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Cada tanto nos encontramos con todo tipo de preguntas sobre si es posible que las personas
cambien; muchas veces provienen de el escepticismo de las personas hacia el trabajo
psicoterapéutico, mientras que otras veces se afirma con fervor y sin lugar a dudas que sí, las
personas cambian.
Pero, ¿qué tan cierto es que las personas cambian? O más bien, ¿qué tan exacto es esto de que las
personas cambian? Aquí lo discutiremos un poco. Mientras, Spoiler alert: las personas NO
cambian.
Cuando las cosas van bien y en consonancia con los objetivos, el usuario, cliente o consultante
sigue siendo la misma persona siempre, la diferencia es que ahora se comporta de distinta o de
deseable manera frente a determinadas situaciones; es decir, amplía su repertorio conductual que
le permite desenvolverse con mayor satisfacción individual y/o social. En este punto, no es tan
adecuado decir que se comporta con mayor adaptación o funcionalidad, puesto que, desde luego
su conducta tiene una función y es una manera de adaptarse a determinado medio.
Mucho tiene que ver por cómo se mira la naturaleza de los eventos internos o privados, aquellos a
los que solo tienen accesibilidad la persona que los experimenta. En las prácticas basadas en el
análisis de la conducta no se estima que los eventos privados sean diferentes a los públicos, al
contrario, son exactamente lo mismo y se rigen por los mismos principios, salvo por la
accesibilidad antes mencionada y por la escala (dimensiones) con las que pueden presentarse. Es
decir, ocurren en una serie de comportamientos, secuencia o encadenamiento; mismas que sí
tienen una influencia de una sobre la otra, pero no es determinante. El comportamiento operante
(aquel que influye u opera en el medio y cuya frecuencia futura ha sido seleccionada, mantenida y
moldeada por sus consecuencias pasadas) es inherentemente flexible, uno puede hacer cualquier
tipo de cosas que no nos gusten y dejar de hacer aquellas que traen consigo algo que nos guste.
De la misma forma podemos “actuar” de cualquier forma aún con que aquellos eventos privados
digan lo contrario.
Se puede apostar a que durante el proceso terapéutico se utilicen estrategias en donde se estén
cambiando aquellas “ideas o creencias”, pero realmente se están cambiando conductas, privadas,
pero al fin conductas y que más tarde se convertirá en lo que hace. Verlo de esta forma es más útil
por varias razones, si se aplica lo que ya se conoce sobre el comportamiento a lo privado nos
permite saber cómo se sustenta y las funciones que tienen, y de esta forma aumentar la eficacia
terapéutica en la interacción verbal y también el apego a una fuerte base teórica y una solida
fundamentación experimental alejada de constructos que muchas veces caen en ficciones
explicativas. Además, como ya es bien sabido, cualquier cambio cognitivo (evento privado) solo
puede ser inferido mediante el cambio comportamental público-verbal. Nadie diría que una
persona piensa de “manera distinta” si su comportamiento no es congruente con ello. No existe
otra forma de comprobarlo, así que solo cuando logre cierto comportamiento o sus
aproximaciones diríamos que va en buena dirección.
En honor a la verdad, muchas veces no es ni siquiera necesario pasar por este tipo de estrategias
para poder hacer el cambio conductual público, pues debido a procesos como la covariación de
respuesta y otros procesos más, un comportamiento puede ser modificado (el privado, en este
caso) aun cuando otro es el foco u objetivo conductual (público). Basta con fijarnos en los
procedimientos de exposición y de activación; cuando esto sucede los pensamientos tienden a
cambiar o a dejar de importar cuando menos.
De igual forma sucede con aquello que llamamos “aceptar”. Existen muchas definiciones del
concepto de aceptación psicológica, el problema de ello es que la mayoría se queda en términos
muy difícil de comprender qué es exactamente, lo cual se ve reflejado en confusiones tanto para
algunos terapeutas como para los usuarios. Por ejemplo, se ha dicho que aceptar es abrazar la
experiencia ¿cómo se abraza la experiencia? Si bien se habla en un sentido metafórico puede
resultar confuso. Ahora bien, definir cómo darse cuenta que alguien está abrazando la experiencia
es distinto, pues ahí entrarían comportamientos que serían “la señal” de aquello que llamamos
aceptar o abrazar la experiencia, y una vez más caemos en los mismos comportamientos públicos-
verbales. Aunado, ¿existe una única forma de aceptar? En lo absoluto. Lo que para una persona
puede ser abrazar la experiencia para otra puede ser distinto debido a su historia de aprendizaje,
lo cual también lleva a mencionar que la llamada aceptación no es impuesta por el terapeuta ni
para decirle qué hacer y qué aceptar.
Tampoco es que primero se acepte para poder hacer algo distinto, aquí seguiríamos cayendo en lo
mismo que se ha pretendido cambiar. La aceptación o cualquier otro nombre que reciba, al igual
que con los pensamientos, no ocurre primero ni viene de dentro de la persona, sino que esto
sucede una vez que la persona hace algo distinto para inferir que “acepta” o “piensa distinto”. Es
decir, se hace o se deja de hacer algo para aceptar o para pensar de manera distinta.
Se podría decir en algún momento, que da igual cómo esté pensando una persona en determinado
momento mientras se comporte, pues eventualmente, por medio del contacto con aquello que se
valore al comportarse, tiende a haber un cambio de varias maneras, de forma, de función o de
importancia. Claro que siempre puede echarse mano de algunas estrategias que puedan instigar a
comportarse de cierta forma a usuario, como algunas autoinstrucciones, control estimular,
inducción situacional, etc. Son totalmente compatibles.
Concluyendo
Como podemos ver, las personas son siempre las mismas; no hay como tal el hecho que las
personas sean otras (aunque algunas veces sea deseable y otras veces le quite el sabor al asunto),
sino que decimos que las personas cambian cuando cambia su comportamiento. Por ende, el
trabajo del terapeuta es ayudar a que las personas actúen de manera distinta frente a ciertos
contextos, y que siendo (las personas) su mismo actor puedan mejorar su satisfacción vital.
Cuando el terapeuta tiene claro qué es lo que tiene que ayudar al usuario a cambiar es más fácil
lograrlo, y es útil pues puede aumentar la eficiencia para ello. Por eso, conveniente optar e
incrementar el repertorio terapéutico en cuanto a aterrizar amable y estratégicamente a lo que la
persona quiere hacer en función de aquellas consecuencias valoradas globalmente a largo plazo.
Hay sistemas de clasificación que permiten ello, la Psicoterapia Analítica Funcional es una de ellos.
El cambio del comportamiento de los usuarios siempre es posible, los principios del
comportamiento no fallan (podemos equivocarnos como terapeutas). A veces es más fácil, a veces
más lento, con menor o mayor costo, pero siempre es posible.
Gracias por haber leído hasta este punto, espero que haya resultado lo menos aversivo posible. ¡Y
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