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Resulta útil y necesario, si se desea analizar seriamente esta figura, intentar una
definición de la misma, a fin de enmarcar jurídicamente su concepto. Para ello, es
conveniente recordar las opiniones doctrinarias que se han expuesto por aquellos juristas
que estudiaron este tema y efectuar un breve exámen comparativo de la respectiva
legislación.
Tapia Salinas, por su parte, difiere con su compatriota antes citado en cuanto a que, en su
opinión, no es necesaria la condición de habitualidad para ser explotador de aeronave y
entonces distingue el explotador-empresario y el explotador-no empresario. En el primer
caso sigue aquellos tres requisitos a los que refiere Gay de Montellá, agregando que
todos ellos pueden obtenerse dentro del ámbito de la actividad aérea, aunque señalando
que no se trata de un estudio metodológico del concepto de empresa, “sino el trasplante
al campo aeronáutico de esta figura jurídico-mercantil”. En cuanto al explotador-no
empresario, dice que las características de la figura en el transporte aéreo son las
siguientes: a) obtener un provecho o beneficio; b) poseer el uso legítimo de la aeronave;
c) utilizar la aeronave para el transporte aéreo; d) utilización de la aeronave por cuenta
propia; e) poder de dirección. Todos estos elementos le hacen definir la figura del
explotador de la aeronave del siguiente modo: “toda persona que teniendo el uso legítimo
de una aeronave y el poder de dirección sobre la misma, la utiliza por cuenta y provecho
propio a los fines del transporte aéreo”.3
Resulta interesante el estudio del jurista noruego Alten sobre la definición de la figura del
explotador, realizado hace poco más de medio siglo. En efecto, analiza de modo detallado
las definiciones incorporadas a las Convenciones de Roma de 1933 y de 1952 sobre
daños a terceros en la superficie, sus respectivos antecedentes y trabajos preparatorios y
destaca los trabajos que, como relatores, tuvieron respectivamente, el profesor Ambrosini
y el jurista inglés Wilberforce. Además, señala los elementos de conducción de la
aeronave y el provecho en su uso, así como la dificultad de lograr una palabra que
responda con eficacia a los distintos idiomas representados en los países signatarios de
ambos tratados. Por último, menciona que el gobierno de su país le encargó la redacción
de una ley para la entrada en vigor del último convenio citado y dice que, con ese motivo,
propuso la siguiente definición: el explotador “es quien, personalmente o por intermedio
de sus dependientes, tiene el control de la navegación de la aeronave.”8
En la doctrina italiana hubo, en mi opinión, una influencia muy importante con la
aprobación del Código de la Navegación a partir de 1942, ya que antes de esa fecha
pueden citarse algunas opiniones de grandes juristas, quienes sostuvieron una
individualización del explotador de la aeronave sin mencionar al armador del Derecho
marítimo. Tales son los casos de Fragali y de Ambrosini. El primero, si bien dijo que el
ejercente –sinónimo de explotador– es una figura afín al armador, señaló que “el derecho
aeronáutico ignora la figura del armador” y destacó la diferencia entre el propietario y el
locatario, siendo este último el ejercente ante un contrato de locación de aeronave, así
como que este último actúa por cuenta propia. En cuanto al profesor Ambrosini, en los
trabajos preparatorios del Convenio de Roma de 1933 puso de relieve el concepto
independiente de esta figura, proyectó su definición –sobre la cual volveré más adelante-
y señaló que el actuar por cuenta propia es uno de los caracteres esenciales del concepto
que aquí me ocupa.9
Por cierto que desde 1942, la doctrina italiana ha seguido, en general, la muchas veces
mencionada tesis de Scialoja que, repito una vez más, no comparto, de considerar al
Derecho aeronáutico sin autonomía científica y por ende, ha estudiado a esta figura
conjuntamente con la del armador del Derecho marítimo. El problema se plantea cuando
deben analizarse algunas instituciones que son propias del Derecho aeronáutico y no
aparecen en el Derecho Marítimo. Es así como en opinión del profesor Romanelli, es
necesario separar los conceptos de “empresa de navegación” y “empresa comercial”,
otorgándole a la primera el importante valor del “ejercicio”, el cual no tiene
necesariamente los caracteres de organización específicamente comercial de una
“empresa”, si bien no analiza en detalle el concepto del “ejercente”; es más, expresa que
la noción del “riesgo” para sostener la obligación de reparar a cargo del ejercente de la
aeronave, tiene influencia sobre la noción del mismo y sobre la del armador.10
Similar criterio expresan Zunarelli y Comenale Pinto, ya que precisan que el código de la
navegación delineó la figura del ejercente prescindiendo, tanto de la exigencia de la
propiedad del vehículo cuanto de la efectiva finalidad para la que se destina el ejercicio de
la navegación. Agregan que la noción de la figura se halla ligada de modo indisoluble a la
subsistencia de determinados requisitos y en particular, al de la organización de personas
y cosas necesarias para la utilización de la aeronave (o del buque, dicen) según su
destino típico, así como que un presupuesto indispensable es el empleo del vehículo por
cuenta propia. Asimismo, destacan que la posibilidad de distinguir dicho empleo de la
propiedad del mismo, es un carácter distintivo del derecho de la navegación respecto de
otras modalidades del transporte.12
El recordado profesor uruguayo Bauzá Araujo sostiene que esta figura es el punto de
partida para el estudio de los contratos de utilización de aeronaves; se une a quienes
piensan que debe tener una ubicación propia en un texto legislativo y estudia sus
elementos principales, adoptando la definición del Código aeronáutico de su país, que
considera explotador a “la persona física o jurídica que utiliza la aeronave legítimamente
por cuenta propia, con o sin fines de lucro.” Por su parte, Gildemeister Martínez define al
explotador como “aquel que buscando su exclusivo provecho y contando con el uso
legítimo de una aeronave bajo su dirección técnica la emplea en la actividad aeronáutica,
aunque sea sin fines de lucro.”14
En el derecho argentino, Videla Escalada analiza esta figura, a la que considera “típica”
del Derecho aeronáutico, en forma separada de los contratos de utilización de aeronaves;
evoca sus antecedentes, define su concepto y adopta la definición dada por el Código
aeronáutico del país, o sea que es la persona “que la utiliza legítimamente por cuenta
propia, aun sin fines de lucro”. Por su parte, Rodríguez Jurado también menciona esta
definición de la ley argentina y destaca el valor de la figura respecto de los contratos de
utilización de aeronaves – precisamente la estudia dentro del capítulo dedicado a estos
últimos – y en cuanto a la responsabilidad por daños a terceros en la superficie, al igual
que Videla Escalada. Es idéntica la opinión de Lena Paz, quien agrega, siguiendo a este
último, que esta figura no puede faltar, porque es quien tiene a su cargo realizar la
actividad aeronáutica correspondiente con la aeronave, sea o no con ånimo de lucro. La
misma ubicación doctrinaria expone Fusaro, quien cita a los anteriores.15
Luego del estudio doctrinario efectuado hasta aquí, considero necesario analizar cuál es
el estado de la legislación en un enfoque comparatista, para lo cual estimo que puede
comenzarse por los dos tratados internacionales que se han ocupado de esta figura.
El Proyecto de Código Aeronáutico Latino Americano, cuya última versión data de 1985,
ubicó a esta figura en un Título independiente, definiéndola en su artículo 74 como “la
persona que utiliza legítimamente la aeronave por cuenta propia, con o sin fines de lucro,
conservando la dirección técnica de la misma.” Es el criterio que, encabezado en la
redacción de dicho proyecto por los juristas argentinos, siguen los códigos aeronáuticos
latino americanos de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay y el de la República de
Cabo Verde en Africa, así como la Ley de Aviación Civil de Perú. Por su parte, la ley
venezolana incluye esta definición al considerar los contratos de utilización de aeronaves.
En todos estos países, la definición tiene casi los mismos elementos, que más adelante
examinaré con detalle.
De lo expuesto hasta aquí surge que el concepto de la figura del explotador de aeronave,
que aparece por primera vez en la ley de aviación civil francesa de 1924, tiene amplia
mayoría en la legislación latino americana y es similar en la italiana, de acuerdo con el
concepto que se viene analizando y en base a la definición transcripta; que se le reconoce
una clara autonomía dentro del Derecho aeronáutico como una figura específica de la
actividad aérea – salvo la doctrina italiana, que la iguala a la del armador marítimo -, así
como que se integra con cuatro elementos:
Este es uno de los caracteres más significativos de esta figura desde el punto de vista
jurídico, lo que por otra parte permite deslindar, frente a la responsabilidad por daños, los
casos en que alguien utiliza una aeronave indebidamente; es decir, sin la autorización por
parte de su propietario o de su explotador legítimo, como sería el caso de quien se
apodera del aparato en un aeródromo y por ejemplo, realiza determinados vuelos en
desconocimiento de quien tiene el derecho a decidir o no sobre los mismos, sin que
importe aquí la finalidad de ese acto ilícito. Lo determinante en estos casos es que el
sujeto que así actúa lo hace ilegítimamente.
b) El uso de la aeronave por cuenta propia supone que la actividad que el explotador
realiza con la misma se encuentra relacionada exclusivamente con su provecho, lo que
desecha que puedan darse las figuras del mandato o de la gestión de negocio ajeno.
Como he mencionado antes, este elemento ya fue tenido en cuenta por Ambrosini cuando
definió la figura del explotador en el Convenio de Roma de 1933 y de allí se fue
repitiendo, a lo largo del tiempo, en el Convenio de Roma de 1952 y en las legislaciones
respectivas.
Lo importante en este punto es que la noción de la figura del explotador abarca todos y
cada uno de los supuestos que, en la práctica, pueden originar la decisión de que una
aeronave cumpla con su actividad específica, o sea la de volar. Y es sabido que los
vuelos pueden tener o no un fin de lucro. Con este elemento, pues, el concepto de la
figura del explotador robustece, si cabe, su autonomía respecto de otros sujetos que
aparecen en el esqueleto institucional del Derecho aeronáutico.
Todo lo anterior demuestra que el explotador no solo es una figura esencial, sino que no
puede faltar con respecto a todas y cada una de las aeronaves que cumplen la función
dinámica de desplazarse por el espacio aéreo.