Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Si el hijo “real” es el sucesor historizado del “hijo” de un deseo originario, los sentimientos que se
experimentan en relación con el son, también, los sucesores históricos de los “afectos” tal como se
los experimento en su momento.
II. La entrada en escena de la imagen de palabra y las modificaciones que ella impone
a la actividad de lo primario
La respuesta exige que nos pongamos de acuerdo acerca de la función que atribuimos a la imagen
palabra. La entrada en escena de la imagen palabra deberá coincidir con la plena elaboración de la
instancia que instituye el proceso secundario: el Yo
La representación de una idea exige que la psique haya adquirido la posibilidad de unir a la
representación de cosa la representación de palabra que ella debe a la percepción acústica, una vez
que esta última pudo convertirse en percepción de una significación: la voz de Otro es la fuente
emisora de tal significación. El añadido de lo que ha sido oído a la imagen de cosa da lugar a un
sistema de significaciones primarias que se diferencia del sistema característico de las
significaciones secundarias por el hecho, que en el primero, la representación de su relación con el
mundo que forja este sistema de significación sigue organizada de un modo tendiente a demostrar
omnipotencia del deseo del Otro. Esta demostración es la única que puede aportar el fantaseante la
certeza de la verdad de su representación, mientras que en el segundo sistema la prueba de verdad
se convierte en una exigencia que solo puede ser proporcionada por el discurso cultural.
El infans encuentra al lenguaje como serie de fragmentos sonoros, atributos de un pecho al que el otorga
un poder de palabra, el primer aporte de sentido que se debe a estos fragmentos se encuentra bajo la
protección absoluta y arbitraria de la economía psíquica del infans
Debemos ocuparnos del papel que cumple, nuevamente, lo originario. El pictograma testimonia la
presencia de una capacidad de oír: la actividad vital manifiesta desde un primer momento un poder
de excitación de la zona auditiva, puros sonidos carentes de sentido serán fuente de placer o
displacer, aunque solo en función del momento de su aparición y a condición de que su intensidad
no supere cierto umbral, traspasando el cual la excitación se torna fuente de dolor.
Desde los comienzos de la actividad de lo primario, el ruido, se convierte para este proceso en
sinónimo de un elemento que lo informa acerca de la presencia o ausencia del primer objeto que lo
primario estima acorde a la espera de la zona-función auditiva: la voz materna como atributo sonoro
del pecho, voz cuya presencia se convertirá para el fantaseante en signo de deseo materno, tanto si
la zona auditiva experimenta placer como si no lo experimenta.
Se debe insistir en la primera función que atribuirá lo primario al conjunto de las percepciones
acústicas: metabolizadas en una serie sonora que de testimonio de la presencia o ausencia del
objeto-pecho y del deseo de placer o displacer que este pecho, representante de la madre,
experimentaría respecto del fantaseante.
Esta instancia se caracterizara porque todo lo visto, lo percibido, lo vivenciado, se traducirá mediante
un sentimiento, condición necesaria para que la percepción exista ante esta instancia. El hecho de
que el lenguaje sea recibido en primer lugar como una serie sonora no debe hacer olvidar que, para
la voz que habla, esta series es, mensaje, expresión, imputación de un sentimiento y de un deseo, y
que el dueño de esta voz olvida que para el infans los efectos de la voz pertenecen a un orden
totalmente diferente.
Por lo tanto, en lo que atañe a la voz, se produce, la emisión de mensajes altamente significativos,
de expresiones y en lo que concierne al que escucha, la percepción de elementos sonoros que el
proceso primario metabolizara en signos que lo informaran acerca del deseo del pecho en relación
con él. Estos signos primarios son el núcleo a partir del cual se elaborara y se organizara el lenguaje
como sistema de significación.
Este lento trayecto, que va de la percepción de una sonoridad a la apropiación del campo semántico,
puede dividirse en tres fase, cada una de las cuales proporciona a lo oído y al acto de enunciación
funciones específicas que se adecuaran a las metas características de los tres procesos de la
actividad psíquica: el placer de oír, el deseo de aprehender, la exigencia de significación,
objetivo de la demanda del Yo.
El placer de oír
El deseo de oír es el antecedente indispensable para que surja un deseo de aprehender lo que
enuncia la voz: este deseo de aprehender implica la actividad de lo primario-secundario. Mientras
que se considera que en el proceso originario, todo sonido se presenta, en y a través del
pictograma, como el producto de un “tímpano-pecho sonoro” que representa, en el registro de la
función auditiva, las dos entidades indisociadas del objeto-zona complementario.
En relación con el signo fonético, Humboldt escribe:
“El signo fonético representa la materia de todo proceso de formación de lenguaje. En efecto, por un
lado el sonido es hablado, y como tal es sonido producido y formado por nosotros, pero, por el otro,
como sonido recibido se convierte en parte de la realidad sensible que nos rodea.”
Si aplicamos la definición de Humboldt a ese primer momento, su verdad parece evidente: todo
sonido emitido, tanto si lo pronuncia el infans, como si proviene del exterior, se presenta ante su oído
como una producción que el mundo le devuelve, testigo anticipado del placer o del sufrimiento que
acompañaran a su permanencia en una escena en la que el discurso es amo.
Su propio grito o su propio balbuceo vuelven a irrumpir en su cavidad auditiva como sonido de odio o
de amor del que el pecho-tímpano indivisible seria el emisor. El placer de oír en una primera
catectizacion del lenguaje cuya única condición es la audibilidad de lo percibido.
El deseo de aprehender
La entrada en juego de un deseo de aprehender, señala la modificación radical que implica lo
primario y la adquisición en la que reposa. En el registro que privilegiamos, esta modificación se
manifiesta a través de su posibilidad de trasformar el placer originado en la pura excitación de la
actividad de una zona-función por el objeto-voz en un placer ligado a un signo que la voz del Otro
ofrece.
Esta trasformación, presupone el reconocimiento de un pecho como objeto separado, que es una
condición necesaria para que la organización fantaseada instaure los dos polos de una dialéctica
deseo-placer que la mirada, en el exterior de la escena, contempla con alegría o angustia.
Si tomamos como punto de referencia la presencia de un sonido emitido en el exterior y percibido por
este proceso, diremos que el placer o displacer consecuentes dependen de la función de signo que
le atribuyen lo primario: lo que lo primario ve y oye es un signo mediante el cual el Otro le comunica
la intención de su propio deseo y el displacer, o el placer, a que darán lugar en el fantaseante.
Los signos y lenguaje de lo primario
Esta serie de signos que informan a lo primario acerca de la intención del deseo del Otro constituye
el sistema primario de significaciones que dan sentido a las construcciones que realiza.
Al pecho primordial percibido como continente del conjunto de los objetos que son fuentes de
excitación erógena se le añadirá un último atributo, que es el poder de “hacer” sentido, de engendrar
los signos que la psique recibe como mensaje de un deseo que, a partir de ese momento, decidirá
cuál será el afecto de la respuesta a la excitación. Solo si se convierte en mensaje de amor del Otro,
lo oído podrá ser fuente de placer: el oír precede de aprehender, pero el deseo de aprehender-
comprender al signo decide de ahí en más el efecto de lo oído.
Es importante subrayar lo que se originara en la copresencia de un lenguaje en el que se encuentran
presentes significaciones primarias que dan lugar a producción psíquicas acordes con la lógica de la
fantasía y, paralelamente a producciones psíquicas que tienen en cuenta las significaciones
secundarias, lo que implica un conocimiento por parte del sujeto de lo que el signo lingüístico
significa para los otros.
Los signos y el discurso de los otros.
La posibilidad de que una misma voz sea fuente de mensajes diferentes induce a la psique a
apoderarse de un determinado saber acerca de la significación no arbitraria del enunciado; ello
determina que el signo lingüístico se convierta en el instrumento que podrá ser utilizado por una
demanda que, más allá del objeto esperado, busca en el sí, en el no, en el quizá, la razón de la
respuesta proporcionada. Lo que satisface a la demanda ya no es exclusivamente el objeto, o el sí o
el no, sino lo que le revela la significación que ella atribuye a la respuesta.
La separación entre el registro de la demanda y el registro del deseo solo encontrara su forma
acabada en y a través de lo secundario, pero vemos ya que infiltra el campo de lo primario. Ello
tendrá dos consecuencias:
1. La variedad y la sustitución de los objetos de demanda sobre los que se instrumentara el
deseo, lo que implica la posibilidad de que objetos que son parte del cuerpo (el pecho, la
boca, la mirada, la escucha), al perder su función privilegiada de soportes exclusivos del
deseo, conserven sin embargo para la psique su carácter de existentes y, más en lo que
concierne al propio cuerpo, sigan siendo existentes cuya actividad es posible preservar.
A partir del momento en que la actividad de comer, deja de ser en forma exclusiva la función
necesaria para la ingestión de un signo causa placer, puede existir un intervalo entre el
funcionamiento alimenticio y la función erógena de la boca. Este intervalo nunca permite una
deserogenizacion total de la función alimenticia. Sin embargo, permite que la boca preserve
su existencia psíquica como parte del cuerpo propio, y que la búsqueda de un signo, o su
rechazo, pueda instrumentarse en un abanico compuesto por toda una serie de otras
actividades y de otros objetos soportes de la demanda infantil.