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Ningún tema se comenta tanto hoy (o se entiende tampoco) como la inflación.

Los políticos de
Washington hablan de ella como si fuera alguna horrible aparición del exterior, sobre la que no
tenían control, como una inundación, una invasión extranjera o una plaga. Es algo contra lo que
siempre prometen “luchar”, siempre que el Congreso o el pueblo les dé las “armas” de “una ley
fuerte” para realizar el trabajo.

Aun así, la sencilla realidad es que nuestros líderes políticos han traído la inflación por sus propias
políticas monetarias y fiscales. Están prometiendo luchar con su mano derecha contra las
condiciones que han generado con su mano izquierda.

La inflación, siempre y en todo lugar, está causada principalmente por un aumento en la oferta de
dinero y del crédito. De hecho, la inflación es el aumento en la oferta del dinero y del crédito. Por
ejemplo, si acudimos al reciente American College Dictionary, encontraremos que la primera
definición de inflación es la siguiente: “Expansión o aumento indebidos de la moneda de un país,
especialmente por la emisión de papel moneda no redimir en especie”.

Sin embargo, en años recientes, la palabra ha empezado a usarse en un sentido radicalmente


distinto. Esto se aprecian la segunda definición del American College Dictionary: “Un aumento
sustancial de precios causado por una expansión indebida en el papel moneda o el crédito
bancario”. Evidentemente, un aumento en los precios causado por una expansión de la oferta
monetaria no es lo mismo que la expansión de la oferta monetaria como tal. Una causa o
condición está claro que no es idéntica a sus consecuencias. El uso de la palabra “inflación” en
estos dos sentidos tan distintos lleva a eternas confusiones.

La palabra “inflación” se aplicaba originalmente solo a la cantidad de dinero. Significaba que el


volumen de dinero estaba inflado, extendido en exceso. No es una simple pedantería insistir en
que la palabra solo debería usarse en su sentido original. Usarla para quiere decir “un aumento en
los precios” es desviar la atención de la causa real de la inflación y del remedio real para ella.

Veamos qué pasa con inflación y por qué pasa. Cuando se aumenta la oferta de dinero, la gente
tiene más dinero para ofrecer a cambio de bienes. Si la oferta de bienes no aumenta (o no
aumenta tanto como la oferta de dinero) los precios de los bienes suben. Cada dólar individual se
convierte en menos valioso porque hay más dólares. Por tanto, se ofrecerán más que antes a
cambio de, por ejemplo, un par de zapatos o cien fanegas de trigo. Un “precio” es un tipo de
intercambio entre un dólar de una unidad de un bien. Cuando la gente tiene más dólares, valoran
menos cada dólar. Así que los bienes aumentan de precio, no porque los bienes sean más escasos
que antes, sino porque los dólares son más abundantes.
Antiguamente, los gobiernos inflaban recortando y envileciendo la moneda. Luego descubrieron
que podían inflar más barato y rápido sencillamente generando papel moneda en una imprenta.
Esto es lo que pasó con los assignats franceses en 1789 y con nuestra propia divisa durante la
Guerra de Independencia. Hoy el método es un poco más indirecto. Nuestro gobierno vende sus
bonos y otros pagarés a los bancos. Al pagar, los bancos crean “depósitos” en sus cuentas, de las
cuales el gobierno puede tomar dinero. Un banco a su vez puede vender sus pagarés públicos al
Banco de la Reserva Federal, que los paga, o bien creando un crédito de depósito, o bien
imprimiendo más billetes de la Reserva Federal y pagando con ellos. Así es como se fabrica dinero.

La mayor parte de la “oferta monetaria” de este país no está representada por dinero físico, sino
por depósitos bancarios de los cuales se saca dinero con cheques. Por tanto, cuando la mayoría de
los economistas miden nuestra oferta monetaria suman los depósitos a la vista (y ahora también
normalmente los depósitos a plazo) a la moneda fuera de los bancos para conseguir el total. En
total de dinero y crédito así medido era de 64.099.000.000$ a finales de diciembre de 1939 y de
174.200.000.000$ al final de junio de este año. Este aumento del 171% en la oferta de dinero es
con mucho la principal razón por la que los precios al por mayor aumentaron un 135% desde 1939
a junio de este año.

Inflación para principiantes—II

Se argumenta menudo que atribuir la inflación solamente a un aumento del volumen del dinero es
una “simplificación excesiva”. Es verdad. Hay que tener en cuenta muchos detalles.

Por ejemplo, debe considerarse que la “oferta monetaria” incluye no solo la moneda física, sino la
oferta de crédito bancario, especialmente en EEUU, donde la mayoría los pagos se hacen por
cheque. Y es una simplificación excesiva decir que el valor de un dólar individual depende
sencillamente de la oferta actual de dólares existentes. También depende de la oferta futura
esperada de dólares. Si la mayor parte de la gente teme, por ejemplo, que la oferta de dólares va a
ser mayor dentro de un año, el valor actual del dólar (medido por su poder adquisitivo) será más
bajo del que posibilitaría la cantidad actual de dólares

Repito, el valor de cualquier unidad monetaria, como el dólar, no depende únicamente de la


cantidad de dólares, sino también de su calidad. Cuando un país abandona el patrón oro, por
ejemplo, significa que el oro, o el derecho a tener oro, se ha convertido de repente en un mero
papel. El valor de la unidad monetaria por tanto normalmente cae de inmediato, aunque no haya
habido todavía un aumento en la cantidad de dinero. Esto se debe a que la gente tiene más fe en
el oro del que tiene en las promesas o juicios de los gestores monetarios públicos. De hecho,
apenas si hay algún historial de casos en los que el abandono del patrón oro no se haya visto
seguido enseguida por un mayor aumento en el crédito bancario y el dinero impreso.
En resumen, el valor del dinero varía básicamente por las mismas razones que el valor de cualquier
mercancía. Igual que el valor una fanega de trigo depende, no solo de la oferta actual total de
trigo, sino de la oferta futura esperada y de la calidad del trigo, el valor del dólar depende de
varias consideraciones similares. El valor del dinero, como el valor de los bienes, no está
determinado por relaciones meramente mecánicas o físicas, sino sobre todo por factores
psicológicos, que a menudo pueden ser bastante complicados. Al tratar las causas y el remedio de
inflación, una cosa es tener en cuenta las complicaciones reales y otra bastante distinta verse
confundido o errado por complicaciones inútiles o inexistentes. Por ejemplo, se dice
frecuentemente que el valor del dólar no depende únicamente de la cantidad de dólares, sino de
su “velocidad de circulación”. Sin embargo, una mayor “velocidad de circulación” no es una causa
para una caída adicional en el valor del dólar: es por sí misma una de las consecuencias del miedo
a que el valor del dólar vaya a bajar. (O, dicho de otra manera, la creencia en que el precio de los
bienes va a aumentar). Es esta creencia la que hace a la gente más dispuesta a intercambiar
dólares por bienes. En énfasis de algunos escritores en la “velocidad de circulación” es solo otro
ejemplo del error de sustituir razones psicológicas reales por otras dudosamente mecánicas.

Otro callejón sin salida: en respuesta a quienes señalan que la inflación la causa principalmente un
aumento en el dinero y del crédito, se replica que el aumento en los precios de las mercancías se
produce a menudo antes del aumento en la oferta monetaria. Es verdad. Es lo que pasó
inmediatamente después del inicio de la Guerra de Corea. Materias primas estratégicas empiezan
aumentar de precio por temor a que vayan a escasear. Especuladores y fabricantes empiezan a
compararlas para guardarlas en busca de beneficio o inventarios protectores. Pero para hacer esto
tienen que tomar más dinero prestado de los bancos. El aumento de los precios se vio
acompañado por un aumento igualmente notable en préstamos y depósitos bancarios. Del 31 de
mayo de 1950 al 30 de mayo de 1951, los préstamos de los bancos del país aumentaron en
12.000.000.000$. Y si no se hubieran otorgado estos préstamos adicionales y no se hubiera
emitido nuevo dinero (unos 6.000.000.000$ al final de enero de 1951) para estos préstamos, el
aumento en los precios no podría haberse mantenido. En resumen, el aumento de precios solo fue
posible mediante una oferta mayor de dinero.

Inflación para principiantes—III

Una de las mentiras más porfiada acerca de la inflación de la suposición de que la causa, no un
aumento en la cantidad de dinero, sino una “escasez de bienes”.

Es verdad que un aumento en precios (que, como hemos visto, no debería identificarse con
inflación) puede ser causado, o bien por un aumento en la cantidad de dinero, o bien por una
escasez de bienes, o parcialmente por ambas cosas. Por ejemplo, el trigo puede aumentar de
precio, o bien porque hay un aumento en la oferta de dinero, o bien por un defecto en la cosecha
de trigo. Pero pocas veces encontramos, incluso en condiciones de guerra total, un aumento
general de precios causado por una escasez general de bienes. Pero es tan porfiada era mentira de
que la inflación la causa una “escasez de bienes”, que incluso en la Alemania de 1923, después de
que los precios hubieran aumentado cientos de miles de millones de veces, los altos cargos y
millones de alemanes culpaban de todo a una “escasez general de bienes”, justo en el mismo
momento en el que los extranjeros entraban y compraban bienes alemanes con oro y con sus
propias divisas a precios más bajos que los de los bienes equivalentes en su país.

El aumento de precios en estados unidos desde 1939, hubo desde el inicio de la guerra de Corea,
se atribuye constantemente a una “escasez de bienes”. Pero las estadísticas oficiales muestran
que nuestra tasa de producción industrial en junio de este año, por ejemplo, fue dos veces y
media la de 1935 a 1939 y un 12% superior a la de junio de 1950. Tampoco es una explicación
mejor decir que el aumento los precios está causado por una escasez en bienes civiles. Incluso en
la medida en que los bienes civiles fueran realmente escasos, la escasez no causaría un aumento
de los precios si los impuestos eliminaran un porcentaje tan grande de los ingresos civiles como el
rearme de los bienes civiles.

Esto nos lleva a otra fuente de confusión. La gente habla frecuentemente como si un déficit
presupuestario fuera por sí mismo tanto una causa necesaria como suficiente de la inflación. Sin
embargo, si un déficit presupuestario se ve completamente financiado por la venta de bonos
públicos pagados con ahorro real no tiene por qué causar inflación. Y ni siquiera un superávit
presupuestario, por el contrario, es una garantía contra la inflación. Esto se demostró en el año
fiscal que acabó el 30 de junio, cuando hubo una importante inflación a pesar de un superávit
presupuestario de 3.500.000.000$. Un déficit presupuestario, en resumen, es inflacionista en el
grado en que causa un aumento en la oferta monetaria. Y puede haber inflación incluso con un
superávit presupuestario si hay a pesar de todo un aumento en la oferta monetaria.

La misma cadena causal es aplicable a todas las llamadas “presiones inflacionistas”, especialmente
a la llamada “espiral de salarios-precios”. Si no se ve precedido, acompañado o seguido
rápidamente por un aumento en la oferta de dinero, un aumento en los salarios por encima del
“nivel de equilibrio” no causaría inflación: solamente causaría desempleo. Y un aumento los
precios sin un aumento en el efectivo en los bolsillos de la gente únicamente causaría una caída en
las ventas. En resumen, aumentos de salarios y precios son normalmente una consecuencia de la
inflación. Solo pueden causarla en la medida en que fuercen un aumento en la oferta monetaria.

El gráfico adjunto compara el aumento del porcentaje en la oferta monetaria (moneda física más
depósitos bancarios) desde 1939 con el aumento y en los precios al por mayor y en el coste de la
vida durante el mismo periodo. La correlación es evidente, aunque los factores implicados son
demasiado complejos como para esperar que sea exacto. La razón principal por la que los precios
no han aumentado tanto como la oferta monetaria es que la tasa de fabricación de bienes
también ha aumentado enormemente desde 1939.
Debe asimismo hacerse una advertencia con respecto a la precisión de los dos índices de precios.
Muestran una aparente estabilidad desde finales de 1942 a mediados de 1946 y un abrupto
aumento cuando se abandona el control de precios. Pero esto es principalmente porque los
índices oficiales de precios y coste de la vida tienden a resultar ficticios bajo controles de precios.
No miden las realidades de los precios del mercado negro, escaseces, racionamiento, colas,
favoritismos, deterioro de la caridad y bienes inexistentes. Cuando se abandona el control de
precios, el aumento público de la oferta monetaria muestra su pleno efecto sobre los índices
oficiales de precios.

Inflación para principiantes—IV

Mientras nos veamos rodeados por falsas teorías de lo que causa la inflación, nos veremos
rodeados por falsas soluciones. A quienes atribuyen principalmente la inflación a una “escasez de
bienes”, por ejemplo, les gusta decir que “la respuesta a la inflación es la producción”. Pero esto
en el mejor de los casos es una media verdad. Es imposible rebajar los precios aumentando la
producción si la oferta monetaria aumenta todavía más rápido.

La peor de todas estas falsas soluciones para la inflación es la fijación de precios y salarios. Pues si
se pone en circulación más dinero mientras se mantienen bajos los precios, la mayoría la gente se
quedará con balances de caja sin usar en busca de bienes. El resultado final, siempre que no haya
un aumento similar en la producción, deben ser precios más altos.

Hay en general dos tipos de fijación de precios: “selectiva” y “general”. Con la fijación selectiva de
precios al gobierno trata de retener los precios solo para unos pocos materiales estratégicos de
guerra o unos pocos bienes de primera necesidad. Pero entonces al margen de beneficio a la hora
de fabricar estos bienes se hace más bajo que el margen de beneficio para fabricar otros, incluidos
productos de lujo. Así que, la fijación “selectiva” de precios genera rápidamente una escasez de las
mismas cosas cuya producción del gobierno desea estimular más. Entonces los burócratas acuden
a la engañosa idea de una paralización general. Hablan de mantener o volver a los precios y
salarios que existían el día anterior a que se iniciara la guerra en Corea. Pero el nivel de precios y
las infinitamente complejas interrelaciones entre precios y salarios de ese día eran el resultado del
estado de la oferta y la demanda ese día. Y la oferta y la demanda raramente permanecen igual,
incluso para la misma mercancía, por dos días consecutivos, incluso sin grandes cambios en la
oferta monetaria.

Puede estimarse prudentemente que hay unos 9.000.000 de precios distintos en Estados Unidos.
A partir de esto, empezamos con más de 40 billones de interrelaciones de estos precios. Y un
cambio en un precio siempre tiene repercusiones sobre una red completa de otros precios. Los
precios y relaciones entre precios del 24 de junio de 1950 eran presumiblemente los calculados
aproximadamente para conseguir una producción máxima equilibrada de bienes de tiempo de
paz. Son evidentemente los precios y relaciones de precios incorrectos para generar la producción
máxima de bienes de guerra. Además, el patrón de precios de un día concreto siempre incluye
muchos errores de juicio y “desequilibrios”. Ninguna persona ni burocracia tiene suficiente
sabiduría y conocimiento para corregir estos. Cada vez que un burócrata trata de corregir un
desajuste o “desequilibrio” de precios o salarios crea muchos otros nuevos. Y no hay ningún
patrón preciso para medir los “desequilibrios” económicos de un caso particular en el que dos
personas parecen capaces de llegar a un acuerdo. En resumen, la fijación coactiva de precios sería
un problema irresoluble, incluso si los que estuvieran a cargo de resolverla fueran los economistas,
estadísticos y empresarios mejor informados del país e incluso si actuaran con la más consciente
imparcialidad. Pero están sometidos de hecho a una tremenda presión por los grupos organizados
de presión. Los que están en el poder pronto descubren que el control de precios y salarios es un
arma tremenda con la que se pueden conseguir favores políticos o castigar a la oposición. Por eso
se aplican fórmulas de “paridad” a los precios agrarios y cláusulas de aumento en los tipos
salariales, mientras que se penalizan los precios y las rentas industriales.

Otro problema del control de precios es que, aunque siempre se pone en práctica en nombre de
una supuesta “emergencia”, crea poderosos intereses creados y formas de pensar que lo
prolongan o tienden a hacerlo permanente. Buenos ejemplos de esto son los controles de rentas y
el control de tipo de cambio. El control de precios es el principal paso adelante hacia una
economía completamente segmentada o “planificada”. Hace que la gente considere algo normal
que el gobierno deba intervenir en todas las transacciones económicas.

Pero finalmente, y lo peor de todo desde el punto de vista de la inflación, el control de precios
desvía la atención de la única causa real de la inflación: el aumento de la cantidad de dinero y
crédito. Por lo tanto, prolonga e intensifica la misma inflación que se supone que pretende
remediar.

Inflación para principiantes—V

El remedio para la inflación, como la mayoría de los remedios, consiste principalmente en la


eliminación de la causa. La causa de la inflación es el aumento del dinero y el crédito. El remedio
es dejar de aumentar el dinero y el crédito. En resumen, el remedio para la inflación es dejar de
inflar. Tan sencillo como eso.

Pero, aunque sea sencillo en principio, este remedio a menudo implica decisiones complejas y
desagradables en los detalles. Empecemos por el presupuesto federal. Es casi imposible evitar la
inflación con un enorme déficit continuo. Ese déficit es casi seguro que se financiará por medios
inflacionistas, es decir, imprimiendo directa o indirectamente más dinero. Los enormes gastos
públicos no son de por sí inflacionistas, siempre que se atiendan completamente con impuestos o
tomando prestado todo de ahorro real. Pero las dificultades de cualquiera de estos métodos de
pago, una vez los gastos han sobrepasado cierto punto, son tan grandes que hay que recurrir casi
inevitablemente a la imprenta.

Además, aunque gastos enormes completamente atendidos con impuestos enormes no son
necesariamente inflacionistas, inevitablemente reducen y perturban la producción y perjudican a
cualquier sistema de libre empresa. El remedio para [déficits] públicos enormes no es por tanto
impuestos igualmente enormes, sino dejar de gastar insensatamente.

En el lado monetario, el Tesoro y el Sistema de la Reserva Federal deben dejar de crear dinero
artificialmente barato. Es decir, deben dejar de mantener arbitrariamente bajos los tipos de
interés. Deben dejar de comprar a la par los bonos del gobierno. Cuando los tipos de interés se
mantienen artificialmente bajos, estimulan un aumento en los préstamos. Esto lleva a un aumento
en la oferta de dinero y crédito. El proceso funciona en ambos sentidos, pues es necesario
aumentar la oferta del dinero y el crédito para mantener artificialmente bajos tipos de interés. Por
eso la política de “dinero barato” y la política de apoyo a los bonos públicos son sencillamente dos
maneras de describirlo. Mientras los bancos de la Reserva Federal compren bonos públicos del
2,5%, por ejemplo, a la par, mantendrán bajo el tipo de interés a largo plazo en el 2,5%. Y en la
práctica pagan estos bonos imprimiendo más dinero. Esto se conoce como “monetizar” la deuda
pública. La inflación persistirá mientras esto persista.

El Sistema de la Reserva Federal, si estuviera decidido a detener la inflación y asumir sus


responsabilidades, no solo detendría este proceso de mantener bajos los tipos de interés y
monetizar la deuda pública, sino que asumiría el liderazgo a la hora de aumentar los tipos de
interés. De hecho, nunca deberíamos haber abandonado la tradición de que el tipo de descuento
del banco central fuera normalmente (y sobre todo en un periodo inflacionista) un tipo de
“penalización”, esto es, un tipo superior al que obtienen en sus préstamos los propios bancos
miembros.

El Congreso debería restaurar inmediatamente el coeficiente de reserva legal requerido de los


bancos de la Reserva Federal al nivel anterior del 35% y el 40%, en lugar del nivel actual de
“emergencia” del 25%, puesto en marcha como medida contra la inflación de guerra en junio de
1945. El Congreso debería además autorizar al Consejo de la Reserva Federal a aumentar todavía
más este coeficiente de reserva. Los coeficientes mínimos legales de reserva son realmente un
método incómodo de limitar la oferta potencial de dinero y crédito. Pero son una salvaguarda
adicional cuando no se usan adecuadamente otros métodos. Además, mientras las autoridades de
la Reserva Federal insistan en el poder de controlar los coeficientes de reserva de los bancos
miembros, también deberían estar obligadas a controlar los suyos. Un aumento en el crédito del
banco de reserva puede causar mucha más inflación que un aumento equivalente en el crédito de
un banco miembro.
Como último recurso, las autoridades monetarias podrían paralizar la oferta de crédito, no
permitiendo ningún aumento neto en los préstamos en absoluto. Pero esto nunca será necesario
si se asumen sensatamente otras medidas.

Finalmente, puede decirse que el mundo nunca podrá salir de la actual era inflacionista hasta que
no vuelva al patrón oro. El patrón oro ofrecía un control prácticamente automático a la expansión
del crédito interno. Por eso lo abandonaron los burócratas. Además de ser una salvaguarda contra
la inflación, es el único sistema que ha proporcionado alguna vez al mundo el equivalente a una
moneda internacional.

La primera pregunta planteada hoy no es cómo podemos detener la inflación, sino si realmente
queremos hacerlo. Pues uno de los efectos de la inflación es producir una redistribución de
riqueza y renta. En sus primeras etapas (hasta que alcanza el punto en el que distorsiona y socava
de manera importante la propia producción) beneficia algunos grupos a costa de otros. Los
primeros grupos adquieren un interés por mantener la inflación. Muchos de nosotros continuamos
bajo la ilusión de que podemos ganar en el juego, de que podemos aumentar nuestra renta más
rápido que nuestros costes de la vida. Así que hay una gran cantidad hipocresía en los gritos contra
la inflación. Muchos lo que estamos gritando en la práctica es: “Retened los precios y rentas de
todos, excepto los míos”.

Los gobiernos son los peores ejemplos de esta hipocresía. Al mismo tiempo que profesan estar
“luchando contra la inflación”, estás siguiendo una política de “pleno empleo”. Como admitía
francamente hace poco un escritor en el The Economist de Londres: “La inflación son nueve
décimas partes de cualquier política del pleno empleo”.

Lo que olvidaba añadir es que la inflación debe siempre acabar en una crisis y una recesión y que,
peor que la propia recesión, puede ser el engañar público para que crea que lo que ha causado
dicha recesión no ha sido la inflación anterior, sino los defectos propios del “capitalismo”.

Por resumir, la inflación es el aumento en el volumen del dinero y el crédito bancario en relación
con el volumen de bienes. Es dañina porque el deprecia del valor de la unidad monetaria, aumenta
el coste de la vida para todos, impone lo que es en la práctica un impuesto a los más pobres con
un tipo tan alto como el impuesto a los ricos, disipa el valor del ahorro pasado, desanima el ahorro
futuro, distribuye riqueza y rentas al azar, estimula y recompensa la especulación y el juego a
costa del ahorro y el trabajo, socava la confianza en la justicia de un sistema de libre empresa y
corrompe la moral pública y privada.
Pero nunca es “inevitable”. Podemos detenerla de inmediato, si de verdad queremos hacerlo.

Author:

Henry Hazlitt

Henry Hazlitt (1894–1993) was a well-known journalist who wrote on economic affairs for the New
York Times, the Wall Street Journal, and Newsweek, among many other publications. He is
perhaps best known as the author of the classic, Economics in One Lesson (1946).

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