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INMACULADA

CORRUPCIÓN: EPÍLOGO
EXTENDIDO

NICOLE FOX
Copyright © 2022 por Nicole Fox

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del autor, excepto para el uso de citas breves en una reseña del libro.

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EPÍLOGO EXTENDIDO
ARYA: DOS AÑOS DESPUÉS

“Esta casa es un caos” me quejo.

“Un caos feliz” susurra Dima en mi oído. “Es el tipo de caos


que me encanta”.

Lukas corretea por la alfombra de nuestra gran sala de estar,


riéndose va de Ernestine a June y viceversa. Las gemelas lo
siguen, no muy lejos detrás de él.

Rosie y Eli, diminutivos de Rose y Elira, en honor a mi


amiga y a mi madre. Ellas son casi tres meses menores que
Lukas. Sin embargo, tan pronto como Lukas comenzó a
caminar, decidieron que era hora de intentarlo ellas
también. Y ahora Dima y yo pasamos nuestros días detrás
de tres niños pequeños que se mueven por toda nuestra
casa.

Es hermoso.

“Creo que deberíamos partir el pastel” dice Dima, mirando


su reloj.

“¿Tienes que ir a algún otro lado?” le pregunto.


“No, pero es casi la hora de la siesta y todos son un desastre
si se la saltan”.

Dima lo dice todo en un tono tan formal y con una cara tan
seria que me da risa. “Escuchar a un jefe de la mafia hablar
de la hora de la siesta nunca dejará de ser divertido
para mí”.

En respuesta, me hace cosquillas en un costado y yo grito.


Luego se inclina, y presiona sus labios contra mi oreja, y
estoy a punto de chillar por una razón completamente
diferente.

“No olvides lo sexy que es también” susurra.

Él tiene razón. Ver a Dima ser papá es lo más sexy que he


visto en mi vida. Me provoca practicar a hacer más bebés
con él, hasta que yo ya no pueda caminar.

Trago un nudo en mi garganta. “¡Pastel! ¡A partir el pastel!”


grito.

Este par de años han sido ajetreados, con las gemelas y


Lukas, con la compra de una nueva casa y con establecer mi
papel en el círculo de confianza de la Bratva, pero Dima
siempre encuentra el momento para hacer que flaqueen mis
rodillas.

Durante la siesta, temprano en la mañana, en un armario


entre reuniones. Hemos bautizado oficialmente todas las
habitaciones de la casa varias veces. Se supone que los
niños matan tu deseo sexual, pero yo creo exactamente lo
contrario. Parece que el mío se ha activado.

Cuando Gennady entra en la cocina, agradezco la distrac-


ción. Dios sabe que la necesito.
“Excelente. Puedes ayudarme a sacar el pastel” le solicito.

“Es algo grande” dice riendo y señalando el pastel con


forma de hipopótamo. “Podría alcanzar para cincuenta
personas”.

Coloco las velas en la cabeza del hipopótamo, meto una


sobre cada ojo. “Dima insistió en que tenía que ser especta-
cular. Además, no sabíamos cuántas personas de la clínica
vendrían”.

“Vino Lawrence” dice Gennady, señalando sobre su


hombro. “Me encanta ese viejo”.

Cuando sugerí por primera vez la idea de abrir una clínica


de salud gratuita, algunos de los lugartenientes de la Bratva
se negaron. Se supone que deben brindar miedo, no aten-
ción médica.

Pero eventualmente, los convencí. Dima siempre ha tenido


una buena relación con el departamento de policía, pero
brindar atención médica gratuita a la gente de la ciudad es
una excelente manera de quedar bien con todos. Nadie
quiere encarcelar al hombre responsable de cuidar a la
población vulnerable con su propio dinero.

Además, la clínica, junto a la clínica veterinaria que también


abrimos, es la fachada perfecta para lavar dinero. Los costos
de la atención médica y la veterinaria son tan astronómicos
que nadie se inmuta ante las grandes sumas de dinero que
se reflejan en los libros contables.

Consigo hacer algo bueno en la comunidad y Dima hace sus


negocios. Todos ganamos.

“Te encanta porque Lawrence es básicamente tú con


cincuenta años. Es ridículo y hace bromas inapropiadas”.
“Y todos lo quieren” agrega Gennady, batiendo dramática-
mente sus pestañas al mirarme. “Eso es lo principal que
tenemos en común”.

No lo discuto porque tiene razón. Todos quieren a Gennady.


Incluidos sus tres ahijados.

Gennady lleva el pastel al salón, mientras yo enciendo las


velas. Los niños no entienden lo que pasa, pero se ríen
cuando todos empiezan a cantar. Yo aprovecho para admirar
nuestra extraña colección de amigos y familiares.

Ernestine y June, Gennady, los Watkins con su recién adop-


tada hijo de dos años, los hombres de la Bratva, Lawrence, y
Lauren, quien ha volado de Chicago a Nueva York tantas
veces que ya es viajero con estatus dorado de casi todas las
compañías aéreas.

A todos les encanta el pastel que eligió Dima. Todos aman a


mis hijos. Yo los amo a todos.

Luego de un tiempo infernal, no puedo imaginar un mejor


final feliz que este.

Dima me llama la atención sobre el pastel. Justo antes de


que Lukas tome un puñado de glaseado morado y lo ponga
en la cara de Rosie.

Un caos feliz caos, sin duda.

“Cada vez que tenemos una fiesta, me sacas” digo,


sosteniendo mi plato de pastel con una mano mientras
Dima me empuja por el pasillo por la otra. “¿Qué es ahora?
Y si es otra sorpresa para mí, te recuerdo que es el
cumpleaños de las gemelas, no el mío”.

Dima me arrastra hasta nuestra habitación y cierra la puerta


detrás de él, con llave.

Arrugo la frente. “¿Qué estás haciendo?” le pregunto.

“Estoy exhausto” dice, apoyado contra la puerta. “Y quería


un minuto a solas contigo. Solo nosotros dos”.

Es tan dulce, pongo mi palma en su mejilla, acariciando a lo


largo de su barba. “Eso es lindo, Dima, pero tenemos invi-
tados abajo. Y los bebés necesitan ir a su siesta pronto, y...”.

“Ya le pedí a Gennady que acostara a los gemelos para su


siesta y Ernestine está cuidando a Lukas. Todos los demás
están felices comiendo pastel y hablando. Nadie nos nece-
sita por el momento. O durante los próximos... quince minu-
tos, más o menos” me dice.

De pronto, me doy cuenta de su sonrisa y noto el travieso


brillo en sus ojos gris azulados.

Sacudo mi cabeza pero, de solo pensarlo, ya hay calor entre


mis muslos. Sin embargo, le digo “¡Dima, no podemos!
Tenemos invitados al final del pasillo”.

“Entonces estaremos callados” dice mientras avanza hacia


mí como un león acechando a su presa. “Además, nuestra
boda es mañana. Básicamente es nuestra luna de miel”.

Quita el plato con pastel de mi mano y lo deja sobre la


cómoda, con su otra mano rodea mi cintura. Todo lo que me
toca parece incendiarse. Lo único que quiero es lanzarme a
las llamas.
“Las lunas de miel suelen ocurrir después de la boda. No
antes” le digo melosa.

“Bueno, algunas reglas están hechas para romperse”. Dima


inclina entonces la cabeza y besa mi cuello, sus manos
siguen en mi cintura. “Te ves tan bien. No puedo resistirme”
ronronea.

Ante eso, echo mi cabeza hacia atrás y me río. “Llevo una


camiseta con un dibujo animado de un hipopótamo que
dice ‘Hip-hip-hurra, es tu cumpleaños’. Esto no es exactamente
una prenda de lencería. Además, ni siquiera lavé mi cabello
esta mañana. Soy un desastre”.

“Bien podría ser lencería” susurra, las palabras calientes en


mi piel. “No importa lo que te pongas, Arya. Eres hermosa.
Te deseo. Te necesito. Sólo déjame llevarte”.

Déjame llevarte.

Las palabras son un rayo directo a mi intimidad. Todas mis


paredes se derrumban.

Dios, como deseo ser llevada por él. Ya estoy empapando


mis bragas.

“Tendríamos que estar callados” me las arreglo para decirle.

Lo siento sonreír contra mis labios. “Buena suerte con eso”.

“¡Lo digo en serio! No quiero que la gente sepa lo que


hacemos aquí. No, no, no”.

De repente, Dima mete las manos bajo mi trasero y me


levanta, llevándome hacia la cama. Me tira sobre el colchón,
baja el cierre de mis jeans y los baja como si fuera una
carrera y lo estuvieran cronometrando.
Desliza sus dedos por la cinturilla de mis bragas y tira con
fuerza, quitándolas. “Cuando termine contigo, todos sabrán
lo que hemos hecho. Estarás resplandeciente”.

Pongo los ojos en blanco, haciéndole saber lo que pienso de


su fanfarronería. Pero cuando Dima baja su boca hasta mi
dolorido centro, no puedo negar que tiene razón.

Pasa su lengua por mi raja, saboreándome, y luego la mete


dentro de mí. Me abre con su boca y luego sube, besando y
chupando, hasta que sus labios envuelven mi punto más
sensible. Me sacudo bajo su toque, gritando cuánto lo nece-
sito allí.

“Nuestros invitados” me recuerda, con su cálido aliento en


mi centro.

Intento recordarlo, pero cuando pasa su lengua por encima


y desliza un dedo dentro, curvándolo contra mis húmedas
paredes, me pierdo.

Mis brazos se elevan sobre mi cabeza, agarrando el edredón


y las sábanas, apretando el material en mis manos mientras
intento mantenerme cuerda.

“Oh, Dios mío” gimo. La suavidad de sus labios mezclada


con la aspereza de su barba es increíble. Deslizo una mano
por su cabello y lo mantengo justo donde lo quiero. Enton-
ces, empujo mis caderas contra su boca.

Es lo que mi cuerpo quiere. No, lo que necesita. Porque si no


me corro, voy a explotar.

“Justo ahí, cariño” gimo, mis muslos en sus orejas. “Oh,


Dima. Dios. Sí. Ahí. Justo ahí”.
El orgasmo se dispara a través de mí, arrancando un largo
gemido de entre mis labios. Mis músculos se contraen, mi
cuerpo se tensa, y luego todo es fluido y suave.

Bueno, no todo.

Todavía estoy sin fuerzas y rendida en la cama cuando


Dima baja sus pantalones y se me echa encima.

Está erecto y su boca brilla por mis jugos. Me besa y me


saboreo en sus labios.

“Ver cómo te corres es tan sexy” me susurra, besando de mi


mandíbula a mi barbilla. “Podría hacértelo una y otra vez”.

“Entonces hazlo” resoplo.

Los ojos de Dima brillan. En un solo movimiento, mete sus


brazos bajo mis rodillas y levanta mis piernas, colocándolas
sobre sus hombros. Luego empuja su duro pene dentro
de mí.

Mi cuerpo está caliente y listo y se desliza dentro de mí en


un suave movimiento. Aún así, nunca estoy preparada para
lo mucho que me llena.

“Eres tan enorme” jadeo.

“Tú tan ajustada” responde.

Con mis manos alcanzo su duro y musculoso trasero, y tiro


de él contra mí misma. Es toda la provocación que Dima
necesita.

Se retira y empuja de nuevo dentro de mí, ambos gemimos.


Se apoya en mis piernas durante unas cuantas estocadas y
luego se sienta, y agarra mi cintura mientras entra y sale
de mí.
Inclino mi cabeza hacia atrás y cierro los ojos, aceptándolo,
dejando que sus movimientos recorran mi cuerpo como las
olas del mar.

Me encanta la sensación de él dentro de mí, la sensación de


estar conectada a él. De saber que soy yo quien le da placer.
Nunca me cansaré de eso.

Dima acelera mientras mi cuerpo se abre para él, y la sensa-


ción de saciedad que tenía hace unos momentos desapa-
rece. La necesidad ha vuelto, con más hambre que nunca.

Me agacho y me aferro a Dima. “Más fuerte” gimo, bajo una


mano para deslizar mi dedo entre mis piernas, girándolo
contra mi clítoris. “Más rápido”.

“Muy bien mi hermosa nena, krasavitsa. Tócate y córrete


para mí” dice él.

Su respiración es pesada. Se está acercando. Ambos lo


estamos.

Las primeras oleadas de placer comienzan a subir, serpen-


teando por mi abdomen. Sólo son vestigios del ardor que se
avecina. Mi cuerpo se tensa, expectante. Deseoso.

“Cógeme Dima” le pido, mis dedos se mueven tan rápido


como pueden sobre mi centro, tratando de igualar su veloci-
dad. “Soy tuya. Llévame”.

Los ojos de Dima se abren de golpe. Sus pupilas se dilatan


cuando nuestras miradas se encuentran. Mantiene sus ojos
en mí mientras me mece una y otra vez.

Y eso me envía al límite.

Me corro para él, sabiendo que me está mirando. Eso lo


hace mucho más placentero. Mi cabeza se inclina hacia
atrás y mi boca se abre. Sonidos que apenas reconozco salen
de mi boca mientras mi cuerpo se aprieta en torno al pene
de Dima, apretándolo hasta que lo siento sacudirse dentro
de mí.

“Diablos” dice, sus embestidas se vuelven más lentas, más


intensas. “Me estoy corriendo”.

“Yo también” gimo.

Lo quiero encima de mí. Quiero su peso sobre mí. Que me


consuma, que me tome entera. Que me haga suya por
siempre.

Dima presiona su pecho contra el mío, y me empuja sobre el


colchón, y ambos terminamos allí. Con los brazos envueltos
uno en el otro, el cálido y pesado aliento entre nosotros.

Es hermoso. Es perfecto.

Unos minutos más tarde Dima está acostado a mi lado,


deslizando su dedo en deliciosos círculos sobre mis pechos
y estómago, cuando llaman a la puerta.

Está cerrada, así que ninguno de los dos se mueve para


levantarse y contestar.

“Ustedes dos, locos maniáticos del sexo ¿quieren vestirse y


volver a la fiesta?” dice Gennady a través de la puerta. “Dejar
a sus invitados para fornicar, ¡deberían avergonzarse!”

“Hay un zoológico de mascotas afuera, Gennady” dice


Dima.

“Sí ¿y qué?” responde Gennady confundido.

“Tal vez tu futura esposa esté ahí”.


“Har he har. Muy jodidamente gracioso Mueve tu trasero
abajo, mudak”.

Gennady se va, y Dima y yo estamos tan agotados, y muy


ocupados riéndonos, como para sentir vergüenza. No hay
espacio en nosotros para la vergüenza.

Estamos demasiado llenos de felicidad.

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