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El Renacimiento, fue un punto significativo en la evolución del arte del retrato por
el renovado interés hacia el mundo natural, el hombre y la expresión clásica del
arte romano. El retrato tuvo así una importante función social, tanto esculpido, a
través de bustos o cabezas, como pintado. Tuvo notable difusión el retrato de
busto hasta las espaldas, sobre todo en Florencia (Mino da Fiesole, Andrea del
Verrocchio) y en Nápoles (Francesco Laurana).
El retrato pictórico
En la Edad Media, como ocurre con la escultura, no hubo auténticos retratos hasta
el surgimiento de una cierta clase burguesa. El más antiguo retrato fisonómico de
la Edad Media se cree que fue el retablo de San Luis de Tolosa que corona al
hermano Roberto de Anjou, de Simone Martini (1317).
En esta época casi todos los grandes maestros se dedicaron al retrato: Piero della
Francesca, Antonello da Messina, Sandro Botticelli, Leonardo da Vinci, Ticiano,
Rafael, entre otros, con la notable excepción de Miguel Ángel que no reprodujo
efigies realistas de personajes, salvo, quizá, y con intenciones denigratorias, en el
Juicio Final. En Occidente uno de los retratos más famosos es La Gioconda de
Leonardo da Vinci, a la que se ha identificado como Lisa Gherardini. En él se
alcanzó un extraordinario efecto sicológico, como en las mejores obras de Ticiano.
Autorretrato
Durante los períodos barroco y rococó, en los siglos XVII y XVIII, los retratos
adquirieron gran importancia. Dentro de una sociedad cada vez más dominada por
la burguesía, las representaciones de individuos lujosamente vestidos al lado de
símbolos de pujanza y de riqueza temporal contribuyeron de manera eficaz a la
afirmación de su autoridad.