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territorio. Había mucho aún por hacer. Faltaba implementar un proyecto cultural
acorde con las ideas revolucionarias (si bien Rivadavia había hecho importantes
aportes) (Echeverría 99-102). Esa era la gran oportunidad de su generación: echar
las bases de la cultura nacional.
Responsabilizó al caudillismo por los problemas políticos de su tiempo. Los
caudillos eran el síntoma de una sociedad enferma y deformada. Habían fracasado
los intentos de sancionar una Constitución, que garantizara un modo de gobierno y
un pacto de convivencia, válido para todos. El caudillismo, creía él, producía anti-
cultura. La sociedad retrocedía en lugar de avanzar. En su narración “El matadero”
demuestra los efectos nefastos de la dictadura en la vida de la gente. Su visión
coincide con la de Sarmiento.
Centró su pensamiento en tres conceptos básicos: “Mayo”, “Democracia” y
“Razón” (Palco, Historia de Echeverría 81-4). 2 Se apoyó en las ideas de filósofos
contemporáneos franceses que continuaban a los pensadores de la Ilustración: Saint
Simon, Leroux y Lammenais. Sus ideas políticas estaban íntimamente asociadas a su
condición de poeta romántico. Admiraba a Víctor Hugo y a Lord Byron. Respetaba el
liderazgo que éstos tenían en la vida cultural y política de la Europa de su tiempo
(“Fondo y forma en las obras de imaginación”, OC 341-5).
Echeverría escribió poesía épica y poesía de tema histórico. Su literatura fue
literatura de ideas. (Echeverría 362). 3 Para él el valor del pensamiento no residía en
su calidad especulativa sino en su fuerza crítica. En sus ensayos buscaba interpretar
la realidad de su tiempo, analizar las instituciones y comprender la cultura. Quería
ayudar a construir una sociedad más perfecta, contribuyendo a la progresión y
marcha de la historia (Weinberg, El Salón Literario 77-86). Propone un modelo de
2 Dice Palcos, defendiendo a Echeverría de la acusación que le hiciera Groussac sobre su falta de
originalidad: “La originalidad en Europa consiste en emanciparse de cualquier tutelaje intelectual. En
América hay que disimularla mucho tiempo bajo ese tutelaje, para tener luego el derecho de emitir
pensamientos por cuenta propia.” (Palcos, Historia de Echeverría 84).
3 Entiendo aquí por “pensamiento argentino” esa corriente de pensamiento informal que
representan pensadores como Sarmiento y Echeverría, al que muchos consideran ensayo
contemporáneo de ideas, y yo considero nuestra filosofía nacional. Es ésta una filosofía práctica que
recorre la historia de la cultura nacional argentina hasta la actualidad y reflexiona sobre distintos
problemas culturales y políticos. Su pensamiento no es principista ni doctrinario; es heterogéneo y
dúctil, “criollo”.
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4 Echeverría residió en París de 1826 a 1830, cuando tenía lugar en Francia la lucha de Víctor Hugo
por establecer el Romanticismo Social, y los intelectuales franceses trataban de entender la filosofía
política del gobierno de la Restauración (Mercado 10-15).
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5 Este fue un rasgo esencial de su liderazgo intelectual, que influyó en los miembros de la Generación
del 37.
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6 Echeverría creía en el valor del genio. El genio era el sujeto excepcional providencial, capaz de
transformar la historia.
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Como organización secreta podían intentar infiltrar las filas populares. Pero
el país sería libre solo cuando una coalición militar opositora derrocara al caudillo.
Rosas tenía un buen control político de la situación.
Echeverría criticó la política de los partidos históricos, y propuso a su amigos
formar un partido único que fusionara las ideas de ambos y fuese la síntesis
dialéctica de los dos polos. Su manera de entender la historia emanaba de su
interpretación de la Revolución de Mayo; dice: “El fundamento, pues, de nuestra
doctrina, resultaba de la condición de ser impuesta al pueblo argentino por la
revolución de Mayo; el principio de unidad de nuestra teoría social del pensamiento
de Mayo: la Democracia. No era ésta una invención (nada se inventa en política). Era
una deducción lógica del estudio de lo pasado y una aplicación oportuna. Ese debió
ser y fue nuestro punto de partida en la redacción del Dogma” (Obras completas 65).
Echeverría subrayó el aspecto lógico, científico de su estudio “deductivo”. La teoría
política, de manera gradual, debía controlar racionalmente la historia, haciéndola
previsible y programable. 7
Explicó con argumentos sólidos la ilegitimidad de la tiranía rosista y criticó al
pueblo proletario (Obras completas 295-308). 8 Dice Echeverría: “…el pueblo
soberano no supo hacer uso de su libertad; dejó hacer al poder y nada hizo por sí
para su bien…Nosotros queríamos, pues, que el pueblo pensase y obrase por sí, que
se acostumbrase poco a poco a vivir colectivamente…” (Obras completas 65-6).
Los jóvenes intelectuales del grupo discutieron cuál debía ser el papel de la
religión en el nuevo Estado, teniendo en cuenta los proyectos de reorganización
nacional. Echeverría consideraba a la religión como una de las grandes aliadas para
la regeneración moral de la población civil. La decadencia moral de las masas
durante el rosismo, creía, se había debido, en parte, a la carencia de una sólida base
religiosa; dice: “…se ha desvirtuado y desnaturalizado en nuestro país poco a poco el
sentimiento religioso. No se ha levantado durante la revolución una voz que lo
7 El marxismo operaría como una continuación y una profundización de este camino de
racionalización progresiva y cientifización de la política.
8 En aquella revolución aparece por primera vez en la historia política el perfil del proletariado, que
llevará a Marx a analizar el potencial histórico del mismo en la evolución progresiva de la historia de
la humanidad (Sarmiento, en cambio, la entiende como una insurrección anárquica e ilegítima [Katra,
The Argentine Generation of 1837]) (Echeverría, Obras completas 295-308).
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fomente o ilumine…y los instintos más depravados del corazón humano se han
convertido en dogma…hemos desechado el móvil más poderoso para moralizar y
civilizar a las masas: no hay freno humano ni divino que contenga las pasiones
desbocadas… A vosotros, filósofos, podrá bastaros la filosofía; pero al pueblo, a
nuestro pueblo, si le quitáis la religión, ¿qué le dejáis? Apetitos animales, pasiones
sin freno…” (Obras completas 66-7).
La revolución había emancipado a la Iglesia argentina, pero el clero,
argumenta, olvidándose de su misión evangélica, se había dedicado a la política, en
lugar de trabajar en la evangelización. Ese proceso de politización de la Iglesia había
concluido en una alianza virtual con Rosas, quien volvió a someter a la Iglesia
nacional al Patronato de Roma. Echeverría apoyaba la libertad religiosa, que
consideraba necesaria para atraer al suelo argentino inmigrantes que contribuyeran
al progreso nacional. La religión debía ser independiente y estar separada del
Estado (Obras completas 69).
Rosas había sabido inclinar a su favor el sufragio universal. Una ley de la
Provincia de Buenos Aires había concedido en 1821 el derecho de sufragio a “todo
hombre libre, natural del país o avecindado en él, desde la edad de 20 años, o antes
si fuere emancipado” (Obras completas 69). Esa ley de sufragio, que era aplicada con
éxito en Estados Unidos, no había dado buenos resultados en Argentina. El sufragio
universal, consideraba Echeverría, había sido “el vicio radical del sistema unitario”
(Obras completas 69). El pueblo ignoraba lo que era el sufragio, y no sabía lo que
votaba. Echeverría acusa al Partido Unitario de no haber sabido organizar al pueblo
y haber desconocido el elemento democrático de las campañas. Según él, ese
Partido, de arranque democrático, no tuvo fe en el pueblo. Rosas, en cambio, “…echó
manos del elemento democrático, lo explotó con destreza, se apoyó en su poder para
cimentar la tiranía” (Obras completas 71).
El pueblo, creía Echeverría, había decretado su propio suicidio al votar a
Rosas y darle la Suma del Poder Público. Para superar esta situación propuso la
siguiente fórmula: “Todo para el pueblo, y por la razón del pueblo” (Obras completas
72). En su “Ojeada retrospectiva…” analiza y explica las ideas sostenidas en el
Dogma Socialista de la Asociación de Mayo. En la sección doce de sus “palabras
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simbólicas”, discute el tipo de democracia que quieren establecer y afirma que “…la
Democracia es el régimen de la libertad, fundado sobre la igualdad de clases” (Obras
completas 151). Dice que “…la soberanía del pueblo es absoluta en cuanto tiene por
norma la razón” y que el individuo puede resistir “las decisiones tiránicas del pueblo
soberano” (Obras completas 152). La democracia, entonces “…no es el despotismo
absoluto de las masas, ni de las mayorías; es el régimen de la razón”, y la parte
ignorante de la población “…queda bajo la tutela y la salvaguardia de la ley dictada
por el consentimiento uniforme del pueblo racional” (Obras completas 152).
El autor pone a la razón por encima de la voluntad del pueblo y de las masas
y establece el tutelaje “…del ignorante, del vagabundo, del que no goza de
independencia personal…” (Obras completas 153). Aquellos que sufren esa
discapacidad social deben emanciparse primero, para poder luego ejercer sus
derechos políticos. En un gesto liberal pero paternalista hacia las masas, dice que es
el Estado el que tiene la responsabilidad de elevar a las masas de su estado de
ignorancia, de esparcir “…la luz por todos los ámbitos de la sociedad” (Obras
completas 153). Y agrega: “Para emancipar las masas ignorantes y abrirles el camino
de la soberanía es preciso educarlas. Las masas no tienen sino instintos: son más
sensibles que racionales; quieren el bien y no saben dónde se halla; desean ser
libres, y no conocen la senda de la libertad” (Obras completas 153).
Echeverría negaba derechos políticos al pueblo hasta que no cambiara, se
educara y civilizara, europeizándose. El grupo de jóvenes intelectuales que lidera
quiere reorganizar la sociedad según los intereses y objetivos políticos de su grupo
social y ponerla a su servicio.
Echeverría celebra los logros intelectuales y artísticos de los jóvenes de su
generación. Analiza la labor del periodismo combativo de Montevideo en “El
Iniciador”, “El Nacional”, “La Revista del Plata”, “El Porvenir”. Muchos escritores
colaboraban en estos periódicos: Miguel Cané, Andrés Lamas, Florencio Varela, Juan
María Gutiérrez, José Rivera Indarte. Otros exiliados argentinos trabajaban en la
prensa chilena: Vicente F. López, Domingo F. Sarmiento, Carlos Tejedor, Juan B.
Alberdi, escribiendo en periódicos líderes como “El Mercurio”, “La Gaceta” y “El
Progreso”. Esos jóvenes intelectuales luchaban contra el rosismo. Destaca también
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el mérito de los poetas: José Mármol y Bartolomé Mitre (lista a la que tendría que
agregar su propio nombre).
Echeverría exalta el patriotismo de esa generación proscripta, que tiene
mucho que ofrecer a la patria futura. Esa patria depende de ellos; dice: “La lógica de
nuestra historia…está pidiendo la existencia de un partido nuevo, cuya misión es
adoptar lo que haya de legítimo en uno y en otro partido… Ese partido nuevo no
puede representarlo sino las generaciones nuevas…” (Obras completas 88). Se ve a sí
mismo, y ve a sus compañeros, como los hombres del destino que habrán de salvar
la patria. No era éste un mesianismo vacío, sino una creencia enraizada y vivida
plenamente.
Echeverría y los miembros de la Generación del 37 apoyaron políticamente al
General Lavalle y la intervención francesa e inglesa en el Río de la Plata, durante la
década del cuarenta, como medidas necesarias para derrocar la tiranía rosista. El
liderazgo militar del General Lavalle (quien fuera responsable del levantamiento
militar de 1828 contra el Gobernador Dorrego y su fusilamiento, y del
recrudecimiento de la contienda de Unitarios y Federales) era controversial y su
invasión a la provincia de Buenos Aires en 1840 fracasó, al no recibir apoyo popular.
Rosas luchó contra la injerencia militar de Francia e Inglaterra, poderes europeos
con una nutrida historia imperialista, en las cuestiones internas del Río de la Plata.
Rosas era un Gobernador elegido por el voto, y todos sus poderes refrendados por la
Legislatura provincial, y por un plebiscito y consulta popular. Los integrantes de la
Generación del 37 no tuvieron esto en cuenta y lo consideraron ilegítimo. Echeverría
dice al final de su ensayo que no se propone sembrar discordia, su objetivo es unir a
la sociedad, y llama a todos los argentinos a fraternizar en un Dogma común. Envía
sendas cartas al Gobernador de Corrientes Joaquín Madariaga y al General Justo José
de Urquiza, Gobernador de Entre Ríos, explicando sus ideas y el programa del grupo
que representa, tratando de persuadirlos y de captar su apoyo (Obras completas
166-9).
En sus cartas al intelectual italiano Pedro de Angelis, editor de la prensa
oficial rosista, que en el Archivo Americano criticara el Dogma socialista, publicado
en Montevideo, desacreditando a su autor, Echeverría hace un agudo análisis
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político del papel del partido Federal antes de Rosas y durante su gobierno (Obras
completas 169-209). Demuestra que lo que Rosas llama “federación” no es tal cosa,
ni tiene nada que ver con la historia del concepto, ni con el sentido que se le dio a
éste en el sistema norteamericano. Diferencia lo que es un “partido” político de una
“facción” política, con intereses más estrechos, rebajando la lucha de federales y
unitarios a pujas de facciones.
Tal como Sarmiento en su Facundo, Echeverría acusa a Rosas de centralismo.
Dice que éste destruyó el poder municipal y regional en la Argentina. Los unitarios,
por su parte, se habían dejado llevar por un europeísmo ciego: aplicaron ideas
foráneas de manera mecánica, sin reconocer la realidad social local (Obras
completas 196). Censura al Presidente Rivadavia por haber renunciado al poder
supremo, en lugar de haberlo mantenido a cualquier costo, aniquilando a los
facciosos, si era necesario. Al no hacerlo “sacrificó el porvenir”. Dice: “El partido
unitario resignando el poder, sin haber combatido, aceptó el martirio: por eso, si la
moral y la justicia lo aplauden, la política lo silba y lo condenará la historia” (Obras
completas 199).
Echeverría cree que la regeneración de la patria dependerá en gran medida
de la forma en que logren encauzar a los espíritus díscolos y anárquicos dentro del
sistema municipal; dice: “El distrito municipal será la escuela donde el pueblo
aprenda a conocer sus intereses y sus derechos, donde adquiera costumbres cívicas
y sociales, donde se eduque paulatinamente para el gobierno de sí mismo o la
democracia, bajo el ojo vigilante de los patriotas ilustrados…” (Obras completas
204). La municipalidad, piensa, logrará infundir el espíritu local en el espíritu
nacional.
Echeverría dedica dos artículos suyos fundamentales a analizar la Revolución
de Mayo: “Antecedentes y primeros pasos de la Revolución de Mayo” y “Mayo y la
enseñanza popular en el Plata”. En el primero analiza la historia latinoamericana
desde su época colonial hasta el presente, explica las relaciones de poder dentro del
Río de la Plata y hace una excelente sinopsis histórica de las luchas políticas. En su
segundo artículo divide la historia en dos etapas: una colonial, retrógrada, y otra
revolucionaria y democrática, progresista. Su defensa de los valores de Mayo, dice,
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se debe a que desea que predomine la ley por encima de la fuerza bruta (Obras
completas 224). Deben todos honrar la Revolución de Mayo y nutrirse de los valores
democráticos. La sociedad está empeñada en una guerra civil prolongada: el pueblo
está luchando por dar a luz esas fuerzas que hacen a las nacionalidades robustas
(Obras completas 226). Echeverría acepta la guerra como medio legítimo para
alcanzar la libertad.
Cree que la educación no puede ser dejada al azar: el Estado debe darle una
dirección moral y política. Lleva esta lección a la práctica en su Manual de enseñanza
moral para las escuelas primarias del Estado Oriental, 1846, donde sostiene que un
gobierno revolucionario tiene el deber de educar al pueblo y enseñarle sus ideales
políticos y morales.
Echeverría valoró a la poesía por encima de todos los géneros literarios. La
poesía romántica le asignaba al poeta, como voz y como conciencia de su sociedad,
un papel político especial (Altamirano y Sarlo 17-41). Echeverría ve al ser humano
como una unidad indisoluble. En las notas sobre arte y poesía, que Juan María
Gutiérrez reuniera bajo el título de “Fondo y forma en las obras de imaginación”, el
poeta escribe sobre los cambios del ser humano en su historia y los efectos que
éstos tienen en su forma de expresión: “Unas son las facultades morales de la
humanidad; pero el clima, la religión, las leyes, las costumbres, modificando,
excitando su energía, deben necesariamente dar impulso distinto a la imaginación
poética de los pueblos y formas singulares a su arte, pues sujetos están a todos los
sucesos y accidentes, tanto externos como internos que su vida o su historia
constituyen” (Obras completas 342). Y luego, insistiendo en la unicidad del espíritu
de la humanidad: “Son las formas poéticas las que varían principalmente en cada
siglo, en el espíritu de cada pueblo y en las renovaciones y faces del arte, y el espíritu
esencial que la fecunda y anima, pasa inalterable de generación en generación,
siguiendo en su marcha todas las vicisitudes, retrocesos y adelantos del saber
humano y de la civilización” (343).
Dado que concibe un mundo que varía sus formas pero retiene su espíritu,
estas formas deben ser relativas y no absolutas. La libertad en la forma de expresión
es una necesidad inherente del arte y de la vida. La historia política, igualmente,
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muy pocos escritores han alcanzado, mostrar las fuerzas históricas y sociales de su
tiempo en juego dramático, y caracterizar con realismo a los tipos humanos
populares (en particular al proletariado rural y a la chusma urbana), que apoyaban
la política del Restaurador, el tirano Rosas.
Echeverría, aunque sostenía que la religión podía contribuir al desarrollo
moral del pueblo, criticó en “El matadero” la conducta de la Iglesia en el gobierno de
Rosas. La Iglesia actúa como cómplice del tirano; lejos de ayudar en la educación
cristiana de la masas, papel que el poeta creía el más conveniente para la Iglesia,
procura rendirlas a los pies de Rosas. La inundación, causada por la lluvia continua y
torrencial, y el sufrimiento que ocasiona a la población, quiebran el equilibrio social
en Buenos Aires, durante la época de Cuaresma. Esto pone a prueba la habilidad
política del Restaurador, quien, procurando calmar el hambre (y la impaciencia) del
pueblo, manda traer, por decreto, una cantidad de novillos para el matadero,
pasando por alto el ayuno religioso de la Cuaresma. El narrador describe con ironía
la actitud de la Iglesia en estas circunstancias, y cómo ésta aprovecha el momento
para atemorizar a la población: “Parecía el amago de un nuevo diluvio. Los beatos y
beatas gimoteaban haciendo novenarios y continuas plegarias. Los predicadores
atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el día del juicio,
decían, el fin del mundo está por venir. La cólera divina, rebosando, se derrama en
inundación. ¡Ay de vosotros unitarios impíos que os mofáis de la Iglesia, de los
santos, y no escucháis con veneración la palabra de los ungidos del Señor!...vuestra
impiedad, vuestras herejías, vuestras blasfemias, vuestros crímenes horrendos, han
traído sobre nuestra tierra las plagas del Señor. La justicia del Dios de la Federación
os declarará malditos” (311-2).
Echeverría muestra, involuntariamente, la excelente relación de Rosas con
las masas y el apoyo que éstas le brindaban. Los carniceros se preocupan en cuidar y
vigilar la seguridad del régimen, y contribuyen a su “limpieza” ideológica. Dada las
amenazas internas y externas, los carniceros se transforman en guardianes del
gobierno personalista y popular de Rosas. Junto a ellos operan las mujeres
achuradoras, negras y mestizas, que recogen las entrañas de los animales
sacrificados para venderlas. En este relato todos hacen algún tipo de sacrificio: la
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moral frente a la opresión. Esa resistencia heroica ante la tiranía era contraria a la
experiencia social e histórica: los opositores al régimen rosista (incluido el poeta),
antes de dejarse encarcelar, torturar o matar inútilmente, preferían el exilio en la
vecina Montevideo. El personaje unitario responde individualmente a la opresión:
resiste hasta la muerte para defender el honor. Si el lema de Rosas era “Federación o
muerte”, la respuesta de Echeverría puede interpretarse como “Muerte antes que
tiranía”. El terror y la tortura son instrumentos necesarios del rosismo para
mantener su poder. Los carniceros no actúan en forma individual e independiente
frente a la situación creada: reaccionan como grupo.
El autor tiene una buena comprensión de la psicología de las masas. Pero no
las acepta, porque son rosistas, apoyan la tiranía, y son incultas, bárbaras y se
componen de elementos populares que él considera inferiores, por su raza y por su
género. Forman parte del sector social que en su Dogma socialista considera “menor
de edad”. A las masas no se les puede dar derechos políticos, deben actuar dirigidas
por un “tutor” (Obras completas 152-4). Podrán ejercer su libertad individual
cuando lleguen a su “mayoría de edad”: cuando hayan recibido educación de
primeras letras y educación política como ciudadanos. Mientras tanto, es la pequeña
burguesía urbana la que debe velar por los derechos de las masas populares, ser sus
líderes y mentores.
Echeverría observa con escepticismo y desagrado el desarrollo de las
instituciones en tiempos de Rosas, tanto la Iglesia como el gobierno. Estas
instituciones son enemigas de la democracia que él defiende y, sin ella, no puede
haber una asociación para el progreso. Esa sociedad necesita ser moralmente
“regenerada”. El mundo del “matadero” es una sociedad degenerada: en él impera la
violencia, el servilismo político, la ignorancia, la demagogia, la manipulación, el
oscurantismo de la Iglesia. Las masas son víctimas de sus bajas pasiones: odio,
crueldad. Se parecen, por su comportamiento, a los indios salvajes de “La cautiva”.
Pero los indios demuestran en el festín más crueldad. Los gauchos y las negras del
matadero son una “familia bárbara”, la familia de la federación rosina; los indios, en
cambio, llevados por el frenesí del alcohol, en total desorden, se matan entre sí, son
“salvajes”. Ellos son los sacrificados en su propia fiesta, no diferencian entre el bien
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y el mal, entre los que ofrendan y las víctimas (Obras completas 457-9). Son una
tribu de salvajes sedientos de sangre. Los guía el instinto de destrucción y muerte. A
las masas federales las guía el amor al dictador y a su esposa, Doña Encarnación, por
la que llevan luto. Son sumamente respetuosos de las convenciones y símbolos que
impone su caudillo.
Los gauchos son “esclavos”, tienen su voluntad política enajenada. Echeverría
considera esta pérdida de libertad individual algo ominoso. En su poema “El 25 de
Mayo”, que presentara en las Fiestas Mayas de Montevideo de 1844, aunque fuera
escrito tres años antes en Colonia, Echeverría muestra a América como un territorio
virginal e inocente, que no sufría yugo alguno: la llegada de España significó para
ellos la pérdida de la libertad, la esclavitud (Obras completas 802). El hombre debe
luchar por ser libre, y la humanidad tiene que seguir su marcha hacia la total
liberación. Esa es la idea iluminista de la que Echeverría estaba totalmente
convencido: libertad o muerte, tal como lo quería Mayo. Esa lucha es la lucha de la
Nación y la nación no puede existir sin independencia y libertad.
El poder personal de Rosas, que sólo ambicionaba perpetuarse en el
gobierno, había reemplazado el proyecto de nación de los hombres de Mayo. Por eso
no se le podían hacer concesiones en la lucha. El único plan futuro viable para
Echeverría, era el plan liberal: su fracaso equivalía a la disolución de la nación. En la
nación liberal, la pequeña burguesía intelectual proyecta tener un papel rector: ellos
serán los líderes políticos y culturales de la nueva nación. Los líderes legítimos,
porque representaban la civilización y la cultura, el mundo moderno, que se rebela
contra el mundo oscurantista del colonialismo español, presente en el sistema de
gobierno de Rosas, como una fuerza contrarrevolucionaria que amenaza todas las
ganancias políticas de la Revolución.
Estos jóvenes se consideran los herederos de la luz del sol de Mayo. Son el
nuevo sol, los “hijos” de los fundadores de la patria, y animan una revolución
cultural que aspira a convertirse en revolución política. Si bien Echeverría no vería
la caída del tirano, su generación, que sufriera las consecuencias de la guerra civil y
la “paz” de Rosas, procurará estar a la cabeza de los cambios políticos en su patria,
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