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Leo Jodido Hernández.
El corredor estrella de la Universidad de North Boston, notorio
soltero y número uno en mi lista de personas que asesinaría si pudiera
hacerlo.
¿Y ahora?
Es mi nuevo compañero de piso.
Solía pensar que lo amaba.
Pero eso fue antes de odiarlo.
Él no recuerda quién soy, o cómo hizo mi vida miserable durante
años. Y antes de que, sin saberlo, me mudara al otro lado de la calle,
no podría haberme importado menos. Vivía mi vida a pesar de él y
de lo que pasó aquel verano, persiguiendo mi sueño de convertirme
en tatuadora.
«El Pozo», como la universidad apodó con tanta gracia a la casa en
la que vive con otros tres jugadores de fútbol, no ha sido más que un
grano en el trasero y un recordatorio constante del chico que me
rompió el corazón. Verle desfilar con sus ligues de una noche dentro
y fuera de la casa tampoco ayudaba.
Pero con un alquiler tan barato y tan cerca de la tienda de tatuajes,
he aprendido a ignorarlo, por mucho que haya intentado meterse en
mi piel.
Al menos, hasta este verano. Porque cuando un desastre de agua y
moho no me deja otra opción que desalojar mi casa, no tengo adónde
ir. Y Leo Hernández me ofrece un trato que no puedo rechazar.
Vivir en El pozo con él y los chicos, gratis, hasta que mi casera
arregle este desastre.
Ignorarlo era fácil cuando vivía al otro lado de la calle, pero ¿en la
misma casa, con él sin camiseta la mitad del tiempo y observándome
con su sonrisa chulesca y su mirada abrasadora? Es imposible.
Aun así, tengo que intentarlo. Tengo que apartarlo, aunque me lo
ponga muy difícil.
Ya me rompió el corazón una vez.
No dejaré que vuelva a hacerlo.
Antes.
Pedir Halo 5 para mi decimoquinto cumpleaños fue el mayor error
de mi vida adolescente.
En primer lugar, mi madre casi se desmayó cuando lo hice. Ya fue
bastante difícil lograr que me permitiera tener una Xbox con algunos
juegos de fantasía para un solo jugador, y eso fue porque pensó que
era una fase de la que yo crecería. ¿Pero pedir una suscripción a Xbox
Live y un juego que pudiera jugar con personas de todo el mundo
donde nuestro objetivo principal fuera matarnos unos a otros?
Mi pobre madre no sabía qué hacer con eso.
—¿Qué pasa con las porristas? ¿Qué tal pasar el rato con tus
amigos?, ¿ir de compras al centro comercial?, ¿los chicos?
Había hecho cada pregunta más frenéticamente que la anterior,
con la esperanza desvaneciéndose en sus ojos.
Afortunadamente, tenía a papá, quien creo que sabía desde que yo
era muy joven que no iba a ser lo que él y mamá imaginaban.
Mamá quería una animadora y debutante como ella. Quería que su
hija se uniera a la misma hermandad de mujeres de la que había sido
parte en la universidad y soñaba con planear un gran día de bodas
con un vestido blanco esponjoso.
Papá quería que yo estuviera en adquisiciones, al igual que él y mi
hermano mayor, Matthew, que estaba en la universidad y estaba
destinado a seguir sus pasos. Para ser justos, obtuve mi descaro de mi
padre y mi actitud de no tomar una mierda. Pero usar esas
habilidades para ser despiadado en una fusión empresarial no estaba
exactamente en mi radar.
No, lo que obtuvieron en lugar de todo eso fue una niña emo con
un amor por los garabatos y el sueño de ser una artista del tatuaje.
Pero ni siquiera es por eso que Halo 5 fue el comienzo de mi caída.
Porque por mucho que mamá lo odiara, papá la animó a decir que
estaba bien que yo jugara. «Bueno para los músculos del cerebro»,
dijo en broma durante la cena mientras mamá masticaba con enojo
una ramita de espárragos.
Y así, en mi decimoquinto cumpleaños, primero abrí el regalo con
forma de videojuego y chillé de alegría, abandonando todos mis otros
regalos y corriendo de regreso a mi habitación para jugar de
inmediato.
Me tomó un tiempo descifrar el juego, pero no demasiado para
darme cuenta de que estaba años atrás de la mayoría de las personas
con las que estaba jugando en vivo. No es que eso me detuviera. Yo
era una adolescente en vacaciones de verano con todo el tiempo del
mundo. Y si había algo que amaba más que dibujar o jugar, era un
desafío.
Jugué tanto como pude esas primeras semanas de vacaciones de
verano, subiendo de nivel y perfeccionando mis habilidades. No era
raro que yo siguiera despierta cuando sonaba la alarma de papá para
que fuera a la ciudad. Asomaría la cabeza a mi habitación, sonreiría y
me advertiría que al menos fingiera que estaba durmiendo cuando
mamá se levantara.
Me encantó ese verano. Me encantó la sensación de una racha
ganadora, de quedarme despierta hasta que salió el sol, de sorprender
a mi equipo cuando hablé por mis auriculares y se dieron cuenta de
que era una chica. En la escuela, yo era una don nadie, una perdedora,
solo otra adolescente con sobrepeso, acné, mala dentadura y ropa
holgada que perdía más y más amigos a medida que descubría sus
verdaderos intereses.
¿Pero en línea? Yo era una chica ruda.
Era casi un dios, o una diosa, cuando jugaba a Halo. Controlé cómo
me veía, con quién jugaba y qué papel importante tenía en la victoria
de nuestro equipo. La gente me quería en su equipo. Querían jugar
conmigo. Querían ser yo.
Todo iba muy bien.
Y luego, un mes y medio después de mi cumpleaños, cuando el
verano estaba en pleno apogeo, pero la escuela se avecinaba al otro
lado, me metí en un juego con la última persona que esperaba.
Leo Hernández.
Cualquiera que haya ido a mi escuela secundaria sabía quién era
Leo. Todas las chicas conocían su cabello desordenado, su sonrisa
torcida, su cuerpo delgado y musculoso, su piel dorada y su risa
contagiosa. Todos los niños conocían su velocidad y agilidad, la
facilidad con la que sobresalía en el campo de fútbol y también fuera
de él. Era un atleta estrella con un padre que solía jugar en la NFL. Él
era popular, divertido y rico.
Era el tipo de chico que podía sonreírte y hacerte sentir como la
única chica en el mundo.
Poco sabía que él también era el chico que arruinaría mi vida.
Supe que era él tan pronto como apareció su nombre de usuario:
leoHernández13. Claro, tenía que haber otros Leo Hernández en el
mundo, pero ese 13 lo delató. Era su número de camiseta desde que
jugaba Pee Wee1, y si quedaba alguna duda de que era él, se borró
cuando su voz familiar sonó en el chat.
—¿Quién está listo para burlarse de algunos novatos?
Me quedé callada todo el juego, enloqueciendo internamente por
estar jugando con Leo a pesar de que deseaba más que nada que él no
me afectara. No pude evitarlo. Yo era una adolescente, y la primera
vez que lo vi arrancarse la camiseta después de un partido de fútbol
fue mi despertar sexual.

1
Nombre que lleva la categoría infantil en muchos deportes.
Por supuesto, como la mayoría del alumnado, él no tenía idea de
quién era yo.
Al final de nuestro partido, Leo llamó a todos los de nuestro equipo
como «lame traseros».
Excepto yo.
Y luego cambió mi mundo con tres palabras.
—Octostigma, ¿quieres jugar en equipo?
«Octostigma» era mi nombre de usuario, uno en el que me había
dado palmaditas en la espalda porque era tan genial, creativo y
esquivo, y nadie tenía ni remotamente el mismo. Combinaba dos
cosas que amaba: pulpo, el animal más genial del planeta, y estigma,
que era el término griego antiguo para tatuaje.
¿Escuchar a Leo Hernández decir ese nombre de usuario,
escucharlo pedirme que juegue con él?
Otro despertar.
Todo sucedió rápido después de eso. Me agregó como amiga, soltó
una carcajada de sorpresa cuando descubrió que era una chica y luego
jugamos varias rondas en el mismo equipo antes de que él tuviera que
irse a la cama.
Pero la noche siguiente, cuando se conectó, me invitó de inmediato
a jugar con él nuevamente.
Siguió así durante aproximadamente una semana antes de que, una
noche, dijera:
—Esto me aburre. ¿Tienes el nuevo Resident Evil?
—No.
—¿Puedes conseguirlo?
—Tal vez.
—Avísame cuando lo hagas.
Con eso, salió de Halo y vi aparecer una notificación que me decía
que estaba jugando a Resident Evil: Revelations 2.
No estaba por encima de rogarle a mi madre en la mesa del
desayuno a la mañana siguiente. De hecho, literalmente caí de
rodillas.
—Los juegos son caros y acabas de recibir uno por tu cumpleaños
—dijo.
Mi papá le echó un vistazo a su periódico del domingo por la
mañana, que decía sin palabras que ella me decía que un juego era
caro era cómico considerando lo que gastaba en un par de zapatos
semanalmente.
—Por favor, mamá. Haré lo que sea.
—¿Cualquier cosa?
—Cualquier cosa —dije con seriedad.
Mamá miró a mi papá y luego a mí.
—La próxima temporada, serás presentada a la sociedad.
Y no te miento, ni siquiera gemí o puse los ojos en blanco.
—Hecho.
Fue así de fácil. Acepté ser debutante y obtuve el boleto para mi
enamoramiento. Dos días después tenía Resident Evil: Revelations 2,
y cuando me inscribí, Leo ya estaba allí.
—¡Stig! Tienes el juego —anunció cuando nuestros auriculares se
conectaron.
Traté de ignorar la forma en que mi estómago dio un vuelco por el
apodo que me había dado, por el hecho de que parecía feliz de que
estuviera en línea.
—No te emociones demasiado —le dije—. Nunca he jugado antes,
lo que significa que sin duda voy a ser una mierda.
Se rió de mí usando sus palabras.
—Te enseñaré.
Y eso fue todo durante un tiempo: él me enseñaba los secretos del
juego en el modo Asalto y la única conversación entre nosotros era yo
haciendo preguntas o él dando consejos. Pero al final, cuando le
agarré el truco, me di cuenta de la intimidad de jugar con Leo y no
con un pelotón lleno de desconocidos. Y cuando ya no tuvimos que
hablar de cómo jugar, empezamos a hablar de otras cosas.
—¿Así que qué edad tienes? —me preguntó durante un
allanamiento un domingo por la noche.
—Quince. ¿Tú?
—Dieciséis —mintió. Sabía que era mentira porque su cumpleaños
no era hasta octubre, pero lo dejé mentir porque me gustaba la idea
de que mintiera para impresionarme.
—Genial.
—Entonces, ¿eres un estudiante de segundo año?
—En unas pocas semanas, cuando comience la escuela —dije,
haciendo una pausa cuando nos encontramos con un grupo de
zombis que requerían concentración. Cuando logramos pasar,
continué—: realmente no tengo muchas ganas de eso, para ser
honesta.
—¿Por qué?
—La escuela apesta.
Él se rio.
—Sí —Una pausa, luego—. ¿Tienes novio?
Mi piel ardía tan ferozmente que quité una de mis manos frías de
mi controlador y la presioné contra mi mejilla.
—No.
—¿No? —Leo se rio—. Eso es una locura. ¿Cómo es que no tienes
novio?
Resoplé.
—A los chicos de mi escuela no les gustan las chicas como yo.
—¿Estás bromeando? —Hizo un chasquido con la lengua—.
Entonces son idiotas. ¿Si hubiera una chica en mi escuela que jugara
videojuegos? Yo estaría en todo eso.
—No tienes idea de cómo me veo.
—¿Y?
El calor invadió mi cuerpo en ese momento, como si tuviera una
fiebre ineludible.
—¿Me estás coqueteando, LeoHernández13?
—Tal vez lo estoy haciendo, Stig.
Mi estómago dio un vuelco.
—Solo dices eso porque no sabes quién soy.
La conversación se estancó cuando llegamos al final de una
incursión, todos enfocados en matar zombis y otras criaturas. Cuando
estábamos de vuelta, Leo dijo:
—Entonces, ¿qué haces cuando no estás jugando?
—Dibujar.
—¿Dibujar qué?
—No sé. Animales, flores, diseños de tatuajes, solo…
—Espera. ¿Diseños de tatuajes?
Mordí mi labio contra una sonrisa.
—Sí.
—¿Tienes alguno? ¿Un tatuaje, quiero decir?
—Tengo quince años.
—Justo. Pensé que tal vez tenías unos padres geniales.
Resoplé.
—Lejos de eso, a menos que pienses que un padre que trabaja en
adquisiciones y una madre cuyo trabajo es mantenerse al día con los
últimos chismes en el club es genial.
—He oído alternativas peores. Entonces, juegas y dibujas. ¿Qué
más debería saber sobre ti? —Hizo una pausa—. Tal vez… ¿tu
nombre?
Tragué saliva, la ansiedad me recorrió la espalda. Sabía que no me
reconocería, aunque le diera mi nombre completo y una foto, porque
Leo estaba en el dos por ciento superior en nuestra escuela, en cuanto
a popularidad, y yo estaba en el fondo del barril. Pero, aun así, había
algo poderoso en el anonimato. Como Octostigma, era genial,
misteriosa: la chica divertida que juega videojuegos. Tal vez mi voz
era sexi. Tal vez la ignorancia era parte de eso.
Pero como Mary Silver, era una perdedora.
—Puedes llamarme Stig.
Siguió así durante el resto del verano. No podía esperar para iniciar
sesión, no podía esperar para ver la notificación de que
LeoHernández13 me invitaba a jugar con él. Matábamos zombis, nos
reíamos y peleábamos por las mejoras y quién era mejor en qué
habilidad. Entre redadas, hablábamos, y cuanto más lo hacíamos, más
profundas eran las conversaciones.
Le conté sobre el terrible trato que había hecho con mi mamá para
conseguir este juego, y él se rio y me preguntó qué tipo de vestido me
compraría para el baile de debutantes y si era tan buena bailando
como matando zombis.
Pero su voz se suavizó cuando me contó sobre la presión que sentía
por parte de sus propios padres, es decir, su padre.
—Él quiere que siga sus pasos y vaya al sur de Alabama a jugar,
pero me encanta Nueva Inglaterra. Me encanta Boston. Yo solo… no
puedo imaginar irme.
—No tienes que hacerlo.
Él río.
—Tú no conoces a mi papá. Soy su orgullo y alegría. Lo aplastaría
si no fuera a su alma mater.
—Pero es tu vida —le recordé—, no puede vivir tanto la suya como
la tuya. Además, ¿no estaría orgulloso de ti sin importar dónde
decidieras jugar al fútbol?
—Lo haces sonar tan simple.
—Años de decepcionar a mis padres y aún hacer que me amen.
Hubo una risa suave a través de los auriculares y luego silencio.
—Oye… Sé que esto va en contra de todas las reglas que nuestros
padres establecieron para nosotros cuando empezamos a jugar
videojuegos en vivo, pero… ¿crees que podría tener tu número?
Mariposas. Mariposas por todas partes.
—Seguro.
Cuando se lo di, me asusto.
—Espera, 781… ¡eso es Weston! ¡Ahí es donde vivo!
Mierda.
El pánico me recorrió. No había pensado en él sumando dos y dos
cuando le di mi número.
Mordí mi labio en lugar de responder.
—¿Por qué nunca me lo dijiste?
—No preguntaste.
—Bueno, eso es porque asumí que estabas en, como, no sé, en
Canadá o algo así.
—¿Canadá? —Me reí.
—¿A qué escuela vas?
Eso mató mi risa.
—Uh… es una pequeña escuela privada, no lo sabrías.
—Yo también voy a una escuela privada.
El sudor me picaba en la nuca.
—Me tengo que ir. Mamá me está gritando que me vaya a dormir.
Quiere que llegue a tiempo antes de que comiencen las clases. ¡Adiós!
Me desconecté antes de que pudiera responder, mi corazón latía
con fuerza en mi pecho. Me dejé caer en mi cama y cerré los ojos.
¡Estúpida, estúpida, estúpida!
Pero luego, mi teléfono vibró y llegó un mensaje de texto de un
nuevo número.
Desconocido: Dulces sueños, Stig.
Pensé que eso era todo, pero después de cepillarme los dientes y
meterme en la cama, había otro esperándome.
Leo: Estoy muy contento de haberte conocido.
A la mañana siguiente, mi teléfono sonó a las siete de la mañana.
Respondí adormilada sin ni siquiera comprobar quién era, porque
nunca recibía llamadas telefónicas, y mucho menos tan temprano.
—Levántate y brilla —dijo Leo.
Salí disparada.
¡¿Él me llamó?!
—¿Umm hola?
—Pensé en ayudar a tu mamá en su búsqueda para prepararte para
la rutina escolar —dijo. Su voz sonaba aún más cálida por teléfono,
más nítida que con los auriculares con los que estaba acostumbrada a
escucharlo—. Me mantuviste despierto hasta tan tarde.
—¿Te mantuve despierto?
—Todo el verano. Realmente eres una mala influencia.
—Lo dice el que pidió el número de teléfono de un extraño en línea.
—Y no tengo un solo arrepentimiento.
Me sonrojé, me dejé caer en mi cama y tapé el teléfono para que no
escuchara mi ridículo chillido.
—¿Oye, Stig?
—¿Sí?
—Dibújame algo.
—¿Qué quieres que dibuje?
—Cualquier cosa —respondió rápidamente—. Muéstrame una
parte de quién eres.
—¿Por qué?
Una pausa.
—Porque me gustas.
Mis ojos se abrieron como platos, el corazón me latía tan fuerte que
no pude escucharme cuando respondí con un débil «está bien»
—Está bien —dijo.
Y aunque no podía verlo, sabía que estaba sonriendo.
Hablamos todos los días y todas las noches durante las siguientes
dos semanas.
Me desperté con textos de buenos días que me hicieron chillar y
revolcarme en mis sábanas, me hicieron tan feliz. Por la noche,
parecía que pasábamos cada vez menos tiempo jugando y más
tiempo hablando por teléfono, hablando durante horas hasta que
nuestras gargantas estaban roncas.
La primera vez que me envió una foto, se me cayó el teléfono.
Literalmente. Era solo una selfie de él después de la práctica de
verano, su cabello era un desastre sudoroso y enmarañado, sus labios
agrietados, la piel roja. Pero su sonrisa era amplia, cegadora y toda
para mí.
No le envié una foto, y él no presionó.
Me encantaba jugar Xbox con él. Me encantaba cuando me enviaba
un mensaje de texto con un meme estúpido o me contaba una historia
divertida sobre su familia. Me encantó cuando me preguntó si alguna
vez íbamos a salir en la vida real y luego me dejó cambiar de tema.
Pero mis noches favoritas eran aquellas en las que me llamaba y
nos quedábamos allí y hablábamos.
La mayor parte del tiempo reíamos. A veces nos metíamos tanto
que le confesaba cosas que nunca le había confesado a nadie más, y él
hacía lo mismo. Como la noche en que admití que tenía miedo de
nunca ser suficiente para mi mamá, o aquella en la que me dijo que
no podía imaginar una vida sin fútbol y que lesionarse era su mayor
temor.
A pesar de todo, dibujé para él.
—¿Alguna vez me vas a mostrar lo que estás dibujando? —se
burlaba de mí cada vez que podía—. Estoy empezando a pensar que
eres una mentirosa y que no dibujas en absoluto.
Fue entonces cuando le envié una foto por primera vez: una vista
retraída de una página de garabatos en mi cuaderno de bocetos.
Lo aduló durante días, molestándome aún más para mostrarle lo
que estaba haciendo para él.
—Te mostraré cuando esté listo —seguí prometiendo.
La verdad era que estaba tratando de armarme de valor para
mostrárselo en persona.
Comenzó la escuela, y todos los globos de esperanza que tenía de
que tal vez este año sería diferente después de lo que pareció un
verano que cambió mi vida se reventaron de inmediato cuando ni
siquiera pude pasar el primer día sin múltiples insultos y tropezarme
en la cafetería. A veces, deseaba ser del tipo invisible de perdedora,
la que pudiera escapar de todo el acoso.
No hay tal suerte.
Las palabras no me hirieron, al menos, ya no. Después de años de
soportarlos, fue como si me perforaran la piel con cientos de agujas
hasta que me acostumbré tanto a la sensación que se sentía normal.
Me había vuelto insensible a todos sus insultos: gótica, perdedora,
nerd, gorda, cara de cráter, lo que sea que me arrojaran, era fácil poner
los ojos en blanco.
Pero cuando me empujaron, me hicieron tropezar, tiraron mi
comida a la basura y se rieron mientras me salpicaba… esas cosas
eran más difíciles de ignorar.
Sentí que cada ataque socavaba mí ya escasa confianza,
haciéndome querer esconderme como una tortuga en un caparazón.
Cuando se trataba de la escuela secundaria, la emoción era lo más
alejado de cómo me sentía.
Solo quería sobrevivir.
No supe cuándo sucedió, cuando de alguna manera pasé de ser una
niña normal con un pequeño pero gran grupo de amigos a alguien
que vive la vida al margen. Supongo que cuando mis amigas se
interesaron más en los chicos que en los juegos, cuando empezaron a
usar sombras de ojos suaves y brillo de labios rosa y yo opté por ojos
de gato dramáticos y pinté mi sonrisa de color burdeos, cuando todos
adelgazaron y yo rellené, en cada curva.
De alguna manera, en algún lugar del camino, me aislé.
Pero este año sería diferente.
Porque este año, tenía a Leo.
La primera vez que lo vi en la escuela, estaba haciendo payasadas
con otros jugadores del equipo de fútbol en la cafetería antes del
primer período. Lo observé con una sonrisa antes de que una de mis
únicas amigas, Naya, me diera un codazo en las costillas.
—¿Por qué sonríes a esos idiotas?
Me encogí de hombros, frunciendo el ceño mientras volvía a
garabatear en mi cuaderno.
—No lo hacía.
Naya amaba el anime y el cosplay como yo amaba los videojuegos
y dibujar. También tenía un dragón barbudo como mascota y una
intolerancia por los deportistas o cualquier persona considerada
popular en nuestra escuela.
—Si lo hiciste.
—Cállate —murmuré, y luego la ignoré, concentrándome en mi
cuaderno hasta que mi teléfono vibró con un mensaje de texto.
Leo: Tienes razón, la escuela apesta. Extraño los días de verano contigo.
Cada nervio de mi cuerpo se iluminó mientras leía el texto una y
otra vez, mis ojos se desviaron hacia donde estaba Leo al otro lado de
la cafetería. Se estaba riendo de algo que había dicho el mariscal de
campo, y luego Lila White corrió hacia él y se dejó caer en su regazo.
Envolvió sus brazos alrededor de ella con facilidad, pero no de la
manera que me hizo sentir un poco de celos. Era la forma en que decía
sin palabras que estaba incómodo, que solo la dejaba sentarse allí
porque no quería responder preguntas si la empujaba.
Sonreí.
Me gustó que lo conociera así, que pudiera ver a través de su
fachada.
Yo: Llámame esta noche y podemos fingir que el verano nunca termina.
Tan pronto como lo envié, lo vi sacar rápidamente su teléfono de
su bolsillo. Se iluminó con una sonrisa mientras leía el texto, y luego
pulsó una respuesta antes de guardarla.
Más tarde esa noche, le pregunté cómo había estado su día.
—Agotador.
—¿Práctica?
—No, el fútbol es mi liberación. Es el resto lo que me desgasta.
—¿Como, clases?
—Un poco. No sé. Es como… —Hizo una pausa, y deseé poder
verlo, poder observar los gestos de su cuerpo en ese momento—. A
veces, salgo con todas estas personas, todos mis amigos, y solo miro
a mi alrededor y me doy cuenta de que realmente no conozco a
ninguno de ellos, y ellos no me conocen a mí. Aparte del fútbol,
quiero decir.
—Podrías contarles más sobre ti —ofrezco—. Pídeles que también
sean reales contigo.
Él río.
—Sí claro. Por la forma en que me ven en mi escuela, solo soy el
payaso de la clase, ¿sabes? El deportista que hace reír a la gente y tiene
chicas haciendo fila en su casillero.
Tragué.
—Una fila completa, ¿eh?
—No estés celosa, Stig —dijo, con el humor grabado en su voz—.
Ninguna de ellas se compara contigo.
—Oh, vete a la mierda.
—¡Lo digo en serio! Ellas no…
—De todos modos —dije en broma, pero sobre todo porque
necesitaba cambiar de tema antes de derretirme en un charco en el
suelo—. Entonces, ¿sientes que tienes un papel que desempeñar?
—Supongo que sí. O tal vez, tan agotador como es interpretar el
papel, se siente aún más agotador intentar cambiarlo.
—Por lo que vale, me gustas más cuando eres real, cuando estás
abierto. Eres gracioso, sí, pero… eres más que eso.
Leo se quedó en silencio durante un largo momento.
—Me gustaría que me dijeras quién eres —dijo en voz baja.
Tragué.
—Pronto.
Pasé otra semana viviendo en las afueras de la vida de Leo, en su
periferia, allí, pero nunca vista realmente. Era más feliz cuando me
enviaba un mensaje de texto o me llamaba. Yo era la más miserable
cuando estaba lo suficientemente cerca para tocarlo y todavía de
alguna manera invisible. Y fue en ese momento que de alguna manera
encontré el coraje que había estado buscando. La ansiedad y el miedo
todavía me molestaban en la parte posterior de mi cerebro, pero
fueron ahogados por el orbe brillante de esperanza que susurraba dos
palabras continuamente en mi oído.
«¿Y sí?»
Y así, en una fresca tarde de otoño, llevé un cuaderno lleno de
dibujos bajo el brazo mientras cruzaba el campus hacia el campo de
fútbol.
La práctica terminaría en veinte minutos, y decidí que finalmente
estaba lista para decirle a Leo quién era yo.
Mis axilas eran pantanos mientras estaba parada en la pista que
rodeaba el campo de fútbol, apretando mi cuaderno contra mi pecho
y viendo cómo Leo terminaba la práctica con su equipo. Todo dentro
de mí gritaba que diera la vuelta y corriera, pero luché contra el
instinto.
Mi pobre cuerpo estaba tratando de salvarme y yo no lo escuchaba.
En cambio, me paré tan alto como pude, con los dedos temblando
y el corazón acelerado. Y cuando Leo corrió junto a mí con algunos
de sus compañeros de equipo, grité su nombre con una voz débil y
quebrada.
Redujo la velocidad, girando la cabeza en mi dirección, su cabello
húmedo y desordenado flotando como un comercial en cámara lenta
cuando lo hizo. Me robó el aliento verlo tan cerca después de todas
las noches que habíamos pasado juntos al teléfono. Sus ojos eran más
dorados de lo que me había dado cuenta, su mandíbula más definida,
su cuerpo brillando por el sudor.
Lo esperé, por el momento en que me miró a los ojos y supo que
era yo, que era la chica con la que había hablado todos los días y todas
las noches durante la mayor parte del verano. Esperé a que su sonrisa
se extendiera, a que corriera hacia mí y me tomara en sus brazos como
me habían preparado todas las estúpidas películas.
En cambio, frunció el ceño, la confusión grabada en sus cejas
mientras disminuía la velocidad hasta detenerse y caminaba unos
pasos vacilantes hacia mí.
—¿Sí?
Traté de ignorar la forma en que mi corazón se hundió, la forma en
que mis nervios se duplicaron cuando algunos de sus compañeros de
equipo también se detuvieron, mirando a Leo, luego a mí, luego entre
ellos con una mirada que decía «oh, esto debería ser bueno».
—H… hola —respiré, tragando y recordándome forzar una
exhalación.
Leo todavía parecía confundido, pero ofreció una pequeña sonrisa
de misericordia.
—Hola.
—Siento molestarte, yo solo… —Cada palabra que había planeado
decir voló por la ventana en mi pánico, pero sabía que no necesitaba
palabras. Él sabría quién soy sin que yo tenga que decírselo.
Porque se lo iba a mostrar.
—Te dibujé esto —dije, empujando el cuaderno de bocetos hacia él.
Mi sonrisa era confiada, amplia y brillante, porque sabía que lo iba
a conseguir. ¿Quién más le estaría dibujando algo? Además, conocía
mi voz. Él me conocía.
Leo volvió a mirar a sus amigos que luchaban contra la risa, sus
cejas aún juntas cuando se volvió hacia mí de nuevo.
—¿Hum está bien?
Me quitó el cuaderno de bocetos y un compañero detrás de él dijo:
—Adelante, ¿qué es, Hernández?
Leo me miró antes de abrir vacilante el libro en la primera página.
Era el más simple de los dibujos que había estado conservando para
él desde la noche en que me lo pidió, un bosquejo de líneas finas de
cosas que me hicieron pensar en el verano: flores silvestres, abejorros,
un río caudaloso.
Cuando la comprensión no lo golpeó después de verlo, cuando
simplemente arrugó la cara y me miró antes de pasar la página, mi
corazón se hundió.
Sus amigos miraban por encima de su hombro y, cuando pasaba la
página, se reían, gritaban y se golpeaban antes de que uno de ellos le
arrancara el cuaderno de las manos.
—¿Qué demonios? ¿Este fenómeno de los dientes torcidos te dibujó
porno?
Mis mejillas se sonrojaron con un calor furioso, e hice una nota
mental de no volver a sonreír nunca más.
—No es porno —argumenté.
Uno de los chicos volteó el libro hacia mí, mostrando a la chica con
curvas que sentí que se parecía a mí. Llevaba una sudadera con
capucha y calzas, lo que solía usar cuando jugaba, y un chico con una
camiseta de fútbol la sostenía en sus brazos, envolviéndola mientras
miraban las estrellas.
Se suponía que el niño era Leo.
Si mirabas de cerca, en nuestras manos había un solo controlador
de Xbox, uno que manteníamos juntos.
Pero Leo no miró de cerca. De hecho, apenas miró antes de arrancar
el libro de sus amigos que se reían y lo metió de nuevo en mi pecho.
—Mira, no sé qué diablos se supone que es esto, pero no lo quiero.
Sus ojos se clavaron en los míos.
Y lo que vi reflejado en ellos me hizo trizas.
Él sabía.
Sabía que era yo. Estaba escrito en cada rasgo: la lástima en sus ojos,
sus cejas fruncidas, su postura rígida y su pecho agitado. Y justo en
ese momento, reconocí la verdad.
Sabía que era yo, y no le gustó lo que vio.
«No tienes idea de cómo me veo».
«¿Y?»
Qué estúpida fui por creer que él quería decir eso.
Ni siquiera pudo mantener el contacto visual por más de un
momento antes de mirar hacia el suelo entre nosotros, el libro todavía
extendido hacia mí.
Mi garganta ardía cuando lo arrebaté de sus manos, deseando que
las lágrimas que inundaban mis ojos se quedaran quietas y no se
soltaran por mis mejillas.
—Eres un mentiroso y un idiota, y espero que algún día alguien te
lastime tanto como tú me lastimaste a mí.
Sus amigos se echaron a reír a carcajadas y uno de ellos dijo:
—Ohhh, ¿oíste eso, Hernández? ¡Este monstruo gordo con cara de
granos te llamó un gran idiota malo!
La voz del chico imitó la de un niño pequeño con esas últimas
palabras, lo que hizo que todos se rieran a carcajadas de nuevo.
Y Leo no dijo una palabra.
No los detuvo, no les dijo que se callaran y me dejaran en paz, no
me defendió ni mostró ni una pizca de piedad. Y cuando su amigo lo
rodeó con un brazo, alejándolo a él y al resto de la manada de mí, Leo
miró hacia atrás solo una vez.
Creí verlo decir que lo sentía.
Solo me hizo enfurecer más.
Un parpadeo liberó las lágrimas que había estado conteniendo, y
grabaron el recuerdo en mi cerebro para siempre mientras corrían por
mis mejillas.
Esperé hasta que llegué a casa, hasta que estuve detrás de la puerta
de mi dormitorio que cerré con vehemencia. Entonces, grité y rasgué
las páginas del cuaderno.
—Te odio, Leo Hernández —gruñí, rompiendo página tras
página—. Te odio, te odio, te odio.
Sacar las páginas del cuaderno no fue suficiente. Cuando
ensuciaron mi piso, las recogí y las trituré en pequeños trozos hasta
que el piso de mi habitación quedó cubierto de nieve de papel. Mi
pecho estaba agitado cuando terminé, y luego me derrumbé allí
mismo en el medio de la pila.
Y lloré.
No, sollocé, hasta que mis pulmones se agotaron y no quedaron
más lágrimas en mis conductos. Mamá llamó a mi puerta vacilante,
pero le dije que se fuera, y le dije lo mismo a papá cuando llegó a casa
del trabajo. No me uní a ellos para la cena. Sentía que nunca volvería
a comer, nunca volvería a dormir, nunca volvería a ser la misma
persona que era antes de que Leo me destruyera.
Traté de encontrar la razón, traté de recordarme a mí misma que
era una chica de secundaria y que estas emociones pasarían. Eso es lo
que mamá siempre me decía cuando estaba siendo dramática. Pero
nada podía sacar el dolor, la rabia de mi corazón, no esta vez.
Ese día cambió fundamentalmente quién era yo.
La jaula débil en la que había tratado de vivir para complacer a mis
padres, para ser lo que ellos y todos los demás en mi vida querían que
fuera, estaba completamente destruida. Agarré los barrotes,
doblándolos y deformándolos hasta que pude atravesarla. Y al otro
lado, era indomable, imperturbable, imparable.
Decidí en ese mismo momento que nada ni nadie me volvería a
lastimar.
Esa noche, cuando Leo se conectó e intentó pedirme que jugara con
él, lo eliminé. Me llamó inmediatamente después, y cuando no
respondí, me envió un mensaje de texto que ni siquiera me molesté
en leer.
Lo bloqueé en todo.
Desconecté mi Xbox e hice un plan para llevarla junto con todos
mis juegos a GameStop2 y cambiarla por una PlayStation.
Cerré el mundo.
Elimine a quien solía ser.

2 Tienda minorista de videojuegos y consolas.


Y esa noche, cuando el sueño no llegaba, no sabía muchas cosas.
No sabía cuánto peor se pondrían las cosas en la escuela al día
siguiente. No sabía que era posible que un corazón ya fracturado se
rompiera aún más. No sabía que esos idiotas de los amigos de Leo
tomaron una foto de mi dibujo cuando estaba ocupada mirando a
Leo. No sabía que harían copias y las pegarían por toda la escuela con
mi espantosa foto de estudiante de primer año, la fanática del porno
con cara de granos se convertiría en un apodo del que nunca
escaparía en todos mis años de escuela secundaria. No sabía que Leo
se reiría con ellos, que ni siquiera volvería a mirar en mi dirección,
que fingiría que yo ni siquiera existía.
¿La mayor sorpresa de todas?
No sabía que seis años después, cuando ya no era ni una semblanza
de la niña que era ese verano que cumplí quince, Leo Hernández sería
mi vecino.
Y un año después de eso… mi compañero de piso.
Presente, siete años después.
—¡Entrenador! ¡Entrenador!
Me giré y dejé mi taza de Gatorade sobre la mesa plegable justo a
tiempo para salvarla antes de que tres niños de ocho años me
atropellaran. Recogí uno debajo de mi brazo mientras los otros dos
chocaban contra mis piernas, sus pequeñas manos alrededor de mi
cintura.
—¡¿Viste eso?! —dijo Keon, señalando hacia el campo. Su casco era
demasiado grande para él y su cabeza se tambaleó con el peso cuando
volvió a mirarme—. ¡Lo golpeé con el brazo rígido3, tal como dijiste!
—¡No lo hiciste! —Jordan combatió, soltando su agarre en mi
cintura solo lo suficiente para empujar a Keon un poco hacia atrás.
—¡También lo hice! —dijo Mason
—Tropecé.
—Sí, porque te empujé. Con mi brazo rígido.
—Sí, pero te derribé, Keon —señaló el pequeño niño debajo de mi
brazo, moviéndose hasta que lo volví a bajar—. Así que ese brazo
rígido realmente no importa.
—¡Hice veinte yardas! —Keon respondió.
—¡Ujum! —dijeron los otros dos al unísono, luego todos estaban
peleando, y yo me reí, inclinándome hasta que estuve sobre una
rodilla y a su nivel.

3
En ingles Stiff Arm o Hand off, es una táctica empleada por el portador del balón, donde
con su brazo libre empuja a su oponente para evitar ser derribado.
—Está bien, está bien —dije, agarrando a dos de ellos por los
hombros. Les di una mirada a cada uno hasta que se calmaron—.
Keon, esa fue una muy buena carrera. Deberías estar orgulloso de
ello.
Keon sonrió.
—Pero —agregué rápidamente—. Hay una diferencia entre alguien
que piensa que es bueno y alguien que lo sabe; la principal es que
cuando lo sabes, no necesitas presumir de ello.
—Sí, Keon —dijo Jordan, cruzando los brazos.
—Y Jordan, esa fue una gran defensa, pero no seas demasiado
orgulloso para admitir que podrías haberlo hecho mejor. ¿Por qué
crees que Keon pudo empujarte tan fácilmente con ese brazo rígido?
Jordan bajó la mirada hacia sus zapatos.
—Porque no lo envolví.
—No lo envolviste —repetí.
—¡Pero yo lo hice! —Mason sonrió.
Giré hasta que mis ojos estuvieron sobre él.
—Veinte yardas más adelante.
Eso los calmó a todos, aunque Keon sonrió.
—Miren —dije, acercándolos a todos un poco más—. Todos
ustedes lo hicieron bien. Pero todos podrían haberlo hecho mejor. Y
odio decírselos, pero así es el fútbol. De hecho, eso es fútbol en un
buen día. La mayoría de las veces, cometerán errores que saben que
no deberían cometer, y luego tendrán que desempolvarte y volver a
la línea para la siguiente jugada.
Empujé mi dedo en el pecho de Keon.
—Lo más importante es que te mantengas humilde, recuerdes por
qué amas este juego y pongas a tu equipo por encima de tus propias
estadísticas personales. En lugar de molestarse unos a otros,
anímense unos a otros. Jordan, esa fue una gran carrera que tuvo
Keon, ¿no?
Jordan le sonrió a Keon y le dio un codazo en el hombro.
—Sí.
—Sí. Y, Mason, no habrías podido derribar a Keon si Jordan no lo
hubiera frenado con ese intento de placaje, ¿eh?
—Probablemente no. Es tan rápido —dijo Mason.
—Y fue una gran entrada —le dijo Keon a Mason antes de que
pudiera incitarlo—. Realmente me envolviste, no podría romperlo,
aunque quisiera.
—¿Ven? —dije, golpeando a cada uno de ellos juguetonamente—.
Eso es lo que te hace más fuerte como jugador y como equipo.
La sombra del entrenador Henderson nos cubrió a los cuatro, y me
puse de pie para unirme a él mientras asentía con la cabeza hacia el
campo.
—Muy bien, ustedes tres, de regreso.
—¡Sí, entrenador! —dijeron al unísono, y luego volvieron a correr
para jugar, riéndose entre ellos en lugar de pelear.
El entrenador Henderson era el entrenador en jefe del equipo de
Pee Wee con el que lo había estado ayudando desde mi segundo año
en la Universidad de North Boston. Comenzó como un accidente, en
realidad, solo yo atrapado en el campus durante el verano y aburrido,
buscando algo que hacer que no fuera condicionamiento. Eso fue todo
lo que pudimos hacer durante el verano sin romper las reglas del
futbol americano universitario. No hubo prácticas reales hasta el
campamento de otoño.
Henderson había visto lo ansioso que estaba y me ofreció este
trabajo no remunerado, uno que acepté sin pensarlo dos veces.
—Te van a extrañar el próximo año —comentó mientras los niños
hacían fila para otra jugada.
—Ah, la mayoría de ellos pasarán al siguiente nivel, de todos
modos —dije—. Y los que no, no pensarán en mí.
—Te sorprenderías. Realmente has tenido un impacto con estos
niños. —Hizo una pausa, sacudiendo la cabeza—. Aunque encuentro
que les des consejos sobre ser humildes bastante cómico.
—Oye, soy tan humilde como parece —dije a la defensiva.
—Bien. ¿Qué fue lo que dijiste en esa entrevista después del juego
de campeonato el año pasado? —Se tocó la barbilla—. Oh, es cierto.
He batido dos récords escolares en mis tres años aquí, y cuando me
vaya, los romperé todos.
Parpadeé.
—¿Qué? Eso es solo hechos. NBU nunca ha tenido un corredor
como yo y lo sabes.
Él sonrió y sacudió la cabeza, poniendo una mano en mi hombro.
—Tal vez solo practica un poco de lo que predicas, ¿eh, chico?
Me encogí de hombros, pero sonreí, porque tal vez tenía razón. Tal
vez me vendría bien un trozo de humildad en mi plato de vez en
cuando. Pero yo no era así. Para mí, la clave del éxito siempre había
sido la arrogancia.
Jugar como el infierno. Restregárselo en la cara de todos los
defensores cuando no pudieran detenerme. Y recordarle a cualquiera
que pregunte que soy el mejor que jamás haya existido.
No importaba si era cierto o no. Cuando decías algo lo suficiente,
empezabas a creerlo. Y cuando las creías, te convertías en ello.
Esas fueron las palabras de mi padre, y las sostuve como un credo.
Mi papá, Nick Parkinson, fue y sigue siendo el mejor receptor que
haya jugado en la Universidad del Sur de Alabama. También fue una
bestia en la NFL hasta que una lesión terminó con su carrera, pero no
antes de haber ganado suficiente dinero y conexiones para establecer
un lugar para él en el deporte para siempre. Ahora, aunque pasó la
mayor parte de su tiempo como comentarista de televisión o asesor
de jugadores jóvenes, vivió el resto de su sueño a través de mí.
Cuando el entrenador hizo sonar el silbato final de la práctica,
ayudé a empacar antes de ir al gimnasio en el campus. Algunos de
mis compañeros de equipo holgazanearon durante el verano y solo
se presentaron por el mínimo de lo que se requería de ellos. Pero no
me atraparían muerto haciendo lo mismo.
El verano era lo que separaba a los buenos de los grandes, a los
atletas universitarios de los que se convertirían en profesionales. Usé
cada pedacito de mi tiempo trabajando hacia mi objetivo final.
Jugar en la NFL, como mi papá.
Estaba empapado en sudor cuando subí a mi automóvil para
dirigirme a mi casa en el campus, conocida cariñosamente como El
pozo de las serpientes. Fue la casa del equipo, comprada en los años
80 y transmitida de generación en generación de jugadores. Era la
base de operaciones, la casa en la que festejamos cuando ganamos y
en la que creamos estrategias cuando perdimos. Era viejo y decrépito
y, ahora que nuestro mariscal de campo responsable, limpio y
organizado se había graduado y se había vuelto profesional, mucho
más desordenado de lo que solía ser.
Pero estaba en casa.
Mientras conducía, con un brazo en el volante y el otro colgando
por la ventana del lado del conductor, me empapé del calor del
verano, la sensación que me trajo este verano en particular. Era el
último de mi carrera escolar, un último verano antes del último año
en la Universidad de North Boston.
Antes de mi último año de universidad.
Éramos campeones ahora, saliendo de una de las temporadas más
calientes en la historia de nuestra escuela. Entrar al comienzo de la
temporada con ese rango de número uno sería dulce, pero también
significaría que teníamos un objetivo en la espalda, uno que tenía
planes completos para hacer imposible alcanzar.
En el fondo de la sensación dichosa y emocionante que me trajo
este verano, había un borde oscuro, un pozo sin fondo que con gusto
me tragaría si dejaba de correr el tiempo suficiente para dejarlo. Era
un abismo creado por una chica hace años, un agujero sin fin dejado
en el mismo centro de quién era yo después de que la única persona
con la que alguna vez había sentido una conexión genuina en mi vida
me dejó como un fantasma.
Y ni siquiera sabía su nombre.
Tragué saliva, moviéndome en el asiento del conductor y tomando
mi mano opuesta al volante. Los pensamientos de ese verano siempre
me hacían retorcerme. Ni siquiera podía recordar quién era en ese
entonces y, sin embargo, sabía que lo más real que había estado con
alguien, en cualquier momento de mi vida, fue ese verano.
Con una extraña que conocí jugando videojuegos en línea.
Era tan cliché y vergonzoso que nunca se lo había dicho en voz alta
a nadie, no pude. Tenía reputación de ser un playboy, un imbécil
inteligente, un payaso, una potencia, una puta estrella. Me encantaba
ese papel. Creé ese papel para mí. Y sabía que si alguna vez le admitía
a alguien lo que había sucedido ese verano en la escuela secundaria,
me convertiría en la broma misma en lugar del bromista.
No, se iría a la tumba conmigo.
Y si nunca aprendí a dejarlo ir, podría ser lo que me lleve a dicha
tumba.
Cada vez que esa oscuridad se deslizaba en mi mente, siempre
estaba tentado a sucumbir a ella. Una parte de mí pensó que podría
traer alivio simplemente caer en la interminable espiral de preguntas
que me asaltaron hace siete años y me suplicaron que las dejara entrar
todos los días desde entonces.
Podría castigarme por una eternidad preguntándome qué salió
mal, qué hice, qué pasó. Podría lanzarme de cabeza a la ansiedad de
que le hubiera pasado algo malo, que hubiera sido secuestrada o
enviada a un internado por sus padres o, en el peor de los casos, que
estuviera muerta.
No sabía su nombre, pero la conocía.
Conocía la forma en que se reía cuando estaba exhausta por
quedarse despierta toda la noche conmigo. Sabía que nunca
retrocedía ante ningún desafío. Sabía que era ella misma sin
disculparse y sin miedo, sin importar lo que pensaran sus padres,
amigos o cualquier otra persona. Sabía que era divertida, adorable y
genial como el infierno. Ella jugaba videojuegos, por el amor de Dios.
Y sabía que ella me conocía, en el nivel más vulnerable y honesto,
y le gustaba. Ella se preocupaba por mí.
O tal vez no lo hizo.
Tal vez ella nunca lo hizo.
Tal vez ella no era una chica como yo en absoluto. Tal vez ella era
una extraña que vivía en el sótano de sus padres a la edad de treinta
años fingiendo ser una adolescente para poder aprovecharse de los
niños pequeños.
Incluso mientras lo pensaba, sabía que no era cierto. Pero a veces
me hacía sentir mejor fingir que ese era el caso, porque la alternativa
era que ella acababa de… dejarme.
Y nunca sabría por qué.
Una rápida sacudida de mi cabeza hizo que la sombra de todos esos
pensamientos se esfumara mientras giraba hacia mi calle. Dejé
escapar un profundo suspiro cuando me detuve en el camino de
entrada, salté y agarré mi bolsa de lona del maletero. Me lo colgué del
hombro, cerré el auto con un clic del llavero y estaba listo para entrar
y darme una ducha antes de sentarme a jugar videojuegos con mis
compañeros de piso.
Pero una mirada al otro lado de la calle me detuvo en seco.
Mary Silver estaba de pie en su patio con las manos colgando sobre
sus caderas llenas y seductoras, la mirada fija en su casa mientras un
tipo mayor y fornido con una camiseta mugrienta y vaqueros
gastados traqueteaba a su lado. Solo pude ver su perfil, pero noté
como tenía el ceño fruncido, como se mordía la comisura de su
carnoso labio inferior.
Mary se había mudado a esa vieja casa frente a nosotros el año
pasado, junto con Julep Lee, la hija de nuestro entrenador y, ahora, la
prometida de nuestro anterior mariscal de campo. Holden y Julep
fingiendo que no se gustaban proporcionaron muchas noches en las
que Mary se unió a su compañera de cuarto aquí en El pozo para
fiestas, y cada vez que entraba por la puerta principal, me dolía la
necesidad de tocarla.
No pude evitarlo.
«Esa gata se ve riquísima4».
La chica estaba bien.
Estaba acostumbrado a estar rodeado de cierto tipo de mujeres:
porristas, atletas, chicas de la hermandad. Pero ninguna de ellas se
parecía a Mary. Donde típicamente eran delgadas y tonificadas, Mary
era curvilínea y suave, con muslos, caderas y senos que me llamaban
como si fuera Afrodita reencarnada. Estaba cubierta de tatuajes, la
tinta se extendía por su piel desde el cuello hasta los tobillos, y tenía
más piercings que yo la temporada pasada.
Me había intrigado inmediatamente desde el momento en que la vi
por primera vez.
También me había parado inmediatamente.
Ella era inmune a mi encanto, a las líneas arrogantes que
pronunciaba con facilidad que generalmente hacían que las chicas
cayeran a mis pies y, la mayoría de las veces, me arrastraban a la
habitación más cercana.
No, Mary parecía enfadada por mí misma existencia.
Naturalmente, eso me hizo quererla aún más.
Observé mientras negaba con la cabeza, su cabello largo y dorado
brillando a la luz del sol mientras lo hacía. Fuera lo que fuera lo que
estaba pasando con Bob el Constructor a su lado, no era bueno.
Tampoco era asunto mío.

4
En español originalmente, todos los diálogos en español están en cursiva.
Pero eso no me impidió dejar caer mi bolsa de lona en el suelo junto
a mi auto y cruzar la calle.
—¡¿Meses?!
Repetí la palabra al hombre corpulento y casi demasiado
musculoso, que me miraba con expresión de aburrimiento ante mi
preocupación. Estaba masticando una especie de semilla y escupió
una cáscara antes de asentir y mirar hacia la casa con una mano en la
cadera y la otra sosteniendo su portapapeles.
—Es muy posible —dijo con un marcado acento de Nueva
Inglaterra—. Sé que esa no es la noticia que tú o tu arrendadora
quieren escuchar, pero… las tuberías son un desastre.
—Claramente —dije, pellizcándome el puente de la nariz al
recordar la inundación dentro de la casa. Había llegado a casa
después de una larga noche en el estudio de tatuajes y había pasado
la mayor parte de la madrugada secando lo que pude con todas las
toallas de la casa.
—Tomará un tiempo evaluar el daño por completo, limpiar lo
suficiente para llegar a la raíz de los problemas y luego solucionar
dichos problemas. Por supuesto, va a necesitar pisos nuevos y luego
están las paredes, el techo…
Debió de notar cómo se me iba arrugando la cara a medida que
hablaba, porque se calló y se aclaró la garganta.
—La buena noticia es que se puede arreglar —ofreció
patéticamente.
—Ya. Solo hay que destruir toda la casa.
El hombre me dedico una sonrisa apenada.
—Ah, no te castigues. Sucede todo el tiempo con casas antiguas
como esta, especialmente con los veranos cada vez más calurosos.
Estas tuberías simplemente no pueden soportar la expansión del agua
cuando se calienta así después de un invierno brutal.
Quería golpearme la cabeza contra la pared de ladrillos más
cercana.
—Hablé con la arrendadora y ella quiere que esto se resuelva tan
rápido como usted.
—Mm-hmm —dije rotundamente, tratando de no reírme mientras
me imaginaba a la señorita Margie haciendo algo rápido. Era una
maravilla y una santa por alquilarme la casa por el bajo precio que lo
hizo. Pero también estaba chiflada y se movía al ritmo de un caracol
en vacaciones.
Había estado ajustada desde que Julep se mudó. La traidora de mi
compañera de piso había reservado el primer vuelo a Charlotte
después de que su novio, o prometido, fuera fichado por los Panthers
en abril. No es que no supiera lo que iba a pasar y no es que ella no
fuera un ángel por seguir pagando la mitad de nuestro contrato de
arrendamiento hasta el final, pero desde entonces me las había estado
arreglado sola.
Lo estaba haciendo, yo era capaz. Pero no era fácil y llevaba unas
semanas buscando activamente un compañero de piso que me
facilitara las cosas.
Pero eso se acabó.
Ahora no tenía hogar, no tenía dinero ahorrado y con un sueldo
que apenas me ayudaba a sobrevivir. Y a diferencia de muchos de los
universitarios que vivían en este viejo vecindario, no podía
simplemente llamar a mi mamá o a mi papá y pedirles dinero.
Quiero decir, podría. Pero no lo haría.
Mi orgullo, entre otras cosas, no me lo permitiría.
Todavía estaba de pie con los brazos cruzados, pellizcando
sutilmente el interior de mi caja torácica en caso de que esto fuera una
pesadilla de la que pudiera despertar, cuando alguien se acercó a mi
lado y casi me hizo saltar del susto.
—¿Cuál es el problema?
Me llevé una mano al corazón del susto, con los ojos muy abiertos
hasta que me giré y encontré a Leo Hernández de pie a mi lado con la
preocupación grabada en la frente.
El jodido Leo Hernández: el corredor estrella de la Universidad de
North Boston, el soltero más inalcanzable y el número uno en mi lista
de personas a las que asesinaría si pudiera salirme con la mía.
También, mi vecino.
Ese había sido un descubrimiento cómicamente irónico después de
haber firmado el contrato de arrendamiento con Julep el año pasado.
Si lo hubiera sabido antes de firmar, me habría alejado de esta casa,
de esta calle y diablos, de todo este vecindario.
Parecía recién salido de la práctica de verano, con el sudor
empapándole la frente y haciendo que la camiseta gris de fútbol de
NBU se le pegara al pecho. Tenía el pelo largo como un niño,
desordenado y recogido de mil maneras distintas cuando no lo tenía
pegado a la frente. Sus ojos color avellana y su cálida piel marrón eran
demasiado para que la mayoría de las personas atraídas por los
hombres se resistieran y cuando lo combinabas con un cuerpo
construido por años y años de fútbol, era la combinación más
lamentablemente irresistible.
Solía pensar que lo amaba.
Pero eso fue antes de que lo odiara.
Cruzó los brazos sobre su musculoso pecho y fue entonces cuando
me di cuenta de que se había arrancado las mangas de la camisa,
mostrando la parte superior de la caja torácica y cada centímetro de
sus brazos. Miré sus abultados bíceps solo por un momento antes de
burlarme y poner los ojos en blanco.
—Nada que te preocupe.
—Como tu vecino, siento discrepar.
—¿Este es tu novio? —preguntó el hombre con el sujetapapeles,
señalando a Leo—. Puedo explicárselo, si quieres.
Apreté los dientes, tanto ante la insinuación de que alguna vez
saldría con un imbécil testarudo como Leo Hernández y que, como
mujer, necesitaba un hombre a quien el contratista pudiera explicarle
el problema de la tubería para que yo lo comprendiera
completamente.
—Él no es nadie —refunfuñé, inclinando mi cuerpo para que Leo
quedara fuera del círculo que de alguna manera se había formado—.
Hablaré con Margie sobre los pasos a seguir. Gracias por tu tiempo.
El hombre miró entre Leo y yo varias veces antes de encogerse de
hombros, luego arrancó una copia de la evaluación de su
portapapeles y me la entregó.
—Te recomiendo que saques de ahí todo lo que te interese.
—Claro —dije, de nuevo molesta de que él sintiera la necesidad de
decir eso, como si no tuviera sentido común.
Se fue junto con el pequeño equipo que había traído consigo.
Leo, sin embargo, todavía estaba parado detrás de mí una vez que
el camión se alejó.
—¿Se rompió una tubería o algo así?
—Vete —corté antes de dirigirme a la casa.
Me pisaba los talones.
—Suena bastante serio.
Lo ignoré, abrí la puerta principal de la casa e intenté cerrársela en
la cara. Pero la atrapó, entonces asomó la cabeza y silbó ante lo que
veía.
Era un maldito desastre.
No solo se había reventado una tubería. Era como si una hubiera
cedido y el resto de las tuberías hubieran decidido que también
estaban cansadas, así que tiraron la toalla y se unieron a la primera.
Había un agujero gigante en el techo donde el agua se había
acumulado y lo había hecho colapsar, y si eso fuera todo de lo que
tenía que preocuparme, tal vez podría haberme quedado. Pero todo
el sistema había colapsado. Había agua por todas partes, al igual que
escombros, y me quedé mirando todo con Leo a mi lado.
—No puedes quedarte aquí —dijo, evaluando el daño con sus
pobladas cejas juntas. Su cabello oscuro y desordenado todavía estaba
medio pegado a su frente y sus labios un poco agrietados por el sol
mientras miraba a su alrededor. No entendía cómo el sudor y los
daños causados por el sol lo hacían tan atractivo y lo guardé como
una razón más para odiarlo.
Y ya tenía bastantes.
—Vaya, ¿dónde estaría sin ti para señalar lo obvio?
Sacudió la cabeza.
—¿Tienes un lugar a dónde ir? ¿Necesitas un aventón o algo?
Hice un ruido exasperado con mi garganta y empujé adentro, sin
importarme en ese momento que él todavía estaba parado en la
puerta.
—Mi auto no es un problema, idiota. Y estoy bien. Puedes irte
ahora. Gracias por la preocupación vecinal.
Disparé cada palabra como balas, inspeccionando la casa y
tratando de decidir por dónde empezar, qué necesitaba sacar y qué
podría dejar atrás. El hecho de que no tenía a dónde mover nada de
eso era un problema con el que lidiaría una vez que Leo me dejara en
paz.
—Puedes quedarte con nosotros.
Me reí y no con una risa divertida, sino una que estaba mezclada
con ira amarga y resentimiento.
—Hablo en serio —dijo Leo, empujando hacia adentro y
cuidadosamente esquivando donde el techo se había derrumbado—.
Ni siquiera tienes que pagar el alquiler. La habitación de Holden está
libre desde que él y Julep se mudaron a Charlotte.
Giré sobre mis talones.
—¿Realmente esperas que me mude contigo y otros dos jugadores
de fútbol?
Se encogió de hombros, con una sonrisa arrogante en los labios.
—Lo que creo es que no tienes tantas opciones como aparentas.
Cerré la boca con fuerza, la mandíbula me dolía por lo fuerte que
apretaba los dientes. Él estaba en lo correcto. En realidad, no tenía
otra opción que quedarme algunas noches en un hotel y tratar de
encontrar un lugar provisional barato en Craigslist. E incluso esas
opciones significaban que tendría fondos limitados para cosas como
comida y gasolina. Estaba tratando de ahorrar, pero como aprendiz y
dependienta, no tenía mucho para llegar a fin de mes y mucho menos
para guardarlo para un mal día.
No creía que Margie fuera a cobrarme el alquiler mientras
arreglaba el lugar, pero tampoco pensaba que me dejaría
completamente fuera del nuevo contrato de arrendamiento que
acababa de volver a firmar.
Incluso si lo hiciera, no tenía adónde ir. Y con el otoño a la vuelta
de la esquina, también estaría luchando contra la avalancha de
estudiantes de NBU que intentan encontrar alojamiento. Ya me había
enfrentado a esa pesadilla una y otra vez. La idea de tener que
enfrentarme a ella de nuevo me daba ganas de echarme al suelo y
llorar.
—Escúchame —dijo, acercándose a mí lentamente cuando no
respondí de inmediato—. Te puedes quedar gratis. Está justo al otro
lado de la calle, así que no tienes que mover todas tus cosas al almacén
o al otro lado de la ciudad. Ni siquiera tienes que cambiar tu dirección
postal. Me tienes a mí y a los otros chicos para ayudarte a mudarte.
Tienes tu propia habitación. Somos limpios… —Hizo una pausa—.
Mmm.
Rodé los ojos.
—¿Mencioné que es gratis?
Me mordí el labio, odiando los puntos buenos que tenía. Tampoco
era como si no conociera a los chicos. Había pasado suficiente tiempo
de fiesta o pasando el rato en El pozo y gracias a Julep, me sentía como
una hermana pequeña adoptada.
Estaría bien no tener que preocuparse de pagar el alquiler durante
un tiempo, para poder empezar a ahorrar...
Sacudí la cabeza por haberlo considerado siquiera, abofeteándome
mentalmente. Se trataba de Leo Hernández, por el amor de Dios. Era
el idiota que me había hecho la vida imposible en el instituto y luego
se había olvidado por completo de ello porque le importaba muy
poco.
Qué poco le importaba.
—Estaré bien —dije, girando sobre mis talones.
Su mano salió disparada, atrapándome por la curva de mi codo. El
calor me atravesó tanto como la repugnancia cuando me aparté del
toque.
—Vamos. Déjanos ayudarte. Eres amiga de Julep y, por lo tanto,
amiga nuestra.
Entrecerré los ojos.
—¿Desde cuándo eres amable?
Fingió ofenderse y se llevó una mano al pecho.
—¿Yo? Siempre soy agradable. Soy el chico más amable que jamás
conocerás.
Parpadeé, ignorando el impulso de refutar esa afirmación de una
manera legal, con pruebas y un jurado de mujeres que sabía que lo
declararía culpable.
—Solo piensa en ello. Ven —dijo, extendiendo su mano—. Dame tu
teléfono. Pondré mi número y prometo no decir una palabra más al
respecto. Pero si cambias de opinión, envíame un mensaje y
estaremos aquí para ayudarte a mover todo y cruzar la calle. No
tendremos a nadie más en esa habitación hasta el otoño, por lo que
tienes al menos un par de meses y todo debería estar arreglado para
entonces, ¿verdad?
No pude hacer otra cosa que mirarlo y volver a parpadear
lentamente.
Odiaba su existencia, sin embargo, en ese momento, vi un atisbo
del chico que solía conocer.
El chico que creía conocer, de todos modos, el que estaba agobiado
por la presión de lo que creía que debía ser, el que se reía de una forma
especial cuando lo sorprendía, el que tenía pensamientos y
sentimientos profundos que no compartía con nadie más que
conmigo. Vi al chico que se preocupaba por la chica con la que se
quedaba todas las noches en línea.
—El teléfono —dijo, moviendo los dedos.
A continuación, culpé a la falta de sueño y al anhelo supremo de
sacarlo de mi casa por mis acciones. Saqué el teléfono de mi bolsillo y
se lo entregué. Por una fracción de segundo, entré en pánico,
pensando que cuando intentara enviarme un mensaje de texto, estaría
bloqueado. Pero me salí del plan telefónico de mis padres hace un par
de años, otra forma de demostrar mi independencia, así que sería un
número totalmente nuevo, y también un nuevo prefijo.
Ingresó su número, se envió un mensaje de texto a sí mismo para
tener mi número y luego me lo devolvió.
—Un mensaje —dijo, y luego, fiel a su palabra, dio media vuelta y
se fue.
—Maldita mierda—murmuré en voz baja una vez que se fue.
Estaba exhausta, enojada y estresada. Todo lo que quería hacer era
darme una ducha caliente, ponerme el pijama y preparar un cuenco.
No me importaba lo desesperadas que fueran las cosas. De ninguna
manera me mudaría a El pozo con una casa llena de jugadores de
fútbol repugnantes, especialmente con Leo Hernández como uno de
ellos.
***

Tres días después, envié un mensaje de texto.


Yo: No me hagas arrepentirme de esto.
Un minuto después, Leo respondió.
Shit Hammock: Esa es una forma extraña de decir gracias.
Y en una hora, mi casa estaba llena de jugadores de fútbol que
arrastraban mis pertenencias al otro lado de la calle.
Me colgué las manos en las caderas, mirando todas mis cosas
amontonadas en la habitación de Holden.
Mi habitación, ahora.
Era más pequeña que la mía al otro lado de la calle, pero aun así
más que suficiente. Tenía estanterías empotradas que podía usar para
mi máquina de tatuar, junto con las agujas, las puntas, los tubos y las
empuñaduras. El resto serviría para exponer mis obras. Había un
pequeño escritorio contra la pared que daba a la ventana. Allí
instalaría mi consola de videojuegos. El armario era en realidad más
grande, que era la mayor bendición de todas. Y aunque estaba
pasando de una cama de matrimonio a una individual, al menos
estaba seco aquí. También tenía un cuarto de baño privado y una
ventana que daba al jardín trasero, que Holden había cuidado cuando
vivía aquí.
Me preguntaba quién lo cuidaría ahora.
—Esto no es terrible —dijo Giana, sorprendiéndome cuando pasó
junto a mí y entró en la habitación. Sus brazos estaban llenos de mi
ropa que estaba segura, pesaba más que ella, y las dejó caer sobre la
cama antes de sentarse junto a ellas y recuperar el aliento. Se apartó
los rizos de la cara de un manotazo y se subió las gafas por el puente
de la nariz. Me maravillé de cómo había aparecido para ayudarme a
moverme con una falda a cuadros y unos calcetines hasta los muslos
con bigotes.
Riley entró tras ella con dos cajas en los brazos. Una contenía mis
libros de texto y de tatuajes, y la otra, todo lo que había en mi cuarto
de baño. El hecho de que cargara con las dos como si fueran un par
de almohadas me recordó toda la fuerza que contenía aquel diminuto
cuerpo.
¿Cómo la llamaba su novio?
Poderosa Ratón.
Llevaba su ropa deportiva habitual y lucía la camiseta de tirantes
de NBU fútbol en el pecho. Me pregunté si se lo habría hecho
específicamente para ella, ya que era la única mujer en el equipo, y
dudaba que el personal tuviera un top corto en el menú para el
equipo.
—Creo que tienes más maquillaje que toda la casa de la hermandad
Kappa Beta. —Resopló una vez que colocó las cajas en la esquina de
la habitación.
—El maquillaje es para mí lo que el fútbol es para ti —le dije.
—¿No sería eso los tatuajes? —Giana argumentó.
Me encogí de hombros.
—No sé, podrían estar empatados en el primer lugar en mi corazón.
Conocí a Riley y Giana a través de Julep el año pasado. Riley era la
pateadora del equipo de fútbol de la Universidad de North Boston y
Giana trabajaba para el departamento de Relaciones Públicas del
equipo. Ambas estaban saliendo con jugadores de fútbol, y a medias
las culpe por no ayudarme a convencer a Julep de que entrara en
razón cuando se estaba enamorando de Holden.
Por otra parte, Julep estaba comprometida ahora, así que supongo
que era yo quien estaba equivocada.
No podía evitar proyectar mis sentimientos hacia los futbolistas en
mi compañera de piso cuando veía tan claro que se estaba
enamorando de él. Los jugadores de fútbol habían arruinado mi vida
en la escuela secundaria y, en lo que a mí respecta, todos eran idiotas.
Por mucho que mis tres amigas intentaran demostrar que esa teoría
era errónea.
Me reí internamente, sin perderme la broma de que ahora vivía con
tres jugadores de fútbol.
—Me alegra que hayas aceptado la oferta de Leo —dijo Giana
después de un momento—. De lo contrario, te habría obligado a
dormir en el sofá mío y de Clay.
Arrugué la nariz.
—Sí, no, gracias. No quiero saber las obscenas escenas de libros que
se han usado para recrear en ese sofá.
Clay era el defensa del equipo, él y Giana llevaban saliendo dos
temporadas. Por supuesto, en la primera temporada, técnicamente
solo pretendían salir, pero aún contaba.
—¿Crees que los sofás de aquí son mejores? — Riley arqueó una
ceja.
Enterré mi cara en mis manos.
—Ya me estoy arrepintiendo de esto.
—¿Arrepentirse de qué? —gritó una voz profunda detrás de mí,
luego Kyle Robbins se deslizó en la habitación. Se dejó caer en la cama
junto a Giana, haciéndola rebotar en el aire como si no pesara nada—
. Este va a ser el mejor momento de tu vida.
—¡Puaj, Kyle, estás sudado! Bájate —dijo Giana, empujándolo lejos.
Kyle Robbins era la definición de un idiota, al menos, en mi
experiencia con él. Aprovechaba al máximo las oportunidades que le
brindaba su nombre, imagen y semejanza como atleta universitario,
firmando todos los contratos que se le ofrecían sin importarle la
marca. Tuve que dejar de seguirlo en las redes sociales porque juré
que si veía una publicación patrocinada más que intentara y no
lograra que pareciera natural, iba a poner los ojos en blanco con tanta
fuerza que se me saldrían de la cabeza.
A veces me preguntaba cómo estaba él en el equipo después de
todos estos años y toda la mierda que había hecho, incluido el
destierro de Riley en su primer año y casi pelear contra Holden por
Julep la temporada pasada.
Pero cuando entró al campo, fue fácil ver por qué nunca tuvo que
preocuparse por perder su posición en el equipo. Era una bestia: alto,
fuerte y extraordinariamente rápido con manos que nunca fallaban
un balón lanzado a diez pies de él.
—Oh, mierda, ¿eso es… una PlayStation? —preguntó Kyle, con su
mirada en mi consola antes de arquear una ceja hacia mí—. ¿Tu
juegas?
—Diablos, sí, lo hace —respondió Giana por mí. Sonreí un poco al
ver lo orgullosa que lo decía, con el pecho hinchado y la barbilla
alta—. Y también es ruda. La he visto jugar.
—Eh —reflexionó Kyle—. Tenemos que jugar en la Xbox, entonces
podremos ver realmente lo buena que eres.
—La Xbox es para niños de doce años o hombres adultos que viven
en el garaje de sus padres y que no saben jugar nada más que juegos
de disparos en primera persona —respondí.
Él resopló.
—Déjame adivinar, ¿te gustan más los juegos RPG?
—¿Juegos que requieren un poco de cerebro en lugar de un dedo
en el gatillo? Sí, me gustan.
Kyle sonrió, apoyándose en sus palmas.
—Si fueras un tipo, te echaría la bronca. Pero me impresiona que
juegues, así que lo dejaré pasar.
—Vaya, gracias. Toda mi vida se ha hecho con tu aprobación —dije
inexpresiva.
—Creo que ya tenemos lo último —dijo Braden Lock y de alguna
manera se las arregló para encajar en la habitación con el resto del
zoológico.
También tenía los brazos llenos de ropa y en lugar de tirarla sobre
la cama, se acercó al armario y la colgó como si las dos docenas de
perchas llenas de vestidos, chaquetas y vaqueros no pesaran más de
medio kilo. Entonces apoyó la cadera contra la pared, se cruzó de
brazos y miró a su alrededor.
Donde Kyle era un payaso, Braden era un osito de peluche. Era bajo
para ser un jugador de fútbol americano, medía 1.75 si tenía que
adivinar y pasaba su tiempo libre como voluntario en nuestro refugio
local para personas sin hogar en lugar de hacer tratos con compañías
de zapatillas.
—Me alegro de que tengas esta habitación —dijo, con sus ojos
recorriendo el espacio—. Holden era el más limpio de todos nosotros
cuando vivía aquí.
—Habla por ti, Lock. Mi habitación está impecable —argumentó
Kyle.
Braden resopló.
—Impecablemente empañada de colonia. Odio decírtelo, hermano,
pero no puedes tapar tus pedos sin importar la cantidad que rocíes
de esa mierda.
Giana y Riley se rieron cuando Kyle agarró mi almohada y se la
arrojó a su compañero de piso.
¿Nuestro compañero de piso?
—Oye, eh, ¿Mary? —dijo una nueva voz, y cerré los ojos con un
gemido interno porque reconocería esa voz en cualquier lugar,
aunque hubiera pasado tiempo y se hubiera profundizado desde
cuando solía llenar mis auriculares años atrás—. ¿Dónde va esto?
Me volví hacia el pasillo, el resto del equipo estiró el cuello para
hacer lo mismo. Al final del pasillo, cerca de las escaleras, estaba Leo.
Apoyado contra la pared, con una pierna cruzada sobre la otra y
una indiferencia casual en su postura. Tenía los labios curvados hacia
un lado, como si supiera todos los secretos que nunca se cuentan.
Tenía una mano en el bolsillo de sus joggers, con su brazo relajado,
sin embargo, su bíceps sobresalía como si acabara de hacer ejercicio.
Y en su otra mano…
Estaba mi maldito consolador.
Mis ojos casi se salen de mi cabeza cuando el pánico y la vergüenza
me atravesaron, pero no dejé que ninguna de esas emociones se
apoderara de mí antes de dar unos pocos pasos hacia él y quitárselo
de la mano.
—¿Qué te pasa? —susurré-grité entre dientes.
—Oye, nos dijiste que sacáramos todo de la mesita de noche.
Supuse que ese era el elemento más importante. —Señaló con la
cabeza el aparato que tenía en el puño, y el cuello se me calentó aún
más cuando lo escondí detrás de la espalda y fuera de su vista.
—¿Qué es? —preguntó Kyle, y luego me di la vuelta justo a tiempo
para encontrarlo a él y a todos los demás en la entrada, una cabeza
asomando sobre la otra como un montón de jodidas muñecas
anidadas. Todos sus ojos se fijaron en el juguete sexual de color rosa
neón antes de que pudiera girarme y quitarlo de sus vistas.
Kyle silbó al mismo tiempo que Giana y Riley se reían. La risa de
Giana fue un poco tímida, sus mejillas se sonrojaron. Riley parecía
impresionada. Braden fue el único lo suficientemente amable como
para fingir que no lo vio mientras se sumergía en mi habitación.
—Maldición. No quisiera ser el hombre que compitiera con eso—
dijo Kyle con una sonrisa.
—¿Eso tiene múltiples niveles giratorios? —preguntó Giana con
una ceja arqueada—. Creo que leí sobre uno de esos en una serie de
clubes de motociclistas el año pasado.
Dejé escapar un gruñido frustrado antes de golpear el hombro de
Leo con la única arma en mi mano antes de darme cuenta de lo que
estaba haciendo.
—¿Ves lo que hiciste ahora?
—¿Lo que hice? —Su boca estaba abierta—. Me acabas de pegar
con tu consolador.
Eso hizo que todos en el pasillo estallaran en carcajadas, pero mis
mejillas solo ardían más. Normalmente, tendría algo para dispararle
y desinflar su ego, pero actualmente estaba yendo contra cada fibra
de mi ser y mudándome a la misma maldita casa con el único chico
que odiaba. Agrega el hecho de que, aunque sabía que estas burlas
eran inofensivas, también me hacían daño en el sensible escozor que
me habían dejado años de acoso en el instituto.
Tenía los nervios de punta. Tenía el cerebro revuelto.
Posiblemente estaba tomando la peor decisión de mi vida.
Era una decisión fácil de tomar cuando las alternativas eran tan
deprimentes: vivir en un hotel hasta que me quedara sin dinero,
dormir en el sofá de alguien o, lo peor de todo, mudarme a casa.
Tragué saliva, ni siquiera queriendo considerar esa opción viable.
Pero esto…
Esto tampoco me parecía lo correcto.
—Esto fue un error —dije, mi voz un poco demasiado baja, y ya
estaba caminando por el pasillo—. Puedo encontrar un hotel. Yo…
Mi frase se interrumpió cuando me envolvieron por detrás y me
retorcí inútilmente en el agarre de Leo mientras me llevaba de vuelta
al dormitorio.
El hecho de que incluso pudiera levantarme así hizo que fuera
difícil decir una palabra, no era pequeña como lo eran Riley y Giana,
pero el hecho de que estaba presionada contra cada centímetro de él
con su brazo envuelto alrededor de mí, sello el trato. Sentí esos bíceps
como una camisa de fuerza y un cálido abrazo, todo a la vez, su pecho
y abdominales presionados contra mi espalda y mi trasero de una
manera que hacía imposible no sonrojarme.
—Relájate, compañera de piso. Solo te estamos haciendo pasar un
mal rato.
Su voz estaba justo en mi oído, su aliento cálido en la parte
posterior de mi cuello, y odié cómo los escalofríos estallaron en mi
piel ante la combinación.
—No tan mal como eso que tienes en la mano, imagino, pero... ¡uf!
Corté su comentario de sabelotodo en seco con un codazo en su
estómago.
—Así es como demostramos amor —añadió Kyle con una sonrisa
cuando me llevaron en brazos a través del umbral de mi habitación
en contra de mi voluntad.
—Bájame —dije entre dientes.
Leo con cuidado volvió a poner mis pies en el suelo, mi trasero
corriendo a lo largo de él en el proceso. Ignoré el calor que se
arrastraba sobre mí mientras ponía distancia entre nosotros y crucé
hacia donde estaba mi nueva mesita de noche. Abrí el cajón superior
y metí el monstruo rosa allí antes de cerrarlo de golpe y girarme hacia
la habitación.
—Si esto va a funcionar, necesitamos reglas —dije.
—Regla número uno: no golpear a los compañeros de piso con
juguetes sexuales de gran tamaño. —Leo levantó su dedo índice con
una sonrisa traviesa en sus labios.
Apreté los dientes y apreté los puños. Estaba lista para sacar mi
juguete y arrojárselo a la cabeza antes de llamar a una empresa de
mudanzas sin importar si podía pagarla o no. Tenía que haber un
hotel de mala muerte en esta ciudad que pudiera servir como hogar
improvisado durante un par de meses sin desangrarme.
Cualquier cosa era mejor que esto.
Fue un error, uno que cometí en un momento de desesperación
cuando parecía que no había otras opciones. Ya me estaba moviendo
para agarrar la primera caja del piso y caminar de regreso al otro lado
de la calle cuando Braden puso una mano en mi hombro,
deteniéndome.
Levanté la vista y me encontré con sus suaves ojos azules bajo las
cejas curvadas, y no sabría explicar cómo ni por qué, pero esa sola
mirada me hizo exhalar lenta y fácilmente.
—Oye —dijo, apretando donde me sujetaba—. No dejes que estos
payasos se metan debajo de tu piel. Su humor fuera del campo es casi
tan malo como su juego dentro del campo.
Eso le valió un resoplido de ambos chicos.
—Queremos ayudar —dijo en voz lo suficientemente alta como
para ahogarlos, en ese momento, se puso de pie y miró a sus
compañeros de piso—. Y si establecer algunas reglas básicas te hará
sentir más cómoda, somos todo oídos. ¿Verdad, chicos?
La sonrisa arrogante de Kyle vaciló un poco y asintió.
—Por supuesto. Tiene razón, Mary, no queremos que esto sea más
difícil para ti de lo que ya es.
Me relajé un poco y luego todos los ojos se posaron en Leo, que me
observaba con una expresión ilegible. Era casi como… si me estuviera
estudiando.
Como si acabara de darse cuenta de que le resultaba familiar, pero
no sabía por qué.
—Leo —lo regañó Braden.
Leo sacudió la cabeza, como si lo hubieran sacado de un
aturdimiento. Pero sus ojos no dejaban los míos. Se aclaró la garganta
y luego recorrió la habitación con la mano.
—El piso es tuyo.
Me enderecé, pasando mis manos sobre mis vaqueros. Luego,
suspiré, pellizcando el puente de mi nariz mientras cerraba los ojos.
—Lo lamento. Sé que solo estaban bromeando. Y normalmente se
los estaría devolviendo, pero estoy… un poco estresada.
—Es comprensible —señaló Riley.
Asentí, dejando caer mi mano en mi muslo.
—No necesitamos reglas. Bueno —corregí—. Tal vez un par.
Como… simplemente no entren en mi habitación sin mi permiso. No
toquen mis cosas. No me coqueteen, aunque sea una broma. Limpien
lo que ensucien, especialmente en las áreas comunes.
—Te miró a ti, Robbins —gorjeó Braden.
—Vete a la mierda, yo recojo lo que ensucio.
— Díselo a la pila de ropa junto a la puerta de entrada que ha
empezado a cultivar su propio hábitat —intervino Riley
—Oye, esta es una discusión solo para compañeros de piso, Novo
—cortó Kyle—. ¿Por qué no vas a jugar con tu novio?
—Con mucho gusto —dijo, saltando de la cama. Cruzó la
habitación y me envolvió en un abrazo—. Por favor, llámame si
necesitas ayuda para pelear con estos tipos. He tenido mucha práctica
en los últimos tres años. —Cuando se apartó, me miró fijamente y
dejó de lado la broma—. En serio. Estoy aquí si me necesitas.
—Yo también —intervino Giana, y luego sus brazos nos rodearon
a mí y a Riley—. Te he dejado unos libros nuevos en la estantería. Son
mis lecturas favoritas. Pensé que te vendrían bien para el periodo de
adaptación.
Suspiré con una sonrisa, abrazando a los dos bichos raros.
Realmente no estaba acostumbrada a tener amigos, al menos, no más
de los que hice jugando juegos en línea. Pero en ese momento me
alegré mucho de que Julep hubiera cambiado eso, y me hubiera
presentado a Riley y a G.
—Estaré bien —les aseguré.
—Sí, lo estarás. Y todo esto pasara pronto. Volverás a estar al otro
lado de la calle en una casa arreglada antes de que te des cuenta —
dijo Giana.
Riley señalo la habitación con la cabeza.
—Hasta entonces, siéntete libre de utilizar cualquier medio
necesario para enderezar a estos tipos.
—Todavía estamos aquí, ¿sabes? —bromeó Braden.
Riley le sonrió y se puso de puntillas para besarle la mejilla antes
de pasar el brazo por el de Giana. Se despidieron con la mano y le
lanzaron unas cuantas pullas más a Kyle mientras se marchaban.
Mi mirada se clavó en Leo, que estaba inusualmente callado, con
los brazos cruzados mientras observaba todo lo que sucedía. Cuando
las chicas se fueron, me aclaré la garganta.
—Creo que solo quiero empezar a desempacar.
—¿No hay más reglas? —bromeó Kyle.
—Básicamente, dice que seas un ser humano decente. ¿Crees que
podrás hacerlo? —preguntó Braden, golpeando el brazo de Kyle al
pasar. Kyle saltó y comenzó a perseguirlo. Estaban corriendo
escaleras abajo cuando escuché a Braden gritar—: ¡Bienvenida a El
pozo, Mary!
Y contra toda la tensión que me recorría el cuerpo, esbocé una
sonrisa.
Leo se levantó de la pared, cruzó la habitación y se metió las manos
en los bolsillos. Resistí el impulso de mirar dónde tenía los bolsillos
en aquellos joggers grises oscuros porque deberían haber sido
ilegales, por lo poco que dejaban a la imaginación. ¿Por qué estaba
usando pantalones deportivos, de todos modos? Afuera hacía
veinticuatro grados. Estaba sudando.
«No pienses en su sudor, Mary».
—Oye, lo siento si hice esto más difícil para ti. Quise decir lo que
dije el otro día cuando todo esto pasó. Eres nuestra amiga y queremos
ayudar.
Resoplé un poco ante la palabra amigo, lo que sólo hizo que Leo
frunciera más las cejas
—Lo digo en serio.
Odiaba la sinceridad en sus ojos más de lo que odiaba que se
burlara de mí con mi consolador rosa brillante.
—No pasa nada—le dije, haciéndole un gesto con la mano para que
se apartara y cruzándome de brazos. Miré alrededor de la habitación
para no tener que mirarlo—. Solo quiero empezar a desempacar.
—¿Necesitas ayuda?
—No.
Respondí un poco demasiado rápido y agresivo, pero no suprimí
el sentimiento. Ya iba a ser bastante difícil existir en el mismo espacio
con Leo, no quería que pensara que quería algún tipo de amistad.
—Está bien —concedió, pasando una mano por su cabello—.
Bueno, cuando estés instalada, puedo enseñarte un poco la casa. La
lavadora y la secadora son bastante viejas, necesitan un poco de
cariño cuando quieras usarlas.
—Estoy segura de que puedo arreglármelas.
Asintió.
—Te dejaré sola, entonces.
—Por fin se cumple mi deseo.
Leo sonrió satisfecho, pero la maldita duda seguía en sus ojos
mientras se daba la vuelta y me dejaba sola.
Cuando estuve sola, me tiré en la cama y miré al techo.
Probablemente necesitaba llamar a mis padres y decirles lo que
estaba pasando, pero solo de pensarlo me dieron ganas de tirarme
desde el techo. Ya podía escuchar los comentarios condescendientes
de mamá, podía escuchar la forma en que me menospreciaba a mí y
a mis elecciones, antes de llorar en el hombro de mi padre para
conseguir su compasión, preguntándose qué hizo para merecer una
decepción de hija descarriada como Mary.
Papá no estaría enojado. Probablemente apenas reaccionaría aparte
de preguntarme si estaba bien y si necesitaba algo. Probablemente me
transferiría dinero a mi cuenta sin decir una palabra y luego tendría
que pagar los gastos para devolvérselo porque me había negado a
aceptar nada de ellos desde el día que me mudé. Mamá entonces me
pediría que volviera a casa y él la calmaría, asegurándole que yo era
una adulta que podía tomar mis propias decisiones y que sabía lo que
estaba haciendo.
Eso era casi peor.
Porque mi padre me dio su confianza aun cuando no la merecía y
la verdad no tenía ni idea de lo que estaba haciendo.
Lo único que sabía con certeza era que no quería hacer nada de lo
que mamá había imaginado para mí. No quería ir a la universidad, ni
pertenecer a una hermandad, ni casarme con el primer chico con una
carrera prometedora que tuviera mucho dinero. No quería la casa, ni
el jardín, ni los dos hijos y medio.
Pero tampoco quería vivir con tres jugadores de fútbol apestosos
porque apenas podía pagar la gasolina del coche y una lata de sopa
de tomate.
Suspiré y cerré los ojos.
«Temporal», me recordé. «Todo esto es temporal».
Entonces, decidiendo que técnicamente era adulta y que mis padres
no tenían por qué saberlo todo, me despegué del colchón y me puse
manos a la obra.
—Detrás, detrás —grité en mi auricular, y luego me estaba
iluminando—. ¡Mierda! —Le di la vuelta a mi Legend para
contraatacar, con los pulgares presionando salvajemente el mando.
Mi pantalla parpadeaba continuamente en rojo y el sonido de los
disparos estallaba en mis auriculares.
Saqué la lengua por la comisura de los labios, concentrado,
ignorando que la salud de mi personaje disminuía hasta que golpeé
el suelo.
—Me desangro —llamé mientras ponía mi escudo, maldiciendo
cuando vi lo cerca que estaba de ser eliminado—. Mierda. ¡Estoy
eliminado, pero él está a un tiro!
Mi compañero de equipo, BlueChip206, también conocido como
Warren de Florida, llegó hasta mí un segundo demasiado tarde, pero
el hijo de puta que me había eliminado todavía estaba allí.
—¡Un tiro, un tiro! —repetí, viendo cómo se desarrollaba la escena
e impotente para ayudar con mi personaje tirado en el suelo. Una vez
que Warren lo eliminara, podría revivirme.
Excepto que Warren le estaba disparando y seguía sin morir.
Entonces, Warren fue derribado también.
El juego terminó y apreté los dientes, pasándome las manos por el
pelo.
—Él no estaba a un tiro, amigo —dijo Warren con un resoplido.
Me reí un poco de eso.
—Muy bien, hombre, me largo—agregó un momento después.
—Nos vemos —respondí, y luego revisé la hora en mi teléfono. Era
tarde, pero me sentía inquieto esta noche. Siempre lo hacía en verano.
En el otoño, sabía exactamente quién era, cuál era mi propósito,
dónde estar y qué hacer. El verano me hacía sentir un poco sin rumbo,
como si estuviera atrapado en una especie de limbo esperando a que
mi vida volviera a empezar.
Todo se había centrado en el fútbol para mí durante tanto tiempo
que no sabía qué hacer sin él.
Entonces, me preparé para un último juego de Apex Legends. Más
me valía disfrutar de las madrugadas antes de que empezaran los
entrenamientos.
Apareció una notificación asignándome a mi nuevo compañero de
equipo, y estaba desplazándome por las Leyendas para decidir con
cuál quería jugar a continuación cuando vi el nombre de usuario.
Se me revolvió el estómago y mis ojos lo recorrieron de principio a
fin.
Octosquid68.
El aliento que se había atascado en mi garganta se desinfló
lentamente, con el corazón aún acelerado, mientras miraba fijamente
el nombre y me daba cuenta de que no era lo que pensaba. No sabía
por qué incluso pensé que sería así. No había visto ese nombre en mi
pantalla en años.
Aun así, cada vez que veía uno que incluso se parecía al de ella, me
detenía en seco.
Un destello de algo cruzando el salón llamó mi atención, y me volví
justo a tiempo para ver largas ondas de pelo rubio que desaparecían
en la cocina. Miré la pantalla, luego de nuevo hacia donde se veía a
Mary a través de la pequeña ventana recortada en la pared entre el
comedor y la cocina, y finalmente apagué la consola con los latidos
de mi corazón todavía un poco inestables.
Comprobar cómo estaba nuestra nueva compañera de piso me
pareció más divertido.
Me dirigí al arco que separaba las habitaciones, la vieja casa
mostraba su edad con la falta del concepto de espacio abierto. Me
apoyé contra el marco, observando cómo Mary descargaba el
pequeño refrigerador que habíamos llenado con lo poco que tenía en
su refrigerador al otro lado de la calle.
Sabía que necesitaba anunciar mi presencia, pero no pude evitar
tomarme un momento para apreciar la vista. No había conocido bien
a Mary durante el último año que había sido nuestra vecina de
enfrente, no por falta de intentos, sino porque dejó muy claro que no
quería tener nada que ver conmigo ni con nadie más del equipo. Aun
así, salí con ella lo suficiente como para saber que siempre estaba
arreglada: vestidos, botas, tatuajes a la vista y maquillaje como una
estrella de cine. No como la estrella de cine de Julia Roberts, sino
como Olivia Wilde. Un poco oscura, un poco nerviosa.
Siempre caliente como el infierno.
Pero en este momento, vestía unas mallas negras increíblemente
ajustadas que abrazaban cada curva de sus caderas y su trasero, y
estaba inclinada, ofreciéndolo todo en bandeja de plata mientras
descargaba los condimentos de la hielera en el refrigerador.
Me aclaré la garganta.
—¿Necesitas ayuda?
Hizo una pausa, con una mano todavía en el refrigerador mientras
miraba por encima del hombro.
Y maldición si eso no hacía que la vista fuera aún más difícil de
apartar. Ahora no solo estaba inclinada, sino que estaba inclinada y
me miraba con esos ojos verdes delineados con kohl y esos putos
labios carnosos.
—¿Te parece que no puedo descargar un refrigerador?
Reprimí el impulso de decirle que no creía que hubiera nada que
ella no pudiera hacer.
En cambio, entré completamente en la cocina, extendiendo mi
mano por encima de su cabeza para sacar una cerveza de la puerta
del refrigerador antes de saltar para sentarme en el mostrador. Rompí
la tapa de la lata, succionando la mitad de un tirón.
Mary se quedó mirándome fijamente, ofreciéndome un solo y lento
parpadeo antes de sacudir la cabeza y volver a lo que estaba haciendo.
—¿Estás acomodada en tu nueva habitación?
—Tan acomodada como necesito para esta situación temporal, sí.
Hice una pausa, algo familiar en su voz me golpeó como un
relámpago en el estómago. También me había pasado ese mismo día
y no podía explicarlo. Hablé con Mary docenas de veces desde que
ella y Julep se mudaron al otro lado de la calle. Por supuesto, su voz
sonaba familiar.
Pero casi se sentía como algo más que eso.
Sacudí la cabeza, culpando de la rareza a la insolación en la que
todos incurrimos moviendo la mierda de Mary.
—Siento lo de antes —dije después de un momento, y lo decía en
serio.
Todo había sido diversión y juegos hasta que vi arrepentimiento en
sus ojos. Por razones que no podría explicar, me enfermó un poco
pensar en ella pasando la noche en algún motel barato con Dios sabe
quién en la habitación de al lado. Me alegró que aceptara mi oferta y
que pudiéramos ayudar mientras arreglaban su casa.
—Hacer payasadas es una especie de mi modo predeterminado,
pero sé que ese tipo de cosas pueden ser inoportunas. No quise
molestarte. Estoy seguro de que todo esto es...
—Está bien —dijo, interrumpiéndome—. Puedes volver a tu juego
ahora.
Sonreí ante la descarada interrupción. Ya era más ella misma que
antes.
—Se acabó el juego. Creo que me quedaré aquí.
No tuvo que darse la vuelta para que yo supiera que estaba
poniendo los ojos en blanco.
No sabía por qué amaba tanto meterme debajo de su piel.
Probablemente porque estaba acostumbrado a una reacción muy
diferente en la de la mayoría de las chicas con las que me encontraba.
Los últimos tres años habían sido fáciles para mí. Si quisiera una cita,
podría tener una con el chasquido de mis dedos. Si quería una chica
en mi cama, tenía un teléfono lleno de números a los que podía
enviarles un mensaje de texto y conseguir exactamente eso.
Pero Mary Silver no me daba más que una indiferencia ligeramente
acalorada.
Era enfermizo lo mucho que me gustaba.
Esa naturaleza punzante me excitaba como ninguna otra cosa
podía hacerlo. Me gustaba que no se anduviera con rodeos y que
coquetear conmigo parecía ser lo más alejado de su mente. Su agudo
ingenio fue solo la cereza del pastel.
—Deberíamos jugar alguna vez —dije.
Se quedó paralizada, solo un segundo, pero lo suficiente para que
me diera cuenta antes de agarrar un envase de yogur y meterlo en el
fondo de la nevera.
—Kyle me dijo que tienes una PlayStation.
—Dudo que juguemos a los mismos juegos.
—Podría enseñarte.
Se dio la vuelta y me miró con una ceja arqueada
Levanté las manos riendo.
—O podrías enseñarme, no quise suponer.
Todavía me miraba fijamente cuando se dio la vuelta.
—Realmente no me gustan los juegos de Battle Royale —dijo—. O
esas caras raras de imbécil que estabas haciendo ahí fuera.
—Yo no pongo caras.
Cerró la puerta del refrigerador y se puso de pie lentamente, con
las manos apoyadas en las rodillas mientras lo hacía.
—¿Oh? —Entrecerró los ojos, sacó la lengua por la comisura de los
labios antes de comenzar a rodarla como si estuviera tratando de
humedecer cada centímetro de sus labios. Sus manos estaban
apoyadas frente a ella sujetando un mando invisible y hacía
movimientos bruscos e imprecisos, pareciendo una especie de animal
trastornado.
De repente, se detuvo y su rostro volvió a quedar inexpresivo.
—¿Entonces te ves así normalmente?
Parpadeé hacia ella, luego solté una carcajada.
—Ojalá hubiera grabado eso.
Ni siquiera me dirigió otra mirada antes de sujetar la hielera vacía
y empezar a caminar hacia las escaleras. Salté del mostrador y la
seguí.
—Podemos guardar eso en el garaje —le ofrecí.
—Está bien, tengo espacio en el armario.
—Me resulta difícil de creer después de los montones de ropa que
llevamos hoy.
Ella suspiró, todavía sosteniendo la hielera al pie de las escaleras
mientras se giraba para mirarme.
—¿Así es como va a ser hasta que arreglen mi casa? ¿Vas a estar
zumbando a mi alrededor como un mosquito?
Tenía una ocurrencia preparada, pero había algo en la forma en que
me miró en ese momento que hizo que se evaporara en mi lengua.
Era la misma mirada que me había hecho detenerme antes: una
suavidad en los ojos que normalmente no tenía, una derrota que le
hacía bajar los hombros.
Se sentía… familiar, de una manera que no podía explicar.
—Siento como si te conociera
Ella arqueó una ceja.
—Confía en mí, no sabes absolutamente nada sobre mí.
—No, quiero decir que siento que nos hemos conocido antes.
Sus labios se apretaron en una línea y con sus manos aun
sosteniendo la hielera, echó la cabeza hacia atrás para quitarse los
mechones de cabello caídos de la cara.
Entrecerré los ojos cuando ella no respondió.
—Ah, ¿sí?
Finalmente apartó la mirada de las escaleras y me miró
directamente.
Juro que me encogí unos centímetros.
—¿No crees que lo recordarías si lo hubiéramos hecho?
La comisura de mi boca se levantó ante eso.
—Tienes razón. De ninguna manera olvidaría conocer a alguien
con tan grandes... —Mis ojos la recorrieron, apreciando las amplias
curvas de su busto, sus caderas, sus muslos. Cuando me encontré con
su mirada de nuevo, tenía una ceja arqueada con una advertencia en
su mirada—. Tatuajes —terminé.
Sus labios se aplanaron aún más, luego se dio la vuelta y subió las
escaleras.
—Realmente me gustaría verlos todos, ¿sabes? —dije, apoyándome
en la barandilla inferior mientras ella subía.
—Vete a la cama, Leo.
—Vamos, cuéntame sobre ellos. Solo uno.
—En tus sueños.
—Sí, en realidad, entre otras cosas. ¿Quieres que te los detalle?
Hizo una pausa, girando sobre sus talones para mirarme.
—Eres insoportable.
—Me han llamado cosas peores.
Sacudió la cabeza, pero bajo su expresión molesta, me pareció ver
indicios de una sonrisa.
—Estoy demasiado cansada para tratar contigo —dijo, dándose la
vuelta para subir los últimos escalones.
—¿Necesitas que alguien te arrope?
—Buenas noches —dijo cuando desapareció de mi vista, y me
quedé sonriendo al final de la escalera incluso después de oír cómo
se cerraba la puerta.
El primer polvo del amanecer caía sobre la ciudad de Boston
cuando sacudí mi tapete de yoga en el patio trasero. Estaba rodeada
por el exuberante jardín que Holden había cultivado en su tiempo
aquí, y cerré los ojos, inhalando el aroma de flores, hierbas y vegetales
mientras movía los dedos de los pies en mi tapete.
Por lo general, me despertaba y horneaba alrededor de las once, tal
vez incluso al mediodía, antes de prepararme para una sesión de
yoga. Pero eso era porque en circunstancias normales, estaba en el
salón de tatuajes hasta las dos o las tres de la mañana. Había estado
libre las últimas dos noches para controlar mi situación actual, y
sentía que faltaba una parte de mí.
No podía esperar a volver esta noche.
Aun así, incluso sin haber estado en la tienda anoche, no podía
creer que me hubiera levantado tan temprano. Culpé a la falta de
sueño en un lugar nuevo.
La cama de Holden era lo suficientemente cómoda y la casa estaba
en silencio una vez que los chicos se acostaron. Pero se sentía como
tratar de dormir en un árbol sabiendo que las criaturas acechaban en
el bosque a mi alrededor. Estaba nerviosa, demasiado consciente,
como si supiera que no pertenecía allí. Era simplemente… extraño, y
no podía relajarme por completo.
Me había dado por vencida en algún momento después de la
medianoche, tirando las sábanas y decidiendo vagar por la casa. Solía
tener problemas para dormir cuando era niña, y juro que papá estaba
conectado conmigo de una manera que nadie más en el mundo lo
estaba porque él lo sentía. Tocaba suavemente a mi puerta, y luego
me decía que me pusiera los zapatos y salíamos a caminar.
Nunca hablamos, solo caminamos uno al lado del otro alrededor
de la cuadra un par de veces. No tardaba mucho en aquietar mi
mente, aquietar mi corazón y encontrarme un poco más relajada.
Siempre dormía mejor después de esos paseos.
Por supuesto, anoche no me sentía segura caminando por el
vecindario a medianoche, incluso si estábamos en un suburbio
relativamente seguro. En cambio, caminé por mi nuevo hogar,
absorbiendo lentamente la decoración ecléctica mientras pasaba los
dedos por las paredes. El Pozo de las Serpientes tenía carácter, eso era
fácil de ver. Había tantos restos de los antiguos jugadores de fútbol
que habían vivido allí: fotografías, chucherías, desgastes en las
paredes.
Todos los que vivieron aquí dejaron una pequeña parte de ellos
atrás.
Todavía me sentía un poco nerviosa cuando finalmente regresé a
mi habitación, pero logré dormir algunas horas antes de que mi
cuerpo me despertara con el deseo de subirme a mi tapete.
Con los ojos aún cerrados, inhalé, extendiendo mis brazos por
encima de mi cabeza y estirándome hacia el cielo. En una exhalación,
me doblé, las yemas de los dedos tocaron mis pies mientras cada
torcedura en mi espalda y tendones de la corva se desvanecieron con
un suspiro. En una elevación a mitad de camino, inhalé, me doblé una
vez más y luego retrocedí fácilmente para mi primera cobra en perro
boca abajo. Me tomó algunos estiramientos para estar completamente
lista para realmente entrar en la sesión.
Estaba en mi tercero cuando un sonido de bofetada hizo que mis
ojos se abrieran de golpe.
Miré hacia arriba y encontré a Braden.
Sin camisa.
—¿Te importa si me uno a ti? —preguntó, su tapete ya colocado a
mi lado.
—No me di cuenta de que practicabas.
—Es bueno para la movilidad —dijo simplemente, y luego se
quedó en silencio, lo que aprecié.
Por un momento me preocupé de tener otro Leo en mis manos. En
cambio, Braden se movió a través de su propia práctica a mi lado, el
único sonido era nuestra respiración mientras fluíamos.
Una vez que volvimos al ritmo, mi cerebro decidió ser una mierda
y filtrar el recuerdo de la noche anterior. Leo me inmovilizó con esa
mirada curiosa de nuevo, la forma en que había dicho que sentía que
me conocía.
Fue como un cuchillo retorciendo mis entrañas.
Una parte de mí quería que él supiera, quería que recordara lo que
me había hecho, que le importara una pequeña mierda la chica a la
que lastimó hace tantos años.
La otra parte de mí no quería una sola maldita cosa de él aparte de
que la dejaran sola.
Trabajé duro para dejar ir lo que pasó entre nosotros, tanto lo bueno
como lo malo, y no quería que me lo recordaran.
Me pregunté cuán imposible sería eso ahora que su habitación
estaba a dos puertas de la mía.
Y si estaba siendo completamente honesta conmigo misma,
realmente no había hecho mucho para olvidar lo que había sucedido.
De hecho, tal vez había hecho lo contrario, aferrándome a esos
horribles recuerdos y usándolos para formar un bloque de hielo
protector a mi alrededor.
Había aprendido a vivir a pesar de lo que me pasó. Y tal vez eso
me hacía más fuerte que si hubiera perdonado y olvidado.
Apartando esos pensamientos, volví a sumergirme en mi práctica,
y durante los siguientes cuarenta minutos, solo fui yo, mi cuerpo y mi
respiración.
Eran alrededor de las seis y media cuando Braden y yo enrollamos
nuestros tapetes y los metimos debajo de nuestros brazos, caminando
de regreso a la casa. Tan pronto como cerramos la puerta trasera
detrás de nosotros, mis fosas nasales fueron invadidas por un aroma
dulce y delicioso.
Braden gimió.
—¡Mierda, sí, panqueques!
Echó a correr, dejando su tapete en la puerta. Se deslizó hasta
detenerse al final del pasillo y se detuvo, girándose hacia mí.
—Vamos —dijo, haciendo señas.
No sabía por qué me sentía tan nerviosa, como si me estuviera
entrometiendo en algo que no era para mí. Pero le ofrecí la mejor
sonrisa que pude antes de colocar mi tapete junto al suyo y seguirlo,
aunque a un ritmo mucho más lento.
Más y más sonidos me encontraron mientras me dirigía a la sala de
estar. Música rap, platos y cubiertos retocando, chisporroteo suave y
luego un coro de risas. Vi un vistazo de Kyle a través de la ventana
de la cocina, una sonrisa tonta en su rostro y su cabello revuelto
mientras volteaba un panqueque.
Él también estaba sin camisa.
No me permití asimilar su complexión alta y esbelta, o los músculos
que la recubrían mientras me dirigía lentamente a la cocina,
deteniéndome en el marco como lo había hecho Leo la noche anterior.
Y allí estaban los tres: Kyle haciendo panqueques, Braden sacando
platos del gabinete y Leo sirviendo café.
Todos y cada uno de ellos sin una maldita camisa.
Fue realmente difícil recordarme en ese momento que odiaba a los
jugadores de fútbol con todos esos músculos brillando hacia mí, el
borde superior de sus calzoncillos asomándose por encima de la
banda de sus pantalones cortos. Kyle usaba calcetines de tubo altos,
Braden estaba descalzo por la práctica y Leo tenía un par de pantuflas
que deberían haberme hecho reír, pero de alguna manera solo lo
hacían lucir acogedor en la forma en que me moría de ganas de saber
cómo se sentiría tenerlo acurrucado a mi alrededor en el sofá con la
nieve cayendo afuera.
Mentalmente me abofeteé, y justo a tiempo para que Leo asomara
la cabeza y me encontrara en la entrada. Tenía una especie de sonrisa
somnolienta al principio, su cabello rizado alrededor de sus orejas,
pero cuando sus ojos me recorrieron en mis mallas y sostén deportivo,
algo calentó su mirada.
—Bueno, buenos días, compañera de piso.
Crucé los brazos sobre la cintura, deseando haberme detenido a
ponerme una camisa.
—Hola.
—Llegaste justo a tiempo para mis famosos panqueques —dijo
Kyle.
—Ella ha estado despierta durante horas, tonto —intervino
Braden—. Acabamos de terminar de hacer yoga en la parte de atrás.
—¿Vas a hacer pilates ahora? —Kyle se burló de él.
Braden hizo una mueca antes de golpearlo en el brazo al pasar.
—Tal vez. Ambos son excelentes para la movilidad. Genial para
ligar con chicas también, en caso de que no hayas notado que me
superan en número cuando voy a una clase.
—No nos damos cuenta porque, a diferencia de ti, no necesitamos
invadir una clase de fitness para mujeres para tener sexo —replicó
Leo.
Kyle estalló en carcajadas mientras Braden hacía una mueca antes
de agarrar un trozo de tocino y arrojárselo a Leo. Leo abrió la boca y
lo atrapó en el aire, mordiéndolo con una sonrisa.
—De todos modos, no podrías manejar el lado mental del yoga —
intervine, deslizándome un poco más en la cocina y apoyando mi
cadera contra el mostrador.
Los ojos de Leo se posaron en mí, inmovilizándome donde estaba.
Fue entonces cuando noté algunos collares de cadena alrededor de su
cuello: una cruz, una cadena de oro simple, ¿y eso era un santo?
Casi resoplé ante eso.
—¿Oh sí? —desafió—. ¿Y por qué es eso?
—Porque tendrías que dejar tu ego, y todos sabemos que te aferras
al tuyo como un bote salvavidas en medio del océano.
Braden y Kyle soltaron una carcajada.
—Soy tan humilde como un sacerdote —dijo Leo, presionando una
mano contra su pecho.
—Y tan lleno de mierda como un baño portátil.
Kyle y Braden dejaron escapar sonidos mezclados de risas y
bromas mientras Leo me miraba fijamente, con una sonrisa divertida
curvándose en sus labios. Parpadeé y miré hacia otro lado, esperando
que pudiera ver que estaba aburrida por nuestra interacción.
Al menos, eso es lo que quería que él pensara.
La verdad podría haber descansado más en el hecho de que si lo
miraba por más tiempo, comenzaría a rastrear esas motas doradas en
sus ojos, comenzaría a recordar cómo solía sonar esa voz al otro lado
del teléfono todas las noches.
—Las damas primero —dijo Kyle, sirviendo un par de panqueques
para mí—. Este lo hice especialmente para ti. Bienvenida a El Pozo,
compañera de piso.
Cuando me entregó el plato, miré hacia abajo para encontrar una
carita sonriente hecha de chispas de chocolate mirándome desde el
panqueque superior.
Y la primera sonrisa genuina en días encontró mis labios.
Arqueé una ceja cuando volví a mirarlo.
—Pensé que eras un idiota.
Algo suavizó su rostro entonces, como si realmente le doliera
escucharlo, pero rápidamente se rio y se encogió de hombros.
—Lo soy. Pero estoy tratando de compensártelo por ser un imbécil
ayer. Hay una diferencia entre los dos, ya sabes.
—Sí. Kyle es un idiota —dijo Braden, apilando una pila de
panqueques en su plato—. Pero Leo es un imbécil.
—Y Braden es un coño —bromeó Leo.
Instantáneamente lancé mi brazo, golpeando su pecho con el dorso
de mi mano y un fuerte golpe.
—¿Qué diablos se supone que significa eso?
Braden se rio mientras Leo me miraba con la boca abierta,
frotándose el lugar que acababa de golpear.
—Sólo estaba…
—Estabas usando la anatomía femenina como un insulto porque en
tu cerebro de neandertal, el coño es menos que una polla: más débil,
no tan importante.
—Al contrario —dijo Leo, sus labios se curvaron mientras se
acercaba un poco más—. Creo que el coño es la cosa más poderosa
del mundo.
—¿Así que lo estabas felicitando? —desafié.
Braden negó con la cabeza, deslizándose entre donde yo estaba
mirando a Leo y él estaba sonriendo como el gato de Cheshire.
—Está bien, está bien —dijo Braden, levantando una mano hacia
mí y su plato de panqueques contra el pecho de Leo—. Suficiente. No
necesitamos una pelea tan temprano en la mañana. Además, como
dije, Leo es un imbécil —me dijo encogiéndose de hombros—. No
tomamos nada de lo que dice demasiado en serio.
Braden se metió un trozo de tocino en la boca con eso, salió de la
cocina y se dirigió a la sala de estar con su comida. Volví mi mirada a
Leo, lista para enfrentarlo, pero todo el humor se había desvanecido
de su expresión. Casi parecía un poco… triste.
Pensé en cuando éramos más jóvenes, en las noches que
hablábamos hasta quedarnos roncos y con los ojos llorosos.
«A veces, salgo con todas estas personas, todos mis amigos, y solo
miro a mi alrededor y me doy cuenta de que realmente no conozco a
ninguno de ellos, y ellos no me conocen a mí. Aparte del fútbol,
quiero decir».
Una emoción no deseada se atascó en mi garganta, mis cejas se
juntaron mientras miraba a Leo. Pero no volvió a mirarme. En
cambio, respiró hondo y volvió a poner su sonrisa arrogante en su
rostro antes de palmear a Kyle en el hombro mientras servía su último
panqueque.
—Gracias por el desayuno, hombre.
—Gracias por el café. Te lo juro, nadie lo hace mejor que tú.
—La jefa es la única, y me repudiaría si no estuviera a la altura de
su legado ahora que estoy solo.
—¿La jefa? —pregunté mientras Leo llenaba su propio plato y
todos nos dejábamos caer en el sofá para comer. Había una mesa
plegable que podría servir como mesa de comedor, pero actualmente
estaba pegajosa por lo que solo podía esperar que fuera cerveza y no
la alternativa.
—La jefa. En otras palabras, mi madre.
Leo me guiñó un ojo y luego la atención de mis compañeros de piso
se centró en la televisión donde Braden acababa de encender ESPN.
Sonreí, pero de nuevo, algo tiró de mi pecho. Porque
probablemente yo sabía mejor que sus compañeros de piso lo especial
que era la relación de Leo con su madre. Ella y su padre se separaron
cuando ella estaba embarazada de él, por lo que le dio su apellido en
lugar del de su padre cuando nació. Y mientras su padre lo empujaba
a seguir sus pasos, su madre siempre le dio espacio para ser lo que
quisiera.
Por supuesto, Leo no jugaba al fútbol por su padre. Lo jugó porque
estaba en las fibras mismas de quién era. Aun así, me preguntaba
cómo sería tener al menos un padre que te apoyara de esa manera.
Mi papá lo intentó. Fue amable conmigo de una manera que mamá
nunca podría ser. Aun así, vi la decepción en sus ojos cuando le dije
que no quería ir a la universidad, cuando se dio cuenta de que lo decía
en serio cuando dije que quería ser tatuadora.
No me detuvo, pero tampoco me apoyó.
Eso dolía igual.
Miré hacia abajo a la carita sonriente que estaba derretida en mis
panqueques ahora, y luego a los tres chicos sin camisa comiendo sus
enormes pilas de panqueques que podrían haber alimentado a una
familia de cuatro personas cada uno.
Por primera vez, sentí que tomaba un respiro real y me relajaba.
—Gracias —dije de la nada, y todos los chicos giraron la cabeza
hacia mí—. Por dejarme quedar aquí. Es… es muy amable de su parte.
Y yo… —Tragué saliva, mirando mi plato—. No sé qué haría de lo
contrario.
Kyle se acercó desde donde estaba sentado en el sofá y me golpeó
la rodilla.
—Oye, estamos felices de tenerte aquí.
—Solo recuerda lo agradecida que estás cuando nuestro desorden
comience a aparecer —agregó Leo—. Podríamos haber pasado dos
horas limpiando antes de que te mudaras ayer.
—Siempre limpio —argumentó Braden.
Y luego estaban discutiendo de nuevo, tirándose pedazos de
comida y lanzando insultos como si fuera su lenguaje de amor.
Sonreí.
Tal vez realmente lo era.
—Las veintisiete ex de Leo Hernández —leyó el entrenador Lee en
voz alta y orgullosa, como si no estuviera viendo las palabras en el
monitor de su computadora. Justo debajo del titular había una foto
mía en una de las fiestas que habíamos tenido en El Pozo después de
ganar el campeonato la temporada pasada. Tenía dos chicas debajo
de cada brazo, y aunque sus rostros estaban borrosos, sus cuerpos con
poca ropa no lo estaban.
El entrenador levantó una ceja hacia mí mientras Giana se tapaba
un poco la tos con el puño en la esquina, fingiendo escribir algo en su
libreta para no tener que mirarme. No la había visto desde que nos
ayudó a mudar a Mary la semana pasada, y me alegré por eso, por el
descanso de hacer prensa.
Tenía la sensación de que estaba a punto de cambiar.
—El número probablemente esté más cerca de treinta y siete, si
estamos siendo exigentes aquí —dije con una sonrisa. Ese era mi
mecanismo de defensa, como la vieja película en blanco y negro que
mi madre solía ver cuando tenía un mal día: Cantando Bajo la Lluvia.
Viví mi vida como Donald O'Connor.
Hazlos reír, hazlos reír…
Sin embargo, el entrenador no estaba riendo, y su expresión severa
lo decía todo.
Suspiré, sentándome en mi silla y cruzando mis brazos sobre mi
pecho.
—Es un blog administrado por una hermandad. No es como si
fuera la Prensa Asociada.
—No, pero una de las chicas lo convirtió en un video que ahora se
ha vuelto viral —dijo Giana, y cuando la miré, se encogió, como si
lamentara haber tenido que dar la noticia—. Y esta mañana, apareció
en College Sports Network cuando estaban hablando de predicciones
para la próxima temporada.
—Y la única predicción que tienen para ti es que dejarás
embarazada a una chica —cortó el entrenador.
—Entrenador, vamos —le dije, mirándolo fijamente—. Me conoces
mejor que eso. Soy cuidadoso. Estoy…
—¿Desperdiciando tu talento en el campo actuando como un
aficionado fuera de él? —disparó de vuelta—. Sí, lo estás.
Cerré mis labios, acomodándome en mi silla aún más cuando me
di cuenta de que no saldría de este latigazo. El entrenador Lee era tan
severo como intocable como entrenador principal de fútbol. Llegó con
las armas encendidas como nuestro nuevo entrenador la temporada
pasada, una leyenda de Alabama con una reputación que lo precedía
por mucho. Mi padre estaba extasiado cuando escuchó la noticia,
porque a sus ojos, cualquiera que jugara o entrenara en Alabama
estaba en una liga por encima del resto.
Entró el entrenador Lee, y en una temporada nos había llevado
hasta el juego de campeonato.
Trajimos el trofeo a casa y sabía que gran parte era gracias a él.
Pero también era un tanto demasiado arrogante para mi gusto, y
no importaba cuántas veces me hubiera reunido con él fuera de los
entrenamientos, ya fuera en El Pozo o en algún evento familiar con
Holden y su hija, parecía que su opinión sobre mí nunca cambiaba.
Por otra parte, supongo que no ayudaba en nada interpretando el
papel que yo mismo había creado.
—Leo —dijo Giana en voz baja, llamando mi atención sobre ella—
. Eres un jugador increíble y sabes cómo encantar a las personas. Cada
vez que te llamo para la prensa, sé que te vas a lucir.
—Y sé que cuando te llamo para una jugada, obtendrás el primer
down o causarás estragos en el intento —agregó el entrenador. Se
inclinó hacia delante, apoyó los codos en el escritorio y juntó las
manos—. Pero aquí está la cuestión: no importa qué tan bien lo hagas
en el campo. Si los directores piensan que eres una carga, no lo
pensarán dos veces antes de pasar por alto tu nombre cuando llegue
el momento del reclutamiento.
Resoplé.
—¿Y tener sexo me convierte en una carga?
—Tu actitud te convierte en una carga —espetó el entrenador, su
tono exigió que recordara mi lugar—. La forma en que llegas tarde a
la práctica, pasas tu tiempo al margen en cada juego mirando a las
chicas en las gradas y todas tus actividades extracurriculares que
reciben más atención de lo que crees.
Permanecí en silencio, resistiendo el impulso de señalar cómo me
ofrecí como voluntario en el fútbol Pee Wee todos los veranos, cómo
fui mentor de niños de secundaria en el otoño, cómo saqué solo A en
todas mis clases en una especialización que era el doble de difícil de
lo que declararon la mayoría de mis compañeros. La verdad nada de
eso importaba, porque para los medios era aburrido.
Prefieren reproducir mi comentario arrogante durante una
entrevista posterior al juego una y otra vez en los carretes destacados
mientras debaten si tengo una oportunidad de convertirme en
profesional o no.
Pero esa era la cuestión: sabía lo que querían, qué llamó su atención
y me puso en sus programas. Estaba bien ser un gran corredor, pero
teníamos una nación llena de esos. También hubo muchos chicos que
se ofrecieron como voluntarios y sobresalieron en sus clases.
Si quería destacar, tenía que darles una razón para recordar mi
nombre.
Y si había algo en lo que era bueno además del fútbol, era armar
una escena.
Sin embargo, por la forma en que el entrenador y Giana me
miraban ahora, supuse que lo había llevado un poco demasiado lejos.
Una cosa era que los directores supieran tu nombre. Otra era tener tu
nombre en la parte superior de su mente cuando pensaban en
jugadores que no querían reclutar.
—Tal vez solo… enderézate un poco esta temporada —recomendó
Giana—. Enfócate en el fútbol y no tanto en las chicas. Puedo
organizar un par de oportunidades de voluntariado y podemos
conseguir una entrevista individual para ti antes del juego inaugural.
—No.
Mi respuesta los sorprendió a ambos.
—¿No? —El entrenador repitió con un tono de advertencia.
—Odio esa mierda. Solo quieren indagar en tu familia o tu vida
personal, sacarte alguna triste historia para poder compartirla en las
noticias. Mira cómo trataron a Holden la temporada pasada cuando
avanzaba poco a poco hacia el reclutamiento. No podía encender
SportsCenter sin ver imágenes de su familia muerta parpadeando en
la pantalla.
—Y mira dónde está ahora —dijo el entrenador sin dudarlo.
Suspiré, hundiéndome aún más en mi silla.
—No tiene que ser súper personal —ofreció Giana suavemente—.
Solo… ábrete un poco. Demuéstrales que eres más que el engreído
corredor que creen que eres.
Tenía tantas ganas de poner los ojos en blanco, pero me contuve.
—Bien.
El entrenador y Giana compartieron una mirada antes de que nos
despidiera a ambos con un asentimiento. Giana se puso de pie y yo
salí corriendo de la oficina primero con ella pisándome los talones.
—Oye —dijo, agarrando el hueco de mi brazo—. Lo siento por eso.
Quería manejarlo contigo yo misma, pero…
—Lo sé.
Ella asintió.
—Es solo que… Creo que él ve mucho potencial en ti, Leo. Él sabe
que puedes ser genial. Ya lo eres.
Suspiré, pero sabía que ella tenía razón. El entrenador Lee no sabía
cómo mostrar su amor a sus jugadores, solo ser duro con nosotros. Lo
había visto de primera mano con Holden la temporada pasada, y con
cualquier otro jugador que pensó que tenía una oportunidad. Fue
mucho más duro conmigo, Clay, Kyle, Zeke y Riley que cualquier
otro estudiante de último año. Pensó que teníamos potencial.
Aun así, me molestó mucho que no pudiera ver más allá de la
mierda superficial y darse cuenta de que ya estaba haciendo todo lo
que él quería que hiciera. Yo era parte de nuestra comunidad, no
porque me lo pidieran, sino porque quería serlo. Me iba bien en la
escuela. Estaba destacando en el campo.
¿Y qué si tenía confianza en mis entrevistas? Les encantaba esa
mierda. Es por eso que mis clips obtuvieron más tiempo de
transmisión que los de cualquier otra persona. ¿Y quién dijo que este
tipo de publicidad era mala? ¿No es buena toda la publicidad, en
cierto modo?
—¿Cómo te va con Mary?
Parpadeé ante el rápido cambio de tema, y un destello de Mary y
sus grandes ojos verdes me golpeó como un balón fuera del campo
izquierdo.
—Bien —respondí—. Creo que se siente más cómoda que la
semana pasada.
—¿Están siendo amables con ella?
Sonreí.
—Muy amables.
Giana entrecerró los ojos.
—No seas lindo.
—Imposible no serlo.
—Te veré más tarde —dijo con un giro de los ojos. Me apuntó con
el bolígrafo mientras retrocedía—. Comportamiento de ángel,
¿entendido?
Dibujé un halo alrededor de mi cabeza antes de juntar mis manos
en una oración fingida. Se volvió con una sonrisa, y luego dejé caer
mis manos, una larga exhalación me abandonó.
Ya estaba temiendo las entrevistas que Giana organizaría, las
preguntas inevitables que vendrían. No importaba cuánto tratara G
de mantenerlos encaminados, sabía por experiencia que los
reporteros querían la suciedad. Preguntarían sobre ese artículo y
sobre las chicas de mi vida, énfasis en el plural.
Si les dijera la verdad, se decepcionarían.
Les encantaba creer que yo era un gran jugador, follando con
cualquier cosa con tetas que pasara junto a mí. Eso decía atleta. Eso
decía engreído hijo de puta.
¿Si supieran que de esas veintisiete chicas en ese artículo, solo me
había acostado con cuatro de ellas?
Estarían mucho menos interesados.
¿Me encantó la atención que las chicas me dieron como jugador de
fútbol americano universitario? Maldita sea, sí, me encantó. ¿Quién
era yo para rechazar a una chica que quería bailar en un club, o
besuquearse en El Pozo, o tomar un trago de mi cuerpo, o usar mi
camiseta en los juegos?
Pero algo en mí que no admitiría ante nadie más que mi madre era
que necesitaba sentir una conexión con una mujer antes de querer
follarla.
No tuve ningún problema en besarlas, o incluso llegar a la segunda
base con alguien por quien no tenía sentimientos. Yo era un hombre,
después de todo, y prefería la boca de una chica al azar a mi mano.
Pero cuando se trataba de desnudarme, literal y figurativamente, era
mucho más exigente.
Necesitaba sentir algo.
No podía acostarme a una extraña y mirarla a los ojos en un
momento tan íntimo, en una situación en la que me sentía tan
vulnerable, y no saber nada sobre ella o sentir que no me conocía. No
podía follarme a una chica y luego inmediatamente ponerme la ropa
e irme, o pedirle que hiciera lo mismo.
Necesitaba relacionarme con ella, estar intrigado por ella, ser
consolado por ella.
Y por eso, culpé a la primera chica que me hizo sentir así.
Arrastré mi trasero por el pasillo del estadio, pasé por el vestuario
y me dirigí directamente a la sala de pesas. Apenas calenté antes de
instalarme en la prensa de piernas en ángulo, apilando más de 100
kilos de discos en la máquina antes de sentarme y hacer la primera
serie de repeticiones. Sentí que parte de la tensión desaparecía de mí,
pero mis pensamientos no se calmaron.
Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás contra el banco, mirando mis
zapatillas mientras recuperaba el aliento.
Ni siquiera sabía su nombre.
Eso fue lo que más me molestó todos estos años. Me enfermó que
ella me ignorara. Me retorció las entrañas pensar que algo podría
haberle pasado. Me enfureció que no me esforcé más por conocernos
en persona, por ponerle cara a la chica que tenía residencia
permanente en mi cabeza y en mi corazón.
¿Pero no saber su nombre?
Eso significaba que no tenía ninguna posibilidad de encontrarla.
Negué con la cabeza.
—Deja de ser un maldito coñ...
La palabra murió en mis labios, y me detuve antes de que una
pequeña risa saliera de mí al recordar cómo Mary me había
abofeteado la última vez que usé esa palabra como un insulto.
Tirando de los pestillos a mi lado, me concentré en mi núcleo y mi
respiración mientras hacía otra serie, y luego bloqueé el peso en su
lugar, las piernas ardiendo.
Ya no quería pensar en mi pasado, en el hecho de que estaba
enamorado de alguien que probablemente nunca pensó en mí. Ella
también estaría en la universidad, o tal vez ya se haya graduado. O
tal vez ella no fue a la universidad en absoluto.
Tal vez ella tenía un novio. Tal vez ya estaba casada y embarazada.
Nunca lo sabría.
—Déjalo ir, hombre —me insté a mí mismo, y luego desbloqueé el
peso nuevamente, preparando mi respiración antes de llevar mis
rodillas a mi pecho y luego volver a enderezarlas. Una y otra vez,
empujé hasta que mi corazón latía aceleradamente y mis piernas
ardían.
Y finalmente, mis pensamientos se alejaron.
Durante la siguiente hora, solo estábamos yo y la sala de pesas. Yo
era el único jugador allí, y ni siquiera me puse los auriculares como
solía hacer. Saboreé el silencio, saboreé la forma en que mi cuerpo
quitó el dolor y la presión de mi corazón.
Un día, me despertaría y ni siquiera pensaría en ella.
Un día conocería a alguien nuevo, alguien que me hiciera sentir
como ella, pero más fuerte.
Un día.
Hasta entonces, tenía el fútbol.
Eso era todo lo que necesitaba.

***

Estaba exhausto cuando arrastré mi trasero de regreso a El Pozo.


Entre el acondicionamiento temprano en la mañana, los latigazos del
entrenador, el castigo que me infligí en la sala de pesas y una tarde
entera de práctica de Pee Wee, estaba a punto de colapsar incluso
antes de cruzar la puerta.
Cuando lo hice, me topé con Mary.
Abrí la puerta principal y la atravesé, y cuando giré a la izquierda
para arrojar inmediatamente mi bolsa de deporte sobre el repugnante
cojín debajo de nuestra ventana salediza, choqué con ella,
golpeándola tan fuerte que casi se cae sobre el brazo del sofá. Mi bolso
y su monedero se estrellaron contra el viejo piso de madera, pero me
concentré en asegurarme de que no se uniera a ellos.
Mis manos salieron disparadas, atrapándola por las caderas justo
cuando la parte posterior de sus rodillas golpeaba el sofá. Se inclinó
hacia atrás con un chillido de sorpresa, moviendo los brazos como un
molino de viento, pero evité que se cayera, tirando de ella para que
se pusiera de pie.
Sus ojos estaban muy abiertos cuando estuvo erguida de nuevo, el
pecho subiendo un poco como si la hubiera asustado hasta la mierda.
Supuse que probablemente lo había hecho, saltando a través de la
puerta como un murciélago salido del infierno y casi derribándola.
Mantuve mis manos apoyadas en su cintura, asegurándome de que
estuviera estable, y sus manos encontraron mis hombros una vez que
dejaron de agitarse.
Ahora, estábamos a unos cinco centímetros de distancia, y tomé la
falta de distancia como una excusa para empaparme de ella.
Estaba tan acostumbrado a que me mantuviera a distancia, pero
ahora, podía ver cada curva que el vestido naranja que llevaba puesto
abrazaba, y cada pequeño tatuaje asomándose por debajo de la tela.
Noté las flores que envolvían sus hombros, el pequeño abejorro
anidado debajo de su clavícula, la impresionante pieza de esternón
que se extendía por su pecho y desaparecía debajo de su vestido.
Tampoco llevaba sostén, sus pechos se abrían lo suficiente como para
que yo viera cómo ese tatuaje se sumergía entre ellos. Seguí las líneas
negras de esa tinta hasta que no pude ver más lejos, y luego me
detuve en el contorno del metal perforando sus pezones.
Mierda.
Mis ojos se posaron en donde mis manos sostenían sus caderas,
continuando hasta donde la tinta comenzaba de nuevo bajo el
dobladillo de su vestido, coloreando sus muslos, rodillas y espinillas
hasta llegar a sus botas negras.
Me tomé mi tiempo para volver a mirar hacia arriba, y cuando mis
ojos se encontraron con los suyos, levantó la barbilla ligeramente,
como si yo fuera un depredador y quisiera demostrar que no me tenía
miedo. Su perforación en el tabique brilló a la luz, y noté cómo su
garganta se contrajo con un trago grueso antes de presionar sus
manos en mi pecho y empujarme lejos.
—¿Puedes mirar por dónde vas? —dijo ella, molestia evidente en
su voz. Luego miró hacia donde se había derramado el contenido de
su bolso, suspirando mientras se arrodillaba para comenzar a
recogerlo todo.
Estuve realmente tentado de quedarme allí y disfrutar de esa vista,
pero el sentido común me encontró y me incliné para ayudarla.
—Lo siento —dije, recogiendo un lápiz labial y rímel y arrojándolos
en su bolso—. No esperaba que nadie estuviera en casa.
Terminamos de recoger sus pertenencias del suelo y extendí una
mano para ayudarla a ponerse de pie. Ella la miró, se burló y usó el
sofá en su lugar.
—¿A dónde vas? —pregunté.
—Lo siento, ¿eres mi papá ahora?
—En cada uno de mis sueños.
Mary cruzó los brazos sobre su pecho, esa habitual expresión
aburrida que le encantaba usar se instaló y borró cualquier rastro de
curiosidad que había estado allí antes. Sin embargo, lo había sentido,
la forma en que su respiración se entrecortaba cuando tenía mis
manos sobre ella.
Me dio la confianza para inmovilizarla con una sonrisa arrogante
que le dijo que vi todo el acto.
Ella aplanó sus labios.
—Te ves como el infierno, por cierto.
—Y tú te ves como un bocadillo —le respondí—. Todavía no te
hemos dado un recorrido adecuado por la casa, ¿verdad? Podríamos
hacer eso ahora, comenzar con mi dormitorio…
Creí ver un destello de algo en sus ojos, ¿diversión, tal vez? ¿Deseo?
¿La tentación de decir que sí a mi oferta solo para ver si la cumplía?
Pero ella simplemente negó con la cabeza, presionando su lengua
contra su mejilla mientras me examinaba.
—Eso realmente funciona para ti, ¿no?
Parecía casi compadecerse de mí mientras pasaba, y toda su alegría
murió con esa mirada. Cerré los ojos, gimiendo internamente ante el
comentario idiota cuando mi mano salió disparada, atrapó el codo de
ella y la hizo girar antes de que pudiera alcanzar la puerta.
—Espera —dije.
Ella me sacudió.
—Deja de tocarme.
—Lo siento. —Levanté las manos en señal de rendición—. Por el
comentario del dormitorio, también. Ha sido un día largo y yo solo
estaba…
—Bromeando. Sí, lo sé —dijo, cruzando los brazos sobre el pecho
de nuevo. Pensé que iba a atacarme, pero se quedó en silencio, sus
ojos moviéndose entre los míos.
Me moví bajo esa mirada persistente.
—¿Qué pasó? —ella preguntó.
—¿Qué quieres decir?
—Dijiste que ha sido un largo día. ¿Qué pasó?
Suspiré, pasándome una mano por mi cabello mientras apartaba la
mirada de ella y miraba por la ventana salediza.
—Solo una mierda de los medios.
Mary frunció el ceño.
—¿Qué hiciste?
Me reí.
—¿Por qué automáticamente asumes que hice algo?
Todo lo que hizo fue arquear una ceja.
—Alguna chica de la hermandad escribió una historia sobre mí
siendo un jugador, esencialmente —dije, encogiéndome de
hombros—. Las veintisiete ex de Leo Hernández.
—Veintisiete, ¿eh? —Mary dejó escapar un pequeño silbido—.
Impresionante. ¿Todas en la misma hermandad?
—Por supuesto que no. No soy un monstruo. —Sonreí—. Trato de
mantenerlo en cinco por casa.
Era una broma, una que salió tan fácilmente de mí que casi me
sorprendió. Casi siendo la palabra clave, porque era más fácil que se
escapara este frente que cualquier cosa cercana a la verdad.
Estaba claro para mí que la forma en que me presentaba era
exactamente como me veía Mary también, cuando puso los ojos en
blanco.
—Entonces, ¿el artículo es exacto?
—¿Qué opinas? —desafié.
Ella inclinó un poco la cabeza hacia un lado y, de nuevo, sentí que
quería moverme nerviosamente bajo el peso de su mirada. Cuanto
más se demoraba, más sentía que me estaba desnudando sin mi
permiso.
—Creo que te has vuelto muy bueno interpretando el papel.
Sus palabras me sorprendieron en silencio, todos los rastros de
humor me abandonaron al escucharlas.
—¿Qué papel?
La comisura de su boca se inclinó hacia arriba, pero luego bajó la
mirada y sacó las llaves de su bolso.
—Tengo que irme. Dejé algo de ropa en la secadora, pero me
encargaré de eso más tarde. —Entonces, me apuntó con una llave—.
No la toques.
—¿Qué, no quieres que hagamos algo lindo por nuestra nueva
compañera de cuarto como doblar su ropa?
—No quiero que uno de ustedes, pervertidos, me robe las bragas.
—Oh, ahora eso es una idea…
—Leo —amenazó, sacando esa llave aún más.
Me reí.
—No te preocupes, tus bragas están a salvo. Ahora, tu sexy amigo
rosa arriba, por otro lado…
Mary se chupó los dientes antes de girar sobre sus talones y salir
por la puerta principal.
—ADIÓS.
Sonreí hasta que se fue, agradecido de que se fuera con una nota
más divertida.
Pero una vez que ella se fue y la casa quedó en silencio, esa sonrisa
se desvaneció.
Y sus palabras se repitieron en mi mente por el resto de la noche.
Nunca pensé que sería tan feliz fregando un inodoro, pero aquí
estaba, con guantes de goma, cloro y una enorme sonrisa en la cara.
Porque hoy, podría tatuar piel.
No piel falsa, no una toronja, no mi piel, sino un ser humano real
que confiaba en mí lo suficiente como para poner tinta permanente
en su cuerpo.
Era todo lo que podía hacer para no tararear y saltar alrededor de
la tienda mientras la limpiaba, asegurándome de que se viera
impecable desde el momento en que el cliente entrara por la puerta
hasta el baño. Desinfecté los iPads en la recepción, ordené todas las
estaciones de los artistas, barrí, trapeé, y ordené los suministros que
se nos estaban acabando. Mientras tanto, la tienda vibraba con la
conversación entre el artista y el cliente, con música Deep house5 con
muchos graves sonando de fondo.
—Mary, ¿sabes dónde está el…
Le entregué una botella nueva de tinta negra a Tray antes de que
pudiera terminar la oración, y se rio entre dientes, quitándomela de
la mano.
—No sé dónde estaríamos sin ti —dijo, la luz brillando en su
cabello turquesa.
—Estoy segura de que encontrarías a alguien más que pudiera
llenar los estantes.

5 Subgénero del House originado en la década de 1980.


—Tal vez. Pero nadie más que pudiera organizar nuestras vidas de
la forma en que tú lo haces.
Con una última sonrisa, Tray saltó hacia donde estaba esperando
su cliente, y sonreí ante el elogio, incluso si sabía que era superficial.
Cualquiera podría hacer mi trabajo, en realidad, excepto la parte del
tatuaje. Pero eso solo era realmente a partir de hoy.
Hoy.
«¡Estaré tatuando piel hoy!»
Con más energía en mi paso, continué a través de la tienda,
deteniéndome en cada estación artística para asegurarme de que
tuvieran todo lo que necesitaban para la semana.
Estaba acostumbrada a estos deberes, eran los mismos que había
tenido desde que comencé como aprendiz en Moonstruck Tattoos hace
más de un año. En el tiempo que estuve aquí, pasé la mitad de mis
horas limpiando la tienda como si fuera mi casa, y la otra mitad
estudiando a cada artista aquí, con un cuaderno a mano, mis ojos en
sus manos y observando cada uno de sus movimientos.
Mi jefe y el dueño de la tienda, Nero, era mi favorito para seguir.
No solo era hábil de una manera en la que yo aspiraba a serlo, con
manos firmes y líneas perfectas y sombreados que me hacían babear
físicamente, sino que también se sentía tan cómodo en su trabajo que
podía responder a mis preguntas sin una pizca de molestia en su voz.
Yo miraba por encima de su enorme hombro y le preguntaba por qué
eligió una aguja específica, y él respondía con todos los detalles sin
perder la concentración en su arte. Nunca tuve que esperar un
descanso o preocuparme de que lo arruinaría cuando una pregunta
surgía en mi cabeza y, en todo caso, me miraba decepcionado si
pasaba demasiado tiempo sin que hiciera una pregunta.
¿El resto de los artistas?
Bueno, todos tenían sus propias formas de enseñar, y la mayoría
prefería que me quedara sin ser vista y en silencio hasta que
terminaran con su trabajo antes de que les preguntara algo.
Conocí a Moonstruck por primera vez como una joven de dieciocho
años de piel fresca, desesperada por ponerme un poco de tinta.
Todavía vivía con mis padres entonces, y mamá se había desmayado
cuando vio el primero, un pequeño corazón en mi caja torácica que
pensé que sería capaz de esconder.
Y lo había hecho, hasta que accidentalmente entró y me vio
cambiándome una mañana.
Después de eso, la regla fue no más tatuajes mientras viviera bajo
su techo.
Naturalmente, eso significaba que tenía que irme.
Mi primer departamento fue una choza a la que papá realmente no
quería que me mudara, pero le dije que no tenía otra opción.
Trabajaba día y noche en el restaurante, al principio como ayudante
de camarera antes de que me ascendieran a camarera y pudiera ganar
unas propinas decentes.
Y cada vez que no estaba trabajando para ganar dinero, estaba aquí,
gastándolo.
Tenía un pedacito de cada artista que trabajaba aquí en mí, algunos
más que otros, y una vez que aprendí lo suficiente de ellos para
sentirme segura intentándolo por mi cuenta, estaba tatuando
cualquier parte de mi piel que pudiera alcanzar.
Finalmente, tal vez más por lástima que por otra cosa, Nero se
ofreció a enseñarme.
Nunca había dicho que sí a nada tan rápido.
Durante el año que pasé tatuando, aprendí que lo que marcaba la
diferencia entre un buen tatuador y uno excelente era el estilo.
Tenías que tener una voz, una vibra, una estética, una que atrajera
a cierto tipo de clientela. Si no lograbas tener un estilo, terminarías
haciendo el tipo de tatuajes traídos de Internet, esos que no tienen
libertad artística.
«Oye, ¿puedes hacerme exactamente esta flor de loto en la muñeca?
¿Qué tal la palabra "respira" en un tipo de letra que acabas de calcar
de la plantilla?»
No es que hubiera nada malo con ese tipo de tatuajes. De hecho,
estaba emocionada por el hecho de que hoy tengo que hacer un
tatuaje de flores y letras en un cliente dispuesto. No me importaba
que no fuera mi diseño, que fuera uno de Pinterest.
Porque yo sería la que conduciría la aguja.
Aun así, añoraba el día en que tuviera una silla en esta tienda,
cuando los clientes me buscaran por mi arte, mi visión, mi estilo.
Solo tenía que averiguar cuál exactamente era mi estilo, eso era
primero.
Me quité los guantes de goma cuando el baño estaba reluciente,
guardando todos los suministros antes de deslizarme en la parte de
atrás y agarrar mi botella de agua. Me bebí la mitad antes de escuchar
la risa de Nero.
—Estás bebiendo esa agua como si estuvieras a punto de caminar
por el desierto —comentó desde donde estaba en la computadora,
finalizando el diseño con el que estaría trabajando. Era sábado, una
de nuestras noches más ocupadas de la semana, y cada artista ya
estaba con un cliente o devorando un refrigerio rápido antes de que
llegara el siguiente. Nero tenía la capacidad de ser exigente con su
tiempo, y él ahora solo hacía piezas más grandes, un mínimo de
cuatro horas de trabajo. Su cliente había cancelado hoy, por lo que
había aceptado una solicitud de última hora de una chica en
Instagram.
Una chica en Instagram que estaba dispuesta a dejar que un
aprendiz la marcara de por vida.
«Dios la bendiga».
—Con lo seca que está mi boca, se siente casi igual.
Sonrió, una sonrisa llena de dientes apenas visible a través de su
espesa barba. Nero era como imaginé que se vería el gobernante
romano por el que recibió su nombre si fuera más alto, más fornido,
cubierto de tatuajes y tan lleno de metal que nunca pasaría por
ningún aeropuerto sin un buen cacheo. Su cabello oscuro estaba
recogido hacia atrás en un moño desordenado cerca de la nuca esta
noche, su barba pulcramente recortada donde enmarcaba su
mandíbula.
—Estarás bien. Quiero decir, mira esta mierda —dijo, sosteniendo
su palma hacia la pantalla de la computadora—. ¿Si no logras manejar
esta mierda? Bien podrías cambiar de carrera mañana.
—Vaya, gracias. Ahora siento absolutamente cero presión.
Él simplemente negó con la cabeza, los ojos en la pantalla.
—«No, es una frase completa» —leyó—. ¿Quién se tatuaría eso de
por vida?
—Alguien que ha dicho que sí demasiadas veces y ha pagado el
precio —respondí.
—Nunca podría ser yo.
Le dio una calada larga a su bolígrafo, y el olor dulce y acre de la
marihuana llenó mis fosas nasales antes de que me lo pasara.
Tal vez esta era otra razón por la que Nero es mi favorito.
Tomé una calada, sintiendo un poco de calma invadirme mientras
el humo dejaba mis labios. Sin embargo, se lo devolví después de un
solo golpe, porque uno me centraría, pero más que eso y me
arriesgaría a perder el enfoque.
—¿Qué pasa si vinculamos la amapola al final del guion? —Ofrecí,
dando un paso detrás de él con los ojos en la pantalla—. ¿Ves dónde
se termina la e? ¿Y si lo convertimos en la parte inferior del tallo, las
amapolas floreciendo de las palabras?
Nero lo consideró.
—Quiero decir, me gusta, pero el cliente envió esta imagen exacta.
—Irá en su antebrazo, ¿verdad? — Señalé cómo estaba colocado—
. Eso va a parecer raro, demasiado como un bloque en lugar de
alargar. ¿Y si le mostramos las opciones una al lado de la otra?
Apuesto a que lo vería mejor.
Me sonrió y se apartó del ordenador para dejarme ocupar su lugar.
Me sonrojé un poco mientras me deslizaba y editaba en el iPad,
conectando el diseño y el guión y haciendo que las amapolas también
fueran un poco mías: delicadas, aireadas, soñadoras. Cuando
terminé, torcí la mirada hacia mi jefe.
—Es mejor —estuvo de acuerdo—. Pero aún tienes que
convencerla.
—¿Y crees que no puedo?
Los ojos de Nero se posaron en mí entonces.
—Creo que, si alguien puede, eres tú.
Sus ojos oscuros se demoraron por un momento de una manera que
hizo que mi cuello ardiera. Nero era un hombre atractivo, no había
manera de no notarlo. Pero también estaba casado, tenía una tienda
de tatuajes a la que su esposa nombró, y su nombre se extendía sobre
su pectoral izquierdo.
No era un ángel, eso lo admitía fácilmente. Me gustaba tener la cara
de un chico entre mis piernas por una noche o que me montara por la
mañana antes del desayuno. Y la mayoría de las veces, no
hablábamos lo suficiente como para saber si estaban en una relación
o no.
Con Nero, la diferencia de edad no me molestaba, pero como diría
Giana, no me gustaban los triángulos amorosos ni el engaño. Sabía
que estaba casado y también era él quien firmaba mis cheques de
pago.
Él era mi jefe y solo mi jefe, esa era una regla firme.
Antes de que pudiera responder, mi teléfono sonó, la cara de Julep
iluminó la pantalla. Sonreí ante la foto de mi antigua compañera de
piso, y saliendo por la puerta trasera salí al callejón mientras aceptaba
el video chat.
—Maldita sea, niña, ¿estás tratando de conseguir un papi esta
noche? —dijo en lugar de un saludo normal, sus ojos se fijaron en mi
escote antes de mover las cejas.
—Mami, en realidad. Estoy tatuando mi primera piel. Espero que
le encante mi trabajo y deje una buena propina.
La boca de Julep se abrió de golpe ante eso.
—¡No bromees! ¿Estás enloqueciendo?
—Mucho, pero estoy tratando de no hacerlo, así que, por favor,
distráeme.
—Lo vas a conseguir —dijo con plena fe, y mi corazón helado se
calentó un poco al ver la sonrisa que mostraba tan fácilmente. La
forma en que su piel brillaba, cómo sus ojos ya no pesaban tanto…
fue suficiente para descongelarme. Realmente había dado un giro
desde la primera vez que la vi colgada en nuestra sala de estar el día
de la mudanza. Esa chica harapienta con círculos oscuros debajo de
los ojos ahora no era más que un recuerdo, permanentemente
prohibido ahora que Julep había encontrado la verdadera felicidad
con Holden.
Entrecerré los ojos en la pantalla
—¿Dónde estás?
Julep miró a su alrededor antes de sentarse con un suspiro.
—Esperando afuera de un vivero mientras Holden decide cuales
diecisiete plantas bebés traerá a casa con nosotros. Le dije que tenía
que reducirlo de treinta.
Esbocé una sonrisa
—Se lo está pasando en grande ahora que está en un clima más
cálido, ¿verdad?
—No creerías la cantidad de calabazas y sandías que tenemos en
nuestro patio trasero.
—Dile que sus peonías todavía están prosperando en El pozo.
—¿Hasta ahora en junio? Estará encantado
Ella levantó una ceja.
—Hablando de eso, ¿cómo te ha ido? Han pasado un par de
semanas desde que te mudaste, ¿verdad?
—Mañana son dos —dije, apoyándome contra la pared de ladrillo
del edificio—. Y sorprendentemente… no ha sido tan malo, todavía.
Siento que los muchachos se han comportado de la mejor manera, en
cuanto a compañeros de piso. No son tan asquerosos como
sospechaba.
—Me sorprende —hizo una pausa, aparentemente sopesando su
siguiente pregunta—. ¿Leo te ha dejado en paz?
Resoplé
—No creo que sea capaz de tal moderación.
—Nunca me dijiste por qué lo odias tanto.
Me moví, tronándome el cuello,
—Por la misma razón que odio a todos los jugadores de fútbol. Son
playboys engreídos con una actitud como si fueran dueños de todo.
Es irritante.
—Sí, pero no actúas de la misma manera con Holden, Zeke, Clay o
incluso Kyle.
De repente, mi boca estaba seca de nuevo.
—Él acababa de… salir con una amiga mía y le rompió el corazón
—mentí—. Pero está bien, ella siguió adelante y Leo ha sido tolerable.
Hice una pausa
—Sin embargo, me gustaría que usaran más ropa en la casa. Juro
por Dios, Julep, nunca he visto tantos músculos desnudos en mi vida.
Soltó una carcajada ante eso.
—Oye, eso te da una excusa para no usar pantalones. Si se sienten
cómodos desnudos, ¿por qué no deberías estarlo tú?
Antes de que pudiera responder, sus ojos se movieron hacia algún
lugar detrás de su teléfono y se iluminó con una sonrisa.
—Me tengo que ir —dijo mientras se levantaba, sacudiendo la
cabeza—. Tiene dos carros llenos. Dos carros, Mary.
—Buena suerte con eso.
—Y buena suerte tú con eso —dijo con un pequeño chillido—.
¡Toma fotografías!
Julep me lanzó un beso a través de la pantalla antes de que
terminara la llamada, y sonreí, guardando mi teléfono en el bolsillo
trasero antes de dirigirme al interior de la tienda.
Mi estómago estaba un poco inquieto por la mentira que tan
fácilmente le dije a una de mis únicas amigas, pero se retorció aún
más ante la idea de decirle la verdad. No estaba segura de si era
porque me sentía patética por seguir guardando rencor todos estos
años después, o porque me dolería revivir el dolor en voz alta. Era
suficiente verlo día tras día y saber que, aun viviendo en su casa, no
me reconocía. Pero ¿decir las palabras al universo y admitir ante
alguien lo que sucedió?
Solo de pensarlo me sentía enferma.
Por un segundo, me permití preguntarme qué pasaría si le dijera,
si esperara a que me respondiera con algún comentario ingenioso
sobre lo maravilloso y humilde que era, y luego le lanzara su crueldad
directamente a la cara. ¿Lo pasaría por alto con una risa? ¿Me llamaría
sensible y rara por siquiera recordarlo? ¿Me reprocharía por no
habérselo dicho antes? ¿Me llamaría enferma? ¿Se arrepentiría?
Me reí en voz alta ante ese pensamiento porque sabía con total
certeza que él ni siquiera recordaba lo que me había hecho, había sido
tan insignificante en su vida.
Yo había sido así de insignificante.
Con otro nudo en el estómago, tragué saliva, sacudiendo los
pensamientos justo cuando la puerta principal se abrió, la campanilla
de nuestra pequeña tienda sonando.
Nero atrapó mi mirada con una sonrisa
—Apuesto a que esa es tu cliente.
Y durante el resto de la noche, la emoción y los nervios fueron lo
único que sentí, Leo estaba completamente fuera de mi mente.

***

Me desperté a la mañana siguiente a una hora intempestiva.


De acuerdo, eran las nueve, pero después de tener mi primer
cliente y estar en la tienda hasta después de las dos, fue una hora
impía para mí.
Aun así, estaba de alguna manera inusualmente despierta cuando
me quité las cobijas, la energía de la noche anterior todavía zumbaba
a través de mí. La cliente había sido un encanto absoluto. No solo me
abrazó cuando nos encontramos como si fuéramos amigas desde la
secundaria y no nos hubiéramos visto en años, sino que literalmente
saltó de alegría cuando le mostré mis modificaciones a su diseño. Y
de repente, no estaba simplemente haciendo un tatuaje que se había
hecho cien veces en cien personas diferentes.
Estaba dejando un pedazo de mí, de mi arte, en otra persona.
Era su primer tatuaje, pero lo manejó como una campeona y me
animó todo el tiempo en lugar de que yo tuviera que hacer mucho
para consolarla. Al final, no lloró de dolor, sino de cuánto amaba la
pequeña pieza en su antebrazo, y vi la forma en que Nero me sonrió
cuando la chica me envolvió en otro fuerte abrazo.
Lo había logrado.
Había tatuado a mi primer cliente y no podría haber pedido que
saliera mejor de lo que quedó.
Cuando entré en el cuarto de baño, me reí un poco de mi reflejo. Mi
cabello era un desastre enmarañado, ojos oscuros donde no había
tenido éxito en quitarme todo el maquillaje la noche anterior. Aun así,
me veía feliz en mi caótico estado de falta de sueño, y no me hice más
que un rápido cepillado de cabello y una salpicadura de agua fría en
la cara antes de estar lista para bajar a tomar un café.
Tenía mi mano en la manija de la puerta cuando me detuve,
mirando mis piernas desnudas. Estaba usando unos pantalones
cortos que subían por mi trasero sin que yo lo intentara,
principalmente porque mi trasero era tan grande que se comía cada
pieza de ropa interior que usaba, sin importar el tamaño. Ni siquiera
podías ver mis bragas, de verdad, debajo de la camiseta de gran
tamaño de Cold War Kids que llevaba.
Miré por encima del hombro a la cómoda, discutiendo sobre los
pantalones de chándal.
Y luego, recordé lo que dijo Julep anoche.
Si estuviera en nuestra casa al otro lado de la calle, no lo pensaría
dos veces antes de salir así. Y todos los muchachos insistieron en
cómo querían que me sintiera como en casa, que no caminara con
cuidado.
Encogiéndome de hombros, abrí la puerta y bajé las escaleras con
una actitud de «que se jodan». De todos modos, hacía demasiado
calor para ponerme pantalones de chándal.
Bajé las escaleras saltando, tarareando alegremente para mí
mientras rodeaba la parte inferior de ellas. Sonreí al ver a los chicos
amontonados en el sofá, Braden y Kyle jugando un juego de Madden
mientras Leo comía un tazón gigante de cereal y observaba.
Todos estaban concentrados en la pantalla mientras yo cantaba:
—Buenos días.
Apoyé una cadera contra el respaldo de la silla reclinable, me crucé
de brazos y observé cómo se alineaban para la siguiente jugada.
—Buenos días —dijo Braden sin apartar los ojos del juego.
—El café aún está caliente —agregó Kyle, pero apartó los ojos de la
pantalla.
Y luego, el control se aflojó en sus manos.
Braden celebró una jugada victoriosa con Kyle distraído, pero
luego siguió la mirada de su compañero de piso y me sonrojé cuando
sus ojos se posaron en mis piernas. Las cejas de Braden se dispararon.
Kyle esbozó una sonrisa apreciativa.
Leo, por otro lado, parecía que estaba a dos segundos de cometer
un homicidio.
Su mandíbula estaba tensa, las cejas formaban una línea dura sobre
sus ojos cálidos mientras me miraba. No miró mucho antes de que su
mirada se dirigiera a sus compañeros de piso, y golpeó la parte
posterior de la cabeza de Kyle.
—¡Ay! —Kyle gritó, cerró el puño y lo colocó en el bíceps de Leo en
represalia—. Cabrón.
—Presta atención al juego —dijo.
Kyle hizo una mueca
—Ni siquiera estás jugando.
—Tampoco lo están ustedes.
Braden miró a Leo, que me miraba de nuevo, antes de dedicarme
una curiosa sonrisa por encima del hombro. Luego, comenzó la
siguiente obra y continué hacia la cocina, fingiendo que nada estaba
fuera de lo común.
Metí la mano en el gabinete sobre la cafetera, saqué una taza NBU
y la llené hasta arriba.
—Maldita sea, no me di cuenta de que tenía tantos tatuajes —dijo
Kyle desde la sala de estar, lo suficientemente bajo como para pensar
que probablemente no podía oírlo por la televisión.
—¿Viste ese en su muslo interno? —Braden susurró de vuelta—.
Esa mierda tenía que doler.
—Esa chica traviesa —dijo Kyle, pero lo dijo de una manera que me
hizo sentir extrañamente… ¿honrada? Como si traviesa fuera una
cosa buena.
¿Lo era?
No tuve tiempo de contemplar más antes de que el ruido de los
platos en el fregadero me hiciera saltar. Me di la vuelta, encontrando
a Leo enojado enjuagando su tazón de cereal y su cuchara antes de
tirarlos en el lavaplatos y cerrarlo de golpe.
—Jesús —dije, una mano en mi pecho mientras recuperaba el
aliento—. Me asustaste.
Sonreí y rodeé mi taza de café con las manos. Me gustaba ponerle
crema dulce, pero no tenía dinero para esos lujos. Se me estrujó el
corazón al recordar cómo tomaba café con mi padre por las mañanas
cuando iba de visita a casa y cómo siempre tenía la mejor crema,
aunque se lo tomara solo.
Lo hacía por mí.
—¿Qué hizo el lavaplatos para enojarte tanto?
Bromeé mientras me apoyaba contra el mostrador.
A Leo se le desencajó un músculo de la mandíbula cuando se giró
para mirarme y, esta vez, dejó que sus ojos me recorrieran por
completo, desde donde yo sabía que se me veían los piercings de los
pezones bajo la camiseta hasta donde el dobladillo de ésta caía y
dejaba mis piernas a la vista.
—¿Olvidaste los pantalones esta mañana?
Me subí la camisa, que tenía sus ojos llameantes cuando vio mis
pantalones cortos negros
—Tengo pantalones puestos.
—Esos no son pantalones —argumentó.
Un resoplido poco atractivo me dejó mientras me bajaba la camisa
—Guau. Realmente vas por ese título de papá ¿no es así?
—Estoy bastante seguro de que Kyle tiene una erección en este
momento.
—Eso es infortunado.
—Mira, no estoy aquí para decirte cómo vestirte, solo…
—¿En verdad? Porque así es exactamente como se siente. Y ustedes
tres —dije, señalándolo primero a él y luego hacia la sala de estar—.
Están desnudos de cintura para arriba todos los días, por lo que no
tienen derecho a hablar.
Una sonrisa se pintó lentamente en los labios de Leo, y cruzó su
brazo sobre su pecho desnudo, lo que estaba demostrando mi punto
tan bien que no pude contener la sonrisa complacida de mis labios.
—Ah —dijo—. Así que eso es lo que es esto. Nos estás dando una
dosis de nuestra propia medicina.
—Somos compañeros de piso —le dije—. Y todos somos adultos.
Creo que podemos manejar ver la piel, si hace que el otro se sienta
más cómodo. ¿No estás de acuerdo?
Su mandíbula volvió a tensarse, como si no se sintiera seguro para
responder a esa pregunta.
—Estás diferente esta mañana —dijo en su lugar.
—¿Por qué, porque estoy sin pantalones?
—Porque estás sonriendo.
Mis mejillas se sonrojaron por alguna razón, y miré la taza en mis
manos, otra amplia sonrisa apareció en mis labios sin poder
contenerla.
—Fue una buena noche.
Volví a mirar a Leo justo a tiempo para verlo tragar saliva.
—¿Tenías una cita o algo así?
—Puaj, no —dije con una arruga en mi nariz, haciendo un gesto
con la mano—. ¿Quién tiene tiempo para salir? Anoche hice mi
primer tatuaje.
Eso lo hizo arquear una ceja.
—Mi primer tatuaje en alguien que no soy yo. O una toronja.
Ante eso, todo el rostro de Leo se iluminó, y mostró una de esas
tontas sonrisas de chico que me dolían el estómago porque me
recordaba mucho a él en la escuela secundaria.
—¿No es broma? Eso es genial. ¿Tomaste fotos?
Por un momento, volví a tener quince años, la voz emocionada de
ese chico en mis oídos mientras me contaba sobre el campamento de
fútbol, sobre lo emocionado que estaba por la temporada.
Sobre lo listo que estaba para conocerme.
Parpadeé, sacando mi teléfono de donde lo tenía escondido en la
parte de atrás de mis pantalones cortos. Leo arqueó otra ceja ante eso,
como si fuera un truco de magia, pero luego sus ojos estaban en la
pantalla cuando le mostré la pieza final de anoche.
—Guau —dijo, tomando mi teléfono y haciendo zoom en la
imagen. Estudió el tatuaje como si realmente le importara una
mierda.
Eso también hizo que me doliera el estómago.
—Esto es realmente bueno, Mary —dijo, mirándome desde donde
todavía sostenía mi teléfono.
Extendí la mano y lo arrebaté de vuelta.
—No es un gran diseño ni nada, y el texto lo saqué de la
computadora. Solo agregué las amapolas. No es realmente...
—Es jodidamente increíble —dijo, interrumpiéndome.
Mis ojos se encontraron con los suyos, encontrándolo mirándome
con reverencia.
—Estoy seguro de que fue aterrador, pero lo hiciste muy bien.
Felicidades.
Tragué saliva, mi voz calmada cuando respondí:
—Gracias.
Leo mantuvo sus ojos en mí mientras metía mi cabello detrás de
una oreja y tomaba un sorbo de mi café. Odiaba que no apartara la
mirada, que no sintiera la necesidad como yo. Estaba tan jodidamente
segura de que miraría a la persona más sexy del mundo directamente
a los ojos y la haría sentir inferior de alguna manera.
—¿Has oído algo sobre la casa? —preguntó después de un
momento.
—¿Ya estás tratando de deshacerte de mí?
—Podría estar tratando de salvar mi cordura, porque si me
despierto con esto todas las mañanas —dijo, agitando una mano hacia
donde estaba parada—. Terminaré en un manicomio.
Rodé los ojos
—Cállate.
—¡Lo digo en serio!
—Margie dijo que deberían comenzar pronto —dije, ignorándolo y
la forma en que mi pecho se agitó al pensar que tal vez yo era una
tentación para Leo Hernández.
Entonces apreté los dientes enfadada conmigo misma.
«¿A quién le importa incluso si lo soy? Es un idiota, ¿recuerdas?»
—Aparentemente, estaban en medio de otro proyecto. Pero para
cuando evalúen por completo, quiten toda la mierda dañada,
arreglen las tuberías, rehagan las paredes, los pisos, el techo… —
suspiré, tocando el asa de mi taza de café—, no sé cuánto tiempo
tomará.
Casi parecía como si sintiera pena por mí.
—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras, todo el tiempo
que necesites.
—No es cierto —argumenté—. Eventualmente, tendrás otro
compañero de piso en la habitación en la que estoy ahora
—Entonces puedes quedarte en el mío —bromeó, y cruzó la cocina
hacia mi espacio con una sonrisa coqueta—. Mi cama es la mejor de
la casa.
—¿Y tú estarías dónde, en el sofá?
Se encogió de hombros.
—Supongo, hasta que te des cuenta de que me quieres allí contigo.
—Se acercó aún más—. Soy una gran cuchara. —Entonces bajó un
poco la voz y sus ojos me recorrieron centímetro a centímetro. Los
copos dorados en ellos deslumbraron a la luz—. Un tenedor aún
mejor.
Quería resoplar, presionar mi mano en su pecho y alejarlo como si
me molestara. Porque lo hizo. Y si solo era él quien dijo esas palabras,
tal vez podría haberlo hecho.
Pero fue la forma en que las dijo, todas toscas y atrevidas. Fue cómo
entró en mi espacio, cómo podía oler su gel de baño y sentir el calor
de su piel.
Me hizo enfadar.
Pero también me excitó por completo.
Luché contra el impulso de juntar mis muslos contra la sensación
que se construía allí, como si ignorarlo hiciera más fácil pretender que
no existía. Mis pezones se endurecieron debajo de mi camiseta sin mi
consentimiento, el metal en ellos se hizo más pesado de alguna
manera mientras mantenía mi mirada fija en la de Leo como si él no
me intimidara.
Como si estuviera aburrida en lugar de deseosa.
—¡Mary! ¡Ven a jugar con nosotros! —Braden llamó desde la otra
habitación.
Leo seguía mirándome.
Le devolví la mirada.
—Mary no juega Xbox —gritó por encima del hombro—. O
cualquiera de nuestros juegos.
Había un desafío en sus ojos, y lo enfrenté con los míos cuando me
empujé donde estaba apoyado contra el mostrador y me deslicé a su
lado. Mi trasero se frotó contra su cadera cuando pasé, con cuidado
de no derramar mi café, y eso se convirtió en una tarea aún más difícil
cuando Leo ahogó un gemido por lo bajo.
Dejé caer mi trasero medio cubierto justo entre Kyle y Braden una
vez que llegué a la sala de estar, y le arrebaté el controlador de las
manos a Kyle.
—Cualquier cosa menos fútbol.
—¿Halo? —ofreció Braden.
Mis ojos se dispararon hacia Leo, que ahora estaba parado detrás
del sillón reclinable para poder ver la pantalla. Esperé para ver si
había algún tipo de reconocimiento en su rostro cuando se sugirió el
juego, pero no sabía por qué lo hice. Ni siquiera parpadeó, solo
mostró la misma sonrisa arrogante mientras esperaba que
empezáramos el juego.
Apreté los dientes y ya no tuve que fingir estar molesta.
—¿Qué tal COD, en su lugar?
Braden sonrió, aparentemente impresionado por eso solo, lo que
me hizo querer poner los ojos en blanco. Pero él puso el juego, e
ignoré a Leo parado en la esquina mientras procedía a sorprender a
cada uno de ellos.
Jugamos en modo cooperativo. Kyle y yo apenas habíamos
terminado nuestra primera ronda cuando Braden le quitó el control
de las manos para poder jugar conmigo a continuación. El domingo
por la mañana pasó así, hasta que me aburrí del juego de hacer que
Leo se tragara sus palabras y me puse de pie, estirándome.
—Voy a ducharme —anuncié, extendiendo mis manos hacia el
cielo antes de torcer mi cuerpo de izquierda a derecha para estirar la
espalda.
Él, que había estado callado la mayor parte de la mañana, se quedó
mirando donde mi camiseta se subía sobre mis bragas mientras lo
hacía.
Cuando dejé caer mis manos y la camiseta volvió a colocarse en su
lugar, sus ojos encontraron los míos y sonreí.
—Mientras te parezca bien, papi.
Kyle y Braden intercambiaron miradas y Leo sonrió.
—Lo permitiré, ya que has sido una buena chica.
Rodé los ojos.
—Alguien necesita cortar el césped —dije mientras tomaba mi taza
vacía de la mesa—. Voy a comenzar a lavar los platos, pero ya limpio
demasiados inodoros en la tienda como para hacerlo aquí. Uno de
ustedes tiene que encargarse del baño de visitas. Y por amor de Dios,
ocúpense de lo que sea eso —añadí mientras me dirigía a la cocina,
señalando detrás de mí la pila de bolsas de deporte rebosantes de
calcetines malolientes, pantalones cortos, zapatillas de deporte y
quién sabe qué más que abarrotaba la parte delantera de la ventana
de Bahía.
Mientras enjuagaba mi taza y la colocaba en la rejilla superior del
lavavajillas, escuché a Kyle decir:
—Tal vez deberíamos llamarte su papi.
Nuestro pobre nuevo Mariscal parecía que estaba a punto de
cagarse encima.
El sol que nos golpeaba solo hizo que Blake Russo sudara más
mientras miraba al equipo que esperaba que les dijera qué hacer.
Había sido otro largo día de verano para todos nosotros: un
entrenamiento de dos horas por la mañana que consistía en
levantamiento de pesas y acondicionamiento que nos hizo querer
vomitar, seguido de clases. Y ahora, aquellos de nosotros que
queríamos más tortura estábamos en el campo para habilidades y
ejercicios dirigidos por jugadores.
Excepto que, por lo general, era el mariscal de campo quien nos
dirigía.
Holden usó el liderazgo como si hubiera sido infundido en su ADN
al nacer. Blake, quien estaba interviniendo para tomar su lugar esta
temporada después de impresionarnos a todos cuando Holden se
lesionó el año pasado, estaba llegando allí. Él estaba trabajando en
ello.
Simplemente no tenía la misma severidad exigente que tenía
nuestro antiguo Capitán.
Agarré una botella de agua y la apreté sobre mi cabeza,
maldiciendo por el frío, pero amándolo de todos modos. Riley la
agarró de mi mano e hizo lo mismo, sacudiendo el agua de su cabello
mientras miraba de mí a Blake a través del campo.
—¿Crees que tenemos una oportunidad esta temporada?
—¿Qué tipo de pensamiento es ese, ratoncita? —preguntó Zeke,
golpeando su trasero desde atrás mientras se unía a nosotros. Ella lo
ahuyentó.
—Solo estoy siendo realista. Ahora somos un equipo campeón con
un objetivo en la espalda —dijo.
—Y él no es Holden —Clay terminó su pensamiento, cruzando los
brazos sobre el pecho. Nos quedamos allí, así como así en una línea
de miradas cautelosas dirigidas a través del campo a nuestro nuevo
mariscal de campo.
—Él pateó traseros la temporada pasada —les recordé—. Si no
hubiera sido porque él intervino cuando Holden se lesionó, ni
siquiera habríamos llegado al juego del campeonato, y mucho menos
lo hubiéramos ganarlo.
Mis compañeros de equipo hicieron varias caras que decían que
tengo razón.
Por un momento, los observé con una incómoda nostalgia nadando
en mis entrañas. Todos habíamos entrado juntos al equipo como
estudiantes de primer año y habíamos pasado por mucho en las
últimas tres temporadas, sabía que teníamos el tipo de amistad que
se forja en el fuego.
Todavía podía recordar cuando Riley entró en nuestro vestuario
ese primer día del campamento de otoño como si tuviera algo que
demostrar, y lo hizo. La recordé poco a poco ganándose nuestra
confianza, pateando el trasero de Kyle en un juego de quinientos que
pasaría a la historia de nuestro equipo, y finalmente cediendo a sus
sentimientos por Zeke.
Zeke, quien tenía el mayor número de yardas de retorno de despeje
de equipos especiales en la temporada pasada. Además de eso, lo
había visto pasar de ser un chico que luchaba tanto en la escuela que
solo quería darse por vencido por completo, a ser tutor de los
estudiantes de primer año que teníamos ahora que estaban en la
misma posición que él alguna vez.
Clay siempre había sido una bestia en el campo, y tenía la misma
habilidad fácil de liderar como Holden. Pero en el último año, se
había dedicado a las pesas y al acondicionamiento, a su dieta, y ahora
tenía la complexión de un jugador de la NFL. Ya no parecía un chico,
un atleta universitario. Parecía un profesional. Y sabía que, para el
próximo año, lo sería, al igual que Holden.
Mis pensamientos se dirigieron al entrenador Lee, a la expresión de
su rostro cuando me mostró ese estúpido artículo de mierda.
Cuando pensó en nosotros, en nuestro equipo, ¿dónde me colocó?
¿Vio mi crecimiento, mi potencial?
¿O solo vio talento desperdiciado?
—Creo que solo necesita un poco de apoyo —dijo Clay, y palmeó a
Zeke en el hombro, dando un paso adelante como si estuviera a punto
de correr hacia donde estaba Blake con el equipo.
—Espera —dije.
Se giró, sus ojos se encontraron con los míos junto con los del resto.
—Tengo esto.
Clay y Zeke intercambiaron miradas antes de que Clay agitara su
mano sobre el campo como diciendo después de ti.
Asentí, corriendo hacia donde estaba Blake. Le di un codazo en el
brazo cuando lo alcancé.
—¿Estás bien, Cap?
Blake trató de sonreír, pero no pudo.
—Aún no soy capitán.
—Y no lo serás si sigues actuando como si no pertenecieras a ese
puesto de Mariscal.
—Tal vez no lo haga —dijo, sus ojos saltando a los míos. Era más
bajo que Holden, más suave de alguna manera y, sin embargo, había
visto lo que podía hacer, de lo que era capaz cuando apagaba su
cerebro—. El entrenador traerá a un mariscal de campo de primer
año, ¿recuerdas? Tal vez él sea el que esté aquí una vez que comience
el campamento de otoño.
—¿Es eso lo que quieres?
Me lanzó una mirada que decía «¿qué crees?»
—Deja de actuar como si ya estuviera aquí, como si ya fuera mejor
que tú. Ni siquiera lo has visto jugar. Además, tú eres el veterano —
le recordé, señalando mi dedo índice en su pecho—. Tú eres quien
nos llevó a una temporada ganadora el año pasado. Ese chico puede
tener talento, pero no tiene nada de lo que tú tienes.
—¿Y qué tengo yo?
—La experiencia —respondí fácilmente—. Experiencia. Habilidad. Y
todo un equipo que te respalda.
Blake asintió, levantando la esquina de su boca.
—Tienes razón.
—¿No la tengo siempre?
Se rio de eso, y le di una palmada en la espalda antes de volver mi
atención hacia donde el equipo había estado descansando y
esperando instrucciones.
—Muy bien, familia. Ya saben qué hacer. Están aquí porque
quieren mejorar, porque no quieren desperdiciar ni un segundo de
este verano mientras nuestros oponentes están entrenando para su
objetivo número uno: vencernos. Quieren vernos perder. Quieren
vernos esconder nuestras colas y retirarnos de los reflectores donde
nos querían. Pero ¿es eso lo que vamos a hacer?
—¡Diablos, no! —Clay dijo desde atrás, y el resto del equipo grito
de acuerdo.
—Maldita sea, no —repetí—. Nadie está aquí para tomarnos de las
manos. El entrenador no puede trabajar con nosotros durante el
verano excepto para dirigir a nuestro personal de fuerza y
acondicionamiento para ponernos en forma. Pero todos vinimos aquí
para trabajar juntos y sabemos qué hacer.
Agarré un balón del campo y la empujé a las manos de Blake.
—Blake se encargará de la ofensiva. Clay, lleva a tus jugadores
defensivos al campo trasero. Zeke y Riley, trabajen con los equipos
especiales y la unidad de patadas. Y si están entrenando y se les
ocurre algo en lo que necesitemos trabajar, díganlo —le dije al resto
del equipo—. No me importa del año que sean o la experiencia que
tengan. De hecho, por lo general, ves más cuando estás al margen. Así
que trabajemos juntos. Mejoremos juntos.
Clay ladró profundo y fuerte como un perro, y el resto del equipo
se golpeó el pecho, asintió y saltó arriba y abajo como si estuvieran
listos para matar.
—Manos al centro —gritó Zeke, y todos apilaron sus manos una
encima de la otra—. Familia en tres. Uno dos…
—¡Familia!
Tan pronto como se cantó la palabra, el equipo irrumpió en las
distintas partes del campo, listos para trabajar.
Blake agarró mi hombro, apretándolo con una sonrisa apreciativa.
—Gracias —dijo, y luego se inclinó un poco más cerca—. Sigue
actuando así, y serás tú quien lleve la insignia de Capitán en tu
camiseta este año.
Me encogí de hombros con una broma antes de que corriéramos
uno al lado del otro para trabajar juntos en la ofensiva.
Pero en el fondo de mi mente floreció una nueva meta.
Una que perseguiría sin descanso.
***

Estaba tan incrédulo como el resto del equipo cuando rechacé la


oferta de salir después de terminar la práctica. Juraron que era solo
para tomar pizza y un par de cervezas, pero yo sabía lo rápido que
eso podía convertirse en estar fuera toda la noche y arrastrar el trasero
al acondicionamiento por la mañana.
Tal vez por primera vez en la vida, no quería hacerlo.
Estaba cansado, adolorido y apestoso como el infierno. Sabía que
podía tener una chica en mi cama al final de la noche si iba con ellos,
que podía sacar algo de mi frustración reprimida y divertirme un
poco. Pero no fue solo el artículo y las palabras del entrenador en mis
oídos lo que me detuvo.
Me sentí concentrado en el fútbol, en mis clases y ahora, en liderar
a nuestro equipo.
Así que hice lo que haría Holden. Escuché esa voz inteligente
dentro de mi cabeza que decía vete a casa, descansa un poco. Y no
sentí que me lo estaba perdiendo. De hecho, me sentí aliviado.
Todo lo que quería era una ducha, pantalones de chándal, tostones
y una noche para relajarme antes de despertarme a las cinco y media
de la mañana para hacerlo todo de nuevo.
La casa estaba en silencio cuando arrojé mi bolso a la ventana. Sin
embargo, hice una doble toma porque, por una vez, no estaba
agrandando la montaña de mierda. En cambio, estaba vacío, y había
un cojín nuevo, grueso, azul marino con una pila de libros en la repisa
de la ventana. Una mirada a la pila de libros me hizo saber que tenían
que ser de la colección de Giana, y sonreí, preguntándome si Mary
también los leería.
Con esa sonrisa todavía en su lugar, cargué mi bolso de nuevo en
mi hombro y lo subí a mi habitación.
Podría haberme quedado en la ducha durante horas, dejando que
el agua caliente me masajeara los hombros y la espalda adoloridos.
Después de un tiempo, la enfrié, sabiendo que probablemente eso era
lo que mi cuerpo necesitaba más que calor, de todos modos. Luego,
me sequé y me puse los pantalones de chándal NBU, con el cabello
aún un poco húmedo mientras bajaba las escaleras.
Encendí la televisión mientras pasaba por la sala de estar, poniendo
ESPN antes de ir a la cocina y sacar todos los ingredientes que
necesitaba: plátanos, ajo, aceite vegetal, aceite de oliva, sal, tomate,
perejil, papas recién molidas y pimienta.
Los resúmenes del béisbol sonaron lo suficientemente fuerte como
para que los escuchara mientras pelaba y cortaba los plátanos, pero
una vez que lo hice, mi mente se alejó del presente y se centró en el
recuerdo de hacer tostones con mi mamá. Ella me hacía parar en un
taburete a su lado en la cocina y aprender su receta antes de que
siquiera jugara al fútbol, lo cual era decir algo, considerando que papá
me puso las protecciones a los seis años.
El sonido del aceite estallando cuando dejé caer los primeros
plátanos me hizo sonreír, mi estómago gruñó cuando saqué un tazón
para mezclar la salsa. Estaba tan concentrado en la receta que no
escuché a Mary bajar las escaleras, no la noté en absoluto hasta que se
inclinó por la ventana que separaba la cocina de la sala de estar,
cerrando los ojos al inhalar.
—Santa mierda, huele bien aquí.
—Cuidado, no te salpiques con el aceite —le advertí.
—Sí, papi —bromeó, deslizándose en el taburete del otro lado de la
ventana y apoyando los brazos en la repisa. Tuve que contener mi
sonrisa y la forma en que amaba cuando me llamaba papi, incluso si
era una broma.
Me pregunté cómo sería si no lo fuera, si la tuviera atrapada debajo
de mí y obedeciendo cada una de mis órdenes para obtener el alivio
que tan desesperadamente deseaba.
Mi pene se contrajo ante la idea, y presioné mi cintura contra el
mostrador de la cocina para ocultarlo mientras me enfocaba en la
salsa.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
—Tostones.
Ella suspiró con reverencia, con la barbilla en equilibrio sobre la
palma de la mano mientras miraba con nostalgia la cacerola.
—Realmente hace que el sándwich de mortadela que estaba a
punto de hacer parezca comida para perros en comparación.
Me reí.
—Puedes tener un poco, estoy haciendo lo suficiente para
alimentar a un equipo de fútbol.
La miré justo a tiempo para ver su cara caer, y que dejara caer un
cuaderno sobre el mostrador, abriéndolo en una página en blanco y
abriendo la tapa del lápiz de grafito en su mano.
—No, está bien. No quiero comer tu comida.
—¿Por qué?
Se encogió de hombros.
—Porque no pagué por ello.
—¿Y? — negué con la cabeza en una sonrisa—. Deja de ser rara y
solo di gracias.
Creí verla sonreír, pero sus ojos estaban tan llenos de preocupación
cuando me miró de nuevo que era difícil de decir.
—¿Estás seguro?
—Por supuesto. Además, los tostones son para compartir. Mi
mamá me daría una bofetada en la cabeza si me los quedara todos
para mí.
Terminé de remover la salsa de ajo y la puse a un lado, sin dejar de
mirar a Mary con curiosidad. Solo podía ver la camiseta de gran
tamaño que llevaba, y su cabello recogido en un moño desordenado
en la parte superior de su cabeza mientras su mano comenzaba a
moverse sobre la página, un gris carbón llenando el blanco.
Me pregunté si ella estaba usando esos diminutos pantalones
cortos de nuevo, si iba a tener que sentarme sobre mis manos para no
seguir la tinta oscura que se alineaba en sus muslos.
Había sido suficiente para hacerme querer quemarme los ojos,
verla caminar sin sostén y casi nada cubriendo su trasero durante la
última semana. No porque la vista fuera una que no quisiera ver, sino
porque me estaba volviendo absolutamente loco verla así y no poder
tocarla.
Ella era nuestra maldita compañera de piso.
Confiaba en nosotros para hacerla sentir segura y cómoda, no para
comérnosla con los ojos cuando estaba en su propia casa. Había
golpeado a Kyle más de unas pocas veces esta semana y le recordé lo
mismo, pero él me inmovilizó con una mirada que me dijo que no
tenía derecho a hablar por cómo mis ojos seguían a Mary cada vez
que pasaba junto a nosotros con sus perforaciones en los pezones
presionando contra la tela de sus delgados tops.
El hecho de que ella pareciera un poco menos molesta conmigo
ahora solo me hizo querer probar mi suerte, lanzarle una de mis frases
cursis, pero con un poco más de intención. Quería hacerla reír sin que
rodara los ojos.
Casi tanto como quería saber cómo se veía cuando se corriera.
Me froté la mandíbula con una mano enojada antes de presionar
mis caderas aún más contra el mostrador antes de que pudiera brotar
una erección.
—¿Puedo preguntarte algo?
Mary no se molestó en levantar la vista de su boceto.
—¿Mmm?
—¿Cuál es la historia con tu familia?
Parpadeó ante eso, el lápiz cayó fláccido entre sus dedos mientras
me miraba.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, cuando pasó todo esto con la casa —dije, señalando
vagamente hacia la dirección en la que estaba su casa—. No tenías a
nadie a quien llamar. O si lo hiciste, no quisiste.
—Esa es una pregunta un poco fuerte—dijo.
—Sí, bueno, soy un imbécil, ¿recuerdas?
—O eso quieres que piense el mundo.
Sus palabras no fueron agudas, pero me golpearon como un dardo
de todos modos. No quería analizar cómo se sentía que Mary
posiblemente vio más allá de la actitud engreída que tenía y veía mi
verdadero yo.
Suspiró.
—Podría haber llamado a mis padres, pero hacerlo significaría
someterme a largos sermones llenos de lágrimas de mi madre sobre
cómo estoy desperdiciando mi vida y mi buena fortuna.
Todavía estaba un poco conmocionado por su comentario anterior,
pero parpadeé.
—¿Por qué diría eso?
—Porque estoy siguiendo una carrera como tatuadora en lugar de
gerente de adquisiciones como mi padre y mi hermano mayor.
Dejé escapar un silbido bajo, sacando los plátanos del aceite para
aplanarlos con la tostonera que mi mamá me dio cuando me mudé a
NBU en mi primer año. Ella lo consideró imprescindible. No es que
me negara.
—Así que eres rica rica, ¿eh?
—Mis padres lo son.
Corrigió.
—¿Tu papá piensa igual?
—¿Tal vez? —respondió con un suspiro. Su boceto estaba tomando
forma ahora: dos caras en direcciones opuestas pero conectadas por
las líneas oscuras que las formaban—. Él no es tan expresivo como mi
mamá, y creo que quiere tratar de apoyarme. Pero también creo que
él secretamente espera que sea una fase de la que salga con la edad.
Asentí
—Eso debe ser difícil.
Se detuvo sobre la nariz de uno de los rostros y me miró.
—Podría decir lo mismo de ti.
—¿De mí?
Mary asintió.
—Estoy segura de que tú también sientes la presión de tu papá para
seguir sus pasos.
—¿Cómo sabes acerca de mi papá?
Abrió la boca como si la hubiera atrapado con las manos en la masa,
pero luego agitó la mano sobre la página.
—Vamos, todos conocen a Nick Parkinson.
—Todos los que siguen el fútbol, sí —dije, volviendo a colocar los
plátanos en el aceite para freírlos una vez que estuvieran
aplastados—. Simplemente no te relacioné con una de esas personas.
Arrugó la nariz y volvió a concentrarse en su dibujo.
—No lo soy, créeme. Odio el fútbol.
—Eso es solo porque no has jugado.
Mary arqueó una ceja hacia mí.
—Cuando termine con esto, te lo mostraré —dije, señalando la
sartén.
Ella solo se encogió de hombros, observando dónde dibujaban sus
dedos.
—Amo tanto el fútbol que no se siente como una presión, de verdad
—dije después de un momento—. Lo hizo cuando era más joven, pero
ahora siento que tengo mi propio camino.
—¿Qué cambió?
—Vine a NBU en lugar de ir a su alma mater en Alabama.
Mary se detuvo ante eso, el silencio se apoderó de nosotros.
—¿No querías ir a donde él fue?
—No —dije con un fuerte suspiro—. Pero tampoco quería
decepcionarlo. Amaba su escuela, pero crecí aquí en Boston.
Teníamos Southern Alabama en la televisión todos los sábados
cuando estaba en su casa, pero mamá me llevó a mi primer partido
universitario y era NBU. Era uno de esos días perfectos de otoño,
¿sabes? Nublado y gris, fresco con una brisa que susurraba las hojas.
Me enamoré. —Me encogí de hombros—. Simplemente no sabía
cómo decirle eso a mi papá.
—¿Qué fue lo que finalmente te dio el coraje?
Mi pecho casi se derrumbó sobre sí mismo.
—Sabias palabras de un amigo —dije, casi susurrando.
Dejé la conversación allí, sacudiéndome el recuerdo mientras
servía los tostones para cada uno de nosotros, junto con una
guarnición de salsa de ajo. Los llevé a la sala de estar y Mary
abandonó su cuaderno de bocetos y se dejó caer a mi lado en el sofá.
Llevaba leggigs, gracias al maldito Señor.
—De la panza sale la danza —dije, preparando el festín en la mesa de
café.
Mary inclinó la cabeza.
—¿Acabas de maldecirme?
—No. —Me reí—. Es solo algo que mi mamá decía antes de que
comiéramos a veces. Del estómago sale la danza. Básicamente
significa comer para crecer fuerte, o como… —Consideré cómo
traducirlo—. Hay que comer bien para vivir bien.
—Eso explica por qué soy una bailarina terrible —reflexionó Mary
con una sonrisa—. Todo el Easy Mac6 que he estado comiendo.
—Sigue caliente —le advertí mientras tomaba un bocado dorado,
pero no pareció importarle ya que se saltó la salsa por completo y se
la metió en la boca. Sus ojos se pusieron en blanco, un profundo
gemido salió de ella que me hizo agarrar una cojin y ponerlo en mi
regazo. Fingí que era para usarlo como mesa para mi plato.
—Bien, ¿eh? —bromeé.
—Tanjodidamentebueno —dijo con la boca llena.

6
Nombre de marca de mac and cheese.
—Prueba la salsa.
Ella lo hizo, y ese maldito gemido se abrió paso de nuevo.
—¿Tu mamá te enseñó a hacer esto? —preguntó.
Asentí.
—Ella es un ángel. Por favor, agradécele de parte de esta artista
hambrienta. —Mojó otro plátano antes de mirarme—. Y gracias,
también.
Torcí una sonrisa
—En cualquier momento.
Podría haberla visto toda la noche con ese brillo feliz en su rostro
mientras comía mi comida, pero tenía una misión.
—Está bien —dije, limpiándome las manos en los pantalones antes
de cambiar el televisor a Xbox y mostrar a Madden—. Come, y luego
haré que ames el fútbol.
Estaba casi incómodamente llena por la espantosa cantidad de
tostones que había comido, pero eso no me impidió saltar y hacer un
pequeño baile cuando pateé el trasero de Leo en su propio juego.
—¡Toma eso, perra! —dije, haciéndolo girar con ambas manos
antes de hacer un pequeño movimiento de cadera y girar.
Soltó una carcajada, arrojando su control sobre la mesa de café
antes de sentarse en el sofá y pasarse una mano por el cabello.
—Bueno, tu actitud hacia el fútbol cambió rápidamente.
—El fútbol todavía apesta —argumenté, dejándome caer a su lado.
Crucé las piernas y metí los pies debajo de mí—. Pero me hace feliz
saber que hay algo más en lo que puedo vencerte.
—¿Qué es lo primero?
—Halo, obviamente. También ser un ser humano decente.
Lo dije en broma, pero la sonrisa de Leo se desvaneció y se aclaró
la garganta, recogiendo nuestros platos vacíos.
—Sí, no se necesita mucho.
Llevó nuestros platos a la cocina antes de que pudiera decir algo, y
maldije internamente.
—Solo estaba bromeando —dije cuando regresó, y noté cómo se
sentó un poco más lejos esta vez.
Casi me disculpo, pero luego recordé que él era un imbécil que
merecía que le abrieran los ojos por lo idiota que había sido conmigo
y con muchas otras mujeres en su vida.
Por otra parte, la forma en que se había portado conmigo las
últimas semanas desde que me mudé, cómo me había ofrecido un
lugar para quedarme en primer lugar… refutaba las creencias que
tenía sobre él. Se había asegurado de que tuviera un lugar adónde ir.
Había hecho todo lo posible para que me sintiera cómoda aquí. Me
había preguntado sobre el primer tatuaje real que había hecho, sobre
mi familia…
Había cocinado para mí.
Tragué saliva, la disculpa se formó en mi boca cuando lo miré y
encontré esta especie de expresión entumecida en su rostro.
—No, no estabas bromeando —dijo antes de que pudiera
disculparme—. Y no te culpo por pensar eso de mí. Estás lejos de ser
la única.
—Parece que eso te molesta.
Un soplo de risa salió de su pecho mientras me miraba.
—¿A ti no te molestaría?
—Sí, pero mi único propósito en la vida no es hacer que la gente
piense que soy un playboy engreído con la piel gruesa.
—Tengo la piel gruesa —dijo, casi a la defensiva—. Y sí, tengo
confianza en quién soy, en lo que puedo hacer. Pero…
Se frotó la mandíbula.
—Pero ¿qué? —pregunté.
Solo sacudió la cabeza.
—Nada.
Giré para mirarlo de frente en el sofá, apoyé los codos en las
rodillas mientras me inclinaba más cerca.
—¿Pero no quieres interpretar este papel de por vida?
Leo se quedó inmóvil, y luego frunció el ceño, inmovilizándome
con su mirada acusadora.
—¿Por qué sigues diciendo eso?
—Porque veo a través de ti.
—¿Oh sí? ¿Y qué es lo que ves?
Si me hubiera hecho esta pregunta hace un mes, habría sonreído en
victoria mientras escupía cada pensamiento desagradable que había
tenido sobre él durante los últimos siete años.
Pero esta noche, veía un atisbo del chico que solía ser, el que me
había confesado sus miedos en voz baja a las dos de la mañana para
no despertar a sus padres. Veía los mismos ojos que observaba desde
el otro lado de la cafetería, que brillaban con cada broma que decía,
pero luego miraba por arriba cuando ya nadie lo miraba, cuando no
tenía la atención de todos, lo cual era raro.
—Veo a un hombre que quiere que lo tomen en serio, pero no sabe
cómo hacerlo sin sentirse vulnerable o débil.
Leo parpadeó, sus fosas nasales dilatadas mientras sus ojos
buscaban los míos.
—Eso no es lo que esperaba que dijeras.
—¿Ves? También puedo sorprender a la gente.
—Es casi como si ya no me detestaras.
Me burlé, inclinándome hacia atrás.
—Eso te gustaría.
—Vamos, admítelo —dijo Leo con una sonrisa juguetona—. Te
gusto un poco.
—Tanto como me gusta que me pinchen con una aguja.
Su frente se disparó, y luego sus ojos recorrieron cada centímetro
de mi piel.
—Teniendo en cuenta la cantidad de tinta que tienes en tu piel,
diría que te gusta bastante que te pinchen.
Me reí, me reí de verdad, porque no había pensado en eso antes de
lanzarle mi pequeña broma. Lo empujé, metiendo mi cabello detrás
de una oreja.
—Cállate la boca.
—No te preocupes, no se lo diré a nadie. Todavía puedes fingir que
me odias.
Rodé los ojos, pero luego encontré su mirada de nuevo.
Y la forma en que me miraba, la forma en que el silencio de la casa
caía a nuestro alrededor, la forma en que lucía esa pequeña sonrisa…
Era como verter agua sobre rocas calientes en una sauna, el calor
era demasiado para soportar.
Me sonrojé, mirándome las manos en mi regazo. Estaba a punto de
decirle que debería ir arriba y prepararme para el trabajo cuando dijo:
—Es genial que juegues.
El alivio se apoderó de mí por el cambio de tema.
—Solo he conocido a otra chica que lo hizo —agregó.
Algo en su expresión cambió entonces, sus ojos casi… tristes.
Mi corazón aceleró su ritmo en mi pecho.
—Muchas chicas juegan.
—Estoy seguro de que lo hacen —dijo—. Simplemente las he
evitado desde la escuela secundaria.
Otro fuerte latido de mi corazón hizo eco en mi pecho.
—¿Por qué?
Leo abrió la boca, la cerró, y luego los músculos de su mandíbula
se apretaron bajo la piel mientras el silencio caía sobre nosotros una
vez más.
—Es una larga historia en la que no quiero entrar —dijo finalmente
en voz baja.
Todos sus pequeños comentarios de las últimas semanas
empezaron a encajar, como piezas de un puzzle que se habían
perdido bajo un cojín del sofá.
¿Se refería a mí?
Quise sacudir la cabeza en cuanto lo pensé, porque obviamente no
era yo. Se disgustó cuando me conoció en persona. Se burló de mí.
Dejó que sus amigos se burlaran de mí durante el resto de nuestra
jodida estancia en el instituto. Estaba claro que ahora no me
reconocía, gracias a los aparatos de ortodoncia, a que mi piel era más
clara y a que mi gordura de bebé se había convertido en curvas
femeninas que me encantaba lucir.
No sabía que yo era la chica a la que había hecho daño todos
aquellos años, pero sí que sabía que esa chica era Octostigma.
Se me revolvió el estómago al recordarlo.
Y sin embargo, la forma en que Leo se veía ahora...
¿De quién más podría estar hablando?
¿Conoció a alguien después de mí?
Y si era yo quien le hacía ver así, la que le hacía sentir así... ¿por
qué?
Un pensamiento que me había negado a creer azotó mi cabeza
como una ráfaga de viento.
«Tal vez realmente no se dio cuenta de que eras tú ese día».
Tal vez...
—Cuéntame qué pasó —dije antes de pensarlo mejor.
Tenía que saber
Leo frunció el ceño, mirándome antes de que sus ojos mostraran lo
sorprendido que estaba de que realmente quisiera saber.
Por un momento, pensé que me iba a contar.
Pero luego la puerta principal se abrió de golpe y nuestros
compañeros de piso entraron a trompicones.
Salté hacia atrás, sin darme cuenta de lo cerca que había estado de
Leo hasta que ya no estuvimos solos. Leo no se movió, sus ojos
todavía en mí, incluso cuando Kyle se dejó caer hacia atrás sobre la
parte superior del sofá y aterrizó entre nosotros con una sonrisa tonta.
—Bueno, si es el aguafiestas y nuestra nueva y sexy compañera de
piso.
Leo movió la nariz, lo que hizo que Kyle gritara antes de soltar otra
carcajada de borracho.
—¿Qué están haciendo ustedes dos sentados en la oscuridad? —
Braden preguntó, apoyando las palmas de las manos en el respaldo
del sofá mientras nos miraba interrogativamente. Me di cuenta de que
también estaba un poco mareado, porque sonrió maliciosamente al
momento siguiente—. O ¿queremos saber?
Ni siquiera me había dado cuenta de lo oscura que estaba la casa,
de cómo no nos habíamos movido para encender ningún tipo de luz
que no fuera la televisión. No me arriesgué a mirar a Leo antes de
burlarme y ponerme de pie, desatando mi cabello del moño
desordenado en el que lo tenía atado.
—Estaba pateando el trasero de Leo en Madden —dije mientras me
recogía el cabello de nuevo, desesperada por mantener mis manos
ocupadas para que nadie pudiera ver cómo temblaban.
Braden y Kyle estallaron en un coro de oooohs. Luego, Kyle dio un
salto mortal desde el sofá y agarró uno de los controles de Xbox.
—¡Yo después, yo después!
—¿También quieres que te pateen el trasero? —bromeó Braden.
—¿Si ella me patea? —Kyle dijo, sus ojos me recorrieron y fijándose
en donde sabía que mis perforaciones en los pezones eran visibles
debajo de mi camisa—. Con alegría.
—Eres un cerdo —le dije, golpeándolo en la cabeza con una
almohada. Sin embargo, no pude evitar la sonrisa que se curvó en mis
labios—. Y tengo que prepararme para el trabajo.
—¡Boooo, llama para no ir al trabajo! —Braden rogó, con las manos
entrelazadas.
Solo le revolví el pelo como si fuera mi hermano menor.
—Los veré mañana.
—No es justo —dijo Braden con un puchero, dejándose caer donde
acababa de estar en el sofá—. Leo se lleva toda la diversión.
Los chicos iniciaron un nuevo juego en la pantalla, los dos
parloteando sobre algunas chicas con las que aparentemente habían
estado tratando de hablar en el bar.
Me detuve cuando estaba al pie de las escaleras, y todo en mí tiraba
como un imán hacia Leo. Quería mirar hacia atrás, para confirmar lo
que sentía, pero no tenía que hacerlo.
Porque no había dicho una palabra desde que llegaron a casa.
Y supe sin mirar que él tampoco me había quitado los ojos de
encima.
Me quedé allí por un momento, sintiendo el ardor de su mirada en
mi piel.
Entonces, tomé aire, levanté la barbilla y subí las escaleras sin
darme la satisfacción de demostrar que tenía razón.
—¿Estás seguro de que no quieres volver a casa para las
vacaciones? —preguntó mi mamá, e incluso a través del teléfono juré
que podía oler el arroz con pollo que estaba cocinando—. Han pasado
años desde que fuimos a Harborfest7 para ver los fuegos artificiales.
Mi estómago gruñó cuando arrojé la bolsa de lona en la cajuela de
mi auto, terminando una práctica matutina de Pee Wee.
—Sabes que quiero, mamá, pero vamos a tener una fiesta en la casa.
—Mm-hmm —dijo, y de nuevo, no tenía que verla para saber cómo
me estaba mirando, que tendría una mano en la cadera y la otra
apuntando la espátula a mi nariz—. Mejor que te portes bien, mijo.
—Siempre lo hago.
Ella se rio de eso, y el sonido me hizo sentir nostalgia.
Era joven cuando mis padres se separaron, así que realmente no
pude elegir con quién viviría. Recuerdo cuando tenía alrededor de
nueve o diez años deseaba que hubiera sido con mi papá. Quería
jugar al fútbol todo el tiempo, quería pasar el rato con él en su
impresionante sótano que tenía una mesa de billar y el televisor de
noventa y ocho pulgadas y la multitud constante de chicos que
parecían estar siempre allí pasando el rato. Charlaba amigablemente
con los atletas ganadores del Super Bowl como si no fuera gran cosa,
con una arrogancia que decía que pertenecía a ese círculo a pesar de
que él mismo nunca había conseguido un anillo.

7
Boston Harborfest. Celebración de la historia marítima y revolucionaria de Boston. Se
celebra en el fin de semana del Día de la Independencia.
Quería absorber su energía hasta que también tuviera esa
confianza.
Pero a medida que crecí, me di cuenta de cuánto hacía mi mamá
por mí, cómo ella siempre era la madre cuando papá era a menudo el
amigo. Y cuando le dije a papá que quería ir a NBU, sentí que la
amistad que teníamos se desgarraba, vi la decepción en sus ojos,
como si lo hubiera defraudado.
Nunca tuve las agallas de decirle cuántas veces me había mirado
así.
Me amaba de la manera que sabía. Ahora era lo suficientemente
mayor para entender, para disculparlo. Nunca quiso ser padre, por lo
menos, no tan joven, y claramente tampoco quería ser marido. Sus
sueños se vieron frustrados por una lesión, una carrera en el futbol
profesional truncada. Afortunadamente, tenía una reputación lo
suficientemente grande como para poder usar ese nombre, para
iniciar un centro de capacitación fuera de la ciudad y ser invitado
como locutor invitado para ESPN y Fox y quien sea. Encontró una
manera de envolver su vida en torno a ese deporte, incluso cuando la
vida le lanzó la bola curva más difícil que pudo tener.
El fútbol era lo que lo hacía feliz.
Pero para mi mamá siempre fui yo.
Me había amado tan ferozmente que me sofocaba a veces, pero era
el tipo de amor más puro y especial, el tipo que es verdaderamente
incondicional.
Ella fue la única con la que me derrumbé después de lo que sucedió
en la escuela secundaria, la única que sabía que me habían roto el
corazón. No tuve que decirle quién era o qué había sucedido; el hecho
de que mostrara otra emoción que no fuera alegría fue suficiente para
que ella supiera que estaba sufriendo.
Todavía recuerdo cómo me abrazó mientras yo lloraba como un
maldito bebé, y luego me preparó la cena y me preparó un baño.
Nunca volvimos a hablar de eso, nunca hablamos realmente de eso
en primer lugar.
Pero desde ese momento supe que, sin importar lo que pasara, ella
siempre estaría allí.
—Tenemos la fecha para la Senior Night8 —le dije mientras me
deslizaba en el asiento del conductor y encendía el motor—.
Diecinueve de noviembre.
—¿Le dijiste a tu padre?
—Todavía no —dije—. Primero quería asegurarme de que
vendrías.
Se chupó los dientes como si incluso insinuar que no lo haría fuera
un insulto. Esperé hasta que mi teléfono se conectó a los parlantes del
auto antes de dejarlo a un lado y continuar.
—Solo quiero decir… si él viene, también. No quiero que te sientas
incómoda.
—Todavía amo a tu padre, Leo. Siempre lo haré. Y puedo
aguantarlo durante unas horas. —Chasqueó la lengua—. Ahora está
por verse si soportará o no lo guapa que es su ex a los cuarenta y cinco
años. Podría tener que contenerlo a él y a esos pequeños y celosos fans
que todavía lo siguen.
Una sonrisa apareció en mi rostro.
—Está bien, mamá, cálmate.
El tráfico por el campus estaba lento, había una especie de mercado
navideño. Estaba a punto de dar la vuelta y tomar las carreteras
secundarias para salir del campus más rápido y volver a casa cuando
vi a Mary.
No había forma de confundirla, ni siquiera en medio de una gran
multitud de personas.
Llevaba un par de pantalones cortos de mezclilla recortados, los
bordes deshilachados caían sobre sus muslos como telarañas y
dejaban ver sus tatuajes. Esos pantalones cortos apenas cubrían su

8
Senior night es un término que se usa en los deportes de la escuela secundaria y deportes
universitarios, especialmente en el futbol y el baloncesto, para describir el último partido de
la temporada regular jugando como local.
trasero, y la delgada blusa roja con breteles finos que había
combinado con ellos mostraba una parte de su estómago. Caminaba
lentamente, mirando todos los puestos antes de detenerse en uno, y
me di cuenta de que no llevaba sostén con esa blusa. Un pañuelo azul
marino con estrellas blancas enmarcaba la línea de su cabello, y la
imagen completa era nada menos que una fantasía patriótica hecha
realidad.
Me mordí el nudillo antes de que mis manos encontraran el volante
y girara bruscamente a la izquierda hacia el estacionamiento.
—Me tengo que ir, mamá. Acabo de recordar un recado que
necesito hacer antes de esta noche. ¿Te llamo más adelante, esta
semana?
—Cuando tengas tiempo. Disfruta tu verano, eso es lo que más
quiero para ti.
Sonreí cuando me detuve en un lugar de estacionamiento.
—Te quiero.
—Te quiero más, mijo.
Salté de mi auto tan pronto como lo estacioné, casi trotando hacia
el puesto en el que había visto a Mary. Si bien la mayor parte de
Boston ya acudía en masa al Harborfest, toda la ciudad estaba llena
de eventos por el cumpleaños de nuestra nación, lo que significaba
que no podía encontrar una calle en kilómetros que no tuviera alguna
actividad. ¿Cómo no darle mucha importancia a la independencia de
nuestra nación, con tanta historia entretejida a lo largo de todos y
cada una de las manzanas?
Me abrí paso entre la multitud, murmurando disculpas mientras lo
hacía. Podría haber esperado y ver a Mary en casa más tarde. Ella
sabía que esta noche íbamos a tener una fiesta en casa; al parecer,
estaba deseando que llegara. Pero la verdad era que no había tenido
la oportunidad de estar a solas con ella desde la noche que había
cocinado.
Y algo había cambiado entre nosotros esa noche.
No sabía exactamente qué era, pero ya no parecía que odiara
respirar el mismo aire que yo. En realidad, era peor, porque ella me
estaba evitando.
Cada vez que la encontraba haciendo yoga con Braden o jugando
en el sofá con Kyle, tal vez me decía dos palabras antes de poner una
excusa para abandonar la habitación por completo. Ella no me miraba
a los ojos, no mordía el anzuelo cuando bromeaba con ella.
Tal vez por eso aceleré cuando vislumbré su camisa roja, su cabello
largo recogido en una cola de caballo desordenada que se balanceaba
mientras caminaba.
Redujo la velocidad delante de un puesto en el que había velas,
tomó una e inhaló profundamente. Reduje mi paso mientras me
acercaba a la tienda.
—¿Comprarás eso para cubrir el hedor de El pozo?
Mary no pareció sorprendida por mi aparición. De hecho, sonrió
un poco como si supiera que vendría, antes de dejar la vela y girar
para enfrentarme.
Casi me caí de culo cuando lo hizo.
Sus ojos estaban delineados con kohl y ahumados, sus labios
carnosos pintados del mismo rojo que su camiseta sin mangas. Todo
resaltaba aún más el verde de sus ojos, la forma en que sus pestañas
oscuras se desplegaban por encima y por debajo de ellos, y me ofreció
una sonrisa fácil como si fuéramos amigos.
—Pensé que la fiesta de esta noche alejaría todos los olores
agradables que aporté durante el último mes.
—No estás equivocada. Hay un olor muy específico que permanece
al día siguiente. Podríamos embotellarlo como cerveza Bud Light &
desenfreno.
—Entonces necesito cuatro velas —dijo, amontonándolas en sus
brazos. Pero solo las sostuvo el tiempo suficiente para hacer la broma
antes de volver a dejarlas.
Noté que la bolsa en su brazo era grande, pero estaba casi vacía,
como si estuviera teniendo mucho cuidado con lo que compraba.
Después de nuestra conversación sobre su familia la otra noche,
entendí por qué. No imaginé que ganara mucho como aprendiz de
tatuador.
Fue difícil para mí entenderlo, ya que no trabajaba, ni tenía la
responsabilidad de las facturas como ella. Mi matrícula estaba
cubierta por mi beca de fútbol, y mamá y papá fácilmente aportaban
para el resto, incluso dándome una asignación todos los meses para
comida, compras, salidas o cualquier otra cosa que pudiera desear.
No sabía lo que era luchar, tener que pensar dos veces antes de
comprar algo en el supermercado.
Tomé nota mental de las fragancias que había elegido antes de
seguirla mientras ella agradecía al vendedor y salía del puesto.
—Así que ya no me ignoras.
Ella arqueó una ceja, pero no se molestó en mirarme y dijo:
—Para ignorarte, tendría que pensar en ti.
—Ouch —dije, cubriendo mi corazón con una palma. La pequeña
sonrisa que encontró sus labios me trajo más alivio del que debería.
—Hueles terrible, por cierto —agregó con la nariz arrugada,
evaluando el sudor que hacía que mi camisa se pegara a mi pecho—.
Pensé que no tenías práctica hoy.
—Pee Wee.
Ella parpadeó.
—¿Qué?
—Soy entrenador de la Liga Infantil —dije con una risa—. Bueno,
ayudo a entrenar, como un asistente.
Mary frunció el ceño un poco, como si no me creyera del todo.
—Entonces, ¿simplemente renuncias voluntariamente a parte de
tus vacaciones para entrenar fútbol infantil?
—Veo que te he vuelto a sorprender.
Ella no lo admitiría, pero vi que lo había hecho por la forma en que
apretó los labios para evitar una sonrisa. Se alejó de mí y se dirigió a
un puesto por el que estábamos pasando, y traté de que no me
importara que no pudiera creer que haría algo como voluntario.
—¿Cuántas personas crees que vendrán esta noche? —preguntó
ella.
Me encogí de hombros.
—Difícil de decir. Es el semestre de verano, así que no hay tanta
gente como en otoño, eso es seguro. Pero como son las vacaciones, y
dado que tenemos una fiesta todos los años… probablemente habrá
una buena participación.
Ella asintió, deteniéndose por un momento para mirar un puesto
que vendía tablas de cortar personalizadas.
—No tenemos que hacer la fiesta esta noche —dije cuando
empezamos a caminar de nuevo—. Si te incomoda tener a toda esa
gente en el espacio.
—Es tu casa —me recordó—. Me sorprende que no hayan tenido
una fiesta antes.
—Normalmente lo habríamos hecho, pero…
—Uf, eso me hace sentir peor.
Le di un codazo.
—No. La verdad es probablemente más que a Kyle y Braden les
gusta pasar el rato contigo y no quieren compartirte con el resto del
equipo ni con nadie más.
Me dejé fuera de la ecuación, pero esperaba que ella se diera cuenta
cuando me mirara como diciendo «perrito faldero», que me refería a
mí también.
—Estoy segura de que será divertido.
—¿Bebes? —pregunté.
—Esa es una pregunta muy atrevida.
—Simplemente no te he visto tomar alcohol desde que vives con
nosotros.
Se encogió de hombros, abanicándose con una mano. Observé la
gota de sudor que se acumulaba en su cuello, me pregunté cuándo
comenzaría a descender a lo largo de la tinta que desaparecía entre
sus senos.
—No es realmente lo que prefiero. A veces tomo vino con las chicas
o un buen cóctel, pero prefiero que mi subidón sea de tipo herbal.
Mary arqueó una ceja como si no estuviera segura de que yo
captaría la insinuación.
—Ah, qué apropiado. Mary ama a Mary J.
Nos acercamos a otro puesto mientras ella me sonreía.
Este tenía muestras gratuitas de diferentes salsas hechas con los
paquetes de especias que vendían. Los entregaban con instrucciones
de solo agregar crema agria o mayonesa. Probé uno de pimiento rojo
picante mientras Mary mojaba un pretzel en crema agria y ranchera.
Cerró los ojos con un ronroneo que me recordó cuando comía mis
tostones, y casi me puse celoso del señor mayor que se iluminó detrás
del mostrador.
—Bueno, ¿verdad? —preguntó.
—Muy bueno. —Mary agarró otro pretzel y probó a continuación
uno con eneldo—. ¿Cuánto cuestan?
—Tres paquetes por diez dólares —dijo—. Y simplemente agregue
a la base que desee: mayonesa, crema agria, incluso el yogur griego
funciona.
Vi la vacilación en Mary cuando alcanzó su billetera.
—Sabes qué, deberíamos conseguir algunos de estos para la fiesta
de esta noche —dije, sacando la mía del bolsillo trasero antes de que
ella pudiera hacerlo. Le entregué al hombre un billete de veinte
dólares—. Llevaremos seis.
Mary se quedó boquiabierta ante la transacción, como si acabara de
comprarle un coche.
El hombre sonrió mientras guardaba los sabores que elegimos en
la bolsa, y cuando nos alineamos con las otras personas que
deambulaban por el mercado, Mary me dio una palmada en el
hombro.
—¡Ay! —Froté el lugar—. ¿Por qué diablos haz hecho eso?
—Por actuar como si fuera una especie de caso de caridad.
—Solo estaba siendo amable.
—Sí, bueno, es raro y no me gusta. Así que deja de hacerlo.
Me reí entre dientes, y luego, cuando la multitud comenzó a
disminuir donde caminábamos, noté que ella estaba en el lado del
camino más cercano a la calle. Disminuí el paso hasta que pasó un
poco por delante de mí antes de rodearla por la espalda y no tuvo
más remedio que deslizarse más cerca de las tiendas y tenerme entre
ella y la calle, en su lugar.
Ella me dio una mirada.
—¿Por qué lo hiciste?
—¿Qué?
Ella movió su dedo entre nosotros.
—Lo que sea que haya sido ese pequeño baile.
Me encogí de hombros.
—¿No has oído hablar de la regla de la acera?
—¿Qué?
—Que el hombre siempre camina por el lado más cercano a la calle.
Mary dejó de caminar en ese momento, y cuando me giré, me miró
con una expresión aburrida antes de parpadear lentamente como si
fuera un estúpido.
—Estás bromeando, ¿verdad?
Presioné una mano en mi pecho.
—No soy más que un caballero.
Su rostro se deformó por la necesidad de contener una risa, y luego
comenzó a caminar de nuevo.
—Por favor, como si tu cuerpo fuera a evitar que un coche me
atropellara.
—Podría —dije, inflando mi pecho un poco. Le sonreí por encima
de mis gafas de sol—. No sabes lo que hago en la sala de pesas.
Empujó mi costado lo suficientemente fuerte como para
desinflarme y luego sonrió victoriosa cuando funcionó, saltando unos
pasos hacia adelante.
—¿Quieres ser caballeroso? —preguntó, girando para mirarme
mientras continuaba caminando hacia atrás. Su cola de caballo se
balanceaba con el movimiento, y algo se apretó en mi pecho al verla
tan ligera y despreocupada—. Ve a una marcha de mujeres. Vota por
una mujer para asumir el cargo. Lee un libro sobre feminismo. Deja
de usar «coño» como un insulto.
—Oye, ya aprendí esa lección. Tuviste que decirlo solo una vez.
Ella me dirigió una mirada fría.
—¿Me estás diciendo que no lo has dicho desde ese día?
—Por la vida de mi madre —dije, levantando dos dedos en un
juramento solemne.
Mary se limitó a sacudir la cabeza con una sonrisa, dándose la
vuelta y facilitando la gloriosa vista de su trasero en esos pantalones
cortos.
Y me deleitaba con la sensación de que ella estaba realmente
disfrutando de mi compañía.
Caminamos por el mercado durante una hora más antes de que
ambos estuviéramos sudando profusamente y listos para el aire
acondicionado. Mary había estacionado en el mismo garaje que yo,
así que caminamos juntos hacia allí.
Casi habíamos llegado cuando un gato desaliñado y demasiado
delgado salió de debajo de uno de los edificios y se interpuso
directamente en nuestro camino.
Hice una pausa y dije «Puaj», al mismo tiempo que Mary se inclinó
y dijo: «¡Oh!».
Ella me miró mientras soltaba una carcajada, y luego extendió su
mano y tratando de atraer al animal.
Era esponjoso y en su mayoría gris, pero con el pecho y los pies
blancos y una pequeña mancha en la cabeza. Cuando movió la cola
hacia arriba, noté que era una chica, y caminó directamente hacia
Mary, oliendo sus dedos por un momento antes de apoyar la cabeza
en la palma de ella y arqueando el lomo para obtener cada minúscula
caricia.
—Bueno, hola, dulce nena —arrulló Mary con una risita, y cuando
el gato se metió entre sus piernas antes de voltear literalmente a Mary
sobre su trasero y subirse a su regazo, Mary soltó una carcajada y
levantó la cara hacia el cielo.
Sus ojos se posaron en mí a continuación, y se duplicaron en
tamaño como un personaje de dibujos animados, agitando sus largas
pestañas negras. Ella era una completa contradicción en ese
momento: la artista tatuada y de humor negro se volvía suave ante
un gato acurrucado en su regazo.
—Mary —le advertí—. Ni siquiera lo pienses.
—Leo —suplicó, su labio inferior sobresalía mientras sostenía a la
gata para que pudiera verla mejor—. Solo mírala.
—La veo y lo diré de nuevo, ni siquiera lo pienses.
Quince minutos más tarde, estaba estacionando junto a Mary.
En una maldita tienda de mascotas.
Palico se sentó a ronronear en mi regazo unos días después de la
fiesta del 4 de julio, su cálido cuerpo se acurrucaba formando una
pequeña bola. Leo no tuvo ninguna posibilidad una vez que le di un
nombre a la pequeña bola de pelo, y aunque nunca lo admitiría, sabía
por las últimas dos noches que adoraba la gata tanto como yo.
Con la punta de un dedo, distraídamente acariciaba la mancha
blanca en su cabeza que bajaba hasta su pequeña nariz rosada
mientras miraba ESPN con Kyle y Braden.
Odiaba ESPN. En realidad, no estaba prestando atención a nada,
solo estaba sentada allí en un cómodo silencio y dejando que mi
mirada vagara con disimulo. A pesar de que habían pasado unos días,
parecía que todavía nos estábamos recuperando de la fiesta. De todos
modos, había pasado la mayor parte de la noche en mi habitación con
Palico, acomodándola y asegurándome de que el ruido no la
molestara demasiado.
Ese gato era tan genial como un pepino. Me observó la mayor parte
de la noche con un movimiento aburrido de la cola como si dijera:
«¿Crees que esto tiene algo que ver con las calles de Boston, chica? He
pasado por cosas peores. Mi pregunta es ¿por qué no estás de fiesta?»
Entonces, una vez que sentí que ella estaba cómoda, me reuní abajo
con el resto del equipo ruidoso. Y aunque pasé la mayor parte de la
noche hablando con Giana y Riley y evitando el alcohol, todos nos
quedamos despiertos hasta el amanecer, y la falta de sueño hacía que
fuera difícil volver a la rutina.
No tenía idea de cómo los chicos hacían esto durante la temporada
de fútbol, especialmente en las noches cuando tenían práctica a la
mañana siguiente.
Mi teléfono vibró agresivamente en la mesa de café y despertó a
Palico, que se estiró a regañadientes y se bajó de mi regazo cuando
me incliné hacia adelante para ver quién era. La esperanza burbujeó
en mi pecho al ver el nombre de Margie, y me deslicé a la cocina para
responder.
—Hola, Margie.
—Oye, niña —me saludó de vuelta, con esa voz de fumador que
tanto amaba llenando mis oídos. Margie parecía menos una casera y
más una tía loca que cuidaba de ti, pero también era la primera en la
fila para conseguirte alcohol cuando eras menor de edad.
—Dime que tienes buenas noticias.
Su largo suspiro en el otro extremo hizo que toda esa esperanza se
desinflara en un instante.
—Bueno, las tuberías están arregladas.
Me animé.
—Está bien, eso es genial.
—Sí… excepto que, cuando comenzaron a trabajar en la reparación
de las paredes, los pisos y el techo, bueno… encontraron moho.
Cerré los ojos, forzando una respiración lenta.
—Está bien… ¿y eso significa?
—Lo siento, chica. Va a llevar un tiempo.
Maldije por lo bajo, echando un vistazo furtivo a la sala de estar
donde Kyle y Braden estaban tumbados en el sofá y tirados sobre
todo como si sus extremidades no pudieran ocupar suficiente espacio,
aunque lo intentaran. Tenían el pelo revuelto, los pies cubiertos con
calcetines, apoyados sobre la mesa de centro y Palico se había
acurrucado justo entre ellos. Braden le rascó debajo de la barbilla
mientras ella se inclinaba hacia la caricia.
Ver eso calentó mi corazón.
No pensé que fuera posible, pero este desagradable hogar de
deportistas me hacía sentir un poco como en casa.
El problema era que no estaba en casa, y no podía fingir que podría
estarlo por mucho más tiempo. El otoño se acercaba rápidamente, y
sabía que faltaba poco antes de que la habitación en la que estaba
alojada fuera asignada a otro jugador de fútbol.
—¿De cuánto tiempo estamos hablando? —le pregunté a Margie.
—Les tomará un par de semanas quitar el moho, pero eso es solo el
comienzo. No estoy segura de cómo seguirán después las
reparaciones. Tienen que desgarrar alfombras, pisos, paredes…
—Estoy jodida —susurré.
—Prueba ser la propietaria de la casa —replicó Margie con una risa
sin gracia—. El seguro se encargará de la mayor parte. Pero bueno,
quería darte la oportunidad ahora de romper el contrato de
arrendamiento. No pensé que sería necesario solo con las tuberías,
pero ahora…
—No quiero —dije al instante—. Quiero decir, es decir, si crees que
podré volver a casa pronto.
—Define pronto.
Mordí mi labio inferior.
—Veamos cómo van las próximas semanas y partamos de ahí.
¿Está bien?
—¿Te das cuenta de que estás siendo buena conmigo cuando soy
la razón por la que tu trasero no tiene hogar en este momento? —rio—
. Por supuesto, está bien para mí. Prefiero quedarme contigo que
tener que buscar otro inquilino. Simplemente no quiero hacerte
ilusiones sobre cuán pronto podrás volver a entrar.
Asentí.
—Bueno, tengo un lugar por ahora. Esperemos que no sea mucho
más tiempo.
Margie hizo una pausa.
—Suenas feliz, chica. Suenas bien.
Luché contra la sonrisa que amenazaba con soltarse y me encogí de
hombros.
—Estoy bien.
—Bien. Muy bien, bueno, estaré en contacto.
Con eso, terminé la llamada y regresé a la sala de estar. Me reí entre
dientes al ver a Braden y Kyle desmayados, Palico acurrucada en el
espacio entre las piernas de Braden y durmiendo también.
Los dejé tranquilos, comprobé la hora en mi teléfono y subí las
escaleras para comenzar a prepararme para una noche en la tienda.
Escuché música proveniente de la habitación de Leo cuando pasé,
y consideré llamar a la puerta y ver qué estaba haciendo. Pero me
sacudí el pensamiento. De hecho, me pellizqué por tenerlo. Odiaba
cómo había pasado de ignorarlo cada vez que estábamos en la misma
habitación a preguntarme qué estaba haciendo, qué estaba pensando.
Me encendí como una maldita colegiala cuando me encontró en el
mercado el otro día, y aunque fingí estar enojada con él, la verdad era
que no lo estaba. Ya no.
Y esa era la nueva fuente de mi molestia.
Me deslicé en mi habitación, cerrando la puerta silenciosamente
detrás de mí. Me quité la camisa y me puse un bralette, algo para
darles apoyo a las chicas sin restringirlas. Acababa de ponerme un
par de vaqueros negros cuando un olor familiar me alcanzó.
Inhalé, con los ojos cerrados ante la tentadora mezcla de café,
bourbon y sándalo.
Entonces, mis ojos se abrieron de golpe y parpadeé antes de
girarme para encontrar una vela encendida encima del tocador.
Una vela que no encendí.
O compré.
La miré por un momento como si fuera un producto de mi
imaginación antes de cruzar la habitación. La levanté, con cuidado de
no agarrarla donde estaba demasiado caliente o inclinarla para que la
cera apagara las llamas. Y cuando leí la etiqueta, cuando reconocí de
dónde era, volví a sentarme con la conciencia entumecida.
Él había…
«¿Había comprado esta vela para mí?»
Parpadeé de nuevo y esta vez vi una bolsa de papel marrón detrás
de la vela. Metí la mano dentro y encontré tres más iguales, todos los
aromas que había estado mirando cuando Leo me encontró en el
mercado. También había una pequeña nota doblada.
Para cubrir el hedor, aunque dudo que funcione.
Con amor, Leo
Una ráfaga de calor me inundó, mi estómago se elevó en las alas de
mil mariposas.
Me tapé la boca donde ya se dibujaba una sonrisa.
Luego, mis manos se cerraron en puños y pisé fuerte con un
gruñido de frustración antes de abrir la puerta y salir corriendo por
el pasillo.
No me permití detenerme y pensar antes de girar el pomo de la
puerta de la habitación de Leo y entrar sin llamar. Fue entonces
cuando me detuve, no porque recuperé el sentido común, sino
porque ahora estaba mirando a un Leo muy sudoroso que vestía muy
poca ropa.
Estaba haciendo flexiones y terminó su serie con solo mirarme y
fruncir el ceño. Luego, se puso de pie de un salto como si fuera fácil,
quitó una toalla del respaldo de la silla de su escritorio y se secó la
cara con ella. Entonces la dejó colgando sobre su hombro, con las
manos en las caderas, el pecho desnudo agitado y resbaladizo por el
sudor.
Mi boca se abrió mientras seguía cada gota que se acumulaba y se
deslizaba por las montañas de músculos que cubrían su cuerpo: sus
pectorales hinchados, suaves y redondos; sus abdominales, duros y
definidos, hasta la V profunda que desaparecía debajo de la cintura
de sus pantalones cortos.
No era mi intención humedecer mis labios, no era mi intención
ocupar tanto tiempo en levantar lentamente los ojos hasta encontrar
los suyos, deteniéndome en el camino donde sus cadenas se pegaban
a su pecho. Su boca parecía tan seca como la mía, y me pareció verlo
morder el interior del labio inferior antes de que arqueara una ceja
gruesa y oscura.
—¿Necesitas ayuda para encontrar tu camiseta, compañera de piso?
Mary era una visión de ira y deseo en mi puerta, sus cejas se
arqueaban con rabia mientras sus pechos se agitaban contra el trozo
de tela apenas visible que los contenía. El botón y la cremallera de sus
vaqueros también estaban desabrochados, la tela de encaje de su
tanga verde bosque se asomaba a través de la abertura en forma de
V.
Cuando vio mis ojos fijos allí, su rostro se sonrojó y rápidamente se
subió la cremallera y se abotonó los vaqueros antes de cruzar los
brazos sobre su pecho, como si eso pudiera ocultar las curvas de mi
vista.
—No —escupió entre dientes—. Lo que necesito es que te quedes
fuera de mi habitación.
Levanté mis manos.
—Oye, he respetado esa regla desde el momento en que la pusiste
en marcha.
—¿Oh sí? Entonces, ¿por qué hay una maldita vela encendida en
mi tocador? Porque seguro como el infierno que no la puse yo.
Sonreí ante eso, cruzando mis brazos debajo de mi pecho. La forma
en que los ojos de Mary se posaron en mis pectorales me decía que el
volumen de la parte superior de mi cuerpo la estaba distrayendo, y
eso me hacía sonreír más ampliamente.
—Es un regalo.
—Uno que no pedí.
—Bueno, así es típicamente cómo funcionan los regalos. De lo
contrario, sería solo una transacción, ¿no? Tú pides algo, yo te lo
consigo. —Agité mi mano sobre el espacio entre nosotros—. No
parece tan divertido.
Algo inundó a Mary, alisando la línea entre sus cejas. Me aproveché
de eso, y del silencio, para explicar.
—Te vi mirándolas en el mercado —le dije—. Y vi cómo los dejaste,
probablemente porque estás tratando de ahorrar. Escucho cuando me
hablas, al contrario de lo que puedas creer.
Su mandíbula se tensó como si estuviera rechinando los dientes.
—Entonces, miré qué aromas habías elegido y volví al día siguiente
para comprarlas para ti.
Parpadeó, en silencio durante un largo momento antes de susurrar
una palabra.
—¿Por qué?
—¿Por qué no? —Me encogí de hombros—. Quería hacer algo
bonito.
Volvía notar que se suavizaba, y me hizo querer cruzar la distancia
que había entre nosotros y envolverla en mis brazos. No podía
explicarlo, pero quería desesperadamente abrazarla y ver cómo se
derretía toda la tensión, sentirla relajarse en mi abrazo y que
descansara su cabeza contra mi pecho y susurrara «gracias». Quería
saber cómo se sentiría mostrarle un poco de amabilidad, un poco de
cuidado, y que ella realmente lo aceptara.
La necesidad era tan fuerte que casi sucumbí a ella, pero ante el
sutil cambio de mi cuerpo, ella se endureció de nuevo, su caparazón
lleno de espinas volvió a su lugar.
—No necesito tu lástima —dijo, dando dos pasos completos hacia
mí y señalando con el dedo mi pecho.
—No es las…
—O tus regalos —dijo, interrumpiéndome—. Deja de ser amable
conmigo.
Me metí de nuevo en su espacio, haciéndola retroceder solo una
pulgada, pero se mantuvo firme lo suficiente como para que mi pecho
rozara el suyo. El metal de sus piercings tocó la parte superior de mi
abdomen y sofoqué el gemido que quería soltar con el toque.
—¿Por qué? —La desafié, mirándola por encima del puente de mi
nariz—. ¿Porque hace que sea más difícil odiarme tanto?
Su boca se abrió, los párpados revolotearon tan suavemente que me
pregunté si lo harían antes de que entrecerrara la mirada y presionara
más fuerte contra mí.
—Confía en mí, eso siempre va a ser fácil para mí.
—¿Y por qué es eso, exactamente? ¿Qué hice para ganar esa falta
de afecto tan apasionado por tu parte?
Abrió la boca como si estuviera lista para gritarme la respuesta, y
deseé que lo hiciera. Quería la pelea.
«Dame ese fuego», rogué en silencio.
Pero la ira y la pasión se esfumaron de ella, su rostro se relajó, y
dejó la expresión en blanco en un instante, como si hubiera decidido
que no valía la pena.
Se apartó, llevándose todo el calor y la tensión con ella mientras el
aire fresco de mi habitación pasaba entre nosotros.
—Quédate fuera de mi habitación —dijo con intención, y luego giró
sobre sus talones y voló a través de mi puerta, cerrándola de un
portazo detrás de ella.
Mi mal humor solo se agrió más a medida que avanzaba la noche.
La tienda era típicamente mi refugio, el único lugar donde me
sentía segura y cómoda para ser cien por ciento yo misma. Esperaba
con ansias mis turnos. Demonios, entré incluso cuando no estaba
programado. No me importaba si estaba limpiando, dibujando o
estudiando a un artista, cada minuto en la tienda se sentía
significativo, como si tuviera un propósito.
Como si tuviera un propósito.
Pero esta noche, lo único que sentí fue molestia.
Tamizar mis sentimientos se sentía como demasiado trabajo. ¿Por
qué, exactamente, estaba tan molesta porque Leo me compró unas
malditas velas? No fue gran cosa. Vio que me gustaban, volvió y me
los compró. Debería haber estado agradecida. Debería haber sonreído
y agradecido.
En cambio, quería estrangularlo.
No sabía qué opción me molestó más: aquella en la que se
compadeció de mí y de mi poco dinero en efectivo y decidió ser un
salvador comprándome un montón de estúpidas velas, o aquella en
la que en realidad no mostró lástima., sino amabilidad y
consideración.
Está bien, definitivamente era eso.
El hecho de que pudiera ser un buen ser humano iba en contra de
todo lo que había creído sobre él desde ese verano en la escuela
secundaria. Cuando hacía cosas como esta, era casi como si fuera ese
chico con el que hablé hasta la madrugada, el que tenía capas que no
dejaba ver a nadie más que a mí.
Prefería creer que era un imbécil egocéntrico.
Me dolía la mano por lo fuerte que había estado agarrando la
herramienta de escritura que usaba en mi iPad, y flexioné los dedos
mientras me apartaba de la pantalla y estudiaba lo que había
dibujado. Mi objetivo era crear una portada con temática subacuática,
y lo logré.
El problema era que se parecía a todos los putos tatuadores del
mundo.
Contuve un resoplido mientras tocaba el menú, y estaba a un
segundo de destrozarlo todo cuando alguien me agarro la muñeca
con fuerza.
—Vaya, vaya —dijo Nero, frunciéndome el ceño y luego a la
pantalla—. Sé que no ibas a borrar esto.
—Es basura.
Su mano se suavizó donde sostenía mi muñeca, y casi pensé que lo
sentí deslizar su pulgar sobre mi piel mientras me soltaba y tomaba
la pluma de mi mano.
—Es muy bueno —argumentó, y sus ojos estudiaron la pantalla
durante un largo momento antes de tocar la punta del bolígrafo en el
lugar donde había dibujado el arrecife de coral que conectaba la
enorme raya en la parte superior del brazo con la arena y las conchas
del antebrazo—. Sin embargo, no eres tú.
Suspiré.
—Lo sé.
—Entonces, ¿por qué lo dibujaste?
—Porque no sé qué más poner ahí.
Nero frunció el ceño aún más cuando crucé los brazos como una
niña y me senté en mi silla. Dejó caer el bolígrafo sobre el escritorio.
—¿Qué ocurre?
Lo miré, a la pantalla, luego a mis zapatos mientras suspiraba.
—Solo una mala noche.
Él asintió, luego dio la vuelta hasta que estuvo de pie detrás de mí.
Sin previo aviso, sus gigantescas manos se envolvieron alrededor de
mis hombros y comenzó a masajear los músculos tensos.
Quería suspirar por lo bien que se sentía, esos enormes dedos
presionando mis músculos doloridos. Un gemido que no quería soltar
salió sin permiso, porque se sentía bien ser tocada, y mis músculos
necesitaban la liberación.
Pero cuando sus manos me acariciaron en un movimiento más
lento, cuando sentí su calor detrás de mí, mi cuerpo se puso rígido.
Nero era mi jefe, mi jefe casado, y que me frotara los hombros
parecía que no debería estar sucediendo.
—Necesitas relajarte —dijo, su voz baja desde donde estaba parado
sobre mí. Todavía no había descruzado mis brazos, e incluso mientras
él trabajaba los músculos, solo me tensé bajo su toque. Siempre
habíamos sido amigos entre nosotros. ¿Coqueta? Tal vez de vez en
cuando.
Pero él nunca me había tocado, no así.
Y todo sobre eso me dio asco.
—Estás tan concentrada en encontrar tu estilo que estás sofocando
tu creatividad y cualquier oportunidad que tengas de mostrarte lo
que puede hacer.
Eso hizo que me ablandara un poco.
No estaba siendo raro. Solo estaba tratando de calmarme, de
guiarme como su aprendiz. Culpé a mi actitud amarga y mi molestia
general con los hombres en este momento por suponer lo peor.
Si Nero supiera que la razón principal de los nudos de estrés en mi
cuello eran mi compañero de piso y mis sentimientos bastante
inconvenientes hacia él.
—Es confuso —dije, decidiendo concentrarme en lo que sentía con
respecto a mi aprendizaje y alejarme de cualquier otro pensamiento
que flotara en mi cabeza—. Siento que estoy lista para comenzar con
mis propios clientes, pero también siento que no tengo nada que
ofrecer que no puedan encontrar de otra persona.
—¿Y qué hay de malo en eso?
Le fruncí el ceño y él apretó mis hombros una vez más antes de
rodearme y dejarse caer en el taburete a mi derecha. Agarró el borde
de mi silla y me hizo rodar hacia él, hasta que estuve casi entre sus
piernas abiertas.
—Todo lo que quieras llegará con el tiempo —me prometió—. Pero
te estás conteniendo esperando la perfección cuando la verdad es que
solo necesitas practicar. Ya has trabajado en varias pieles —me
recordó—. Todos los cuales han estado más que felices con tu trabajo.
Así que dime, ¿por qué no lo estás?
Apenas podía concentrarme en nada de lo que decía porque estaba
entre sus piernas y ahora sus manos estaban sobre mis rodillas,
sosteniéndome de una manera que era mucho más íntima que la de
un jefe y un empleado.
—Tienes razón —le dije con una voz pegajosa, tratando de alejarme
lentamente de su toque—. Me… me concentraré en relajarme.
—Bien —dijo, y luego eliminó el poco espacio que había logrado
poner entre nosotros. Sus ojos buscaron los míos, y luego extendió la
mano y colocó mi cabello detrás de una oreja—. Eres talentosa, Mary.
Y jodidamente hermosa, también. Esa combinación te llevará lejos en
esta carrera.
Mi piel se erizó ante su atención cercana, el estómago se revolvió
violentamente mientras cantaba «no, no, no» una y otra vez en mi
cabeza.
Miré a Nero. Lo respetaba. Todo lo que había aprendido en el
último año había venido de las mismas manos que todavía apretaban
mis rodillas.
Cuando se inclinó solo un centímetro, entré en pánico, salté y rompí
todo contacto.
—Mierda, hombre —dije riendo, pasándome las manos por el
pelo—. Qué noche. Nada que un comestible no pueda arreglar.
Nero se rio entre dientes, volviendo a la personalidad del jefe que
conocía mientras apoyaba las manos en las rodillas y se ponía de pie.
—Sal de aquí y relájate. Está lento, de todos modos, y puedo
limpiar.
—¿Estás seguro? —pregunté incluso cuando comencé a empacar
mi bolso. Tenía que salir de allí. Ahora.
—Estoy seguro. Te veré mañana. Y oye —dijo, agarrándome por
los hombros y levantándome para mirarlo de nuevo. Luché contra el
impulso de escaparme de su agarre—. Va a estar bien. Lo estás
haciendo genial. Y tendrás tu propio lugar en esta tienda antes de que
te des cuenta.
Mi corazón dio un salto mortal.
Si me hubiera dicho esto incluso hace diez minutos, habría saltado
a sus brazos.
Ahora, me preguntaba si lo decía en serio, si realmente estaba lista,
si merecía tener mi propia silla y clientes para llenarla.
O si solo quería meterse en mis pantalones.
—Gracias, Nero —le dije.
Me retorcí fuera de su agarre sin otra palabra y salí corriendo por
la puerta, tratando y fallando en calmar mi respiración mientras
buscaba a tientas mis llaves en el camino a mi auto. Una vez dentro,
cerré las puertas como si eso pudiera mantener fuera las preguntas
que me asaltaban.
«¿Qué demonios fue eso?»
«¿Estaba… coqueteándome?»
Negué con la cabeza incluso mientras lo pensaba, seguro de que
estaba equivocada.
Luego, negué con la cabeza por no confiar en mi instinto que sabía
que era lo único en lo que realmente podía confiar.
¿Pero creer realmente que me estaba coqueteando? ¿Qué
significaría eso para mi aprendizaje, para el último año de mi vida,
para mi futuro, mi carrera?
¿Qué hay de su esposa?
Me enfermó siquiera considerarlo, así que desterré todo
pensamiento con un chirrido de mis llantas fuera del estacionamiento
y un giro de la perilla de volumen en mi estéreo. Exploté The White
Stripes, bajé todas mis ventanas y dejé que entrara el aire fresco de la
noche.
Acababa de tomar tal vez mi primer respiro tranquilo en toda la
noche cuando mi teléfono comenzó a sonar.
«Mamá» .

Gemí, dejando caer la cabeza contra el reposacabezas. Consideré


no contestar, pero ya sabía muy bien que, si no lo hacía, me llamaría
repetidamente hasta que lo hiciera, o me amenazaría con
denunciarme como persona desaparecida a la policía.
Con un toque de mi pulgar, su voz llenó el auto.
—¿Estás en algún tipo de problema?
Sonreí ante la estridencia algo reconfortante de su preocupación.
Me hizo sentir como en casa.
—Hola madre. ¿A qué debo el placer de una llamada telefónica
tuya a altas horas de la noche?
—No te pases de lista conmigo —advirtió—. Nunca respondes si es
antes del mediodía, y sé que probablemente estés trabajando en ese
salón de todos modos. —Escupió la palabra salón como si yo hubiera
estado trabajando en un burdel—. ¿O incluso estás trabajando?
—¿Que se supone que significa eso?
—Significa que hoy recibimos por correo un extracto de la tarjeta
de crédito vencida con tu nombre.
Me quedé helada.
Mierda.
Me enorgullecía de no haber usado nunca la tarjeta de crédito que
me dieron cuando salí de casa a los dieciocho años. Yo no la había
querido, pero papá prácticamente había suplicado. Quería saber que
la tenía si alguna vez la necesitaba, sin importar cuánto le asegurara
que podía hacerlo por mi cuenta.
Desde ese día, solo le había cargado algunas cosas, pagándola de
inmediato y dejando que acumulara polvo en mi billetera el resto del
tiempo. Pero cuando todo se vino abajo con las cañerías y el
movimiento inesperado al otro lado de la calle, me había averiado y
cargado gasolina y algunos comestibles. Tenía la intención de pagarlo
tan pronto como recibiera mi cheque de pago, pero lo había olvidado.
Y fue con este aviso que me di cuenta de que no había revisado mi
correo desde que me mudé a El pozo.
—Maldición, lo siento, mamá. Quise decir…
—¡No me maldigas, jovencita!
—No te maldije, solo maldije.
La escuché alejarse por el otro lado, pero ahora era más suave, el
sonido lejano como si estuviera en una cueva de la que solo estaba
captando el eco.
—Nos preocupas hasta la muerte, Mary. No entiendo por qué no
vuelves a casa. O vas a la universidad, por el amor de Dios. No dejarás
que te ayudemos, no…
Sonaba como si una mano se sofocara sobre el teléfono, y luego,
después de una larga pausa de silencio, el sonido se aclaró y una voz
profunda gritó mi nombre.
—Hola, Mare Bear.
Casi lloré al oír la voz de mi padre.
—Hola papá. Lo siento por la tarjeta. La pagaré tan pronto como
llegue a casa, ya estoy en camino.
—Está todo bien, ya me encargué de eso.
Mi cuello se calentó.
—No tienes que hacer eso.
—Eres nuestra hija, se supone que debemos cuidarte.
Ignoré el escozor en mi pecho.
—Te enviaré un cheque esta noche, solo dime cuál fue la cuota
atrasada.
—Te lo enviaré de vuelta si lo intentas.
—No necesito tu dinero, papá.
—Oye, no estoy pidiendo nada a cambio.
Disparó las palabras como si supiera que por eso insistí, y ni
siquiera podía mentir y decir que no lo era. La última vez que les pedí
ayuda, me la ofrecieron junto con una serie de condiciones: volver a
casa, conseguir un trabajo regular, inscribirme en la universidad,
arreglar mi vida. Lo esperaba de mamá, pero con papá… dolía.
—¿Vas a venir a casa de visita pronto? Tu madre y yo te
extrañamos.
Resoplé.
—Dudo mucho que extrañe algo de mí.
Cuando no respondió, suspiré.
—Tal vez tú y yo podríamos almorzar esta semana. ¿Puedo ir al
centro a la oficina? Hace tiempo que no vamos a tu lugar tailandés
favorito.
—Está bien —dijo papá después de una pausa, y escuché el dolor
en su voz, cómo deseaba que las cosas fueran diferentes entre mamá
y yo.
No era el único.
—Haré que Matthew se una a nosotros también. Está haciendo
grandes cosas, acaba de cerrar un trato en una aplicación de comercio
electrónico por la que estábamos en una batalla cara a cara.
La primera sonrisa genuina del día encontró mis labios entonces.
—Ese es mi hermano mayor.
Me di cuenta de que papá también estaba sonriendo, aunque no
podía verlo.
—Él estará emocionado de verte.
Me dolía el corazón, preguntándome por una fracción de segundo
si debería haber seguido los pasos de mi hermano, si debería haberme
unido a la empresa familiar justo debajo de él y papá. Podría haber
estado terminando mi carrera este año, a solo doce meses de un
salario de seis cifras que solo crecería exponencialmente.
Pero el pensamiento ni siquiera tuvo tiempo de adherirse antes de
que mi energía creativa me sacara a golpes.
Hubiera sido miserable.
La verdad era que prefería estar arruinada y hacer lo que amo que
ser rica en un trabajo sin pasión.
Por supuesto, después de esta noche, tuve la sensación de que el
último año de mi vida podría haber sido desperdiciado en un hombre
que quería follarme más de lo que quería ayudarme a hacer una
carrera.
Mi estado de ánimo volvió a agotarse cuando giré hacia nuestra
calle, y cuando vi autos alineados a ambos lados de El pozo y luces
parpadeando en nuestra sala de estar, gemí.
Una maldita fiesta.
Excelente.
—Me tengo que ir, papá. Te enviaré un mensaje de texto sobre el
almuerzo.
—Te amamos, Mare Bear.
—Yo también te amo. Y… gracias —dije sinceramente—. Por lo de
la tarjeta. No volverá a suceder.
—No te preocupes —dijo, y supe que para él no importaba. Incluso
con los cargos vencidos, mi apuesta era que la factura no podía haber
sido más de unos pocos cientos de dólares. Mi papá gastaba más que
eso en la cena la mayoría de los días de la semana.
Estacioné en mi antigua casa, mirándola con tristeza y deseando
más que en las últimas seis semanas poder abrir la puerta, subir las
escaleras a mi habitación, preparar un plato y estar sola.
En cambio, arrastré mis pies por la calle hasta El pozo.
Nadie se dio cuenta de que entré por la puerta.
No es que me sorprendiera, teniendo en cuenta que la mitad del
equipo de porristas estaba allí, así como una docena de hermanas de
la hermandad. Vi a Kyle y Braden en la cocina preparando tomas con
un grupo de chicas reunidas a su alrededor, y aunque gran parte del
equipo estaba allí, me di cuenta de que Zeke y Clay no estaban, lo que
significaba que Riley y Giana tampoco estarían.
Por mucho que amaba a esas chicas, me alegré de no tener que
poner una cara feliz y fingir que quería ir de fiesta cuando era lo
último que tenía en mente. Gracias a Dios que ambas tenían novios
con los que estaban obsesionadas.
Me abrí paso entre la multitud hasta mi habitación, sonriendo
cuando encontré a Palico hecho un ovillo sobre la ropa que había
dejado en mi cama.
Bostezó y se estiró cuando cerré la puerta detrás de mí en silencio,
y la acaricié hasta que estuvo satisfecha antes de quitarme la ropa y
saltar a la ducha. No hice toda la canción y el baile de lavarme el
cabello y afeitarme las piernas, solo me enjuagué y suspiré con
satisfacción una vez que me puse los pantalones de chándal. Agarré
la camiseta más grande que tenía a continuación, sin molestarme con
un sostén, y me metí un pastelillo «espacial» con sabor a arándanos
en mi boca antes de tirarme en la cama.
No había visto a Leo en mi camino, y me pregunté por un momento
si ya estaría en su habitación con una chica.
Luego, con enojo, me llevé las palmas de las manos a los ojos antes
de ponerme los auriculares para ahogar el ruido de la fiesta.
Y mi cerebro.
Por un tiempo, me senté apoyada en mis almohadas con mi iPad,
dibujando mientras Palico ronroneaba donde estaba acurrucada a mi
lado. Cuando el pastelillo comenzó a hacer efecto, sentí que toda la
tensión del día se desvanecía y mis dibujos se volvieron más fluidos,
más libres.
En algún lugar alrededor de la una de la mañana, me puse de pie y
me estiré, estirando mi espalda con algunos giros rápidos antes de
mirar a la puerta que conducía al final del pasillo. Una pequeña parte
de mí quería unirse a la fiesta ahora, pero la mayor parte no quería
maquillarse ni usar nada con aros o cremalleras de por medio. Podría
haberme ido a dormir, pero no estaba precisamente cansada.
Me dolían los oídos por los auriculares, así que me los saqué y abrí
la ventana, saboreando la brisa fresca y la tranquilidad de la noche.
Luego, antes de que pudiera siquiera pensar en lo que estaba
haciendo, empujé la ventana hacia arriba y me arrastré hacia el techo.
La habitación que me habían dado daba al jardín, y me arrastré
unos pocos metros por encima de mi ventana antes de sentar mi
trasero sobre las frescas tejas, cruzando mis pies descalzos debajo de
mí y apoyándome en mis palmas. La fiesta fue lo suficientemente
ruidosa como para que la música y las risas se derramaran en la
noche, pero aquí fuera era más suave, más lejos, y el suave subidón
que me produjo el pastelillo me hizo sentir ingrávida y feliz.
Por primera vez en toda la noche, me sentí en paz.
—Encontraste mi lugar.
Salté, casi cayéndome del techo cuando me di la vuelta y encontré
una figura sombreada encorvada un poco más arriba en el techo.
Apenas recuperé el equilibrio cuando la sombra se deslizó hacia la
luz de la farola y la mano de Leo salió disparada para asegurarse de
que no me cayera.
No tenía derecho a verse tan bien como a la luz de la luna, y yo
sabía que mi subidón solo lo hacía parecer más apetecible. Su cabello
estaba un poco peinado, pero revuelto por el viento, sus ojos estaban
nublados y cansados, pero de alguna manera tentadores también.
Llevaba un par de vaqueros ligeros en los que no me permitiría
concentrarme por mucho tiempo, y un suéter que se había subido más
allá de los antebrazos para amontonarlo en los codos.
¿Por qué sus antebrazos me excitaban tanto?
Quería poner uno de esos brazos en mi regazo y dibujarlo, quería
tatuarlo, marcarlo permanentemente con mi arte.
Me encogí de hombros una vez que recuperé el equilibrio,
fingiendo que no lo necesitaba para recuperarlo.
—Estabas aquí afuera.
No lo dije con el vitriolo que le escupí antes, sino con una especie
de suspiro decepcionado. Debería haber sabido que la paz no podía
durar.
Ya estaba haciendo mi camino de regreso por el techo y adentro
cuando su mano agarró el hueco de mi codo.
—No te vayas.
Mi piel ardía donde me tocaba, y seguí las líneas de su antebrazo
hasta donde se habían levantado las mangas de su sudadera. No
podía levantar la mirada más alto, pero tampoco me moví.
—Me iré, si quieres estar sola.
—No —dije cuando fue él quien empezó a moverse—. No me di
cuenta de que era tu lugar. Me iré.
—No es necesario. Tú también vives aquí.
—Está bien, solo estaba… —Me calmé, sin saber exactamente lo
que estaba tratando de hacer.
—¿Qué tal si compartimos? —ofreció con una sonrisa,
acomodándose a mi lado—. Y si empiezo a irritarte, lo cual ambos
sabemos que es probable, solo dilo y me iré.
—O podría empujarte desde el techo.
—Esa es otra opción. No es mi favorita, aunque probablemente sea
la tuya.
La comisura de mi boca se levantó un poco cuando me senté de
nuevo sobre mis palmas, con los ojos en el cielo y luego en el jardín.
No sabía por qué me hacía feliz que Leo prefiriera estar en una azotea
que, dentro de una fiesta, pero lo hacía.
Culpé al pastelillo.
—Lamento lo de antes —dijo después de un latido.
Lentamente me volví hacia él, pero mantuvo los ojos en el techo,
con las rodillas dobladas y los codos balanceándose sobre ellas.
—Con las velas —aclaró, aún sin mirarme—. Me excedí.
Suspiré y traté una vez más de culpar a la hierba cuando dije:
—No necesitas arrepentirte. Era yo siendo una mocosa. Hiciste algo
bueno y yo…
—¿No sabías cómo aceptarlo?
Tragué saliva, tronando mi cuello en lugar de una respuesta.
—Siento haber irrumpido en tu habitación y haberte gritado como
una psicópata —dije—. Es solo que… ha sido una noche extraña,
supongo.
—Me gustó que me gritaras —dijo Leo, arqueando una ceja y
finalmente mirándome—. Fue sexi.
Me lamí la mejilla antes de empujarlo lo suficientemente fuerte
como para derribarlo del techo si no hubiera estado preparado para
ello. Se rio, tranquilizándose, y luego ambos nos quedamos en
silencio de nuevo.
—¿Qué pasó?
—¿Mmm? —pregunté.
—Dijiste que ha sido una noche rara. ¿Por qué?
Suspiré ante eso.
—Bueno, me llamaron mis padres, lo cual nunca es bueno. Y estoy
bastante segura de que mi jefe me coqueteó esta noche, así que ahora
me pregunto si el último año de mi vida ha sido un desperdicio.
Me reí entre dientes con la admisión, tratando de restarle
importancia, pero cuando miré a Leo, su expresión era fría como la
piedra, la mandíbula tensa, las cejas en una línea firme sobre sus ojos.
—¿Qué hizo él?
Parpadeé, luego solté una carcajada cuando me di cuenta de que
hablaba en serio.
—Cálmate, Sr. Caballeroso. No fue nada manifiesto. Estoy segura
de que lo estoy pensando demasiado —dije, a pesar de que sentí la
repugnancia de esa mentira deslizándose en mis entrañas mientras
me volvía hacia el jardín—. Y puedo manejarlo.
Leo no parecía feliz con esa respuesta, pero para su crédito, lo dejó
solo, cavilando para sí mismo en lugar de decir lo que fuera que
quería decir.
—También recibí una llamada de Margie antes —dije después de
un rato.
La expresión de Leo se suavizó.
—¿Y?
—Y además del problema del agua, encontraron moho.
—Mierda.
—Sí.
—Bueno, puedes quedarte aquí mientras…
—Ambos sabemos que esta habitación no va a estar vacía por
mucho tiempo —le dije, mirándolo a los ojos.
Tragó saliva, sin confirmar, pero tampoco negar. El campamento
de otoño comenzaría pronto para el equipo, lo que significaba que
quienquiera que estuviera tomando la antigua habitación de Holden
se mudaría, probablemente dentro de una o dos semanas.
—Está bien, voy a conseguir algo —le dije—. Como dije, puedo
manejarme sola.
Un fuerte viento azotó la parte superior de la casa y cayó sobre
nosotros, haciéndome temblar mientras hundía mis rodillas en mi
pecho. Esto era lo que más me gustaba de vivir en Nueva Inglaterra,
cómo los veranos podían traer un calor abrasador, pero también
noches que parecían otoño.
—Mierda hermosa, tienes que tener frío con eso —dijo Leo, como si
acabara de darse cuenta de que llevaba una camiseta. Para ser
honesta, me acababa de dar cuenta de que solo estaba usando una
camiseta, sin sostén, por supuesto. Crucé los brazos sobre mi pecho
en un esfuerzo por ocultar mis piercings, aunque no estaba segura de
por qué.
Luego, sin otra palabra ni oportunidad de que yo respondiera, Leo
se quitó el suéter y me lo entregó.
Lo miré, a él, de nuevo al suéter, y luego me reí.
—¿Qué?
—¿En serio me estás ofreciendo tu suéter en este momento?
Su boca se aplanó.
—¿En serio estás siendo tan terca que no lo aceptarás a pesar de
que claramente te estás congelando?
—Estoy bien —dije, maldiciendo internamente la piel de gallina
que se puso en mis brazos en el momento exacto en que la mentira se
abrió paso en la noche—. Y además, no me quedaría bien.
—¿De qué estás hablando?
Hice un gesto a mi cuerpo.
—¿Me has visto? lo voy a estirar.
—Cierra la puta boca y ponte mi suéter.
Mi boca se abrió.
—¿Cómo diablos…
—Mujer —jadeó, interrumpiéndome, y luego su mano salió
disparada y me agarró por la muñeca. Empujó mi mano a través de
uno de los agujeros para los brazos antes de hacer lo mismo con el
otro, todo mientras luchaba por liberarme sin sacudirme tanto como
para tirarme del techo.
Cuando no me quedé quieta, rápidamente tiró la cosa sobre mi
cabeza y luego agarró el agujero del cuello y me acercó tanto que
pude oler las notas dulces y embriagadoras de tequila en su aliento
cuando dijo:
—Puedes usar el suéter o lo usaré para atarte y calentarte con el
calor de mi cuerpo, en su lugar.
Había un desafío en sus ojos, puntuado con esa sonrisa arrogante
que tanto odiaba. Pero me resultó imposible contraatacar con sus
manos sobre mí de esa manera, con su aliento susurrando sobre mis
labios.
Tragué saliva, empujándolo lejos y cediendo mientras tiraba del
suéter el resto del camino.
—¿Feliz?
—Muy.
Leo se recostó con una sonrisa victoriosa, y negué con la cabeza,
odiando que mientras estaba irritado, también estaba luchando
contra las ganas de desmayarme.
Siempre quise que un chico me diera su chaqueta.
¿Y qué si fuera un suéter en su lugar? Todavía era de Leo. Olía
como él, como un gel de baño picante y hierba verde exuberante en
un caluroso día de verano. Inhalé ese aroma con una sonrisa de ojos
somnolientos, y luego una carcajada salió de mí antes de que pudiera
detenerla.
—¿Qué? —Leo preguntó, mirándome con una sonrisa divertida.
—Nada.
—Nunca te ríes, así que no me digas que no fue nada.
Eso me hizo reír de nuevo. ¿O era el pastelillo? Todo se sentía tan
cálido y encantador ahora que tenía su suéter puesto, ahora que mi
euforia realmente se estaba asentando.
—Nada, es solo… —Me mordí el labio, pero eso no me impidió
derramar lo que sé que habría mantenido encerrado si hubiera estado
sobria—. Cuando era más joven, solía fantasear con que un chico me
diera su chaqueta.
La sonrisa de Leo se asomó.
—¿En serio? ¿Tú?
—Sí, yo —dije a la defensiva, golpeando su pecho—.
Específicamente soñé con que fuera una chaqueta tipo letterman9, con
un chico que me quería tanto que quería que usara algo que me
reclamara así.
Negué con la cabeza ante la estúpida admisión, con las mejillas
sonrojadas.
Luego, me puse seria al recordar que no había sido cualquier tipo
con el que había fantaseado.
Había sido Leo.
Me encontré exasperada por la facilidad con la que mi cerebro me
devolvía al pasado, por la frecuencia con la que lo había estado
haciendo últimamente. Sin embargo, antes de que pudiera decir otra
palabra, Leo saltó y se movió con cuidado por el techo.
—¿Qué estás haciendo?
—Vuelvo enseguida —fue todo lo que gritó por encima del hombro
antes de desaparecer.
Dejé escapar un suspiro, y cuanto más tiempo estaba sola, más me
debatía si volver a entrar a escondidas. Odiaba querer estar allí con

9
Se refiere a las chaquetas que se les dan a los deportistas en escuelas y universidades.
él, amaba el hecho de que estuviera aquí conmigo cuando podía estar
adentro con cualquier otra chica en el campus.
—No seas tonta —me regañé a mí misma, y ya estaba empezando
a quitarme el suéter cuando lo escuché bajando a tientas por el techo
hacia mí.
Me giré justo a tiempo para que él abriera una enorme chaqueta y
me la envolviera por detrás.
No solo una chaqueta.
Su Letterman.
Me congelé cuando la pesada tela me cubrió, mi corazón latía con
fuerza en mis oídos.
—¿Qué estás haciendo? —Creí haberme oído preguntar.
Miré a Leo, quien solo se encogió de hombros y me apretó más la
chaqueta.
—Hacer los sueños realidad.
Mi respiración se intensificó, el corazón aceleró su ritmo hasta que
se sintió como un aleteo en mi pecho. Miré hacia abajo, donde la lana
azul marino me abrazaba, los dedos trazaron hábilmente los acentos
de cuero, los botones, cada pequeña pieza hasta llegar a la letra de
nuestra escuela.
Sabía sin confirmar que su apellido estaba extendido en la parte de
atrás.
Por un momento, volví a tener quince años, flotando en la nube que
Leo Hernández construyó solo para mí. Vivía angustiada y con
mariposas hasta que su nombre iluminó mi pantalla, soñando con su
voz, sonriendo cada mañana cuando veía un mensaje de él esperando
en mi teléfono.
—Te queda bien —dijo Leo, su voz era parte de la bruma.
Pero cuando levanté la mirada para encontrarme con la suya, me
di cuenta de que estaba sonriendo.
Y cuando sus ojos se posaron en mi boca, cuando tragó saliva y me
miró como si quisiera… como si quisiera…
Caí en picado a la tierra de nuevo, aterrizando con un doloroso
golpe.
Apresuradamente, me quite la chaqueta de los hombros, sacando
su suéter por encima de mi cabeza después. No podía respirar, y
mucho menos hablar cuando comencé a bajar a tientas por el techo.
—Mary, espera.
Leo abandonó las capas de él que había derramado sobre las tejas
y me persiguió. Me pasó fácilmente, bloqueando mi ventana antes de
que pudiera pasar por ella.
—Muévete, Leo.
—¿Qué pasó? ¿Por qué te cierras cada vez que trato de acercarme
a ti?
Estaba tan mareada que casi me caigo del techo.
—Por favor, solo muévete.
Leo dejó escapar un suspiro de frustración, pero para mi sorpresa,
hizo lo que le pedí, deslizándose fuera del camino e incluso
ofreciéndome una mano para ayudarme a entrar. Lo ignoré, por
supuesto, pero una vez que mis pies estuvieron plantados en el piso
de madera fría de mi habitación, presionó sus manos en la repisa de
la ventana y se inclinó, evitando que cerrara la ventana.
—¿Por qué me odias tanto?
Todavía estaba teniendo un ataque de nervios interno, pero
afortunadamente mis instintos entraron en acción y me burlé.
—No me preocupo por ti lo suficiente como para odiarte.
—Hablo en serio —dijo, sin desanimarse—. Eres amable con los
otros chicos. Simpática, incluso.
—Sí, bueno, no son cerdos completos.
—¿Y yo lo soy?
Lo miré a los ojos entonces, y al instante me arrepentí. Parecía como
si quisiera arrastrarse a través de esa ventana, a través de mí, como si
quisiera abrirme en dos hasta que pudiera ver todo lo que estaba
escondiendo.
—Solo porque preguntas no significa que tengo que responder —
dije en voz baja.
Alcancé la ventana, lista para cerrarla, pero Leo no se movió.
—¿Puedo tener una segunda oportunidad para corregir lo que sea
que hice mal?
Miré al suelo para no tener que mirarlo a él, y mi corazón latía con
fuerza con el deseo de decirle que sí.
Pero luego me aferré a la verdad en su pregunta.
Ni siquiera sabía lo que había hecho.
Todavía no se había dado cuenta de quién era yo.
—Buenas noches, Leo —susurré.
Sostuve mis manos temblorosas en el marco de la ventana,
escuchando la forma en que su respiración entrecortada coincidía con
la mía hasta que finalmente, sin decir palabra, salió de mi habitación.
Deslicé la ventana para cerrarla sin mirar en su dirección, cerrando
las persianas antes de tener la oportunidad de cambiar de opinión.
—¿Estás seguro de que esto no es demasiado? —preguntó Braden,
examinando la mesa puesta.
Kyle definitivamente había entendido la tarea y la usó como una
excusa para quedarse en la cocina la mayor parte del día mientras
Braden y yo limpiábamos la casa a fondo. La mesa plegable que
normalmente estaba pegajosa por la cerveza y llena de vasos rojos,
ahora estaba limpia y cubierta por un mantel blanco y una gran
cantidad de comida. Todo, desde bruschetta y kebabs de pollo hasta
un risotto de champiñones y un filete de falda al pesto, estaba
distribuido como un buffet. Incluso encendimos velas para darle un
toque elegante.
Deslicé mis manos en mis bolsillos, mirando alrededor de la casa
que estaba más limpia de lo que probablemente había estado nunca.
—Considerando lo que estamos a punto de sugerirle, no lo creo.
—Ella nunca lo aceptará —dijo Braden.
No discutí, porque honestamente, yo pensaba lo mismo. Si Mary
quiso cortarme la cabeza cuando le compré velas o le ofrecí una
chaqueta cuando tenía frío, no había ninguna posibilidad de que
estuviera abierta a lo que estábamos a punto de proponerle.
El recuerdo de la semana pasada en el techo hizo que mi mandíbula
se tensara, y estaba harto de cuántas veces había repetido cada
segundo, preguntándome qué la había llevado a rechazarme. Parecía
que no importaba lo que hiciera para tratar de construir un puente
entre nosotros, solo la enojaba más. Me gustaba cuando
bromeábamos al respecto, cuando bromeaba con ella y ella me lo
devolvía.
Pero a veces, cuando me miraba, veía verdadero desdén.
Y me mataba que no entendía por qué.
Claramente, antes de mudarse con nosotros, pensó que yo era un
jugador, un imbécil, solo otro atleta engreído que piensa que es
demasiado bueno para todos. Y esa fue la personalidad que pinté, la
imagen que me consiguió la chica que quería y me gané el respeto de
mis compañeros de equipo incluso antes de que pusieran un pie en el
campo conmigo. Mi reputación les hizo decidir quién era yo incluso
antes de entrar en la sala, y eso facilitó mantener un primer puesto,
intimidar a aquellos que consideraron luchar conmigo por mi
posición y asustar a cualquiera en el equipo contrario que lo hiciera.
Tenía que tratar de defenderme.
Pero Mary había vivido con nosotros durante un mes y medio.
¿No podía ver a través de la fachada de mierda ahora?
Por todos los pequeños comentarios que le encantaba dejar, sabía
que podía hacerlo.
Y aun así, ella no podía soportarme.
Me enfureció tanto como me hizo decidirme a hacerle cambiar de
opinión.
El recuerdo de ella con mi chaqueta me aliviaba como un bálsamo,
haciendo que una sonrisa se curvara en mis labios cuando la imagen
me vino a la mente. Sus mejillas se habían ruborizado con un bonito
tono de rosa, sus ojos brillaban un poco cuando lo apretó más a su
alrededor. Y al ver mi nombre en la parte de atrás de esa chaqueta,
como si me estuviera envolviendo a su alrededor, como si fuera mía
para reclamarla…
Salí de mis pensamientos cuando la puerta principal se abrió de
golpe. Mary, Giana y Riley entraron con los brazos entrelazados
mientras trataban de recuperar el aliento de la risa.
Era una vista a la que no estaba acostumbrado, Mary toda
despreocupada y divertida. Tenía la cara roja de tanto reírse, el pelo
como una ola dorada donde se le abría sobre los hombros, y,
maldición, si no estaba absolutamente deslumbrante con un vestido
de terciopelo marrón que era tan corto, estaba absolutamente seguro
de que mostraba su trasero si ella se inclinará sobre él. Sus finos
tirantes colgaban sueltos sobre sus hombros, y dejé que mis ojos
recorrieran toda su piel expuesta, apreciando cómo podía usar el
vestido o camisa y pantalones cortos más simples y aun así llamar la
atención debido a la tinta y los piercings que la cubrían de pies a
cabeza.
Eso, y el hecho de que debería tener que usar un letrero que dijera
curvas peligrosas para advertir a los pobres tontos que caminaban
contra las paredes todos los días para que no la miraran
boquiabiertos.
Giana y Riley tenían bolsas de la compra en los brazos y las
arrojaron sobre el cojín de la ventana salediza mientras Mary se
secaba el rabillo del ojo donde se le había formado una lágrima de la
risa. Luego, se enderezó al verme.
Su sonrisa cayó, lo que se sintió como un puñetazo justo en el
estómago. Yo no era una fuente de su alegría, era un ladrón de ella.
Miró a la mesa, a nuestros compañeros de habitación, a mí y luego
a las chicas.
—¿Qué demonios? —Riley dijo, señalando con el dedo a la mesa—
. ¿Qué es esto?
—¿Por qué huele raro aquí? —preguntó Giana, arrugando la nariz.
—Huele a limpio —dijo Mary.
—Exactamente —estuvo de acuerdo Giana—. Extraño.
Kyle salió de la cocina con una cacerola de algún tipo en sus manos
cubiertas con mitones, y la dejó caer en el único espacio libre que
quedaba en la mesa antes de colgar sus manos en sus caderas como
una mamá orgullosa en Acción de Gracias.
—¿Cómo se ve? Cocinamos.
Las chicas parpadearon al unísono, y mientras Riley y Giana
intercambiaban miradas confundidas, Mary solo me miró a mí.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó suavemente.
—¿No podemos hacer algo bueno por nuestra compañera de piso?
—preguntó Kyle, acercándose para pasar su brazo alrededor de ella.
Giana tiró de la tela alrededor de su cintura.
—¿Llevas un delantal?
—Todo buen cocinero lleva un delantal.
—Está bien… no explica por qué llevas uno —reflexionó Giana.
—Cocino todo el tiempo, jódete mucho, y soy muy bueno en eso.
—Kyle se mantuvo erguido, a la defensiva.
Riley se cruzó de brazos y arqueó una ceja con sospecha.
—¿Estás tratando de matarnos o algo así?
—Jesús, Novo —dijo Braden, sacudiendo la cabeza hacia ella.
—¿Qué? Dada nuestra historia, creo que es justo asumirlo —dijo,
gesticulando entre ella y Kyle.
—Esto no se trata de ti —le espetó él.
—Entonces, ¿de qué se trata? —preguntó Mary.
Eso hizo que todos nos quedáramos callados, y pasé mi mano por
mi cabello antes de agarrar mi cuello. Alguien tenía que arrancar la
curita.
Como ella ya me odiaba, pensé que yo era el más adecuado para el
trabajo.
—Blake Russo fue asignado a la casa —dije.
Hubo un latido de silencio, y luego Giana se desinfló y Riley
maldijo.
Mary se quedó congelada.
—Oh —dijo después de un minuto.
—Tratamos de atrasar la fecha —dijo Braden—. Pero con el
campamento a la vuelta de la esquina y el inicio de los entrenamientos
de verano, el entrenador quiere que se asiente.
Mary asintió y luego se colocó la máscara en su lugar y nos
despidió con una carcajada. Era casi mágico, cómo ocultaba su dolor
tan fácilmente, como si lo hubiera estado haciendo toda su vida y
fuera tan natural como respirar.
—Oye, todo está bien. Les agradezco que me hayan dejado
quedarme tanto tiempo como lo hicieron. Resolveré algo.
—Bueno, en realidad —dije, dando un paso adelante—. Estábamos
pensando que deberías quedarte.
Mary frunció el ceño.
—¿Quedarme? Pero acabas de decir…
—En mi cuarto.
Una vez más hubo un largo latido de silencio, y luego Riley soltó
una carcajada.
—Si, bien. Buen intento, Leo.
Giana se inclinó a su lado como si quisiera susurrar, pero aun así
todos la escuchamos cuando dijo:
—Oh, Dios mío. Este es uno de mis tropes favoritos. Dos personas
que se odian, una cama…
—No me quedaré en tu habitación —dijo Mary lo suficientemente
alto como para sofocar la risa de Riley.
—¿Por qué no?
Ella se burló como si yo fuera un idiota.
—Puedes quedarte con la cama, yo me quedo con el sofá.
—No puedes dormir en el sofá —dijo.
—Lo he hecho muchas veces.
—Sí, estará bien —dijo Kyle, dándome una palmada en el
hombro—. Tiene una espalda joven. Vamos, Mary. No puedes irte.
Nos encanta demasiado tenerte aquí.
—Al menos no hasta que tu lugar esté arreglado —intervino
Braden—. Además, ¿qué pasa con Palico? Ella te necesita.
Mary miró entre ellos y sacudió la cabeza con una risa incrédula.
—Chicos, no puedo echar a Leo de su habitación.
Braden le hizo un gesto con la mano.
—Estará bien.
—¿Qué pasa con mis cosas? —ella preguntó.
—Tengo mucho espacio —interrumpo. —Y te prometo que solo
entraré allí cuando tenga tu permiso. Tomaré lo que necesito para mi
día la noche anterior y lo guardaré aquí para no despertarte. Puedo
compartir un baño con Kyle.
—Él puede poner algunas de sus cosas en mi habitación si es
necesario —agregó Braden—. Haremos sitio.
Las cejas de Mary se fruncieron donde me miraba, como si no
pudiera entender por su vida por qué sugerimos esto.
—No queremos que te vayas —dijo Kyle con sinceridad—. Ahora
somos como tus hermanos mayores. Queremos cuidarte y
asegurarnos de que estés bien hasta que tu lugar esté listo.
Tuve que tragarme un resoplido porque lo último que pensaba de
Mary era verla como una hermana.
—Por favor —dijo Braden, y se arrodilló, juntando las manos.
Giana y Riley se rieron. Kyle también. Incluso yo esbocé una sonrisa
ante la vista.
Mary soltó otra carcajada de incredulidad, mirándonos a todos
como si estuviéramos locos. Su mirada se enganchó en mí, y su
sonrisa se deslizó.
—¿Estás seguro de que estás bien?
Esa fue toda la confirmación que mis compañeros de piso
necesitaban para celebrar una victoria.
Antes de que pudiera responder, Braden saltó y saltó en el aire con
un grito mientras Kyle levantaba a Mary como si no pesara nada,
lanzándola sobre su hombro y girando mientras ella se reía y lo
maldecía para que la dejara ir. Se cubrió el trasero con las manos, pero
fue un mal intento, teniendo en cuenta la cantidad de ese bendito
trasero que tenía, y solo me quedaba la decencia suficiente para mirar
hacia otro lado y bajar al suelo mientras escondía mi propia sonrisa
victoriosa.
—Está bien, vamos, comamos —dijo Kyle cuando dejó caer sus pies
en el suelo—. Hice un maldito festín.
—Todavía no estoy segura de confiar en que esto no tenga veneno
—dijo Riley mientras se acercaba a la mesa con cautela.
Kyle la agarró y tiró de ella bajo un brazo, haciéndole un noogie10
mientras luchaba por liberarse. Ella le dio un fuerte golpe en el brazo
cuando lo hizo, y sonreí porque los dos se llevaban bien,
especialmente después de las últimas temporadas. Kyle realmente
nos había gustado a todos, como un perro callejero al que no podías
evitar amar sin importar lo sarnoso que estuviera.
Como si hubiera sentido que la conmoción había terminado, Palico
bajó las escaleras para unirse a nosotros. Mary se inclinó para tirar de
la bola gris de diversión ronroneante en sus brazos. Acarició su pelaje,
escuchando a Braden detallar cómo había encontrado un contenedor
de algo cuestionable debajo de la cama de Kyle mientras limpiaba y
había comenzado a formar una colonia. Hubo reacciones mixtas de
disgusto y risa, y luego todos estaban sentados y apilando comida en
sus platos.
Mary se puso rígida antes de sentarse, con las manos en el respaldo
de una silla. Inclinó la cabeza un poco hacia un lado, luego levantó la
mirada para encontrarse con la mía.

10
Acción de frotar la cabeza con los nudillos.
Traté de sonreír, traté de asegurarle con una mirada que todo iba a
estar bien.
Pero por dentro, todo lo que podía pensar era que estaba
completamente jodido.
Porque dentro de una semana, esa chica estaría en mi cama.
El último trozo de verano pasó volando en una neblina caliente.
Entre la remodelación de nuestra casa, la mudanza de Blake, el
inicio del campamento de otoño y la finalización de Pee Wee, apenas
tenía un minuto libre en el día para cagar, y mucho menos para
cualquier otra cosa. Tan exhausto como estaba, estar ocupado había
sido algo bueno.
Mantuvo mi mente alejada de obsesionarme con mi compañera de
cuarto.
Mary se mudó oficialmente a mi habitación solo unas noches
después de que le presentamos la opción, y aunque dormir en el sofá
había sido un dolor en el trasero, y en la espalda, no fue tan difícil
como ponerse una camiseta y olerla. En todos lados.
Había invadido cada centímetro de mi habitación y baño.
Mary estaba en todas partes. Su pelo, su perfume, sus joyas, su
loción y su esmalte de uñas también. Si bien ella había hecho todo lo
posible para mantenerse alejada de mí, era imposible pasar ni
siquiera un día sin ella en mi mente.
Al menos habíamos encontrado algún tipo de tratado de paz en
todo esto. Si bien ambos estábamos ocupados y no habíamos pasado
más de un momento juntos desde esa noche en el techo, ella volvió a
hacer bromas en lugar de lanzarme puñales con los ojos. Puede que
no haya sido mi mejor amiga, pero al menos parecía agradecida de
que sacrificara mi espacio por ella.
Traté de no ponerme celoso cuando la vi haciendo yoga con Braden
o bromeando en la cocina con Kyle. Hice lo mejor que pude para no
mirar demasiado cuando Blake sintió curiosidad por lo que estaba
dibujando un día, inclinándose sobre ella con una sonrisa curiosa
mientras ella lo miraba como si le encantara que él preguntara.
Estaba claro que ella no quería tener nada que ver conmigo.
Pero dejarla sola era posiblemente la ruta de juego más difícil que
había tenido que recorrer.
Es por eso que estaba agradecido por las llamadas de atención a las
cinco de la mañana, por las prácticas acolchadas, las reuniones con
videos, el entrenamiento de fuerza y el acondicionamiento que me
dejaban lo suficientemente despierto para ducharme antes de
colapsar y hacerlo todo de nuevo al día siguiente. Esto era para lo que
vivía: esa sensación de caída, de fútbol consumiendo cada centímetro
de mi vida. Algunos atletas se estrellaron bajo esta presión, pero
prosperé. Empaca mi agenda con más de lo que un ser humano
normal puede manejar y te mostraré lo imposible.
Aun así, incluso yo estaba agradecido por el pequeño descanso que
el entrenador nos dio a mitad del campamento.
Era sábado, y no solo nos había dejado salir temprano del estadio,
sino que también nos había dado la mañana siguiente libre. ¿La
razón?
Los North Carolina Panthers estaban jugando su primer partido de
pretemporada, y había muchas posibilidades de que llegáramos a ver
a Holden en el campo.
El Pozo estaba repleto para el saque inicial, la mitad del equipo y
algunas de sus novias llenaron nuestro sofá, sillas, puffs y cada
centímetro del piso que pudieron encontrar alrededor de la
televisión. Incluso Mary había reorganizado su horario en la tienda
de tatuajes para poder estar en casa para el juego, y se sentó justo en
el centro del piso en un enorme puff con Riley y Giana a cada lado de
ella.
Habían estado bebiendo desde alrededor del mediodía, así que,
aunque me sorprendió que todavía estuvieran despiertas, no me
sorprendió que estuvieran riéndose y haciendo bromas sobre cómo
los pantalones de fútbol deberían ser ilegales.
Se sintió como una fiesta de Super Bowl en lugar de un juego de
pretemporada que no significaba una mierda, pero para nosotros,
este juego fue más significativo que cualquiera que hayamos visto
antes.
Era nuestro mariscal de campo, un alumno de NBU que realmente
lo logró.
Era una prueba de que, tal vez, también teníamos una gran
oportunidad de convertirnos en profesionales.
Traté de no mirar a Mary desde donde estaba en la cocina mientras
comenzaba el segundo cuarto. Había sido prácticamente imposible
mientras estaba sentada en la misma habitación que ella,
especialmente viéndola tan relajada, feliz y ebria, si no ya borracha.
Recordé cómo solía estar en nuestras fiestas el año pasado, amargada
y cerrada y generalmente buscando la primera excusa para salir
corriendo.
Ahora, parecía que realmente se sentía como en casa, como si
fuéramos una familia.
—Hombre, estoy jodidamente cansado—dijo Zeke, gimiendo un
poco cuando se unió a mí en la cocina y saltó para sentarse en el
mostrador. Entrecerró los ojos, masajeándose el cuello con una mano
mientras con la otra sostenía su cerveza—. ¿Me estoy haciendo viejo
o el entrenador nos está presionando mucho en este campamento?
—Somos un equipo campeón ahora —le recordé—. Más para
probar.
Clay entró para unirse a nosotros, y le lancé una cerveza de la
nevera cuando vi que tenía las manos vacías. Zeke levantó su cerveza
una vez que nuestras latas se abrieron, y los tres las golpeamos juntas
antes de tomar un largo sorbo.
—Se siente raro sin Holden —dijo Clay.
Zeke y yo asentimos, y sentí que esa mezcla entre nostalgia y
náuseas me invadía de nuevo. Me preguntaba si estaría conmigo toda
la temporada, si estaría constantemente atrapado entre absorber
nuestro último año juntos en NBU y recordar todo lo que habíamos
hecho juntos los últimos tres años.
—Cuesta creer que todos iremos por nuestro propio camino pronto
—dije.
—Eh, diferentes equipos, tal vez, pero todos seremos profesionales
—ofreció Clay con un encogimiento de hombros confiado.
Arqueé una ceja.
—Te das cuenta de que las probabilidades de eso son bastante
escasas, ¿verdad?
—Y te das cuenta de que estás en compañía de los mejores
jugadores de fútbol americano universitario de la nación, ¿verdad?
Me reí entre dientes, levantando mi cerveza en un asentimiento. Me
encantó que tuviera confianza, y con su talento, debería serlo. Su
confianza era diferente a la mía, no era arrogante ni medio en broma.
Estaba tranquilo y seguro, como si ya hubiera sucedido.
Aún así, no pude silenciar esa voz realista dentro de mí que
susurraba que solo el uno punto seis por ciento de los jugadores de
fútbol americano universitario llegan a la NFL.
—Yo, eh… en realidad no sé si eso es lo que quiero.
Clay y yo nos dimos la vuelta cuando las palabras salieron de la
boca de Zeke.
—¿Qué? —preguntó Clay—. ¿De qué mierda estás hablando,
hombre? Ese ha sido tu único objetivo desde que te conozco.
—Mucho antes de eso —intervine.
—Sí, no lo sé —dijo, agarrando la parte posterior de su cuello—.
Todavía quiero una carrera en el fútbol, por supuesto, pero… tal vez
me estoy inclinando para ser entrenador.
Clay y yo estábamos demasiado sorprendidos para hablar.
Zeke miró detrás de él antes de mirarnos de nuevo y bajar la voz.
—Yo solo… no sé qué sigue para Riley.
Eso absorbió el aire de la habitación.
—Ella quiere ser profesional tanto como el resto de nosotros —
continuó, sacudiendo la cabeza—. Pero, quiero decir, todos sabemos
que nunca ha habido una mujer en el draft de la NFL.
—Mierda, hombre —dijo Clay, pasándose una mano por el pelo—
. Mi estúpido trasero ni siquiera pensó en eso. He estado hablando
mucho acerca de convertirme en profesional en todos los
campamentos como un maldito imbécil.
—Está bien, está acostumbrada —dijo Zeke—. Cuando llegó por
primera vez al equipo, no creo que quisiera nada más allá de la
universidad, ¿sabes? Tiene una carrera en restauración de arte
esperándola fácilmente. Y ella también sería muy buena en eso. Pero
algo ha cambiado en las últimas dos temporadas. —Hizo una pausa—
. Consiguió un agente, y digamos que el agente no está sugiriendo tan
amablemente que considere la transmisión de deportes si quiere una
carrera cercana al deporte que ama.
—¿Él no cree que ella tenga ninguna oportunidad? —pregunté.
Zeke se burló, encontrando mi mirada con una mirada incrédula.
—Vamos hombre.
Asentí, quedándome en silencio. Riley solo comenzó a jugar al
fútbol por una promesa que le hizo a su hermano, pero al diablo con
ella, era la mejor pateadora con la que había jugado. Le encantaba el
juego, era una gran compañera de equipo y cualquier equipo sería
afortunado de tenerla.
Me enfurecía que tal vez ni siquiera la tuvieran en cuenta.
—Lo siento, hombre —dijo Clay, apretando el hombro de Zeke—.
Pero no creo que ella quiera que te contengas solo porque la NFL aún
no ha abierto los ojos. Ella se abrirá camino y lo sabes. En todo caso,
la molestaría oírte hablar así.
Palico entró en la cocina con un maullido ronco que nos hizo reír a
todos. Clay se inclinó para rascar la pequeña cosa debajo de la
barbilla.
—Tiene razón —dije—. Naciste para jugar al balón, Z, no para
entrenar al margen.
Zeke asintió, pero no tenía nada más que decir. Pude ver en sus
ojos que sentía una cosa por encima de todo.
No quería dejarla atrás.
Pero también sabía que sin importar lo que sucediera después para
ellos, estarían juntos. Algo en eso hizo que me doliera el pecho, y froté
el lugar distraídamente mientras cambiaba de tema.
—Mi mayor pregunta es: ¿ustedes dos van a tomar la ruta que tomó
Holden y poner un anillo antes del draft? Porque necesito saber ahora
para cuántos trajes necesito ahorrar.
Se rieron de mí, pero no me perdí cómo ambos cayeron en una
tranquila contemplación. Estaban locos por sus chicas. No me
sorprendería en lo más mínimo cuando lo hicieran oficial y las
reclamaran de por vida.
—Hablando de eso… —Clay arqueó una ceja hacia mí—. ¿Qué
diablos está pasando contigo y tu nueva compañera de cuarto?
Me sorprendí incluso a mí mismo con la frialdad casual con la que
tomé un sorbo de mi cerveza.
—Bueno, ella no ha tratado de matarme esta semana, así que eso es
bueno.
—Ustedes dos parecen estar a sesenta segundos o menos de follar
en el armario más cercano —dijo Zeke.
—Sí claro. Ella preferiría ser monja —combatí.
Clay se inclinó hacia Zeke.
—Observa cómo no dijo que preferiría hacer otra cosa.
—Estás ciego si no ves que ella también te desea —agregó Zeke—.
La tensión es lo suficientemente fuerte como para romperse, hombre.
—Eso es solo porque ella me desprecia —dije con una tripa pesada.
No pude evitar la forma en que mis ojos se desviaron hacia Mary a
través de la ventana de la cocina entonces, y una mirada a su sonrisa
zumbante, somnolienta y llena de alegría me hizo doler con el deseo
de llevarla escaleras arriba y sujetarla hasta que resolviéramos
cualquier tormenta que había entre nosotros.
Antes de que los chicos pudieran seguir jodiéndome, alguien gritó
desde la sala de estar.
—¡Holden va a entrar!
—¡Oh, mierda! —dijimos al unísono, y luego salimos de la cocina y
luchamos por ser los primeros en volver frente al televisor. Cuando
llegamos a la sala de estar, nos quedamos helados, con una sonrisa
lenta dibujándose en nuestro rostro.
Allí estaba, Holden Moore, trotando para su primera jugada como
mariscal de campo de la NFL.
—Estaré jodidamente condenado —dijo Clay con suave
admiración.
Tuve que aclararme la garganta para tragarme la emoción que me
embargaba en ese momento. Estaba tan jodidamente orgulloso de mi
amigo que sentí que iba a estallar.
Por supuesto, nunca lo admitiría, y para todos los que me
rodeaban, parecía tranquilo.
—Bro ha estado saltándose el entrenamiento de piernas —dije en
voz alta, lo que me valió el coro de risas de mis compañeros de equipo
que quería.
La cabeza de Mary cayó hacia atrás contra el puff, sus ojos
perezosos se concentraron en mí. Entonces pude ver lo borracha que
estaba, e hipó antes de ofrecerme una sonrisa tonta y una mirada que
me dijo que vio a través de mí.
Era tan confuso como esperanzador.
—¡Mira, ahí está Julep! —gritó Giana, señalando la televisión
donde habían mostrado a Julep en las gradas. Mary volvió a levantar
la cabeza, el momento pasó, y todos miramos para ver a Julep con la
camiseta de Holden, el cabello recogido en una cola de caballo, la
sonrisa más brillante que jamás había visto en su rostro y esa
impresionante roca brillando en su dedo.
Durante el resto del cuarto de hora, todos estábamos paralizados
por la pantalla, viendo cómo Holden movía a los Panthers por el
campo. Me di cuenta de que todavía se estaba adaptando a la liga,
que todos sabíamos que sería diferente día y noche de jugar aquí en
NBU. Pero parecía que pertenecía allí, como si no fuera a estar en ese
banco por mucho tiempo.
En su segundo avance, los llevó hasta el suelo para un touchdown,
y todos nos volvimos jodidamente locos.

***
La energía realmente era como un Super Bowl cuando llegó el
medio tiempo, y todos se levantaron de un salto, corriendo para ir al
baño, tomar bocadillos o volver a llenar sus bebidas. Tuve que orinar
tanto que estaba rebotando, y maldije cuando vi que el baño de
invitados de abajo tenía una línea. Salté escaleras arriba a la
habitación de Kyle, pero él estaba usando la suya y me dijo que me
fuera a la mierda, lo que me dio a entender que estaría ahí por un
tiempo.
Vacilante, llamé a la puerta de mi propio dormitorio.
Estaba tranquilo adentro, y después de un rato sin respuesta, abrí
lentamente la puerta para encontrar la habitación oscura y vacía. Me
deslicé dentro, cerré la puerta detrás de mí y me dirigí directamente
al baño.
Gemí de alivio cuando finalmente comencé a orinar, y luego miré
a mi alrededor, con una sonrisa curvándose en mis labios mientras
observaba el desastre en el que se había convertido mi baño. Había
maquillaje en el mostrador y en el fregadero, productos para el
cabello todavía enchufados con los cables esparcidos por todas
partes, alrededor de un millón de productos para el cabello y la cara
de los que no podía adivinar el propósito, spray corporal, joyas y más.
La bomba de Mary había estallado, y ni siquiera podía fingir que
no disfrutaba sentarme entre los escombros.
Me lavé las manos y saqué una toalla limpia para secarlas, y luego
volví a mi habitación, listo para bajar las escaleras.
Me detuve en seco al ver a Mary con la camiseta medio tirada por
encima de la cabeza.
La tela atrapó sus brazos y cabeza mientras luchaba contra ella,
pequeños gruñidos de frustración salían de ella. Cuando finalmente
se la quitó, lo arrojó al suelo como si la hubiera ofendido mucho,
dejando escapar un relincho de caballo como una exhalación.
Con solo un sostén delgado y sus faldas de encaje en capas, levantó
la vista y me encontró mirándola.
No gritó, no saltó sorprendida, no me arrojó cosas en un esfuerzo
por desterrarme de la habitación. Era casi como si me esperara, como
si esperara verme allí. Sostuve su mirada en un esfuerzo por no
devorar su cuerpo, por no permitirme ver el metal perforando sus
pezones o las pecas en su abdomen o la tinta en su pecho, hombros y
brazos.
Con una inclinación perezosa de sus labios, se encogió de hombros.
—No le digas a nadie que me fui sin despedirme.
Las palabras eran una mezcla de consonantes y vocales que apenas
podía distinguir, y una carcajada brotó de mí, suavizando la tensión.
—Tu secreto está a salvo conmigo.
Mary hizo un puchero entonces, su labio increíblemente regordete
sobresaliendo mientras buscaba detrás de ella lo que supuse que era
la cremallera de su falda.
—¿Me puedes ayudar? Tengo que salir de esto —dijo, y luego se
dio la vuelta con las faldas ensanchadas y retrocedió hasta que me
golpeó.
La atrapé a ella y a mi equilibrio antes de que ambos cayéramos de
nuevo sobre la cama, mis manos encontraron su cintura ahora
desnuda.
Tragué saliva, pasando mis nudillos por la suave piel de su espalda
con un gemido que esperaba que no escuchara.
—Uh, tal vez debería ir a buscar a Giana. —Las palabras quemaron
mi garganta mientras las decía.
—Noooo —se quejó, dejando caer su cabeza contra mi pecho—.
Ella hará que me quede ahí abajo y solo quiero irme a dormir. Hazlo
tú —insistió, y luego se estiró en un esfuerzo por mostrarme la
cremallera de su falda, pero terminó simplemente arrastrando su
mano sobre mi polla, en su lugar.
Maldito infierno.
Ahogué un gemido al sentir que me palmeaba, y ella estaba tan
ajena que simplemente dejó caer la mano sobre su muslo con una
bofetada, una de esas exhalaciones de caballo dejándola de nuevo.
No pude evitar reírme de eso.
—Pensé que no bebías mucho —dije mientras le desabrochaba la
falda y trataba de pensar en atropellos y política y cualquier otra cosa
menos el hecho de que estaba desnudando a Mary, que ella me pidió
que lo hiciera.
—Bueno, eres una mala influencia.
—¿Yo?
Cuando las faldas se aflojaron alrededor de sus caderas y cayeron
en un charco a sus pies, suspiró aliviada y arrastré mis ojos hacia la
parte posterior de su cabeza para no mirar su trasero con la pequeña
tanga que llevaba puesta.
Se dio la vuelta y casi cayó sobre mí otra vez, sus manos
presionando contra mi pecho.
—Sí tú.
Tomé un aliento ardiente con ella semidesnuda y en mis brazos, y
luego se deslizó lentamente, dejándose caer en su cama.
No.
Mi cama.
Luchó con las sábanas por un momento antes de quedar enterrada
debajo de ellas, y la vi retorcerse por un minuto hasta que de repente
su sostén salió volando sobre mi hombro.
Mierda. Directo a mí.
Ahora, Mary estaba en topless, en nada más que un trozo de ropa
interior de encaje, envuelta en mis sábanas con sus ojos esmeralda,
vidriosos y su sonrisa perezosa asomándose por encima de las
sábanas.
Forcé una inhalación lenta, una exhalación igualmente lenta, y metí
las manos en los bolsillos para evitar hacer algo estúpido.
—Ven aquí —dijo, extendiendo una mano lo suficiente como para
acariciar la cama.
Tragué.
—No creo que sea una buena idea.
Mary mantuvo sus ojos en mí mientras maniobraba debajo de las
sábanas de nuevo, y luego se quitó la tanga de debajo de ellas,
dejándolas colgando de un dedo por un segundo antes de que
cayeran al suelo.
Casi ronroneó mientras se acomodaba aún más en las sábanas.
—Mucho mejor.
Cada aliento era más irregular que el último de mi dolorido pecho.
Necesitaba irme. Necesitaba apagar la luz y cerrar la puerta y bajar
las escaleras ahora mismo, carajo.
Pero yo estaba congelado en el lugar.
Mary se tapó la cara con las sábanas e inhaló una respiración
profunda y dramática antes de darse la vuelta y suspirar con la misma
profundidad.
—Uf —gimió ella—. ¿Por qué tienes que oler tan bien?
Arqueé una ceja.
—Tus sábanas —dijo cuando no respondí, levantándolas más y
envolviéndose como un burrito—. Dios, huelen tan bien. Y tus
suéteres también.
—¿Has estado usando mis suéteres?
Sacó una mano de debajo de las sábanas con el dedo índice
apuntando hacia arriba.
—Técnicamente, me diste uno primero, por lo que está en las reglas
que ahora está bien usarlos cuando quiera.
—¿Es así?
—Ajá. —Ella asintió hacia arriba y luego hacia abajo bruscamente,
con naturalidad, sus ojos cerrándose como si fuera a desmayarse en
ese mismo momento.
—No me di cuenta de que teníamos un libro de reglas.
Me miró por encima de las sábanas.
—Lo hacemos, pero sigues rompiendo todas las reglas.
—¿Cómo es eso?
—Me compraste velas, me diste tu chaqueta. —Ella empujó su
mano hacia mí—. ¿Y por qué tienes que mirarme así?
—Solo estoy escuchando.
—No, estás parado allí todo estoico, pero lo veo.
Tragué.
—¿Qué ves?
Mary me observó durante un largo momento antes de sentarse, con
el peso en las palmas de las manos, las cubiertas apenas se
enganchaban en las protuberancias de sus pechos y mantenían sus
pezones ocultos a la vista. Su largo cabello se derramó sobre esas
ondas, sobre las sábanas, sus ojos pesados y aturdidos.
—Veo que me devorarías —susurró—. Si dijera la palabra.
Mi pene se sacudió en mis pantalones de chándal, cada músculo de
mi cuerpo se tensó con el esfuerzo de contenerme de hacer lo que
acababa de evaluar. Estaba desnuda en mi maldita cama. Incluso Dios
mismo se rendiría.
—Deberías dormir un poco —me las arreglé para graznar,
dándome la vuelta antes de decir a la mierda e ir en contra de la voz
racional en mi cabeza que me recordaba que estaba borracha y no
tenía idea de lo que estaba haciendo.
La escuché caer de nuevo en el colchón y apagué la luz, dándome
la vuelta justo a tiempo para verla rodar sobre su costado. Abrí la
puerta y Palico entró de un salto, saltando a mi lado y brincando sobre
la cama. Mary sonrió, con los ojos cerrados mientras pasaba las uñas
por el cuello del gato mientras amasaba las sábanas antes de
acurrucarse a su lado.
Me permití observarla solo un segundo más antes de apagar las
luces.
—Ojalá lo recordaras.
Me congelé ante las palabras, frunciendo el ceño confundido
cuando algo afilado y caliente me atravesó la columna.
Me volví lentamente.
—¿Qué?
Pero Mary ya estaba dormida.
Su boca se había abierto en una pequeña o, suaves ronquidos
saliendo de su pecho, el cabello abanicado sobre su rostro.
Después de cerrar la puerta en silencio, di unos pasos antes de
quedarme inmóvil en el pasillo, con una mano encontrando la pared
como si fuera a perder el equilibrio y bajar las escaleras en espiral sin
mantenerme firme.
Mi corazón latía con fuerza. Mis pensamientos se aceleraron. Mi
respiración era superficial y corta.
El sueño no me encontraría esa noche.
Daba vueltas y vueltas y sudaba pensando demasiado en cada
segundo de lo que sucedió en esa habitación.
Pero a la mañana siguiente, cuando Mary se arrastró hasta la cocina
con una camiseta demasiado grande y pantalones cortos, con el pelo
revuelto y el maquillaje de la noche anterior en la cara, me sonreía.
Ella sonreía y se quejaba de que necesitaba comida grasosa y una
botella de Advil, y dibujaba en su cuaderno mientras el resto de
nuestros compañeros de piso también entraban en la cocina.
Se reía cuando comentaban lo borracha que había estado la noche
anterior, y le hacían bromas sobre lo flojo que fue el encuentro con las
pocas chicas que habían invitado y no consiguieron ligar al final de la
noche.
Le decían que era genial, que estaban contentos de que se quedara,
que ahora era parte de la familia.
Y ella se sonrojó y se rio y les decía que no recordaba nada después
del primer cuarto.
—Oh, Dios mío, por favor muéstrame cómo haces eso —dijo Giana
después de que me delineé el ojo izquierdo.
—¿Hacer qué?
—Esa cosa perfecta de ojos de gato. El mío siempre sube demasiado
alto o se inclina demasiado bajo y nunca puedo igualarlos tampoco.
Riley abrió su tubo de rímel.
—Es por eso que omito el delineador de ojos por completo.
—Sí, bueno, no todos podemos lucir tan doradas y hermosas sin
esfuerzo como tú sin un solo gramo de maquillaje, Riley —señalé.
—Cállate, ambas son hermosas —respondió ella, pero no me perdí
la forma en que sus mejillas se tiñeron de rosa con un poco de rubor.
Algo me dijo que ser la única chica en un deporte dominado por
hombres probablemente significaba que no recibía muchos elogios
por su energía femenina, pero la irradiaba y merecía saberlo.
Giana me dio una palmada en el brazo y me tendió el delineador
con una mirada que decía «volvamos al tema en cuestión, por favor».
Era el Chart Day, del cual no tenía ningún conocimiento aparte de
que aparentemente era el día en que el entrenador anunciaba quién
jugaba en qué posición. Riley no dejaba de decir algo sobre un gráfico
de profundidad y Giana había estado hasta la nariz en el trabajo de
los medios toda la semana. Pero esta noche, me sacaron a rastras junto
con el resto del equipo para celebrar el verdadero comienzo de la
temporada.
Una parte de mí había querido discutir, pero estaba tan callada en
comparación con esa parte de mí hace apenas dos meses. Sí, estaba
cansada y en realidad solo quería fumar una pipa y ver una película,
pero al mismo tiempo, estaba emocionada de salir con todos.
Estaba feliz de tener amigas que querían sacarme de la casa, de
tener compañeros de piso desagradables, pero de alguna manera
adorables que me trataban como a una hermana, de que el equipo en
su conjunto me había abrazado. Por primera vez sentí que tenía una
comunidad fuera de la del tatuaje.
Sentí que pertenecía.
El hecho de que realmente no me había sentido tan cómoda en la
tienda desde lo que pasó con Nero también aumentó mi entusiasmo
por salir y desahogarme un poco. Nero no había intentado nada
extraño desde entonces, pero sentí la diferencia, la forma en que me
miraba menos con orientación y más con expectativa. Juré que sentí
que las otras chicas en la tienda también me miraban de manera
diferente, como si pensaran que estaba sobresaliendo demasiado
rápido o recibiendo un trato especial.
Se suponía que ese era mi hogar, mi refugio. Esa tienda había sido
mi fuente de consuelo durante años.
Ahora, se había volcado, y mi consuelo llegaba cuando abrí la
puerta de esta casa al final de cada noche.
Ese pensamiento me golpeó, y una pequeña sonrisa se dibujó en
mis labios mientras le hablaba a Giana para que no apartara los ojos.
—¿Por qué estás sonriendo tan tontamente? —preguntó.
Antes de que pudiera responder, hubo un suave golpe en la puerta.
—¡Adelante! —Riley gritó sin dudarlo.
La puerta se abrió lentamente y me asomé desde el baño justo a
tiempo para ver a Leo inclinar la cabeza vacilante.
Mi estómago dio un vuelco al verlo, especialmente una vez que vio
que nadie estaba indecente y se permitió el resto del camino. Llevaba
una camisa color crema con las mangas arremangadas hasta los
codos, mostrando esos antebrazos que tenía. Juré que eran la fuente
de todas las fantasías que tenía. El cuello estaba desabrochado, sus
collares eran visibles a través de la V del cuello, junto con las
protuberancias musculares de sus pectorales. Los vaqueros que había
combinado con la camisa colgaban deliciosamente de sus caderas, y
seguí la línea de ellos hasta sus pies descalzos.
Jódeme… ¿por qué estaba descalzo usando vaqueros tan
jodidamente sexys?
Me tomé mi tiempo para volver lentamente mis ojos hacia arriba, y
mi mirada se enganchó en su cabello oscuro, en la forma en que
enmarcaba sus ojos dorados y la sonrisa diabólica que lucía tan bien.
—Solo necesito agarrar unos zapatos —dijo, y fue entonces cuando
me di cuenta de que había estado ocupado mirándome mientras yo
pretendía no mirar cada centímetro de él.
Por un momento, nos quedamos allí, mirándonos fijamente
mientras yo sostenía ese estúpido tubo de delineador en mi mano.
Había un recuerdo borroso en la parte posterior de mi cerebro, él
estuvo en esta habitación hace dos semanas cuando estaba borracha
y medio dormida a mitad del juego de pretemporada de Holden. No
podía recordar lo que se dijo, pero mi cuerpo reaccionó visceralmente
al recuerdo, como si siempre lo recordaría incluso si mi cerebro nunca
lo hiciera.
Sacudiéndome, me aclaré la garganta y señalé su armario.
—Por supuesto, adelante.
Él asintió agradeciendo, pero sus ojos no se apartaron de mí hasta
que se metió dentro del armario para agarrar los zapatos que estaba
buscando.
—Creo que vamos a llamar a un Uber pronto. ¿Están listas, chicas?
—preguntó cuando estuvo de pie otra vez.
—Nos encontraremos allí, acabando de terminar —dijo Riley, y ni
siquiera me había dado cuenta de que ella y Giana estaban de pie en
la puerta del baño.
—Genial —le dijo Leo, y luego sus ojos estaban en mí otra vez, su
sonrisa deslizándose. Tragó saliva, su mirada recorriendo toda mi
longitud. Traté de no encogerme bajo el calor, me concentré en
cuadrar mis hombros mientras él observaba mi vestido verde tierra
favorito que hacía que mis tetas se vieran increíbles y también
mostraba todos mis tatuajes en los muslos. Lo encontré en una tienda
de segunda mano mientras compraba con Julep, renunciando a siete
de los dólares que tanto me costó ganar para comprarlo. Ni siquiera
había agregado la chaqueta de cuero o mis botas negras favoritas
todavía. Era uno de mis atuendos favoritos para salir, uno que me
hacía sentir como una perra mala.
Por la forma en que Leo me miraba, supe que había aterrizado la
mirada.
Tosió un poco antes de dirigirse a la puerta.
—Está bien, bueno, nos vemos allí.
Cuando se fue, pasé junto a Riley y Giana al baño y volví a mi
lección sobre el ojo de gato perfecto. Pero apenas pronuncié dos
palabras antes de que Riley interviniera, arrancándome el tubo de la
mano.
—Perra, no nos importa el delineador de ojos. ¿Qué demonios fue
eso? —Señaló la puerta por la que Leo acababa de salir.
—¿Qué? —pregunté encogiéndome de hombros—. Necesitaba
zapatos.
—Oh, creo que lo que necesita es una buena dosis de ti con ese
vestido —argumentó Giana.
Mis mejillas ardieron tan rápido que esperaba que mi maquillaje
escondiera al menos un poco del rojo que sabía que estaba
encontrando mi piel.
—Cállense la boca.
—Cállate y cuéntanos todo —dijo Riley.
Arrugué la cara ante la paradoja de lo que había dicho, pero ya me
estaban arrastrando a la cama. Me sentaron y se pararon frente mí,
con los brazos cruzados y esperando.
—Están siendo tan raras, no pasa nada —dije.
—Mierda —replicó Riley—. No puedes permitir que uno de mis
compañeros te mire así y me cuentes la mentira de que no es nada.
Zeke y yo mantuvimos nuestra mierda escondida durante semanas
antes de que nadie lo supiera. Sé cómo se ve ocultarlo.
—Ídem —dijo Giana, levantando un dedo—. Y ni siquiera tienes el
disfraz de fingir que estás saliendo para cubrirte.
Suspiré.
—No es nada. En realidad. No hemos hecho nada.
Riley arqueó una ceja.
—¿Pero quieres?
Mi corazón se estrujó.
—Es complicado.
—Bueno, no hay momento como ahora para desentrañarlo —dijo
Giana, y saltó a la cama conmigo—. Suéltalo.
Ya estaba abriendo la boca para inventar alguna excusa tonta o
quitármelas de encima cuando algo me dio una fuerte patada en el
pecho. Vino de adentro hacia afuera, como si la esencia misma de
quien yo era se negará a dejarme huir.
Y me di cuenta de que quería decirles.
Nunca se lo había dicho a nadie, sobre todo porque no me sentía lo
suficientemente cerca de nadie para decírselo. Pero ahí estaban dos
chicas que se habían convertido en mis amigas, mis mejores amigas,
y me preguntaban. Querían saber qué estaba pasando. Querían
ayudar.
Así que respiré hondo y les conté todo.
Les conté sobre ese verano, sobre cómo me había enamorado tan
fuerte y completamente de la versión de Leo que conocía en línea. Les
conté sobre sus mensajes de texto y nuestras llamadas telefónicas
nocturnas, sobre los momentos en que deseaba tanto saber quién era
yo. Luego, con un nudo en la garganta, les conté sobre el día en que
me confesé, cómo me rechazó y, finalmente, cómo lo bloqueé y corté
cualquier conexión que nos quedara. Mi voz se volvió un poco más
temblorosa cuando les dije que no tenía idea de quién era yo ahora,
que mi apariencia había cambiado mucho gracias a los aparatos
ortopédicos, mi piel clara y cómo habían crecido mis curvas.
Varias reacciones se arrastraron por sus rostros mientras hablaba,
desde conmoción y emoción hasta ira y dolor y todo lo demás.
Cuando terminé, Riley respiró hondo mientras Giana saltaba de la
cama.
—Está bien, espera, déjame aclarar esto. —Levantó la mano y se
marcó los dedos mientras decía—: Ustedes dos estaban básicamente
enamorados cuando eran adolescentes, le dijiste quién eras y él te
rechazó, luego el tonto ni siquiera recordaba quién eras cuando te
mudaste al otro lado de la calle, luego terminaron convirtiéndose en
compañeros de piso, y ahora él ha sido amable contigo, te da su
chaqueta para que te la pongas y te compró velas y te mira como si te
deseara tanto que tiene que sentarse sobre sus manos para no actuar
a través de todo esto —dijo con un movimiento de su mano alrededor
de la habitación—. ¿Todavía no tiene idea de quién eres?
Me moví en la cama.
—Quiero decir, creo que amor es una palabra fuerte para lo que
teníamos cuando…
—Bah —dijo Giana, despidiéndome enfadada—. Sea lo que sea, es
lo suficientemente fuerte como para tenerte enganchada todo este
tiempo. Y tal vez a Leo también.
—Nunca lo he visto salir con alguien en serio —agregó Riley.
Resoplé.
—Sí, pero eso es porque es Leo. Prefiere follar cualquier cosa con
tetas y piernas que estar encerrado.
—¿Estás segura de eso? —preguntó Riley, y las tres nos quedamos
en silencio, considerando.
Después de un momento, Giana juntó las manos debajo de la
barbilla con las pestañas abanicadas sobre sus grandes ojos.
—Dios, esto es como…
—No empieces a enumerar tus obscenos tropes de libros —le
advertí.
Apretó los labios, la cara se puso roja como si fuera a estallar si no
podía sacárselos.
—No puedo creer esto —dijo Riley con una sonrisa incrédula—.
¿Cuándo vas a decirle?
—No lo haré.
Ambas negaron.
—¿Qué diablos quieres decir con que no lo harás? —dijo Riley, y
Giana negó con la cabeza con la misma idea.
Me puse de pie y pasé mis manos por mi vestido.
—Mira, no recuerda quién soy, lo que demuestra lo insignificante
que era para él. E incluso si lo recordara, fue un completo idiota
conmigo y arruinó toda mi experiencia en la escuela secundaria.
—Parece que sus amigos hicieron eso —señaló Giana.
—Sí. Y se quedó de brazos cruzados y los dejó. Él no me defendió.
Y cuando vio cómo me veía en la vida real, decidió que ya no era
digna de su tiempo. —Solo recordarlo me hizo hervir, y estaba
agradecida por esa ira, porque había estado tan ausente últimamente
que me preguntaba si se había evaporado por completo.
Esa ira era una bendición. Me salvó de ser estúpida.
—Es un imbécil y ya lo superé —dije con firmeza que solo sentía a
medias.
Ante eso, Riley y Giana se cruzaron de brazos en sincronía.
—Claro, claro, es por eso que ustedes dos estaban jodiendo con los
ojos hace un segundo —dijo Riley.
—¿No crees que ha cambiado desde entonces? Quizás ha crecido
un poco —añadió Giana—. Tal vez se merece la oportunidad de
explicarse.
Me mordí el interior de la mejilla mientras ese recuerdo nebuloso
del partido de pretemporada aparecía de nuevo. Supe que estábamos
hablando de algo cuando me metí en la cama, cuando él estaba a
punto de salir de la habitación…
«Dios, ¿qué fue?»
Por mi vida, no podía recordar.
—Miren, las cosas con Leo son demasiado complicadas y me
causan demasiado dolor como para repetirlas. ¿Bien? Es mucho más
fácil para mí recordarme todas las razones por las que lo odio que
pensar en cómo podría haber cambiado.
El rostro de Giana se arrugó ante mi admisión.
—Por ahora, tenemos algo bueno en marcha. Somos amistosos y
estamos cohabitando. Eso es todo lo que quiero. Y —añadí, quitando
mi chaqueta del respaldo de la silla de Leo—: Salir y pasar un buen
rato con mis chicas esta noche.
No parecían complacidas con mi insistencia en dejar el tema, pero
afortunadamente lo hicieron.
Y después de aplicar rápidamente el lápiz labial y los toques de
última hora, salimos por la puerta y nos dirigimos al bar.
Me sentía como una bomba lista para detonar al menor
movimiento.

Algo letal se agitó en mis venas mientras bebía en el bar con mis
compañeros de equipo, un poco demasiado atento a la puerta
mientras esperaba que Mary entrara.

No podía ubicar mi agitación, no podía entender cómo había


logrado estar completamente bien con Mary hasta esta noche. Había
sobrevivido esa noche en mi habitación con ella desnuda en mi cama,
mantuve mis manos quietas y no la presioné cuando dijo que no
recordaba nada. Me había contentado con vivir en esta paz entre
nosotros, sabiendo que eso era todo lo que obtendría de ella.

Pero verla con ese vestido esta noche, ver la forma en que me miró,
cómo su piel se tiñó de rosa… Me había conectado lo suficiente como
para entrar en combustión.

Tenía que tenerla.

Como mínimo, tenía que disparar mi tiro, decirle que la quería y


no retroceder. Yo tampoco la dejaría esconderse. Si ella no quería
tener nada que ver conmigo, tendría que decírmelo a la cara, y por la
forma en que me miró, supe que incluso si pudiera pronunciar las
palabras, serían una mentira.

Por lo general, estaba dispuesto a jugar al juego del gato y el ratón.


Lo encontraba divertido, tentador y me encantaba lamer mis dulces,
antes de finalmente devorar mi premio al final.
Pero con Mary, ya no tenía el control para seguir jugando, para
actuar sin ser afectado por ella.

Yo era un jodido salvaje.

El nudo en mis costillas se relajó un poco al verla atravesando la


puerta con Riley y Giana, los tres corriendo directamente a la barra
por bebidas. Tomé un largo sorbo de la mía mientras los observaba,
mirando a Mary con ese maldito vestido de nuevo.

Ya la había visto usarlo antes, pero fue cuando vivía con Julep y no
quería tener nada que ver conmigo. En aquel entonces, había echado
un vistazo rápido y pensé «maldita sea». Pero ahora, sabía cómo se
veía ese cuerpo en pantalones de chándal y una camiseta holgada.
Sabía cómo se veía con el cabello desordenado y sin maquillaje.

Y por alguna razón, eso hizo que mi sangre bombeara aún más
fuerte al verla arreglada, al conocer ambas versiones de ella.

Vibré con una posesión que no tenía derecho a sentir.

—Entonces, ¿realmente vas a hacer tu movimiento esta noche, o


nos vas a hacer sufrir otro mes la incómoda tensión entre ustedes dos?

Parpadeé, apartando la mirada de Mary para encontrar a Braden


sonriendo satisfecho a mi lado.

Tomó lo último de su cerveza con una mirada expectante.

—Ninguno de nosotros es estúpido, Hernández.

—Tampoco estamos ciegos —agregó Kyle desde donde estaba en


un juego de dardos con Blake—. Aunque, a veces desearía estarlo
para no tener que presenciar cómo suspiras tan malditamente.

Braden se rio entre dientes, levantando la mano para apretar mi


hombro.

—Por nuestro bien y el tuyo, dile a la chica cómo te sientes.


—Si no lo haces, lo hare yo aprimera hora de la mañana —agregó
Kyle con una sonrisa antes de lanzar el dardo y dar en el blanco
perfecto.

—Si quieres mantener esa mano con la que acabas de lanzar, lo


reconsiderarás.

Tanto él como Braden se rieron de mi amenaza, compartiendo una


mirada como si hubieran ganado solo porque admití que su pequeño
comentario me afectó.

Me encogí de hombros ante Braden y me di la vuelta para encontrar


a Mary de nuevo, preparándome para acercarme y hablar con ella.
Pero cuando la encontré, ya no estaba con Giana y Riley.

Estaba con un chico.

No solo un chico, sino un grupo de ellos, y algunas chicas también.


No tuve que mirarlos más de una vez para hacer una suposición
educada de que eran sus compañeros de trabajo, cada uno de ellos
cubierto de tinta y metal.

El que hablaba con ella era alto y corpulento, con el pelo largo
recogido en un moño y una espesa barba. Ella se rio de algo que él
dijo, lo que hizo que se me erizara el vello de la nuca y que mi sangre
bombeara un poco más fuerte.

Luego, puso su mano en la parte baja de su espalda.

Todo el ruido de la barra se apagó con ese contacto, mis ojos se


pegaron a donde su palma se extendía sobre su piel. Noté que un par
de chicas de pie a la izquierda de ellas también notaron el agarre
íntimo. Una de ellas entrecerró los ojos, le dio un codazo a su amiga
y asintió hacia donde estaba el chico suavemente, casi
imperceptiblemente, acercando a Mary un poco más.

Casi me rompo un diente por lo fuerte que apreté los dientes, y me


alejé de ellos antes de que pudiera torturarme observando por más
tiempo.
¿Quién diablos era ese?

Nunca había mencionado a un novio, ni siquiera a alguien de quien


estuviera enamorada en la tienda. De hecho, la única vez que habló
de un chico fue cuando dijo que su jefe se le había insinuado.

Espera, ¿era su jefe?

Eché un vistazo por encima del hombro, tratando de recordar si ella


había dicho algo sobre su aspecto, pero no lo había hecho.

Y no importaba quién era.

Él tenía sus manos sobre ella, y eso solo fue suficiente para hacerme
considerar ir a la cárcel.

Forcé una inhalación, expulsando mi frustración y dando un paso


adelante para tomar el siguiente juego de dardos. Solo necesitaba
esperar hasta que estuviera con Riley y Giana de nuevo, o sola, y
luego podría ir a hablar con ella. No necesitaba ser un jodido imbécil
e irrumpir ahora, especialmente no cuando estaba viendo rojo con ese
tipo tan jodidamente cerca de ella.

Mi plan funcionó, durante aproximadamente una hora.

Pero cuando jugué suficientes dardos para que me ardiera el brazo


y tomé otro balde de cervezas solo para encontrarla todavía rodeada
por el mismo grupo, perdí la paciencia.

A la mierda.

Me abrí paso entre la multitud con ella como mi objetivo,


ignorando a Clay cuando trató de llamarme para disparar, y a una
chica con la que había tonteado la temporada pasada que trató de
agarrarme del brazo cuando la pasé. Acababa de quitármela de
encima cuando Mary se dio media vuelta y me vio acercarme a ella.

Su sonrisa se mantuvo en su lugar.

No se apartó de mí, no me dio una mirada que dijera que no quería


que la molestaran o volver con quienquiera que estuviera hablando.
Solo sostuvo mi mirada mientras me dirigía hacia ella, sonriendo y
acomodando su cabello detrás de una oreja.

Fue como la división del mar, la forma en que la multitud parecía


moverse para mí entonces. Y toda la música, la conversación, las risas
y el sonido de los vasos chocando entre sí, todo se desvanecía en el
fondo a medida que me acercaba a Mary.

En el momento en que la alcancé, casi se había alejado del grupo


con el que estaba, y el tipo que hablaba a su lado se detuvo ante su
falta de concentración, siguiendo su mirada hacia donde yo estaba.

Dios, ella estaba impresionante.

La tela verde de su vestido la abrazaba en todos los lugares


correctos, mostrándome cada lugar donde podía agarrarla y
sostenerme. También prendió fuego a la esmeralda de sus ojos, y esos
iris brillaron con curiosidad cuanto más tiempo estuve allí.

—Oye —dije.

Estúpidamente.

Ella sonrió hacia sus botas antes de mirarme a través de su cascada


de cabello.

—Leo, estos son algunos de mis amigos del trabajo.

Mary hizo un gesto a los chicos y chicas a su alrededor, quienes


inclinaron sus barbillas mientras ella recitaba sus nombres.

—Este es mi jefe, Nero —terminó, y seguro como la mierda, era el


tipo que había estado colgándose descaradamente de ella toda la
noche.

Su mandíbula estaba dura cuando extendió una mano hacia la mía.

—Tú debes ser el compañero de piso.

—Uno de ellos —le dije, recordándole que no era el único chico que
la cuidaba en este bar. Probablemente debería haberme sentido
intimidado por cómo se elevaba sobre mí, pero no lo hice, y apreté su
mano tan fuerte como él apretó la mía—. ¿No hay nadie para tatuar
esta noche?

—Tuve algunas citas canceladas, por lo que algunos decidimos


tomarnos la noche libre —dijo, luego le sonrió a Mary antes de pasar
su brazo alrededor de ella—. Simplemente por casualidad
terminamos en el mismo bar que Mary J aquí.

Creí ver la sonrisa de Mary convertirse en algo un poco más


incómodo, pensé que se veía un poco rígida donde la sostenía contra
él. Esa bomba dentro de mí comenzó a funcionar de nuevo.

—Nero me acaba de decir que cree que estoy lista para empezar a
atraer a mis propios clientes.

Mi enojo disminuyó un poco ante sus palabras, y le sonreí


genuinamente.

—¿En serio?

—Ella ha estado lista —dijo Nero, radiante—. Cada piel que ha


tenido se ha ido feliz. Pero ahora, tendrá su propio lugar.

No le quité los ojos de encima.

—Eso es… asombroso —dije, deseando tener mejores palabras para


el orgullo que se hinchaba en mi pecho por ella—. Felicidades, Mary.

Ella se sonrojó.

—Gracias.

Sentí el mismo control sobre nosotros al que ambos habíamos


sucumbido en mi habitación antes, como si no nos importara una
mierda que hubiera alguien más a nuestro alrededor. Nos quedamos
allí, mirando, esperando que el otro dijera la primera palabra.

No iba a perder mi oportunidad esta vez.

—¿Podemos hablar? —pregunté.


Pero Mary no tuvo la oportunidad de responder antes de que Nero
la empujara detrás de él como si fuera una especie de barrera.

—En realidad, estábamos a punto de jugar un partido de billar y


Mary está en mi equipo.

—Estoy bastante seguro de que Mary puede responder por sí


misma —le dije, sin dejar de mirarla.

Ella abrió la boca para hablar, pero él la interrumpió de nuevo antes


de que pudiera.

—Y estoy bastante seguro de que no necesitas ser un imbécil al


respecto.

—No estoy siendo un imbécil, solo pregunté si podíamos hablar —


le dije, finalmente mirándolo.

Él rio.

—Sí, apuesto a que quieres hablar. Tu rostro cuenta una historia


diferente.

—Nero —dijo Mary, tirando de su manga. Parecía que no podía


creer que acababa de decir eso—. Está bien, solo será un segundo.

—No, no está bien —se burló Nero—. Porque este tipo está
fingiendo ser un caballero ofreciéndote su cama cuando está claro
como el día que tiene otra agenda.

—Eso es jodidamente gracioso viniendo de ti —le respondí.

Los ojos de Mary se agrandaron.

—Leo —me regañó ella.

Sus compañeros de trabajo estaban sintonizados ahora, y vi que


algunos de ellos compartían miradas inquisitivas ante mi comentario.
Las dos chicas que habían estado observando la mano de Nero en la
espalda de Mary antes parecían particularmente intrigadas, y me hizo
preguntarme si Nero no era solo un acosador con Mary.
—¿Qué? —le pregunté a Mary, pero mis ojos seguían clavados en
los de Nero—. ¿No quieres que sepan que tu jefe se pasa de la raya y
te pone en situaciones incómodas cuando no hay nadie más cerca?

Apenas pude pronunciar las palabras antes de que Nero me


corriera como si estuviera listo para pelear. Nos encontramos en el
medio, pecho con pecho, ambos furiosos mientras sus amigos se
apiñaban detrás de él y mis compañeros de equipo comenzaban a
flanquear mis costados. Clay y Zeke eran los más cercanos, y saber
que me respaldaban solo aumentó mi confianza un poco más.

—Es suficiente —dijo Mary, deslizándose entre nosotros y


empujándome con fuerza hasta que no tuve más remedio que dar un
paso atrás—. ¡¿Qué demonios te pasa?!

—¿A mí? —Casi me río, pero cuando la miré y vi un enojo sincero,


mi boca se abrió con incredulidad—. ¿En serio?

—Creo que ya no eres bienvenido, niño —dijo Nero por encima de


su hombro.

Esbozó una sonrisa torcida ante la palabra «niño», y cuando volví a


mirar a Mary y la encontré mirando al suelo, evitando el contacto
visual y sin decir una maldita palabra en mi defensa…

Me di cuenta de que él tenía razón.

¿Qué diablos esperaba?

Mary me odiaba. Lo había dejado muy claro desde el momento en


que nos conocimos el año pasado cuando vivía con Julep. No
importaba lo que hiciera para probarle que no era quien ella pensaba
que era. Incluso ahora, ella me toleraba en el mejor de los casos,
callándome cada vez que intentaba cruzar la línea que había trazado
entre nosotros.

Pero esa noche, en mi habitación…

Ella estaba borracha.

Estaba borracha y no recordaba ni un segundo.


Mordí mi mejilla, asintiendo mientras retrocedía, mientras deseaba
que Mary me mirara. Le supliqué en silencio que me detuviera, que
se pusiera de mi lado, que me defendiera a mí y a ella misma.

Pero no lo hizo.

Y cuando no pude soportar verla rechazarme por más tiempo, me


giré, abriéndome paso entre la multitud hacia la salida para poder
explotar sin llevarme a nadie en la carnicería conmigo.
Leo no había dado ni cinco pasos por la puerta antes de que yo
también la empujara.

—¡Leo!

No se detuvo, y no tenía ni idea de adónde iba, considerando que


estaba irrumpiendo en un estacionamiento lleno de autos que no le
pertenecían. Todos habíamos tomado Ubers. No tenía adónde correr,
esconderse.

—Leo, maldita sea, detente —llamé de nuevo, y esta vez se detuvo,


los dedos se cerraron en puños a los costados antes de que lo viera
tomar una respiración profunda. Sus manos se relajaron un poco, y
las arrastró por su cabello antes de mantenerlas sobre su cabeza, aún
de espaldas a mí.

El estacionamiento estaba vacío, excepto por algunos fumadores


que pasaban el rato afuera del bar. No nos prestaron atención
mientras colgaba las manos en mis caderas, esperando que Leo dijera
algo. Los músculos de su espalda se tensaron lo suficiente para que
pudiera ver incluso a través de su camisa, como si tuviera derecho a
ser el enojado ahora después de lo que acababa de decir.

—¿Qué diablos fue eso? —Le pregunté cuando no habló.

Lentamente, con calma, Leo se dio la vuelta.

Me inmovilizó con una mirada ineludible.

—Estaba tratando de hablar contigo y luego traté de defenderte


cuando no lo hiciste tú misma.
—Estás bromeando, ¿no? —Lancé mi mano hacia la barra—. Eras
tú haciendo el ridículo frente a todos con los que trabajo.

—¿Porque dije la verdad?

—Porque te metiste en mi trabajo, en mi carrera. ¿Sabes cuánto he


trabajado por el respeto en esa tienda? ¿Te das cuenta de lo que
podrías haber arruinado con esos pequeños comentarios que hiciste?

—No arruiné nada —dijo con confianza, señalando detrás de mí a


la barra—. Ese tipo es el que está arruinando todo. Y en caso de que
aún no te hayas dado cuenta, él no te va a dejar ir. Quiere un pedazo
de ti y está muy seguro de que lo conseguirá.

—Oh, ¿y puedes ver todo eso al encontrarte con él una vez?

—Lo supe antes de conocerlo. Lo supe cuando me dijiste en el techo


lo que pasó entre ustedes dos.

—¡Pero tú no estabas allí cuando sucedió! Ni siquiera sé si pasó


algo. —Un suspiro de frustración salió de mí—. Yo… probablemente
leí demasiado, y no ha pasado nada extraño desde entonces, pero
ahora…

—No hagas eso —dijo, sacudiendo la cabeza. Dio un paso tentativo


hacia mí, sus ojos se suavizaron un poco—. No dudes de ti misma
como ese acosador quiere que lo hagas.

Mis palabras se detuvieron en mi pecho, y tragué, cruzando mis


brazos sobre mí.

—Mira, lo que me pase no es asunto tuyo.

—¿Qué pasa si quiero que lo sea?

Silencio.

Un silencio que era tan ensordecedor que lo sentí en lo más


profundo de lo que yo era.

Cayó sobre nosotros como un paracaídas, descendiendo


lentamente hasta que nos rodeó por completo y nos escondió del resto
del mundo. Mi pulso reverberó a través de cada célula de mi cuerpo,
el aire entre nosotros era una cosa viva. Y cuando Leo dio otro paso
vacilante hacia mí, su nuez de Adán balanceándose con fuerza en su
garganta, perdí la capacidad de respirar.

—Di algo —suplicó.

Mi corazón retumbaba en mis oídos cuando sacudí la cabeza, y


tuve que mirar hacia abajo, lejos de él.

Por un momento, Leo se quedó quieto, esperando.

Luego, gruñó con frustración, dándose la vuelta hasta que se alejó


de mí otra vez.

—Leo —dije, su nombre quebrando mi voz.

Jadeé por la sorpresa cuando se giró hacia mí de nuevo, tirando de


su cabello antes de empujar sus manos hacia mí, sus ojos salvajes.

—¡No puedo hacer esto, Mary! —Su respiración se estremeció a


través de las palabras—. Te deseo. Sé que tú también lo sabes.

Mi corazón se estremeció hasta detenerse.

Una cosa era asumirlo, pero escucharlo decirlo…

—Yo no…

—No mientas —dijo, su voz ahora más tranquila, más suave. Dio
otro paso hacia mí—. Tú lo sabes. Puedes sentirlo. Tú también me
quieres, pero por alguna razón sigues jugando este jodido juego.

Me quedé conmocionada en silencio, pero por dentro sentí que el


volcán silbaba, abrasaba y rugía cobrando vida. Cada palabra que
decía engendraba más, el sabor de la ceniza en mi lengua mientras
hervía a fuego lento y se agitaba.

—Maldita sea, mujer —dijo, sacudiendo la cabeza.

Mi pecho estaba en llamas. Mi respiración era vapor caliente.


—¡Estoy loco por ti! —Leo agarró su cabello de nuevo antes de que
sus manos se estiraran hacia mí—. ¿No puedes ver eso?

—¡Lo estuviste una vez antes y ni siquiera te acuerdas!

Allí estaba.

La erupción.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, la nariz picaba cuando levanté mi


mirada para encontrarme con la suya. Mi respiración era tan
demacrada ahora que presioné una mano contra mi dolorida caja
torácica como si pudiera calmarla, como si pudiera domar la lava
fundida que me quemaba por dentro.

No había vuelta atrás ahora.

Leo simplemente inclinó la cabeza hacia un lado, frunciendo el


ceño, la confusión se apoderó de él.

—¿Qué?

Negué con la cabeza, girándola hacia un lado para enfocarme en


un auto al azar en lugar del estúpido chico parado frente a mí. El
movimiento hizo que dos gruesas lágrimas cayeran en cascada por
mis mejillas y las sequé, cruzando los brazos sobre el pecho.

—Hace dos semanas, en mi habitación… —Leo respiró las palabras


lentamente—. Tú… dijiste que desearías que recordara…

Cerré los ojos de nuevo, las lágrimas ardían detrás de mis párpados
donde me negaba a liberarlas.

Se sintió como si hubiera pasado una eternidad, pero cuando volví


a mirar a Leo por casualidad, estaba pálido.

Cada línea en su rostro se había suavizado, sus ojos muy abiertos,


la mandíbula floja. Me miró fijamente, pero era como si no me
estuviera viendo en absoluto.

Era como si estuviera en otro lugar, en otro tiempo completamente


diferente.
—Tú… —gruñó, y luego sacudió la cabeza, parpadeando
hábilmente antes de que sus ojos encontraran los míos—. ¿Stig?

El apodo estaba justo por encima de un susurro cuando lo dejó,


pero se sintió como un cuchillo en mi pecho.

Tragué.

Asentí.

Y luego dejé escapar una exclamación ahogada de sollozo cuando


él se lanzó hacia mí y me arrastró a sus brazos.

***

Una ciudad entera se derrumbó dentro de mí, enterrando mi


dolorido pecho y mi corazón tartamudo en los escombros mientras
alcanzaba a Mary y la atraía hacia mí.

Mi siguiente aliento quemó aún más que el anterior cuando la


aplasté contra mi pecho, pero la sostuve solo un momento antes de
retirarme para mirarla. Pasé una mano por su cabello sedoso,
ahuecando la parte posterior de su cabeza mientras mis ojos buscaban
cada curva y línea de su rostro. Observé sus pecas, sus brillantes ojos
verde invierno, sus labios temblorosos.

Mi otra mano recorrió la línea de su cuello, su piel caliente al tacto


mientras trazaba su clavícula y luego subía hasta su mandíbula. Mi
corazón estaba en mi garganta mientras pasaba mi pulgar por sus
mejillas, memorizando el puente de su nariz mientras lo trazaba,
memorizando sus labios carnosos cuando mi pulgar los encontraba a
continuación. Su respiración era tan superficial como la mía, su
calidez se reflejaba en las yemas de mis dedos mientras la asimilaba.

Me atraganté con el primer aliento limpio que había tomado desde


que la perdí.

Envolviéndola con fuerza en mis brazos de nuevo, mis manos


fueron de su cabello a su espalda, sobre sus brazos, hasta enmarcar
su cuello y abrazarla aún más para que pudiera sentir que era real,
que estaba aquí.

Era un sueño y una pesadilla a la vez.

—¿Cómo? —susurré, sin saber si la pregunta era para ella, para mí


o para el universo. Tiré de ella hacia atrás, enmarcando sus brazos
con mis manos y dejando que mis ojos la recorrieran antes de
aplastarla contra mí de nuevo—. ¿Cómo?

Nunca quise dejarla ir.

Nunca la dejaría ir.

Ya lo había decidido, mis brazos se apretaron alrededor de ella, mi


pecho se hinchó con esa posesión que se había construido incluso
antes de que supiera quién era ella.

¿Cómo no sabía quién era ella?

Mi mente se aceleró con los recuerdos de ese verano, de cómo me


dejó sin explicación, del dolor del que pensé que nunca escaparía.
¿Cómo podría estar ella aquí?

Y si sabía que era yo… ¿por qué no dijo nada antes?

Fruncí el ceño mientras pensaba en el último año y medio, desde


los comentarios que me lanzaba cuando vivía con Julep hasta cada
momento de vigilia que había vivido en El Pozo. Me dolía el cerebro
mientras trataba de reconstruirlo todo.

«Ojalá recordaras…»
Sus palabras resonaron en mi alma, pero no pude entender nada de
eso.

No me di cuenta de que Mary estaba llorando hasta que sollozó,


presionando sus manos en mi pecho y poniendo espacio entre
nosotros. Volvió a cruzar los brazos por encima de la cintura, como si
quisiera proteger sus lugares más vulnerables de mí.

—Yo… no entiendo —logré finalmente, ansiando atraerla hacia mí


otra vez, pero me contuve—. Mary, ¿sabías que era yo todo el tiempo?

—Por supuesto.

El shock se estrelló contra mí, mi mandíbula se abrió.

—Yo… ¿por qué no dijiste algo? ¿Por qué…? —Tragué saliva, y


luego las preguntas que había enterrado durante tanto tiempo
salieron a borbotones espontáneamente—. ¿Qué pasó? ¿A dónde
fuiste? ¿Por qué desapareciste?

Era su turno de parecer confundida.

—¿Desaparecer?

—Justo después de que comenzara la escuela —le recordé—. Inicié


sesión y vi tu nombre de usuario, pero luego simplemente…
desapareciste. Te llamé, pero no respondiste. Mis mensajes de texto
no te llegaban. Yo…

Mary parpadeó, la ira hirviendo a fuego lento en sus ojos verdes.

—¿Estás jugando algún tipo de maldito juego en este momento?

La forma en que me miró, como si yo fuera una especie de villano…

Me mató y también me confundió hasta el infinito.

—¿Qué? No… —comencé, pero ella me interrumpió.

—Me rechazaste —escupió, y no me perdí cómo las lágrimas


brotaron de sus ojos de nuevo, pero no las dejó caer—. Te dije quién
era yo. Te di los dibujos que me pediste que te hiciera. Yo… puse todo
en juego, y me miraste y decidiste que no era suficiente.

Estaba tan desesperado por abrazarla que no pude luchar más.

—Mary, yo nunca…

Pero se apartó de mí antes de que pudiera tocarla.

—Lo hiciste —ella se enfureció, pero su ira fue sofocada por el


dolor—. Lo hiciste, Leo. ¿En serio no te acuerdas?

Negué con la cabeza, tan confundido que no pude hacer nada más
que parpadear.

—¿Fanática del porno con cara de grano? —Ella levantó las cejas,
esperando.

Fruncí el ceño, rastreando mis recuerdos, porque algo que ella dijo
desencadenó algo distante. Cerré los ojos, alcanzándolo. Fuera lo que
fuera, estaba tan borroso, tan minúsculo en mi archivador de
recuerdos que era como buscar un recibo arrugado alojado en algún
lugar entre miles de hojas de papel.

Me dolía la cabeza por lo mucho que traté de alcanzarlo.

Y entonces, recordé.

Estaba brumoso, un día en el que no había pensado dos veces


incluso cuando era más joven. Pero recordé vagamente a una chica
que me dio un cuaderno en la escuela después de la práctica. No tenía
idea de quién era ella. No podía recordar nada sobre cómo se veía, el
color de su cabello, lo que vestía, nada. Y definitivamente no sabía su
nombre, ni siquiera entonces.

Todo lo que recordaba era sentirme incómodo, solo queriendo


alejarme antes de que cualquiera de los idiotas de mi equipo pudiera
empeorar las cosas para cualquiera de nosotros.

La realidad de lo que realmente era me golpeó tan fuerte que


tropecé hacia atrás.
—Oh, Dios —logré decir, sacudiendo la cabeza. Levanté mi mirada
hacia la de Mary—. ¿Esa eras tú?

—Vete a la mierda, Leo —dijo, girando sobre sus talones.

Se alejó de mí, pero la perseguí, rodeándola y bloqueándola para


que no fuera a ningún otro lugar.

—Mary, lo juro por la vida de mi madre, no lo sabía.

—¿Me estás diciendo que viste lo que te dibujé y no hizo clic? ¿Tú
y yo, un mando de Xbox, las estrellas?

No lo hizo. No recordaba nada de lo que había en ese cuaderno.

—Yo… yo no sé qué decir. Fui un idiota, un maldito niño, ¿de


acuerdo? Pensé que eras una chica al azar enamorada de mí y tenía
miedo de que mis amigos hicieran de tu vida un infierno, así que
simplemente te dejé pasar. Quiero decir, no sabía que eras tú, pero…

—Lo hicieron —dijo ella, su labio inferior temblando—. Hicieron


de mi vida un infierno viviente. Y no hiciste nada al respecto.

—No lo sabía. —Las palabras eran un grito, una súplica.

—Entonces, ¿no viste los malditos volantes que imprimieron de mi


cara y mi dibujo? ¿No entendiste el apodo que me dieron del que
nunca escapé?

Esta vez, realmente no podía ubicar de qué estaba hablando.

—¿Qué? ¿Cuándo?

—¡Justo después de que sucediera!

Fruncí el ceño, sacudí la cabeza y luego la agarré de los brazos y la


sostuve para que me mirara, para que viera la sinceridad en mis ojos
cuando le dijera la verdad.

—Mary, no noté nada en todo ese maldito año, ¿okey? Estaba


enfermo por perderte. Estaba… ni siquiera sé, paralizado por tu
pérdida. Apenas aprobé mis clases ese semestre. Tuve la peor
temporada de fútbol de toda mi vida. Pasé cada minuto despierto que
no estaba en la escuela o en la práctica tratando de encontrarte.

Trató de burlarse y sacudirme, pero la sostuve con fuerza, llevando


cuidadosamente mis nudillos a su barbilla y levantándola para
mirarme de nuevo.

—Nunca te habría lastimado a propósito —juré, y recé para que ella


lo sintiera, que me creyera—. Pero lamento haberlo hecho. Lo siento,
Mary. Lo siento tanto, mierda.

Su rostro se deformó, como si mis palabras la hubieran atravesado,


y supe sin pensarlo mucho que tenía que haber estado esperando
años para que yo las dijera. Mientras yo la echaba de menos,
deseándola, ella intentaba recuperarse del lado más feo de mí. Me
mataba siquiera considerarlo, saber que esos tipos a los que había
llamado amigos la habían hecho sufrir.

Que yo la había hecho sufrir.

Había lastimado a la única chica que alguna vez me había


importado, todo sin siquiera saberlo.

Mi estómago se revolvió ante la idea, y tuve que abrazarla. Tuve


que abrazarla y rezar para que sintiera quién era yo en realidad, para
que creyera que nunca le habría hecho esto si lo hubiera sabido.

La atraje hacia mi pecho, cerrando los ojos con fuerza mientras la


abrumadora sensación de haberla encontrado se apoderó de mí.
Estaba rígida en mis brazos al principio, pero luego se derritió, sus
manos en puños en mi camisa. La apreté más fuerte, deseando tanto
besar la coronilla de su cabeza, pero refrenándome solo porque sabía
que tenía un largo camino por recorrer para recuperar su confianza.

Si alguna vez la tuve en primer lugar.

—¿Realmente no lo sabías? —preguntó, su voz ahogada por mi


camisa.
—Te lo juro, Mary. No tenía ni idea. Si lo hubiera hecho, te habría
tomado en mis brazos y te habría reclamado para que todos lo vieran.

Ella bufó, enterrando su cabeza en mi pecho.

—No, no lo habrías hecho.

Fruncí el ceño echándome hacia atrás, deslizando la yema de mi


pulgar por donde una lágrima había atravesado su mejilla.

—¿Estás loca? Lo significabas todo para mí.

—Sin embargo, lo vi en tu cara cuando nos conocimos. No fui lo


suficientemente buena para ti.

Volví a inclinar su barbilla, encontrando su mirada con la mía.

—Eras demasiado buena para mí. Fui un idiota por no ver que eras
tú.

La verdad de eso me golpeó como un maremoto, el hecho de que


nos había hecho pasar años de miseria a ambos porque no me di
cuenta…

Negué con la cabeza, decidido a no insistir en el pasado, en los


errores que no podía recuperar.

Ella estaba aquí ahora, y tenía la oportunidad de luchar por ella.

Moriría antes de dejarla escapar entre mis dedos otra vez.

—Ven a casa conmigo —le dije, buscando en sus ojos brillantes—.


Sé que tengo mucho que demostrarte, mucho dolor que sanar, mucho
que explicar. —Tragué—. Déjame empezar esta noche.

Mary rodó sus labios juntos, sus ojos moviéndose entre los míos.

Afortunadamente, ella asintió.

Y cuando tomé su mano en la mía, la parte de mí que había estado


extrañando durante años en silencio encajó en su lugar.
Me desperté tarde a la mañana siguiente, me dolía el cuerpo como
si hubiera corrido una maratón, me dolía la garganta y tenía los ojos
hinchados y en carne viva. Leo y yo nos habíamos quedado
despiertos hasta casi el amanecer. Hablamos un poco, pero ambos
estábamos tan agotados por las emociones que expulsamos fuera del
bar que, en su mayoría, simplemente existimos juntos, como si
ninguno de nosotros pudiera creer que habíamos encontrado el
camino de regreso el uno al otro.

Sabía que no podía.

Nunca consideré contarle a Leo lo que pasó. Para mí, ese barco
había zarpado, y lo pondría firmemente en la caja de los idiotas en los
que nunca más se confiaría. Sabía que no se había dado cuenta de
quién era yo ahora, que había perdido peso y arreglado mis dientes y
aclarado mi piel de una manera que me hacía ver como una persona
completamente diferente.

Pero anoche, cuando la verdad salió a la luz… Nunca esperé que


dijera que no sabía que era yo hace tantos años.

Lo había considerado, una vez, esa noche que cocinó tostones para
mí. Pero había sido un pensamiento tan breve y estúpido que lo
aparté tan pronto como se dio a conocer.

No podía creer que tenía razón.

Mi cabeza todavía daba vueltas con todo lo que me había revelado


la noche anterior cuando hice una mueca y me levanté para sentarme
contra la cabecera.
Ni siquiera recordaba a Leo saliendo de la habitación. Lo que sí
recordaba, lo que nunca olvidaría, era la expresión de su rostro
cuando me juró que no sabía que era yo el día que pensé que me había
rechazado.

Todo este tiempo, pensé que él lo sabía.

Pensé que me había mirado y estaba asqueado.

Así que lo bloqueé, lo quemé, lo eliminé de cada centímetro de mi


vida y me aseguré de que no hubiera ni una grieta para que volviera
a entrar.

Me sentí mal ahora que me di cuenta de que si hubiera hablado con


él, si le hubiera pedido que me explicara por qué me rechazó… habría
descubierto que no lo hizo. No precisamente.

¿Qué hubiera pasado entonces?

¿Cómo habrían sido nuestras vidas si él hubiera sabido que era yo?

Tal vez él todavía me habría rechazado. Tal vez estaba mintiendo


anoche cuando dijo que se habría aferrado a mí y nunca me soltaría.
¿Cómo podía decir eso, cuando ni siquiera recordaba realmente cómo
me veía o quién era?

Pero tal vez…

Tal vez hubiéramos estado juntos.

¿Habríamos salido juntos, tomados de la mano en el pasillo? ¿Me


habría puesto sus camisetas en los partidos y me habría envuelto en
su chaqueta a altas horas de la noche?

¿Habríamos roto, tomado caminos separados después de que el


amor joven se consumiera como sucede tan a menudo?

¿Estaríamos juntos todavía?

Gemí, hundiendo las palmas de mis manos en mis ojos y tirando


de mis rodillas hacia mi pecho. Tenía tantas náuseas que no quería
arriesgarme a moverme más que eso.
Hubo un golpe suave en la puerta, y luego, antes de que pudiera
responder, se abrió lo suficiente para que Leo mirara adentro. Se
detuvo al verme, algo ilegible en su expresión antes de empujar la
puerta el resto del camino.

Mi corazón se aceleró en mi pecho, una mezcla de anhelo y calidez


combatida por el miedo.

Su cabello era un desastre absoluto, probablemente por la cantidad


de veces que se pasó las manos por él la noche anterior. Incluso con
sus ojos rojos e hinchados como los míos, parecía un sueño acogedor
en sus pantalones de chándal, las mangas arrancadas de la camiseta
vieja y andrajosa de NBU que usaba, su caja torácica visible a través
de los agujeros abiertos y sus collares brillando alrededor de su
cuello. Tenía una taza de café en cada mano, el líquido humeaba
cuando caminó con cuidado y me entregó una.

Se me calmó el estómago con solo tenerlo cerca, al ver que no se iba


a ningún lado, que ya sabía quién era yo y que no corría.

—Gracias —susurré, con la voz todavía cruda.

—Me imaginé que tenías que estar tan cansada como yo —dijo,
vacilante, sentándose en el borde de la cama. Me vio tomar un sorbo,
mis ojos se cerraron con un zumbido.

El café tenía crema de avellana.

—Espero que te guste ese sabor —dijo—. Recuerdo que


mencionaste que extrañabas la crema que tu papá siempre tenía en
casa, pero no podía recordar qué era.

—Toffee —dije—. Pero esto es maravilloso. Gracias.

Mi corazón se estrujó al pensar en él despertándose temprano y


yendo a la tienda a comprar crema para mi café.

—¿Has dormido? —preguntó.

—Un poco.
Asintió.

—Sí, yo tampoco dormí mucho.

Observé donde mis dedos se curvaban alrededor de la taza, y


darme cuenta de que él también sabía cómo me gustaba mi café, más
cremoso que cualquier otra cosa, me hizo querer sonreír tanto como
me hizo querer acurrucarme como una bola y sollozar.

—Ojalá pudiera arrastrarme dentro de tu mente ahora mismo —


dijo en voz baja.

Dejé escapar un suspiro de risa.

—No es un lugar bonito.

Leo me observó por un momento más antes de dejar su taza en la


mesita de noche, tomando la mía a continuación y haciendo lo mismo.
Envolvió mis manos con las suyas, el calor de su piel descongelando
mis dedos helados.

—He pensado en un millón de cosas que quiero decirte —dijo—.


Pero siento que nada de eso es suficiente.

Me quedé en silencio, dejándolo trabajar a través de la niebla en su


cabeza que sabía que tenía que sentirse tan espesa y pesada como la
mía. Solo el hecho de que él estuviera aquí me dio más esperanza de
la que debería tener. Quería maldecirme a mí misma por ser estúpida,
por creerle, pero luego me di cuenta de que esa era la parte de mí que
me convenció de que Leo era este idiota testarudo durante los últimos
siete años.

Ahora que sabía la verdad, se sentía como tratar de desenredar una


telaraña tan gruesa y pegajosa que se pegaba a mi alma cada vez que
intentaba tamizarla.

Sus ojos iban y venían entre los míos.

—Desearía poder decirte lo que significaste para mí en ese entonces


sin sonar como un completo psicópata.
Me reí.

—Oye, te guardé rencor durante siete años. Creo que soy yo quien
está loca.

—No he sentido por ninguna chica lo que sentí por ti.

Sus palabras hirvieron a fuego lento como miel caliente en mis


venas, pero me reí de ellas, mirando hacia abajo, donde sus manos se
entrelazaban con las mías.

—Oh, sí, ¿con ninguna de las cien?

—Hablo en serio —dijo con seriedad, y bajó la cabeza hasta que me


encontré con su mirada de nuevo—. Yo… no puedo creer que te
lastimé.

Tuve que apartar la mirada de nuevo ante eso.

—Todo este tiempo pensé…

No terminó la oración, y cuando volví a mirarlo, estaba mirando


donde su pulgar dibujaba una línea en mi muñeca, su ceño fruncido,
una línea profunda grabada en su frente.

—¿Cómo te demuestro que he cambiado? —Leo levantó sus ojos


hacia los míos—. Que soy más de lo que crees que soy, lo que solía
ser.

Mi corazón se retorció, la fuerza era tan poderosa que me retorcí


debajo de ella.

Cuando recordé los últimos meses en esta casa con Leo, no podía
pensar en nada que quisiera que él cambiara. Su amabilidad fue más
de lo que merecía, incluso cuando traté de no verla o de convencerme
de que todo era pura apariencia. Quería tan desesperadamente creer
que él era este horrible ser humano… y me convencí con éxito durante
tanto tiempo.

Pero ahora, el saber la verdad…


Respiré hondo, desesperada por aligerar el ambiente, por traer de
vuelta la facilidad con la que solíamos bromear.

—Ay, no lo sé. Supongo que puedes empezar tatuándote mi


nombre en el pecho —bromeé.

Pero cuando volví a mirar a Leo, su rostro estaba completamente


serio.

—Okey.

Solté una carcajada, empujándolo juguetonamente.

—Estaba bromeando.

—Yo no.

—No te vas a tatuar mi nombre.

—No me importa lo que sea. Tíntame con lo que quieras.

Me lamí el labio inferior con diversión, cruzando los brazos sobre


mi pecho.

—¿Tienes algún tatuaje?

—Ni uno.

—¿Te das cuenta de que son permanentes?

—Sí.

—¿Y que duelen?

Se chupó los dientes ante eso.

—Venga, me tiran al suelo y me golpean regularmente linieros


defensivos de 130 kilos.

Me mordí el interior de la mejilla, observándolo en busca de una


señal de que estaba mintiendo, pero no encontré nada.

—Hablas realmente en serio.


—Realmente. Vamos —dijo, poniéndose de pie y extendiendo su
mano hacia la mía—. Vamos a hacerlo.

—¿Ahora?

—Ahora mismo.

Apenas conseguí otra risa antes de que me sacara de la cama.


Cada onza de arrogancia que tenía se había drenado en el segundo
en que la aguja zumbó a través de mi esternón.

Mary había comenzado lo que sea que estaba tatuando en mi piel


en la parte superior de mi pecho, y aunque me había picado, era
manejable. Un pequeño dolor casi agradable que me hizo sentir como
si pudiera sentarme en esta silla todo el día sin siquiera retorcerme
un poco.

Ahora, se sentía como si tuviera un cuchillo vibrante en sus manos


y lo estuviera arrastrando a través de la piel y el hueso,
destripándome como un pez.

Siseé en otro aliento que contuve hasta que ella tomó un pequeño
descanso para arrastrar la toalla de papel doblada en sus manos sobre
mi piel, y juro que dolía casi tanto como el tatuaje mismo. Mi carne se
sentía en carne viva, casi como si tuviera una quemadura de sol
reciente y ella estuviera frotando papel de lija sobre ella.

—Eres un bebé —dijo riéndose, y la forma fácil en que sus labios se


curvaron me dijo que estaba disfrutando verme sufrir.

No es que la culpara.

—Se siente como si estuvieras raspando el hueso.

Se rio de nuevo, pero yo estaba demasiado ocupado conteniendo la


respiración para unirme a ella cuando empezó de nuevo.

—Simplemente no te concentres en eso. Háblame, cuéntame una


historia o algo.
—¿Esperas que forme oraciones ahora mismo?

Apreté los dientes, y luego dejé que toda la tensión se fuera cuando
ella retiró la aguja para descansar otra vez.

Cuando no me retorcía de dolor, estaba memorizando todo sobre


el aspecto de Mary en ese momento. Su cabello estaba recogido en un
moño desordenado en la parte superior de su cabeza, los ojos aún un
poco rojos y subrayados en círculos oscuros de nuestra noche juntos.
Me gustó ver la prueba de lo que sucedió en su rostro, que no fue un
sueño. Me gustaba aún más que me marcara de forma permanente,
que fuera real y que estuviera a punto de tener pruebas de su
existencia para siempre.

Sus manos estaban cubiertas por guantes negros, y observé con


fascinación cómo preparaba todo para nosotros, desde la plantilla que
le dije que no quería ver cuando la transfirió del papel a mi piel, hasta
la desinfección de las agujas y configurar su estación antes de
encender su arma y ponerse a trabajar.

Estaba en su elemento, y era un lado completamente nuevo de ella.

Había visto su escudo sarcástico que usaba tan fácilmente, había


escuchado sus insultos burlones con facilidad. Pero en esta tienda, se
mostró diferente: la barbilla en alto, los hombros relajados, tranquila
y segura de una manera que solo alguien realmente cómodo consigo
mismo y con lo que hace puede ser.

Por dentro, ella podría haber sido un maldito manojo de nervios


por lo que yo sabía.

Pero desde mi perspectiva, ella era una profesional.

Hubo un poco de tensión cuando entramos por primera vez en la


tienda, especialmente cuando Nero me vio entrar en su espacio. Pero
me importaba una mierda él o lo que hubiera ocurrido entre nosotros
la noche anterior. Ahora que tenía la oportunidad de luchar por Mary,
estaba dispuesto a arriesgarlo todo, incluido mi orgullo.
En nuestro camino, ella me explicó cuánto la molestó eso, la forma
en que actué con Nero en el bar. A sus ojos, no era yo quien se
enfrentaba a un acosador por ella. Era su carrera la que estaba en
peligro, su reputación en juego.

Eso, lo entendí.

Entonces, caminé directamente hacia él y me disculpé, estreché su


mano y le expliqué que estaba fuera de lugar. No importaba que
todavía quisiera hundir mi puño en su maldita nariz, o que todavía
sintiera que la posición en la que puso a Mary estaba jodida. Este
lugar, y por lo tanto estas personas, eran importantes para ella. Así
que lo respetaría y mantendría la boca cerrada.

Por ahora al menos.

Cada vez que miraba hacia donde Nero tenía su propio cliente, lo
sorprendí mirándonos. Estaba seguro de que Mary lo vería solo como
un artista del tatuaje que observa a su aprendiz y se asegura de que
no la cague.

Yo sabía que no.

La aguja que vibraba en mi pecho de nuevo me hizo apretar los


dientes.

—Tú habla —me las arreglé para decir—. Distráeme.

—¿De qué quieres que hable? —preguntó con calma, sonriendo un


poco mientras limpiaba la mezcla de tinta y sangre de mi piel.
Cuando sonreía así, con tanta naturalidad, tiraba de un hilo atado a
lo más profundo de mis entrañas.

¿Cómo no supe que era ella?

El pensamiento se había repetido en mi mente toda la noche y


también todo el día. Me estrujé el cerebro sin piedad, hurgando en él
en mi intento desesperado por recordar ese día, por recordarla a ella.
Pero no pude, no más de lo que hice anoche, de todos modos.
Fue tan cruel, cómo su vida se había derrumbado ese día por mi
culpa, y ni siquiera me había dado cuenta. Y mi vida también había
cambiado, pero fue porque la perdí. La perdí por mi propia maldita
mano.

Pensando en cómo mi equipo la había tratado después, cómo me


había roto tanto que ni siquiera me había dado cuenta…

E incluso si lo hiciera en ese entonces, no me importaba. No podía


importarme nada ni nadie más que la chica en línea que me había
dejado como un fantasma en la noche.

Todo era tan desgarrador que hacía difícil pensar con claridad.

Inhalando un respiro de vuelta al presente, traté de mirar hacia


abajo a lo que Mary me estaba tatuando, pero lo cubrió con su mano.

—¡Sin espiar!

Me reí entre dientes, dejando que mi cabeza cayera contra la silla


de nuevo.

—Tu nombre de usuario —dije—. Octoestigma. ¿Qué demonios


significa?

Su sonrisa floreció.

—En griego antiguo, estigma es la palabra para tatuaje.

—¿En serio?

Ella asintió.

—En cierto modo apropiado, considerando la visión general de los


tatuajes a lo largo de los siglos.

Sumergió la punta de su aguja en un capuchón lleno de tinta negra,


que me explicó que era una forma de recargar la tinta, antes de
comenzar de nuevo.

—¿Y la parte del octo?

—Solo creo que los pulpos son geniales como la mierda.


Sonreí.

—Explica por qué dibujas tantos de ellos.

—Bueno, expulsan tinta, así que obviamente eso me atrajo —


explicó—. Sueños de ser un artista del tatuaje y todo. Pero también
son súper jodidamente inteligentes. Y dos tercios de sus neuronas
están en sus malditos brazos, y, por cierto, son brazos, no tentáculos.

Levanté la mano en fingida rendición.

—Nunca volveré a cometer el error.

Sus ojos brillaron un poco mientras sonreía y continuaba


trabajando, y tuve que admitir que escucharla hablar me estaba
ayudando a no concentrarme tanto en el dolor.

—Tienen tres corazones, lo que pensé que era bastante genial. Pero
creo que la conexión que realmente hice fue con el hecho de que con
tres órganos bombeando sangre hacia ellos y ocho brazos que
esencialmente tienen mente propia, deben sentirse atraídos en tantas
direcciones diferentes, ¿sabes? Como si estuvieran hechos de
demasiado para ser confinados en un pequeño ser.

Hizo una pausa, limpiando mi piel, sus ojos flotando hasta los
míos.

Me podía relacionar con eso, sintiéndome como ocho personas a la


vez, especialmente en ese momento de mi vida.

—Y entonces, eras Octoestigma.

Ella sonrió para confirmarlo, se recostó en su silla y se tronó el


cuello.

—¿Quieres tomar un pequeño descanso?

—No, estoy bien. Sigue con la tortura.

Mary puso los ojos en blanco, pero luego volvió a sumergir la aguja
antes de volver a colocarse sobre mí.
Dejé que mi mirada se arrastrara por cada centímetro de su rostro,
notando cómo tenía una línea entre las cejas debido a la
concentración. Sin embargo, todo lo demás era suave y sereno.

Una vez más, busqué y busqué, esperando que algún tipo de


reconocimiento me golpeara, que mi estúpido cerebro juntara a la
chica que me tatúa ahora con la que me mostró su alma cuando yo
era un adolescente tonto. Esperé a que me diera cuenta, a que de
repente viera la cara de esa joven, cómo estaba peinada, qué cuaderno
sostenía, el dibujo, todo eso.

Pero no podía ubicarla.

No podía recordar nada específico sobre ese día, sobre ese


momento que me había parecido tan insignificante, pero que había
significado todo para Mary.

Bueno, eso era mentira.

Recordé ese día, pero no por la misma razón. Mi vida cambió más
tarde esa noche, cuando inicié sesión y Mary me bloqueó de
inmediato, cuando la llamé y ella no respondió, cuando todos mis
mensajes de texto quedaron sin respuesta.

Nunca me di cuenta de cómo reaccionaron mis amigos ante la chica


que me mostró su cuaderno porque estaba demasiado ocupado
obsesionado con la chica que me borró de su vida aparentemente sin
ninguna razón.

La realidad de todo esto me hizo desear tanto una máquina del


tiempo que mataría por una.

—Deja de mirarme así —dijo Mary, devolviéndome al presente.

—¿Como si te devoraría si dijeras la palabra?

El arma se detuvo sobre mi piel, y ella palideció antes de que sus


ojos se dispararan hacia los míos.

—¿Qué?
—Eso es lo que me dijiste —le recordé—. Cuando estabas borracha
hasta la médula durante el partido de pretemporada.

—No —dijo, alejándose y tapándose la boca con una mano. Sus ojos
se duplicaron en tamaño—. No, por favor dime que estás bromeando.

—No —dije con una sonrisa victoriosa—. Para ser justos, tu


evaluación fue acertada.

Dejé que mis ojos trazaran un resplandor sobre su piel, desde


donde su propio tatuaje en el esternón se unía con las protuberancias
de sus pechos hasta donde sus caderas formaban un delicioso corazón
desde su cintura.

Cuando deslicé mi mirada hacia arriba, su rostro estaba sonrojado,


pero mojó la aguja en tinta y volvió a tomar posición. El dolor había
disminuido un poco, casi como si mi cuerpo se hubiera adaptado a la
invasión.

—Bueno, aparte de ese dato vergonzoso, me refería a la forma en


que me estabas mirando hace un momento. —Ella me miró solo un
segundo ante de que sus ojos regresaran a donde estaba trabajando—
. Como si te recordara todo lo que lamentas.

Me tragué las ganas de decirle que eso era en parte cierto.

—Entonces, ¿volvemos a la mirada devoradora? —pregunté,


arqueando una ceja.

Sonrió y sacudió la cabeza, concentrándose en el tatuaje y sin decir


una palabra más.

***

Le tomó cinco horas en total a Mary dejar su marca, y cuando


terminó, limpió el exceso de tinta y sangre con una sonrisa orgullosa
en sus labios. Parecía un poco cansada, pero de la forma en que solo
un artista puede estar después de completar otra obra maestra, como
si hubiera dejado un poco de su alma en mí.

Me encantaba pensar en eso, que sin importar lo que pasara


después, ella siempre existiría en mí de alguna manera.

—Está bien —dijo ella, sentándose y admirando la pieza—. ¿Listo


para verlo?

Con cuidado, me levanté de la mesa y la seguí hasta el espejo de


cuerpo entero pegado a la pared cerca de su puesto. Bloqueó la visión
de mí mismo, dándose la vuelta para mirarme y mordiéndose el labio
mientras sus ojos escaneaban donde acababa de tatuarme.

—Espero que no lo odies —dijo, y su verdadera preocupación se


abrió camino a través de la broma con la que trató de ocultarlo.

—Hazte a un lado, Stig —dije, agarrándola por los brazos y


arrastrándola fuera del camino.

No me perdí la forma en que sus mejillas se enrojecieron ante el


apodo, cómo su sonrisa floreció con él también. Pero cuando me vi en
el espejo, mi atención se desplazó por completo a la tinta en mi pecho.

Todos los músculos de mi cara se aflojaron, el asombro me golpeó


como un relámpago.

—Mierda, Mary.

La piel todavía estaba un poco roja y enojada por haber sido


apuñalada un millón de veces durante las últimas cinco horas, pero
debajo de la ligera hinchazón estaba el tatuaje de pulpo más
impresionante que había visto en mi vida.

La tinta oscura del contorno era limpia y precisa, pero el sombreado


de la cabeza, de cada tentáculo, de las pequeñas ventosas y la piel
texturizada, eso fue lo que robó el espectáculo. Nunca lo diría en voz
alta, pero fue mucho mejor de lo que esperaba.
Era el tipo de tatuaje que presumirías, el que me haría un artista
que había estado practicando durante décadas, no uno que ni siquiera
tenía oficialmente su propia silla todavía.

Levanté los dedos para trazar la tinta, pero ella apartó mi mano de
un golpe.

—No pongas tus manos mugrientas sobre mi nuevo tatuaje —


dijo—. Se infectará. Necesito ponerle una segunda piel, pero quería
que lo vieras primero.

Negué con la cabeza mientras observaba cada detalle en el espejo,


acercándome aún más. No era pequeño, pero tampoco gigantesco. La
cabeza estaba justo en el medio de mi esternón, con los brazos
extendidos sobre mis pectorales y hacia abajo para tocar la parte
superior de mi abdomen.

—¿Agregándolo a tu lista de arrepentimientos? —Mary preguntó


desde donde estaba parada detrás de mí.

Mis ojos encontraron los suyos en el espejo, y tragué saliva. La


emoción se apoderó de mi garganta.

—Es perfecto —le dije.

La comisura de su boca se levantó, pero luego se miró las manos y


se encogió de hombros

—No he hecho una pieza de pecho antes. El esternón era un poco


más duro de lo que pensaba, y la forma…

—Es perfecto —dije de nuevo, y esta vez me giré para mirarla, y sin
pensar dos veces en quiénes estaban a nuestro alrededor o en el hecho
de que no debería haberme sentido lo suficientemente cómodo para
hacerlo, deslicé mis manos hacia arriba para enmarcar su rostro e
inclinando sus ojos para encontrarse con los míos—. Sé que has
estado preocupada por tu estilo, pero puedo decirte con confianza
que no tienes nada de qué preocuparte. Porque este tatuaje está
impresionante. Está de puta madre. Jodidamente increíble.
Maravilloso —dije mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. Y me
encanta.

Una sonrisa victoriosa la encontró entonces.

—¿De verdad?

—De verdad. Pero espero que te des cuenta de lo que has hecho,
porque ahora quiero que marques hasta el último centímetro de mi
piel.

Ella se rio de eso, soltándose de mi agarre y caminando de regreso


a su estación para comenzar a limpiar.

—Los tatuajes son adictivos.

Pero mientras limpiaba mi pieza y la cubría con una segunda piel,


dándome todas las instrucciones de cuidado posterior, la observé con
la verdad vibrando a través de mi pecho.

Era ella quien era la adicción.


Después de tomar un bocado rápido para comer, Leo y yo
arrastramos nuestros traseros de regreso a El Pozo. El agotamiento de
la noche anterior combinado con la descarga de adrenalina del tatuaje
me hizo bostezar cada dos segundos, y una mirada a Leo cuando nos
quitamos los zapatos en la puerta me dijo que él sentía lo mismo.

Estaba tranquilo en la casa, y miré la hora en mi teléfono.

—Un poco temprano para que todos ya estén dormidos.

—Mañana es nuestra primera práctica real con la tabla de


posiciones establecida —me recordó Leo—. El entrenador comenzará
a patearnos el trasero al amanecer.

—Supongo que eso significa que tú también deberías dormir un


poco.

—No debería ser un problema —dijo con un bostezo.

—¿Quieres la cama esta noche? Me siento tan mal de que todavía


estés en el…

Leo cortó mis palabras con un giro de sus ojos antes de extender la
mano, enganchó mi muñeca en su mano y tiró de mí hacia él.

—Estoy bien, Stig —dijo con una sonrisa dirigida hacia mí—. Y me
gusta tenerte en mi cama.

Escalofríos brotaron de donde su aliento susurró a lo largo de mis


labios hasta mi columna vertebral.
Su cuerpo presionado contra el mío, su agarre sobre mí tan cómodo
y confiado, como si lo hubiera hecho un millón de veces, como si yo
no perteneciera a ningún lado si no fuera en sus brazos.

Tragué saliva cuando me apartó el pelo de los ojos y lo metió detrás


de una oreja.

—¿Está bien que te llame así?

Mi corazón dio un vuelco antes de acelerar el doble. Todo lo que


pude hacer fue asentir, porque toda mi conciencia se concentró en
dónde una de sus manos sostenía mi cintura, la otra acunaba mi
mandíbula.

De repente, ya no estaba cansada.

Observé cómo la garganta de Leo se agitaba con un trago grueso,


como si acabara de darse cuenta de lo cerca que estábamos también.

Lentamente deslizó su mano detrás de mi cuello, atrayéndome


hacia él para abrazarme.

—Gracias por esta noche —dijo en voz baja.

Cerré los ojos, inhalando su aroma mientras mis dedos se


enroscaban en la tela de su camiseta.

No podía estar segura de cuánto tiempo estuvimos así, pero supe


que cuando finalmente puso espacio entre nosotros, me sentí tan
mareada que tuve que apoyar una mano en la pared para no caerme.

—Bueno —dije—. Pues, buenas noches.

Leo metió las manos en los bolsillos.

—Buenas noches.

Subí las escaleras aturdida, de alguna manera logré cepillarme los


dientes y lavarme la cara antes de quitarme la ropa y ponerme la
camiseta más grande que tenía. Me metí en la cama, lista para que el
agotamiento me hundiera, pero tan pronto como mi cabeza tocó la
almohada y el olor distintivo de Leo me rodeó, cada célula de mi
cuerpo volvió a la vida.

Una profunda inhalación de él hizo que mis ojos se cerraran, y me


acurruqué en las sábanas solo para resoplar y tirarlas fuera de mí en
el siguiente aliento. Mis pezones alcanzaron su punto máximo bajo el
aire fresco, sumándose a mi sistema nervioso ya demasiado
sensibilizado mientras miraba hacia el techo.

—Ve a la cama —me dije, como si decirlo en voz alta me diera la


moderación que necesitaba.

Pero no fue así.

En cambio, mi respiración se intensificó, mis ojos recorrieron las


líneas del ventilador de techo sobre mí. Ya ni siquiera estaba allí y
podía sentir sus manos sobre mí, sentir la forma en que me rodeaba
cuando me atraía hacia él, cómo suspiraba en mi cabello como si
abrazarme fuera todo lo que siempre quiso.

Podía ver sus ojos, la forma en que se calentaron cuando tomaron


mi vestido anoche, cómo se arrastraron sobre mí tan lentamente que
mi piel ardía con cada centímetro de esa mirada.

Podía oírlo, a mi alrededor. Su risa, la respiración entrecortada que


contuvo cuando me apretó contra él, el profundo barítono de su voz
cuando verificó lo que sentía que era verdad en la tienda.

Que me deseaba.

Todo de mí.

Él sabía quién era yo ahora. Me conocía del pasado y del presente,


la chica a la que hirió y la mujer que se hizo fuerte a pesar de él.

Presioné una mano donde mi corazón latía fuertemente debajo de


mi caja torácica, esperando que el sentido común me encontrara y me
diera alguna razón por la que no podía tener a Leo, por la que no
debería dejar que él me tuviera.

Pero esa voz se había callado.


Ya no escuchaba a la chica de mi pasado gritar de dolor, ya no
sentía su constante recordatorio de lo que me había hecho. Había
entrado una versión más suave, armada con la verdad sobre ese día,
sobre todo lo que había sucedido desde entonces.

Y ahora, todo en lo que podía pensar era en los últimos dos meses,
en las noches largas con él y los chicos, los videojuegos y las fiestas,
él cocinando para mí, las velas, la azotea, la chaqueta, anoche en el
bar, hoy en la tienda de tatuajes.

Me había ofrecido un lugar para quedarme cuando no tenía adónde


ir.

Había dejado su cama por mí sin pensarlo dos veces.

Mi corazón latía tan fuerte que me senté erguida.

Porque ahora, lo único abrumador que sentía era que lo quería en


esa cama conmigo.

No me permití pensarlo demasiado, no consideré cómo podría


doler por la mañana. Me quité el resto de las sábanas y salté de la
cama, casi tropezando con mis pies descalzos cuando me abalancé
hacia la puerta.

La abrí tan rápido que el aire me echó el pelo hacia atrás.

Y luego me congelé, porque Leo estaba esperando al otro lado.

Su mandíbula era una línea dura, el músculo latía bajo la piel


mientras permanecía inmóvil. Todo lo que tenía puesto era un par de
pantalones de chándal negros, y mis ojos recorrieron las colinas y
valles de su bronceado abdomen antes de que se engancharan en la
tinta fresca que marcaba su pecho.

Mi tinta.

Mi arte.

Mío.
La palabra resonaba dentro de mí cuanto más tiempo permanecía
allí, con la mano aún alrededor del pomo de la puerta. Las manos de
Leo estaban apretadas a los costados, como si se hubiera estado
conteniendo para no llamar. Sus ojos se movieron entre los míos con
respiraciones irregulares dejando su pecho como si estuviera en
absoluta agonía.

El universo entero se tambaleó precariamente en ese momento, las


estrellas y los planetas se estancaron como si un movimiento en falso
de cualquiera de ellos pudiera alterar el plan del destino.

Lentamente, tan dolorosamente lento que mi pecho se contrajo con


la presión de mirarlo, Leo levantó la mano. La estiró, hacia mí, sus
ojos siguiendo el movimiento hasta que sus dedos encontraron mi
camiseta. La atrapó justo encima de mis caderas, y ambos dejamos de
respirar con ese toque singular.

Entonces, retorció su puño en la tela y me atrajo hacia él,


atrapándome mientras chocábamos en un beso que hizo añicos el
tiempo.

Fue como un primer aliento y un último a la vez, cómo ambos


inhalamos juntos, nuestros labios se fusionaron con una presión firme
y deliciosa que envió calor hasta los dedos de mis pies. Mi pecho se
aflojó con alivio mientras mi corazón se aceleraba, se hinchaba y
cobraba vida.

Él estaba en todas partes.

Sus manos subieron bruscamente a lo largo de mí, un profundo


gemido hizo vibrar mis labios mientras trazaba cada curva hasta que
sostuvo mi rostro entre sus manos. Sentí ese gemido como el latido
de mi propio corazón, su cuerpo presionándose contra el mío,
dándome un beso acalorado a la vez hasta que estuvimos en su
habitación y cerró la puerta de una patada detrás de nosotros.
Atrás, atrás, atrás, empujó e invadió hasta que mi columna golpeó
una pared y pudo rodearme apropiadamente, enjaulándome como si
alguna vez quisiera escapar.

Tantas veces había imaginado cómo se sentiría besarlo, sentir el


deseo irradiando de él y saber que era para mí. No solo cuando
éramos más jóvenes, sino aquí en esta casa, cuando sentí esa tensión
tan fuerte entre nosotros que una mirada podría haberla roto.

Ahora sabía que nada de lo que podría haber soñado se habría


comparado con la realidad.

—Me has consumido durante meses —respiró Leo contra mi


cuello, maniobrando mi cabeza para poder besar a lo largo de la
columna de mi garganta antes de regresar a mi boca—. Por años. —
Un beso doloroso acentuó esa confesión angustiosa antes de que
presionara su frente contra la mía, nuestras respiraciones calientes y
frenéticas entre nosotros—. No podía dormir una noche más sin
hacerte mía.

Gemí ante las palabras, por la forma en que las selló con otro beso
de castigo que me sacudió hasta la médula. Sus pulgares mantuvieron
mi mandíbula firme, los dedos se enroscaron posesivamente
alrededor de la parte posterior de mi cuello y me sujetaron a él
mientras me convencía para que abriera la boca y barría su lengua
dentro.

Otro gemido, otra sacudida, esta vez más caliente y más húmeda y
acumulada entre mis muslos. Los apreté, como si eso pudiera traer
alivio, como si pudiera hacer algo para salvar mi cuerpo o mi corazón
del huracán que era Leo Hernández cuando se estrelló contra las
orillas de mi alma.

—Tú tampoco podías, ¿verdad? —preguntó, mordiendo mi labio


inferior—. Ibas a ir a buscarme.

—Sí —respiré.
—Dime que tú también quieres esto —suplicó, y por un momento,
me mantuvo quieta, sus ojos buscando los míos—. Dime que me
necesitas.

Mi pecho subía y bajaba al mismo tiempo que el suyo, cada


respiración más fuerte y más caliente que la anterior. Con mis ojos en
los suyos, envolví mi mano alrededor de su muñeca, guiándolo lejos
de donde sostenía mi rostro. Arrastré su mano sobre mi clavícula,
sobre mi pecho, sobre las protuberancias de mis senos, saboreando el
gemido que soltó cuando su pulgar rozó el metal perforando mi
pezón derecho. Abajo, abajo, abajo, su palma inspeccionó mis caderas
y mi trasero hasta que pasé su mano por debajo de mi camiseta y lo
guié donde más lo necesitaba.

—Creo que esto habla más que las palabras —dije, alineando mis
dedos detrás de los suyos mientras lo presionaba contra mi centro,
deslizándonos a ambos con lo mucho que lo deseaba.

—Mierda, Cristo —maldijo, y luego me estaba besando de nuevo,


empujándome tan fuerte contra la pared con su cuerpo que sentí
presión en todas partes. Pero nada de eso se compara a donde abrió
más mis piernas con su muslo, deslizando un dedo a través de mi
humedad antes de sumergir la punta de su dedo dentro de mí.

Jadeé, arqueándome hacia él, y él tembló visiblemente con el


contacto, enterrando su rostro en mi cuello mientras jugaba con mi
entrada antes de presionar un poco más dentro.

—Dulce y perfecto jodido coño —elogió—. Mojado y listo para mí.


Debería darte la vuelta y follarte contra esta pared ahora mismo. Me
deslizaría dentro de ti tan fácilmente, te llenaría hasta el borde.

—Sí —dije, la palabra un suspiro y una súplica.

Leo sonrió contra mis labios, pero luego retiró la mano y me


estremecí por la pérdida.

—No —me quejé.


—Si crees que te voy a follar sin adorar primero este jodido cuerpo
perfecto, no me conoces en absoluto.

—Follar ahora. Adora más tarde —logré decir antes de envolver


mis brazos alrededor de su cuello. Me subí a sus brazos, sorprendida
de que me levantara tan fácilmente, que me abrazara como si no
pesara más que él.

Me sostuvo fuerte con un brazo envuelto alrededor de mí, y había


levantado mi camiseta lo suficiente para exponer la mitad inferior de
mi trasero. Los labios de Leo se curvaron de nuevo mientras
retrocedía y ponía su palma contra la piel expuesta con una palmada.

—He jugado con tus reglas todo el verano —gruñó—. Esta noche,
tú juegas con las mías.

No me quedaba ni un argumento cuando me arrojó de vuelta a su


cama, su olor invadiéndome una vez más. Pero esta vez, no fueron
solo las sábanas. Eran sus manos a cada lado de mi cabeza, sus tríceps
flexionándose bajo mis uñas, sus caderas presionando mi cintura, mis
muslos abriéndose para él mientras se acomodaba entre ellos.

—Te ves tan bonita en mi cama —dijo, mirando hacia donde mi


cabello se extendía sobre la almohada—. Te ves tan jodidamente
bonita en mi cama.

Luego, se apoyó sobre sus rodillas, agarró mi camiseta con un puño


otra vez y tiró de mí hasta que pudo quitar la tela por encima de mi
cabeza. La arrojó en algún lugar detrás de él y luego envolvió su mano
alrededor de mi cuello, guiándome suavemente hacia abajo hasta que
estuve desnuda en las sábanas debajo de él.

Apretó, solo un poco, lo suficiente para hacer que los dedos de mis
pies se doblaran antes de arrastrar la palma de su mano por mi cuello,
esternón, estómago y justo en la parte superior de donde dolía por él
antes de que se sentara sobre sus talones de nuevo. Negó con la
cabeza, lamiendo su labio inferior antes de sujetarlo entre sus dientes,
dejando que sus ojos quemaran cada centímetro de mi piel expuesta.
Instintivamente, mis rodillas se doblaron una hacia la otra y estaba
en camino de cubrirme el estómago cuando Leo me agarró las
muñecas.

—Oh, diablos no —dijo, sacudiendo la cabeza—. Mierda no. Me


has estado molestando durante meses con esos calzoncillos que usas
como pantalones, sin sostén, dándome lo suficiente para volverme
jodidamente loco.

Movió mis manos hasta que estuvieron por encima de mi cabeza,


luego se sentó de nuevo, presionando suavemente con las yemas de
sus dedos contra el interior de mis rodillas hasta que no tuve más
remedio que abrirme.

—Abre bien estas piernas para mí, bebé. —Empujó y empujó hasta
que mis caderas tocaron al máximo, hasta que estuve completamente
a su disposición—. Déjame ver a mi chica.

Sus palabras eran como pequeños pinchazos de electricidad, tan


sucias y a la vez tan calientes que no pude evitar retorcerme de
necesidad debajo de él.

Lo vi sonreír mientras observaba cada centímetro de mi cuerpo, y


no me sentí cohibida en ese momento, no sentí que fuera demasiado
pesada o con muchas curvas o demasiado de ninguna manera. Me
sentí como una diosa, como un premio que había ganado en la pelea
de su vida, como si no pudiera hacer nada más que sentarse allí y
pasar sus ojos sobre mí y estar perfectamente contento de por vida.

Sus ojos se engancharon en mis pechos, y gimió, inclinándose hasta


que estuvo sobre mí otra vez

—Estas jodidas tetas —juró, balanceándose en una palma mientras


la otra ahuecaba mi seno derecho—. Tan perfecta.

Probó el peso de la misma, otro gruñido de aprecio por cómo no


cabía toda en su mano. Rodeó mi pezón con el pulgar antes de
deslizarlo sobre la barra de oro rosa que lo pinchaba, y no sabía cómo
ese metal era como tener un nervio expuesto, que el más mínimo
toque se sentía como una cascada de placer.

Moví mis caderas, arqueándome con su toque con un gemido de


éxtasis.

—Mmm, así que ese es el lugar, ¿eh? —Leo reflexionó, y


suavemente hizo rodar el metal entre sus dedos mientras yo gemía de
nuevo—. Vamos a agregar un poco de calor, ¿de acuerdo?

Se agachó, con los ojos fijos en mí hasta el momento en que cubrió


la protuberancia con la lengua, pasándola caliente y plana hacia
arriba y alrededor de donde más lo deseaba antes de finalmente
introducirla en su boca. Cuando lo hizo, hizo girar la punta de su
lengua alrededor del metal, y escuché un ligero chasquido contra sus
dientes antes de chupar y darme la cálida y húmeda presión para
empujarme más cerca del borde.

Me encantaba jugar con mi clítoris tanto como a cualquier otra


chica, pero para mí, siempre se había tratado de mis tetas. Y la forma
en que Leo las adoraba, la forma en que palmeaba y masajeaba una
mientras su boca devoraba a la otra, era como tener un vibrador en el
lugar perfecto. Agrega el hecho de que era Leo Hernández quien me
estaba dando esos pequeños golpes de placer, y yo estaba perdida.

—Más —supliqué, y mis caderas se retorcieron debajo de él


mientras echaba la cabeza hacia atrás y me enfocaba en donde su boca
chupaba mi pezón—. Tan cerca.

Se detuvo de inmediato.

No pude evitar el estremecimiento involuntario que me atravesó, o


la forma en que grité, alcanzándolo. Pero Leo atrapó mis muñecas de
nuevo. Besó cada palma antes de deslizar mis manos en su cabello.

—Aún no.

Podría haber llorado si no fuera por el hecho de que comenzó a


besarme de nuevo, primero mis labios, luego un sendero ardiente
hasta mis caderas. Succionó y mordisqueó la piel desde el hueso de
la cadera antes de presionar un beso ligero como una pluma en mi
clítoris, el frío metal de sus cadenas apenas rozó la piel caliente y
sensible mientras se acomodaba entre mis piernas.

Me estremecí de nuevo.

—Eres el peor.

—¿Me odias otra vez? —bromeó, y el hijo de puta lamió mi clítoris


tan sutilmente, solo un rápido latigazo de su lengua que no hizo más
que refrescar mí ya sensible coño.

—Mucho.

—¿Así es? —preguntó, y esta vez pasó su lengua a lo largo de mi


entrada, arriba y sobre mi clítoris, lamiendo todo menos donde yo
quería que lo hiciera.

—Leo —rogué, retorciéndome.

—Mierda, me encanta cuando dices mi nombre así. —Me


recompensó con una breve succión de mi clítoris que hizo que mis
piernas temblaran a su alrededor—. Cuando te deje venir, eso es todo
lo que quiero oír.

—No te pertenezco —dije, tratando de burlarme incluso mientras


me retorcía debajo de él.

—Oh, pero lo haces, cariño —dijo, y sus ojos se quedaron fijos en


los míos mientras barría su lengua a lo largo de mí—. Y te pertenezco
también.

Esas fueron las palabras que bailaban en mi cabeza a una velocidad


vertiginosa mientras bajaba la boca, contrastando la breve conexión
que me había dado antes con un barrido de propiedad que lo
abarcaba todo. Me cubrió con su calor húmedo, lamiendo y chupando
todo mientras sus manos se envolvían alrededor de mis muslos y me
mantenían en el lugar para que no pudiera moverme, así que no hubo
descanso, ningún alivio de la tortura sensual.
Por muy experta que fuera su lengua donde trabajaba, eso no fue
lo que me llevó al límite. Estaba mirando su cabeza enterrada entre
mis piernas, observando el fervor con el que entregaba cada
placentero latigazo de su lengua. Se comió mi coño como si fuera un
maldito privilegio, y fue esa visión lo que me hizo alcanzar el clímax.

—Ohhhh, mierda, Leo —grité, y cada palabra era larga y melódica


como si le estuviera cantando una maldita canción, escribiendo un
himno en su honor. Fue toda la afirmación que necesitaba para
levantar una mano y encontrar mi pecho, y sostuvo el peso mientras
sus dedos rodaban alrededor de mi perforación.

Me quemé.

No me corrí de la forma linda y digna de espectáculo que hacen las


estrellas porno. No, volé, las piernas temblaban violentamente y el
cuerpo se retorcía en las sábanas como si el orgasmo fuera un
exorcismo. Me quemó de adentro hacia afuera, y grité el nombre de
Leo una y otra y otra vez hasta que me atravesó la última ola y estaba
flácida y con los huesos pesados.

No me di cuenta de lo difícil que estaba respirando o lo rápido que


mi corazón se aceleraba hasta que volví a estrellarme contra la tierra,
y pasé una mano por mi frente resbaladiza y por mi cabello,
sacudiendo la cabeza.

—Santa mierda.

Leo se rio entre dientes contra mi centro, besándome allí una última
vez antes de arrastrarse hacia arriba. Cuando tomó mi boca con la
suya, me probé en él, y me encendí como un maldito árbol de
Navidad por ese hecho.

—Ha sido increíble —murmuró contra mis labios.

Me sonrojé, enterré mi cabeza en su cuello, pero inclinó mi barbilla


con sus nudillos hasta que no tuve más remedio que mirarlo.

—No te escondas. Eso fue jodidamente caliente, Stig.


Junté mis labios mientras otro rubor calentaba mi piel. Luego,
arrastré una uña por su pecho, evitando con cuidado la tinta fresca y
amando la forma en que estalló en escalofríos con mi toque. Dibujé
esa línea sobre cada bulto de su duro abdomen antes de meter la
punta de mi dedo en la cinturilla de sus pantalones.

—Quiero esto fuera.

Ante eso, sonrió, bajándose de mí y parándose junto a la cama.


Mantuvo sus ojos en donde todavía estaba saciada y extendida en las
sábanas mientras lentamente se quitaba los pantalones y los pateaba
lejos una vez que estaban alrededor de sus tobillos.

Me senté erguida con los ojos muy abiertos, mi mandíbula casi


golpeando el suelo.

Porque tirando contra la tela negra de sus calzoncillos había una


longitud gruesa y masiva que estaba casi segura de que mi coño no
podría manejar.

Había visto el contorno de él a través de sus pantalones de chándal


y pantalones cortos en la casa. Sabía que era gruesa, pero pensé que
era de la manera normal, en la forma en que es una buena polla.

No esperaba una maldita anaconda debajo de esos pantalones.

Su polla se movió un poco bajo mi mirada, y mi coño se agitó como


si la perra pudiera tomar a esa bestia.

—¿Mary? —preguntó Leo.

Parpadeé, arrastrando mi mirada hacia la suya.

—¿Mm?

Él sonrió, y supe que estaba leyendo a través de mí en ese


momento. Pero solo levantó la barbilla un poco más, mordiéndose la
comisura del labio como si mi orgasmo solo hubiera sido el aperitivo.

—Ven aquí —dijo—. Te quiero de rodillas.


Mary estaba jodidamente guapa mientras se arrastraba fuera de las
sábanas, con el coño aun goteando para mí y los pechos hinchados y
rosados por mis manos y mi boca. Su cabello era un desastre, y no me
perdí lo grandes que aún estaban sus ojos cuando se acercó a mí,
capturando mi mirada antes de caer de rodillas.

No me jodas.

Esa sola visión fue suficiente para hacerme estallar.

Levantó la vista hacia mí, cada curva suya captando los suaves
rayos de la luz que entraban por la ventana. Se colaba por las
persianas en pequeñas franjas doradas, pintándola con franjas de
sombra y luz.

Arqueé una ceja y, sin otra señal, volvió su atención a mis


calzoncillos, deslizando sus cálidos dedos en las bandas antes de
arrastrarlas por mis caderas. Se engancharon en mi trasero, en mi
erección, y ella tiró con más fuerza, tirando de la tela hasta mis
tobillos mientras mi polla saltaba hacia adelante.

Ya había visto esa mirada cuando una chica veía mi longitud por
primera vez. En cierto modo, me parecía una maldición. Hubo chicas
que se marcharon u otras que lo intentaron, pero nunca pudieron
tomar más que la primera mitad de mí. Los chicos siempre
bromeaban sobre pollas enormes, pero pocos conocían la carga de
tener una.
Pero al ver a Mary mientras me acogía, mi preocupación se
desvaneció y sus labios se curvaron con anticipación como si yo fuera
un desafío que no podía esperar para demostrar que podía manejar.

Se lamió los labios, estirando la mano para tomar mi polla en su


puño. Gemí ante el primer contacto, al sentir su mano envolviéndome
mientras mi pene se sacudía por el toque. Estaba tan jodidamente ido
después de escucharla gritar mi nombre que estaba a dos bombeos de
correrme. Necesité toda mi concentración y control que tenía para no
hacerlo.

—No podré metérmela entera en la boca —dijo, mirándome a


través de sus pestañas como si estuviera avergonzada de ese hecho.

Si supiera que esas palabras y la visión de sus tetas bajo mi polla


bastaban para hacerme estallar sin siquiera lamerla.

—Tienes el control —dije en su lugar, y deslicé una mano por su


pelo, guiando su boca hacia mí.

Abrió la boca, girando su lengua sobre mi punta y cubriéndola con


su saliva mientras yo gemía y dejaba caer mi cabeza hacia atrás. Era
tan jodidamente bueno, tan jodidamente dulce después de
imaginarme cómo sería durante tanto tiempo.

Volví a mirar hacia abajo a través de los párpados pesados justo a


tiempo para verla sumergirse, abriendo la boca todo lo que podía y
sacando también la lengua. Se tragó casi la mitad de mí antes de
atragantarse, y yo siseé ante la sensación, el sonido, la vista de su
cabello retorcido en mi puño y mi polla en su boca.

—Usa tus manos —le dije y ella obedeció como la buena chica que
era, envolviendo una mano alrededor de mí debajo de su boca antes
de que la otra subiera y cubriera el resto de mí. Por un momento,
estuve completamente envuelto en su calor y saboreé esa breve
quietud antes de decir—. Ahora, úntate las manos y úsalas con la
boca.
Una vez más, hizo exactamente lo que le dije, sus ojos flotaron para
encontrarse con los míos mientras sacaba mi polla de su boca. Pasó
las manos por donde me había estado chupando, mojándose las
palmas antes de arrastrarlas de nuevo por mi polla.

—Oh, mierda —gemí—. Así.

Me encantaba lo mucho que se pavoneaba bajo ese elogio, cómo me


tomaba en su boca de nuevo con aún más entusiasmo. Juntó las
manos y se llevó la mano de arriba a la boca, y luego las trabajó al
unísono, bombeando, retorciéndose y chupando a un ritmo perfecto
que me hizo ver las estrellas.

Se me curvaron los dedos de los pies y la columna ardiendo por la


necesidad de liberarme. Mis bolas ya estaban tan apretadas, y una
mirada hacia ella, una milésima de segundo observando cómo le
rebotaban las tetas mientras trabajaba conmigo me tenía listo para
salir de su boca y pintarla con hasta la última gota de mi orgasmo.

Contra todos los impulsos de mi cuerpo, tiré de su cabello, la aparté


de mí y lentamente la ayudé a ponerse de pie. Siseé cuando me soltó
del todo, y luego me reí de sus morritos cuando volvió a ponerse
delante de mí.

—Aún no.

La sujeté de la mano y la arrastré hasta la cama. Arrastrándome


primero, me ubiqué de manera que estaba sentado contra la cabecera,
y luego la puse encima para que se sentara a horcajadas sobre mi
regazo. Fue toda la contención que me quedaba para detenerme un
momento y buscar en mi mesita de noche un condón. Lo deslicé sobre
mi longitud, tomándome mi tiempo, ya que Mary estaba observando
el movimiento con sus labios entreabiertos como si mi pene fuera la
cosa más bonita que jamás había visto.

—Ven aquí —le dije cuando estuvo colocado, y agarré sus caderas
con mis manos, apretando su suavidad y levantándola hasta que
estuvo en equilibrio sobre sus rodillas. Apoyó sus manos en mis
hombros y bajó solo un par de centímetros, alineando la punta en su
entrada.

Luego, tomé aire y aflojé mi agarre en sus caderas, dejándola tomar


el control.

Si iba a tratar de llevarme hasta el fondo, necesitaba moverse a su


propio ritmo.

—Es tuyo, nena —le dije—. Tómalo.

Se mordió el labio en un gemido, moviendo las caderas hasta que


encajé en su interior. Se hundió apenas un centímetro y los dos nos
estremecimos, gimiendo, sus ojos se cerraron mientras yo mantenía
los míos abiertos y fijos en donde me estaba llevando.

—Leo —respiró cuando se hundió un poco más, y mi nombre en


sus labios me tenía desesperado por sentirla.

Me incliné hacia delante, agarrándola y atrayéndola hacia mí para


besarla. La rodeé completamente con los brazos y la estreché contra
mí mientras flexionaba ligeramente las caderas, lo suficiente para
deslizarme un poco más adentro. Todavía estaba jodidamente
empapada, pero cuando siseó, supe que la estaba abriendo.

Mi frente golpeó la suya y contuve un gemido cuando ella bajó un


poco más. Sin embargo, cuando hizo una mueca, le sujeté la cara y la
obligué a mirarme.

—Podemos parar.

—Vete a la mierda —dijo, y como para probar un punto, se puso


de rodillas y se dejó caer aún más.

Estaba a tres cuartas partes del camino ahora, y la forma en que


clavó sus uñas en mis hombros mientras se levantaba y volvía a caer,
una y otra vez, deslizándome con su deseo mientras se abría para mí,
era un éxtasis.
—Te sientes tan jodidamente bien —le dije, moviendo mis manos
para agarrar su trasero—. Quiero llenarte. Quiero que sientes este
dulce culo hasta el fondo.

Ella gimió, envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y me besó


con fuerza. Arriba y abajo, su trasero rebotaba en mis manos mientras
me cabalgaba, lento y suave, absorbiendo solo un centímetro más
cada vez.

Luego, con un respiro, metió la pelvis, cambiando a la posición


perfecta para dejarme entrar por completo.

—Oh, mierda —gritó—. Mierda, Dios, Leo.

Cada palabra era un sorbo de aire mientras ambos nos quedábamos


perfectamente quietos, ella ajustándose a sentirme mientras mi polla
latía dentro de ella. La sostuve allí durante mucho tiempo, besando a
lo largo de su cuello, su mandíbula, hasta chupar el lóbulo de su oreja
con mis dientes. Recorrí su espalda con las yemas de los dedos,
calmándola, paciente y expectante.

Se apoyó en las rodillas, el vello fresco barriendo mi polla


resbaladiza, y luego volvió a deslizarse hacia abajo. Esta vez, hundió
la pelvis al bajar y me tomó de un solo golpe que nos hizo gritar a los
dos.

—Mierda, Mary —respiré, mis pulmones ardían al verla mientras


se levantaba y lo hacía de nuevo. Sus tetas rebotaron cuando golpeó
mi regazo, y las agarré en dos puñados, jugando con esos tortuosos
piercings a través de sus pezones.

Se relajó un poco cuando lo hice, rodando sus caderas y moliendo


su clítoris contra mi pelvis, conmigo profundamente dentro. Cuando
me di cuenta de que se iba a correr de nuevo, tomé el control,
dejándola sujetarse mientras yo flexionaba lentamente mis caderas,
trabajándola desde adentro mientras mis dedos jugaban con sus
piercings y ella se apretaba contra mí.

—Uno más, bebé —le susurré al oído—. Uno más para mí.
Una mezcla de gemido y quejido salió de ella, como si esas palabras
fueran tanto un permiso como una orden que no quería seguir. Pero
sus movimientos se volvieron más erráticos, sus caderas giraron, y
entonces se corrió en una hermosa y caótica sinfonía de miembros
temblorosos y fuertes gemidos, con sus paredes apretándose a mi
alrededor.

Le tapé la boca con una mano, amortiguándola lo mejor que pude,


pero amando demasiado los ruidos como para apagarlos por
completo. A estas alturas, si los otros muchachos hubieran oído, ya lo
habrían hecho. Aun así, no quería que nadie más escuchara esos
sonidos que eran solo para mí.

—Oh, Dios mío —jadeó, colapsando sobre mí—. No puedo


moverme.

Me reí entre dientes, besando su cabello antes de maniobrarnos con


cuidado. La aparté de mí y la puse boca abajo, y luego me arrastré
sobre ella, equilibrándome mientras colocaba mi punta de nuevo.
Estaba aún más mojada y me introduje con más facilidad, aunque ella
se estrechaba cuanto más empujaba.

—Ya casi llego —le prometí, y me retiré antes de empujar un poco


más profundo, saboreando cómo se ondulaba su culo completo
cuando lo hacía—. Pero puedo parar si…

Mary silenció mi oferta haciendo retroceder su trasero y


llevándome más adentro, con las paredes de su coño apretándose a
mi alrededor como un maldito guante.

—Por favor —suplicó, arqueándose para que mi pecho se alineara


con su espalda, y desde arriba, pude ver sus tetas presionadas contra
el colchón, así como pude ver mi polla desaparecer dentro de ella de
nuevo.

—Vente dentro de mí, Leo.

Mi siguiente maldición fue solo un suspiro mientras aumentaba el


ritmo. No me importaba que tuviera un condón puesto, esas palabras
me encendían de posesión, la idea de que ella quería que me
derramara dentro de ella. Balanceándome en una mano, deslicé mi
otra mano debajo de ella, apretando su pecho antes de deslizarla más
arriba y envolver mis dedos alrededor de su garganta.

Se arqueó contra mí, jadeando de placer, y apreté un poco más


fuerte, manteniéndola quieta mientras flexionaba, bombeaba y
tomaba.

—Maldita sea, Mary —gruñí, y luego el fuego me desgarró desde


los dedos de los pies hasta las bolas, desde la cabeza hasta la polla,
toda la sangre y la conciencia corriendo hacia ese lugar. Estallé con
tanta fuerza que se me nubló la vista, y los gemidos de Mary me
incitaron aún más. Cada vez que creía que había terminado, el
orgasmo seguía, agotándome en el clímax más potente de mi puta
vida.

—Mierda —jadeé mientras bombeaba, apretando aún su cuello


hasta que sentí que mi semen se salía del condón.

Mierda.

Rápidamente rodé fuera de ella y me puse de espaldas, y Mary


pareció sorprendida por solo un segundo antes de ver mi pene
contraerse, con más semen del que el condón podía manejar goteando
de los bordes.

Se humedeció los labios y luego me quitó el condón y me tomó con


la boca y las manos de nuevo, succionándome hasta secarme mientras
yo temblaba y convulsionaba debajo de ella. Era casi demasiado, mi
polla estaba tan sensible como un nervio expuesto, pero seguí
corriéndome, seguí llegando al clímax, llenándole la boca incluso
después de quitarme el condón.

Cuando finalmente me agoté, Mary se sentó sobre sus talones y


tragó, sonriéndome maliciosamente.

—Maldita sea —dije riendo, pasándome las manos por el pelo.


Luego, me acerqué y agarré a mi chica, tirando de ella hacia las
sábanas conmigo y envolviéndola. Ella se rio cuando la agarré en mis
brazos, pasando una pierna sobre ella por si acaso.

—¿Me está enjaulando, señor?

—Tienes toda la puta razón, lo estoy haciendo.

Se rio de nuevo, pero luego jadeó, presionándose contra mí para


poder mirar mi pecho.

—¡Tu tatuaje!

—Está bien —terminé por ella—. Me aseguré de no frotarlo ni


presionarlo.

Se tomó un momento para evaluarlo por sí misma antes de


creerme, y luego se recostó en las sábanas, sus ojos saciados estaban
pesados donde me miraban.

—¿Necesitas comer? —pregunté.

Me pareció que intentaba reírse, pero solo cerró los ojos con una
sonrisa soñolienta.

—Voy a orinar y luego dormir —respondió ella.

Dejé que se levantara de la cama para limpiarse, y yo hice lo mismo.


Volví a ponerme los calzoncillos y la ayudé a ponerse la camiseta, y
luego nos subimos a la cama de nuevo, la atraje hacia mí, doblándome
a su alrededor con su espalda contra mi pecho y mis piernas
deslizándose en la curva de las suyas.

Se hundió rápidamente, su respiración se volvió larga y lenta. Y


besé la parte de atrás de su cuello sabiendo que estaba arruinado para
cualquier otra persona.
A la mañana siguiente, el pánico se metió en la cama conmigo.

Por lo demás, las sábanas estaban vacías, así que sentí los brazos de
la ansiedad como una camisa de fuerza mientras me envolvían y me
sujetaban contra mi voluntad.

—Oh, Dios —me susurré, con la mano contra el corazón, mientras


me daba la vuelta y miraba al techo. Aún no había amanecido y la
habitación seguía sumida en una tranquila oscuridad—. Oh, Dios.

Me acosté con Leo Hernández.

Me acosté con el puto Leo Hernández.

Me di una palmada en la frente, sacudiendo la cabeza mientras


trataba de calmarme. «No pasa nada», intenté convencerme. «Todo
está bien».

Pero no podía cerrar los ojos lo suficiente como para bloquear los
pensamientos intrusivos que me golpeaban desde todos los ángulos.

Me sentía como una tonta.

Sí, Leo parecía sincero en sus disculpas, tanto por el pasado como
por el presente. Y sí, me dejó tatuarlo, marcándolo de por vida.
También, sí, lo había deseado. Lo había querido en esta cama
conmigo, quería sus manos y su boca sobre mí, lo quería todo dentro
de mí.
Pero ahora que estaba sola después de mis decisiones, no podía
ahogar la fuerte voz dentro de mí que decía que todo podría ser una
mentira.

¿Y si él sabía que era yo hace tantos años? ¿Y si se sintió asqueado


cuando me vio? ¿Y si estaba tan avergonzado que me ignoró delante
de sus amigos, pero era tan egoísta que fingió que no había pasado
nada cuando intentó llamarme esa noche? ¿Y si quería tener su pastel
y comérselo también?

¿Y si supo que era yo cuando me mudé al otro lado de la calle? ¿Y


si vio cómo había cambiado y siguió haciéndose el tonto mientras me
convertía en su próxima conquista?

¿Cuántas veces lo había visto persiguiendo implacablemente a otra


chica, ya fuera una animadora o una chica de la hermandad o quien
fuera que estuviera de fiesta en El pozo?

¿Cómo iba a creerle cuando decía que nunca sintió por ninguna de
ellas lo que sintió por mí cuando eso fue hace años? Estábamos en el
instituto. Nunca nos tomamos de la mano y mucho menos cualquier
otra cosa física. Y a juzgar por su actuación de anoche, sabía que tenía
mucha experiencia.

Se me revolvió el estómago al pensarlo, aunque no tenía derecho a


sentirme así teniendo en cuenta que yo tampoco era virgen ni mucho
menos.

Aun así, aunque mi ansiedad me advertía que me alejara de Leo,


sentía una posesividad hacia él contra la que no podía luchar. ¿Por
qué era tan difícil creer que me había tenido en su mente todos estos
años, si yo había sentido lo mismo por él?

Quería creerle.

Quería vivir en el mundo donde yo era la fuente del deseo de Leo


Hernández, donde él hablaba en serio cuando dijo que quería
compensarme, que quería que fuera suya.
¿Pero cómo podría?

¿Cómo podía alguien que se parecía a él, que tenía talento como él
y un futuro en la puta NFL querer tener algo conmigo?

Estaba tan tensa que di un respingo cuando se abrió la puerta de la


habitación y Leo entró, ya vestido para el entrenamiento y con su
bolsa de deporte colgada del hombro. La dejó en la puerta antes de
cruzar la habitación en tres grandes zancadas y meterse en la cama
conmigo.

Era una traición, la forma en que mi corazón se calmaba cuando él


estaba cerca, cómo mi respiración se nivelaba solo con verlo. Cuando
su olor me envolvió, suspiré aliviada, como si su presencia me
aferrara a la realidad que quería creer.

—¿Te desperté? —preguntó, acariciando su nariz en mi cuello


mientras se acurrucaba a mi alrededor.

Negué con la cabeza, pero no respondí, y sentí que me ponía rígida


en sus brazos mientras mis pensamientos ansiosos volvían a entrar.
Leo se dio cuenta de inmediato, frunciendo el ceño mientras se
apoyaba en su codo y me miraba. Sus cejas se fruncieron al verme la
cara.

—Ya estaba despierta —dije, apenas por encima de un susurro

—Parece como si hubieras visto un fantasma.

Odiaba que mis ojos se llenaran de lágrimas, que mi piel ardiera


por tener que contenerlas. Pero era inútil. Una lágrima se me escapó
del ojo y bajó hasta mi oreja antes de que Leo la limpiara con su
pulgar.

—Oye —dijo, buscando mis ojos—. ¿A qué viene eso?

Eso solo me hizo sacudir la cabeza con más fuerza, y me tapé la cara
con las manos para no tener que mirarlo, para que él no pudiera
mirarme mientras me desmoronaba.

Como no quité mis manos, las cubrió con las suyas.


—Háblame —suplicó.

Mi pecho estaba tan apretado que pensé que iba a estallar.

—¡Leo! ¡Tenemos que irnos! —Kyle llamó desde abajo.

Leo maldijo, pero yo solo respiré profundamente antes de


limpiarme la cara y empujarlo suavemente.

—Vete. No llegues tarde al entrenamiento, estoy bien.

Me dio una mirada que decía «Y una mierda».

—Estaré bien —corregí.

Sacudió la cabeza, apartándome el pelo de la cara.

—No quiero dejarte así.

Durante un largo momento, los ojos de Leo pasaron entre los míos,
con la preocupación creciendo en sus rasgos. Y cuando me miraba así,
me resultaba tan fácil creer que cada palabra que había dicho era real

—Anoche fue… —Tragó saliva, rozándome la mandíbula—. Lo fue


todo. Lo fue todo para mí, Stig.

Asentí, apoyándome en su palma y cerrando los ojos. El


movimiento liberó dos lágrimas más, y Leo dejó escapar un suspiro
dolorido.

—Por favor, dime qué está mal.

—¡Leo! —Esta vez fue un coro de nuestros compañeros de piso, y


lo empujé con más fuerza hacia la puerta.

—Vete. Podemos hablar más tarde.

Leo maldijo de nuevo antes de tomar mis manos entre las suyas.
Besó cada nudillo antes de inclinarse y presionar un largo y
prometedor beso en mis labios.

—Sean cuales sean las mentiras que tu cerebro te está diciendo, no


las creas —suplicó. Luego, sostuvo su mano junto a la mía hasta que
no tuvo más remedio que apartarse, salió corriendo por la puerta y
bajó las escaleras, agarrando su bolso del suelo al salir.

Una vez que escuché que se cerraba la puerta de entrada, mi


corazón volvió a acelerarse.

«¿Lo ves? Todo está bien», intentó asegurarme mi cerebro.

«No, no lo está», combatió mi corazón.

De un lado a otro como una muñeca de trapo en las fauces de un


pitbull, mis emociones me desgarraron, y no tuve más remedio que
quedarme allí y dejarlas durante lo que parecieron horas.

Hice todo lo que podía hacer para finalmente levantarme de la


cama, ducharme y arrastrar mi trasero escaleras abajo para hacer café.
No podía soportar la idea de comer. Lo único que pude hacer fue
mirar el reloj hasta que se hizo una hora decente a última hora de la
mañana, y entonces envié inmediatamente un mensaje de texto al
chat de grupo entre Julep, Riley, Giana y yo.

Yo: SOS

Pasó menos de un minuto antes de que mi teléfono sonara, y


respondí la solicitud de videollamada para encontrarme con una
Julep somnolienta que me devolvía la mirada.

—¿Mary? ¿Qué pasa?

—¿Sigues durmiendo? —pregunté, comprobando la hora. Eran las


once y media.

—Me quedé despierta hasta tarde trabajando en cosas de la boda,


y luego estaba demasiado nerviosa para dormir, así que me quedé
haciendo pole un rato —explicó, frotándose los ojos mientras se
sentaba en la cama—. ¿Qué pasa, por qué el SOS?

Riley fue la siguiente en unirse al videochat. Su coleta se balanceaba


detrás de ella mientras atravesaba el vestuario y salía al pasillo.
Entonces me di cuenta de que probablemente estaba entrenando o a
punto de ver la grabación del partido.
Giana fue la última en entrar y también estaba en el estadio, en su
oficina. Estaba lo suficientemente oscuro como para que la pantalla
del teléfono se reflejara en los cristales de sus gafas.

—Lo siento —dije—. Sé que es un momento extraño del día, todas


están ocupadas. Riley, estás en el entrenamiento. Giana, estás en el
trabajo. —Sacudí la cabeza—. Solo llamen más tarde, estoy bien.

—De ninguna manera —dijo Giana, levantando un dedo


amenazador—. Juro por Dios que, si cuelgas este teléfono, te golpearé
con un libro.

Si no estuviera tan paralizada por la ansiedad, me habría reído.

—Tenemos veinte minutos hasta que comiencen las reuniones —


agregó Riley—. ¿Qué está pasando, Mary?

—Um… bueno… —Dejé caer mi cabeza contra el gabinete de la


cocina qué tenía detrás—. Me acosté con Leo anoche.

—¡¿Qué?! —dijeron la palabra todas juntas, todas a la vez, y luego


Julep se echó a reír confundida mientras Riley y Giana hacían varias
versiones de bailes alegres.

—¡Lo sabía! —dijo Giana apretando el puño—. Ustedes dos


parecían estar a menos de treinta segundos de comerse el uno al otro
fuera del bar la otra noche.

—Esto explica por qué Leo tuvo una práctica monstruosa esta
mañana —agregó Riley con una sonrisa—. El pequeño imbécil ha sido
un ego andante todo el día.

—Está bien, uno —dijo Julep, levantando un dedo—. Creo que


necesito algo de información porque lo último que sabía es que
odiabas al tipo. Y dos —agregó—. ¿Por qué te pareces más a alguien
que fue atacada que a alguien que tuvo sexo salvaje anoche?

Una vez más, quise reírme, pero en cambio, mi labio inferior se


tambaleó.
—Ojalá lo supiera. Yo solo… soy un desastre —susurré, y luego
maldije cuando comencé a llorar de nuevo.

—Oh, nena —dijo Julep, y supe que, si estuviera conmigo, ahora


tendría una mano acariciando mi cabello—. Siempre hay grandes
emociones después de la primera vez. También me asusté cuando
pasó con Holden.

Asentí, pero no pude evitar sentir que mi enloquecimiento estaba


mucho más justificado que el de ella. Claro, Holden había estado
fuera de los límites para ella, pero nunca hubo duda de lo que sentía
por ella. Todos lo vimos claro como el día.

Con Leo, todos lo habíamos visto lanzarse sobre cualquier chica


con pelo largo y buenas tetas.

Mi estómago se hundió y me sentí a dos segundos de vomitar.

Las chicas me consolaron hasta que recuperé la compostura y Riley


soltó un suspiro.

—Honestamente, estoy muy contenta de que hayas llamado. Yo


tampoco estoy en mi mejor momento. Mi agente me ha confirmado
más o menos que tengo cero posibilidades de que me recluten, así que
parece que esta será mi última temporada jugando al fútbol.

—Lo siento mucho, Riles —dijo Giana en voz baja—. Yo también


he estado fuera de juego. Estoy en la mayor depresión de libros de mi
vida.

Julep resopló.

—Sin ofender, G, pero no creo que eso cuente como un problema


real.

—¿Sabes lo que se siente? ¿Alguna vez has pasado por una


depresión en la que no podías hacer pole, cuando querías hacer pole?

Julep frunció el ceño ante eso.

—La verdad es que sí. Es lo peor.


—¡¿Ves?! No he leído más de una página desde que terminé ese
romance de vaqueros de Elsie Silver hace dos semanas —hizo un
puchero—. Estoy arruinada.

—Guau, ¿entonces todos estamos en el autobús de la lucha? —


Julep preguntó riendo—. Supongo que solo hacía falta que una de
nosotras lo admitiera para que el resto siguiera su ejemplo.

—¿Qué sucede contigo? —pregunté.

—Oh, aparte de planear una boda por mi cuenta, ya que mi


prometido trabaja las veinticuatro horas del día, los siete días de la
semana ahora que la temporada ha comenzado, y el hecho de que me
gradué hace cuatro meses y todavía no tengo trabajo. —Se encogió de
hombros—. No mucho.

—Sabes lo que necesitamos —dijo Riley—. Una noche de chicas.

—No—dijo Julep—. No cualquier noche de chicas. La noche de


chicas.

Riley, Giana y yo fruncimos el ceño confundidas, pero Julep solo


sonrió y movió las cejas.

—¿Les apetece una despedida de soltera improvisada?


Mi texto para las chicas había sido el equivalente a la Batiseñal.

Julep hizo una maleta y tomó el siguiente vuelo a Boston. La recogí


en el aeropuerto justo cuando Riley y Giana estaban terminando el
día en el estadio, y todas nos quedamos sorprendidas cuando Riley
se apresuró a saltarse su clase de esa noche y Giana no se presentó en
el hotel con un libro en la mano.

Nos registramos en un hotel completamente fuera de mi rango de


precios en el centro, gracias a Holden y a su gran bono por firma, y
después de abrazarnos y arreglarnos, nos subimos a un taxi y nos
dirigimos a un lugar desconocido elegido por Julep.

Cuando el taxi nos dejó, miramos el cartel con sentimientos


encontrados.

—Oh, diablos no —dije.

—¡Oh sí! —Giana combatió con un chillido y pequeños aplausos de


alegría. Sus ojos eran los de un niño en la mañana de Navidad.

Riley se quedó callada, pero cruzó los brazos sobre su pecho como
si tampoco estuviera emocionada con la idea.

Pero una mirada a Julep me dijo que no saldríamos de esto.

—Vamos, nenas —dijo, entrelazando sus brazos con los nuestros—


. Es hora de presentarles la cromoterapia.

Yo seguía gimiendo cuando nos arrastró al interior del estudio de


pole, que estaba mayormente oscuro salvo por algunas luces de fiesta.
Nos recibió música a todo volumen, impulsada por el ritmo, junto con
la dueña del estudio, que vestía nada más que una tanga negra de tiro
alto y un top triangular, junto con tacones altos de al menos veinte
centímetros de alto.

—Bienvenidas a Spintensity —dijo con una amplia sonrisa.


Entonces me di cuenta de que tenía unos tatuajes impresionantes en
los muslos y los hombros, y pareció observarme con la misma
apreciación—. ¿Escuché que estamos celebrando una despedida de
soltera esta noche?

Julep hizo un pequeño giro e hizo una reverencia.

—Esa sería yo.

La instructora silbó, mirando a Julep de arriba abajo.

—¿Tu futuro esposo se da cuenta de lo afortunado que es?

—Si lo vieras, estarías diciendo que la afortunada soy yo —


combatió Julep.

—Lo dudo —dijo con una sonrisa—. Soy Joany. Seré tu guía de la
fiesta esta noche. Por lo que veo, tienes experiencia —dijo, señalando
a Julep antes de que su dedo se arrastrara sobre el resto de nosotros—
. ¿Y ustedes tres son carne fresca?

—La más fresca —dijo Giana emocionada, dando un paso adelante


como una virgen sacrificada—. ¡¿Puedes enseñarme a escalar el
poste?!

Joany se rio e intercambió una mirada con Julep antes de indicarnos


que nos adentráramos.

—Podemos intentarlo. Pero primero, vamos a ponernos unos


pantalones cortos y empezaremos a caminar alrededor del poste.

Pensé que estaba bromeando, pero después de que nos guiara por
el estudio y nos pusiéramos cada una detrás del poste de nuestra
elección, así fue exactamente como empezó la clase: caminando.
Joany y Julep lo hicieron sin esfuerzo, por supuesto, ambas
pavoneándose sexymente en sus tacones. Riley, Giana y yo, en
cambio, íbamos descalzas y parecía que éramos nosotras las
inestables.

Era tan embarazoso que daba risa, y todas nos reímos y bromeamos
mientras Joany intentaba mostrarnos cómo lucir más sexys mientras
dábamos vueltas alrededor del cromo.

Cuando pasamos a los giros, Riley nos sorprendió a todos, gracias


a la fuerza de la parte superior de su cuerpo y un abdomen que
debería haber sido ilegal. Joany nos guió a través de giros para
principiantes con nombres que me confundieron aún más (Bombero,
Diosa, Hollywood) y Riley hizo cada uno sin más que una simple
demostración.

Giana y yo, por otro lado, nos dábamos contra el poste lo bastante
fuerte como para dejarnos moratones.

Aun así, las risas eran fáciles, y cuanto más trabajábamos en giros,
trucos y movimientos de baile como ondas corporales y twerks,
menos me preocupaba Leo. Pronto me sumergí por completo en la
experiencia con las chicas, celebrando cuando conseguían algo y
riéndonos juntas cuando fallábamos.

Al final de la sesión de noventa minutos, todas estábamos


sudorosas y doloridas, pero Giana estaba decidida a sacarse
pegamento de una botella y ponérselo en las manos, frotándoselas
con los ojos fijos en la campana de la barra. Al parecer, era una
tradición y un honor hacerla sonar una vez que se conseguía subir a
la cima.

—Bien, pues vas a querer apretar bien las rodillas y usar la fuerza
de los muslos para subirte al tubo —explicó Joany mientras hacía una
demostración de escalada—. Una vez que hayas extendido las
piernas, cambia los brazos y ahora el brazo de abajo se convierte en el
de arriba, y usas esa parte superior del cuerpo para levantar las
rodillas hacia el pecho, aprietas y repites.
Hizo un par de escaladas antes de deslizarse hacia abajo y hacer un
gesto a Julep para que fuera la siguiente. Por supuesto, esa perra trepó
mientras el poste giraba, su largo cabello ondeaba detrás de ella y su
cuerpo se movía con toda la gracia fluida de una gacela. Fue
fascinante de ver.

Exasperante, también, porque cuando tenías una amiga tan


hermosa y talentosa, era difícil no odiarla un poco.

Todos aplaudimos cuando estuvo en el suelo de nuevo, y luego fue


el turno de Riley. Luchó un poco al principio, pero una vez que sus
músculos entendieron la tarea, repitió el movimiento que Joany nos
había mostrado hasta que llegó a la cima. Sus movimientos eran más
atléticos que los de Julep, lo cual tenía sentido teniendo en cuenta
quién era ella, pero su sonrisa era la más grande que le había visto
cuando tocó el timbre mientras el resto de nosotras vitoreaba desde
abajo.

Giana fue la siguiente, y la pobrecita apenas podía jalar su pecho


hacia el poste mientras sus piernas y brazos temblaban por el esfuerzo
que le tomó llegar allí.

—Está bien, a la mayoría de las chicas les toma algunas clases antes
de que puedan escalar tanto —trató de animarla Joany.

Pero esa pequeña rata de biblioteca no era nada si no estaba


impulsada por un desafío, y vi sus ojos entrecerrarse con
concentración y determinación ante las palabras de Joany antes de
subir un poco más. Fue una lucha todo el camino, pero lo logró,
aullando y gritando como un alma en pena mientras tocaba la
campana en la parte superior antes de deslizarse hacia abajo.

—Muy bien, mi reina tatuada —me dijo Joany a continuación,


señalando con una mano mi barra—. Veamos que tienes.

La miré durante un segundo antes de reírme, porque tenía que


estar bromeando. Pero ella no me devolvió la broma, y el resto de las
chicas me miraron como si realmente pensaran que yo también podía
trepar por la barra.

—Estás bromeando, ¿verdad? —pregunté, señalándome a mí y


luego al poste—. ¿De verdad crees que mi culo gordo puede subir por
esta cosa?

—¡Ey! —Giana me dio una palmada en el brazo—. ¡No hables así


de mi amiga!

—No dije que fuera algo malo —me defendí, frotándome el brazo.
Luego, agarré las amplias curvas de mis caderas y sobre mi estómago,
mis muslos, mi trasero, apretándolos y sacudiéndolos—. Solo digo
que tu chica es gruesa y no hay manera de que llegue a la cima de este
poste.

—El tamaño no significa una mierda en este deporte —dijo Joany—


. Delgada o curvilínea como el infierno, puedes hacer cualquier cosa
que te propongas

Julep me golpeó el culo.

—Está en lo correcto. Así que adelante, ponte a escalar.

—Tienes mucha más fe en mis brazos que yo —murmuré.

—No todo son brazos. Aprieta las rodillas y engancha los muslos,
¿recuerdas? —dijo Riley, y le di una mirada que decía traidora. Ella
solo me devolvió una sonrisa empalagosa.

Con un suspiro, renuncié a luchar contra ellas y decidí probar mi


punto de vista. Me alcé y rodeé el cromo con las manos, fijando la
espinilla a la parte delantera como nos había enseñado Joany, antes
de enganchar los hombros y levantar la otra pierna. Al instante, volví
a caer al suelo.

—Bueno, lo he intentado, sigamos.

—Ah, ah, ah, no tan rápido —dijo Julep, y ella me tendió la botella
de agarre hasta que abrí la palma de mi mano y dejé que exprimiera
un poco—. Inténtalo otra vez.
Mi agarre fue infinitamente mejor con la sustancia pegajosa blanca
que me había dado frotada en cada palma, y esta vez cuando levanté
la pierna, me quedé donde estaba. Con un gruñido, acerqué mi pecho
al poste, cambié de manos antes de doblar mis rodillas hasta los codos
y apretar de nuevo.

Miré al suelo, a lo lejos que estaba de él, y sonreí.

Santa mierda.

Estoy escalando un maldito poste.

Traté de subir un poco más, pero mis brazos cedieron y terminé


deslizándome casi hasta el fondo otra vez.

Esta vez, sin embargo, no me rendí.

Enarqué la frente con determinación y me concentré en la campana


que se burlaba de mí desde lo alto.

Iba a hacer sonar a esa hija de puta.

—¡Vamos, Mary, vamos! —Giana animó con un pequeño aplauso


mientras yo alcanzaba de nuevo el poste. El resto de las chicas se
unieron para animarme mientras subía, lenta pero segura, arriba y
arriba y arriba.

El sudor me corría por la espalda y me mojaba el pelo cuanto más


subía, y cada músculo de mi cuerpo ardía: los hombros, la espalda,
los brazos, las piernas, mis putos abdominales invisibles. Tenía que
ejercitarlo todo, y nunca en mi vida había usado los músculos con
tanta intensidad. Claro, el yoga tenía sus días, pero tendía a alejarme
de los flujos de energía y pasaba el tiempo en mi esterilla disfrutando
de posturas más largas y profundas.

No esta noche.

Esta noche, estaba apagando todas las voces en mi cabeza que


decían que no podía hacerlo, y estaba subiendo poco a poco más y
más alto en un aparato de cromo.
La última parte fue la más difícil, y reprimí el dolor y la súplica
desesperada que mi cuerpo me estaba dando para que me detuviera
mientras extendía la mano y agarraba la cinta atada a la campana,
haciéndola sonar como una loca. Las chicas se volvieron locas debajo
de mí, y miré hacia abajo con una sonrisa victoriosa y una oleada de
adrenalina corriendo a través de mí.

Me deslicé como un bombero y, cuando mis pies tocaron el suelo,


inmediatamente me envolvieron en un abrazo grupal mientras las
chicas saltaban a mi alrededor. Nos reímos y vitoreamos hasta que
nos quedamos sin aliento, y cuando se apartaron y me chocaron los
cinco, cada célula de mi cuerpo pasó de un zumbido a una quietud
absoluta.

No podía explicar lo que pasó después.

Un segundo estábamos celebrando y Joany estaba abriendo una


botella de champán para que brindáramos por nuestros logros.

¿Al siguiente?

Estaba sollozando.

La emoción me brotaba del pecho, acortando cada respiración


hasta que el primer llanto escapó de mis labios. Ni siquiera estaba
segura de qué era lo que me tenía ahogada. ¿Era Leo y todo lo que me
estaba jodiendo la cabeza en ese sentido? Probablemente. Pero
también me sentía... más grande. Más. Como si acabara de
enfrentarme a todos los putos traumas que me habían atenazado y los
hubiera hecho trizas.

Julep me abrazó fuerte, y cuando se retiró, me tomó de los brazos,


con los ojos brillantes.

—Pole-terapia —dijo.

Luego me puso una copa de champán en la mano y, con las


lágrimas aun secándose en mis mejillas, chocamos nuestras copas y
nos pusimos a beber.
—Juro por Dios que no hay nada mejor que los Cheetos cuando
estás borracha.

Giana remató esa afirmación metiéndose un puñado completo de


chips de naranja en la boca, la mitad de los cuales cayeron en su
regazo y en el suelo a su alrededor. Crujió y gimió su aprobación con
una sonrisa.

Habíamos bebido chupitos en una discoteca hasta que todas nos


dimos cuenta de que preferiríamos estar de vuelta en el hotel en
pijama, que era donde nos encontrábamos en ese momento,
engullendo una botella de tequila y devorando los diversos aperitivos
que nos habían traído.

Bueno, todas menos Riley, que optó por mantenerse sobria solo
porque no quería morir en el entrenamiento del día siguiente. Giana
podía tomarse el día libre y yo también, y Julep no volaría de regreso
a Charlotte hasta la tarde siguiente, pero Riley no pudo escapar de la
ira del entrenador con el comienzo de la temporada y, por lo tanto,
fue nuestra sobria guía espiritual.

—No sé, creo que esta pizza gana mi voto —argumentó Riley
mientras giraba un trozo de queso caliente que goteaba de su
rebanada alrededor de un dedo antes de metérselo en la boca—. He
estado comiendo tan limpio durante todo el campamento que olvidé
a qué sabe una buena rebanada grasienta.

—Estás como una puta cabra —dijo Julep a modo de cumplido—.


Como, más fuerte de lo que nunca te he visto.
—Bueno, estoy loca —dijo Riley—. Porque pensé que, si podía
ganar algo de peso, desarrollar músculo y mejorar mis patadas,
tendría una oportunidad en el draft. —Sus ojos se suavizaron,
perdiendo el foco en algún lugar más allá de su porción de pizza—.
Qué jodida broma.

Le dio un mordisco mientras las demás la mirábamos


comprensivas.

—Son unos idiotas —dijo Giana.

—¿Hay alguna otra forma en que puedas jugar? —preguntó


Julep—. ¿Cómo una liga de mujeres o algo así?

Sonreí un poco al ver que Julep ofrecía una solución, porque el año
pasado por estas fechas, esa chica era una nube de lluvia andante sin
optimismo ni resquicio de esperanza. Holden había cambiado eso.

—En realidad, más o menos —dijo Riley con una sombra de


esperanza—. La Alianza del Fútbol Femenino. Es una liga menor, y
la paga no es buena, pero… el equipo de Boston es muy bueno. Ya se
han acercado con cierto interés.

—¡Ves! —dije, empujando su rodilla.

Riley sonrió al asentir.

—Sí. Es genial. Es solo…

—Deberías poder jugar en la NFL —terminó Julep por ella—.


Deberías poder al menos tener la oportunidad.

Riley se encogió de hombros, pero todos pudimos sentir su acuerdo


en el aire. Fue una situación complicada. Jugar en un campo lleno de
hombres grandes podría ser peligroso para ella. Pero como
pateadora, ¿realmente tendría tanto contacto de todos modos? Y ella
no era solo una buena pateadora, era la mejor jugadora universitaria
en este momento.

Pero como era mujer, ni siquiera tuvo la oportunidad de demostrar


que podía manejarlo.
No podía imaginar su frustración.

—De todos modos, ¿Cómo va la planificación de la boda? —Riley


le preguntó a Julep.

—Va genial —dijo Julep con una brillante sonrisa mientras tomaba
un trozo de chocolate—. Si pasarte horas con los planos de los
asientos y los arreglos florales es lo tuyo.

—¡Suena divertido! —dijo Giana, lo que nos hizo resoplar a todas.

—Está bien —agregó Julep, sin el sarcasmo esta vez—. Mamá ha


estado ayudando mucho, lo cual es… raro —admitió—. Y también
agradable. Ojalá Holden también pudiera ayudar. Y lo quiere, pero
incluso sentado en el banquillo, el equipo se queda con el noventa por
ciento de su tiempo. Y me alegro por él. Está viviendo su sueño. Y sé
que es solo la temporada en la que estará así. Tendré un poco más de
su tiempo en febrero.

—Es por eso que planeaste la boda para abril, ¿verdad? —preguntó
Riley.

Julep asintió.

—Sí. Y ayuda cuando puede, pero está cansado después de la


práctica o los juegos, y seamos honestos, el poco tiempo que pasamos
juntos no lo gastamos en completar nuestro registro.

Giana movió las cejas ante eso.

—¿Alguna vez te asusta? —pregunté, tratando de no proyectar mis


propias inseguridades, pero fallando—. Él en la carretera, todas las
mujeres lanzándose a él tanto en persona como en línea...

—A veces es difícil —admitió Julep honestamente—. Quiero decir,


cualquier mujer que diga que no, está mintiendo. No importa que
confíe en él, que sepa que nunca haría nada con nadie más. Sigue
siendo compartir, aunque él no participe. Es parte mía y parte del
resto del mundo también.
Asentí, con un nudo en la garganta por el hecho de que sería lo
mismo con Leo. Luego, me di una bofetada mental por haber pensado
tanto en el futuro cuando, literalmente, acabábamos de acostarnos.
Pero no pude evitarlo. Él había estado tan arraigado en mi pasado,
enhebrado a través de la estructura misma de mi ser durante tanto
tiempo… y ahora, estaba en mi presente, diciendo cosas y tocándome
de maneras que me hacían pensar que me deseaba.

Eso fue tan estimulante como aterrador.

—Estoy emocionada por ti —le dije a Julep—. Va a ser perfecto. Y


avísanos si nos necesitas. Estamos aquí para ayudar.

Ella sonrió de acuerdo, y después de chupar un trago de la botella


de tequila, me la entregó.

—Bueno. Tenemos el túnel de sentimientos preparado.


¿Finalmente vas a decirnos por qué enviaste un mensaje de SOS o
vamos a tener que sujetarte y hacerte cosquillas?

Hice una mueca mientras bebía de la botella, a pesar de que era un


buen tequila. No teníamos lima con la que beberlo, así que me
quemaba cada centímetro.

—Ojalá fuera fácil de explicar. Me siento como una loca —admití.

—¿Por qué no empiezas a hablar y ves lo que sale? —ofreció Giana.

Así que lo hice.

Tenía que contarle a Julep por qué había pasado los últimos siete
años odiando a Leo, ya que las otras chicas habían escuchado la
historia de fondo antes de que saliéramos la otra noche. Una vez que
se puso al día, procedí a hablarles del bar, de la escena que montó con
Nero y de la explosión que siguió cuando lo perseguí hasta fuera.
Cuando les conté lo del tatuaje, se asustaron y pidieron fotos, y luego,
les conté lo que pasó cuando llegamos a casa.
Aunque omití todos los detalles, porque mis amigas no necesitaban
saber que le había sacado un condón a Leo de su enorme polla y se la
había lamido hasta dejarla limpia.

—Y luego —dije con un suspiro, comiéndome las uñas—. Me


desperté y él no estaba allí, y simplemente… me asusté por completo.

—¡¿Él no estaba allí?! ¡Qué carajo, ese imbécil! —Julep se enfureció.

—Bueno, todavía estaba allí, pero no estaba en la cama. Tenía que


prepararse para la práctica —expliqué.

—Oh —dijo, y luego estaba confundida, lo cual tenía sentido


porque yo también lo estaba.

—Es solo que me desperté y todo se derrumbó sobre mí. He estado


programada durante años para odiar a este tipo. Tuve la peor
impresión de él. Pero luego, en los últimos meses, he visto el otro
lado, el lado que una vez conocí y… —Casi dije que amaba, pero me
callé—. He visto destellos del chico que conocí antes de que todo se
fuera a la mierda —terminé—. Y… no lo sé. Me costaba recordar por
qué lo odiaba, hasta que hacía algo que me lo recordaba, entonces
ardía de rabia y ganas de empujarlo por el tejado.

Giana se rio.

—Me siento como un yoyó atrapado en un ciclo sin fin —


continué—. Y luego, para descubrir que todo este tiempo, lo había
estado castigando, castigándome a mí misma por algo que en
realidad ni siquiera sucedió… al menos, no de la manera que imaginé.
No sabía que era yo ese día que me rechazó. —Hice una pausa—.
Pero, de nuevo, todavía era yo. Realmente no importa si él no sabía
que era yo, la chica con la que habló en línea, ¿verdad? Porque me
miró a mí, a la chica parada frente a él con un cuaderno lleno de
bocetos, y me encontró inapropiada.

—Entonces, ¿de eso se trata? —preguntó Riley—. ¿Todavía estás


molesta por lo que hizo ese día?
—Sí —dije, e inmediatamente negué con la cabeza—. No. No sé.
Supongo que eso forma parte de ello. —Hice una pausa, pensando,
tratando de darle sentido a todo—. Supongo que solo estoy…
asustada.

—¿De qué te haga daño?

—Sí —admití en voz baja—. ¿Qué pasa si mintió y supo que era yo,
pero luego vio en lo que me convertí y me hizo su conquista?

—Leo no haría eso —dijo Giana con seriedad.

—¿No lo crees? Mira a todas las chicas que lo hemos visto perseguir
sin descanso, desde porristas hasta nadadoras. Pero, ¿alguna vez
termina con ellas? —No les di la oportunidad de responder—. No.
Follan y él sigue adelante. Vieron el artículo del verano. Las
veintisiete ex de Leo Hernández.

Giana parecía querer decir algo, pero se mordió la lengua.

—No quiero ser el blanco de otra broma —les dije, con la voz
temblorosa—. No puedo serlo.

Las chicas se quedaron calladas por un momento antes de que Julep


se arrastrara hacia donde yo estaba sentada en el suelo. Me envolvió
en un abrazo, apoyando su barbilla en mi hombro.

—Está bien tener miedo —me dijo.

—Gracias.

—Pero no está bien castigar a Leo por un crimen que ni siquiera ha


cometido.

Fruncí el ceño cuando Julep se apartó para mirarme.

—Entiendo que tiene que humillarse un poco para compensar el


pasado, pero me parece que está demasiado ansioso por hacer eso, si
lo dejas.

—Me parece que está loco por ti —agregó Giana—. Y que tu


cerebro está tratando de asustarte aferrándose a lo que creía sobre él
durante años en lugar de dejar que la realidad de quién es ahora
brille.

—¿Pero la gente realmente cambia? ¿Realmente puedo confiar en


eso? —pregunté.

—¿Has cambiado desde que tenías quince años? —preguntó


Riley—. Sé que yo sí.

Tragué, sabiendo que ella tenía razón, que todas ellas la tenían,
pero mi estómago estaba demasiado amargo para admitirlo.

—¿Y si vuelve a hacerme daño? —susurré.

Giana gateó hasta unirse a mí y a Julep, deslizó su mano en la mía


y la apretó.

—¿Pero y si él te ama?

Mis ojos se llenaron de lágrimas, y busqué su mirada por un


segundo antes de que una risa brotara de mi pecho.

—Jesús, Giana. Realmente lees demasiadas obscenidades.

—Nada de eso.

Riley se acercó para unirse al abrazo grupal.

—Mira, al final del día, no importa lo que pensemos. Pero, por lo


que vale, creo que merece una oportunidad. Sé lo que es negarle a
alguien la oportunidad de demostrar que es bueno, que ha
cambiado… y lamento el tiempo que perdí con mis talones clavados
en mis percepciones. Dale la oportunidad de sorprenderte.

Asentí, mi pecho todavía apretado incluso cuando un suspiro de


alivio lo dejó.

Porque quería darle una oportunidad.

—Tal vez solo necesitaba escucharlas decir que no soy estúpida por
querer intentarlo y que no me destrozarán el corazón en el proceso.
—Podría —replicó Julep pero su sonrisa era una que decía que eso
no era lo que ella creía que pasaría—. Si lo hace, estaremos aquí para
ayudarte a superarlo.

Riley y Giana asintieron con la cabeza y yo me reí entre dientes,


limpiándome la cara.

—Nunca había tenido amigas antes de ustedes—admití.

—Yo tampoco— dijo Julep—. Aparte de mi hermana.

—Los personajes ficticios han sido mis únicos amigos durante años
—agregó Giana.

Riley empujó su pulgar en su pecho.

—Pasé el rato con mi hermano y sus amigos, así de aterrorizada


estaba de hacer los míos.

—¿Qué dice eso sobre nosotras? —pregunté.

—¿Sabes que dicen que hay que esperar al elegido? —Julep


preguntó, volviéndonos a juntar—. Tal vez sea así para nosotras.
Tuvimos que esperar a que las chicas adecuadas fueran nuestras
mejores amigas.

—Somos almas gemelas —agregó Riley.

Nos agrupamos para otro abrazo, y luego Giana olfateó y yo le


acaricie la espalda.

—Oh, G, no llores.

—No, no lloro —dijo ella, inclinándose hacia atrás y limpiándose


la nariz—. Es la depresión de los libros.

Parpadeé.

—¿Tu depresión por los libros te está haciendo moquear?

—¡Es como tener gripe! —sé defendió—. Mi cuerpo no sabe cómo


funcionar sin al menos dos historias ficticias en mi cerebro en todo
momento.
Eso nos hizo reír a todas, y cuando Julep y yo comenzamos a
limpiar y Riley se metía en la cama para dormir lo más posible antes
de la práctica, Giana entró en detalles sobre el libro que le había
causado la depresión, y se puso particularmente dramática por algo
sobre una regla del sombrero de vaquero, y cómo había probado
todos los remedios conocidos para salir del bloqueo sin éxito.

Cuando todas nos metimos entre las sábanas y apagamos las luces,
era poco más de medianoche.

Me di la vuelta y apoyé la cabeza en la almohada de Julep.

—Gracias por venir a mi rescate.

—Siempre —prometió.

—Te vas a casar —canté con una amplia sonrisa, empujando sus
costillas debajo de las sábanas.

Ella hizo un pequeño baile feliz y chilló, luego ambas nos


quedamos en silencio, y minutos más tarde, ella estaba
profundamente dormida, junto con Riley y Giana.

Yo, por otro lado, miré hacia el techo y conté los minutos que
faltaban para que amaneciera
A la mañana siguiente, antes de que sonara la alarma, me desperté
con la sensación de un cuerpo cálido y exuberante envolviéndome.

—Estás en mi cama —me susurró al oído una voz aturdida.

No me había dado cuenta de cuánta tensión había estado


manteniendo hasta que se me escapó en el momento en que la
escuché, en el momento en que la sentí contra mí.

Sonreí satisfecho y me giré hasta que pude ver la sonrisa soñolienta


de Mary mientras apoyaba la barbilla en mi pecho. Tuvo cuidado de
evitar mi nuevo tatuaje, sus ojos patinaban sobre él como si se
estuviera asegurando de que seguía sus instrucciones de cuidado.

—¿Tu cama? —repetí.

Ella asintió y me reí entre dientes, sin discutir con ella. Palico saltó
sobre la cama como si hubiera estado esperando a que apareciera
Mary, y ambos sonreímos mientras Mary pasaba la mano por la
columna de Palico y la gata se arqueó al contacto con ella. Solo se
quedó un momento antes de volver a saltar de la cama,
probablemente porque sabía que Kyle se levantaría en cualquier
momento y siempre era el primero en llegar a la cocina.

Lo que también significaba que él era el primero en darle de comer.

Volví a posar mi mirada en Mary. Parecía cansada y un poco triste,


con los ojos un poco rojos y la piel un poco pálida. Me pregunté si su
noche había sido tan larga como la mía.
Ayer había sido caótico. Me sentí vivo durante la práctica,
energizado por mi noche con Mary y volando alto con solo pensar en
volver a verla al final del día. Pero cuando ella no respondió ninguno
de mis mensajes de texto, ese subidón se convirtió en un bajón
desesperado, y todo lo que pude hacer fue aguantar hasta el final de
mis clases antes de regresar a toda velocidad a El Pozo.

Sólo para descubrir que no estaba en casa.

Había una nota sobre la cama, algo sobre una despedida de soltera
improvisada para Julep. Y aunque eso por sí solo no era razón para
preocuparse, la forma en que se había comportado esa mañana
cuando me fui, cómo había luchado contra las lágrimas y cómo mis
mensajes de texto habían quedado sin respuesta… la combinación me
revolvía el estómago.

Quería hablar con ella, llamarla repetidamente hasta que


respondiera y me dijera qué le pasaba. Pero conocía a Mary lo
suficiente como para saber que, si estaba pidiendo espacio, eso era lo
que realmente quería.

Entonces, esperé.

Y aquí estaba ella, de vuelta en la cama conmigo.

Tragué saliva, apartándole el pelo de la cara.

—¿Cómo fue?

—Ridículo —dijo con una sonrisa—. Fuimos a un estudio de pole.

Arqueé una ceja.

—¿Tienes algún video? A mi banco del placer le vendría bien una


actualización…

—Eres asqueroso —dijo entre risas, pellizcándome las costillas. Me


reí entre dientes y la atraje hacia mí, besándole la frente una vez
estuvo apoyada en mi brazo. Nos quedamos en silencio por un
momento, mis dedos recorriendo su cabello mientras los de ella se
cerraron en puños sobre mi estómago.
—Te extrañé —admití.

Todo su cuerpo se suavizó en mis brazos ante eso, y se inclinó de


nuevo, con los ojos suaves bajo las cejas curvadas.

—Lo lamento.

—¿Por qué?

—Por huir.

—¿Fue eso?

Se sentó completamente, doblando las piernas debajo de ella y


mirando sus manos en su regazo. Empujé hasta que mi espalda
estuvo contra la cabecera, así que también me senté con ella.

—Estoy jodidamente aterrorizada, Leo.

Su voz era un susurro vacilante, y sentí sus palabras como cien


agujas en mi garganta.

—¿De mí? —pregunté.

Ella asintió y una parte de mí murió.

—Me desperté ayer y lo primero que pensé fue que me habías


tomado el pelo.

Me moví para abrazarla.

—Mary, yo…

—Déjame terminar —dijo, levantando una mano para detener mi


avance—. Me invadió el pánico de que hubiera sido una especie de
conquista para ti, que supieras quién era yo todo el tiempo y que yo
fuera solo otro juego, otra muesca en tu cabecera.

Sacudí la cabeza con más fuerza con cada palabra que decía,
luchando contra el impulso de interrumpirla y decirle que estaba
equivocada.

—Pero —continuó con un suspiro—. Sé que eso es solo mi propia


inseguridad.
Se quedó callada un rato, y yo me acerqué tentativamente para
tomar su mano entre las mías, para tranquilizarla y hacerle saber que
estaba allí, que la escuchaba.

—Tú… tú eres el jodido Leo Hernández —dijo entre risas. Yo


también sonreí un poco, pero se me escapó rápidamente cuando me
di cuenta de que lo decía como si fuera una maldición—. Podrías
tener a cualquier chica que quisieras, cualquier chica en forma y sexy
del mundo —Sacudió la cabeza—. No tiene sentido que me quieras a

—¿Estás loca? —Esta vez no pude contenerme. La agarré por los


codos y la obligué a mirarme—. Eres la mujer más hermosa, la más
fascinante en la que he puesto mis ojos. Y eres ingeniosa, inteligente,
talentosa, creativa y valiente.

Resopló, sacudiendo la cabeza.

—Lo eres —le dije—. Y mierda, Stig, eres tan jodidamente sexy. Sin
siquiera intentarlo. Me has vuelto loco desde el momento en que
cruzaste la calle.

—Y ahora me has tenido —dijo, sus ojos se encontraron con los


míos con desesperación—. Entonces, ¿qué más hay? ¿Qué podría
ofrecerte?

Cerré los ojos contra el dolor que esas palabras hacían resonar en
mi pecho. Sin mediar palabra, tiré de sus muñecas hasta que no tuvo
más remedio que ir hacia donde yo la llevaba, que era directamente a
mi regazo. Tiré de ella para que se sentara a horcajadas sobre mí,
dejando que mis manos recorrieran cada una de sus curvas hasta que
sostuve su rostro entre mis palmas, con su mirada fija en mí.

—Me odio porque sé que soy parte de la razón por la que te sientes
así contigo misma.

Intentó apartar la mirada de mí, sacudiendo la cabeza, pero la


mantuve inmóvil.
—No, es verdad y ambos lo sabemos. La cague. Y no importa que
no supiera que eras tú, que era mi chica a quien estaba lastimando ese
día después de la práctica en la escuela secundaria. Porque eras tú, la
chica que no conocía pero que debería haber querido conocer, la chica
que fue lo suficientemente valiente como para acercarse a mí cuando
tenía amigos tan idiotas y todos los ojos en la escuela estaban puestos
en mí.

—No te culpo por no darme una segunda mirada. Era…

—Tan hermosa entonces como lo eres ahora —dije antes de que


pudiera terminar—. Yo era el idiota. Yo. ¿Bien? Y pasaré cada segundo
de cada día de rodillas para compensarte.

Mary movió las cejas.

—De rodillas, ¿eh?

Apreciaba esa sonrisa, ese aligeramiento en su estado de ánimo,


pero no dejaría pasar esto hasta que supiera que había sido claro.
Volví a meterle los dedos en el pelo y le acaricié la mandíbula con los
pulgares mientras la miraba.

—¿Quieres saber qué puedes ofrecerme? —pregunté—. Todo. La


oportunidad de empezar de nuevo. Una oportunidad de ser yo
mismo. Una oportunidad de tener lo que siempre he querido. Me
ofreces risas y aventuras, espontaneidad y desafíos, vida —dije—. Me
enfureces —añadí con una sonrisa—. De la mejor manera posible. Me
haces querer ser mejor y me vuelves loco con la necesidad de tocar
cada centímetro de ti hasta que pueda trazar tu cuerpo con los ojos
cerrados.

Un escalofrío recorrió su piel y la acerqué más, apoyando mi frente


contra la suya.

—Siento haberte hecho daño. Lo siento muchísimo, maldición.


Pero estoy aquí. Y te quiero a ti, Mary, a ti. Toda tú. Exclusivamente.
Sin tonterías, sin preguntarse qué sigue, sin juegos. —La miré de
nuevo—. Nunca he sentido nada por nadie más que por ti, incluso
cuando no sabía que eras tú. Me tienes jodido.

Se ahogó en un sollozo, asintió y se apoyó en mi palma.

—Esto es real, Stig. Tú y yo, aquí y ahora. Lo quiero. Nos Quiero.

—Yo también quiero lo nuestro.

Apenas pudo pronunciar las palabras antes de que yo las tragara,


saboreándolas, devorando cada sílaba antes de que mi boca se
estrellara contra la suya. La envolví en mi abrazo mientras sus
propios brazos se enroscaban alrededor de mi cuello y me acercaba a
ella, profundizando el beso. Me sostuvo allí como si fuera a
desaparecer si abría los ojos, como si este beso fuera el último.

—Soy tuyo —le prometí—. No voy a ninguna parte.

Ella asintió contra mis labios, pero aún se aferraba a mí como si


fuera un sueño.

La alarma de mi teléfono sonó, la busqué a ciegas y la apagué antes


de tirarla al otro lado de la habitación.

—Tienes que irte —trató de decirme Mary, rompiendo nuestro


beso—. No puedes llegar tarde a la práctica.

—Tengo el tiempo justo.

—¿Para qué? ¿Para vestirte?

—Para hacer que te corras —dije, frotando mis caderas contra el


lugar donde estaba sentada a horcajadas sobre mí. Gimió un poco
cuando le mordisqueé el labio inferior—. Y luego vestirme.

No le di la oportunidad de discutir antes de que le diera una


palmada en el trasero y la ayudara a levantarse de mi regazo. Cuando
la tuve de pie, la desnudé entre besos, quitándole una prenda de ella
y luego de mí, de un lado a otro hasta que ambos estuvimos
desnudos.
—Maldita sea, Mary —dije apreciativamente cuando estuvo
desnuda, examinándola con mis ojos y mis manos. Observé cada
curva, cada centímetro de suavidad, cada perforación y cada tramo
de tinta en su piel.

Y ahora era mía.

Ella era mía.

La atraje hacia mí con posesión zumbando por cada vena, y siseó


cuando pasé una mano entre sus muslos.

—Mierda —maldijo, alejándose tambaleándose—. Malditos


pellizcos del pole.

Palidecí.

—¿Qué?

—Estoy… estoy magullada, por el estúpido poste —explicó,


señalando sus muslos. Miré hacia abajo, y con la suave luz del
amanecer, pude ver una sombra del moratón al que se refería.
También pude ver que no era el único que tenía.

—Maldita sea, nena —dije, frunciendo el ceño mientras trazaba un


círculo a su alrededor. Tuve cuidado de no tocarlo mientras la guiaba
de regreso a la cama, acostándola en las sábanas y apoyándome entre
sus piernas. Luego, besé mi camino hacia abajo, deteniéndome
cuando comencé a notar los moretones nuevamente.

Presioné mis labios ligeramente contra el primero, y Mary gimió.

—¿Duele?

—Un poco —confesó, pero la forma en que se retorcía debajo de mí


me dijo que era el tipo bueno de dolor.

Sonreí, pasando mi palma plana y cálida sobre su estómago, su


cadera, haciendo patinar los dedos por el laberinto de moratones
hasta que se deslizaron por su húmedo centro.
Ella se arqueó ante el toque, y cuando la punta de mi dedo se
hundió en su interior, volví a besar el hematoma, esta vez con más
fuerza.

Fui recompensado con otro gemido más fuerte y sus puños se


retorcieron en las sábanas.

—Mi pequeña masoquista —bromeé, y luego deslicé mi dedo


completamente dentro de ella, mordiendo alrededor de su moretón
al mismo tiempo.

—Sí —jadeó, estremeciéndose bajo mis caricias.

Era enloquecedor, lo sexy que era, lo mucho que me excitaba


cuando abría más sus muslos para mí y me miraba por encima de las
ondas de sus pechos palpitantes. Odiaba lo mucho que estaba bajo su
hechizo tanto como amaba rendirme a él, como un hombre
moribundo que respira por última vez antes de dejar que la tierra lo
lleve de vuelta.

—Tienes dos minutos para follarme la mano y correrte por mí —le


dije, curvando un segundo dedo dentro de ella—. ¿Puedes hacer eso
por mí?

—No —dijo ella, jadeando.

—¿No? —Repetí con desafío, moviendo mis dedos dentro de ella


mientras bajaba mi boca a su clítoris. Movió las caderas cuando la
chupé con mi boca, y el gemido que dejó escapar me dijo que estaba
mintiendo.

—Quiero decir, puedo —corrigió, jadeando—. Pero te quiero.

Sus manos alcanzaron ciegamente mis caderas, y por la forma en


que tiraba de mí, entendí lo que quería decir. Mi polla tembló ante la
invitación.

Pero quería que esta mañana fuera por ella.

—¿Me quieres? —Me burlé de ella, subiendo lentamente por su


cuerpo mientras la besaba, chupaba y lamía—. ¿Qué quieres decir?
—Te deseo —dijo de nuevo, y esta vez envolvió su mano alrededor
de mi eje, bombeándome una vez, lento, largo y tortuoso.

Luché contra mi gemido, sonriéndole.

—Se más específica.

Hizo una pausa, entrecerrando los ojos.

—Eres un imbécil presumido.

—Y, sin embargo, todavía quieres que te folle en este colchón, ¿no?

Me encantó cómo reaccionó con una mezcla de ira y deseo,


empujándome con las manos mientras me perseguía con la boca. Su
beso fue duro e impaciente, y luego envolvió sus piernas alrededor
de mí y clavó sus talones en mi trasero.

—Quiero tu polla dentro de mí —dijo contra mis labios, y


finalmente dejé que mi gemido se liberara, deleitándome con las
sucias palabras que salían de su garganta. Envolví mi mano alrededor
de su cuello para poder sentir la vibración la próxima vez que
hablará—. Quiero que te entierres tan profundo que te sienta en mis
entrañas.

—Esa es mi chica —la elogié, y luego me agaché para meterle la


polla hasta el fondo

Tenía tantas ganas de meterla hasta el fondo, pero a pesar de lo


mojada que estaba, sabía que no debía hacerlo. No quería hacerle
daño. Con moderación, me enfundé hasta un cuarto del recorrido
antes de sacar la polla y volver a meterla, un poco más adentro.

—Oh, mierda, sí, Leo —gritó Mary, clavando sus uñas en la carne
de mi espalda mientras encontraba un ritmo, adentrándome poco a
poco dentro de ella. Era puro jodido éxtasis, la forma en que me
envolvía cálida, húmeda y apretada.

Fue entonces cuando me di cuenta de que había olvidado el


condón.
—Mierda —maldije, pero como si hubiera leído mi mente, Mary
clavó sus talones más profundo.

—No te atrevas a parar —me amenazó, y luego envolvió sus brazos


alrededor de mi cuello y metió su pelvis para tomarme más profundo,
follándome lo mejor que pudo sobre su espalda.

Su entusiasmo hizo que toda la sangre de mi cuerpo se precipitara


directamente a mis bolas, y antes de que pudiera correrme, salí de
ella, presionando mi frente contra la suya.

—Mierda, este no era mi plan.

—¿Follarme antes del desayuno?

—Correrme después de tres bombeos dentro de ti —dije,


golpeando el costado de su trasero—. Ahora, date la vuelta y agárrate
de la cabecera para que pueda follarte como es debido.

Mary obedeció, mirándome con tanta dulzura cuando estaba sujeta


que me dolía el pecho. Me deslicé detrás de ella, apretando mi pene
de nuevo hasta que lo alineé con su entrada y empujé dentro. Esta
vez, estaba mojada y estirada, así que la golpeé hasta el fondo,
golpeándola contra la cabecera y contra la pared.

—Más —rogó ella.

—Te encanta tomar esta polla, ¿no? —pregunté, lamiendo detrás


de su oreja mientras me flexionaba más profundo—. Tócate mientras
te follo. Juega con esas dulces tetas.

De nuevo, ella obedeció y dejó escapar un gemido salvaje cuando


una mano torció su pezón mientras la otra se deslizaba entre sus
piernas para frotar su clítoris. Sus piernas comenzaron a temblar
donde la mantenían erguida, y tomé su peso con mis manos en sus
caderas.

Alguien me llamó por mi nombre desde abajo.

—Se nos acaba el tiempo —le dije—. Vente ahora o no te vendrás


en absoluto.
Ella maulló, como si realmente me fuera a ir sin que se corriera
ahora. El entrenador podría hacerme correr vueltas todo el jodido día
y lo haría felizmente si tuviera los sonidos del clímax de Mary como
una banda sonora repitiéndose en mi cabeza.

—Necesito más —jadeó. Era sexy como el infierno, cómo abrió


descaradamente las piernas y tiró de su pezón mientras rodeaba su
clítoris. Su mejilla contra la cabecera y mis manos en sus caderas fue
todo lo que la mantuvo firme mientras perseguía su orgasmo.

Estaba profundamente dentro de ella, y ella se estaba tocando en


cada lugar que la excitaba hasta el límite. Solo había un lugar vacío, y
me arriesgué mucho cuando fui por él sin ni siquiera una
conversación informal sobre si estaba bien o no.

Deslicé una mano desde su cadera y le pasé la palma por el culo,


golpeándolo suavemente, antes de posar el pulgar en la estrecha
abertura que había sobre la que estaba metido hasta las pelotas.

—Sí —rogó ella—. Sí.

Con ese permiso, deslicé mi pulgar en la humedad entre nosotros


antes de presionarla suavemente.

No empujé hasta el fondo, solo deslicé la punta de mi pulgar en esa


entrada apretada, pero fue suficiente. Mary gritó y tembló como un
maldito terremoto mientras cabalgaba hasta el último segundo de su
clímax. Verla temblar y desgarrarse para mí fue todo lo que necesité
para encontrar mi propia liberación, y en cuanto Mary se desplomó,
la saqué de dentro, rociando con mi semen los pliegues de su trasero
y llenando el pliegue de su columna vertebral. El negro invadió mi
visión mientras bombeaba hasta dejarme seco, y Mary arqueó el
trasero como si quisiera asegurarse de que cada gota cayera sobre su
piel, como si se desperdiciara si no podía sentirla.

—¡Leo! ¡Vamos a dejar tu culo!

Fue Kyle quien gritó esta vez, y yo reí o gemí o alguna combinación
de los dos mientras maniobraba con cuidado fuera de la cama y entré
al baño. Abrí la ducha con agua caliente, luego saqué a mi chica de
las sábanas donde todavía estaba tendida sin fuerzas con mi semilla
goteando lentamente por su piel.

La metí en la ducha y me lavé antes de darle un beso largo y


profundo en los labios.

—¿No te duchas? —preguntó, tratando de empujarme adentro.

—Me ducharé en el estadio. El entrenador me dará por el culo si


llego tarde.

—Intenté decírtelo.

—Y yo te lo dije —dije, palmeando su trasero y deleitándome con


el pequeño grito que me dio—. No me iba a ir hasta que te vinieras.

—Tú ganas.

—Maldita sea, yo gano.

Gruñí las palabras contra su boca, y luego ella me envolvió y me


sostuvo contra ella, mi polla volvió a la vida ante la idea de tomarla
en esta ducha.

Pero la puerta principal se cerró abajo y maldije.

—Necesitas limpiarte el tatuaje —dijo Mary.

—Prometo que lo hare.

—Lo digo en serio. Si arruinas mi trabajo, yo…

—¿Qué harás, exactamente?

Intentó meterme en la ducha con ella, pero oí el coche encenderse


fuera y estaba a punto de que me dejaran si no me daba prisa.

—Déjame ir, mujer insaciable —bromeé, besando a Mary por


última vez—. Prometo que lo limpiaré y seré tan cuidadoso como
pueda en la práctica.

A regañadientes me dejó ir, y me permití verla en esa ducha con el


vapor elevándose a su alrededor antes de limpiarme rápidamente y
ponerme los pantalones deportivos y la sudadera con capucha antes
de bajar corriendo las escaleras. Los muchachos ya estaban saliendo
del camino de entrada cuando los alcancé y abrí la puerta trasera,
deslizándome como si yo fuera un ladrón y ellos fueran el auto de la
fuga.

Todos me fulminaron con miradas de fastidio, pero entonces Kyle


soltó una carcajada que hizo que los demás también se rieran. Y no
me importó que hicieran bromas durante todo el trayecto ni que,
cuando me duché y entré en el campo, llegara un poco tarde y tuviera
que correr para compensarlo.

Sonreí todo el tiempo.

Estaba impaciente por volver a casa.


Nunca había estado tan agradecida por un día libre en mi vida.

Entre la montaña rusa emocional de ayer, quedarme despierta toda


la noche bebiendo con las chicas, y luego que Leo me deslumbrara
esta mañana, estaba exhausta. Apenas había logrado terminar de
ducharme cuando colapsé desnuda y húmeda en la cama de Leo y
dormí hasta casi el mediodía.

Les envié un mensaje de texto a las chicas con una actualización, a


lo que respondieron con mil emojis que variaban desde berenjenas y
salpicaduras de agua hasta ojos de corazón y campanas de boda. Me
hizo sonreír, y esa sonrisa se mantuvo permanentemente cuando
recibí un mensaje de texto de Leo después de la práctica.

Leo: Sólo tuve que correr diez vueltas. Después tuve la mejor práctica de
mi vida.

Yo: Hmm… parece que debería ser parte de tu programa de


entrenamiento.

Leo: ¿En lo profundo de ti y luego en lo profundo de la zona de anotación?


Me gusta como suena eso.

Pasé el resto del día limpiando la casa, que era una pocilga
absoluta. Barrí, trapeé y cambié la caja de arena de Palico y, como me
sentía generosa, agarré la ropa de los muchachos cuando bajé a lavar
la mía. Aparte de eso, me relajé y descansé, viendo películas y
dibujando contornos de tatuajes en mi iPad desde el sofá mientras
Palico ronroneaba enroscada en una pequeña bola a mi lado.
Estaba doblando la última carga de ropa cuando los muchachos
atravesaron la puerta como una manada de animales salvajes.

—¡Mary! —llamó Braden, arrojando su bolso sobre el banco de la


ventana salediza que acababa de limpiar. Me envolvió en un abrazo
y me dio la vuelta antes de que pudiera gritarle—. Te hemos
extrañado.

—Uno de nosotros más que el resto —agregó Kyle con una sonrisa,
tirando su bolso encima del de Braden. Se detuvo al ver la ropa
apilada en el sofá—. Espera, ¿has lavado nuestra ropa?

—Algo de eso —dije cuando Braden me puso en el suelo de nuevo.


Señalé la ventana de la bahía—. Y acabo de limpiar, así que lleven sus
bolsos arriba, animales.

Blake había estado a punto de agregar el suyo a la pila, pero se


detuvo, dejando que se balanceara en el aire antes de señalar las
escaleras.

—Yo solo estaba tomando el mío.

—Ajá —dije con una sonrisa. Me volví hacia Braden justo a tiempo
para verlo articular «mamá» a Kyle mientras me señalaba.

Enrollé un par de sus calzoncillos y lo golpeé en la cara con ellos.

—Espera, ¿estás libre esta noche? —preguntó Kyle, mirando la


hora en su reloj Apple. Eran poco más de las ocho. No conocía sus
horarios completos, pero sí sabía que trataban de alinear sus clases de
la tarde y la noche tanto como podían para que todos pudieran viajar
juntos.

—Sí.

—¿Torneo de Madden? —preguntó Braden, moviendo las cejas.

—Ustedes quieren desesperadamente una patada en el trasero,


¿eh? —bromeé mientras doblaba la última de mis camisas. Pero las
bromas y los desafíos con los que respondieron los muchachos
resultaron borrosos en el fondo, porque Leo atravesó la puerta.
Todo mi cuerpo cobró vida ante su cercanía, al verlo todo
maltratado y cansado por un largo día. Se arrastró adentro, usando
su chándal de futbol NBU completo, y no oculté la forma en que me
lo comí con los ojos por la forma en que esos pantalones resaltaban
una parte suya muy específica. Dejé que mis ojos lo recorrieran
lentamente, observando su cabello desordenado, su piel recién
bronceada y sus ojos color miel que brillaban divertidos cuando él
también me miró.

Estaba mordiendo una de sus cadenas distraídamente, como si


fuera un hábito normal y no un recordatorio instantáneo para mí de
las otras cosas que podía hacer con esa boca.

Como si sintiera que ver esa cadena en su boca me hacía algo,


sonrió, su lengua atrapó la plata antes de dejarla caer sobre su pecho
nuevamente.

Se veía tan acogedor, como si hubiera nacido para abrazarme en el


sofá en ese momento. No quería nada más que tenerlo envuelto a mi
alrededor, tener su aroma invadiendo mi cerebro y confundiendo mi
mente.

Pero no habíamos hablado de cómo manejaríamos esto con los


compañeros de cuarto.

Dudé, mirándolo mientras él permanecía cerca de la puerta. Pero


simplemente la cerró de una patada detrás de él antes de dejar caer
su bolso al suelo y cruzar la habitación hacia mí con pasos suaves y
casuales. Torció esa sonrisa que solía odiar y amar tanto, y luego me
levantó, atrayéndome hacia él en un cálido abrazo que lo abarcaba
todo y que me hizo sentir un hormigueo de pies a cabeza.

Soltó un profundo suspiro una vez que estuve en sus brazos, como
si hubiera estado esperando todo el día por este momento, y me
abrazó con fuerza para respirar antes de alejarse para besarme, no en
la frente o la mejilla o un piquito en los labios, sino un beso posesivo
y exigente al que no tuve más remedio que abrirme. Recibí un tipo
diferente de vibración cuando su lengua se encontró con la mía, pero
se separó antes de que cualquiera de nosotros perdiera el control.

—¿Cómo está mi chica? —preguntó con voz somnolienta.

Sonreí, y el corazón me dio un vuelco.

—Ahora mejor.

Los ojos de Leo buscaron los míos, y me encantó ver lo feliz que se
veía, lo feliz que me sentía en ese momento. Quería embotellarlo todo,
esconderlo en algún lugar donde pudiera verlo cuando quisiera.

—¿Escuché que vamos a jugar a Madden? —preguntó después de


un latido.

—Aparentemente los muchachos quieren una patada en el trasero.


¿Quién soy yo para negárselos?

—Espero que no me estés poniendo con los muchachos, porque


seré yo quien te patee el trasero, no al revés.

—Hablas mucho, pero ¿puedes respaldarlo? —bromeé, inclinando


la cabeza y golpeando mi barbilla con un dedo.

Había un desafío diabólico en los ojos de Leo que me dijo que


pagaría por ese comentario más tarde.

No podía esperar.

—¿Vas a contarle tus grandes noticias o simplemente hacer que los


veamos besándose toda la noche? —Kyle dijo.

Arqueé una ceja hacia Leo.

—¿Grandes noticias?

Él sonrió, pero sus mejillas se tiñeron de rosa. ¿Estaba Leo


Hernández… sonrojándose?

—Estás mirando al nuevo Capitán de NBU.

Mi mandíbula se aflojó.
—Espera… ¿en serio?

Ni siquiera lo pensé antes de saltar sobre él, y él me atrapó justo a


tiempo y me dio otro largo y profundo beso. Cuando me aparté, le di
una palmada en el brazo.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? ¿Por qué no me enviaste un


mensaje de texto y me lo dijiste?

—Porque quería verte la cara en persona —dijo, tocándome la


nariz.

Negué con la cabeza, todavía sonriendo.

—Guau. Felicitaciones, Leo. Estoy… estoy tan feliz por ti.

De alguna manera creció en altura, y luego tiró de mí para


abrazarme, sosteniéndome fuerte.

—Puedes mostrarme lo feliz que estás más tarde —dijo en voz baja
bajo el pabellón de mi oído.

Me estremecí.

Con un apretón de mi cadera, saltó escaleras arriba para dejar sus


cosas y ducharse. Blake pasó junto a él en el camino hacia abajo, y
cuando moví toda nuestra ropa limpia a la mesa del comedor para
que pudiéramos tener el sofá, me giré para encontrarlos a los tres
sonriéndome con los brazos cruzados sobre el pecho.

Suspiré, moviendo mi mano sobre el espacio entre nosotros.

—Está bien. Adelante. Hagan todos sus chistes ahora.

—¿Quiénes, nosotros? Nunca lo haríamos —dijo Blake, tomando


asiento en el sofá y encendiendo la Xbox. Palico saltó sobre su brazo
y la atrajo hacia su regazo sin pensarlo dos veces.

—No, no, nos alegramos por ti —agregó Braden, sentándose en el


sillón.
Kyle estaba sospechosamente callado cuando se dejó caer en el
puff, y yo tomé asiento en el medio del sofá al lado de Blake,
reservando un lugar para Leo. Kyle me entregó un controlador
mientras Braden configuraba el primer juego, y en realidad pensé que
me había salido con la mía cuando no hubo comentarios inteligentes
sobre Leo y yo.

Pero luego, Kyle se estiró, volviéndose casualmente hacia sus


compañeros de cuarto.

—Oigan, ¿escucharon algún tipo de… golpeteo esta mañana?

—Sí, ahora que lo pienso, han sonado un par de mañanas —dijo


Braden, tocándose la barbilla—. Sonaba como un golpe, golpe, golpe
contra la pared.

Mis mejillas se encendieron, pero los ignoré, luchando contra mi


sonrisa mientras elegía mi equipo para el juego.

—Tal vez es un problema de plomería —agregó Blake, y yo puse la


lengua contra la mejilla, sacudiendo la cabeza y seguí ignorándolos.

—No sé —dijo Kyle—. Podría ser un fantasma. Podría haber jurado


que escuché algunos gemidos y gritos.

—Debe estar persiguiendo a Leo, porque definitivamente lo


escuché gritar su nombre —agregó Blake.

Finalmente sucumbí a mi risa, golpeando a Kyle en la cabeza antes


de arrojarle una almohada a Blake y darle un codazo a Braden en las
costillas ya que estaba más cerca. Todos se rieron, justo cuando Leo
se unió a nosotros y se dejó caer a nuestro lado.

—¿Qué me perdí? —preguntó.

—Oh, nada —dijo Blake—. Solo debatiendo si El Pozo está


embrujado o no.

Puse los ojos en blanco, pero mi corazón se sentía ligero como un


pájaro, sus alas revoloteaban en mi pecho y me hacía imposible no
sonreír.
Nunca me había sentido más en casa.
Me sorprendió lo fácil que pasó el tiempo después de eso.

Leo y los muchachos estaban más ocupados que nunca con el


comienzo de la temporada, y yo trabajaba en la tienda casi todas las
noches. Ahora que tenía algo de experiencia, Nero me hacía atender
las visitas sin cita previa.

En dos semanas, tatué de todo, desde el interior de los labios


inferiores y los dedos, hasta la parte superior de los pies y las rodillas.
Tenía una copia impresa de mis diseños que algunas personas
encontraban y elegían, y firmaban documentos legales que juraban
que no estaban borrachos, y también tenía solicitudes de diseño muy
específicas que eran principalmente guiones e imágenes impresas de
Pinterest. No eran mis favoritos.

Mis favoritos eran los clientes que me encontraban en Instagram y


reservaban una cita conmigo, dándome instrucciones vagas, pero
permitiéndome tener libertad creativa.

Solo había hecho dos hasta ahora, pero uno había sido una parte
superior de la espalda de cinco horas en la que una joven de mi edad
me dejó que dibujara un árbol con raíces y ramas llamativas, que tenía
unas hojas que ponían a prueba mis habilidades para dibujar las
sombras. El otro era un hombre de unos cincuenta años que quería su
primer tatuaje, en el muslo, y era una oda a sus hermanos en el
ejército: «un perezoso en un bar comiendo nachos». Aparentemente
era una broma interna entre ellos, pero no me importaba. Fue
divertidísimo y desafiante y me hizo muy feliz cuando lo creé, tanto
el boceto como la pieza real en su piel.

Los Rebels se enfrentaron a su primer oponente en casa en una


cálida tarde de sábado. El sudor corría por mi espalda junto con el
resto del alumnado y, por una vez, estaba molesta porque mis amigas
tenían éxito. Habría dado cualquier cosa por tener a Giana o Riley
conmigo en las gradas en lugar de en el campo, o que Julep dejara su
búsqueda de trabajo y la planificación de su boda para tomar un
vuelo y venir a sentarse conmigo. Pero tan pronto como terminó el
sorteo y comenzó el juego, no me importó quién estaba en las gradas.

Todo lo que podía hacer era concentrarme en Leo.

Una cosa era verlo con su equipo de práctica con la camiseta de


malla con el acolchado debajo. Era completamente diferente verlo
completamente vestido con el uniforme blanco de la universidad que
lucía letras carmesí y números que brillaban en contraste. Llevaba
escrito HERNÁNDEZ en la parte superior de la espalda en
mayúsculas, el número trece debajo, y esa camiseta estaba metida en
unos pantalones que deberían haber sido ilegales por la forma en que
abrazaban su trasero. Supuse que llevaba algún tipo de protección
alrededor de su virilidad, porque de lo contrario, esos pantalones no
dejarían nada a la imaginación. Incluso con lo que fuera que tenía
debajo, era imposible no notar el bulto gigante.

Cuando pasó corriendo, nos hizo salivar a mí y a todas las demás


chicas que estaban en las gradas

Pero por mucho que me encantara mirarlo, no era su apariencia lo


que me mantuvo embelesada una vez que sonó el primer silbato. Era
su talento. No lo había visto jugar desde la escuela secundaria, en
realidad, lo había evitado a toda costa. Pero ver lo rápido que era
ahora, lo enorme que era como corredor en comparación con el resto
de los jugadores, ya que la mayoría eran más pequeños, cómo podía
abrirse paso a través de los defensores y atravesar esos brazos rígidos
como si no fueran más que niños pequeños tratando de bloquearlo…
era impresionante. Parecía como un leopardo en la naturaleza, los
músculos y la velocidad eran un fenómeno del que no podías apartar
los ojos.

Ganaron el juego por veinticuatro puntos, y tuve el placer de


celebrarlo con Leo más tarde esa noche.

Cuando no estaba en la tienda y Leo no estaba en el estadio,


pasábamos el tiempo, así, enredados en las sábanas. Todavía había
mucho de qué hablar, tantas cosas que quería saber sobre él y que
quería que él supiera sobre mí. Pero con el tiempo limitado que
teníamos, los dos nos moríamos de hambre cada vez que teníamos la
oportunidad de estar solos. Apenas nos saludábamos antes de
desnudarnos el uno al otro, explorando nuevas formas de hacer que
el otro se deshiciera.

Por primera vez en más tiempo del que podía recordar, mi vida se
sentía… equilibrada. Pacífica. Dichosa, incluso. Ni siquiera me
importaba que la señorita Margie me hubiera llamado y
lamentablemente me dijera que no tenía una actualización sobre
cuándo podría regresar a casa. En realidad, era la última cosa en mi
mente. Ni siquiera los comentarios atrevidos de mi madre cuando
llamaba a casa podían borrarme la sonrisa de la cara.

Una tarde temprano, estaba acomodada en la silla de Leo frente a


mi PlayStation que había instalado con su monitor y el mío juntos.
Había sido una semana ajetreada en la tienda, así que me estaba
regalando un poco de descanso y relax jugando Cyberpunk 2077.
También me había regalado una gominola de arándanos de diez
miligramos, así que estaba profundamente absorta en el juego cuando
la puerta de Leo se abrió de golpe y me dio un susto de muerte.

—¡Mierda! —Maldije y giré en mi silla, empuñando el control sobre


mi cabeza como si eso pudiera protegerme contra quienquiera que
fuera el intruso.

Afortunadamente, solo era Leo, sonriéndome como el mismo


diablo.
—¿Te atrapé masturbándote?

Dejé escapar un suspiro y los latidos de mi corazón se estabilizaron.

—No, pero casi me das un infarto. ¿Qué estás haciendo aquí?

Conocía el horario bastante bien ahora que estábamos en la


temporada, y nadie debía volver a casa hasta después de las cinco de
hoy. Leo tenía su clase de Técnicas de Ciencias de la Rehabilitación
esta noche y no debería volver a casa hasta después de las nueve.

—Mi primera clase fue cancelada —respondió, apoyando una


cadera contra la puerta —. Y no tengo que presentarme en la sala de
pesas hasta las cuatro.

Asentí, pasando una mano por mi cabello y presionando una mano


contra mi pecho. Los latidos de mi corazón se estaban asentando,
hasta que volví a mirar a Leo y encontré su mirada oscura y
hambrienta arrastrándose sobre mí. Una vez más había enganchado
una de sus cadenas en su boca, su lengua y dientes jugaban con ella
mientras me follaba con sus ojos.

Miré hacia abajo, donde estaba sentada con las piernas abiertas en
una postura muy poco femenina, vistiendo nada más que pantalones
cortos y una de las camisetas de Leo.

—Me gusta cuando te pones mi ropa —dijo, dejando caer la cadena


de su boca y cruzando la habitación hacia mí. Pude apreciar la
evidencia de cuánto le gustaba exactamente, presionando contra sus
pantalones cortos mientras pasaba el dorso de sus dedos sobre mi
hombro.

—¿No te preocupa que la estiré? —pregunté.

Casi gruñó, sus manos se apoyaron en los brazos de la silla y me


atrapó mientras bajaba su boca a la mía.

—Mujer, si no paras con esa mierda… —me advirtió—. Además, si


lo hicieras, sería justo, ya que estirarte es mi pasatiempo favorito.
Las palabras vibraron a través de mí antes de que su boca
descendiera, absorbí el beso, dejando caer mi controlador sobre el
escritorio y envolviendo mis brazos alrededor de su cuello para
acercarlo más.

Pero Leo rompió el beso, incluso mientras yo gemía, y volvió a


agarrar el control. Lo deslizó en mis manos y giró la silla para mirar
hacia la pantalla.

—Juega —exigió—. Y haz tu mejor esfuerzo para no morir.

Con eso, sus labios se curvaron y se arrodilló entre mis piernas.

Cuando no hice nada más que mirarlo, Leo agarró el dobladillo de


mis pantalones cortos y los bajó por mis muslos. Me levanté para
ayudarlo, pero una vez que los sacó, golpeó el costado de mi trasero
que podía alcanzar y señaló la pantalla.

—Concéntrate o me detengo.

Esa fue toda la motivación que necesitaba.

Pero cuando comencé a jugar, con los ojos en la pantalla, toda mi


atención se centró en el lugar donde Leo estaba besando mis muslos.
Los abrí más para él, hundiéndome un poco en la silla, y él sonrió
contra mi centro antes de pasar su lengua larga, caliente y plana desde
mi entrada hasta mi clítoris.

Gemí, con los ojos en blanco, los pulgares quietos sobre los
interruptores del control. Leo jugueteó con mi clítoris con la punta de
la lengua, y cuando corcoveé contra su boca, queriendo más, se apartó
por completo.

—No —gemí, mirándolo a través de mis pesados párpados.

—Si quieres que juegue —dijo, dibujando una línea a lo largo de la


parte interna de mi muslo—. Hay que seguir jugando.

Dios, no sabía si esto era más excitante o irritante. Decidí que era
las dos cosas, mientras comenzaba a mover otra vez a mi personaje.
Estaba más concentrada en solo caminar por el distrito de Westbrook
que en asumir cualquier misión porque sabía que las fallaría, estando
Leo entre mis piernas.

Lentamente avancé por las calles hacia mi apartamento en


Megabuilding H10. Podría fingir que estaba revisando mi alijo allí
antes de una misión; Leo no necesitaba saberlo. Todo lo que
necesitaba hacer era seguir haciendo magia con su lengua.

Saqué mi bicicleta de la carretera cuando chupó mi clítoris con un


poco más de fuerza, y estaba casi haciendo ping-pong contra las
paredes una vez que llegué a mi edificio de apartamentos porque
acababa de deslizar un dedo grueso dentro de mí. Lo curvó,
alcanzando ese lugar perfecto mientras yo gemía y me hundía más
profundamente, abriéndome más, necesitando más.

—Vamos, bebé —respiró contra mi centro, lamiendo largo y lento


al mismo tiempo que su dedo se movía dentro de mí—. ¿Puedes
follarme los dedos y seguir con vida también?

Gemí contra el desafío, levantando un pie sobre su escritorio para


poder abrirme más para él mientras deslizaba otro dedo dentro de
mí. Mis caderas se mecieron con su toque, y cuando miré hacia abajo
de la pantalla para ver dónde su desordenada cabellera estaba
enterrada entre mis piernas, casi gemí ante la vista.

Era tan jodidamente caliente tener a este hombre fuerte y poderoso


de rodillas solo para complacerme.

Si agregábamos el hecho de que tenía un control de PlayStation en


las manos, era el cielo en la tierra.

Hasta que se detuvo de nuevo.

Esta vez, sacó los dedos por completo, sentándose sobre sus talones
y limpiando mi humedad de sus labios.

—Leo —me quejé.

—Sabes las reglas.

—Es imposible.
Me miró y yo resoplé, arrojándole el control. Apenas lo atrapó antes
de que me pusiera de pie y lo agarrara por el brazo, levantándolo con
su ayuda.

—Si es tan fácil, inténtalo —lo desafié, y luego le quité los


pantalones cortos y los calzoncillos de un solo golpe, su polla saltó
hacia adelante, ya dura y lista para mí. Lo presioné contra la silla con
una mano contra su pecho, y luego lo besé con fuerza, arrastrando
mis labios por cada surco de su abdomen hasta que estuve de rodillas
y me acomodé entre sus piernas.

Lo miré a través de mis pestañas, encontrándolo con una sonrisa en


espera antes de que volviera su mirada hacia la pantalla y comenzara
a jugar.

No tenía idea de lo que estaba haciendo, pero me encantaba la


forma en que los chasquidos se hacían más lentos mientras besaba su
eje, su respiración se intensificaba cuando movía mi lengua alrededor
de su punta como si fuera una piruleta. Gimió cuando tomé solo una
pulgada de su polla en mi boca, dejó a caer la cabeza hacia atrás y lo
solté al instante.

Arrastró su cabeza hacia atrás, mirándome, y yo solo sonreí y


señalé el monitor.

Me devolvió la sonrisa, aceptando el desafío y enfocándose en el


juego nuevamente. Pero cuando agarré su gruesa polla con ambas
manos y escupí, usando mis palmas para frotarlo y moverlo con
movimientos lentos y metódicos, gimió lo suficientemente fuerte
como para hacer que la casa se derrumbara.

—Si quieres que me atraganté, presta atención —le dije cuando me


miró.

Maldijo por lo bajo, pero tan pronto como volvió la mirada a la


pantalla y comenzó a jugar de nuevo, lo recompensé cumpliendo mi
promesa. Me apoyé más sobre las rodillas para tener un mejor ángulo,
lo tomé en mi boca, deslizándole la lengua una pulgada a la vez y
trabajándolo al mismo tiempo con las manos. Después de unos
cuantos bombeos resbaladizos, me zambullí, llevándolo tan profundo
como pude y manteniéndolo allí hasta que mi reflejo nauseoso me
hizo retroceder.

—A la mierda —dijo, y apenas había sacado su polla de mi boca


cuando me levantó y me arrojó sobre la cama.

Sonreí en señal de victoria cuando Leo se quitó rápidamente las


zapatillas y los pantalones cortos que todavía estaban alrededor de
sus tobillos. A continuación, deslizó la camisa por encima de la cabeza
y, antes de que pudiera alcanzarme, lo detuve y pasé la punta de un
dedo por la tinta que se extendía por su pecho.

El tatuaje se estaba curando muy bien, solo unos pocos lugares


todavía tenían costras. Noté un par de puntos en los que quería
retocar una vez que estuviera completamente curado, pero estaba
orgullosa de ese pulpo, de mi primera pieza grande en piel humana.

Me gustaba aún más ver que lo tenía Leo.

—¿Terminaste de admirar tu trabajo? —preguntó, agarrando el


dobladillo de la camiseta que yo estaba usando—. Porque me estoy
impacientando.

Apenas asentí antes de que me quitara la camiseta por la cabeza. Él


gimió en aprobación por la falta de sostén debajo, apoyó una mano
en mi seno mientras su boca se cerraba alrededor del piercing en el
otro.

Siseé, arqueándome ante sus caricias. Estaba lista para recostarme


en la cama y dejar que me follara hasta que mis ojos se pusieran
bizcos, pero en cambio me levantó para ponerme de pie. Su boca
devoró la mía mientras me conducía hacia el baño, abriendo
ciegamente la ducha antes de que ambos nos derrumbáramos dentro.

El agua estaba fría al principio, y jadeé, pero luego se calentó,


humedeciendo nuestro cabello y derramándose sobre nuestros
cuerpos en gruesos riachuelos.
No tuve tiempo de adaptarme a nada de eso antes de que mi
espalda estuviera presionada contra el frío azulejo, una pierna
levantada y Leo presionando su punta contra mi entrada. Todavía
estaba empapado de mi saliva, y con un empujón de sus caderas lo
tenía a medio camino dentro de mí, me hizo ver estrellas y clavar mis
uñas en sus hombros.

—Jodida chica sucia —maldijo contra mi cuello, mordiéndolo


mientras retrocedía para luego empujar un poco más adentro—. No
voy a durar estando tan mojada para mí.

—Veamos si puedes establecer un récord, entonces —lo desafié,


metiendo mi pelvis para tomar más de él dentro de mí—. ¿Qué tan
rápido puedes correrte, Leo?

Él gimió, su mano libre agarró mi cabello y tiró hasta que no tuve


más remedio que mirar hacia el techo, exponer mi cuello para él. Besó
y chupó la piel a lo largo de mi garganta mientras subía más mi pierna
y se estrellaba contra mí. Una, dos, tres veces, cada embestida me
mecía con más fuerza contra la pared. No pude agarrarme a nada más
que a él, así que me agarré con fuerza, montándolo con solo los dedos
de mi pie para estabilizarme mientras él encontraba su liberación.

Leo dejó escapar un gemido vicioso, saliendo mientras decía con


voz áspera:

—De rodillas.

Era una orden, una que obedecí con placer, aterrizando en el


azulejo frente a él. Me humedecí aún más al verlo bombeando su
polla, el agua de la ducha deslizándose sobre su pecho y abdomen,
las gotas goteando de su cabello y su nariz mientras me miraba.

—Abre —logró decir, y justo antes de reventar, abrí la boca.

Chorro tras chorro de semen llovió sobre mí, mojando mis tetas,
cuello y cara, y parte de él aterrizó en mi boca mientras saboreaba
hasta la última gota. Era tan jodidamente caliente ver sus
abdominales contraerse mientras se flexionaba en su mano que no
pude esperar más. Llevé la mano entre mis piernas y rodeé mi clítoris
mientras él me pintaba con su clímax, y encontré el mío con bastante
facilidad, gimiendo y temblando mientras me follaba mis propias
manos.

Leo maldijo, apenas terminando antes de que me levantara para


ponerme de pie. Estaba a la mitad del orgasmo, casi lloro cuando me
interrumpió, pero él me levantó la pierna nuevamente y empujó
dentro de mí. Luego, me frotó con sus dedos expertos, besándome y
tragando mis gemidos mientras el orgasmo cobraba vida de nuevo y
me sacudía. Temblé tan fuerte que no pude sostenerme por mi cuenta,
Leo me presionó contra la pared para abrazarme, pero no cedió hasta
que estuve completamente agotada y hundida en sus brazos.

Nos quedamos así por mucho tiempo, jadeando y aferrados el uno


al otro hasta que encontramos la fuerza para ponernos de pie
nuevamente. El agua se había enfriado un poco, así que Leo la subió
al máximo. Luego, agarró mi champú, exprimió una porción en sus
palmas y las frotó entre si antes de hacerme apartar la cara de él.

El agua corría caliente y deliciosa por mi espalda, y luego las


grandes manos de Leo se posaron en mi cabello, masajeando mi cuero
cabelludo mientras lo lavaba. Gemí, dejando que mi cuello se relajara,
la sensación era casi tan buena como el orgasmo que la precedió.

Y de repente, el momento pasó de salvaje a algo tan tierno que las


lágrimas aparecieron en mis ojos.

Reinaba silencio excepto por el agua que golpeaba las baldosas


junto a nuestros pies y nuestras respiraciones aún se calmaban. Leo
lavó y enjuagó mi cabello antes de repetir con acondicionador, y
luego se enjabonó las manos con mi gel de baño.

Esas manos comenzaron en mis hombros, masajeando y amasando


hasta que bajaron por mi espalda y mis brazos. Entonces me giró
suavemente, sus ojos encontraron los míos a través del vapor
mientras lavaba mis caderas, mis muslos y tiernamente entre mis
piernas. Y no me escondí. No me alejé ni crucé los brazos sobre mí ni
hice nada para proteger mi cuerpo de su vista.

Me sentí segura con él.

Me sentí querida.

Pasó sus palmas sobre mis pechos a continuación, mis pezones se


endurecieron bajo su toque. Miré hacia abajo para encontrar que su
pene también se estaba endureciendo, pero él no apartó la mirada de
mis ojos.

Lentamente, me atrajo hacia él, hizo descansar su frente contra la


mía mientras continuaba los lentos movimientos por todo mi cuerpo.

Había tantas palabras que colgaban entre nosotros, emociones


demasiado fuertes para que cualquiera de nosotros las mirara de
frente. Eran como el sol cegador o un accidente automovilístico o
ambos a la vez.

En cambio, Leo bajó su boca a la mía, besándome largo y profundo


mientras sus manos me trabajaban por todas partes. Cuando palmeó
mi trasero y me acarició, su pene se contrajo contra mi estómago,
envolví mis brazos alrededor de su cuello y ensarté mis dedos en su
cabello.

Nos besamos por lo que pareció otra eternidad.

Entonces, me di la vuelta, y él se deslizó dentro de mí otra vez,


tomándome hasta que el agua se enfrió y ambos nos corrimos de
nuevo.
Para cuando octubre pasó por Boston, las hojas se volvieron
amarillas y naranjas brillantes y el cielo se volvió cada vez más gris,
me sentí como si estuviera en la cima del mundo.

Los Rebels tuvieron un comienzo de temporada increíble, uno que


no estábamos seguros de tener después de perder a algunos de
nuestros mejores jugadores que se graduaron el año pasado. Pero
estábamos 5-0, ganando los tres partidos en casa y los dos que
habíamos jugado fuera de casa. Otra pelea por el campeonato estaba
a nuestro alcance, y todo el equipo parecía concentrado, sintonizado,
alerta y listo.

Mi padre me había sorprendido viniendo al estadio después de


nuestra cuarta victoria, junto con un hombre llamado Leonard
Bowden, que quería ser mi agente, y el entrenador Lee.
Aparentemente tenía los ojos puestos en mí para el borrador, y
parecía que todos se habían olvidado del pequeño artículo sobre mis
novias que salió durante el verano. Había estado tan limpio como un
atleta universitario, y lo vi en los ojos del entrenador tanto como en
los de mi padre.

Estaban orgullosos de mí.

Demonios, yo también estaba orgulloso de mí. Mis calificaciones


eran excelentes, me desempeñaba como nunca en el campo y cuando
no estaba en la escuela o jugando a la pelota, estaba con Mary.

Habíamos tenido fiestas en El pozo, por supuesto; después de todo,


era una tradición. Pero lo juro, todo el equipo tenía los ojos puestos
en el premio, y ninguno de nosotros se pasó de la raya. De hecho, la
mayor parte del tiempo, estábamos echando a la gente a la una para
que pudiéramos dormir.

Sentíamos que estábamos creciendo, como si estuviéramos


pasando por nuestro propio cambio de estaciones justo cuando el
otoño nos bañaba en todo su esplendor.

Mary había estado tan ocupada como el resto de nosotros, sus


horas en la tienda aumentaban ahora que tenía un flujo constante de
clientes. Sabía que era solo cuestión de tiempo antes de que le
ofrecieran un puesto oficial en la tienda.

Tenía sentimientos encontrados al respecto.

Por supuesto, estaba orgulloso, feliz por ella, pero también


desconfiaba de Nero. No importaba que hubiera parecido profesional
desde aquella noche en el bar. Cada vez que visitaba a Mary, sentía
sus ojos sobre mí, sobre ella, y hacía que el cabello de mi nuca se
erizara como si fuera un depredador y necesitaba estar preparado
para cuando se abalanzara.

Entonces, mantuve la guardia alta, mantuve mis ojos en Mary para


asegurarme de que estaba a salvo.

Y al final de cada noche, sin importar lo tarde que fuera, Mary se


subía a mi cama.

Dios, era fácil perderse en esa chica.

Siempre que estábamos juntos, todo lo demás se esfumaba. Estaba


completamente envuelto en su sonrisa, su risa, sus ojos cansados, sus
manos errantes, sus labios exuberantes y su cuerpo suave y tentador
del que estaba seguro de que nunca me cansaría, sin importar cuántas
veces la tuviera. Y yo era insaciable. Temprano en la mañana antes de
la práctica, en el medio del día, en cualquier oportunidad que pudiera
salir corriendo del campus, tarde en la noche cuando ella regresaba a
casa de la tienda, siempre que podía tomarla, lo hacía.
Nunca era suficiente.

El domingo después de nuestra victoria sobre los Rhode Island


Trojans, los dos tuvimos el día libre por primera vez en un mes.
Después de pasar la mañana despertándonos lentamente juntos y la
tarde almorzando y jugando con los compañeros de casa, le di
instrucciones para que se vistiera y estuviera lista para una cita a las
seis.

—¿Una cita? —preguntó, arqueando una ceja mientras envolvía


sus brazos alrededor de mi cintura—. ¿A dónde vamos?

—Yo lo sé y tú lo descubrirás —le dije con un manotazo contra su


trasero.

Gritó, mordiéndose el labio para ocultar una sonrisa antes de


elevarse sobre los dedos de los pies y besarme.

—¿Qué tan elegante debo ponerme?

—Usa lo que usarías en una cita en la escuela secundaria.

Eso la hizo parpadear confundida.

—Uh… nunca tuve una cita en la escuela secundaria.

—Entonces supongo que las opciones son infinitas.

Me tomó veinte minutos prepararme: una ducha, un afeitado,


desodorante y ponerme mis zapatillas favoritas junto con una vieja
sudadera con capucha con el logo de nuestro equipo de fútbol de la
escuela secundaria.

Mary tardó dos horas.

No la apresuré, solo me relajé en la cama con Palico y observé


mientras se duchaba y se secaba el cabello, no sin antes ponerse todos
los productos que tenía. Escuchaba a Tame Impala mientras
hidrataba su piel y se maquillaba, bailando y cantando entre
aplicaciones. Luego, ni siquiera traté de ocultar mi sonrisa mientras
la veía probarse diez conjuntos diferentes antes de decidirse
finalmente por uno. Había pasado por todo, desde un vestido
ajustado y una chaqueta de cuero hasta jeans y un mono, pero se
había quedado con mi favorito de todos: mallas, un suéter de gran
tamaño y botas.

—Te ves perfecta —le dije, dejando que mis manos flotaran hasta
descansar en sus caderas. Debería ser un crimen, la forma en que esas
mallas abrazaban su trasero, y ella se rio entre dientes y me empujó
mientras más miraba y apreciaba la vista.

—Estoy tratando de igualar tu vibra —dijo, tirando de las cuerdas


de mi sudadera con capucha—. Ya que no tengo idea de a dónde
vamos.

—Una cosa más —dije, y luego me escondí en mi armario y saqué


mi chaqueta de letterman, colocándola sobre sus hombros.

Puso los ojos en blanco, pero eso no impidió que sus mejillas se
sonrojaran con un hermoso tono rosa, o que sus manos la apretaran
contra ella y se aseguraran de que no se le cayera. La acomodó
alrededor de sus hombros, y mi pecho se apretó casi dolorosamente
mientras la miraba, preguntándome si podría haber sido así hace
tantos años si no hubiera tenido la cabeza tan metida en mi culo.

Tragué saliva, arrebatando las llaves del auto de mi escritorio.

—¿Lista?

Solo Kyle y yo teníamos autos, Braden y Blake solían hacer


autostop con uno de nosotros o tomar el tren al campus. Mary tenía
su coche estacionado al otro lado de la calle. Saltamos al mío, un
regalo de mi papá cuando me gradué de la escuela secundaria, y
Mary se quitó los zapatos tan pronto como nos abrochamos el
cinturón y nos pusimos en marcha. Sus pies estaban en mi tablero al
momento siguiente, tocando el ritmo de No me quieras tanto de José
Luis Rodríguez, una de las canciones favoritas de mi mamá.

No podía tragar el nudo en mi garganta, no mientras le sonreía o


deslizaba mi palma para descansar entre sus muslos. Solo verla
bailando una canción que había escuchado toda mi infancia me hizo
imaginar el momento en que conocería a mi madre. Sabía que mamá
la amaría, sabía que se llevarían bien desde el principio y
probablemente me atacarían en una hora. Podía imaginármelo todo:
ellas sentadas juntas en mis juegos, mamá enseñándole a Mary cómo
hacer gazpacho en Navidad; incluso podía ver a papá mostrándole
con orgullo todos sus trofeos y premios en su sótano, feliz de
explicarle todas las reglas del fútbol, si alguna vez se confundía
mientras me miraba jugar.

Me aferré a ella durante todo el viaje, con una mano en el volante y


la otra sobre ella, mi pulgar rozando perezosamente su muslo. Ambos
estábamos en silencio, contentos de escuchar la música y
simplemente estar juntos, aunque no me perdí cómo Mary se
confundía más y más con cada giro.

Cuando entré en el estacionamiento de nuestra escuela secundaria,


que había sido abierta solo para mí por pedido especial a mi antiguo
entrenador, con quien todavía tenía una buena relación, ella se rio.

—Por favor, dime que estás bromeando —dijo, mirando el viejo


edificio de ladrillo y luego de nuevo a mí.

Solo sonreí y apagué el motor, girando para abrir su puerta antes


de tomar su mano con fuerza en la mía y caminar hacia el campo de
fútbol.

Me inundaron muchos recuerdos tan pronto como abrí la puerta


que conducía al campo. Cuando mis zapatillas tocaron la hierba y el
olor distintivo del otoño subió hasta mi nariz con la brisa, cerré los
ojos y lo inhalé, sintiéndome como si tuviera diecisiete años otra vez.
A veces lo extrañaba, ese momento dramático y sin embargo simple
en la vida. Mi mayor preocupación era el partido de los viernes por
la noche. Tenía muchas ganas de ir a la universidad, sabiendo que
todavía me quedaban años y años de jugar.

Ahora, mi futuro era incierto.


Deseché ese pensamiento mientras sostenía la mano de Mary con
más fuerza y la acompañaba a las gradas, trepando varias filas antes
de tomar asiento y acercarla a mí.

El sol ya se había puesto durante nuestro viaje, pero la fresca luz


violeta del atardecer aún se aferraba al cielo despejado sobre el
campo. Estaba recién pintado y arreglado, la temporada estaba en
marcha, y la única razón por la que las luces estaban encendidas en el
techo era porque le pedí al entrenador que lo hiciera.

—Siento que esto es allanamiento —dijo Mary, deslizando sus


brazos dentro de mi chaqueta y cruzándose de brazos contra el frío
de la noche—. ¿Se nos permite estar aquí?

—Por favor, soy como una celebridad en esta escuela.

Ella puso los ojos en blanco.

—Así que hicieron esto solo por ti, ¿eh?

—Para nosotros.

—Uff. Puedo garantizarles que ni un solo maestro o miembro del


colegio recuerda mi nombre.

Se me escapó la sonrisa y se me hundió el estómago cuando pensé


en lo diferentes que habían sido nuestros años en la escuela
secundaria. Me acerqué más a ella, deslizando mi mano entre sus
muslos de nuevo y sosteniéndola fuerte.

Por un momento, solo miramos hacia el campo, escuchando los


sonidos de la ciudad. Ahora estábamos a una media hora del centro
de la ciudad, los árboles eran más abundantes que los edificios, pero
todavía tenía la sensación de la ciudad, como si Boston se desangrara
directamente en Weston y fueran uno.

—Solía estar aquí todas las mañanas y tardes —le dije—. Cada
otoño. En la primavera, haría atletismo solo para poder permanecer
en el campo fuera de temporada. Y luego, en el verano, todo volvería
a empezar con el campamento.
Mary se volvió hacia mí, escuchando atentamente.

—Mi papá estaba en estas gradas todos los partidos. Mamá,


también. Sin embargo, nunca se sentaban juntos —añadí con una
débil sonrisa—. Todavía puedo cerrar los ojos y escuchar el sonido de
los silbatos, los vítores desde las gradas y la voz de mi papá por
encima de todo lo demás.

—Vine a un juego una vez —dijo Mary—. Me senté en la esquina


superior trasera.

—¿Lo hiciste? ¿Cuándo? ¿Qué año?

Se miró las uñas.

—Fue la apertura de la temporada después de que nos conocimos


—dijo—. Bueno, no nos habíamos conocido todavía, pero…

Dejé escapar un largo suspiro, inclinando su barbilla con mis


nudillos y presionando un suave beso en sus labios.

—Lo lamento.

Ella asintió.

—Yo también.

—¿De qué diablos tienes que arrepentirte? —pregunté con una risa.

—No te dije quién era yo —dijo encogiéndose de hombros—.


Quiero decir, en mi cabeza adolescente dramática en ese momento,
sentí que lo había hecho. Pero en realidad no lo hice. Te excluí sin
darte la oportunidad de explicarte. Si hubiera contestado el teléfono
cuando llamaste esa noche…

—Podría haberlo jodido aún peor —terminé por ella—. Escucha,


odio pensar en los años que me perdí contigo. Pero al mismo tiempo,
me pregunto si todo salió como se suponía.

Mary levantó una ceja.


—No las cosas horribles que mis amigos te hicieron —corregí,
envolviendo sus frías manos en las mías—. Regresaría y les daría una
patada en el pene a todos si pudiera.

Eso la hizo reír.

—Pero quiero decir… ¿y si no hubiéramos estado listos el uno para


el otro todavía? ¿Qué pasa si necesitaba crecer un poco? — Hice una
pausa—. Tal vez aún no te merecía y el universo lo sabía. Pero luego,
cuando fue el momento adecuado… te llevó al otro lado de la calle.

Mary esbozó una sonrisa.

—¿Leo Hernández, un creyente del destino?

—Si el destino es lo que te trajo a mí, no solo soy un creyente, soy


un adorador.

Ella negó con la cabeza, pero se inclinó hacia mí y apoyó su cabeza


en mi hombro.

—Vi a una docena de chicas que llevaban tu número en sus


camisetas la noche que vine.

—¿Soy un cerdo si admito que solía amar esa mierda?

Ella se rio.

—No. Solo puedo imaginar lo que sentías.

—No es nada comparado con verte en las gradas ahora.

—Sin embargo, no tengo tu camiseta —dijo, inclinándose y


balanceando su barbilla en mi hombro para mirarme—. Necesito
cambiar eso.

Todo en mí sonrió al imaginarla con mi camiseta, ante la idea de


cómo se vería con mi número en el pecho.

—Te traje aquí porque quería compartir un poco de mi vida antes


de que regresaras —le dije—. Quería decirte lo que era importante
para mí antes de encontrarte de nuevo. Y quiero que me hables de ti
también. Quiero saber cómo pasabas tus días, tus noches, cómo
terminaste en la casa de enfrente, cómo llegaste a la tienda, cómo son
tus padres, tu hermano. Todo.

Mary se movió incómoda, sentándose con los ojos en el campo.

—No creo que mi historia sea tan brillante como la tuya.

—Entonces, déjame sentarme en la oscuridad contigo.

Vi las estrellas aparecer en los ojos de Mary mientras me contaba


sobre su vida. Algunas de ellas las pudo expresar fácilmente, como
que su hermano mayor trabajaba en la firma con su padre y que
encontró la tienda de Nero cuando cumplió dieciocho años y
finalmente pudo hacerse un tatuaje sin la aprobación de sus padres.
Me sorprendió saber que había trabajado en varios restaurantes
después de la secundaria, gastando la mayor parte de su dinero en
tatuajes hasta que estuvo lista para mudarse de la casa de sus padres.
Fue entonces cuando consiguió la oportunidad de aprender.

Se había mudado a la casa al otro lado de la calle para estar más


cerca de la tienda, y creí que era cosa del destino que, de todas las
casas en esa parte de la ciudad, ella se mudara a la que estaba tan
cerca de mí.

Otras cosas, tuve que sonsacarle, como quiénes eran sus amigos
(ella contó que no había tenido ninguno antes de Julep) o porqué
había callado que me conocía y que era yo al otro lado de la calle (y
ella explicó que con gran moderación y el deseo de no ir a la cárcel,
cosa que comentó con una sonrisa sarcástica).

También compartí mi vida con ella, hablé sobre mi complicada


relación con mi padre, el gran respeto que tengo por mi madre y mi
deseo de que ella los conozca a ambos. Le conté algunas historias de
cuando estaba en el equipo en la escuela secundaria y lo emocionado
que estaba cuando obtuve la beca para NBU, aunque mi papá lo había
odiado.
—Fue por ti, ¿sabes? —dije en voz baja, arrastrando los dedos por
su pierna—. No habría tenido el coraje de elegir NBU si no te hubiera
conocido.

—Sí, lo habrías hecho.

—No —le aseguré—. Estaba satisfecho con ir al sur de Alabama, de


ser lo que mi padre quería que fuera. Pero cuando te conocí, cuando
te escuché hablar tan valientemente sobre cómo fuiste contra la
corriente con tus padres, cómo fuiste tan valientemente tú misma…
me inspiró. —Tragué—. Después de que te perdí, sentí que era una
forma de honrar lo que teníamos, de defenderme y elegir la escuela a
la que quería ir en lugar de inclinarme ante mi padre.

Mary sonrió, sus cejas se juntaron.

—Me encanta eso, Leo.

Apreté su muslo.

Con un suspiro que sonó como una risa, Mary arrugó la nariz como
si no quisiera admitir lo que estaba a punto de admitir.

—Pero en realidad, me doblegué a la voluntad de mi madre


después de lo que pasó entre nosotros.

Me negué.

—Dime.

—¿Recuerdas el trato que hice con ella para obtener Resident Evil?

Entorné los ojos y llevé mi memoria a través de los años, buscando


en el archivo de mi mente, ese recuerdo. Cuando me llego, mi
mandíbula se aflojó.

—No —dije con una sonrisa en mi rostro—. No lo hiciste.

—Oh, pero lo hice. Estás viendo a una debutante certificada. Me


puse el vestido blanco esponjoso y todo.

—Está bien, exijo una foto.


Tuve que hacerle cosquillas sin piedad antes de que finalmente
cediera, sacando su teléfono y señalando una foto de ella luciendo
terriblemente incómoda con un vestido blanco que la encorsetaba en
la parte superior y se ensanchaba en una nube debajo de su cintura.
Sus padres estaban detrás de ella, sus manos en cada uno de sus
hombros, orgullosos.

Pero mis ojos se quedaron en las chicas de la foto, que mostraban


tanto dolor y tristeza, incluso a esa edad. Ella se veía como si quisiera
salirse de su propia piel, salir de esa vida a la que se había visto
obligada. Me di cuenta a la distancia de que, no mucho después, lo
había conseguido. Había construido una nueva vida, una propia.

Cuanto más miraba, más deseaba que el recuerdo de ese fatídico


día volviera a mí. Pero incluso viendo una fotografía de ella en ese
entonces, no podía verla claramente en mi mente.

Eso me mataba.

—Está bien, puedes reírte —dijo, arrancándome el teléfono de las


manos antes de que pudiera mirar demasiado.

Negué con la cabeza, en silencio por un minuto.

—Debería haber estado allí contigo —le dije—. Debería haber sido
tu cita.

—Estoy bastante contenta de que no tuvieras que presenciar mi


terrible intento de bailar —trató de bromear.

Me giré para mirarla, acercándola más.

—Lo digo en serio. Sé que he dicho que lo siento mil veces, pero…
lo siento. —Besé sus nudillos—. Gracias por darme otra oportunidad.

Sus ojos se suavizaron y asintió.

—Mentiría si dijera que todavía no tengo miedo.

—Está bien —le dije—. Vamos a ir un día a la vez, me quedaré.


Estaré aquí para ti. Y te demostraré que no tienes nada que temer.
«Te amo».

Las palabras atravesaron mi mente con tanta fuerza como el viento


de octubre, sorprendiéndome a pesar de que las había sentido
zumbando bajo la superficie durante semanas.

—¿Qué? —Mary preguntó, sintiendo el cambio.

Me tragué las palabras, enterrándolas, por ahora, en mi pecho.


Sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que salieran
arrastrándose, pero Mary acababa de admitirme que tenía miedo, de
mí, de nosotros. Lo último que necesitaba era que yo le lanzara eso.

—Nada —dije.

Mary entrecerró los ojos, pero no presionó. En cambio, se mordió


el labio para contener una sonrisa.

—Sabes… siempre quise besarme debajo de estas gradas.

Arqueé una ceja.

—¿Lo hacías?

—Me avergüenza admitir cuántas veces fantaseé con que fueras tú.

—Bueno, mierda —dije, tirando de ella para que se pusiera de pie—


. Que me aspen si pierdo la oportunidad de hacer realidad una de tus
fantasías.

La arrastré por las gradas con su risa cantando dulcemente en la


brisa de la tarde, y cuando estuvimos solos bajo la sombra de las
gradas, la apreté contra un rincón oscuro y la besé hasta que sus labios
se hincharon y ambos estábamos desesperados por volver a casa.

En el camino de regreso, una vez más me invadió el subidón de la


vida en ese momento. Bajamos las ventanillas y dejamos que el otoño
entrara, el pelo de Mary volaba por todas partes mientras cantábamos
canciones de Breaking Benjamin tan fuerte que se nos puso la garganta
en carne viva. Absorbí cada gota de risa, deleitándome con la forma
en que se sentía sostener su mano y el volante al mismo tiempo.
Estaba en una racha ganadora, en todas las formas posibles.

Y con cada invocación susurrada contra la piel de Mary esa noche,


recé para que nunca terminara.
—¿¡Dónde está mi muchacho cumpleañero!?

La puerta de El pozo se abrió de golpe temprano en la mañana del


21 de octubre y entró una mujer pequeña y hermosa a la que solo tuve
que mirar una vez para saber que era la madre de Leo.

Tenía la piel morena cálida y el pelo negro azabache que le llegaba


hasta los hombros y que se balanceaba en sedosos mechones
alrededor de su rostro mientras pateaba la puerta para cerrarla detrás
de ella. Sostenía algo hecho en casa en sus manos, ¿tal vez un pastel?
y su bolso era casi tan grande como cuando se lo ajustó al hombro.
Era su sonrisa lo que la delató, junto con esos ojos dorados que
estaban muy abiertos y brillantes.

Se agrandaron aún más al verme.

—Oh —dijo, un poco sin aliento mientras trataba de ocultar su


sorpresa—. Hola.

Me sacudí los nervios, agradecida de haber decidido vestirme esta


mañana antes de bajar. Normalmente no lo hacía, pero tal vez era la
forma en que el universo me mostraba un poco de amabilidad,
porque por alguna razón me había puesto una sudadera con capucha
y calzas.

—Hola —dije, igualando su sonrisa—. Usted debe ser la Sra.


Hernández. Aquí, déjeme tomar eso —ofrecí, estirando la mano para
quitarle la sartén cubierta con film transparente de sus manos.
—Por favor, llámame Valentina —dijo, dejándome tomar el postre.
Una vez que lo tuve en mis manos, me di cuenta de que no era un
pastel, sino varios pasteles de gran tamaño con una mermelada de
color rubí que rezumaba de ellos y azúcar en polvo espolvoreada por
encima.

Miré hacia atrás para encontrar a Valentina estudiándome con una


ceja arqueada, como si estuviera esperando que le explicara mi
presencia. Pero antes de que pudiera hacerlo, una estampida de
chicos bajó las escaleras, Leo al frente.

—¡Mamá! —dijo, y luego tomó a su pequeña madre en sus brazos


y la hizo girar mientras ella se reía y lo apretaba con la misma fuerza.

—Feliz cumpleaños, mijo —dijo cuando él volvió a poner sus pies en


el suelo. Ella tomó su rostro entre las manos y besó sus dos mejillas.

El resto de mis compañeros de casa la envolvieron en abrazos a


continuación, y aproveché la distracción para escabullirme,
acomodándome silenciosamente en la esquina. Estaba lista para
desaparecer por completo, pero la mirada de Leo se posó en mí y
sonrió tan amplia y despreocupadamente que lo sentí como una
explosión del pasado, como si lo estuviera viendo en la escuela
secundaria nuevamente.

Su mano se disparó hacia la mía, y equilibré la bandeja de pasteles


en una mano mientras deslizaba la otra en la suya.

—Mamá, esta es Mary —dijo, acercándome.

—Ah, así que esta es la chica que robó el corazón de mi hijo —


reflexionó.

Me sonrojé furiosamente, pero Leo solo besó mi sien y asintió.

—La mismísima.

La mamá de Leo asintió, cruzándose de brazos mientras me


evaluaba. Luego, chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

—Ella es demasiado bonita para ti.


Me reí y Leo sonrió como si esto fuera normal para ellos.

—Lo sé.

—Vamos, Mary —dijo Valentina a continuación, pasando su brazo


por el mío y ahuyentando a Leo—. Ayúdame a emplatar estos
pastelitos de guayaba y te mostraré cómo hacer café.

—Oh, sé cómo hacer café —dije.

Ella me arqueó esa ceja de nuevo, mirando a Leo que levantó las
manos en señal de rendición.

—No la presiones, mamá, quiero quedármela.

Valentina se chupó los dientes, pero luego me sonrió.

—Confía en mí. No sabes hacerlo como yo. Pero te mostraré. Ven.

Los muchachos estaban nerviosos porque la Sra. Hernández estaba


en la casa. Limpiaron lo más rápido que pudieron cuando me reuní
con ella en la cocina, y me reí entre dientes cuando los escuché
fantasear con los pasteles de guayaba que había traído con ella. Servi
uno para cada uno de nosotros mientras Valentina sacaba una lata de
café de su bolso y se ponía a trabajar en la cafetera.

Cuando Leo dijo que quería que conociera a su mamá, no tenía


exactamente en mente una reunión «sorpresa de cumpleaños».

Pero una vez que superé mis nervios, era tan fácil hablar con ella
que sentí que era mi propia madre, ya sabes, si tuviera una madre que
realmente me hablara.

Valentina no podía preguntar bastante sobre mí, al parecer. Ella


quería la historia detrás de cada uno de mis tatuajes, quería que le
mostrara todo mi portafolio. Luego me suplicó hasta que le mostré
fotos mías y de mi familia y me exigió que fuera a la casa la próxima
vez que lo hiciera Leo para poder devolverme el favor
bendiciéndome con fotos vergonzosas de Leo cuando era bebé.

Y eso me entusiasmaba.
Los chicos se apropiaron de la mayor parte del tiempo en la mesa
una vez que nos sentamos, especialmente porque pronto tuvieron
que salir corriendo para la práctica. Observé a Leo lamiéndose el
azúcar glas de los labios mientras se reía de una historia que su madre
nos contó sobre cómo él había ido llamando bicho a la gente, (que
significaba imbécil,) porque la escuchó decirlo en voz baja después de
colgar el teléfono con su padre, tantas veces. Me encogió el corazón
verlo tan feliz y me encantó ser parte de su cumpleaños este año.

Me preguntaba si, tal vez, ahora sería parte de eso todos los años.

Cuando los chicos tuvieron que salir corriendo por la puerta para
dirigirse al estadio, Leo me tomó en sus brazos y me derritió con un
cálido beso.

—No puedo esperar por mi regalo de cumpleaños esta noche —


susurró en mi oído lo suficientemente bajo para que solo yo lo
escuchara.

—¿Quién dijo que vas a recibir uno?

Él solo sonrió y se aseguró de que su madre no estuviera mirando


antes de golpearme el trasero y salir corriendo por la puerta.

Cuando Valentina y yo estuvimos solas, limpiamos las tazas de café


y los platos del desayuno. Me las arreglé para hacerle algunas
preguntas antes de que estuviera desesperada por saber más sobre
mí, y se veía muy triste cuando me dijo que tenía que irse o llegaría
tarde al trabajo.

Me envolvió en un fuerte abrazo cuando la acompañé a la puerta,


sus ojos brillaban un poco cuando se apartó. Me sostuvo allí en sus
manos, como si estuviera debatiendo sus próximas palabras.

—Él te ama, lo sabes —dijo después de un momento—. Mi hijo.

El calor corrió por mi cuello y sonreí, mirando hacia el suelo


mientras mi cabello se abanicaba sobre mis mejillas sonrojadas.

—No sé nada de eso.


—Yo sí —dijo ella—. Y yo soy su madre, así que lo sé mejor que
nadie.

Me tragué el nudo que tenía en la garganta cuando apartó las


manos de mí, se colocó el bolso en el hombro y abrió la puerta
principal.

—Ten cuidado con su corazón, Mary —dijo con una sonrisa.

—Lo haré —prometí, y todo el tiempo pasaba una mano sobre mi


propio corazón para calmar la forma en que me dolía.

Valentina asintió como si supiera que lo haría incluso antes de que


se lo dijera, y luego se puso de puntillas para besar cada una de mis
mejillas y me hizo prometer que ambos iríamos a verla pronto.

Más tarde esa noche, después de que terminé en la tienda y Leo


volvió a casa de sus clases nocturnas, nos sentamos juntos en la cama
mientras él desenvolvía su regalo. Se quedó en silencio cuando
finalmente lo descubrió, pasando la mano por la cubierta de
terciopelo azul marino de un grueso cuaderno de bocetos.

Sus ojos encontraron los míos, y luego volvió a mirar el libro y abrió
el primer dibujo.

Era un simple garabato, una de las flores que florecieron en el jardín


durante el verano antes de que el clima se volviera demasiado frío. El
siguiente era de Palico, acurrucado en una manta.

Cuando pasó la página, era una escena, de esa primera mañana en


la que Kyle hizo panqueques. Leo se paró frente a mí, sin camisa y
sexi como siempre, con una mano jugando distraídamente con sus
cadenas mientras yo lo miraba con el ceño fruncido por encima de mi
plato que tenía ese panqueque con chispas de chocolate con una carita
sonriente. Kyle y Braden se reían de la interacción entre nosotros.

La cara de Leo brilló con una amplia sonrisa mientras lo asimilaba


todo, y aún más cuando hojeaba y encontraba más y más escenas,
desde mañanas tranquilas jugando videojuegos hasta noches
sensuales de nosotros en las sábanas. Miró particularmente largo el
que había dibujado de nosotros sentados en el techo, su chaqueta
sobre mis hombros.

—Esto es increíble, Stig —suspiró, finalmente levantando la vista


de las páginas y encontrando mi mirada.

—No es mucho —combatí—. Pero, como sabes, las cosas están un


poco apretadas. Pensé…

—Es mejor que cualquier cosa que el dinero pueda comprar —


refutó antes de que pudiera terminar.

Entonces, el cuaderno estaba en la mesita de noche.

Y Leo me estaba acostando en sus sábanas.


Cuando tenía once años, mis padres me sorprendieron con el mejor
regalo de todos.

Tenía la sensación de que iba a ser el mejor regalo de mi vida,


porque me habían enviado a pasar la noche con mi prima, diciendo
que necesitaban preparar mi sorpresa de cumpleaños. Apenas pude
dormir esa noche y, a la mañana siguiente, rechacé el desayuno,
desesperada por volver corriendo a mi casa y ver qué era.

Entré a la esquina de mi habitación que había sido completamente


convertida en un estudio de arte.

Lo prepararon todo: el escritorio nuevo, una docena de cuadernos


de bocetos de diferentes tamaños, bolígrafos, lápices y marcadores de
todas las formas, tamaños, anchos, colores y profundidades. La
guinda del pastel era una tableta nueva, que ya tenía configurado un
programa de dibujo.

Yo sollozaba, aferrándome a mi padre y le agradecía


incesantemente.

—Fue idea de tu madre —susurró.

Estaba tan sorprendida cuando me di la vuelta y encontré a mi


madre con lágrimas en los ojos, y luego me aferré a ella, llorando cien
gracias en su camisa mientras me abrazaba con fuerza.

Ese recuerdo se enroscó a mi alrededor como la niebla mientras me


dirigía a la tienda, esa misma sensación de impaciencia y vértigo se
asentó en mis huesos. Porque al igual que entonces, tuve la sensación
de que estaba caminando hacia buenas noticias.

Tenía la sensación de que iba a recibir una oferta de trabajo


permanente en el estudio.

Era lunes y la tienda estaba cerrada, pero Nero me había pedido


que pasara por un par de horas. Me aseguró que no limpiaría los
baños y yo me reí, mientras saltaba de izquierda a derecha sabiendo
que habría una oferta de trabajo esperándome.

Leo había disfrutado muchísimo viéndome desechar docenas de


conjuntos antes de encontrar El Apto para mi Ascenso. Salió por la
puerta para regresar al campus, después de escabullirse a casa con el
tiempo suficiente para hacer que los dedos de mis pies se enroscaran
antes de tener que regresar. No podía esperar al final de la noche,
donde ambos estaríamos en casa celebrando juntos.

Mientras conducía, me imaginaba lo que iba a enfrentar. Me


preguntaba si ya tendrían mi espacio instalado y decorado, mi
nombre y foto en la pared. Me pregunté si el resto del equipo también
estaría allí, con carteles, globos y un pastel y todos me dirían:
«¡Bienvenida al equipo!»

Estaba literalmente flotando cuando estacioné, y seguí en la nube


cuando ingresé en la tienda, colgué mi abrigo y bufanda junto con mi
bolso en los ganchos junto a mi silla temporal. Estaba tranquila, pero
todavía lucía una sonrisa en mi rostro.

—¿Hola? —llamé.

—¡Aquí atrás!

Seguí el sonido de la voz de Nero hasta la oficina trasera. Tenía el


ceño fruncido mientras trabajaba en un diseño en su iPad, pero sonrió
de oreja a oreja cuando entré, dejándola a un lado.

—Hola, Mary J.
Se levantó de la silla y a mitad de camino hacia mí antes de que
pudiera decirle que no quería ese apodo. Lo había escuchado lo
suficiente cuando era niña como para tener que escucharlo de nuevo
como adulta. Pero su sonrisa era tan grande cuando me envolvió en
un abrazo de oso que pensé que podría dejar eso para otro momento.

Las manos de Nero permanecieron en mis brazos mientras se


alejaba, y me miraba de arriba abajo de la cabeza a los pies. Había
elegido una de mis blusas negras favoritas que era ceñida pero
modesta, junto con jeans ajustados oscuros y botas negras de punta
con un tacón de ocho centímetros. Era simple y, sin embargo, la forma
en que cada pieza acentuaba mis curvas y líneas me hacía sentir
poderosa.

—Te ves… deslumbrante —dijo, teniéndome todavía entre sus


brazos.

—Gracias —respondí, sonrojándome un poco. No por sus ojos, sino


porque me asaltó el recuerdo de haberme puesto este atuendo y Leo
inmediatamente me lo quitó y me inclinó sobre el escritorio de
nuestra habitación.

«Nuestra habitación».

Intenté no detenerme en ese pensamiento.

Aclarándome la garganta, salí de su agarre y pretendí ordenar


algunos archivos en uno de los escritorios.

—Entonces, ¿para qué me necesitas?

—Te llamé para tener una charla, en realidad —dijo, señalando una
de las sillas—. Toma asiento.

No pude borrar la estúpida sonrisa de mi cara mientras me sentaba.

«Eso es. Voy a conseguir mi propia silla».

Me senté tan tranquilamente como pude, cruzando las piernas


mientras Nero se sentaba frente a mí. Hizo rodar la silla hasta que sus
rodillas casi tocaron las mías, luego se reclinó y juntó las manos sobre
el pecho.

Realmente era una visión: todo ese cabello oscuro en su cabeza y


cara, la tinta oscura en cada centímetro de su piel. Me sentí un poco
estúpida por haber reaccionado de forma exagerada a sus
comentarios un par de meses antes. Podía tener a cualquier chica que
quisiera, y se había hecho con una de las más atractivas que jamás
había visto. Su esposa era una chica muy sexi.

Solo era un seductor. Y desde esa noche en el bar con Leo, Nero no
había sido más que profesional, como si se diera cuenta de que lo que
había dicho podría haber sido sacado de contexto, que podría
haberme hecho sentir incómoda.

Ahora, yo venía al trabajo, hacía mi trabajo y él me dejaba tranquila.

Podría acostumbrarme a eso: un jefe seductor y guapo que confiaba


en mí y me dejaba en paz.

—Te he visto realmente alcanzar tu potencial durante el último mes


y medio —dijo, con una sonrisa fácil en su rostro—. Ya sea una simple
línea en un antebrazo o una complicada pieza personalizada en la
espalda, has tratado a todos los clientes de la misma manera, con
respeto. Les has prestado toda tu atención y los has hecho sentir
importantes, que es lo mejor que puedes hacer en esta industria. Ya
tienes gente que quiere volver, no a esta tienda, sino a ti. —Sacudió la
cabeza—. La mayoría de los artistas esperan años por ese tipo de
lealtad.

Sonreí bajo su alabanza, mi piel estaba tan cálida que presioné mi


mano contra mi mejilla.

—Gracias.

—Puedes agradecerte a ti misma. Has trabajado duro para esto. Te


tomaste en serio cada hora de tu aprendizaje y realmente has
perfeccionado tu habilidad, tu estilo. Creo que tienes un futuro
brillante por delante. —Hizo una pausa—. Creo que tienes un futuro
brillante aquí, si lo quieres.

Tuve que taparme la boca con la mano para no chillar.

—¿En serio?

Él se rio, poniéndose de pie.

—Sí, en serio. —Se acercó a la nevera y sacó dos cervezas,


entregándome una. Abrió la suya y la chocó con la mía antes de que
yo hiciera lo mismo—. Bebe, Mary. Esta es tu oferta de trabajo oficial
para trabajar en Moonstruck.

Una risa eufórica y cantarina estalló en mí, lo que hizo que Nero
sonriera más. Tomó un largo trago de su cerveza, y una vez que
terminé de enloquecer, tomé un sorbo de la mía. No me gustaba
realmente la cerveza, pero no iba a rechazar un trago de celebración
de mi jefe.

—Gracias —respiré—. Estoy… conmocionada.

—Puedes establecer tu propio horario con los clientes que reservan


en línea, pero al menos para empezar, quiero que estés aquí en la
tienda tres noches a la semana dedicadas a visitas sin cita previa. Me
pagarás el alquiler de tu silla y todo lo que hagas es tuyo. El alquiler
cubrirá nuestros suministros básicos, pero si decides que quieres una
pistola especial o una marca de tinta, depende de ti.

Estaba asintiendo febrilmente mientras hablaba, abandonando mi


cerveza para tomar notas en mi teléfono. No me importaba si apenas
ganaba lo suficiente para cubrir el alquiler de la silla: me habían
contratado. Yo era oficialmente una parte de la tienda. Tendría mi
propia silla, mi propio espacio, mis propios clientes.

Apenas podía quedarme quieta.

Nero se levantó cuando terminó, abriendo los brazos.

—Bienvenida al equipo.
Salté, chocando contra él y envolviéndolo en un abrazo tan feroz
como el que él me daba. Me levantó un poco en el aire, haciéndonos
girar mientras yo cantaba «gracias, gracias, gracias» una y otra vez.

Nero se reía entre dientes cuando dejó de girar y lentamente me


dejó caer al suelo. Me sentía un poco incómoda por cómo mis senos
se apretaban contra su pecho y cada centímetro de él desde ahí hacia
abajo.

Sin embargo, me reí, y una vez que estuve de pie de nuevo, traté de
soltarme de su agarre.

Pero me abrazó más fuerte.

—Felicitaciones —dijo, mirándome por encima del puente de su


nariz. Su aliento olía como si hubiera bebido algo más que una sola
cerveza—. Estoy muy feliz de que hayas dicho que sí.

Me reí un poco incómoda, nuevamente tratando de escapar de su


agarre, pero él me abrazó con más fuerza, inhalando como si fuera
una vela perfumada.

—Ya sabes —dijo, llevando su mirada a mis labios—. Hay una


forma en que podrías agradecerme apropiadamente… por el
aprendizaje, el trabajo…

Mi estómago se agrió instantáneamente.

La alegría y la euforia fueron reemplazadas por el pánico y la


repugnancia cuando Nero me acarició un lado de la mejilla con los
nudillos. Los nervios dentro de mí comenzaron a agitarse y me
atravesaba la sensación de lucha o huida.

—Ha sido una tortura, tenerte trabajando para mí todo este tiempo
con un culo tan dulce como el tuyo —dijo, como si eso fuera un
cumplido.

«No», le supliqué al universo. «No, por favor, no, no dejes que esto
suceda».
No había cruzado una sola línea desde esa noche en la que pensé
que había leído demasiado en su cumplido.

Ahora, él estaba a punto de cruzarlas todas.

—Antes de que firmes el papeleo y te conviertas en una empleada,


tomemos esta pausa momentánea en el contrato para divertirnos un
poco —propuso, intensificando su agarre—. ¿Qué dices?

Las campanas de advertencia sonaron tan fuertes en mis oídos que


apenas pude escuchar mi propia voz cuando respondí.

—No creo que sea una buena idea.

—Oh, vamos —me reprendió, y cuando me atrajo hacia él y su


erección presionó mi vientre.

Casi tuve arcadas.

—Veo la forma en que me miras. Has estado enamorada de mí


desde que entraste por esa puerta como una adolescente nueva para
hacerte tu primer tatuaje. Entonces eras adorable, pero realmente has
crecido…. —Aspiró con fuerza como si le doliera contenerse—. Te lo
prometo que puedo manejar todo lo que pongas en la mesa.

Sus manos descendieron para agarrar mi trasero con firmeza y


frotarme contra él, y ya había tenido suficiente.

Agarré sus hombros, fijando mis ojos en los suyos como si me


estuviera rindiendo, mi boca encaminada hacia la suya…

Y luego levanté mi rodilla fuerte y rápido directo a sus bolas.

Nero se dobló, tosiendo y maldiciendo mientras yo retrocedía hasta


estar fuera de su alcance.

—Lo siento —dije, ignorando lo enojada que estaba por tener que
disculparme por lastimarlo cuando se estaba portando como un cerdo
asqueroso. Pero por muy enfermo que fuera, todavía quería ese
trabajo.

«Solo está borracho», me convencí a mi misma.


—Es solo que… tienes esposa. Tengo novio —añadí. «¿Leo era mi
novio?» Seguro como el infierno era más que mi amigo en este
momento—. Y… y te respeto. No quiero que nada como esto se
interponga entre nosotros.

Nero había estado inclinado y con la cara roja todo el tiempo que
hablé, pero lentamente se puso de pie nuevamente, escupiendo como
si lo hubiera golpeado en la boca y le hubiera hecho sangrar.

Me miró con la expresión más horrible que había visto en mi vida.

Sus ojos eran salvajes, pero también muertos, cómo podían ser las
dos cosas al mismo tiempo, no tenía ni idea. Las venas de su cuello
latían y se hinchaban, y por un momento pensé que podría atacarme.
Apreté mis manos en puños, preparándome para pelear.

Pero solo me miró por un largo momento, y luego, dejó escapar un


suspiro lento, pasándose las manos por el cabello y alejándose de mí
como si acabara de recordar quién era.

—Está todo bien —dijo de espaldas a mí, y comenzó a juguetear


con algunos papeles en el escritorio.

—Está bien —susurré, aclarándome la garganta—. Entonces…


¿estamos bien aquí? ¿Quieres que regrese mañana cuando la tienda
esté abierta para hablar sobre los próximos pasos?

—Sí —dijo, la respuesta corta. Agarró el iPad en el que había estado


trabajando y se sentó de nuevo en su silla, con los ojos en la pantalla
y no en mí.

Tragué saliva, alejándome de él como si fuera una serpiente. Llegué


al extremo de la oficina antes de girar, y tan pronto como lo hice, él
atacó.

—En realidad —dijo, haciéndome detenerme—. Tal vez es una


mala idea.

El hielo se deslizó por mis venas cuando me giré para mirarlo de


nuevo.
—No. Nero, no…

—Sí, simplemente no creo que encajes, ahora que realmente lo


pienso —dijo, sin siquiera mirarme mientras lanzaba las palabras
como estrellas ninja—. Tu estilo, si es que puedes llamarlo estilo, es
más amateur de lo que estamos buscando. No quiero arriesgar la
reputación de la tienda.

—Acabas de decir que tenía clientes que ya querían volver a


reservar —defendí, tratando de mantener la calma mientras las
lágrimas brotaban de mis ojos—. Dijiste…

—Estaba tratando de ser agradable. Nadie ha llamado para volver


a reservar, Mary. —Hizo una pausa en su dibujo para asegurarse de
que me miraba cuando dijo la última parte—. Pensé que tal vez tenías
un poco de potencial, pero creo que estaba tomando una decisión con
mi pene en lugar de mi cabeza. Ya sabes cómo es eso.

Volvió a mirar hacia abajo mientras yo luchaba por permanecer de


pie.

—No puedo evitarlo, es un mal hábito mío. Me distraigo fácilmente


con una cara bonita y un buen par de tetas.

Cada palabra arrancaba otra franja de mi piel.

—Honestamente, chica, no estoy seguro de que esta sea la carrera


para ti. Simplemente no he tenido el corazón para decírtelo.

«Chica».

Estaba diciendo todo lo que podía para matarme.

Me mordí la lengua en la mejilla, sacudiendo la cabeza y tratando


de encontrar la voluntad para hablar.

—Por favor, Nero. No hagas esto —grazné cuando finalmente la


encontré.

Él bufó, encogiéndose de hombros.


—Lo siento, creo que esto es lo mejor. —Hizo una pausa para
mirarme por última vez—. Ah, y si estuvieras pensando en otras
tiendas en el área, tendría cuidado con lo que dices sobre el tiempo
que pasaste aquí.

Era una amenaza y una promesa a la vez, la seguridad de que, si


decía algo, nunca trabajaría en Boston. Él se ocuparía de ello.

Nero no volvió a mirarme. No mientras me quedé allí incrédula, no


mientras me arrastraba aturdida fuera de la oficina, y no mientras me
ponía el abrigo y la bufanda y me deslizaba hacia el frío.

En el lapso de veinte minutos, había sido ascendida, agredida,


despedida y amenazada por un hombre al que había considerado una
inspiración durante años.

Di diez pasos hacia mi auto y luego vomité.


Conduciendo a casa desde el campus, me costó mucho no acelerar
con toda la emoción fluyendo a través de mí. El entrenador me había
llamado a su oficina para una reunión rápida antes de la clase, una en
la que me dijo que los Minnesota Vikings me tenían en la mira.

Ahora, yo no sabía ni una jodida cosa sobre Minnesota aparte de


que hacía mucho frío, pero el hecho de que un equipo supiera mi
nombre, que yo estuviera en su radar, que yo podría ser la pieza
faltante en su ofensiva que los llevaría al siguiente nivel… me iluminó
como nada más en el mundo podría hacerlo.

Lo único en lo que podía pensar era en decírselo a Mary.

Sabía que también tendría buenas noticias: un puesto permanente


en la tienda. Y aunque todavía tenía a Nero en mi radar por ser
desagradable, cuando la había dejado tranquila aquella primera vez
en que ella me contó que la había hecho sentir incómoda, y sabía que
este trabajo era lo que Mary más deseaba en el mundo.

No podía esperar para conocer sus buenas noticias con las mías,
encontrarnos en la puerta mientras ambos explotábamos de emoción
por contarnos cada detalle. No podía esperar para llevarla arriba y
celebrar después también, y me tomaría mi dulce tiempo,
independientemente de la llamada de atención que me esperaba en la
mañana.

Mis llantas chirriaron un poco cuando entré en el camino y noté


que el auto de Mary ya estaba estacionado al otro lado de la calle. Casi
salté a través de la puerta principal, me subí el bolso al hombro y subí
las escaleras de dos en dos. Lo dejé en la esquina mientras abría la
puerta de mi dormitorio (¿nuestro dormitorio?), y pateé mis zapatos
antes de saltar sobre la cama donde Mary estaba hecha un ovillo.

—¡Despierta dormilona! —Empecé a besar todo su cuello y


hombros, haciéndolos odiosamente ruidosos con mi gran sonrisa
contra su piel—. Tenemos que celebrar.

Pero, cuando Mary se dio la vuelta, todo dentro de mí se congeló.

No me recibió con una sonrisa desgarradora. No estaba saltando


arriba y abajo y arrojándose sobre mí mientras derramaba cada
detalle de su oferta de trabajo.

En cambio, su cara estaba roja e hinchada, los ojos hinchados, las


pestañas mojadas.

Había estado llorando.

Y al instante, estaba listo para matar.

—¿Qué pasó?

Sacudió la cabeza, tratando de tirar de mí hacia las sábanas con ella.

—Olvídalo.

—Absolutamente no.

Tiré de ella suavemente hasta que estuvo sentada, con las piernas
dobladas debajo de ella. Tomé sus manos entre las mías y esperé.

—Me despidió.

—¡¿Qué?! —Negué con la cabeza, con la mandíbula floja. Estaba


completamente estupefacto—. ¿Cómo… por qué haría eso? Has sido
aprendiz durante más de un año. ¡Lo has estado matando con tus
propios clientes durante dos meses!

—Por eso me ofreció una silla para mí sola —dijo.

Parpadeé, confundido.

—¿Eh?
Se mordió el labio para evitar una ola de lágrimas y finalmente se
encontró con mi mirada después de respirar profundamente.

—Me ofreció mi propia silla. Luego, me dio un abrazo y procedió a


apretar su erección contra mí y dijo que podía pensar en una o dos
maneras de agradecerle apropiadamente.

Mi alma abandonó mi cuerpo.

Revoloteó sobre nosotros, escuchando mientras Mary continuaba,


diciendo que cuando lo rechazó, él se arrepintió de todo y la despidió.
Creo que también la escuché decir que le dio un rodillazo en las bolas,
pero ni siquiera pude encontrar alegría en eso.

Mi cuerpo estaba desprendido, una especie de fuego entumecedor


recorrió mi columna vertebral. Me dolía la mandíbula por lo apretada
que estaba, la garganta contraía por la necesidad de gritar.

Eso fue todo.

Iba a ir a la cárcel esta noche.

Mary seguía hablando cuando me deslicé fuera de la cama y me


puse las zapatillas de deporte sin pronunciar palabra.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó aspirando.

No podía respirar, no podía pensar lo suficientemente bien como


para responderle más allá de la ira al rojo vivo que se filtraba por
todos mis poros. A la distancia, escuché la voz de mi mamá como si
estuviera en la esquina de la habitación.

«Cálmate, mijo. Piensa».

Incluso podía escuchar a mi padre y al entrenador, como si fueran


una sola persona, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras
negaban con la cabeza.

«No lo hagas. Estás arriesgando tu carrera».

Volví a mirar a Mary, que parpadeó, el reconocimiento cayó sobre


ella.
—No.

Dijo, fuerte y firme mientras saltaba y corría hacia mí.

—Alguien tiene que poner ese pedazo de mierda en su lugar.

—¡Leo, no lo hagas!

Rogó, extendiendo su mano para agarrar mi brazo.

—Él no va a tocarte así y salirse con la suya.

—Está bien. Lo estoy manejando. Hay otros lugares en los que


puedo trabajar.

Negué con la cabeza.

—Eso no excusa lo que hizo.

—Sé que no es así, pero estoy… asimilándolo.

Negó con la cabeza, las lágrimas aún manchaban sus mejillas, y


tuve que apartar la mirada porque me dolía mucho verlas.

—Leo —dijo, apretando mi brazo—. Mírame.

Cuando lo hice, estaba respirando como una jodida bestia: las fosas
nasales dilatadas, la mandíbula tan apretada que pensé que me
rompería un diente.

—Te estoy pidiendo que no hagas esto. Por favor.

Pero no pude escuchar.

Me solté de su agarre y volé escaleras abajo tan rápido como las


había subido, el latido de mi corazón en mis oídos ahogando el resto
de las súplicas de Mary.

***
Cuando llegué a la tienda, era demasiado tarde.

Leo había sido demasiado rápido, como si tuviera neumáticos


chirriando debajo de él en lugar de piernas mientras salía corriendo
de El pozo. Me vestí lo más rápido que pude y crucé la calle corriendo
hacia mi propio auto, acelerando hacia la tienda para tratar de
detenerlo.

Pero al estacionar y salir disparada de mi auto vi justo a tiempo a


Nero arrojando a Leo, ambos ensangrentados.

—¡Ay dios mío!

El grito salió de mi garganta antes de que tuviera oportunidad de


contenerlo. Corrí hacia Leo, que se estaba levantando del suelo con
su mirada asesina aún clavada en mi jefe.

Exjefe.

—Guau —dijo Nero riéndose, escupiendo sangre de su boca hacia


el pavimento a nuestros pies—. Jodidamente madura, Mary,
acusándome con tu novio.

No me dio la oportunidad de responder antes de negar con la


cabeza y volver a la tienda.

—Estás acabada en esta ciudad —dijo, tan bajo que pensé que lo
había oído mal. Pero se dio la vuelta y me apuntó con un dedo, con la
nariz rota y sangrando, los ojos ya volviéndose morados—. Acabada
—reiteró. Luego señaló a Leo—. Y tienes suerte de que no presente
cargos, tonto hijo de…

Sucedió tan rápido; no pude registrarlo todo.


Un segundo Leo estaba a mi lado, resoplando como un dragón, y
al siguiente, un crujido enfermizo partió el aire y Nero estaba tendido
en el suelo. Había conectado su puño directamente a la mandíbula de
Nero, haciéndolo girar como un gigante de caricatura antes de caer.

—Si alguna vez la vuelves a mirar de nuevo, te mato

Gruñó, agarrando a Nero por la camisa. Lo sostuvo a centímetros


de su cara el tiempo suficiente para lanzar la amenaza antes de dejarlo
caer de nuevo al pavimento.

La vista de él parado sobre Nero y defendiéndome de esa manera


me encendía y me enojaba de inmediato.

—Leo.

Mascullé entre dientes.

Nero parpadeó un par de veces, gimiendo mientras se levantaba.


Volvió a escupir sangre, ¿y esta vez?

Un diente.

Lo recogió con una sonrisa divertida, haciendo rodar el trozo de


hueso blanco entre sus dedos antes de metérselo en el bolsillo.

Luego, cubrió a Leo con una sonrisa sangrienta.

—Espero que lo hayas disfrutado porque acabas de joder a tu


novia, y no de la forma en que yo podría hacerlo, te lo prometo.

Leo se lanzó hacia adelante como si fuera a golpearlo de nuevo,


pero envolví mis brazos alrededor de él para detenerlo, mi pecho
contra su espalda, colgándome de él como si fuera mi vida.

—Apuesto a que hubieras sido un pésimo polvo, de todos modos.

Me dijo como su última palabra, y luego estaba en la tienda y


cerraba la puerta detrás de él, una especie de risa maníaca como si
hubiera ganado resonando en el aire.

Y lo hizo.
Él tenía todo el poder sobre mí. No tendría ninguna oportunidad
de conseguir otro trabajo en la ciudad ahora, y Leo no había probado
nada arrancándole un diente, aparte de que Nero tenía suficiente
poder para molestarnos a los dos.

Mostramos nuestras cartas y él lanzó su as.

Por un largo momento, nos quedamos allí, yo envuelta alrededor


de Leo y él respirando fuerte y superficialmente, ambos mirando la
puerta por la que había desaparecido.

Cuando finalmente lo solté, lo empujé con fuerza.

—¡¿Qué diablos te pasa?!

—¿Yo? —Leo se giró para mirarme, sus ojos aún salvajes—.


Debería haberlo matado, Mary. Es un maldito cabrón y…

—¡Y puedo jodidamente defenderme a mí misma! —grité, con el


pecho agitado—. Le di un rodillazo en las bolas. Salí de aquí con la
cabeza en alto y al menos una pizca de mi dignidad todavía en su
lugar. No necesito que te lances como un caballero reluciente y alegre
para defender mi honor. Tenía un plan, que ahora has disparado al
infierno. Porque ahora nunca trabajaré en ninguna parte de esta
ciudad porque tengo un novio psicótico.

Leo parpadeó, tomando dos respiraciones largas

—¿Novio?

Dejé escapar una carcajada, girando y caminando hacia mi auto con


un paso decidido. Las palabras que brotaron de mi garganta sin
permiso fueron inmaduras y apresuradas, pero no me importó.

—Ex, ahora.

—Guau, espera, espera —dijo, alcanzándome y tomándome por el


codo para girarme hacia él—. ¿Qué quieres decir con ex?
—Me faltaste el respeto por completo —grité entre lágrimas, con el
pecho apretado—. Te pedí que no lo hicieras. Te lo supliqué. Y lo
hiciste de todos modos.

El rostro de Leo se niveló más con cada palabra

—Mary.

—No —solté mi brazo de su agarre—. No puedo creerlo. —Negué


con la cabeza, las lágrimas nublaban mi visión. Una risa corta salió de
mí—. En realidad, puedo. Jodidamente puedo. Debería haberlo
sabido.

Me odié antes de que las siguientes palabras salieran de mis labios,


pero quería lastimarlo. Quería que se sintiera perdido como yo me
sentí en ese momento.

Una pequeña parte de mí recordaba haberse sentido así antes con


él, hace siete años, cuando me lastimó y estaba desesperada por
devolverle el favor.

—Realmente no te preocupas por mí —le dije—. Solo querías un


premio, algo para tener en tu brazo y por lo que pelear. No te
detuviste a pensar dos veces sobre lo que quería, cómo me impactaría
esto a mí y a mi maldito sueño. He trabajado durante años para esto.
Años, Leo. Imagínate si te hiciera esto, si atravesara el estadio y
arrancara a una porrista de la cima de una pirámide por el pelo por
comerte con los ojos o fanfarronear ante sus amigas en el baño de
cómo te la follaste en una fiesta el año pasado.

Leo estaba completamente atento ahora, toda la lucha se había ido


de él cuando se abalanzó sobre mí y me atrajo hacia él. Me abrazó con
fuerza, pasando sus dedos por mi cabello.

—Lo siento —susurró.

Sus nudillos estaban sangrando.

También lo estaba su ceja.


—Lo siento mucho —dijo de nuevo cuando no me aparté—. Tienes
razón. Fui estúpido. Yo solo…

—No pensaste —terminé por él, sorbiendo y alejándome—. Sí. Lo


sé.

Se derrumbó.

—Stig, yo…

Levanté una mano para detenerlo.

—¿No lo entiendes? —La comprensión me golpeó como una roca,


una que cayó de un rascacielos y me aplastó como a un insecto.
Inhale, buscando su mirada—. Confiaba en ti.

Eso casi nos rompió a ambos, y me aparté de él, necesitando


alejarme de su toque.

—Confiaba en que no me harías daño. Me prometiste que podía.

—Yo nunca te lastimaría —dijo, con la voz en auge.

—Ya lo hiciste.

Sus fosas nasales se ensancharon, la mandíbula apretada mientras


sus ojos brillaban como los míos. Pero no se movió, no trató de
tocarme de nuevo, no trató de discutir. Se quedó allí esperando que
yo lo perdonara.

Y no pude.

—Déjame en paz, Leo —supliqué en voz baja, llevando mis ojos a


los suyos—. Necesito que me dejes en paz.

Tragó.

—¿Qué pasa si no puedo?

—Entonces demostrarás que realmente no te importo en absoluto.

Veinte minutos después, llegué a casa de Giana y Clay.


Me prepararon el sofá sin hacer una sola pregunta y Giana me
abrazó mientras lloraba hasta que me quedé dormida.
Hace veinticuatro horas, todo era diferente.

Mi mayor preocupación ayer había sido el fútbol. Teníamos un


partido fuera de casa contra nuestros rivales en dos semanas después
de nuestro descanso este fin de semana, y era en lo único en lo que
podíamos concentrarnos. Si ganábamos, no solo sería una victoria en
la rivalidad, sino que también aseguraríamos un lugar en el
campeonato para nosotros.

El entrenador también me había dicho que habría varios


cazatalentos en este juego, cazatalentos que habían estado visitando
nuestro campus durante toda la temporada con la mirada puesta en
nuestros seniors.

Sobre mí.

Ayer estaba lleno de esperanza. Me apresuré a casa con nada más


que emoción fluyendo por mis venas mientras corría a decírselo a
Mary. Ayer fue un mundo completamente diferente, un universo
completamente diferente.

Hoy me desperté en el infierno.

Mary nunca llegó a casa anoche e ignoró cada uno de mis mensajes
y llamadas. El único consuelo que encontré llegó casi a la medianoche
cuando Clay me envió un mensaje de texto y me dijo que estaba en
su casa y la de Giana. Tomé un respiro de alivio tan feroz que casi
colapsé.
Pero a pesar de que sabía que ella estaba a salvo, todavía no podía
dormir.

Porque segura o no, la había perdido de todos modos.

Cada vez que pensaba las palabras, mi estómago se revolvía tan


violentamente que casi vomitaba. Entonces, inmediatamente
empujaría hacia abajo el pensamiento, asfixiándolo antes de que
tuviera la oportunidad de invadir mi cerebro nuevamente.

No la perdí.

No podía perderla.

Mi pecho estuvo ardiendo toda la noche y hasta bien entrada la


mañana, incluso mientras me preparaba para el día. Todo lo que pude
ver fueron los ojos de Mary cuando me di cuenta de lo que había
hecho, la forma en que me miró como si acabara de demostrar que
todas las dudas que tenía sobre mí eran correctas.

Y supongo que lo eran.

No pensé desde su perspectiva hasta que fue demasiado tarde.


Demonios, no pensé en eso en absoluto. Fue una falta de respeto
intervenir como un gran hijo de puta malo cuando ella ya me había
dicho que lo había manejado. No mejoró nada cuando golpeé a ese
estúpido bicho en la boca. Ni siquiera me hizo sentir mejor. Todo lo
que hizo fue enojarme más porque él se paró de nuevo, y luego
lastimó a Mary aún más.

Por mí.

Y para añadir más mierda al montón, Nero también me tenía


agarrado de las pelotas. Si iba a la policía, si presentaba cargos… mi
carrera se apagaría antes de que la llama tuviera la oportunidad de
encenderse.

Había un pozo sin fondo de fatalidad en mi estómago con tanta


incertidumbre. No sabía si Nero realmente no presentaría cargos o si
me encontraría con una tormenta de mierda mediática en el estadio.
No sabía si Mary se refería a dejarme solo por la noche o para siempre.

No podía ser para siempre.

Me convencí de que de alguna manera todo estaría bien mientras


arrastraba mi trasero a la práctica. A pesar de lo muerto que me sentía
por dentro, lo difícil que era respirar sin saber dónde estaba parado
con Mary, logré dejarlo todo y presentarme para mi equipo. Salí
disparado en la práctica, y para todos en ese campo, estaba bien.
Estaba mejor que bien. Estaba en llamas.

Para todos, eso era, excepto Clay, Zeke, Riley y mis compañeros de
casa.

Todos me miraban como una bomba que detonaría por un paso en


falso.

Cuando terminó la práctica y estábamos en el vestuario, me


arrinconaron.

—¿Qué diablos pasó? —Riley demandó en voz baja—. ¿Por qué


tienes costras en los nudillos y por qué Mary durmió en el sofá de
Clay anoche?

Les conte sin emociones como pude, bloqueando todo porque de lo


contrario sabía que me derrumbaría en ese mismo momento. Y como
líder, como su capitán, no podría hacer eso frente a mi equipo.

Cuando terminé, todos estaban en silencio, con las cejas juntas.

—Mierda —dijo Zeke.

—Sí —estuve de acuerdo.

Nadie tuvo tiempo de ofrecer un consejo antes de que la voz del


entrenador Lee resonara en la habitación.

—Hernández
Dijo, y todos los ojos se dirigieron hacia donde estaba parado en la
puerta de su oficina. Inclinó la cabeza hacia él con los labios apretados
en una línea dura.

Mierda.

Cerré la puerta detrás de mí una vez que me sumergí en su oficina,


y cuando me senté frente a él, ambos nos sentamos en silencio. El
entrenador finalmente dejó escapar un suspiro de frustración y dijo:

—Ambos sabemos por qué estamos aquí, así que no jodamos.

Asentí solemnemente.

—¿Qué tan malo es?

—Afortunadamente para ti, debería quedar fuera de la prensa. El


tipo vino aquí amenazando con presentar cargos o ir a las noticias,
pero tuvimos… ayuda —dijo cuidadosamente—. De algunos
exalumnos que estaban ansiosos por rectificar la situación y
mantenerte en el equipo.

Apreté los ojos cerrados, con calambres incluso ante la idea de que
alguien entregara su dinero ganado con tanto esfuerzo para salvar mi
trasero. Yo tampoco era un idiota. Sabía que probablemente no era
exactamente ilegal, pero probablemente también estaba muy mal
visto.

—Giana hizo un barrido rápido esta mañana. Ella dijo que ni


siquiera hay un susurro de eso, así que deberíamos estar bien. Le
hicimos firmar un acuerdo de confidencialidad una vez que ambas
partes estuvieron satisfechas.

—¿Y mis padres?

—Tienes el honor de decírselo.

Por la forma en que lo dijo, supe que no había opción de no


decírselo. O lo hacía, o él lo haría si tardaba demasiado. Tragué saliva
ante la idea de decírselo a mi padre, quien sin duda me regañaría por
arriesgar mi carrera. ¿Pero mamá?
Le rompería el corazón.

Eso era peor que cualquier grito que papá pudiera hacer.

El entrenador dejó escapar otro largo suspiro y luego sacudió la


cabeza, mirándome con tanta decepción que quería hacerme un ovillo
y llorar como un niño pequeño.

—¿En qué estabas pensando, hijo?

—No lo hice —respondí inmediatamente, con honestidad.

El entrenador asintió, y luego algo en él se suavizó un poco


mientras más me observaba.

—¿Estás bien?

—No —dije riendo, con la nariz picando. Sorbí de cualquier


manera—. Lo arruiné. Lo siento, entrenador —dije, encontrando su
mirada. Esperaba que sintiera cuánto quise decir eso—. Realmente lo
siento.

El entrenador Lee parecía que no sabía si quería gritarme, hacerme


correr vueltas o darme un abrazo. Al final, se decidió por otro
asentimiento

—Lo que sea que esté pasando, descúbrelo. Te necesitamos para el


partido del próximo fin de semana. Y esos cazatalentos no lo
pensarán dos veces antes de darte la espalda si no estás rindiendo al
nivel que ellos quieren ver.

Asentí con la cabeza y, en este punto, sentí que mi estómago se


agriaba como si fuera un nuevo estado permanente del ser.

—Estás a prueba —agregó.

No me sorprendió.

—¿Qué significa?
—Significa que, si la cagas de nuevo, no habrá una conversación.
No habrá ayuda. No habrá forma de salir de esto. —Niveló su mirada
conmigo—. Enfócate, hijo. El resto de tu vida está en juego aquí.

Después de eso, el día pasó y sucedió en un instante, todo a la vez.


No sabía cómo me las arreglé para mantenerme con vida el tiempo
suficiente para volver a casa con mis compañeros, todos callados y
agotados en el coche.

Nadie dijo una palabra, pero los ojos de Kyle se encontraron con
los míos en el espejo retrovisor desde donde conducía. Asintió,
diciéndome sin palabras que estaba allí, y Braden apretó mi hombro
desde donde estaba sentado a mi lado. Blake me miró con
preocupación, pero luego me ofreció una sonrisa lastimera, tratando
de darme una esperanza que no creía que pudiera existir en mí.

Eso fue hasta que nos detuvimos y vimos el auto de Mary al otro
lado de la calle.

Kyle apenas estacionó el auto antes de que saliera corriendo y


entrara a la casa y subiera las escaleras. Atravesé mi puerta y sentí
que la exhalación más aliviada me dejaba al ver a Mary sentada en la
cama.

Su cabello era un nido salvaje recogido en un moño en la parte


superior de su cabeza, y una mirada a su rostro me dijo que había
dormido tan mal como yo la noche anterior. Palico estaba acostada a
su lado, moviendo su cola hacia mí como si incluso ella supiera lo
imbécil que había sido.

Pero Mary todavía usaba una de mis sudaderas con capucha, y esa
vista, junto con la posible implicación que tenía, me hizo moverme
hacia ella.

En ese momento noté todas las bolsas y cajas empacadas alrededor


de la habitación, me congelé de nuevo.

Mis ojos pasaron de una caja a la siguiente, rebotando en mi


armario que ahora estaba mucho menos lleno antes de echar un
vistazo furtivo al baño que estaba demasiado limpio sin rastro de
Mary. El pánico se apoderó de mi garganta en un nudo, y cuando mi
mirada se encontró con la de Mary, no tuve elección.

Caí de rodillas.

Caí con fuerza, con un crujido del hueso contra la madera que hizo
que los ojos de Mary se llenaran de lágrimas. Miró hacia arriba para
tratar de evitar que se cayeran, pero de todos modos le abrasaron las
mejillas.

—No te vayas.

Eran las únicas palabras que podía decir, las únicas que tenían
sentido en mi revuelto cerebro. Podría decir que lo siento un millón
de veces, podría prometerle todo el mundo, pero lo único que
necesitaba que escuchara por encima de todo era que quería que se
quedara.

Necesitaba que se quedara.

—Voy a vivir con mis padres.

Dijo, su voz era un susurro entrecortado.

Cerré los ojos, sacudiendo la cabeza, obligándome a despertar de


esta pesadilla.

—Me he quedado más allá de la bienvenida aquí tal como está.

Abrí los ojos de nuevo.

—Sabes que eso no es cierto.

—Ya no sé qué es verdad.

Me dolía la mandíbula por lo fuerte que la apretaba.

—Mira, esto fue una mala idea desde el principio —dijo, sin
mirarme mientras lo decía. Pero se puso de pie, sosteniendo a Palico
a sus brazos, y eso hizo que se sintiera tan final que apenas podía
respirar—. Simplemente… volvamos a fingir que nos separamos en
la escuela secundaria, ¿de acuerdo?

—No quiero fingir —dije, poniéndome de pie. Mi pecho se agitó


mientras la miraba—. No quiero fingir que te dejé en la escuela
secundaria porque no lo hice. No quiero fingir que no te quería en el
momento en que cruzaste la calle, incluso antes de saber quién eras.
Y me niego a fingir que no te quiero ahora, más que nunca, porque sé
quién eres.

El rostro de Mary no mostró ni un gramo de emoción, pero otra


lágrima se deslizó por su mejilla, aterrizando silenciosamente en su
hombro. Apretó a Palico más cerca.

Tomé el hecho de que ella aún no se iba como mi última


oportunidad para hacer que se quedara.

—¿Puedo abrazarte? —pregunté en un susurro desesperado—.


¿Por favor?

Su labio se tambaleó, pero asintió, y tan pronto como volvió a dejar


con cuidado a la gata en la cama, la estreché entre mis brazos antes
de que pudiera respirar otra vez.

Se aferró a mí tan ferozmente como yo la sostuve, y cerré los ojos


contra la emoción que me estrangulaba mientras la apretaba contra
mí. Puse una mano en su cabello, la otra se envolvió completamente
alrededor de ella. La inhalé, diciéndole a mi pobre corazón de mierda
que esto no había terminado incluso cuando sentí que ella se
escapaba.

—Lo siento —le dije—. No debí haber ido anoche. Fui un idiota.
Debí haberme quedado contigo, debí haber estado aquí contigo. —
Negué con la cabeza, todavía aferrándome a ella—. No lo pensé. La
jodí. Pero te juro que haré todo lo posible para compensarte. Por favor
—rogué—. Quédate.
Mary ahogó un sollozo, abrazándome más fuerte, y la sostuve
contra mí hasta que presionó sus manos contra mi pecho pidiendo
espacio. Cuando me miró, quise morir.

Estaba sufriendo.

Y era por mi culpa.

—Necesito algo de tiempo, Leo —dijo, y sus ojos no se encontraron


con los míos—. Este sueño por el que he trabajado durante… años…
simplemente… se ha ido.

Ella balbuceó, y yo quería arrojarme desde el techo.

—Estoy sin empleo. Sin hogar. Quebrada. —Ella se encogió de


hombros—. No tengo ni idea de dónde ir desde aquí.

—Déjame pasar por esto contigo.

Algo la endureció entonces, y se alejó aún más, fuera de mi alcance.

Mi corazón se hizo añicos al pensar que esa podría haber sido la


última vez que pude abrazarla.

—No confío en ti.

Las palabras se deslizaron a través de mí como un cuchillo caliente,


cortándome por la mitad como si fuera solo una barra de mantequilla.

—Mary —lo intenté.

—Tienes el juego —dijo, cruzando los brazos—. Necesitas


concentrarte en ti mismo, y yo necesito concentrarme en mí. Todo esto
sucedió tan rápido. Un día estaba en pleno apogeo en la vida que
había creado para mí, aquella en la que vivía a pesar del infierno que
me hiciste pasar. Al siguiente, estaba en un cielo que nunca supe que
existía, envuelta en todo lo que eres, lo que somos, juntos.

Quería que se detuviera allí. Quería que ese fuera el final. Pero
inhaló y continuó.
—Y ahora, estoy en el infierno otra vez. Más profundo, esta vez,
porque ahora he perdido lo único que siempre ha sido mío a pesar de
lo que me pasó. He trabajado muy duro por esto, Leo.

—Lo sé. —Reprimí el impulso de recordarle que no fui yo quien se


lo quitó. Fue Nero.

Pero luego recordé que había empeorado las cosas. Había tenido
un plan, dijo, y no lo dudé. Mary era fuerte. Ella era inteligente. Ella
podía manejarse sola.

Fui yo quien jodió todo.

—Solo… necesitamos tomar un descanso —dijo con firmeza,


recogiendo una bolsa de lona y arrojándola sobre su hombro—. Mis
padres estarán aquí en veinte minutos. ¿Podrías…? —Ella tragó
saliva—. ¿Puedes por favor no estar aquí cuando ellos estén?

Eso me destrozó.

Hace apenas unas semanas en el antiguo campo de fútbol de


nuestra escuela secundaria, me dijo que quería que los conociera.

Ahora, me sentía como un secreto vergonzoso encerrado en un


armario para nunca ser encontrado.

—Haré lo que sea que necesites que haga —le prometí—. Me iré.
Te daré espacio. —Cerré la distancia entre nosotros, extendiendo la
mano tentativamente. Cuando no se inmutó, deslicé mis manos en su
cabello, enmarcando su rostro, manteniendo su mirada en la mía—.
Pero no me rendiré con nosotros.

Cerró los ojos

—¿Qué pasa si necesito que lo hagas?

—Entonces te decepcionaré. —Hice una pausa—. De nuevo.


Porque no puedo hacer eso, Stig, no… puedo. —Esa última palabra
me dejó como una declaración gutural de verdad, arrancada de mí
contra mi voluntad.
No supe si fue una risa o un sollozo lo que salió de ella, pero
presioné mis labios en su frente, cerré los ojos y recé con más fuerza
que en toda mi vida para que este no fuera el final para nosotros.

—Te amo, Mary —respiré.

Ella se quedó inmóvil en mi agarre, y tiré hacia atrás hasta que la


miré de nuevo.

—Te amo —repetí—. Puedo ser un desastre monumental. Puedo


cometer errores. Puedo decepcionarte y quedarme corto de muchas
formas. Pero te amo, y eso nunca dejará de ser verdad.

Mary cubrió mis manos con las suyas, cerró los ojos nuevamente y
se inclinó hacia mi palma, dejando escapar una exhalación lenta.

Luego, me quitó las manos de encima y se alejó.

—En este momento, tengo que amarme a mí misma —dijo


suavemente.

Mi corazón era una cosa ensangrentada, magullada, apenas viva,


pero la dejé ir.

Asentí. Sostuve su mirada hasta que no pude más. Di media vuelta


y bajé aturdido las escaleras y salí por la puerta sin un plan de adónde
iría a continuación. Caminé y caminé y caminé hasta que mi cuerpo
se negó a caminar más. Acabé en algún lugar del North End, mirando
a la gente reír y comer y beber y disfrutar de sus vidas, todos ellos
ajenos al zombi entre ellos.

Eventualmente, le envié un mensaje de texto a Braden que vino a


buscarme.

Estuvimos en silencio en el camino de regreso, él conducía mi auto


porque sabía que no podía. Cuando llegamos al camino de entrada,
miré hacia la puerta con un nudo en el estómago.

—¿La perdí? —pregunté.

Braden suspiró, mirando la casa y luego a mí.


—Se ha ido, hombre.

Y toda la fuerza que había estado usando para mantenerme unido


me abandonó.

No me importaba que Braden todavía estuviera allí, que Kyle y


Blake también salieran ahora de la casa. No importaba si me
importaba. Era impotente ante la presa emocional que se abrió de par
en par dentro de mí.

De alguna manera logré abrir la puerta del auto y ponerme de pie.

Luego, me rompí.

Mis compañeros de piso corrieron hacia mí. No eran mis amigos en


ese momento. No eran mis compañeros de equipo. Ellos eran mis
hermanos. Mi familia. Y me sostuvieron mientras me derrumbaba.

—Todo estará bien, hombre. Volverá —dijo Kyle.

El aire pulsó, porque cada uno de nosotros sabía que era una
promesa incierta.
La mañana gris coincidía perfectamente con mi estado de ánimo,
las hojas coloridas goteaban húmedas por cómo las nubes las
abrazaban. Todo estaba en silencio, excepto donde el rocío caía en el
césped, un suave pit, pat, pit, pat que me atraía hacia afuera como un
imán. El distintivo olor a decadencia del otoño flotaba en el aire, y
recibí la húmeda mañana con los brazos abiertos. Estaba tan cansada
del sol, de que el mundo continuara girando sin preocuparse.

Me envolví en una manta y salí al porche trasero solo para poder


sentarme con la niebla.

Con la manta envuelta a mi alrededor, el aroma de Leo que aún se


aferraba a la sudadera que le había robado también me mudaba.
Cerré los ojos y lo inhalé junto con el aire fresco de la mañana, y justo
cuando pensé que se habían secado, mis ojos se llenaron de lágrimas
nuevamente.

Había pasado casi una semana desde que me mudé de El pozo y


volví a casa con mis padres.

Era un último recurso, uno que solo había elegido después de que
Margie me informara que la casa no estaría lista para que me mudara
hasta después de las vacaciones. Ambas habíamos decidido que era
hora de que me liberara del contrato de alquiler, de que siguiéramos
caminos separados mientras ella arreglaba todo. No podía esperar en
el limbo por más tiempo y, esta vez, realmente no tenía otra opción.

Tuve que irme a casa.


Había matado mi orgullo para hacer la llamada. Llamé a papá, por
supuesto, quien no hizo una sola pregunta. Solo dijo que estaba en
camino. Y mientras escuchaba su voz, su preocupación, su amor por
mí llenaba mi dolorido corazón de calidez, supe que cuando se
detuviera en El pozo, mamá estaría con él, encerrada y cargada con
un millón de preguntas.

Tenía razón.

Había estado callada y con los labios apretados mientras


cargábamos la camioneta con mis pertenencias, incluida Palico. Los
chicos habían ayudado, menos Leo, que se había ido porque se lo
pedí. No me perdí el borde duro de la expresión de mi padre mientras
observaba a tres atletas universitarios masculinos interactuar con su
hija. Pero Kyle, Braden y Blake les mostraron a él y a mi madre el
mayor respeto.

También me dieron los mejores abrazos de mi vida cuando llegó la


hora de partir, y traté de no llorar al despedirnos.

Tan pronto como estuvimos en el auto y en la carretera, mamá


explotó.

Ella me regañó con preguntas todo el camino a casa.

—¿Cómo diablos terminaste allí? ¿Qué estabas pensando? Deberías


habernos llamado. Deberías haberte mudado de casa. Es por eso que,
para empezar, nunca debiste haberte mudado a esa casa decrépita.
Deberías estar en la universidad, en un dormitorio que sea seguro y
pase una inspección minuciosa. ¿Cómo diablos terminaste con un
gato? ¿Y qué piensa Margie de esto? Será mejor que te devuelvan el
depósito. No puedo creer que hayas estado viviendo con hombres sin
nuestro permiso. Podrías haberte matado, o algo peor…

Mi padre, poniendo su mano en su rodilla, la había silenciado, y


aunque ni siquiera la había mirado cuando lo hizo, vi a mamá respirar
por primera vez, cubrir su mano con la de ella y quedarse en silencio.

Piadosamente.
Había dormido en mi antigua habitación, que era más o menos la
misma, excepto que ahora estaba pintada de un color más brillante,
con un juego de cama que solo le encantaría a mi madre, y había una
cinta de correr en la esquina mirando hacia mi ventana favorita. Una
por la que solía mirar mientras dibujaba. No era más fácil dormir
aquí, no con los recuerdos de la escuela secundaria aferrándose al
espacio. Miré la televisión en la que solía jugar a Xbox con Leo, el
corazón me latía cada vez.

Quería desesperadamente drogarme, pero no tenía pastelillos


espaciales a la mano y sabía que no podía conseguir un porro a
escondidas, no en la casa de mi madre. No importaba si caminaba por
la calle para fumar, ella lo descubriría.

Entonces, di vueltas y vueltas sobriamente toda la noche antes de


que papá llamara a mi puerta a las dos de la mañana, con sus
zapatillas para caminar en la mano.

No hablábamos mientras caminábamos y, a diferencia de cuando


era más joven, en realidad no me ayudo a dormir. Pero me hizo sentir
un poco mejor, menos sola, como mínimo.

Y a la mañana siguiente, le di a mi mamá todas las respuestas que


estaba buscando.

También les conté a ella y a papá sobre Nero.

Naturalmente, querían que fuera a la policía. No podían ver la


razón, ni siquiera cuando señalé que era su palabra contra la mía, que,
si me movía contra él, se movería contra Leo y contra mí. Mamá juró
que la ley estaría de mi lado, lo que me hizo reír porque claramente
no había prestado atención a ningún caso judicial similar en los
últimos cien años. Papá parecía entender por qué dudaba, pero él era
como Leo. Quería asesinar a Nero. Y aunque mi oportunidad de
trabajar alguna vez en Boston ya estaba borrada, no quería empujar
al oso que tenía el poder de aniquilar mi carrera por completo.
Fue solo después de que les rogué y les supliqué entre lágrimas fue
que accedieron a dejarme manejarlo de la manera que yo quería.

Eso es lo que nadie te dice acerca de ser víctima de acoso: que no


solo pierdes el poder durante el asalto, sino también después, cuando
se espera que sigas las reglas establecidas por personas que no tienen
idea de lo que has pasado o lo que está en juego.

Lo que mis padres no entendían era que necesitaba recuperar el


control de la situación. Necesitaba ser yo quien decidiera qué sucede
después, para determinar cuánto dejé que este incidente me
impactara a mí y al resto de mi vida.

Todo lo que quería era limpiarme las manos de Nero y el recuerdo,


y seguir adelante.

Quería seguir viviendo sin volver a pensar en él ni en esa tienda.

Y nunca quise darle la satisfacción de pensar que me había


derrotado, y mucho menos detenido.

Después de que se asentó el polvo, una vez que se hizo el


interrogatorio y papá convenció a mamá de que me dejara en paz,
finalmente pude respirar.

Pero cada respiración era un asalto feroz a mis pulmones, porque


ahora todo en lo que podía pensar era en Leo.

Era enfermizo, cómo sabía que necesitaba espacio de él y, sin


embargo, miré mi teléfono todo el maldito día deseando ver su
nombre aparecer en la pantalla. Le pedí que me dejara en paz y me
escuchó, incluso cuando sabía que no quería hacerlo. Él me estaba
dando lo que necesitaba, y mi trasero masoquista estaba aquí
deseando que no lo hiciera, deseando que dijera «al carajo lo que crees
que necesitas» y atravesara la puerta.

Pero si lo hacía, sabía que estaría molesta.


Lo tomaría como una prueba más de que no podía confiar en él,
que no le importaba lo que yo necesitaba, lo que le pedía. Me
lastimaría. Me enfurecería.

Y, sin embargo, no saber nada de él me mató.

Yo era un caótico desastre, uno que no merecía soportar. Estaba tan


enojada con él, tan traicionada por sus acciones y, sin embargo, era el
único que anhelaba para hacerme sentir mejor acerca de todo.

El único que conocía que podía hacerlo.

Había dado tantas vueltas a estos pensamientos en mi cerebro


durante la semana que se sentía como papilla, y me senté afuera en la
niebla fresca de la mañana con una mirada aturdida en mi rostro, mi
cabeza flotando en la niebla, mi cuerpo en piloto automático y
simplemente manteniéndome viva.

Alguien abrió la puerta del patio y Palico la atravesó llegando hasta


el sofá en el que yo estaba sentada. Saltó, maullando antes de darme
un codazo como diciendo: «Déjame entrar en esa cosa, tengo frío». No
pude sonreír, pero abrí la manta el tiempo suficiente para que ella
entrara. Lo juraba, ella sabía que algo andaba mal. Había estado
pegada a mi lado desde que llegamos.

No sabía cuánto tiempo había estado sentada allí cuando de


repente una taza de té caliente se presentó frente a mi cara.

Parpadeé, volviendo a la tierra y siguiendo la mano que sostenía la


taza para encontrar a mi madre mirándome.

Cuanto mayor me hacía, más veía cuánto me parecía a mi madre.


No era solo su cabello largo y espeso, o su piel clara. No era su labio
inferior regordete que hacía juego con el mío, o la forma en que
nuestros ojos eran del mismo verde esmeralda. Era que vi la tristeza
que se sentía tan a gusto en mis ojos reflejada en los de ella, vi la
determinación que me llenaba emanando de ella también. Mantuvo
la barbilla en alto, los hombros rectos, sin miedo de decir lo que quería
decir o de enfrentarse a cualquier cosa que la asustara.
Me parecía más a ella de lo que me había dado cuenta antes.

Cuando no tomé inmediatamente la taza de su mano, la empujó


más cerca, y sostuve la manta alrededor de mí con un puño mientras
extendía mi otra mano para agarrar la oreja. Una vez que lo tuve,
mamá se sentó remilgadamente en el sofá a mi lado, sentándose casi
en el borde mientras se llevaba la taza a la boca con delicadeza y
tomaba un sorbo.

Nuestros muebles de exterior estaban tan impecables que parecían


pertenecer al interior, los cojines blancos impecables y limpios, la
madera de teca que los enmarcaba impecable y hermosa. Recordé
cuando mamá escogió el decorado, cuando papá había dado
instrucciones a los encargados de la mudanza sobre dónde ponerlo
todo solo para que ella cambiara de opinión y papá y mi hermano
tuvieran que moverlo todo de nuevo.

Pero una vez que lo tuvo como le gustaba, nunca más lo movió.

Tampoco llevaban una mota de polvo por más de unas pocas horas.

No tenía nada que decir, ni siquiera para reconocer mi sorpresa


cuando ella se unió a mí en la cubierta. Apenas me había hablado
desde que estaba en casa, principalmente porque me había escondido
en mi habitación, y cada vez que me hablaba, era para presionarme
sobre lo que iba a hacer a continuación, cómo estaba. Cómo iba a
seguir adelante.

Como si lo supiera.

Pero estaba agradecida por el té caliente, el primer sorbo me calentó


hasta los dedos de los pies.

—Gracias.

Gruñí roncamente, mi garganta estaba de la mierda después de


todo el llanto y las noches sin dormir.

Mamá asintió, con la espalda todavía erguida mientras tomaba un


sorbo de su propio té y luego acunaba la taza entre sus manos.
Observó el hermoso jardín que había creado a lo largo de los años:
el jardín que haría que Holden tuviera sueños húmedos, el estanque
y la fuente hechos por el hombre, el camino de piedra entre los
hermosos árboles, arbustos y flores. Tanto los pájaros como las
ardillas estaban cómodos, comieron la semilla que mamá sacaba cada
mañana y nadaron en los baños en los días calurosos. Esta mañana,
sin embargo, estaba tranquila y silenciosa, la niebla se deslizaba en
parches pesados por el espacio.

—Entonces, ¿vas a contarme más sobre este chico?

Dejé escapar un largo suspiro, un momento de arrepentimiento se


hundió en mi estómago por haberle dicho a ella ya papá sobre Leo.
Pero lo que sucedió entre él y Nero fue parte de la razón por la que
quería dejar toda la situación en paz, así que tenía que decirlo.

—Preferiría no hacerlo.

Confesé.

—¿Porque soy un monstruo tan malvado y sin emociones que no


lo entendería?

Mamá asumió con una risa áspera.

—Porque estoy teniendo problemas para respirar sin él en mi vida


—respondí—. Y realmente no me importa abrir mi maldito corazón
para que lo disecciones.

Mamá se volvió hacia mí, sus cejas juntas. Y por primera vez en
años, vi preocupación genuina en sus ojos, como si odiara que yo
tuviera dolor y no pudiera hacer nada al respecto. Solía mirarme de
esa manera cuando estaba enferma, como si prefiriese ser ella la que
tuviera el dolor en el estómago que verme pasar por eso.

—Tal vez hablar de eso ayudará en lugar de lastimar —ofreció.

No respondí. Hablé extensamente sobre esto con las chicas, cada


una de ellas escuchando y esperando cuando les pedía su consejo.
Estaba agradecida de que no lo ofrecieran sin la señal, porque la
verdad era que no sabía si estaba lista para hacer algo al respecto.

Porque si tuviera que hacer algo, eso significaría una de dos cosas:
o perdonaría a Leo y regresaría, o no lo perdonaría y lo dejaría atrás.

Ambas opciones hicieron que mi pecho se apretara de una manera


imposible.

—¿Cómo lo conociste?

Mamá preguntó cuando no hablé.

Una risa de un suspiro salió de mi nariz

—Jugando Halo.

Ella hizo una mueca.

—¿Ese maldito juego que te regalamos por tu decimoquinto


cumpleaños?

—El mismísimo.

Esperaba que arrugara la nariz con disgusto, pero en cambio, fue


como si algo hiciera clic. Hizo una pausa, sonrió y luego se recostó un
poco en el sofá, relajándose a mi lado.

—Ajá —reflexionó ella—. Bueno, eso explica mucho.

—¿Cómo es eso?

—Estabas tan rara ese verano —dijo mamá—. Lo más emocional


que te he visto. Le echaba la culpa a que tenías quince años. Ahí fue
cuando realmente empezaste a maquillarte. Robabas el mío, pequeña
mocosa —añadió—. Recuerdo haberle dicho a tu padre mi
preocupación de que ahora teníamos un adolescente y nuestros
verdaderos problemas estaban a punto de comenzar.

—¿Mi esposa, preocupada? —dijo papá, y me giré a tiempo para


verlo salir por la puerta trasera con un café en la mano. Se hundió en
la mecedora frente a nosotros con una sonrisa—. No puedo
imaginarlo.

Mamá le lanzó una mirada, pero una sonrisa amenazó la comisura


de sus labios. Solo esa pequeña interacción hizo que me doliera el
pecho, me hizo apretar las manos para evitar alcanzar mi teléfono
para llamar a Leo.

Como si Palico lo sintiera, me dio un empujón en los nudillos para


que yo la acariciara.

—Pero entonces… —continuó mamá, frunciendo el ceño—. No


mucho después de que comenzara la escuela, realmente cambiaste. Y
no me refiero a la manera adolescente petulante. Quiero decir…
estabas herida. —Ella hizo una pausa—. Tu padre y yo sabíamos que
algo había pasado, pero no sabíamos qué.

—Y no preguntaste —agregué.

Mamá inclinó la cabeza un poco más alto.

—Tal vez podríamos haberlo hecho mejor —admitió—. Pero


seamos honestas, nunca ha sido exactamente fácil hablar contigo. —
Ella agitó su mano entre nosotros como si estuviera ilustrando su
punto en este mismo momento.

Y supuse que lo era.

El hecho de que mi madre mostrara un interés real en mi vida y no


la que deseaba que viviera me hizo ablandarme un poco. Tal vez fue
eso, junto con estar cansada de sentirme tan sola incluso en una casa
con mi familia, lo que me hizo abrir la boca y derramar todo.

Les hablé de ese verano con Leo, de lo que pasó cuando empezó la
escuela. Les conté sobre el infierno que pasé con las burlas por ese
estúpido dibujo, y cómo nunca superé ese horrible apodo. Luego,
avancé rápidamente a mudarme al otro lado de la calle de él, a este
verano con las tuberías y mudarme a El pozo y cómo, lentamente,
todo entre nosotros se desarrolló.
De alguna manera, había hecho más frío cuando terminé, a pesar
de que el sol comenzaba a despejar parte de la niebla. Aún era un día
nublado, y cuando este se escondió detrás de una de esas nubes, me
envolví a mí misma y a Palico más ajustadamente en la manta con un
suspiro.

—Y luego, cuando todo esto sucedió con Nero… —Negué con la


cabeza, sin querer revivirlo—. Leo no me escuchó. No se quedó
cuando le supliqué que lo hiciera, no se tomó un segundo para pensar
en las consecuencias que tendrían sus acciones. —La emoción me hizo
luchar para tragar—. Perdí todo por lo que había trabajado en un
abrir y cerrar de ojos —susurré—. Y a su vez, Leo perdió mi
confianza.

Papá dejó escapar un profundo suspiro.

—Lo siento, Mare Bear.

Asentí, sin saber qué más decir. Mamá estaba callada y no me


atrevía a mirarla por miedo al juicio que encontraría. Abrí la boca
para decir que todo estaría bien, solo necesitaba algo de tiempo,
cuando de repente…

Mamá se rio.

No fue una risa rápida y sarcástica, sino una risa completa,


profunda en el vientre, que la obligó a dejar su taza de té para evitar
derramarlo. Inclinó la cabeza hacia el cielo mientras se desataba de
ella, y luego las lágrimas comenzaron a fluir por su rostro, y ella las
limpiaba mientras se reía aún más fuerte.

No me reí con ella. De hecho, la observé como algo que debería


temer antes de lanzar una mirada preocupada a mi padre,
preguntándole en silencio si estaba teniendo un derrame cerebral.
Palico estaba tan sorprendida por todo eso que saltó de mi regazo y
usó su pata para abrir la puerta que papá había dejado entreabierta,
retirándose adentro.
—Lo siento —logró decir mamá finalmente, las palabras sonaron
como un chillido agudo mientras todavía luchaba por recuperar el
aliento. Extendió la mano y apretó mi rodilla, como si fuéramos
mejores amigas riendo juntas y yo acabara de contar el chiste más
divertido que había escuchado en mi vida—. Es solo que te pareces
tanto a mí que a veces me aterroriza.

Eso hizo que mi otra ceja se disparara para unirse a la primera.

Me dejó antes de que pudiera preguntar, limpiándose las lágrimas


de la cara mientras se enderezaba de nuevo.

—Pregúntale a tu papá qué pasó en nuestro aniversario de tres


meses.

Arrugué la nariz.

—¿Ustedes celebraron un aniversario de tres meses?

—Oh, celebrábamos todo en ese entonces —dijo papá con una


sonrisa que decía que estaba reviviendo un recuerdo—. Cada día que
no arruinaba mi oportunidad con tu madre fue una ocasión especial.

—Y no se lo puse fácil —agregó mamá.

—Imagínate eso —reflexioné.

Mis padres compartieron una mirada de complicidad.

—Habíamos ido a jugar bolos —explicó papá—. Y, para resumir,


un imbécil de la Ivy League siguió coqueteando con tu madre,
independientemente del hecho de que claramente estábamos allí
juntos.

—Este tipo era un espectáculo —dijo mamá.

—¡Hey!

Papá frunció el ceño.

—Y era enorme. Al menos treinta centímetros más alto que tu


padre y cuarenta y cinco kilos más pesado, todo músculo.
—Tenía músculos.

Dijo él, tomando un sorbo enojado de su café.

—De todos modos, este tipo siguió adelante, pero yo lo estaba


manejando. Mira, si no quería la atención de alguien, no tenía miedo
de que pensaran que era una p-e-r-r-a cuando les dije que se fueran.

—Puedes decir perra, mamá —intervine.

Me ignoró y continuó.

—Pero hacia el final de la noche, cuando iba a entregar nuestros


zapatos, este tipo me alcanzó en el mostrador y me rodeó con el brazo.
Tu papá no podía ver con claridad, ni podía pensar con claridad,
porque simplemente me arrancó al chico de encima de mí y le dio un
puñetazo directo en la nariz

Me quedé boquiabierta.

—¿Papá?

Mamá parecía casi orgullosa mientras asentía.

—Oh sí. Lo noqueó y luego nos echaron de la bolera. Tampoco se


nos permitió volver. El tipo también trató de presentar cargos, pero
afortunadamente para nosotros, el juez pudo ver que solo éramos un
par de niños estúpidos.

—No es que el veredicto del juez me haya ayudado con tu madre


en absoluto —intervino papá—. Porque ella me había descartado por
completo.

—Estaba tan harta —estuvo de acuerdo—. Le dije que me negaba a


pasar mi vida con un hombre testarudo y machista que no me
respetaba cuando le pedí que retrocediera y me dejara manejarme
sola.

Mi estómago se revolvió con lo familiar que sonaba, y cómo estar


en el lado de escucha de la historia de otra persona me hizo sentir de
una manera diferente acerca de esa decisión.
—Pero lo volviste a aceptar —dije, porque era algo claro.

Mamá suspiró, sonriendo a papá.

—Después de tomarme algunas semanas para calmarme, sí, lo hice.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—Realmente no cambié de opinión —dijo—. Todavía pensaba que


era un gran tonto por actuar de esa manera y se lo dije. Pero me di
cuenta de que por mucho que me molestara lo que hizo, también lo
encontré un poco dulce. Me gustó que quisiera protegerme. Me gustó
que se preocupara tanto por mí que no pudiera pensar con claridad y
que literalmente le diera un puñetazo a alguien en la nariz.

Sonreí un poco, recordando cómo me había sentido al ver a Leo


tumbar a Nero en el suelo. Había estado horrorizada, enojada y, sin
embargo…

También había sido bastante caliente.

—Lo que se olvida de decir es que finalmente dejó de ser tan terca
e ignorar mis flores y llamadas telefónicas y mis disculpas
desesperadas, lo suficiente como para ver que estaba loco por ella —
dijo papá—. Literalmente. La amaba tanto que hacía cosas locas,
como golpear a tipos que me doblaban en tamaño.

—Al final, lo que me di cuenta más que nada fue que, si bien no era
la forma en que yo quería que se manejara la situación, era la forma
en que tu padre me demostró que me amaba. No golpeó a ese tipo
para su propia satisfacción —dijo mamá—. Lo hizo porque vio que
alguien me tocaba cuando yo no quería que me tocaran.

—Vi a mi chica siendo amenazada —corrigió papá—. Y no me


importaba nada más que protegerla.

—Puaj —dije con una risa—. ¿Eso es tan raro, pero también dulce?

Papá sonrió como si lo hubiera llamado superhéroe.


—Como sea —continuó mamá, girándose para mirarme—. Todo lo
que digo es que tal vez de una manera extraña y cavernícola… es la
forma en que Leo mostró su afecto por ti.

—Te perdió una vez, ¿recuerdas? —añadió papá—. ¿No tiene


sentido que, ahora que nuevamente tuvo una oportunidad contigo,
se volviera un poco loco al pensar que alguien en quien confiabas te
lastimara como lo hizo Nero?

Presioné una mano donde mi pecho se sentía como si se estuviera


partiendo por la mitad.

¿Por qué tenía tanto sentido cuando mi padre lo dijo? ¿Y por qué
acababa de darme cuenta de que mi terquedad procedía de mi madre,
la misma a la que siempre me había empeñado en desafiar?

—Déjame preguntarte esto —dijo mamá cuando no les respondí—


. ¿Todavía te preocupas por él?

Asentí.

—¿Y te enferma pensar en perderlo? —preguntó papá.

Mis ojos se llenaron de lágrimas en otro asentimiento.

Mamá se rio, agarrando mis brazos en sus manos y dándome una


pequeña sacudida.

—Entonces perdónalo, niña terca. Y créele cuando dice que ha


aprendido la lección. Confía en mí, puedes hacerlo mucho peor que
un hombre que te ama tanto que no puede ver con claridad.

Eso me hizo estallar en lágrimas, y mamá me abrazó. Papá nos


estaba envolviendo a ambas en el siguiente aliento, y me sentí como
una niña pequeña otra vez. Me dio permiso para desmoronarme.

Cuando pude recuperar el aliento de nuevo, me sequé las lágrimas


de la cara.

—Tengo miedo —admití.


—Bueno, obviamente —dijo papá—. ¿Por qué crees que lo alejaste
en primer lugar? Esto nunca fue sobre la pelea con Nero.

—Se trata del hecho de que caíste profundo —intervino mamá—.


Y te asusta a muerte. Entonces, para combatir ese miedo, finges que
tienes el control. Lo alejas solo para demostrar que puedes.

—Es como si entendieras el sentimiento o algo así —reflexionó


papá.

Mamá le dio un codazo con una sonrisa.

Entonces, sonó mi teléfono.

Nos sobresaltó a todos porque tenía el timbre al máximo. Y cuando


todos miramos hacia abajo para encontrar el nombre de Leo en la
pantalla, mamá me golpeó la rodilla.

—Hablando del diablo —dijo.

Solo parpadeé, con el corazón en mi garganta mientras miraba la


fotografía en mi pantalla. Éramos nosotros en el sofá de El pozo, yo
con la sudadera de Leo que todavía tenía puesta y él envolviéndome
por detrás. Estaba besando mi mejilla mientras yo reía y trataba de
quitármelo de encima. Estaba oscuro, granulado y borroso. Fue él
quien tomó la foto a pesar de que lo amenacé para que no lo hiciera.

Era mi favorita ahora.

Sostuve el teléfono con los dedos entumecidos y papá me besó el


pelo antes de agarrar la mano de mamá y tirar de ella hacia adentro
para dejarme en paz.

Toqué el botón verde en la pantalla para aceptar la llamada.

Y entonces Leo estaba allí.

Se veía tan bien que dolía.

Debía de haberse dado una ducha porque tenía el pelo ligeramente


húmedo, un poco revuelto, la mandíbula recién afeitada. Había
bolsas oscuras debajo de sus ojos, pero se iluminaron cuando
respondí, y respiró sorprendido, dejando caer las cadenas que había
estado masticando.

—Hola —susurró.

Mi corazón.

Me apretaba tan dolorosamente que tuve hipo.

—Hola —dije.

Leo se lamió el labio inferior, sacudiendo la cabeza.

—Lo siento, yo… yo sé que dije que te dejaría en paz. Y lo hago. Lo


haré —se corrigió—. Sólo…

Tragó saliva, incapaz de terminar el pensamiento. Y por un


momento, nos miramos fijamente, como si el otro no fuera real.

—¿Puedes revisar tu correo? —finalmente dijo—. Te envié algo.

Fruncí el ceño, levantándome y tirando de la manta a mí alrededor


mientras entraba. Papá siempre tiraba el correo en el mostrador de la
cocina antes de que mamá lo ordenara, y todo ya estaba ordenado en
montones.

Había un sobre grande y grueso dirigido a mí.

Apoyé el teléfono contra una vela y lo abrí con cuidado, sacando


un jersey rojo ladrillo con mangas doradas.

—El juego de rivalidad11 es en dos días —dijo mientras lo


desplegaba. Lo sostuve, usándolo como una barrera para cubrir mi
sonrisa cuando vi que era su camiseta, el número trece y su apellido
esparcido por la espalda.

Lo bajé, encontrando a Leo mirándome esperanzado.

—Tengo un boleto esperándote en la taquilla —dijo. Y antes de que


pudiera responder, añadió apresuradamente—. No tienes que venir.
Entiendo si no quieres. Yo solo… quería que supieras que tienes un

11
juego contra equipo rival, equipo el cual se considera su mayor oponente.
boleto. —Tragó saliva, sacudiendo la cabeza—. No, quería que
supieras que quiero que estés allí.

Tragué saliva, mirando la camiseta en mis manos con las palabras


de mis padres dando vueltas en mi mente.

—Siento haber faltado a mi promesa de dejarte en paz —dijo, la


comisura de su boca torciendo un poco—. Pero para ser justos, te
advertí que probablemente te decepcionaría.

Alguien gritó su nombre de fondo y él maldijo justo cuando Palico


saltaba sobre la mesa. Cuidadosamente coloqué la camiseta sobre el
respaldo de una de nuestras sillas de comedor y atraje a la gata a mis
brazos.

—Me tengo que ir —dijo Leo—. Eran…

El teléfono fue arrebatado de su mano entonces, y después de un


borrón vertiginoso, Kyle me devolvió la mirada.

—¡Mary! —jadeó—. ¡Palico!

Eso provocó una pelea detrás de él, y luego Braden y Blake estaban
flanqueando sus costados, todos luchando para llenar la pantalla.

—¡Palico! —Braden y Blake dijeron al unísono, y luego todos


estaban mimando a la gata, diciéndole cuánto la extrañaban mientras
reprimía una sonrisa y la sostenía en el ángulo correcto para que la
adoraran.

—También te extrañamos, Mary —dijo Braden—. Necesito a mi


compañera de yoga.

—Y necesito saber cómo mantuviste limpio este lugar —añadió


Blake con gravedad—. Porque estamos luchando aquí.

—Los panqueques los domingos por la mañana no son lo mismo


sin ti —agregó Kyle, y con cada palabra que decían, me escocían más
los ojos.

—Los extraño también —logré decir.


Leo recuperó el teléfono y, después de golpear a cada uno de sus
compañeros en el brazo, miró la pantalla.

—Lo lamento.

Sonreí.

—Está bien.

Otro largo silencio cayó entre nosotros. Quería decir algo, pero no
sabía qué. Todavía no había ordenado todos los pensamientos que
flotaban en mi cabeza, así que solo lo miré con el anhelo más feroz en
mi pecho.

—Estás usando mi sudadera con capucha —dijo.

Miré hacia abajo donde sostenía a Palico en mis brazos, la manta en


el suelo a mis pies ahora. Luego, volví a mirar la pantalla y me encogí
de hombros sin poder hacer nada, todavía incapaz de poner palabras
a nada.

«Por supuesto, estoy usando tu sudadera con capucha», quería


decir. «Estoy fingiendo que las mangas envueltas alrededor de mí
eres tú»

—Está bien. Te dejaré ir —dijo finalmente Leo. Tragó saliva y abrió


la boca como si quisiera decir algo más. Pero la volvió a cerrar.

—Buena suerte en el juego —logré decir.

Él asintió, y justo antes de que se cortara la llamada, vi que su rostro


se torcía como si le doliera físicamente terminarla.

Entonces senté a Palico, recogí la camiseta de nuevo y alisé la tela


entre mis dedos. Me la acerqué a la nariz, inhalando, pero era nuevo
y no olía a nada en absoluto, y mucho menos al jugador que
representaba.

Pero recordé ese olor, incluso sin que estuviera presente.

Leo era parte de mí: su olor, la forma en que me rodeaba con sus
brazos, la vibración de su risa profunda, la dulzura de su corazón.
Y finalmente estaba lista para admitir lo que había sabido todo el
tiempo.

Estaba aterrorizada de que me lastimara de nuevo, de perderlo, de


darle mi confianza solo para terminar con el corazón roto.

Pero no tenía opción en el asunto.

Era un riesgo que correría, uno del que no podía escapar, porque la
alternativa era renunciar a él.

Y no podía hacer eso.

Lo amaba.

Lo amaba.

Darme cuenta de eso me impactó tanto que casi me caigo, pero al


mismo tiempo, fue como si hubiera estado allí todo el tiempo. Era
como si mi cerebro dijera, «Duh, perra» mientras lidiaba con el nuevo
descubrimiento.

Todavía tenía mucho que averiguar. Todavía quería


responsabilizar a Nero por lo que me hizo, por lo que probablemente
les hizo a otras. Todavía tenía que averiguar a dónde iba desde aquí,
qué me deparaba el futuro.

Pero sabía que independientemente de cómo se desarrollara todo


eso, quería hacerlo todo con Leo a mi lado.

Algo parecido a una risa y un sollozo salió de mí, y me tapé la boca,


sacudiendo la cabeza mientras miraba la camiseta que aún tenía en la
otra mano.

Luego, volví a tomar mi teléfono y marqué el chat grupal en una


videollamada.

Julep respondió primero, y luego Riley, con la pantalla de Giana


oscureciéndose al principio antes de que su rostro somnoliento
apareciera a la vista, su cabello como un nido de pájaro salvaje.
Cuando estuvieron todas allí, volví a apoyar el teléfono contra la vela
y levanté la camiseta.

—Está bien —dije—. ¿Cómo diablos le doy estilo a esta cosa?

Me encontré con un coro de gritos de alegría.


El estadio de fútbol de la Universidad de South Hartford estaba tan
ruidoso que ya me zumbaban los oídos.

Nuestra rivalidad había crecido a lo largo de los años, y cada vez


que llegábamos a su territorio, nos recibían fuertes abucheos de sus
fanáticos, un vestuario de mierda y un equipo lleno de muchachos
enormes que estaban ansiosos por llevarnos al suelo.

La Universidad de North Boston fue un equipo duro, pero también


fuimos entrenados para respetar a nuestros oponentes y las escuelas
que visitamos. SHU, por otro lado, no estaba por encima de jugar
sucio. Querían hacernos daño. Les encantaría ver a uno de nosotros
en la banca después de una jugada en la que nos derribaron con
fuerza. Y sobre todo, querían ganar.

Pero nosotros también.

El vestuario había estado en silencio después de los calentamientos,


con nuestro personal de entrenamiento vendando a los últimos
jugadores mientras el resto de nosotros saltaba para mantenernos
calientes. Podía sentir los nervios de todos, especialmente de Blake, y
salté sobre uno de los bancos para reunir a todos.

—Puede que esta no sea nuestra casa, pero esta es nuestra victoria.
Nuestra temporada. Nuestra oportunidad de demostrar que somos
un equipo campeón. Casi todos en este estadio quieren vernos perder,
junto con la mayor parte del país. Nadie quiere animar al equipo que
ya está en la cima. —Entonces sonreí, golpeándome el pecho—. Pero
eso es jodidamente malo para ellos.
El vestuario había rugido, y cuando Clay saltó a mi lado y comenzó
un canto, superamos todos los nervios, corrimos a través del túnel y
salimos al campo como si fuera nuestra universidad en lugar de SHU.

Nuestros fanáticos se habían presentado para nosotros, rivalizando


con los abucheos que vinieron de South Hartford cuando nos
agotamos. Me encantó saber que estábamos ocupando casi la mitad
del espacio, que no era una casa llena de fans como solía ser. Pero
cuando miré rápidamente a la sección de amigos y familiares de NBU
y no vi a Mary, se me cayó el estómago.

Su asiento estaba vacío.

Traté de ignorarlo, con la boca cerrada mientras salía corriendo con


el resto del equipo. Solo tuve un momento al margen antes de que
fuera el momento de unirme a los árbitros en el medio del campo para
el sorteo de la moneda.

Me arriesgué a mirar de nuevo.

Todavía vacío.

No pude deshacerme de esa segunda mirada. Miré el asiento con


el corazón latiendo fuerte en mis oídos.

Pensé que ella vendría.

Ella había respondido a mi llamada. Eso solo me había dado más


esperanza de la que probablemente debería tener. ¿Verla todavía
usando mi sudadera con capucha? Eso me hizo volar alto. Y ella había
sonreído. Me había dicho buena suerte. No había dicho que estaría
aquí, pero…

Había creído estúpidamente sin lugar a dudas que lo sería.

—Capitán —dijo el árbitro, y parpadeé, encontrándolo a él y al


jugador del otro equipo observándome como si vieran lo estúpido
que era.

—Cruz —dije cuando me di cuenta de que estaban esperando mi


llamada.
La moneda fue lanzada. Ganamos. Diferimos. Y entonces, el juego
comenzó.

Además de revisar las gradas cada dos segundos para ver si Mary
había aparecido, estaba encerrado y concentrado en el juego.
Llamarlo un juego se sintió mal.

Fue un baño de sangre, una batalla, una guerra.

Nuestra defensa los mantuvo a tres y fuera en su primer avance, y


luego con un regreso enfermizo de Zeke, logramos anotar con nuestra
primera posesión. Eso solo encendió más a SHU, y dos jugadas
después de nuestra próxima posesión, Kyle fue derribado en una
espantosa entrada que lo hizo rodar por el suelo de dolor.

Fue una conmoción cerebral. Lo supe sin tener que escucharlo


confirmado.

Nuestro personal de entrenamiento lo ayudó a levantarse y salió


del campo, todo el camino de regreso a través del túnel hasta el
vestuario. Sabíamos que no iba a volver.

Y ahora, estábamos sin nuestro mejor ala cerrada.

El impulso se desplazó a South Hartford, y anotaron en su


siguiente serie antes de interceptar a Blake y conseguir también un
touchdown defensivo.

Siguió así, de ida y vuelta, ambos equipos jugando como si fuera el


juego de campeonato en este momento en lugar de una rivalidad.
Todos estábamos golpeados cuando entramos cojeando al vestuario
en el medio tiempo, y estábamos abajo por diez.

Esperaba que Blake ya se sintiera derrotado. Lo habían escogido


dos veces. Sin embargo, me sorprendió en el vestuario, reuniendo al
equipo y recordándonos por qué estábamos luchando.

Con nosotros teniendo la primera posesión de la segunda mitad,


avanzamos fuerte y constante para un touchdown.

Y aún así, Mary no estaba en las gradas.


La defensa estaba luchando, tratando de mantener a South
Hartford en una patada cuando Zeke vino y puso una mano en mi
hombro en la línea lateral.

—¿Estás bien, hombre?

Asentí, pero no podía asegurarlo verbalmente ni a él ni a mí mismo.


Estaba aquí. Estaba encerrado en el juego.

Pero tampoco estaba aquí, en realidad no.

Mi cabeza estaba dondequiera que ella estuviera.

—No ha terminado —dijo, un poco más bajo esta vez—. Tal vez
solo necesita más tiempo.

Intenté con todo mi ser no derrumbarme y llorar cuando lo dijo.

Con otro asentimiento, lo enfrenté.

—Vamos a ganar este juego.

—Maldita sea —dijo, golpeando mi casco antes de correr hacia


Riley.

Cuanto más duraba el juego, más agotador se volvía, y la multitud


estaba tan llena de energía que era imposible no zumbar junto con
ellos. Estaba teniendo un juego monstruoso y todo iba bien para
nosotros, pero todavía estábamos abajo por seis cuando recuperamos
el balón en el último cuarto.

Quedaban poco más de dos minutos.

Era de vida o muerte.

Me puse el casco y salí corriendo al campo después de que Zeke


nos consiguiera la mejor devolución que pudo. Incluso con eso,
todavía teníamos sesenta y tres yardas para conducir por el campo
para un touchdown. Una patada no ganaría ni empataría. Tenía que
ser un touchdown.
Mientras me acurrucaba con Blake y el resto de la ofensiva,
escuchándolo cantar nuestra primera jugada, sentí que me invadía un
zen que lo abarcaba todo. Fue como si todo el ruido se disipara, los
vítores se silenciaron, mi respiración se estabilizó e incluso Blake
sonaba como si estuviera susurrando en lugar de gritar por encima
del ruido de los fans.

«Tenemos esto», me dije, y lo sentí en el fondo de mi maldita alma.

Sin pensar, miré por encima de la cabeza de Blake hacia el asiento


vacío en las gradas.

Pero ya no estaba vacío.

Mary estaba allí ahora, su largo cabello rubio brillando con la


última luz del sol y delatándola. Cuando se dio cuenta de que la
estaba mirando, se subió para pararse en su asiento, más alta que el
mar de fans que la rodeaba.

Ella estaba usando mi camiseta.

Incluso desde la distancia, pude distinguir su sonrisa, y eso hizo


que mi corazón diera un vuelco antes de que volviera a la vida y
corriera como un maldito caballo.

Lentamente, sus manos se levantaron sobre su cabeza, sosteniendo


un gran cartel blanco con letras de marcador negro.

Me pido al #13.

No pude contenerlo. Una risa que era algo más como un grito salió
de mí, y Blake se detuvo donde había estado llamando al juego.
Siguió mi mirada por encima de su hombro, y luego me dio una
sonrisa de complicidad cuando se volvió hacia el grupo.

—Vamos a ganar esto —nos dijo, y luego asintió con la cabeza hacia
mí—. Algunos de nosotros tenemos una chica a la que impresionar.

Algunos de los muchachos me golpearon en el casco, haciendo


comentarios de sabelotodo que tomé con la sonrisa más tonta que
alguna vez había usado estirando mi rostro. Podrían acosarme todo
lo que quisieran. Nada podía afectarme, no ahora que ella estaba aquí.

Aplaudimos y corrimos a nuestros lugares en la línea con siete


segundos restantes en el reloj de juego.

Justo antes de que lanzar el balón, volví a mirar a Mary en las


gradas.

Ella tenía mi número en su pecho.

Y mi corazón en sus manos.


Estaba tan sin aliento cuando llegué a mi asiento en el estadio que
veía puntos negros en los bordes de mi visión. Después de estar
atrapada en la carretera debido a un accidente que cerró los tres
carriles, pasé las últimas dos horas maldiciendo y rezando y luego
acelerando para llegar aquí con literalmente dos minutos restantes en
el juego.

Eso no me impidió pararme en mi silla y asegurarme de que Leo


viera que estaba aquí.

Me derrumbé en mi asiento justo a tiempo para su primera jugada


del viaje. Antes de esta temporada, no sabía absolutamente nada de
fútbol, principalmente porque lo había evitado a toda costa, gracias a
Leo. Pero después de jugar Madden con los muchachos y de ir a
algunos juegos ahora, lo estaba retomando.

Eran los penaltis los que siempre me confundían.

Es por eso que cuando sonó el silbato después de que Leo acumuló
unas impresionantes diecinueve yardas y llamaron a detener la
ofensiva, estaba confundida, viéndolos moverse quince yardas hacia
atrás en lugar de las diecinueve yardas que Leo había hecho avanzar.

Maldije por lo bajo, mirando la hora en el reloj y el marcador con


un nudo en el estómago.

Tal vez tuve mala suerte.

Sería el primer juego de rivalidad al que asisto que pierden.

—Dios, Leo Hernández es tan jodidamente atractivo.


Parpadeé, encontrando la fuente del comentario que me sacó de mi
aturdimiento perteneciente a una chica sentada en el asiento frente a
mí. Ella negó con la cabeza, su cola de caballo roja se balanceó un poco
mientras le daba un codazo a su amiga. También llevaba la camiseta
de Leo, pero la suya era una versión más antigua.

—Nos besamos después del juego de rivalidad del año pasado —


dijo con orgullo—. ¿Crees que un rayo puede caer dos veces?

Su amiga resopló.

—Rezaré por ti. Todavía estoy de luto porque Clay Johnson está
fuera del mercado.

La primera chica suspiró con ella.

—Sí. Esa pastilla nunca será fácil de tragar.

No pude reprimir la sonrisa que se extendía en mi rostro. Tampoco


podía esperar para decirle a Giana. Pero más que nada, no podía
esperar para mostrarle a esa primera chica lo equivocada que estaba
acerca de dónde estaría Leo después del juego.

El balón fue subido, y Blake fue despedido.

La multitud fue una mezcla de ohhs de nuestros fanáticos y vítores


de South Hartford. Hice una mueca, mirando cómo ahora teníamos
veintiuna yardas por recorrer en un segundo intento con poco más de
un minuto por jugar. Los fanáticos de SHU ya se estaban preparando
para celebrar su victoria, haciendo sonar bocinas de aire y estallidos
de confeti. Ninguno de los dos estaba permitido en NBU, y ahora que
me di cuenta de lo molestos que eran, entendí por qué.

Mantuve mis ojos en el campo, en Leo, mordiéndome la uña del


pulgar y cantando una oración en silencio.

«Vamos, vamos».

La pelota se rompió, y esta vez, Blake encontró un receptor, pero


todavía estaban a ocho yardas del primer intento.
Y ahora, era tercera oportunidad.

—Mierda —gritó alguien a mi lado.

—Estamos fritos —dijo alguien más.

—No, tenemos esto. Conseguiremos el primero aquí.

—Queda menos de un minuto para jugar. Tenemos todo el jodido


campo por recorrer.

—Dios, salir de aquí va a apestar si perdemos.

El parloteo era demasiado fuerte para ignorarlo, y cuando el


entrenador Lee pidió un tiempo muerto desde la banca, dejé escapar
el aire tanto como pude, estirando los dedos que no me di cuenta de
que los había estado retorciendo.

El equipo se acurrucó alrededor de Blake, todos hablando


inflexiblemente. Noté que él y Leo estaban teniendo un intercambio
particularmente acalorado, y después de un momento, Leo cruzó el
grupo y puso sus manos sobre el casco de Blake. Le dijo algo antes de
golpear su propio casco contra el de su mariscal de campo, y Blake lo
miró por un momento antes de asentir.

El equipo parecía un poco nervioso cuando aplaudieron y


volvieron a la línea, y una vez más, mi estómago se contrajo en una
bola gruesa y anudada.

Leo se alineó en el extremo más alejado del campo.

Y mientras el reloj marcaba la hora, él se enderezó y me señaló


directamente con una sonrisa que sabía que estaba allí incluso a través
de su casco.

—¡Ay dios mío! —chilló la chica frente a mí, agarrando el brazo de


su amiga—. ¡¿Viste eso?! ¡Me señaló!

Puse los ojos en blanco, riéndome de mí misma cuando Leo se


agachó. Y cuando se lanzó el balón, salió corriendo por el campo tan
rápido y elegante como un leopardo.
—Espera, ¿qué diablos? —alguien dijo.

—¿Por qué nuestro corredor corre por el campo sin el balón?

—Mierda, la línea O se está desmoronando. ¡Va a ser derribado!

—¡Espera!

—¡Oh, mierda, es un Hail Mary12!

Se sintió como si todo el estadio, no, el mundo entero, se quedara


en silencio en el momento en que Blake lanzó la pelota al aire. Fue
derribado al suelo tan pronto como salió de sus manos, y luego todos
siguieron la pelota mientras volaba por el aire hacia el otro lado del
campo.

El otro lado del campo donde Leo estaba ahora corriendo.

La defensa aprendió demasiado lento, la mayor parte de la


cobertura en los receptores pensaron que Blake estaba tratando de
golpear. Nadie notó a Leo hasta que fue demasiado tarde, y aunque
su jugador más rápido lo alcanzó, no fue suficiente para bloquear la
atrapada.

Leo saltó a la zona de anotación y tomó la pelota en el aire,


acunándola hacia él mientras la metía y rodaba. Lo controló todo el
camino, volviendo a ponerse de pie y sosteniendo la pelota
victoriosamente con una mano.

Touchdown.

El estadio se volvió loco. El equipo lo rodeó, Braden y Clay lo


levantaron y lo cargaron como un rey mientras celebraba. Pero luego

12
Es un pase largo, en la cual se usa la formación escopeta, la cual usualmente utiliza a cinco
receptores abiertos. Todos los receptores corren patrones Fly (van a máxima velocidad hacia la
zona de anotación casi sin cambiar de dirección). El quarterback lanza el balón hacia la zona
de anotación, con la esperanza de que alguno de los receptores pueda atrapar el balón, aunque
esto es altamente improbable.
tuvieron que salir del campo, despejándolo para que Riley pudiera
hacer el punto extra ganador del juego.

Y ella lo hizo.

Solo quedaban nueve segundos en el reloj cuando pateamos la


pelota de vuelta a SHU, pero no pudieron hacer nada con ella. Y
mientras todos sus fanáticos se quedaron en estado de shock e
incredulidad por lo que había ocurrido, los nuestros se volvieron
absolutamente locos.

Apenas terminó el juego cuando el campo estaba repleto de


jugadores, personal y medios de comunicación por igual. Leo tenía
cámaras y reporteros a su alrededor mientras estrechaba la mano de
algunos jugadores del otro equipo, pero miró hacia arriba y me
encontró a través de la locura.

Sonreí, parándome en mi silla de nuevo y sosteniendo la señal que


había hecho.

Se quitó el casco y vi el destello de sus dientes antes de que


empezara a correr.

Leo se abrió paso entre la multitud, rechazando todos los


micrófonos que le ponían en la cara mientras se dirigía directamente
a la sección en la que yo estaba. Con un comienzo de carrera, saltó
sobre el muro de hormigón que separaba las gradas del campo, y
luego fue tomando los escalones de las gradas de dos en dos.

Mi corazón se aceleraba en mis oídos con cada paso.

Solo tuve un segundo para reírme de la chica frente a mí que se


desmayó pensando que Leo estaba corriendo hacia ella antes de que
pasara a toda velocidad y entrara en mi fila. Murmuró disculpe a las
personas por las que tuvo que pasar, todos los que le daban palmadas
en el hombro y lo felicitaban por la victoria.

Después de eso, fui arrastrada a sus brazos.


Leo me aplastó contra él, levantándome del suelo mientras lo hacía.
Envolví mis brazos alrededor de él con fiereza, cerrando los ojos con
fuerza mientras ambos exhalábamos aliviados por finalmente estar
juntos de nuevo. Me aferré a él como si fuera a desaparecer, y él me
abrazó lo suficientemente fuerte como para lastimarme. Débilmente
registré a los fanáticos vitoreando a nuestro alrededor cuando Leo se
apartó lo suficiente como para capturar mi boca con la suya.

Fue un beso que sentí hasta los dedos de mis pies. Agitó mi deseo
tanto como calmó mi dolorido corazón. Era la sensación de volver a
casa después de un largo viaje. Era la mañana de Navidad y un
atardecer en la playa. Era una noche entre las sábanas y un día de sol
perfecto.

Era Leo, y era yo.

Éramos nosotros.

Nunca supe cuánto poder teníamos hasta que ese beso me lo


mostró.

—Lo siento mucho —gritó Leo por encima del ruido, con el pecho
agitado. Todavía me tenía tan cerca, como si tuviera miedo de que
desapareciera—. Lo siento tanto.

—Yo también lo siento —grité en respuesta—. Me acababan de


agredir, y perdí mi trabajo, y yo… —Me dolía el pecho por lo estúpida
que había sido—. Simplemente saqué todo ese miedo contigo,
además de que tenía miedo de nosotros. Me desquité contigo porque
quería tener control sobre algo. Me desquité contigo porque…

—Nunca tienes que disculparte conmigo —dijo, sacudiendo la


cabeza y silenciándome con un beso—. Puedes desquitarte conmigo
porque ¿sabes qué? Puedo manejarlo. Puedo soportarlo. Puedo ir a la
guerra por ti o contigo, si es lo que necesitas.

Me atraganté con una especie de risa ante eso.


—Soy un desastre —le dije—. Y odio asustarte ahora que te tengo
de nuevo, pero me temo que soy como mi madre.

Leo frunció el ceño, confundido.

—Soy terca —aclaré—. Y algo me dice que solo empeorará con la


edad.

Leo sonrió ante eso, dejando escapar un largo suspiro como si


acabara de acordarse de respirar. Me peinó el cabello hacia atrás,
inclinando mi barbilla.

—No importa lo que la vida nos arroje, lo que tú me arrojes, lo


lograremos. Solo quédate —dijo, besándome de nuevo—. Eso es todo
lo que necesito. Quédate y te prometo que, pase lo que pase, lo haré
bien.

—Puedes arrepentirte de esas palabras algún día —le advertí,


sabiendo el desastre caótico que tendía a ser.

Pero Leo negó con la cabeza, sus labios encontraron los míos
mientras me levantaba de nuevo.

—Nunca —prometió.

Y le creí, con cada centímetro desordenado de mi corazón.


—Creo que en realidad podrías desgastarme la piel si sigues
besándome así —dijo Mary, su sonrisa somnolienta era la cosa más
hermosa que jamás había visto mientras dejaba suaves y perezosos
besos sobre su hombro.

—Estoy contando —dije, plantando otro—. Y hasta que llegue a


mil, estás atrapada aquí.

Ella se rio entre dientes, tirando de mí hacia las sábanas con ella
para que mi próximo beso fuera en su boca.

Ni siquiera tuve que decirle una palabra a Blake después del


partido para que empacara sus cosas y saliera de la habitación que
nos habían asignado en el hotel. Le había hecho un par de bromas a
Mary al salir, pero estaba agradecido de que supiera que querríamos
pasar la noche a solas, que no le había dado mucha importancia.
Éramos compañeros de equipo, hermanos, y sabía que dormiría en
un sofá cama en otra habitación si fuera necesario.

Tan pronto como estuvimos solos, había sido un borrón de ropa


siendo arrancada. Los dos estábamos tan hambrientos el uno del otro
que nos saltamos los juegos previos por completo, y la estaba follando
en el colchón en cinco minutos. Ambos nos corrimos rápido, sudando
y jadeando y aferrándonos el uno al otro como si hubiéramos tomado
nuestro primer sorbo de agua después de caminar por el desierto
durante una semana.

Pero todavía teníamos sed.


Lo sentí en cada toque prolongado, lento e intencional de ella
mientras nos acostábamos en la cama después de la ducha. Ninguno
de los dos nos molestamos en volver a ponernos la ropa, y me
deleitaba con la sensación de su cuerpo presionado contra el mío, con
el mordisco del metal de sus piercings, la suavidad de sus muslos
intercalando los míos entre ellos.

—Dios, era miserable sin ti —le confesé en su cuello.

Ella me apretó más fuerte.

—Yo también era un desastre.

—Pensé que te había perdido de nuevo. Pensé… —Negué con la


cabeza, y luego la estaba acercando más, como si incluso un
centímetro de espacio entre nosotros fuera demasiado—. ¿Ya me he
disculpado lo suficiente? Porque realmente quiero decir que lo siento
otro millón de veces. ¡Oh! Podría empezar a decirlo en español. Lo
siento. Lo siento mucho.

Mary besó mi cabello.

—Guarda tus disculpas para la próxima vez que sea una bruja
obstinada.

—Bruja —reflexioné con una risa, apoyándome en mis codos para


poder mirarla—. Eso es bastante exacto, considerando el hechizo bajo
el que me tienes.

—Mmm —reflexionó, arrastrando la punta de su dedo por mi


pecho—. Me pregunto cómo puedo usar mis poderes para hacerte
hacer…

—Creo que en este punto sabemos que la respuesta a eso es


cualquier cosa.

Mary se mordió el labio y sacudió la cabeza con un largo y saciado


suspiro. Siguió trazando líneas en mi piel, su expresión suavizándose.

—¿Y ahora qué?


—¿Qué deseas?

—Estar juntos —dijo, levantando sus ojos hacia los míos—. Estar
realmente juntos.

—Como si hubiera otra opción.

Ella sonrió un poco.

—Solo quiero decir… Sé que existe la posibilidad de que seas


reclutado. Y, si lo haces…

Arqueé una ceja, esperando.

—Dilo. ¿Qué quieres, Mary?

Ella me miró, pero su sonrisa se abrió paso.

—Eres un idiota.

—Simplemente me gusta escuchar a mi chica confesar lo mucho


que me desea —argumenté con un giro de mis caderas hacia ella. La
estaba cubriendo de besos de nuevo mientras ella envolvía sus brazos
alrededor de mí, su risa suave era el sonido más dulce.

—Bien —admitió, haciéndome detener con una mano presionando


contra mi pecho—. Quiero ir contigo.

—Dilo otra vez.

—Quiero ir contigo —dijo más fuerte, pellizcándome en el


costado—. Eres un hijo de puta engreído.

Resistí la tentación de hacer una broma sobre lo arrogante que


podía ser, principalmente porque estaba drogado con ella diciendo
que quería ir conmigo si me reclutaban.

Cuando fuera reclutado.

—¿Qué otra cosa? —pregunté.

Ella consideró.
—Bueno, quiero encontrar una manera de tatuar donde sea que
terminemos.

—Lo harás.

Mary no parecía tan confiada.

—Antes de que pueda seguir adelante, tengo que lidiar con lo que
pasó con Nero. —Entonces se acurrucó un poco contra mí—. Creo…
creo que quiero hablar con las otras chicas en la tienda, ver si alguna
de ellas pasó por lo que yo. Mi palabra contra la suya no es mucho,
pero ¿si hay más que nosotras?

Asentí.

—Y… Dios, me enferma considerarlo, pero… creo que necesito


decírselo a su esposa.

—Estoy contigo —le dije—. Lo que quieras hacer. Y prometo no


volver a golpear al hijo de puta en la cara. O en cualquier otro lugar,
aunque todavía me mantengo firme en que se merece un puñetazo.

Mary se rio.

—Tengo una confesión.

—¿Mm?

—De hecho, me pareció muy caliente cuando lo golpeaste.

Me quedé boquiabierto.

—¡¿Y me hiciste pagar por ello con semanas de miseria?!

—¡Solo porque me excitó no significaba que no estaba todavía


enojada!

—¿Te excitó? —Sonreí contra su piel—. En ese caso, me retracto de


lo que dije acerca de que nunca volvería a suceder.

La sofoqué con otra ronda de besos mientras se retorcía, y supe que


podía quedarme así, en la cama con ella, para siempre, y viviría la
vida más feliz.
—No sé qué pasará con él, en todo caso. Y me reservo el derecho
de cambiar de opinión —dijo—. Pero… quiero al menos intentarlo.
No quiero que siga haciéndoles esto a otras chicas.

Asentí, apoyándome en mi codo para poder quitarle el pelo de la


cara.

—Estoy contigo. Y, cuando vuelvas a tener tu propia silla, tengo


una larga lista de clientes para ti.

Mary frunció el ceño.

—Todo el equipo de fútbol de NBU.

Ante eso, ella se río.

—Bien.

—Lo digo en serio. Aman tu trabajo. Todos quieren uno. Entonces,


cuando vuelvas a tener una silla, estarás ocupada.

—Si vuelvo a tener una silla.

—La tendrás. De hecho, cuando me firmen, puedes apostar tu


dulce trasero a que el bono que obtendré se destinará a abrir tu propia
tienda.

Mary se mordió el labio.

—Siempre quise abrir la mía propia… Estaba pensando en tal vez


uno con todas las artistas femeninas. Un lugar realmente malo para
las perras. Palico podría ser nuestra gata de la tienda.

—¿Ves? Ese imbécil no puede mantenerte abajo por mucho tiempo.

—Sin embargo, nunca usaría tu dinero para eso.

—Como si tuvieras una opción —dije—. Además, es nuestro


dinero.

—No estamos casados, Leo.

Me dolía la lengua por lo mucho que tuve que contenerme para no


decir «todavía».
—Si obtienes un bono, debes invertirlo.

—Nah, demasiado seguro —dije, pero había terminado de hablar,


y se lo hice saber con un lento rastro de mis dedos por su hombro y
sobre las protuberancias de sus senos. Se quedó sin aliento cuando
toqué su piercing con el pulgar, su pezón se endureció bajo el toque.

—¿Qué pasa si no te reclutan? —Logró decir a través de un suspiro


áspero—. ¿Y no vuelvo a tatuar nunca más?

Me encogí de hombros.

—Vendemos todo lo que tenemos y nos mudamos a un nuevo país


y averiguamos quién queremos ser después.

La volteé hasta que estuvo boca arriba, hasta que estuve entre sus
piernas.

—Dondequiera que vayamos, hagamos lo que hagamos, me


perteneces —dije, besando a lo largo de su mandíbula—. Y yo te
pertenezco.

Mary agarró mi cara entre sus manos, deteniéndome así que no


tuve más remedio que mirarla.

—Te amo —dijo ella.

Mi pecho se apretó, el corazón latía dentro de él.

—Mierda, me encanta escuchar eso.

—Te amo —repitió, envolviendo sus piernas alrededor de mí y


tirando de mí contra ella.

—Te amo, cariño —repetí, reclamando su boca con un beso duro y


exigente.

Entonces se abrió para mí, dejando que mi lengua se moviera para


bailar con la suya mientras sus caderas se ensanchaban. Ella ya estaba
mojada, mi polla deslizándose entre sus labios y haciéndonos a
ambos inhalar con un gemido. Pero la había devastado una vez esta
noche en un frenesí.
Ahora, quería tomarme mi tiempo.

—Ven aquí —dije con voz áspera, bajándome de ella y de la cama


por completo. Me paré en el borde, acariciando mi polla donde ella
me había deslizado con su deseo.

Los ojos de Mary estaban pegados a mi puño mientras bombeaba,


sus pechos palpitaban, cada curva de ella se mostraba en las sábanas
donde esperaba mis instrucciones.

—Acuéstate sobre tu espalda —le dije—. Quiero tu cabeza aquí


mismo.

Señalé el borde de la cama frente a mí, y ella se movió hacia abajo,


balanceándose hasta que estuvo acostada debajo de mí con los ojos en
blanco y esperando de nuevo.

Era tan jodidamente hermosa que dolía.

Sus rodillas estaban juntas, como si de repente fuera tímida, pero


sus manos aún recorrían su cuerpo, tirando de sus piercings y
siguiendo cada exuberante curva. Dejé que mis ojos vagaran
lentamente sobre cada color de tinta que se extendía por su piel:
negro, azul, rojo y verde, naranja brillante y violeta intenso. Mi pecho
zumbaba con la posesión mientras lo hacía, como un rey
maravillándose de sus riquezas.

—Súbete —le dije—. Cuelga la cabeza de la cama.

Mary hizo lo que le dije y maldije al ver su garganta arqueada, su


cuerpo estirado aún más sobre las sábanas blancas.

—Ahora —dije, acunando cuidadosamente su cabeza en una mano


mientras me acariciaba con la otra—. Abre esa bonita boca.

Ella lo hizo, sacando su lengua rosada como señal de bienvenida.


Me acerqué más, guiando mi coronilla hacia su boca. Lo deslicé con
su lengua en círculos lentos y tortuosos que provocaron un gemido
profundo de mí y un gemido desesperado de Mary antes de presionar
lentamente dentro, todo el camino hasta que sus labios no tuvieron
más remedio que envolverme.

—Mierda —maldije, cerrando los ojos y dejando que mi cabeza


cayera hacia atrás ante la sensación. No estaba ni siquiera un tercio
del camino dentro de ella, pero la vista de ella estirada, el ángulo, la
sensación de su lengua mientras se arremolinaba a mi alrededor…
fue suficiente para hacerme venir en ese momento.

Las manos de Mary alcanzaron mi trasero para empujarme más


adentro, y la dejé, flexionándome un poco más hasta que se atragantó.
Me retiré entonces, dejándola recuperar el aliento. Entonces, colgaba
de la cintura, mi polla dura y flotando en su boca, esperando que ella
la tomara de nuevo, todo mientras besaba sus senos, su estómago,
hasta que mi lengua podía llegar a su clítoris.

Ella tembló violentamente al primer gusto, y apoyé mis rodillas


contra el borde del colchón para mantenerme firme mientras jugaba
con mi punta de nuevo, igualando mis provocaciones contra su
clítoris. Lamí y ella se arremolinó, chupé y se amordazó. Era un dulce
y sádico juego del gato y el ratón, ambos burlándonos del otro para
ver quién se rompía primero.

Cuando Mary empujó sus caderas contra mi boca, sin darme otra
opción que pasar mi lengua plana y caliente a lo largo de ella, se
estremeció debajo de mí, gimiendo alrededor de donde estaba mi
polla en su boca.

—¿Mi chica necesita más? —Bromeé, respirando contra ella antes


de lamerla en un largo y caliente barrido de nuevo.

—Por favor —suplicó, y apenas pudo pronunciar la palabra


cuando me aferré a sus muslos y enterré mi rostro entre ellos.

Me comí su coño como un hombre hambriento, lamiendo y


chupando y lentamente metiendo un dedo dentro de ella para
enrollarlo al ritmo que mi lengua acariciaba contra ella. Ni siquiera
podía concentrarme en la forma en que me estaba provocando,
porque mi enfoque singular se había desplazado hacia su placer.

—Concéntrate, bebé —le dije con otro movimiento de mi lengua—


. ¿Puedes venirte por mí otra vez esta noche?

Un gemido:

—Sí —flotó en el aire como un hechizo.

Mary todavía lamía a lo largo de mi eje mientras jugaba con ella,


pero cuando enrosqué dos dedos dentro y chupé su clítoris de la
manera que sabía que le daba la cantidad correcta de fricción, sentí
que también cambiaba su enfoque. Todavía me estaba chupando,
pero era perezoso y lento, distraído, todo mientras sus caderas se
ensanchaban, sus rodillas se abrían, la pelvis se levantaba para
alcanzar su orgasmo.

—Eso es todo —la elogié—. Encuéntralo. Quiero que estas piernas


tiemblen por mí. Quiero oírte gritar.

Gimió, y luego apartó su boca de mi eje para que pudiera absorber


cada suspiro, gemido y llanto mientras encontraba el lugar adecuado
para hacerla añicos.

Mi nombre era una oración repetida en sus labios mientras lo hacía,


y sus manos se cerraron en puños en mi cabello, sosteniéndome
contra ella mientras apretaba sus caderas contra mí. Agarré su muslo
con más fuerza con mi mano libre, la otra trabajando dentro de ella al
mismo tiempo que mi boca en su clítoris. Y solo cuando se hundió en
la cama como un peso muerto me detuve, quitando cuidadosamente
mis dedos mientras se estremecía y se aferraba a mí como si yo fuera
todo lo que la impedía flotar en el espacio.

—Buena chica —respiré contra ella, presionando un ligero beso en


su clítoris que la hizo temblar de nuevo.
—Mierda —respiró ella, con los ojos entornados cuando me puse
de pie de nuevo. Pero cuando se dispuso a moverse, la presioné
contra las sábanas.

—Todavía no, mi alma —dije, quitándole el cabello de la cara—.


Quiero follar esa dulce boca.

Mary se lamió los labios, cubriéndolos antes de abrirse de par en


par y sacarme la lengua de nuevo. Ya estaba atrayéndome hacia ella
antes de que pudiera envolverme con un puño, como si estuviera
hambrienta de mí ahora.

La dejé tomar el control, gimiendo mientras me deslizaba y me


tomaba centímetro a centímetro felizmente. Todavía solo podía meter
un poco menos de la mitad de mí dentro antes de que se atragantara,
pero usó sus manos y las movió al mismo tiempo que su boca en un
ritmo tortuoso que me hizo flexionarme hacia ella, con los dedos de
mis pies enroscados en la alfombra del hotel.

—Cuelga más la cabeza —le dije, usando mis manos en su cabello


como guía—. Arquéate para mí, bebé. Abre tu garganta.

Cuando lo hizo, palmeé sus pechos, apretando la amplia suavidad


y jugando con sus piercings con cada pulgar. Ella se retorció bajo el
toque, gimiendo alrededor de mi eje. Envió una vibración a través de
mí que hizo que mis rodillas se doblaran.

—Mierda, sí —elogié—. Así. ¿Puedes abrir más para mí?

Ella se arqueó aún más, y con cuidado, moví mis manos a su


cabeza. Mis dedos se enredaron en su cabello y la acaricié con toques
calmantes mientras comenzaba a cambiar el control hacia mí,
manteniéndola quieta mientras entraba y salía de su boca.

—Quiero ver mi polla estirando tu garganta —le dije, todavía


moviéndome lento y fácil—. Voy a follarte más profundo, bebé, y
quiero que lo tomes. Abrázame profundamente todo el tiempo que
puedas.
Gimió a mi alrededor de nuevo, afirmando que ella también lo
quería. Sus manos agarraron mi trasero para empujarme un poco
más, pero aún tenía el control. Lentamente al principio, saqué su boca
de mí y luego la deslicé hacia abajo, observándola mientras se
arqueaba y se abría tanto como podía debajo de mí. Gemí al ver mi
polla abultada en su garganta cuando presioné más profundo, y
aunque se atragantó, todavía me abrazó, diciéndome que estaba bien.

Cuanto más me adentraba, más perdía el control, flexionando mis


caderas con cada embestida dentro de ella. Ella gimió y se amordazó,
pero nunca vaciló, y la vista de ella estirada, sus tetas rebotando
mientras le follaba la garganta, me fui.

Me deslicé profundamente, manteniéndome dentro de ella


mientras el primer pulso de calor vibró a través de mí.

—Maldita sea, Stig —me las arreglé para respirar, y luego estaba
bombeando mi liberación dentro de ella, pequeñas flexiones de mis
caderas estirando la liberación mientras sentía cada centímetro de su
lengua sobre mí, su garganta contrayéndose alrededor de mi eje, sus
labios apretados y cálidos.

Temblé, las rodillas cedieron e hice ruidos que ningún hombre


adulto debería hacer mientras me corría. Absorbió cada gota como si
se la hubiera ganado con esfuerzo, y no me dejó apartarme hasta que
estuve completamente agotado y al borde del colapso. Mary se
atragantó un poco cuando finalmente me retiré, y luego estaba en el
suelo, y ella rodó sobre su estómago, con el cabello como un halo
salvaje a su alrededor mientras sonreía y se limpiaba los labios.

—Maldita sea —dijo ella, sin aliento—. Eso fue jodidamente


caliente.

Solté una carcajada, el cuerpo aún con espasmos.

—Deberías haberlo visto desde mi punto de vista.


La pequeña descarada se arrastró fuera de la cama y cayó al suelo
conmigo, y ni siquiera había recuperado el aliento antes de que ella
se sentara a horcajadas sobre mí y me besara fuerte con intención.

—Por favor, dime que puedes ponerte duro de nuevo —susurró


contra mis labios—. Porque eso me excitó muchísimo.

Me reí contra sus labios.

—Eres insaciable.

—Por favor, Leo —dijo, bajando la mano para agarrarme. No sabía


cómo era posible, pero lentamente, mientras me bombeaba, crecí en
su mano—. Quiero tenerte dentro. Quiero sentirte.

Gemí, maniobrándonos hasta que mi espalda estuvo contra la cama


para apoyarme. Esa fue toda la confirmación que Mary necesitaba
antes de que ella se pusiera de rodillas, alineándome en su entrada.

Con sus ojos ardientes fijos en los míos, se hundió.

Estaba mojada y relajada por su orgasmo, por traerme el mío, y


tomó la mitad de mí en esa primera flexión, haciéndonos ver estrellas
a ambos.

Mary gimió en voz alta, las uñas se clavaron en mis hombros


mientras se levantaba y bajaba más. En cuatro vueltas, me tuvo
completamente dentro de ella, y se estremeció a mi alrededor, sus
paredes se tensaron, sus labios frenéticos donde se encontraban con
los míos.

—Tócame —suplicó—. Estoy tan cerca.

Palmeé sus pechos bruscamente, masajeándolos mientras ella


rebotaba salvajemente en mi regazo. Cuando hice rodar sus piercings
entre mis dedos y pulgares, ella gritó, y esta vez fue lo
suficientemente fuerte para que yo le tapara la boca con una mano.
Sabía que el entrenador no era tan estúpido como para pensar que
nunca teníamos chicas en nuestra habitación, pero no necesitaba que
él se enterara de lo de esta noche, ni tampoco de los exploradores que
se quedaron aquí.

A Mary no le importaba. Simplemente me montó con más fuerza,


inclinando sus caderas para que su clítoris se frotara contra mí
mientras me flexionaba dentro de ella. Y luego estaba temblando,
gimiendo, casi llorando cuando encontró su liberación. No pensé que
sería capaz de unirme a ella, pero verla rendirse por completo,
sentirla apretarse a mí alrededor sin una barrera entre nosotros,
escuchar sus dulces gemidos… fue demasiado.

Capturé su boca con la mía justo cuando capturé el primer


orgasmo, y en ese momento ni siquiera sabía si tenía algo que liberar
en ella, pero mi cuerpo se apretó y un fuego delicioso me consumió
mientras me flexionaba y bombeaba lo que me quedó. Mary todavía
se estaba corriendo, también, y gemimos y nos abrazamos
fuertemente, montando el último de nuestros clímax antes de que
ambos nos desplomáramos en el suelo.

Podría haber sido un minuto más tarde. Podría haber sido una
hora. De alguna manera, en algún momento, Mary se arrastró para
ponerse de pie y se inclinó para tomar mi mano, ambos nos movimos
lentamente en nuestro camino a la ducha. Dejó correr el agua caliente
sobre los dos y nos turnamos para lavarnos entre besos lentos y
prometedores de los que sabía que nunca me cansaría.

Cuando regresamos a la cama, doloridos, saciados y cansados, me


acurruqué a su alrededor, besé su cabello mojado e inhalé todo lo que
ella era. No me dolía el pecho por primera vez en semanas. Mi
respiración se volvió fácil. Mi corazón estaba en paz.

—Mi amor, mi cariño, mi cielo —susurré contra su cuello entre suaves


besos—. Te amo.

—Te amo —susurró ella de vuelta.

Y en la tranquila oscuridad de esa habitación de hotel, le prometí


en silencio no volver a lastimarla nunca más, nunca ponerla en
segundo plano, nunca dejar que me alejara incluso cuando su instinto
defensivo se lo decía. Prometí hacer todo lo que estuviera a mi alcance
para que siempre se quedara, incluso cuando las cosas se pusieran
difíciles.

Mary Silver finalmente era mía.

Era la victoria más dulce de mi vida.


Cinco meses después

Ninguno de nosotros pudo mantener la compostura cuando Julep


caminó por el pasillo hacia Holden el dieciséis de abril.

No importaba que Giana, Riley y yo la hubiéramos ayudado a


vestirse, que ya habíamos visto la forma en que ese elaborado encaje
color crema abrazaba su cuerpo en una perfecta forma de reloj de
arena. Todavía nos perdimos cuando las puertas se abrieron en la
parte trasera del jardín y ella caminó a través de ellas del brazo del
entrenador Lee.

El hecho de que estuviera llorando podría haber sido lo que me


hizo perder los estribos más que nada.

El padre de Julep resplandecía de orgullo tanto como se rompía de


dolor mientras tomaba los lentos pasos para entregar a su hija. Los
profundos ojos marrones de Julep también eran brillantes: su cabello
estaba recogido en un peinado clásico con rizos y una trenza gruesa,
una pequeña corona de flores enhebrada a través de los mechones y
un collar de perlas simple pero hermoso que adornaba su cuello.
Había encontrado el vestido de novia en una tienda de segunda
mano, junto con todos los accesorios, desde sus aretes de perlas hasta
los tacones altos de diseñador en sus pies. Todas las piezas eran viejas
y prestadas y, sin embargo, parecían hechas especialmente para ella.

Y mientras todos en ese jardín estaban paralizados por Julep, ella


no podía apartar los ojos de Holden.
Conteniendo mis lágrimas, miré hacia donde la estaba esperando,
e inmediatamente deseé no haberlo hecho. Porque verlo
desmoronarse por completo al ver a su casi-esposa también me hizo
llorar de nuevo.

Era como un modelo de GQ con su esmoquin granate, el pañuelo


de bolsillo dorado y el adorno lo hacían parecer una leyenda de NBU.
Y supuse que realmente lo era. El rojo intenso contra el verde
exuberante del jardín botánico era de ensueño, como un cuento de
hadas. Pero no pudo contener las lágrimas y se pellizcó el puente de
la nariz, los hombros temblaron antes de limpiarse la cara y se
enderezó con una sonrisa como si no pudiera creer que tuviera tanta
suerte.

Esa sonrisa estaba dirigida directamente a Julep.

Cuando volví a mirarla, puso los ojos en blanco con una risa
juguetona como si se estuviera burlando de él por llorar, pero ella
también estaba hecha un desastre.

Mis ojos se dirigieron entonces a Leo, que estaba de pie detrás de


Holden como su padrino. Tenía los anillos en el bolsillo y sus ojos en
mí.

Era completamente injusto cómo él y el resto de los chicos se veían


tan bien en sus trajes. Todos sabíamos que estaban sexis con
pantalones y camisetas de fútbol, pero verlos vestidos de punta en
blanco fue suficiente para hacer que todas las chicas de su vecindario
se volvieran salvajes. Deseaba poder decir que estaba excluida, que
era inmune, pero ver a Leo con esa sonrisa diabólica en su rostro y
saber que luego podría quitarle ese traje hizo que mi piel hormigueara
con calor.

Sus ojos estaban entrecerrados donde me miraban, como si


estuviera diciendo sin palabras que estos seríamos nosotros algún
día. Sentí su posesión en el aire como si fueran manos en mis caderas,
y me mordí un poco el labio, apartando la mirada de él para mirar
mis flores antes de que todo el jardín de personas se diera cuenta de
nuestro pequeño espectáculo. Por otra parte, no tenía que mirar para
saber que Zeke y Riley se miraban de la misma manera, y Giana y
Clay también.

Cuando la música cesó cuando Julep llegó al final del pasillo, se


oyó un coro de sollozos entre la multitud, lo que nos hizo sonreír a
todos, limpiarnos la cara y reírnos un poco de nosotros mismos. El
entrenador Lee le dio la mano de su hija a Holden, quien la miró como
si todos los sueños que había tenido se hicieran realidad en ese
momento, y comenzó la ceremonia.

Fue dulce y corto, lo que no me sorprendió considerando que Julep


odiaba ser el centro de atención. Y cuando Holden volvió a sumergir
a Julep en un dramático beso para sellar el trato, todos nos volvimos
locos, aplaudiendo y arrojando pétalos de rosa sobre ellos mientras
caminaban por el pasillo.

Entonces, comenzó la fiesta.

Las luces se encendieron cuando se puso el sol, iluminando el


jardín con un hermoso resplandor cuando la banda comenzó a tocar
y los invitados inundaron el bar o la pista de baile.

—Tengo tantas ganas de orinar —dijo Giana cuando estuvimos


libres de nuestros deberes ceremoniales, y abandonó su ramo en la
mesa de la fiesta de bodas antes de prácticamente correr hacia el baño.

—Necesito un trago —intervino Riley—. Nunca había llorado tanto


en toda mi vida.

—Además cuando te diste cuenta de cuánto me amas, ¿verdad? —


dijo Zeke, deslizándose detrás de ella. Envolvió sus brazos alrededor
de su cintura y la atrajo hacia su pecho, y ella sonrió, apoyándose en
el toque.

—Esas fueron lágrimas de frustración —le disparó.

—Oh, es cierto. Todavía estabas fingiendo odiarme, ¿eh?

—Confía en mí, no tuve que fingir mucho.


—Claro —dijo Zeke, acariciando su cuello. Ella se sonrojó y se giró
hacia él, y desvié la mirada justo cuando comenzaban a besarse.

Tanto había sucedido en los últimos cinco meses para todos


nosotros, era casi vertiginoso.

Los Rebels habían tenido su primera temporada invictos desde los


años noventa, enviándolos directamente al juego del campeonato.
Lamentablemente, habían perdido por un gol de campo de último
minuto, que nos había aplastado a todos. Pero incluso con esa derrota,
no hubo un estudiante de último año que no recibiera una llamada
durante el draft.

Todos los equipos de la NFL querían un recluta de la Universidad


de North Boston.

Pero mientras que Clay, Kyle, Braden y Leo habían firmado


contratos con grandes bonos, Zeke se había retirado por completo.

Al principio nos sorprendió a todos, pero cuando él y Riley nos


invitaron a cenar y nos contaron su plan de negocios, la única
emoción que sentimos fue de éxtasis. Estaban trabajando con la NFL
para lanzar Novo Football Coalition, un programa dedicado a
exponer a las jóvenes al fútbol y brindarles oportunidades de jugar a
medida que crecían. Fue el primer programa en el que la NFL
participó directamente que apoyó a las mujeres que ingresaban a la
arena, y hubo una asociación con Women's Football Alliance para
crear un futuro en el fútbol para las niñas también.

Tenían un largo camino por recorrer, uno que todos sabíamos que
estaría lleno de baches y obstáculos. Había tantos adversarios para las
mujeres que jugaban al fútbol en nuestro país, pero con Zeke y Riley
al volante, tenía la sensación de que no había nada que no pudieran
lograr. Tal vez algún día, habría un Super Bowl femenino con dos
equipos de perras malas como Riley.

No podía esperar ese día.


Todos les habíamos dicho que también estábamos allí para ayudar
en cada paso del camino. Algunos de los muchachos incluso
desembolsaron una gran parte de su bono por firma para ayudarlos
a comenzar. La primera sucursal de su coalición estaba programada
para abrir en el otoño justo en las afueras de Boston, y el hermano de
Riley, Gavin, sería el gerente general.

—Ahí está mi chica.

Me mordí el labio en una sonrisa cuando los brazos de Leo me


rodearon por detrás, sus labios encontraron mi cuello antes de que
me girara en sus brazos para enfrentarlo. Recorrió con la mirada cada
centímetro de mí antes de hacer un ruido profundo con la garganta.

—Tú con este maldito vestido, Stig —reflexionó, sacudiendo la


cabeza—. Recuérdame que te mantenga alejada de todos los caminos.
No necesitamos un choque de autos para arruinar el día de la boda.

—Cállate —dije dándole un manotazo.

—Ninguna posibilidad. A menos que pienses en una forma


creativa de hacerme callar —añadió con un arco de su ceja—. Sentarse
en mi cara podría funcionar.

Me besó antes de que pudiera reírme de él, y envolví mis brazos


alrededor de su cuello, deleitándome con la forma en que se sentía
tenerlo aferrado a mí como si yo fuera todo lo que siempre quiso.
Ahora también estaba muy distraída por la idea de seguir adelante
con su invitación más tarde.

Leo fue reclutado en la tercera ronda por los Minnesota Vikings. Y


aunque secretamente esperaba que termináramos en algún lugar
cálido y tropical, estaba extasiada por Leo porque su sueño se había
hecho realidad. También había una gran posibilidad de que
terminara comenzando en el otoño, con lo terrible que había sido el
juego terrestre de los Vikings en los últimos dos años. Necesitaban a
Leo, y él estaba muy feliz de intervenir y dar un paso al frente.
Tan pronto como firmó el papeleo, estábamos cargando un camión
de mudanzas y nos dirigíamos a Minneapolis.

La mamá de Leo se había mudado con nosotros y había comprado


un lugar en las afueras de la ciudad porque no podía soportar la idea
de estar demasiado lejos de su hijo. Le dimos la bienvenida a ella y a
las comidas que le encantaba preparar para nosotros, y mis padres
también nos ayudaron a mudarnos, antes de decirnos que siempre
teníamos un lugar donde quedarnos cuando queríamos visitar
Boston.

También hubo una amenaza de que volveríamos para las


vacaciones, y que íbamos a traer a la mamá de Leo con nosotros.

La relación de Leo con su padre también se estaba fortaleciendo


ahora, especialmente con Leo iniciando su carrera en la NFL. Nick
estuvo en nuestro condominio al menos un fin de semana al mes,
realizando ejercicios con Leo para prepararlo para la temporada y
guiándolo a través de todo lo que podía esperar una vez que
comenzara el campamento de entrenamiento en el verano.

¿Y en cuanto a mí? Estaba ocupada renovando.

Porque Leo, de hecho, me compró mi primer estudio de tatuajes


con su bono por firma.

Por supuesto, la única forma en que lo permití fue prometiéndome


que aceptaría que le devolviera el dinero una vez que fuéramos
rentables. Todavía no estaba convencida de que realmente lo haría,
pero estaba agradecida por la oportunidad de intentarlo.

Mis emociones en torno a los tatuajes habían sido un lío enredado


después de lo que pasó con Nero. En cuanto a la habilidad, sentí que
estaba a punto de estallar, como si acabara de descifrar el código de
mi estilo y estuviera tan ansiosa por comenzar con mi clientela que
me volvería loca si no tuviera mi propia silla. Pero mentalmente,
estaba cerrada, temerosa de mi próximo movimiento, de lo que
podría pasar si intentaba trabajar en otro salón en Boston mientras
Leo y yo esperábamos a ver qué pasaba en el draft.

Durante un tiempo, no hice nada.

Me permití bajar de la loca montaña rusa de todo lo que había


pasado, encontrando seguridad en los brazos de Leo. Regresé a El
pozo, gracias a mis compañeros de cuarto que estaban más que felices
de darnos la bienvenida a Palico y a mí a su espacio, y encontré mi
alegría allí con ellos durante las vacaciones.

Una vez que llegó el año nuevo, decidí que era hora de salir de los
escombros y reconstruir.

Mi primer plan de ir con las otras chicas de Moonstruck fracasó


miserablemente. La mitad de ellas no me hablaban en absoluto, como
si yo fuera una plaga y si respondieran a mis mensajes de texto,
también serían despedidas y puestas en la lista negra. Las pocas con
las que logré entablar una conversación negaron que Nero las hiciera
sentir incómodas, a pesar de que habría apostado los ahorros de mi
vida a que mentían.

Entonces, mi movimiento final fue decirle a su esposa.

Arianna accedió a reunirse conmigo después de que dejé una nota


anónima con mi número de teléfono en el parabrisas de su auto. Me
sentí un poco espeluznante tratando de llegar de esa manera, pero
quería que ella supiera la historia de lo que sucedió. Ella se merecía
al menos eso. Al final, no pude controlar lo que le pasó a Nero. En un
mundo creado para que los hombres se salgan con la suya con mierda
como la que él hizo, no tenía mucho con lo que trabajar.

Solo tenía la verdad y la desesperada esperanza de que Arianna, al


menos, me creyera.

Había estado callada cuando nos reunimos para tomar un café, y


llevaba gafas de sol oscuras y un pañuelo que le cubría la cabeza.
Cuando terminé, se aclaró la garganta y dijo que tenía que irse.
Ya no volví a escuchar de ella.

Pero dos semanas más tarde, hubo una noticia de última hora sobre
cómo Moonstruck Tattoos había sido cerrado después de un aviso
anónimo a la policía de que el propietario estaba lavando dinero para
un narcotraficante local. Nero fue arrestado, su fianza fue tan alta que
seguramente estaría atrapado en la cárcel hasta su cita en la corte.

Le entregaron los papeles de divorcio mientras estaba bajo


custodia.

Nunca volví a saber de Arianna, y solo pude agarrarme a un clavo


ardiendo cuando traté de juntar las piezas de lo que sucedió. Pero se
había hecho justicia, aunque no de la manera que deseaba.

Fue el cierre, y me liberó.

Ahora, todo mi tiempo lo pasaba en la tienda, y había convertido


un viejo edificio de ladrillos monótono en el salón de mis sueños,
completo con un equipo de artistas exclusivamente femenino
esperando ansiosamente nuestra gran inauguración.

También le inculqué un poco de mis mejores amigas: un poste para


Julep, que ella ya había probado y aprobado, una mini librería en la
esquina delantera para Giana, de la que insistió en ser la curadora, y
una impresionante colección de arte de artistas locales para Riley,
cada pieza a la venta con el artista tomando todas las ganancias. A
Palico le encantaba pasar su tiempo allí más que en nuestro
condominio, ya que había instalado un árbol para gatos hecho a
medida que constaba de varias alturas y texturas.

También había un rincón de juegos: una pantalla gigante con una


Xbox cargada de juegos para nuestros clientes y personal por igual.

Eso había sido para mí.

Solo tenía algunos toques finales antes de que todo estuviera listo,
y planeábamos abrir las puertas el primer día del verano.
—Está bien —dijo Giana sin aliento cuando regresó del baño—. ¿Ya
salió la comida? Estoy lista para comer.

—Yo también —dijo Clay lascivamente, y la levantó como si no


pesara nada, llevándola a ella y su largo vestido color salvia en sus
brazos.

—Eres un bruto —dijo entre risas, pero se aferró a él con sus


mejillas sonrosadas y dejó que la llevara a la mesa de la fiesta de
bodas donde se servía nuestra cena.

El jardín se llenó de aplausos cuando Julep y Holden fueron


presentados como marido y mujer por primera vez, y una vez que se
sentaron a la mesa con nosotros, la banda tocó suavemente mientras
el personal servía una cena digna del presidente. La mamá de Julep
se había hecho cargo de gran parte de la planificación que no me
sorprendió ni un poco. Se sentía como un baile sureño, pero con un
toque boho.

Leo dibujó círculos en mi rodilla con las yemas de los dedos debajo
de la mesa, con la otra mano metiéndose comida en la boca mientras
hablábamos y reíamos durante la cena.

Fue el sentimiento más agridulce, porque todos sabíamos que no


estaríamos juntos así muy a menudo ahora que estábamos repartidos
por todo el país. Riley y Zeke estarían en Boston, Holden y Julep en
Charlotte, Clay y Giana en Denver desde que Clay había sido
reclutado por los Broncos, y Leo y yo completaríamos el tramo en
Minneapolis.

Giana realmente debe haberlo sentido, porque cuando estaban


retirando nuestros platos y estábamos a punto de ir a la pista de baile,
comenzó a llorar.

—Lo siento —dijo, tomando el pañuelo de Clay cuando él se lo


ofreció. Se secó el rabillo del ojo, sacudiendo la cabeza, sus rizos
salvajes rebotando con el movimiento—. Yo solo… los quiero mucho
a todos.
—Nosotros también te amamos, G —dije, acercándome para
apretar su mano con la mía.

—Apuesto a que un poco de baile te hará sentir mejor —dijo Julep


mientras se levantaba, y una vez más, me quedé sin aliento
mirándola. Era la novia más hermosa.

—Psh, sé lo que la hará sentir mejor —argumentó Clay, poniendo


su brazo alrededor de Giana—. Un viaje a la librería mañana. Te vi
mirando esa pequeña en el centro cuando íbamos camino al hotel.

Giana le sonrió con ojos llorosos.

—Conoces el camino a mi corazón.

—Creo que Clay solo finge que lo hace por ti cuando todos sabemos
que lo que el bastardo pervertido realmente quiere es recrear más
páginas resaltadas —dijo Zeke con una sonrisa.

—Dos pájaros de un tiro —confirmó Clay—. Aunque en este punto,


estoy bastante seguro de que lo hemos hecho todo.

—Demasiada información —dijo Riley, levantándose y doblando


su servilleta antes de dejarla caer sobre la mesa.

—Bueno —dijo Giana, subiéndose las gafas por el puente de la


nariz—. Hay un trope que aún no hemos probado.

—Si te refieres a la mierda del harén inverso, ya te lo dije, no


comparto. —Clay pareció casi asesino con ese comentario, lo que nos
hizo reír a todos.

—No —dijo Giana con una risa propia—. Um… estaba pensando
más… embarazo accidental.

Clay rio, besando su sien.

—Sí. Seguro.

Pero el resto de nosotros seguíamos congelados.

Porque Giana no parecía estar bromeando.


Observó a Clay con preocupación grabada en cada uno de sus
rasgos, retorciéndose sus pequeñas manos en su regazo. Cuando Clay
nos vio a todos mirándola, la encontró de nuevo, y su rostro se volvió
blanco como la nieve.

Él buscó sus ojos, miles de preguntas en los suyos, y luego arrastró


esa mirada hasta su estómago.

Giana descruzó las manos y las pasó sobre su vientre plano,


enmarcándolo en un pequeño corazón.

—Espera… —Clay tragó saliva, sus ojos regresaron a los de ella—.


Tú estás… tú estás realmente…

—Sí —susurró ella.

Me tapé la boca con una mano y las lágrimas brotaron de mis ojos
cuando Julep dejó escapar un pequeño chillido. Pero nadie se movió,
no mientras esperábamos que Clay se diera cuenta de todo.

Parpadeó, una, dos veces, y luego, se apartó de la mesa, su silla


rechinando contra el suelo mientras caía de rodillas. Envolvió a Giana
en sus brazos, enterrando su cabeza en su pecho mientras sus
hombros temblaban.

—Vamos, muchachos —dijo Leo—. Démosles un momento.

Hizo un gesto con la cabeza hacia la pista de baile, y todos lo


seguimos, pero no antes de que las chicas y yo volteáramos a mirar a
escondidas y encontráramos las enormes manos de Clay extendidas
sobre el vientre de Giana, con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Voy a ser padre? —le susurró una pregunta a Giana.

Cuando ella asintió, él se quebró por completo, y todos apartamos


la vista, uniéndonos de los brazos y soltando carcajadas
anormalmente agudas mientras corríamos hacia la pista de baile.

La banda fue un éxito, pasando de la música suave que había


tocado durante la cena a una amplia gama que complacía a todos,
desde los veintiuno hasta los ochenta. Bailamos en círculo,
principalmente alrededor de Julep y Holden, aunque todos nos
turnábamos para hacer estúpidos pasos de baile en el medio. Me reí
particularmente fuerte cuando Zeke, Holden y Leo hicieron una
especie de acto de mímica que los involucraba atrapados en cajas
invisibles.

Todos estábamos sudando cuando Clay y Giana se nos unieron, y


los muchachos envolvieron a Clay en un fuerte abrazo de felicitación
mientras las damas rodeaban a Giana. La adulamos, tomándonos
turnos para tocar su estómago a pesar de que todavía no se veía nada.
Julep dijo que esperaba que fuera una niña. Riley trató de molestarla
con nombres. Y choqué los cinco por encontrar una manera de hacer
una broma relacionada con un libro sobre su embarazo.

Pronto, estábamos todos bailando de nuevo, y más y más jugadores


se unieron a nosotros.

Braden y Blake iniciaron un tren en un punto, me colocaron justo


entre ellos y no me dieron más opción que unirme. Cuando volvimos
a bailar en círculo, Kyle levantó su teléfono para mostrarnos la foto
que había publicado de todos los chicos con sus esmóquines antes de
la boda. Ya tenía medio millón de me gusta, junto con miles de
comentarios, la mayoría de ellos de mujeres que tenían el corazón
roto. Holden estaba casado ahora. Obtuvo muchos seguidores
después de que el mariscal de campo titular de los Panthers se
lesionara cerca del final de la temporada y Holden intervino,
llevándolos hasta los playoffs. Salieron en la primera ronda, pero una
vez más, Holden estaba en el centro de atención.

Tenía la sensación de que viviría toda su vida allí.

Cuando estaba sudando tanto que tuve que beber un vaso entero
de agua para no sobrecalentarme, la banda finalmente nos dio un
respiro con una canción lenta. Cantaron una hermosa interpretación
de Scenic Drive de Khalid y Alicia Keys, los cantantes principales
masculinos y femeninos de alguna manera hicieron que sonara
incluso mejor que la original.
Leo me tomó de la mano cuando sonaron las primeras notas,
arrastrándome hasta el borde de la pista de baile que era la menos
concurrida. Sus manos encontraron mis caderas y me sostuvieron
cerca mientras pasaba mis brazos alrededor de su cuello.

Por un tiempo, simplemente nos balanceamos con la música,


nuestros ojos bailaban uno sobre el otro mientras suaves sonrisas
jugaban en las comisuras de nuestros labios. Nunca antes había
estado en una boda, pero había algo en estar rodeada de un amor tan
joven y prometedor que me hizo querer acercarme a Leo y decirle
cuánto significaba para mí en cien idiomas diferentes.

Como si él sintiera lo mismo, tiró de mí aún más, hasta que pude


descansar mi cabeza sobre sus hombros y cerrar los ojos mientras
bailábamos. Inhalé su olor, su alma, entrelazando la mía con ella y
distraídamente preguntándome cómo sería nuestra boda.

Ni siquiera había una duda en mi mente ahora de que sucedería


algún día.

—¿Qué tienes en mente, mi amor? —preguntó, sus palabras bajas y


sensuales en mi oído.

—Para siempre —respondí suavemente.

Leo retiró una sonrisa.

—¿Conmigo?

—Y Palico.

—Por supuesto —dijo, pero su sonrisa se estabilizó cuando sus ojos


buscaron los míos—. Puedo verlo.

—Yo también.

—¿Qué piensas? —preguntó, asintiendo a la gran escena que nos


rodeaba, el jardín exuberante con plantas, flores y árboles, las luces
doradas, la banda más cara que nuestra hipoteca—. ¿Tú también
quieres algo como esto?
Dejé escapar un largo suspiro, considerando.

— Tal vez —dije—. O tal vez, solo tú y yo y una playa tranquila en


algún lugar lejano.

—¿Una fuga? —preguntó Leo, sorprendido. Luego, después de


considerarlo, asintió—. Podría ponerme manos a la obra con eso.

—¿Sí?

—Demonios sí. Pero —dijo de inmediato—. Sabes que no hay


forma de que podamos escapar sin tener a mi madre allí.

Me reí.

—Nunca soñaría con eso.

—¿Pero quieres casarte? —preguntó, casi tentativamente.

—Sí.

—¿Y los niños?

—Um… —me encogí—. ¿Tal vez podríamos ser la tía y el tío


geniales?

—Oh, vamos, Stig —dijo Leo con una risa baja y ronca, sus labios
presionando contra la suave piel debajo de mi oreja. Sus siguientes
palabras fueron susurradas justo debajo, provocando escalofríos en
mis piernas—. Déjame poner un bebé dentro de ti.

—No esta noche —le dije, presionando una mano contra su


pecho—. Tenemos un bebé peludo y una tienda para abrir.

—Justo —admitió—. Pero un día…

—Tal vez —dije, levantando un dedo amenazador. Leo lo agarró y


lo besó, y mis ovarios se apretaron como pequeños traidores al tacto.

La música volvió a sonar después de eso y nos apresuramos a


reunirnos con nuestros amigos en el centro de la pista de baile.
Estuvimos de fiesta hasta bien pasada la medianoche, el padre de
Julep pagó a la banda y al personal del evento para que se quedaran
hasta más tarde para que no tuviéramos que parar. No fue hasta casi
las dos de la mañana que finalmente recogimos nuestras
pertenencias, las chicas sosteníamos nuestros tacones en nuestras
manos mientras caminábamos descalzas fuera del jardín.

Holden y Julep abandonaron el lugar bajo un desfile de luces de


bengala y se subieron a un auto antiguo que los llevó a su suite de
luna de miel en el hotel. Se iban de luna de miel por la mañana: dos
semanas recorriendo Europa.

Una vez que se fueron, todos tomamos el autobús de regreso al


hotel, abrazando a cada uno de nuestros antiguos compañeros de piso
cuando volvimos al vestíbulo. Les hicimos prometer que vendrían a
vernos antes de que comenzara la temporada, y Kyle reservó su vuelo
en ese mismo momento para demostrar que lo haría.

Riley y Giana me abordaron a continuación mientras Leo se


despedía de Zeke y Clay, derramando más lágrimas antes de que Leo
y yo subiéramos en el ascensor a nuestra propia habitación. Estaba
tan tranquilo en comparación con la boda que me zumbaron los oídos
cuando nos desvestimos, y luego Leo preparó un baño caliente en la
enorme bañera de mármol, ambos nos metimos en el agua jabonosa
con profundos suspiros.

Nos ensuciamos más que limpiamos en esa tina, eventualmente nos


secamos con una toalla y nos mudamos a la cama. Con toda la
emoción de la noche aún pegada a nosotros, hicimos el amor hasta el
amanecer, sin parar de dormir hasta que el sol empezó a colarse por
las cortinas de nuestra habitación.

Cuando finalmente nos acurrucamos en las sábanas, Leo me


acurrucó por detrás, inhalé un largo y dulce suspiro antes de dejarlo
salir mientras me acurrucaba más cerca de él. Nunca antes había
sentido tanta alegría y felicidad por las personas que amaba. Sonreí
más con cada pensamiento que pasaba: Braden y Kyle jugando juntos
para los Seahawks, Blake permaneciendo otro año como mariscal de
campo para liderar a NBU, Riley y Zeke iniciando su coalición,
Holden y Julep iniciando su matrimonio, Clay y Giana iniciando una
familia.

Mi corazón estaba tan lleno que pensé que iba a estallar.

Y cuando me di la vuelta, presionando mi frente contra la de Leo y


sintiendo su calor irradiando sobre mí, la paz más dichosa me
envolvió como una manta. Una carcajada salió de mí cuando me di
cuenta de la verdad más graciosa y hermosa.

Tenía todo lo que siempre había querido.

Todo porque les rogué a mis padres que me compraran Halo.

El fin
Kandi Steiner es una de las 5 autoras más
vendidas de Amazon y experta en whisky
que vive en Tampa, FL. Mejor conocida por
escribir historias de "montañas rusas
emocionales", le encanta dar vida a
personajes defectuosos y escribir sobre
romance real y crudo, en todas sus formas.
No hay dos libros de Kandi Steiner iguales,
y si eres un amante de las lecturas
angustiosas, emocionales e inspiradoras,
ella es tu chica.

Alumna de la Universidad de Florida Central, Kandi se graduó con


una doble especialización en Escritura Creativa y Publicidad/PR con
especialización en Estudios de la Mujer. Comenzó a escribir en cuarto
grado después de leer la primera entrega de Harry Potter. En sexto
grado, escribió y editó su propio periódico y lo distribuyó a sus
compañeros de clase. Finalmente, el director se dio cuenta y el
periódico se detuvo rápidamente, aunque Kandi intentó luchar por
su "libertad de prensa".

Se interesó particularmente en escribir romance después de la


universidad, ya que siempre ha sido una romántica empedernida y le
gusta resaltar todos los desafíos del amor, así como los triunfos.

Cuando Kandi no está escribiendo, puedes encontrarla leyendo


libros de todo tipo, planeando su próxima aventura o bailando en
barra (sí, leíste bien). Le gusta la música en vivo, viajar, jugar con sus
bebés peludos y absorber la dulzura de la vida.

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