Está en la página 1de 8

SELECCIÓN DE POESIAS DE ALEJANDRO PUSHKIN

A MIS DESEOS HE SOBREVIVIDO

A mis deseos he sobrevivido,


y no amo ya mis sueños;
me quedó el sufrimiento
único fruto del vacío del corazón.

Bajo tempestades de la suerte cruel


mi corona floreciente se ha ajado.
Vivo abatido, solitario,
y espero: ¿llegará mi muerte?

Así, derrotada por el frío último,


cuando oímos el silbo de la borrasca invernal,
sola, en la rama desnuda
tiembla la hoja rezagada.
(1821)

EL PRISIONERO

Estoy entre rejas en húmeda celda.


criada en cautiverio, un águila joven,
mi triste compañía, batiendo sus alas,
bajo la ventana su ensangrentado alimento pica.

La pica, la arroja, mira la ventana,


como si pensara lo mismo que yo.
Sus ojos me llaman y su griterío,

1
y proferir quiere: “¡Vamos, alcemos vuelo!

¡Somos aves libres; es tiempo, hermana, es tiempo!


Allá, detrás de las nubes, donde blanquea la montaña,
allá, donde se azula el borde del mar,
allá, donde paseamos sólo el viento...y Yo!”
(1822)

E L PROFETA

De sed espiritual atormentado,


por lóbrego desierto me arrastraba
y un serafín de seis alas ante mí
apareciose en una encrucijada.
Sus dedos tan ligeros como el sueño
rozaron mis pupilas:
mis pupilas proféticas se abrieron
como las de águila despavorida.
Y rozándome luego los oídos
me los llenó de estrépito y fragor
y oí el vuelo divino de los ángeles
y el temblor del cielo,
el nadar de los saurios submarinos
y de la planta el germinal ardor.
Entonces se inclinó sobre mi boca
y me arrancó la pecadora lengua,
de palabra vana y astuta (llena),
y el dardo de la sierpe de la ciencia
en mis labios helados
insertó con su ensangrentada diestra.
Desgarrando mi pecho con su espada

2
me extrajo el palpitante corazón
y una brasa, de fuego rodeada,
en el abierto pecho colocó.
Yacía en el desierto cual cadáver
y oí la voz de Dios que me llamaba:
“Levántate, profeta, mira y oye,
y que mi voluntad colme tu alma.
Recorre tierra y mar, y de las gentes
los corazones con tu verbo inflama.”

ARION

Eramos numerosos en la nave;


los unos el velamen desplegaban,
los otros (unánimemente) el recio remo
hacia lo profundo empujaban.
Inclinado al timón con gran sosiego,
nuestro diestro piloto dirigía
en el silencio la cargada nave.
Y yo, con descuidada confianza
cantaba para aquellos pasajeros.
De pronto, desde el seno de las olas
nos cubrió un torbellino fragoroso.
Piloto y pasajeros perecieron,
y solo yo, el cantor misterioso,
que arrojó la tormenta a la ribera
himnos de otrora entono, y la mojada
casulla seco al sol en la escollera.

3
EL POETA

Hasta que Apolo al poeta no convoca


a ofrecer el sagrado sacrificio,
en los afanes de este mundo vano
está él cobardemente retenido.
Muda se halla su lira sacrosanta,
su alma sumida en frío letargo está
y entre los hijos fútiles del mundo
el más fútil de todos es quizá.

Pero, apenas el divino verbo


hasta su agudo oído se abre paso,
las alas bate el alma del poeta
como águila que hubiera despertado.
Le hastían los mundanos pasatiempos
y al rumor de las gentes es ajeno;
no agachará orgullosa la cabeza
a las plantas del ídolo del pueblo.
Y correrá, salvaje e inflexible,
henchido de sonido y rebelión,
a la orilla de las desiertas olas,
al bosque que resuena con poderoso son...
(1827)

ANCHAR

En árido desierto y miserable,


en un suelo abrasado de calor,
Anchar, como espantoso centinela,
Álzase – solo en toda la creación.

4
Naturaleza en la sedienta estepa
lo engendró en un momento de furor,
y la muerta verdura de sus ramas
y la raíz de veneno impregnó.

Un veneno rezuma la corteza


que se funde al calor del mediodía
y se coagula cuando cae la tarde
en espera y translúcida resina.

No se aventura allí pájaro alguno


ni llega el tigre – un negro torbellino
se arremolina en derredor del árbol
de la muerte, y se aleja ya pestífero.

Y si una nube en su peregrinaje


la espesa fronda de sus hojas riega,
de las ramas, repleta de ponzoña,
la lluvia cae sobre ardiente arena.

Pero un hombre al Anchar envió a otro hombre


mirándole con imperioso ceño,
y aquél se puso en marcha dócilmente
y al alba regresó con el veneno.

Volvió con la mortífera resina


y una rama de hojas agostadas,
y el sudor por aquella frente pálida
en helados regueros chorreaba.

5
Lo trajo, y ya sin fuerzas en la choza
se desplomó sobre el suelo de esparto,
y el pobre esclavo pereció a las plantas
de aquél su indomeñable soberano.

Mas el príncipe untó con el veneno


sus obedientes flechas
y con ellas hizo llegar la muerte
a los vecinos de extranjeras tierras.
(1828)

EL CAUCASO

El Cáucaso a mis pies. Yo solo en las alturas.


Estoy sobre la nieve al borde del abismo;
el águila, elevándose de la cumbre lejana,
por encima de mí planea sin moverse.
Contemplo desde aquí dónde nace el torrente
y el impulso primero del alud pavoroso.

Aquí marchan, humildes, las nubes a mis pies;


a través de ellas caen, rugiendo, las cascadas,
y bajo ellas las masas desnudas de las rocas;
allí, bajo del musgo, el arbusto está seco;
pero allí ya los sotos de verdor se engalanan,
donde gorjean las aves, donde brincan los corzos.

Allí también anidan hombres en las montañas,


y llevan sus ovejas por suculentos pastos,
y desciende el pastor a los amenos valles
donde corre el Aragva por umbrosas riberas.

6
Un mísero jinete se esconde en la garganta
donde espumea el Terek con feroz alegría.

Espumea y brama, igual que joven fiera


que el alimento mira desde la férrea jaula,
y rompe en las orillas con odio infructuoso,
lamiendo los peñascos con sus hambrientas olas.
¡En vano! Para él no hay alimento ni premio:
tan fuerte lo aprisionan los mudos peñascales.

Así de violento enferman y oprimen las leyes,


así la tribu salvaje bajo el poder entristece,
así hoy el Cáucaso callado se angustia,
así fuerzas extrañas lo abruman...
(1829)

La traducción corresponde a Eduardo Alonso Luengo, de la Antología lírica editada por


Hiperión, sin embargo he creído oportuno hacer alguna modificación a la misma para
acercarnos más a la palabra de Pushkin. C.C. Fischer

7
EXEGI MONUMENTUM
Exegi monumentum *

Me erigí un monumento que no labró la mano,


la ruta que a él conduce no cubrirá la hierba,
y alza muy por encima del pilar de Alejandro
su indómita cabeza. **

No moriré del todo – mi alma en la sacra lira


sobrevivirá al polvo y no se pudrirá,
y célebre he de ser mientras aliente un vate
en este mundo sublunar.

Sonará con mi gloria la magna Rusia toda,


mi nombre cada uno repetirá en su lengua:
eslavos, finlandeses, tunguses aún salvajes
y calmucos, amantes de la estepa.

Y seré eternamente querido por mi pueblo


porque nobles ideas mi lira despertó,
cantó a la libertad en mi siglo de hierro
y para los caídos piedad solicitó. ***

Acata, musa mía, la voluntad divina,


no temas las ofensas, no pidas la corona,
acepta indiferente calumnias y alabanzas
y al necio no te opongas.

* Comienzo de la oda XXX del libro III de Horacio.


** Columna en la Plaza del Palacio de Invierno que conmemora el triunfo de Alejandro I sobre Napoleón.
*** Alusión a los decembristas.

También podría gustarte