, dejando
que se lleve el cansancio y la resaca.
Lo que usamos para lavarnos son burbujas de diferentes colores que se
frotan contra mi piel sin romperse. Escojo las de color azul, que tienen un
olor fresco, y el resto se retiran para dejar que hagan su trabajo. Me
encantaría quedarme disfrutando de este momento, pero tengo prisa, quizás
después de entrenar me dé un largo baño.
Hago el uso del aire que me seca en pocos segundos y cojo la ropa para
entrenar. No me he terminado de vestir cuando mi papyro de comunicación
empieza a emitir un sonido y se abre, exponiendo un color morado. En ese
momento sé que se trata de Dyzek.
No me apetece nada contestar en este momento, pero sé lo insistente
que es. Si no lo hago, es capaz de venir en persona. Le doy para autorizar el
mensaje entrante cuando la escritura empieza a danzar frente a mis ojos.

Dyzek: ¿Has vuelto a usar mi reino como tu picadero?


Adhair: Hola, hermanito, sí, estoy bien, gracias por preguntar.
Dyzek: Adhair, no me hagas cabrearme más de lo que ya estoy. Mis
guardias te han visto con tu amigo al escapar. Lo que no entiendo es cómo
piensas que no me voy a enterar.
Me pongo a imitarlo mientras habla, no me puede ver, pero me conoce
demasiado bien. Aunque hayamos sido criados en reinos separados, hemos
pasado mucho tiempo juntos.
Dyzek: Deja de hacer el idiota o me planto en tu casa y te pateo el culo.
Adhair: Vale, vale, digamos que quizás pasé un rato a tomar algo, no
hace falta que seas tan dramático.
Dyzek: No soy dramático, es que somos príncipes y tenemos una
reputación que cuidar. ¿Qué pasaría si la gente te descubriera en una taberna
de mala muerte embotado en destilado y rodeado de lumis?
Adhair: ¿Que me lo paso mejor que tú?
Cuando tarda en contestar, me lo imagino gruñendo y me relajo. Quiero
a mis hermanos, y lo último que me apetece en el mundo es que estemos
enfrentados. ´
Adhair: Dyzek, te prometo que nadie me reconoció, me teñí el pelo,
quien me vio pensó que no era más que otro lanu pasándolo bien.
Dyzek: Mis guardias sí.
Adhair:
Ya, pero eso es porque les debes entrenar a diario con una
imagen mía.
Dyzek: Adhair, sé que necesitas salir y hacer de las tuyas, no te estoy
juzgando. Lo único que te pido es que, la próxima vez, por lo menos me
avises; estaré pendiente de que no te pasé nada raro en mi reino.
Sus palabras me tocan mi parte sensible. Sé que, aunque sea un gruñón,
lo hace porque me quiere y no desea que me pase nada, más que por lo que
dice de la reputación real.

Adhair: Te lo prometo.
Dyzek: También quiero que sepas que entiendo que las mujeres de
Airus son muy feas y por eso tienes que venir.
Hago una mueca y me río. Ya está de mejor humor.
Adhair: No lo has entendido bien, voy a Terrae porque las pobres se
quejan de que las tenéis muy insatisfechas.
Dyzek: Pienso darte una paliza cuando te vea.
Adhair: Te estaré esperando, a ver cuándo te dejas caer por aquí. Te
echo de menos.
Dyzek: Espero que pronto.
Adhair: Tengo que ir a entrenar, los soldados me esperan.
Dyzek: Cuídate, hermano.
Adhair: Tú también.

Cierro el papyro y me marcho. No solo tengo que entrenar, también


poner en marcha mi plan de «atrapar a la cazarrecompensas».
Capítulo 7
 
Tiara
Todo está oscuro, como si estuviera inconsciente, pero soy muy
consciente de la capa de tierra que me tapa. Me parece oírla susurrar, como
si me quisiera contar algún secreto en un lenguaje que yo desconozco. Lo
normal sería sentirme asustada, pero, al contrario, me siento bien, incluso
con toda esa arena sobre la cara. No tengo sensación de ahogo, respiro con
normalidad. Como si la turba me llenara de oxígeno.
Por muy protegida que me sienta en lo que para cualquier otro sería una
tumba, necesito salir e intentar encontrar a Aboe que, conociéndola, debe
estar sufriendo un ataque de nervios. Desconozco si cuando salga el igrim
me estará esperando. Deseo que no sea así porque dudo que vuelva a tener
tanta suerte otra vez.
La tierra me ha tragado, literalmente, cuando más lo necesitaba. No he
visto nunca nada parecido, y mucho menos en seres como yo. Si salgo con
vida de esta, tendré que indagar sobre ello.
Levanto las manos, que descansan en mis costados, sin tener que hacer
apenas esfuerzo, como si la manta que los cubre me acompañara en cada
movimiento. Las saco mientras la tierra se abre para dejarme salir. Es una
sensación tan impresionante que empiezo a dudar de si me he tomado
alguna espora alucinógena y realmente estoy tirada en el suelo de la taberna
teniendo visiones, donde todos se ríen de mí.
Me incorporo para quedar sentada. Al principio la luz del exterior me
ciega, necesito adaptarme antes de poder ver. Como el monstruo esté por
aquí estoy jodida, acabaré sin cabeza y ni siquiera lo veré venir.
Parpadeo unas cuantas veces hasta que por fin la visión se me aclara, lo
primero que hago es quedarme muy quieta, buscando alrededor por si
aparece el igrim, hasta que caigo en la cuenta de que estoy en el otro lado
del bosque, después de la pared que separa el Camino. La tierra no solo me
ha engullido, también me ha sacado de ese maldito lugar.
Oigo algo que me llama la atención, es Aboe, está a unos pocos pies
más lejos, de rodillas golpeando con sus pequeñas y delicadas manos
convertidas en puños esas paredes impenetrables para los fehérs.
No le doy vueltas, solo me levanto lo más rápido que puedo para ir en
su busca. Debo haber pasado bastante tiempo inconsciente ahí debajo, ya
que mi cuerpo está entumecido. Como si fuera algo mágico, la tierra que me
ha envuelto hasta hace tan solo un momento se cierra, e incluso la hierba
aparece sobre ella como si no hubiera ocurrido nada. No sé si he perdido la
cabeza del todo, pero eso tendrá que esperar, ya le daré vueltas más tarde.
Eso sí, pronuncio un «gracias» por si acaso.
—¡Aboe! —grito mientras corro hacia ella.
Mi amiga, desconcertada, murmura:
—¡Oh no! Me estoy volviendo loca, ahora oigo su voz. —No puedo
evitar reírme.
—Siempre lo has estado — contesto al llegar a su espalda.
Aún con lágrimas en los ojos, no puede evitar sonreír.
—¿De verdad eres tú?
—No, soy el fantasma de Tiara que viene para atormentarte —le digo,
poniendo voz de ultratumba.
Puede que haya estado a punto de morir, pero notarla triste me parte el
alma. Haría cualquier cosa por verla feliz, y sé de corazón que ella también
siente lo mismo. Suelta una carcajada y se levanta para abrazarme, le pone
tanto entusiasmo que nos hace caer a las dos sobre la hierba. Quedamos
tumbadas de lado, mirándonos.
—Pensé que habías muerto, y lo único que sabía con certeza es que yo
quería acompañarte. No tengo a nadie más en el mundo.
—No pienso dejarte sola, ni lo sueñes.
La abrazo, llenándola de la tierra que aún llevo en la ropa. No tengo
ninguna prisa por marcharme, es como si volviera a estar viva.
—Pero ¿cómo has escapado? Es imposible, te vi dentro, antes de
cerrarse la brecha, y ese igrim espantoso estaba a punto de embestirte.
La miro a los ojos, buscando la fuerza para explicar lo que ha pasado
porque ni yo misma tengo la certeza de que sea real.
—Te lo contaré todo. Lo que no sé es si me creerás o pensarás que he
perdido la razón.
—Nunca pensaría eso. Como bien has dicho, yo siempre he estado
bastante loca.
—Busquemos un gran sitio que tenga una enorme bañera, con comida y
bebida deliciosa y te pongo al día. Me duelen hasta las pestañas.
Se incorpora un poco mientras se apoya en un brazo. Se ha puesto muy
seria, como cuando éramos pequeñas y nos tirábamos varios soles así,
hablando en susurros para que no nos pillaran.
—Un momento, ¿y tu herida? La que te hizo el lanu, no me acordaba y
seguro que te he hecho mucho daño al hacerte caer.
Pienso en las heridas en plural, porque no solo tenía la que me hizo
Ragar, también la del monstruo, que podría ser perfectamente letal. Sin
contestar, levanto el brazo para ver donde me cortó el desgraciado. Si no
estuviera ya tumbada, posiblemente me caería. Donde debería estar la
herida sangrante ahora solo queda una línea fina de color rosado a modo de
cicatriz.
Sorprendida, mis manos vuelan a la zona donde me golpeó con sus
garras el monstruo, destrozó mi ropa y se llevó mi piel y carne,
consiguiendo hacerme sangrar y que quisiera morir a causa del dolor. La
ropa sigue destrozada, pero solo tengo una cicatriz rosada donde las uñas
me desgarraron, como si estuviese casi curada.
—No puede ser, es imposible —digo más para mí misma que para
Aboe.
—Como no me cuentes qué demonios está pasando, pienso sacudirte tan
fuerte que desearas volver con tu amigo el igrim.
—Son demasiadas cosas. Prefiero que hablemos en un sitio más privado
y seguro.
—Venga, que me vas a matar de la incertidumbre.
Un rato después ya estamos instaladas en un alojamiento de lujo,
compartimos una gran alcoba, como hacemos siempre. No nos gusta
separarnos. Tenemos una bañera inmensa con cascada, una enorme cama y
una terraza con vistas increíbles a todo el reino.
Hemos pedido solo los alimentos y bebidas más deliciosas y, después de
quitarnos toda la suciedad y el cansancio acumulado de días atrás, nos
hemos tumbado en las dormilonas de la terraza, disfrutando de unas bebidas
muy frías y dulces. Le he contado todo a la impaciente de Aboe, desde que
el cabrón de Ragar me hirió y me dejó tirada en el suelo a merced del igrim
hasta el momento en que la encontré llorando por mi muerte inminente.
—¿Me estás diciendo que la tierra te tragó cuando ese monstruo te iba a
matar?
—Literalmente, después de eso me quedé inconsciente hasta que
desperté. No entiendo cómo dentro podía respirar, ni por qué la tierra
parecía que me susurrara algo, pero te prometo que me sentía segura, como
si por fin hubiera encontrado mi lugar.
—Es increíble, y ¿qué me dices de que las heridas se hayan curado? Si
no hubiera visto con mis propios ojos cómo te hizo el corte, o la enorme
cicatriz que te dejó el monstruo, juro que no lo creería ni aunque tú me lo
contarás.
—Lo sé, yo tampoco lo haría.
—¿Crees que es magia? —pregunta Aboe, y yo me encojo de hombros.
—No sabría decirte, nunca he tenido magia, pero es que ha sido una
quimera.
—Puede ser a causa de tu mechón, seguro que tiene algo que ver. Pero,
si te soy sincera, me da igual que sea magia o no, lo importante es que si no
llega a pasar esto ahora no estarías respirando.
Yo también opino lo mismo, pero soy incapaz de no pensar qué es lo
que me sucede. No se sabe mucho sobre los seres que nacieron con un
mechón porque la mayoría han terminado como slaves trabajando en las
minas de la capital.
Aboe está maquinando algo, su mente trabaja a mil calculando las
opciones, la conozco demasiado bien.
—Tenemos que buscar ayuda, alguien que sepa qué es lo que ha
ocurrido.
—Eso ni en broma. Si alguien se entera me mandarán de cabeza a las
minas. No nos podemos fiar de nadie. Mira a Ragar, y eso que llevamos
vueltas al sol trabajando con él. Ha preferido cambiar la vida de una fiel
cliente por su ego herido.
Mi amiga rueda los ojos.
—No lo puedes ver así. Ese lanu es un carroñero de monedas que está
tan frustrado por no tener el suficiente poder ni riqueza, que eso supone que
debe ser igual que el tamaño de su polla. Era cuestión de tiempo que hiciera
eso. No debería sorprendernos tanto.
—Me da igual su tamaño porque pienso buscarle, arrancársela y con
ella me haré un abalorio, y con el resto de su asquerosa anatomía alimentaré
a los monstruos de los Caminos.
Debo estar poniendo cara de desequilibrada mientras que le doy detalles
de mi venganza porque se parte de risa.
—No es broma, sabes que lo haré.
—Y yo te ayudaré. Le tengo mucho asco, pero no hablo de él. Debe
haber alguien que nos puede servir para esto. Déjame pensar.
Le pongo mala cara antes de cerrar los ojos y dejar que el sol bañe mi
piel. Ahora no voy tapada, cuando estamos solas no siento la necesidad de
esconder mi cicatriz. Disfruto del momento. Cuando llevas una vida como
la nuestra, sabes que solo tienes eso. El presente y las pequeñas cosas que te
hagan feliz en el momento. El futuro es incierto y quizás muramos en la
siguiente luna. Por eso hemos aprendido a vivir cada instante como si fuera
el último.
—¡Lo tengo! —grita entusiasmada.
Me hace volver a marchas forzadas de mi momento de desconexión y
relajación.
—¿Qué tienes? Espero que sea bueno porque estaba muy a gusto.
Vuelvo a cerrar los ojos. Seguro que sea lo que sea es una locura, voy a
necesitar mucha paz mental para escucharla. Es cabezona como nadie que
conozco.
—Un obxilón.
Pienso en ellos sin abrir los ojos, los obxilón son seres muy antiguos,
neutrales entre las especies. Nacen sin ser fehérs ni lanus, no poseen magia,
pero sí una gran sabiduría que se transmite de generación en generación.
Cuando llega al mundo uno nuevo y va creciendo, es como si ya tuviera
todo ese conocimiento dentro de su mente.
Tienen el pelo gris oscuro desde su primer aliento, y su misión es la de
estudiarnos a todos, son los que escriben la Historia para ayudar a las
generaciones venideras. Los podríamos llamar fuentes de conocimiento, y
lo mejor de todo es que son totalmente imparciales, a ellos les da igual el
color de tu pelo, tu poder, o tu clase social.
Si alguna vez ha sucedido lo que me ha pasado a mí, sin duda ellos lo
deben saber.
—¿Dónde vamos a encontrar a un obxilón que nos quiera ayudar? Y, lo
más importante de todo, ¿que no diga nada al respecto? Sabes lo que les
pasa a los seres como yo…
—Ellos no son así. No se posicionan en ningún bando, por lo que no
nos delatarán. Además, salvaste a uno, te debe la vida.
No sé si será buena idea, pero necesito saber qué es lo que me está
pasando.
Capítulo 8
 
Adhair
Las siguientes jornadas me dedico a entrenar, atender las audiencias de
mi pueblo y poner en marcha mi venganza, que es en lo que he gastado más
energías que en el resto de tareas. Me está ayudando Adam. Sin duda, es mi
mejor amigo, como un hermano, y que conste que con los míos me llevo de
maravilla, pero me he criado con él y lo tengo al lado cada jornada..
Mi hermano Mizu, príncipe de Aquares, me ha invitado a un pequeño
islote dentro de un lago donde ha montado una taberna con bebida en
abundancia y mujeres sin parangón. En cualquier otro momento no habría
dudado y me habría marchado a disfrutar junto a él, y me da mucha rabia no
hacerlo, pero recuperar el anillo de mi madre es mi prioridad.
Luego seguro que me escapo unas jornadas a disfrutar de todo lo que
ofrece Aquares. Ojalá nos juntáramos los cuatro. Tenemos tantas
responsabilidades que no recuerdo la última vez que eso sucedió. Me
prometo organizar algo en cuanto me vengue para que pasemos un tiempo
juntos.
Adam está corriendo la voz por los reinos, ya que no sé dónde se
esconderán esas rateras, de que ha sido atacado y robado por un hombre en
los bosques que lindan con mi pueblo. Por supuesto ese «ladrón» es un
miembro de mi ejército que participa de buena gana en nuestro plan. Hará
de cebo para que, cuando lo capturen, sea llevado a mi palacio donde se les
hará entrega de la recompensa; no la que ellas creen, claro.
He puesto un precio tan alto que no se podrán resistir. Si todo sale según
lo planeado, pronto las tendré encerradas en mis calabozos pidiendo
clemencia. Una que no tendrán. Estoy sentado en mi despacho con un
montón de papeleo que debería estar revisando y en el que no me
concentro. Mi mente viaja una y otra vez a unos ojos morados que me
impactaron para luego robarme.
Escucho que abren la puerta sin haber llamado, o al menos haber pedido
permiso para entrar. Sé que es Adam porque nadie en su sano juicio se
atrevería, incluso mi madre lo hace por respeto, no porque realmente tenga
que hacerlo, es algo que le repito siempre.
—Lo de llamar a la puerta, ¿se te ha olvidado? —pregunto sin girarme.
—Yo no tengo que hacerlo, y lo sabes —contesta mordaz, como
siempre.
—A cualquiera que le preguntes te diría que por muy amigo mío que
seas es un tema de respeto.
—Claro, ahí le has dado. El tema es que no puedo tener respeto al que le
hago morder el polvo en cada entrenamiento.
Otro se sentiría ofendido, a mí siempre me ha gustado este tira y afloja
que nos traemos, algo que sucede también con mis hermanos.
—Ni en tus mejores sueños me has hecho morder el polvo, amigo.
Rodea mi mesa para sentarse enfrente. Está riendo, como siempre. Es
un golfo, pero lo aprecio.
—Detalles, estoy seguro de que alguna vez ha ocurrido.
Se sienta despatarrado, como si estuviera en su casa. Aprovecho el
momento para levantarme. Lo que más odio de mi puesto es todo este tema
de papeles. Soy un hombre de acción, prefiero estar mil veces en el campo
de batalla que en mi despacho. Me dirijo a donde tengo las bebidas, seguro
que una copa nos viene bien. Me va a matar la espera hasta que vengan las
ladronas.
—¿Una copa? —pregunto, más por costumbre que por otra cosa, ya sé
la respuesta.
—Doble, por favor.
Sirvo para los dos rayo dieléctrico, me gusta esta bebida energizante,
lleva destilado y frutas ácidas.
—¿Qué tal el plan? ¿Todo en marcha?
Me dirijo a él con los vasos y me siento en la silla contigua. Antes de
contestar, brindamos y noto cómo la bebida me sacude al bajar por mi
garganta.
—Sí, me he asegurado de que la noticia se divulgue en cada mercado,
taberna y sitios donde se puedan encontrar esas dos.
—Bien, espero que no tarden en picar. La impaciencia me mata.
—¿Sabes? Estoy muerto de curiosidad por conocerlas. No solo porque
te sedujeran y robaran, también porque quiero saber quién es la fehér que te
ha hecho perder la cabeza. Sin duda, eso marca un antes y después en la
historia —bromea, y me dan ganas de golpearlo.
—Nadie me ha hecho perder la cabeza, ya lo sabes. Es solo que es
importante para mí recuperar lo que se han llevado. —Sigo bebiendo
mientras espero el contrataque que, sin duda, llegará.
—Ya claro, eso se lo podrías decir a otro que no te conociera como yo.
Si fuera solo eso, recuperarías lo que es tuyo y las castigarías sin más. No
sé, un tiempo en los calabozos, algo de trabajos forzosos, pero al final las
liberarías porque te haría gracia que fueran tan desvergonzadas como
nosotros. Sin embargo, quieres capturar a esa tal Tiara y mantenerla a tu
lado… Lo siento, pero huele a igrim mojado.
Escuchando a mi amigo soy consciente de que tiene algo de razón. Me
lo estoy tomando como algo demasiado personal. Sí, me han robado el
anillo de mi madre, que es muy importante, pero ellas no conocían su valor.
De ser de otra forma, hasta me habría hecho gracia que me embaucaran de
esa manera, pero solo sé que quiero verla, quiero tenerla y no liberarla.
Incluso su amiga, la que me drogó, me daría igual que se marchara.
Hago un gesto con la mano, ignorando lo que me dice, y cambio de
tema antes de que me haga pensar de más en algo que ya tengo planeado.
—¿Qué has averiguado de ellas? —Me hace una mueca al ver que no
contesto a lo que quiere.
—Demasiadas cosas, pero ya conoces a la gente, nunca sabes qué es
cierto y qué es leyenda.
—Cuenta. Ya averiguaremos qué es real. —Tengo más necesidad de
saber de la que debería. Me tranquilizo diciéndome a mí mismo que es
imprescindible conocer a un enemigo.
—Bueno, parece que son de Terrae, las abandonaron en la casa de
acogida siendo muy pequeñas. En vez de dedicarse a lo que haría cualquier
fehér con un poco de cabeza, como sirviendo en alguna casa noble o en
granjas, escogieron otro camino. Han sido nómadas desde muy jóvenes,
aprendiendo a luchar. Eso las llevó a convertirse en cazarrecompensas.
Escucho atentamente y tengo que reconocer que es de valientes dejar la
protección que les podría brindar una casa, en la que estuvieran al servicio,
para vivir de un sitio a otro para cazar la escoria que la mayoría de seres no
querría ni cerca.
—¿Qué más?
—Aboe es la que te sedujo y Tiara de la que no te puedes olvidar.
Le hago un mal gesto por su comentario y frunzo el ceño para que siga.
—Por lo visto, es una temida cazarrecompensas. Se ha enfrentado a la
peor calaña y ha salido viva. Son muchos los que buscan sus servicios
cuando hay que parar los pies a algún proscrito, incluso dicen que se ha
enfrentado a los monstruos de los Caminos. No sé qué será verdad, pero, si
es así, me muero de ganas de ver cómo la intentas doblegar y convertir en
tu esclava. Sin duda, va a ser divertido.
Lo que Adam me cuenta me excita. No entiendo el motivo, ni siquiera
la he visto bien, pero el que una fehér sea capaz de eso me da mucho
morbo, y el tenerla a mi servicio creo que me va a satisfacer en más de un
sentido.
—Pues espera y verás. Tendrás un sitio en primera fila para
comprobarlo.
—Por cierto, ¿y tu madre? —Eso hace que se me baje la excitación de
pronto.
—¿Qué pasa con ella? Y recuerda que, si vuelves a hacer una broma
sobre que te gustaría meterla en tu cama, te romperé todos los huesos de tu
cuerpo.
Me guiña un ojo y me sonríe de lado. Me dan ganas de pegarle, pero
bien. Quizás levante una ventisca que se lo lleve lejos, o lo deje encima de
un árbol. Mi madre sigue siendo preciosa, y sé que lo hace para joderme,
aun así, me gusta amenazarlo.
—Qué mal pensado, de verdad, me refiero a que cómo vas a convertir
en tus esclavas a esas dos sabiendo como es tu madre. Es posible que te
arranque la piel a tiras. No le gustan nada ese tipo de cosas.
Eso lo he pensado varias veces. Mi madre no está de acuerdo en la
diferencia de clases sociales, mucho menos con la esclavitud.
—Por suerte, la he convencido de que vaya a visitar a una vieja amiga al
reino de Aquares. Hace mucho que no se ven y siempre la invita para que
vaya a conocer a sus nietos, así que estamos salvados durante unos días.
Luego ya pensaré en algo. Además, soy el príncipe, la quiero, pero tendrá
que respetar mi decisión.
—Te vas a cagar —me dice riendo, y si mi madre vuelve pronto seguro
que me hace trozos para que me echen en el estofado.
—Venga, vamos a tomar otra copa para celebrar nuestra pronta victoria.
Capítulo 9
 
Tiara
Me pongo a pensar en la jornada de la que habla mi amiga mientras
esperamos la llegada del obxilón. Ya casi no lo recordaba, cuando te pasas
la vida luchando a veces olvidas batallas.
Estábamos en Aquares, nos habían hecho un encargo para detener a un
cabrón que se dedicaba a asaltar mujeres para aprovecharse de ellas, una de
las cosas que más odio en esta vida. A ese tipo de le daba igual si sus
víctimas eran lanus o fehérs, todas le parecían bien.
Pero, claro, no se ordenó capturarlo hasta que fue atacada la hija de un
noble. Me costó atraparlo. Era un tipo escurridizo que sabía esconderse, y
más cuando fue conocedor de que su cabeza tenía precio. El día que lo tuve,
no puedo negar que le golpeé unas cuantas veces, la pena fue que no le
pude arrancar las pelotas para que no se le volviera a poner dura en su
maldita vida. Sin embargo, si quería cobrar el dineral que ofrecían, eso
estaba descartado. Estoy convencida de que es algo que quería hacer el
padre de la chica, ¿quién era yo para quitarle ese gusto?
Lo hallamos en los bosques de Lumen y lo llevábamos de vuelta a
Airus, donde vivía el hombre que había pagado por él. Como siempre,
pudimos cruzar por la brecha gracias a un mercenario lanu. Fuimos varias
razas, entre ellas una que me llamó la atención nada más verla porque tenía
el pelo distinto al resto de los seres, de un gris oscuro que me dejó
impresionada. Era un obxilón
Antes de terminar de cruzar, el hombre se despistó y, por desgracia, se
vio sorprendido por varios monstruos que tenían pinta de querer comérselo
hasta los huesos. El obxilón no tenía ninguna oportunidad frente a eso. Así
que le di el prisionero a Aboe, que, aunque parezca una dulce florecita, sabe
algunos trucos para dejar inmovilizada a la gente y harían suplicar al más
valiente.
Yo me fui hacia el hombre, que estaba asustado y sin tener idea de cómo
defenderse, y me enfrenté a los monstruos, no para matarlos, hasta yo soy
consciente de mis limitaciones, pero sí para distraerlos lo suficiente como
para que ambos pudiéramos huir y salir vivos por la brecha.
El lanu que nos llevaba habría podido ayudar con su magia, pero ni se
enteró. Al menos eso fue lo que dijo cuando luego fui a explicarle un par de
cosas. Mi versión de los hechos es que, en cuanto hay peligro, se cagan
encima y se prefieren quedar al margen, por eso los odio tanto. Si yo tuviera
poder ayudaría a mucha más gente.
No lo maté porque al final todo salió bien y conseguimos salir vivos de
allí, y el obxilón, que se llamaba Xylon, estaba tan agradecido por salvarle
que me prometió lealtad eterna. La verdad es que nunca he pensado en ello
porque no salvo a los seres para que me deban nada. Otros en mi lugar
intentarían lucrarse. Yo lo hago porque está en mi naturaleza.
Aboe se puso en contacto con él después de lo ocurrido, se comunicó
por medio de una hoja de papyro que pudimos conseguir a un alto precio.
Dudaba que nos pudiera atender ya que ellos viajan por todo el mundo
recopilando información. Sin embargo, en cuanto se puso en contacto, dijo
que acudiría para encontrarse con nosotras. No le dio detalles, no queríamos
que nada quedara escrito, esta información en malas manos nos podría
costar la vida.
Mi amiga se ha preocupado de preparar todo para su llegada, bebida y
comida… Quiere que se sienta cómodo. Desde luego que esta mujer sería
una gran anfitriona. No tarda en llegar y Aboe le hace pasar. No le da
tiempo a saludar cuando ya lo tiene abrazado. Tengo que disimular una risa
al verlo envarado como un palo. Casi no lo conocemos, pero es que ella es
así.
—Lo mismo nuestro invitado no se siente cómodo con tus abrazos —le
llamó la atención, se separa y se encoge de hombros.
—No te preocupes, solo me ha pillado desprevenido.
—¡Ves! —contesta, sacándome la lengua.
—¡Qué alegría veros! Ya pensaba que os habíais olvidado de mí. En
cuanto me dijo Aboe que quizás os podría ayudar en algo, me sentí muy
dichoso, aunque nada será suficiente para pagarte por lo que hiciste.
Sé que es sincero. Tiene una cara entrañable sin edad definida. Entiendo
que mi amiga lo quiera abrazar, me dan ganas a mí, y eso que no soy de
muestras de afecto.
—Ven, tenemos mucho que contarte, sentémonos.
Nos acompaña sonriendo a una zona donde hay cómodos cojines en el
suelo sobre una alfombra suave, y en el centro una mesa donde está todo
dispuesto. Nos acomodamos, formando un círculo. Una manera de poder
hablar de una manera más íntima. No tenemos vecinos en donde nos
hospedamos, pero, aun así, toda precaución es poca.
Le servimos una bebida refrescante y le animamos a comer. Yo tengo el
estómago encogido por todo lo que tengo que contarle y que solo conoce
Aboe. Si algo sale mal… estamos perdidas.
—Me encanta comer y beber con vosotras, pero seguro que no me
habéis hecho venir por eso —nos dice amablemente, y no puedo retrasar
más el momento.
—Será mejor que te lo muestre.
Le digo, y me quito la capucha de la capa que siempre llevo cuando hay
alguien. Me he lavado varias veces hasta que el tinte vegetal ha
desaparecido de mi cabello. Al ver mi rostro no parece impactado, cosa
extraña ya que mi cicatriz es horrible. Sin embargo, se queda boquiabierto
cuando me giro para que vea mi mechón morado.
—Es increíble.
—En mi mundo es una mierda de igrim —le contesto sin querer ser una
malhablada, pero es la verdad.
—Sí, tienes razón. Es muy injusto que os esclavicen por nacer
diferentes. Mírame a mí. —Se señala su pelo.
—El problema no es ese. Siempre lo he ocultado bien. Si te soy sincera,
prefiero morir antes que vivir como una slave.
—Normal, pues cuéntame, ¿qué es lo que te ocurre, niña? —No me lo
tomo a mal, es más como una manera de hablarme con cariño, algo que nos
ha faltado en nuestra vida.
—Aunque nací con ese mechón en mi pelo, nunca he tenido magia,
nada, cero, sin embargo, hace unas jornadas quedé atrapada en el Camino
de Terrae a Airus. Un lanu con el que pienso tener más que palabras se
ofendió y decidió herirme y tirarme al suelo, dejándome atrapada y a
merced de un igrim bastante hambriento.
—¡Por los elementos! Eso es horrible —exclama el obxilón.
—Sí que lo es. Pensé que moriría allí. Consiguió herirme, y yo a él. Sin
embargo, no tardó en tener ventaja y, cuando estaba a punto de matarme,
sucedió algo inexplicable.
Solo de recordarlo me estremezco. Ambos se dan cuenta porque Aboe
me aprieta la mano y él me sonríe, como si me dieran fuerza para seguir.
—Cuando pensé que iba a morir, la tierra se abrió debajo de mi cuerpo
justo cuando iba a caer inconsciente. No sabía si estaba soñando o muriendo
por la herida que me había causado.
Bebo porque la boca se me ha quedado seca. Está demasiado callado,
quizás piense que estoy loca. No me importa que lo haga, nunca me ha
importado eso, lo que necesito es que me ayude; si alguien puede hacerlo,
sin duda es él.
—Desperté, y en ese momento no sabía cuánto tiempo había pasado.
Debería haber sentido pánico. Estaba literalmente enterrada en vida, pero la
verdad es que me sentía bien, segura. La tierra parecía viva a mi alrededor,
oía susurros, como si me hablara en un lenguaje que desconozco. Pensé que
no podría respirar, pero ella me daba oxígeno, como si tuviera un hogar,
pero también quería volver por encontrar a Aboe. Así que simplemente salí,
la manta que me cubría se abrió para dejarme marchar. Y una vez fuera
volvió a su lugar.
Los ojos del hombre parece que se van a salir de sus órbitas.
—Tiara, eso es impresionante, es como si te mimetizaras con tu
elemento, y también extrañamente inusual.
—Ahí no termina. Al rato me di cuenta de que mis heridas habían
cicatrizado, como si la tierra me hubiera curado.
—¿Puedo verlo? —pregunta expectante.
—Claro.
Nunca me ha dado vergüenza la desnudez, para mí es algo tan natural
como el comer o el respirar. Así que me levanto la camisa que mi amiga me
ha obligado a ponerme para estar presentable y le enseño primero el brazo y
luego el costado. Las observa detenidamente antes de volver a sentarse.
—Tengo que serte sincero, nunca he escuchado nada así. Sí que es
verdad que algunos seres con mechones han nacido con algunas cualidades
para interactuar con su elemento. No lo hemos podido estudiar demasiado
ya que sabes que son despojados de su pelo, y con ello cualquier atisbo de
poder, para ir a las minas.
—Así que no nos podrás ayudar —digo apenada. Había pensado que,
quizás, él tendría las respuestas.
—Yo no he dicho eso. Te juro que removeré cielo y tierra hasta que
halle las respuestas. Eres un ser especial, Tiara, te mimetizas con tu
elemento, reacciona a ti, te cura. Solo conozco a otros con los que sucede
eso: los príncipes y el propio rey.
Me debo quedar pálida porque Aboe se pone a darme aire, como si me
fuera a caer muerta en este mismo momento.
—Eso no puede ser. No soy la hija bastarda del rey, al menos eso creo,
aunque prefiero amputarme los miembros yo misma que serlo.
—No, no creo que sea eso, pero te prometo que lo averiguaré.
Algo me dice que el obxilón es sincero, pero tengo miedo de que algo
pueda salir mal.
—Tienes que jurarme que nadie se enterará. Sabes lo que podría
pasarme, y a ella por ayudarme. No podría vivir si me convierten en una
slave.
—Te juro que moriría antes de que nadie pudiera hacerte daño. Tiara —
me dice, y le creo—. Ahora debería irme. Os iré escribiendo en cuanto sepa
algo, pero no os pondré nada importante en el papyro, es peligroso. Cuando
tenga algo volveremos a quedar.
—De acuerdo, muchas gracias —le respondo, y antes de que se vaya
esta vez soy yo la que lo abrazo, él me lo devuelve gustoso.
Aboe, que ha preferido ser más comedida en la despedida, me espera
junto a la cama con la hoja de papyro en la mano.
—¿Qué haces? Seguro que ya estás liando alguna —bromeo porque en
este momento tengo las emociones a flor de piel. No me suele pasar, así que
me siento descolocada.
—¿Quieres un poco de trabajo para olvidar todas las preocupaciones de
las últimas jornadas?
—Claro, eso ni se pregunta. ¿De qué se trata?
Me siento junto a ella en la cama.
—Es aquí, en Airus, han robado a un noble, y debe ser importante
porque dan una gran fortuna por capturarlo y llevarlo a la corte del príncipe
Adhair.
—Odio ir a las cortes, ya lo sabes, ¿de qué tipo de fortuna hablamos? —
protesto un poco, es parte de mi carácter.
—De una con la que podremos estar viviendo de lujo durante mucho
tiempo.
Me gusta la idea. Me mata estar sin trabajar, pero, sobre todo, me mata
no tener monedas en mis bolsillos.
—Vamos, estoy deseando ir a la corte.
Capítulo 10
 
Tiara
Unos soles después ya estamos camino de los bosques de Airus para
cazar a nuestra presa. Hemos esperado a que anochezca porque siempre es
mejor trabajar en la oscuridad, cuando el adversario no se lo espera. Por
otro lado, teníamos que prepararnos, debía teñir mi pelo de nuevo para que
nadie pueda conocer mi pequeño secreto y preparar todo para nuestro
encargo.
Ha sido toda una suerte que sea en el mismo reino en el que nos
encontramos, así nos ahorramos el tener que atravesar los Caminos. Con lo
que me pasó tan reciente no me apetece mucho en estos momentos. El aviso
nos lo ha pasado un fehér que trabaja en unos de los mercados de Terrae, es
un buen sitio para enterarse de noticas jugosas. Llevamos años trabajando
con él, y siempre que nos avisa a nosotras antes que a otro
cazarrecompensas, luego le damos una propina.
Según indicaba el anuncio, el prófugo se esconde en los bosques, al
menos las últimas noches lo vieron merodeando por allí. No es de ser muy
listo quedarte en el mismo reino en el que estás delinquiendo, pero no seré
yo la que lo juzgue, ya que cuando lo coja, que lo haré, me va a solucionar
la vida por un buen tiempo.
—¡Odio esta parte del trabajo! —protesta Aboe, que camina a mi lado.
—Lo sé, pero forma parte de este trabajo. Lo que no me puedo creer es
que, después de tantos años, aún no te hayas acostumbrado —la amonesto,
y se encoge de hombros.
—Ya, pero al menos podré quejarme un poco. Tú eres la que lucha, yo
prefiero la seducción.
Después de caminar un rato, finalmente llegamos a los bosques de
Airus. La oscuridad nos envuelve, solo podemos ver lo que está iluminado
por la luz de la luna y las estrellas. Nos movemos con cuidado, tratando de
no hacer ruido para no alertar al fugitivo.
De repente, escuchamos un crujido en las ramas de un árbol cercano.
Aboe y yo nos detenemos y nos miramos con complicidad. Sabemos que
nuestro objetivo está cerca. Nos separamos y nos adentramos en el bosque
en su busca.
El aire fresco de la noche me hace sentir viva, y aunque me moleste
buscar presas, disfruto al sentir la adrenalina recorrer mi cuerpo. Me muevo
sigilosa por entre los árboles, atenta a cualquier sonido o movimiento que
me pueda indicar la presencia del fugitivo.
De repente, escucho un ruido detrás de mí. Me giro y veo una sombra
moviéndose entre los árboles. Sé que es él. Me acerco con sigilo, mi
corazón late con fuerza. Lo tengo a tiro, lo puedo capturar. Me preparo para
dar el salto cuando, de repente, siento algo en mi hombro. Me giro
bruscamente y veo a Aboe, que me hace una señal para que me detenga.
—Es una trampa —me susurra Aboe al oído.
Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que estamos rodeadas por un
grupo de hombres armados. En el centro veo al que buscábamos, según la
descripción del anuncio, sonriendo con arrogancia.
—Parece que os hemos pillado, chicas —dice el hombre con una
sonrisa burlona.
Aboe y yo intercambiamos una mirada rápida. Sabemos que estamos en
una situación peligrosa, pero no vamos a dejarnos vencer tan fácilmente.
Estamos preparadas para luchar, pero antes de que podamos hacer nada, los
hombres armados nos rodean y nos quitan las armas.
—Os aconsejo que no intentéis nada estúpido. No seremos más
clementes porque seáis mujeres —dice el hombre con una sonrisa siniestra.
Aboe y yo nos miramos. Sabemos que estamos en un grave peligro,
pero no vamos a rendirnos sin luchar. Con un rápido movimiento, Aboe se
lanza sobre uno de los hombres armados mientras yo ataco al que tengo más
cerca. A pesar de que estamos en desventaja numérica, luchamos con fuerza
y determinación. Hacemos todo lo que podemos para protegernos y capturar
al fugitivo.
La lucha es intensa y brutal. A pesar de nuestros esfuerzos, los hombres
armados son más y finalmente nos reducen. Nos atan, nos llevan a una
cueva cercana y nos dejan allí durante un par de soles.
Aboe y yo estamos preocupadas por lo que puede pasar, pero también
sabemos que tenemos que mantener la calma y buscar una manera de
escapar. Finalmente, decidimos trabajar juntas y usar nuestras habilidades
para liberarnos.
Con mi destreza, logro deshacerme de las ataduras mientras Aboe
distrae a los guardias con su encanto y habilidad en el engaño. Una vez
libres, encontramos nuestras armas y nos preparamos para luchar de nuevo.
Nos adentramos en la cueva, atentas a cualquier sonido o movimiento.
Finalmente, llegamos a la sala donde se encuentra el fugitivo. Lo vemos allí
sentado en una silla, mirándonos con una sonrisa de suficiencia.
—Vaya, parece que habéis logrado escapar. Eso es interesante. Supongo
que tendré que tomar medidas más drásticas —dice mientras se levanta de
la silla.
Nosotros también nos ponemos en guardia. Sabemos que tenemos que
ser rápidas y precisas si queremos capturarlo. Aboe se lanza sobre él con
sus habilidades de combate cuerpo a cuerpo mientras yo me encargo de
mantener a raya a los hombres armados que intentan intervenir.
Aboe es buena con el cuerpo a cuerpo, pero yo soy letal con las armas.
Saco mi chuchillo mientras los hombres se van lanzando contra mí, primero
uno a uno y luego lo intentan en parejas. Los esquivo a la vez que voy
cortando, no sin golpearles siempre que tengo ocasión.
Veo que Aboe ha conseguido reducir al tipo que estamos buscando, por
lo que decido que es momento de terminar la fiesta con sus amigos. Solo
me interesa por el que me van a pagar. En cuanto mi amiga deja bien atado
al prófugo, se une a mí para terminar con los pocos que quedan en pie.
Nuestra intención es dejarlos inconscientes. No los vamos a matar, no lo
hacemos a no ser que sea estrictamente necesario y si nuestra vida corre
peligro. No es el caso, pueden ser más, pero nosotras luchamos mejor.
Creo que eso les hace combatir con más rabia, cosa que nos beneficia.
Nunca hay que dejar que los sentimientos nos hagan perder el control en
una pelea, eso solo conseguirá que te maten. No tardamos en reducirlos y
noquearlos.
Me apoyo contra la fría pared de la cueva, cansada y con la respiración
agitada.
—No sé si pagan mucho porque sabían que no estaba solo, pero habría
sido todo un detalle que nos lo dijeran —protesto con la voz entrecortada.
—Y tanto, se lo pienso explicar cuando nos den nuestra recompensa.
Por poco nos matan, quizás fuimos demasiado confiadas.
Eso dice mi amiga, y tiene toda la razón del mundo. Me quito el sudor
de la frente y miro a mi alrededor, para asegurarme de que no hay más
sorpresas. La cueva parece tranquila ahora, solo se escucha el eco de
nuestras respiraciones y el sonido de nuestros pasos mientras nos acercamos
al prisionero.
—¿Quién eres y por qué te estaban buscando? —pregunto con voz
firme mientras lo miro directamente a los ojos.
El hombre sonríe de nuevo, como si fuese una especie de juego para él.
—No creo que eso sea de tu incumbencia, pequeña —responde con una
sonrisa burlona.
Me siento tentada a darle un golpe en la cara, pero me contengo. Aboe
parece notar mi frustración y se acerca a mí con una sonrisa reconfortante.
—Deja, no merece la pena. Lo importante es que cumplimos con
nuestro trabajo y ahora podemos volver a casa —dice mientras me pone una
mano en el hombro.
Asiento y respiro profundamente, dejando que la adrenalina disminuya
en mi cuerpo. No puedo dejar de pensar que ese tipo no es trigo limpio,
seguro que esconde algo. Quizás tenga más secuaces escondidos; eso sí,
esta vez no me pillarán con la guardia baja. Solo deseo entregarlo en
palacio, que me paguen la recompensa y tomarnos unas merecidas
vacaciones.
Lo cojo por las ataduras de sus manos, que las tiene a la espalda, y lo
obligo a ponerse en pie. No me he dado cuenta de que mi capucha había
caído hasta que el hombre me mira fijamente antes de hablar.
—Vaya, sí que te han estropeado la cara con ese feo corte. Seguro que
ahora nadie te quiere, fehér —escupe las palabras.
Me duelen más que si me hubieran dado un puñetazo en las tripas, no
porque sea presumida ni quiera enamorar a nadie, el amor es solo para los
soñadores, aun así, me lastima saber que nadie ve más allá de la fea cicatriz
que me recorre toda mi mejilla hasta mi labio.
Aboe me mira con preocupación mientras sujeta con fuerza al hombre.
—No hagas caso, es solo un maldito desalmado que intenta hacerte
daño de la manera más cobarde posible. Tú eres mucho más que esa
cicatriz, eres valiente, inteligente y una luchadora nata. No dejes que sus
palabras te afecten —me dice con una sonrisa reconfortante.
Le agradezco sus palabras y su apoyo. Aboe siempre ha sido mi mejor
amiga y compañera de aventuras. Juntas hemos superado muchos
obstáculos y hemos luchado por lo que creemos justo. Sin embargo, sé que
sus palabras no van a borrar la cicatriz de mi rostro. Pero no importa, yo sé
quién soy y qué he pasado para estar donde estoy hoy en día.
Decido no prestar más atención al prisionero y me centro en el camino
de vuelta. Ya es momento de recibir nuestra recompensa y descansar.
Quizás no tenga una vida perfecta, pero tengo a mi mejor amiga a mi lado;
juntas podemos superar cualquier cosa que se nos ponga por delante.
Nos dirigimos a palacio con el hombre atado, no puedo de dejar de
pensar en sus palabras, y mi amiga no para de parlotear para que no piense
en ello. Cuando llegamos a la corte, tengo un gran dolor de cabeza. Ahora
nos toca hablar con los guardias de la puerta para que nos dejen pasar. Aboe
odia las búsquedas, yo toda la burocracia que hay que hacer para poder
cobrar una recompensa.
—Buenas noches, soy Tiara y esta es Aboe, traemos al prisionero que
Adam Winter ha reclamado.
Los guardias son dos lanus fornidos que nos miran de arriba abajo
mientras que seguro que piensan en cómo dos mujeres tan pequeñas y
delicadas hemos conseguido semejante proeza. Me da igual, nos pasa
constantemente.
—Claro, seguro que están impacientes por ponerle las manos encima.
Esperen un momento, por favor.
Al menos tengo que admitir que el que ha hablado es educado, espero
que no nos hagan esperar mucho. Estoy agotada, tanto física como
emocionalmente. Miro a Aboe, que no me quita los ojos de encima; como
me pasa a mí, ella también me conoce mejor que nadie en el mundo y sabe
que no estoy bien. Me sonríe y, aunque no arregle todos mis problemas,
siempre consigue tocarme el corazón.
El guardia no tarda en volver mientras el otro no nos ha quitado los ojos
de encima, como si fuéramos nosotras las maleantes. Tampoco le quito la
razón, pero no creo que sea quién para juzgarnos.
El que ha llegado nos hace una señal para que le sigamos. Al pasar a su
lado no puedo evitar enseñarle el dedo del medio. El otro gruñe. Le
seguimos por ese lujoso palacio; es impresionante, y eso que solo estamos
en la entrada. Imagino que nos dirigirá a alguna habitación o quizás al salón
del trono.
Este tipo de sitios me hacen sentir muy incómoda porque es donde la
realidad te golpea. Vivimos en un mundo en el que algunos tienen todo y el
resto no tenemos nada. Aboe piensa lo mismo que yo, ya que mira todo y
pone caras raras. Me tengo que contener para no reírme.
Llegamos a una puerta grande que el guardia abre sin mucho esfuerzo y
nos invita a pasar.
—Os esperan —nos dice, señalando el trono donde hay un hombre
sentado y otro a su lado de pie.
Están demasiado lejos, no puedo distinguir sus rostros y la verdad es
que no conozco a ninguno de los príncipes de los cuatro reinos. Nunca me
ha interesado la pantomima en la que viven. La puerta se cierra mientras
vamos empujando a nuestro rehén delante de nosotras.
Solo nos quedan unos pasos hasta nuestro destino cuando una frase se
formula en mi mente, pero no digo en alto porque me he quedado
literalmente muda. El hombre sentado en el trono, el príncipe Adhair de
Airus, es el mismo al que sedujo Aboe en la taberna y al que robamos.
Ahora me encantaría que la tierra volviera a tragarme.
—Bienvenidas, mis rateras favoritas, no veía el momento de teneros
delante de mí, otra vez.
«Por los elementos, me quiero morir», pienso.
Capítulo 11
 
Adhair
Cuando uno de mis guardias me avisa de que mis «invitadas» han
llegado, casi hago el bailecito de la victoria de lo contento que me he
puesto. Adam ha preferido quedarse de pie, esperando que lleguen hasta
nosotros. Me muero de impaciencia por ver qué cara ponen cuando me
vean. Quizás no me reconozcan, aunque me extrañaría, lo único que ha
cambiado es el color de mi pelo.
Las observo caminar hacia nosotros con la seguridad de un guerrero, de
alguien que no tiene miedo. Eso me gusta, seguro que son de las que tienen
el ego muy grande creyendo que nunca se convertirían en las presas, y voy
a disfrutar mucho demostrándoles lo confundidas que están.
Como esperaba, la cara que ponen las dos mujeres cuando me han
reconocido ha dejado claro que quieren estar en cualquier sitio antes que
aquí. Si tuviese que apostar diría que incluso en los Caminos a merced de
unos cuantos igrims. Sin embargo, no se detienen hasta que están a tan solo
unos pasos de donde nos encontramos, como si no tuvieran miedo. Tiara me
inspecciona fijamente desde la protección que le ofrece su capucha, como si
necesitara medirme, igual que a un enemigo. Hace bien, porque ahora
mismo soy el peor que tiene.
—Bienvenidas, mis rateras favoritas, no veía el momento de teneros
delante de mí, otra vez.
Las saludo sin esperar respuesta. Seguro que se han quedado sin
palabras, por lo que sigo.
—Este es mi amigo Adam, y yo soy el príncipe Adhair, aunque ya nos
conocemos, ¿verdad?
La que me sedujo esa noche en la taberna se pone muy roja, como si le
fuera a estallar la cabeza de un momento a otro, cosa que, sin duda, sería
mejor de lo que les espera conmigo.
—¡Se supone que te llamabas Isco! —me grita sin acobardarse, y me
hace reír.
Lo habitual es que la gente me hable con respeto. Los que no me
conocen incluso rozan el miedo, por lo que es muy refrescante que alguien
que no sea íntimo mío tenga ese valor.
—Si no me equivoco, tú me dijiste que eras Dana, ¿no es así, Aboe?
Abre y cierra la boca varias veces, boqueando como un pez, buscando
las palabras para contestarme. Al final opta por guardar silencio de nuevo.
—No te preocupes, los dos nos contamos mentirijillas aquella noche, te
aseguro que no estáis aquí por eso, pero bueno, eso ya lo sabéis, ¿verdad,
Tiara?
—¡Qué te jodan! —es lo que me contesta. No le tiembla la voz, no
cambia de postura, como si no le temiera a nada ni a nadie.
—Si te soy sincero, es una de mis cosas favoritas en el mundo, pero no
estamos aquí para eso. O quizás sí, conmigo nunca se sabe.
—Alteza, seguro que cuando la veas de verdad se te pasaran todas las
ganas —dice mi hombre, el que ha hecho de preso para nuestro plan.
Adam parece muy divertido mientras lo está desatando, cuando Aboe le
da una patada en la parte trasera de la rodilla, consiguiendo doblarle.
—Cabrón —lo insulta, y estoy impresionado con el fuego de estas dos
mujeres, pero eso ellas no tienen por qué saberlo.
Lo ignoro por ahora. Sin duda, lo averiguaré antes o después., aunque
tengo que reconocer que me ha dejado muy intrigado.
—Gracias por todo, amigo, ahora puedes irte. Esto es algo privado. —
Recalco esas palabras para que no haya opción a negativa. Nadie, excepto
Adam, sabe lo que ocurrió aquella noche en la taberna de Terrae.
No aparto la mirada de los ojos violáceos de Tiara, que me está
taladrando en este momento. Estoy seguro de que, si me pudiera fulminar
con ellos, lo haría ahora mismo.
Mi hombre asiente con la cabeza antes de marcharse. Parece que tiene
algunas heridas. Sin duda, estas le han dado lo suyo, a él y a sus hombres.
Espero a que la puerta se cierre para continuar mientras Adam se sienta en
los escalones que llegan hasta el trono.
—Adhair, no me has dicho que tus ladronas eran tan hermosas. Si llego
a estar, sin duda, a mí también me habrían seducido.
Ya está mi amigo haciendo el capullo. Pongo los ojos en blanco y le
ignoro. Veo que le hace ojitos a Aboe, y no, ellas no están aquí para
satisfacer los instintos insaciables de su bragueta.
—Bien, quiero que sepáis que admiro cómo me engañasteis, es la
primera vez que me pasa y sé reconocer el mérito que tiene eso. Pero habéis
hecho algo que no está bien y que será castigado.
Hablo, intentando encontrar una reacción en la cazarrecompensas, pero
parece inalterable.
—Seguro que, siendo príncipe, te sobran las monedas —suelta Aboe
casi escupiendo las palabras.
—Tienes razón, no obstante, robar es un delito y algo que no puedo
permitir.
—¡Oh, gran príncipe! Disculpa si no me postro a tus pies, pero ha sido
una jornada dura. Castíganos y nos marcharemos. ¿Qué será? ¿Unos soles
en el calabozo real? Seguro que se duerme mejor que en otros muchos sitios
donde hemos pasado la noche. O, ¿quizás unos latigazos? Lo que sea con
tal de dejar de oír tu voz, que me deja dormida de aburrimiento —Tiara
habla, y tiene auténtica ponzoña en sus palabras.
El fuego de esta mujer me excita y me cabrea a partes iguales, pero si
eso es lo que piensa que haré por el agravio cometido, está muy equivocada.
Quiero gritarle, castigarla, al menos mi mente. Mi cuerpo quiere que
levante el culo del trono baje hasta ella y la tome sobre el frío suelo, aunque
nos estén mirando.
—¿Eso crees? Por lo que me han dicho, ya sois mujeres con mucho
mundo. Mi castigo será algo diferente. A partir de este momento, Tiara, la
temida cazarrecompensas, serás mi esclava, y tu amiga la de Adam. Si
alguna se niega o intenta alguna tontería, lo pagará la otra.
No pensaba hacerlo de esa manera, pero me da igual, quiero tenerla a mi
merced y sola. Veo que abre mucho los ojos y mira a su amiga antes de
contestarme. Adam se frota las manos por el giro de los acontecimientos. Sé
que no hará sufrir a Aboe. Seguro que se dedica a conquistarla para llevarla
a su cama, nada comparado a lo que haré yo.
—¿Crees que, porque te hemos robado o porque somos fehérs, nos
puedes esclavizar? Creo que te has confundido. Nunca seré esclava de
nadie.
Me desafía, y me levanto para bajar los escalones. Me acerco tanto a
ella que nuestros cuerpos casi se pueden tocar. Tengo que mirar para abajo
ya que es muy bajita y menuda. No sé por qué lo hago, como si de alguna
manera pensara que así la voy a intimidar.
—Vas a ser mi esclava por robarme, desafiarme y porque quiero. Me da
igual que seas fehér, lanu o el mismísimo rey de Etherum. Me obedecerás y
quizás algún día, si te comportas como debe ser, os libere.
Todo pasa muy rápido, apenas soy consciente de lo que ocurre hasta que
es demasiado tarde. La mujer que tengo delante de mí hace un movimiento
resuelto y saca un puñal que va directo a mi pecho.
—¡Tiara, no! —grita su amiga.
Y en ese momento soy consciente de lo que pretende. Con un giro de mi
mano una fuerte ráfaga de viento la golpea, consiguiendo que suelte el
cuchillo antes de levantarla varios pies en el aire. La capa cae hacia atrás,
dejando al descubierto su rostro. Entonces la veo, la cicatriz que atraviesa
su bello rostro por toda la mejilla.
Al sentir que la observo fijamente agacha la cabeza, como si de esa
manera pudiera ocultarla de mí. Intenta soltarse del agarre de mi poder, pero
es algo imposible. Ahora entiendo a lo que se refería mi hombre. En otras
circunstancias, tengo que reconocer que seguro que algo así me echaría para
atrás, con ella no es así, me sigue pareciendo hermosa, más incluso porque
es una mujer que ha luchado por su vida, pero eso no lo tiene por qué saber.
—¿Cómo te atreves a atacarme? ¡Podría matarte por lo que acabas de
hacer! —le grito para que no piense que bromeo.
—Por favor, príncipe, tenga piedad. Tiara es buena. No hemos llevado
una vida fácil y ella siempre ha tenido que luchar por mantenernos a salvo.
La joven se arrodilla frente a mí ante la asombrada mirada de Adam.
—Hemos pasado muchas penurias, hambre, sed, maltratos… Sé que no
es excusa por lo que hicimos y qué está mal. Si nos perdona la vida,
pagaremos gustosas la penitencia que nos ha impuesto. Por favor. ¿Verdad,
Tiara?
En ese momento mira a su amiga, que se ha quedado quieta
observándola en el aire que aún la sujeta. Algo me dice que preferiría
cortarse la lengua antes de aceptar lo que le está pidiendo, sin embargo, me
parece ver amor y dolor en su rostro, para finalizar con resignación. Creo
que no lo hace por salvarse, seguro que con la vida que ha llevado tiene
claro que el momento de perder la vida llegará en cualquier instante. Si lo
hace será por ella, por la mujer que implora a mis pies.
—Sí, lo haremos —contesta sin dejar de mirar a Aboe.
Echo un vistazo a Adam, que me ruega con la mirada que acepte. Ese ha
sido el plan desde el principio, y tengo claro que ahora me atrae mucho
más. No la pienso dejar marchar hasta que me canse de ella.
—Bien, lo de esta noche solo es otro delito sumado a la lista que ya
tenéis. No permitiré más insubordinaciones, por lo que haréis lo que se os
ordene hasta el momento en que decida que seréis liberadas, si es que eso
llega.
—Gracias, alteza, le doy mi palabra —contesta la chica que sigue de
rodillas, pero yo sigo mirando a la que está flotando.
—Ahora Adam os llevará a los calabozos, donde dormiréis. En el
primer sol se os explicarán vuestras tareas y se os dará una ropa más
adecuada para unas esclavas.
No es que me apetezca que se quite esos pantalones ceñidos de cuero de
color granate con el chaleco a juego que me deja ver gran parte de su piel,
pero si la voy a tener todo el rato a mi alrededor, que es exactamente lo que
va a pasar, me podría distraer.
—¿Entendido, Tiara? —pregunto mientras la bajo hasta el suelo.
En cuanto lo toca, vuelve a cubrirse con la capucha. A partir del
amanecer eso ya no sucederá. Quiero verla bien, a toda ella, pero por ahora
creo que han sido demasiadas emociones fuertes.
—Sí.
—Sí, ¿qué? —pregunto, apretando un poco más las tuercas.
Me mira mal, muy mal, pero me da igual. Me gusta, y con el tiempo
aprenderá a tenerme el respecto que merezco. Parece que se muerde la
mejilla, como si quisiera acallar lo que iba a contestar.
—Sí, príncipe.
—Muy bien. Ahora, Adam, puedes llevarlas a sus calabozos.
Espero que no hagan ninguna tontería de camino a la celda, aunque
tampoco me preocupa mi amigo. Es el mejor hombre que tengo, aparte de
que podría inmovilizarlas con su magia. Ahora necesito pensar en cómo
esta fehér me afecta tanto. Con un asentimiento de cabeza, mi amigo se las
lleva. No se han ido aún y ya deseo que llegue el amanecer.
Capítulo 12
 
Tiara
Voy camino de un calabozo en el palacio de Airus sin saber muy bien
cómo demonios he podido terminar de esta manera. Lo que iba a ser un
trabajo relativamente fácil se ha convertido en nuestra condena. Me
desespera que piense que, por tener un título, puede hacer con nosotras lo
que quiera. Soy libre y lo seré hasta que muera. Si no fuera porque quiero
proteger a mi amiga, habría luchado hasta clavarle el puñal en el corazón o
hasta que yo misma hubiese perecido.
Intento no pensar en lo que nos espera a Aboe y a mí en manos de ese
príncipe arrogante y cruel. No podemos permitirnos flaquear ahora.
Tenemos que mantenernos unidas y buscar una manera de escapar de aquí,
aunque eso parezca imposible. Pero antes debo encontrar la manera de
proteger a Aboe. Ella siempre ha sido mi prioridad, mi hermana de corazón.
Llegamos al calabozo y Adam nos empuja dentro, cerrando la puerta
detrás de nosotras. El lugar es oscuro y húmedo, un olor a podrido impregna
el ambiente, haciéndome sentir náuseas. Me pregunto si alguna vez
lograremos salir de aquí vivas.
—Deberíais agradecer que el príncipe os haya perdonado la vida
después de intentar matarlo. Él no es conocido precisamente por su bondad
—dice Adam, mirándonos con desprecio.
Sé que no puedo fiarme de él, pero necesitamos ganarnos su confianza
si queremos tener alguna oportunidad de escapar de aquí. Así que decido
intentar entablar conversación con él.
—¿Cómo te convenció el príncipe para que hicieras esto?
Adam se encoge de hombros con indiferencia.
—Imagino que por lo mismo que vosotras estáis juntas, es como mi
hermano, haría cualquier cosa por él.
Eso lo puedo entender porque es exactamente lo que yo haría. Pero no
puedo permitir que esa empatía me haga bajar la guardia. Tengo que
mantener la mente fría y centrarme en encontrar una salida.
—¿Y qué hay de nosotras? ¿Qué será de nosotras ahora que somos sus
esclavas?
Adam se encoge de hombros de nuevo.
—Depende de su voluntad. Si os portáis bien, quizás os libere. Si no,
podéis pasar el resto de vuestras vidas como esclavas.
La respuesta no me da ninguna esperanza, pero tengo que pensar en una
manera de ganar tiempo y encontrar una forma de escapar.
—¿Y qué tareas nos dará? —pregunta Aboe, que hasta ahora había
permanecido en silencio.
Adam sonríe con malicia.
—Eso depende del príncipe. Quizás os ponga a trabajar en la cocina,
quizás os obligue a hacer sus camas, o quizás os use para sus propios
placeres. Quién sabe.
Siento una oleada de rabia ante la sugerencia de que el príncipe pueda
usarnos sexualmente, pero tengo que mantener la calma y pensar en cómo
salir de aquí.
—¿Y si intentamos escapar? —pregunto con cautela.
Adam se ríe con desprecio.
—Es imposible escapar de este calabozo. Las paredes son gruesas y los
guardias son los más leales del príncipe. Incluso si lograrais salir de aquí,
no llegaríais muy lejos antes de que os capturen de nuevo.
Mi corazón se hunde ante la idea de que no hay escapatoria, pero tengo
que seguir intentándolo, por Aboe y por mí misma.
—Intentad descansar, la jornada que os espera cuando salga el primer
sol será dura, ahora pediré que os den algo de agua y alimento —suelta
Adam antes de marcharse y dejarnos con nuestra soledad.
Me siento en un catre que hay en la pared opuesta a la puerta y me quito
la capucha. Es tontería seguir usándola ya que han sido testigos de mi
cicatriz y vi la cara que puso Adhair. Ese hombre me cabrea, aunque no
puedo evitar que me atraiga. Eso sí, si piensa que voy a ser sumisa
cumpliendo sus órdenes es porque no me conoce en absoluto, puedo darle
mucha guerra. Quizás le enfade tanto que me termine soltando o matando.
Lo que tengo que mostrarle a mi cerebro es que no puede pensar en él.
Es guapo, sí, es un tipo duro como me han atraído siempre los hombres,
pero nunca volveré a tener nada con un noble. La cara que ha puesto al ver
mi rostro marcado por la cicatriz me ha indicado que él tampoco piensa en
mí de esa forma, y, sin poder evitarlo, siento una punzada de pena.
Mientras pienso en todo esto, Aboe se acurruca a mi lado, buscando
consuelo y protección. Le acaricio el cabello con ternura, prometiéndome a
mí misma que no permitiré que le hagan daño, que lucharé por ella hasta el
final. También tengo que encontrar una forma de salir de aquí, de escapar
de las garras de Adhair y su cruel hermano.
Pienso en las palabras de Adam, en las tareas que nos podrían asignar.
Quizás la cocina o hacer camas sean tareas relativamente fáciles, pero si nos
obligan a satisfacer las necesidades sexuales del príncipe… No sé si podré
soportarlo. No puedo permitir que me usen de esa manera. No soy un
objeto. Soy un ser libre.
Decido que tengo que empezar a buscar cualquier oportunidad de
escapar. Observo el calabozo, buscando alguna debilidad que podamos
aprovechar, pero todo parece ser sólido y resistente. Me siento impotente,
atrapada en un lugar oscuro y sin esperanza.
Aboe se queda dormida en mi regazo y me doy cuenta de que es lo
mejor que podemos hacer en este momento, descansar y recuperar fuerzas.
Tendremos que estar preparadas para lo que venga. Prometo que no nos
rendiremos, que lucharemos por nuestra libertad y por el derecho de ser
tratadas como seres libres, no como esclavas de un hombre cruel e
insensible.
—Tiara, ¿qué vamos a hacer? —pregunta mi amiga, que estoy segura de
que está tan desconcertada como yo.
Pensaba que estaba dormida.
—Algo se me ocurrirá, a ti te ha tocado servir a Adam, aunque se le vea
algo mujeriego no creo que tengas ningún problema en tenerlo comiendo de
tu mano. Yo no sé si terminaré asesinando al príncipe mientras duerme —
bromeo, y escucho su risita. Eso es lo que me importa.
—No me hagas reír, Tiara. Esto no es una broma —responde Aboe con
un tono serio, aunque aún tiene la sonrisa en los labios.
—Lo sé, lo siento. Es solo que necesito mantener la mente positiva, si
no me volveré loca en este lugar. Pero tienes razón, tenemos que buscar una
manera de escapar. Quizás podamos encontrar alguna debilidad en la
estructura del calabozo o en los guardias.
Aboe asiente, pero su rostro refleja la misma impotencia que siento yo.
—No sé si podremos hacerlo, Tiara. Es como si estuviéramos atrapadas
en una pesadilla sin fin.
—No podemos rendirnos, Aboe. Tenemos que luchar por nuestra
libertad, por nuestro derecho a ser tratadas como seres libres, no como
esclavas.
—¿Y si pedimos ayuda? Si alguien fuera del palacio supiera de nuestra
situación, ¿podría ayudarnos? —sugiere Aboe.
La idea de pedir ayuda me parece interesante, pero no sé a quién
podríamos recurrir. No conocemos a nadie en la ciudad que pueda
ayudarnos, y cualquier intento de comunicarnos con el exterior podría ser
interceptado. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en esa posibilidad.
—Es una buena idea, Aboe. Pero no sé a quién podríamos pedir ayuda.
Tenemos que pensar en algo.
Nos quedamos en silencio durante un rato, tratando de encontrar una
solución a nuestra situación desesperada, pero todo parece ser imposible; es
como si estuviéramos atrapadas en un laberinto sin salida.
Decido que necesito descansar un poco, tal vez así pueda pensar con
más claridad. Aboe sigue durmiendo en mi regazo y la acaricio suavemente
para no despertarla. Pero no puedo evitar pensar en Adhair, en cómo ha
reaccionado al ver mi cicatriz. Es obvio que le ha molestado, pero no sé qué
significa eso. ¿Significa que no le gusté? ¿O que le molesta ver a alguien
tan maltratado? No lo sé y tal vez nunca lo sabré. No puedo permitir que mi
mente se distraiga con pensamientos absurdos, tengo que encontrar una
manera de escapar de aquí.
Me prometo a mí misma que no me rendiré, que lucharé hasta el final
por mi libertad y por la de Aboe. Pero también sé que necesito encontrar
una manera de protegerla, de asegurarme de que no le hagan daño. No
puedo permitir que el príncipe o cualquier otro hombre la use sexualmente,
no puedo permitir que la traten como un objeto.
Tal y como ha prometido el amigo del príncipe, nos traen algo de
comida y agua, pero no la tocamos, estamos más cansadas que hambrientas.
Decidimos que lo mejor es descansar y reponer fuerzas para afrontar lo
que nos espera. Nos acurrucamos juntas en el catre, tratando de mantener la
mente en blanco para poder dormir. Pero el olor a humedad y podredumbre
del calabozo lo hace casi imposible por mi parte.
Aboe se mueve inquieta a mi lado y me doy cuenta de que sigue
dormida, pero su rostro refleja la misma impotencia y miedo que siento yo.
La acaricio con ternura, prometiéndome a mí misma que encontraré una
manera de sacarnos de aquí y protegerla.
El sueño finalmente me vence y caigo en un estado de pesadillas y
sueños inquietos, en los que veo a Adhair y a su amigo riéndose de nosotras
y maltratándonos. Me despierto sobresaltada, sudando y temblando.
Aboe se despierta también y me mira con preocupación.
—¿Estás bien, Tiara?
—Sí, solo fue una pesadilla —le respondo, tratando de tranquilizarla.
—Yo también he tenido—confiesa con voz temblorosa.
—Lo sé, esto es una mierda. Pero tenemos que seguir luchando, no
podemos permitir que nos rompan.
Aboe asiente con determinación y nos abrazamos con fuerza, buscando
consuelo en la única compañía que tenemos en este oscuro calabozo.
Prometo que encontraremos una manera de escapar, que lucharé por mi
libertad y la de Aboe hasta el final.
Capítulo 13
 
Adhair
Cuando se marchan, me acerco al trono para dejarme caer. La cabeza
me da mil vueltas por lo sucedido. He estado tan impresionado por la fuerza
y el fuego que tienen esas mujeres, sobre todo Tiara, que ni he pensado en
el anillo que me robaron. Se lo tengo que decir, deben devolvérmelo. Pienso
en que quizás lo hayan vendido, y eso hace que mi ira se encienda.
Tiara, la cazarrecompensas de ojos morados, me tiene fascinado e
intrigado. Cuando su amiga suplicó por su vida, contando lo dura que ha
sido, casi cedo ante la compasión, pero debo tener la mente fría; siendo
príncipe es una de las cosas más importantes. Siempre hay que tomar
decisiones difíciles.
Es admirable que una fehér, intente matar a uno de los príncipes de los
cuatro reinos sabiendo que somos los seres con más poder de Etherum, eso
la hace una gran guerrera y una mujer fuerte e increíble. Sé que no debo
pensar en ella de esa manera. Nunca podría estar con una ratera que me
robo drogándome, por mucho que les hagan falta las monedas para comer.
Debido a su nacimiento podrían haber escogido vivir en una casa noble
sirviendo, así que eso ha sido su elección.
Luego está el tema de la cicatriz, el cómo se avergüenza de mostrarla.
Estoy convencido de que a muchos, como le ha pasado a mi amigo, les
resulta horrible, incluso piensan que le roba hermosura, pero a mí me
parece que es preciosa.
No puedo permitirme pensar en ella de esa manera, no solo porque es
una criminal que intentó matarme, también porque soy un príncipe y tengo
deberes y responsabilidades que cumplir. A pesar de hacer mis mejores
esfuerzos, no consigo sacarla de mi mente. Adam vuelve de dejarlas en el
calabozo y se sienta conmigo con una sonrisita en los labios, muy típico de
él.
—¿Qué pasa, Adam? —pregunto, curioso por su expresión.
—Nada, solo estaba pensando en cómo te ha afectado el encuentro con
esas mujeres ―responde, encogiéndose de hombros.
—Sí, ha sido bastante intenso —digo, recordando el momento en que
Tiara me apuntó con su puñal.
—Pero no solo eso, Adhair. Se nota que hay algo más. ¿Te ha pasado
algo con esa cazarrecompensas de ojos morados? —me interroga, con una
mirada astuta.
—No, nada de eso —respondo, negando con la cabeza—. Solo me ha
impresionado su valor y su fuerza. Es admirable que una fehér intente matar
a un príncipe.
—Ya veo —dice Adam, sonriendo de nuevo—. Pero no te hagas el
tonto, Adhair. Sé que hay algo más entre vosotros. No eres el primero que
se enamora de una criminal, ya sabes.
—¡No estoy enamorado de ella! —exclamo, un poco molesto por sus
palabras.
—Vale, vale. Lo que tú digas —suelta, encogiéndose de hombros de
nuevo—. Solo te aviso de que tengas cuidado. No es bueno mezclar asuntos
del corazón con los deberes reales.
Asiento, sabiendo que tiene razón. No puedo permitirme distracciones
con una mujer por mucho que me atraiga. Tengo un reino que gobernar y
unas responsabilidades que cumplir. Aunque, a pesar de todo, no puedo
evitar sentir curiosidad por esa cazarrecompensas de ojos morados y por lo
que puede llegar a hacer.
—¿Qué planes tienes para ellas? ¿De verdad vas a dejar que Aboe me
sirva? Es preciosa, quizás hasta la convenza de que pase el tiempo que estén
aquí conmigo entre las sábanas.
Hago una mueca. Mi amigo siempre piensa en lo mismo, nunca
cambiará. Que es verdad que a mí también me encanta estar con mujeres,
pero hay que pensar más allá.
—Adam, no seas tan superficial —le reprendo, sacudiendo la cabeza—
Tenemos que tratarlas con respeto y justicia. Aboe tendrá que servir en el
palacio, pero no solo para complacer tus deseos, también para cumplir con
su castigo.
—Vale, vale, ya lo entiendo —dice, levantando las manos en señal de
rendición—. Solo estaba bromeando, no te enfades.
Respiro hondo, intentando calmarme. No me gusta que mi amigo hable
de las mujeres como si fueran objetos, pero sé que no lo hace con mala
intención.
—De todas formas, tendremos que averiguar quiénes son y por qué
intentaron robarnos. Puede que haya algo más detrás de todo esto.
—Tienes razón, como siempre —dice Adam, sonriendo de nuevo—.
Por ahora, deberíamos ir a descansar. Ha sido un día largo e intenso.
Asiento, poniéndome de pie. Camino hacia la puerta, pero me detengo y
me vuelvo hacia mi amigo.
—Gracias, Adam, por estar ahí para mí.
Él sonríe, con esa sonrisa que me hace sentir mejor.
—Siempre, Adhair. Siempre.
Me levanto del trono y camino hacia mis aposentos, necesito descansar
y reflexionar sobre lo sucedido hoy. No puedo evitar seguir pensando en
Tiara, en su valentía y en su belleza. Me pregunto cómo habría sido su vida
si hubiera nacido en una familia noble, si habría sido diferente. Ya sé que
eso no importa ahora, lo que importa es que está en mi palacio, en mi poder.
Me acuesto en mi cama, pero no puedo dormir, mi mente está ocupada
con pensamientos de Tiara. Me pregunto si podré hacer algo para ayudarla,
para protegerla de los peligros que la acechan. Pero también me pregunto si
podré resistir la tentación de estar cerca de ella, de sentir su piel bajo mis
dedos.
No puedo permitirme pensar en ella de esa manera, no solo porque es
una criminal que intentó matarme, también porque soy un príncipe y tengo
deberes y responsabilidades que cumplir. Sin embargo, y a pesar de mis
mejores esfuerzos, no puedo sacarla de mi mente.
Finalmente, me quedo dormido, soñando con una vida en la que no hay
peligros ni responsabilidades, en la que puedo estar con Tiara sin
preocupaciones ni consecuencias. Pero sé que eso es solo una fantasía, que
la realidad es mucho más complicada y peligrosa.
Continúo durmiendo hasta que el sol entra por la ventana y me
despierta. Me levanto y me visto para comenzar mi jornada, pero antes de
salir de mis aposentos, recuerdo el anillo que me robaron las
cazarrecompensas.
Me dirijo hacia el salón del trono y me encuentro con el capitán de la
guardia. Está hablando con Adam.
—Buenos días, alteza —me saluda el capitán.
—Igor —contesto, haciendo un asentimiento de cabeza.
—Alteza —dice Adam, pero sé que es más una burla que por respeto.
—Adam, ¿desayunas? —Ya le daré un escarmiento cuando estemos
solos.
Quizás en el entrenamiento de hoy se me escape algún puñetazo en su
dirección.
—Claro, nunca digo que no a una buena comida.
Nos despedimos del capitán y vamos al jardín a comer. Ahora que mi
madre está de viaje y no compartimos ese momento que nos gusta tanto, me
tendré que conformar con mi amigo, que es como un grano en el culo;
también es verdad que no sabría qué hacer sin él.
Al llegar ya tenemos todo servido, es lo bueno de vivir en un palacio, se
adelantan a tus necesidades antes de pedirlo. Me siento privilegiado de
poder disfrutar de algo así, y también me hace pensar en las personas que
no tienen nada para llevarse a la boca, los más desfavorecidos. Quizás
pronto organice algo en palacio para que vengan todos a comer, beber y
disfrutar del día en los jardines. Sí, creo que eso haré.
Nos sentamos y empezamos a comer, me llevo a la boca un trozo de
tarta de plumas; que es una tarta ligera y suave como una pluma, con una
cubierta de merengue esponjoso y un relleno de frutas etéreas. No puedo
evitar gemir cuando percibo su sabor con la lengua.
Adam está con la boca llena de panqueques de levitación; panqueques
ligeros y esponjosos que se elevan en el aire, servidos con una cobertura de
jarabe de arce. Vamos, que se está embotando. Estaba intentando retrasar la
pregunta, pero no lo puedo evitar.
—¿Cómo están las esclavas? ¿Las has visto? —inquiero a la vez que
bebo de mi té de frutas, intentando disimular que me importa menos de lo
que siento.
La sonrisa que me pone significa que está tramando algo sin duda.
—¿Tienes mucho interés en saberlo? —Gruño en respuesta. Lo aprecio
mucho, pero a veces me exaspera—. Vale, están bien, imagino que bastante
enfadadas por como han salido las cosas. Apenas han probado bocado de la
comida que les llevaron anoche.
Eso no es bueno, tienen que comer, pero también es verdad que cuando
tengan hambre lo harán. No tengo que darle más vueltas o me ablandaré,
me conozco.
—Ya lo harán, no te preocupes. Cuando terminemos de desayunar,
quiero que vayas a recogerlas y que se pongan las túnicas que usa el
servicio, te llevarás a Aboe para que te ayude en lo que necesites, y me
traerás a Tiara para que yo haga lo mismo.
—¿En lo que necesite? —se burla, y me dan ganas de golpearlo.
—No, en eso no. Nosotros no obligamos a las mujeres a acostarse con
nosotros. Si ella te corresponde me parece bien. Eso sí, ten cuidado, es muy
buena seduciendo y embaucando.
Gira los ojos en respuesta.
—Sabes que nunca sería capaz de eso, era broma. Y tranquilo, que yo
no soy como tú, no se me engaña fácilmente. —Le empujo del brazo por
meterse conmigo—. ¿Qué harás tú con la otra cazarrecompensas?
Esa es una pregunta que me llevo haciendo desde que la vi.
—No estoy seguro, pero creo que intentar bajarle esos humos que tiene
y las ganas de matar a la realeza.
—Esto va a ser divertido. —Se ríe con ganas y no puedo evitar que me
contagie.
Estoy seguro de que no será nada fácil domarla, nunca he intentado
nada parecido. Me siento engañado y humillado por lo de la posada. Se ha
convertido en algo personal, y por otro lado me gusta, no me voy a intentar
engañar.
—Por cierto, ¿dónde están las cosas que traían? Quiero ver si llevan el
anillo de mi madre.
—Están guardadas. Luego, si quieres, te las llevo a tu dormitorio, pero
no sé por qué me da que no llevarían algo así encima. Quizás lo hayan
escondido en algún lugar, el caso sería averiguar dónde. Son nómadas, no
tienen casa, pero quizás sí algún escondite.
—Lo encontraremos, es lo que más me importa en este asunto.
—Ya, y mi caballo es un igrim con alas.
—Creo que ya has comido mucho, ponte en marcha antes de que te dé
una paliza.
—Sí, me voy, pero porque me muero de ganas de ver cómo intentas
domar a la fierecilla.
Yo no le veo la gracia, pero también estoy deseoso de verla otra vez.
Capítulo 14
 
Tiara
Apenas he pegado ojo esta noche. No me gusta estar encerrada, me
provoca mucha ansiedad. Aboe ha dormido algo más, yo solo podía dar
vueltas a ideas de cómo escapar, casi me vuelvo loca pensando planes
incluso ridículos.
Al final he pensado que lo mejor será intentar que el príncipe confié en
mí lo suficiente como para que en algún momento baje la guardia y poder
escapar, cosa que no sé si seré capaz. Primero porque es un lanu y no me
caen muy bien, segundo porque es un creído que se piensa que puede hacer
y deshacer a su antojo, y tercero porque se cree que puede dominarme. No
ha nacido ningún ser, hombre ni mujer, que vaya a someterme.
No obstante, lo intentaré por mi amiga, aunque creo que no va a ser
nada fácil. Quizás tengamos suerte y el príncipe encuentre otro tipo de
diversión y se aburra de nosotras rápido. O quizás el obxilón nos encuentre
al ver que no contestamos y le convenza para que nos suelte. Demasiadas
fantasías para alguien como yo, que no cree en los finales felices.
—¿Qué piensas? Das miedo cuando te quedas tan abstraída, se te pone
cara de loca.
Me gusta que, hasta en los peores momentos, Aboe busque algo con lo
que hacerme sonreír.
—Pensaba en cómo matar a una amiga muy pesada que tengo y luego
deshacerme del cadáver.
Pone cara de ofendida y se lleva una mano al pecho de forma dramática.
—Esa amiga de la que hablas no seré yo, ¿no?
—¿Conoces a otra amiga tan pesada como tú?
—Que sepas que pienso meterte una koninj en la cama a la primera
ocasión que tenga, verás qué amiga más pesada.
Nos estamos riendo cuando escucho unos pasos que se acercan por el
suelo de piedra. Le hago un gesto para que guarde silencio. No sabemos
quién puede ser ni las intenciones que tiene.
El que aparece frente a los barrotes no es otro que Adam. Es un lanu
fuerte, aunque no tan alto como el príncipe, y, para qué nos vamos a
engañar, tremendamente atractivo, con su pelo largo y liso, con varios
mechones amarillos. Sus ojos del mismo color tienen una mirada pícara que
sin duda le hace más interesante. Para mí no, claro, pero Aboe no le quita
los ojos de encima. Esto va a ser divertido, al menos para ellos dos.
—¡Buenos días! ¿Cómo han dormido las fehérs más bonitas del reino?
—saluda el adulador.
Aboe suelta una sonrisita y yo pongo los ojos en blanco.
—¿Te funciona eso alguna vez?
Lo malo es que seguro que la respuesta es que sí. Solo hay que ver a mi
amiga, y eso que es nuestro captor, por lo tanto, nuestro enemigo.
—No te creas. Veo que tampoco habéis tocado el desayuno. ¿Sois de
comer poco?
Sigue hablando tan tranquilo, apoyado contra los barrotes como quien
está charlando con unas viejas amigas. Como siga así, al final lo voy a
coger del chaleco de cuero que lleva y tirar de él para que se golpee la
cabeza contra el metal para robarle las llaves y escapar. Me muero de ganas
de ver la cara de tonto que se le quedaría a Adhair al saber que también
hemos derrotado a su amigo.
Estoy perdida en mis fantasías de venganza cuando oigo a mi amiga
contestar con su voz de coqueteo. Etherum se está volviendo loco y yo
tengo que ser testigo de ello.
—Entenderás que no podemos fiarnos, quizás nos habéis echado alguna
espora en la comida para dejarnos inconscientes y aprovecharos de
nosotras.
Si me pinchan estoy segura de que no sangro. ¿Qué está sucediendo
aquí? ¿Quién eres y qué has hecho con mi amiga? Es surrealista. Es verdad
que es apuesto y que mi amiga tiene derecho a enamorarse si quiere y
formar una familia. Yo seré, sin duda, la persona más feliz del mundo.
¿Pero tiene que ser con uno de los lanus que nos tiene cautivas y que
piensan tratarnos como esclavas?
—Oh, por favor, nunca haríamos eso. No somos de ese tipo de lanus. Te
doy mi palabra. Puede ser que nos hayamos conocido en una situación
complicada, que nos gusten demasiado las mujeres y la bebida, pero te
puedo asegurar que nunca nos aprovecharíamos de una.
Eso me hace sentir un poco culpable, pero solo un poco. Nosotras sí que
embaucamos al príncipe para robarle, pero en mi defensa diré que no nos
aprovechamos sexualmente de él. Decido interrumpir antes de que estos dos
se prometan amor eterno.
—Aunque nos encante tu visita —le miento—, imagino que no has
venido solo a adular a mi amiga.
Eso le hace reír. Creo que le agrada lo directa y descarada que puedo
ser. Mejor, porque eso no va a cambiar.
—Me has pillado. La verdad es que he venido porque Adhair me lo ha
pedido, pero no os miento cuando reconozco que estoy disfrutando del
encuentro.
La mirada que le dedica a Aboe me hace girar la cara para poner una
mueca. Con tanta melaza me voy a enfermar en esta celda.
—Eso está mejor, y ¿qué quiere su majestad?, ¿que le freguemos los
suelos de su palacio de cristal? —pregunto sarcástica, y me gano una
mirada dura de mi amiga. Lo que me faltaba es que ahora se ponga de su
parte.
—La verdad es que podría, aunque ya tiene gente para eso y para
cualquier tarea de palacio. No tengo ni idea de qué hará contigo. Por ahora
solo tengo que daros ropa y llevarte ante él. Aboe se convertirá en,
digamos, mi doncella personal. Nada de esclavitud, ¿vale?
Eso parece complacer mucho a mi amiga. Ya que tenemos que pasar por
esto, me alegro que al menos ella vaya a estar bien. Viendo cómo le gusta,
seguro que no le da tareas muy duras, intentará ganarse su afecto. Estoy
segura de que eso no tendrá nada que ver con lo que me va a tocar a mí,
pero bueno, yo lo aguantaré, y más sabiendo que ella está bien; siempre ha
sido mi máxima preocupación.
—Me parece bien.
Aboe me mira, sorprendida por mi actitud. Parece mentira que no sepa
aún que haría cualquier cosa por ella, pero, vamos, que es algo temporal
hasta que consiga que escapemos. Si luego quiere unirse al amigo del
príncipe, ya es cosa suya.
—¿Te parece bien? —pregunta Adam, desconfiado—. Ahora es cuando
me golpeas y me dejas inconsciente.
Ambos se ríen. Yo también lo hago porque es exactamente lo que más
me gustaría en este momento.
—Te diré algo, Adam. Aboe es lo más importante para mí, no tengo a
nadie más ni nada que me importe. Si ella está bien y, algo me dice que
contigo lo estará, cumpliré con mis obligaciones y permaneceré a la espera
de que algún sol podamos ser libres.
Él asiente complacido antes de hablar.
—Eso te honra. No creo que seas mala, solo que has tenido una vida
difícil y has hecho lo necesario por sobrevivir. Encárgate de que eso lo
comprenda también Adhair y os liberará. No digo que sea fácil, es bastante
obstinado, pero es justo, adora a su pueblo y siempre trata a todos con
respeto y cariño.
Dudo mucho que eso sea cierto, pero no quiero entrar en debates con su
mejor amigo, así que asiento. Cuanto antes empecemos, antes sabré qué es
lo que me mandará el príncipe. Estoy deseando que llegue la noche de
nuevo y nos encierren en el calabozo para no tener que verlo.
Adam no insiste. Se acerca a una mesa que hay detrás suya y coge unos
paquetes con lo que parece ser ropa. Nos los entrega a través de las rejas.
Aboe los recoge y se recrea más de lo necesario en el contacto entre sus
manos. Vaya dos…
—Esa es la ropa que lleva el servicio de palacio. Espero que sea de
vuestro agrado. Me daré la vuelta para que podáis cambiaros y luego nos
iremos. Tengo que estar dentro de nada en el pueblo haciendo unos recados.
Hoy me perderé el entrenamiento. Es una pena, Aboe, creo que te gustará.
Es divertido, mañana iremos.
¿Por qué a Aboe le toca el que la quiere llevar de excursión o a los
entrenamientos y a mí el capullo déspota? Aunque, siendo sinceras, creo
que tampoco disfrutaría de esas actividades. Mientras sea una esclava, nada
me importa más que huir.
Cumple su palabra, se gira y deshacemos los paquetes para coger las
túnicas que son de un color amarillo similar a los ojos del príncipe. Aboe se
quita su ropa y se la pone. Yo solo me quito el chaleco. Necesito los
pantalones por si tengo que correr. Mi amiga me mira raro, pero yo le hago
una señal para que guarde silencio.
Con la ropa van unos zapatos blandos y cómodos, con los que se pueden
estar muchas horas de pie. No los quiero, prefiero las botas por la misma
razón que los pantalones. Así que me encuentro con una túnica que me
llega por debajo de la cintura y con mi ropa debajo.
—Ya estamos —le digo, y él se vuelve.
Mira a Aboe y le sonríe.
—Vaya, qué bien te queda, te favorece el color con tus ojos morados.
Ella está encantada con su cumplido y luego llega mi turno. Pone cara
rara cuando me ve.
—¿La notas muy corta? —dice, mirando mis piernas.
—No, es solo que no estoy acostumbra a llevar falda. Estoy mucho más
cómoda con mi ropa.
Evidentemente no le voy a explicar que huir con vestidito es mucho más
difícil, es información privada.
—Bien, como desees. Ahora, vámonos.
Con un gesto abre la cerradura del calabozo y nos pide que lo sigamos.
Podría intentar atacarlo y huir, pero no soy tonta, sé que el castillo está lleno
de guardias que nos atraparían antes de abandonarlo. Tengo que esperar el
momento adecuado. No puedo evitar admirar lo bonito que es el lugar,
nunca he sido de lujos ni gustos materiales, pero es digno de ver.
Pensé que nos llevaría a la sala del trono, sin embargo, sigue recto.
Aboe me da la mano mientras camina a mi lado, como si de alguna manera
buscara consuelo, o quizás solo es para dármelo a mí. Sabe que esto es muy
complicado para mí. Le devuelvo el apretón y le sonrío antes de seguir
mirando por dónde vamos.
Al fondo del pasillo se ve una puerta por la que entra el primer sol, el de
la mañana. Cuanto más nos acercamos puedo comprobar que esa puerta da
a un inmenso jardín lleno de árboles y flores de todos los tamaños y colores.
Lo primero que hago al salir al exterior es pegar una buena bocanada de
aire, como si hiciera muchas jornadas que no respiro aire fresco.
Más allá hay una gran mesa con comida y en ella se sienta mi amigo el
príncipe, quien no se gira, aunque sé que nos oye llegar. Se está bebiendo
algo tan tranquilo, como si todo fuera bien. Me dan ganas de hacer que se
trague la fina taza. Estaría muy divertido sin sus dientes reales. Adam es el
primero en llegar a su lado ya que nosotras caminamos unos pasos más
atrás.
—Adhair, ya estamos aquí. Si no me necesitas, partiré con Aboe al
pueblo a hacer los recados que me has pedido.
Se gira y le mira con un asentimiento de cabeza. Hoy no está tan
hablador como la noche anterior.
—¿Vamos? —le pregunta a mi amiga. Asiente y me da un beso antes de
irse con él, sonriendo.
Qué traidor es el corazón.
—Bueno, por fin solos —declara Adhair antes de darse la vuelta y
mirarme sorprendido.
No desvío la vista y tampoco agacho la cabeza. Ya no llevo la capucha
para protegerme de las miradas a mi cicatriz. Él lo ha querido así
despojándome de ella, por lo que no me voy a avergonzar. Quiere
someterme, quizás podría hacerlo con mi cuerpo, pero mi mente, mi fuerza
y mi valor nunca las podrá quebrar.
—¿Se puede saber de qué vas vestida?
Es más una protesta que una pregunta.
—Tú has ordenado que me ponga la maldita túnica. No has dicho nada
de lo que debía llevar debajo.
Se pasa la mano por la cara, como intentando recuperar la paz que tenía
hace tan solo unos segundos. Cuando por fin habla, parece que ha
recuperado la compostura.
—Creo que esto va a ser divertido —me dice con una sonrisa pícara.
—Y tanto —contesto.
Y me doy cuenta de que, mientras esté aquí, no hay nada que pueda
divertirme más que sacar de quicio al príncipe Adhair.
Capítulo 15
 
Adhair
Después de nuestro encuentro le he dicho a Tiara que me siga y no ha
puesto resistencia, algo bastante raro teniendo en cuenta como ha aparecido
vestida. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no reírme, no de ella, sino de
la estampa tan divertida con la túnica y los pantalones de cuero granates
asomando por debajo.
Vamos a la zona de entrenamiento donde mis hombres me esperan.
Podría ir en silencio, ordenarle algo a mi nueva esclava y punto, pero algo
tira dentro de mí para que hable con ella. Tengo que hablar del tema del
anillo, pero eso será después, en la intimidad.
—Me han dicho que no tienes mucho apetito. Deberías comer. No van a
ser jornadas fáciles ni cortas, necesitarás tener fuerzas.
Giro la cabeza hacia ella. Debería andar a un paso detrás de mí, pero no
lo hace, va justo a mi lado. Me lo podría tomar como una ofensa, pero me
da igual, así la puedo mirar.
—Pensé que te habías equivocado al enviarnos comida. Lo más seguro
es que, con el tipo de ser que eres, nos mandes a comer con los animales.
Me tutea, cosa a la que no estoy acostumbrado más que con mi gente
más cercana, pero me divierte la desfachatez que tiene, al menos por ahora.
—Si es lo que quieres, sin duda te mandaré con los animales a pastar.
Debes estar muy graciosa a cuatro patas comiendo —le devuelvo la burla, y
me mira abriendo mucho los ojos.
Estoy seguro de que, si nos encontrásemos en otro tipo de situación, se
lanzaría a golpearme.
—Podría ser, además, sería la única forma en la que tú —recalca las
palabras— podrías verme de esa manera.
Suelto una carcajada por su lengua mordaz, pero es algo a lo que
podemos jugar los dos.
—Vamos a los entrenamientos con mis hombres. Te dedicarás a secar el
sudor de cada uno de ellos y a darles bebida cada vez que la necesiten.
—No creo que eso sea buena idea —me desafía con la mirada. Sé que le
ha molestado mi orden, y por eso lo he hecho.
Mi idea al principio era tenerla mirándonos, sin embargo, no puedo
evitar que salga mi parte perversa.
—Soy príncipe, Tiara. Todas mis ideas lo son.
Se encoge de hombros antes de contestar.
—Como quieras, alteza.
El que haya aceptado sin protestar me parece bastante raro, pero ya
hemos llegado y necesito ponerme manos a la obra. Mis hombres se giran
para mirarme e inmediatamente a ella. Algunos hacen gestos raros o de
burla al fijarse en su rostro. No me gusta nada que hagan eso. Hay mucho
más detrás de una herida y ellos deberían saberlo, ya que son guerreros a los
que hieren muchas veces en la batalla.
—¿Veis algo divertido que queráis comentar conmigo? —mi voz es la
de su príncipe, el que no admitirá ninguna tontería, y ellos lo saben.
—Ninguna, alteza —repiten varios.
—Bien, pues si han terminado los cotilleos y tonterías de niños, nos
pondremos a trabajar.
Tiara, que está a mi lado, desvía todo el rato la mirada, algo me dice que
siempre lleva la cicatriz tapada y que la incomoda toda esa atención. Parece
mentira que una mujer que es tan valiente como el mejor de los guerreros,
cuando se trata de su marca lo pase tan mal.
—No les hagas caso. La mayoría tienen el cerebro metido en el culo tan
profundo que no crea que lo encuentren en toda la vida.
Mi comentario la pilla por sorpresa y le robo una sonrisa. ¡Por todos los
elementos! Si de normal es bonita, cuando sonríe es espectacular. Me
detengo porque sé que esto no me conviene. Tengo un propósito.
—Bien, en esa mesa tienes el agua y las telas. Estate atenta a las
necesidades de mis soldados.
—Por mí como si se mueren de sed —murmura por lo bajo, pero yo la
oigo.
—¿Qué? —pregunto, haciendo como que no la he escuchado.
—Nada, te deseaba una buena lucha, alteza. —Esa palabra en sus labios
suena a burla, me gustaría más que me llamara por mi nombre, pero eso
tendrá que esperar, y, claro, no estaría tampoco bien visto en público.
Me dirijo a donde se encuentra el resto. Hoy toca practicar la lucha con
las lanzas. Intentamos entrenar con todo tipo de armas. Dependiendo de
cada situación, viene bien usar unas u otras. También es verdad que, según
el guerrero que las empuña, siempre se les dará mejor una; por eso es bueno
que, aunque no sea su arma predilecta, sepan utilizar todas.
Empezamos a luchar. Entre mis hombres hay tanto lanus como fehérs.
No hago distinciones. Que no tengan magia no les hace peores guerreros.
Al contrario, son los que más se suelen esforzar. Todos los años vienen a las
pruebas que convoco para entrar en mi ejército muchos aspirantes, y si las
pasan tienen un sitio entre mi gente.
Yo me voy turnando con unos y con otros. Me gusta ser yo
personalmente el que les ayuda cuando detecto alguna flaqueza. El
problema es que hoy se me desvía la mirada varias veces hacia la fehér que
nos observa atentamente. Cuando ya llevamos un buen rato y el segundo sol
aprieta sobre nosotros, le hago una señal para que vaya atendiendo a los
soldados.
La cara de fastidio que pone es todo un poema, pero se va sin protestar
y coge el agua y las telas. Los hombres van parando cuando se acerca.
Puede ser que me equivoque, pero me parece que les susurra algo porque se
acerca demasiado y ellos ponen una cara asesina. ¿Qué les estará diciendo
que les pueda enfadar tanto?
Decido hacerme el loco, pero no puedo evitar sentir curiosidad. Deseo
que llegue junto a la zona en la que estoy luchando para enterarme. Va
repitiendo la misma acción una y otra vez hasta que se acerca al lanu que
nos hizo de presa para el plan de atraparla. No sé qué le habrá dicho que se
lanza endemoniado hacia ella.
Todo ocurre tan rápido que no sé si tendré tiempo a llegar hasta ella
antes de que la golpee, pero ante mis ojos me demuestra que no es
necesario. Él le ha lanzado el puño para impactarle en plena cara, Tiara ha
reaccionado cogiéndolo de la muñeca, se la ha retorcido, girando sobre su
propio cuerpo, consiguiendo ponérsela en la espalda del guerrero, que tiene
una mueca dolorosa en la cara.
Sigue retorciendo hasta que le hace arrodillarse y gruñir por el daño que
le inflige. Me acerco hasta ellos, ya que el resto de mis hombres se sienten
tentados a intervenir, pero quiero saber primero qué es lo que está pasando.
—¡Quietos! —ordeno, y todos retroceden.
—Príncipe, deberías matar a esta salvaje. No vale ni para calentar tu
cama.
Ahora soy yo el que desea golpearlo por lo que ha dicho. Nunca he
tratado a nadie de una forma despectiva para que ellos se crean con la
libertad de hacerlo, y mucho menos en mi presencia.
—Tiara, ¿qué ha pasado?
—Nada, príncipe —contesta con una delicada sonrisa, como si fuera
una dama de la nobleza alta.
—No la crea, alteza —interviene otro de mis hombres—. A mí me ha
dicho que peleo como una niña.
Tengo que disimular una risa como si tuviera tos. Esta pequeña mujer es
todo un igrim provocando así a mis soldados.
—Y a mí que tendría que quitarme ya los paños de niño y empezar a
luchar como un hombre —relata otro.
—A mí que si utilizo la lanza como la polla debo tener a todas las
mujeres muy insatisfechas.
Esta vez no puedo evitar reírme. Más de uno pone mala cara, y es que
está mal que se haya reído de ellos, pero es que es toda una bomba. Decido
intentar recuperar la compostura.
—Tiara, ¿por qué les has dicho todo eso?
—Porque es la verdad. Como un día tengan que luchar por tu reino,
estará acabado. Deben ser más feroces, atacar como si les fuera la vida en
ello. Yo les llevaría a los Caminos y les soltaría delante de los monstruos.
Ahí sí que aprenderían lo que es tener que atacar con furia para que no te
despellejen vivo.
Me gusta su sinceridad, y aunque estoy desacuerdo en que muchas
veces los entrenamientos no son lo mismo que enfrentarse a algo real,
deberían tener más fuego, quizás tanto como ella. Pero, como príncipe que
soy, debo ser justo y castigarla, aunque ahora mismo lo único que me
apetece es cargarla a mi hombro y llevármela lejos para besarla.
—Basta ya, suelta a mi soldado y vuelve a tu lugar. Solo me atenderás a
mí y no vuelvas a decir nada a mis hombres. Son gente de valor que lucha
para defender al reino y a todos los habitantes que residen en él.
—Pues estáis condenados a morir todos —gruñe, destrabando a mi
guerrero y volviendo a su sitio.
—¿Qué has dicho? —pregunto, aunque ya sé la respuesta.
—Nada, nada, que me siento muy segura rodeada de estos hombres tan
valerosos.
Se da la vuelta, pero antes de que lo haga veo que pone una mueca. Esta
fehér me va a matar. Seguimos, los hombres al principio están tensos, pero
con el paso del tiempo vuelven a estar metidos en lo que están haciendo y
parecen más relajados. Yo, de vez en cuando, la sigo observando, y tiene
sus ojos morados clavados en mí. No puedo evitar preguntarme si también
pensará que soy un mal guerrero, cosa que hace que me esfuerce aún más.
Es una tontería, pero no puedo evitarlo.
La llamo para que me acerque una tela y agua. Viene con paso lento,
como si me quisiera hacer esperar. Está muy lejos de ser una sirvienta
obediente. Por un lado, me gusta y, por otro, me desespera un poco.
Llega hasta mí y me ofrece la copa de agua, que apuro en un suspiro.
Estoy sediento, así que le pido que me traiga otra y me mira mal. Mi
capitán, que es con quien estoy ahora mismo entrenando, suelta una risita y
cuando le pillo disimula. No puedo permitir que me tome el pelo delante de
mis hombres, tengo que bajarle los humos.
—¡Rápido, mujer, tengo sed!
Como si le hubiera tirado dardos envenenados en vez de palabras, me
lanza una mirada fulminante. Se mueve deprisa, coge la jarra de agua, otra
tela y vuelve mucho más veloz hasta a mí. No me espero para nada lo que
hace cuando llega, derrama todo el contenido de la jarra sobre mi cara y me
tira una tela que me da la sensación de que ya está mojada antes de tocar el
agua que tengo encima. Además, en cuanto mi nariz la siente, huele a sudor
de animal.
Me enfado tanto que tengo que controlarme para no ir y zarandearla.
—¡Lo siento, alteza! Soy tan torpe, entiéndame, es que solo soy una
pobre fehér.
—No te hagas la inocente que no te pega, me has tirado el agua a
propósito, y esta tela huele fatal.
—Te noté calentito, solo quería ayudarte a bajarte un poco la calentura.
—Se ríe perversa—. Lo de la tela…, disculpa, quizás te he dado por error la
que han usado todos estos blanditos que tienes como ejército.
Gruño ante sus palabras. Todos mis hombres nos miran anonadados por
permitir que me hable así y por el fuego que contiene. Creo que nunca antes
me he sentido tan enfadado con nadie. Necesito alejarme de ella o la sentaré
sobre mi regazo y la daré unos azotes, aunque esté en contra de golpear a
una mujer.
—Quiero que sepas que toda mala acción conlleva un castigo. Tú,
llévala a mi habitación y enciérrala dentro, usa tu magia para que no se
escape. Luego me ocuparé de ti, pequeña ratera.
—Estaré esperando encantada. —Me sonríe desafiante—. Quizás pueda
enseñarte algunos trucos en la lucha.
—¡Ahora! —grito, y mi guardia hace lo que le he pedido. Lo
sorprendente es que ella no se resiste, y eso me enfada aún más.
Sigo con lo que estoy haciendo, pero contando cada instante que falta
para reunirme con ella y darle su merecido.
Capítulo 16
 
Tiara
Odio que me atrapen con magia. Si este soldado no me hubiera
maniatado con su aire de las narices, le patearía el culo. Tengo que evitar
reírme, si lo ha hecho es porque me tiene miedo, o quizás se lo tiene a
Adhair por si decido escaparme. Da igual, lo importante es que me lo he
pasado muy bien molestándolo. Quizás, si me convierto en su tormento
personal, me termine por liberar. De todas formas, es fácil, pierde los
estribos con demasiada facilidad.
El que me lleva tiene cara de trasno rabioso. Cada paso que da parece
que quiere traspasar el suelo. Eso me encantaría. Como si me leyeran el
pensamiento, un bache de tierra surge justo delante de él y lo hace tropezar.
—Me cago en todo —gruñe, y yo me río.
Deben ser imaginaciones mías, pero juraría que hace tan solo un
segundo antes ese montículo de tierra no estaba. Si fuera tan fácil cumplir
mis deseos pensaría en que me lloverían monedas del cielo para no tener
que trabajar nunca más, o quizás que Aboe y yo estuviéramos muy lejos de
aquí. Lo pienso con fuerza, pero nada ocurre. Tendré que intentarlo con más
ganas.
—¿Se puede saber de qué te ríes, fehér?
—De ti, evidentemente, pero si tengo que explicarte eso es porque eres
más cortito de lo que pensaba.
Parece que eso le molesta bastante. Suelta el aire por la nariz, como si
fuera un animal, y levanta la mano para golpearme en el rostro. No cierro
los ojos, no temo que me golpeen ya que no sería la primera ni la última
vez. Lo desafío con la mirada y baja la mano.
—No malgastaré mi fuerza en alguien como tú. —Sus palabras destilan
odio.
Este es de los que piensan que, por tener un par de mechones de color,
son lo más importante que ha parido Etherum. Para ser sinceros, la mayoría
de lanus se sienten superiores a nosotros, por eso los odio tanto.
—Debe de ser jodido que te hagan hacer de niñera de alguien como yo,
¿no? —le pico un poco más.
A ver si se distrae, baja la guardia de su magia y le puedo dar un par de
golpes. Luego buscaría a mi amiga, que la verdad no tengo ni idea de dónde
está, y nos iríamos. Pero nada, es un buen soldado que sigue las órdenes de
su dueño. Ya no habla hasta que me encierra en el cuarto del príncipe, eso
sí, antes me quita su asquerosa magia.
Los que no son muy poderosos no pueden mantener su poder a larga
distancia. Me recreo en mirar la habitación de su «majestad» y menudo
sitio, es más grande que las casas que yo suelo frecuentar por muy lujosas
que sean. No sé qué hacer. Seguro que se me ocurre alguna maldad para
entretenerme y recibir así al príncipe. Seguro que se pone muy contento.
Lo primero que me apetece ver son sus ropas, abro su armario, en el que
podría vivir una familia entera sin preocuparse por el espacio, y tengo que
admitir que me gusta lo que veo. Es muy de cuero como yo, pantalones,
chalecos, chaquetas y, por otro lado, también tiene túnicas, imagino que
para los eventos de palacio.
Como la ropa de cuero me gustan, solo me dedicaré a hacerle un cambio
de estilo a las túnicas. Ahora debo encontrar unas tijeras. Qué fresquito va a
ir Adhair en cuanto termine con esto. He visto que tiene una zona de trabajo
con un escritorio, seguro que por allí encuentro algo que me sirva para mi
nueva afición de costurera.
Me rio solo de pensar en lo que voy a hacer. Sobre la mesa tiene un gran
papyro, es lujoso y la cubierta está ribeteada en oro. No puedo evitar pasar
la mano por allí. Tiene un mensaje que aún no ha leído. Lo correcto sería no
verlo, es algo privado, pero, bueno, qué le vamos a hacer: él me ha quitado
mi libertad, yo le quito su privacidad.
Lo abro por la página que guarda el mensaje. Veo que pone «Mizu» y
me dispongo a leer.
Mizu: Hermano, ¿al final no vas a venir a mi islote? No me digas eso.
He traído las mejores lumis para ti. Sé cuánto te gusta el destilado y las
hembras, y te echo de menos, hace mucho que no nos vemos. Venga,
escápate unas jornadas. Quiero un sí. Espero tu respuesta.
Me quedo deslumbrada. Ya imaginaba que era un mujeriego, pero
encima es de los que le gusta pagar por ellas. La verdad es que este lanu lo
tiene todo. Si antes quería hacerle una remodelación a su ropa, ahora estoy
convencida de que se lo haré a toda su habitación. Va a estar muy contento
con mi trabajo. Quizás me contrate como su costurera personal.
Por lo que he oído, el tal Mizu es otro de sus hermanos. Tal vez ser un
golfo es cosa de familia. Intento leer más mensajes, pero, como era de
esperar, los tiene protegidos con magia. Cierro el papyro para que no sepa
que he leído nada y me pongo a buscar unas tijeras o un cuchillo. Todo me
viene bien.
Paro cuando encuentro algo que me llama la atención es nuestra bolsa,
la que lleva Aboe con las pocas pertenencias que tenemos, y se me ocurre
una idea. No sé lo que tardará en volver, pero si entrenan en condiciones
aún deberían tardar. Me siento en el suelo y saco del bolso la hoja de payro,
que no es ni de lejos tan lujoso como el del príncipe.
Le mando una nota rápidamente al obxilón para que sepa dónde estamos
e intente venir a sacarnos lo antes posible.
«Hola, soy Tiara, estamos atrapadas en el palacio del príncipe Adhair.
No creo que te pueda volver a escribir, pero tienes que encontrar la manera
de sacarnos de aquí. Seguro que se te ocurre algo. Sois los seres más
inteligentes. Gracias por todo. Si lo consigues, seré yo la que te deba la
vida».
Una vez que sé que se ha enviado, lo borro y lo vuelvo a guardar en la
bolsa para que no noten nada raro. Entonces decido revisar el doble fondo
que esconde los objetos valiosos que podemos llevar, el anillo sigue ahí, el
que le robamos aquella noche en la taberna. No sé por qué, pero algo me
dice que es importante para él y que lo necesito esconder.
Recorro la habitación buscando algún sitio en el que no lo pueda
encontrar. Voy rebuscando y descarto todos los lugares. Con la suerte que
tengo, seguro que lo ve. Hasta que se me ocurre algo, la ducha con cascada
es de piedra natural. Busco en la pared hasta que encuentro una que se
mueva y la quito, lo meto dentro y la coloco de nuevo. Sería muy mala
suerte si lo hallara ahí.
Me pongo manos a la obra. Vuelvo a buscar algo que me sirva y
encuentro unas tijeras, me meto en el armario real y empiezo a rasgar y
cortar. Solo con pensar en la cara que va a poner cuando vea lo fresquito
que va a ir de ahora en adelante me río yo sola. Quizás sí que esté perdiendo
la cabeza últimamente.
Lo siguiente que se me ocurre es redecorar. He visto una mesita muy fea
que calculo que quedará mejor en el jardín de abajo. Abro las puertas de la
terraza y dejo que se despeñe. Espero a que impacte contra el suelo y me
quedo contemplando mi obra. Perfecta, ahora sí que luce bien.
La verdad es que, si hubiera pensado que se me daría tan bien la
decoración, quizás habría tirado por otro lado mi futuro profesional. Me río
a carcajadas. Lo siguiente que voy a hacer es decorarle las paredes. Está
todo tan amarillo que decido darle un toque morado, ya que va a ser mi
nuevo hogar hasta que me libere.
Encuentro unas pinturas, son en polvo, los de aire suelen dibujar con su
magia, mezclándolas, con su poder y crean bonitos dibujos. Cojo el polvo
morado con mis dedos y empiezo a dejar manos en las paredes. Luego
pienso que yo puedo ser más creativa, así que empiezo a dibujar cosas
obscenas. Vamos, pollas grandes como árboles.
Eso está mucho mejor. Qué contento y orgulloso va a estar de mí. Cojo
algo de comida y bebida que tiene en una especie de cocina, imagino que,
para si le entra hambre por la noche, hacerse un tentempié. Pues yo le voy a
ayudar para que no se tenga ni que levantar de la cama.
Echo todo lo que se me ocurre sobre el jergón, da igual si es líquido o
sólido, y lo restriego bien. Cuando ya está todo bien servido de comida, lo
tapo con la colcha para que vaya macerando.
Me siento agotada. Esto de redecorar cansa más de lo que pensaba, pero
aún no me quedo satisfecha. Seguro que cuando se encuentre todo esto
decide liberarme, o quizás matarme, pero al menos no estaré presa. Odio
sentirme de esa manera. Sigo pensando en qué más puedo hacer; en ideas
malas no me gana nadie.
Veo que los cuadros que tiene son horribles, todas personas viejas que
seguro que han muerto hace eones. Le voy a hacer un favor deshaciéndome
de ellos. Así que unos los pinto y otros los rajo; todos hasta que llego a uno
de una mujer muy bonita. Me quedo mirándola, como hipnotizada.
Es muy bella y tiene una mirada amable, nada de altiva como muchos
de los lanu. Tiene el cabello largo y con muchos mechones amarillos, los
ojos del mismo color, pero, aunque sonríe, su mirada parece triste. No sé si
será un antepasado de Adhair, pero si vive me encantaría conocerla. Me
transmite paz con solo mirarla.
Quizás, si no me mata después de esto, a lo mejor accede a
presentármela. Cuando la sigo mirando, me doy cuenta de que me resulta
familiar. Como si la hubiera visto antes, pero no puede ser. Si la conociera
estoy segura de que no la habría olvidado.
Me siento y sigo observándola, preguntándome dónde la he podido ver
hasta que una luz se enciende en mi cabeza. Si me suena tanto es porque se
parece a Adhair, es su madre o su abuela o su hermana... ¿Y dónde estará?
¿Habrá muerto? Espero que no, ignoro el motivo, pero estoy segura de que
me apenaría eso.
Tengo que preguntarle sobre eso si es que vuelve a hablarme. Me voy
recostando. La noche pasada apenas pegué ojo y la venganza me ha
desgastado un montón. Voy cerrando los ojos mientras miro a esa mujer tan
parecida a su hijo, en el físico, claro. Estoy convencida de que ella no es tan
déspota y cruel. El sueño me atrapa y mi último pensamiento es para el
príncipe.
Capítulo 17
 
Adhair
Me he pasado el resto del entrenamiento con la cabeza en otra parte, o,
mejor dicho, pensando en una fehér de ojos morados que me ha sacado de
quicio delante de mis hombres. Y no he sido el único, estoy seguro de que a
más de uno le hubiera gustado azotarla por su lengua larga y mordaz.
Menos mal que aquí soy la autoridad, de lo contrario, mis hombres la
lincharían.
No debe estar muy cuerda porque ¿a quién se le ocurre ponerse en
medio de un campo lleno de guerreros entrenados y despiadados a
insultarlos? Peor que eso, a menospreciarlos. Sí, debe ser eso, que le
flaquea la mente. Debo tenerlo muy en cuenta. Quizás he dado por hecho
que es una ladrona entre otras cosas, pero lo mismo es que no le da para
más. Dudo que sea eso por la fama que la precede, pero no lo voy a
descartar del todo.
Tengo ganas de verla. Necesito una ducha y quizás le diga que me
acompañe a comer algo, debe estar hambrienta. Menos mal que ya se me ha
bajado bastante el enfado antes de encontrármela, ya que tengo un
temperamento de mierda y prefiero estar más tranquilo. Voy a mi alcoba,
aún no he tenido noticas de Adam. Imagino que se reunirá conmigo para la
cena. Ahora que no está mi madre, que es la única que le intimida un poco,
aprovecha para vivir en palacio.
Al llegar a la puerta, no lo puedo evitar y me apoyo en ella para ver si
escucho algo; nada, todo está demasiado silencioso. Espero que no se le
haya ocurrido escapar. Lo dudo, hay mucho espacio desde mi cuarto al
jardín, pero con una mujer así nunca se sabe. Decido abrir despacio para ver
a qué se dedica en mi ausencia.
Lo primero que veo es a Tiara junto mi cama, dormida, al menos eso me
dice su respiración tranquila y acompasada. Lo segundo que veo me deja de
piedra, me cuesta encontrar mi propia voz, pero cuando la halló solo puedo
gritar.
—¡¿Qué cojones ha pasado aquí?!
La cazarrecompensas se despierta y se pone en pie de un salto, como si
estuviera muy acostumbrada a estar en guardia incluso cuando duerme.
—Hola, cariño, ya estás en casa, ¿qué tal ha ido la jornada? —se burla
mientras pone una sonrisa falsa.
No puedo pensar con claridad. Me ha destrozado la habitación. Todas
las paredes están pintadas con pollas y otro tipo de cosas que ni sé
reconocer, los cuadros de mis antepasados rajados y rotos por todos los
sitios. Mi ropa baña el suelo con todo tipo de cortes y desgarros.
Le clavo una mirada asesina y ella amplia más la sonrisa.
—He decidido que, como me has dejado en tu cuarto encerrada, lo
mínimo que podía hacer por ti era redecorarte la habitación. Estaba muy
sosa, ahora está perfecta. ¿Y la ropa? Te preguntarás qué le ha pasado, he
decidido que un príncipe fuerte como tú debe pasar mucho calor, así que te
la he preparado para que tenga una buena ventilación.
La cara que pone es como si realmente lo hubiera hecho para hacerme
un favor, y eso es más de lo que puedo superar. Corro en dirección a ella,
salto por encima de la cama, que no entiendo cómo es posible, pero ha
sonado como si hubiera pisado todo tipo de cosas, y ella no se mueve, sigue
esperándome con tranquilidad detrás del lecho. Creo que eso me saca aún
más de quicio.
La cojo por los brazos y la arrastro con todo mi peso contra la bañera
excavada en la roca. Su espalda impacta contra las piedras, pero no se
queja, solo veo un brillo en sus ojos, como si disfrutara de sacar lo peor de
mí.
—¿Estás trastornada? ¿Por qué has hecho todo esto? —pregunto lleno
de furia.
—No deberías agarrarme así, no me gusta que me toquen. Una cosa es
que tolere que me robes mi libertad, otra que me manosees como si fuera de
tu propiedad.
No doy crédito a lo que me dice. Me acaba de destrozar toda la
habitación y encima tiene el descaro de decirme eso. Esto es demasiado,
haría perder la cabeza al más paciente. Pues si no le gusta que la toquen,
ahora va a ver. Esto sí que no se lo espera: estampo mi boca contra la suya;
se queda rígida, como si fuera de piedra debajo de mis labios. Eso me gusta,
por fin la veo vulnerable.
Me muevo para atraparla entre mis brazos y seguir besándola, acciono
el mecanismo y empieza a caernos agua de la cascada. La humedad
mojando nuestras pieles y la suavidad de sus labios contra los míos me la
pone dura al momento.
Quiero más, necesito más, así que empujo mi lengua entre sus labios;
pienso que me va a apartar, que se negará y quizás me golpee, pero no lo
hace. Cede despacio, dejando que explore el interior de su boca de una
forma salvaje y con necesidad. Su sabor es dulce, cálido, he perdido la
cuenta de las mujeres que he besado en mi larga vida, pero no me cabe duda
de que este no lo olvidaré.
Su lengua se une a la mía con la misma curiosidad, su pecho ahora
empapado se cierne sobre el mío y tengo que aguantar las ganas que tengo
de gruñir por la necesidad que ese simple roce me produce.
Nunca he sido de muchos preliminares, pero ahora mismo firmaría por
seguir besándola durante horas, pero con esta mujer nada es fácil, es algo
que he aprendido desde que la conozco. Con una fuerza poco común para
alguien de su estatura, me empuja hacia atrás.
Trastabillo con una piedra de la gran bañera y tengo que lanzar mi
magia para que el aire me sujete y no partirme la cabeza contra el suelo. El
mismo poder me hace recuperar la verticalidad. Tiara me mira fijamente,
con los ojos acuosos y los labios hinchados a causa del beso. Me encantaría
volver a besarla, pero sé que no seré bien recibido.
—¿Qué haces? No soy ninguna de las lumis que frecuentas, que me
tengas como una slave no significa que me vayas a tener sexualmente, antes
prefiero que me des latigazos.
No puedo evitar seguir mirándola cuando percibo que la túnica se le ha
pegado al cuerpo por el agua. Tiene los pechos pequeños, pero firmes, y
ahora mismo sus pezones se mantienen firmes. Quizás sea un asqueroso,
aunque ahora mismo me muero de ganas de metérmelos en la boca y
hacerla gemir. Mi polla está de acuerdo porque aprieta contra mi pantalón
de cuero.
—¡¿Qué coño miras?! —Cada vez parece más enfadada, y me doy
cuenta de que me gusta cabrearla.
Es siempre tan inalterable que conseguir que se ponga así se ha
convertido en mi nuevo pasatiempo favorito.
—Lo que quiera porque eres de mi propiedad. Mientras seas mía, tocaré
y miraré lo que me dé la real gana.
Tiara se aparta de la cascada y me mira como si pudiera rajarme de
arriba abajo con solo sus ojos. Se planta delante de mí en posición
amenazante.
—Si vuelves a tocarme te mataré, ya te adelanto que no es una amenaza,
es una promesa.
Parece convencida de llevar a cabo esa venganza, aun así, no me
amedrento.
—Puedes intentarlo. Es más, esta noche dormirás aquí por si quieres
probar. Pero recuerda lo más importante, la vida de tu amiga y la tuya
dependen de mí.
Eso parece que la hace reflexionar. Bien, porque una cosa es lo que ha
hecho en mi dormitorio y otra muy distinta amenazarme. Me gusta el juego
que nos traemos y me gusta ella por mucho que me joda admitirlo, pero no
permitiré que insinúe que me matará.
—Bien, alteza, pues dime qué quieres que haga y lo haré.
—Por ahora, recoge todo este desastre. Encárgate de que todo esté bien
cuando regrese o te prometo que tendrás que preocuparte de más cosas que
un beso.
—Como desees.
Es su contestación antes de ponerse a recoger enfadada. Bien, yo lo
estoy más. No sé si por su rechazo, cosa que no me ha pasado nunca antes
en la vida, o porque me haya tratado como a un cualquiera.
—Mandaré a una sirvienta a que te traiga productos para limpiar y ropa
seca, y más te vale que te pongas la ropa que tienes que llevar o seré yo
mismo el que te la coloque.
Hace un gesto que me confirma que se está mordiendo la lengua para no
contestarme. Con toda la rabia que tengo, yo también voy a mi armario a
por ropa seca, usaré cualquiera de las otras habitaciones a asearme y luego
iré a comer algo, o, mejor dicho, a beber hasta que se me pase el cabreo.
Menos mal que solo ha tocado mis túnicas, no me gustan, pero me toca
ponérmelas. Si me dejaran, yo mismo haría lo que ha hecho con ellas.
Salgo dando un portazo. No sé si ha sido buena idea esto de tener a
estas mujeres como esclavas en vez de que cumplan condena en uno de los
calabozos. Tengo que ser sincero, y ahora que he probado su fuego no sería
capaz de tenerla lejos de mí por mucho que quiera.
Después de la ducha me instalo en uno de los salones con una jarra de
bebida y me pongo a engullir, a ver si con esto consigo apaciguar algo el
cabreo que tengo. No he tomado más de un par de copas cuando llega
Adam con una sonrisa que porque le quiero, pero que me darían ganas de
quitarle de un puñetazo.
No se puede estar siempre de tan buen humor, es frustrante, quizás si yo
no tuviera todas las responsabilidades que nunca pedí tener también viviría
más despreocupado y feliz.
—¿Un mal día?
Pregunta mientras se sienta en el sillón justo frente a mí y se sirve una
copa. Bebe tranquilo, como siempre.
—¿Por qué lo dices? —Me hago el loco.
—Porque tienes cara de culo. Empiezo a pensar que mantenerte solo
unas horas lejos de mí te agria el carácter.
Definitivamente debería golpearlo, se lo merece.
—Por el contrario, a ti se te ve que eres todo felicidad —protesto.
—Siempre lo soy. Vivir amargado te hace envejecer. Mira, ya tienes ahí
unas arruguitas. —Se acerca un poco para tocarme el ojo.
Le golpeo la mano con la palma y se echa hacia atrás, riendo.
—Esa mujer es un trasno. Creo que, si acogiera a un igrim, sería menos
horrible que ella.
Suelto para desahogarme, aunque sé que con mi amigo nada es gratis,
posiblemente lo use durante mucho tiempo para sus burlas.
—Eso es imposible. Su amiga es un encanto de fehér, dulce y dócil,
como a mí me gustan.
Tengo que poner los ojos en blanco. A este hombre se le baja el cerebro
a la polla, no hay otra explicación.
—Pues te diré que la mandé atender a los soldados en el entrenamiento
con agua y telas, y en su favor diré que lo hizo, pero a cada uno que se
acercaba lo insultaba y se reía de ellos. ¿Sabes que, si no llego a estar allí,
posiblemente la habrían linchado? Y lo peor de todo es que no se la veía
asustada.
Las carcajadas resuenan por las paredes de todo el salón y lo miro mal.
—No me lo puedo creer, para un día que me pierdo el entrenamiento y
pasa eso.
—Seguro que tú habrías recibido como el resto. No te sientas especial.
—Sabes que no me importa. Me lo habría pasado en grande, además, le
habría dicho a quién pinchar y con qué —se sigue riendo.
—No tienes remedio, Adam.
Me masajeo las sienes. Me duele la cabeza no sé ni desde cuándo, es
como si el dolor no me abandonara.
—Lo sé, pero me quieres igual. ¿Y por eso estás bebiendo como un
barril sin fondo? Venga, a peores cosas te has enfrentado.
—No, es que no ha terminado ahí el día, con toda la que ha liado la he
mandado a mi alcoba, y ella ha decidido que mi habitación y ropa
necesitaban unos pequeños cambios.
Los ojos de Adam parecen que se van a salir de sus cuencas.
—No me lo puedo creer, ¿qué ha hecho? —pregunta intrigado.
Se lo cuento con todo lujo de detalles y llega un momento en que las
lágrimas le caen por el rostro de lo que se está riendo. Al principio siento
ganas de golpearlo, pero luego termino acompañándolo ya que, viéndolo en
la distancia, es gracioso, y hay que admitir que la fehér tiene una cabeza
ingeniosa.
—¿Así que os habéis declarado la guerra?
—Imagino que así es. —No puedo evitar reírme de todo esto.
Con todas las cosas que tengo en la cabeza sobre mi reino, aquí estoy,
quebrándome la cabeza por una fehér. Si mi padre lo supiera le daría un
ataque. Bien, eso me gustaría.
—Sabes que cuando pasan este tipo de cosas es porque existe una
atracción, ¿no? —insinúa mi amigo.
—Sexual, en todo caso —contesto sin estar del todo convencido.
—Bueno, llámalo como quieras.
—Adam, ¿sabes que es a la primera que he besado con los ojos
cerrados?
Mi amigo abre mucho los suyos, perplejo por lo que le acabo de
confesar.
—Alteza, estás bien jodido —es lo único que acierta a decirme.
—Sírveme más destilado, lo necesito.
Capítulo 18
 
Tiara
Cuando aparece Aboe por la habitación de Adhair, aún estoy limpiando
el desastre que yo misma he causado. Si llego a saber que me iba a tirar así
toda la jornada para poder dejar algo decente la alcoba, habría sido más
comedida.
Mi amiga viene con comida y agua. Me alegro porque apenas he
tomado nada desde antes de venir a este maldito sitio. Nos sentamos en la
terraza, que es lo más limpio que ahora tiene este sitio. Cuando entra, mira
todo con la boca abierta antes de quejarse riendo.
—Dime que ha venido un tornado o algo. Dime que esto no lo has
hecho tú —suelta encantada mientras la dirijo a la terraza con la bandeja.
—Me llamaban aireana, pequeña —bromeo, y creo que se le van a salir
los ojos de la cara.
—Mira que te conozco casi mejor que a mí misma, pero no te veo capaz
de todo este destrozo.
—Ya, hoy me he superado, pero en mi defensa diré que ese lanu saca lo
peor que hay en mí. —Me cruzo de brazos, como si estuviera ofendida,
mientras coloca la cena.
—Y tanto, eso es que no te conoce mucho, de lo contrario no te habría
dejado aquí sola. Sé que no te gusta ser esclava de nadie, pero tienes que
tomártelo de otra manera. Piensa que estamos de vacaciones en un sitio
muy lujoso. Adam es bastante agradable, seguro que el príncipe también.
Ahí está, «Adam es bastante agradable»; aquí hay tema del bueno.
—Quizás el tuyo sea un encantador caballero, el mío me llevó al
entrenamiento de sus hombres, donde me dijo que debía darles de beber y
secarles el sudor. Yo no he nacido para ser la criada de nadie. Que me
hubiera dado una lanza y les habría enseñado a luchar.
Aboe se parte de risa.
—¿Lo hiciste?
—¿El qué? —contesto con una pregunta mientras me siento y apuro un
vaso de té dulce y frío.
—Pues secarles el sudor y darles de beber a los sedientos guerreros. —
Noto el retintín en su voz y hago una mueca.
—Algo así. Les di agua y telas y les recordé que parecían niños y niñas
luchando.
Mi amiga, que tiene algo de comida en la boca, la escupe mientras ríe
como una loca.
—¿Y qué ha hecho el príncipe?
—Encima ha tenido la desfachatez de decirme «Mujer, date prisa, que
tengo sed» o algo así.
Pongo énfasis para que sepa lo enfadada que eso me pone, aunque ya
me conoce para saberlo.
—Ahora entiendo lo que ha ocurrido, aireana.
—¿Ves? Menos mal que tú me entiendes.
—Me hubiera encantado ver su cara cuando ha visto todo esto —dice,
señalando a la habitación—. Pero, si te soy sincera, si me hacen algo así a
mí estarías bajo tierra. ¿No hizo nada?
Me quedo pensando en el beso que me abrasó la boca y todo el cuerpo.
Hacía mucho tiempo que todo mi ser no reaccionaba así a un hombre.
Normalmente estoy más preocupada por sobrevivir. No tengo mucho
tiempo para esas cosas. Sé que, si no le hubiera parado los pies, después no
hubiera podido, y estar con un lanu no es una opción que vaya a tomar. Eso
sí, creo que nunca olvidaré ese beso; pase el tiempo que pase, es algo que
atesoraré.
—Me besó —contesto secamente porque Aboe, sin duda, se pondrá
como una loca.
—¿Qué? Quiero todos los detalles jugosos, que tú estés con un hombre
es como una quimera de los elementos.
Le pongo mala cara, aunque tiene razón, debería disfrutar más mi vida
sexual. Le cuento cómo me he sentido y cómo le he apartado porque es lo
mejor para los dos. No quiero tener secretos con ella. No me puedo enredar
con un hombre así.
—Sabes que puedes tener sexo sin casarte, ¿verdad?
—¡Que te den, bonita!
—No te pongas así. Lo que quiero decir es que no hay nada de malo en
disfrutar un poco de ese lanu, que está tremendo, mientras estemos aquí.
Tenéis mucha tensión sexual, eso está claro desde el primer momento en el
que vuestras miradas se cruzaron.
Pienso en ello y es verdad que desde el primer momento que le vi algo
en él me cautivó. No podía dejar de mirarlo, aun así, tengo que mantenerme
alejada. No es bueno para mí.
—¿Y la cicatriz? Estoy segura de que le asquea como a todos los
demás. Soy realista, desde lo que me pasó hay un antes y un después en mi
vida.
No sé por qué me preocupa. Normalmente, si quería acostarme con
alguien me daba igual lo que pensara de mí. Tampoco debería importarme
para nada lo que piense este.
—No seas tonta, con cicatriz o sin ella eres preciosa, y sería un hombre
muy afortunado si pudiera siquiera ocupar tu cama.
—Ya, claro.
—Es la verdad. Desde el incidente no has querido estar con nadie, y ya
es momento de que vuelvas a hacerlo. Que Tell fuera un desgraciado no
significa que el resto lo sean.
Aprieta mi mano para que sepa que lo dice en serio, yo no sé qué
pensar, pero sí qué puedo hacer para que cambie de tema.
—Bueno, ahora te toca a ti contarme que tal con ese «bastante agradable
Adam»
Se sonroja y me meo de risa. Creo que esta vez no es como cuando
finge sonrojarse para timar a algún pobre desgraciado, que caiga a sus pies
y robarle.
—Eso, es muy agradable. No me ha tratado en ningún momento como
una esclava, ni siquiera como a un objeto. Me hace reír, y es tan atento que
no puedo evitar sentir algo. No es amor, antes de que digas eso, es solo…,
no sé, me gusta.
—Sabes que no hay nada que me gustaría más en el mundo que
encontraras a esa persona especial de la que habla la gente que cree en el
amor, que formes una familia y me des miles de sobrinos…
Tengo que parar, no quiero ser una aguafiestas, pero es que no soporto
que nada ni nadie la dañe. Su sonrisa se apaga un poco.
—¿Pero?
—Nada, es solo que son muy mujeriegos, ambos, no me gustaría que te
partieran el corazón. Ojalá me equivoque, me encantaría verte feliz. Solo
quiero que tengas cuidado, ¿vale? No me gusta que te hagan daño.
—No me lo hará, ya verás. —Vuelve a sonreír.
—Mejor, porque le cortaría las pelotas, y ya no tengo sitio para guardar
más.
Ambas reímos y cenamos. Charlamos y le prometo antes de irse que
intentaré comportarme mejor y tener más paciencia. Cuando se lo estoy
diciendo mi cerebro me grita «mentira». Al menos lo intentaré.
Estoy cansada, aunque haya dormido un poco antes. Los últimos días
están siendo un poco intensos, y hoy ha sido el colofón con toda la
adrenalina que he soltado. Miro un pequeño, pero cómodo sofá que tiene
Adhair en su cuarto, y cojo una manta, ya que empieza a refrescar, para
acostarme. Esta mierda de túnica no abriga nada. Echo de menos mi capa.
Desde donde estoy puedo ver esa cama enorme tan mullida, la cual he
tenido que limpiar hasta la saciedad y cambiarle las sábanas, y ahora parece
que me pone ojitos y me llama para que me tumbe en ella. Tal cual me llega
la idea la descarto, no vaya a ser que mi amigo el principito piense que
quiero fiesta.
Se me están cerrando los ojos cuando la puerta se abre y alguien
maldice, la luz está apagada, pero entra el reflejo de la primera luna y las
estrellas. Me gusta, es como si aún durmiera libre en el campo. Por el porte
me parece que es Adhair, por cómo anda parece que va un poco tomado.
Seguro que se ha bebido hasta el agua de las fosas, si es que tiene.
—Tiara, ¿dónde estás? —pregunta bajito. Si encendiera la luz me vería,
pero parece que viene ya más calmado.
—Intentando dormir, pero hay un príncipe muy pesado que se ha
empeñado en despertarme cada vez que lo hago.
Oigo un chasquido. Seguro que ha sido con la lengua. Viene a tientas
hasta mí, despacio para no caerse. Creo que, más por la borrachera que
lleva, es porque no se conoce de memoria su alcoba.
—Me gusta cuando dices mi nombre. —Esa confesión me gusta y no sé
por qué y, aunque no es mi estilo, decido complacerle.
—Adhair.
—Ves, suena perfecto en tus labios.
No digo nada y se sigue acercando hasta que llega junto al sofá y se
sienta en el suelo a mi lado.
—¿Qué haces ahí? —pregunta, como si fuera lo más interesante del
momento.
—Intentar dormir. Pincharte resulta agotador —digo, y se me escapa
una risita que le contagio porque me sigue.
—Podría dormir yo ahí y tú en la cama. Si mi madre se enterara de que
permito a una mujer dormir aquí mientras yo me tumbo en el jergón tan a
gusto, me patearía el culo.
—Me gusta tu madre —bromeo.
—Seguro que a ella tú también. Tiene casi tanto fuego como tú. Te
contaré un secreto, Adam no teme a nadie, ni a mí, pero si mi madre le dice
algo puedes jurar que no rechistará.
Los dos reímos ante esa confesión. Me gusta más esta versión de él algo
ebrio.
—Adhair, he visto a una mujer muy bonita en los cuadros que tienes,
¿es tu madre?
Hace un gesto con la cabeza, pero creo que se lo piensa mejor y
contesta. Con la poca luz que hay es difícil saber qué está haciendo.
—Sí, espero que ese no lo hayas roto. Me gusta mucho ese cuadro.
—No, no, es el único que no me apetecía romper —me apresuro a decir.
—Menos mal. Es de cuando era más joven, me daría mucha pena
perderlo. Oye, Tiara, ¿dónde está el anillo que os llevasteis? Es importante
para mí.
Ahora no sé qué pensar: si ha sido tan amable conmigo para conseguir
eso o es que realmente le preocupa.
—¿Por qué?
Parece que no le gusta mucho mi pregunta porque todo el buen
ambiente que hemos tenido hasta hace tan solo un momento se esfuma. Se
pone tenso.
—Es importante y punto.
Que se vuelva de nuevo frío y distante me hace enfadar de nuevo. Si es
que saca lo peor de mí, así que no pienso antes de contestar.
—Se lo di a un hombre que pedía en la calle. Pensé que le haría más
falta a él para comer que para lo que sea que lo quieres tú.
—Es para mi prometida, y quiero que me lo devuelvas. Dime dónde y a
quién, e iré a buscarlo.
No tiene ningún sentido, pero sus palabras me sientan como si me
hubieran abofeteado. No es nada para mí ni nunca lo será, y, aun así, he
sentido como un calor en el pecho, un enfado.
—Tienes prometida y te vas con lumis y besas a esclavas. Debe estar
muy contenta —le suelto sin pensar, y luego me muerdo el labio por haber
dicho algo así.
Lo bueno es que, como está borracho, parece que no le hace caso a mi
sarcasmo.
—Lo que yo haga en mi vida privada no le importa a mi esclava, como
tú muy bien has dicho. Haz memoria, que necesito ese anillo a la de ya.
—Pues suerte con eso.
No me espero cuando se lanza brusco a mi boca, me besa como si fuera
un gran animal devorando a su presa, y aunque mi cuerpo late por tenerlo,
yo me rebelo. No seré su segundo plato, ni el de él ni el de nadie. Toda la
rabia brota de mí, y lo que pasa a continuación me deja helada.
Unas ramas entran de la terraza reptando por el suelo, como si tuvieran
vida propia, parecen serpientes que van directas a por los talones del
príncipe, se enredan en ellos y le tiran para atrás. Estoy petrificada, ¿qué ha
pasado?
Aun cuando las veo alejarse de nuevo por dónde han venido, me tengo
que rascar varias veces los ojos para saber que no estoy soñando. Es una
locura. El príncipe está en el suelo, inmóvil y dudo si estará bien o le ha
pasado algo.
—Adhair, ¿estás bien?
Bajo la mano para palparle y me la agarra antes de decir:
—Tiara, vas a ser mi perdición.
Y así, con mi mano agarrada como si fuera un corcho en el mar en
medio de una tormenta, se queda dormido. Qué suerte, me vuelve loca. A
veces pienso que le gusto y luego recuerdo lo de su prometida. Yo sí sé que
no voy a dormir nada, hoy tampoco.
Capítulo 19
 
Obxilón
En cuanto las chicas me pidieron ayuda supe dónde debería dirigirme, al
lugar donde se encuentran todos los nacidos con mechones, al menos, los
que han sido capturados. A las minas de la capital de Etherum: a Centrum.
Debo pedir audiencia con el rey, pero no le dará mayor importancia, ya que
a lo largo de nuestra vida tenemos que visitar ese sitio varias veces para
conseguir información de los slave, cómo van evolucionando, sus
costumbres o cualquier dato relevante que sirva para las futuras
generaciones.
Que sea algo normal no significa que esté menos nervioso, no por mí,
como les he dicho a Tiara y Aboe, moriría gustoso por ellas. Desde que me
salvaron la vida soy consciente de que es como si estuviera viviendo un
tiempo prestado. No obstante, me da pavor que puedan descubrir el secreto
por mi culpa, condenarlas a una vida de esclavitud; sin duda, es algo
horrible.
Nunca he estado a favor de que la gente deba ser esclava, pero los
obxilón somos seres neutrales que no nos podemos posicionar, ni siquiera
por un rey, y mejor porque, sin duda, no querría hacerlo. Aunque es un gran
monarca que ha llevado el mundo a un momento de prosperidad —no para
todos, claro—, sobre él corren muchos rumores que no llego a descartar que
sean reales.
Que no pueda estar en un bando u otro no significa que no tenga mi
propia opinión, y siempre he pensado que había algo turbio en todo lo que
pasaba. Tengo suerte, y al llegar a la capital no me hacen esperar; al menos,
ser uno de mi raza tiene algunas ventajas. No tardan en llevarme en
presencia del rey. Todo aquí es lujo y opulencia. He venido varias veces,
pero, aun así, me sigue impresionando.
Nosotros, como siempre viajamos por el mundo, estamos
acostumbrados a tener pocas posesiones materiales. El rey me espera en su
gran trono. Me acerco de manera humilde con la cabeza gacha hasta que sea
él quien me salude. Cuando llego junto al trono, hago una reverencia que
me deja postrado hasta que interviene.
—Xylon, viejo amigo. Levántate, por favor —me saluda con un tono
afable.
—Gracias, mi rey. —Hago lo que me pide, y ya sí que lo miro con una
sonrisa amable.
—¿Qué te trae por Centrum? Hace mucho que no te veía, me dijeron
que estabas estudiando las especies marinas en el reino de mi hijo Mizu.
Me hace un gesto para que tome asiento en un sillón que queda enfrente
de donde se encuentra, y le agradezco con un asentimiento.
—Por eso mismo. Sabía que tenía mucho tiempo abandonada la capital.
Es momento de revisar cómo están los slaves de la mina. Quizás
obtengamos algún descubrimiento maravilloso para el futuro de la historia.
No me gusta mentir, no está en mi naturaleza, así que lo que le digo es
la verdad. Quiero reunirme con los esclavos, y hasta quizás descubra qué le
ocurre a Tiara; sin duda sería un gran hallazgo, si los fehérs con mechón
pudieran mimetizarse con su elemento serían como una nueva raza, ni
fehérs ni lanu.
—Me parece muy buena idea. Sabes que siempre serás bienvenido aquí.
—Gracias, majestad.
El siguiente rato lo pasamos hablando de cosas banales que poco me
importan, pero necesarias para que el rey esté contento. En cuanto me lo
permite me marcho a la mina. La jornada resulta bastante agotadora. La
mayoría de los slave solo pueden lamentarse por el tipo de vida que les ha
tocado vivir, y los escucho porque es lo mínimo que puedo hacer por esta
gente. Aunque me da la impresión de que alguien les ha dicho que no
pueden hablar conmigo con total libertad.
Me voy a dar por vencido cuando me siento en una piedra grande, para
beber un poco de agua de los bosques para refrescarme, y alguien se acerca
disimuladamente a donde yo estoy. Hace como que también se está
refrescando, como si tuviera algo que esconder.
—Señor, he oído que ha estado preguntando por la gente que tiene
mechón y sus poderes. ¿Se lo ha pedido el rey?
El hombre es alto y delgado, y aunque se ve que ya ha pasado la
cuarentena de vueltas al sol sigue siendo fuerte, seguro que debido al
trabajo que ejecuta.
—No, digamos que lo necesito para algo personal. ¿Puedes ayudarme?
No me da tiempo a continuar cuando un sonido que proviene de mi
bolsa me avisa de que alguien ha escrito, saco mi hoja de papyro porque
puede ser importante, quizás mis amigas me necesitan.
—Dame un momento, no te vayas.
El slave asiente y lo escucho. Sé que no dirán nada que las pueda
incriminar ya que han sido muy cuidadosas de que nadie conozca su
secreto.
«Hola, soy Tiara, estamos atrapadas en el palacio del príncipe Adhair.
No creo que te pueda volver a escribir, pero tienes que encontrar la manera
de sacarnos de aquí. Seguro que se te ocurre algo. Sois los seres más
inteligentes. Gracias por todo. Si lo consigues, seré yo la que te deba la
vida».
Me quedo pensando en sus palabras. Me sorprende que a una mujer
como Tiara la hayan cogido, pero sí que es verdad que no siempre llevan
una vida de lo más inocente.
—Yo te ayudaré —se me acerca el slave y me habla en casi un susurro.
Lo miro extrañado. No sé cómo me podría ayudar, pero tengo que
escucharlo porque he venido exactamente para eso, para obtener
información.
—¿Con qué?
—Con las dos cosas. Te contaré sobre los fehér con mechón y por qué
es muy peligroso que se sepa si alguien ha desarrollado poderes, y también
a liberar a tus amigas.
No sé cómo ha sabido esto, pero parece como si me hubiera leído la
mente. En ningún momento he dicho nada sobre eso. He hablado de lo de
siempre, de su vida, costumbres, hazañas, pero calo muy bien a la gente,
este slave no me está mintiendo. Creo que me podría ayudar, pero
desconozco el motivo.
—¿Por qué harías algo así? Y, sobre todo, ¿cómo? Estás aquí encerrado.
—Si me ayudas a escapar iré contigo a liberarlas y te contaré todo lo
que sé, y el motivo es porque el amor de mi vida está allí. La reina Anamara
es mi media mitad, y me prometí que volvería a verla antes de morir.
Sin duda, me deja pasmado. Si es real todo lo que me dice, y creo
firmemente que sí, necesito llevarlo conmigo.
—Me has convencido. Esta noche, cuando los guardias hagan el
cambio, vendré a por ti. Es nuestra única posibilidad de salir. También te
tengo que decir que, si nos descubren, será el final para ambos. Quiero que
sepas las consecuencias que esto nos puede traer.
—Si tú estás dispuesto a morir por esto, yo también lo estoy. Vivir sin
ella es como morir cada día al salir el primer sol.
—Yo también. Esas chicas me salvaron la vida, y si tengo que perderla
por intentar liberarlas, gustoso moriré.
Así nos despedimos. Cuando vuelvo a ver al rey le doy el parte
diciéndole que todo sigue bien, que he anotado datos para los futuros libros
de Historia que crearemos y que espero nos veamos pronto. Me pide que
me quede unos días en Centrum, pero le explico que me es imposible. Debo
partir, me esperan en otros lugares.
Queda conforme porque estoy seguro de que me hace la invitación más
por protocolo que por que le apetezca tenerme por allí. Es conocido por
entretenerse con distintas mujeres y fiestas. Algo que comparte con alguno
de sus hijos.
Espero a lo acordado; cuando los guardias hacen el cambio se alejan un
poco de la puerta de la mina. Saben que los slave no se acercan, ya que el
castigo por intentar escapar suele ser la muerte. Están tan atemorizados que
solo el que realmente se ha cansado de habitar en este mundo lo intenta.
Para nosotros es bueno. Será la única forma de sacar al fehér. Las dudas
me rondan la cabeza por si se habrá echado atrás, pero las razones por las
que quiere intentarlo me han parecido bastante contundentes.
No tengo que esperar mucho para resolverlo, ya que lo encuentro
esperándome en cuanto los guardias se han marchado. Le hago un gesto
para que guarde silencio y me siga. Tengo todo preparado para la huida por
el bosque y luego por el Camino. Un lanu que me debe un gran favor nos
abrirá la brecha y no dirá una palabra.
Todo parece bien. Escapamos a los bosques y, lo más importante, nadie
nos sigue. No estoy tranquilo hasta que atravesamos la brecha que nos
llevará al reino de Airus, donde espero que este fehér me pueda ayudar a
liberar a las chicas. Cuando ya por fin respiro tranquilo, decido que es el
momento de que me cuente cosas. Hablo en apenas un susurro, el lanu va
bastante adelantado para cuando llegue el momento de sacarnos esté
preparado. Por el momento no hemos visto ningún monstruo, así que pienso
que es seguro.
—Dime qué es eso que me querías contar.
El hombre, antes de contestar, se cerciora de que no hay nada raro a la
vista.
—Como te he dicho, Anamara y yo nos enamoramos. Nunca pensé que
encontraría a nadie tan increíble como ella. No le importaba la riqueza, y
mucho menos el color de mi pelo. Es más, cuando se enteró de que sus
padres acordaron un matrimonio con el rey para que fuera una de sus
esposas, decidió huir conmigo y vivir como una fehér el resto de su vida.
Su historia me sorprende. Es bien sabido de la amabilidad de la reina y
de que todos la consideran una mujer muy llana, a la que le encanta pasar
tiempo con la gente del pueblo. Pero no tenía ni idea de lo que me está
contando, y eso que somos los encargados de conocer toda la historia.
—La noche que lo teníamos todo preparado, alguien nos traicionó
avisando al rey y sufrimos una emboscada. Mi destino era la muerte, pero
gracias a que ella le suplicó y le dijo que sería su esposa, me perdonó la
vida. Le prometió que me liberaría, pero ya has visto que no fue así. Seguro
que piensa que simplemente renuncié a ella por miedo a la muerte, pero si
no me hubieran encerrado en las minas no habría pasado un día que no
hubiera intentado estar con ella y liberarla de su propia prisión. Lo que
lamento es no haberle contado que en realidad soy un lanu de poco poder,
por eso apenas tenía mechones de colores y preferí teñirlos para que
pensara que era un fehér.
Es una historia horrible para dos seres que se aman tanto.
—Sin querer ser insensible, pero ¿qué tiene que ver con los fehér de
mechón y sus poderes?
—Todo viene en relación de lo que sucedió aquella noche, cuando iba
esposado hacia el reino de Etherum escuché una conversación del rey con
su alquimista y…
El ruido de unos caballos a nuestras espaldas me deja congelado. Me
giro para ver qué ocurre, pero no me da tiempo a gritar antes de que la
magia caiga sobre nosotros como una espada.
Capítulo 20
 
Adhair
Cuando despierto, me estiro; me duele todo el cuerpo, como si hubiera
dormido en una mala posición. Tengo el cuello que parece que me han dado
con un palo. Noto algo raro, y es que mi cama no se encuentra tan mullida
como de costumbre. Seguro que esa astuta mujer le ha hecho algo para que
no duerma bien.
Abro los ojos y el sol me molesta de inmediato. Se me ha olvidado
cerrar las cortinas para dormir. Cuando consigo fijar la vista, me doy cuenta
del porqué parece que ayer mis hombres me ataron a un palo y me dieron
todos hasta cansarse. Estoy durmiendo en el suelo. Menos mal que, por lo
menos, me quedé dormido encima de la alfombra. El suelo es de piedra y
me habría destrozado.
No recuerdo haberme acostado aquí a dormir, pero todo se me olvida
cuando me fijo en el sofá que está a mi lado. En él, Tiara duerme
plácidamente. Creo que desde que ha entrado en mi vida no la he visto
nunca de esta forma. Me dan ganas de alargar la mano y acariciarle la cara,
pero me da miedo despertarla.
No puedo evitar pensar en que me atrae; quizás es solo algo físico,
como me ocurre siempre, sin embargo, hay algo que me choca de cuando la
tengo en mi mente, que es más de lo que me gustaría. Y es que quiero
conocerla, saber su historia, cómo terminó dedicándose a ser
cazarrecompensas o a timar hombres en las posadas. Quién le hizo ese corte
tan brutal y si está muerto porque, si no lo está, me encantaría hacerlo con
mis propias manos.
Cómo puede ser tan valiente y cómo han podido criarse solas. No la he
visto luchar, pero por como quedaron los hombres que las atacaron la noche
que puse el cebo, estoy convencido de que es toda una guerrera, y ese fuego
que tiene me lo confirma. Lo que le falta en altura o en corpulencia lo
compensa con su fiereza.
El haberla besado —con los ojos cerrados encima— me ha afectado
más de lo que me gustaría reconocer, pero no me arrepiento, y si pudiera lo
haría muchas veces más. Necesito salir de aquí antes de perder la poca
razón que tengo y me la lleve a la cama para hacerla mía hasta que me
canse. Tengo que hacer todo un esfuerzo para poder levantarme.
Decido despertar a Tiara antes de irme. Tampoco quiero que piense que
huyo de ella. Menos mal que ya estoy mucho más tranquilo que anoche, de
lo contrario, la tiraría por la ventana por lo que hizo.
—Tiara —la llamo, y no tarda ni un segundo en abrir los ojos y
mirarme.
Como si fuera el ser más insignificante del mundo, los vuelve a cerrar y
me ignora.
—Venga, perezosa, vamos a desayunar. —Sonrío porque ahora mismo
es tan inofensiva que no parece ni ella.
En respuesta, me hace un gesto poco femenino e intento no reírme.
Prefiero meterme un poco con ella. Hoy me he levantado juguetón. Espero
que no me salga tan caro como ayer.
—Vamos, mujer, tienes que prepararme el desayuno.
Eso sí que parece surtir efecto, mejor que tirarle agua helada. Se
incorpora rápido para poder mirarme como una asesina antes de hablar.
—¿A ti qué es lo que te pasa con lo de «mujer esto, mujer aquello»? ¿Te
llamo yo a ti hombrecito o, tal vez, miembro flácido?
—Es que no es lo mismo. Tú sí que eres una mujer. Solo te nombro por
tu género. En cambio, yo no soy un hombrecito y mucho menos tengo la
polla floja. Si quieres te puedo hacer una demostración ahora mismo. Todo
sea por complacerte.
Parece que le va a salir humo por la nariz con lo que le digo.
—Y, por cierto, eres mucho más adorable cuando estás dormida. Si lo sé
no te despierto. Qué mal carácter tienes, mujer.
Eso parece ser la gota que colma el vaso. Me siento algo mal, sí, pero
también es que me encanta verla así.
—Flácida majestad, te diré algo. Como me hagas prepararte el
desayuno, te aseguro que caerás muerto en cuanto pruebes bocado.
Se planta frente a mí con los brazos en jarras, como diciendo «a ver si te
atreves», muy mala cosa, ya que me encantan los desafíos.
—¿Sabes que amenazar al príncipe está penado con la muerte?
Hace una mueca para imitarme cuando hablo y tengo que hacer acopio
de todas mis fuerzas para no reírme. Es un bicho. Nunca he conocido a
nadie como ella, mucho menos entre las compañías femeninas que suelo
frecuentar.
—Me parece correcto. Al menos dejaría de escuchar tu voz estridente
durante toda la jornada.
Tiene respuesta para todo. La debería tener en la corte como consejera,
seguro que nunca se le acaban las ideas.
—Tienes razón. La muerte sería un castigo demasiado misericordioso
para ti, pero no descarto cogerte, ponerte sobre mis rodillas como la niña
que eres y darte unos buenos azotes.
La cara que pone es como si le fuera a estallar la cabeza de un momento
a otro. Tengo que hacer que tengo tos para disimular la risa que ya no me
puedo aguantar.
—Te he dicho que no me gusta que me toquen. Si se te pasa por la
cabeza tan siquiera la idea de hacer eso que me acabas de contar, le quitaré
al reino de Airus la posibilidad de que su príncipe tenga herederos al trono.
¿Me has entendido?
Ya sí que no puedo aguantar más y me pongo a reír con ganas. Me mira
perpleja y, antes de que pueda parar, ella también ha soltado alguna risita.
Es una mujer increíble. Cuando paro, me duele el estómago.
—Respecto a lo de antes, no tienes que cocinar. A saber qué tipo de
comida preparas. —Pongo cara de asco para enfadarla más—. Solo tienes
que servirme. Si eres buena, te daré algunas sobras.
Vuelve a estar ahí su cara de monstruo del Camino. Se dirige a la
puerta, imitándome poniendo una voz de lo más horrible, y la sigo. Antes
de salir, veo algo que me da una idea. Seguro que me sale muy caro, pero
no puedo evitarlo. Si no la pico no soy feliz. Creo que tendré que buscar a
un galeno que me mire esa tendencia suicida.
Antes de que llegue al final de las escaleras, la alcanzo y, como si fuera
un niño, la toco con el cetro que hay colgado en la pared junto a la que
pasamos y que me regaló mi padre al cumplir la mayoría de edad, y al que
hasta hoy no le he encontrado utilidad. Se gira y me mira de arriba abajo.
—¿Qué coño haces?
—Recuerda, esclava, ese respeto… —bromeo, pero ella no se ríe.
—Disculpa, majestad, ¿se puede saber qué cojones haces?
—He pensado que, ya que no te gusta que te toquen y yo soy de mucho
contacto, puedo hacerlo con un palo, pero no uno cualquiera, uno real. Para
mi esclava solo lo mejor.
—Si vuelves a tocarme con esa cosa, sea real o no, te lo meteré por el
culo tan adentro que tendrán que venir todos tus hermanos y tu padre, el
rey, para poder sacártelo.
Madre mía, qué lengua tiene, pero me encanta. No tiene filtro alguno
para dirigirse a mí.
—Bueno, sabes que soy un hombre con experiencia en el sexo, pero
siempre estoy dispuesto a probar cosas nuevas.
Se gira y se va resoplando, y cuando ya ha desaparecido por la puerta
del jardín yo sigo riéndome.
Cuando me reúno con los demás en el jardín, están todos sentados.
Adam, como siempre, tan encantador con las chicas y yo sigo empeñado en
tocarle las narices a Tiara. Voy hasta ella, que está sentada junto a mi silla.
Seguro que se lo ha indicado mi amigo. Y sería lo correcto si no quisiera
molestarla.
Le vuelvo a dar con el cetro en el brazo y la veo que se agarra a la mesa
hasta que se le ponen los nudillos blancos. Como no me contesta, la vuelvo
a molestar. Adam y Aboe no dan crédito.
—Venga, mujer, ponme el desayuno.
Se levanta con tanta furia que tira la silla en el camino y mi amigo me
regaña con la mirada. Me encojo de hombros y le hago un gesto para que no
diga nada. Está un rato con el desayuno, y Aboe se une a ella. La oigo soltar
todo tipo de improperios, ya que no baja la voz para disimular.
—¿Estás loco o qué? —me pregunta Adam, ahora que estamos solos.
—Deja que me resarza un poco por la que me lío ayer en la habitación.
¿Sabes qué se ha cargado todos los cuadros de mis antepasados? Cuando mi
madre lo vea le dará algo. Eso no se puede reemplazar.
—No mientas. No lo haces por eso. Lo que pasa es que te gusta ponerla
hecha una furia.
—Sí, no te voy a mentir.
No tarda en traer el desayuno seguida de su amiga, que vuelve a tomar
asiento junto al mío. Estos dos tienen algo, estoy convencido. Solo hay que
ver cómo se miran.
—Alteza, aquí tiene su desayuno, espero que todo esté a su gusto, solo
espero que no se ahogue con nada y tenga que verle morir entre terribles
sufrimientos.
La miro con una gran sonrisa en el rostro. Empiezo a beber y a comer,
deleitándome mientras la observo.
—Mujer, tráeme algo más de este té tan rico.
—¡Príncipe! —me intenta llamar la atención Aboe, y Adam le toca el
brazo.
—No te preocupes, amiga, si lo hago con todo el gusto del mundo.
Se va y vuelve a llenar mi vaso antes de entregármelo y sonreírme,
enseñando sus dientes blancos.
—Qué rico está. Tengo que preguntar en la cocina si han cambiado algo
en la receta. Está delicioso.
Tiara amplía más la sonrisa ante mis palabras antes de hablar.
—Príncipe, sin duda yo le puedo ayudar con eso. He escupido las dos
veces que te he puesto el té. De ahí que lo note tan delicioso.
Siento una arcada. No soy escrupuloso, no podría serlo, y menos con
ella, que ayer le metí la lengua hasta la campanilla, pero es un acto reflejo.
—¿Me estás diciendo que has escupido en mi bebida? —pregunto muy
serio.
—¿Y yo te he dicho que no me llames mujer y que no me toques con el
palito de los…?
Adam y Aboe están alucinados, mirándonos. Mi amigo decide
intervenir.
—Vale, vale, creo que lo mejor que podríamos hacer para calmar un
poco los ánimos sería irnos con nuestras invitadas…
—Esclavas —le interrumpo.
—A pasar el día por el reino. Hay sitios maravillosos que no conocen.
Seguro que les gustaría. ¿Qué os parece?
—¡Qué buena idea! —contesta alegre Aboe.
—Me da igual —dice Tiara.
Pienso en ello y creo que sí, que nos vendría bien salir un poco de aquí
para que se enfríen algo los ánimos. Tengo que ser consciente de que me
divierto mucho cuando soy yo el que la molesta, pero me enfado mucho
cuando me la devuelve, y eso tampoco es justo. Pero es que escupirme en la
bebida… En fin, niego con la cabeza.
—Pues eso haremos, cambiaos y poneos cómodas para pasar la jornada
fuera, y no os olvidéis de comer. Aunque pediré que nos preparen algo para
luego.
No puedo evitar pensar en que se vestirá de cuero y en lo que disfruto
verla así cuando mi amigo interrumpe mis pensamientos.
—Adhair, ¿qué te pasa con esa chica?
—No sé, hermano, pero me vuelve loco.
Capítulo 21
 
Tiara
Tengo que admitir que, cuanto más tiempo paso aquí, menos enfadada
me encuentro. Bueno, tampoco por lo estar de esclava ya que no nos tratan
como tal. Lo que hace Adhair es más por molestarme. Algo así como lo que
estoy haciendo yo. Estoy sintiendo cosas que no son normales en mí y que
me dan muchísimo miedo.
Anoche, cuando me intentó besar de nuevo, el poder que vive en mí
apareció. No es que no quiera besarlo, es que, aunque me gusta, me niego a
ser solo una más. Habitualmente me daría igual porque yo uso a los
hombres para el sexo como ellos a mí, al menos hasta lo de la cicatriz. Me
da igual que después de mí vengan mil más, pero en este caso me afecta. Y
eso me molesta.
Cuando nos han mandado a cambiarnos le he contado a mi amiga lo de
anoche, también cómo me siento, y casi sale desnuda haciendo el baile de la
victoria para celebrar que por fin ha llegado un hombre que consigue que
mi frío corazón lata desbocado. Casi la mato. Porque la quiero, si no le
patearía el culo con ganas.
Hemos salido del palacio en silencio para ir a buscar a los caballos que
en Airus se llaman Alas de viento porque poseen alas y pueden correr entre
las nubes. El de Adhair se llama Brisa, y es una hembra preciosa de color
blanco y amarillo. No puedo evitar acariciarle las crines y ella en respuesta
me da un buen lametón. Siempre quise tener uno, y tengo que reconocer
que estos con alas me encantan.
El príncipe, que está pendiente de todo, se ríe y me dice:
—Si le haces esas cosas se convertirá en una consentida, y cuando le
diga que tenemos que salir se tumbará para que le acaricié la panza. —Hace
como que está enfadado, pero no para de sonreír con un brillo especial en
esos ojos amarillos que me vuelven loca.
—Seguro que tú la consientes más. Se nota que es muy cariñosa —
alego en mi defensa, y le saco la lengua.
—Tienes razón. No lo puedo evitar, es la niña de mis ojos.
Se acerca a Brisa, que le recibe posando su grande cabeza en la suya a
modo de caricia, y él la toca en agradecimiento. Se nota que se llevan muy
bien. Imagino que es algo importante cuando tu vida depende de ella. La
gente piensa que es quien controla la situación encima de un caballo, pero
en mi opinión estamos ahí encima porque ellos nos lo permiten.
—¿Preparada?
Tengo que decir que sí. Estamos ahora mismo en un momento de tregua,
pero no puedo evitar ponerme nerviosa pensando en subirme con él. Vamos
a estar demasiado juntos, tengo que decir algo porque Adam y Aboe ya
están montados, esperándonos.
—Vale, pero no nos mates.
—Intentaré no tirarte desde las nubes, lo prometo. —Me río. Me gusta
cuando está tan juguetón.
También cuando lo hago rabiar, así que, definitivamente, me lo tengo
que hacer mirar.
Monta y luego extiende una mano para ayudarme. Brisa es tan alta y yo
tan bajita que, de otra forma, lo veo difícil. La acepto y sin dificultad tira de
mí hasta que estoy acomodada detrás suyo. De esta forma, percibiendo su
cercanía y su calor, noto cómo algo en mi interior se estremece.
—¿Dónde iremos? —pregunto para intentar no pensar en ello.
—Al Valle de las Lágrimas —me contesta, girándose para mirarme.
—Eso no suena muy alentador —contesto, imaginando que algo así no
debe ser nada bueno.
—Espera y verás.
Le dice algo a Brisa en el oído y, antes de que me dé tiempo a
agarrarme, ya estamos galopando a mucha velocidad, luego entiendo por
qué estaba cogiendo fuerza para alzar el vuelo. Estamos viendo todo el
reino de Airus desde arriba y es impresionante. Parece que es tan pequeño,
como si fuera de juguete.
—¡¿Qué te parece?! —me grita con todo el viento a nuestro alrededor.
—¡Es increíble! —Yo también tengo que gritar para que me escuche.
Me acerco más a él y rodeo su cintura con mis manos. Me hace sentir
segura y bien. Creo que este momento es algo que atesoraré para siempre
cuando esté lejos de aquí. Ese pensamiento me hace sentir triste de una
manera irracional. Soy consciente de que algún día me tendré que ir porque
estoy cada vez más convencida de que mi amiga querrá quedarse con
Adam. Solo hay que ver lo acaramelados que están.
Soy feliz por eso. Siempre quiso ser madre, enamorarse y tener una
familia, pero la echaré mucho de menos. Y me apena no poder ver crecer a
sus hijos y comportarme como la tía que siempre pensé que sería. Pero este
no es mi lugar. Yo soy alguien libre, que se pasa la vida viajando y que, por
supuesto, no se junta con lanus más que en momentos puntuales.
Perdida en mis pensamientos como estoy, se me pasa el viaje volando,
nunca mejor dicho. Brisa empieza a descender, esta vez a un ritmo más
lento, hasta que tocamos tierra. La otra montura nos sigue de cerca e imita
nuestro aterrizaje.
Adhair baja y me ayuda cogiendo mi cintura. Noto cómo mi rostro arde
por la forma en la que me sostiene. No me lo puedo creer, yo nunca me
sonrojo, nunca he sido vergonzosa. «¿Qué elementos me pasa? ¡Aboe,
abandona este cuerpo!», pienso todavía alucinada. El príncipe no me suelta,
me coge de la mano y me lleva hasta el valle.
En cuanto lo veo, entiendo lo de las lágrimas. Los árboles grandes y
frondosos tienen colgando gotas de agua que no caen, parece que son de
cristal; es algo inigualable de presenciar. No sé cómo es posible que no
caigan.
—Nunca había visto nada así. Es precioso —confieso en voz alta.
—Lo sé. Cuando era niño mi madre me traía aquí. Me pasaba las
jornadas jugando, y cuando paraba para comer estaba agotado. Comíamos
como vamos a hacerlo ahora, y luego me acomodaba en su regazo y me
quedaba dormido mientras ella me leía.
—Tiene que ser una gran mujer.
—Lo es, la verdad es que sí.
Sin hablar más, nos sentamos en una gran manta que extienden Aboe y
Adam sobre la hierba de color amarillo; es tan esponjosa que pareces estar
sentada sobre unos almohadones. Adhair y yo nos encargamos de colocar la
comida y la bebida en silencio, pero no resulta incómodo, me siento en paz
y feliz por primera vez en mucho tiempo.
Empezamos a beber y a comer comentando cosas sin importancia, y me
doy cuenta de que, cuando el aire sopla, algo muy normal en este reino, las
gotas de agua crean una melodía, como si fueran instrumentos musicales.
Creo que he encontrado mi lugar favorito en Etherum. Decido
preguntarle por su madre a Adhair, cuando habla de ella se le ilumina la
mirada. Me gusta verlo de esa manera.
—¿Dónde está tu madre? Pensé que viviría contigo.
Él me sonríe.
—Y lo hace. Ha ido a ver a una vieja amiga que hacía mucho que no
visitaba. Pensé que arreglaría todo este embrollo antes de que ella volviera.
—¿Embrollo? —pregunto interesada mientras los otros dos están a su
aire, haciéndose carantoñas.
—Sí, te mentí cuando te dije que el anillo era para mi prometida. Es de
mi madre, y sé que le partiré el corazón cuando sepa que lo he perdido.
Se me encoge el alma cuando pienso en ello, pero quizás solo es una
joya más Está claro que pueden tener más cuando quieran. Aun así, algo me
dice que no es tan sencillo como eso.
—¿Puedo preguntar por qué es tan importante?
—Claro.
Me cuenta la historia de su madre y se me para el corazón. A veces
juzgamos duramente a las personas sin saber qué tienen detrás. Su madre,
una lanu de alta cuna, prefirió el amor de una fehér como yo, antes de ser la
esposa del rey. Ni las riquezas, ni las comodidades le importaban. Solo vivir
el resto de sus días con el amor de su vida.
Y la historia no acaba ahí, cuando fueron vendidos al rey, ella ofreció su
libertad casándose con él para que le perdonara la vida a su amante. De
verdad que es una mujer impresionante; me muero por conocerla. En cuanto
volvamos a palacio le devolveré el anillo. Me siento muy culpable, pero es
que cuando pasó no sabía la importancia que tenía, lejos de ser otra joya de
un hombre rico.
—Te prometo que te ayudaré a recuperarlo.
El príncipe me mira y sonríe. Cuando lo hace me dan ganas de tomarle
el rostro entre mis pequeñas manos y besarlo. Al final me va a gustar más
hacerle sonreír que verlo gruñón.
—Te lo agradecería eternamente.
Nos miramos un rato y, al final, soy yo la que decide desviar mis ojos
hacia otro lado. Cuando me observa, la intensidad es tal que me arde por
dentro.
—¿Te puedo preguntar yo algo?
Me sorprende la pregunta, ya que no parece de los que piden permiso
para nada, así que decido que lo mínimo que puedo hacer es concederle eso.
—Claro.
—¿Quién te hizo esto? —dice, señalando mi cicatriz.
El día estaba siendo tan maravilloso que, durante un rato, me había
olvidado de ella, como cuando estoy sola con Aboe, como cuando me
siento segura. En un acto reflejo, mi mano se dirige a ella y la toca.
—Lo siento, no quería ponerte triste. Solo era curiosidad.
No me gusta mucho hablar de ella, pero teniendo en cuenta que me ha
contado lo de su madre, creo que se lo puedo decir.
—Fue hace mucho tiempo, solo llevábamos un par de vueltas a los soles
viviendo en los bosques, pero la necesidad ya nos había enseñado a pelear
para defendernos. Es un tipo de vida en la que da igual la edad que tienes, si
eres débil estás muerto. Nos íbamos uniendo a campamentos nómadas
donde pasábamos un tiempo, ayudábamos, aprendíamos y, cuando no tenían
nada que aportarnos, nos íbamos.
Aboe me mira con los ojos muy abiertos, sorprendida de que comparta
esto con alguien más. Le sonrío para que sepa que estoy bien y continúo.
—En ese campamento había un lanu algo mayor que yo, era muy guapo
y divertido. Desde el primer momento nos llevamos muy bien. Me parecía
raro que alguien de esa raza estuviera viviendo como nosotras, pero no le di
mayor importancia. Ya sabes, cosas de cría.
Adhair asiente. Está algo tenso, se lo noto en cómo aprieta la mandíbula
con lo que estoy contando, y eso que aún no he llegado a la peor parte. Me
pierdo de nuevo en los recuerdos.
»Tell, que así se llamaba, y yo pasábamos mucho tiempo juntos, y eso
que Aboe me dijo que había algo en ese chico que no me convenía, pero no
le hice caso porque, por primera vez, me estaba gustando alguien.
Cazábamos juntos, luego los limpiábamos y cocinábamos. Nos reíamos
siempre, bueno, él me hacía reír. Era tan atento y cariñoso conmigo que
cada noche esperaba que saliera el primer sol para reunirme con él.
»Llegó una noche en la que el campamento decidió hacer una fiesta,
bebimos y comimos felices, compartiendo historias junto al fuego. Era la
primera vez que bebía destilado, así que, pasado un tiempo, me sentí algo
mareada. Aboe ya se había acostado hacía rato y decidí que era el momento
de acompañarla. Tell me dijo que no quería que me pasara nada y se ofreció
a escoltarme. Me sentí tan feliz que dejé que me agarrara de la mano.
»Cuando nos alejamos un poco de todo el bullicio donde se encontraban
los demás, él se detuvo y me besó. Yo estaba que no me lo creía, mi primer
beso con el chico que me gustaba. Sentía que no se podía ser más feliz. Pero
lo que empezó como un beso dulce e inocente se convirtió en algo agresivo
que me asustó. Estaba tan mareada que no sé cómo pasé de estar de pie a
tumbada sobre la hierba. Y el chico, que hasta ese momento me parecía el
mejor del mundo, me estaba levantando la túnica y bajándose los
pantalones.
»Como no era muy consciente de mis actos, intenté empujarlo, pataleé y
le supliqué que parara, pero no lo hizo. Dijo que es lo que le llevaba
pidiendo a gritos desde que me conoció. Eso no era verdad, yo era pura y ni
siquiera me había planteado dejar de serlo, mucho menos de una manera tan
horrible y dolorosa.
»Cuando pensé que ya no había vuelta atrás y las lágrimas rodaban por
mis mejillas, Aboe apareció y le golpeó la cabeza con una piedra. No lo
dejó inconsciente, pero se aturdió un poco. Aproveché el momento para
patearlo y salir de debajo, pero fue más rápido que yo, y cuando me di
cuenta me había rajado la cara y mi sangre caliente manaba como una
cascada.
»En ese momento no sentía dolor, al menos físico, solo rabia por él, por
mí al ser tan tonta y no haber hecho caso a la que considero mi hermana.
Nunca olvidaré sus palabras: «Ahora nunca nadie te querrá, fehér», y yo en
respuesta cogí una piedra enorme, no sé ni cómo lo conseguí, y se la
estampé en la cabeza, matándolo en el momento. Eso nunca lo olvidaré, fue
mi primer beso y el primero al que maté.
Vuelvo a la realidad y veo que los tres me miran con diferentes caras:
Adam con un gran pesar mientras niega con la cabeza; Aboe llora por lo
ocurrido y Adhair parece que va a arder en combustión espontánea en
cualquier momento.
—Si no estuviera muerto, te juro que lo mataría una y mil veces —
gruñe más que habla.
—Bueno, es algo de lo que ya no nos tenemos que preocupar. —Me
encojo de hombros y sonrío, intentando quitarle hierro al asunto.
—Lo siento —me dice el príncipe, y sé que es sincero.
—Espero que no le hicieras caso, Tiara, eres hermosa por dentro y por
fuera. Era una mierda de lanu que no sabía nada de la vida —me dice
Adam, y me pican los ojos a causa de sus palabras.
Siempre he intentado no darle importancia a lo que dijo, pero su cicatriz
ha sido para mí una losa durante años, y siempre hay alguien que te
recuerda que estás rota y estropeada. Mercancía defectuosa.
Adhair me sujeta la mano y siento un calor que recorre todo mi ser.
—Siento la vida que habéis tenido. Ojalá no existieran las diferencias
que hay entre las razas. El día que sea rey acabaré con todo eso, te lo
prometo.
Y no sé por qué, pero le creo, y siento algo muy dentro de mí que me
dice que me estoy enamorando de este lanu.
Capítulo 22
 
Adhair
Lejos de parecer un blando, tengo que admitir que he disfrutado esta
jornada como hacía tiempo que no sucedía. Las chicas son increíbles, y
poder conocerlas más, sobre todo a Tiara, ha sido importante para mí. La he
juzgado sin conocerla. Ha hecho lo necesario para no sufrir, y eso es algo
que admiraré toda mi vida.
Si yo me hubiera encontrado en una situación similar, ni siquiera sé si
habría sido capaz de sobrevivir, incluso es posible que hubiese hecho peores
cosas que robar a unos lanus ricos para tener algo que llevarme a la boca.
La admiro de verdad y me siento un estúpido por haber actuado como lo he
hecho. Espero que me dé la oportunidad de resarcirme y que me conozca
mejor, no solo como el imbécil que la ha capturado para convertirla en su
esclava.
La historia de su cicatriz es horrible. Si ese lanu no estuviera muerto lo
habría perseguido por todos los reinos hasta ocuparme personalmente de él.
Desprecio a los seres que piensan que son mejores solo por ser más fuertes,
tener más monedas o por poseer la suerte de haber nacido en el sitio
adecuado.
Me he dado cuenta, o, mejor dicho, me he reconocido a mí mismo que
me gusta. Es una tontería seguir negándolo. Si alguna vez tuviera que elegir
a alguien para pasar el resto de mi vida sería ella. La siento detrás de mí y
quiero que el tiempo se detenga. Si supiera que no me oiría, le pediría a
Brisa que fuera a pasos de tortuga para alargar el tiempo que estoy con ella.
Pero no quiero parecer un loco. De todas formas, le pediré que duerma de
nuevo en mi cuarto, aunque no quiera que la toque, podemos pasar la noche
hablando y, con suerte, quizás me deje besarla.
Llegamos al lugar donde se quedarán Brisa y la montura de Adam, y
ayudo a Tiara a bajar. Sí, me recreo más de lo necesario, negándome a dejar
de sentirla tan cerca. Ella me sonríe y yo le correspondo. Daría toda mi
riqueza porque nunca dejara de hacerlo. Cree que la cicatriz le negó el amor
de alguien, que con ella es fea, pero yo creo que es la mujer más hermosa
de los cuatro reinos.
Estoy sonriendo como un tonto cuando un grito a mi espalda me
congela la sangre. Una corriente de aire me empuja hacia delante,
consiguiendo que me choque con la mujer que sostengo de la cintura.
—¡Adhair! —grita mi madre, y estoy seguro de que es ella la que me ha
empujado.
Me siento como aquel niño al que regañaba cuando hacía alguna
travesura, aunque la verdad es que no creo que nunca sonara tan enfadada.
Me giro, intentando poner esa sonrisa que tantas veces me ha funcionado
para aplacar su ira, aunque esta vez no da resultado. Su cara de enfado me
dice que estoy metido en un buen lío, y vamos a ser realistas, puedes ser
príncipe, rey o un ser superior, que como tu madre esté cabreada te la vas a
cargar.
Pienso en qué puede ser lo que la tenga así, quizás se ha enterado de lo
del anillo, pero lo veo difícil ya que nadie lo sabe excepto Adam, y nunca
me delataría.
—Hola, madre. ¿Qué tal el viaje? Has vuelto muy pronto.
Me acerco para abrazarla, pero levanta un dedo y me detengo en el
momento.
—No vengas a decirme «hola, madre». Me he enterado de que mi hijo
ha capturado a dos mujeres y que las tiene como sus esclavas personales.
¿Qué tienes que decirme a eso? Y, sobre todo, no se te ocurra mentirme o
desataré tal huracán que te mandará tan lejos que tardarás días en volver a
ver tu palacio.
Trago saliva. La verdad es que la veo capaz de eso y de mucho más. Es
la mujer más bondadosa del mundo, pero también la más terrible si la haces
enfadar.
—Puedo explicarlo. Si quieres podemos ir a tomar un té al jardín y
hablamos.
—Adhair, contesta sí o no, no es tan difícil, y no quiero un maldito té.
He vuelto antes porque me he enterado de que mi hijo ha sido capaz de
hacer algo como eso.
—Madre…
—¡No me interrumpas! —me grita, y yo obedezco—. Yo no te he criado
así. Siempre te enseñé que todo el mundo merece respeto y, sobre todo, su
libertad. Las mujeres son seres a las que amar y cuidar, no esclavizar porque
eres un príncipe y te crees que tienes derecho a todo.
Miro disimuladamente a Adam, que se coloca a mi lado y tiene cara de
cachorrito abandonado. Su punto débil: mi madre, sin duda, y es que haría
arrodillarse al más valiente. Ahora que lo pienso, el fuego que tiene Tiara
me recuerda mucho a ella. Seguro que se llevarían a las mis maravillas. Lo
que sería sin duda mi fin, me echarían al calabozo y tirarían la llave al mar.
Intento no reírme con ese pensamiento porque ya lo que faltaba es que
echara más leña al fuego.
—He aguantado que mi único hijo se pase las noches bebiendo, de los
brazos de una mujer a otra sin ningún sentido. ¿Por qué? Dime, hijo, ¿qué te
aportan unas horas de felicidad? La verdadera felicidad es amar a alguien
cada día, pero creo que eso nunca lo entenderás.
—Lo siento.
Es lo único que atino a decir. Sé a qué se refiere cuando me dice eso.
Ella perdió a la persona con la que deseaba despertar cada mañana por el
resto de su vida y yo malgasto mis jornadas con una mujer diferente, sin
sentimientos y mucho menos arrepentimiento.
Me encantaría decirle que no está bien lo que he hecho, que claro que
no me educó así, pero que gracias a este error he conocido a alguien que
hace que quiera algo más. No puedo decir que es para toda la vida, por
ahora solo sé que quiero conocerla más, besarla y cuidarla, no permitir que
nadie la toque ni la vuelva a dañar.
No es el momento. Tendrá que esperar. Estando ella aquí no quiero que
huya despavorida. Hablaré con mi madre cuando se tranquilice y estemos
solos.
—Y más que lo vas a sentir.
Como si fuera la mejor intérprete del mundo, se dirige hasta donde
estamos y, mientras pasa de largo hacia las chicas, su cara se transforma en
todo amor y sonrisas. Nunca deja de sorprenderme, lo admito.
—Hola, preciosas niñas, soy Anamara, la madre de este.
Las chicas sueltan una risita. Si es que ya se está cociendo la unión que
terminará con Adam y conmigo en el calabozo, y si no al tiempo. Me giro
junto con mi amigo para ver la escena.
—Mi reina —la contesta Tiara con una reverencia.
Me tengo que morder la lengua para gritar que a mí nunca me ha
guardado tanta pleitesía. Es humillante. Aboe hace lo mismo.
—Mis niñas, por favor, para vosotras soy solo Anamara. Siento lo que
ha hecho mi hijo y el descerebrado de su amigo que, por cierto, pienso
hablar con tu madre, Adam. No te vas a escapar tan fácilmente.
Vale, ahora mismo nos sentimos como si volviéramos a llevar pañales.
No hay quien entienda a las madres.
—Yo soy Tiara, y ella es Aboe.
Pienso que podía agregar algo como «Oh, su hijo ha sido amable y
gentil con nosotras, no sea tan dura con él», pero también es verdad que
estaría mintiendo. Las últimas jornadas digamos que no se lo he puesto
nada fácil, y aunque hayamos enterrado el hacha de guerra, sí que son
nuestras esclavas, o, mejor dicho, eran.
—Pero qué preciosidades, busquemos una habitación.
Las rodea a ambas con su amorosos brazos mientras se las lleva camino
del palacio. Al pasar por nuestro lado nos dedica una mirada gélida como el
hielo.
—¿Sabéis que me habría gustado tener hijas? Quizás, si no es
demasiado el percance que os han hecho sufrir estos dos, podríais pasar
unas jornadas aquí conmigo, de verdad que me haría muy feliz.
—Nos encantaría —contesta la traidora de Tiara, que ahora está siendo
la mujer más linda del mundo.
No tardamos mucho en perderlas de vista y, como dos cobardes, nos
quedamos quietos esperando a que desaparezcan antes de hablar. Eso solo
habría agravado la situación.
—Sabes que estamos en buen lío, ¿no?
—Y tanto, al menos tú te irás a tu casa a dormir, yo tengo que seguir
viviendo con ella, y te aseguro que ahora mismo no va a ser una madre
amorosa.
—Al menos tu madre es cariñosa, la mía va a darme hasta en la
armadura de guerrero.
—¿Por qué estamos comportándonos como cuando éramos niños?
Somos lanus hechos y derechos, yo soy príncipe y tú un letal guerrero.
Me cabrea que nos tengamos que sentir así. Es ridículo. Si mis hombres
lo hubieran presenciado, ya no me respetarían en la vida.
—Porque tu madre es una lanu a la que temer, amigo —dice,
convencido de sus palabras.
—Y encima ni siquiera me ha preguntado cuál es el motivo. ¿Y si las
chicas fueran asesinas? No sabe nada y se va con ellas a jugar a las familias
felices.
—Anamara sabe calar muy bien, sabe que no permitiríamos tener
asesinas bajo su mismo techo y menos libres, ni llevarlas de paseo por ahí.
Además, ese chivato que tenemos en palacio seguro que le ha contado que
yo he pasado mucho tiempo con Aboe y tus contiendas con Tiara.
—Tenemos que cortar la lengua a ese chismoso.
—Estoy contigo, y luego ¿qué haremos?
—No sé, Adam, pero estamos realmente jodidos.
Capítulo 23
 
Tiara
La madre de Adhair es impresionante. Me he quedado de piedra cuando
ha puesto a esos dos firmes. Es tan fuerte y a la vez tan cariñosa que estoy
sorprendida. Si hubiera tenido una madre, sin duda me hubiera encantado
que fuera como ella. Nos ha llevado a las habitaciones más lujosas, pero le
hemos pedido que, por favor, nos deje dormir juntas. Le he explicado que lo
hacemos así desde siempre, y ha aceptado gustosa.
Ha pedido que nos trajeran ropa y comida a la alcoba y nos ha
preguntado si puede cenar con nosotras, a lo que, por supuesto, hemos
dicho que sí. Me muero de ganas de conocer más a esta mujer increíble. Es
reina, o al menos una de ellas por ser la esposa del rey, pero no aparenta ser
más importante que una de nosotras, y eso me roba el corazón.
Nos hemos bañado y puesto ropa cómoda, que se compone de pantalón
y camiseta, nada de las túnicas esas que la gente se empeña en usar y que no
son nada confortables. Luego nos hemos sentado las tres en la terraza que
tiene la habitación. Es de noche, pero, aun así, la temperatura es muy buena.
Anamara nos pregunta sobre nuestra vida y nosotras la relatamos como
si fuera una vieja amiga a la que llevamos mucho sin ver.
—Ojalá yo hubiera tenido la valentía vuestra para haber vivido libre, a
veces haber nacido en una familia noble, o incluso con poderes, es la peor
cárcel que os podéis imaginar.
La tristeza se refleja en su mirada, así que no lo pienso, solo lo suelto:
—Quizás quieras venir con nosotras cuando nos vayamos, a veces
nuestra existencia no es fácil, pero prometo que te protegeremos con
nuestra vida. Y podemos enseñarte a luchar.
Eso le ilumina la cara, y coge mi mano antes de contestar a mi
proposición.
—Me encantaría, y no te digo que no me vaya a correr alguna aventura
con vosotras, pero ¿habéis visto a mi hijo? Sé que es mayor, que ya no
debería preocuparme, pero creo que el trabajo de una madre no termina
cuando crecen, al menos yo me siento así.
—Estoy de acuerdo y eso que no soy madre —contesta Aboe,
totalmente convencida.
—Y hablando de eso, ¿qué te traes con Adam, señorita? No es que me
quiera inmiscuir, es que recibo tan pocas visitas femeninas que me muero
por un cotilleo.
Las tres reímos, no suelo ser mucho de encuentros de «chicas», pero
con ella me siento tan a gusto que estoy dispuesta a todo, incluso a cotillear
sobre amoríos.
—Me gusta, me gusta mucho, no lo hemos hablado abiertamente, pero
creo que él siente lo mismo por mí. Quizás me equivoque y me lleve un
palo muy gordo. —Veo que la situación la pone triste, y eso es lo que quiero
evitar, que le hagan daño.
—No os he visto juntos, pero sí que te puedo decir que nunca en mi
vida, y conozco a ese muchacho desde que nació, le he visto con una mujer
más que un rato. Aparte, cuando os he encontrado antes he visto cómo te
miraba, eso dice mucho más que las palabras.
—Ya, pero yo soy una fehér y él un lanu importante, no creo que haya
nada más fuera de que pasemos un tiempo divertido juntos.
—Como sabéis, yo me enamoré de uno, y Adam se ha criado
prácticamente entre estas paredes, si el amor es verdadero da igual la raza,
tu nivel social o el color de tu pelo. Lo mejor será que hables con él, pero
algo me dice que vas a pasar mucho tiempo aquí con nosotros, y eso me
complace.
—Gracias, Anamara, a mí también me haría muy feliz.
La llama por su nombre porque nos ha prohibido rotundamente que la
tratemos de reina o de usted. Si es que es impresionante.
—¿Y tú, señorita? ¿Qué le pasa a mi hijo contigo?
Casi escupo la bebida que tengo en la boca, menos mal que me
contengo y no baño a la reina. Es de esos momentos en los que me
encantaría que la tierra se volviera abrir bajo mis pies y me enterrara muy
hondo.
—Nada —contesto comedida, intentando no hablar de lo que
desconozco.
Lo habitual es que nos llevemos a matar, pero hoy ha sido distinto, no
sé, cómo se ha enfadado al escuchar lo que me ocurrió. Lo juguetón que ha
estado conmigo y cómo me miraba, casi podría pensar que él también siente
algo por mí. Aun así, no soy de hacerme ilusiones, prefiero vivir con los
pies en la tierra. No creo en el amor, al menos nunca había pensado
demasiado en ello hasta ahora, y eso me da más miedo que enfrentarme a
una banda de guerreros mortales.
—Eso no es lo que me dicen tus ojos, ni tampoco las reacciones de mi
hijo. Le conozco muy bien, con lo me han contado mis informadores que
ocurrió en la taberna no te habría mantenido a su lado, te habría encerrado y
tirado la llave para nunca volver ni a acordarse de ti.
—No sé, creo que es porque me ve como un reto, yo soy un alma libre y
es como si él quisiera dominarme, aunque ya le he dejado claro que eso
nunca sucederá.
Se ríe a carcajadas, hasta que sus ojos lloran, y es tan contagiosa que
nos unimos a ella.
Aboe le relata todas las trastadas que le he hecho, y ella parece que está
impresionada.
—En mi defensa diré que siento haber estropeado los cuadros de sus
antepasados, pero es que saca lo peor de mí. Espero que me perdones —me
disculpo porque, cuando cometo errores, soy capaz de reconocerlo.
—¿Esos viejos? Están mejor así, gracias a ese tipo de gente es por lo
que terminé casada con el rey y me robaron la felicidad. Ojalá los hubiera
yo rajado hace tiempo. Lo que me da pena de verdad es no haber visto la
cara de mi hijo cuando encontró todo así.
—Mejor no, parecía un igrim con la cara deformada por la rabia.
—Espero por su bien que no te hiciera daño —me dice la reina en un
tono solemne que promete castigo si lo ha hecho.
—No, solo me besó.
Eso hace que abra los ojos como platos y se le escape una sonrisita
picara de los labios.
—Dime una cosa, Tiara, cuando lo hizo, ¿tenía los ojos abiertos o
cerrados?
—Qué pregunta más rara —añado.
—Lo sé, pero dime, ¿te acuerdas cómo los tenía?
—Cerrados, lo normal. Nunca he visto a nadie que bese con los ojos
abiertos.
—Te diré algo, mi hijo nunca ha besado a una mujer con los ojos
cerrados, ahora saca tú misma las conclusiones.
Un rato después de irse, ya en la cama, no puedo dormir y ni dejar de
dar vueltas a lo que me ha dicho. Quizás no debería darle importancia, pero
es que ha insistido en que se la dé. Como si ese simple hecho demostrara
que soy diferente para él. Y una parte dentro de mí, a la altura del corazón,
quiere que así sea.
Nunca he sido de las que se hacen ilusiones, soy práctica y decido que
es una tontería dar vueltas en la cama si puedo ir a averiguarlo ahora
mismo. Salgo sin hacer ruido de la habitación, no quiero dar explicaciones a
mi amiga para que no se me quite la valentía que siento ahora.
Espero no cruzarme con nadie, así que camino sigilosa al cuarto de
Adhair; cuando llego, toco con los nudillos suavemente, espero que me
escuche. No sé dónde está la habitación de Anamara, pero, aunque no tengo
vergüenza, creo que en este momento sí que me pondría colorada. Vuelvo a
llamar, ahora que he llegado hasta aquí me niego a irme con las manos
vacías.
La puerta se abre y aparece un Adhair somnoliento, con el pelo revuelto
y los ojos medio cerrados. Creo que se ha olvidado de que va desnudo, pero
yo soy muy consciente. Observo sus piernas fuertes y su miembro duro, que
es de lo más apetecible. Sus abdominales perfectos y su pecho con algo de
vello, el cual me muero por acariciar.
—Tiara, ¿estás bien? —En su cara se muestra la preocupación.
«Es ahora o nunca», me digo a mí misma, y me lanzo a besarlo.
No se lo espera, así que ambos caemos dentro de su habitación cuando
me lanzo a por sus labios. Son deliciosos carnosos bajo los míos. No tarda
en reaccionar, aún medio dormido como está, y me devuelve el beso. Es
suave, como si nuestras bocas comenzaran a conocerse, o a reconocerse.
No tenemos prisa, esta noche es nuestra sin importar qué suceda al alba.
Paso mi lengua por su labio superior, robándole un pequeño gemido que me
encanta y quiero volver a escucharlo. Sus manos recorren mi espalda y
disfruto de su tacto como nunca me ha gustado una caricia. Yo hago lo
mismo, descubriendo sus músculos con mis palmas, son tan firmes que
podrías vivir segura solo con tocarlos.
Nuestros labios se separan, invitando al otro a sumergirse en ellos, y
cuando nuestras lenguas se tocan es como si algo mágico sucediera. Lo que
hasta ahora ha ido despacio, tierno y precavido se convierte en un juego
salvaje y desenfrenado.
La necesidad aumenta, Adhair me despoja de la ropa con una precisión
pasmosa; cuando lo hace, me observa como si fuera lo más hermoso que
hubiera visto nunca, y no puedo evitar sonreírle, encantada de que me haga
sentir así. No hablamos, ahora mismo las palabras están fuera de lugar. Solo
necesitamos el resto de sentidos.
Volvemos a juntar nuestras bocas, como si buscáramos agua muertos de
sed, y le acompaño hasta la cama, se deja caer y yo encima de él. Quiero
besarle toda la piel, atesorar cada imagen, sabor y caricia que le doy. Así
que deslizo mi lengua por su cuello, que se tensa ante mis atenciones. Le
oigo disfrutar, eso me anima a seguir mi camino por su cuerpo.
Mis manos van primero y mis labios y lengua las siguen. Lamer su
abdomen es como saborear el granito, pero masculino y cálido; me
entretengo con su ombligo mientras él me agarra del pelo sin hacerme daño,
pero me vuelve loca. Su triángulo me espera y me muero de ganas por
saborearlo.
Intenta que vuelva a sus labios, sé que tiene prisa por hundirse dentro de
mí como yo de tenerlo en ese sitio, pero no me quitará la idea de saborearlo
entero. Su polla acaricia mis pechos mientras sigo bajando hasta mi destino.
Lo sujeto en mi mano, como si tuviera un báculo del poder, y lo miro.
El deseo en su rostro es tal que no puedo evitar observarlo mientras me
lo introduzco en la boca, no por completo, eso sería imposible, pero lo
suficiente para saborear su masculinidad; es delicioso, y lo que siempre me
he negado a hacer porque nunca me ha atraído, con él me parece lo más
increíble.
Subo y bajo a la vez la mano y mis labios, robándole gemidos de placer,
lo estoy volviendo loco y la humedad entre mis piernas demuestra que yo
estoy igual. Quiero seguir, pero cuando se incorpora y me coge entre sus
brazos para alzarme hasta su boca, no me resisto.
Me besa desesperado, con lujuria y maestría y, sin poder evitarlo,
compruebo de nuevo que tiene los ojos cerrados. Me gusta, me gusta
demasiado. Es su turno de torturarme cuando se dedica a malcriar a mis
pechos con sus dedos y lengua, nunca he sido demasiado sensible en esa
parte, pero ahora sé que era por que no estaba con el ser adecuado.
Adhair me roba suspiros de placer con cada toque, pierdo la noción del
tiempo entre sus atenciones, solo sé que podría explotar de placer solo con
eso. Pero necesito más, mucho más, comienzo a restregarme sobre su
enorme erección y mi cuerpo se abre para él. Creo que nunca he estado tan
cachonda y húmeda en mi vida.
Así que, cuando siento que me llena por completo, grito de placer,
apretándolo dentro de mí, y él gime en respuesta. Deseo que sea despacio,
pero mi cuerpo necesita otra cosa, un ritmo frenético que nos lleve a ambos
a la liberación. Si todo sale bien, nos queda el resto de la noche para
disfrutarlo.
Lo cabalgo como si no hubiera nada más en el mundo mientras me
acompaña en la hazaña agarrado a mis caderas y apretando mi culo. Ambos
gruñimos por el placer que está cerca, aumentamos el ritmo, algo que hace
un momento me parecía imposible, y mis ojos, cerrados hasta ese momento,
se abren para mirarlo cuando una explosión de placer nos une en uno solo.
Nos abrazamos mientras intentamos recuperar el aliento, felices y
sonriendo como tontos.
El sueño nos está llamando a sus brazos y lo escucho hablar:
—Tiara, ¿de dónde has venido y dónde has estado toda mi vida? Me has
robado el corazón.
Quiero contestar, pero caigo exhausta. Eso sí, podría afirmar en este
mismo momento que nunca he sentido nada igual. Creo que estoy
perdidamente enamorada de él.
Capítulo 24
 
Adhair
Aún no ha salido el primer sol, la única iluminación que hay es tenue
por el reflejo de la luna, que ya se va escondiendo. Si me preguntaran,
podría afirmar que nunca me he sentido tan feliz, no solo porque el sexo
haya sido increíble, sino por el hecho de tener a Tiara dormida entre mis
brazos.
Mi madre me ha dicho mil veces que llegaría la mujer que cambiaría
todo, por la que dejaría todos mis malos hábitos y con la que querría pasar
el resto de mi vida. Nunca la creí, pero ahora, en este preciso momento, sé
que tenía razón, que yo he vivido siempre engañado.
Tiara odia a los lanu por lo que le ocurrió, y la entiendo perfectamente;
quiero que sea feliz por encima de todo, así que le voy a dar su libertad, la
posibilidad de decidir si desea quedarse a mi lado por voluntad propia. Si,
por el contrario, desea marcharse, lo respetaré, aunque me duela, creo que
en eso consiste el amor. Rezo por que decida quedarse, ya que ahora que la
he encontrado no sabría vivir sin ella.
La luz del amanecer empieza a filtrarse por las ventanas de la habitación
y Tiara comienza a moverse en mis brazos. La observo con una sonrisa en
los labios, todavía siento su cuerpo cálido y suave contra el mío y me siento
afortunado por tenerla aquí conmigo.
—Buenos días —susurro suavemente en su oído.
Ella se estremece ligeramente y se gira hacia mí con una sonrisa
soñolienta en los labios.
—Buenos días —responde, acariciando mi pecho con su mano.
Durante unos momentos permanecemos en silencio, simplemente
disfrutando de la compañía del otro. En ese instante los rayos del sol, que
siguen avanzando, se reflejan en ella y me quedo paralizado. No es posible,
su cabello, hasta anoche blanco, ahora está lleno de mechones morados.
Me aparto de ella como si tuviera una enfermedad contagiosa y salto de
la cama, mirándola con los ojos muy abiertos. Tiara se asusta, no entiende
qué es lo que me ha pasado para ese cambio en mi actitud. Quiero hablar,
siento la boca seca de repente.
—Adhair, ¿qué ocurre? Háblame, por favor. —Su voz, siempre fuerte,
ahora es temblorosa y suplicante.
—Eres una mulatt, o una lanu, no sé ni lo que eres, me has engañado —
le reprocho, y me mira sin entender nada.
—¿Una lanu? ¿Lo dices en serio? ¿Cómo voy a ser una lanu?
Siento tanta rabia al escuchar cómo las mentiras abandonan su boca que
tengo que controlarme para no empezar a destrozar todo lo que tengo a mi
alcance. Busco desesperado un espejo por la habitación, no encuentro
ninguno, así que hago lo único que se me ocurre hacer. La agarro fuerte del
brazo y tiro de ella. No protesta por el dolor, solo me sigue sumisa.
Creo que piensa que he perdido la cabeza, y si yo no viera esos
mechones con mis propios ojos pensaría que lo estoy soñando. La llevo al
baño y la coloco delante de mí, frente al espejo. Su expresión cambia de la
sorpresa al miedo y los ojos se le llenan de lágrimas.
—Adhair, por favor, deja que te explique. No es lo que parece, te lo
juro.
Mi corazón quiere creerla, es más fácil pensar que todo tiene una
explicación a que todo es mentira, sin embargo, mi cabeza es diferente, más
fría, y es la que tiene que dominar la situación para que yo no me
desmorone.
—Dime, Tiara, ¿qué querías conseguir? ¿Era robarme de nuevo o quizás
algo más ambicioso como conseguir que me enamore de ti para que te haga
reina?
—Te juro que nunca haría nada así, tienes que escucharme.
Intenta girarse para mirarme, pero no se lo permito; no podría soportar
esos ojos que tanto me gustan.
—Seguro que todo lo que me has contado es mentira, para que me
ablandara y llegar hasta mí. Eso de que te intentaron violar, tu odio hacia
los lanu, todo es mentira, incluso esa cicatriz. Pues quiero que sepas que por
la pena entra la peste, y que tu artimaña no te ha funcionado.
—¡¿Cómo voy a fingir esto?! —Señala, incrédula, la cicatriz. El dolor
en su rostro ha dejado paso a la rabia.
Como tengo que terminar esto cuanto antes y que desaparezca, suelto lo
único que sé que hará que se vaya y me abandone. Podría encerrarla,
juzgarla o incluso matarla, pero no tengo fuerzas para eso porque yo sí que
siento algo por ella.
—Da igual, si has pensado que podrías tener algo conmigo estás muy
equivocada, nunca estaría con alguien como tú, mírate y mírame, solo eres
un monstruo desfigurado.
Noto el momento exacto en el que el puñal de mis palabras la atraviesa,
pero no voy a recular, aunque me vaya la vida en ello.
—Voy a irme, y cuando vuelva no quiero ver tu horrible rostro en mi
castillo, de lo contrario, haré que te detengan y desearás estar muerta.
Su cara, que es lo último que veo, está tan pálida que da miedo, quiero
volver para gritarle que olvide todo lo que le he dicho, pero no lo hago,
necesito alejarme de ella, olvidarla. Aunque sé que moriré antes de que eso
ocurra.
No puedo quedarme en palacio, no quiero cruzarme con nadie ni
tampoco hablar de lo que me ocurre. Decido que lo mejor será alejarme;
evito el jardín, que es donde mi madre me estará esperando para desayunar.
Cojo una botella de mi despacho y me dirijo a buscar a Brisa.
—¿No vas a desayunar?
«¡Oh mierda! Pensé que lo había logrado, pero Adam parece estar
siempre en todos los lugares».
—No, hoy he decidido pasar a algo más fuerte —le contesto, girándome
para enseñarle lo que llevo.
—¿En serio? ¿Pensabas irte a beber sin mí?
Estoy convencido de que a estas horas no es lo que más le apetece, pero
es lo que hacen los mejores amigos: seguirte en tus mayores locuras.
—Pues, si quieres, vámonos, necesito salir de aquí cuanto antes.
Solo asiente y me sigue, no sé dónde estará Aboe ni qué hacía por aquí;
aunque en principio deseaba estar solo, creo que me vendrá bien hablar con
él.
Cogemos las monturas y salimos disparados hacia ningún lugar en
concreto, solo quiero alejarme de aquella que pensé que había conseguido
hacer latir a mi corazón sin vida. Nos alejamos bastante de palacio y
llegamos a un claro que no está habitado, el sitio perfecto para estar solos.
Dejamos a Brisa y su compañera bebiendo en un arroyo y nos sentamos
bajo la sombra de un árbol.
Sin mediar palabra, abro la botella y le pego un buen trago, como si el
brebaje que contiene pudiera alejar la rabia y el dolor que siento en mi
pecho. Se la paso a mi amigo, que espera pacientemente a que sea yo el que
empiece. Y, como si lo que tuviera en mi interior fuera una bola de fuego
que me quemara, lo suelto.
—Me ha engañado. —Mis palabras destilan veneno.
Me mira, levantando las cejas, como si me dijera que necesita algo más
de información, por lo que continúo.
—Tiara es una lanu. Anoche la pasamos juntos y pensé…
Duele mucho decirlo, pero me toca el hombro para infundirme el ánimo
que necesito.
—Pensé que por fin había encontrado a la mujer que mi madre me dijo
tantas veces que movería todo mi aire y me postraría a sus pies.
—¿Te refieres a que te has enamorado de ella? —Es la primera vez que
habla, no me juzga, sé que solo intenta entenderme mejor.
—Sí, no, no lo sé, Adam. Esta mañana desperté con ella en mis brazos,
y todo lo que ayer era pelo blanco hoy estaba lleno de mechones morados.
Quizás era un tinte, o un truco, ya que ahora sé que tiene poder.
Mueve la cabeza, como si le pareciera increíble lo que le estoy
contando, y la verdad es que, si yo no lo hubiera visto con mis propios ojos,
también pensaría que eso no es posible.
—Vale, pongamos que es una lanu, que me parece algo realmente
increíble. El tiempo que hemos pasado con ellas no me ha dado para nada
esa impresión. ¿Por qué piensas que te ha engañado? ¿Por el color de su
cabello?
—No lo entiendes, Adam, no es por su pelo. Nos ha vendido toda una
vida llena de sufrimientos, de peligros en la que han tenido que sobrevivir a
duras penas. En las que su única familia era ellas mismas. Para ablandarme,
para que me enamorara de ella y la convirtiera en reina. Y de esa forma
tener acceso a todo el poder.
Adam parece meditar todo lo que le cuento antes de contestar, con todo
el enfado que tengo ahora mismo no es tonto y sabe que debe cuidar sus
palabras.
—No sé, Adhair, no es lo que nos hayan contado, es que tienen una
fama que las precede, todo el mundo conoce a la temida cazarrecompensas
Tiara. He visto cómo cuida a Aboe, no creo que eso se pueda fingir.
—Todo se puede fingir, te recuerdo que, aparte de lo de las
recompensas, también son timadoras que engatusan a hombres para
drogarlos y robarles, lo he vivido en mis propias carnes. Y si son capaces de
eso, ¿qué no harían por conseguir la corona de Airus?
—Creo que ni tú mismo te crees lo que dices, Adhair, te lo digo porque
para mí eres como un hermano. ¿Dónde está ella ahora?
Vuelvo a beber, esto es demasiado doloroso sin alcohol en mi cuerpo.
—Le dije que cuando volviera no la quería ver en palacio o la detendría
y sería su fin.
Las palabras que suelto queman mi lengua cuando las pronuncio, quiero
que se aleje de mí, pero a la vez es como si arrancara parte de mi alma al
hacerlo.
—Debemos hablar con Aboe, estoy convencido de que esto tiene una
explicación, confío en ella y sé que, cuando descubramos la verdad, te vas a
sentir como un gran imbécil por alejar de ti a la mujer que amas.
—¿Y si ella también ha huido al verse descubiertas?
—Creo que no será así, pero, si lo es, recorrería los reinos buscándola.
Yo la amo, Adhair, hace poco que la conozco, pero sé que es la mujer con la
que quiero compartir el resto de mi vida.
Pienso en lo que me dice, quizás tenga razón, o lo mismo Aboe también
está fingiendo, pero si no lo intento descubrir tampoco me lo perdonaré
nunca. Si todas mis sospechas se confirman, solo me quedará aceptar que la
vida es injusta, da igual que seas un fehér, un lanu o un príncipe.
Capítulo 25
 
Tiara
Cuando Adhair se ha marchado, sus palabras siguen abrasándome el
alma. Me miro en el espejo y sigo sin entender qué es lo que ha sucedido,
casi todo mi cabello es del color de mis ojos. Cree que le he mentido, que
soy una lanu, pero no lo soy y nunca lo seré.
Todo iba bien, lo que sucedió anoche entre nosotros ha sido el momento
más especial que he vivido, sentí por primera vez en mi vida que merecía
algo más, alguien a quien amar, a quien cuidar y un hogar donde podría ser
feliz. Nada más lejos de la realidad, nací con la mala estrella y para mí no
hay nada bueno esperándome.
El odio con el que me ha mirado duele más que los golpes recibidos en
la batalla, tengo un nudo en la garganta y un dolor en el pecho que apenas
me deja respirar. Estoy llorando, cosa que nunca hago, ni cuando he
recibido heridas que parecían mortales, pero, al parecer, las heridas del alma
son mucho peores.
Tengo una mezcla de dolor y rabia que fluye en mí, me ha dicho que le
he engañado, que quiero su corona y su poder, o algo así, ni siquiera
recuerdo las palabras exactas; lo he vivido todo como si fuera un mal sueño
que al despertar cuesta recordar.
No me ha dejado explicarle que no quiero eso que insinúa, solo a él.
Tampoco le podría contar algo que ni yo misma sé, pero podría haberle
narrado lo que me pasó en el Camino, esos cambios que estaban surgiendo
en mí, sin embargo, no ha querido escucharme, y aunque me parta en dos
tengo que irme. Ese pensamiento me roba un gemido de dolor y me muerdo
el labio para intentar mitigarlo.
Debería ducharme, pero no soporto la idea de no sentirlo sobre mi piel,
así que me dirijo a la habitación a buscar mi ropa, debo huir cuanto antes; si
vuelve me dará caza, y es posible que me condene a muerte, que en el fondo
no me parece tan mala idea. Cojo la bolsa que llevaba Aboe el día que
vinimos.
Quizás puede hablar con el obxilón para que me diga qué es lo que me
ocurre, quizás en algún momento se lo pueda explicar a Adhair, ahora
mismo ni yo sé qué es lo que me sucede. Me cubro con la capa, no quiero
que nadie vea mi cambio y un pensamiento llega a mí.
Corro a la piedra donde escondí el anillo, debo devolverlo a su dueña,
esa mujer solo ha sabido darme amor y cariño desde que la conocí, y su
historia, de alguna manera, me recuerda a la mía; nunca podré estar con el
hombre al que amo.
Solo espero no encontrarme con Aboe, sé que quiere a Adam y que si
me ve irme querrá venir conmigo porque eso hace la familia, pero yo no
quiero eso para ella, solo deseo que sea feliz, que forme una familia y que
huya de todo el dolor y la mala vida que llevamos. No me perdonará que
me vaya de esta manera, pero, a veces, hacer lo correcto duele.
Quizás algún día encuentre las fuerzas necesarias para escribirle, seguro
que Adam le regala un papyro completo y no solo una hoja, como la que
tenemos algunos afortunados fuera de la corte; puede que dentro de algunas
vueltas al sol pueda volver a verla y a sus hijos, estoy segura de que tendrá
un montón de niños, le encantan. Con los mismo que llegué me encamino al
lugar donde creo que estará la reina, en el jardín, solo espero que no esté
con el príncipe, odiaría que me intente detener delante de ella.
Me acerco despacio y veo que está sentada de espaldas a la puerta de
cristal, pero, como si notara mi presencia, se gira para mirarme y me sonríe.
—Pensé que hoy ya tendría que desayunar sola. —Me dedica la más
radiante sonrisa y, aunque me cueste horrores, se la devuelvo—. Ven, mi
niña, acércate.
Y yo, obediente, lo hago porque siento que es lo correcto, tomo el
asiento que me ofrece a su lado y se gira para poder mirarme a la cara.
Anamara no es de las que se anda con florituras y, sin pedirme permiso o al
menos disimular primero con un poco de cháchara, me baja la capucha.
Espero su reacción asustada, si es algo parecido a lo de su hijo no sé si
lo podré soportar.
—Vaya, vaya, si ya sabía yo que eras especial.
La miro como si no entendiera nada antes de contestar.
—No lo soy, Anamara, no nací así, te lo juro, pero Adhair no quiere
creerme. —No sé por qué le cuento eso, quizás porque lo necesito o porque
ella es un ser que hace que quieras sincerarte.
Acaricia mi cara, retirando el rastro de las lágrimas derramadas.
—Te diré algo, Tiara, los hombres muchas veces son unos auténticos
capullos, y por mucho que ame a mi hijo soy consciente de que también lo
es.
Esta mujer es increíble, me encantaría poder pedir, si volviera a nacer,
tener una madre como ella.
—Es mi culpa, debí contarle la verdad desde el principio, pero tenía
miedo. Nunca he confiado en nadie que no fuera Aboe, los seres no son
buenos, la mayoría te harían daño si con eso sacaran algo beneficioso, o
incluso solo por diversión.
Toma mis manos entre las suyas.
—¿Por qué no me lo cuentas a mí? Estoy deseando saberlo, te aseguro
que soy mejor oyente que Adhair.
Después de lo sucedido hoy no es que tenga mucho que perder, además,
necesito que alguien sepa la verdad, aunque no sea su hijo.
—Lo que te dije de que nos criamos en una casa de acogida es verdad,
lo único es que según fui creciendo me salió un mechón de color en mi
pelo. Al principio, Aboe y yo lo veíamos como algo alucinante, como si
fuera especial de alguna manera. Nunca habíamos visto a nadie igual. Lo
manteníamos en secreto, como si fuera algo importante, quizás cuando
creciera me dijeran que era una princesa o algo así, ya ves tú que tontería,
pero solo éramos niñas.
»Un día escuchamos a la nana que nos cuidaba hablar con un hombre
que venía a adoptar contando que los que nacían con un mechón eran slaves
y debían ser denunciados inmediatamente para ser llevados a la capital. Ese
día ambas entendimos que eso que me ocurría no era algo especial, sino una
maldición.
»Nos prometimos mantenernos juntas y huir, yo protegería a mi amiga
con mi vida y ella no dejaría que me convirtieran en una esclava. Todo lo
demás que te hemos contado es la verdad, hemos luchado mucho por salir
adelante, y no siempre de la manera más legal.
Anamara me deja hablar mientras acaricia mis manos, infundiéndome
fuerza y cariño. No hay juicio en su mirada, solo una gran comprensión, por
lo que no puedo evitar seguir contándole el día que sucedió lo del igrim en
el Camino y cómo la tierra me protegió, la idea de contactar con el obxilón
y hasta el momento que fuimos capturadas por la trampa de Adhair y
Adam.
—La noche que llegó tan borracho e intentó besarme, no sé cómo
ocurrió, pero aparecieron ramas de su terraza y le hicieron caer, no entiendo
por qué sucede, pero es como si estuviera conectada con mi elemento de
nacimiento, la tierra. No entiendo nada, y para colmo hoy desperté así. No
es mi culpa, yo no lo elegí, Anamara, y ahora no hay nada que pueda hacer.
—Claro que sí, mi niña, Adhair te escuchará, si en algo tengo fe es que
todo se puede arreglar si hay amor.
La tristeza me inunda porque esta buena mujer piensa que su hijo me
ama, nada más lejos de la realidad. No es que quiera llevarle la contraría o
que no desee que la historia fuera diferente, pero no es mi caso.
—No me ama, ni te imaginas la furia en su mirada, cómo me ha echado
en cara que yo lo he querido por su poder, por su reino. Te juro que no es
cierto, nunca he tenido nada ni tampoco me importa lo material. El día que
me vaya de este mundo, lo haré sin nada.
—No he hablado con él, pero conozco a mi hijo y sin duda te diré que sí
que te quiere, nunca, jamás en la vida, ha mirado a nadie como lo hace
contigo, ni ha traído a una mujer a esta casa. Solo es un cabezón que
necesita un poco de tiempo para enfriar ese carácter igrim que le pierde.
Me encantaría creerla, ojalá todo fuera verdad porque yo sí que siento
algo muy profundo hacia su hijo, pero la realidad es otra y es tiempo de
marcharme, hace demasiado que me he sentado aquí a contar mis miserias,
podría volver en cualquier momento y me dolería más ver su odio a que me
detuvieran y ejecutaran.
—Quizás en otra vida, Anamara. Tengo algo para ti. No quiero que me
odies, no fue hasta ya estar aquí que supe lo importante que era.
Saco el anillo y se lo entrego, esperando que alguna vez pueda
perdonarme; me mataría que, ahora que sabe que lo robé, me odie por eso.
—Este anillo debería ser tuyo por derecho, se lo entregué a mi hijo para
que un día se lo diera a la mujer que amara, y parece cosa del destino que
fueras tú la que lo cogiera, ¿no crees?
—No, no lo creo, él nunca me podrá amar, odia lo que soy y lo que cree
que le he ocultado, ahora debo de irme. Solo quiero que sepas que eres una
gran mujer y madre, ojalá hubiera tenido a una como tú.
Me levanto para irme, pero ella me atrapa entre sus brazos y yo se lo
devuelvo, el amor que desprende consigue calentar mi corazón ahora
helado.
—Quiero que sepas que no eres un monstruo raro, el que era y siempre
será el amor de mi vida era como tú, nació con un mechón de color, pero
siempre lo ocultaba por el mismo motivo que has hecho tú. Él siempre
pensó que no me di cuenta, y lamento no haberlo hablado con él antes.
Puedes irte, pero sé que el amor todo lo puede y volverás a estar con mi
hijo, un amor como el vuestro no se puede romper.
Su confesión hace que me piquen de nuevo los ojos, me encantaría que
todo fuera posible, pero no es así. Me separo despacio y la miro una vez
más mientras me dedica la sonrisa más bonita del mundo.
—En esta ocasión el amor no todo lo puede. No te olvidaré.
Y, sin mirar atrás, corro, debo cruzar cuanto antes a otro de los reinos,
de lo contrario, nunca me podré ir, duele demasiado dejar a Aboe, la única
familia que he conocido, y a Adhair y Anamara, que son la familia que me
habría gustado tener.
Capítulo 26
 
Adhair
La vuelta a casa se me hace eterna, estoy ansioso por hablar con la
amiga de Tiara. Creo que, porque por mucho que diga lo contrario, me
encantaría que todo fuera un malentendido y todo lo que he me ha hecho
sentir sea real. Adam tiene más fe que yo en que todo se trata de un error.
Cuando llegamos a su casa, nos dice su madre que Aboe está con la
reina en palacio. Cómo no, a mí madre le encanta tener a estas dos mujeres
en casa, como si fueran las hijas que nunca tuvo. Creo que, sobre todo, es
por su carácter rebelde, le deben recordar a cuando ella era más joven.
Cuando descubra lo de Tiara se le partirá el corazón como a mí, estoy
convencido.
—Tu madre debe estar ya preparando la boda doble, le gustan
demasiado —bromea mi amigo camino de mi casa.
—Si fuera por ella ya estaríamos casados, eso seguro.
Por más que lo intento no me la saco de la cabeza, desde el momento
que la vi en aquella taberna, esos ojos morados creo que me hechizaron. Es
incomprensible, pero cuando estoy entrando en palacio me aterra el no ver a
Tiara de nuevo allí, yo la he echado y, si al final todo tiene una explicación,
no me lo podré perdonar.
Vamos directos al jardín, donde mi madre está acompañada de Aboe, a
la cual tiene entre sus brazos mientras llora desconsolada, y sé que es por
mi culpa, le he arrancado la única familia que ha conocido. Cuando oye que
nos acercamos, levanta la cabeza y me dedica una mirada dura.
—Madre —la saludo.
—¡¿Cómo has podido?! —me grita Aboe entre sollozos—. Ella te lo
quería explicar, ahora está sola y a saber dónde, si le pasa algo te juro que,
por muy príncipe que seas, te desollaré.
Voy a protestar porque realmente las únicas que no han hecho otra cosa
más que mentirme desde que han llegado han sido ellas, pero mi madre no
me lo permite. Anamara no es de las que quieras enfadar.
—Adhair, siéntate ahora.
Me gustaría protestar, pero lo hago, tengo la mente tan cargada que lo
último que me apetece ahora mismo es discutir con ella.
—¿Has perdido la cabeza? —me acusa.
—No he perdido nada, me ha mentido, las dos lo han hecho, desde que
las he conocido, haciéndose pasar por pobres fehérs que han tenido una vida
dura. ¿Todo para qué? Para que nos compadezcamos de ellas y me enamore,
para que la convierta en mi esposa y sea la reina de Airus. Es vergonzoso, y
parece mentira que tú las apoyes.
No me espero lo que ocurre a continuación, Aboe se levanta como un
rayo y me abofetea con todas sus ganas.
—¡¿Cómo te atreves a hablar así de Tiara?! —me grita Aboe, con
lágrimas en los ojos—. Ella es buena y no se merece que la trates así.
Me froto la mejilla dolorida sin saber qué decir. Nunca antes nadie me
había abofeteado de esa manera.
—Lo siento, Aboe, no quería ofenderte. Pero necesito saber la verdad,
necesito hablar con Tiara y aclarar las cosas —me disculpo, tratando de
calmar la situación.
Eso parece que la tranquiliza un poco, mi madre empieza a relatarme lo
que Tiara le ha dicho desde el principio y Aboe la ayuda con los detalles.
Tiara nació con el mechón de los slave, de aquellos que mi padre encierra
en las minas y que son tan temidos. Nunca entendí por qué, no tienen
poderes, o al menos muy básicos.
Como escondieron ese detalle para que Tiara no fuera esclavizada, Aboe
me explica que ella prefería morir a vivir de esa manera. También del día
que cruzaron el Camino y la atacó el igrim y cómo la tierra se abrió para
protegerla, cómo curó sus heridas y salió por fuera del Camino.
Que estaba asustada por todo aquello, ya que nunca había presenciado
ni un ápice de magia en ella; cómo habían acudido a un obxilón para que las
ayudara y que luego las capturamos, por lo que no sabían nada más. Que
hasta el momento que nos hemos acostado, anoche ella solo tenía un
mechón de color morado que siempre teñía. Eso me hace pensar que la
conexión entre nosotros ha tenido algo que ver.
Podría no creer su historia, pero algo me dice que es cierto, antes ella
me quiso explicar, sin embargo, yo no la dejé y la eche de mi lado. Siempre
he presumido de que me daba igual si los seres eran fehérs o lanus, y la he
despreciado sin pensar en sus sentimientos.
Yo no soy así, seguro que ha sido el miedo a enfrentarme a mis
sentimientos y en que es la primera vez en mi vida que me he enamorado de
alguien. Debo buscarla, pedirle perdón y rogarle que vuelva conmigo. Debe
estar muy asustada por haberse levantado con el pelo así, con unos poderes
nuevos que nadie le ha enseñado a utilizar, ya que nunca antes los tuvo.
Estoy pensando todo eso cuando mi madre llama mi atención.
—Mira lo que me trajo.
Saca la mano, que hasta ese momento tenía oculta, para enseñarme el
anillo, el que perteneció a mi madre y después me lo ofreció para que se lo
regalara a la mujer que amara. Siempre lo ha tenido y, sabiendo lo
importante que era para Anamara, se lo ha devuelto. Otro lo habría vendido
porque tiene un gran valor, tanto sentimental como monetario. No me cabía
ninguna duda respecto a ella, pero después de esto me siento el lanu más
estúpido de Etherum.
—¡Oh, no, he sido un capullo! No me perdonará —me lamento.
—Claro que lo hará, ve a por ella, dile que la quieres y convéncela de
que vuelva, este es su hogar y este anillo le pertenece por derecho.
—Aboe, tú eres la persona que más la conoce en esta vida, ¿dónde
puede estar? Necesito encontrarla.
—Seguro que en el bosque, si no ha pagado ya a algún lanu para que le
abra una brecha y cruzar de reino, o quizás ya no le haga falta si tiene
poderes. No lo sé, pero vamos, te acompaño.
—Ni hablar, tú te quedas con mi madre y con Adam, id pensando en los
detalles porque si me acepta pienso convertirla en mi banja.
Todos sonríen y me abrazan antes de partir, lo he dicho muy
convencido, pero mi corazón no está seguro de que ella me vaya a perdonar.
Si sé algo es que Tiara es una mujer fuerte que ha tenido que luchar siempre
por sobrevivir y yo le he hecho daño. Solo puedo ver la imagen de esta
mañana frente al espejo y rezo a todos los elementos para que se apiade de
mí y me acepte. Creo que no podría vivir sin ella.
Corro hacia los bosques, ni siquiera paso a recoger mi montura, no
quiero perder tiempo, necesito encontrarla cuanto antes. Está a punto de
salir la primera luna, no he sido consciente de lo rápido que han pasado las
horas desde la última vez que la vi. Quizás no la encuentre, podría estar en
cualquiera de los reinos de mis hermanos, pero, si es necesario, los
recorreré todos hasta hallarla.
Me adentro en la espesura del bosque y me maldigo por no haber traído
algo de luz, mi poder es el aire y de poco sirve para alumbrar, pero la
encontraré cueste lo que cueste. Hago lo único que se me ocurre, y es
llamarla a gritos, aunque quizás piense que vengo a capturarla y corra para
alejarse. Sigo llamándola sin dejar de mirar a la fina capa que me separa del
Camino, ando durante mucho tiempo, gritando su nombre desesperado, no
quiero cruzar hasta asegurarme de que no está en los bosques.
Un grito desgarrador me alerta y me hace girarme hacia el Camino, veo
todo desde la barrera transparente. La que grita es la mujer que amo, Tiara
está luchando con un igrim, el cual le asesta un golpe con sus enormes
garras en la garganta, por la que empieza a sangrar, y cae desplomada antes
de que pueda abrir la brecha para salvarla.
Capítulo 27
 
Tiara
Una vez que me alejo de palacio, me siento tan vacía que no sé a dónde
dirigirme. Nunca he tenido un hogar, y ahora me siento muerta sin Adhair,
sin Aboe, sin Anamara e incluso sin el capullo de Adam. ¿Dónde va quien
ya no tiene nada? Ahora comprendo que antes no vivía, solo sobrevivía por
mí, por mi amiga. Ahora me dan ganas de entregarme al rey para que me
encierre en las minas y terminar allí mis tristes jornadas.
Al final decido adentrarme en el bosque, allí podré estar segura al
menos hasta que decida qué es lo que quiero hacer con mi vida. Busco un
sitio apartado, pero cerca del Camino, para apoyarme en un árbol, y saco de
mi bolsa la hoja de papyro. Quizás el obxilón pueda ayudarme a saber qué
es lo que me está ocurriendo, a lo mejor ha descubierto que han existido
más como yo. Si ha conseguido esa información y habla con Adhair, quizás
me crea y me perdone.
Abro el papyro y le escribo.
«Xylon, no sé si recibiste mi último mensaje, ya no estoy en el palacio
de Airus, pero me ha ocurrido algo que no te puedo escribir por aquí, te
necesito. Ahora mismo no cuento con nadie más, por favor, dime algo,
acudiré donde me digas. Espero tu respuesta, Tiara».
Me quedo mirando el papyro como si de esa forma fuera a contestarme
más rápido. No sé el tiempo que me quedo perdida en mis pensamientos,
pero en algún momento me quedo dormida apoyada contra el árbol. Las
emociones y nervios del día me han dejado agotada.
Sueño con momentos en los que he sido feliz, y eso hace que no quiera
despertar, pero un ruido me trae de vuelta. Mi instinto de supervivencia
hace que me ponga en alerta de inmediato, buscando el causante. Miro en
todas las direcciones y no veo nada, quizás ha sido algún animal, no es algo
raro en los bosques, y yo es que soy bastante precavida.
Cojo la hoja de papyro, que se me ha caído, y veo que no he obtenido
respuesta. Lo entiendo, los obxilón suelen ser seres muy ocupados. Debo
cruzar a Terrae, buscar algún sitio para comer algo e intentar dormir
caliente. No puedo evitar mirar hacia atrás, como si todo mi ser esperara
que él viniera a buscarme, pero eso no va a suceder.
Decido ponerme en marcha, debo buscar un lanu para que me abra la
brecha; en teoría, con los mechones que tengo ahora mismo, debería ser
capaz de hacerlo, pero como nunca en mi vida he tenido poderes no tengo
ni la más remota idea de cómo se hace. Me pongo a caminar cerca del
Camino, es posible que encuentre a mi amigo Ragar abriendo alguna para
sacar dinero y así yo puedo devolverle el inmenso favor que me hizo al
dejarme a merced de un monstruo para que me comiera.
Un ruido vuelve a sonar, esta vez detrás de mí y me giro cuando veo
algo que me sorprende y a la vez me aterra. Veo unos igrim dentro
destrozando a algún tipo de animal más pequeño.
Me acerco y noto que puedo pasar, como si no hubiera una brecha. Si lo
que estoy viendo es real y no es producto de mi mente, que se está
volviendo loca, esto es un gran problema: ese muro es lo único que
mantiene a los monstruos lejos de los habitantes de Etherum. Si este
desapareciera o se fracturara, esas bestias hambrientas de carne y sangre
terminarían con todos los seres de los reinos. Quizás debería volver y avisar
a Adhair, todos estamos en peligro.
Barajo mis opciones, dada la despedida que hemos tenido no creo que
sea muy bien recibida, y, aunque lo hiciera, por qué me iba a creer si ni
siquiera me ha dejado explicarme. Por otro lado, podría ir al reino de Terrae
e informar al príncipe de allí, que a lo mejor cree que estoy loca porque lo
mismo en su lado no está como aquí.
Sigo pensando en qué es lo mejor mientras me acerco para verlo más de
cerca, intento no hacer ruido. Estoy muy cerca cuando mi pie queda
atrapado en una raíz que sobresale del suelo y me hace caer hacia delante.
El golpe ha sido fuerte, mis manos y rodillas pueden dar fe de ello, se
han llevado lo peor al intentar parar la caída y no darme en la cara. Tardo un
poco en recuperarme y, cuando lo hago, pienso que lo mejor hubiera sido
golpearme la cabeza y quedarme inconsciente. Estoy dentro del Camino, la
brecha es real y grande. Es cuestión de tiempo que los depredadores sepan
que pueden danzar a sus anchas y pegarse el festín de sus vidas.
Esto es algo muy malo y he dejado a los seres que quiero desprotegidos
al no saberlo. Debo volver enseguida y contarles todo lo que ocurre, y si
Adhair no me quiere escuchar le golpearé si es necesario para que lo haga.
Pienso en Aboe, mi hermana, y en lo que podría sucederle, y me pongo a
sudar frío.
Ojalá eso fuera todo, pero parece que ahora es el menor de mis
problemas porque tengo a los dos igrims que había visto matar a un animal
acercándose a mí. Han detectado que aquí hay algo más de carnaza para
satisfacer su apetito. La baba resbala por sus fauces llenas de dientes
mientras caminan en mi dirección.
Me levanto como puedo para intentar huir, si enfrentarme a uno casi me
quitó la vida, con dos seguro que estoy perdida. Debo volver a cruzar, me
giro para hacerlo, pero por este lado la pared es sólida.
—¡Mierda, mierda, y más mierda! —grito desesperada.
Al menos sé que no podrán cruzar ellos tampoco si muero, pero si los
que amo sobreviven, me daré por satisfecha. Es momento de jugar y
enfrentarme a mi destino. Son grandes, lo que no hace que sean más lentos;
decido quitarme de la pared, ya que al no tener salida pueden atraparme
más fácilmente.
Antes de que los igrims se acerquen más, busco en mi bolsa si tengo
algo que pueda utilizar como arma. Encuentro el puñal con que el que
ataqué a Adhair la noche que le conocí y me atrapó en palacio. Lo saco, no
es gran cosa, pero es mejor que nada. Los igrims están a pocos metros de mí
y empiezo a moverme hacia un lado para intentar que se choquen entre ellos
y puedan herirse. Mientras me muevo, trato de pensar en alguna estrategia
que pueda ayudarme a sobrevivir.
Uno de los igrim se abalanza sobre mí y trato de clavarle el puñal en la
garganta, pero me esquiva y me agarra por la cintura con una fuerza
sobrenatural. Grito de dolor y miedo, sintiendo cómo me aprieta cada vez
más fuerte. Intento zafarme, pero no puedo. El otro igrim se acerca y veo
cómo abre sus fauces para morderme.
En ese momento, algo increíble sucede. Siento cómo algo se mueve en
mi interior, algo que nunca había sentido. Una energía nueva y poderosa
recorre mi cuerpo y, sin saber cómo, logro empujar al igrim que me tiene
agarrada. Del mismo suelo salen ramas que trepan por las piernas del
monstruo y lo lanzan volando varios metros y cae al suelo con un golpe
seco. El otro igrim retrocede unos pasos, desconcertado.
Me doy cuenta de que soy yo quien ha provocado esa energía, una
fuerza que me ha permitido defenderme. El puñal sigue en mi mano, pero
siento que ya no lo necesito. Me concentro en esa fuerza interior, intentando
comprenderla. No sé de dónde ha salido, ni cómo la he despertado, solo que
me siento poderosa y libre.
El igrim se lanza de nuevo hacia mí, pero esta vez lo veo venir y, con un
gesto de mi mano, la tierra que me obedece lo lanza hacia atrás. El igrim
cae al suelo y se retuerce, intentando levantarse. Corro hacia él y con un
golpe certero lo mato. O al menos eso pienso yo.
Me siento sobre la misma tierra que me ha ayudado a sobrevivir a los
monstruos. Estoy atónita, no sé lo que ha pasado. Siento que algo en mi
interior ha cambiado y no sé si es para bien o para mal. Me quedo unos
minutos más en el Camino, intentando asimilar lo ocurrido. Debo volver al
reino de Airus y contarles lo que he visto y vivido. Sé que puede ser
peligroso, sin embargo, es mi responsabilidad advertirles del peligro que se
cierne sobre ellos. Y ahora, con este nuevo poder, quizás tenga la
oportunidad de hacer algo al respecto.
El igrim que creía muerto se levanta rápidamente y con un golpe certero
de su garra raja parte mi cuello. Pongo mis manos, cubiertas de tierra, sobre
la herida, tratando de parar mi muerte. La sangre mana de mí caliente, no
duele, solo siento pena porque sé que es mi final, que nunca más veré a la
que considero mi hermana, al lanu del que me he enamorado por primera
vez en mi vida y a su madre, que me ha hecho sentir que yo también podría
tener una.
Solo siento amor cuando mi cuerpo cae perdiendo la vida y tiñendo la
tierra con mi sangre.
Capítulo 28
 
Adhair
Saco mi espada, como si pudiera hacer algo por salvarla, y lanzo todo
mi poder para traspasar la brecha del muro. El grito salvaje que mana de mi
garganta es de dolor y rabia, también de deseos de derramar su sangre.
Solo un igrim está junto al cuerpo inerte de Tiara, el otro yace varios
metros más allá, desconozco si vivo o muerto, pero si no lo está pienso
remediarlo en cuanto termine con el que ha matado el amor de mi vida. El
monstruo parece sorprendido por mi aparición, o quizás por mi grito, ya se
estaba agachando para devorar la suave piel de mi mujer. No tengo piedad y
me lanzo espada en mano contra él.
De la primera estocada corto un trozo de su brazo antes de que pueda
siquiera moverse, pero es solo un rasguño para él. El igrim se lanza contra
mí con una velocidad impresionante y tengo que rodar por el suelo para
esquivarlo. Me levanto rápidamente y vuelvo a atacar, pero el monstruo es
esquivo y me cuesta alcanzarlo. Es mucho más fuerte y rápido de lo que
había imaginado.
Sin embargo, la ira y el dolor me dan fuerzas y logro golpearlo varias
veces, cortando sus brazos y piernas y provocando que sangre verde salga
de su cuerpo. El igrim parece enojado y me lanza un zarpazo que casi me
corta en dos, pero logro esquivarlo por poco y contraatacar con un golpe
certero que le corta la cabeza. El monstruo cae al suelo y muere, dejando un
charco de sangre a su alrededor que se mezcla con la de mi mujer.
Respiro agitado y me acerco al cuerpo de Tiara, que yace inmóvil en el
suelo. La sangre ha empapado su ropa y su pelo, y parece que no hay vida
en su rostro. Me arrodillo a su lado y tomo su mano fría entre las mías.
—No, no puede ser... —murmuro, sin querer creer lo que veo.
Intento sentir su pulso, pero no lo encuentro. Su corazón ha dejado de
latir. Me siento impotente y desesperado, sin saber qué hacer. La mujer que
más amaba en el mundo ha sido arrebatada de mi lado, y nada puede
devolverla a la vida.
Lloro amargamente sobre su cuerpo, sin importarme que estoy en medio
del Camino y que cualquier monstruo puede encontrarme en este estado.
Solo importa Tiara, la mujer que me hizo conocer el amor y que ahora ha
sido arrancada de mi vida.
Después de un rato, logro calmarme un poco y levanto su cuerpo. No
puedo dejarla aquí, expuesta a los peligros del Camino. La llevo en mis
brazos, sosteniéndola con ternura, como si todavía estuviera viva, y
empiezo a caminar hacia el reino de Airus.
No sé cómo voy a explicar lo ocurrido ni cómo voy a vivir sin ella. Solo
sé que haré todo lo posible por vengar su muerte y que nunca olvidaré el
amor que compartimos. Le daré digna sepultura.
Camino desolado hacia casa, debo comunicarle a Aboe lo sucedido, no
creo que me perdone nunca; es más, no creo que yo mismo lo haga. Si no la
hubiera echado esta mañana ahora estaría viva, solo tenía que haberla
escuchado; he sido un necio. Me doy cuenta de que mi corazón está lleno de
culpa y arrepentimiento. Si hubiera escuchado a Tiara, si no hubiera sido
tan terco y egoísta, quizás ella estaría aún viva. Pero ya no hay vuelta atrás,
solo puedo seguir adelante y tratar de hacer lo correcto a partir de ahora.
Finalmente, llego al reino de Airus con Tiara todavía en mis brazos. La
noticia de su muerte se extiende rápidamente, y puedo sentir la tristeza y el
dolor de los que la conocían. Aboe me recibe con un gesto sombrío, sin
decir nada. No necesitamos palabras para saber lo que el otro está
pensando. Ambos estamos destrozados por la pérdida.
Preparamos una ceremonia funeraria para ella, en la que todos pueden
despedirse de ella y honrar su memoria. Lloramos juntos y compartimos
nuestro dolor, encontrando consuelo en el apoyo mutuo. Aboe ha dicho que
no pongamos ataúd, que dejemos que su cuerpo se funda con su elemento
de nacimiento.
Caigo postrado de rodillas sobre la arena recién colocada sobre ella. Mi
madre acaricia mi hombro antes de marcharse, sé que más tarde
hablaremos; ahora mismo solo quiero llorar por lo que nunca podré tener.
En algún momento de la ceremonia, Adam se ha tenido que llevar a Aboe
porque le ha dado un ataque de nervios; cómo no entenderlo si era su
hermana, su única familia. Lo único que me consuela es que parece que mi
amigo y ella se han enamorado y formarán la suya propia.
Yo, por el contrario, no creo que en mi vida pueda volver a amar a
nadie. No sé las horas que sigo sobre su tumba, destrozado, ya no tengo ni
lágrimas. El tercer sol se marcha y da paso a la primera luna, dejándome en
la oscuridad más absoluta.
En algún momento me quedo dormido, el cansancio ha ganado la
batalla, y sueño con ella. Con todo lo que le diría si estuviera viva, le
pediría perdón hasta quedarme afónico con tal de que tuviéramos una
oportunidad.
Siento algo debajo de mi cuerpo que me empuja, creo que sigo soñando,
por lo que lo ignoro; quiero seguir dentro de esta fantasía que me da algo de
paz, sin embargo, lo que quiera que sea no tiene el mismo propósito. Al
final, enfadado, me aparto y abro los ojos, la claridad del primer sol está
llegando cuando veo una mano que ha salido de entre la tierra.
Mueve los dedos con desesperación y no lo dudo, tiro de ella. Quizás
esté soñando o me he vuelto loco de remate, qué más da si esa mano tiene
que ser de la mujer que amo. El solo tirar no surte efecto por lo que
empiezo a apartar la arena con mis manos con auténtica desesperación.
No puede ser, es imposible, y aun así estoy tocando su suave piel, no
paro hasta que consigo desenterrarla y la miro maravillado. Si es un
fantasma y esta es mi muerte, estaré gustoso de aceptarla.
—¿Tiara? Tiara, ¿eres tú?
—¿Y si en vez de desgastarme el nombre me ayudas a salir de este hoyo
en el que me has metido?
La ayudo a salir y la aprieto contra mi pecho, maravillado.
—Por los elementos, me vas a matar.
Y eso me hace reír, hasta hace solo un momento estaba muerta y ahora
vuelve a estar entre mis brazos. La separo un poco de mí para mirarla. La
herida mortal que le causó el monstruo ha desaparecido, dejando una
cicatriz bastante pronunciada, pero que me da igual porque es la mujer más
hermosa que he visto nunca, con cicatrices o sin ellas.
—Es tu poder, no sé qué es lo que te ha cambiado, pero tu poder te ha
traído de vuelta. Es como si la tierra, al ser tu elemento, te hubiera devuelto
a la vida. No tiene explicación posible, pero es así.
—No entiendo nada. Tras el golpe del igrim, pensé que estaba muerta,
sin embargo, podía oír todo de una forma lejana, como si fuera un sueño.
Incluso sentí la tierra caer sobre mi cuerpo cuando me depositasteis aquí.
Después de eso, comencé a sentirme cada vez más despierta, más viva.
—Me da igual el motivo, nada importa si me perdonas por haber sido
un auténtico capullo y aceptas convertirte en mi mujer.
Tiara sonríe y me acaricia la mejilla con ternura.
—Claro que te perdono, Adhair. Y sí, acepto contraer nupcias contigo,
pero antes necesito saber qué ha pasado mientras estuve… fuera de
combate.
Le cuento todo lo ocurrido, desde mi decisión de echarla de casa hasta
el momento en que la encontré muerta y la traje de vuelta al reino de Airus.
Tiara escucha atentamente y me consuela cuando me quiebro al recordar su
muerte.
—No sé qué ha pasado exactamente, pero siento que mi poder ha
cambiado. Ya no soy la misma de antes, algo ha despertado en mí y necesito
descubrir qué es.
—Te ayudaré en lo que necesites, mi amor. Juntos descubriremos qué ha
sucedido y cómo podemos controlar tus nuevos poderes.
Nos besamos con pasión y ternura, celebrando la quimera de su regreso
a la vida. Ahora sé que nada podrá separarnos, que nuestro amor es más
fuerte que cualquier obstáculo y que juntos enfrentaremos todo lo que el
futuro nos depare.

∞∞∞
 
Tiara
Ya han pasado unas cuantas jornadas desde que volví a la vida, en las
que Adhair se ha pasado el tiempo recompensándome por haberme echado.
La verdad es que no es necesario porque estoy totalmente enamorada de él,
pero me gusta que me cuiden y me mimen, es algo nuevo para mí.
Aboe se pasó varios soles llorando, aunque ya no tenía motivos, la dejé
porque sé que, en el caso contrario, yo hubiera sufrido igual. Ella y Adam
están enamorados y se unirán una vez que lo hagamos nosotros, todo por un
tema de respeto al príncipe que yo considero una auténtica tontería.
Anamara nos ha adoptado como sus hijas y no puedo ser más feliz. Hoy
es el día de nuestro enlace, Anamara me preguntó si quería un vestido, a lo
que claramente contesté que prefería ir de las telas que siempre uso, y que
conste que Adhair no se queja.
Aún me queda hablar con el Alquimista por el tema de mis poderes,
Adhair me ha dicho que él puede que sepa algo, tenemos que ir a la
ceremonia oficial a la capital, donde nos uniremos con el consentimiento
del rey. Allí podré hablar con él.
Estoy nerviosa y siento mariposas en el estómago. Adhair entra en la
habitación donde estoy preparándome y sonríe al verme.
—Estás hermosa, Tiara. No necesitas ningún vestido para deslumbrar a
todos.
Me acerco a él y lo beso con pasión.
—Tú eres el que me hace sentir hermosa, mi amor.
Adhair me ofrece su brazo y juntos salimos de la habitación,
dirigiéndonos hacia el jardín donde se celebrará el maryaj. Él quería una
gran conmemoración para demostrarme cuando me ama, pero yo quería
algo íntimo con Aboe, Adam y Anamara. Ya tendremos bastante fiesta en la
corte.
Cuando llegamos al jardín, veo que nuestra familia está esperándonos
con una sonrisa en el rostro. Me abrazan y me felicitan por mi unión con
Adhair, y me siento feliz de tenerlos a mi lado.
La ceremonia es corta y sencilla, pero llena de amor y felicidad. La
reina nos da su bendición y todos los presentes nos felicitan y nos desean lo
mejor. Después de la ceremonia, tenemos una cena íntima con nuestros
seres queridos, en la que reímos y compartimos historias.
Finalmente, Adhair y yo nos retiramos a nuestra habitación nupcial,
donde nos amamos con pasión y ternura. Me siento completa a su lado, y sé
que juntos enfrentaremos todo lo que el futuro nos depare.
La jornada siguiente partimos hacia la capital para nuestra presentación
oficial como pareja unida en maryaj. Aboe y Adam se vienen con nosotros,
así como Anamara y su séquito. El camino es largo, pero lo hacemos con
alegría y entusiasmo.
Cuando llegamos a la capital, somos recibidos con una gran
celebración. Los ciudadanos nos aclaman y nos felicitan, y yo me siento
feliz de estar junto a Adhair en este momento.
Antes de la ceremonia tenemos tiempo de hablar con el Alquimista y
para conocer a su padre, debemos informar del problema que vi en la
barrera del reino de Airus, y sobre mis poderes. Sé que sus hermanos
estarán también aquí con sus parejas, estoy un poco nerviosa por conocer a
esas nobles lanus, porque eso supongo que son todas.
—Esto es solo el comienzo, Tiara. Juntos enfrentaremos todo lo que
venga, y siempre estaremos unidos.
Le sonrío y le beso con amor.
—Siempre juntos, mi amor. Siempre y para siempre.
No puedo ser más feliz cuando una voz grita:
«¡Nos atacan!».
Desconcertada, miro a todos los sitios buscando qué es lo que
estropeará el mejor día de mi vida. Entonces lo veo, los monstruos de todos
los reinos han abandonado los Caminos y vienen directos hacia el castillo.
Capítulo 29
 
Adhair
Cuando todo es maravilloso algo cambia, mejor dicho, todo cambia;
parece que el caos se ha desatado en Centrum. Cuando escucho una voz
gritar, todo mi cuerpo ya está con el vello de punta, lo que me avisa del
peligro que se nos viene encima.
—¡Nos atacan!
Mi primer instinto es mirar a mis seres queridos, necesito ponerlos a
salvo, es mi prioridad antes de enfrentarme a lo que podría acabar con todos
los seres de los reinos. Miro a la mujer que amo y la abrazo.
—Tiara, necesito que me ayudes, tienes que coger a mi madre, a Adam
y a Aboe y llevarlos dentro. Escondeos en un lugar seguro hasta que todo
esto acabe.
Creo que es la vez que peor me ha mirado, y eso que me ha echado unas
cuantas que me podrían haber calcinado en el momento.
—No digas tonterías, ¿crees que soy una dama a la que tienen que
salvar? Si piensas eso es que no me conoces en absoluto.
—Sé que eres una gran guerrera, pero si te pierdo, todo esto, lo que nos
rodea, hasta el aire que respiro, dejará de tener sentido para mí.
—Ves, sabes exactamente cómo me sentiría yo si te pasara a ti. Así que
deja de decir tonterías y vamos a luchar. Adam, pon a salvo a Aboe y a
Anamara —ordena como si ya fuera la reina.
—Pero no quiero dejaros solos, en esta batalla es necesario utilizar a
todos los guerreros posibles —rebate, y le entiendo.
—Lo sé, al menos ponlas a salvo y luego únete a la batalla. Pero, por
favor, Adam, tu misión es casi más importante que matar a los monstruos
que nos atacan.
—Tienes razón —contesta antes de dirigirse a las mujeres.
Mi madre se acerca corriendo hasta nosotros y nos abraza.
—Os quiero a los dos, así que, por favor, no dejéis que os maten.
Sé que quiere a Tiara como si fuera su propia hija, y los tres nos
fundimos en un abrazo antes de que Adam tiré de ellas al interior del
castillo.
—Vale, ahora que ya podemos pensar con claridad, ¿cómo lo hacemos?
Se están acercando, no tenemos demasiado tiempo —pregunta Tiara,
desenfundando los cuchillos nuevos que le he regalado.
—Creo que lo mejor sería que fuéramos a la puerta de Airus, seguro que
mis hermanos hacen lo mismo con el resto. Si conseguimos detener su
salida de los Caminos, tendremos alguna posibilidad.
—Pues vamos, no hay tiempo que perder —me apremia, y le robo un
beso rápido; espero que no sea el último.
Nos dirigimos a toda prisa mientras los soldados de mi padre
interceptan a los que ya han salido por las puertas, espero que sea
suficiente. Yo he traído algunos hombres porque tampoco pensé que
fuéramos a entrar en guerra. Todo es caos a nuestro alrededor, los gritos de
la gente asustada es lo que ocupa todo el espacio.
Estamos alcanzando nuestro destino mientras veo cómo los igrim salen
a tropel de la puerta. No me quiero mentir, esto va a ser muy difícil, no sé si
conseguiremos sobrevivir, pero si tengo que perecer lo haré a su lado. Ella
me sonríe y por un momento me distraigo, cuando vuelvo a mirar al frente
no estamos solos, el Alquimista está en una de las ventanas del castillo
gritándonos.
—¡No hay tiempo para que os explique, Adhair, tenéis que atacar
juntos!
—¿Juntos te refieres a ella y yo?
—Sí, juntos, como si fuerais uno solo.
Y, sin más, desaparece de nuestra vista.
—No sé aún de lo que será capaz mi poder, aunque llevo muchas
jornadas entrenando, pero si debe ser así, así es como lo haremos. —Tiara
se encoge de hombros.
—Sí, vamos.
Nos colocamos frente a la puerta, los monstruos están llegando como si
estuvieran envueltos en una ola de locura, y sé que no nos queda mucho
tiempo. Nos situamos uno al lado del otro y cogemos nuestras manos. Con
la que nos queda libre nuestra magia se empieza a liberar formando una
bola de energía: la mía amarilla y la suya morada. Tenemos que conseguir
el suficiente para poder detenerlos.
Un hormigueo recorre mi cuerpo, como si me acariciaran, Tiara debe
sentir algo parecido porque automáticamente me mira. Entonces algo
increíble sucede, el cabello que le quedaba de color blanco ahora es de
color amarillo, como si nos estuviéramos fundiendo en uno solo.
—Tu pelo —me dice.
En ese momento oímos el graznido de un ave, miramos para arriba y lo
vemos majestuoso, volando como si estuviera tocando el segundo sol, da
dos vueltas y después cae. Sé que ha llegado el momento, miro a Tiara y
ella asiente. Y soltamos la bola de poder que cada uno portamos.
Como van en la misma dirección llega un momento que se juntan y
explotan en una gran bola mágica de los dos elementos que con su luz lo
eclipsa todo, es tan potente que tenemos que taparnos los ojos para evitar
que nos ciegue. Y seguido, siento una onda que nos impulsa hacia atrás,
haciendo que caiga contra el suelo y Tiara a mi lado.
Cuando empezamos a poder ver con claridad no puedo creer lo que
tengo delante de mí. Todos lo que hasta hace un momento eran igrim ahora
son lanus con un mechón que están en el suelo tirados, desnudos, pero no
muertos. Veo que se mueven poco a poco.
—¡No puede ser! —exclamo asustado.
—¿Qué tipo de magia habría podido hacer algo tan horrible?
—No lo sé, pero lo averiguaremos. Ahora debemos volver dentro y ver
si todos están a salvo.
Regresamos al interior y veo a Adam con Aboe y mi madre. No sé qué
está pasando y decido que lo mejor es que las saque de aquí por los
pasadizos del castillo que él tan bien conoce. Quedamos en reunirnos en
casa de nuevo. Las chicas se despiden y yo le hago prometer a mi amigo
que cuide de mi madre como si fuera la suya. Parece ser que han recuperado
la memoria que mi padre les borró y ya saben que los monstruos existen
desde hace relativamente poco.
Una vez dentro, tengo una reunión con mi padre y mis hermanos,
nuestras mujeres se quedan fuera, en el salón del trono, con Kairos, el mejor
amigo de mi hermano Dyzek. Lo conozco y sé que es de fiar, por lo que no
me preocupo de Tiara; además, ella se puede defender sin problema.
Mi padre nos propone celebrar en este instante la ceremonia de Alianza
para quedar unidos de una forma más profunda que con el maryaj.
Aceptamos, y en la primera luna todos, las cuatro parejas, nos disponemos
frente a mi padre, el cual oficiará dicha ceremonia. El Alquimista está en
todo momento a su lado.
—Bienvenidas a la familia —dice mi padre cuando ya ha terminado de
pronunciar las palabras del libro que sostiene. Baja de su trono para
abrazarnos uno a uno a los ocho—. Ahora seréis protegidas como el ser
preciado que sois.
Unas sirvientas me entregan una copa con el color de mi reino y otra
blanca para Tiara, hacen lo mismo con mis hermanos. Mi padre tiene la
suya y todos bebemos para sellar la Alianza tras el brindis real. No termino
de beber cuando escucho a mi padre gritar y caer al suelo, revolviéndose de
dolor.
—No os acerquéis —nos pide el Alquimista y todos rodeamos a nuestro
padre.
—¿Qué sucede? —pregunta Mizu.
—Se está muriendo —contesta el Alquimista sin inmutarse.
—¿Cómo lo sabes? —inquiere Brann, listo para atacar.
—Porque se está bebiendo el veneno que había puesto en la copa de
vuestras mujeres.
—Haced algo, hijos míos —suplica mi padre, y todos nos miramos.
—Yo le puedo escupir —suelta Tiara.
La mujer de Dyzek tiene fuego rosa en su mano, la de Mizu está algo
elevada del suelo y la de Adhair ha sacado una daga.
—¿Por qué, padre? —murmura Mizu dolido. Él es quien mejor se lleva
con el rey.
—Porque ellas son el principio de mi fin. Tienen que morir —gruñe y
veo en su mano que está dispuesto a matar a alguna de nuestras mujeres con
una masa verde que se forma entre sus dedos.
En ese momento, Adhair lo eleva en el aire, Mizu lo mete en una
especie de burbuja y yo lanzo una bola de fuego rosa que se queda atrapada
dentro con él, haciendo que grite de dolor. Las llamas lo consumen entre
gritos hasta que sabemos que ha muerto. Dyzek se encarga de hacer
desaparecer lo poco que queda de él.
Los cuatro nos miramos y asentimos mientras abrazamos a nuestras
mujeres.
El Alquimista llega hasta nosotros, nos observa, sonríe y grita:
—¡El rey ha muerto, larga vida a los cuatro reyes!
 
Epílogo
Tiara
Cuando todo ha regresado a la calma hemos vuelto a casa, creo que
ahora los hermanos y Adhair están más unidos, y es que nunca elegimos a
los padres que nos tocan. El Alquimista nos ha ayudado a todos a entender
la profecía y todo lo que tenía que pasar antes o después, el rey lleva
buscando a las cuatro elegidas desde que supo que seríamos las causantes
de que tuviera que dejar el trono.
Y todos hemos sufrido, pero me alegro porque, de lo contrario, no
habría conocido a la que es ahora mi familia, y no habríamos liberado a los
reinos de su opresor; ahora todos tenemos la esperanza de ser felices.
Adam y Aboe ya se han unido, y algo me dice que me van a hacer tía,
pero no porque me haya dicho nada mi amiga, es algo que pienso
constantemente. Ahora estamos disfrutando de una comida en el jardín, que
es el sitio preferido de Anamara. Adam y Adhair están haciendo sus bromas
de siempre, son como niños, pero le amo por eso, nunca debes perder esa
parte tan importante de ti.
He conseguido convencerlo para que me deje entrenar con los demás,
que conste que no quería, no porque fuera mujer, sino porque sabe que a
más de uno le voy a patear las tripas, y eso les dañará su orgullo masculino.
Me da igual, que aprendan, así no se lo tendrán tan subidito.
Una voz anuncia que tenemos visita y me saca de mis pensamientos, me
vuelvo para ver de quién se trata y veo que es el obxilón, al que pensé ya
muerto porque no le he encontrado, aunque he mandado mensajeros a
buscarlo por todos los reinos. Como si Aboe hubiera poseído mi cuerpo, me
lanzo a sus brazos por la alegría de ver que está bien.
—Por los elementos, ¡estás vivo! —Me devuelve el abrazo con gran
cariño.
Detrás de mí se oye una silla al caer y miro, aun entre los brazos de mi
amigo. Anamara ha perdido el color de su rostro y tiene lágrimas en los
ojos. Está mirando fijamente al hombre que acompaña al obxilón.
—¿Es real? —pregunta llorando.
—Sí, mi amor, es real.
Ella corre a su encuentro y se dan el beso más bonito y tierno que haya
visto en mi vida, y eso que Adhair cuando quiere se pone muy romántico.
Entonces todo cobra sentido para mí, es el amor de su vida, el hombre que
creyó muerto o perdido para siempre ha vuelto a ella.
—Por favor, sentaos —les invita Adhair, cediendo su propio sitio.
Y los visitantes, agradecidos, comen y beben con nosotros mientras nos
cuentan lo ocurrido. El día que el obxilón habló en la mina con el amor de
Anamara, alguien les estaba escuchando y se lo dijo al rey. Dejó que
escaparan y, cuando se adentraron en el bosque, les tendió una emboscada y
los encerró en lo más profundo del castillo de Centrum. El rey les hizo creer
a ambos que su historia de amor fue de una manera diferente, les implantó
el recuerdo y alteró su tiempo, pero al deshacer todo, las cosas volvieron a
su mente. Todos los de las minas fueron sacados de allí ya que, en ese lugar,
se trabajaba antes por voluntad propia; ahora ha vuelto a ser así.
Nunca pensé que la felicidad estaba hecha para mí, pero viendo a toda
mi familia me doy cuenta de que no podría pedir nada más en el mundo. Y
que el amor no entiende de tiempo, de separación ni de clases sociales, si es
de verdad, todo lo vencerá para que dos almas vuelvan a estar juntas.
 
Escena extra
El Alquimista
No puede ser, no es posible lo que me ha dicho la visionaria de mi
familia que vive en los bosques de Aquares. Miro la nota de nuevo y la leo.

Tu hija fue madre, tienes una nieta que nació durante el fuego sagrado
del solsticio de la estación de Esplendor, cuando brilla sobre el Portal de la
Tierra, la estrella del Sur se alinea con el horizonte del Océano de la
Eternidad y la constelación de lo Eterno se eleva sobre la Montaña de los
Vientos.

Eso fue hace ya demasiadas jornadas. Mando a un emisario a la casa de


la visionaria, pero ella le dice que no hay nada más en lo que me pueda
ayudar. Etherum es demasiado grande como para encontrarla sin tener
ningún dato más.
Reviso en mis libros conjuros para que me ayuden a localizarla, pero no
hay nada que funcione sin al menos algo que haya pertenecido al ser que se
busca.
Entonces, cuando mis esperanzas están rompiéndose al igual que mi
corazón cuando mi hija se marchó, hallo la respuesta: con la ayuda del rey
de Etherum podré lograrlo.
—Dime, Geber, ¿qué quieres de mí? —pregunta sentándose, como
muchas jornadas, con el libro de la profecía entre sus manos.
Le cuento mi situación y cómo su magia es la única que va a poder
ayudarme a encontrarla, no es que me diga dónde está, pero sí qué la atraerá
hacia mí.
—Así que necesitas un favor —dice cuando termino.
—Sí, y estaré eternamente agradecido.
El rey Kral me mira y un escalofrío me recorre todo el cuerpo.
—Por supuesto que voy a ayudarte a ti con tu niña, si tú me ayudas con
las mías.
—¿Tus niñas? —pregunto porque no sé a qué se refiere.
—Las de mis hijos.
Frunzo el ceño porque cada vez entiendo menos. Tiene cuatro hijos
varones, al menos los reconocidos por ser de sus consortes, no hay ninguna
niña que yo sepa.
—Como bien sabes, mi reinado va a durar hasta que las mujeres
destinadas a mis hijos aparezcan. —Asiento y prosigue—. Quiero que me
ayudes a matarlas.
El horror pinta mi cara, pero me giro a tiempo para que no la vea.
—¿Cómo quieres hacerlo si no sabemos quiénes son? —pregunto,
tratando de mantener la calma.
—Es por eso que debemos hacer algo un poco drástico.
—¿En qué sentido?
—Quiero que los seres con un mechón de Etherum sean convertidos en
monstruos o enviados a las minas que hay debajo de palacio para
mantenerlos vigilados.
—¿Todos? ¿Incluso a los hombres?
—Sí, no sé si las mujeres nacerán de uno de ellos, asi que a los hombres
también.
—¿Qué tipo de monstruos quieres que sean?
—Unos que aterroricen y maten a cualquier ser con un mechón. Bueno,
tampoco me importa si mueren otros con tal de que esas mujeres jamás
lleguen hasta mis hijos.
Me quedo callado y escucho su plan. Es terrorífico lo que está dispuesto
a hacer por conservar su corona.
—¿Estás dispuesto a ayudarme? De eso depende que yo te haga el
favor.
Lo sopeso y pienso que puedo ayudarlo a crearlos y, en cuanto él me
devuelva el favor, contarle todo a los príncipes. Asiento y le digo que haré
lo que me pida.
—Te advierto que, si en algún momento esto se sabe, retiraré la magia y
tu nieta jamás aparecerá.
Me quedo pensativo y asiento de nuevo porque estoy condenando mi
alma, pero la alternativa es no encontrar nunca a mi nieta.
—De acuerdo, rey Kral, creemos a esos monstruos.

Glosario Tiara
 

Lanu: seres mágicos. Tienen mechones en su pelo, y dependiendo de la


cantidad son nobles y tienen más poder o menos.
Fehér: seres no mágicos. Tienen el pelo totalmente blanco y son los que
llevan el peso del desarrollo del reino; trabajadores.
Slave: seres que nacen con un solo mechón y son enviados a las minas
de Centrum.
Slavelanu: son lanus que son enviados a las minas, rapados
previamente, como castigo a usar sus poderes en un reino que sea el suyo de
nacimiento.
Mulatt: seres engendrados por la unión de un lanu con un fehér, aunque
suele darse en pocas ocasiones. Pueden tener el pelo totalmente blanco o
contar con varios mechones con el color de su reino.
Zaglis: asaltantes de los Caminos.
Morbidaar: monstruo que habita en el Camino entre el reino de Terrae
y el de Lumen.
Trasnos: monstruo que vive en el Camino entre los reinos de Lumen y
Aquares.
Dorken: monstruo que vive en el Camino entre los reinos de Aquares y
Airus.
Igrim: monstruo que vive en el Camino entre los reinos de Airus y
Terrae.
Lumi: prostituta, fehérs que trabajan en las tabernas.
Alas de viento: caballo que tiene alas, una ligereza y rapidez
inigualables. Se dice que puede correr a través de las nubes y del viento
mismo.
Koning: una especie de conejo salvaje que vive en el bosque de los
Caminos. Es inofensivo.
Niebla del pantano: bebida hecha con destilado de alta graduación,
jugo de parsiforia y té de maneo.
Sirena: una droga que tiene propiedades sedantes y que, a la larga,
puede provocar lagunas de memoria.
Papyro: Libro o cuaderno con el que se comunican entre reinos.
Máthair: Madre
Mo Mhac: Hijo
Seox: material muy codiciado en Airus con el que se pueden fabricar,
entre otras cosas, joyas.
Rayo dieléctrico: bebida energizante mezclada con algunos tipos de
destilado y frutas ácidas.
Airuses: gentilicio usado para nombrar a los habitantes de Airus.
Dormilonas: se refiere a las tumbonas.
Obxilón: seres muy antiguos, neutrales entre las especies. Nacen sin ser
fehérs ni lanus, tampoco poseen magia, pero sí una gran sabiduría que se
transmite de generación en generación. Son los historiadores de Etherum.
Banja: pareja de vida.
Maryaj: unión en matrimonio, aunque no es definitiva, solo se unen en
cuerpo, no en alma.
Ceremonia de Alianza: es más fuerte que el maryaj ya que une a los
contrayentes en cuerpo y alma, siempre estarán conectados desde donde se
encuentren, y tiene que ser bendecida por el rey.

ESTACIONES EN LOS REINOS:

Del Descanso: Invierno


Del Despertar: Primavera
Del Esplendor: Verano
De la Cosecha: Otoño
Otros libros de la serie
 

Soy Ura, asaltante de caminos, y vivo al margen de la ley. Siempre he


sabido que hay algo en mí diferente al resto de fehérs. Soy del reino de
Aquares, lo sé por mis ojos y por el mechón negro que trato de ocultar entre
mi pelo blanco.
 
Cuando se llevan a una de las personas más importantes de mi vida no
dudo en ir a Lumen a salvarlo, lo que no esperaba es que el captor fuese el
príncipe Brann, soberano de Lumen. Tampoco esperaba sentirme atraído
por él porque me odia simplemente por lo que soy.
 
Lo que empezó como una simple misión de rescate se ha convertido en
una búsqueda por el amor, la redención, la confianza y una batalla de la que
no sé si alguno de nosotros saldrá vivo.
 
Cuatro reinos, cuatro príncipes y un destino entrelazado por la magia y
la profecía. Adéntrate en un mundo donde el amor y la fantasía desafían a
monstruos y leyendas en la encrucijada del destino.
 

Siempre he creído que mi existencia en Aquares, a pesar de no ser mi


reino de nacimiento, era perfecta. Todo cambió en tan solo un instante,
perdí lo que más quería y me vi envuelta en una maraña de sentimientos
que me han traído hasta aquí, hasta el castillo del príncipe Mizu.
 
No soy visionaria, aunque me defiendo bastante bien con los diferentes
remedios. Eso será lo que me mantenga más jornadas de las necesarias en
este lugar, aunque no me arrepentiré jamás de todo lo que irá sucediendo.
 
Yo, Aeris, escondo un mechón para que no me condenen a una vida de
sufrimiento. En un reino donde el poder reside en los que tienen magia, los
que son como yo solo tenemos dos opciones, y yo me elijo a mí misma.
 
Cuatro reinos, cuatro príncipes y un destino entrelazado por la magia y
la profecía. Adéntrate en un mundo donde el amor y la fantasía desafían a
monstruos y leyendas en la encrucijada del destino.
 

 
Hace mucho que dejé de ser Feyer, del reino de Lumen.
 
Llevo diez años en la esclavitud, la sangre y el dolor son parte de cada
una de mis jornadas, hasta que en una de ellas casi muero. Un morbidaar
ataca a nuestro grupo y yo quedo atrapada en el Camino, lista para morir,
pero no lo hago.
 
Cuando despierto y creo estar a salvo tengo frente a mí al príncipe
Dyzek de Terrae, él me da más miedo que cualquiera de los monstruos de
Etherum, porque no quiere solo matarme, no, quiere hacerme sufrir y hacer
que cada una de mis jornadas se convierta en la peor de mi vida.
 
Cuatro reinos, cuatro príncipes y un destino entrelazado por la magia y
la profecía. Adéntrate en un mundo donde el amor y la fantasía desafían a
monstruos y leyendas en la encrucijada del destino.
 
Otros libros de la autora
 

Saga completa de los guardianes de piedra: Libros del 1 a 7


¿Aún no conoces el nuevo fenómeno sobrenatural que está llegando a todos
los rincones del mundo? No se trata de hombres lobo, ni vampiros, ni si
quiera de ángeles o fantasmas… Las gárgolas viven entre nosotros, pasando
desapercibidas con un único objetivo… salvar a la raza humana de los
crueles asesinos que Hades está liberando del infierno. Los raptores se
llaman y son seres que se alimentan de las emociones humanas hasta la
muerte de la persona. No trates de saber más, sé que la curiosidad te está
matando, pero si ellos te capturan y no tienes una gárgola cerca te mataran
sin piedad. Así que ¡corre! Mientras tengas tiempo, no mires atrás. Para mí
ya no hay tiempo, me encuentro inmersa en esta guerra entre inmortales de
la que no puedo, ni quiero salir.
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RED ROSE: Princesas sin tanto cuento 3


Red se crio feliz siendo policía como su padre, hasta que un día descubre
que es adoptada y que además tiene una gemela. Aunque no es una gemela
cualquiera, su hermana es White, la jefa de un club de moteros que son
calientes y delincuentes a partes iguales. Red se unirá a su hermana en
busca de la verdad de su origen, mientras Tyler, el motero que más odia a la
Policía y que es el soltero de oro del club, trata de no sentirse atraído por
esa mujer que se parece tanto a su jefa, pero con una diferencia: el color de
su pelo es rojo como el fuego, el mismo que siente en sus pantalones cada
vez que la ve. ¿Pueden dos mundos tan diferentes lograr encontrarse en un
punto medio? ¿Merece la pena el esfuerzo? Léelo en la tercera novela de
Princesas sin tanto cuento.
Consíguelo aquí

El mal no tiene cura


Fobia: Temor angustioso e incontrolable ante ciertos actos, ideas, objetos o
situaciones, que se sabe absurdo y se aproxima a la obsesión.
Tener una fobia es complicado.
Tener una fobia extrema, es jodido.
Pero si tienes una fobia y tus seres queridos convierten en un infierno tu
vida, es insoportable.
Descubre si el mal es necesario o si simplemente es parte del mundo que
habita la mente de nuestro asesino.
Un agente especial del FBI y una psicóloga tendrán que dar caza al asesino
antes de que sea demasiado tarde y se conviertan en la presa.
¿Serás capaz de descubrir quién es el asesino antes de acabar el libro o te
convertirás en una víctima más?
Consíguelo aquí

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