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Luis José de Tejeda y Guzmán (Córdoba 1604 -1680) es el primer poeta criollo, educado
y formado en el Río de la Plata, del que tenemos registro hasta hoy. La labor de numerosos
destacar entre estos a Ricardo Rojas, Enrique Martínez Paz, Pablo Cabrera y Jorge M. Furt.
Gracias a este último contamos con una excelente edición crítica de su obra, publicada en 1947,
íntimamente relacionadas con su biografía. A comienzos de la década de 1660, acosado por sus
profesó como fraile dominico y escribió su obra. Era un hombre de edad madura. Tenía cerca
Córdoba. Pertenecía a una élite privilegiada por su posición social y su fortuna. Su abuelo y su
padre fueron militares. Él, igualmente, era oficial del ejército y participó en varias campañas.
Su familia poseía poder y prestigio. Formaba parte de un nuevo sector social, que surgió y se
desarrolló con la conquista. Los capitanes que establecieron la traza urbana de la ciudad y
dominaron a los naturales, recibieron de la corona el derecho de poseer tierras y obligar a los
nativos a trabajar en ellas sin compensación. Los Tejeda eran encomenderos. Poseían vastos
encomendados y de esclavos.
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Luis de Tejeda fue funcionario real en numerosas ocasiones: alférez y procurador
general de Córdoba en 1634, varias veces alcalde ordinario y alcalde de primer voto, juez de
(Santiago 49). Era miembro del Cabildo y participaba en sus deliberaciones. Ostentó funciones
Como militar luchó en las guerras contra los indígenas de Chaco, Tucumán y Río
Cuarto, y en las guerras en defensa de Buenos Aires. Los Tejeda tuvieron igualmente gran
influencia en la vida religiosa de la ciudad (Martínez Paz 108). Su padre donó la casa familiar
para construir en ella un convento carmelita y construyó la iglesia dedicada a Santa Teresa. A
la muerte de su padre, en 1628, siendo el hijo primogénito, heredó de este sus feudos y
se hicieron monjas carmelitas. A la muerte de su tía, en 1638, pasó a él el patronato del convento
En 1661, acosado por sus enemigos, entró en la orden de los dominicos. El convento
confiscaran buena parte de sus bienes. Temía por su vida. Dentro del convento no tenía
poética, dentro de las convenciones y los criterios literarios de la literatura de la época, muestra
el amplio poder que tuvo en vida y los privilegios de que gozaban los señores y los caballeros.
Don Luis recibió, además, la mejor educación que podía adquirirse durante la colonia. Tuvo
una suerte providencial: Córdoba fue el único sitio, en el Río de la Plata, donde se estableció
una universidad durante la época de la colonia. Fuera de Córdoba, la universidad más cercana
estaba en la ciudad de La Plata, hoy Sucre, en territorio boliviano. Los habitantes de esta parte
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Luis de Tejeda fue parte de la primera camada de estudiantes que se recibió en la
Don Luis obtuvo en la Universidad una excelente formación. Los padres jesuitas eran
pedagogos exigentes. La Universidad tenía una pequeña cantidad de estudiantes e impartía una
de la teología. El poeta recibió una buena educación literaria. La cultura española estaba
pasando por uno de sus momentos más brillantes. Los estudiantes leían a los autores del Siglo
de Oro y del Barroco. Tomó cursos de teología y filosofía. Había estudiado filosofía
neoplatónica cristiana. Conocía la obra de San Agustín y Santo Tomás. Leyó la obra mística de
San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús (Santiago 64-66). En sus escritos notamos la
Si bien escribió tanto en prosa como en verso, Don Luis fue fundamentalmente poeta.
Lope de Vega y Luis de Góngora influyeron en su obra (Santiago 124-5). Supo integrar al
Luis de Tejeda fue un hombre sinceramente creyente. Su formación con los padres
jesuitas fue determinante en su vida (Caturelli 207). Los jesuitas eran parte de una orden joven.
labor destacadísima en el Río de la Plata. Defendieron los derechos de los pueblos indígenas.1
1 Fundaron numerosas misiones en Paraguay, en el corazón del territorio indígena, en plena selva. Defendieron
la libertad de los indígenas, y se enfrentaron a los bandeirantes portugueses, a los que los terratenientes de San
Pablo enviaban a asaltar las misiones. Se llevaban a los indígenas por la fuerza y los vendían en Brasil como
esclavos. Los jesuitas lograron que la corona permitiera que las misiones se armaran con armas de guerra y
formaron ejércitos indígenas para su defensa.
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Fueron los primeros educadores e intelectuales durante la etapa colonial. De la orden surgieron
Don Luis recibió una esmerada educación religiosa. En su obra ve el mundo cristiano
desde una perspectiva trágica y agónica. Estructuró los textos que integran el Libro de varios
dramático. A este le anteceden y continúan poemas religiosos, como “El árbol de Juda” y “El
Fénix de Amor”. Entre ambos ubica párrafos ensayísticos, que aclaran y explican el sentido de
los poemas. Forman entre todos una interacción barroca, en que unos textos se reflejan en otros
y comentan sobre estos (Pino 121-7). Es una manera de concebir una obra en espejo: el sentido
del texto religioso se refleja en el texto biográfico. En ambos hay lucha contra la debilidad
humana y el pecado. En ambos acecha el mal. En los poemas religiosos aparece Cristo
condenado por los romanos y los sacerdotes judíos; en el romance autobiográfico encontramos
a Luis, el pecador, y a sus hermanos, confesando sus debilidades y sus faltas, y luchando contra
el pecado. Son mundos disímiles que se reflejan. Su carácter es elíptico, deformado, grotesco.
Son alegorías y símbolos que la religión potencia, y la biografía muestra como ejemplares
(Barcia 16).
En 1640 los padres jesuitas comandaron la primera batalla de un ejército indígena guaraní contra un
ejército de 4000 soldados mercenarios bandeirantes que asaltó las misiones. Los indígenas derrotaron
completamente a los portugueses en la batalla de Mbororé, sobre el río Uruguay, en el actual territorio de
Misiones, en Argentina (Pérez 231).
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militar y político, y en la última etapa de su vida, cuando escribe, religioso por necesidad. Es el
hombre acosado, que se refugia en el convento y en la religión, y dedica sus últimos años de
vida a hacer lo que no había podido hacer antes en su existencia trajinada: meditar, leer, pensar,
El sector criollo al que pertenecía Don Luis - los hijos de los conquistadores y jefes
españoles que habían fundado las primeras ciudades y organizado los territorios coloniales -
era una élite que tenía un sentido absoluto de su poder. No eran nobles, y por eso, en España
desconfiaban de estos estamentos, que habían progresado y adquirido autoridad gracias a los
importantes servicios militares prestados a la Corona. Tenían acceso a una nueva fuente de
riqueza que parecía ilimitada: los vastos territorios conquistados, los enormes
transformaron en su sector social feudatario, esclavista, que sostenía su poder sobre las armas,
y hacía política con un control total del ejército y de la justicia. Eran ellos los vecinos que todo
decidían, como lo hacía Don Luis, en las nuevas ciudades del Virreinato. En Córdoba no eran
mucho más de cien. Poder y riqueza concentrada. Eran monárquicos extremos, la monarquía
Formaban parte de una sociedad estamentaria. Por debajo de estos nuevos señores
estaban los soldados pobres y aquellos que formaban parte de la ciudad sin tener propiedad
destacada, en particular los artesanos y todos los servidores del régimen colonial. Y por debajo
de estos, en gran número, los sirvientes indígenas. Una sociedad étnicamente diferenciada,
separada por la riqueza, la educación, la propiedad, la lengua, el origen, la raza. Una sociedad
aristocrática de señores y servidores. Entre ambos no había nada, excepto el poder desnudo y
la fuerza militar.
Los sacerdotes y las órdenes religiosas daban a esta sociedad un servicio importante,
sobre todo en el plano de la educación. Era de alguna manera el único grupo capaz de
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relacionarse con todos: señores, servidores, indígenas. A través de sus ideas cristianas buscaban
un elemento común que pudiera permitirles dialogar, entenderse. La religión era central en el
La cultura barroca era una cultura moralista, elitista, que se proyectaba en América
sobre una sociedad jerárquica, racista. El mundo barroco reconocía dos mundos enfrentados,
que jamás llegaban a unirse. Los opuestos, en el barroco, eran irreconciliables. Su forma
artística más acabada era el grotesco. El grotesco exhibía la deformación del barroco. Expresaba
la experiencia de una sociedad americana injusta, estamental, violenta, opresiva. En ella una
nueva élite esclavizaba y explotaba enormes territorios con grandes poblaciones nativas, a las
121-3). Los géneros que mejor lo testimoniaban eran la novela picaresca y la sátira. Don Luis,
sin embargo, era un escritor serio. No tenía gran sentido del humor. Era un hombre trágico,
agónico, que sufría. No la estaba pasando bien. Su vida corría peligro. Había tenido que
renunciar a todo, e internarse en un convento. Vivía encerrado. Su esposa había muerto. Sus
hijos seguramente lo veían poco. Solo le quedaba rememorar sus épocas de poder y libertinaje.
Su obra era la poesía de un hombre maduro: no conocemos lo que escribió el Don Luis
joven, que seguramente tiene que haber escrito. Su educación universitaria exigía la práctica
de la escritura, tanto en prosa como en verso. Su género favorito era la poesía dramática. Fue
La poesía de Don Luis era una poesía elitista, expresión de un sector privilegiado,
su familia y de otras familias poderosas y ricas como personajes. No incluyó a servidores pobres,
2Progresivamente, los personajes dramáticos se hicieron más mundanos. A fines del período colonial aparecerán
poemas con vecinos, soldados, paisanos y gauchos.
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indígenas y esclavos, en papeles importantes. Don Luis integraba una cultura criolla,
americana, presuntuosa, dominante, que ponía distancia ante los débiles y desamparados. Eran
española, que no los reconocía como iguales. Esta falta de reconocimiento llevó a la larga a una
nobles ni podían aspirar a los títulos de nobleza con facilidad. Eran el germen de la clase
adinerada y burguesa que, con el paso del tiempo, daría nacimiento a una nueva sociedad de
El romance autobiográfico
asonantados. El poeta trata de cortejar el gusto de un público popular joven. El círculo de gente
educada lectora de poesía en su época era seguramente muy limitado. En el romance nos habla
relación con sus familiares, las aventuras amorosas que vivió junto a sus hermanos, y su
Córdoba natal (Tejeda 23). Dice el poeta: “La ciudad de Babylonia, / aquella confusa patria, /
que “encanta” sus sentidos y amenaza la salvación de su alma. La literatura barroca todo lo
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búsqueda de trascendencia espiritual. Es la historia de sus “caídas”. El hombre es
En su poema conviven el amor a Dios y el deseo carnal. Para “cantar” el poeta se sitúa
frente a los muros de la ciudad, a la que caracteriza como un “alcázar”. Quiere que esta lo
escuche y lo comprenda. Dice: “Mientras canto y mientras lloro / y entre memorias pasadas /
el río Suquía que corre junto a ella (Maturo 118). Explica que es un “humilde y pobre río/ qe
murmura a sus espaldas” (24). A diferencia del río, él desea hablar de frente. Sus “desengaños”
El poeta asegura que esa será la última vez que se ponga a cantar con su “antigua flauta”.
La “luz de la raçon” lo ilumina. Sus “potencias dormidas” ya despiertan (25). Se le aparece Dios.
El Señor reflexiona. Lo mira y se dice a sí mismo: “Este qe ha poco saque / del abismo
en mi idea soberana…” (25). Antes de existir en el mundo, había sido una idea en la mente de
Dios. Sus padres lo habían hecho de una “materia vil y baxa”, y el creador infundió a esa materia
un alma. Le dio “un spiritu bello” (26). Luego, él lavó en el “Jordan sagrado” su “antigua
heredada mancha” y recibió la gracia de Dios. Aún no ha logrado usar sus “potencias”: la
albedrío. Dice: “Su libre albedrio le doy / llévele consigo y vaya / peregrinando la tierra / de
Babylonia su patria” (27). Fue así, cuenta el poeta, como comenzó su “peregrinacion larga”. El
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Señor lo puso a prueba. Tendría que demostrarle que él merecía la salvación. Era responsable
de su vida.
Sus padres le dieron una crianza ejemplar, y sus maestros lo guiaron y le inculcaron el
amor al bien. Pero la ciudad de Córdoba lo tentó. La caracteriza como una ciudad seductora y
“sin Dios”, (28). Sus deseos susurraban como “abexas” entre flores varias. Durante su infancia
resistió, pero, poco a poco, rindió su “…inclinacion / a la inclinacion contraria / Troque por el
vicio el gusto / que a la virtud me inclinaba…” (30). Eso no le impidió disfrutar de los libros.
Su amor al placer, sin embargo, “esclavizó” su libertad, que iba por las calles y “se entraba / por
El poeta nos cuenta que la ciudad amurallada tentaba su lujuria: “Eran lynzes los deseos
/ los afectos eran armas / escalas los pensamientos / y llaves las esperanças.” (32)
Los “sátiros” trataban de atraerlo. Él resistía. No dejaba que lo “cazaran”. Dice: “Tras de
mi ciego sentido / deuna laguna de llamas / qe en agua, sulfurea ardía / llegué a la orilla del
agua. / Satyros de sus profundos / hasta la orilla saltaban / a cazar las divertidas / o juventudes,
o, infancias” (33).
Su “juventud” solo se animó hasta “la orilla” del agua en “llamas”. En un principio no
fue más allá. Pero la amistad de los sátiros le prometía muchas cosas. Con su ayuda podía
ingresar al mundo de los placeres. Disfrutar del vino y del amor carnal.
Eran sus años de estudiante. Había tentaciones por doquier. Necesitaba confiar en los
padres jesuitas y contarles todo. Confesarse. Fue a la iglesia. Una vez adentro, vaciló.
Finalmente, frente al confesionario, decidió hablar, pero no contó todo. Reconoce que no fue
sincero. La situación se repitió. Sus “confesiones / y comuniones ingratas / eran repetidas veces
/ por la obligacion del aula” (34). Así “traicionó” los principios de la religión.
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Había tomado cursos de “Gracia” y “Eucaristía” y otras materias de teología en la
Universidad. Era natural que en su pecho guardara “un negro horror de maldades” (34). A los
veinte años, se propuso “reformarse” y cambiar. Consideró hacerse sacerdote. Sin embargo, fue
perdiendo su interés, porque apareció en su vida una nueva tentación: la mujer. Antes había
hablado de las mujeres de los “burdeles”, ahora se refiere a las jovencitas de su condición y su
clase (31). Llegó Anarda a su vida y su “ídolo de nieve” pronto se derritió. Confiesa que “Anarda
El amor se transformó en un nuevo y peligroso juego para Luis y sus hermanos menores
(Luis era el mayor primogénito). Él se acercó a Anarda, nos dice, y sus hermanos, Garcindo y
joven coqueta, les hizo promesas a sus dos hermanos menores. Ellos le solicitaban “favores”, y
“…Cortes ella, y cautelosa / tan mañosa se los daba / que cada cual entendia / qe era el dueño
de su alma” (37). Lo que buscaba Cassandra, cree él, era casarse, y le dijo que sí al primero que
se lo pidió: Gerardo.
vecinos. Su padre, poco contento con la situación, terminó interviniendo. Tenía otros planes
para sus hijos y no consideraba a las muchachas a la altura de estos. Los Tejeda eran, junto con
los Cabrera, las familias más influyentes y ricas de Córdoba. Juan de Tejeda era un hombre
ambicioso. Cuando conoció el interés de sus hijos en estas jovencitas, pensó en enviar al mayor,
Luis, a la península, para que continuara su carrera allá, en la “gran corte de España” (38).
El padre consiguió para Garcindo una esposa que, consideraba, estaba a su nivel y lo
hizo casar. Cassandra se sintió rechazada y planeó su venganza. Sabía que Gerardo, el otro
que, si “de veras” la amaba, la siguiera a la parroquia, junto con dos amigos, para casarse con
ella de inmediato. Gerardo aceptó y la ceremonia se realizó en secreto. Dice el poeta: “Alli se
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dieron las manos / y se entregaron las almas / si caben tales finezas / entre celos y venganças”
(39). El padre de los muchachos, que era de armas tomar, se enteró de lo sucedido. Había
pensado en una joven de una familia rica para casar a Gerardo, y lo ocurrido lo contrarió. Acusó
Don Luis interrumpe la historia sobre sus hermanos y regresa a la descripción de lo que
le ocurrió en su relación amorosa con Anarda. Cuenta que sus “almas” se habían unido en
forma “indisoluble”. Tanto se había aferrado a ella que “…era el despedirme della / era el
partirme y dexarla / desasir a golpes fieros / la perla del duro nacar” (40). Los enamorados se
encontraron con múltiples obstáculos. Felizmente para ellos, Dios los protegía. Varios
percances los pusieron a prueba. Una tarde calurosa de verano se bañaban en el río y un
Una noche el poeta saltó un muro para ir a ver a su amada y estuvo a punto de caer en
Un peligroso rival celoso llegó a la casa, entró al cuarto y trató de asesinarlos mientras estaban
dormidos. El poeta despierta y lucha con él. Otros dos amigos vienen a ayudar al rival. Don
Luis decide escapar para no comprometer a Anarda. Le dijo a su amada: “…Anarda, por tu fama
matrimonio con mujer inmoral. Don Luis se quedó allí con él. Debía protegerse del “loco
amor”. Ante la situación, Anarda enfermó. Luis y su hermano decidieron pasar el tiempo
El juez condenó a su hermano Gerardo a pagar una gran suma de dinero por su “falta”
En ese tiempo el suegro de su padre hizo traer de España una hermosa imagen de Santa
Teresa. Su padre deseaba hacerle una capilla, en la que, una vez muerto, pudieran enterrarlo.
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Poco después algo terrible ocurrió: su hija menor enfermó gravemente y murió. El padre,
desolado, le rezó a Santa Teresa y le pidió ayuda. Le prometió que, si resucitaba a su hija,
orden. Además, le entregaría a la Santa su amada hija como monja. Aseguró que le daría su rica
casa “…como propia y bien dotada / para un monasterio vuestro / y esta hija ya sin alma, / para
muchacha resucitó. El padre se puso loco de alegría. Al ver que estaba bien, cambió su actitud.
Pensó que le había prometido demasiado a la Santa. Estaba dispuesto a entregarle su casa para
que se hiciera allí un monasterio, pero no podía obligar a su hija a hacerse monja: la había
prometido antes en matrimonio. No bien pensó esto, la doncella expiró en sus brazos. El padre,
y su hija resucitó por segunda vez. Dice el poeta: “…incorporase al momento / por si misma en
divinidad consagra…” (50). El padre, feliz, contó a todos el milagro ocurrido y comenzó de
inmediato la obra prometida. Reformó su casa e inauguró el convento carmelita poco tiempo
viviendo sus dos hermanas, su madre y su abuela materna. Luego que murió el padre, Don Luis
asumió el patronato del convento. No era la primera casa religiosa que fundaba su familia, sin
duda entre las más piadosas e influyentes de la Córdoba colonial: su tía-abuela, Leonor de
Tejeda, igualmente donó su vivienda, a la muerte de su esposo, para fundar allí un monasterio
dedicado a Santa Catalina de Siena (Santiago 47). Muchos años después Don Luis pudo usar
la influencia religiosa que tenía su familia en la ciudad para escapar de sus enemigos, que lo
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hicieron condenar por la ley civil: se recluyó en el Convento de Santo Domingo, bajo la
protección del derecho eclesiástico. Allí hizo vida de religioso y escribió su obra.
Don Luis concluye la historia del milagro de Santa Teresa y continúa con su descripción
cuando, una noche, se desató un huracán que arrancó las puertas de la celda. Escucharon las
voces de Anarda y Cassandra que los llamaban y corrieron tras ellas por las calles desiertas de
Córdoba, hasta llegar a la puerta de la casa de las hermanas. Entraron. En la sala hallaron un
féretro negro, que contenía el cuerpo de Anarda. Junto a él, Cassandra, lloraba y besaba un
crucifijo. Comenta el poeta, con bella y rica expresión: “Un sagrado cruzifixo / acia la cabeça
estaba / a cuios pies de rodillas / bezando sus cinco llagas / Casandra estaba, y llorando / inmóvil
como una estatua / el cabello suelto en ondas / surcando por sus espaldas” (53). Los hermanos,
sin saber qué hacer, se quedaron en silencio. Impresionados por la tragedia, salieron del lugar
y se fueron a su casa.
ver la imagen de Santa Teresa, su hermano Gerardo se arrodilló para rezarle y le prometió
Su padre le había dicho a su hijo Luis que lo enviaría a España. Dado los cambios
ocurridos, modificó su decisión. Aceptó que se quedara en Córdoba y arregló para él un buen
casamiento. Dice: “…puse en las manos mi causa / de mi padre, y tuvo gusto / de qe sin partirme
a españa / diese la mano de esposo / a Anfrisa de prendas raras / hermosa y tierna doncella / de
honrada y noble prosapia” (55). El matrimonio arreglado era algo normal en la época entre las
familias ricas. “Anfrisa” era en realidad doña Francisca de Vera y Aragón, con quien
verdaderamente se casó el autor (Santiago 142). Tuvo con ella un largo y seguro matrimonio,
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Poco después murió el padre. Dos de sus hermanas ingresaron como monjas al nuevo
monasterio. Al tiempo su madre y su abuela también se internaron en él. Don Luis asumió el
Su vida se reencausó gracias a su matrimonio. Dice: “Algunos años vivi / fiel a las prendas
para el poeta. Él dice que resistió y mantuvo su “alma” a salvo: “…el canto de las syrenas / por
tus margenes y playas / entraba por mis oydos / mas no llegava asta el alma” (57). El “casto
amor” de Anfrissa lo mantuvo apaciguado por un tiempo. Pero nuevas aventuras lo acechaban.
El demonio supo cómo meterse en su casa. Su esposa tenía una amiga íntima, Lucinda,
en quien ella confiaba ciegamente. Gracias a su hermosura, Lucinda se había casado con un
hombre poderoso y rico de la ciudad. Los dos matrimonios se habían hecho amiguísimos. Don
veces estaba.
Tras su aparente inocencia, Lucinda ocultaba su “maña”. Venía seguido a verlos a su casa,
acompañada de su hermana, que era… “menor suia; y tan mayor / en ser libre, y ser liviana”
(59). La muy pícara les armó una trampa a él y a Lucinda para divertirse.
Un día él fue a visitarla, sabiendo que su marido no estaba en casa. Abrigaba marcados
sin que se dieran cuenta, llegó la noche. El ambiente parecía convidarlos a la pasión. Dice: “…la
noche al pecado / convido con negra capa /…se enmudecieron las lenguas / y se turbaron las
almas” (60). Cuando quisieron regresar a la sala, encontraron que la puerta estaba cerrada: había
sido trabada por dentro. Su hermana se burlaba de ellos. Se quedaron solo en la huerta. La
tentación era fuerte. Tuvo que decidir cómo comportarse, qué hacer. Debía considerarlo con
cuidado porque “…en tan fieras batallas / aguardar es cobardia / y huir, la victoria mas alta” (61).
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Don Luis se comportó con Lucinda como lo que era: un caballero que creía en el “amor
cortés”. Se contuvo y el encuentro sexual no se concretó. Lo más importante para ellos era vivir
el sentimiento idealizado del amor. Eran seres “superiores” de la élite. Ambos estaban casados.
llegaron a consumar el acto. Estaban bajo un árbol coposo, estrechando “más la batalla”, cuando
una nube cubrió el cielo. Se escuchó un trueno, cayó un rayo y ellos reaccionaron: “No sordo
el deleyte entonces / antes se yela qe exhala / y quanto un amor juntó / divide un horror y
aparta” (63). Vieron en esos momentos que la “Circe ingrata” de la hermana había abierto la
puerta. Él se apresuró a salir: “Disimulado me fui / por no hacer la ofensa clara / y Luzinda se
Pocos días después encontró a Lucinda en casa de su prima. Ella había cambiado. Como
sus manos hiçe voto / y a dios di mi fe y palabra / de no manchar mas el cuerpo / con la torpeça
del alma” (65). Él reconoció su falta, había querido “violar” los mandatos de la religión.
llama de su amor. La prima de Lucinda, por su parte, lo incitaba y le decía que no abandonara
sus esperanzas.
Lisarda, una amiga de Lucinda, iba con frecuencia a su casa a visitarla, y el esposo de
ella empezó a sospechar de que ambas mujeres podían estar tramando alguna infidelidad.
Sospechaba de Luis. Pero, quien recibía visitas secretas no era precisamente Lucinda, sino su
El bueno de Florencio era un íntimo amigo del esposo de Lucinda, y este confiaba
ciegamente en él. El hombre le pidió a Florencio que vigilara a Don Luis, a ver cómo este se
comportaba. Una tarde, Florencio invitó a Lucinda y a Don Luis a casa de Lizarda. Allí
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Florencio iba a encontrarse con su amante. El marido de Lucinda, desconfiado, por la tarde fue
a espiar a su mujer. Saltó la cerca de la casa de Lizarda, espada en mano. Creyó que estaba a
punto de descubrir a su esposa con un hombre. Dice el poeta: “precipitado y zeloso / salvo la
cerca y muralla / y se arrojo hasta la guerta / donde entre unas verdes parras / durmiendo en
cama de campo / su propia deshonra estaba” (69). Furioso, se precipitó a ellos, los atravesó a los
dos con la espada y huyó. Pensó que había vengado su deshonra. Pero no había matado a su
mujer y a su amante, sino a Florencio y a Lizarda. Don Luis, junto a Lucinda, estaban
escondidos tras unas ramas, y el esposo no los vio. Lucinda, escandalizada por la tragedia, se
cubrió el rostro y regresó a su casa. Don Luis, no menos lerdo, escapó de la escena del crimen.
Como buen “pecador”, Don Luis no se olvidó de su enamorada: días después, miércoles
de ceniza, recorrió los templos de la religiosa ciudad en busca de la muchacha. La halló en una
de las iglesias. Estaba comulgando. Dice, valiéndose de una expresiva y oportuna antítesis:
Algo inesperado ocurrió en ese momento: escuchó una voz extraña cerca suyo, que le
hablaba. Miró alrededor y no vio a nadie. ¿De dónde venía esa voz? Se había arrodillado, sin
saberlo, sobre una sepultura. Se levantó con pavor. Dios, seguramente, estaba tratando de
decirle algo. Le agradeció su cuidado. Cada vez que estaba por pecar, el Señor aparecía para
protegerlo. Dice: “O paciencia inagotable / dela magestad mas alta. / con un sueño me
adormece, / con un trueno me amenaza, / con un rayo me estremece, /…en mi mayor precipicio
/ mi resolución ataxa…” (73). Él, pecador impenitente, volvía a caer, pero Dios siempre lo
Llegó por fin la Semana Santa. La pasión amorosa lo consumía. Buscó otra vez a
Lucinda por los templos. No la encontró. Poco después le dieron la terrible noticia: Lucinda
había muerto! No podía creerlo. Fue a su velatorio. Observó, dolorido, el cadáver de Lucinda y
se puso a meditar. Pensó en la brevedad de la vida. Dice: “Contemplando iba en su cuerpo / (qe
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yo con otros llevava) / quanto aja un soplo mortal / la flor mas fresca y bizarra” (76). Terminado
el entierro, se sienta a la sombra de un sauco para llorar su pesar. Allí lo invade el sueño.
Estamos en un momento clave del romance. El final se aproxima. El poeta nos introduce
en su mundo onírico. Luis se “eleva” en alas del sueño hacia la “region alta” y ve “subir de la
tierra baxa / un monte pyramidal / a la fabrica estrellada” (77). Queda maravillado. Escucha una
voz misteriosa que le habla y le dice: “…aqueste monte qe miras / es la ciudad de Dios santa. /
quiere llegar al monte, continúa la voz, debe atravesar el “piélago”, el mar, que la ciñe.
Ve como desde de la ciudad de Dios vienen corriendo hacia él varios niños, doncellas y
mancebos. En ese momento despierta. Siente que se ha salvado: está entre los brazos de Anfrisa,
su esposa. Los dos le dan gracias al Salvador. En este punto termina el romance.
En el texto en prosa que le sigue Don Luis, “el pecador”, informa a sus lectores que en
el poema había contado su “primera captividad en Babylonia”, y que nos seguiría hablando de
la historia de su vida más tarde en otros poemas: sus “Soledades” (79). De estas llegaron a
heptasílabos, con rima consonante o libre. El tema religioso prepondera. En dos de ellas
incluye, unido al tema sacro, episodios de su vida personal. Dado el cambio de registro es
Las obras de Luis de Tejeda combinan distintos modos de escritura alrededor de una
preocupación existencial común. Emplea la prosa y el verso. Era un hombre de una rica cultura,
que había vivido experiencias desafiantes. Trató de volcar esto en sus composiciones. El arte
Barroco amaba crear diversos efectos y yuxtaponer imágenes contrastantes. Don Luis encontró
en la poética barroca los recursos poéticos necesarios para expresar sus sentimientos y sus ideas.
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El romance autobiográfico es un texto que nos habla de la vida amorosa de un joven
criollo apasionado. Es una composición fundamentalmente profana, por más que el poeta por
momentos se arrepienta de sus aventuras y pida ayuda a Dios. Testimonia la pasión erótica de
un sector de la población que, sin ser noble, se separó, por sus privilegios y su riqueza, del resto
de los habitantes de la ciudad. Los jóvenes criollos jugaban al amor dentro de su clase. Las
reglas cortesanas que adoptaban eran las mismas, creían ellos, que seguían los jóvenes en
España. Ansiaban ser aceptados por los españoles como iguales. En su literatura imitaban las
formas poéticas de la península. Vivían en una cultura, sin bien colonial, común. Sin embargo,
no eran nobles ni peninsulares: habían nacido en América, eran criollos, y tendrían que asumir,
tarde o temprano, su condición. Los españoles los veían como rivales, y desconfiaban de ellos
(Santiago 23-6).
circulación del saber que eso hizo posible hoy podemos leer una obra poética escrita por un
poeta local letrado, nacido en 1604, que conocía bien y seguía el modelo culto de los poetas
imperiales. Don Luis escribió su obra en un momento especial de su vida: era un hombre de
sesenta años dedicado a la vida religiosa, que, hasta poco tiempo antes, había sido miembro de
la sociedad civil.
Su actuación como militar y político fue extensa y prolongada. Conoció todos los
vaivenes del poder y sufrió los cambios de la fortuna. Fue patrono de conventos, actuó en
prolongadas campañas militares contra los indios, gobernó en repetidas ocasiones, poseyó
Don Luis buscó crear una imagen ideal de sí en el romance. Es una pseudo-biografía
artística. Quería reafirmar la supremacía de su grupo. No tocó ningún problema social sensible,
ni habló de las luchas políticas entre familias. No comenta sobre las relaciones de poder que
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existían entre señores y subordinados, y entre señores, indios y esclavos. Imitó las fórmulas
literarias del barroco cortesano europeo con gran habilidad y talento (Santiago 152). En su
obra cualquier referencia al pueblo llano está prohibida. El otro no existe para Luis de Tejeda,
la fuerza. Viven en una sociedad racialmente dividida, donde el señor siente que tiene derecho
a todo. Este sector criollo abrazó el arte culto barroco y le dio una nueva modulación, derivada
Bibliografía citada
Barcia, Pedro Luis. “Luis de Tejeda y Guzmán y su obra”. Boletín de la Academia Argentina de
Caturelli, Alberto. “El neoplatonismo cristiano de Luis de Tejeda, primer filósofo argentino”.
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