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El conflicto

Concepto. Clasificación

En la presente materia, nos proponemos realizar un enfoque distinto en resolución de conflictos. Hasta aquí, en la
carrera de Abogacía, se ha desarrollado y estudiado el método tradicional, esto es, el sistema judicial, y, dentro de él,
el proceso judicial en sus variantes por competencia: penal, civil, comercial, laboral, etcétera.

Aquí el objetivo es pensar y analizar otras formas para poder dar solución a los problemas o conflictos que a diario se
les presentan a las personas en su interrelación con otras, en su trabajo, en su empresa, o incluso aquellos que se
pueden llegar a plantear entre dos o más Estados. Para ello, se van a desarrollar diversos métodos o herramientas,
como son la negociación, la mediación y el arbitraje.

Ahora bien, si el eje central de la asignatura es la resolución de alternativas de conflictos, lo primero y esencial es
detenerse a pensar en el conflicto: de qué hablamos y qué se entiende por “conflicto”, ya que será el motivo que nos
llevará a la utilización de la negociación, de la mediación o del arbitraje. Y para poder abordar un conflicto y
resolverlo, es fundamental conocerlo, analizarlo, desmenuzarlo, para que dicho acercamiento nos permita definir la
mejor alternativa y estrategia al tratar de solucionarlo.

Cuando se le pregunta a cualquier persona qué es un conflicto (y esto es algo que puede evidenciarse en la práctica
diariamente), la gran mayoría lo relaciona con la violencia, o con una disputa por un delito que comete una parte, o
bien un enfrentamiento entre dos países. Si se le pregunta por la forma para resolverlos, lo primero que piensa es en
un juicio, salvo en los casos internacionales, donde se piensa rápidamente en una guerra o en la intervención de un
tercer país que busque una solución, es decir que, en definitiva, se busca a un tercero distinto de las partes que tome
esa decisión final.

En primer lugar, se debe tener en cuenta que no todo conflicto es una disputa de poder, además no es necesario
asociar a los conflictos a la violencia y tampoco es indispensable que alguien esté cometiendo una actividad ilícita o
una conducta prohibida para que exista conflicto; es más, esas serían las situaciones que menos se dan en la
actualidad.

Muchos autores han desarrollado importantes estudios en relación con los conflictos, pero generalmente lo han
hecho desde una posición determinada, es decir, desde una especie de conflicto, ya sea que se estudie el conflicto
internacional, o religioso o racial, etcétera. Por tal motivo, al definir y trabajar sobre el concepto y significado de
conflicto, se lo hace desde esa particularidad y su descripción tendrá características muy específicas y propias de ese
tipo de conflicto, pero no necesariamente es aplicable a otro tipo.

Otros autores, como es el caso de Remo Entelman (2005), a quien seguiremos en el desarrollo de la presente unidad,
se han planteado la necesidad de pensar una teoría de conflictos. En ese marco, nos preguntamos: ¿para qué una
teoría? Y la respuesta es sencilla, pero muy difícil de aplicar, ya que lo que se busca es estudiar, analizar y definir
aquellas características que son comunes a todos los conflictos (internacionales, raciales, religiosos, personales, etc.)
y que, por lo mismo, permiten desarrollar y pensar herramientas y técnicas que serán de utilidad para identificarlos,
comprenderlos y, por último, intentar resolverlos. Esas herramientas podrán ser aplicadas a distintos tipos de
conflictos, más allá de que cada uno pueda también tener sus particularidades.

En ese sentido, y siguiendo a otro estudioso del tema como es Julien Freund (1983), se presenta al conflicto como
“una relación social”, entendiéndola como el comportamiento recíproco de dos o más individuos que orientan,
comprenden y resuelven sus conductas, teniendo en cuenta las de los otros, y con lo que dan sentido a sus actos.
Esta concepción de la relación social es tomada del pensamiento de Max Weber y, con el propósito de poder
entenderla, es necesario analizar las conductas de los actores.

Todas las personas desarrollamos conductas. Estas pueden ser independientes, es decir, que no tienen en cuenta las
conductas de los demás, o pueden ser recíprocas, las cuales van a definir e integrar una relación social y son las que
nos interesan para el objeto de estudio que se ha planteado.

Una secuencia de conductas recíprocas que, al momento de adoptarlas, tiene en cuenta la conducta anterior de
otro sujeto define la existencia de una relación social entre ellos. En nuestra vida cotidiana, vivimos miles de
situaciones como estas en la relación con otras personas. Así, por ejemplo, cuando salimos a la calle para dirigirnos a
nuestro trabajo o a nuestro lugar de estudio, desarrollamos un sinnúmero de conductas independientes, que no
tienen ni esperan ninguna acción de otra persona. Pero, al momento de tomar un colectivo o un taxi para dirigirnos a
un lugar específico, empezamos a combinar conductas independientes con recíprocas; a modo de ejemplo, cuando
le indicamos al chofer del taxi el lugar al que nos dirigimos y este nos responde consultándonos por cuál calle
preferimos ir. Luego, si se entabla una conversación acerca del clima y le solicitamos que, por favor, baje un poco la
calefacción, el chofer responderá a ese pedido comentando que aquella está trabada, etcétera. Todas estas
conductas son recíprocas y generan interacción entre partes, es decir, generan relación social.

Esa relación social es posible de ser clasificada de muy diversas maneras, según en qué punto de ella se haga
hincapié. Si se concentra en los objetivos que las partes persiguen con esas conductas recíprocas, habrá dos
posibilidades: que los objetivos sean compatibles o incompatibles; en el primer caso, se habla de “conductas
cooperativas o coincidentes”, mientras que en el segundo serán “conductas conflictivas”.

Teniendo en cuenta lo relatado hasta aquí, se podría tener una aproximación a una definición general de conflicto,
entendiendo que se trata de “una especie de relación social en que hay objetivos de distintos miembros de la
relación que son incompatibles entre sí” (Entelman, 2005, p. 49).

Como se puede apreciar, esta primera definición cumple el objetivo trazado, es decir que pueda ser aplicable a
cualquier tipo de conflicto, ya sea internacional, entre amigos, o aquel que tiene una solución jurídica.

De igual modo, aunque se ha hablado de conductas independientes o recíprocas, cooperativas o conflictivas, existen
otras clasificaciones; entre ellas, se encuentran las conductas permitidas y las conductas prohibidas. En este tipo de
conductas juega un rol clave el sistema jurídico, entendiéndolo como una técnica de motivación social, que retiene y
administra centralizadamente el monopolio de la fuerza en la sociedad estatal y excluye a sus miembros del uso
privado de la fuerza.

Siguiendo al autor Remo Entelman podemos afirmar que en este sistema actúa el derecho, esto es, un sistema de
normas que cumple una doble función: por un lado, pretende disuadir conductas que son declaradas prohibidas y,
por otro lado, les brinda apoyo a las partes para resolver conflictos. En una situación conflictiva, nos presentamos
ante un juez, que, dentro del sistema, es el encargado de administrar justicia. Este valorará las pruebas presentadas
por cada una de las partes intervinientes y, en virtud de lo que se encuentre previsto en el marco normativo, decidirá
quién tiene razón y cómo se resuelve el conflicto. Esto se denomina “que adjudica el derecho”.

Ahora bien, esta forma de resolver los conflictos no se encuentra disponible para todas las situaciones posibles, ya
que el derecho y el sistema jurídico entran en acción solamente, y excluyentemente, en aquellas situaciones que el
sistema tiene previsto en sus normas. Es decir que el sistema ha inventariado una serie de conductas, a las que ha
establecido como prohibidas, ilícitas o antijurídicas, y amenaza a todo aquel que las cometa con una sanción que
será aplicada por un tercero imparcial y creado a ese efecto. Para tales casos, si es necesario, recurrirá al uso de la
fuerza. Este tercero no es otro sino el juez. Es entonces, a partir de la existencia de todo este sistema, que las
conductas pueden ser clasificadas en prohibidas o permitidas.

En estas situaciones, se genera una lógica de razonamiento, que se aplica permanentemente, ya que, ante una
situación conflictiva entre dos o más partes, normalmente se pregunta: “quién tiene razón” o “quién tiene el
derecho” y, consecuentemente, “quién está obligado”. En casos donde la conducta cometida entra en ese inventario
normativo, no hay inconvenientes, ya que, si está prevista, alguien tiene un derecho y otro está obligado y el sistema
pone a disposición de la parte con derecho los mecanismos para obligar a la otra a cumplir. Si una parte es titular de
una deuda, está obligado a pagar y, consecuentemente, otra parte tiene el derecho de cobrar. Esta situación la prevé
el sistema y quien solicita cobrar dicha deuda en este caso puede recurrir al poder judicial y pedirle a un juez que,
usando la fuerza si es necesario, obligue al otro a cumplir.

Pero, al decir de Entelman (como se cita en Nallar y Viltes Monier, 2016), tanto los estudiosos del derecho (los
juristas) como los que lo practican (los abogados) no abordan la temática de los conflictos en general, ya que
siguiendo el principio de norma de clausura “todo lo que no está prohibido se encuentra permitido” se presume que
por fuera de lo prohibido no se encuentran conflictos, lo que es totalmente erróneo quedando así una gran cantidad
de controversias de permitido contra permitido. Este sistema prevé las conductas prohibidas y, como se dijo
anteriormente, establece una sanción para quienes las cometan. Ahora bien, todas aquellas conductas que no están
contempladas como prohibidas son, por la tanto, permitidas. Por lo mismo, dentro del universo de las conductas que
no se encuentran expresamente prohibidas, se encuentran aquellas conductas obligatorias, definidas como el
opuesto a prohibidas, y las conductas no obligatorias.

Si se abandona por un momento la conceptualización jurídica que divide el universo de las conductas posibles en las
categorías de prohibidas y permitidas, se encuentra uno frente a la primera perplejidad. Al mirar desde otro ángulo
el área de lo permitido, descubrimos dentro de ella un número infinito de conflictos que el derecho desdeña porque
se dan entre pretensiones incompatibles, pero igualmente permitidas o no sancionadas. (Entelman, 2002 p. 109)

Por todo lo dicho, se entiende que los abogados y funcionarios judiciales solamente se ocupan de aquellas
situaciones conflictivas previstas por el sistema, pero quedan excluidas todas aquellas situaciones que producen
conflictos entre pretensiones incompatibles, pero igualmente permitidas, porque el sistema no las ha prohibido.

Toda relación social (recuerda que se define al conflicto como una “especie de relación social”) está llena de
enfrentamientos producidos por la incompatibilidad de pretensiones que el sistema jurídico ha dejado en libertad de
confrontación. Estos conflictos son aquellos que a los ciudadanos les ocurren a diario, en cada momento y en cada
relación social que entablan, ya sea con sus socios, con sus amigos, con sus esposas o esposos, con sus hijos,
etcétera. Los ejemplos que se podrían enumerar son infinitos, pero se mencionan algunos para dimensionar estas
situaciones: los socios de una empresa que pretenden efectuar inversiones en distintos rubros, o bien el esposo que
se encuentra en conflicto con su mujer porque él pretende ir a la cancha a ver fútbol y desea que ella lo acompañe, a
lo cual no está obligada por ninguna norma. Los estudiantes reclaman a las autoridades de la universidad
determinados horarios de clases y los profesores no están obligados por ninguna norma a aceptarlos, por lo que
entran en conflicto. Un conflicto entre vecinos porque la mascota de uno de ellos ladra durante toda la noche y no
les permite descansar a otros. Asimismo, se podrían mencionar los inconvenientes que genera la convivencia en
edificios de propiedad horizontal. De esta manera, es posible llenar miles de páginas con ejemplos, donde existe un
conflicto en una relación social producto de una incompatibilidad de pretensiones, pero ocasionado por conductas
igualmente permitidas por el sistema. En ese marco, si alguna de las partes de los conflictos mencionados recurriera
al asesoramiento de un abogado, este le diría que no está obligado a aceptar o a ceder en la pretensión del otro y
que aquello que está haciendo está perfectamente permitido, por lo cual para el sistema jurídico no hay conflicto,
aunque este efectivamente exista. Se trata, en suma, de situaciones que, al no resolverse, van incrementando la
conflictividad y producen algo que desarrollaremos más adelante y se conoce como “escalada del conflicto”, que, en
muchas ocasiones, termina con eventos violentos que podrían hacerse evitado.

Estas situaciones no resueltas por el derecho, que entran dentro del campo de lo “permitido versus permitido” y
que efectivamente son consideradas “conflictos”, deben obtener una respuesta para su resolución. Es precisamente
en este campo donde tienen un protagonismo fundamental los medios o herramientas de resolución alternativas
de conflictos. Pero debe destacarse que estos mecanismos también nos permiten resolver conflictos que se plantean
entre conductas prohibidas, en tanto estas no afecten el orden público. Esto será expuesto con más amplitud en las
unidades siguientes.

Comportamientos frente al conflicto y sus factores desencadenantes.

Un elemento fundamental al momento de analizar un conflicto a los efectos de avanzar en su posible resolución
tiene que ver con las actitudes y comportamiento de las personas frente a él.

Es importante detenerse en este aspecto central en este proceso, que tiene que ver con las actitudes de las personas
al momento de resolver un conflicto. Algunos autores, como Blake y Mouton (1985), sobre la base de lo planteado
por Walton y Mc Kersie (1965), han desarrollado el siguiente cuadro donde se plasman estas conductas:
Tabla 1: Actitudes frente al conflicto

Como se puede observar, las actitudes y comportamiento frente al conflicto son muy variadas y la importancia de
identificar a cada una de ellas en cada parte del problema es un paso esencial para su resolución, ya que, en virtud
de estas, se optará por un mecanismo de resolución o por otro. Además, una vez seleccionado este, también va a
influir la actitud en la estrategia que se lleve a cabo, por lo cual es importante poder determinar y visualizar la
actitud de las personas frente al conflicto.

LECTURA 2 Fases de un conflicto.

Cómo enfrentar un conflicto

Al momento de hablar de fases de un conflicto, los autores varían según el enfoque que se utiliza, o, mejor dicho,
según el criterio que se utilice para realizar el análisis.

Una clasificación del conflicto en fases muy común y aceptada mayoritariamente por la doctrina es la siguiente:

a) fase temprana;

b) fase de escalada;

c) fase de crisis;

d) fase de desescalada;

e) fase de diálogo.

Esta clasificación de fases surge originalmente del análisis de los conflictos sociales, esto es, una especie en particular
dentro del ámbito más amplio que es el conflicto.

Pero, más allá de su origen, resulta interesante analizarla, ya que es perfectamente aplicable a todo tipo de conflicto.

Previamente a analizar cada paso, una aclaración indispensable: estas fases aquí mencionadas resultan de una
clasificación en un modelo idealizado, es decir que el desarrollo del conflicto no es lineal, ya que este, según las
acciones de las partes, tendrá avances y retrocesos, incluso puede no llegar a cumplir con todas las etapas o fases
mencionadas.
A) Fase temprana: es el momento ideal para pensar en la resolución del conflicto, ya que todavía no ha estallado. Si
bien se ha manifestado la incompatibilidad de objetivo (que es característica del conflicto, como vimos en la
conceptualización), todavía estamos en un momento de muy poco enfrentamiento, casi nulo, dado que en esta fase
cada parte está planteando su posición. Si en esta instancia se pudiera canalizar por algún mecanismo de resolución
de conflicto, mediante el diálogo respetuoso, la escucha activa, y evitar que se profundice el desgaste de la relación
social, seguramente las posibilidades de éxito en la resolución positiva de dicho conflicto sean muy altas.

B) La escalada: esta nueva fase se manifiesta cuando el conflicto se empezó a vislumbrar y no pudo ser encauzado
correctamente para su resolución por el motivo que fuere, lo que ha llevado a que cada parte comience a ejecutar
acciones que van a ser caracterizadas según su grado de intensidad y que, a mayor grado de intensidad, más fuerte
será la escalada del conflicto. Se caracteriza fundamentalmente porque la relación entre partes se va desgastando y
cada una va tomando una decisión y actuando como consecuencia de una acción de la otra, como réplica al actuar
de la otra parte. Si bien es un momento más crítico que el anterior, aún las posibilidades de encaminar el problema a
una resolución pacífica es importante.

C) La crisis: si se avanza en la escalada sin resolución del conflicto, llegaremos a la etapa o fase más compleja y dura,
ya que la crisis se caracteriza y diferencia de las demás por ser la fase de mayor violencia en el conflicto. Aquí el
diálogo está absolutamente cortado y los actos o conductas de las partes pretenden plantear el conflicto en
términos de poder. La línea divisoria entre la fase de escalada o escalonamiento y esta es muy delgada, solo el grado
de violencia en las acciones marca la diferencia, ya que en la fase anterior predomina la amenaza de violencia y en
esta se concreta.

D) La desescalada o desescalamiento: generalmente, aunque no necesariamente indispensable, luego de la etapa de


crisis viene un desescalamiento. Es esta oportunidad cesa la violencia. Aquí pueden ocurrir dos cuestiones: una, que
las partes cesen en las actitudes violentas y el conflicto entre en una etapa de estancamiento, o bien que las partes
realicen acciones concretas de menor grado de intensidad que produzcan la desescalada del conflicto. Lo que sí
resulta claro es que es imposible sostener la violencia en forma permanente en un conflicto, con lo que el
estancamiento o desescalada se producen inevitablemente, aunque esta tampoco es permanente, es decir, o
pasamos a una fase de diálogo y de resolución de conflicto o este vuelve a resurgir y es probable que se vuelva a
llegar a la fase de crisis.

E) Fase de diálogo: en el momento en que las partes entren en un proceso de negociación, en forma asistida por un
tercero o no, es el momento de diálogo. Se trata del momento de encauzar el conflicto para su resolución. Sería
prudente que, en la mayoría de los conflictos, esta fase se produjera en la fase temprana para evitar las
confrontaciones violentas y, de esa manera, lograr lo que se conoce como prevención de conflictos, aunque no es lo
más común.

Fase dinámica y fase estática del conflicto

Tomando otra vez al profesor Entelman (2005) como punto de referencia, se pueden analizar los conflictos desde
dos perspectivas muy interesantes, a saber:

a-Fase estática: se caracteriza por ser el análisis del conflicto en un momento determinado, a partir de una foto de
él, ya que, de lo contrario, sería contradictorio hablar de estática en el conflicto, que es un fenómeno que se
caracteriza por ser esencialmente dinámico. En esa fase se analizan los siguientes elementos:

1) Los actores:

1.1) la conciencia del conflicto por sus actores;

1.2) los objetivos de los actores;

1.3) el poder de los actores.

2) Los terceros.
b- Fase dinámica: es el análisis ya no de elementos fijos, sino del dinamismo de todo conflicto, esto es, las acciones
dentro del conflicto. Se aborda concretamente:

1) intensidad del conflicto;

2) dinámica de interacción conflictual.

Fase dinámica. Los actores

La primera observación que se debe efectuar aquí y de la cual algo se ha mencionado en los primeros puntos de la
unidad está vinculada a que siempre el actor de un conflicto es el ser humano, la persona, aun cuando el involucrado
en él sea un Estado o una empresa. Esto es así porque el conflicto como “relación social” -teniendo en cuenta que se
caracteriza por acciones de las partes- sí o sí requiere de personas que lo lleven adelante, por lo que, como primera
definición, siempre el actor de un conflicto es una persona. De modo que para poder trabajar ese conflicto y
encauzar acciones para resolverlo, es esencial identificarlo correctamente. Surge, así, una primera clasificación de
actores individuales y actores colectivos. Cuando el actor es individual, no se presentan mayores complicaciones
para su individualización y análisis de comportamiento. Los problemas surgen cuando el actor es colectivo o plural.
Entelman expone que “el mejor conocimiento del proceso de toma de decisiones de cada uno de ellos, la mejor
percepción y comprensión de sus conductas e intenciones y la mejor construcción de los escenarios de futuro
posibles” (Entelman, 2005, p. 78) es el objeto principal que se debe tener en cuenta al momento de analizar las
características de estos actores.

En el marco de este análisis, el distinguido profesor desarrolló dos aspectos que considera importantes en dichos
actores: la identidad y la fragmentación. Cuando los actores o, al menos, uno de ellos son colectivos, dentro del
mismo actor existen relaciones sociales variadas. Allí se encuentran objetivos incompatibles y relaciones
caracterizadas por una mayor o menor intensidad, lo que, de alguna manera, afecta al actor colectivo en cuestión, ya
que esos componentes tratan, en mayor o menor medida, de influenciar en la decisión que se tome en las relaciones
sociales con otros actores. Pero, además, toda esta situación torna compleja la identificación correcta por parte del
adversario.

Incluso cuando esas diferencias o incompatibilidades son mayores, no solo dificultan la identificación del actor, sino
que, además, puede acarrear una fragmentación del actor que lo debilita en el momento de intentar resolver el
conflicto. Es más, si el adversario tiene la posibilidad de advertir estas situaciones, generalmente va a profundizar
esas diferencias para dividir al actor y sacar ventajas de ello. Imagínate el mismo escenario en los conflictos entre
Estados, o entre un Estado y un gremio determinado, si de repente los actores representantes del Estado advierten o
detectan situaciones de fragmentación o confrontación interna en el gremio. Desde luego, ese aspecto será central
para la resolución del conflicto, ya que sobre ese punto se trabajará o se pensarán las propuestas que el Estado le
ofrezca al gremio. Y si estas fueran buenas para algunos, aunque no lo sean para todos, profundizará una división
dentro del actor colectivo, al momento de tener que tomar la decisión de aceptar o no, que puede llevar a una
fragmentación, lo que le permitirá a la contraparte sacar una importante ventaja en la resolución de dicho conflicto.

A su vez, dentro de los actores colectivos se encuentra otra clasificación, que debe ser tenida en cuenta al momento
de analizar las partes de un conflicto para pensar en su resolución, a saber: actores colectivos organizados y actores
colectivos desorganizados. Cuando al adversario se lo puede ubicar dentro de la primera categoría, no resulta tan
compleja su identificación y su tratamiento, ya que, generalmente, tiene establecidos mecanismos de toma de
decisiones y cada una de las partes, dentro de ese actor, cumple un rol en dicho proceso y sus representantes son los
responsables de ejecutar las decisiones que se adoptaron.

Pero cuando ese actor colectivo es producto de una casualidad o de una circunstancia determinada que lleva a que
diferentes individuos coincidan como parte de un conflicto mayor y no cuenten con una organización para ello,
resultará muy difícil su tratamiento como actor del conflicto. Allí juega un papel muy importante el rol del liderazgo y
la necesidad de saber identificar a quien tiene o representa ese liderazgo dentro del grupo, que permita tomarlo
como un interlocutor válido para llevar adelante un proceso de resolución de dicho conflicto.
Es muy importante tener en cuenta estos factores, ya que, en muchos casos, los intentos de resolución fracasan por
no realizar una correcta identificación de los actores. Este error lleva a tomar decisiones o desarrollar estrategias y
tácticas equivocadas y, consecuentemente, a fracasar en la resolución de dicho conflicto, lo que conduce, a su vez, a
su profundización.

Una discusión entre los distintos autores que han trabajado acerca del conflicto y sus actores tiene que ver con la
existencia de conflictos bipolares o con multiplicidad de actores. En este sentido, existen opiniones divididas al
respecto, ya que, por un lado, se encuentran aquellos que defienden la postura de que los conflictos son siempre
bipolares, es decir, de dos actores por bando (dentro de esta postura podríamos enrolar al profesor Entelman) y, por
otro lado, nos encontramos con aquellos autores que sostienen que los conflictos pueden ser tanto bipolares, como
con una multiplicidad de actores integrantes.

Aquellos que sostienen la primera postura manifiestan que cuando un conflicto tiene múltiples actores con objetivos
incompatibles, se perfilan inicial o progresivamente en dos bandos, dentro de los cuales se agrupan todos los
miembros de la relación. Aun cuando entre los integrantes de uno de los bandos haya diferencias u objetivos
incompatibles en otros aspectos de la relación, muy probablemente estos queden a un lado hasta tanto se resuelva
este punto que, en definitiva, los encuentra unidos frente a un adversario. Esta situación es muy común de encontrar
en los conflictos internacionales. Así, por ejemplo, si te pusieras a pensar en el caso de la Segunda Guerra Mundial,
esto se nota claramente al visualizar cómo los numerosos actores que intervinieron fueron nucleándose dentro de
una de las posturas centrales, que finalmente acabó constituyendo dos bandos, aun cuando entre los integrantes de
cada uno de ellos existían importantes diferencias.

La conciencia del conflicto por parte de sus actores

En este aspecto se pretende analizar e identificar, siempre con la finalidad de adoptar una decisión y encontrar
estrategias para poder intentar resolver el conflicto, si los actores tienen conciencia de que son parte de un conflicto
determinado y cuáles son sus percepciones de él.

La conciencia debe ser entendida, recuperando las conceptualizaciones de Remo Entelman, como “el producto de
un acto intelectual en el que un actor admite encontrarse con respecto a otro actor en una relación en que ambos
tienen, o creen tener, objetivos incompatibles” (Entelman, 2005, p. 89). Es importante distinguirla de lo que se
denomina percepción, ya que esta “es el contenido con que acceden a nuestro intelecto los datos externos de la
realidad, relativos a fenómenos como conductas, actitudes, pretensiones, intensiones, etc., pero no son producto de
un acto intelectual o racional” (Entelman, 2005, https://goo.gl/SJ8Gu3).

Muchos de los autores que tratan este tema se han preguntado si es necesario que para que el conflicto exista las
partes deben tener conciencia de él, o, por el contrario, si el conflicto existe independientemente de lo que las
partes crean.

Algunos consideran que la conciencia que las partes tengan del conflicto es un elemento esencial y, en consecuencia,
el conflicto no existe sin la conciencia de las partes. Dentro de esta postura se ubican pensadores como Max Weber.
Por otro lado, autores como Marx ven el conflicto como un fenómeno objetivo que existe, aunque las partes no
tengan conciencia de él.

Desde un punto vista más práctico, autores como Louis Kriesberg (1975) han presentado el tema de una manera más
sencilla y útil para el punto que nos interesa en este análisis y que tiene que ver con la identificación del problema
para su resolución. Este autor ha tomado dos grandes grupos de situaciones: conflictivas y no conflictivas. Por otro
lado, consideró la creencia que los actores puedan tener del conflicto, a partir de lo cual destacó que solo existen
dos posibilidades:

1. ambos creen que una relación no es conflictiva;

2. uno de ellos cree que la relación es conflictiva y el otro que no.

A partir de estas concepciones, Kriesberg (1975) desarrolló el siguiente cuadro:

Tabla 1: Creencia de las partes acerca de la situación objetiva


Desde un aspecto práctico, este cuadro de situaciones es muy útil para definir la estrategia que se deberá llevar
adelante para tratar el conflicto y buscar su resolución, sin tener la dificultad de caer en la discusión acerca de su
existencia o no a partir de la conciencia que las partes tengan de él.

De este modo, en la situación 1, donde ambas partes tienen objetivos incompatibles y son conscientes de esto, no
será necesario desarrollar trabajos de concientización sobre ninguno y se podrá avanzar en identificar el problema y
seleccionar el método más apropiado para su tratamiento y resolución.

En la situación 2 y 3, donde, existiendo una situación conflictiva, una parte o ambas no tengan conciencia de dicha
situación, el operador deberá, en primer lugar, trabajar fuertemente en la concientización de aquel o aquellos
actores que no crean la incompatibilidad de objetivos en la relación, para que, luego de esto, se pueda trabajar y
resolver el conflicto en cuestión. La primera regla fundamental para resolver un conflicto es asumir que se tiene
uno; caso contrario, es imposible abordarlo. Por ello, en situaciones como las descriptas en este párrafo, es esencial
trabajar en la concientización de las partes.

Cuando ambas partes crean tener una relación conflictiva, y desde la realidad no se vea el conflicto (tal es el caso
de la situación 4), el operador tendrá que trabajar sobre los actores, con el fin de que ellos se convenzan de que los
objetivos en la relación no son incompatibles y que existe una percepción equivocada de los hechos que los lleva a
pensar y creer en dicha incompatibilidad. No es una situación sencilla, porque deberá existir un cambio de
percepción por parte de los actores y aquí el rol que cumplan los terceros es fundamental.

La situación 5 es similar a la descripta en los escenarios 2 y 3, pero se deberá trabajar en los términos trazados en el
punto anterior, ya que habrá que colaborar con la parte que percibe una incompatibilidad cuando en realidad no
existe, por lo que es necesario que asuma el error de percepción de los hechos que lo llevan a percibir un conflicto
que no existe.

Y, por último, la 6, que es la situación más sencilla, ya que no genera ningún inconveniente, debido a que no existe
una relación conflictiva y tampoco se percibe por los actores ninguna incompatibilidad de objetivos en la relación.

En definitiva, este análisis producido por el profesor Kriesberg (1975) nos permite analizar la conciencia de los
actores, tengan una situación conflictiva o no, y, con ello, determinar cuál es la estrategia que se debe seguir para
poder encauzar el conflicto hacia su correcto tratamiento y posible resolución.

si el enfoque que se haga sobre la conciencia que los actores tienen del conflicto no es correcto, el fracaso en el
intento de resolución está asegurado y la profundización del conflicto será la consecuencia directa de ese error.

LECTURA 3 Motivos de conflicto

Todos los conflictos tienen determinadas causas que le dan origen y estas se encuentran relacionadas con lo que las
partes pretenden obtener, o las cuestiones que están en juego en ese determinado conflicto.

Existen muy variados análisis y clasificaciones en la doctrina acerca de estos motivos o causas. A continuación, se
desarrollan algunos de ellos.

La Sociedad de Altos Estudios Jurídicos Empresariales Euroamericanos (SAEJEE Business School) considera que los
motivos de los conflictos se pueden clasificar de la siguiente forma:

1) los bienes en juego

2) los principios en juego;

3) el territorio en juego (SAEJEE Business School).


Los bienes en juego: es, probablemente, el elemento de disputa en un conflicto de más fácil individualización, ya
que tiene que ver con un elemento material, y la posesión de ese bien significa para las partes una ganancia material
y de allí su disputa.

Cuando lo que se encuentra en juego son bienes, se trata de conflictos cuya resolución, en principio, es más sencilla
o posible, porque aquellos pueden ser traducidos a un valor económico y, además, susceptibles de ser divididos.

Los principios en juego: a diferencia de los bienes, los principios son elementos no materiales y, por lo tanto, no
tangibles y no divisibles, como, por ejemplo: la religión, las convicciones, los valores morales, categoría social,
etcétera.

Se sostiene a menudo que los principios son innegociables, aunque es cierto también que, cuando el costo de
sostenerlos es muy elevado, suelen ser modificados, pero va a depender siempre de aspectos subjetivos de las
partes.

El territorio en juego: esta expresión se refiere conceptualmente tanto en el sentido literal como en el psicológico.
Es un elemento que generalmente no se encuentra del todo visible en las disputas y muchas veces hasta se lo
defiende en forma inconsciente. Por caso, cuando en una oficina de trabajo una persona quiere desarrollar una
tarea que en verdad le corresponde a otro, este último puede que haga una defensa muy férrea de sus
responsabilidades, porque lo que está defendiendo es su “territorio”, o bien cuando alguien ataca los modos en que
se lleva a cabo una profesión, seguramente los profesionales afectados le respondan en forma contundente, ya que
ellos efectúan una defensa de su territorio.

Los objetivos de los actores

Continuando con el análisis de lo que se ha denominado como la faz dinámica del conflicto, y especialmente el
estudio de los actores y los distintos aspectos de éstos que se deben tener en cuenta, nos encontramos con un
punto central también, esto es, los objetivos que persiguen los actores, y que cuya incompatibilidad es la que nos
determina la existencia de un conflicto, de allí su gran importancia.

Los objetivos son objetos, materiales o espirituales, a los que cada actor les agrega un valor y, según ese valor, se los
clasifica en los siguientes términos:

1) objetivos concretos;

2) objetivos simbólicos;

3) objetivos trascendentes. (Entelman, 2005, p. 101)

Objetivos concretos: se trata de “aquellos objetivos más o menos tangibles que además de una u otra manera son
susceptibles de ser pensados como divisibles” (Entelman, 2005, p. 101). Cuando los objetivos de un conflicto son de
estas características, la posibilidad de resolución es mayor, ya que logrando el objetivo se satisfacen las
pretensiones.

Objetivos simbólicos: son aquellos en los que en realidad el objetivo exhibido como tal no es la última meta
deseada por el actor en conflicto, sino más bien un representante de otra… El objetivo simbólico escondido detrás de
uno concreto, tiene el mismo sustrato, pero oculta el valor cuya satisfacción busca el actor. (Entelman, 2005, p. 101).

Este tipo de objetivos plantea una dificultad importante para la resolución de los conflictos, ya que no permite la
posibilidad de buscar una alternativa ganar-ganar, sino que es muy probable que, para poder satisfacer su
pretensión, la parte requiera de la total ganancia dentro de ese conflicto.

Objetivos trascendentales: “aquel en el que en realidad puede decirse que el valor mismo está puesto como
objetivo porque no se divisa que esté anexo a un objeto tangible ni divisible” (Entelman, 2005, p. 103).

Los conflictos con estos objetivos son casi de imposible solución por medio de mecanismos de conciliación de
intereses, ya que no se puede negociar o ceder una parte de algo que es fundamental para el actor.
Como se puede observar, tener la posibilidad de interpretar el tipo de objetivos que se encuentran en la relación
social nos va a inducir a que se adopte un procedimiento u otro para intentar resolverlo; además, permite tener más
elementos para elegir la estrategia más adecuada.

Continuando con los objetivos de los actores en los conflictos, se ha elaborado una clasificación muy interesante que
toma en cuenta no el tipo de objetivo, como vimos anteriormente, sino la cantidad de objetivos incompatibles que
las partes tienen en una relación social y en torno de los cuales se genera el conflicto.

De esa manera, se distingue entre los conflictos de objetivo único y los conflictos de objetivos múltiples.
Previamente se los denominó como conflictos puros o impuros y justamente la diferencia radica en los resultados
que se pueden obtener al momento de resolverlos. De esta manera, los conflictos puros, al instante de su
resolución, arrojan como único resultado posible un ganador y un perdedor. Si un actor logra su objetivo, el otro
necesariamente lo pierde. En los conflictos impuros, por el contrario, podía darse la situación de distribución de
ganancia entre los actores y, por la tanto, la posibilidad de lograr una solución ganar-ganar, es decir, que ambas
partes logren satisfacer sus intereses.

A medida que se avanzaba en los estudios en relación con el conflicto, se empezó a desechar esa clasificación de
puros o impuros, ya que no revestía una gran utilidad práctica y, por ello, se trabaja sobre la idea de conflictos de
objetivo único (y que puede ser perfectamente asociada a la idea de conflicto puro, ya que el hecho de tener un solo
objetivo único genera que lo que uno gane el otro necesariamente lo pierda) y objetivos múltiples (similares a los a
los impuros, donde el hecho de existir varios objetivos posibilita que puedan distribuirse entre los actores y que
ambos satisfagan sus intereses).

Otra línea de autores (Thomas Schelling 1960 y Anatol Rapport 1960) utilizó la clasificación prevista en la teoría de
los juegos a los efectos de poder clasificar los objetivos. Así, los distribuyó en conflicto de suma cero y conflictos de
suma variable, pero demostró grandes falencias prácticas, propias de tomar conceptos y lenguajes de otras
disciplinas.

En relación con los conflictos de objetivo único, algunos autores sostienen que en la realidad es muy difícil que se dé
una situación de esas características.

Partiendo de la definición de conflicto que se ha desarrollado al principio, y entendiendo a este como una relación
social, es imposible pensar que exista solo un objetivo de toda la relación que es incompatible. Además, se deben
tener en cuenta todos los otros intereses en común, que pueden contribuir a que las partes tomen actitudes
positivas al momento de resolver esas situaciones.

Incluso, autores como Entelman (2005) plantean que, ante la posibilidad de existir un conflicto de objetivo único
(debe destacarse que se encuentra dentro de los autores que consideran que es una abstracción que eso ocurra),
sugieren tratarlo como conflictos de objetivos múltiples. Para ello, sugieren dos herramientas fáciles y sencillas: una,
extender el conflicto, proponiéndose con el mismo adversario otras metas distintas; el otro método sugerido es el de
dividir el objetivo, cuando sea posible, de modo que lo que previamente era un conflicto de objetivo único se
transforma en múltiple.

Los terceros en el conflicto

De igual manera que analizamos a los actores del conflicto, es importante detectar y analizar a los terceros en el
conflicto, ya que muchas veces son ellos los que incitan a las partes al choque de intereses, como así también, en
otras situaciones, son los que ayudan y aportan para poder resolverlos.

Como en casi todos los aspectos de esta disciplina, también en relación con los terceros existen algunos debates
entre los autores que, al día de hoy, no han sido superados. Tal es el caso de la respuesta a las preguntas: ¿existen
terceros en los conflictos?, ¿cómo es que siendo un conflicto puedan existir terceros? Bien, a partir de las respuestas
a estas preguntas se han generado amplios y ricos debates.

Autores como Julien Freund (1983) han planteado que el conflicto es una relación signada por el principio de tercero
excluido y habla de una “implosión” del conflicto para referirse a un tercero que se aproxima tanto a una de las
partes o campos del conflicto que termina por caer dentro de él. Por otro lado, están los terceros que no tienen nada
que ver con el conflicto; por ello, estudiosos del tema hablan de la inexistencia de terceros.
Otros, como es el caso del profesor Entelman, desarrollan la idea de un campo magnético en torno del conflicto y, a
partir de la teoría de Freund (1983), surge su idea de hablar de “magnetismo conflictual”. Esto funciona como una
fuerza de atracción que es ejercida desde el centro de cada una de las partes o campos y que actúa en una zona que
abarca desde el núcleo mismo del actor involucrado hasta los límites del sistema social del conflicto. Este
magnetismo conflictual es el que produce esa atracción, que termina provocando que el tercero caiga dentro de uno
de los campos enfrentado en el conflicto. El resto, aquellos que estén fuera de ese campo de atracción conflictual, es
ajeno al conflicto.

George Simmel (1950) desarrolló una clasificación de tres clases de terceros:

Tabla 1: Tipos de terceros

Por su parte, Freund (1983), que es crítico de esta clasificación, expone que el tercero que juega el rol de dividir para
gobernar interviene directamente en el conflicto, esto es, pasa a ser parte de él y, en consecuencia, refuerza su tesis
de que no se puede hablar de terceros y que el conflicto vuelve a la bipolaridad.

Si tomáramos un ejemplo real, como puede ser el conflicto que se conoció como “el conflicto entre el campo y el
gobierno” de 2008, y sin pretender defender ni atacar a ninguna de las partes, ya que cada uno ha formado su
opinión al respecto, creemos que es muy oportuno para ejemplificar esta situación de los terceros. Obsérvese cómo
se trataba de un conflicto que era bien sectorizado, con dos actores muy marcados, a saber, los productores
agropecuarios (representados por la mesa de enlace) y el gobierno nacional (representado por la presidenta y los
ministros que intervinieron en él), y donde el resto o gran parte de la sociedad era un tercero excluido de dicho
conflicto. Pero, a medida que el conflicto se fue prolongado, con acciones desarrolladas por cada parte que fueron
produciendo una fuerte escalada, se llegó a un punto de crisis tal que todos o la gran mayoría de los que éramos
originariamente terceros, y a partir de encontrarnos perjudicados o beneficiados por lo que ocurría, concluimos
tomando parte por algunos de los dos campos en conflicto. Fuimos, al decir de Entelman (2005), atraídos con ese
campo magnético y dejamos de ser terceros para ser parte de las marchas de apoyos al campo, o bien, por otro lado,
de las movilizaciones masivas de apoyo al gobierno. Como este ejemplo, podríamos enumerar cientos de acciones
que llevaron a que la sociedad, que era un tercero, terminara involucrada directamente en el conflicto. De igual
modo, el congreso de la nación (sin entrar a analizar si correspondía o no que interviniera o si el tema en discusión
era de su competencia o no) comenzó como un tercero y terminó teniendo la decisión final en un conflicto que
abarcó a todo el país.

Fase dinámica del conflicto

Al hablar de lo que se denomina la fase dinámica del conflicto, el eje central de ella es la intensidad del conflicto,
entendiéndola en relación con las conductas conflictivas, es decir, la mayor o menor intensidad de los medios,
recursos o acciones de poder que utilizan las partes en busca de sus objetivos, en forma concreta o potencial, como
puede ser la amenaza. La decisión de utilizar un recurso determinado u otro en un conflicto es una decisión racional
del sector intelectual de la conciencia.

Siempre, la intensidad de un conflicto se mide a partir de los actos que desarrolla cada parte dentro de él. Así, por
ejemplo, no tiene el mismo grado de intensidad en el reclamo de una deuda una llamada telefónica reclamando el
pago de lo adeudado que una carta documento o una demanda judicial. En este ejemplo, observamos tres medios
distintos que utiliza una parte y cuya intensidad no es de igual tenor.
Se sugiere remitirse a la bibliografía citada en el programa, a los efectos de profundizar las formas y los mecanismos
para mediar la intensidad de las acciones en un conflicto.

Dinámica de la interacción conflictual

Una vez descripto muy sintéticamente qué se entiende por intensidad en los conflictos y partiendo de que todo
conflicto es un proceso dinámico de interacción entre dos partes, pasaremos a analizar ahora cómo se produce esa
interacción conflictual.

Hasta aquí se ha visto que el conflicto es una especie de relación social donde existe incompatibilidad de objetivos
entre al menos dos de sus miembros. Por otro lado, también se analizó que siempre los actores de los conflictos son
personas, aunque los actores sean colectivos. La dinámica de la interacción conflictual se define por las acciones o
recursos que los actores llevan a cabo para lograr satisfacer sus intereses, que pueden ser de mayor o menor
intensidad.

Una definición de interacción es la de J. David Singer (1950) quien expuso que existe interacción cuando: “dos o más
entidades realizan conductas recíprocas y puede detectarse una secuencia de por lo menos dos actos discernibles
tales que el primer pueda razonablemente ser interpretado como parcialmente responsable del segundo ”(Singer
como se cita en Entelman 2005 p. 174).

Es decir que la interacción se produce a partir de conductas recíprocas, donde siempre la acción de una parte es
producto y reacción de la conducta de otra, y así sucesivamente.

Cuando la intensidad de las acciones va creciendo, desde la de menor a la de mayor intensidad, se percibe una
escalada del conflicto. Por el contrario, si las acciones van de mayor a menor intensidad, se produce una desescalada
del conflicto. Es decir que la escalada o desescalada del conflicto se determinan por los cambios en los niveles de
intensidad en la interacción entre los actores del conflicto y esta, a su vez, se caracteriza por las acciones de las
partes.

Está demostrado que los conflictos nunca tienen una intensidad estable durante todo su desarrollo: son variables y
aumentan o disminuyen permanentemente.

Estas variaciones pueden darse de forma abrupta o de forma suave, ya sea que a un acto de una baja intensidad le
prosiga otro de intensidad similar o levemente más fuerte, por lo que la escalada será suave; en cambio, estamos
frente a una escalada abrupta cuando la diferencia de intensidad entre una acción y otra es muy grande.

De igual modo ocurre con la desescalada del conflicto, ya que, si esta es gradual, la diferencia de intensidad es leve;
por el contrario, si la diferencia es muy alta, entonces estamos frente a una desescalada abrupta. Por ejemplo, si en
un conflicto gremial el sindicato decide un paro indeterminado, detiene totalmente la producción de una industria y,
tras esa acción, la patronal eleva una propuesta que es aceptada por el sindicato y con eso se resuelve el conflicto,
estamos ante una desescalada abrupta, ya que pasamos de una acción de alta intensidad (el paro) a una solución del
problema y la desaparición del conflicto.

Puede ocurrir también que, en un momento determinado, se produzca un estancamiento del conflicto. Esta
situación se presenta cuando el aumento o descenso del nivel de intensidad se detiene. Pero es importante aclarar
que siempre el estancamiento será transitorio, no hay un estancamiento permanente. La salida puede producir una
nueva escalada o una desescalada de intensidad del conflicto.

El estancamiento se produce, generalmente, cuando en un momento determinado del proceso del conflicto, en el
cual se han venido produciendo acciones y reacciones por parte de los actores, se abre una instancia de diálogo o de
negociación, asistida o no. Esto produce una parálisis de las acciones y se traduce en un estancamiento del conflicto
y que, según el resultado de esa instancia, seguirá con una escalada o desescalada.

Un ejemplo de estos procesos de estancamiento se produce cuando en un conflicto bélico se lleva a cabo lo que se
conoce como un “alto al fuego”, cuyo cese permite la apertura de acciones diplomáticas para resolver el conflicto,
las cuales si son positivas se traducen en la finalización del enfrentamiento.
También la práctica ha demostrado que siempre en un conflicto donde se produce una escalada, a partir de acciones
de niveles de alta intensidad por una parte, incluso llegando a situaciones de violencia, la otra parte se ve obligada a
responder con una conducta de igual o mayor intensidad, ya que, si esto no ocurre, puede ser tomado como una
muestra de debilidad en esa confrontación.

Además, esta reacción genera en quien fue el actor, cuya conducta originaria desató la escalada, la necesidad de
implementar una acción de mayor magnitud que la anterior, lo cual provoca, así, un círculo que lleva el conflicto a
niveles de intensidad muy alto. Esta dinámica, a su vez, genera lo que, en nuestra primera parte, cuando
desarrollamos las fases del conflicto, se denominó fase de crisis.

Ejemplos que demuestren esto sobran. El profesor Entelman (2005) establece que el conflicto conocido como la
Guerra Fría ofreció un “dramático” ejemplo de lo que se denominó un juego de escalada, particularmente con la
carrera armamentista, que concluye en el momento en que la entonces Unión Soviética entendió que no estaba en
condiciones de superar la última acción de los Estados Unidos, cuando el presidente Ronald Reagan anunció el
proyecto de defensa antimisiles conocido como “Guerra de las galaxias”.

Pero, volviendo a la situación de nuestro país, un ejemplo muy demostrativo de este juego de escalada se percibió
en el ya mencionado conflicto entre el campo y el gobierno nacional durante el año 2008: cada una de las partes fue
generando acciones de mayo nivel de intensidad a las respuestas que recibía de su adversario. De ese modo, las
posiciones duras de los productores agropecuarios encontraban discursos agresivos por parte de la presidenta. Así,
ante estos, los productores llevaban a cabo medidas cada vez más violentas que condujeron a situaciones como los
cortes de las rutas y las consecuencias que ese conflicto presentó a toda la sociedad, hasta que a partir de la
intervención del congreso se tomó una decisión, que no resolvió el conflicto propiamente dicho, pero generó una
clara desescalada en los niveles de intensidad que presentaban las partes.

Por último, es importante destacar que cuando un conflicto ha alcanzado determinados niveles de intensidad,
mucho más dificultosa va a ser su resolución. Si el objetivo que se persigue es tratar de resolver el conflicto, cuanto
más a tiempo se lo puede trabajar, mejor será. Si tenemos en cuenta las fases mencionadas al principio, lo ideal para
resolver un conflicto, reduciendo al máximo sus consecuencias negativas, es tomarlo en la fase temprana, donde
generalmente no se ha producido la escalda o esta es de muy baja intensidad.

Pero si, por el contrario, no se lo pudo trabajar en esa primera fase y el conflicto ha tenido una marcada y acentuada
escalada, con niveles altos de intensidad, será muy difícil que las partes puedan producir un estancamiento o una
desescalada de él, ya que la acción, en ese sentido, por parte de uno de los actores puede ser tomada como una
señal de debilidad por el otro. Esto, como hemos visto, conduce a una acción muy dura para terminar imponiéndose
ante su adversario. Además, si se ha llegado a ese nivel de enfrentamiento, es muy raro, casi imposible, pensar que
entre las partes pueda existir un canal de comunicación directo que genere el diálogo necesario para llegar a un
pacto, acuerdo o compromiso para resolver los puntos de conflictos.

Ante esa situación, es indispensable la intervención de terceros. Estos están llamados a cumplir un rol cada vez más
importante en el tratamiento de los conflictos, sobre todo los de alta intensidad, además de vehiculizar las
condiciones para llevar adelante procesos de diálogos y de comunicación entre las partes, que permitan generar un
estancamiento o parálisis en el conflicto, sin que esto sea interpretado por las contrapartes como situaciones de
debilidad o estado de vulnerabilidad.

Por ello, se torna indispensable que esos terceros a los que les corresponde o tengan la posibilidad de intervenir
estén capacitados y formados para interpretar y analizar el conflicto, sus actores, los objetivos, etcétera, y poder
realizar la correcta y más adecuada caracterización para, a partir de allí, desarrollar la más eficaz estrategia que
permita trabajar con los actores en la resolución del conflicto.

En ese sentido, las herramientas de resolución alternativas de conflictos están llamadas a cumplir un rol esencial en
la búsqueda de soluciones y acuerdos por vías pacíficas y a través del diálogo entre los actores y con la colaboración
de terceros, como mediadores o árbitros.

LECTURA 4 La resolución alternativa de disputas (RAD).


La cultura del litigio y los sistemas alternativos. Ventajas y críticas. Gama de opciones de la RAD

Al hablar de resoluciones alternativas, se debe tener en cuenta que en verdad la forma de solucionar los problemas
de nuestros antepasados, y previo a la existencia del Estado de derecho, era a través de estos mecanismos, con otras
características y otras herramientas, pero mucho después se implementó el sistema jurídico como vía para la
resolución de conflictos, por lo que perfectamente se podría afirmar que el sistema alternativo para la resolución de
conflictos fue el derecho y no a la inversa.

Pero ocurre que nuestra cultura, y particularmente nuestra formación como abogados, nos ha llevado a lo que se
conoce como la cultura del litigio, donde los problemas se resuelven en tribunales por medio de un juicio o no se
resuelven. Esto sucede ya sea porque no son trascendentes para el sistema, aunque para las partes afectadas sean
muy importantes, o porque no se tiene los recursos necesarios para acceder al servicio de justicia, y esta es una de
las desigualdades más terrible que existe, porque no poder ejercer un derecho por falta de recursos económicos es
una de las más grandes injusticias.

Aun aquellos que pueden acceder al sistema jurídico, se encuentran con que el objetivo de este es abstracto, es
buscar la verdad, hacer justicia, que no necesariamente se traduce en solución del problema. El juez utiliza un
sistema de adjudicación, de allí que se hable de adjudicar el derecho. Las partes presentarán sus pretensiones,
acompañarán las pruebas por las que consideran que les asisten el derecho que reclaman, y será el tercero el que
decida cómo se resuelve la controversia, pero no según su leal saber y entender, sino ajustándose a lo que
determina la norma.

También se observa que el sistema judicial se encuentra absolutamente desbordado y saturado por la gran cantidad
de causas que llegan a los estrados, donde la estadística demuestra, además, que son más las causas que entran que
las que se resuelven. El tiempo de duración de los procesos judiciales hace que una causa ordinaria lleve años para
su resolución, y como se ha dicho siempre, justicia tardía, no es justicia. Toda esta situación demuestra que el
sistema judicial no es eficaz, pero además de ello y más grave aún es que el sistema no es creíble ni confiable para
los ciudadanos, para el ciudadano común, y eso afecta mucho más la institucionalidad de la justicia.

Por ello, es indispensable aplicar otros métodos de resolución de conflictos, más económicos, eficaces, breves y
justos, que procuren efectivamente resolver el problema planteado entre las partes, que persigan como objetivo
central la paz y la disolución del conflicto, para que muchas de las causas que hoy terminan en los tribunales puedan
ser tramitadas por estos medios, garantizando a todos aquellos ciudadanos que de otra manera no tienen acceso a la
justicia, ya sea por falta de recursos económicos o porque sus conflictos no encuadran en las conductas prohibidas
y, en consecuencia, el sistema judicial no les brinda respuesta a los actores involucrados.

Fue a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, y, sobre todo, en el contexto internacional, que se
empezó a plantear la necesidad de pensar en formas alternativas de resolver conflictos. La humanidad no se podía
permitir que la violencia y la guerra fueran la única forma de solucionar sus problemas y que eso significara millones
de muertos. Por ello, se empieza a trabajar en los métodos de resolución alternativa de conflictos o disputas (RAC o
RAD), y, entre otros, se comienzan a desarrollar la negociación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, etcétera.

Surge de esa manera a nivel mundial un fuerte movimiento de resolución alternativa de conflictos. Así, estos
métodos se empiezan a aplicar a todo nivel, tanto para resolver problemas a nivel internacional como entre dos
empresas o dentro un mismo grupo, incluso entre personas individuales, que eligen resolver sus conflictos de una
forma distinta y pacífica, en lugar de recurrir a un tercero, el juez, que dirima quién tiene razón y quién no. También,
el procedimiento de negociación particularmente se implementa para aquellas ocasiones en las que se debe tomar
una decisión para evitar llegar a un conflicto posterior.

Figura 1: Objetivos métodos R.A.D.


Debe tenerse presente que este método no tiene como objetivo el reemplazo del sistema judicial. Muy por el
contrario, debe complementarse con él, logrando constituir un sistema de resolución de conflictos eficiente, que se
inicie con las instancias a su más bajo nivel y, si es posible, en forma descentralizada, y luego, a medida que sea
necesario, ir avanzando a métodos de mayor nivel, reservando como última instancia el proceso judicial. Esto se
conoce como principio de subsidiariedad.

Por otro lado, no debe obviarse que existe gran cantidad de conflictos que no pueden ser resueltos por otra vía que
no sea la judicial, ya sea porque son de orden público o por cuestiones que no son disponibles por los particulares,
como se verá en las próximas lecturas. Ejemplo de estas situaciones puede ser la discusión de un régimen de visita o
una cuota alimentaria, donde las partes en conflicto podrían discutir y acordar en una instancia de mediación, con la
colaboración de un tercero neutral llamado mediador, como ya se desarrollará. Pero esas mismas partes no pueden
por intermedio de una instancia de mediación declarar un divorcio, ya que eso le corresponde a una autoridad en
representación del Estado, que fue la misma autoridad que en nombre del Estado declaró y reconoció
oportunamente ese matrimonio. Lo mismo ocurre con aquellas causas penales de orden público, y que no son
materia disponible de las partes, aunque estas puedan acordar en mediación los respectivos a indemnizaciones u
otras acciones civiles derivadas de la acción penal.

Ventajas de la resolución alternativa de disputas (RAD)

Los métodos RAD presentan determinadas ventajas que hacen aconsejable su uso, a saber:

Rápidas: el problema puede ser resuelto en pocas semanas y no tardar años como un litigio judicial.

Confidenciales: todo lo que se habla en una mesa de negociación, mediación, etcétera, queda cubierto por la
confidencialidad, que es una garantía para las partes y para el tercero neutral involucrado, como por caso es la
mediación.

Informales: no poseen una estructura rígida como es el proceso judicial.

Flexibles: las partes tienen la libertad de acordar lo que consideran que es más conveniente para ambas, sin estar
atadas a ningún precepto legal.

Económicas: los costos siempre son inferiores a los que ocasiona el litigio en los tribunales.

Justas: como se dijo anteriormente, la solución es lo que las partes consideran más conveniente y justo para ellas.

Exitosas: desde las estadísticas, está demostrado que los resultados son más exitosos que los de los juicios, pero,
además, el cumplimiento de los acuerdos alcanzados es más eficiente, ya que la parte que fue protagonista para
llegar a ese acuerdo siente un compromiso más fuerte con este.

Críticas a la resolución alternativa de disputas (RAD)

Por supuesto que estos métodos no son perfectos ni mucho menos, y consecuentemente poseen críticas
importantes que es necesario conocer:

Figura 3: Críticas a la Resolución Alternativa de Disputas


El desequilibrio de poder entre las partes: nunca la situación de poder entre los actores es igual, ya que tienen
posiciones económicas, sociales, culturales, etcétera, distintas y, por ello, una parte puede no estar en condiciones
libres de acordar o no conocerá sus derechos o posibilidades.

Ausencia de representación suficiente para dar consentimiento: esta crítica está dirigida a aquellos actores que
toman decisiones y celebran acuerdos en representación de personas jurídicas, y en los cuales no siempre se
reconoce el real interés de sus socios o clientes.

Falta de fundamento para la posterior actuación judicial: la crítica se plantea especialmente en aquellos que
sostienen que el acuerdo reemplaza a la sentencia. Y esto se considera un error, ya que la sentencia puede ser
modificada por otras instancias posteriores, mientras que una vez alcanzado un acuerdo, el juez queda
decididamente atado a lo que las partes dispusieron.

La justicia debe prevalecer antes que la paz: y, por último, nos encontramos con la diferencia más sustancial entre
los métodos alternativos y los juicios, que es la búsqueda de la paz o la justicia.

En definitiva, como se ha dicho anteriormente, más allá de las ventajas y las críticas, no deben tomarse estos
métodos como una forma de reemplazo o de privatización de la justicia, ya que la RAD será eficiente si el ciudadano
tiene como reaseguro el sistema judicial detrás. No debemos olvidar que el hecho de recurrir al uso de la fuerza para
ejecutar el cumplimiento de un acuerdo o de un laudo seguirá estando siempre en manos del Estado y no de los
particulares.

Además, funcionando en un sistema coordinado y de cooperación, los beneficios que estos métodos, conjuntamente
con la instancia judicial, pueden traer a la implementación del servicio de justicia, como así también a la búsqueda
de paz social, son muy importantes.

Gama de opciones de la RAD

Existen numerosas opciones de resolución alternativa de disputas que se pueden poner en práctica a los fines de
buscar otra forma de resolver conflictos que no sea el sistema judicial.

Muchas de ellas no son conocidas ni divulgadas, y probablemente ese sea su mayor déficit, que hace que las
resoluciones no sean aplicadas, salvo casos excepcionales.

A continuación, haremos mención de algunos métodos RAD que se encuentran descriptos en el libro Mediación para
resolver conflictos, de las autoras Elena Highton y Galdys Álvarez (1995).

En primer lugar, se describen los cuatro métodos más comunes y usados para luego desarrollar herramientas más
desconocidas pero igual de útiles.

La negociación es un procedimiento que “…se hace directamente por las partes, sin ayuda ni facilitación de terceros.
Es un proceso voluntario, predominantemente informal, no estructurado, que las partes utilizan para llegar a un
acuerdo mutuamente aceptable” (Highton y Álvarez, 1995, p.119).

La Conciliación “…consiste en un intento de llegar voluntariamente a un acuerdo mutuo, en que puede ayudar un
tercero quien interviene entre los contendientes en forma oficiosa y desestructurada, para dirigir la discusión sin un
rol activo”. En América Latina este vocablo se lo utilizar para nombrar la facilitación de un acuerdo presidido por un
juez. En este sentido, en la mayoría de los Código Procesales se regula la conciliación para permitir que el juez
convoque a las partes en litigio a fin de intentar que lleguen a un acuerdo. (Highton y Álvarez, 1995, p.119-120).

La Mediación es un procedimiento informal, no estructurado, no adversarial, en el cual un tercero neutral ayuda a


las partes a negociar para llegar a un resultado mutuamente aceptable. El mediador no actúa como juez, pues no
puede imponer una decisión, sino que ayuda, colabora, con las partes a identificar los puntos en controversia, a
explorar las posibles bases de un pacto y las vías de solución. (Highton y Álvarez, 1995, p.120).

El arbitraje es un procedimiento por el cual se somete una controversia, por acuerdo de las partes o por imperio de
la ley, a un árbitro o a un tribunal de varios árbitros que dicta una decisión (LAUDO) sobre dicha controversia que es
obligatoria para las partes. Al escoger el arbitraje, las partes optan por un procedimiento privado de solución de
controversias en lugar de acudir ante los tribunales. (Highton y Álvarez, 1995, p.121).

Otros métodos

Mediación/Arbitraje (med/arb): es una combinación de ambas figuras, por la cual las partes se comprometen a
intentar resolver su contienda a través de un procedimiento escalonada, en virtud del principio de subsidiariedad,
empezando por un nivel más bajo, esto es la mediación, y luego, si no se logra un acuerdo, pasar a un nivel más alto
de resolución como es el arbitraje. Este procedimiento combinado asegura la resolución del conflicto, porque si no
hay acuerdo en la mediación, pasará a decisión de un tercero neutral en calidad de árbitro, pero el problema al final
tendrá una resolución. Para su aplicación las características de cada uno de estos dos métodos son las comunes a
cada uno de ellos. (Highton y Álvarez, 1995, p.123).

Arbitraje/Mediación (arb/med):es la combinación de los dos procedimientos anteriores, pero en orden invertidos.
Primero se desarrolla el juicio arbitral, en el cual el árbitro dicta un laudo (decisión final) pero no lo hace público, por
el contrario, lo reserva en un sobre cerrado, lo pone a disposición de las partes y se retira del lugar. Las partes tienen
la posibilidad de abrir el sobre, conocer la decisión y ha concluido el procedimiento, o bien, recuperar el proceso de
negociación para ellas, no abrir el sobre y buscar una solución acordada por ellas. Si al entrar nuevamente el árbitro
a la sala, las partes han decidido no abrir el sobre y tratar de lograr un acuerdo, pues el tercero neutral se convierte
en mediador. Si se llega a un acuerdo, el sobre se destruye y nadie sabrá cuál era la decisión del tercero, por el
contrario, si no se logra un acuerdo se abre el sobre y se hace público el laudo, que será obligatorio para las partes
en conflicto. (Highton y Álvarez, 1995, p.124).

Medaloa: esta herramienta la puede sugerir el mediador cuando ve que el proceso llega a su fin y las partes no ha
podido lograr un acuerdo. Entonces se ofrece actuar como árbitro por el sistema de arbitraje de la última oferta. Es
decir que optará como árbitro entre las dos últimas ofertas sugeridas en la mesa de mediación, pero sin poder partir
las diferencia, es decir, será una opción o la otra. Al decir de las autoras mencionadas, esto motiva a las partes a
hacer nuevas concesiones, y si no lo logran reducir el conflicto, se aplica el arbitraje mencionado. (Highton y Álvarez,
1995, p.125).

Alto-Bajo (high-low): Las partes van acordar un máximo y un mínimo, que será lo que perciba el acreedor. Pero la
calidad de acreedor aún no está definida, y eso será sometido a arbitraje. Si el árbitro decide que si es acreedor
percibirá el máximo, por el contrario, si decide que no, percibirá el mínimo. El objetivo de este método es incitar a
utilizar el arbitraje para decidir la calidad de acreedor de una parte cuando esto está discutido. Generalmente quién
aduce ser acreedor no acepta el arbitraje, pero sabiendo que aun no siendo reconocido como acreedor igual gana,
es una forma de estimularlo a participar. Y por el lado del deudo, tiene la posibilidad de acordar un máximo más bajo
del que debería afrontar si fuera en sede judicial. (Highton y Álvarez, 1995, p.125).

Pericia arbitral: Este mecanismo, previsto en el Código de Comercio, como expeditivo modo para la solución de
diferendos que en la ejecución de ciertos contratos se suscitase sobre cuestiones de hecho, y lo decidido por el
árbitro tiene valor de cosa juzgada con relación a tales hechos. (Highton y Álvarez, 1995, p.125).

Experto neutral: cuando los conflictos versan sobre cuestiones técnicas para partes pueden contratar a un experto
neutral, quién emitirá una opinión técnica neutral sobre los hechos o pautas puestas a su consideración. Las partes
pueden pactar sobre el alcance del dictamen y la obligatoriedad o no de éste. (Highton y Álvarez, 1995, p.126).

Oyente neutral: las partes recurren a un tercero con destacados antecedentes y de confianza de ambas. Ellas le
presentarán al oyente, la mejor propuesta posible que está en condiciones de efectuar a la contra parte. Éste las
evalúa, las compara y luego informa si las propuestas se acercan lo suficiente como para justificar la celebración de
reuniones con el fin de pulir y ajustar las diferencias. EL oyente neutral no necesita explicar qué criterio uso para
analizar las propuestas y debe mantener absoluta y estricta reserva de cada propuesta, al menos hasta que las
partes lo eximan de esa obligación. (Highton y Álvarez, 1995, p.128).
Ombudsman: también conocido en los países iberoamericanos como defensor del pueblo, cumple un rol de
mediador entre la administración pública y los ciudadanos, y se convierte así en una instancia alternativa de
resolución de conflictos.

Mini juicio: este procedimiento no es un juicio chiquito, sino una presentación oral efectuada por los abogados ante
los directivos de las empresas que se encuentran en conflicto, quienes luego intentan arribar a un acuerdo. La
ventaja es que se produce sin intercambio de información entre partes, ya que los abogados presentan los
elementos de mayor envergadura y prueba en forma privada a sus representados y a los contrincantes. Ello conlleva
que ambas partes conozcan la situación del otro, y puedan buscar una solución imaginativa y conjunta, sobre todo
en casos de gran complejidad, y por otro lado permite que aquellos directivos que no habían tomado contacto con
el caso, se interioricen y participen en forma activa para su resolución. (Highton y Álvarez, 1995, p.133).

Alquiler de un juez: las partes recurren a este mecanismo como una forma de evitar tribunales y la instancia judicial
por su demora. Es un procedimiento privado donde las partes contratan a quién deberá actuar en la toma de la
decisión final, y que generalmente se busca a un juez retirado. A diferencia del arbitraje, en este caso el “juez”
deberá fallar según el derecho positivo y los antecedentes, como lo haría si aún estuviera en ejercicio de la
magistratura, y las partes aceptan previamente que la decisión será obligatoria para ellas. (Highton y Álvarez, 1995,
p.135).

Breve noción de métodos de resolución de conflictos: adversariales y no adversariales. Rasgos distintivos y análisis
comparativo

En primer lugar, los métodos de resolución de conflictos pueden ser clasificados en métodos adversariales o
métodos no adversariales, a saber:

Figura 4 : Comparación de ambos métodos

•Las partes están enfrentadas entre sí y son contendientes.


Métodos •Un tercero suple la voluntas de las partes y toma la decisión.
•Si una parte gana la otra necesariamente pierde, soluciones
adversariales "todo o nada".
•La decisión pone fin al litigio.

•Las partes actúan juntas y cooperativamente.


Métodos no •Las partes mantienen el control del procedimiento y
acuerdan la propia decisión.
adversariales •Todas las partes se benefician con la solución que juntas han
creado.

Por otro lado, según quién toma la decisión final para resolver el conflicto, se los puede clasificar en métodos de
autocomposición o métodos de heterocomposición:

Figura 5 : Tipos de métodos

• Son las propias partes quienes


Métodos de arriban a una solución. Ningún
autocomposición tercero toma ni impone una
decisión.

Métodos de • Siempre la decisión que pone


heterocomposición fin al conflicto es tomada por
un tercero distinto a las partes.
A partir de estas dos clasificaciones, se puede afirmar que la negociación es un proceso de resolución alternativa de
conflictos de característica no adversarial, ya que las partes actúan en forma cooperativa para resolver el problema y
no como adversarios. Asimismo, es un método de autocomposición porque el resultado final va a surgir de las
propias partes y no de un tercero ajeno al conflicto.

En el siguiente cuadro, se puede visualizar claramente cuál es el poder que poseen las partes o los terceros en
diversos métodos de resolución de conflictos. Se observa que en la negociación el poder es absolutamente de las
partes, y esta es una de las características principales de este proceso.

Figura 6: El poder en la solución de conflictos

Diferencias entre negociación, mediación, arbitraje y conciliación

En el cuadro siguiente, se pueden observar claramente las diferencias y semejanzas entre estos distintos procesos de
resolución de conflictos:

Tabla 1: Cuadro comparativo entre los métodos

Conciliación Negociación Mediación Arbitraje


Método no Método no Método no Método adversarial y
adversarial y de adversarial y de adversarial y de heterocompositivo
autocomposición autocomposición autocomposición
Informal y no Informal y no Informal y una Informal y
estructurado estructurado mínima estructura estructurado
Consensual o Consensual Consensual o Consensual o
imposición imposición imposición
Confidencial Confidencial Confidencial Confidencial
Interviene tercero No interviene un Interviene un Interviene un
neutral en calidad tercero tercero en forma tercero neutral para
pasiva activa (el mediador) tomar la decisión
final
Solución adoptada Solución adoptada Solución adoptada Solución adoptada
por las partes por las partes por las partes por un tercero
(árbitro)
Acuerdo Acuerdo Acuerdo Laudo (obligatorio
(obligatorio para las (obligatorio para las (obligatorio para las para las partes y
partes) partes) partes y ejecutable) ejecutable)

1) Se hace referencia a los métodos en los que se incluye a cada proceso, y que fueron desarrollados anteriormente.

2) Según las características del procedimiento, debe aclararse que, en el caso del arbitraje, si bien reviste algún grado
de formalidad, esta es flexible y rígida como en el juicio.
3) Se hace referencia a la instrumentación del procedimiento, ya que puede ser por consenso o, en algunos casos,
por imposición de la ley o forzoso, como lo veremos más adelante.

4) El secreto o no en las actuaciones y discusiones que se llevaron adelante.

5) Se precisa si en el proceso tiene intervención algún tercero, y en los casos en que efectivamente lo hacen, en qué
calidad o rol dentro del proceso.

6) Quién adopta la decisión final.

7) Instrumento por el cual se formaliza la decisión final y sus efectos para las partes.

Observando este cuadro se percibe que, en principio, no existirían diferencias entre la conciliación, la negociación y
la mediación. Y en verdad, la mediación es un proceso de negociación entre partes, asistidas o apoyadas por uno o
dos mediadores profesionales, neutrales, quienes tienen un rol activo en el proceso, pero no son los que van a
adoptar la resolución final, no son jueces, sino que su función es, a través de diversas técnicas y herramientas,
colaborar y trabajar con las partes para que ellas puedan arribar a un acuerdo satisfactorio para ambas. Por otro
lado, el proceso de negociación es directo entre partes y no existe la colaboración ni la participación de ningún
tercero en él. En la conciliación la gran diferencia con la mediación radica en el rol que cumple ese tercero, ya que en
este procedimiento tiene un rol muy pasivo.

Con el resto de los mecanismos las diferencias son más importantes y están claramente desarrolladas en el cuadro y
en los conceptos descriptos anteriormente.

Se podría afirmar que un proceso lógico, a los fines de resolver un conflicto, debería ser que en primera instancia las
partes, entre ellas, negociando, intenten lograr una solución acordada y que dé por terminado ese problema.

Pero cuando los actores en el proceso afrontan problemas de comunicación, por su alta emotividad u otro
impedimento, lo que pone en riesgo la posibilidad de una solución negociada, se puede intentar una conciliación con
la presencia del tercero, por ejemplo, un juez de paz.

Si la comunicación y el diálogo no se puede entablar de manera correcta y no se puede avanzar, se puede recurrir a
la mediación. La mediación es, como se dijo anteriormente, una variante del proceso de negociación. Si bien se
aplican a esta las mismas reglas generales, se distingue de la negociación porque se incorpora un tercero neutral al
que llamamos mediador. Siguiendo al autor Pinkas Flint (1988), podemos decir que:

El rol del mediador, a diferencia del que participa en la conciliación, es uno activo, el de facilitador, quien recoge
inquietudes, traduce estados de ánimo y ayuda a las partes a confrontar sus pedidos con la realidad. En su rol, el
mediador calma los ánimos exaltados, rebaja los pedidos exagerados, explica posiciones y recibe confidencias. El
mediador debe ganarse la confianza de ambas partes y siempre seguirán siendo ellas las que arriben o no a la
solución. (Pinkas Flint, 1988).

Tanto para la conciliación como para la negociación y la mediación, el proceso es clásico, flexible y elaborado a la
medida de las partes.

Si después de haber intentado estos mecanismos el conflicto aún no ha podido ser resuelto y las partes no han
podido lograr un acuerdo entre ellas, entonces se ven obligados a buscar otra forma de resolverlo y la opción
siguiente es recurrir a un tercero para que en su carácter de árbitro dé una solución al problema. Solución que las
partes por sí mismas y con colaboración de terceros no pudieron encontrar. En este caso estamos en un nivel más
formal, rígido y elaborado.

Y en el último escalón y al nivel más alto, está situada la herramienta que debería ser aplicada cuando todos los
procesos y métodos anteriores fracasaron o solo para aquellos conflictos que no pueden ser resueltos por vías
alternativas, pero que, lamentablemente, es la primera a la que se recurre para dar solución a estos, y es el proceso
judicial, litigio o adjudicación judicial.
Este proceso es aún más formal y definitivamente más impersonal. En esta modalidad las partes recurren a los
tribunales para encontrar una solución, dejando el resultado a lo que se pueda probar, así como a las normas de los
códigos de procedimientos y leyes o reglamentos. Lo que importa no es la verdad real, sino la verdad legal. En este
método de resolución de conflictos, se aplican criterios de un mundo normativo formal, legal, los que recaen sobre
hechos que deben probarse en los expedientes (Pinkas, 1988).

Y siempre uno gana y otro pierde, uno tiene el derecho y el otro no lo tiene. La relación social en estos casos queda
definitivamente dañada, y una de las partes buscará, en algún momento, tomar revancha de ese fallo en el que salió
perdedora.

Además, teniendo en cuenta lo visto hasta aquí, debemos saber que este último proceso será posible de concretarse
cuando el conflicto sea de la categoría de una conducta prohibida contra una conducta permitida, ya que, si nos
encontramos en uno del tipo de permitido versus permitido, será imposible resolverlo por la vía judicial, con lo que
el conflicto quedará irresuelto y con las consecuencias que esa situación genera para cualquier tipo de relación
social.

Para cerrar este aspecto, podemos reiterar que el proceso integral para lograr la resolución de un conflicto debe ir
de menor a mayor en relación con los métodos o mecanismos que se decide utilizar. Debe empezarse siempre por la
menor conflictividad, menor costo, tanto económico como en el tiempo, y sin la intervención de nadie más que la
partes; luego, si esto no funcionó, buscar la ayuda de un tercero; si también fracasa, pues se le solicitará a una
persona elegida y acordada entre ambas partes que tome esa decisión; y si ya es imposible llegar a una solución,
pues bien, se deberá recurrir a un juez y se aceptará indefectiblemente la decisión final.

Todo este desarrollo, como se ha dicho, no se lleva a la práctica en la realidad, ya que cuando existe un conflicto
determinado, y que por razones económicas o sociales se justifique, directamente se lo somete a los tribunales de
justicia. Y si el aspecto económico es muy reducido, directamente se lo deja sin resolución, ya que no justifica iniciar
todo un proceso que llevará años de duración y con un alto costo económico.

Esto ha generado dos consecuencias muy graves, tal como dijimos anteriormente. Una de ellas es que producto de
que todo tipo de conflicto se judicializa, la estructura del poder judicial no soporta y se encuentra absolutamente
colapsada, lo que conlleva a una mayor demora en los trámites, pérdidas de expedientes y demás consecuencias.

Por otro lado, la segunda consecuencia gravísima que se observa es que por los costos que conlleva presentar una
demanda judicial y la demora en resolverse, el servicio público de justicia no se encuentra al alcance de todos los
ciudadanos, es decir que por razones socioeconómicas sectores importantes de la población no tienen un adecuado
acceso a la justicia.

Pues bien, todos los procesos de resolución alternativa de conflictos que estamos viendo pueden llegar a ser un
importante aporte para resolver estos problemas. Cuidado, no se encuentra en ellos solos la solución, pero sí
pueden colaborar en descomprimir las barandillas de los tribunales y además pueden estar a disposición de todos los
ciudadanos.

Definitivamente, se reitera que existen conflictos que por su envergadura y consecuencia social deben ser siempre
resueltos por el poder judicial, pero los problemas de todos los días pueden ser arreglados en estas instancias
alternativas.

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