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Inflación para principiantes—V

El remedio para la inflación, como la mayoría de los remedios, consiste principalmente en la


eliminación de la causa. La causa de la inflación es el aumento del dinero y el crédito. El remedio
es dejar de aumentar el dinero y el crédito. En resumen, el remedio para la inflación es dejar de
inflar. Tan sencillo como eso.

Pero, aunque sea sencillo en principio, este remedio a menudo implica decisiones complejas y
desagradables en los detalles. Empecemos por el presupuesto federal. Es casi imposible evitar la
inflación con un enorme déficit continuo. Ese déficit es casi seguro que se financiará por medios
inflacionistas, es decir, imprimiendo directa o indirectamente más dinero. Los enormes gastos
públicos no son de por sí inflacionistas, siempre que se atiendan completamente con impuestos o
tomando prestado todo de ahorro real. Pero las dificultades de cualquiera de estos métodos de
pago, una vez los gastos han sobrepasado cierto punto, son tan grandes que hay que recurrir casi
inevitablemente a la imprenta.

Además, aunque gastos enormes completamente atendidos con impuestos enormes no son
necesariamente inflacionistas, inevitablemente reducen y perturban la producción y perjudican a
cualquier sistema de libre empresa. El remedio para [déficits] públicos enormes no es por tanto
impuestos igualmente enormes, sino dejar de gastar insensatamente.

En el lado monetario, el Tesoro y el Sistema de la Reserva Federal deben dejar de crear dinero
artificialmente barato. Es decir, deben dejar de mantener arbitrariamente bajos los tipos de
interés. Deben dejar de comprar a la par los bonos del gobierno. Cuando los tipos de interés se
mantienen artificialmente bajos, estimulan un aumento en los préstamos. Esto lleva a un aumento
en la oferta de dinero y crédito. El proceso funciona en ambos sentidos, pues es necesario
aumentar la oferta del dinero y el crédito para mantener artificialmente bajos tipos de interés. Por
eso la política de “dinero barato” y la política de apoyo a los bonos públicos son sencillamente dos
maneras de describirlo. Mientras los bancos de la Reserva Federal compren bonos públicos del
2,5%, por ejemplo, a la par, mantendrán bajo el tipo de interés a largo plazo en el 2,5%. Y en la
práctica pagan estos bonos imprimiendo más dinero. Esto se conoce como “monetizar” la deuda
pública. La inflación persistirá mientras esto persista.

El Sistema de la Reserva Federal, si estuviera decidido a detener la inflación y asumir sus


responsabilidades, no solo detendría este proceso de mantener bajos los tipos de interés y
monetizar la deuda pública, sino que asumiría el liderazgo a la hora de aumentar los tipos de
interés. De hecho, nunca deberíamos haber abandonado la tradición de que el tipo de descuento
del banco central fuera normalmente (y sobre todo en un periodo inflacionista) un tipo de
“penalización”, esto es, un tipo superior al que obtienen en sus préstamos los propios bancos
miembros.
El Congreso debería restaurar inmediatamente el coeficiente de reserva legal requerido de los
bancos de la Reserva Federal al nivel anterior del 35% y el 40%, en lugar del nivel actual de
“emergencia” del 25%, puesto en marcha como medida contra la inflación de guerra en junio de
1945. El Congreso debería además autorizar al Consejo de la Reserva Federal a aumentar todavía
más este coeficiente de reserva. Los coeficientes mínimos legales de reserva son realmente un
método incómodo de limitar la oferta potencial de dinero y crédito. Pero son una salvaguarda
adicional cuando no se usan adecuadamente otros métodos. Además, mientras las autoridades de
la Reserva Federal insistan en el poder de controlar los coeficientes de reserva de los bancos
miembros, también deberían estar obligadas a controlar los suyos. Un aumento en el crédito del
banco de reserva puede causar mucha más inflación que un aumento equivalente en el crédito de
un banco miembro.

Como último recurso, las autoridades monetarias podrían paralizar la oferta de crédito, no
permitiendo ningún aumento neto en los préstamos en absoluto. Pero esto nunca será necesario
si se asumen sensatamente otras medidas.

Finalmente, puede decirse que el mundo nunca podrá salir de la actual era inflacionista hasta que
no vuelva al patrón oro. El patrón oro ofrecía un control prácticamente automático a la expansión
del crédito interno. Por eso lo abandonaron los burócratas. Además de ser una salvaguarda contra
la inflación, es el único sistema que ha proporcionado alguna vez al mundo el equivalente a una
moneda internacional.

La primera pregunta planteada hoy no es cómo podemos detener la inflación, sino si realmente
queremos hacerlo. Pues uno de los efectos de la inflación es producir una redistribución de
riqueza y renta. En sus primeras etapas (hasta que alcanza el punto en el que distorsiona y socava
de manera importante la propia producción) beneficia algunos grupos a costa de otros. Los
primeros grupos adquieren un interés por mantener la inflación. Muchos de nosotros continuamos
bajo la ilusión de que podemos ganar en el juego, de que podemos aumentar nuestra renta más
rápido que nuestros costes de la vida. Así que hay una gran cantidad hipocresía en los gritos contra
la inflación. Muchos lo que estamos gritando en la práctica es: “Retened los precios y rentas de
todos, excepto los míos”.

Los gobiernos son los peores ejemplos de esta hipocresía. Al mismo tiempo que profesan estar
“luchando contra la inflación”, estás siguiendo una política de “pleno empleo”. Como admitía
francamente hace poco un escritor en el The Economist de Londres: “La inflación son nueve
décimas partes de cualquier política del pleno empleo”.
Lo que olvidaba añadir es que la inflación debe siempre acabar en una crisis y una recesión y que,
peor que la propia recesión, puede ser el engañar público para que crea que lo que ha causado
dicha recesión no ha sido la inflación anterior, sino los defectos propios del “capitalismo”.

Por resumir, la inflación es el aumento en el volumen del dinero y el crédito bancario en relación
con el volumen de bienes. Es dañina porque el deprecia del valor de la unidad monetaria, aumenta
el coste de la vida para todos, impone lo que es en la práctica un impuesto a los más pobres con
un tipo tan alto como el impuesto a los ricos, disipa el valor del ahorro pasado, desanima el ahorro
futuro, distribuye riqueza y rentas al azar, estimula y recompensa la especulación y el juego a
costa del ahorro y el trabajo, socava la confianza en la justicia de un sistema de libre empresa y
corrompe la moral pública y privada.

Pero nunca es “inevitable”. Podemos detenerla de inmediato, si de verdad queremos hacerlo.

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