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Vdocuments - MX - 4 Guimon Clinica Psiquiatrica Relacional PDF
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RELACIONAL
Introducción
La Psiquiatría Relacional
1. EL CONCEPTO
Capítulo I
Los trastornos que se describen en este capítulo han sido objeto del interés preferente de
las diversas Escuelas desde que la Psiquiatría puede ser considerada como especialidad.
No es por ello de extrañar que exista un cierto confusionismo en la terminología y en la
clasificación.
La DSM IV titula este apartado «Delirium y Demencia, Trastornos amnésico y otros
trastornos cognitivos».
Nos limitaremos a recordar la terminología usada y a resumir luego la clasificación de
los trastornos, su etiología, la sintomatología y los procedimientos diagnósticos y
terapéuticos.
1. CONCEPTO
Durante el pasado siglo, algunos autores habían denominando a estos cuadros, «psicosis
exógenas»1 (Möbius,1892) y otros «psicosis orgánicas», definidos (OMS,1976) como
«enfermedades caracterizadas por alteraciones de la orientación, el juicio, la memoria,
la comprensión, el cálculo y la capacidad de aprendizaje». Estos serían los rasgos
esenciales, pero podría haber también aplanamiento o labilidad afectiva o alteraciones
más persistentes del estado de ánimo; debilitamiento de las normas éticas; exageración
o aparición de ciertos rasgos de la personalidad; e incapacidad para tomar decisiones en
forma autónoma.
Estos términos han sido hoy prácticamente abandonados porque nadie duda de que los
hallazgos sobre la biología de las esquizofrenias y de las psicosis maníaco-depresivas,
obligarán a considerar como orgánicas a muchas de estas psicosis hasta ahora llamadas
funcionales.
2. CLASIFICACIÓN
3. ETIOLOGÍA
Como hemos comentado más arriba, los síntomas son agrupables, con algunas reservas
mentales, en dos grandes cuadros clínicos: agudos y crónicos.
4.1. Síndromes agudos.
Estos cuadros se definen desde antiguo (Bleuler, Willi, & Buhler, 1968) por cuatro
características primarias: 1. El comienzo es a menudo brusco, con desarrollo rápido de
trastornos de orientación, memoria, función intelectual, juicio y afecto. 2. Pueden
presentarse delirio, estupor o coma, asociados a veces a la liberación de reacciones
neuróticas o psicóticas subyacentes. 3. El síndrome es causado por trastornos
reversibles, temporales, difusos de la función cerebral. 4. El curso clínico, aunque
habitualmente breve, puede durar un mes o más pero termina siempre con la resolución
de la mayoría de los síntomas orgánicos6.
Determinadas situaciones psicológicas pueden desencadenar ocasionalmente estos
cuadros. El papel jugado por la alteración orgánica y por los factores relacionales será
siempre la cuestión a dilucidar por el psiquiatra. La dimensión psicosocial adquiere aquí
una importancia fundamental porque las crisis confusionales, la depresión o la
exaltación y la demencia misma son modos particulares de relación. La confusión
mental es una reacción general ante todo tipo de agresiones físicas, químicas,
ambientales y personales. De ahí la necesidad de practicar un estudio minucioso a fin de
esclarecer su causa, sin olvidar que puede aparecer sin una alteración orgánica evidente.
Se podrían distinguir tres formas clínicas: con «disminución de la conciencia»7, con
«distorsión de la conciencia»8 y con «ordenación de la vida psíquica a un nivel más
simplificado o elemental» (síndrome de Korsakov)9.
5. ASPECTOS RELACIONALES
Algunos autores se han interesado en estudiar hasta qué punto los rasgos de la
personalidad previa tienen una acción patoplástica sobre la sintomatología de estos
trastornos.
BIBLIOGRAFÍA
1 Son muchos los autores (Alonso Fernández, 1977) que critican esta nomenclatura y
aconsejan excluirla por completo de nuestra Ciencia. Para este último autor lo más
adecuado sería aceptar, siguiendo a Kurt Schneider (Schneider, 1942) los términos de
Psicosis de fundamento corporal conocido (Psicosis somatógenas, como él las
denomina) y desconocido respectivamente.
La DSM II norteamericana estudiaba estos trastornos bajo la denominación de
«síndromes cerebrales orgánicos». Por su parte, los autores franceses agrupaban a estos
síndromes bajo dos apartados: las psicosis confusionales o síndromes confuso-oníricos,
por una parte, y las demencias por otra.
2 Mientras que la DSM I dividía a estos síndromes en agudos y crónicos, la CIE 8 no
mencionaba tal división y la DSM II se refería tan sólo de pasada a ella, señalando que
la forma aguda es reversible y la forma crónica irreversible. La clasificación DSM II
añade a los síndromes orgánicos cerebrales los calificativos de psicóticos y no
psicóticos, incluyendo entre estos otras alteraciones psíquicas por trastornos cerebrales
que no conllevan tanta gravedad y en las que se conserva el juicio de realidad, por lo
que no se las debe considerar como psicóticas. La OMS mantiene también esta división.
Define a estos síndromes como aquellos en que «aparecen trastornos de la atención, de
la memoria, de las funciones intelectuales y del juicio, con labilidad y aplanamiento del
afecto. La causa, añade, es el daño difuso cerebral».
3 Sadock (1975) crítica la utilización de los calificativos de agudo y crónico en estos
síndromes. Subraya que en Patología médica tales términos se refieren al perfil temporal
del complejo sintomático (comienzo, curso y duración) mientras que en Psiquiatría
suelen ser usados para definir un pronóstico. Sería aconsejable, según este autor,
substituir estos términos por los de «reversible» e «irreversible».
4 Al delirium se le podría llamar mejor, según este autor, «encefalopatía metabólica
exógena aguda», como sugería T. Osmer y a la demencia «degeneración hemisférica
cerebral difusa crónica». Se podría también introducir, como propone Lipowski, el
término «estado amnésico-confusional subagudo» a un sector del espectro situado entre
el delirio y la demencia.
5 Con el nombre de síndromes psíquicos agudos en las enfermedades somáticas
designan M. Bleuler y cols. (Bleuler et al., 1968) a determinados cuadros denominados
por la APA «Síndromes cerebrales orgánicos agudos».
6 Para M. Bleuler (1968), siguiendo a Bonhoeffer (Bonhoeffer, 1917), las
manifestaciones de las psicosis agudas que acompañan a las enfermedades somáticas
graves y a las enfermedades cerebrales agudas son agrupables en lo que él llama «tipo
de reacción exógena aguda». La sintomatología incluye trastornos de: la conciencia; del
curso del pensamiento; de la comprensión; de la capacidad de reaccionar
emocionalmente; alucinaciones y representaciones delirantes; trastornos del sueño;
movimientos temblorosos; lenguaje poco claro; convulsiones epilépticas; y síntomas de
irritación cerebral de mal pronóstico (movimientos de apertura y cierre de la boca,
rechinar de dientes, chasquear de la lengua, contracción de los labios en hocico, etc.).
7 Los «estados con disminución de la conciencia» se caracterizan por una vida psíquica
reducida o en vías de extinción: el caso extremo está representado por la pérdida de
conciencia, por el coma.
8 En los estados con distorsión de la conciencia la vida psíquica está en desorden.
Ocupa el primer plano la confusión del pensamiento y pueden aparecer alucinaciones.
Las oscilaciones emocionales son frecuentes. Los síndromes típicos de esta serie son: el
delirio exógeno (con trastornos del pensamiento, de la orientación, de la percepción y de
las sensaciones, aunque el paciente puede permanecer alerta respecto a impresiones
elementales de su entorno); delirio agudo (en el que hay además una agitación intensa
que dificulta el entendimiento entre el paciente y las demás personas); estado
crepuscular (en el que el enfermo se halla inmerso en sus vivencias oníricas, lo que le
aisla por completo de su perimundo); estado confusional (en el que la confusión del
pensamiento ocupa el primer plano); alucinosis (en el que predomina la confusión de las
percepciones).
9 Los estados de ordenación de la vida psíquica a un nivel más simplificado o elemental
son llamados por los autores franceses con el término de «psicosis confusionales» y al
síndrome con el nombre de «confuso-onírico» (siguiendo a Regis). Entre las formas
clínicas describen, además de una forma estuporosa, una forma alucinatoria y una forma
onírica pura, el síndrome de Korsakov y el delirio agudo (confusión maligna con
hipertermia, hiperazotemia y evolución frecuentemente mortal).
10 Las modificaciones de las conductas operatorias en las demencias degenerativas,
aparecen precozmente en el curso de la desintegración demencial, antes de la
instauración de los trastornos operatorios. Traducen una afección global de las
funciones superiores del Sistema Nervioso Central, que fueron integrándose a lo largo
de la infancia de acuerdo con una sucesión bien establecida por la Escuela de Piaget.
11 Barraquer Bordás (Barraquer Bordas et al., 1974), precisó la importancia de la
apraxia constructiva como índice «preciso y precioso» de la desintegración senil y su
relación con el síndrome por él llamado de «Asimiento», constituido por la triada
sintomática de prehensión forzada, imantación de la mirada y «closing-in».
12 El momento electivo de aparición del síntoma parece ser aquel en que se manifiesta
con mayor esplendor el síndrome de imantación o asimiento, cuando la apraxia
ideomotriz es ya muy grave.
13 En el trabajo arriba citado de De Ajuriaguerra y cols. se puso de manifiesto la clara
relación entre los trastornos de la apraxia ideomotriz y los de la somatognosia.
14 Rigidez creciente, que a veces reproduce el aspecto de rueda dentada; sincinesias;
trastornos del tipo de la aquinesia y de la amimia; presencia en ocasiones de temblor.
15 Por ejemplo, el Parkinson, la corea, el hemibalismo, la parálisis supranuclear
progresiva, atrofias cerebelosas tardías.
16 Estos síntomas se evidenciaron pronto en otras lesiones del tronco cerebral (parálisis
agitante, tumores, corea de Huntington, etc.).
17 Un problema de interés es el del desencadenamiento, con motivo de enfermedades
orgánicas con sintomatología psicótica aguda, de las llamadas esquizofrenias
sintomáticas. Se trata en general de reacciones esquizofreniformes, poco frecuentes (tres
de entre las cien psicosis agudas estudiadas por Willi (Willi, 1968). Los delirios agudos
que se presentan en pacientes previamente esquizofrénicos parecen ser semejantes a los
de los sanos y no interfieren sobre los síntomas esquizofrénicos previos.
18 Después de la Gran Guerra, la traumatología craneal y sus secuelas psíquicas fueron
separadas del dominio de las neurosis traumáticas. Se publicaron numerosos trabajos en
los que la emoción fue progresivamente reconocida como factor etiológico, separando
dos reacciones clínicas principales: crisis de excitación o rapto emotivo con terror, e
hiperemotividad y reacción de inhibición de la conducta psicomotriz.
Capítulo 2
1. CONCEPTO Y CLASIFICACIÓN
En el DSM IV (Frances, First, & Pincus, 1997) existen dos tipos de diagnósticos: los
«trastornos por consumo de substancias» con un patrón problemático de uso
(dependencia y abuso) y los «trastornos inducidos por substancias» que describen
síndromes causados por ellas. Sin embargo, a menudo cabe diagnosticar ambos
trastornos.
Algunas substancias, producen adicción física y otras no. Se enumeran doce substancias
como las más frecuentemente involucradas en estos trastornos: alcohol, alucinógenos,
anfetaminas, cafeína, cannabis, cocaína, feniclidina (PCP), inhalantes, nicotina,
opiáceos y sedantes hipnóticos, o ansiolíticos. Otros medicamentos (esteroides,
anticolinérgicos, etc.) pueden también convertirse en substancias de abuso.
Hay patrones culturales que diferencian lo aceptable y no aceptable en el consumo de
substancias. A menudo los pacientes infravaloran la cantidad que consumen y hay que
buscar información colateral.
Las dependencias son difíciles de superar y, cuando se logra, es después de muchas
recaídas. Muchas personas mantienen un patrón estable de abuso con consecuencias
perniciosas pero sin tolerancia, abstinencia o consumo compulsivo.
2. ETIOLOGÍA
2.5. Comorbilidad
2.5.1. Causalidad
La literatura apoya la noción de que los trastornos mentales y el abuso de substancias se
presentan juntos con más probabilidad que la predictible al azar. En efecto, en diversos
estudios (Kay y cols, 1989, Lehman y cols, 1989, Bukstein y cols, 1989, Nace y cols,
1991) se encontró una asociación mayor que la predicha («comorbilidad») entre
trastornos psiquiátricos y abuso de drogas.
Algunos estudios transversales sugieren (Bukstein, 1989) que el abuso de drogas juega
un papel importante en la etiología y el pronóstico de alteraciones tales como trastornos
afectivos, trastornos de conducta y antisocial, trastorno por hiperactividad y trastorno de
ansiedad. El 47% de una muestra de cocainómanos (Kleinman, 1990) presentaba una
depresión clínica (frecuentemente con síntomas fóbicos); y en el eje II los diagnósticos
más frecuentes fueron las personalidades antisocial (21%), borderline (18%) y
autodestructiva (18%). En el antes citado proyecto ECA (Tien Ay, 1990), se observó
que el riesgo de experimentar síntomas psicóticos era también mayor para los
consumidores de marihuana (el doble), cocaína, ansiolíticos y simpaticomiméticos que
en los no consumidores de drogas.
Por otra parte, el padecimiento de trastornos psiquiátricos predispone al consumo de
drogas. Así, el porcentaje de abuso llega al 67% en los pacientes borderline (Dulit,
1990). En lo que se refiere a la personaliad antisocial (Alterman, 1990), la relación con
el consumo de drogas es compleja y existen probablemente dos grupos de consumidores
diferenciados: verdaderos psicópatas y psicópatas sintomáticos; estos últimos con
sintomatología psiconeurótica y mejor respuesta al tratamiento. Los sujetos con ataques
de pánico (pero no los que presentan trastorno de pánico) presentan (Jensen y cols,
1990) más abuso de opiáceos y ansiolíticos y utilizaron la marihuana (inductora de
pánico) a una edad más temprana.
2.5.2. Prevalencia
Numerosos autores han constatado la alta prevalencia del uso de substancias
psicoactivas en la población psiquiátrica. En el proyecto «Epidemiological Catchment
Areas» (E.C.A.), realizado con el Diagnostis Interview Schedule (D.I.S.) por el National
Institute of Mental Health (N.I.M.H.) estadounidense y en otros estudios (Lehman,
Myers, & Corty, 1989; Bukstein, D. A., & Kaminer, 1989; Kay, Kalathara, & Meinzer,
1989), se encontró una asociación mayor que la prevista entre trastornos psiquiátricos y
abuso de drogas. La prevalencia del abuso de substancias en estos pacientes es entre el
60 y el 85%, mientras que la prevalencia de la dependencia de substancias en la
población general no supera el 15 al 35% (Minkoff, 1989).
3. CLÍNICA
4. TRATAMIENTO
4.1. Alcoholismo
En el tratamiento del alcoholismo se acepta hoy que el mejor método es la abstinencia
total, aunque es difícil de conseguir si no es tras varias recaídas. Para lograr la
abstinencia se pueden asociar fármacos como la cianamida y el disulfiran que producen
efectos colaterales desagradables cuando se mezclan con el alcohol. Actualmente se
emplea menos frecuentemente la creación de reflejos condicionados mediante la
aplicación simultánea de alcohol con apomorfina.
Con estos pacientes es indispensable el apoyo individual y familiar y la aplicación de
técnicas cognitivos-conductuales de prevención de las recaídas. La frecuentación de
Asociaciones de enfermos rehabilitados es de máximo interés por su eficacia.
La psicoterapia analítica, principalmente de grupo, ha sido utilizada con éxito para el
tratamiento de pacientes alcohólicos ya abstinentes, pero es de poca utilidad en
pacientes que continúan bebiendo.
BIBLIOGRAFÍA
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Capítulo 3
1. ESQUIZOFRENIA
1.1. Concepto
La esquizofrenia es el prototipo de las psicosis en las que se acepta un fundamento
corporal, aunque, hoy por hoy, se desconozca o se conozca mal («psicosis
funcionales»). Aunque algunos autores (Kraeplin, 1920) han pretendido describirla
como una enfermedad genuina, en la actualidad se acepta que se trata más bien de un
síndrome o un trastorno, al que se puede llegar a partir de alteraciones iniciales
diferentes, a través de distintas vías.
Kraeplin (Kraeplin, 1920) denominó «demencia precoz» a este trastorno y lo distinguió
de las «psicosis afectivas» (el otro gran grupo de psicosis funcionales) precisamente por
la mucho mayor frecuencia de aparición de deterioro o defecto en el curso de la
evolución de la esquizofrenia.
Distintos autores han intentado delimitar los síntomas básicos del síndrome. Así, se ha
hablado de diferentes síntomas primarios (Bleuler, 1924) o de primer rango (Schneider,
1942); pero lo cierto es que no existen síntomas patognomónicos. Desde que Kraeplin
describió las tres formas clínicas básicas («catatónica», «hebefrénica» y «paranoide»), a
las que Bleuler añadió la «simple», diversos autores han propuesto otras muchas, de
entre las que sólo algunas han perdurado hasta nuestros días («esquizoafectiva»,
«esquizofreniforme», «residual», «positiva», «negativa»).
1.2. Epidemiología.
Además de lo complicado que resulta realizar estudios extensos en la población
general, las investigaciones epidemiológicas se encuentran, en el caso de la
esquizofrenia, con la dificultad de definir quién es realmente un «caso». La
generalización de procedimientos diagnósticos fiables (DSM-IV) y el empleo de
entrevistas estructuradas (Present Status Examination, «PSE», Diagnostic Interview
Schedule, «DIS») han permitido realizar estudios que, como el Epidemiological
Catchment Area en EE.UU (ECA), ofrecen datos razonablemente fiables.
El número de casos nuevos cada año (incidencia) oscila en los estudios más fiables
entre el 0,1 y el 0,7%. El número de personas que en un año reciben tratamiento por
esquizofrenia (prevalencia anual) se estima en Estados Unidos del 0,23 al 0,47%. El
riesgo de que una persona que viva 75 años enferme de esquizofrenia alguna vez en su
vida es alrededor del 1% (0,2-2%).
La esquizofrenia se presenta preferentemente en personas jóvenes (entre los 20 y los 40
años, con un máximo entre los 25 y los 34 años) y rara vez aparece por primera vez
después de los 45 años de edad (1% del total de los casos).
1.3. Etiopatogenia.
No existe un factor etiológico único en la esquizofrenia, sino que su aparición depende
de factores que afectan el genotipo y el fenotipo. En ese sentido, se admite una
predisposición genética a la adquisición de determinadas alteraciones de la estructura y
el funcionamiento del cerebro y del sistema neuroendocrino que condicionan una
vulnerabilidad al estrés. Se acepta también que los mecanismos de defensa, que el niño
adquiere desde su primera infancia en relación con las personas significativas de su
entorno, le permiten modular, de forma más o menos adecuada, los estímulos exteriores.
Los acontecimientos vitales estresantes se hallan contrarrestados por los mecanismos de
apoyo comunitario (familia, redes sociales, sistemas asistenciales). Sólo cuando
sobrepasan a éstos se hace necesaria la intervención de los mecanismos de defensa que,
si no son suficientes, obligan a entrar en acción a los sistemas biológicos de adaptación.
Cuando una fragilidad, heredada de estos sistemas biológicos les hace incapaces de
contrarrestar los estímulos estresantes, se produce la esquizofrenia. Resumimos a
continuación los hallazgos acerca de los factores implicados en el mantenimiento de
esta delicada homeostasis.
En los numerosos trabajos recientes sobre la etiología de la Esquizofrenia se asigna
entidad de teoría a muy diversas proposiciones etiológicas (J. Guimón, 1977). Tales
teorías se pueden agrupar como proponemos en la figura 1, en los tres grandes modelos
básicos de la Psicopatología: el modelo médico, el modelo psicológico y el modelo
sociológico. Sin embargo, las teorías cognitivas y las que formulan una predisposición a
elaborar mal el estrés por parte de los sujetos diagnosticados de esquizofrenia pueden
ser incluidas en el llamado modelo médico. Por su parte las proposiciones
psicoanalíticas hacen referencia a las relaciones interpersonales precoces en el seno de
la familia, por lo que pueden integrarse en el llamado modelo social.
1.3.1. Factores biológicos.
1.3.1.1. Factores genéticos. Los primeros indicios de la heredabilidad de la
esquizofrenia surgieron de los estudios de prevalencia que demostraron que, si el riesgo
de padecimiento del trastorno es, en la población general del 0. 2-2 %, en los familiares
es mucho mayor1. La concordancia entre hermanos no puede explicarse sólo por la
influencia de una supuesta acción educativa nociva similar de los padres, puesto que la
concordancia en los gemelos monocigotos criados separados es muy elevada (77,6% en
un estudio de Kallman (Kallman, 1946)). Sin embargo, el hecho de que esta
concordancia sea superior en los criados conjuntamente (91,5%) subraya también la
importancia cocausal de la interacción con los padres.
Las investigaciones genéticas parecen confirmar que la esquizofrenia es un trastorno
poligénico. Estudios recientes que detectaban diversas alteraciones cromosísmicas, por
ejemplo en el brazo corto del cromosoma 5 (trisomía o polimorfismo) no han podido ser
reproducidos. Sin embargo, es sugestivo que el gen responsable de los receptores
dopaminérgicos D.1 se encuentre precisamente en el cromosoma 5.
1.3.1.2. Alteraciones encefálicas. Aunque algunos estudios son contradictorios,
investigaciones post-mortem han confirmado los hallazgos macroscópicos de una
atrofia cerebral con preferencia frontal y, microscópicamente, de diversos
dimorfismos2. Con la tomografía por emisión de positrones (PET) parece confirmarse
la hipofrontalidad, y se ha observado un aumento de los receptores para la dopamina en
el núcleo estriado, dato que todavía no ha sido comprobado.
La tomografía de emisión de positrones (PET) muestra (aunque de forma inconsistente
en distintos trabajos) un aumento de receptores D.2.
1.3.1.3. Alteraciones bioquímicas. A lo largo de los últimos decenios se han encontrado
numerosas alteraciones metabólicas, no siempre confirmadas3. El hallazgo de que la
administración de levodopa y anfetaminas (que aumentan la dopamina) agrava los
síntomas de la esquizofrenia y que los neurolépticos, que mejoran cierto número de esos
síntomas, antagonizan algunos de los efectos de la dopamina, dio lugar a la «hipótesis
dopaminérgica de la esquizofrenia».
Sin embargo, la ausencia de alteraciones en la concentración de la monoaminooxidasa
(MAO) y metabolitos de la dopamina, como el ácido homovanílico (HVA), hizo que se
pensara que la alteración, más que en la concentración de la dopamina, podría residir en
una hipersensibilidad de los receptores postsinápticos. Friedhoff y su grupo, durante los
años setenta principios de los ochenta, demostraron que los receptores de la dopamina
pueden ser regulados ajustando la cantidad de neurotransmisor aportado4. Presentaron
así diversos estudios clínicos sobre el efecto de la L-Dopa en la disquinesia tardía y
sobre el tratamiento de los esquizofrénicos con L-Dopa, en la idea de que aunque
empeoren los síntomas al principio podrían a la larga mejorarlos, al hiposensibilizar los
receptores. Los resultados clínicos, no fueron, sin embargo, convincentes (Beramendi,
1979; Gutiérrez et al., 1979).
Posteriormente, se observó también que en distintos esquizofrénicos el comportamiento
del sistema dopaminérgico era diferente en situación basal y tras la administración de un
neuroléptico. En este sentido, se llegó a diferenciar tres tipos de respuesta que tendrían
valor predictivo respecto a la evolución espontánea del trastorno y su respuesta al
tratamiento. Así, hoy (Dávila et al., 1987; Friedhoff, 1986) se tiende a aceptar una
visión homeostásica que supone que, además de otros sistemas neurotransmisores, en la
esquizofrenia habría un trastorno en la flexibilidad del sistema dopaminérgico que se
puede detectar a través del estudio de metabolitos de la dopamina (DOPAC, HVA).
Más tarde, administraron neurolépticos a ratas preñadas, lo que alteraba la actividad
colinérgica post-natal del estriado, con un marcado descenso en la actividad
dopaminérgica. Sugirieron que ello podría tener implicaciones para un aumento de la
vulnerabilidad a trastornos extra-piramidales en el desarrollo post-natal, con las
consiguientes posibles indicaciones clínicas.
Se demostró que los cambios en el ácido homovalínico en plasma predicen la respuesta
a los neurolépticos (Dávila et al., 1995). Estos y otros hallazgos preparaban una nueva
visión más globalizadora de la función del sistema dopamigérgico (Dávila et al., 1989)
que hemos comentado en el primer tomo de esta obra.
1.4. Sintomatología
Los aspectos clínicos de la esquizofrenia incluyen un conjunto de síntomas que alteran
gravemente la vida relacional del paciente.
1.5.7. Otros.
Los conceptos de esquizofrenia «seudoneurótica», «limítrofe» (o borderline), «latente»,
«tardía», etc. han caído en desuso.
1.7. Tratamiento.
En este epígrafe incluimos los tratamientos utilizados, en distintas dosis y con diferentes
combinaciones, tanto en pacientes esquizofrénicos y esquizofreniformes como en
pacientes que presentan trastornos esquizo-afectivos, reacciones psicóticas breves, y
esquizotípicas graves. Excluimos la paranoia y las personalidades esquizoides que
requieren abordajes distintos.
En el caso de pacientes esquizofrénicos, numerosos estudios subrayan el mejor
pronóstico de ciertos cuadros paranoides en relación con otros «no paranoides», así
como un mejor pronóstico y una mejor respuesta a las fenotiacinas en pacientes que
presentan síntomas «positivos» respecto de los pacientes que presentan síntomas sobre
todo «negativos».
El tratamiento de la esquizofrenia, como el de la mayoría de los trastornos psiquiátricos
exige un equilibrio adecuado de medidas biológicas y psicosociales.
1.7.1. Tratamiento biológico.
Actualmente ha dejado de practicarse la lobotomía en los pacientes esquizofrénicos, y el
electrochoque se utiliza sólo en los casos de catatonía resistentes a los neurolépticos.
A partir del descubrimiento de las fenotiazinas se han utilizado numerosas medicaciones
de distintas familias químicas (tioxantenos, butirofenonas, dibenzoxazepinas,
dihidroindolonas) en el tratamiento de la esquizofrenia. Aunque se comienza a afirmar
que determinadas medicaciones son más eficaces que otras en los síntomas negativos o
positivos, no existe todavía un perfil de actividad específico irrefutable de los distintos
neurolépticos sobre los diferentes síntomas. Actualmente, la eficacia de la medicación
neuroléptica en el tratamiento de la esquizofrenia es incuestionable, como lo
demuestran varios estudios. En consecuencia, durante las últimas decadas han surgido
esperanzas de cambios a la vez en el pronóstico de la enfermedad y en la calidad de la
vida de los pacientes. De hecho, los ingresos en las instituciones psiquiátricas han
descendido significativamente, como lo muestra el llamado proceso de
desinstitucionalización.
Como quiera que los efectos colaterales son frecuentes y que a menudo falta la
conciencia de enfermedad en el paciente, son de mucha utilidad los neurolépticos de
acción retardada (dos semanas a un mes) inyectables, para mejorar el cumplimiento del
tratamiento.
Entre los efectos colaterales indeseables destacan los neurológicos: parkinsonismo;
distonía (aguda y tardía); discinesias (aguda y tardía); acatisia (inquietud, con dificultad
para permanecer sentado); síndrome neuroléptico maligno; convulsiones; y disfunción
cognitiva.
Como quiera que cierto porcentaje de pacientes no se beneficia de un tratamiento
neuroléptico crónico, está indicado intentar suprimir la medicación al cabo de un año de
haberla iniciado, para restaurarla si, después de un tiempo prudencial, se estima que los
beneficios son mayores que los posibles perjuicios.
Por otra parte, algunos trabajos afirman que dosis mínimas de neurolépticos producen
una saturación suficiente de los receptores dopaminérgicos por lo que sería
desaconsejable dar dosis mayores que aumentan los efectos extrapiramidales.
Sin embargo, cada día nos enfrentamos todavía a hechos muy preocupantes: el 50% de
todos los pacientes esquizofrénicos padecen recaídas en el primer año después de su
último episodio. Estos pacientes, además, pasan entre el 15 y el 20% de su tiempo en
instituciones como consecuencia de las frecuentes recidivas.
Existen númerosos factores que influencian el desarrollo de estas recaídas, aunque
llevar a cabo dicho análisis no sea la finalidad de este artículo.
2. PARANOIA
2.1. Concepto
Aunque el concepto de «paranoia» aparece en la Medicina griega, adquiere un papel
central en la Psiquiatría a finales del siglo XIX y llega a ser de uso tan extendido, que se
confunde en el lenguaje corriente con la simple suspicacia. Es por ello por lo que en las
clasificaciones como el DSM-IV para los trastornos antes denominados paranoides se
prefiere utilizar el calificativo de «delirantes». Los trastornos delirantes se
caracterizarían por la presencia de delirios no extravagantes, es decir, que se refieren a
situaciones que se pueden producir en la vida diaria (p. ej., de celos, erotomaníacos y
somáticos), mejor sistematizados, que se pueden subclasificar por los temas
dominantes; todo ello en ausencia de los diagnósticos de esquizofrenia, trastorno
afectivo o trastorno orgánico y con una duración mínima de un mes. Aunque pueden
aparecer alucinaciones, no se presentan como parte importante del cuadro clínico.
2.2. Epidemiología
Los trastornos paranoides son poco frecuentes, con una incidencia que oscila entre el
0,007 y el 0,03‰ y una prevalencia entre 0,24 y 0,30‰; son más frecuentes entre las
mujeres y entre la población de emigrantes y la edad de comienzo es más tardía que en
la esquizofrenia.
2.3. Etiopatogenia
Los síntomas delirantes se observan en distintos trastornos psiquiátricos, por lo que se
duda si estos trastornos delirantes (o paranoides) deben considerarse formas atípicas de
aquéllos o si constituyen entidades clínicas separadas, como parecen indicar la
epidemiología, los estudios genéticos y la evolución clínica.
2.4. Clínica.
La característica de este trastorno es la presencia de delirios referidos a aspectos de la
vida, como enfermedades físicas, celos, amor, que pueden ser reales (no extravagantes).
Es posible que aparezcan alucinaciones, particularmente auditivas, aunque su presencia
debe hacer descartar el diganóstico de esquizofrenia. El afecto y el contacto emocional
están conservados en general. Puede existir inquietud motora y es frecuente la excesiva
locuacidad. No es raro que los pacientes se muestren litigantes o abiertamente violentos
y agresivos.
Los principales tipos clínicos son los delirios: persecutorio; de celos; erotomaníaco
(creencia, más frecuente en las mujeres, de que un hombre de alta posición social les
ama); somático (con hipocondría); grandioso (megalomanía); e inespecífico (que
incluye, p. ej., el síndrome de Capgras, en el que se piensa que existen unos impostores
que reemplazan a personas familiares).
2.5. Tratamiento
Los pacientes delirantes crónicos responden peor (en parte por su mayor resistencia a
medicarse) que otros psicóticos a los neurolépticos, pero pueden beneficiarse de ellos.
Algunos trabajos, indican una res- puesta particularmente favorable de los delirios
hipocondríacos a la pimozida.
La psicoterapia de apoyo es valiosa en manos de terapeutas bien entrenados, que tengan
en cuenta la hipersensibilidad y la baja autoestima habitual de estos pacientes.
Cuando existen signos de mal control de los impulsos, agitación o ideas de suicidio,
puede estar indicada la hospitalización.
4. PSICOSIS ATÍPICAS
El DSM-IV incluye en esta categoría trastornos en los que existen síntomas psicóticos
que no cumplen los criterios para otros trastornos psicóticos no orgánicos. Los tipos
descritos como ejemplo son: delirios alucinatorios crónicos; psicosis transitorias
asociadas con el ciclo menstrual o el posparto; y psicosis con características clínicas
poco claras o sobre las que se dispone de información inadecuada. Las psicosis
epilépticas y determinados síndromes psicóticos peculiares de algunas culturas se
pueden incluir también en este capítulo.
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1 En los padres de enfermos es del 2%. En los hermanos del 8-18% (incluidos los
gemelos dizigotos) y en los gemelos monocigotos alcanza en algunas muestras el 86%.
2 In vivo, se ha hallado, con tomografía computarizada (TC) y resonancia magnética
(RM): dilatación de los ventrículos laterales y del tercer ventrículo; aumento de los
surcos corticales; y atrofia cerebelosa. Estos signos preceden a menudo a las
alteraciones clínicas. Se han descrito, con la práctica de RM, una reducción del tamaño
de los lóbulos frontales y del cuerpo calloso y un aumento del septum pellucidum, pero
estos hallazgos necesitan comprobaciones posteriores. Los estudios de circulación
sanguínea regional indican hipofunción de los lóbulos frontales en la esquizofrenia.
3 Se aisló una globulina (el factor proteínico plasmático) que interfiere en la conversión
de la glucosa en ácido pirúvico y aumenta la permeabilidad celular, condicionando una
acumulación de triptófano celular, pero se encontró también en personas normales. El
hallazgo en cerebros de cadáveres de una sustancia (la «taraxeina») que, inyectada en
individuos normales, producía algunos síntomas semejantes a los de la esquizofrenia, no
se replicó en estudios posteriores. Diversos autores han postulado la existencia de un
trastorno general del metabolismo como una deficiencia de la NAD o una alteración de
la transmetilación. Otros han propuesto trastornos más delimitados en el metabolismo
del triptófano y la fenilanalina. Con referencia a esta última, se ha indicado el papel
patógeno de algunos de sus metabolitos anormales (fundamentalmente la
dimetoxifeniletilamina o DMPEA) o alteraciones cuantitativas de los metabolitos
normales noradrenalina o dopamina. Es en este último metabolito en el que parecen
centrarse los estudios más sólidos.
4 Así, propusieron que la disquinesia tardía se debe a alteraciones adaptativas en el
número de receptores. En esta línea de investigación, en 1980 describió, con Miller un
modelo animal de hiperdopaminergia con el que consiguieron, después del tratamiento
crónico con neurolépticos, un aumento de la adenilciclasa, de la dopamina y del número
de receptores de dopamina. Administrando L-Dopa lograron invertir esos parámetros y
observaron una gran alteración en la capacidad del sistema dopaminérgico para
responder a las medicaciones neurolépticas.
5 Dávila, Friedhoff y cols. vieron que la relación prolactina/ácido homovalínico es un
predictor mejor de la respuesta terapéutica que el nivel de cualquiera de las dos
substancias aisladas. En cambio, en el cuarto día del tratamiento, el nivel de ácido
homovalínico por sí mismo resultaba mejor predictor. Por otra parte, encontraron que
existía, en contra de lo esperable, una actividad dopaminérgica descendida en mujeres
ancianas que presentaban disquinesias orofaciales espontáneas.
Se han visto distintas alteraciones en varias funciones de la atención relacionadas con
ciertas zonas cerebrales. Un buen marcador potencial sería el sostenimiento de la
atención focalizada en una tarea compleja medido por el Continuous Performance Test
visual (CPT), que es un test de vigilancia (Mirsky, 1987) alterado en el 40-50% de
esquizofrénicos aunque no en los niños de alto riesgo, aunque un reciente estudio si lo
ha visto en éstos.
6 Mednick había demostrado un aumento de las reacciones fisiológicas al estrés con
alteraciones poligráficas. Meehl había hablado de una predisposición al estrés por
defecto de integración neuronal que predispondría a la esquizofrenia.
7 Actividad electrodérmica. Hay resultados de hiperrespuesta con recuperación rápida y
de hiporrespuesta (40-50% en esquizofrénicos y 5-10% en normales). Se ha estudiado
en síntomas positivos y negativos con resultados contradictorios así como las respuestas
a neurolépticos. La estabilidad es poco clara y hay otros factores que influyen por lo que
no está claro su valor.
8 El P. 300, potencial positivo tras estímulos infrecuentes, parece que se relaciona con
las estructuras límbicas del lóbulo temporal medio y se ha visto disminuido en el
trastorno de la atención y en la esquizofrenia. También en niños de alto riesgo. La
correlación no está clara. Otro potencial es el N. 100, también dudoso. La «variación
contingente negativa» (CNV) ha sido hallada reducida en esquizofrénicos crónicos pero
no en agudos, pero este hallazgo no parece específico. También se han visto
alteraciones en la onda P. 50.
9 Se presenta del 50-85%, en contraste con no esquizofrénicos (22%) y normales (8%).
Es de dudosa especificidad porque se ha visto también en trastornos afectivos, tal vez en
relación con tratamientos con Litio. En dos estudios de gemelos se confirmó y parece
que tradice una transmisión dominante autosómica de un rasgo latente en el que tanto la
esquizofrenia como la EMD son considerados como dos manifestaciones
independientes del rasgo.
10 La mayoría de los estudios comienzan con el marcador de ser un hijo de
esquizofrénico para discriminar quiénes eran vulnerables y quiénes no. Sin embargo
como sólo el 10% presentan esquizofrenia los marcadores no se puede generalizar a la
población de esquizofrénicos que no tienen un padre esquizofrénico.
11 Los módulos están jerárquicamente ordenados: las intervenciones iniciales se dirigen
hacia la mejoría de la atención, de concentración y de la percepción social y de las
competencias del paciente en este terreno. Después, más adelante, las intervenciones se
centrarán en las respuestas verbales y sociales. Finalmente, se propone a los pacientes
actividades que les entrenarán para resolver problemas interpersonales más complejos.
Cada una de estas etapas consiste en tareas circunscritas, pero con dificultad o
complejidad crecientes para mejorar las competencias cognoscitivas y sociales. Los
ejercicios se hacen en el marco de grupos de cinco a ocho pacientes, reunidos durante
treinta a cuarenta y cinco minutos, dos a tres veces por semana con uno o dos
terapeutas.
Desde hace ocho años hemos emprendido una primera experiencia de terapia
cognoscitiva con pacientes esquizofrénicos. Terminado el primer módulo, las
habilidades cognoscitivas habían mejorado significativamente en una tercera parte de
los pacientes. La mejoría de las respuestas adaptativas al estrés de la vida diaria podría
contribuir a prevenir las hospitalizaciones y a disminuir el riesgo de un paso hacia una
estabilización psico-social, sinónima de empobrecimiento crónico y definitivo.
12 Muchas de las variables parecen ser factores no específicos asociados a la gravedad y
la cronicidad de la enfermedad de los padres o al estatus socio-económico bajo, como
que las mujeres tengan más estrés en el embarazo o más conductas de alto riesgo o
bajos niveles de apoyo social. Quizás relacionado estaba el hallazgo de más
complicaciones prenatales y de parto. Muchos de los datos del estado general y del
funcionamiento neurointegrador eran contradictorios. Unos dijeron que no había
diferencia en mortandad y peso de los niños y otros que sí en cuanto al funcionamiento
neurológico. En la prole de esquizofrénicos se observaron anomalías que en vez de
mejorar persistían a lo largo del desarrollo.
Las familias presentaban atributos negativos comunes a otros tipos de pacientes
psiquiátricos como bajo ajuste marital, baja solidaridad, mal alojamiento y problemas
financieros. Se vieron también alteraciones en la comunicación en las familias de los
esquizofrénicos. El estudio de adopción de Finlandia definía a familias con esos rasgos
como de alto riesgo.
Capítulo 4
2.3. Lo reactivo
Brown, considera que tenemos ya modelos etiológicos bastante poderosos de factores
psicosociales para la depresión unipolar, y que existe la esperanza de que éstos puedan
extenderse a otras situaciones psiquiátricas9; señala que en sus estudios ha podido
confirmar, cómo otros autores habían encontrado, que, frecuentemente, en el año
anterior al episodio depresivo, habían ocurrido varias crisis o dificultades vitales.
Es antigua la oposición entre los conceptos que proponen en la depresión una etiología
«reactiva» a un acontecimiento externo y «endógena», dependiente de factores
biológicos internos. Los factores clínicos clásicamente considerados definitorios de un
síndrome endógeno son, para algunos autores (Kiloh et al., 1972): a) ausencia de factor
precipitante; b) despertar precoz; c) comienzo brusco; d) curso autónomo del humor (es
decir, que una vez presente la depresión, el humor no es aliviado por cambios
placenteros en la situación); e) cualidad «distinta» de la experiencia: sensación del
paciente de que no le entendemos, de que nadie puede entender la pena que sufre; f)
inhibición, que puede afectar diferentes áreas (cognitiva, motivacional, motora); g)
personalidad premórbida con bajo nivel de neuroticismo10.
La categoría reactiva estaría determinada fenomenológicamente como opuesta a la
endógena, sin especificidad de ningún tipo. Por el contrario, otros autores intentan
defender la necesidad de describir criterios positivos para dicha categoría, entre los que
incluyen: a) reactividad del humor al mundo externo; b) inicio insidioso del episodio
depresivo; c) tristeza normal; d) hipocondriasis; e) agresividad verbal contra el medio
en que el paciente se desenvuelve.
Sin embargo, algunos de los síntomas considerados como clásicos dentro de la
depresión endógena han sido puestos en tela de juicio por la investigación
psicopatológica actual: a) la ausencia del factor precipitante ha sido discutida por varios
autores (Paykel & Priest, 1992), quienes encuentran numerosas depresiones endógenas
con antecedentes claros de estrés previo; b) el despertar precoz, los ritmos circadianos y
los trastornos del apetito son cuestionados como definitorios de uno u otro tipo de
depresión (Craig Nelson & Chamey, 1981) y tal vez sean expresión de una reacción
general inespecífica ante la enfermedad; c) La existencia de una personalidad
premórbida con bajo nivel de neuroticismo ha sido puesto en tela de juicio por
numerosos autores.
En cualquier caso, la mayoría de los autores contemporáneos consideran que en
cualquier depresión influyen factores endógenos y ambientales, por lo que ni la
clasificación CIE 10 ni la DSM IV mencionan ya esa dicotomía.
3. CLÍNICA
Los cuadros clínicos han sido agrupados, en ocasiones, en relación con la existencia o
no de determinados síntomas; otras en función de la intensidad del cuadro; y otras en
relación con el curso evolutivo.
3.3.1. Bipolar-unipolar
Esta distinción diferencia a los pacientes con depresiones y episodios maníacos de los
que presentan sólo depresiones recurrentes y los correlaciona con variables genéticas,
clínicas y terapéuticas. La entidad de los trastornos bipolares, está bien establecida.
Actualmente hay una tendencia a subdividirlos en dos (bipolar I y bipolar II) o más
subtipos. El trastorno bipolar tipo Il se caracteriza clínicamente por presentar episodios
hipomaníacos que no reúnen la intensidad ni la duración suficientes para ser
considerados maníacos como ocurre en el bipolar I. Existen otras diferencias
importantes entre el bipolar I y el tipo II, desde el punto de vista biológico12. Se han
propuesto otras variedades clínicas y tal vez tengan cabida en nuevas clasificaciones.
Algunos autores consideran innecesaria una categoría especial para los trastornos
ciclotímicos como Io hace el DSM III, aunque otros apoyan la importancia de estos
cuadros con síntomas semejantes a los trastornos bipolares pero menos intensos.
4. TRATAMIENTOS
Existen actualmente tratamientos cada vez más eficaces en contra de la depresión, tanto
desde el punto de vista biológico como del relacional.
En la depresión de intensidad moderada las psicoterapias cognitiva e interpersonal son
tan útiles como los antidepresivos y la psicoterapia analítica es útil también aunque
menos que las anteriores. En las depresiones de mayor intensidad es más útil la
medicación que la psicoterapia. En cualquier caso la combinación de antidepresivos y
psicoterapia da mejores resultados que la utilización de una sola de las técnicas.
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1 Así, Torgersen (1986) afirma que si el grupo de la depresión neurótica de la CIE 9 era
heterogéneo, no lo es menos el de depresión mayor del DSM III. En el mismo sentido,
Mali (1986) demuestra que la versión actual del DSM III debe, en parte, su alta
fiabilidad al hecho de incluir categorías diagnósticas amplias y heterogéneas, como el
concepto de depresión mayor cuya validez es cuestionable.
2 Posteriormente Winokur, a su vez, dividió la depresión primaria en subgrupos
diferentes de acuerdo con la presencia o no de antecedentes en los familiares. Distinguió
así: a) un grupo que denominó de «espectro depresivo» (DSD), en el que algunos
familiares de primer grado tienen alcoholismo, personalidad antisocial o ambas; b) otro
grupo de enfermos con enfermedad «depresiva familiar pura» (FPDD), en el que existen
familiares de primer grado con antecedentes depresivos; c) un tercer grupo de enfermos
portadores de Io que Ilaman «la enfermedad depresiva esporádica» (SDD), sin
antecedentes familiares.
3 Lo mismo ocurre con la subdivisión posterior de Winokur. Se diferencian las FPDD
de la SDD por la positividad del test de supresión de dexametasona en la primera
(Davidson y cols., 1980) y por diferencias electroencefalográficas (Kupler y cols., 1982)
que se observan tras la administración de amitriptilina en el subgrupo FPDD y no asi en
el subgrupo SDD.
4 En efecto, por ejemplo, cualquier trastorno de la personalidad puede dar lugar a
depresiones secundarias y muchos trastornos depresivos pueden dar lugar a trastornos
de la personalidad. Sin embargo, la mencionada distinción puede seguir siendo de
interés para cierto tipo de investigaciones, principalmente biológicas, en las que se
buscan muestras especialmente depuradas.
5 Debido a la fuerza con que dicha culpa inunda al Yo, éste siente la necesidad de
recurrir a las defensas más primitivas, como disociación, omnipotencia, idealización y
negación. El mecanismo más utilizado es la identificación proyectiva a través de la que
el Yo trata de liberarse de la parte de sí mismo que ha estado ligada al sentimiento de la
culpa persecutoria y a su origen. El resentimiento se experimenta frente a alguien que se
ha querido y a quien se reprocha el haber provocado una frustración, pérdida o agresión,
ante la cual el Yo se ha sentido víctima. El despecho, consecuencia del trauma del
destete, sería una de sus formas. También se puede estar resentido contra sí mismo por
haberse expuesto a pérdidas o por maltratarse. Frente al objeto se puede temer su
resentimiento real o por haber sido revestido proyectivamente con las características del
propio resentimiento. Puede haber también resentimiento frente al objeto muerto, entre
otras cosas, por haberse muerto y haberse llevado consigo partes del self. Cuanto mayor
sea el resentimiento, mayores serán la culpa y la persecución y más difícil resultará la
elaboración del duelo. En cambio, en la medida en que disminuye el resentimiento y,
por consiguiente, la culpa persecutoria, aumentarán la pena y el dolor por la pérdida,
con una connotación más depresiva, aumento de la preocupación y de la responsabilidad
y, en última instancia, de la capacidad reparatoria.
6 La necesidad insaciable de reparar, utilizada omnipotentemente en un principio, puede
considerarse como una defensa en la culpa persecutoria, mientras que en la culpa
depresiva lleva a otros mecanismos de defensa.
7 Con el comienzo de la posición depresiva, el Yo proyecta y desvía los deseos y
emociones así como la culpa y la necesidad de reparar en nuevos objetos e intereses lo
que incrementa las sublimaciones y las nuevas relaciones objetales. Las tendencias
genitales aumentan; la capacidad para reparar y las sublimaciones adquieren más fuerza
y estabilidad ya que están ligadas, en el nivel genital, con la necesidad creativa del ser
humano.
En la posición femenina, las sublimaciones genitales están ligadas a la fertilidad y a
recrear objetos perdidos o dañados. En la posición masculina el elemento de creación de
vida se halla reforzado por la fantasía de fertilizar a la madre dañada o destruida y así
restaurarla o resucitarla.
8 El sentimiento de dolor contenido en el duelo de la posición depresiva, junto con los
impulsos reparatorios, constituyen la base de la creatividad y la sublimación, que surgen
cuando se superan los mecanismos psicóticos que se convierten en neuróticos:
inhibición, represión y desplazamiento. Es a partir de entonces que comienza la
formación de símbolos, que se pueden distinguir de los objetos. Cierto grado de culpa
depresiva estimula la reparación y alienta la sublimación. La reparación maníaca, a
diferencia de la depresiva, es una defensa ya que pretende reparar al objeto sin que
aparezcan sentimientos de culpa o de pérdida y se orienta no hacia los objetos originales
sino hacia objetos alejados, como hacia algunas instituciones de beneficencia.
9 En su primer estudio importante en Camberwell en el Sudeste de Londres, estudió una
muestra sacada al azar de más de cuatrocientas mujeres. El patrón básico consistía en
establecer en primer lugar si sufrían o no de un claro trastorno. Aquellas que lo
presentaban recibían el nombre de «casos».
10 Los cuadros endógenos presentarían, con frecuencia estadísticamente mayor,
determinados correlatos biológico.
11 Introducida por Leonhard (1957) y posteriormente elaborada de forma independiente
y simultánea por Angst y Perris (1966). Leonhard aplicó el concepto de unipolar a las
depresiones endógenas que hubieran presentado tres episodios previos.
12 a) Aumento del gradientes de concentración litio en plasma en el tipo II (Osdtrow y
cols., 1978; Rhimer y cols., 1982). b) Disminución de la tasa urinaria de 17-
hidroxicorticoides, así como de la de metilhidroxifenilglicol en la fase depresiva del tipo
I (Goodninck y cols., 1981). c) Morbilidad suicida en el tipo II (Goodninck y cols.,
1981). d) Grupo sanguíneo 0 disminuido y aumentado el A en el tipo II en relación con
el I (Rhimer y cols.; 1981). e) Presencia de prolapso de válvula mitral en los de tipo I
(Giovanni y cols., 1984).
13 López Ibor (1970), a diferencia de la escuela de Londres (preocupada esencialmente
por la respuesta de determinados cuadros a los IMAO), postuló la existencia de una
alteración del fondo endotímico como el denominador común de diverses cuadros,
logrando asi describir la diversa fenomenología de forma coherente. De esta manera
explicaba la histeria o algunas de sus formas, como la formación secundaria de una
estructura neurótica.
Capítulo 5
1. LAS CLASIFICACIONES
A las clásicas neurosis descritas por Freud se fueron incorporando en la DSM II y la
CIE 9 otros cuadros haciendo mención a suspuestos rasgos etiológicos en algunos casos
(p. ej. neurosis de abandono) y a particularidades clínicas en otros (p. ej. neurosis de
carácter), etc. Posteriormente, los cuadros clásicos fueron puestos en duda en cuanto a
su denominación: hay quien por el curso tórpido de la neurosis obsesiva sugirió que se
la denominara «psicosis obsesiva», mientras que otros la denominaron «neurosis
obsesivo-cumpulsiva»; en ocasiones se propugnó la denominación de «neurosis de
conversión» a algunos cuadros, incluyéndolos entre las neurosis histéricas, con riesgo
de introducir un confusionismo en conceptos básicos en Medicina psicosomática, etc.
Estas modificaciones en la nomenclatura (tabla 1) tienen consecuencias no solamente
para la Psicopatología en tanto que Ciencia (ciertos cuadros son agrupados ahora de
manera diferente, nuevos síndromes son descritos) sino para la terapéutica, ya que los
diferentes tratamientos son propuestos basados en las nuevas clasificaciones.
1.1. Freud, la DSM y la CIE
En el capítulo V de la Clasificación de las enfermedades de la OMS, dedicado a las
enfermedades mentales antes de la CIE-10, se clasificaban éstas en tres grandes
apartados: «Psicosis», «Neurosis, trastornos de la personalidad y otros trastornos no
psicóticos» y «Oligofrenia». En realidad se trataba de la noción freudiana de neurosis
que prevaleció en esa Clasificación y en la de la Asociación norteamericana de
Psiquiatría hasta su tercera versión (DSM I y II)1. En la DSM-III (que se pretendía
ateórica, pero que estaba basada sobre el modelo biológico) el concepto de neurosis
desapareció, considerando que este término tenía demasiadas connotaciones
«narrativas» y en la idea de que se trataba de una concepción sobre todo psicoanalítica.
Los antiguos cuadros neuróticos se reagruparon bajo varias apelaciones, la mayor parte
de ellos dentro de los «trastornos por ansiedad» y otros entre los trastornos
somatoformes y disociativos.
Entre los trastornos por ansiedad se incluyeron el trastorno de pánico sin o con
agorafobia; agorafobia sin antecedentes de trastorno de pánico; fobia específica; fobia
social; trastorno obsesivo-compulsivo; trastorno por estrés post-traumático; trastorno
por estrés agudo; y trastorno de ansiedad generalizada.
La histeria de conversión fue rebautizada «trastorno de conversión y se incluyó en los
«trastornos somatoformes». La histeria disociativa constituyó un grupo independiente
llamado «trastornos disociativos».
2. ETIOPATOGENIA
2.1.2. ¿Es el actual concepto de «trastorno de ansiedad» más válido que el de neurosis?
Si la fiabilidad de las nuevas clasificaciones es notable, su validez no siempre resulta
clara. Por otra parte, la respuesta a los diferentes tratamientos no ha sido comprobada
tan específicamente como sería de desear. Eso indican las investigaciones recientes, que
resumiremos, y que tratan de enfocar una clasificación de las trastornos de ansiedad a
partir de parámetros biológicos.
Recientemente, investigadores españoles (Xavier Estivill y Antonio Bulbena, Cell,
2001) han observado una alteración genética en sujetos con distintos trastornos de
ansiedad5. La duplicación de una extensa zona del cromosoma 15 (en la que se
encuentran de veinte a sesenta genes), es la responsable de que los mecanismos
cerebrales que regulan los procesos de alerta se vean potenciados. La región,
denominada DUP25, se encuentra asimismo flanqueada por largas secuencias
repetitivas de ADN, cuya longitud se sitúa entre 13.000 y 60.000 nucleótidos. Esta
disposición genética condicionaría que hubiera un mayor número de conexiones
neuronales implicadas en los mecanismos de alerta o bien que éstos fueran más
sensibles. En esas condiciones, determinados factores ambientales, así como algunas
características propias de la personalidad, acentuarían la posibilidad de padecer
trastornos de pánico, agorafobia, fobia social u otras formas de ansiedad.
Una serie de estudios de neuro-imaginen han mostrado, por otra parte, anomalías
estructurales en diferentes trastornos de ansiedad que hemos comentado en el tomo 1 de
esta obra.
En conjunto, esos datos propuestos para la validación de los nuevos síndromes de
ansiedad, son insuficientes porque los resultados de laboratorio no siempre han sido
confirmados. Además, la sensibilidad y la especificidad de las distintas pruebas son
insuficientes.
En conclusión, aunque las nuevas clasificaciones de las trastornos de la ansiedad han
conocido una cierta validación terapéutica a partir de la demostración de las respuestas
diferentes de las trastornos de pánico y las trastornos de la ansiedad generalizada a la
imipramina y a las benzodiazepinas, los resultados no son concluyentes. Efectivamente,
se ha constatado posteriormente que ciertas benzodiazepinas como el alprazolam fueron
eficaces en los trastornos de pánico y que la ansiedad generalizada podía responder a
ciertos antidepresivos.
3. CUADROS CLÍNICOS
4. TRATAMIENTO
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1 La Asociación Psiquiátrica Americana (A.P.A.) en su primera Clasificación de 1952
(la D. S. M. I), incluía tres grandes apartados: a. «Trastornos de origen psicógeno o sin
causa física claramente definida ni alteraciones estructurales en el cerebro»; b.
«Trastornos causados por o asociados a alteraciones de la función tisular cerebral»; y c.
«Deficiencia mental». En el primer apartado, bajo el encabezamiento de «alteraciones
psiconeuróticas» agrupaba los cuadros clásicos (de ansiedad, disociativa, de conversión,
fóbica, obsesivo-compulsiva y depresiva), precedidos del término «reacción»
proviniente de las concepciones del psiquiatra norteamericano Adolf Meyer.
En cambio, en la versión de la clasificación de1968 (DSM II), la APA incluyó a las
neurosis en uno de los diez grandes apartados de la clasificación. La concepción
subyacente sigue siendo psicoanalítica, pero se añaden en algunos autores otros
conceptos, como los fenomenológicos. En esta nueva clasificación se incluían dos
diagnósticos enteramente nuevos: neurosis de despersonalización y neurosis
hipocondríaca. Así mismo, el diagnóstico de la D.S.M.-I, «reacciones psicofisiológicas
del Sistema Nervioso», se transformó en la D.S.M.-II, en «neurosis neurasténica». Los
términos de la primera clasificación de «Reacción de conversión» y «Reacción
disociativa» se conviertieron en «neurosis histéricas de tipo de conversión» y «neurosis
histéricas de tipo disociativo».
2 Un trabajo de Ajuriaguerra («Le problème de l’hysterie», 1950) aporta una interesante
síntesis de las concepciones sobre la histeria hasta mediado el siglo XX. Por su parte, la
obra de José M. López Piñero y José M. Morales (López Piñeiro & Morales Meseguer,
1970) es, sin duda, una de las más importantes a la hora de enjuiciar la evolución del
concepto de neurosis.
3 En relación con las ideas anatomoclínicas de Pinel (Pinel, 1809).
4 Que comienza a proponerse en la obra de F. J. V. Broussais (1772-1838).
5 Algunos genes que infieren las características de laxitud articular y algunos de los que
predisponen a padecer ansiedad son contiguos, lo que haría que ambos cuadros clínicos
se presenten frecuentemente conjuntamente. Esta curiosa asociación había sido descrita
anteriormente por Bulbena y cols. (1981).
6 Janet propuso la existencia de dos grupos nosológicos en las neurosis: de una parte la
histeria y de otra la psicastenia en la cual reagrupó los síndromes fóbicos, obsesivo-
compulsivos y ansiosos, así como la depresión con características neuróticas.
7 Desde que Robert Burton, al principio del siglo XVII, describiera los trastornos
originados por lo que él llamó «temor», se sucedieron numerosos intentos descriptivos
(Da Costa, 1871; Janet, 1898) que, tras eclipsarse con el auge del Psicoanálisis, han
reverdecido en los últimos años.
8 El término de hipocondría proviene de Galeno, que consideraba esta afección como
debida a un traumatismo del hipocondrio. Esta concepción perduró hasta el siglo XVII y
en realidad se mantuvo hasta que Sydenhan, en su teoría de los «espíritus animados»,
considera la hipocondría como debida a una irritación de los humores de la sensibilidad.
Cullen, en 1795, la consideró como un trastorno de la imaginación con desarreglo de las
funciones mentales, debido al abuso de los placeres de la vida, que debilitarían al
individuo y le llevarían a prestar mayor atención a los menores desfallecimientos de su
salud. En el siglo XIX, con el gran esfuerzo clasificatorio de las enfermedades mentales,
se intentó diferenciar la hipocondría menor o neurótica (a través de los trabajos de
Morell, Kraff-Ebing, etc.) de la psicótica o mayor (con las aportaciones de Cotard,
Seglas, Magnan, etc.).
Capítulo 6
Trastornos secundarios a
situaciones estresantes
1. ESTRÉS Y RELACIÓN
Desde los años 50 existe una tendencia a agrupar con el nombre de «neurosis
traumáticas» a los trastornos nerviosos funcionales de origen psíquico padecidos por
sujetos que hubieran sufrido un «trauma», corporal o no1. En este contexto, importaría,
pues, poco la diferenciación, frecuentemente propuesta, entre «neurosis traumáticas» y
«neurosis postraumáticas» (término este último comunmente utilizado para designar los
trastornos psíquicos que sobrevienen tras agresiones físicas)2. Sin embargo, la literatura
psiquiátrica contiene numerosas referencias a estos últimos cuadros.
2.1. Etiopatatogenia
Se han propuesto interpretaciones patogénicas en tres direcciones: consideración de los
síntomas como resultado directo de alteraciones neurológicas3; atención preferente a la
actitud reivindicativa, próxima a la simulación; énfasis en las modificaciones globales
de la personalidad integrada en un síndrome de desadaptación al grupo social, que se
traducen por la regresión a una actitud infantil (ver tomo 1 de esta obra).
Otros autores se interesan por los factores relacionales implicados en el problema:
psicogenéticos (Glover, Von Monakow) y situacionales (Allodi). Hécaen y Ajuriaguerra
consideran más adecuado un abordaje «homeostásico», pluridimensional4 (ver capítulo
1, página 40).
3.2. Etiopatogenia
La importancia del trauma en la teoría de las neurosis es evidente, a pesar de que haya
ido perdiéndola en estos últimos años, debido a la proposición del papel jugado en la
etiología de las neurosis por un «trauma persistente» en lugar de por un «trauma único».
Desde las primeras medidas promulgadas en Francia en 193316, apenas existe un país
«civilizado» en que no se haya producido una transformación fundamental en la
estructura social de la ayuda técnica al enfermo. Esta transformación ha tenido múltiples
consecuencias que van desde el progresivo enrarecimiento de las relaciones médico-
enfermo, pasando por graves problemas en los contactos entre el Estado y la clase
médica, hasta un alarmante aumento de los llamados «enfermos-problema» definidos en
nuestro entorno (López Ibor, 1966) como «aquellos que ofrecen una disparidad entre los
síntomas subjetivos y objetivos».
4.1.4. Etiopatogenia
El Psicoanálisis relacionó estos cuadros con los «beneficios secundarios» («secondary
gains») que obtienen los pacientes neuróticos (especialmente los histéricos) de sus
padecimientos: atención especial de los familiares, justificación para evitar
responsabilidades, etc. El desarrollo de la Medicina psicosomática vino a demostrar que
muchos de los síntomas en estas enfermedades tenían un significado de transacción con
los sujetos significativos para el paciente, en forma de un diálogo, agresivo en
ocasiones, pero solicitador de afecto y ayuda de los demás, en otras.
Cualquier enfermedad física, pero más la neurosis, puede originar una actitud de
búsqueda de ganancias secundarias: en la regresión psicológica propia del enfermo
postrado, su actitud hacia los personajes significativos (madre, esposa, médico,
enfermera, etc.) se torna implorante de afectos y atenciones; el sujeto que ha
sobrevivido a una aparatosa intervención quirúrgica buscará, ya recuperado, ganar la
admiración de sus amigos narrando el suceso; el individuo poco capaz de inspirar afecto
o de competir con agresividad, tras padecer una enfermedad, utilizará una supuesta
debilidad consecutiva a ella para aminorar sus insuficiencias. En esta misma línea, es
frecuente la búsqueda de descanso adicional remunerado.
La reducción de la tensión y del conflicto a través de la enfermedad neurótica es el
propósito primero o ganancia primaria del trastorno. Sin embargo, el individuo puede
intentar más o menos conscientemente, obtener otras ventajas del mundo exterior
mediante la enfermedad, a través de la provocación de pena para obtener atención y
simpatía, e incluso compensaciones a las que se siente acreedor.
En los diversos trastornos mentales se pueden observar distintas variedades de
ganancias secundarias. En las fobias suelen aparecer conductas sugestivas de una
regresión a la infancia, en la que el enfermo se sentía más protegido. En la conversión
histérica se intenta ganar la atención a través de actos dramáticos y a veces obteniendo
ventajas económicas. En las neurosis obsesivo compulsivas a menudo hay una ganancia
narcisista a través del orgullo en la enfermedad. En las neurosis de órgano se niegan los
conflictos y se proyectan en la esfera física. Finalmente, en la psicosis hay una regresión
grave que obliga a las personas del entorno a hacerse cargo del paciente, satisfaciendo
así sus extremadas necesidades de dependencia.
Sería abusivo considerar este tipo de comportamiento como patológico, respondiendo,
como lo hace, a mecanismos psicológicos comunes y posiblemente necesarios a todo
individuo. Tal vez sea injusto también suponer, como hace Krecke, que la prolongación
de las convalecencias se deba exclusivamente al hecho de estar asegurado. Numerosas
investigaciones más recientes demuestran que la reintegración al trabajo de trabajadores
altamente cualificados o con cargo de responsabilidad es mucho más rápida que la de
aquellos sujetos empleados en labores que les proporcionan menos gratificaciones
personales.
Richard Siebeck (Siebeck, 1975), señala que la actitud del médico resulta decisiva en el
mantenimiento de la actitud de búsqueda de renta: conferir excesiva importancia a los
síntomas postraumáticos, indicar un exceso de exploraciones instrumentales, prolongar
sin causa justificada las bajas del trabajo, contribuyen a la instauración y persistencia
del síndrome. Sin embargo, el papel del médico no puede tampoco ser el de juez y
simple detector de estas actitudes. Con excesiva frecuencia, tales conductas son un
signo de una dificultad existencial del individuo para hacer frente a la vida. Y ayudar a
este enfrentamiento es también labor (y no la menor) del médico y del psiquiatra en
especial.
5.1. Concepto
Brissaud (Brissaud, 1908) fue el primero en describir este síndrome como «una
cristalización crítica o psicomotriz consecutiva a un traumatismo y una exageración de
una impotencia funcional, frecuentemente mínima, con prolongación del paro en el
trabajo»20.
6. SIMULACIÓN
6.1. Concepto
Pocos capítulos son tan controvertidos en Medicina como el referente a la simulación y
todo médico ha tenido la experiencia de sospechar en un momento dado que
determinado paciente simulaba los síntomas que aquejaba.
Mientras que el término «imitación», incluido en la definición de la Real Academia, se
usa como sinónimo de «copia», con connotaciones indiferentes y en ocasiones positivas,
el término de «simulación» se usa en general en un sentido peyorativo, como una forma
específica de imitación por la que la persona actúa o aparenta lo que realmente no es.
Con el término de «simulación» se hace referencia, según el Diccionario de la Real
Academia, a la acción de simular, definida como «representar una cosa, fingiendo o
imitando lo que no es». El mismo Diccionario define «imitar» como «ejecutar una cosa
a ejemplo o semejanza de otra» y «fingir» como «dar a entender lo que no es cierto» y
«dar existencia ideal a lo que realmente no la tiene».
En el contexto que aquí nos ocupa, «simular» una enfermedad será, por lo tanto, hacer
ver que se padece una enfermedad inexistente. Sin embargo, la definición de simulación
no aclara del todo la existencia o no de intencionalidad consciente por parte del sujeto,
dado que, si bien en el hecho de fingir va implícito el deseo de aparentar, en la otra
acepción, la de «imitación», cabe la ausencia de consciencia por parte del imitador. En
la neurosis de compensación, por ejemplo, el sufrimiento se cree que es
deliberadamente o (más caritativamente) inconscientemente fingido, para obtener una
compensación excesiva. Esta visión fue reforzada por el influyente trabajo de Miller
(Miller, 1966) que probablemente es erróneo en la mayoría de sus conclusiones. Eso
origina que muchos profesionales eviten dar apoyo a quien verdaderamente lo necesita
por la desconfianza que le despiertan estas personas.
Se acepta comúnmente que la simulación consiste en la invención voluntaria y
consciente de una enfermedad. El DSM III R sugiere pensar en la simulación si se
observa cualquier combinación de los siguientes datos:
a. El paciente se presenta fuera del contexto clínico; por ejemplo, la persona ha sido
referida al médico para examen por un abogado. b. Una discrepancia grande entre el
malestar aducido por la persona y los hallazgos objetivos. c. Una falta de cooperación
con la evaluación diagnóstica y con el régimen de tratamiento prescrito. d. La existencia
de un trastorno antisocial de la personalidad. En realidad, tales criterios son
excesivamente amplios: el segundo es frecuente también en los trastornos funcionales y
en el daño cerebral difuso; el cuarto es sintomático de lesiones cerebrales frontales y
temporales.
Lo que nos interesa en especial, desde el punto de vista de la Salud mental, es la
postura del profesional. En relación con ese aspecto ha sido muy citado el trabajo de
Rosenhan (1973), en el que los psiquiatras y psicólogos se mostraron susceptibles de
engaño al evaluar entrevistas filmadas durante las que se les daba información
equívoca; pero tanto el método, como el análisis y las conclusiones de su trabajo fueron
seriamente criticados (Spitzer, 1976). Hay (1983) considera que no es infrecuente en
Psiquiatría forense ver a pacientes que, tras obtener legalmente lo que pretendían,
afirman que habían fingido sus trastornos. Las psicosis fingidas son, sin embargo,
infrecuentes en la práctica y pueden evolucionar hacia una psicosis real21.
6.2. Diagnóstico diferencial
6.2.1. La enfermedad fingida
«La enfermedad ficticia» («maladie imaginaire», a la que Moliere dedicaría una de sus
obras) sería la enfermedad simulada, en la que el paciente sabe que finge un trastorno,
pero no puede evitar tal actitud. En inglés se emplea el concepto «malingering» para
designar la simulación de una enfermedad en situaciones en que el sujeto es consciente
de su actitud y tiene un cierto control de ella; tal control le permitiría acabar con esta
actitud, lo que habitualmente no hace para evitar responsabilidades, peligros o castigos
o para obtener compensaciones. Es en este concepto restringido que se utiliza en
castellano el término de simulación dentro de la Medicina22.
En la Escuela francesa, Michaux distingue la simulación de la sobresimulación (o
exageración de trastornos realmente existentes). Otros autores de esa Escuela francesa
describen minuciosamente diversos cuadros23. Varios autores españoles se han
interesado también por el tema24, matizando las descripciones. Todas estas variedades
terminológicas y sutilezas clínicas no hacen sino aportar datos eruditos a la existencia
de un hecho real: hay sujetos que fingen padecer enfermedades o exageran la
importancia de las que sufren, con objeto de obtener beneficios secundarios. Y es que
las fronteras entre esta actitud y la búsqueda de renta (o neurosis de renta) son
difícilmente difinibles y dependen en buena parte de la actitud del médico que tiene que
enfrentarse a ellas.
A este respecto, es necesario hacer mención de las concepciones expresadas en un
trabajo de T. Szasz (Szasz, 1957). Comenta este autor que los psiquiatras han aceptado
la «simulación» como una entidad clínica, con lo que se inmiscuyen en campos que no
son propios de su quehacer estricto. En realidad, según Szasz, en la simulación se
pueden distinguir: a. un diagnóstico; b. una violación de determinadas reglas sociales, y
c. un síndrome psicopatológico caracterizado por determinados rasgos psicológicos.
Para Szasz, en definitiva, el término de «simulación» expresa la condena de una
conducta por parte del psiquiatra y tal actitud sólo puede ser comprendida en un
contexto psicosociológico.
Apoyándonos en este último punto de vista, consideramos clínicamente impracticable
una diferenciación neta entre algunos casos de simulación y lo que se ha venido en
llamar neurosis de renta. No es original nuestra actitud. Ya Bleuler decía que los sujetos
que simulan con persistencia y habilidad padecer una enfermedad son, en parte,
auténticos enfermos mentales. Y añadía: «el demostrar una simulación no indica que el
sujeto explorado esté mentalmente sano y sea responsable de sus actos».
BIBLIOGRAFÍA
Capítulo 7
Trastornos somatomorfos.
Trastornos del comportamiento
asociados a disfunciones fisiológicas
y a factores somáticos (F60-69)
La DSM IV sitúa de forma dispersa a este conjunto de trastornos que tienen que ver con
lo que antes se llamaba «Trastornos psicofisiológicos» o «Trastornos psicosomáticos»:
Trastornos mentales debidos a enfermedad médica; Trastornos somatoformes;
Trastornos sexuales y de la identidad sexual; Trastornos de la conducta alimentaria;
Trastornos del sueño. Incluye, además, un nuevo apartado de «Otros problemas que
pueden ser objeto de atención clínica».
Nosotros adoptamos el enunciado que figura como título del capítulo y que es el
propuesto por la OMS en su CIE-10.
En estos cuadros, el adecuado procesamiento de la información se halla alterado, de
manera que se produce una discrepancia entre la salud subjetiva y la objetiva: existen
sujetos sanos físicamente que creen estar enfermos o que tienen trastornos leves que
ellos viven exageradamente. Otros pacientes que sufren enfermedades, incluso graves,
se consideran sanos. Existen, por otra parte, alteraciones de algunas funciones
fisiológicas (alimentación, sexualidad) que tienen implicaciones psicológicas estrechas.
En muchos pacientes con enfermedades físicas se observan alteraciones psicológicas
(ansiedad, descenso de la autoestima, depresión). Finalmente pueden existir alteraciones
del comportamiento de algunas personas respecto al hecho de estar enfermas.
Todos estos aspectos son comentados reunidos (con criterio, desde luego, discutible) en
este capítulo.
Freud habló, en su obra, de cuatro tipos de síntomas somáticos que tienen relación con
aspectos psíquicos:
1) Los síntomas de conversión histérica. Son definidos como símbolos amnésicos
convertidos en el cuerpo. Suponen un conjunto de fantasmas inconsciente y no se
acompañan habitualmente de angustia
2) Los síntomas somáticos de las neurosis actuales, que resultan de una perturbación de
la sexualidad, que no tienen en general ninguna significación simbólica y que se
acompañan generalmente de angustia.
3) Los síntomas hipocondríacos, que son quejas somáticas, de carácter reindivicativo, a
veces paranoico y debidas a una «estasis» (estancamiento) de la libido narcisista.
4) Los síntomas psíquicos de las enfermedades orgánicas que se acompañan de
actitudes de regresión narcisista.
La noción de «psico-somático» viene de los trabajos norteamericanos de Hallyday
(1930) y Dunbar. Las primeras aproximaciones psicoanalíticas a los síntomas psíquicos
en enfermedades orgánicas y al origen psicológico de algunos trastornos psíquicos se
iniciaron con el estudio de pacientes ingresados en las salas médicas de los grandes
hospitales. Algunos médicos consultaron con psicoanalistas, quienes intentaron
comprender a estos pacientes bajo la luz de las neurosis actuales; pero sus
aproximaciones fueron muy parciales, porque de hecho, constituían una población muy
diferente que la que esos psicoanalístas veían en sus consultorios.
Alexander (Alexander, 1968) intentó buscar un sentido específico a cada síntoma
«psico-somático» y los interpretó según las coordenadas del simbolismo inconsciente.
El guión que pone en el término entre la parte «psico» y la parte «somática» da idea de
la dualidad de las concepciones psicoanalíticas y fisiológicas de su constructo.
Varias enfermedades fueron, por entonces, consideradas psico-somáticas y agrupadas en
la nueva disciplina: asma bronquial, úlcera duodenal, e hipertensión arterial primero; y
posteriormente muchos otros síntomas, síndromes y trastornos.
La proposición etiológica era que algunas situaciones infantiles fustrantes pudieron
dejar desde la infancia ciertas huellas susceptibles de ser reactivadas en la edad adulta
por diferentes sucesos. Esa noción de «huella» evoca la de «trauma» que, como hemos
visto en el capítulo 6, ha tenido un gran predicamento en diversos trabajos posteriores.
Otra noción que nace en esa época es la de «puntos débiles somáticos», o lugares «de
llamada», que serán utilizados por investimientos afectivos inconscientes futuros, los
cuales pueden perturbar las funciones o los órganos (Held). Esta noción es parecida a la
de «fijación somática» que luego utilizaría Pierre Marty (Marty, 1990).
Pierre Marty introdujo una visión novedosa de la «somatización», en la que incluye un
defecto de expresión del síntoma y una utilización inadecuada de la ansiedad que se
asemeja a la de las neurosis actuales. Describe también una utilización del lenguaje
desprovista de afecto: «el pensamiento del neurótico asocia las palabras a las cosas, el
del psicótico trata las palabras como si fueran cosas y el pensamiento del operatorio
dice las palabras sin las cosas». Habría además un «sobreinvestimiento de lo factual»
que señala la preferencia de actuar en vez de fantasear.
La «Escuela psicosomática de París» (Smadja, 2001), fundada por Pierre Marty,
describe también una cierta variedad de depresión que se llama la «depresión esencial»,
que cursa con ausencia de expresión sintomática, sin fantasmas de culpa ni de auto
acusación y que proviene de una pérdida duradera y profunda de la libido. Describe
también una cierta cualidad del pensamiento, que se llama «pensamiento operatorio» y
una ausencia más o menos generalizada de las «formaciones fantasmáticas» en el
pensamiento. Pierre Marty (Marty, 1990) dijo que el inconsciente en la vida operatoria
«recibe pero no emite».
En resumen la «vida operatoria» sería, así, un conjunto psicopatológico que asocia la
depresión esencial, el pensamiento operatorio y las conductas operatorias.
2. TRASTORNOS SOMATOMORFOS
El DSM III acuñó el término «somatomorfo» para designar estas alteraciones y el DSM
IV incluye, bajo esa rúbrica, varios trastornos: dismorfofobia corporal; conversión;
somatización; dolor somatomorfo; trastorno somatomorfo sin especificar; y trastorno
somatomorfo indiferenciado.
Es comúnmente admitido que la sensación de salud o de enfermedad proviene de la
elaboración que el individuo hace de la información que el cuerpo le ofrece sobre su
funcionamiento, a la que ya Peisse describió con el concepto de «cenestesia». En estado
de buena salud, no prestamos atención a esa información, pero, cuando padecemos una
de la mayoría de las enfermedades físicas, nuestra conciencia detecta señales de un
anormal funcionamiento corporal. Y decimos «una de la mayoría» porque existen
enfermedades como la hipertensión arterial que cursan de manera «silenciosa». Como
decía Ortega y Gasset, «la euforia, la sensación de bienestar (...) no es sino el aspecto
general que a algunos seres afortunados ofrece su cuerpo (...) la percepción del
intracuerpo, motivada por anomalías fisiológicas, ha sido probablemente el pedagogo
que ha enseñado al hombre a revertir la dirección espontánea de su fuerza atencional».
2.1. La somatización
Habitualmente utilizamos el calificativo de «somatizador» para referirnos al paciente
que se queja frecuentemente de síntomas físicos que: carecen de una base orgánica
desmostrable; o nos parecen excesivos en relación con lo que se esperaría sobre la base
de hallazgos médicos objetivos; y para los que busca ayuda médica.
Aunque la tendencia a «somatizar» se manifiesta, en general, como respuesta a
determinadas situaciones de estrés psicosocial, el paciente suele negar cualquier
relación de sus síntomas con acontecimientos de su vida. Son personas que responden
en forma somática más bien que psicológica, por lo que consideran a sus síntomas
indicadores de enfermedades físicas y buscan atención médica. A lo largo de los siglos
estos pacientes han sido denominados «histéricos», «hipocondríacos», «funcionales»,
«psicogénicos», «psicosomáticos» y «melancólicos». Estos términos han ido perdiendo
vigencia en las clasificaciones contemporáneas.
Bajo el término «somatización» se han incluido síntomas tales como dolores varios,
picores, fatiga, mareos, disnea y palpitaciones. En ocasiones se han denominado
también así a alteraciones consistentes en la pérdida o distorsión de una función
corporal, es decir, síntomas de «conversión»1. La somatización puede aparecer: como
un problema primario (como en los trastornos somatoformes); asociada a otro trastorno
psiquiátrico (como la depresión mayor); como un trastorno «enmascarado», como en el
caso de la llamada «depresión enmascarada»; o como un rasgo de personalidad.
Para diagnosticar a un paciente de «trastorno de somatización» es necesario utilizar
criterios operativos, como los propuestos por Bridges y Goldberg o por la DSM IV y,
que exigen la presencia de una serie de criterios exigentes que, si no se cumplen,
obligan a buscar otros diagnósticos.
2.2. Hipocondría
De entre los cuadros clínicos comentados dentro de los trastornos somatomorfos destaca
con personalidad propia la hipocondría, para la que la DSM IV exige unos criterios de
inclusión que relegan la hipocondría que se observa asociada a otros trastornos mentales
(ver capítulos 5 y 6) a meros síntomas secundarios a los trastornos que les dan base.
La Escuela francesa diferenciaba, también, por su gravedad, entre los cuadros
hipocondríacos, los «menores»2 de los «mayores». Los primeros fueron magistralmente
descritos por Ortega y Gasset (Ortega y Gasset, 1946):
«(...) La atención comienza a retraerse del mundo externo y a fijarse con frecuencia e
insistencia anormales en la interioridad de nuestro cuerpo. Esta inversión hacia adentro
de la atención es característica de todo neurasténico. Empieza a ser problema para él lo
que en el hombre saludable no lo es nunca: su cuerpo interior. Y llega, con el hábito, a
ser un virtuoso del escucharse a sí mismo. (...) ¿Cómo puede parecer extravagante ni
patológico que a tan insólitas sensaciones reales, auténticas, reaccione el enfermo con
pánicos terrores y lamentables angustias? (...). Que el hombre desatienda el medio, en
diálogo con el cual vive y, haciendo virar la atención, se vuelva de espaldas a aquél y se
ponga a mirar su atención, es relativamente anómalo. Y, sin embargo, gracias a esta
anomalía se ha descubierto el hombre íntimo y todos los valores anejos a él que son
considerados como los superiores (...) no es un azar que casi todos los hombres de
intensa y rica vida interior (el místico, el poeta, el filósofo) son un poco enfermos de su
intracuerpo».
La hipocondría mayor «primaria» es excepcional e incluso se duda de su existencia. Lo
más frecuente es que los cuadros hipocondríacos delirantes (que es a los que
habitualmente se donomina «mayores») sean secundarios a psicosis esquizofrénicas o a
depresiones mayores3.
2.3. Dolor y quejas corporales
En los últimos decenios se han elaborado algunas escalas de medición de la experiencia
dolorosa ante determinados estímulos. Utilizando uno de esos instrumentos, se ha
mostrado (Bernhard, 1983) que existen diferencias individuales en la percepción del
dolor y que las experiencias dolorosas pueden ser modificadas por: el estado de vigilia;
el conocimiento de la enfermedad; la madurez; y determinados factores socio-culturales,
entre los que se incluye la tradición.
Diversos autores se han interesado también por la medición de la tendencia de las
personas a expresar quejas corporales, a través de escalas, algunas de las cuales han sido
ampliamente usadas. Brähler (Brähler, 1986) revisa las investigaciones realizadas con la
«lista de quejas subjetivas de Giessen» (GSCL)4 administrada a pacientes
psicosomáticos en Alemania. De los resultados concluye que un cierto grado de
incomodidad física es normal en toda vida humana y que quienes puntuan muy bajo en
esa escala tienen frecuentemente un trastorno de la relación con su cuerpo (del tipo de la
anosognosia) más que un buen estado de salud. Por otra parte, los resultados no
permiten diferenciar a los pacientes diagnosticados como «psicosomáticos» de los
«psiconeuróticos».
Se ha visto que (Liao, Hunter, & Weinman, 1995) en mujeres las actitudes positivas
ante el ejercicio físico y ante el peso corporal así como las vivencias favorables sobre la
salud y la enfermedad, estaban significativamente interrelacionadas con una autoestima
sólida. En forma complementaria, otro estudio (Fife, 1995) encontró que la enfermedad
tiene un impacto importante en la identidad del individuo, en sus relaciones
interpersonales y en las predicciones que hace sobre lo que le reserva el futuro. Se vio
también, sin embargo, que estos factores se hallaban fuertemente influídos por el apoyo
social y por estrategias de adaptación específicas.
En la misma línea, existen diversos trabajos sobre la adaptación de la vivencia corporal
tras intervenciones quirúrgicas por enfermedades cancerosas. Mujeres
mastectomizadas5 (Reaby, Hort, & Vandervord, 1994) a las que se había realizado
reconstrucción mamaria o se les había aplicado prótesis tenían sentimientos más
positivos respecto de sus cuerpos y menos síntomas psíquicos que las de un grupo de
control6.
Se ha estudiado también (Madan-Swain, Brown, Sexson, & Badlwin, 1994) la
adaptación psicosocial y familiar de adolescentes supervivientes a intervenciones de
cáncer de otras localizaciones. Los pacientes no informaron de ninguna dificultad
importante en su competencia social o en la comunicación familiar, pero sí manifestaron
trastornos psíquicos y dificultades de adaptación. Recientemente, varios trabajos han
estudiado estos tipos de adaptación en pacientes con enfemedades crónicas, como
enfermedades físicas normalmente consideradas como desfigurantes y/o invalidantes
(Ben-Tovim & Walker, 1995)7. A pesar de sus trastornos, las pacientes no presentaban
necesariamente más síntomas que las del grupo control y tenían un sentimiento mayor
que éstas de su propia robustez física. Parecería que el hecho de haber elaborado
lentamente los cambios deformantes de su cuerpo les había hecho menos vulnerables
que las personas no enfermas ante los cambios habituales que el paso del tiempo
produce en el organismo.
2.5. La anosognosia
Se denomina anosognosia a la anomalía de la conducta de enfermar opuesta a la
anterior, consistente en la no aceptación por parte del paciente de la existencia de una
enfermedad que el médico le confirma que existe. Tal situación se puede observar, con
distintos grados de intensidad, en el contexto de muchos cuadros clínicos, tales como
los trastornos cerebrales orgánicos, pero revisten un interés relacional mayor cuando se
presentan sin lesión cerebral, como la negación del padecimiento de una enfermedad
grave.
Los comentarios de los autores clásicos sobre la negación de enfermedades se solían
centrar en la consideración del fenómeno del «miembro fantasma». La sensación que en
esos casos se produce de la presencia de un miembro que ha sido previamente amputado
solía ser explicada por causas neurológicas periféricas (aparición de un neurinoma en la
extremidad seccionada del nervio) o centrales (alteraciones del esquema corporal). Más
recientemente, se tiende a subrayar (Sharma, 1974) la importancia de factores
psicológicos concomitantes en los que desempeñan un papel importante los fenómenos
de negación. En ese sentido han sido explicadas las sensaciones de persistencia del
pecho experimentadas por algunas pacientes después de serles practicadas una
mastectomía, sensaciones que, por extensión del anterior concepto, han sido
denominadas de «pecho fantasma».
En ocasiones, se utilizan diversos grados de negación para ignorar determinadas
deformaciones corporales. Nathan (1978), al estudiar a veinticinco jóvenes que iban a
ser sometidas a la correción quirúrgica de su escoliosis idiopática, encontró que aquellas
que mostraban tendencia a negar su deformidad se diferenciaban de las otras
significativamente en su capacidad de enfrentarse al estrés que suponía la operación.
Las que mostraban tendencia a negar su deformidad presentaban mayores sentimientos
de vulnerabilidad y percibían la intervención como un ataque agresivo a su «self».
2.6. Interpretaciones
Los trastornos de la experiencia de la propia salud pueden ser considerados como un
caso particular de la Psicopatología de la corporalidad incluibles en el contexto más
general de los trastornos de la conciencia. Resulta interesante recordar que, aunque en
otros idiomas la conciencia en el sentido psicológico y en el sentido moral se designan
con palabras distintas, en castellano la palabra conciencia tiene ambos significados, en
el sentido del «conocimiento del propio saber», que no tiene por qué excluir el de la
culpa propia ni el de la propia enfermedad. Se habla así, entre nosotros, en nuestra
opinión con propiedad, de la «conciencia de la enfermedad» de un paciente
determinado.
Desde el punto de vista neuropsicológico, se han atribuído estos trastornos a
alteraciones del «filtraje» perceptivo. Desde el punto de vista psicoanalítico, se ha
señalado la intervención en estos cuadros de mecanismos de negación, proyección e
introyección y de alteraciones precoces de las relaciones objetales.
3. TRASTORNOS DE LA ALIMENTACIÓN
3.2. Obesidad
En nuestra Cultura, la gente, especialmente en el medio urbano, está angustiada ante la
idea de engordar. El estar gordo es considerado como malo y el sentimiento de culpa
ante el engordar es tan intenso como el del pecador que ha transgredido un
mandamiento. Hasta cierto punto la sanción social respecto a la bondad y la virtud de un
individuo se halla relacionada con el grado en el que se muestra capaz de controlar su
peso, lo que significa que tiene fuerza de voluntad y que lleva una vida higiénica.
Esta visión negativa de la obesidad no es compartida en todas las Culturas y en algunas
estar gordo se asocia a ser respetable e incluso bello. No está claro por qué el estar
gordo tiene tales connotaciones negativas desde la más tierna infancia. Hay quien dice
que es porque se asocia a la vulnerabilidad hacia la enfermedad coronaria, pero las
connotaciones negativas de la obesidad existían antes de que se estableciera tal
vinculación.
Tal vez se asocie la gordura con ser voraz y narcisista. En efecto, la obesidad se ha
relacionado con deseos orales inconscientes insatisfechos, tendencias inmaduras y
regresivas, deseo de evitar las responsabilidades de adulto (incluida la sexualidad
madura), etc. Algunos pacientes consideran su obesidad, en cambio, como un signo de
poder y un modo de impresionar a los demás. Cuando estas personas adelgazan con una
dieta aumenta su impresión inconsciente de vulnerabilidad.
Algunos estudios sugieren que, por el contrario, ciertas personas, cuando aumentan su
estatus social, tienen tendencia a ganar peso. En contraste, las niñas adolescentes con
anorexia nerviosa presentan una tendencia inconsciente a seguir siendo pequeñas y a
borrar las curvas del pecho y de la pelvis que empieza a desarrollarse para mantenerse
niñas y evitar las responsabilidades de la vida de adultas, incluida la actividad sexual.
Con ello desean, al revés que los obesos, reducir la impresión de poder en su apariencia.
Se ha visto que algunas pacientes con «alimentación compulsiva» y «trastorno de la
alimentación compulsivo» (Francés, First, & Pincus, 1997) presentaban más síntomas
psicopatológicos que las normales. En ese mismo sentido, varios trabajos han puesto en
relación el comer compulsivo y la obesidad consecuente con la depresión (Baeriswil-
Waydelich, 1993).
3.3. Anorexia
Se han descrito algunas características biológicas que correlacionan con la anorexia
nerviosa, pero parecen ser más el resultado que la causa de la enfermedad.
Es bien sabido, en cambio, que la apreciación corporal es diferente en los pacientes con
anorexia nerviosa que la que se observa en sujetos normales (Garner, Garginkel,
Stanger, & Moldofsky, 1976). Button supuso que, en una cultura como la nuestra en la
que la dieta y la preocupación por la figura, por el peso y por el tamaño, son tan
frecuentes, los trastornos de la percepción del propio cuerpo serían habituales y tan
importantes como en los anoréxicos. Para poner a prueba su hipótesis estudió la
percepción del cuerpo en un grupo de chicas jóvenes normales pero observó que la
sobreestimación era exclusiva de las pacientes anoréxicas.
Slade y cols. formuló adicionalmente la hipótesis de que la magnitud de la
sobreestimación del tamaño corporal estaría directamente relacionada con un mal
pronóstico. Los autores señalaron que las anoréxicas sobreestiman el tamaño de su
cuerpo y que, en efecto el grado de la sobreestimación correlaciona con la gravedad del
pronóstico.
En los trastornos anoréxicos, cuando el paciente está en riesgo de vida, los abordajes
deben ser médicos: hospitalización y alimentación por medio de sondas. Las
hospitalizaciones se pueden realizar en un medio que incluya técnicas cognitivo
comportamentales de «premio y castigo», administrados en relación con el aislamiento,
las visitas, las actividades recreativas, etc. En el mantenimiento del peso es útil la
psicoterapia cognitivo-comportamental con apoyo medicamentoso y aconsejamiento
familiar. Algunos pacientes responden muy bien a técnicas psicodinámicas profundas.
4. TRASTORNOS DE LA SEXUALIDAD
Kirmayer y Lipowski han descrito las expectativas que los médicos tienen en nuestra
Cultura respecto a la forma en que deben comportarse los pacientes: el enfermo debe
quejarse, en un grado razonable, de sus trastornos siempre que correspondan a
alteraciones físicas demostrables; debe referirse a sus problemas físicos con
terminología «corporal» y con términos psicológicos a sus trastornos emocionales;
debe, además, aceptar la opinión y el consejo del médico sumisamente.
En los últimos años, se utiliza el concepto de «conducta de enfermedad» para referirse
al modo en que los individuos responden a los síntomas físicos, a cómo los definen y
qué valor les dan y qué acciones emprenden para remediarlos.
Las alteraciones de la conducta de enfermedad pueden presentarse en cualquiera de los
cinco estadios descritos por E. Suchman:
a. En la fase de «experienciar el síntoma» el paciente puede no percatarse de que algo
va mal en su organismo. b. En el estadio de asumir el rol de enfermo, el paciente puede
no darse cuenta de que tiene una enfermedad que requiere que necesita cuidados
profesionales. c. En el momento de decidir acudir al médico, el enfermo puede retrasar
la visita, no hacerla, o realizar una elección inadecuada de profesional. d. En el estadio
de adoptar un rol de dependencia del médico, el paciente puede no transferir el poder al
médico o no seguir sus instrucciones. e. En la fase de recuperación o de rehabilitación el
paciente puede no seguir suficientemente bien las indicaciones o negarse a ser dado de
alta cuando ya está curado.
El resultado puede ser, naturalmente, grave, tanto en procesos que se presentan en
forma aguda (trastornos cardíacos, abdomen agudo, etc.), como en aquellos que tienen
una evolución crónica (hipertensión, obesidad, diabetes, etc.). En algunos casos, se
puede considerar que el paciente tiene una tendencia inconsciente a tratar mal a su
cuerpo; en otros que presenta sentimientos de culpa o necesidades de protección
patológicos, por los que pretende «agarrarse a los síntomas»; muchas veces sus
actuaciones son el resultado de una mala relación médico-enfermo bajo el influjo de una
transferencia negativa. Si, como ocurre en muchos casos, el médico actúa
contratransferencialmente de forma autoritaria o despreciativa, se establece un círculo
vicioso de nefastas consecuencias.
Se debe considerar que un paciente presenta una conducta de enfermedad anormal
cuando se queja de síntomas de enfermedad física, aunque se carezca de pruebas de que
ésta exista y pese a que el médico le haya asegurado que no tiene ninguna enfermedad.
Pero también presentará una conducta de enfermedad anormal el paciente que niegue
padecer ningún trastorno físico, pese a que las pruebas exploratorias lo pongan en
evidencia y a que el médico así se lo indique.
• Incumplimiento terapéutico
• Problema de identidad
• Problema religioso o espiritual
• Problemas de aculturación
• Deterioro cognoscitivo relacionado con la edad
BIBLIOGRAFÍA
1 También se han designado con este nombre a síntomas delirantes como el supuesto
cambio de la apariencia de una parte del cuerpo, la «halitosis» etc. Algunos pacientes
que se quejan de ser alérgicos a numerosas sustancias han sido también llamados
somatizadores.
2 En la práctica clínica, lo que se ve con más frecuencia en pacientes con actitudes
hipocondríacas, que encajan bien en la descripción clásica de la «hipocondría menor».
Estas actitudes aparecen, con frecuencia, sobre la base de personalidades obsesivas, en
sujetos que antes se llamaban «neurasténicos».
3 Existen además las llamadas «Psicosis hipocondríacas monosintomáticas» como el
delirio dermatozoico.
4 La escala de Giessen consta de cincuenta y siete items que exploran áreas tales como
el de bienestar físico general, las quejas sobre molestias funcionales y dolores.
5 Las mujeres estudiadas por Reaby y cols. o bien llevaban una prótesis de pecho
externa o bien fueron objeto de una reconstrucción del pecho, o eran mujeres
mastectomizadas y no sometidas a ninguna de esas técnicas.
6 La buena adaptación a las consecuencias estéticas de las intervenciones dependía, en
las sujetos más jóvenes, del buen funcionamiento de la relación de pareja y, para las
sujetos mayores, de la existencia de una red de apoyo emocional extensa. El poder
compartir sentimientos íntimos y angustiosos ayudaba a estas mujeres a retomar una
sexualidad satisfactoria. El ajuste conyugal estaba estrechamente asociado con la
adecuación de un funcionamiento sexual en las mujeres jóvenes pero no se
correlacionaba con la índole de las reacciones a las secuelas quirúrgicas en ninguno de
los grupos. A la vista de este tipo de datos, es evidente la importancia de crear para
pacientes con estas patologías programas de apoyo, tales como los que con el nombre de
«club de mastectomizadas» funcionan ya en numerosos centros de salud del mundo.
7 Artritis reumatoide, artritis reumatoide juvenil, dermatosis, deformidades visibles de
vasos sanguíneos, etc.
8 Tras de las que se pueden observar sensaciones de «miembro fantasma». Estos
fenómenos, han sido explicados, al margen de por causas neurológicas, por una
negación inconsciente del individuo a reconocer una transformación radical de su
cuerpo.
9 En uno de los subapartados bajo el epígrafe «Aspecto corporal» se agrupan
apreciaciones acerca del aspecto corporal, conscientes e inconscientes, relativamente
estables y que pueden influir en la autoestima».
10 TAT: láminas: 1, 2, 3, VH, 4, 6 VH, 7 VH, 10, 11, 12, H, 13 VH, 17 VHl.
Capítulo 8
1. CONCEPTO
Neurosis-psicosis,
Carácter- personalidad
Esquizofrenia- trastorno del ánimo
Reactivo-biológico
Impulsivo-compulsivo
Rasgo-estado
La validez del concepto no es alta porque, aunque ha sido descrita de forma semejante
en muchos países, los hallazgos biológicos son dudosos pese a algunos hallazgos
neurofisiológicos fiables.
El instrumento más utilizado para evaluar este trastorno es la entrevista diagnóstica para
borderlines de Gunderson (1981).
Se han propuesto diversas hipótesis etiológicas para explicar este trastorno, desde
factores constitucionales (dificultad para regularizar los afectos) a factores familiares y
psicodinámicos: perturbaciones en el establecimiento de relaciones objetales y procesos
inadecuados de identificación en el transcurso de la primera infancia (Herman, 1992).
Desde el punto de vista anamenésico, parece haber una relación con el incesto infantil
en las mujeres.
Desde el punto de vista clínico, estos cuadros se manifiestan por perturbaciones a nivel
del control de los sentimientos, de la imagen que el paciente tiene de sí mismo y de las
relaciones interpersonales. Como común denominador se encuentra una fuerte
inestabilidad en campos diferentes y esto ha llevado a ciertos autores a proponer la
denominación alternativa de «trastorno de la personalidad inestable». En especial, el
estado de ánimo varía enormemente y va desde la angustia o la depresión a la disforia.
El sujeto tiene una impresión de vacío y de aburrimiento profundos y presenta temores
exagerados al abandono y a la separación. Las conductas auto-destructivas son
frecuentes, con actos de auto-mutilación en situaciones de tensión. Los pacientes
pueden atravesar episodios psicóticos transitorios, cuando se hallan en una situación de
estrés o después de haber ingerido alcohol o estupefacientes, que les producen un estado
de desorganización psicológica.
Los cuadros clínicos son muy variados y existe una gran comorbilidad con otros
trastornos del eje I del DSM IV y con otros trastornos de personalidad. Sin embargo, se
pueden encontrar algunos síntomas discriminantes, que permiten establecer el
diagnóstico y que por orden de importancia son: relaciones interpersonales intensas e
inestables; conducta autodestructiva crónica; temores crónicos de abandono; afectos
crónicamente disfóricos; distorsiones cognitivas; impulsividad; y mala adaptación
social.
4. TRATAMIENTO
BIBLIOGRAFÍA
Índice analítico
Abandono
–temor al, 188, 190
Abogado, 145
Abstinencia, 41
–síndrome de, 46
Abstracción
–grado de, 34
Abstracta
–capacidad, 35
Abuso
–de substancias, 43
–físico, 169
–sexual, 118, 169
Acatisia, 76
Acontecimientos
–de su vida, 157
–vitales, 17
–vitales estresantes, 62
Actitud
–abstracta, 33
Actitudes, 45
Adicción
–a los opiáceos, 46
Adictos
–características de los, 45
Afasia, 165
Afrontamiento
–estilos de, 191
Agorafobia, 109, 113, 119, 121
Agresividad, 171
Alcohol, 42, 43, 45
Alcohólicos, 58
Alcoholismo
–tratamiento del, 51
Alexitimia, 135
Alimentación
–compulsiva, 170
Alteraciones
–del lenguaje, 72
Alucinaciones, 32
Alucinógenos, 43, 44
Ambivalencia, 96, 119
Amnesia
–histérica, 129
–postraumática, 39
Amor
–pérdida del, 117
Analizabilidad, 18
Anfetaminas, 43, 45, 102
Angustia
–concepciones psicoanalíticas, 115
Anorexia nerviosa, 167, 169, 170
Ansiedad, 122
–anticipatoria, 121
–biología de la, 112
–crisis agudas de, 121
–generalizada, 121
–gestión de la, 121
–jerarquía de la, 117
–señal, 119
–síndrome de, 113
Anosognosia, 35, 159, 162
Ansiolíticos, 45, 48, 122
Antidepresivos, 122
APA, 19
Apoyo
–social, 159
Apraxia
–ideatoria, 29, 30
Asociaciones
–de enfermos rehabilitados, 52
Atención, 164
–en los esquizofrénicos, 66
Atrofia
–cerebral, 64
Auto-imagen, 168
Autoestima, 159, 161
Automedicación, 47
–frecuencia de, 44
–teoría de la, 49
Automedicador, 45
Automutilaciones, 192
Autonomía, 37
Autoobservación, 173
Autotopoagnosia, 30
Barbitúricos, 43, 45
Barrera, 116
–a los estímulos, 132
–para los estímulos, 112
Beneficios
–secundarios, 138, 147
Benzodiazepinas, 113
Bulimia, 168
Calambre
–del escribiente, 134, 142
Cáncer
–intervenciones de, 160
Cannabis, 43, 44
Carácter, 183
–patología del, 181
Carbamazepina, 102
Casos, 62
Castración
–ansiedad de, 117
–complejo de, 175
Catatonía
–estuporosa, 74
–excitada, 74
–periódica, 74
Catexis
–agresivas, 165
Causalidad, 150
Cenestesia, 156
Centros
–de día, 58
CIE 9, 90, 110
CIE 10, 10, 19, 25, 26, 42, 98, 107, 109, 110, 125, 153
Ciegos, 137
Cirugia
–plástica, 161
Clasificación, 90
–relacional, 18
Cocaína, 48
Coma, 28
Comorbilidad, 47, 49, 51, 191
Compensación, 39, 138, 145, 151
–neurosis de, 134
Competencia
–social, 77
Compulsividad, 183
Comunicación
–inadecuada, 69
Comunidad
–terapéutica, 55, 56, 57, 58, 80
Conciencia
–distorsión de la, 27
–trastornos de la, 163
Condición
–preferida, 36
Conductas
–auto-destructivas, 190
Confianza
–básica, 132
Confusión, 27
Contenido
–análisis de, 103
Continente, 36, 78, 192
Convcalecencia, 139
Conversión, 157
Corea, 30
–de Huntington, 31
Corporalidad
–Psicología de la, 163
Creatividad, 97
Crisis
–intervención en, 56
–vitales, 97
Culpa, 156, 163
–depresiva, 94, 96
–persecutoria, 94, 95, 96
–sentimientos de, 117
Culpabilidad
–sentimientos de, 187
–sexual, 173
Cuerpo
–imagen del, 165
–vivencia de nuestro, 161
Daño
–evitación del, 183
Defensa
–mecanismos de, 107
Delgadez, 168
Delirio, 28, 84
–agudo, 28, 33
–persecutorio, 85
–temática de los, 69
Delirium, 24, 25, 31, 32
Demencia, 25, 28, 37
–de Creutzfeld-Jakob, 30
–senil, 30
Demencias, 24
–alcohólicas, 30
–seniles, 29
–vasculares, 30
Dependencias, 41, 52
–a opiáceos, 53
–de substancias, 43
Depresión
–endógena, 97, 98
–enmascarada, 157
–esencial, 156
–mayor, 99, 104
–melancólica, 100
–menor, 99
–neurótica, 99
–primaria, 92, 93
–psicótica, 99
–reactiva, 97
–secundaria, 92
Depresiones
–atípicas, 101
–en el DSM IV, 91
–enmascaradas, 101
–neuróticas, 90
–psicóticas, 90
–recurrentes, 100
–resistentes, 102
Desesperanza, 132
Deshabituación, 53
Desinstitucionalización, 76
Desintegración
–ansiedad de, 117
Desintoxicación, 53
Despersonalización, 72, 166
Deterioro, 61
–esquizofrénico, 77
Desvalorización, 187
Diagnóstico, 51
–categorial, 182
–dinámico, 18
–doble, 48, 49, 50, 57
–médico, 16
–social, 18
Diagnósticos
–dimensionales, 182
Diencéfalo, 38
Dieta, 167, 168, 169, 170
Discinesias, 76
Dismorfofobia, 160, 161
Dismorfología, 156
Disociación, 118
Dolor, 159, 167
–percepción del, 159
–sentimiento de, 97
Dopamina, 65, 66
–receptores para la, 64, 65
Drogas, 42, 43, 162
DSM I, 24
DSM II, 24
DSM III, 16, 109, 110, 135
DSM IV, 19, 41, 42, 98, 107, 109, 125, 153, 156, 158, 177, 181, 185, 191
Duelo, 95, 103, 177
Egocentrismo, 187
Ejercicio, 162, 168
–físico, 159
Electrochoque, 76, 102
Emoción
–expresada, 105
Encefalitis
–letárgica, 31
Encefalopatías
–difusas, 29
Energía, 17
–psíquica, 114
Enfermedad
–conducta de, 175, 176
–conductas anormales, 165
–de Parkinson, 30
–simulada, 146
Enfermedades
–endocrinas, 31
Entrenamiento
–en las conductas sociales, 188
Equivalentes
–depresivos, 101
Esquema
–corporal, 30
Esquizofrenia, 24, 61
–catatónica, 74
–concepto de, 72
–de tipo I, 75
–de tipo II, 75
–deficitaria, 75
–etiología de la, 63, 70
–hebefrénica, 74
–heredabilidad de la, 64
–hipótesis dopaminérgica de la, 65
–indiferenciada, 74
–negativa, 75
–no deficitaria, 75
–paranoide, 74
–positiva, 75
–prevalencia de la, 70
–prevención en, 81
–psicoterapia de la, 78
–representación social de la, 71
–residual, 74, 75
–simple, 74
–tipos clínicos, 73
–tratamiento de la, 76
Estado
–catastrófico, 35, 36
Estatus
–socioeconómico, 47
estimulantes, 44
Estrés, 15, 16, 17, 19, 39, 78, 85, 98, 104, 107, 110, 116, 126, 131, 191
–elaborar mal el, 63
–excesiva predisposición al, 67
–manejo del, 121
–postraumático, 125, 135, 150
–psicosocial, 157
–reacción de, 130, 142
–respuesta excesiva al, 67
Estupor, 28
Exhibicionismo, 189
Expresión emocional
–alta, 78
Eyaculación
–precoz, 174
Fantasma
–miembro, 161, 162
Fealdad, 161
Figura, 34
Filtraje, 164
Fenotiacinas, 76
Fenotipo, 16
Fobia
–específica, 109
–social, 109, 113, 119
Fondo, 34
Funciones
–simbólicas, 29
Ganancia
–primaria, 139
Ganancias
–secundarias, 134, 139, 142
Gemelos
–monocigotos, 64
–univitelinos, 71
Genitales
–pérdida de los, 117
Genotipo, 16
Gnosias
–digitales, 30
–visuales, 30
Gordo, 169
Gordura, 169
Grandeza
–sentimiento de, 187
Grupo
–terapias de, 192, 193
KAPP, 161
legal, 148
Legales, 146
Ley, 143
Leyes, 140
Libido, 156, 171
–de los órganos, 120
Litio, 67, 102, 105
Lobotomía, 76
LSD, 32
Madres
–esquizofrenógenas, 68
Manía, 102
Manipulación, 189
Marcadores
–biológicos, 90, 107
–en esquizofrénicos, 67
–de vulnerabilidad, 80
Marihuana, 48
Masturbación, 162
Mecanismos
–adaptativos, 36
–de apoyo comunitario, 17, 62
–de defensa, 17, 35, 36, 62, 116, 183, 184
–protectores, 35
Medicina
–psicosomática, 120
Meditación, 164
Metadona
–mantenimiento con, 46, 53
–programas con, 54, 58
–tratamiento con, 55
Millieu therapy, 80
Modelo
–basado en el concepto, 55
–biopsicosocial, 17
–de vulnerabilidad de la esquizofrenia, 70
–Democrático, 57
–sociológico de la esquizofrenia, 70
Movimientos
–oculares, 67
Pánico
–ataques agudos, 117
–ataques de, 122
Paranoia, 83
Parkinsonismo, 76
Pena
–sentimiento de, 96
Pensamiento
–operatorio, 156
Pensión, 135, 141
–búsqueda de, 39
–querulantes de, 144
Personalidad
–asténica, 137
–múltiple, 118
Personalidades
–psicopáticas, 181
Peso
–corporal, 159
PET, 64
Placebo
–respuestas, 122
Posición
–esquizoparanoide, 117, 166
Praxias
–constructivas, 29
–ideomotrices, 29
Prevalencia
–esquizofrénica, 62
Prevención
–estrategias de, 82
–primaria, 80
Privación
–social, 37
Psicastenia, 113
Psicoanálisis, 114
Psicobiología, 15
Psicocirugía, 122
Psicofármacos, 45
Psiconeurosis, 18, 114
Psicosíndrome
–cerebral local, 31
–endocrino, 28, 31
–local, 28
–orgánico, 28
Psicosis
–atípicas, 86
–confusionales, 28
–de guerra, 134, 135
–esquizofrénicas, 161
–exógenas, 23
–hipocondríacas-monosintomáticas, 158
–histérica, 77
–maníaco-depresivas, 24
–modelo, 32
–orgánicas, 23
–reactiva breve, 85
Psico-somático, 154
Psicoterapia
–analítica, 119, 121, 192
–cognitiva, 103
–cognitivo-comportamental, 170
–de apoyo, 85, 121, 122
–de grupo, 78, 79, 103
–de orientación psicoanalítica, 77
–dinámica, 193
–grupal analítica, 104
–individual, 102, 193
–interpersonal, 103
Psiquiatría
–forense, 145
–Relacional, 15
Quejas
–corporales, 159
Querulantes
–de pensión, 141
Salud corporal
–minimización de las alteraciones, 166
Seducción, 189
Sensaciones, 183
Separación
–ansiedad de, 117, 189
–temores a la, 190
Serotonina, 102
–inhibidores de la recaptación de la, 121, 192
Sexología
–empírica, 173
Sexualidad, 114, 172
–sublimación de la, 167
–trastornos de la, 171
SIDA, 57
Simbolismo
–inconsciente, 154
Simulación, 38, 125, 128, 129, 133, 134, 136, 138, 142, 144, 145, 146, 147, 148, 149
Síndrome
–afaso-apracto-agnótico, 30
–confuso-onírico, 288
–de autoestrés, 126
–de Cotard, 165, 166
–de desadaptación, 128
–de Ganser, 138, 147, 148
–de Korsakov, 28
–de Munchausen, 146, 147
–de Tourette, 183
–de victimización, 126
–neuroléptico maligno, 76
–postconcusional, 38, 39, 130
Síndromes
–agudos, 27, 31
–cerebrales orgánicos, 23
–confuso-oníricos, 24
–crónicos, 28
–de abuso, 51
–de dependencia, 51
–hipocondríacos, 134
–tras traumatismos craneales, 128
Sindromes cerebrales
–agudos, 24
–crónicos, 24, 33
Sinistrosis, 133, 143
Síntomas
–de primer rango, 61
–deficitarios, 75
–egodistónicos, 184
–egosintónicos, 184
–primarios, 61
–positivos, 75
Sistema dopaminérgico
–flexibilidad del, 66
Sobresimulación, 146
Sublimaciones, 97
Substancias
–abudo de, 45
–consumo de, 41, 43
–uso de, 44
Sucesos
–vitales, 15
Suicidio
–intento de, 32, 47
Super Yo, 118, 183, 189
Synanon, 56
–proyecto, 55
Tamaño corporal
–sobreestimulación del, 170
Técnicas
–psicoeducacionales, 105
Tamblor, 134
Temperamento, 183
Teoría
–General de Sistemas, 17, 18
–reticular las neurosis, 18
teorías
–cognitivo-conductuales, 93
–dinámicas, 94
Terapia
–de grupo, 105
–interpersonal, 104
–por el ambiente, 80
Testimonio
–credibilidad de un, 150
Timidez, 174
Tolerancia, 41
Tono
–muscular, 30
Toxicómanos, 58
Tranquilizantes, 43, 44
Transexualismo, 173
Transferencia, 118
–negativa, 176
Trastorno, 99
–antisocial, 145, 187
–bipolar, 105
–bipolar I, 100
–bipolar tipo II, 100
–borderline, 189
–de ansiedad, 112, 122
–dismórfico, 160
–distímico, 99
–esquizoactivo, 85
–esquizofreniforme, 85
–esquizoide, 186
–esquizotípico, 61, 186
–histriónico, 189
–narcisista, 187
–obsesivo-compulsivo, 188
–paranoide, 186
–pasivo-agresivo, 188
–por dependencia, 188
–por evitación, 188
Trastorno esquizofrénico
–diagnóstico de, 75
Trastornos
–adaptativos, 125, 126
–bipolares, 100, 102
–borderline, 192
–compulsivos, 182
–de ansiedad, 107
–de ideas delirantes, 61
–de identidad de género, 173
–de pánico, 113, 121
–de la alimentación, 167
–de la personalidad, 181, 184, 185, 191
–del control de los impulsos, 181
–delirantes, 83, 84
–disociativos, 107
–facticios, 125
–histéricos de la personalidad, 118
–histriónicos de la personalidad, 118
–inducidos por substancias, 41
–impulsivos, 182
–ocupacionales, 142
–por ansiedad, 109
–por consumo de substancias, 41
–psicofisiológicos, 153, 175
–psicosomáticos, 153
–somatoformes, 118
–somatomorfos, 153, 156
Trastornos neuróticos, 107
–etiología de los, 110
Tratamiento
–asertivo, 188
–precoz de la esquizofrenia, 82
Tratamientos
–psicosociales, 77
Trauma, 112, 116, 131, 137
–original, 118
–psíquico, 112
Traumas, 17, 126
Unidad
–de día, 193
–hospitalaria, 193
Vagina
–dentada, 175
Valprosato sódico, 102
Violencia, 172
Vulnerabilidad, 16, 99, 126, 169
–al estrés, 62
–biológica, 17
Yo
–el círculo de, 166
–fortaleza del, 132
–fronteras del, 117
–fuerza del, 123
–funciones del, 116
Yoga, 164