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BORGES - FRANCIA

BORGES - FRANCIA

Magdalena Cámpora
Javier Roberto González
editores

Pontificia Universidad Católica Argentina


Facultad de Filosofía y Letras
Departamento de Letras
Centro de Estudios de Literatura Comparada “María Teresa Maiorana”

2011
Borges - Francia / ; coordinado por Magdalena Cámpora y Javier Roberto González. -
1a ed. -
Buenos Aires : Selectus, 2011.
580 p. ; 24x18 cm.
ISBN 978-987-26952-3-1
1. Estudios Literarios. I. Cámpora , Magdalena, coord. II. González, Javier Roberto,
coord.
CDD 801.95

Fecha de catalogación: 09/09/2011

© 2011 Facultad de Filosofía y Letras


Universidad Católica Argentina
depto_letras@uca.edu.ar

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Diseño de tapa: Lucas Alles


Ilustración de tapa: Fernanda Piamonti

ISBN: 978-987-26952-3-1

Ediciones Selectus SRL publica Borges - Francia, en forma exclusiva para el Departamento de Letras
de la Universidad Católica Argentina.

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Índice

PRÓLOGO 13

SALUTACIÓN / MARÍA KODAMA 17

EL OBJETO BORGES
MICHEL LAFON, Borges y Francia, Francia y Borges 21
MARTÍN KOHAN, Lo que entiendo por Borges 35
ANNICK LOUIS, Un Borges difiere de otro. El objeto literario entre tradición nacional,
autor-monumento y apropiación 45

FIN-DE-SIÈCLE
GAËL PRIGENT, Borges et les écrivains fin-de-siècle 57
BRUNO FABRE, Borges, un “devoto” de Marcel Schwob 77
MARIANO GARCÍA, Schwob y Borges, entre la biografía y el plagio 87
ALEJANDRO HERMOSILLA SÁNCHEZ, Schwob-Borges-Pitol: convergencias ficticias 97

BORGES / BORGÈS: APROPIACIONES CRÍTICAS


JULIEN ROGER, Genette, el otro de Borges 109
DANIEL ATTALA, Magias parciales de Macedonio o del Borges de Blanchot
al Borges de Genette 119
CARLOS PAULO MARTÍNEZ PEREIRO, Dos figures borgeanas edificadas por
Blanchot y Cioran... et alia 131
8 Índice

LA LITERATURA COMPARADA Y SUS PRECURSORES


PIERRE BRUNEL, De Baudelaire à Borges 143
ALEXANDRA IVANOVITCH, ¿Borges profesor de literatura comparada? Emergencia,
flexibilidad e irradiación de la literatura francesa en el Curso de literatura inglesa 155
PATRICIO PERKINS, Borges y Claudel: un encuentro a propósito de la Comedia 167
ESTEFANÍA MONTECCHIO y MARIANA DE CABO, La experiencia mística de
Swedenborg como hecho estético en Baudelaire y Borges 175
ANA MARÍA ROSSI, Borges, lector de literatura francesa en Otras inquisiciones 183

RÉBUS
PABLO MARTÍN RUIZ, La novela sin E y el secreto borgeano de Georges Perec 193
GABRIEL LINARES, Poe, Borges y Lacan: triángulo de significantes 203
CATHERINE D’HUMIÈRES, Borges y Fermat. Cuando las Matemáticas ayudan
a resolver el enigma del laberinto 213
LOÏC WINDELS, La cuarta Tentación de Gustavo Borges y Buñuel 225

HOMENAJES / LEGADOS / SE RÉCLAMER DE


ANA MARÍA LLURBA, Memorias, reflejos y susurros. Borges y Bianciotti en busca
de sí mismos 235
DIANA SALEM, Borges y Héctor Bianciotti. Cercanías y distancias de una
amistad literaria 243
ZORAIDA GONZÁLEZ ARRILI, Paradigma de los temas borgeanos. La despedida de
Paul Bénichou 251
CARLOS ALVARADO-LARROUCAU, El niño de arena, de Marruecos a Buenos
Aires. Homenaje francófono a Borges poeta 261

LO FRANCÉS
CHRISTINA KOMI, La discreta presencia de Francia en Borges. Un detalle crucial en
el discurso sobre lo nacional 271
GRACIANA FERNÁNDEZ, Francia y la intelectualidad argentina en la revista Sur
desde 1940 a 1950 283
DENISE SCHITTINE, Las joyas francesas de la Biblioteca personal de Borges 291
Índice 9

PRODUCTIVIDAD TEÓRICA DEL TEXTO BORGEANO


JORGELINA CORBATTA, Una lectura de Borges desde el psicoanálisis: Didier Anzieu 303
LUCÍA ORSANIC, De Borges a Foucault: Una galería de la infamia. Análisis de “El
asesino desinteresado Bill Harrigan” 319
ROXANA GARDES DE FERNÁNDEZ, La lógica de Deleuze y el universo borgeano 329
JUAN REDMOND, Borges y dinámica de ficciones 339

DIÁLOGOS FILOSÓFICOS
DANIEL SCARFÓ, Siger de Brabantia, precursor de Borges 351
LUCAS MARTÍN ADUR NOBILE, “El hombre más extraordinario que recuerda la
historia”. Borges y la Vida de Jesús de Ernest Renan 357
RAPHAËL ESTÈVE, Borges y la huella de Bergson 367
CRISTINA BULACIO, Filosofía, literatura y viceversa. Jorge Luis Borges y
Gabriel Marcel 377
LUCAS RIMOLDI, Borges, Beckett, y sus investigaciones sobre la obra de
Fritz Mauthner 385

TRADUCCIÓN
DIEGO VECCHIO, Versiones del Eterno Retorno 395
BEATRIZ VEGH, Borges y Villiers de l’Isle-Adam: omisiones y énfasis 411
MARTHA VANBIESEM DE BURBRIDGE, Jorge Luis Borges traductor de Henri
Michaux 419

ESPACIOS
WILLIAM RICHARDSON, Borges y l’espace lefebvrien 431
MARÍA CALVIÑO, Borges y Beppo / Buenos Aires 1983: un comentario sobre lo
doméstico y Borges 439
CATHERINE CHOMARAT-RUIZ, Borges / Thays: prolégomènes à une poétique
du monde 449
10 Índice

ENCICLOPEDIAS, LIBROS, MODELOS


NORMA CARRICABURO, Los enciclopedistas y el enciclopedismo de Jorge Luis Borges 461
MAGDALENA CÁMPORA, “Pour encourager les autres”: usos de Voltaire
según Borges 475
MARIANA DI CIÓ, Carlos Argentino Daneri y su destino ejemplar 487
VICTORIA RIOBÓ, Pensar el libro: puntos de encuentro entre Borges y Chartier 497

VALÉRY, GROUSSAC, MENARD


DANIEL BALDERSTON, “Su letra de insecto”: reflexiones sobre los manuscritos
de Borges y Menard 509
JAVIER ROBERTO GONZÁLEZ, Borges-Groussac, o el cervantismo reticente 515
ESTER LILIANA RIPPA, Borges y Valéry a través del espejo 533
PABLO ETCHEBEHERE, Correspondencias entre Valéry y Borges.
Literatura e identidad 545
KARIM BENMILOUD, Paul Groussac en la obra de Borges 555
JULIO PRIETO, Pierre Menard, traductor de Valéry: entre muertes del autor 567
Enciclopedias
Libros
Modelos
Los enciclopedistas y el enciclopedismo
de Jorge Luis Borges

NORMA CARRICABURO
CONICET
Academia Argentina de Letras
Universidad Católica Argentina

BORGES Y LAS ENCICLOPEDIAS

Pese a su pretendida francofobia, Borges rescató en diversas ocasiones a dife-


rentes autores franceses. Por ejemplo, en los Diálogos con Ernesto Sábato señala
que el siglo XVIII fue estupendo, que dio la mejor prosa de la literatura francesa y,
asimismo, de Voltaire afirma que es admirable. El otro enciclopedista que destaca
en esa ocasión es Jean-Jacques Rousseau. No obstante, en sus múltiples menciones
a las enciclopedias, casi no se refiere a la de Diderot-d’Alembert, con la que se in-
augura el enciclopedismo moderno. Esta es mencionada en su cuento “El con-
greso”, de El libro de arena, cuando la logia que se reúne en una confitería céntrica
de Buenos Aires comienza a acopiar los volúmenes para la biblioteca del futuro
congreso a partir de varios libros de consulta:

[...] los atlas de Justus Perthes y diversas enciclopedias desde la Historia natu-
ralis de Plinio y el Speculum, de Beauvais, hasta los gratos laberintos [...] de
los ilustres enciclopedistas franceses, de la Britannica, de Pierre Larousse, de
Brockhaus, de Larsen y de Montaner y Simón (Borges, 1979: 47-48).

De la cita, destaco los gratos laberintos, sintagma aplicado a las enciclopedias


modernas, porque este concepto es esencial para el desarrollo del tema. También
los personajes del cuento suman una enciclopedia china, impresa en seda, cuya ter-
sura y la calidad de las pinceladas semejan la piel de un leopardo. Además de la
mención “de los ilustres enciclopedistas franceses”, “El congreso” se abre con un
462 Norma Carricaburo

epígrafe de Diderot tomado de Jacques le fataliste,1 el cual condensa poéticamente el


tema del cuento.
Es un hecho muy sabido que Borges sintió gran placer en la lectura de las en-
ciclopedias. Dice en el Prólogo a Los Tesoros de España: “De los diversos géneros li-
terarios, el catálago y la enciclopedia son los que más me placen. No adolecen, por
cierto, de vanidad. Son anónimos como las catedrales de piedra y como los generosos
jardines” (en línea). Destaco de esta cita el concepto de anonimato, el de monumento
y el de jardín. El anonimato es propio de la enciclopedia moderna, fundamental-
mente a partir de los múltiples colaboradores de la Encyclopédie, y se acrecienta con
la wikipedia y, en general, con la producción en soporte electrónico. La comparación
con las catedrales se establece no solo por la ausencia de autor, o sea el anonimato
de la obra colectiva, sino también por el carácter monumental: el monumento es un
objeto (edificio, escultura, inscripción) que se erige en representación, como memo-
ria o símbolo de algo. Borges desarrolla ficcionalmente esta idea con la enciclopedia
de Tlön, donde el escrito ocupa el lugar del planeta inexistente. La semejanza con
el jardín la desarrolla en otra ficción, “El jardín de senderos que se bifurcan”. Es el
concepto del libro como laberinto, ya que quiebra la linealidad en la multilinealidad
de lecturas posibles. La enciclopedia de Diderot-d’Alembert fue el primer logro im-
portante de la fragmentación de la linealidad de los largos discursos.2
Borges no solo fue lector asiduo de enciclopedias. Su construcción como libro
laberíntico, como obra cíclica, implícita en la etimología de la palabra enciclopedia
(‘envolver en círculos’ el saber, la instrucción), regresa una y otra vez en sus disqui-
siciones sobre el libro y en sus ficciones. A lo largo de su producción, ya sea de en-
sayos, de narrativa, o en las antologías, son muchas las enciclopedias mencionadas.
Las modernas con mayor presencia son la Británica y la Brockhaus, probablemente
las dos que más consultaba. La de Montaner y Simón también aparece en algunas
oportunidades, adjetivada como una “enciclopedia catalana”. Tampoco están au-
sentes las enciclopedias chinas, ni falta la de los Hermanos de la Pureza, escrita por
los filósofos árabes de Basora en el siglo X y calificada por Borges como herética
y mística. Se suman a estas las enciclopedias sobre temas específicos, en especial

1 Otro texto de Diderot se encuentra en la antología de nuestro autor titulada Libro de sueños. Se trata de un

sueño de D’Alembert, y las conversaciones sobre ciencias naturales y ciencias conjeturales mantenidas con Diderot
o su alter ego, el doctor Bordeau. En la antología que realiza con Adolfo Bioy Casares, titulada Libro del cielo y del
infierno, también recoge otro fragmento de Jacques le fataliste. Asimismo, en este libro dos veces se recogen frag-
mentos del Diccionario filosófico de Voltaire, quien, además de colaborar en la obra de Diderot, publicó en 1764, en
octavo, su propio diccionario con el nombre de Dictionnaire philosophique portatif.
2 La linealidad es propia del relato, pero no todas las experiencias estéticas del hombre son lineales. “Los sueños

son una obra estética, quizá la expresión estética más antigua”, dice Borges (1980: 53), y en ellos no hay linealidad:
“Todo esto el soñador lo ve de un solo vistazo, de igual modo que Dios, desde su vasta eternidad, ve todo el pro-
ceso cósmico. ¿Qué sucede al despertar? Sucede que, como estamos acostumbrados a la vida sucesiva, damos
forma narrativa a nuestro sueño, pero nuestro sueño ha sido múltiple y ha sido simultáneo” (1980: 37).
Los enciclopedistas y el enciclopedismo de Jorge Luis Borges 463

teológico-religiosos.3 Sin embargo, en la construcción de aquella de Diderot-


d’Alembert, la menos citada, está el fundamento del enciclopedismo moderno que
dispara las teorías de ciertas ficciones borgeanas.

LA ENCICLOPEDIA DE DIDEROT - D’ALEMBERT

En 1728 Ephraim Chambers publicó en inglés la Enciclopedia o Diccionario Uni-


versal de arte y ciencias. El éxito editorial de esta enciclopedia hizo que se le encomen-
dase a Denis Diderot, luego de otros intentos fallidos de edición, una traducción
al francés de la obra. Diderot acepta la empresa que pronto se convierte en un pro-
yecto totalmente original para el cual, en 1750, escribe un Prospectus con la intención
de recoger suscripciones.4 Diderot contaba con la ayuda de Jean Le Rond d’Alem-
bert, ilustre matemático encargado, asimismo, de redactar el “Discurso Preliminar”
de la magna obra. La Encyclopédie se presenta, allí, como un intento de abarcar todos
los conocimientos humanos de la época a partir del árbol de las ciencias del canciller
Bacon, quien divide las facultades mentales del hombre en memoria, razón e ima-
ginación. D’Alembert prevé así la facultad de la memoria relacionada con la historia
y con la erudición en general; la razón y la reflexión constituyen las bases de la fi-
losofía y de las ciencias, y finalmente en la facultad de la imaginación se sustentan
las bellas artes y la poesía. Cada una de estas ramas se divide, a su vez, en otras para
tratar de alcanzar la totalidad del saber del hombre del siglo XVIII. Estamos ya
frente a un esquema arbóreo pero que sus responsables no desplegarán en forma
lineal, sino en los círculos previstos por la etimología de la palabra enciclopedia.
Desde 1751 y hasta 1772 se publican los diecisiete volúmenes de texto de la
Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios. A estos seguirán
once tomos más de láminas y tablas. Esta obra conoció distintas etapas y sucesivas
renovaciones de colaboradores. Estos alcanzaron a ser ciento cuarenta y tres en la
mejor etapa de la Enciclopedia (volúmenes V, VI y VII). Entre otros, el mismo d’A-
lembert, que presta colaboración hasta el tomo séptimo y luego abandona. En su
impresión trabajaron millares de operarios. Gran parte de los habitantes de París
dependieron económicamente de la obra.

3 Por ejemplo, el Diccionario Enciclopédico de Teología Católica (1867) y la Encyclopédie des Migrations Ecclésiastiques,

tomo XL (1879), del Libro del cielo y del infierno.


4 En el Prospectus la obra se proyectaba para abarcar diez volúmenes, que se publicarían con una periodicidad

de seis meses y pagaderos por suscripción de la siguiente forma: un primer pago de 60 libras a cuenta, más otras
36 libras a cuenta, más otras 36 libras con la entrega del volumen primero, 24 libras por cada uno de los volúmenes
segundo a octavo y 40 libras por los dos últimos, que incluirían unas 600 ilustraciones. Un total de 304 libras, lo
que hacía un equivalente a 3.500 euros de hoy (Blom, 2007: 112).
464 Norma Carricaburo

El propósito de los responsables era poner a disposición del ciudadano el saber


de su tiempo, que asimismo sería rescatado para la posteridad. No obstante, los fines
no eran meramente académicos, sino fundamentalmente políticos, prefigurando con
el discurso polémico –y hasta a veces combativo– la revolución intelectual que ya ges-
taba la otra, la política. Cierto es que a veces había que disimular la actitud crítica ante
la censura y los enemigos de la obra. Ramón Soriano y Antonio Porras, responsables
de una antología de los artículos políticos, recuerdan la astucia que utilizaban los en-
ciclopedistas, quienes disimulaban o escondían las críticas al Régimen o a los teólogos;
así, por ejemplo, bajo la entrada de Aius Locutius, dios romano de escasa importancia,
incorporaban una novedosa y sugerente prédica sobre la libertad de expresión.
Más allá de la revolución ideológica que significó la obra de Diderot-d’Alem-
bert, también conlleva importantes renovaciones técnicas. Lo más importante es
que no es una obra unipersonal, como las enciclopedias antiguas e incluso la de
Chambers. No se trata de la empresa de uno o dos hombres, sino de numerosos
especialistas calificados de distintas áreas para que conjuntamente puedan abarcar
el universo temático y que, a su vez, firmen y se hagan responsables de sus propias
opiniones. Es decir, los colaboradores elegidos tenían libertad de pensamiento.
La vastedad de contenidos que incluye la Enciclopedia recurre a una doble or-
denación. Por una parte, la imprescindible temática, acorde con el saber enciclopé-
dico, pero asimismo una ordenación alfabética propia del diccionario. Esta
conformación de la obra estaba pensada para una lectura fragmentaria, pues como
sostiene d’Alembert, “los diccionarios, por su forma misma, solo son propios para
ser consultados, y no admiten una lectura seguida” (en línea: 49). Expone que de-
bieron recurrir a una articulación que evitase las reiteraciones de conceptos y que
permitiera al lector no perderse en las búsquedas. También presentaba, aunque no
se animasen ni a sugerirlo, una desjerarquización democrática de algunas disciplinas.
De este modo, la teología, por ejemplo, dejaba de tener la importancia rectora que
conservaba en otras enciclopedias.5 Como dice d’Alembert, uno de los hallazgos
de la obra fue “conciliar en nuestro diccionario el orden enciclopédico con el orden
alfabético” (en línea: 27). El orden alfabético de las enciclopedias no era totalmente
novedoso, pero sí reciente. A fines del siglo XVII, un francés hugonote exilado en
Rotterdam, Pierre Bayle, había publicado un Dictionnaire historique et critique, en dos
tomos, siguiendo el orden alfabético, y el diccionario de Chambers también seguía
un orden alfabético e incluía remisiones cruzadas. Pero ambas obras eran uniper-
sonales y mucho más breves, ninguna tenía las dimensiones previstas para la Ency-
clopédie. D’Alembert explica cuáles son los principios ordenadores:

5 En los primeros años del siglo, los jesuitas de Trévoux emprendieron un diccionario que se inició con tres

volúmenes y creció en sucesivas ediciones hasta ocho volúmenes. La pugna entre los jesuitas y los enciclopedistas
era mucha, ya que los jesuitas se creían dueños de la empresa, y además, por el laicismo mal disimulado de Diderot
y muchos colaboradores.
Los enciclopedistas y el enciclopedismo de Jorge Luis Borges 465

[...] hemos empleado tres medios: el sistema figurado que va a la cabeza de la


obra, la ciencia a la que se refiere cada artículo y la manera en que éste se trata.
Generalmente hemos colocado, después de la palabra que constituye el tema
del artículo, el nombre de la ciencia de que este artículo forma parte; basta con
ver qué lugar ocupa esta ciencia en el sistema figurado para conocer el que le
corresponde en la Enciclopedia. Si ocurre que el nombre de la ciencia no aparece
en el artículo, la lectura del mismo bastará para conocer a qué ciencia pertenece,
y cuando, por ejemplo, se nos haya olvidado advertir que la palabra Bomba co-
rresponde al arte militar, y que el nombre de una ciudad o país corresponde a
la Geografía, confiamos lo suficiente en la inteligencia de nuestros lectores
para que no se sientan extrañados de semejante omisión (en línea: 27).

Comenta también un sistema de remisiones o referencias cruzadas, previsto


por Diderot, en el que luego nos extenderemos:

Hemos tratado de que la exactitud y frecuencia de las remisiones no dejasen


nada que desear; porque en este Diccionario las remisiones tienen de particular
que sirven especialmente para indicar la relación entre las materias, mientras
que, en las otras obras de esta clase, sirven para explicar un artículo por
medio de otro. No se trata aquí, pues, de las razones que nos han hecho pre-
ferir en esta obra el orden alfabético a todos los demás; las expondremos
más adelante, cuando consideremos esta colección como un Diccionario de las
ciencias y de las artes (en línea: 27-28).

Con la ordenación alfabética, propia del diccionario, se apela a un elemento ex-


terno al contenido, relacionado con el significante: la ubicación ordenada de cada
palabra a partir de todas las letras que la componen, de modo que los contenidos se
disponen obedeciendo a un factor que es práctico y no lógico. Como sostiene José
Antonio Cordón García, la novedad que aportan Diderot y d’Alembert es la conci-
liación del carácter sistemático de su esquema conceptual con la disposición alfabé-
tica. Así lo expone el propio d’Alembert al hablar de la obra como diccionario:

Si hubiésemos tratado de todas las ciencias separadamente, haciendo de cada


una un diccionario particular, no solo hubiese tenido lugar en esta nueva cla-
sificación el supuesto desorden de la sucesión alfabética, sino que semejante
método habría estado sujeto a inconvenientes considerables por el gran nú-
mero de palabras comunes a diferentes ciencias, y que hubiera sido preciso
repetir varias veces o colocarlas al azar. Por otra parte, si hubiéramos tratado
cada ciencia separadamente y en una sucesión conforme al orden de las ideas
y no al de las palabras, la forma de esta obra habría sido aún menos cómoda
para el mayor número de nuestros lectores, que hubieran tenido gran difi-
cultad para encontrar algo en esta disposición (en línea: 51).
466 Norma Carricaburo

A la ordenación alfabética se unió otra forma de relacionar los contenidos,


obliterada o en red, que consiste en un sistema de llamadas. La entrada “Encyclo-
pédie” se halla en el tomo V, publicado en 1755, y el autor es su principal editor,
Diderot. La extensión del artículo, treinta y cinco mil palabras, da la pauta de la im-
portancia que se le concedió a este artículo, “quizá el más importante de los vein-
tiocho volúmenes de la obra”, pues constituye “un manual acerca de cómo compilar
y escribir una enciclopedia”, según advierte Blom (2007: 200). En este manual, Di-
derot menciona tres tipos de llamadas: a) llamadas de cosas, que sirven para aclarar
el objeto, ya sea por analogía o por contraste, y también en muchos casos remi-
tiendo a la ilustración; b) llamadas de palabra, que envían a otra parte de la enciclo-
pedia donde se encuentra ya desarrollado un concepto, y c) llamadas satíricas o
epigramáticas, con las que se pretende criticar algunas opiniones ridículas a las que
no se osaría aludir abiertamente. Estas últimas llamadas sirven para abordar indi-
rectamente ciertos temas políticos o religiosos. El mismo Diderot ejemplifica este
tercer tipo con una llamada a “Capuchón”. En la entrada “Franciscano”, donde
esta orden es tratada seria y elogiosamente, se remite, sin embargo, a la entrada
“Capuchón”, donde se relata la querella que dividió a la orden en dos facciones:
los hermanos espirituales y los hermanos de la comunidad. Unos estaban a favor
del capuchón estrecho y los otros lo querían ancho. Esta disputa duró cuatro siglos
y se resolvió con la bulas de cuatro Papas. Con esta llamada se pone en evidencia
cómo se disimulaba a veces la pugna con la Iglesia. Blom (2007: 203) recuerda tam-
bién que en la entrada “Antropofagia” hay otra remisión epigramática: “Véase, Eu-
caristía, Comunión”.
Otro punto importante es la ordenación de las entradas en base a una jerar-
quización de lo natural (la naturaleza es obra de Dios) por sobre lo social (orden
humano). De este modo, quien buscase en la Enciclopedia la palabra “Duc”, se en-
contraba en principio con la presentación de “un ave grande, que se alimenta solo
de noche y tiene la plumas de la cabeza en forma de orejas” (o sea un búho), antes
de considerar la palabra como título aplicado a ciertas personas de la nobleza. Lo
mismo pasaba con la entrada “Roi”, rey, que se abre con “un ave de aproximada-
mente el tamaño de una hembra de pavo”, antes de mencionar la realeza de Francia
(Blom, 2007: 202).
Se cuenta entonces con un ordenamiento conceptual o enciclopédico, pero a
este se le suman las entradas alfabéticas y los distintos tipos de remisiones. Así pla-
nificada, y desde nuestro horizonte de lectores cibernéticos, resulta evidente que la
enciclopedia anticipaba ya la lectura de hipertextos en Internet, aportando el frag-
mentarismo de la obra de consulta, la infinidad de entradas y un sistema de remi-
siones o llamadas que actuaban como hipervínculos. Sin duda nos hallamos ante
un claro antecedente de las posibilidades que conlleva la palabra digital.
Los enciclopedistas y el enciclopedismo de Jorge Luis Borges 467

BORGES ENCICLOPEDISTA

Esta nueva técnica de edición, que permite al lector la libre circulación por la
obra, es lo que le atrae a Borges en las enciclopedias modernas, esos “gratos labe-
rintos”. También Borges, en una obra de autoría compartida con Margarita Gue-
rrero, intentó la enciclopedia. Me refiero al Manual de zoología fantástica, que luego
se reeditó bajo el nombre de El libro de los seres imaginarios. Las diferencias con las
enciclopedias modernas son evidentes. En la de Borges-Guerrero no hay orden al-
fabético; las entradas se dan mediante un orden impuesto por los autores y salvado
en un índice; el universo al que se refiere no es el saber general de los hombres,
sino que abordan una temática parcial. Por otra parte, de la tripartición del árbol
de las ciencias de Bacon, los enciclopedistas ponían el énfasis en la razón desde el
título, al llamarlo “diccionario razonado”, en tanto que El libro de los seres imaginarios
apela a la fantasía, desde su primer título, y a la imaginación, desde el título del texto
definitivo. O sea, la tercera clasificación de Bacon, que desplegaba el mundo de la
literatura y la creación poética. Esto es previsible, ya que para Borges gran parte de
la tarea universal del hombre forma parte de la literatura, en especial la fantástica,
desde los catálogos hasta la teología. Así lo manifiesta también en el “Prólogo” de
1967, donde anota:

El nombre de este libro justificaría la inclusión del Príncipe Hamlet, del


punto, de la línea, de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras gené-
ricas y, tal vez, de cada uno de nosotros y de la divinidad. En suma, casi el
universo. Nos hemos atenido, sin embargo, a lo que inmediatamente sugiere
la locución “seres imaginarios”.

Y un poco más adelante añade:

Un libro de esta índole es necesariamente incompleto; cada nueva edición


es el núcleo de ediciones futuras, que pueden multiplicarse hasta el infinito.
[...] El libro de lo seres imaginarios no ha sido escrito para una lectura consecu-
tiva. Querríamos que los curiosos lo frecuentaran, como quien juega con las
formas cambiantes que revela un caleidoscopio.

En estas palabras preliminares Borges expone las características que le atraen


en las enciclopedias: ser obras abiertas e infinitas y el quiebre de la linealidad en la
escritura y la lectura, con la espacialización del libro implícita en la metáfora del
cambiante caleidoscopio.
468 Norma Carricaburo

LA ENCICLOPEDIA EN LA FICCIÓN DE BORGES

Hay dos cuentos sumamente relevantes para apreciar el valor que Borges le
otorga a la enciclopedia. Ambos corresponden a Ficciones. Con uno abre y con el
otro cierra la primera parte del libro, titulada “El jardín de senderos que se bifur-
can”. El primero, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, se refiere a una enciclopedia in-
existente, y el otro, que da título al primer segmento del libro, explica la concepción
de la obra como laberinto, como quiebre de la narración lineal y la posibilidad de
crear, como en una enciclopedia, un libro fragmentario, de multiplicidad de lecturas,
una historia que se expande en una posibilidad de resoluciones infinitas, con lo cual
quiebra la linealidad (y por lo tanto la temporalidad) y asimismo cualquier conse-
cución lógica de los sucesos.
En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges imagina a una serie de estudiosos de
distintas disciplinas inventando un planeta a partir de su inclusión y desarrollo en
una enciclopedia. El cuento comienza con la siguiente frase: “Debo a la conjunción
de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar”. La asociación del
espejo con la enciclopedia no es novedosa. En el medioevo las enciclopedias solían
llevar por nombre speculum. Ya leímos en la cita de “El congreso” la inclusión del
Speculum Majus, del dominico Vincent de Beauvais, del siglo XIII, libro nombrado,
en Otras inquisiciones, por su otro nombre, Speculum Triplex, dadas sus tres partes: un
“Espejo doctrinal”, relativo a la doctrina religiosa y la filosofía; un “Espejo natural”,
que abarcaba las ciencias naturales, y un “Espejo historial”, que compendiaba la
crónica. Si bien en la Edad Media el concepto de espejo implícito en estas obras se
correspondía con el de dechado o canon, la conjunción del espejo y de la enciclo-
pedia no resulta sorpresiva. Borges, a su vez, la vuelve redundante, pues tanto el
espejo como la enciclopedia tienen como función duplicar el mundo. Precisamente,
el cuento parte del tema de la multiplicación. La búsqueda de Uqbar se inicia por
una cita atribuida al personaje Bioy Casares, quien apunta que “los heresiarcas de
Uqbar habían declarado que los espejos y la cópula son abominables, porque mul-
tiplican el número de los hombres”. Luego se corregirá este segundo término cópula
por paternidad. El cuento parte del hallazgo del nombre Uqbar en una enciclopedia,
The Anglo-American Cyclopaedia (Nueva York, 1917) que a su vez duplicaría falaz-
mente la Enciclopedia Británica de 1902. Pero The Anglo-American Cyclopaedia se ase-
meja, por su lectura cambiante, con “El libro de arena”, libro proteico, inestable.
Los distintos ejemplares de esta enciclopedia mutan el número de sus páginas. El
ejemplar del tomo XXIV hallado en la quinta de Ramos Mejía tiene novecientos
diecisiete páginas, en tanto que el de Bioy consta de novecientas veintiuna. En esas
cuatro páginas de diferencia cabe un país, o un universo, porque en ellas aparece
Uqbar. A partir de las cuatro páginas, añadidas a uno de los ejemplares, el personaje
Buckley sugiere emprender la enciclopedia metódica de un planeta ilusorio. Nueva
Los enciclopedistas y el enciclopedismo de Jorge Luis Borges 469

multiplicación o juego de espejos. De hecho, en la ficción borgeana coexisten, de


ese modo, un mundo imaginado, Uqbar; un mundo empírico, el nuestro, sin el cual
sería imposible imaginar otros mundos, y también una triplicación (de allí el orbis
tertius), dada por la enciclopedia del planeta ilusorio, es decir, un mundo como es-
critura: la enciclopedia sobre Tlön.
En “El jardín de senderos que se bifurcan”, Borges sólo se refiere a la enciclo-
pedia en forma accidental, cuando el protagonista reconoce, en casa de Stephen Al-
bert, “encuadernados en tela amarilla, algunos tomos manuscritos de la Enciclopedia
Perdida que dirigió el Tercer Emperador de la Dinastía Luminosa”.6 Esta mención
de una enciclopedia se anticipa a la teoría sobre el libro laberinto. Esa exposición
está a cargo del dueño de casa, el inglés Albert, quien afirma que el laberinto no era
de espacio, sino de tiempo, y que ese laberinto, buscado e inhallado por sus descen-
dientes, no era otro que el libro de Ts’ui Pên, quien “diría una vez: Me retiro a escribir
un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie
pensó que libro y laberinto eran un solo objeto” (Borges, 2000: 110-111). La obra
de Ts’ui Pên es un laberinto de símbolos y también es un laberinto de tiempo y de
posibilidades, porque todas se dan en un libro infinito en el cual su constructor,
como un dios, prevé todos los desenlaces posibles de cada situación.
Si leíamos antes en la cita de “El congreso” que las enciclopedias eran “gratos
laberintos”, el construido por el antepasado del protagonista es un laberinto caótico,
un laberinto de diseño arbóreo, como los senderos del jardín, donde todas las re-
soluciones imaginables de cada suceso pueden tener cabida. Albert justifica de este
modo su descubrimiento: “[...] yo me había preguntado de qué manera un libro
puede ser infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico,
circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera” (Borges, 2000:
111-112). Aparece aquí nuevamente lo cíclico, lo envolvente de la enciclopedia,
pero Albert imagina una circularidad lineal, como la de cierto copista de Las mil y
una noches que, en la noche central del libro, hubiese empezado por distracción desde
el principio y así se convirtiese en un libro infinito. Esta circularidad no es la de la
Enciclopedia. A ella Borges le opone la infinitud del laberinto arbóreo, diseñado

6 Son varias las citas de enciclopedias chinas hechas por Borges. La más célebre, debido a los comentarios de

Foucault, es la de “El idioma analítico de John Wilkins”, de Otras inquisiciones. Si bien Borges descree de las taxo-
nomías de las enciclopedias, la inclusión de estas falaces enciclopedias chinas tiene distintas razones ficcionales.
En general, como libros laberínticos, las enciclopedias chinas son tan arbitrarias como las occidentales. La lectura
de una enciclopedia china es tan arbitraria o más que la de las de Occidente, que descansan en el orden alfabético.
Dado que la china es una escritura ideográfica, deben recurrir al número y no a la letra. En un diccionario chino
se encuentra el ideograma a partir de la cantidad de pinceladas que se necesite para dibujar el símbolo. En chino
existen doscientas catorce claves o radicales, caracteres que entran en relación con otros, por lo que hay que
conocer los radicales que forman un carácter concreto y luego hace falta contar el número de trazos con que se
dibuja cada radical. La sumatoria da una cifra y esta agrupa a todos los caracteres que poseen esa cifra. Se ordenan
de acuerdo con el orden creciente del número de trazos.
470 Norma Carricaburo

como un jardín de senderos que se bifurcan, es decir, un sistema que se asemeja


más a las conexiones entre las ciencias y a las remisiones de la Encyclopédie.
Otra imaginación sobre una construcción arbórea le es atribuida a Herbert
Quain y la desarrolla en “Artificios”, segunda parte de Ficciones. En ese relato suma
al esquema arbóreo la reversión temporal, con una víspera que se abre a tres ante-
vísperas y así sucesivamente, pero, en este caso, a diferencia del laberinto de Ts’ui
Pên, una de las vísperas anula las otras dos. Borges no desarrolla estas ficciones,
casi imposibles en el soporte impreso, sino otras en las cuales incorpora estas teorías
sobre relatos que rompen con la ordenación lógica, temporal.

EL AGOTAMIENTO DE UNA NARRATIVA Y DE UN SOPORTE

Las vanguardias del siglo XX surgen cuando los escritores sienten perimidos
los complejos universos textuales de la novela decimonónica. Según Marie-Laure
Ryan (2004: 214), de una literatura inmersiva, en la que los lectores se sumergen en
mundos construidos por los autores, se pasa con las vanguardias y las post-van-
guardias a una literatura interactiva en la que los autores buscan lectores cooperan-
tes. Los universos textuales de la novela decimonónica se agrietan, se resquebrajan,
y los escritores del siglo XX recogen fragmentos heterogéneos con los cuales in-
tentan otra forma de conectarse activamente con el lector, en especial a partir del
juego, pero también por la construcción de artefactos lingüísticos, fantásticos o te-
óricos. En el caso específico de Borges, los grandes relatos decimonónicos se re-
ducen a libros de cuentos y los mundos a teorías.
Ya en 1967 John Barth dedica a Borges un artículo titulado “Literatura del ago-
tamiento”. Allí manifiesta cómo nuestro autor prevé una literatura nueva y original:

Borges define el Barroco como “ese estilo que deliberadamente agota (o pro-
cura agotar) sus posibilidades y raya en su propia caricatura”. Mientras su pro-
pia obra no es barroca, excepto intelectualmente (el barroco no fue nunca tan
terso, lacónico, económico), sugiere la idea de que la historia intelectual y li-
teraria ha sido barroca y ha agotado casi completamente la posibilidad de la
novedad. Sus ficciones son no solamente notas al pie de página de textos ima-
ginarios, sino posdatas al cuerpo real de la literatura (Barth, 1976: 179).

Este agotamiento que Barth señala para los contenidos y la forma de narrar,
se vuelve a focalizar, desde la crítica literaria actual, como agotamiento del soporte,
fin de la galaxia gutenberg, que ha llenado y llena bibliotecas, y se destaca a Borges
como un precursor teórico de la literatura hipertextual.
Los enciclopedistas y el enciclopedismo de Jorge Luis Borges 471

Siguiendo a Barth, Jay David Bolter afirma:

Ficciones está constituido por una serie de relatos breves sin apenas argumento
ni caracterización; son unas narraciones que, según las coordenadas de la
novela del siglo XIX, serían totalmente insignificantes. Con Borges tenemos
la sensación de que se derrumba una larga tradición literaria, de que la novela,
y tal vez también la monografía, están demasiado gastadas. Borges insinúa
que nuestra cultura ya no puede producir novelas, y en vez de ello nos ofrece
informes académicos de libros y breves descripciones de personajes extra-
vagantes y mundos fantásticos. El tema del agotamiento afecta no solo a la
forma literaria, sino también a la condición humana, precisamente porque
Borges trata a la lectura y a la escritura como sinónimos de la propia vida
(Bolter, 2006: 278).

Pero Bolter recontextualiza la crítica de Bath, porque precisamente analiza los


cuentos de Borges desde el hipertexto y así advierte en Borges “el agotamiento del
libro impreso”. Refiriéndose a “La biblioteca de Babel” se pregunta:

¿Qué es esta biblioteca, a fin de cuentas, sino el agotamiento del pensamiento


humano simbólico? Todas las combinaciones de letras de Gutenberg se han
llevado a efecto y ahora aguardan en sus anaqueles a sus lectores. No queda
ya nada por escribir, solo por descubrir [...] (Bolter, 2006: 277-8).

Bolter opone al libro impreso la obra electrónica y, como todos los críticos de
la hipertextualidad, rescata a un Borges teórico de la ciberficción aun antes de que
esta fuese prevista. “El jardín de senderos que se bifurcan” es un texto emblemático
para quienes se dedican a la ficción electrónica. Stuart Moulthrop establece un en-
lace con el argentino y le rinde homenaje con su Victory Garden, una de las hiper-
ficciones más importantes, que también tiene como marco otra guerra, la de Golfo.
El hecho de que Borges haya sentido el agotamiento del soporte libro impreso
y haya entrevisto un nuevo soporte electrónico se puede conectar también con el
comentario de Teresa Gómez Trueba, quien se pregunta si muchos escritores del
siglo XX no estarían ilustrando el comentario de Benjamin de que “la historia del
arte presenta épocas críticas en las que cierta forma de arte aspira a efectos que
solo podrán ser conseguidos plenamente con un cambio de patrón técnico, es decir,
con una nueva forma artística” (2002: en línea).
472 Norma Carricaburo

Los enciclopedistas franceses, con una obra ajena a la literatura, intentaron en-
globar la cultura y el conocimiento del hombre en un número determinado de vo-
lúmenes, amplio, por cierto, a partir de un diseño especial. Conciliaron la facilidad
de la ordenación alfabética, con abundantes remisiones. El resultado fue una obra
con incontables entradas y discursos fragmentados. Con estas pautas, trataron de
acotar, para el hombre de su tiempo, en una sola obra, todo el saber disperso en
múltiples bibliotecas o aún no recogido en la escritura, como suele suceder en el
campo de los oficios.
Borges lector advirtió en las enciclopedias, por una parte, su valor de obras in-
finitas –como sus soñadas “Biblioteca total” o “La Biblioteca de Babel”– y, por otra
parte, imaginó, a partir de la construcción no lineal de la enciclopedia moderna, una
literatura que hoy sabemos que se corresponde con la de soporte electrónico: de lec-
tura fragmentaria, de construcción laberíntica y con la posibilidad de perderse en los
múltiples senderos por los cuales el lector recorre la obra espacialmente, en lecturas
personales, como si vagara por un inmenso jardín, diseñado por André Le Nôtre.
Borges autor prefigura ficcionalmente formas nuevas de narración sobre el di-
seño de la enciclopedia moderna y de ese modo se constituye en un Jano bifronte
que, mirando hacia atrás, advierte el agotamiento de un ciclo narrativo y de un so-
porte, en tanto que mirando hacia adelante, prefigura otros modos de narrar, otras
técnicas, que, sin embargo, en la práctica y con la tecnología de su tiempo, eran
irrealizables.
Los enciclopedistas y el enciclopedismo de Jorge Luis Borges 473

BIBLIOGRAFÍA

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hizo en la New York Public Library durante 1985. En línea:
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