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CENTRO UNIVERSITARIO CUDES

Diplomatura de Cultura Argentina


Pensamiento
El pensamiento de la generación del 37 y del 80
Dulce María Santiago

Introducción

Nuestros hombres de Mayo y los de las generaciones siguientes, no eran

pensadores, eran hombres de acción que estaban educados en el pensamiento de su

época: las ideas del pensamiento español de los siglos XVI y XVII y –en mayor

medida- del Iluminismo del siglo XVIII, los primeros: Los segundos, en cambio, en las

ideas del historicismo romántico de corte liberal. Fueron hombres que actuaban en

política pero que arraigaban su praxis en las ideas de su tiempo: “Piensan como

hombres de acción y obran como hombres de pensamiento”, dijo de ellos el filósofo

argentino del siglo XX Coriolano Alberini1.

En torno a la Revolución de Mayo de 1810 las ideas sobre el origen del poder,

como la teoría de la soberanía popular de Francisco Suárez, que considera al pueblo

como el depositario legítimo del poder, y las ideas de la Ilustración Francesa,

especialmente la teoría del Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau, concedieron a los

hombres de ese momento las armas ideológicas para llevar a cabo el movimiento

revolucionario que culminaría con nuestra independencia. Pero serían los integrantes de

la Generación del 37, formados en el pensamiento del historicismo romántico, quienes

concretarían la Organización Nacional, asentada en esas ideas. Esta generación fue, sin

duda, la gran arquitecta de nuestro sistema político y de nuestras instituciones.

Inspirados en el paradigma Civilización o Barbarie, configuraron una cultura que marcó

una identidad colectiva signada por el europeísmo, especialmente de origen anglo-


1
Alberini, Coriolano. Problemas de historia de las ideas filosóficas en la Argentina. Buenos Aires.
Secretaría de Cultura de la Nación y Fraterna. Colección Identidad Nacional, 1994¸ p. 101

1
francés, que prosiguió hasta bien entrado el siglo XX.

Hacia 1880, ya en camino al Centenario, fue el positivismo, inspirado en la idea

del progreso, quien impregnó toda la cultura de la época, funcionando como una

creencia práctica, como decía también Alberini, e infundió un clima de euforia a la

asombrosa prosperidad económica del país. El positivismo coincidió así con el ambiente

progresista del país entre 1880 y 1910 y –aunque su filosofía proclamaba una exaltación

de la ciencia, ésta no tuvo en la práctica el reconocimiento que ameritaba. Esta

Generación del Centenario toma conciencia que un pensamiento tan naturalista y

materialista como el del Positivismo, que identifica progreso con bienestar material,

resulta insuficiente para la realización plena de una cultura. Y así, aún dentro del mismo

movimiento, comienzan a surgir nuevas voces que intentan superarlo con otras ideas.

La Generación del 37

Después del fracaso del proyecto moderno de las ideas iluministas y progresistas

transplantadas de Europa por el modelo rivadaviano, emerge con fuerza el espíritu

opositor a la oligarquía ciudadana encarnado en los caudillos representantes de las

masas rurales que habitan el interior del país. En este contexto surge la figura de Juan

Manuel de Rosas como el Restaurador de las antiguas leyes frente al caos político y a

las novedades ideológicas del período revolucionario.

Mientras tanto se forja una generación que, habiendo nacido bajo la aureola de la

Revolución de 1810, se había formado mayormente en las ideas de la ideología,

enseñada por entonces por su benemérito maestro el doctor Diego Alcorta. Son sus

representantes Esteban Echeverría, Juan María Gutiérrez, Marcos Sastre, Juan Bautista

2
Alberdi, Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Vicente Fidel López, entre

otros.

Como buenos discípulos logran superar a sus maestros: realizan su tarea con el

aporte de otro movimiento de ideas conocido como el romanticismo historicista.

Esteban Echeverría trae a nuestro suelo la novedad del romanticismo, con el que había

entrado en contacto durante su estancia en París entre 1826 y 1830. Su peculiaridad es la

exaltación del sentimiento frente a la razón, de lo telúrico, de lo propio. El historicismo,

por su parte, revaloriza la conciencia histórica, la temporalidad como algo característico

de las ideas, así ellas son algo considerado propio de una época. Cada momento

histórico tiene sus propias ideas acordes a la circunstancia. El pensamiento no es

entonces algo abstracto, sino que debe encarnarse en su contexto histórico y social.

Este romanticismo historicista tiene un origen germánico pero los autores

franceses traducen y comentan las obras de los alemanes, dándole forma francesa al

contenido alemán. Nuestro autor romántico, Echeverría, procuró integrar en sus obras la

naturaleza, el hombre y la sociedad como un todo armónico. Este espíritu lo animó al

escribir sus célebres obras La Cautiva y El Matadero, así como también el Dogma

Socialista, entendiendo por socialista un programa de reforma política en sentido liberal

y democrático.

Un hecho histórico significativo para esta generación fue la Revolución de 1830,

que sacó a los Borbones del trono de Francia y puso en él a Luis Felipe de Orleáns.

“Nadie hoy es capaz de hacerse una idea del sacudimiento moral que este suceso

produjo en la juventud argentina que cursaba las aulas universitarias”, recuerda Vicente

F. López en sus Evocaciones históricas2 y atribuye a este hecho el ingreso de autores

que les enseñaron a pensar a la moderna y a escribir con formas nuevas: Cousin,
2
López, Vicente Fidel. Evocaciones históricas. Buenos Aires, Secretaría de Cultura de la Nación y
Editorial universitaria de estudios avanzados, 1994. p.39

3
Villemain, Quinet, Michelet, Saint Simon, Victor Hugo, Alejandro Dumas, etc.

Los jóvenes de esta generación no eran unitarios, pero tampoco rosistas, eran

llamados federales de lomo negro, en alusión al a los libros que leían. Formaron una

élite intelectual de la cual, como dice María Ester de Miguel en un artículo del diario La

Nación, “Esteban Echeverría era el mayor, nuclearía a esos jóvenes porque él traía de

Francia, además de la novedad del romanticismo, la atmósfera efervescente de su

sociedad y la ansiedad de reformas sociales. Pero ‘romántico en literatura, demócrata en

política, reformista en materia social’, dice Alberdi. Echeverría no quiere trasplantes,

mira el entorno, la realidad, lo propio, lo nuestro. En 1848, sigue en lo mismo:

‘Tendremos siempre un ojo clavado en el progreso de las naciones y el otro en las

entrañas de nuestra sociedad’, concepto que hoy globalizado viene de perillas,”

concluye la autora3.

Este grupo de jóvenes fundó el Salón Literario en torno a la librería de Marcos

Sastre, inaugurado en 1837, año que dio origen a la denominación de esta generación,

con tres rememorables discursos que manifiestan las ideas que los guiaban. El primero

de ellos, el de Marcos Sastre –recuerda Juan Carlos Ghiano- “insiste en el “progreso

pacífico, que debe ser efectuado por el tiempo y dirigido por las luces”…por eso esta

sociedad sudamericana “debe anticiparse a proclamar el progreso pacífico de la

civilización, que es el alma de la perfectibilidad”. La adopción de este principio

conduciría a empuñar en el momento adecuado “el cetro del poder, de la riqueza y de la

inteligencia”4

El segundo discurso, el de Alberdi, dice Ghiano: “Reconociendo que el

desarrollo argentino tuvo comienzo en 1810, apunta sus errores, al mismo tiempo que

señala lo nuevo que introduce su generación: “el estudio de lo nacional”, para que lo
3
De Miguel, María Ester. El romántico utopista en La Nación, 14 de enero de 2001
4
Ghiano, Juan Carlos. El programa del Salón Literario en La Nación, 1ª de noviembre de 1987

4
nacional sea el elemento necesario de nuestro desenvolvimiento argentino…”5

El tercero, de Juan María Gutiérrez, como dice este artículo, “coincide con los

de sus antecesores en el antiespañolismo cultural, provocado por la limitación de los

modelos que llegan de España, pero aporta un nuevo elemento de juicio: la condena de

España por la destrucción de las culturas aborígenes, cortadas de cuajo por los

conquistadores…”Nula, pues, la ciencia y la literatura española, debemos nosotros

divorciarnos completamente con ellas, y emanciparnos a este respecto de las tradiciones

peninsulares, como supimos hacerlo en política, cuando nos proclamamos libres”6

Pronto este grupo comienza a ser perseguido por Rosas. Desarrollan, entonces,

sus actividades clandestinas bajo la bandera de la Joven Argentina, luego rebautizada

Asociación de Mayo. Finalmente, la mayoría de sus integrantes debió emigrar hacia

Montevideo o hacia Chile, pasando a ser los proscriptos, como los llamó Ricardo Rojas.

Pero lejos de paralizarse su espíritu, -Sarmiento dejó escrito en una piedra durante su

viaje a Chile: “las ideas no se matan”- estos hombres desarrollaron su dimensión

intelectual en vistas de la postergada acción política de la que aguardaban su

oportunidad. Mientras tanto, en su exilio, ejercieron el periodismo, la escritura y hasta la

docencia como alternativa a su diferida vocación.

Los autores preferidos de esta generación, que no leía alemán pero sí francés y, a

veces, inglés, fueron franceses o alemanes conocidos por los galos, como el caso de

Herder, cuyo libro Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad, fue traducido

por Quinet bajo la supervisión de Cousin. Esta obra fue muy leída por estos jóvenes

despertando en ellos el interés por la historia –que era siempre la historia de un pueblo-

y la enseñanza que ella podía brindar, especialmente a una nación joven como la

nuestra. Vicente F. López concebía la historia como “el grandioso compendio de la


5
Ibidem
6
Ibidem

5
experiencia y sabiduría del género humano”7 Herder proponía una nueva teoría del

progreso, diferente de la de Condorcet, para quien la razón era la fuente del progreso,

los valores y las leyes. Para Herder el progreso era inherente a la historia, destacaba la

influencia del medio geográfico en su configuración, exaltaba la libertad individual y su

influjo en los acontecimientos sociales, pero a la vez, estaba sometida al instinto de

perfección.

Estos principios influyeron en Savigny, fundador de la escuela histórica del

derecho, para la cual el derecho no es un producto frío de la razón, sino la expresión

viva de la historia de cada pueblo en cada época. Esta escuela se oponía a las

codificaciones. Este autor es conocido entre los nuestros a través de Lerminier.

También Victor Cousin, seguidor del idealismo alemán, en especial de Hegel,

fue muy leído por esta generación. Otro autor que ejerció gran influencia fue el conde

Saint-Simon, que consideraba que las sociedades debían pasar de una “época crítica” a

una “época orgánica”, dando lugar a una “nueva organización”, basada en el “progreso”

y en la “reforma social”. Los ingleses fueron muy leídos por nuestros románticos, en

especial Lord Byron, Walter Scott y el historiador Macaulay. El pensamiento de Juan

Bautista Vico les llegará a través de Michelet.

Estos autores y sus ideas movilizaron a los jóvenes que debieron emigrar hacia

1840. Mientras se preparaban intelectualmente para realizar su proyecto en el momento

oportuno, en el kairós de los griegos, ya que estimaban que la revolución de mayo había

fracasado porque las ideas que le dieron vida no eran las adecuadas para nuestra

nacionalidad. Buscaron en esas nuevas ideas los modelos conforme a los cuales

pudieran organizar socialmente el país, sumido en el desorden. Pensaban que cada

pueblo tiene una misión que cumplir en la historia universal y nosotros no éramos la
7
López, Vicente F. Memoria sobre los resultados generales con que los pueblos antiguos han
contribuido a la civilización de la humanidad. Buenos Aires, Nova, 1920. p. 25

6
excepción.

Toda esta corriente dio lugar a un pensamiento orientado a la acción que puede

denominarse eclecticismo racional, que no tenía una gran profundidad filosófica,

aunque sí la particularidad de construir una sistematización de ideas con pretensión de

configurar la realidad histórica que les tocaba vivir. Buscaban la organización nacional

y estas ideas les brindaban las herramientas necesarias a través de sus principios

fundamentales:

- El papel morfogenético de la naturaleza tanto en el carácter de los hombres

como en sus gobiernos. Era una característica presente en Montesquieu, pero realzada

en Herder. Por eso esta generación solía recordar una frase atribuida a Cousin: “Dadme

la geografía de un pueblo y os daré su historia”8

- El despertar de la conciencia histórica, de la tradición, de lo popular, del

pasado, cuyos antecedentes se encuentran en Vico, Montesquieu y en Cousin.

- El carácter dialéctico de lo real, herencia hegeliana que les llegó a través de

Cousin, que los llevaba a interpretar la revolución como un cambio de ideas, que la

razón producía para pasar de una forma histórica a otra superior, según la ley de

progreso. Las revoluciones eran las que permiten los cambios sociales. Por eso V. F.

López decía que: “El desarrollo de los pueblos no es otra cosa, en el fondo, que la

destrucción seguida de una construcción lógica…las revoluciones son los grandes

silogismos de la historia”9

- El progreso no estaba fuera de la historia, sino dentro de ella, era inherente a

ella, se debía a la perfectibilidad humana hacia la cual conducía la historia.

- Aunque consideraban que la razón debe ser sustituida por el sentimiento y la


8
Orgaz, Raúl Vicente Fidel López y la filosofía de la historia la historia. Imprenta Rossi Argentina,
Córdoba, 1938. p. 98
9
López, Vicente F. Memoria…op. cit. p. 32

7
intuición y destacaban la importancia de la experiencia, sin embargo, permanecía en

ellos una valorización de la razón y del papel motor que tienen las ideas sobre los

hechos y sobre el desarrollo de los pueblos. Esta visión intelectualista los llevaba a

buscar un pensamiento que sirviera para la acción.

- La filosofía debía aplicarse a los problemas sociales, es decir, debía ser

“socialista”, no en el sentido de colectivista, sino en clave liberal y democrática. Por

eso, para Alberdi nuestra filosofía debía salir de nuestras necesidades, “pues según estas

necesidades, ¿cuáles son los problemas que la América está llamada a establecer y

resolver en estos momentos? Son los de la libertad, de los derechos y goces sociales...”10

En todos ellos latía un sentido realista en su pensamiento, dirigido a la política:

Se trataba de lo nuestro: leyes costumbres, estado social, que debe avanzar hacia los

niveles de progreso de Europa, sin dejar de ser uno mismo.

Su pensamiento político es liberal, pero no un liberalismo de fines, como el de la

Revolución de Mayo, una máscara liberal que sirve para poderes personales y absolutos,

ya que “vacíos de tradición liberal, sin legado alguno de libertad que defender, los

hombres de mayo ignoraban los medios prácticos con los cuales la libertad política se

encarna en derechos y garantías concretas”11 Por eso estos hombres del 37 pensaban

consumar un liberalismo de medios – una Constitución nacional- que garantizara un

gobierno parlamentario.

En medio de tantas idas y venidas, estos hombres de acción tuvieron tiempo para

pensar la nación que querían ser. Y Coriolano Alberini, historiador de nuestras ideas,

decía en 1930: “Merced a la obra de estos varones, que algún día también será

10
Alberdi, Juan B. Ideas para presidir a la confección del curso de filosofía contemporánea. Colegio de
Humanidades, Montevideo, 1842 en Escritos póstumos, Francisco Cruz, Buenos Aires, 1900.Tomo XV p.
614
11
Botana, Natalio. “Mitre y Vicente Fidel López: Dos visiones liberales acerca de la historia
republicana”. En: Anales de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas Tomo XVIII - 1989

8
reconocida y admirada por Europa, la Argentina es ahora órgano de civilización

universal”12.

Juan Bautista Alberdi

Este tucumano que estudió derecho en la universidad de Buenos Aires es

considerado el más metafísico de los de su generación. Ciertamente no fue un filósofo

profesional, pero sí puede decirse que tuvo un pensamiento filosófico que se plasmó en

sus obras.

Su tesis doctoral conocida como Fragmento preliminar al estudio del derecho,

publicada en 1836 sirvió de fundamento para el plan que diseñaría para la elaboración

de la futura constitución nacional: Bases y Puntos de Partida para la organización

política de la República Argentina de 1852.

El tema fundamental de su pensamiento es el ser nacional, interpretado a la luz

de su filosofía historicista. Para Alberdi es necesario pasar -por medio de una evolución-

de una época crítica, inspirada por un pensamiento inadecuado a nuestra realidad, el

Iluminismo, a una época orgánica, basada en su filosofía según el programa de las

“Bases”. Estas fueron escritas para que la Argentina tuviera una constitución que

garantizara un gobierno republicano, como medio para llegar a la civilización.

Aunque en materia religiosa propone el catolicismo como religión oficial, pero

sugiere la tolerancia hacia otras religiones como una forma de llevar a cabo su axioma

gobernar es poblar, permitiendo así la llegada de inmigrantes de diferentes credos.

Podríamos decir que su visión religiosa sería es más próxima a un deísmo cristiano.

12
Alberini, Coriolano. Op, cit. p.68

9
En educación, dada realidad de pueblo naciente, antes de la instrucción debería

darse una educación por medio de las cosas, es decir, enseñar a trabajar a fin de generar

costumbres que permitieran el uso de la libertad.

Juan Bautista Alberdi fue el primer autor argentino que ha visualizó la necesidad

de conocernos a nosotros mismos, en un sentido plural y con conciencia, para la

elaboración de un discurso propio como un elemento fundamental para ser una nación.

En la concepción alberdiana la nación implica una historia, un pasado que nos

constituye como tal. De ahí que, para él, es necesaria una filosofía práctica, que surja de

nuestras necesidades y aplicarse a “los intereses sociales, políticos, religiosos y morales

de estos países”13 e inspirarse en los principios de libertad, igualdad y asociación para

orientarse a instaurar la democracia.

Aunque muchos autores contemporáneos valoran el esfuerzo de Alberdi en

procura de un pensamiento que fuera nuestro, no por ello dejan de considerarlo

europeísta, ya que con su horizonte de comprensión el paradigma de la civilización

europea era la meta que la América bárbara debía alcanzar. Para Alberdi no cabía otra

posibilidad que la de pensar lo americano a través de un prisma europeo. Es importante

comprender que esta visión de lo europeo no tiene que ver con un snobismo elitista sino

con la proximidad de una herramienta posible para librarse del atraso.

Domingo Faustino Sarmiento

Aunque no fue un “pensador” en sentido estricto, el sanjuanino ha sido junto con

Alberdi un momento importante dentro de la historia intelectual del siglo XIX. Su

carácter vehemente y apasionado se prolongó en sus obras escritas y en su acción


13
Alberdi, J. B. Ideas…; op. cit. p. 610

10
política. Un estilo personal e inconfundible selló su genio literario. En su obra más

famosa: Facundo, publicado en 1845, se manifestó más nítidamente su visión de nuestra

nación y sus posibilidades, en función de lo cual puso al servicio toda su voluntad y su

capacidad, trabajando arduamente a lo largo de su vida para lograr su cometido.

Lo que más preocupaba a Sarmiento era nuestro estado de barbarie, que él

identificaba con la campaña y su habitante, resultado del medio natural agreste que

modelaba su carácter salvaje. El modelo se encarnó en Facundo Quiroga, el caudillo

asesinado en 1835 en Barranca Yaco, de gran popularidad y muy temido, “provinciano,

bárbaro, valiente, audaz, (que) fue reemplazado por Rosas…” 14 Según Sarmiento

Facundo representaba la “expresión fiel de una manera de ser de un pueblo, de sus

preocupaciones e instintos”15. De acuerdo con su visión romántica, Quiroga era un

“caudillo que encabeza un gran movimiento social, no es más que el espejo en que se

reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, preocupaciones y

hábitos de una nación en una época dada de su historia” 16. Por ello, lo toma como la

figura de aquella barbarie que debe desaparecer, porque “es ley de la humanidad que los

intereses nuevos, las ideas fecundas, el progreso, triunfen, al fin de las tradiciones

envejecidas, de los hábitos ignorantes y las preocupaciones estacionarias”17.

La barbarie tiene una relación directa con el lugar, por eso el problema de la

nación es la extensión, es decir, es la naturaleza la que explica la barbarie del gaucho y

del indio. Todo su pensamiento está signado por la antítesis irreconciliable entre dos

polos opuestos: civilización o barbarie, que atraviesa como un eje transversal

produciendo un dilema sin solución, en cuanto que ambos elementos no pueden

convivir, ni siquiera cohabitar juntos, siempre estarán en pugna. Esta dialéctica es quizá

14
Sarmiento, D: F. Facundo. Editorial Difusión, Buenos Aires, 1979. p.13
15
Op. cit. p. 20
16
Op. cit. p. 23
17
Op. cit. p. 18

11
la característica más evidente de este sanjuanino tanto en su teoría como en su praxis.

Pensaba que América tenía que llevar a cabo un proyecto moderno, enfrentando

el desafío de la barbarie. Quería imponer la civilización a toda costa, importando

modelos norteamericanos…porque estaba convencido que esa era la manera de llevar a

cabo el proyecto nacional. Su acción política estuvo iluminada por ese esquema

conceptual tan antiguo como Occidente… Ya los griegos diferenciaron los tipos

humanos que marcarían toda la historia: ellos, los civilizados, y los otros, los bárbaros.

De ahí en más este paradigma se aplicó, entre nosotros los occidentales, para toda la

humanidad.

No es lo mismo preguntarnos hoy: “¿qué es lo civilizado?”, que en la época de

Sarmiento. Para la conciencia histórica de su época, no había lugar a dudas que la

Europa occidental y cristiana era civilizada, y el resto; lo que no era ni europeo, ni

occidental, ni era cristiano, era, consecuentemente, incivilizado, es decir, bárbaro.

Pero si vamos más hondo, lo civilizado era lo que estaba bajo normas, reglas-

naturales o convencionales- que permitían una vida más humana, más plena, es decir,

permitían la convivencia social que hacía más feliz la vida individual. Así los griegos

consideraron a la polis como la sociedad perfecta. Este modelo empieza a desdibujarse

en la modernidad con Rousseau, Hobbes, etcetc.…Pero al entrar en contacto con

América y encontrarse realmente con ese otro “salvaje”, la idealización del paradigma

rousseauniano del buen salvaje se convirtió en un desafío que pareció insuperable.

Mejor fue pensar que en esto Rousseau no tenía razón, que en realidad no había tenido

la vivencia de ese otro salvaje y añoraron el orden, las normas, la civilización. Este

anhelo los llevó a intentar civilizar a cualquier precio…

Hoy la conciencia de lo que es la civilización es muy distinta. Después de la

percepción intelectual de lo que se llamó la decadencia de Occidente, agravada por las

12
dos grandes guerras mundiales (en realidad, europeas), con todas sus consecuencias, en

especial, la pérdida de la razón, se puso de manifiesto que el Occidente ya no es tan

civilizado, que la civilización occidental se convirtió en barbarie occidental. Y la Razón

y todas sus implicancias, entre ellas las normas o las leyes, agonizaron con ella.

Sarmiento no vio hasta donde podía llegar esa civilización, ni siquiera pudo

alcanzar a leer los primeros autores que hablaron sobre su inminente decadencia, muy

distinta fue su conciencia de la época. Juzgarlo hoy con nuestra conciencia es

extemporáneo. Es verdad que no supo valorar otra cultura que la suya, que no supo

concebir otro modelo que el suyo, hubo muchas cosas que no comprendió, a pesar de su

genialidad, pero el estaba convencido, como los de su generación, que había que imitar

la civilización, la de su época, para ser una nación, y en ella no había lugar para dos

formas humanas que significaban barbarie: el gaucho y el indio.

Hoy podemos apreciar la realidad de otra manera, y nos parece que estos

hombres, y Sarmiento más que ninguno, no supieron comprender lo distinto a ellos, lo

propio, lo nuestro; y, aunque fue su estandarte, nos parece que se equivocaron en la

manera de concebirlo. Podemos tener la tentación de hacer un juicio de valor con

nuestras categorías del siglo XXI y decir que no supieron pensar y obrar para configurar

una nación con todos los elementos humanos que la componen, que discriminaron, que

fueron intolerantes, y mucho más… Pero no podemos dejar de reconocer el enorme

esfuerzo que han hecho en intentar elaborar un proyecto de nación, con las herramientas

conceptuales que tenían, con la visión del mundo de la época, y también de llevarlo a

cabo y en eso comprometieron sus vidas. Vivieron lo que pensaron que debía ser una

Nación. Fueron los constructores de nuestra nación.

13
La Generación del 80

Durante el gobierno de Rosas las provincias que constituían la Confederación

gozaban de autonomía pero, luego de Caseros, Urquiza convocó al Congreso General

Constituyente para lograr la unidad política, frustrada por la negativa de Buenos Aires

que se resistía el proyecto político de la Confederación, cuya sede estaba en Paraná. En

1861, finalmente, la batalla de Pavón, con el triunfo de Buenos Aires establece su

hegemonía sobre el resto del país, logrando la anhelada organización nacional mediante

la centralización del poder en Buenos Aires. La organización del país exigió la

seguridad de las fronteras, la integración nacional y la ocupación de todo el territorio,

que se logró mediante la expansión hacia el centro, primero y, luego, hacia el sur con la

conquista del desierto.

Intentado frenar el avance del malón, en 1876 se cava una extensa zanja desde

Italó, al sur de Córdoba, hasta lo que es hoy Bahía Blanca al sur de la provincia de

Buenos Aires, conocida como la Zanja de Alsina, por ser éste el ministro de guerra del

entonces Presidente Avellaneda. El foso tenía dos metros de profundidad por tres

metros de ancho. En julio de1877 se habían cavado 374 kilómetros, en diciembre de ese

mismo año fallece Alsina y Roca fue designado para reemplazarlo. Como éste era

partidario de la táctica ofensiva, llamada irónicamente “malones invertidos”, en un año

liberó a la pampa del dominio de la barbarie y en otro trasladó la línea de frontera a la

margen norte del río Negro. Atrás quedó la zanja de Alsina como una obra inútil y sin

sentido. Erosionada por acción de la naturaleza, sólo sirvió para que a su vera surgieran

los nuevos centros urbanos: Trenque Lauquen, Guaminí, Carhué y Puan, constituyendo

un recuerdo de la frontera de la civilización.

Mediante la guerra al malón se logró someter al indígena. Muy atrás y olvidadas

14
o ignoradas habían quedado las enseñanzas de la escuela de Salamanca sobre la cuestión

de América (Los Justos Títulos) y su doctrina sobre la cuestión indígena.

En 1880 llega Roca al poder con el lema paz y administración. Ya habían cesado

los conflictos, ahora llegaría una época de “paz y prosperidad”, por lo menos para

algunos. Se declara a Buenos Aires capital de la Nación.

Los hombres de la generación del 37 ya tenían 70 años aproximadamente;

aparece una nueva generación, la de sus hijos, quienes vivirán bajo el impulso de los

padres pero, a su vez, recibirán la influencia de otra forma de pensar. También sus

padres reciben la nueva filosofía, el positivismo, que bajo el lema orden y progreso

irrumpe como una nueva forma de progresismo: el avance de la ciencia traerá el

bienestar material que asegurará al hombre de esta generación la realización del

proyecto de nación moderna que habían trazado sus padres.

Aunque la generación del 37 recibió tardíamente este influjo positivista, y su

pensamiento tenía claramente una finalidad práctica, especialmente política y social, sus

miembros no fueron, en rigor, positivistas, aunque algunos, como Korn, por ejemplo,

los consideren así por su búsqueda de la realización de una praxis que el país

demandaba. Sí han sido padres y padrinos de la nueva filosofía en boga. Sarmiento y

Mitre llegaron a ser presidentes verdaderamente cultos.

La nueva generación no tiene ya el mismo espíritu que sus antecesores, aunque

sigue hablando de “progreso”. Esta idea, muy probablemente por las circunstancias que

favorecieron la prosperidad económica, significaba fundamentalmente, avance material,

que permitió, por ejemplo, el desarrollo de una extensa red ferroviaria en nuestro

territorio, la construcción del puerto, equipar modernamente un ejército, armar una flota

y traer a este suelo el telégrafo, todo un adelanto para la época. Estos hombres ya no

precisaban de los grandes ideales para organizar un país. Nuestros campos proveían la

15
materia necesaria para exportar y así obtener más que los recursos para la satisfacción

de las necesidades. Nos convertiríamos en el “granero del mundo” por la generosidad de

la naturaleza que nos suministraba toda la materia prima. La abundancia era tal que

hasta podíamos abrir las puertas a los capitales de las grandes potencias europeas,

principalmente Gran Bretaña, para que participaran del festín. Podíamos darnos el lujo

de ser muy generosos…Esta situación configuró a un grupo de hombres que se

caracterizaban por ser hijos de los expatriados en la época rosista, estaban vinculados en

general al mundo de las letras. Para algunos se trató de un clan que heredó las ideas de

sus antecesores como la afición por las ideas liberales, su afrancesamiento, pero no su

espíritu de lucha. Para otros, en cambio, han sido verdaderos constructores de nuestra

identidad argentina. Sin duda estos hombres constituyeron una clase dirigente, de

intelectuales políticos, que pretendían llevar a cabo un modelo que conduciría al país

por el camino del progreso. Entre ellos prevalecieron más las ideas liberales y la

influencia francesa que las ideas católicas y la influencia hispánica. Fueron: Lucio V.

López, Eduardo Wilde, Miguel Cané, Lucio Mansilla, José M. Ramos Mejía, entre los

liberales. José M. de Estrada, Pedro Goyena, Nicolás Avellaneda entre los católicos.

Este grupo homogéneo constituyó una clase dirigente integrada mayormente por

porteños aunque había también algunos de las provincias como Joaquín V. González y

el mismo Roca y algún extranjero como Paul Groussac.

No tuvieron ideas propias en sentido estricto, sino que tomaron las ideas de la

época para concretar los anhelos de sus antecesores. Sentían que el destino del país

estaba en sus manos. El progreso se realizaba de una forma concreta y material. Era un

materialismo más vivido que pensado; era más bien el signo del progreso. Este se

manifestaba también en las leyes laicas, que permitían la separación entre la Iglesia y el

Estado: La ley 1420 de Educación común, obligatoria, gratuita, gradual y laica con

16
enseñanza religiosa antes o después de los horarios de clase, sancionada el 8 de julio de

1884; y la ley 1565 de Registro civil, para nacimientos, matrimonios y defunciones, del

31 de octubre de 1884.

Estas nuevas leyes civiles generaron la oposición de dos bandos, católicos y

liberales. Como la mayoría de los hombres de esta generación pertenecía al segundo, de

inspiración laica, lograron imponerse, estableciendo una separación entre Iglesia y

Estado que al comienzo fue conflictiva, produciendo una ruptura de la relacioneslas

relaciones que luego se restablecería paulatinamente.

El posterior revisionismo histórico señala como aspectos negativos de esta

generación, además de carecer de un proyecto político propio, la apertura del país a los

intereses económicos del extranjero, especialmente británicos, que convierte al país en

agroexportador e industrialmente importador. Esto impidió la instalación de industrias

para manufacturar la materia prima, impidiendo así la generación de riqueza. Aunque

reconoce que Roca, Pellegrini y Mitre se opusieron a la construcción del puerto con

capital extranjero y a la venta de los ferrocarriles a Gran Bretaña, también le atribuye el

endeudamiento, que se inicia una vez asegurada la Independencia y reflorece después de

Caseros. Aunque sostiene que no tuvieron apoyo popular, admite que fue un período un

período de paz y prosperidad como no la hubo desde la Revolución de Mayo.

La Revolución del 90

La crisis económico-financiera que tiene lugar hacia 1888 desencadenó la

Revolución del 90 contra el Presidente Juárez Celman, sucesor de Roca en la

presidencia y concuñado suyo. Apareció así un movimiento opositor al régimen que se

17
manifestó en la gesta del Parque, donde participaron católicos, demócratas,

progresistas, marxistas y socialistas para revertir la sumisión popular y el fraude, que

por entonces era habitual. Surge así de las nuevas fuerzas políticas la Unión Cívica con

Bartolomé Mitre, Vicente F. López, Aristóbulo del Valle, Hipólito Irigoyen, Bernardo

de Irigoyen, Leandro Alem, José M. de Estrada y Pedro Goyena. A Juárez Celman lo

sucedió Carlos Pellegrini.

El siglo XIX finalizó bajo el influjo cultural del movimiento que representó el

espíritu de la época: el positivismo. Para los pensadores filosóficos representaba una

filosofía sin metafísica, sólo sustentada en la experiencia sensible, por lo cual la ciencia

era la que tenía la última palabra. El desarrollo material de la época coadyuvó a inhibir

el desarrollo espiritual. Era una filosofía frívola de suyo, con consecuencias negativas

para un país con escasa tradición intelectual como el nuestro. Esta imputación de

superficialidad al positivismo fue hecha por el escritor francés Renan, muy frecuentado

por los intelectuales argentinos de principios del siglo.

Darwin, Spencer y, en menor medida, Comte eran los filósofos leídos por

entonces. Se despierta así el interés por los temas de biología, psicología, especialmente

la experimental y, también, la pedagogía. La influencia de Comte se sintió, sobretodo,

en educación, dando origen al normalismo. En él se formarán los maestros de las futuras

generaciones del país. Se destacaron en esta tendencia Alfredo Ferreira, Víctor

Mercante y Rodolfo Senet.

Se favoreció así la formación de una cultura diletante, cuyo mayor exponente

llegó a ser José Ingenieros, un médico influenciado por las nuevas teorías

psicopatológicas que fueron aplicadas a la comprensión filosófica del hombre. Fue el

autor más leído de la época. En filosofía era partidario de la evolución y tenía una

concepción de la materia en sentido energizante. Hacia 1900 la psicología experimental

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y las teorías raciales, como todas las formas sucedáneas del materialismo se ponen de

moda. José María Ramos Mejía, otro médico positivista, interpretó la historia argentina

con moldes materialistas. También Carlos Octavio Bunge sostuvo un biologísmo

jurídico en una obra suya llamada El Derecho, y en Nuestra América escudriñó la

psicología de los hispano-americanos en función de la raza. Algunos pensadores

consideraron que esta filosofía exacerbó los defectos de nuestra mentalidad.

Pese a que este movimiento positivista hacía un gran culto del conocimiento

científico, pudiéndoselo llamar cientificismo, ello no se tradujo en una preocupación

auténtica por el desarrollo de la ciencia sino que, paradójicamente, ésta no tuvo un lugar

en la cultura, salvo el caso del paleontólogo Florentino Ameghino quien sostuvo una

teoría original sobre el origen del hombre: el primer ser humano sería originario de

América.

El positivismo fue más una mentalidad que una filosofía propiamente dicha,

coincidente con una época de gran prosperidad económica, entre 1880 y 1910,

aproximadamente. En cierta manera puede considerarse como una prolongación del

espíritu del romanticismo anterior.

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