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El poeta Luis de Tejeda (Córdoba 1604-1680) fue el primer escritor criollo educado y
formado en el Río de la Plata del que tenemos registro. Era descendiente de una de las familias
padre, fue militar. Ocupó diversos cargos públicos: fue procurador general, alcalde, juez de
apelaciones, capitán a guerra y teniente de gobernador (Santiago 49). Los Tejeda tuvieron
influencia en la vida religiosa de la ciudad (Martínez Paz 108). Su padre donó la casa familiar
para construir en ella un convento carmelita, y edificó la iglesia dedicada a Santa Teresa. Don
Luis, hijo primogénito, a su muerte, heredó de este el patronato del convento, así como sus
En 1661 fue acusado por sus enemigos políticos de abuso de poder. El tribunal de La
Plata (actual Sucre) lo condenó y le confiscaron sus bienes. Procurando escapar de la ley civil,
entró en la orden de los dominicos y vivió en su convento hasta su muerte. Fue allí donde
compuso su obra, una colección miscelánea de prosa y verso, que permaneció sin publicar
hasta 1916. El filólogo Jorge M. Furt realizó en 1947 una edición crítica de esta, respetando la
colección. Para la composición de estos últimos utilizó como metro la silva, de versos
heptasílabos y eneasílabos, con rima consonante o libre. Son cinco poemas extensos, cultos y
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Las “Soledades” sintetizan la visión de mundo del Barroco americano: tienen una
concepción dual, escindida, conflictiva, de la realidad y del mundo. Escuchamos en los poemas
dos voces, enfrentadas y discordantes. Una voz que se eleva al cielo, y otra voz que se arrastra
personajes del mundo sagrado cristiano, y personajes del mundo profano de la Córdoba de su
tiempo. El personaje central del mundo contemporáneo es el “Peregrino”, un alter ego del
La vida, tanto en el tiempo de Cristo, como en el brutal y oprobioso mundo de la colonia, era
desnudo. El autor describe una sociedad de “monstruos”: los sayones que golpeaban a un Cristo
inocente con sus látigos lacerantes en el Pretorio, reflejaban al conquistador, atacando a los
maltratando a sus indios y esclavos. Habían asignado a los nativos un lugar marginal e indigno
en el nuevo orden americano: eran los sirvientes, los esclavos; no tenían derechos, ni libertad;
se jactaba de la fuerza de sus armas, qué fácilmente les habían demostrado la superioridad de
escribía este poema, había perdido su poder. Lo había tenido, y lo rememora. Fue víctima de
En el poema, el poeta no podía hablar con entera libertad. Durante el Barroco, tanto
en España como en América, no existía “libertad de expresión”: el escritor debía ajustarse a los
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parámetros que establecía la censura. La literatura era considerada potencialmente
eran castigados.
someterse a la autoridad absoluta del rey. Entre pares, la competencia era tremenda: cada
individuo luchaba por conquistar el primer puesto y recibir el favor del poderoso. Arriba, solo
había lugar para uno. Pero mientras ese creía que disfrutaba del poder, otro estaba minándolo,
para quitárselo. Era una sociedad hipócrita, donde el cortesano trabajaba en la sombra.
Comunidad de vasallos, en la que los más hábiles e inescrupulosos se valían de la traición para
sobrevivir.
visuales para expresarse. Crea un texto barroco a dos voces. La más auténtica de las dos, es la
enunciación sagrada. El escritor, que debía cuidarse de lo que decía sobre el mundo
religioso, expresarse más auténticamente entre líneas. El tema religioso le permitía al escritor
barroco americano mostrar más libremente sus emociones. Al escribir un texto profano debía
contenerse, autocensurarse.
En la pasión de Cristo y en los personajes bíblicos representados en las obras de arte del
renacimiento y el barroco podemos ver dibujados, en forma disimulada, los grandes dramas
pasionales de los artistas (Maturo 118). El artista, como ser negado, reprimido y sufriente, se
identificaba con los personajes sacros. En la “Soledad 4ta” la voluntad autoral se proyecta con
de los lectores. En contraste, uno siente que su voz está amordazada cuando habla de la
sociedad de su tiempo, y solo dice lo que puede decir, y calla lo más. Da una imagen incompleta
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El escritor perseguido y condenado que es Tejeda jamás se queja, ni nos cuenta su
verdadero pesar, ni dice sinceramente qué le pasa en su poema. Había sido militar, e ingresó al
convento como monje. No debía hablar. Vivía en una sociedad estamental, pertenecía a la elite
lenguaje para crear una red autónoma de sentido, ubicar a ciertos sujetos elegidos en el espacio
buscaba revelar su verdad. Era mejor ocultarla y ocultarse. Disfrazarse, travestirse. Si el tema lo
permitía, jugar. Era una cultura criolla egoísta y narcisista, donde nadie quería perder. El
objetivo de los señores era acumular más y más poder. Desconfiaban de todo.
de Cristo. Este estaba en el Pretorio, frente a sus jueces. La Justicia Divina observaba lo que
sucedía. El “diáfano belo” del cielo no le impedía a esta ver la escena. Dice el poeta: “Miraba
desde el solio sempiterno/ la Justicia Divina/ alto atributo de la esencia trina/…el diafano belo
simbólico (Pino 121-7). Acompañaba esa imagen visual, en forma contrastante, con la
1Los versos que trascribo en mi ensayo siguen la grafía del manuscrito de Jorge Furt, en su edición crítica de la
obra de Tejeda.
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La Justicia Divina vio en el pretorio a María, la madre de Cristo. Esta no lograba
En ese mundo alegórico religioso, no realista, dios hace todo posible. Ante ese cuadro,
la Justicia Divina comenta: “si assi ofendio la divina malicia/ del Ho a Dios, quien puede sino
el Hijo/ qe es He y Dios tanbien satisfacella?” (251). El hijo se dispone a pagar por la “infinita
Comienzan a darle latigazos a Cristo. Ante eso, toda criatura “sensible, irracional, e
intelectiva, / menos el hombre mismo”, quedan pasmados (251). El hombre, esclavo del pecado,
muestra su crueldad. Pilatos, dice el poeta, hacía azotar a Cristo para aplacar la sed de sangre
de “los escribas, Sacerdotes/ y gremio Pharisseo”, que querían matarlo. Pensaba que el castigo
físico infamante aplacaría el odio de sus enemigos. Le arrancan su túnica. Cristo se deja atar
mansamente a la columna. Continúan los azotes, que laceran su carne. Cristo sangra. Dice el
poeta: “…los yerros y cadenas/ alanceteadas del azero agudo/ del sacro cuerpo candido y
desnudo/ agotaban sus venas de corales/ de humor rubicundo/…qe vañaban corriendo el duro
En ese momento, interviene el sol, que participa en el drama sagrado. Indignado por lo
que ve, detiene la luz y deja al mundo en sombras. Dice el poeta: “El sol unica luz y ojos del
orbe/ quedo tan assombrado/ de ver a su criador, asi açotado/ qe desde el alto asiento/…Argos
de tantos ojos/ lo troco todo en palidez sombria” (252). Esto, sin embargo, no detuvo a los
soldados, que continuaron castigándolo. Al ver lo que sucedía, con visión “intelectiva”, María
decidió hablar con Dios. Quería pedirle algo especial, y necesitaba que intercediera en su favor.
Comprendía que el sacrificio del hijo era necesario, porque Cristo venía a pagar por las culpas
de la humanidad. Esa sangre que ahora Dios entregaba en sacrificio, había estado en su cuerpo;
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ella, su madre, lo había dado a luz. Dice: “Del corazón desta tu indignada esclava/ la sangre fue
la carne, a qe te uniste/ y un valor infinito assi le diste/ qe fue el remedio de la culpa brava”
(253). Quería por eso ser también parte de ese sacrificio y ofrecerse junto a él. Le dice a Cristo:
“y assi Hijo mio, en este Sacro Sto/ sacrificio tanbien la parte ofrezco/ qe me hiço tan dichosa
lamentándose. Hubiera deseado que los “Mynistros tan crueles”, que se llevaron a Cristo, la
hubieran llevado a ella en su lugar. Dice: “oxala verdad fuera/ qe yo amarrada al mármol
estuviera/ como es verdad, qe alli el amor me tiene/ atada con cadenas y prisiones...” (254).
La madre insiste en que ella y el hijo son una sola carne. Le duele su martirio. Imagina
que la tortura ya terminó y Cristo está buscando en el suelo sus vestiduras. Dice: “considero las
aquellos sucios pies, atropellado/ de tanta gente vil, qe solo piensa/ su maior menosprecio
ofenssa y daño” (254). Termina el poeta esta parte, con una muy bella imagen de la Virgen: “o
como diera el cielo/ el claro resplandor de sus estrellas/ a tan ingrato suelo,/ por el contacto de
Sigue a continuación en la “Soledad 4ta” la sección profana, que tiene como personaje
en la realidad de la Córdoba del momento. Crea una suave transición de una parte a la otra.
Mientras la Virgen contaba los pasos que daba su hijo al salir del Pretorio, el poeta ejercitaba
los suyos en su “Babylonia”. Le pide a la virgen que ofrezca a su hijo sus lágrimas, junto a las de
ella, y le solicite su protección. Dice: “Su poderosa intersession imploro/ porque estas tibias
lagrimas qe lloro/ unidas con las suias y mescladas/ mediante su valor impetratorio/ la ofrezca
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El poeta vuelve al tema de la mirada, central en su poética. Dice el Peregrino: “Tan
cautivo en su ciega Monarquia/ con la concupicencia de mis ojos/ aquella Babylonia me tenia/
qe imperiosa y triunfante/ hacia ley en mi, de mis antojos” (255). Confiesa su apego a los
placeres. Era propietario rural, y formaba parte de la esfera del poder real en la ciudad. La
“nación Carybe y Brava/ del calchaqui sacrílego indomable” se había rebelado (256). Como
militar y oficial se aprestó a cumplir con sus deberes de “encomendero feudattario”. Los criollos
debían participar en la defensa del territorio y en las guerras ofensivas ordenadas por la Corona.
Los indígenas eran, para él, una gente “traydora, apostata, incostante”, que negaban el “justo
valiente “(256). Dejó a su familia y partió a la guerra, que se prolongó durante varios años.
Primero luchó contra los indígenas rebeldes, y los derrotó. Dice: “en sus incultas sierras/ el
barbaro gentio al blando yugo/ del español rindió la cerviz ruda”. Luego de vencerlos, las
autoridades le pidieron, como comandante de la plaza de armas, que fuera al Río de la Plata,
para defender el puerto del ataque de los piratas holandeses. Poco después, el Brasil amenazó a
su vez invadir Buenos Aires. La guerra se prolongó. Finalmente, concluida esta, regresó a
comerciante.
dice, fue por su culpa, por su avaricia y falta de piedad, y agrega: “…si yo a los pobres diera/ lo
qe os negué con condision avara/…y con un trapo me quedara apenas/ no me hallara cercado
de cadenas/ en este mi segundo cautiverio…” (259. Fue la “vil concupiscencia” de sus ojos la que
lo esclavizó. Buscó vanamente los placeres. Quiere dejar todo eso en el pasado.
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Ve a Cristo, humillado, rodeado de verdugos, que busca en el suelo sus vestiduras, luego
de haber sido cruelmente azotado. Él sufre. Se pregunta por qué no lloró más antes, cuando
Había sido prisionero de su “codicia y amor propio”. Fue egoísta, impiadoso. Cuenta
que una vez, un pobre viejo sirviente enfermo, que vivía en su casa, le rogó que lo ayudase, y, si
moría, tuviera a bien ocuparse de su entierro, lo que no hizo. Otra vez, una esclava suya, le pidió
detenerse, durante una marcha. Se sentía mal, y creía que iba a morir. No accedió a su pedido.
Con crueldad le contestó: “…tambien donde yo voy, ai gente y cura/ y no os faltara Iglecia y
sepultura” (261). La obligó a continuar la marcha y la esclava falleció poco tiempo después de
llegar a su casa.
espero tan amargo/ me hagais Señor el concluyente cargo” (263). Negarle ayuda al pobre y al
necesitado fue como negarle socorro a Cristo. Dice: “…viéndoos mendigo, lacio, hanbrinto/
…de unas migaxas os negue avariento/ ni aplacar quisse con un xarro de agua/ la ardiente sed
Confiesa que jamás daba limosnas al necesitado, aun sabiendo que el dinero que ganaba
era fruto del trabajo forzado de los indígenas y esclavos en sus encomiendas y feudos. Ese
dinero lo dilapidaba en “luzimientos” vanos (264). Gastaba para ostentar, por vanidad. Termina
su confesión y su poema diciendo que, a pesar de todas sus faltas, confía en que dios
el padecimiento de su hijo, cuando los azotes rompían su carne, bajo la mirada celestial
asombrada de la Justicia Divina, de la primera parte del poema, tienen una enorme fuerza
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dramática. La historia de Cristo nos toca profundamente. Sentimos, “tocamos” su sufrimiento.
Cuando, por otro lado, en la segunda parte, el cordobés feudatario confiesa sus “pecados” ante
El Tejeda de la década del sesenta era un viejo militar que había perdido su poder y no
tenía libertad para ser realmente honesto. Vivía en el convento de Santo Domingo. Varias de
Su familia, felizmente para él, tenía un vínculo excelente con la Iglesia (Caturelli 207).
Su padre había construido y sostenido dos conventos en la ciudad de Córdoba, entre ellos el
de la Carmelitas. Gracias a esto pudo salir de su situación haciéndose religioso. La ley civil no
tenía jurisdicción en el convento donde estaba Don Luis. Allí pudo dedicar su tiempo al
estudio y a la escritura.
Don Luis, como todos los miembros de su familia, era muy religioso y su fe era sincera.
Córdoba era un gran centro católico. Él se había formado en las escuelas y en la universidad
Luis de Tejeda era un criollo sofisticado, rico, había ejercido múltiples cargos políticos
y militares. Fue propietario de varias estancias de miles de hectáreas cada una. Las había
heredado de su familia, que a su vez las había recibido de la Corona, en reconocimiento a sus
servicios militares durante la Conquista. El poeta era parte de un nuevo esquema de poder
Don Luis formaba parte de la sociedad criolla culta de la colonia. El orden virreinal era
relativamente estable. Los nativos de la zona habían sido sometidos, y su antigua forma de vida
y subsistencia habían sido radicalmente alteradas. Debían trabajar para sus señores en sus
encomiendas, sin compensación alguna. Sufrían un ataque constante contra sus creencias y sus
dioses, y el desprecio racista de sus señores. Estos debían alimentarlos y cuidar de la salud de
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los indígenas encomendados, pero el poeta reconoce en el poema que no lo hacían. La codicia
El indio, en esas circunstancias terribles, tenía pocas opciones disponibles. Podía tratar
parecía no tener salida para él. Poco a poco aceptó la religión de la cultura invasora. El dios
Don Luis, en esos años difíciles para él, buscó consuelo en la religión. Profesó como
fraile. En la Soledad 4ta. el peregrino, su alter ego, igualmente se había vuelto hacia dios, y se
Hay algo patético que nos conmueve en la historia intelectual de Luis de Tejeda. Vivía
en una sociedad estamental. La autoridad censuraba a los artistas y escritores. España era un
régimen monárquico absolutista, y en sus colonias ningún súbdito podía decir lo que pensaba.
El mundo colonial rioplatense era un orden policial represivo, supervisado por el ejército. El
tramas simbólicas e introduciendo personajes alegóricos (Barcia 16). Sus obras testimonian su
necesidad de una expresión más personal y también su impotencia ante el poder absoluto que
gobierna.
(Devoto 95). Aún aquellos que disfrutaban del poder, podían a su vez, en circunstancias
adversas, ser víctimas de la arbitrariedad de la “justicia”. Así le ocurrió a Don Luis. En el Río de
la Plata no había verdadera justicia. Las luchas por el poder entre facciones dominaban la vida
política. Los “jueces” eran los mismos que cometían los crímenes. La nueva sociedad colonial
criollo en el Río de la Plata. Vivía en una comunidad desintegrada, cruel, de amos y sirvientes,
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en la que unos mandaban arbitrariamente, y otros debían obedecer y guardar silencio,
la “Soledad 4ta” sentimos que el autor es más sincero cuando hace hablar a la virgen, que
cuando personifica al peregrino, confesando sus abusos de poder en la Córdoba colonial. Ese
clase criolla señorial, arrogante y racista, que irá tomando consciencia progresivamente de su
papel único en la historia y se diferenciará de los señores venidos de España, hasta adquirir su
Bibliografía citada
Barcia, Pedro Luis. “Luis de Tejeda y Guzmán y su obra”. Boletín de la Academia Argentina de
Caturelli, Alberto. “El neoplatonismo cristiano de Luis de Tejeda, primer filósofo argentino”.
Devoto, Daniel. “Escolio sobre Tejeda”. Revista de Estudios Clásicos.Tomo II. Mendoza:
Furt, Jorge M. “Nota biográfica”. Luis de Tejeda. Libro de varios tratados y noticias…VII-XIV.
Martínez Paz, Enrique. “Luis de Tejeda: el primer poeta argentino”. Revista de la Universidad
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y otros ensayos sobre la América colonial. Buenos Aires: Biblos, 2011: 107-155.
Pérez, Alberto Julián. La literatura de la Conquista del Río de la Plata. Barcelona: Letra Minúscula,
2022.
Pino, Georgina. “El Barroco americano”. Revista Estudios No. 7 (julio 1987):119-139.
Santiago, Olga Beatriz. Don Luis José de Tejeda y Guzmán Peregrino y ciudadano. Buenos Aires:
Tejeda, Luis de. Libro de varios tratados y noticias. Buenos Aires: Coni, 1947. Lección y notas de
Jorge M. Furt.
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