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En tercer lugar, respetar la verdad es aceptarla, aceptar los errores. Quien no sabe aceptar
la verdad, se frustra. Se niega a conocerse. Se niega a conocer a las personas que le
rodean si resulta que tampoco está dispuesto a admitir fallos en ellas. No avergonzarse la
verdad es síntoma de tener una personalidad madura, que no vacila en aceptarla, con sus
consecuencias. Aceptarla no implica no hacer nada por superar el error; sólo si sé dónde
he fallado puedo rectificar.
Una verdad aceptada genera una convicción. Las verdades de las que uno está convencido
pasan a formar parte de uno mismo, quedan guardadas en nuestra intimidad.