Está en la página 1de 2

TESIS SOBRE EL JUGAR (II)

EL ESPACIO DE LAS DISTANCIAS ABOLIDAS


- Rodulfo -

Debemos seguir adelante con nuestros descubrimientos sobre funciones del jugar mucho
más tempranas y fundantes que el célebre fort/da, ligadas a la edificación del cuerpo propio.
Hemos ya logrado establecer una primera donde se trata, en definitiva, del trazado y la inscripción
de una superficie sin volumen y sin solución de continuidad; o como dicen: superficie sin agujeros.
Cuando vemos a un chico, por ejemplo, embadurnado con papilla el sitio donde come, no
hay que pensar que está efectuando una intervención sobre un objeto del mundo externo. En
realidad trabaja como albañil de su propio cuerpo. Es erróneo imaginar una separación, que
todavía está lejos de constituirse, del orden de cuerpo/espacio, cuerpo/no cuerpo, etc.; todo lo
contrario, en ese tiempo luego remoto el espacio es el cuerpo, cuerpo y espacio coinciden sin
desdoblamiento.
Para un niño muy pequeño no hay ninguna operación sobre el espacio que no sea una
operación sobre su cuerpo.
Este singular régimen de especialidad lo conocemos como la forma de especialidad
inconsciente narcisista originaria por excelencia, conceptualmente enriquecida bajo el nombre de
espacio de inclusiones reciprocas, especialidad donde ninguna de las polaridades que luego van
organizando la vida del psiquismo están vigentes (y/no-yo, sujeto/objeto, externo/interno);
ninguna está constituida.
La adquisición de lo interno/externo se hace por un proceso de simbolización bastante
trabajoso. Debería bastarnos con registrar todas las luchas que los niños libran por sus
propiedades y por delimitarlas de las propiedades ajenas. Cuando al respecto se dice que el niño
no poseería “sentido de propiedad”, se incurre en una simplificación asaz burda, pues más
adecuado sería observar que no posee a sí mismo, demasiado incrustado en el cuerpo del otro
como está. Además, este espacio de inclusiones reciprocas es simultáneamente tiempo de
inclusiones reciprocas en la medida en que enfrentamos un orden en donde las categorías del tipo
pasado/futuro, por ejemplo, no han empezado a funcionar.
Tras esta nueva ampliación podemos ya presentar la segunda función del jugar
concerniente al segundo momento en la estructuración del cuerpo. El segundo tipo de actividad a
la que se puede ver a un bebé entregado involucra una serie de juegos de relación
continente/contenido, se podrá observar en esta época al niño intentando agarrar la cartera de la
madre, sacar cosas de allí, extraer elementos y devolverlos, todo de una manera insistente, absorta
y repetida. La relación entre contenido y continente que descubrimos es totalmente reversible. Del
mismo modo que coloca un objeto dentro de otro, puede recolocar esos elementos a la inversa; la
afirmación preconsciente de que el continente debe ser más grande que el contenido no tiene
validez en este nivel arcaico.
En otros términos, la espacialidad prosigue bidimensional. La reversibilidad, tanto espacial
como temporal, de las relaciones de continente/contenido -cuyo lazo es de ambigüedad y no de
oposición- permite que la fantasía proceda con toda naturalidad a esta clase de operaciones, que
se hallan en la base de lo que denominamos omnipotencia en el imaginario infantil. Pero son
muchos y muy importantes los procesos psíquicos que llevan este sello específico de la segunda
función del jugar en el coito: toda vez que se alcance un punto de real intensidad erótica, no es
subjetivamente decidible quien está dentro de quien.
La segunda paradoja de Winnicott, y que reza más o menos así: para poder separarse hay
que estar muy unido, muy en fusión, es la fusión la que permite (la condición de) la separación y no
al contrario. La clínica abunda en términos de los efectos negativos de la separación prematura
entre yo y no-yo que fuerza a categorizar esa diferencia de algún modo. Esto altera la
espontaneidad del pequeño sujeto, y lo orienta compulsivamente a adaptarse al deseo del Otro
(por ejemplo, el de abreviar todo lo posible la fusión originaria) que no es lo mismo que un
genuino desarrollo simbólico. La función estructurante de la omnipotencia temprana es
justamente en tanto protege al infans de percatarse tan precozmente de que es Otro el que lo
sostiene y que ese Otro podría desaparecer, lo cual, si genera crisis de angustia cuando cerca del
año empieza a reconocerlo, se tornaría decididamente aniquilante a los pocos meses de vida. De
ahí la insuficiencia de una concepción exclusivamente defensiva y psicopatológica de esa
omnipotencia.
La segunda función del jugar pone de manifiesto, en un espacio bidimensional, cierta
dimensión de volumen. En un espacio plano donde aún no se ha producido lo diferencial del
espesor, se acusa inesperadamente un modo extraño del volumen, volumen reversible, que tan
pronto surge como se desvanece. Por de pronto, ésta es una de las propiedades del espacio que
ella redescubrió, que en un régimen bidimensional el volumen como rasgo del cuerpo del sujeto y
del Otro primordial es algo que a cada instante se insinúa solo para deshacerse como un edificio de
arena.
Cuando esta segunda función no puede desplegarse por causa de imposición de la
diferenciación, el niño nuevamente resulta agujereado.
La fragilidad juega en ese caso como factor de ayuda al implicar una permeabilidad al
medio que en cambio seria vano esperar en las formaciones neuróticas. Entonces, el eje
gravedad/levedad, intersectado por el de curabilidad/incurabilidad es insuficiente por sí solo.
Olvida que una de las cosas más incurables de este mundo es una neurosis largamente (o
precozmente) cronificada: no matará, pero no tiene ninguna posibilidad de remisión espontánea y
se muestra inaccesible a las influencias de la vida, mientras que un paciente, cuyo equilibrio
narcisista es mucho más precario formalmente, tiene en esa labilidad una ocasión de cambio,
siempre que se dé un encuentro favorable en el plano objetal.
Si alguien no logró hacer una superficie suficientemente continua, ¿Cómo y con qué
emprenderá una diferenciación radical del cuerpo materno que amenaza desintegrarlo?
Es por eso mismo que el jugar representa una función tan esencial, en el ejercicio de la
cual el niño se va curando por sí solo respecto de una serie de puntos potencialmente traumáticos.
A lo largo del proceso de estructuración y en la medida de ella, el jugar se va
resignificando, lo que debemos recordar para no interpretar mecánicamente situaciones lúdicas
sobre la base de lo que “vemos”, es decir, sobre a base de un reduccionismo conductista del
significado que aísla secuencias del contexto que las esclarecería. Por ejemplo, la fabricación de
continuidades en superficie pasa luego a ser material de la angustia de castración; el daño al
cuerpo en banda se transforma en injuria imaginaria en el nivel fálico, básicamente referida a los
genitales. Por su parte, la relación de indiscriminación contiene contenido se puede convertir en
otro tiempo soporte de la fantasmatica edipica bajo el imperativo deseante de recibir un hijo del
padre. Por todo esto, tanto más esencial es que no se produzcan interferencias de importancia que
también obstaculizarían el trabajo futuro de la resignificacion.

También podría gustarte