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La representación fantaseada del proceso primario: imagen de cosa e imagen de palabra

I. Imagen de cosa y fantaseo del cuerpo


La entrada en funciones de lo primario es la consecuencia del reconocimiento que se impone a la
psique de la presencia de otro cuerpo y de otro espacio separado del propio.
Lo que podrá representarse mediante la puesta en escena de una relación que una a lo separado es
el reconocimiento de la separación entre dos espacios corporales, y por lo tanto de dos espacios
psíquicos, reconocimiento impuesto por la experiencia de la ausencia y del retorno. Esta
representación es, reconocimiento y negación de la separación: lo que caracteriza a la producción
fantaseada es una puesta en escena en la que efectivamente existe una representación de dos
espacios, pero estos dos espacios están sometidos al poder omnímodo del deseo de uno solo.
A esta doble necesidad de proteger el postulado del poder omnímodo del deseo y de apropiarse de
una primera información acerca de la separación de los espacios psíquicos y corporales le responde
el surgimiento de una representación del Otro, agente y garante del poder omnímodo del deseo, y la
representación del propio espacio corporal como separado, como consecuencia de ese deseo: el
placer o displacer que este “espacio” puede experimentar se presentara a su vez como el efecto del
deseo del Otro de una reunificación entre los dos espacios separados o, a la inversa, como el efecto
de su deseo de rechazo.
Todo fantaseo se manifestara siempre, explícitamente o como telón de fondo, la representación
fantaseada del propio espacio corporal, percibido como un conjunto de zonas erógenas. Se
supondrá, así, que el placer o el displacer que ellas experimentan, dependerá de la presencia o
ausencia del cuerpo de otro provisto del mismo poder.
Todo fantaseo apunta a la obtención de un placer erógeno y que toda fantasía nos remite a las
representaciones sucesivas que forja lo primario acerca de lo que puede ser causa de un placer
sexual.
1. La representación fantaseada y el inconsciente
Fantasía e inconsciente se originan en la obra conjunta del postulado constitutivo de lo primario y de
un primer juicio, impuesto por el principio de realidad, acerca de la presencia de un espacio exterior
y separado.
El reconocimiento del cuerpo de la madre como entidad autónoma inducirá a la psique a admitir la
existencia en la escena exterior, de una pareja que ya no es representante como el equivalente del
objeto complementario.
El vínculo que une a la madre con ese tercero, presente en el espacio más familiar del infans, no es
ya la fusión, sino un acto que puede unir lo que está separado o rechazar todo posible acercamiento.
La primera percepción de un mundo “separado” exige el reconocimiento de que existen afectos que
transitan por el exterior y que el afecto del mundo no es siempre idéntico al afecto del fantaseante,
pero la puesta en escena de ese mundo presupone la metabolización de un modelo que, también en
este caso, se apoya en un modelo corporal. Sin embargo, esta metabolización conferirá a la fantasía
un carácter no acorde con el postulado de lo originario.
2. El postulado de lo primario y el principio económico que de el resulta

El postulado de lo primario tiene dos consecuencias esenciales

Proporcionar una interpretacion escenica de un mundo en el que


todo acontecimiento y todo existente encuentra su causa en la
intencion proyectada sobre el deseo del Otro.

Considera al displacer, experiencia inevitble, como lo que prueba la


realizacion del deseo del Otro, el displacer puede convertirse en fuente
de placer, pues, al experimientarlo, se tiene la certeza de adecuarse a lo
que el Otro desea.

Por interpretación escénica se entiende a la puesta en escena de la intención supuesta del


pecho, el cual ya no será posible concebir su presencia o ausencia como un efecto de azar,
los cuales son interpretadas como consecuencias de la intención del pecho de ofrecer placer
o de imponer displacer hasta que la sustituya la intención del deseo de la madre.

Al afirmar que la entrada en funciones de lo primario implica el reconocimiento de la presencia de un


pecho separado del propio cuerpo, hemos dejado de lado el que le sigue de inmediato: el
reconocimiento de un “otro lugar aparte del pecho” catectizado por el primer representante del Otro
en la escena de lo real, “otro lugar” a través del cual se le preanuncia a la psique la existencia del
padre y el reconocimiento de la pareja paterna.
3. Los prototipos de lo secundario
Mostraremos de qué modo, desde la primera fase de la actividad, lo primario instaura los prototipos
de lo secundario, sin los cuales la psique no podría tener acceso a lo que se convertirá en la tercera
representación de su relación con el mundo. Estos prototipos pertenecen a la realidad, al Yo, a la
castración y al Edipo.
Para tener acceso a lo originario, todo fenómeno debe ser representable mediante un pictograma;
para ello, se requiere que la zona-función, lugar de la percepción sea erogenizable. A partir de este
momento, se comprueba que es como fuente de placer que el objeto puede tener acceso al espacio
psíquico. El campo de lo primario obedece a la misma ley: el fantaseo de la experiencia debe
acompañarse con su catectizacion, nunca se fantasea gratuitamente.
La actividad primaria parte de la comprobación de la existencia de fragmentos del mundo que son
conocibles por estar ocupados por objetos catectizados, sin embargo para ser catectizados exigen
que la causa de su existencia y de su orden se ilustre en términos de deseo. La existencia del deseo
del Otro es el punto nodal y postulado a partir del cual puede instaurarse el conjunto de sistemas,
tanto fantaseado como metafísico.
La certeza de la existencia y del poder de ese deseo constituye una necesidad lógica para la
actividad fantaseada, el único camino que le permite plantear la existencia de Otro y, más tarde, de
los otros y, de ese modo, la existencia de una realidad. Podrá elaborarse así una reciprocidad entre
dos deseos que le permiten a la psique reconocerse a su vez como fuente de una actividad
deseante y no ya como efecto pasivo de la respuesta.
El prototipo del Edipo
A partir del momento en que el niño plantea el deseo de la madre como diferente del propio, tendrá
que figurar para ese deseo un objeto que no es exclusivamente el mismo.
A esta identidad deberá renunciar tan pronto como tenga la intuición de la posibilidad de un deseo
del Otro referido a “otro lugar” que lo desaloje de esa posición de objeto exclusivo del placer.
Como atributo paterno se debe entender, en primer lugar, todo objeto corporal que pueda
relacionarse con el cuerpo erogeinizado de la madre, objeto que ya no es fantaseado como un
complemento propio de este mismo cuerpo, sino como un objeto que viene “de otro lugar” para
completar ese cuerpo.
Cerca de la madre se encuentra generalmente ese otro sujeto al que ella está unida por una relación
privilegiada, responsable por lo general de que se quiebre la exclusividad de la relación madre-niño,
ese sujeto que puede ofrecerle, aunque con menor frecuencia, un placer corporal (acariciarlo) y que
ya no es propiedad exclusiva de la voz materna.
Así, el placer del cuerpo del niño aprende a descubrir un “otro sin pecho”, pero que puede revelarse
para el conjunto de sus zonas-funciones erógenas como fuente de placer, convertirse en una
presencia que se desea, aunque a menudo sea la presencia que perturba.
Función materna El deseo de hijo de la madre, en un pasado lejano, era, en primer lugar,
“deseo de tener un hijo de su propia madre” y, si todo se desarrolló “normalmente” su infancia habrá
sido marcada por el “deseo de un hijo del padre”, luego por un “deseo de hijo” cuyo padre
imaginario, no siendo ya el propio, seguía siendo sin embargo un hombre futuro que tendrían sus
cualidades y que sería su sucesor legal.
Función paterna En cuanto al padre su “deseo de hijo” se formuló como “dar- recibir un hijo a y
de la madre” antes de que lo remplazarse el término “mujer”. Así pues, el hijo de la pareja es,
sucesor de un “niño” cuyo deseo se origina en la trasmisión de un “ya-presente-desde-siempre” de la
configuración que estructura al deseo edipico, estructura que da prueba de la historizacion del deseo
en el orden humano.

Si el hijo “real” es el sucesor historizado del “hijo” de un deseo originario, los sentimientos que se
experimentan en relación con el son, también, los sucesores históricos de los “afectos” tal como se
los experimento en su momento.
II. La entrada en escena de la imagen de palabra y las modificaciones que ella impone
a la actividad de lo primario

1. El sistema de significaciones primarias


La diferencia real entre una representación inconsciente y una representación preconciente (idea)
consistiría en el hecho de que la primera se vincula con materiales que no son conocidos, mientras
que esta (preconciente) estaría asociada a una representación verbal.
Estas representaciones verbales son huellas mnémicas: en el pasado fueron percepciones y, al igual
que todas las huellas mnémicas, pueden volver a ser conscientes. Solo puede hacerse consciente lo
que ya existió en el estado de percepción consciente.
¿Exige la inscripción psíquica de la imagen de palabra el pasaje al proceso secundario o se observa ya
su huella en el funcionamiento del proceso primario?

La respuesta exige que nos pongamos de acuerdo acerca de la función que atribuimos a la imagen
palabra. La entrada en escena de la imagen palabra deberá coincidir con la plena elaboración de la
instancia que instituye el proceso secundario: el Yo
La representación de una idea exige que la psique haya adquirido la posibilidad de unir a la
representación de cosa la representación de palabra que ella debe a la percepción acústica, una vez
que esta última pudo convertirse en percepción de una significación: la voz de Otro es la fuente
emisora de tal significación. El añadido de lo que ha sido oído a la imagen de cosa da lugar a un
sistema de significaciones primarias que se diferencia del sistema característico de las
significaciones secundarias por el hecho, que en el primero, la representación de su relación con el
mundo que forja este sistema de significación sigue organizada de un modo tendiente a demostrar
omnipotencia del deseo del Otro. Esta demostración es la única que puede aportar el fantaseante la
certeza de la verdad de su representación, mientras que en el segundo sistema la prueba de verdad
se convierte en una exigencia que solo puede ser proporcionada por el discurso cultural.

El infans encuentra al lenguaje como serie de fragmentos sonoros, atributos de un pecho al que el otorga
un poder de palabra, el primer aporte de sentido que se debe a estos fragmentos se encuentra bajo la
protección absoluta y arbitraria de la economía psíquica del infans

Debemos ocuparnos del papel que cumple, nuevamente, lo originario. El pictograma testimonia la
presencia de una capacidad de oír: la actividad vital manifiesta desde un primer momento un poder
de excitación de la zona auditiva, puros sonidos carentes de sentido serán fuente de placer o
displacer, aunque solo en función del momento de su aparición y a condición de que su intensidad
no supere cierto umbral, traspasando el cual la excitación se torna fuente de dolor.
Desde los comienzos de la actividad de lo primario, el ruido, se convierte para este proceso en
sinónimo de un elemento que lo informa acerca de la presencia o ausencia del primer objeto que lo
primario estima acorde a la espera de la zona-función auditiva: la voz materna como atributo sonoro
del pecho, voz cuya presencia se convertirá para el fantaseante en signo de deseo materno, tanto si
la zona auditiva experimenta placer como si no lo experimenta.
Se debe insistir en la primera función que atribuirá lo primario al conjunto de las percepciones
acústicas: metabolizadas en una serie sonora que de testimonio de la presencia o ausencia del
objeto-pecho y del deseo de placer o displacer que este pecho, representante de la madre,
experimentaría respecto del fantaseante.
Esta instancia se caracterizara porque todo lo visto, lo percibido, lo vivenciado, se traducirá mediante
un sentimiento, condición necesaria para que la percepción exista ante esta instancia. El hecho de
que el lenguaje sea recibido en primer lugar como una serie sonora no debe hacer olvidar que, para
la voz que habla, esta series es, mensaje, expresión, imputación de un sentimiento y de un deseo, y
que el dueño de esta voz olvida que para el infans los efectos de la voz pertenecen a un orden
totalmente diferente.
Por lo tanto, en lo que atañe a la voz, se produce, la emisión de mensajes altamente significativos,
de expresiones y en lo que concierne al que escucha, la percepción de elementos sonoros que el
proceso primario metabolizara en signos que lo informaran acerca del deseo del pecho en relación
con él. Estos signos primarios son el núcleo a partir del cual se elaborara y se organizara el lenguaje
como sistema de significación.
Este lento trayecto, que va de la percepción de una sonoridad a la apropiación del campo semántico,
puede dividirse en tres fase, cada una de las cuales proporciona a lo oído y al acto de enunciación
funciones específicas que se adecuaran a las metas características de los tres procesos de la
actividad psíquica: el placer de oír, el deseo de aprehender, la exigencia de significación,
objetivo de la demanda del Yo.
 El placer de oír
El deseo de oír es el antecedente indispensable para que surja un deseo de aprehender lo que
enuncia la voz: este deseo de aprehender implica la actividad de lo primario-secundario. Mientras
que se considera que en el proceso originario, todo sonido se presenta, en y a través del
pictograma, como el producto de un “tímpano-pecho sonoro” que representa, en el registro de la
función auditiva, las dos entidades indisociadas del objeto-zona complementario.
En relación con el signo fonético, Humboldt escribe:

“El signo fonético representa la materia de todo proceso de formación de lenguaje. En efecto, por un
lado el sonido es hablado, y como tal es sonido producido y formado por nosotros, pero, por el otro,
como sonido recibido se convierte en parte de la realidad sensible que nos rodea.”

Si aplicamos la definición de Humboldt a ese primer momento, su verdad parece evidente: todo
sonido emitido, tanto si lo pronuncia el infans, como si proviene del exterior, se presenta ante su oído
como una producción que el mundo le devuelve, testigo anticipado del placer o del sufrimiento que
acompañaran a su permanencia en una escena en la que el discurso es amo.
Su propio grito o su propio balbuceo vuelven a irrumpir en su cavidad auditiva como sonido de odio o
de amor del que el pecho-tímpano indivisible seria el emisor. El placer de oír en una primera
catectizacion del lenguaje cuya única condición es la audibilidad de lo percibido.
 El deseo de aprehender
La entrada en juego de un deseo de aprehender, señala la modificación radical que implica lo
primario y la adquisición en la que reposa. En el registro que privilegiamos, esta modificación se
manifiesta a través de su posibilidad de trasformar el placer originado en la pura excitación de la
actividad de una zona-función por el objeto-voz en un placer ligado a un signo que la voz del Otro
ofrece.
Esta trasformación, presupone el reconocimiento de un pecho como objeto separado, que es una
condición necesaria para que la organización fantaseada instaure los dos polos de una dialéctica
deseo-placer que la mirada, en el exterior de la escena, contempla con alegría o angustia.
Si tomamos como punto de referencia la presencia de un sonido emitido en el exterior y percibido por
este proceso, diremos que el placer o displacer consecuentes dependen de la función de signo que
le atribuyen lo primario: lo que lo primario ve y oye es un signo mediante el cual el Otro le comunica
la intención de su propio deseo y el displacer, o el placer, a que darán lugar en el fantaseante.
 Los signos y lenguaje de lo primario
Esta serie de signos que informan a lo primario acerca de la intención del deseo del Otro constituye
el sistema primario de significaciones que dan sentido a las construcciones que realiza.
Al pecho primordial percibido como continente del conjunto de los objetos que son fuentes de
excitación erógena se le añadirá un último atributo, que es el poder de “hacer” sentido, de engendrar
los signos que la psique recibe como mensaje de un deseo que, a partir de ese momento, decidirá
cuál será el afecto de la respuesta a la excitación. Solo si se convierte en mensaje de amor del Otro,
lo oído podrá ser fuente de placer: el oír precede de aprehender, pero el deseo de aprehender-
comprender al signo decide de ahí en más el efecto de lo oído.
Es importante subrayar lo que se originara en la copresencia de un lenguaje en el que se encuentran
presentes significaciones primarias que dan lugar a producción psíquicas acordes con la lógica de la
fantasía y, paralelamente a producciones psíquicas que tienen en cuenta las significaciones
secundarias, lo que implica un conocimiento por parte del sujeto de lo que el signo lingüístico
significa para los otros.
Los signos y el discurso de los otros.
La posibilidad de que una misma voz sea fuente de mensajes diferentes induce a la psique a
apoderarse de un determinado saber acerca de la significación no arbitraria del enunciado; ello
determina que el signo lingüístico se convierta en el instrumento que podrá ser utilizado por una
demanda que, más allá del objeto esperado, busca en el sí, en el no, en el quizá, la razón de la
respuesta proporcionada. Lo que satisface a la demanda ya no es exclusivamente el objeto, o el sí o
el no, sino lo que le revela la significación que ella atribuye a la respuesta.
La separación entre el registro de la demanda y el registro del deseo solo encontrara su forma
acabada en y a través de lo secundario, pero vemos ya que infiltra el campo de lo primario. Ello
tendrá dos consecuencias:
1. La variedad y la sustitución de los objetos de demanda sobre los que se instrumentara el
deseo, lo que implica la posibilidad de que objetos que son parte del cuerpo (el pecho, la
boca, la mirada, la escucha), al perder su función privilegiada de soportes exclusivos del
deseo, conserven sin embargo para la psique su carácter de existentes y, más en lo que
concierne al propio cuerpo, sigan siendo existentes cuya actividad es posible preservar.
A partir del momento en que la actividad de comer, deja de ser en forma exclusiva la función
necesaria para la ingestión de un signo causa placer, puede existir un intervalo entre el
funcionamiento alimenticio y la función erógena de la boca. Este intervalo nunca permite una
deserogenizacion total de la función alimenticia. Sin embargo, permite que la boca preserve
su existencia psíquica como parte del cuerpo propio, y que la búsqueda de un signo, o su
rechazo, pueda instrumentarse en un abanico compuesto por toda una serie de otras
actividades y de otros objetos soportes de la demanda infantil.

2. En el registro de la escucha, aparecerá precediendo al conocimiento de la significación literal


del enunciado, un conocimiento relacionado con la posibilidad de enunciados múltiples y no
idénticos. Este momento de transición señala el pasaje del signo primario al signo lingüístico.
Por lo tanto, en relación con el lenguaje, este momento de transición se diferencia por el
hecho de que, como mensaje emitido por el que anuncia, el enunciado puede ser reconocido
como diferente de la significación que le atribuía al signo primario, en otras palabras, se le
reconoce al signo la posibilidad de significar diferentes cosas para el enunciante, y de
significarlas en función del material particular del enunciado.
Conclusiones generales
El proceso primario designa al modelo de acuerdo con el cual funcionara la actividad psíquica a partir
del momento en el que se impone el reconocimiento de una primera diferencia entre dos espacios y
dos deseos.
Esta primera percepción de la posibilidad de una dualidad abre el camino a un trabajo de la actividad
psíquica cuyos momentos fecundos coinciden con la asunción de una serie de diferencias que,
según el orden temporal, es posible enumerar del siguiente modo:
 La diferencia entre dos espacios psíquico.
 La diferencia entre los dos representantes de la pareja parental.
 La diferencia deseo-demanda.
 La diferencia de los sexos.
 La diferencia entre significación primaria y secundaria.
Es posible ilustrar así la dualidad principio de placer y principio de realidad, al considerar su relación
con el concepto de diferencia, diciendo que el principio de realidad esta intrínsecamente unido a la
categoría de la diferencia mientras que el principio de placer tiende a ignorarla. El primero exige que
todo elemento puede diferenciarse, ser situado en relación con el antes y el después, con lo mismo y
la alteridad, con la unidad y el conjunto. Por lo contrario, el principio de placer organiza un campo en
que la diferencia tiende a anularse, el después a presentarse como el retorno del antes, la alteridad
como identidad, el todo como amplificación de la unidad. Sin embargo, en efecto, si el
reconocimiento de un “exterior a si” precede, como lo hemos afirmado, el comienzo de la actividad
de lo secundario, se deduce de ello que el principio de placer y el principio de realidad se encuentran
presentes desde un primer momento en lo primario.
Como fundamento del proceso primario, observamos el trabajo de los dos mecanismos
fundamentales del funcionamiento psíquico: la denegación y la escisión. Denegación de la
autonomía irreductible de lo “exterior a sí”, escisión entre lo que la experiencia preanuncia y revela y
lo que la figuración representa, deniega y se oculta.
Se debería hablar de un proceso primario-secundario, designando de esa manera al conjunto de
representaciones ideicas, o de pensamientos, que poseen la cualidad de lo decible y de lo
consciente, al mismo tiempo que pueden seguir sometidas a una lógica en la que prima el postulado
primario.
Entre lo primario y secundario se debe postular la posibilidad de una transacción signada, en una
primera etapa, por una instancia capaz de comprender una significación conforme a la lógica del
discurso y de responder a un sentido que otorga un poder total de deseo.
La imagen palabra y el mestizaje que ella impone a estas producciones de lo primario para las que
hemos propuesto el calificativo de primario-secundario nos han llevado a hablar del Yo, cuyas
funciones y estructura analizaremos.
No solo la representación primaria de la idea puede irrumpir siempre en el espacio del Yo, sino que
también el Yo se encuentra bajo el doble dominio del principio de realidad y principio de placer: las
significaciones primarias de las que el Yo nada quiere saber no dependen de su pertenencia al
registro de los primario, sino del hecho de que conciernan a un “saber”, una ilusión o un anhelo que
darían lugar, en el Yo, a un sentimiento de displacer porque implicarían un riesgo para sus
referencias identificatorias.
Concluye aquí la exposición sobre el funcionamiento del proceso primario. Nuestro objetivo se limita
a señalar los comienzos de partida que se juegan entre la psique y los elementos que le proporciona
el discurso del portavoz, partida que prosigue durante toda la vida, y no concluye ni siquiera con el
jaque mate que impone la muerte al discurso del sujeto singular.
Modificar la realidad (psíquica o del mundo) forma parte, justificadamente, del proyecto del Yo pero a
condición de que se recuerde que quiere decir modificar.
La modificación no destruye lo anterior. Debemos comprender tanto la necesidad de una
modificación que permita que el mundo y el espacio psíquico propio se conviertan en habitables para
el Yo, como limites que su obra de modificación inevitablemente encuentra. Estas modificaciones
que debemos al trabajo de “puesta en sentido” del Yo, son esenciales ya que esta instancia puede
distanciarse de sus precursoras y la actividad secundaria reducir las producciones de lo primario que
se abren camino entra las propias.
Reducción, no quiere decir anulación: se comprueban la persistencia de la actividad de lo primario en
lo secundario, y la imposibilidad de que estos dos procesos eviten un efecto de interacción.

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