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Publicado en © 2017 por Proyecto Nehemías,


170 Kevina Road, Ellensburg WA 98926
www.proyectonehemias.org

Traducido del libro A Well Ordered Church © 2015 por William Boekestein y Daniel R. Hyde,
publicado por EP Books. Traducción por Elvis Castro.

A menos que se indique algo distinto, las citas bíblicas están tomadas de La Santa Biblia, Nueva
Versión Internacional © 1986, 1999, 2015 por Biblica, Inc.

Las citas bíblicas marcadas con RVC están tomadas de La Santa Biblia, Versión Reina Valera
Contemporánea © 2009, 2011 por Sociedades Bíblicas Unidas.

Las citas bíblicas marcadas con RV95 están tomadas de La Santa Biblia, Reina Valera © 1995 por
Sociedades Bíblicas Unidas.

2
C ONTENIDO
Abreviaturas
Prólogo
Introducción
Parte uno - Identidad
Capítulo uno - La relación de la iglesia con Cristo
Parte dos - Autoridad
Capítulo dos - No por preferencia humana sino
por revelación divina
Capítulo tres - Cristo ministra a través de los líderes
Parte tres - Ecumenicidad
Capítulo cuatro - Dentro de una denominación
Capítulo cinco - Fuera de la denominación
Parte cuatro - Actividad
Capítulo seis - Una iglesia que enseña
Capítulo siete - Una iglesia que adora
Capítulo ocho - La práctica de nuestra adoración
Capítulo nueve - Una iglesia que testifica
Capítulo diez - La práctica de una iglesia que testifica
Capítulo once - Una iglesia que se arrepiente
Conclusión - La necesidad de un gobierno eclesiástico
que glorifique a Dios
Epílogo
Apéndice - Principios fundacionales del gobierno
eclesiástico reformado
Bibliografía
Índice de pasajes de la Escritura
Índice de Confesiones

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Abreviaturas
CB—Confesión Belga
CD—Cánones de Dort
CH—Catecismo de Heidelberg
CFW—Confesión de Fe de Westminster
CMW—Catecismo Mayor de Westminster

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Prólogo
Uno de los pasajes más notables de los Evangelios del Nuevo
Testamento es el relato en Mateo 16 de la confesión de Pedro de que Jesús
es el “Cristo”. En el relato, se nos dice que Jesús apremia a sus discípulos
con la pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Esta
era una pregunta acerca de la identidad y la misión de Jesús. Pero cuando
Pedro responde declarando que Jesús es el “Cristo, el Hijo del Dios
viviente”, al parecer Jesús cambia el tema. En respuesta a la confesión de
Pedro, Jesús promete que edificará su iglesia “sobre la roca” de la
verdadera confesión de Pedro acerca de él: “Sobre esta roca edificaré mi
iglesia, y las puertas del Hades no podrán vencerla” (Mt 16:18, RVC).
Cuando digo “al parecer Jesús cambia el tema” lo hago
deliberadamente, porque en un sentido profundo Jesús no cambia el tema
en absoluto. Dado que la identidad de Jesús es la del Hijo de Dios, aquel a
quien el Padre envió al mundo para salvar a su pueblo de sus pecados, su
identidad y misión están ligadas a la reunión de su pueblo y la edificación
de la iglesia. Cuando Jesús es verdaderamente conocido y confesado, es
conocido y confesado como el que está reuniendo un pueblo para sí mismo
como su especial tesoro. La misión de Cristo es edificar la iglesia
reuniendo, preservando y protegiendo a aquellos que redime de sus
pecados y restaura a la comunión con él y con el Padre.
Lo destacable de este pasaje es que impacta el centro mismo
de cualquier perspectiva de la fe cristiana —o de lo que significa creer en
Jesucristo— que deje fuera de consideración a la iglesia. Es sencillamente
imposible recibir a Cristo y a la vez rechazar su iglesia. La doctrina de
Cristo —“cristología”— es inseparable de la doctrina de la iglesia
—“eclesiología”. No hay otro Cristo sino el Cristo bíblico, y el Cristo de la
Biblia no tiene otra misión que edificar su iglesia como “morada de Dios
por su Espíritu” (Ef 2:22).
Por tal motivo, es lamentable que en círculos evangélicos,
especialmente en Norteamérica, se aprecie tan poco el lugar crucial que
ocupa la iglesia en la vida de los creyentes. A menudo se considera a la
iglesia como una organización voluntaria, en la que uno puede entrar o
salir a su antojo. La membresía en una iglesia local no se aprecia más que
la membresía en cualquier asociación voluntaria. Además, con frecuencia,
algunos cristianos profesos se unen rápidamente a las voces de los
contemporáneos que fustigan la iglesia, o actúan como si pudieran
disfrutar de una relación significativa con Jesucristo sin tener que
molestarse con ella.
5
Al contrario de la tendencia no bíblica a desdeñar la iglesia de
Jesucristo, los autores de Una iglesia bien ordenada presentan un retrato
diferente de la iglesia. En lugar de unirse al coro de críticas, vuelven a la
enseñanza de la Escritura y ofrecen una convincente argumentación para
visualizar la iglesia de Jesucristo como el lugar donde Cristo se complace
en habitar por su Espíritu y su Palabra. Sobre la base de la Escritura, y
utilizando la sabiduría codificada en las órdenes eclesiásticas de las
iglesias reformadas históricas, los autores hacen eco de la antigua
convicción bíblica de la iglesia de que la vida en Cristo es impartida y
nutrida dentro de la comunión de la iglesia de Cristo. Lejos de minimizar
la importancia de la iglesia, ellos están convencidos de que, si uno quiere
tener a Dios como Padre por causa de la obra de su Hijo, Jesucristo,
entonces uno debe tener a la iglesia como madre. Una iglesia
correctamente ordenada y vigorosa es indispensable para el cumplimiento
de la Gran Comisión que Cristo le dio a la iglesia, de hacer discípulos de
todas las naciones hasta el fin de la era actual (Mt 28:20).
Puede que los lectores de este libro no concuerden con los autores en
cada punto. Pero si lo leen con atención, sin duda quedarán impresionados
con la combinación de instrucción bíblica, conciencia histórica, y sabiduría
pastoral presente en el libro. Con seguridad terminarán con una mayor
comprensión de la forma en que Cristo está presente y activo en la vida y
el ministerio de la congregación local en que son miembros. Al proveer
sugerencias adicionales de lectura, así como preguntas para reflexión, los
autores realzan la utilidad de su libro para los creyentes cristianos y los
líderes eclesiásticos que desean que la iglesia crezca y prospere bajo la
bendición de Cristo.
Dr. Cornelis Venema
Presidente y profesor de estudios doctrinales
Mid-America Reformed Seminary, Dyer, Indiana

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Introducción
El equipo de fútbol americano Green Bay Packers había sido un
club perdedor por casi diez largos años. Estaban en el fondo de la tabla de
posiciones, y el ánimo andaba por los suelos. En 1959, se contrató a Vince
Lombardi como nuevo entrenador, y su desafío fue darle un vuelco al
equipo. Comenzó a dirigir las prácticas, inspirar, entrenar, y motivar. Pero
en un momento, durante un entrenamiento, se sintió tan frustrado por
cómo iban las cosas que tocó el silbato. “Deténganse todos y reúnanse”,
dijo. Luego se arrodilló, tomó el balón, y dijo: “Empecemos por el
principio. Esto es un balón de fútbol. Estas son las marcas del campo. Yo
soy el entrenador. Ustedes son los jugadores”. Así continuó, explicando
los rudimentos del fútbol americano de la forma más elemental1.
 Como cristianos, de vez en cuando es bueno y necesario volver a los
rudimentos. Martín Lutero (1483-1546) dijo una vez que aun siendo
teólogo profesional:
Cada mañana, y cada vez que tengo tiempo, hago lo que hace un niño que
está aprendiendo el catecismo, y leo y recito palabra por palabra el
Padrenuestro, los Diez Mandamientos, el Credo, los Salmos, etc. Aún debo
leer y estudiar el catecismo diariamente, y no obstante no puedo dominarlo
como desearía, sino que sigo siendo un niño y un alumno del catecismo —
y además lo hago con alegría—2.
El objetivo de este libro es que volvamos a lo básico de
la eclesiología, o la doctrina bíblica de la iglesia. Aquí queremos decir
“esto es una iglesia” de la manera más básica y fundamental. Y para
ayudar a los cristianos individuales, grupos de estudio bíblico, la
capacitación del liderazgo, y a los actuales líderes a involucrarse en un
programa continuo de educación, hemos incluido en cada capítulo
preguntas para discusión y lecturas sugeridas. A medida que te guiamos a
través de estos rudimentos de la iglesia, reconocemos que los principios
que promovemos no son perfectos ni exhaustivos 3. Tampoco se
acomodarán perfectamente a las perspectivas alternativas de gobierno
eclesiástico4. Sin embargo, creemos que están basados en la Escritura y
que realmente nos ayudan a responder las siguientes preguntas
significativas acerca de la iglesia.

Identidad
La primera pregunta que esperamos responder atañe a la identidad. ¿Qué
es la iglesia en general? ¿Quiénes somos como iglesia en particular? Saber
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quiénes somos como individuos y como iglesia es crucial para determinar
cómo vivir. Es muy fácil que como iglesia local nos cataloguemos según
definiciones que no son bíblicas ni útiles. ¿Nos definimos como la única
iglesia verdadera en una comunidad oscura, y por tanto nos quedamos en
nuestro enclave? ¿Nos definimos primordialmente como una familia que
se ha agrupado para formar una comunidad? ¿Nos definimos como una
iglesia disfuncional que apenas logra mantener su existencia? ¿Nos
definimos por nuestras tradiciones? Las definiciones son importantes. Nos
ayudan a configurar nuestra identidad así como nuestra percepción de lo
que hacemos. Las definiciones también pueden ser alentadoras o
desalentadoras. Pero si como iglesia entendemos lo que Dios dice que
somos, seremos alentados y energizados.

Autoridad
La segunda pregunta que responde una eclesiología bíblica atañe a
la autoridad. En un nivel práctico, como iglesia, ¿de quién recibimos
nuestras instrucciones? ¿Cómo toma decisiones una iglesia? Si
entendemos mal este punto, no tendremos sentido de dirección, porque no
sabremos quién nos dirige. Algunas iglesias tienden a responder esta
pregunta más bien rígidamente con una disposición jerárquica que uno
debe acatar… o ya verá. Otros responden esta pregunta de un modo más
bien relajado; en la iglesia cada uno es libre de hacer “lo que le parezca
mejor” ( Jue 21:25). La respuesta a la pregunta por la autoridad funcional
es importante en formas muy prácticas. ¿Es obligación que los miembros
de la iglesia se sometan a todo lo que diga un pastor o grupo de ancianos?
A la inversa, ¿el pastor está meramente dando sugerencias en sus
sermones y consejería? El consejo pastoral de los ancianos al visitar una
familia, ¿debe recibirse como una mera información, o como una palabra
de Dios? ¿Tienen algo que decir los diáconos respecto a las decisiones
financieras de nuestra familia?

Ecumenicidad
La tercera pregunta es una en la que no pensamos mucho:
la ecumenicidad. La pregunta aquí es: ¿cómo debería relacionarse una
iglesia con las demás iglesias? La Biblia enseña que hay una iglesia
universal verdadera, llamada por Cristo y reunida en torno a su Palabra
( Jn 10:16). Si bien la iglesia es “católica” o universal en su extensión,
como confiesan los antiguos credos apostólico y niceno, está representada
concretamente por un sinnúmero de iglesias locales. Al abordar la
ecumenicidad estamos lidiando con la forma en que estas congregaciones
se relacionan entre sí. Respondemos la pregunta “¿cómo expresamos
apropiadamente la catolicidad de la iglesia?”. Esta pregunta concierne a la
8
cuestión de los intercambios de púlpito. Nos ayuda a esclarecer el nivel de
cooperación que debería existir entre congregaciones con variados grados
de afinidad doctrinal. Tiene relación con los servicios de adoración unidos
(por ejemplo, en el Día de la Reforma o de Acción de Gracias).

Actividad
La cuarta pregunta concierne a la actividad de la iglesia. ¿Cuál es nuestra
misión? ¿Qué deberíamos estar haciendo como iglesia? ¿Estamos
cumpliendo nuestro mandato como iglesia? ¿Cómo lo sabemos siquiera, a
menos que nuestro mandato esté claramente explicado? ¿Cómo se
relaciona la misión corporativa de la iglesia con la misión particular del
cristiano individual? En otras palabras, ¿cuál es tu rol como miembro de
un cuerpo de Cristo local en el ministerio general de la iglesia? Dado que
cada iglesia tiene recursos limitados necesitamos determinar si estamos
ocupando nuestra energía personal y corporativa en los lugares correctos.
 Como iglesias del siglo XXI que creen en la Biblia, predican el evangelio,
y se preocupan por la misión, es crucial que respondamos estas cuatro
áreas de la eclesiología. Al lidiar con la Escritura para encontrar respuestas
sobre la identidad, autoridad, ecumenicidad, y actividad de nuestras
iglesias, las respuestas que derivemos serán como un fundamento firme
para un edificio duradero. Este fundamento bíblico permitirá que nuestras
iglesias se estructuren de forma ordenada, lo que nos permitirá hacer las
cosas más “decentemente y con orden” (1Co 14:40, RVC). Pablo escribió
estas palabras a la desordenada iglesia de Corinto cuya adoración estaba
llena de “confusión” (1Co 14:33). En lugar de la confusión, Dios desea
paz; en lugar de desorden, Dios desea orden. En otra ocasión, al escribir
desde la prisión a la iglesia de Colosas, Pablo elogiaba el buen orden de la
iglesia y las bendiciones que esto conlleva: “Aunque estoy físicamente
ausente, los acompaño en espíritu, y me alegro al ver su buen orden y la
firmeza de su fe en Cristo” (Col 2:5). Al reflexionar sobre este sólido
fundamento y estructura en las Escrituras, experimentaremos una corriente
de vitalidad tanto al interior de la iglesia como fuera de ella en un mundo
tenebroso.
 Una última nota antes de comenzar: a lo largo de este libro, basaremos
nuestros argumentos en muchos textos de la Escritura (ver índice de
pasajes de la Escritura); en aras de la brevedad muchos estarán indicados
solamente. Te animamos a ahondar en estos pasajes más detalladamente
buscándolos en las notas de una Biblia de estudio o comentarios bíblicos
como el de Matthew Henry, Juan Calvino, y/o la serie de comentarios New
International Old/New Testament Commentary.

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PARTE UNO

IDENTIDAD

10
CAPÍTULO UNO

La relación de la iglesia con Cristo


Después de que me convertí  de la incredulidad, la iglesia a la que
1

asistía tuvo un “domingo de bautismo”. Fue en esa ocasión que alguien me


preguntó: “¿Quieres ser bautizado?”. Yo no tenía idea de qué se trataba
eso, así que pregunté al respecto. Me dijeron que era mi decisión personal
de expresar mi creencia personal en Jesús. Cuando llegó el día, me dijeron
que me parara en una fila; entonces llegó mi turno, y me clavaron un
micrófono en la cara: “¿Por qué quieres ser bautizado?”. Siendo un
engreído jugador de básquetbol, creo que mi respuesta fue algo así: “Creo
en Jesús. ¡Hagámoslo ya!”.
Mi identidad cristiana era algo propio, personal. No tenía idea de cuál
era mi relación con mi iglesia local. No tenía idea de cuál era la relación
de mi iglesia con la iglesia o su Señor, Jesucristo. Sin duda esta
experiencia y bendita ignorancia hoy en día puede haberse multiplicado. El
único lugar apropiado donde comenzar a formular nuestra identidad como
cristianos y como iglesias está en Jesucristo. Este enfoque eleva la iglesia
por encima del estado de cosas que vemos aquí y ahora. Este enfoque nos
libra de la tentación de considerarnos demasiado superiores como iglesia,
o bien, al contrario, de considerarnos de un modo demasiado negativo
como iglesia.

La iglesia pertenece a Cristo


Entender que la identidad de la iglesia está arraigada en Cristo también nos
ayudará a evitar un cristianismo sin iglesia, donde cada creyente es
miembro meramente de la “iglesia invisible” pero no está relacionado con
un cuerpo local, y un eclesianismo sin Cristo, donde la iglesia es
meramente una agrupación de individuos que existe para fines sociales. En
lugar de esto, comenzamos con Jesucristo, quien es Señor de la iglesia en
el Nuevo Pacto. A través de todo el Nuevo Testamento, por medio de la
ilustración de la iglesia como un edificio, se enseña que Jesús es el dueño
de la iglesia y que esta le pertenece a él. Jesús es el constructor de la
iglesia (Mt 16:18). A Jesús se lo describe como el fundamento y la piedra
angular de la iglesia (1Co 3:11; Ef 2:20). Que la iglesia es la posesión de
Jesús también se enseña metafóricamente; él es la vid y nosotros las ramas
11
( Jn 15:1-11). Él es el pastor y nosotros somos las ovejas de su redil ( Jn
10:1-18). Él es la cabeza y nosotros los miembros de su cuerpo (Ro 12:3-
8). Él es el esposo y nosotros somos su novia (Ef 5:25-33).
 
En nuestra época de la iglesia virtual en línea, el “ministerio de cada
miembro” sin conexión con un liderazgo ordenado, y la prevalencia de la
actitud “solo yo y mi Biblia”, es necesario escuchar una vez más el
mensaje bíblico básico condensado en las confesiones de fe de la Reforma
protestante: “La iglesia visible […] es el reino del Señor Jesucristo, la casa
y familia de Dios, fuera de la cual no hay posibilidad ordinaria de
salvación” (CFW, 25.2). Fue a esta iglesia visible, y no a alguna persona o
a una organización paraeclesiástica, que Jesús le dio las llaves de su reino
(Mt 16:13-20). Además, los cristianos bíblicos creen que “esta santa
congregación es una reunión de los que son salvos, y que fuera de ella no
hay salvación, que nadie, de cualquier condición o cualidad que sea, debe
permanecer aislado para valerse por su propia persona; sino que todos
están obligados a ella y a reunirse con ella” (CB, art. 28)2. ¡Así de vital es
la iglesia institucional y visible! Al mismo tiempo, al leer las citas
anteriores, debemos evitar que el péndulo oscile hacia el otro extremo,
donde se equipara la iglesia local con la salvación. Cada iglesia verdadera
halla su identidad en el Hijo encarnado de Dios, no en sí misma.
Tal vez estemos acostumbrados a considerar a los cristianos
individuales como posesión de Cristo; confesamos: “Que yo, con cuerpo y
alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo,
sino a mi fiel Salvador Jesucristo” (CH, PyR 1)3. Pero no solo los
cristianos son comprados con la sangre de Cristo, sino que la iglesia en su
totalidad (Hch 20:28). Esto se expresa en un himno clásico:
El fundamento de la iglesia es Jesucristo, su Señor;
Ella es su nueva creación mediante agua y la Palabra;
Él vino del cielo y la buscó para hacerla su novia santa;
La compró con su sangre, y por la vida de ella murió4.
Cristo dio su vida por su novia, que es la totalidad del cuerpo de los
elegidos (Ef 5:25-27). Esta identidad en Cristo tiene profundas
implicaciones para la iglesia.
Primero, esto nos enseña que el cristianismo no es solo un “asunto
entre Jesús y yo”. Si soy creyente, entonces soy miembro del cuerpo de
Cristo (Ro 12:3-8) y debo vivir mi vida cristiana en un contexto de pacto,
de iglesia (Ro 12:9-21). No se necesita mucho tiempo para darse cuenta de
que la vida en la iglesia no es fácil; no siempre es fácil llevarse bien con
12
los demás cristianos. En momentos de frustración debo recordar que no
soy la única posesión de Cristo. Su sangre también ha cubierto por gracia a
aquellos que me fastidian, me frustran, me lastiman, y a veces me odian.
Como dijo Pablo: “Así como el Señor los perdonó, perdonen también
ustedes” (Col 3:13), precisamente porque él dio su vida por ese otro
pecador.
Segundo, independientemente de nuestra visión personal de la iglesia,
“en lo que respecta a Dios, nada en todo el mundo es más preciado que la
iglesia de Jesucristo”5. Si pudiéramos compartir la perspectiva de Dios
dejaríamos de quejarnos acerca de la iglesia. En lugar de ello, tendríamos
una visión más elevada de la iglesia que la que tenemos actualmente. Sí, la
iglesia militante está llena de arrugas. Pero la iglesia es la esposa de Cristo
(Ef 5:25-33; Ap 19:6-9). Imagina cuán atrevido sería que alguien criticara
abiertamente y se quejara contra la esposa de uno de tus mejores amigos.
¡Impensable! ¿Por qué entonces nos tomamos la libertad de quejarnos
contra la novia de Cristo? Quizá olvidamos las implicaciones de nuestra
identidad.
Tercero, la iglesia tiene una enorme deuda de gratitud con el Señor
(Ro 8:12). Nuestra obligación, no solo como individuos, sino como
miembros del cuerpo de Cristo que trabajamos juntos, es hacer todo lo que
podamos para glorificarlo a él. Este apremiante sentido de gratitud debería
impedirnos descuidar la participación en las oportunidades de servicio
dentro del cuerpo local.
La gloriosa realidad de que la iglesia pertenece a Jesucristo tiene
estrecha relación con el siguiente principio que describe la identidad de la
iglesia.

Cristo es la Cabeza de la iglesia


El Señor Jesucristo compró la iglesia en su calidad de “único mediador
entre Dios y los hombres” (1Ti 2:5); por consiguiente, él es la “cabeza de
la iglesia” (Ef 5:23; Col 1:18). La palabra “cabeza” (kephalē), usada en
sentido figurado, se refiere a una posición de autoridad 6. La cabeza sobre
nuestro cuerpo es la autoridad del resto del cuerpo. Las decisiones van
desde la cabeza al cuerpo; nunca al revés —al menos no deberían—.
Podría darse por sentado que cada iglesia concuerda en que Cristo es la
cabeza de la iglesia. Pero la realidad es que algunas iglesias prácticamente
le atribuyen la autoridad de la iglesia visible a un prelado humano, ya sea
el papa, un pastor, o una junta. Es por esto que las iglesias reformadas
confesaron con tanta fuerza que Jesús era la cabeza de la iglesia, no el
papa. Al inicio de la era de la Reforma, una de las primeras confesiones de
13
fe fue “Las diez tesis de Berna” (1528), que comenzaba con esta
declaración: “La santa iglesia católica, cuya única cabeza es Cristo, ha
nacido de la Palabra de Dios, mora en ella, y no oye la voz del extraño”
(art. 1)7. En la cumbre del movimiento de la Reforma se elaboró la
Confesión de Fe de Westminster, que en su versión original decía: “No
hay otra cabeza de la Iglesia sino el Señor Jesucristo; ni puede en ningún
sentido el Papa de Roma ser cabeza de ella, sino que es el Anticristo, el
hombre de pecado, e hijo de perdición, que se exalta a sí mismo, en la
Iglesia, contra Cristo y todo lo que se llama Dios” (CFW, 25:6).
Que Cristo sea la cabeza implica al menos dos cosas importantes.
Primero, dado que Cristo es la cabeza de la iglesia, él administra “como
cabeza de todo a la iglesia” (Ef 1:22), y lo hace “para alabanza
de su gloria” (Ef 1:12). En otras palabras, la iglesia no existe
primordialmente para nosotros sino para él: “Para ser en todo el primero”
(Col 1:18). ¿Qué tal ese encuentro con la realidad para los pastores,
ancianos, diáconos, y todos los miembros de la iglesia? Como humanos,
todos queremos ser felices; pero la enseñanza de Pablo implica que no
deberíamos esperar que la iglesia exista para hacernos felices. Para usar
lenguaje de ajedrez, nosotros somos los peones del Señor. Es
decir, existimos para promover su propósito. La frustración que sentimos a
veces con nuestra iglesia puede deberse a que tenemos expectativas no
razonables de ella, y a veces nuestra falta de compromiso con ella. En un
nivel personal, esto significa que tú y yo no podemos considerarnos
miembros de Cristo si rehusamos someternos a su administración de todas
las cosas (Ef 1:23).
Segundo, puesto que Cristo es la cabeza de la iglesia, él también
provee para el cuerpo. Nuestra mente fue configurada con una tendencia
innata a la autopreservación, la cual solo evadimos en circunstancias
severas. Asimismo, Cristo, como nuestra cabeza, es nuestro Salvador,
nuestro protector y proveedor (Ef 5:24). Una de las formas en que él
provee para su pueblo y lo protege es a través de la iglesia. Si es cierto que
la iglesia no se trata primordialmente de nosotros, también es cierto que:
Uno de los grandes dones de Dios para el cristiano es la iglesia. La iglesia
es para nosotros, porque Dios también es para nosotros. La adoración, si
bien en última instancia es para Dios, tiene como propósito nuestra
edificación; es decir, la edificación de los creyentes, no un eco inmediato
en los incrédulos (aunque queremos que nuestros servicios sean
comprensibles para ellos también). Otro asunto igualmente importante son
nuestros deberes mutuos. La iglesia debería ser un lugar donde cada uno
lleva las cargas del otro, donde suplimos las necesidades materiales,
expresamos consuelo, demostramos preocupación, ejercemos la
14
hospitalidad, intercambiamos saludos, brindamos aliento, administramos la
reprensión, recibimos perdón; es básicamente la fe operando por amor.
¿No es acaso el amor mutuo la marca distintiva de la comunidad cristiana?
8

¿De qué manera la identidad de la iglesia en Cristo aborda la triste


opinión que muchos tienen hoy de la iglesia? Pablo se refiere a la
iglesia como “la plenitud de aquel que lo llena todo por completo” (Ef
1:23). La aseveración de que Cristo es la cabeza de la iglesia es la cosa
más honorable que podemos decir acerca de la iglesia en general, y acerca
de nuestras congregaciones locales. No somos grandiosos por quienes
somos o por la cantidad de programas que tenemos, sino por quien es
nuestra cabeza.

La unidad de la iglesia
Como ya se ha sugerido, nuestra identidad en Cristo tiene profundas
implicaciones para la unidad dentro de una iglesia y la unidad de la iglesia
en general. Esta identidad “vertical” de unión con Cristo forma e informa
nuestra identidad “horizontal” en comunión con otros creyentes. Nuestra
unión con Cristo significa que ya tenemos una unidad espiritual en Cristo
con otros cristianos; y como iglesias, con otras iglesias. Como veremos
más adelante, esto tiene un vínculo significativo con la manera en que las
congregaciones se relacionan entre sí (capítulos 4-5) porque la
ecumenicidad habla primordialmente de nuestra identidad en Jesucristo.
En otras palabras, una iglesia es iglesia debido a su unidad en Cristo y
su Palabra. En contraste con la Iglesia católica romana, la identidad no se
encuentra meramente en una estructura organizacional. Asimismo, un
cristiano no es simplemente alguien que pertenece a la iglesia correcta.
Más adelante abordaremos la enseñanza bíblica sobre la manera en que las
iglesias deberían unirse en el aspecto organizacional. Pero la identidad de
la iglesia es fundamentalmente una unidad espiritual en Cristo y en las
Escrituras9.
La iglesia es “una santa congregación de los verdaderos creyentes en
Cristo, quienes toda su salvación la esperan en Jesucristo, siendo lavados
por su sangre, y santificados y sellados por el Espíritu Santo” (CB,
art. 27)10. Este es el punto de Mateo 16. Inmediatamente después de que
Pedro confesó que Jesús era “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt
16:16), Jesús respondió diciendo que el nombre de Simón era Pedro
(petros), y que sobre “esta roca” (petra), es decir, su confesión de Cristo,
Jesús edificaría su iglesia (Mt 16:18)11. Sin un sólido fundamento en
Jesucristo, no hay iglesia, y tampoco hay unidad entre los creyentes. Si
tratamos de unirnos sobre la base de intereses comunes, amistades
15
personales, estatus socioeconómico, grupo racial, o incluso una misión
conjunta, corremos el riesgo de perder el derecho a llamarnos “iglesia”. La
iglesia está unificada en Cristo porque la iglesia deriva su identidad de su
unión con Cristo (Ef 2:20).
Las Santas Escrituras nos exponen esta identidad y unidad. Llegamos
a saber quiénes somos y cómo deberíamos vivir sobre la base de la
autoridad de las palabras de Dios registradas en el Antiguo y el Nuevo
Testamento. Una iglesia no puede ser iglesia si no recibe las Escrituras
como una autoridad absoluta. En 1 Timoteo 3:14-16, Pablo hace la
observación de que la iglesia, que es “columna y fundamento de la
verdad”, comprende cómo debe conducirse como tal solo a partir de lo que
Pablo les escribió, en otras palabras, a partir de la sagrada Escritura. Por lo
tanto, nuestro estudio de la Escritura nunca debería ser solamente para
fines privados. La Escritura transforma constantemente nuestro sentido de
lo que somos como iglesia y de “cómo hay que portarse en la casa de
Dios” (1Ti 3:15).
Dennis Johnson ilustra este punto a partir del libro de Hechos. Él hace
una simple pregunta: “¿Quién necesita el libro de Hechos?”. Y responde
describiendo un escenario que puede ser algo similar al nuestro:
Las iglesias se quedan dormidas. Los grupos pequeños se enfocan en sí
mismos. Los estudios bíblicos y las clases de escuela dominical siguen
rumbos predecibles y trillados. La adoración se vuelve rutinaria. El
testimonio se vuelve una labor de especialistas […]. Cuando la
familiaridad produce conformismo y complacencia, cuando el buen orden
se petrif ica en una regularidad rígida, entonces la gente que ama a Jesús
siente que algo anda mal. Ellos saben que no siempre fue así, y se vuelven
al Libro para ver una vez más qué es realmente normal para la iglesia de
Cristo. En especial cuando flaquea nuestro entusiasmo y nuestro enfoque
se nubla, necesitamos escuchar el relato [de la Escritura] de los hechos del
Espíritu y las palabras del Espíritu12.
Cuando vemos imágenes ejemplares de la iglesia en la Escritura que
no tienen paralelo en nuestra congregación, nos arrepentimos de nuestros
pecados y hablamos humildemente de nuestras falencias y de lo que
podríamos hacer para restaurar nuestra identidad bíblica con la ayuda de
Dios.
La idea de un cuerpo universal de Cristo pone los pies en la tierra, por
así decirlo, en las congregaciones locales. Esto significa que necesitamos
aprender a vivir una vida ordenada juntos. Como iglesia necesitamos
líderes que nos guíen en esta tarea. Necesitamos determinar cómo
relacionarnos con las demás congregaciones. Necesitamos determinar qué
16
debemos hacer exactamente como iglesia. Pero cualquier discusión acerca
de la autoridad, ecumenicidad, y actividad de la iglesia debe comenzar por
comprender su identidad con relación a Jesucristo. Las verdaderas iglesias,
como los verdaderos creyentes, están arraigadas en Cristo, quien se revela
en su Palabra, y no se arraigan en nuestras preferencias, necesidades, o
conveniencia.

Preguntas
¿Por qué deberíamos siquiera preocuparnos de discutir y estudiar la
iglesia y su gobierno? ¿No es tan solo un asunto “secundario”?
¿Por qué es importante nuestra comprensión de la estructura y la
organización bíblica de la iglesia?
¿Qué es un eclesianismo sin Cristo? ¿Qué es un cristianismo sin
iglesia? ¿Cómo se pueden evitar ambas posturas?
¿Puedes describir una ocasión en que hayas tenido expectativas poco
realistas y egoístas de una iglesia local?
¿De qué manera la iglesia es un don de Dios?
Sin hacer una crítica destructiva, ¿puedes identificar formas en que la
Escritura podría desafiar el ordenamiento de la iglesia a la que perteneces?

Lectura sugerida
Sean Michael Lucas, What is Church Government? (Phillipsburg, NJ:
P&R Publishing, 2009).
Philip Ryken, City on a Hill: Reclaiming the Biblical Pattern for the
Church in the 21st Century (Chicago: Moody Publishers, 2003).
J. L. Schaver, The Polity of the Churches, Volume 1: Concerns All the
Churches of Christendom (Chicago: Church Polity Press, 1947), 65–
77.
Guy Prentiss Waters, How Jesus Runs the Church (Phillipsburg, NJ: P&R
Publishing, 2011).

17
PARTE DOS

AUTORIDAD

18
CAPÍTULO DOS

No por preferencia humana sino


por revelación divina
El Presidente de Estados Unidos es el Comandante en Jefe de todas
las fuerzas armadas del país. No obstante, él reside seguro en Washington
D. C. Las verdaderas fuerzas armadas que defienden dicho país están en
tierra, aire y mar. ¿Pero cómo saben qué hacer realmente los “soldados en
terreno”? Aquí es donde entra en juego la cadena de mando de los
oficiales. Las fuerzas armadas son una organización disciplinada desde la
cabeza a los pies, llena de manuales, protocolos y reglas.
Sobre la iglesia está Jesucristo, quien tiene supremacía absoluta. Lo
vimos en el capítulo 1. ¿Pero cómo ejerce Cristo su autoridad entre las
personas de su iglesia? Al interior de su iglesia, él encarga el liderazgo a
“hombres fieles” (2Ti 2:2) que actúan como subpastores del “Pastor
supremo” (1P 5:1-4). Esto es lo que veremos en esta sección del libro.
La pregunta con la que debemos comenzar es: ¿cómo saben estos
líderes de la iglesia cómo gobernar fielmente al pueblo de la iglesia bajo el
señorío de Cristo, la cabeza? Esta pregunta es especialmente importante en
culturas igualitarias como la nuestra, en la que eliminamos todas las
distinciones entre las personas y afirmamos que “todos los hombres son
creados iguales”. En este capítulo, entonces, pasamos de pensar acerca de
Cristo como cabeza de la iglesia a reflexionar sobre su gobierno en la
iglesia por medio de hombres que actúan como funcionarios u oficiales, es
decir, aquellos a quienes Cristo ha encargado su autoridad para que lo
representen y para que sirvan en su nombre 1. Y esta cadena de mando
19
desde Cristo a los cristianos está expresada en las santas Escrituras. El
principio básico de este capítulo es que, dado que Cristo es la Cabeza de la
iglesia, esta no debe ser gobernada sobre la base de la preferencia humana
sino de la revelación divina.

El alcance de la revelación
Los principios del gobierno de la iglesia han sido —y aún son—
fuertemente debatidos. El teólogo cristiano reformado del siglo XX, Louis
Berkhof (1873-1957), al comentar sobre este tema explicó que “las iglesias
reformadas no sostienen que su sistema de gobierno de la iglesia esté
determinado en cada detalle por la Palabra de Dios, pero sí afirman que
sus principios fundamentales se derivan directamente de la Escritura”. Él
continúa explicando que muchos de los “detalles [del gobierno reformado]
se determinan según la conveniencia y la sabiduría humana” 2.
Los principios que gobiernan la iglesia nos han sido revelados por Dios
explícitamente en su Palabra en mandamientos y ejemplos apostólicos;
los detalles acerca de cómo se materializan esos principios en la
congregación local o incluso al interior de una federación de iglesias son
aplicaciones de dichos principios. Es por esto que la Confesión Belga
(1561) declara que “los que rigen las iglesias deben ver que es bueno y útil
que instituyan y confirmen entre sí cierta ordenanza tendente a la
conservación del cuerpo de la Iglesia”, pero a la vez “deben cuidar de no
desviarse de lo que Cristo, nuestro único Maestro, ha ordenado” (CB, art.
32; cf. CB, art. 7)3. En otras palabras, la Biblia no explica cada detalle de
la vida de la iglesia; por lo tanto, los líderes de las iglesias deben dar
cuerpo a estos principios de la Palabra para la edificación del pueblo.

Tipos de autoridad
Si se entiende y se implementa adecuadamente, este principio puede
ayudar a las congregaciones a contar con un liderazgo bíblicamente
alejado del autoritarismo, por un lado, y de la arbitrariedad, por otro.
Dicho de otro modo, la autoridad del Dios trino en la iglesia es tanto
restrictiva como liberadora. Es restrictiva en el sentido de que no tenemos
justificación para introducir principios de gobierno en la iglesia que Cristo
no haya establecido en su Palabra. Esta es una advertencia contra un
enfoque déspota del ministerio de la iglesia. Es liberadora en el sentido de
que, aun cuando personalmente no nos guste la manera en que “hacemos
iglesia”, si nuestras formas se basan en principios bíblicos, podemos
confiar en lo que estamos haciendo. Por otra parte, somos libres para
oponernos a los principios de la iglesia que contradicen la Escritura.
Ningún cristiano puede ser obligado a transgredir un principio de la
Escritura (Hch 5:29; Is 8:20).
20
Este principio cuestiona a aquellos que afirman que la iglesia debería
gobernarse sobre la base del consenso o la opinión popular. El gobierno
por opinión popular puede tomar dos formas distintas. Puede basarse en las
opiniones del pasado (tradicionalismo) o las tradiciones del presente
(democracia). Sin duda, la tradición sí tiene un espacio para ayudarnos a
entender la manera en que otros cristianos han comprendido la revelación
divina. La tradición también puede tener un efecto estabilizador sobre la
iglesia, pues previene el caos que puede resultar de los cambios rápidos
que la Escritura no exige. No obstante, la letanía “siempre se ha hecho así”
debería ser examinada siempre por la Palabra.
Una tentación igualmente apremiante es que las iglesias establezcan
principios basados en lo que la mayoría de las personas piensan que es
preferible. Pero el gobierno puramente democrático también es contrario a
la Escritura: “En aquella época no había rey en Israel; cada uno hacía lo
que le parecía mejor” ( Jue 21:25). Incluso la “sabiduría” colectiva sigue
siendo un gobierno basado en la sabiduría humana.
En la Gran Comisión, Jesucristo pone en claro que toda autoridad en
la iglesia es suya (Mt 28:18-20). Cristo dijo esas palabras a los once
discípulos, aquellos líderes humanos de la iglesia. Eran hombres buenos y
piadosos, pero también eran tendenciosos. Estaban propensos a la
parcialidad y el descuido. Basta con pensar en los discípulos de Jesús que
creían que podían beber la copa del sufrimiento de Jesús (Mt 20:20-28), o
el otro discípulo que perdió los estribos por defender a Jesús y le cortó la
oreja a un centurión (Mt 26:51). Por estos motivos, al asumir ellos el
liderazgo en lugar de la presencia física del Señor, Jesús les recordó que la
autoridad en la iglesia era de él. Él ha decidido que la iglesia será un
organismo que va a discipular, bautizar y enseñar. Él además
decide qué enseña la iglesia, a saber, “todo lo que les he mandado” (Mt
28:20). Es Cristo quien gobierna la iglesia, no los hombres; ni los
miembros, ni los ministros, sino Cristo. Él ha revelado divinamente la
forma en que la iglesia debe ser gobernada.
Si la iglesia ha de apoyarse en la revelación divina antes que en la
preferencia y la sabiduría humanas para establecerse, es necesario
responder la pregunta “¿qué significa revelación divina?”. Significa que la
Escritura no es simplemente el lugar donde Cristo describe las formas más
propicias de vida y adoración de la iglesia. Más bien es el medio por el
cual Cristo ejerce su autoridad4. ¡No es una equivocación que la Palabra de
Dios sea descrita como una espada (Heb 4:12)! Pablo hace la misma
observación en Colosenses 1:18: “Él es la cabeza del cuerpo, que es la
iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en
todo el primero”. La palabra “primero” (prōteuōn) significa “primer
21
lugar”. Cristo y su Palabra deben ocupar el primer lugar en todas las cosas,
especialmente en la iglesia sobre la cual él es cabeza. En cada situación
donde la revelación de Cristo compita con la preferencia humana, Cristo
debe ocupar el primer lugar. Por lo tanto, la marca más reveladora de una
verdadera iglesia es un compromiso de procurar que haya “una conducta
de acuerdo a la Palabra pura de Dios, desechando todo lo que se opone a
ella, teniendo a Jesucristo por la única Cabeza” (CB, art. 29)5.
En lo que respecta a la forma de gobernar la iglesia, siempre habrá
tensión entre la revelación divina y la preferencia humana. A modo de
transición al próximo capítulo donde abordaremos la manera en que la
iglesia es conducida por pastores, ancianos y diáconos, queremos analizar
la forma en que la preferencia humana ha impactado el liderazgo de la
iglesia.

Liderazgo bíblico
El primer ejemplo tiene que ver con el liderazgo a través de ancianos.
Desde fines del siglo XIX, en muchas iglesias estadounidenses se ha
dejado de lado el modelo de liderazgo de los ancianos. Mark Dever afirma
que los modelos de liderazgo alternativos han prevalecido a pesar de que el
modelo de liderazgo “constante” en el Nuevo Testamento es el de una
pluralidad de ancianos6. Uno de estos ejemplos es el modelo de gobierno
eclesiástico “Moisés” de las iglesias Capilla Calvario. Se hace un paralelo
entre la teocracia del Antiguo Testamento y la iglesia. Dios estaba en la
cima, ahora está Jesús; Moisés estaba sometido a Dios, ahora el pastor está
sometido a Dios; los jueces y sacerdotes servían sujetos a Moisés, ahora
los ancianos, diáconos, directorios, y pastores asistentes están sujetos a los
pastores; entonces existía Israel, y ahora existe la iglesia7.
El testimonio “constante” a favor de los ancianos en el gobierno de la
iglesia no siempre está claro debido al hecho de que se usan varios
términos de manera intercambiable para referirse al cuerpo gobernante de
la iglesia: anciano, obispo (o supervisor), y administrador (Tit 1:5-9). El
hecho de que a esta función se le den tres títulos es simplemente la forma
en que Dios nos enseña acerca de las distintas facetas de la función de
liderazgo de la iglesia. De manera similar, a una madre se le puede llamar
“ama de casa”, “cuidadora”, o “tutora”, pero sigue siendo una madre. Cada
uno de los títulos nos muestra parte de su llamado general. Asimismo, aquí
los líderes de la iglesia reciben tres títulos (y en otros lugares, otros) para
mostrarnos la variedad de su llamado.

Anciano
22
El concepto de anciano no es nuevo para el Nuevo Testamento sino que
está tomado del Antiguo Testamento8. Especialmente alrededor de la
época de Moisés y el éxodo vemos que se emplean ancianos para ayudar a
gobernar al pueblo y asistir en la adoración a Dios (Éx 3:16- 18). Más
tarde, mientras vagaban por el desierto, aconsejado por Jetro, Moisés
seleccionó a setenta ancianos para que le ayudaran a gobernar al pueblo
(Éx 18; 24:1). Se menciona a los ancianos durante el tiempo de los jueces (
Jue 21:16, Rut 4:2) así como durante la monarquía (1R 8:1). Más tarde,
durante el exilio, los ancianos fueron las cuerdas que mantuvieron unida la
sociedad mediante su involucramiento en las sinagogas (Esd 6:7).
Finalmente, leemos acerca de los ancianos de Israel en el Nuevo
Testamento. Con muchos vestigios del Antiguo Testamento, estos
ancianos conformaban el Sanedrín judío que gobernaba en el ámbito
religioso y social, y a veces incluso político. A través del libro de Hechos,
“ancianos” se refiere a los ancianos de Israel hasta el capítulo 11, donde
Lucas registra que los cristianos enviaron sus donaciones a los ancianos
por manos de Bernabé y Saulo (Hch 11:30). Lucas ni siquiera se molesta
en explicar el término. Él da por sentado que así como en la iglesia del
Antiguo Testamento había ancianos, así también hay ancianos en la iglesia
del Nuevo Testamento.
El término “anciano” originalmente se refería a la edad del líder. Con
el tiempo, comenzó a denotar un estatus más que la edad. Así como los
hombres mayores merecen respeto debido a su edad, así también los
funcionarios de la iglesia merecen respeto debido a su sabiduría y
experiencia, y además porque Dios los ha designado como el cuerpo de la
iglesia que organiza y toma decisiones (1Ti 5:17).

Supervisor
Los ancianos también son designados como supervisores (palabra
traducida como “obispos” en versiones como Reina Valera y Nueva
Versión Internacional). El deber de un supervisor está bien ilustrado en
Hechos 20, que habla indistintamente de ancianos y obispos (Hch 20:17,
28), cuya tarea era velar por la iglesia (Hch 20:28-31). En Hechos 20:28,
también se llama a los obispos a alimentar o pastorear el rebaño. Un pastor
asume la responsabilidad del bienestar del rebaño. Con ese fin, el pastor
examina en el horizonte los peligros que acechan, identifica y cura las
heridas de las ovejas, y las lleva a verdes pastos. Cristo es el Pastor y
Supervisor de nuestras almas. Él es el gran Obispo (1P 2:25). Pero Dios,
en su infinita sabiduría, ha delegado la supervisión de la iglesia en la tierra
a sus ministros. El obispo actúa en lugar de Cristo. Los ancianos y pastores
han sido llamados por Dios para supervisar el rebaño. Esto es algo que no
siempre se aprecia en nuestro tiempo. No nos gusta que otros nos
23
supervisen. Sin duda que este es el motivo por el que muchas iglesias hoy
no tienen ancianos. Pero Dios ha dado supervisores, obispos, para nuestro
bien. Ellos deben vigilar los peligros doctrinales, prácticos y sociales, y
usar los medios dados por Dios para protegernos de ellos.
Debemos decir algo acerca de la relación (o la ausencia de ella) entre
la concepción bíblica de un obispo y el concepto que la Iglesia romana
tiene de un obispo. En la Iglesia romana, “obispo” es un título que se da a
un hombre que está a cargo de una cantidad de sacerdotes y que está sujeto
al Papa. Pero en la Biblia no hay nada que justifique una concepción
jerárquica del liderazgo de la iglesia. En Hechos 20:28 observamos que
hay varios obispos en la misma congregación sin una distinción visible. En
la Biblia, los obispos eran hombres piadosos, llamados por Dios a través
de la iglesia local para gobernar la iglesia local; nada más y nada menos.

Administrador
También se describe a los ancianos como “administradores” (Tit
1:7; oikonomon). Esto significa literalmente que son mayordomos de una
casa. El concepto bíblico de administrador se describe en Lucas 12:37-48.
El mayordomo vigila su casa y la protege de asaltos. Está llamado a ser
vigilante, fiel y sabio. Pero en 12:43 este administrador es llamado siervo:
“El mayordomo del Nuevo Testamento es un mayordomo de entre los
esclavos, quien está sobre toda la casa y a veces sobre toda la propiedad de
su amo”9. El mayordomo, el administrador de la casa, también tiene un
Señor (12:43). El gerente de una empresa está por debajo del dueño de la
empresa. Dios es el Señor de su iglesia. Pero ha designado mayordomos —
administradores— para que gobiernen su iglesia en su ausencia terrenal.
¿Qué aprendemos de los líderes de la iglesia en virtud de su rol como
administradores o regentes de la casa? Ellos son meramente los custodios
de los misterios de Dios (1Co 4:1). En Corinto, algunas personas se
jactaban de su ministro. Pablo les recuerda que ellos son meros
administradores en un puesto de servicio, no para promover su propia
gloria. Como dijo un escritor: “Los ministros no representan a la iglesia,
sino a Cristo, tal como en una monarquía los funcionarios representan al
monarca”10. La iglesia no es una democracia. Es una monarquía
representativa. Dios es el monarca, y él, a través de la iglesia, escoge
líderes que lo representen. Juan Calvino (1509-1564) señaló que “Dios ha
determinado […] gobernar su iglesia por el ministerio de los hombres, y en
efecto, frecuentemente elige a los ministros de la Palabra de entre la
escoria más baja del pueblo”. No obstante, “el testimonio de nuestra
24
salvación, cuando se nos entrega por medio de hombres enviados por Dios,
no merece menos crédito que si su voz hubiera resonado desde el cielo” 11.
El gobierno mediante hombres caídos nos enseña la condescendencia de
Dios. Él se encuentra con su pueblo y se comunica con ellos a través de
personas como nosotros. Esto también nos enseña humildad y promueve la
verdadera fe y la piedad. Alguien podría decir: “Yo creería en Cristo y me
sometería a él si viniera y me hablara personalmente”. Pero Dios escoge
edificarnos de una forma que desafía nuestra fe.
Este breve análisis de los ancianos como el plan de Dios para el
liderazgo de la iglesia deberia cuestionar la afirmación que hacen algunos
evangélicos de orientación calvinista: que un modelo presbiteriano
(gobierno de ancianos) meramente sigue el patrón de12 la organización
secular.

Género
Otro ejemplo de la manera en que la preferencia humana puede competir
con el plan de Dios para el liderazgo de la iglesia es la continua pregunta
de si Dios ha llamado o no solo a hombres para estar en los cargos
oficiales de liderazgo en la iglesia. A pesar de la prácticamente
incontestable interpretación de que Hechos 6:3, 1 Timoteo 3:2, 12 y Tito
1:6 restringen estos oficios a los hombres, está cada vez más extendido el
supuesto de que las mujeres también deberían ser líderes en la iglesia. No
es coincidencia que los llamados a que la mujer fuera admitida en todos
los niveles del liderazgo cristiano en las denominaciones reformadas
históricas de Estados Unidos siguieran muy de cerca las tumultuosas
agitaciones sociales de la década de 1960.
Todo esto no implica que en la iglesia no haya cabida para la
preferencia humana (color de la alfombra, tamaño del púlpito, etc.). Tim
Keller ha argumentado acertadamente que debemos tener cuidado de no
confundir la revelación divina con las preferencias humanas 13. A veces
aquello que afirmamos que es una revelación divina no es más que una
preferencia personal, o son convicciones respecto a las consecuencias
inferidas de las declaraciones de la Escritura. Pero allí donde Dios ha dado
instrucciones, su Palabra es para nosotros una orden. La iglesia es la
posesión de Cristo. Cristo es la cabeza de la iglesia. Debido a esta relación,
nosotros no podemos determinar quiénes somos o cómo operamos como
iglesia. Esta prerrogativa le pertenece a Dios, quien debe revelárnoslo. A
25
Dios gracias, Cristo ha hablado y lo que él reveló oralmente fue registrado
en palabras, y nos dice de qué manera precisamente cuidará de su iglesia.

Preguntas
¿Por qué siempre habrá conflicto entre la revelación divina y la
preferencia humana?
¿Por qué es importante distinguir claramente entre revelación divina y
preferencia humana?
¿De qué maneras la Escritura rige el gobierno de la iglesia?
¿Qué relación existe entre la Gran Comisión y el gobierno de la
iglesia?
¿Por qué el Nuevo Testamento no ofrece un argumento extenso para
demostrar que la iglesia debería ser gobernada por ancianos, o más
específicamente, ancianos varones?
¿De qué manera el rol de un líder de la iglesia como supervisor podría
causar el rechazo de los cristianos occidentales?

Lectura sugerida
Daniel R. Hyde, “Rulers and Servants: The Nature of and Qualifications
for the Offices of Elder and Deacon”, en Called to Serve: Essays for
Elders and Deacons, ed. Michael G. Brown (Grandville: Reformed
Fellowship, 2007), 1–16.
D. Martyn Lloyd-Jones, Authority (Edimburgo: The Banner of Truth,
1997).
Herman Ridderbos, Studies in Scripture and its Authority (Grand Rapids:
Eerdmans Publishing Co., 1978).

26
CAPÍTULO TRES

Cristo ministra a través de los líderes


El servicio del Día del Señor y la comunión posterior fueron
especialmente amenos. Había un “murmullo” de entusiasmo por el
evangelio, como también alegría por varios adoradores nuevos. En una de
las nuevas familias, parecía que todos habían disfrutado del servicio,
excepto el esposo. Tenía aspecto de superhéroe; sin duda era un marine. Al
hablar con la familia, la esposa preguntó acerca de la membresía, pues
acababan de mudarse desde un anterior despliegue del esposo y desde otra
iglesia, y querían establecerse. Yo pregunté de dónde venían y la esposa
mencionó la ciudad y la iglesia donde ella era miembro. Como tenía
curiosidad de escuchar al esposo, le pregunté: “¿Usted es miembro de la
misma iglesia?”. “Yo no creo en la membresía en la iglesia”, respondió.
Tras eso vino una larga conversación que no llegó a ningún lado. Yo
concluí la plática con un desafío para él: “Usted es cristiano, pero no
pertenece a una iglesia local de Jesucristo; usted es un marine, ¿significa
entonces que pertenece a los marines invisibles?”.
El concepto de autoridad es extremadamente importante,
especialmente en la época y el lugar en que vivimos. En parte debido a los
ideales democráticos de Occidente, y en parte debido a la
independencia real y percibida que nos consigue nuestra riqueza, vivimos
27
en una era que se resiste a las intromisiones externas en nuestra vida.
Tenemos una política tácita de “no preguntes ni digas” en nuestra iglesia
visible: “A nadie le incumbe preguntarme acerca de mi caminar con Dios y
ciertamente a nadie le incumbe decirme qué hacer al respecto”. Sin duda
habrás escuchado algo así. ¡Puede que incluso lo hayas dicho!
Por supuesto, los sentimientos antiautoritarios no tienen nada de
moderno. Este es el antiguo error: “¿Así que Dios les ha dicho…?” (Gn
3:1, RVC). Más adelante, casi inmediatamente después de que el Señor
eligiera a Moisés para sacar a su pueblo de Egipto, uno de los israelitas lo
cuestionó diciendo: “¿Y quién te nombró a ti gobernante y juez sobre
nosotros?” (Hch 7:27). Sorprendentemente, solo algunos versos más
adelante en el relato de Lucas sobre esta historia del Antiguo Testamento
leemos: “A este mismo Moisés, a quien habían rechazado diciéndole: ’¿Y
quién te nombró gobernante y juez?’, Dios lo envió para ser gobernante y
libertador, mediante el poder del ángel que se le apareció en la zarza” (Hch
7:35). Uno de los más significativos líderes de Israel divinamente
designados fue original y reiteradamente rechazado por su propio pueblo.
¿Es de extrañar, entonces, que cuando el Señor mismo vino del cielo a la
tierra, dice Juan, “vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron”?
(Jn 1:11).
La misma lucha de poder existe hoy en tu corazón y el mío, aun
después de que nos hemos sometido al señorío de Jesucristo. Todos
tenemos un pecaminoso deseo de ser autónomos. Pero en respuesta a esa
antigua objeción, “¿quién te nombró gobernante sobre nosotros?”,
Jesucristo ha dado una respuesta en su Palabra: él gobierna y guía su
iglesia por medio de los líderes que él escoge.
Más adelante veremos precisamente cómo es que Cristo cuida de su
iglesia por medio de los líderes. De momento, queremos enfocarnos en la
idea de que aquellos que la iglesia escoge como sus líderes fueron
designados por Jesús mismo para que lo representen. Esto es de suma
importancia. Los pastores, ancianos, y diáconos no son empleados de la
iglesia ni funcionarios elegidos para llevar a cabo la voluntad de la iglesia.
Ellos son funcionarios de Dios elegidos por él para cuidar de la iglesia.

¿Dios realmente escoge líderes?


Una forma de demostrar que los líderes de la iglesia son instrumentos
escogidos por Dios es observar lo que dice Pablo acerca de los líderes
terrenales en general en Romanos 13:1-7. El hecho de que estos versos
fueran escritos explícitamente acerca de las autoridades civiles no puede
servir de objeción para su aplicación en la iglesia, debido al abarcador
28
alcance de las palabras empleadas. En el verso 1, Pablo dice:
“Todos (griego pasa) deben someterse a las autoridades públicas,
pues no hay autoridad que Dios no haya dispuesto, así que las que existen
fueron establecidas por él” (Ro 13:1, énfasis añadido). Si entendemos la
soberanía de Dios como la presenta la Biblia, podemos decir que cada
autoridad de gobierno, desde el presidente, y el pastor, hasta los padres, ha
sido escogida por Dios para ese cargo. Como dice Pablo, las autoridades
de gobierno en realidad están “al servicio de Dios” o son ministros de Dios
(Ro 13:4; diakonos).
Más específicamente, Dios escoge funcionarios para su iglesia por
medio de la obra de su Palabra y su Espíritu en la iglesia. La Confesión
Belga bosqueja el procedimiento bíblico para llamar a un hombre a un
cargo diciendo que “deben ser elegidos para su oficio por elección de la
iglesia, bajo la invocación del nombre de Dios y con buen orden según
enseña la Palabra de Dios” (CB, art. 31)1.
 
En su Palabra Dios proporciona criterios específicos, fuera de los
cuales nadie debería ser llamado a un cargo (Éx 18:21; 1Ti 3). Los
ministros de la iglesia, a través de la dirección del Espíritu y el mandato
escritural, apartan a otros hombres para ocupar un puesto en la iglesia. Si
bien los funcionarios de una congregación deben tomar las decisiones
definitivas en lo que respecta al cuidado espiritual de su pueblo (Tit 1:5),
también deben tener en consideración la opinión de la congregación (Hch
6:2-3). Estos líderes son elegidos por la congregación, tal como indican el
Antiguo Testamento (Éx 18; Lv 8:4-6; Nm 20:26-27; Dt 1:13-15) y el
Nuevo (Hch 1:12ss; 6:3, 5, 6; 2Co 8:19). Como relata Hechos 14:23, los
ancianos de Listra, Derbe, Iconio y Antioquía fueron “elegidos a mano
alzada” (griego cheirotoneō)2. Estos líderes luego son ordenados y
asignados mediante la imposición de manos y la oración (Hch 6:6; 13:1-3;
1Ti 4:14; 2Ti 1:6). El resultado final es que Dios escoge ministros por
medio de su iglesia: “Él mismo constituyó a unos […] pastores y
maestros” (Ef 4:11, 12; cf. 2Co 5:20). La fórmula para la ordenación
ministerial en las iglesias en las que servimos exhorta a la congregación a
“someterse a aquellos a quienes Dios ha puesto sobre ustedes, pues ellos
cuidan de ustedes como quienes tendrán que dar cuenta” 3. Nuestra fórmula
para la Ordenación de Ancianos y Diáconos también pregunta a los
ordenados: “¿Sienten en su corazón, tanto ancianos como diáconos, que
han sido legítimamente llamados por la iglesia de Dios, y en consecuencia
por Dios mismo, a estos sus respectivos oficios?” (énfasis añadido)4.

29
¿Quiénes son los líderes que Dios
escoge?
El Nuevo Testamento dice que la iglesia es gobernada por funcionarios, a
saber, ministros o pastores, ancianos, y diáconos (1Ti 3; cf. CB, art. 30).
Ancianos y pastores juntos son los medios de Dios para administrar,
supervisar, pastorear y aconsejar la iglesia de Dios: “Los pastores
establecen el programa y clarifican la visión para cada aspecto del
ministerio de una iglesia”5. Es de suma importancia comprender la relación
entre pastores y ancianos. Al contrario de la práctica de algunas iglesias,
los pastores no están por debajo de los ancianos. De hecho, el pastor, o
anciano docente, se menciona en 1 Timoteo 5:17 como merecedor de un
honor diferente entre los ancianos. Un pastor es un anciano, pero su
llamado es lo suficientemente distinto como para justificar un oficio
diferente en aras de la claridad6. Tampoco el pastor debería dominar sobre
los demás ancianos, quienes forman parte del rebaño que él pastorea, como
dice Pedro:
A los ancianos que están entre ustedes, yo, que soy anciano como ellos,
testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe con ellos de la gloria que
se ha de revelar, les ruego esto: cuiden como pastores el rebaño de Dios
que está a su cargo, no por obligación ni por ambición de dinero, sino con
afán de servir, como Dios quiere. No sean tiranos con los que están a su
cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño (1P 5:1-3).
Cuando Pedro se dirige a los ancianos (presbyterous), a continuación
se refiere a sí mismo como un “anciano como ellos” (sympresbyteros), una
palabra única de Pedro en la literatura griega. Al denominarse de esa
forma se estaba identificando con estos ancianos en su labor de pastorear y
no usó su apostolado para dominarlos7.
En Hechos 6, aprendemos que aquellos que fueron apartados como
servidores en la iglesia fueron designados para apoyar el ministerio de
enseñanza de la iglesia. Su llamado único como servidores se convertiría
mas tarde en el oficio conocido como diaconado. Los apóstoles pusieron
sus manos sobre los diáconos para indicar que los reconocían como
funcionarios de Cristo. En Filipenses 1:1 se los menciona junto con los
supervisores u obispos como funcionarios de la iglesia de Cristo. Los
diáconos son responsables de cuidar de las viudas y los pobres, y
particularmente las viudas y los pobres de la iglesia (Hch 6:1-2; Gá 6:10).
Los diáconos no son custodios o contadores contratados. Ellos representan
a Cristo: “La función de los diáconos es la función en la que Cristo
continúa su labor sacerdotal”8. Es decir, Cristo realiza sus labores de
inmerecida misericordia por medio de los diáconos tal como hacían los
30
sacerdotes con los enfermos y los pobres de Israel 9. Una vez más, citando
la fórmula de ordenación de las iglesias en que servimos: “El oficio del
diacono se basa en el interés y el amor de Cristo a favor de los suyos” 10.
Así, como ministros de misericordia oficiales de Cristo, los diaconos
deben llevar a cabo su obligación de estar “llenos del Espíritu y de
sabiduría” (Hch 6:3).
En tal calidad, el diaconado ayuda a confirmar la predicación de la
gracia gratuita del evangelio de Cristo, no porque ellos tengan la autoridad
de predicar o gobernar, sino teniendo la autoridad de administrar caridad
en nombre del amoroso Cristo11. Así como los discípulos debían salir a
predicar y sanar, así también la iglesia de hoy predica a través de los
pastores y ofrece asistencia física por medio de los diáconos12. Cuando
trabajan en armonía, los diáconos liberan a los pastores para predicar, lo
cual conduce a la bendición de Dios sobre la Palabra, multiplicando a los
creyentes (Hch 6:7). A propósito, este es el motivo por el que, en la
mayoría de los casos, los diáconos de una iglesia ofrecen donaciones a los
necesitados, no préstamos. Un préstamo no ayuda a proclamar la gracia
gratuita del evangelio. Más bien proclama la posición opuesta de la
servidumbre (Pr 22:7). Cuando los diáconos ofrecen una donación, pueden
decir: “Este es un vaso de agua fría ofrecida en el nombre de Cristo. Ve y
úsalo para la honra y la gloria de Dios”. He visto a hombres adultos llorar
de alegría y gratitud cuando los diáconos les ofrecen ayuda gratuita en el
nombre de Jesús. Por este motivo, “un ministerio diaconal bien ordenado
es vital para la proclamación del evangelio de la gracia de Dios”13.

Implicaciones prácticas del liderazgo


de ancianos y diáconos
¿Qué significa todo esto en la práctica? Primero, los ministros de Dios no
son solo figuras decorativas. Tienen que ser verdaderos pastores. Los
críticos de la eclesiología de los ancianos señalan que estos suelen ser
buenos hombres de negocios, en general piadosos pero quizás no siempre
hábiles pastores de almas, y que meramente funcionan más como una junta
corporativa14. Es necesario escuchar esta crítica; sin duda existen muchas
pruebas anecdóticas que la respaldan. Pero no tiene evidencia bíblica.
Hechos 20 no presenta a los líderes locales meramente en términos de
gobierno sino también en términos de guia y enseñanza. Los ancianos no
están meramente para tomar decisiones. Los pastores no son meros
propagadores de información bíblica. Los diáconos no son meramente
proveedores de asistencia material. Todos los funcionarios de Dios están
encargados de ejercer un cuidado genuino y costoso de la iglesia. Deben
prestar atención al bienestar y el testimonio de la congregación en su
31
totalidad, y deben tener una consideración por la iglesia universal de Dios.
El Orden de la Iglesia de la federación de iglesias en la que ministramos
enfatiza esta tarea espiritual del liderazgo de la iglesia al mencionar la
“oración continua” como el primer deber del ministro, el anciano, y el
diácono15. Para ancianos y pastores resulta muy fácil quejarse del estado de
la iglesia que están llamados a liderar, pero los líderes piadosos se
reconocen a sí mismos como los agentes de cambio y los que establecen la
visión de la iglesia. Si los líderes no asumen la responsabilidad por las
fallas de la iglesia, ¿quién lo hara? Una util pregunta de diagnóstico para
determinar la calidad del pastoreo en una congregación es esta: “¿Los
pastores, ancianos y diáconos visitan regularmente a sus miembros para
enterarse de su bienestar espiritual y fisico?”.
Segundo, los líderes de la iglesia de Dios deberían ser honrados (1Ti
5:17). Esto es cierto tanto respecto de los diáconos como de los pastores y
ancianos. Estamos firmemente convencidos de que hoy no se honra el
ministerio de los diáconos como se debería. Probablemente dado que el
dinero se considera un asunto personal, muchos diáconos tienen que irse
con mucho cuidado al dar consejeria financiera. (,No es irónico que las
personas estén dispuestas a llamar a un programa de radio para pedir
consejos financieros pero rara vez piden el mismo consejo a uno de los
diaconos que las conocen? Ademas, es mas probable que la gente siga el
consejo financiero de una personalidad de un programa de radio que el
consejo de un diácono.
Imagina que los diáconos de tu iglesia se acercan a ti y te dicen con
amor y compasión: “Estamos preocupados por tus prioridades financieras.
Las mensualidades de tu automóvil compiten con tu diezmo. Estás en una
deuda de consumo contraria al consejo de Dios. Creemos que deberías
pasar algunos semestres fuera de la universidad para aprender
responsabilidad financiera”. (,Cómo responderias? (,Puedes escucharte
diciendo: “(,Quién los nombró gobernadores y jueces sobre mi?”? Como
hemos aprendido, es Dios mismo quien cuida de su iglesia por medio de
sus funcionarios.
O imagina esta situación. Tú solicitas la ayuda de los diáconos, que es
algo que cualquier miembro de la iglesia debería sentirse cómodo de hacer.
Al hacerlo, ellos te entregan un formulario de solicitud. Este papel te pide
que completes un presupuesto donde se detallan tus gastos, incluidas tus
donaciones, así como tus ingresos. En respuesta, tu preguntas: “(,Quiénes
son ustedes para hacer estas preguntas?”. Ellos responden: “Somos
ministros de Dios”.

32
Así como los diáconos deben ser honrados, también deben serlo los
pastores y ancianos. La baja estimación de los pastores el día de hoy se
hace evidente en la forma en que los miembros se dirigen a sus pastores y
hablan de ellos, la forma en que su orientación a menudo se desestima o
simplemente no se busca, y en demasiados casos, la forma en que son
compensados por su labor. No obstante, Dios dice que deben ser honrados
(1Ti 5:17-18; Heb 13:7). Como afirma una confesión del siglo XVI:
“Ademas, a fin de que las santas ordenanzas de Dios no sean lesionadas o
tenidas en menos, decimos que cada uno debe tener en especial estima a
los ministros de la Palabra y a los ancianos de la iglesia, en razón del
trabajo que desempeñan, llevándose en paz con ellos, sin murmuraciones,
discordia o disensión, hasta donde sea posible” (CB, art. 31)16. Asimismo,
la fórmula de ordenación de los ministros en nuestras iglesias contiene
estas palabras de orientación bíblica:
Asimismo ustedes, amados cristianos, reciban a este, su ministro, en el
Señor con todo gozo; y hónrenlo. Recuerden que Dios mismo les habla y
los llama a través de él. Reciban la Palabra que él les predicará, según la
Escritura, no como palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la
Palabra de Dios. Que los pies de aquellos que predican el evangelio de
paz, y traen buenas nuevas de bien, sean para ustedes hermosos y
agradables. Obedezcan a aquellos que los gobiernan, y sométanse a ellos,
porque ellos velan por sus almas, y rendirán cuenta; para que lo hagan con
gozo, sin pesar, pues esto les es provechoso.
El párrafo concluye con esta nota de aliento:
Si hacen estas cosas, sucederá que la paz de Dios entrará en sus
hogares, y quienes reciban a este hombre en nombre de un profeta,
recibirán la recompensa de un profeta, y al creer en Cristo por su
predicación, por medio de Cristo heredarán vida eterna17.
La fórmula de ordenación de ancianos y diáconos concluye de manera
similar:
Les encargo, amados cristianos, que reciban a estos hermanos como
siervos de Dios, y los sostengan con sus oraciones diarias. Brinden a los
ancianos todo honor, aliento, y obediencia en el Señor. Provean a los
diáconos generosamente de los dones necesarios para los necesitados,
recordando que en cuanto lo hacen para los hijos más pequeños del Señor,
lo hacen para él. Que Dios nos conceda ver en el ministerio de los
ancianos la supremacía de Cristo, y en el ministerio de los diáconos, el
cuidado y el amor del Salvador18.

33
La forma en que acatamos la autoridad en la iglesia es un reflejo de la
forma en que acatamos la autoridad de Dios. El hecho es que la iglesia que
se resiste a la autoridad no está bien ordenada ni es saludable. No cabe
duda de que el bajo nivel de respeto por los funcionarios de Dios en
algunos círculos hoy en día nace de un bajo nivel de moralidad que
demuestran algunos funcionarios de la iglesia. Debemos recordar, no
obstante, que nuestra fidelidad no depende de la fidelidad de otros
hombres caídos. La buena noticia, aun cuando la visión y el estado de los
oficios decaen, es que Cristo cuida de su iglesia por medio de los líderes
que él escoge. El resultado de recibir este liderazgo no solo es una iglesia
bien ordenada sino también gran gozo y vida eterna.

Preguntas
¿Por qué se nos hace tan difícil someternos a las autoridades? ¿Cómo
podría impactar esta dificultad en la salud de la iglesia?
Analiza esta aseveración: “Dios escoge a los líderes para esta iglesia”.
Describe brevemente los oficios del anciano y el pastor. ¿Cuál es la
relación entre ambos?
Describe brevemente el oficio del diácono. ¿Cuál es su relación con el
ministerio de la Palabra?
¿Qué importancia debería tener para un líder el que Dios lo haya
escogido para cuidar de la iglesia?
¿Qué importancia debería tener para un laico que Dios escoja líderes
para que cuiden su iglesia?

Lectura sugerida
Peter Y. De Jong, Taking Heed to the Flock: A Study of the Principles
and Practice of Family Visitation (1948; reimpreso, Eugene, OR:
Wipf & Stock, 2003).
——, The Ministry of Mercy for Today (1952; reimpreso, Eugene, OR:
Wipf & Stock, 2003).
William Heyns, Handbook for Elders and Deacons: The Nature and the
Duties of the Offices According to the Principles of Reformed
Church Polity (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing
Company, 1928), 13–30.

34
J. L. Schaver, The Polity of the Churches, Volume 1: Concerns All the
Churches of Christendom (Chicago: Church Polity Press, 1947),
133–176.

PARTE TRES

ECUMENICIDAD

35
CAPÍTULO CUATRO

Dentro de una denominación
Yo era extranjero en otro hemisferio, otro continente, y en otro país,
entre personas que hablaban otro idioma. ¿Te has sentido así alguna vez?
Entonces la música comenzó a tocar una melodía familiar. Luego
comenzaron a cantar en su idioma desconocido, y no obstante me encontré
cantando con ellos las palabras proyectadas en la pantalla:
Não fosse Deus, que o diga Israel,
Se ao nosso lado não viesse estar,
Quando se ergueram homens contra nós,
Com toda ira vindo sobre nós,
Vivos seriamos tragados, pois.
Ahí estábamos en el verano de 2011 en Maragogi, Brasil, cantando la
melodía ginebrina del siglo XVI que conocemos como “Antiguo 124”, las
36
palabras del Salmo 124, un salmo de tres mil años, que yo conocía en
inglés y que dice:
Ahora puede decir Israel, que en verdad,
Si el Señor no hubiera sostenido nuestra diestra,
Si el Señor no hubiera estado con nosotros,
Cuando se alzaron crueles hombres para combatirnos,
Ciertamente habríamos sido tragados vivos1.
Eso es catolicidad. Y la catolicidad nos conduce al tema de
la ecumenicidad, es decir, ¿de qué manera las iglesias locales se deben
relacionar con otras iglesias, todas como miembros de la iglesia universal
o católica?
El término ecuménico simplemente se refiere a la unidad que existe
entre las iglesias que conforman el cuerpo de Cristo. Viene de la palabra
griega oikoumenē, que significa “todo el mundo”. La postura que tomamos
y defendemos en este capítulo es que, si bien las distintas congregaciones
locales son manifestaciones del único Cuerpo de Cristo, también son
miembros del todo, y por lo tanto, en lugar de permanecer independientes
o aisladas, deberían unirse en alguna forma de relación pactada con otras
congregaciones de pensamiento similar. En palabras de Herman Bavinck
(1854-1921): “Cada iglesia local es, por lo tanto, simultáneamente una
manifestación independiente del cuerpo de Cristo y parte de un todo más
amplio”2.
 Sin embargo, en los siguientes párrafos debería quedar claro que no basta
con meramente unirse a una federación. También es esencial tener una
comprensión apropiada de cómo operar dentro de una federación de
iglesias. En otras palabras, esta sección tiene que ver con los principios y
la práctica de la asociación y cooperación entre iglesias. Si bien puede
parecer que este tema solo tiene relevancia para los “superiores” en la
iglesia, lo cierto es que es un tema muy práctico. La forma en que una
congregación local se relaciona con las demás congregaciones dentro de la
iglesia en general establece un patrón para la forma en que los creyentes de
una iglesia se relacionan con los de otra. La rígida exclusividad de algunas
iglesias puede generar orgullo y estrechez en sus miembros. Por otra parte,
la promiscuidad eclesiástica de otras iglesias puede impedir que sus
miembros tracen límites teológicos en su vida personal.

Una distinción clave
En esta sección, haremos una distinción entre relaciones federativas
(capítulo cuatro) y cooperación ecuménica (capítulo cinco). El principio
detrás de esta distinción es que el nivel de cooperación y unidad
37
compartido entre iglesias cristianas será proporcional a su proximidad
teológica (e incluso geográfica y cultural). Las congregaciones estarán en
unión orgánica con congregaciones cercanas a ellas. Pero ya sea en una
denominación o no, cada iglesia debería pensar cuidadosamente acerca de
su forma de relacionarse con los que están fuera de su comunidad
orgánica.

Una definición clave
A través de este capítulo, se usarán los términos “denominación” y
“federación” de manera intercambiable; probablemente “red” sea el
sinónimo contemporáneo más próximo. Estamos conscientes de que no
todos estarán de acuerdo con nuestra evaluación y de que todas estas
etiquetas tienen dificultades inherentes.
Afirmamos que, para muchos creyentes, “denominación” conlleva la
connotación negativa de jerarquía y política debido a anteriores
experiencias en la iglesia. Al mismo tiempo, no expresa la esencia de por
qué las iglesias deberían agruparse. “Denominación” se refiere
simplemente a “una rama autónoma reconocida de una iglesia o religión” 3.
Pero las denominaciones cristianas históricas son más que eso. Son un
grupo de iglesias que confiesan la misma doctrina y que han pactado o se
han “federado” para el bien común y la gloria de Dios. No obstante, para
muchos, “federación” connota una actitud extremadamente independiente
que de hecho dice: “Nadie puede decirle a nuestra iglesia qué hacer”4. Pero
no debería ser así, pues la propia palabra “federación” proviene del
término latino foedus, o pacto. Las iglesias federadas afirman que se unen
sobre la base de su unidad en la fe y se comprometen mutuamente como
iglesias a trabajar en conjunto5.
Finalmente, el término “red” también parece insuficiente para
describir la relación que deberían compartir las iglesias con afinidad. Una
“red” es “un grupo extendido de personas con intereses o preocupaciones
similares que interactúan y mantienen un contacto informal para asistencia
y apoyo mutuos”. Probablemente sea la informalidad de las redes lo que
las convierte en el tema interiglesias más popular hoy en día. Nuestra
preocupación es que su informalidad es precisamente el eslabón débil del
sistema. Como podemos ver, independientemente de las ventajas y
desventajas de los términos, nuestra preocupación es la tiranía jerárquica
por una parte, y por otra, la absoluta autonomía congregacional.

Preguntas preliminares

38
Una pregunta que surge de inmediato cuando se considera la ecumenicidad
es “¿qué tan amplia es la tienda de la que hablamos?”. El movimiento
ecuménico moderno intenta agrupar a cualquiera que se haga llamar
cristiano (o incluso religioso). Cuando nosotros hablamos de relaciones
ecuménicas estamos hablando de relaciones entre las verdaderas iglesias
de Cristo (CB, art. 29), pues el estar en una relación federada debe
fundarse en la unidad de fe y confesión. En términos bíblicos: “¿Pueden
dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo?” (Am 3:3).
Por el contrario, provocamos los celos del Señor cuando tenemos
comunión en su nombre con aquellos que no siguen su voluntad (1Co
10:14-22). Pablo pone en claro que aquellos que predican un falso
evangelio están bajo la maldición de Dios (Gá 1:6-9). Naturalmente, las
iglesias que sostienen el evangelio no pueden tener comunión con las
iglesias que no lo hacen. El verdadero cuerpo de Cristo está compuesto de
partes cristianas. No podemos incorporar partes no cristianas al cuerpo (Ef
4:16-17).
Se puede hacer una segunda pregunta, especialmente entre las iglesias
de mentalidad más independiente: “¿El independentismo es contrario a la
Biblia?”. Vamos a defender la postura de que las congregaciones deberían
tener relaciones federadas con otras iglesias de pensamiento similar. Sin
embargo, esto no significa que una iglesia no pueda existir de manera
independiente, solo que (a nuestro juicio) no debería existir de forma
independiente. Es parte del bienestar (bene esse) de cada iglesia local tener
comunión con otras iglesias. Vamos a argumentar que el independentismo
o congregacionalismo no se ajusta adecuadamente al paradigma bíblico ni
sirve adecuadamente a las iglesias en un nivel práctico. Al mismo tiempo,
desaprobamos la tiranía que a veces ejercen las denominaciones sobre sus
congregaciones, particularmente en cuanto a su deseo de separarse.
 
Finalmente, hay una tercera pregunta que puede venir a la mente:
“¿Las federaciones no invaden la autonomía de la iglesia local?”. Vamos a
plantear el hecho de que la autonomía en realidad no es la mejor forma de
describir una iglesia local. En un sentido absoluto, ninguna iglesia debería
establecer sus propias leyes. Asimismo, creemos que cuando las decisiones
de las asambleas denominacionales derivan su autoridad de la Palabra de
Dios, “deben ser recibidas con reverencia y sumisión” (CFW, 31.3). Las
asambleas principales (llamadas a veces sínodos o asambleas generales,
clasis o presbiterios) no tienen un poder o autoridad de un tipo distinto al
poder que reside en la iglesia local, sino un poder y autoridad distinto en
grado. Tanto el cuerpo de gobierno local como las asambleas de la iglesia
39
tienen la autoridad de Cristo, pero la diferencia es que mientras los
ancianos locales tienen autoridad directa de Cristo, las asambleas tienen
autoridad indirecta pues están conformadas por delegados de las iglesias
locales. Como dice un escritor: “Todo el poder eclesiástico se concede a
los ministros por medio del llamado de Jesucristo, el cual viene por el
consentimiento de la iglesia. Es por eso que las congregaciones locales
designan, llaman y eligen a sus propios líderes, tanto ancianos como
diáconos; ningún cuerpo debe ser gobernado por líderes que ellos no
escojan por sí mismos”6. En otras palabras, las asambleas de múltiples
iglesias no tienen más autoridad por razón de su número. Solo tienen la
misma autoridad en la medida en que se posicionen sobre la Escritura. Por
lo tanto, la confesión protestante es que “todos los sínodos o concilios
desde los tiempos de los apóstoles, ya sean generales o particulares,
pueden errar, y muchos han errado” (CFW, 31.4). Estas asambleas solo
toman decisiones por aquellos cuerpos debidamente representados por
líderes de la iglesia local.

Argumentos a favor de las relaciones


federativas
¿Pero es realmente bíblica toda esta idea de denominaciones, federaciones
o redes? ¿No hemos finalmente superado en nuestros días la noción
“moderna” y cismática de la afiliación denominacional? Al responder estas
preguntas debemos tener claro que la Escritura no prescribe claramente
todos los pormenores de una forma específica de gobierno eclesiástico, y
esto es aun más cierto en cuanto a la estructura denominacional. Por tanto,
como escribió un autor del siglo XX sobre eclesiología: “Toda forma de
gobierno de la iglesia tiene que lidiar con tres importantes principios: el
derecho individual del creyente, el carácter representativo del ministerio
sujeto a Cristo, y la unidad de la iglesia” 7. Estamos convencidos de que las
estructuras denominacionales del gobierno reformado o presbiteriano
hacen el mayor esfuerzo por equilibrar los tres principios. Al lidiar con
estos tres, hay cuatro argumentos que parecen favorecer el enfoque
presbiteriano8. Con “presbiteriano” o “presbiterial” nos referimos a que
cada congregación local está regida por un cuerpo de gobierno compuesto
por una pluralidad de ancianos, y que estos ancianos forman lo que se
denomina, según el caso, un “consistorio” o una “sesión” que supervisa a
los miembros de la congregación. También nos referimos a que dos o más
consistorios o sesiones forman un “clasis” o “presbiterio” (1Ti 4:14).
Además, varios clasis o presbiterios forman un “sínodo” o “asamblea
general” de iglesias. Además de lo que diremos más adelante, vemos este
principio expresado en la división de la iglesia del Antiguo Testamento en
niveles ascendentes de representación (Éx 18:21-25). Reconocemos que en
40
este ejemplo, Moisés está en la cima, mientras que en un modelo de
federación Cristo está en la cima, pero lo que queremos subrayar aquí es el
principio general: dentro del pueblo de Dios existe representación ya sea
en el nivel más reducido o más amplio.
Primero, está el “principio del cuerpo” que se destaca en todo el
Nuevo Testamento, y especialmente en 1 Corintios 12: “De hecho, aunque
el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no
obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo” (1Co
12:12). Como los cristianos individuales forman parte de la iglesia local,
se puede extender la analogía para decir que las iglesias individuales son
parte de la iglesia universal de Cristo. En otras palabras, así como las
distintas partes del cuerpo no están desconectadas de este, las distintas
iglesias no están desconectadamente al lado de la iglesia mayor. Una
iglesia que es estrictamente independiente, ya sea nominalmente o en la
práctica, delata una disminuida visión de la iglesia. “Cada parte de la
iglesia tiene una responsabilidad con las demás y con el todo” 9. En
realidad, las iglesias independientes o no denominacionales suelen
funcionar como una denominación para sí mismas.
Segundo, la Biblia muestra una significativa interacción entre las
iglesias. Los pastores y ancianos de las primeras iglesias se unieron para
tomar decisiones que afectaron a todo el cuerpo de cristianos en el mundo
entero (Hch 15:1-35). Las congregaciones colosense y tesalonicense
fueron llamadas a intercambiar las cartas que habían recibido del apóstol
Pablo para beneficio mutuo (Col 4:16). Asimismo, el libro de Apocalipsis
se dirige a las siete iglesias como congregaciones de grandes centros
urbanos que estaban unidas en su ministerio. Cada una recibió una copia
del Apocalipsis de Juan (Ap 1:11, 20). Pablo exhortó a Tito a que no solo
se preocupara de su propia congregación, sino que debía designar ancianos
en las distintas ciudades de la isla de Creta (Tit 1:5). Finalmente, Pablo
elogió a varias iglesias por su preocupación por sus congregaciones
hermanas al enviarles contribuciones financieras (2Co 8-9; Fil 3).
Tercero, está el argumento del precedente histórico. Tras el cierre del
canon del Nuevo Testamento, continuó el tipo de concilios eclesiásticos
descrito en Hechos 15, y continúa aún hoy, aunque sin el don de poner
cimientos que tenían los apóstoles en la iglesia. La primera evidencia de
un primitivo concilio eclesiástico ocurrió en el 150 d. C. Este tipo de
encuentros se volvió común en el siglo III. Y las decisiones de estas
asambleas eclesiásticas eran vinculantes sobre las iglesias representadas 10.
Desde los siglos IV al VIII, se celebraron siete concilios que se dice que
fueron ecuménicos, generales o universales. Por lo tanto, es una práctica

41
histórica de las iglesias locales y regionales el considerarse unificadas
tangiblemente al reunirse para deliberar sobre asuntos serios.
Cuarto, está el hecho obvio de que las congregaciones individuales
tienen limitaciones inherentes. Así como a nivel individual necesitamos de
los dones espirituales de los demás para compensar nuestras debilidades
personales, a nivel congregacional necesitamos los dones de otras
congregaciones para compensar nuestras debilidades corporativas. Nuestra
visión individual es limitada (1Co 13:9-10); ese es uno de los motivos por
los que creemos en tener una pluralidad de ancianos. Las iglesias que ven
al pastor como el único anciano que gobierna se meten fácilmente en
problemas. Por este mismo motivo creemos que es adecuado federarse con
otras iglesias. Una congregación está limitada por su trasfondo, ubicación
geográfica, sabiduría, y experiencias pasadas. Pero cuando las
congregaciones se reúnen tienen un nuevo resguardo contra sus
imperfecciones humanas y se benefician de la sabiduría de una multitud de
consejeros (Pr 11:14). Una federación de iglesias es un control y un
equilibrio tanto para nuestra naturaleza pecaminosa como para nuestra
miope visión de la iglesia.

Expresiones prácticas de las relaciones


federativas
Además de estos argumentos a favor de las federaciones basadas en los
principios mencionados, hay muchos beneficios prácticos que se pueden
atribuir a la comunión dentro de una denominación. Entre ellos, uno
importante es lidiar con los desacuerdos. Sin asambleas más amplias,
cuesta más resolver las discrepancias. Un buen ejemplo bíblico es el
Concilio de Jerusalén (Hch 15). Pablo y Bernabé no lograron resolver el
conflicto que tenían con los judaizantes, quienes exigían que los gentiles
convertidos a Cristo adoptaran las prácticas judías. Por este motivo, Pablo
y Bernabé llevaron el asunto ante los apóstoles y ancianos a petición de la
iglesia de Antioquía. Las decisiones de este concilio se consideraron
aplicables en las diversas iglesias involucradas en Siria y Asia Menor. Las
decisiones tomadas no eran meras sugerencias sino que debían ser
recibidas como vinculantes11.
Segundo, la federación de las iglesias facilita la comunión entre
líderes y miembros. La mayoría de las personas usualmente tienen
camaradería con sus colegas. Las iglesias independientes podrían tener
menos oportunidades de facilitar este tipo de compañerismo para sus
ministros y ancianos. Las iglesias dentro de las federaciones tienen el
privilegio de tener comunión con otros ministros que pueden visitarlas de
tanto en tanto.
42
Tercero, las iglesias federadas se apoyan entre sí financieramente (Ro
15:25-27). Las iglesias del siglo I estaban tan comprometidas con un
ministerio compartido que las congregaciones de Macedonia (p. ej., Filipo,
Tesalónica, y Berea) apoyaron generosamente a Pablo aun cuando él
trabajaba entre los creyentes de Corinto (2Co 8:1-5). Uno de los efectos
colaterales de pertenecer a una federación es un aumento en las peticiones
de ayuda de parte de las congregaciones con necesidades financieras. Pero
así es como debería ser.
Cuarto, las iglesias federadas promueven la causa de las misiones. Por
ejemplo, la iglesia de Antioquía envió a Pablo y Bernabé a otros lugares
del mundo (Hch 13) mientras la iglesia de Corinto apoyaba a la iglesia de
Jerusalén (2Co 8-9).
Quinto, las iglesias federadas brindan consejo: “Sin dirección, la
nación fracasa; el éxito depende de los muchos consejeros” (Pr 11:14).
Necesitamos ser corregidos por otros que usen la Escritura para nuestro
beneficio (1Ti 3:16-17). Además, no debería ser necesario decir que
deberíamos otorgarle el mayor valor al consejo de aquellos que entienden
la Biblia como nosotros. La denominación en la que ministramos tiene una
práctica llamada “visita de iglesia”, en la que cada iglesia es visitada
regularmente por ministros de otras iglesias para recibir aliento y rendir
cuentas cada dos años12.
Que no se malinterprete lo que estamos diciendo. Las uniones
federativas no resuelven todos los problemas. Pero sí creemos que esta
visión reformada refleja la enseñanza bíblica y sirve adecuadamente a la
iglesia: “Por una parte, evita la incertidumbre de una pura democracia,
como en el gobierno independiente; mientras que, por otra parte, evita el
despotismo del clero, como en el gobierno episcopal. Es una forma de
gobierno que no está tan ampliamente dispersa ni tan estrechamente
concentrada”13.

Preguntas
¿A qué se alude con el término “ecumenicidad”?
  ¿De qué manera en nuestra época se ha abusado de las relaciones
ecuménicas?
¿Qué preocupaciones se podrían plantear acerca de la práctica del
denominacionalismo?
 ¿Qué preocupaciones se podrían plantear acerca de la práctica del
independentismo?
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Independientemente de la postura personal sobre el gobierno de la
iglesia, da algunos ejemplos de cómo las congregaciones en la Escritura
estaban relacionadas entre sí de formas prácticas.
¿De qué manera el “principio del cuerpo” en 1 Corintios 12 provee
nociones acerca de las relaciones entre iglesias?

Lectura sugerida
J. De Jong, Bound Yet Free: Readings in Reformed Church
Polity (Winnipeg: Premier Publishing, 1995).
William Heyns, Handbook for Elders and Deacons: The Nature and the
Duties of the Offices According to the Principles of Reformed
Church Polity (Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans Publishing
Company, 1928), 41–48.
J. L. Schaver, The Polity of the Churches, Volume 1: Concerns All the
Churches of Christendom (Chicago: Church Polity Press, 1947), 79–
107.

CAPÍTULO CINCO

Fuera de la denominación
Todo este asunto “reformado” era totalmente nuevo para mí, así que
decidí tomar el teléfono y llamar a una iglesia reformada cercana a mi
domicilio para hablar con un pastor. El teléfono sonó y él respondió:
“Iglesia de (ciudad)”. Yo pensé que tal vez me había equivocado porque
estaba llamando a la Iglesia Reformada de (ciudad), pero él no incluyó
“Reformada” en su saludo. Una de las cosas que aprendí de la

44
conversación que siguió fue que él creía que la suya era la única iglesia
“verdadera” en el área; cualquier otra en realidad no era una iglesia.
¿Cómo consideras tu congregación? ¿Piensas en los términos de
Elías: “Solo yo he quedado”? (1R 19:10). Pocos vemos el paisaje de la
iglesia con la misma desesperación que Elías durante los días del Rey
Acab. No obstante, muchos tenemos una tendencia a desdeñar la forma en
que otros sirven al Señor o a olvidar completamente que existen. Elías se
había convertido esencialmente en una denominación de una persona. Dios
reprobó apaciblemente su exclusivismo recordándole que había otros siete
mil en Israel cuyas rodillas no se habían doblado ante Baal (1R 19:18).
Estos “otros” adoradores del Señor habían sido preservados por el Señor
mismo. Él le recordó amorosamente a Elías que fuera significativamente
más ecuménico de lo que tendía a ser. Al hacer esto también nos habla a
nosotros.
El tema de la ecumenicidad, o la práctica de demostrar la conexión de
la iglesia universal, se relaciona estrechamente con los otros tres
componentes de una iglesia vigorosa que se consideran en este libro.
Primero, bajo el encabezado de la identidad (parte 1), dijimos que la
iglesia es una posesión de Cristo. La supremacía de Cristo sobre la iglesia
tiene profundas implicaciones para la forma en que nos relacionamos con
otras iglesias. Segundo, bajo el encabezado de la autoridad (parte 2),
aprendimos que Cristo cuida de la iglesia por medio de los ministros que él
escoge. Los líderes de la iglesia son responsables de tomar la iniciativa
para promover la cooperación con otras iglesias tanto como sea bíblica y
prácticamente posible. Finalmente, la actividad de la iglesia (parte 4)
también tiene relación con la ecumenicidad de la iglesia. Nuestras iglesias
deberían considerar cuidadosamente cómo podríamos involucrarnos en
nuestra misión coordinadas con otras iglesias de Cristo, especialmente con
otras iglesias locales.
En el capítulo anterior pensamos en la ecumenicidad dentro de una
denominación. Ahora consideraremos la ecumenicidad más allá de los
límites de nuestra propia denominación o federación.

La necesidad de ecumenismo bíblico


Para las personas acostumbradas a las iglesias independientes o sin
denominación, puede que la necesidad de comunión con otras iglesias
locales no sea evidente. Pero la Biblia efectivamente presenta un claro
mandato para un ecumenismo apropiado.
En Juan 17, Jesús oró por todos aquellos que creerían en él mediante
la palabra de los apóstoles. La esencia de su oración es “que todos sean
45
uno” ( Jn 17:20). Jesús compara la unidad de la iglesia con la unidad que
existe entre el Padre y el Hijo; por lo tanto, su pueblo debería ser uno,
“como tú, Padre, en mí y yo en ti” ( Jn 17:21). Él está enseñando que la
unidad de los cristianos debe ser un reflejo de la unidad de la Divinidad.
Después de todo, si la iglesia representa el ministerio visible de Dios en la
tierra, esto es lo que verá la gente. Es por eso que Jesús dice que a través
de la unidad cristiana el mundo podrá creer que el Padre envió al Hijo ( Jn
17:21). El mandato para la iglesia es que sea una comunidad unificada y de
amor a fin de presentar un frente unido al mundo.
Algunos objetarán que esta unidad se demuestra meramente a través
de la iglesia invisible o el cuerpo espiritual de Cristo. Por supuesto, es
verdad que todos los que están unidos a Cristo por una fe viva
efectivamente moran en perfecta unión espiritual con los demás también.
Pero este hecho es tan obvio que Jesús no tendría que orar por ello. La
unión espiritual de la iglesia invisible se da por sentada. Como dijo
Berkhof: “Pero esta iglesia invisible naturalmente toma forma visible” 1.
Las congregaciones locales visibles de Jesucristo están encargadas de
demostrar en forma práctica la unión con otras iglesias igualmente
compradas por la sangre de Cristo.
Este punto se esclarece en Efesios 4. Aquí Pablo escribió acerca de la
unidad de la iglesia diciendo: “Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu, así
como también fueron llamados a una sola esperanza; un solo Señor, una
sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre
todos y por medio de todos y en todos” (Ef 4:4-6). Pablo no solo está
expresando un hecho teológico; está haciendo una exhortación. Se insta a
los creyentes a que “vivan de una manera digna del llamamiento que han
recibido, siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros
en amor. Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el
vínculo de la paz” (Ef 4:1-3). Pablo dice que no debemos simplemente
confesar la catolicidad (o universalidad) de la iglesia de una forma
teológica sino también vivirla en la práctica. A través de la edificación
mutua que puede brindar esta relación entre las congregaciones y el
testimonio que ello le presenta al mundo, una denominación junto a otra
manifiestan su unidad espiritual2.
Además de esta información bíblica, existen razones prácticas para
que las congregaciones mantengan contacto y cooperación positivos entre
sí. Mientras las iglesias continúan trabajando aisladamente, el mundo
percibe a la iglesia como una entidad cismática. Se reduce la efectividad.
Iglesias y creyentes se desequilibran. La ecumenicidad no es solo una
visión idealista, sino un deber inculcado a las iglesias de Cristo. No

46
obstante, quedan significativos obstáculos para la ecumenicidad bíblica,
los cuales explicaremos a continuación.

Los obstáculos para el ecumenismo


bíblico
El primer obstáculo para el ecumenismo bíblico es la incapacidad de
diferenciar el ecumenismo moderno de su contraparte bíblica. Hoy existe
un apremio por combinar todas las expresiones religiosas bajo un solo
techo, allanando así todas las distinciones teológicas y creando un
cristianismo del “mínimo común denominador”. Debemos rechazar este
tipo de enfoque con justa razón. Pero no debemos descartar el grano junto
con la paja. Simplemente estamos diciendo que la verdadera iglesia es más
grande que nuestra congregación, que nuestra denominación, y que nuestra
herencia teológica en particular. Nuestra práctica de la ecumenicidad
debería reflejar este principio.
Otro obstáculo para el ecumenismo bíblico es una definición
demasiado estrecha de la verdadera iglesia. A veces asumimos que
nuestras tradiciones y confesiones específicas exigen una comprensión
muy estrecha de la verdadera iglesia. Una vez leí un panfleto de una
denominación que de hecho decía: “No estamos diciendo que seamos la
única iglesia verdadera; simplemente no tenemos conocimiento de ninguna
otra”. Pero al hacer una inspección más atenta, puede que nuestras
tradiciones no exijan una visión tan estrecha de la verdadera iglesia como
habíamos sospechado. Por ejemplo, los estudiosos han descrito las iglesias
reformadas de los siglos XVI y XVII como “calvinismo internacional”.
Desde Hungría en el Este a Inglaterra en el Oeste, las iglesias reformadas
se reconocían unas a otras como iglesias verdaderas y fieles a pesar de las
diferencias de naturaleza secundaria. Como dijo Juan Calvino en 1552
sobre la expectativa de un sínodo reformado internacional a causa de las
luchas que enfrentaba la iglesia: “Esto me preocupa tanto que, si pudiera
prestar algún servicio, no me importaría cruzar diez mares si fuera
necesario por esta causa”3.
 
Ciertamente Calvino tiene la reputación de ser estrecho de mente y
exclusivista. No obstante, al escribir sobre la comparación entre la iglesia
falsa y la verdadera, dijo: “… errores triviales en este ministerio no deben
llevarnos a considerarlo ilegítimo”. ¿A qué se refería Calvino con “errores
triviales”? Él lo explica: “… los errores que ameritan este perdón son
aquellos que no perjudican la doctrina fundamental de la religión, y por los
cuales no se eliminan aquellos artículos de la religión respecto a los cuales
47
todos los creyentes deberían estar de acuerdo; mientras que, en cuanto a
los sacramentos, los defectos son tales que no destruyen ni perjudican la
legítima institución de su Autor”. Queda claro que Calvino no estaba
pensando en el tipo de diferencias que suelen dividir a la iglesia de hoy. Él
estaba pensando en asuntos más grandes, como explica a continuación:
“Pero tan pronto como la falsedad se haya abierto paso hacia la fortaleza
de la religión, tan pronto como la suma de la doctrina necesaria sea
torcida, y se destruya el uso de los sacramentos, sin duda lo siguiente será
la muerte de la iglesia”4.
La confusión respecto a la forma en que entendemos la iglesia
verdadera y la falsa también puede seguirse hasta las malinterpretaciones
relacionadas con una de las primeras declaraciones de fe reformadas, la
Confesión Belga. La Confesión Belga dice que las marcas de la verdadera
iglesia son la predicación pura del evangelio, la administración pura de los
sacramentos, y el ejercicio de la disciplina eclesiástica (CB, art. 29).
Estamos absolutamente de acuerdo. Pero también estamos convencidos de
que estas marcas se aplican erróneamente cuando se usan para decir que
ciertas iglesias evangélicas que creen en la Biblia y exaltan a Cristo son
falsas iglesias. La Confesión Belga claramente tiene el catolicismo romano
en la mira cuando distingue entre la iglesia verdadera y la falsa. Las
marcas que propone pretendían mostrar que esta “iglesia” era falsa5. La
Confesión condensa así sus tres marcas: “Resumiendo: si se observa una
conducta de acuerdo a la Palabra pura de Dios, desechando todo lo que se
opone a ella, teniendo a Jesucristo por la única Cabeza de la iglesia” (CB,
art. 29)6. La Confesión Belga reconoce que en los verdaderos cristianos
aún quedan “grandes debilidades”. Lo mismo es cierto respecto a las
verdaderas iglesias cristianas7.
Otra confesión del siglo XVI estrechamente relacionada ayuda a
clarificar nuestra idea. La Segunda Confesión Helvética (1566) nos ayuda
a entender que no debemos sorprendernos al hallar problemas y múltiples
formas entre las iglesias cristianas verdaderas:
… no limitamos la iglesia tan estrechamente a las características
mencionadas; no enseñamos que estén fuera de la iglesia todos los que
continuamente no participan de los sacramentos (quienes no por desprecio,
sino que por razones de fuerza mayor e ineludibles no usan de los
sacramentos y los echan de menos). Tampoco excluimos a aquellos cuya
fe a veces se enfría o incluso se apaga por completo o, más tarde, deja de
existir. Tampoco excluimos a quienes manifiestan debilidades, defectos o
errores. Sabemos que Dios ha tenido en el mundo algunos amigos no
pertenecientes al pueblo de Israel. Sabemos lo que sucedió con el pueblo
de Dios en la cautividad babilónica, donde durante setenta años tuvo
48
que prescindir de su culto sacrificial. Sabemos lo acontecido al santo
apóstol Pedro cuando negó al Señor e igualmente conocemos lo que a
diario suele suceder a los creyentes en Dios elegidos y cómo yerran y se
muestran débiles. Sabemos, además, cómo eran en tiempos apostólicos las
iglesias de Galacia y Corinto, a las que el apóstol Pablo acusa de graves
delitos y, no obstante, las llama santas iglesias de Cristo (1Co 1:2; Gá 1:2)

La unidad de la iglesia no radica en las ceremonias externas y en los
usos cultuales, sino, sobre todo, en la verdad y unidad de la fe cristiana
universal. Pero esta fe no nos ha sido legada por preceptos humanos, sino
por las Sagradas Escrituras, cuyo compendio es el credo apostólico. Por
eso leemos que entre los antiguos cristianos existían diferencias con
respecto a los usos cultuales, lo cual constituía una libre variedad sin que
nadie pensase que ello podría dar jamás lugar a la disolución de la iglesia
(Art. 17)8.
La Confesión de Fe de Westminster, del siglo XVII, proporciona
mayor claridad:
Esta iglesia católica [o universal] ha sido más visible en unos tiempos que
en otros. Y las iglesias específicas que son parte de ella, son más puras o
menos puras, de acuerdo con cómo se enseñe y se abrace la doctrina del
evangelio, se administren los sacramentos y se celebre con mayor o menor
pureza el culto público en ellas. Las más puras iglesias bajo el cielo están
expuestas tanto a la impureza como al error (CFW, 25:4-5).
Un último obstáculo para el ecumenismo bíblico es la errada noción
de que no tenemos nada que dar o compartir con las iglesias que son
distintas a las nuestras. Uno de los ministerios del Espíritu es promover la
comunión (koinonia). Esta comunión existe cuando dos partes, unidas por
algún vínculo común, dan y reciben libremente juntas. Si tenemos algo de
lo cual pueden beneficiarse otros creyentes, debemos compartirlo.
También deberíamos admitir que otros creyentes poseen cosas que
nosotros necesitamos. Algunas iglesias destacan en el gozo, otras en la
sobriedad. Algunas han dado más grandes pasos en evangelismo, otras en
erudición bíblica y hábitos de estudio. Mientras la iglesia no alcance la
“humanidad perfecta” (Ef 4:13) en la venida del Señor, siempre habrá
oportunidad de dar y compartir dentro de ella.

La expresión del ecumenismo bíblico


Si se ha reconocido la necesidad de unidad práctica entre las
congregaciones cristianas y se han superado los obstáculos, aún queda la
pregunta “¿cómo es el ecumenismo bíblico?”. Necesitamos responder esta
49
pregunta para evitar expectativas idílicas y nada realistas de lo que
podemos esperar que suceda entre iglesias de gobierno eclesiástico,
historia y expresión teológica diferentes. Por otra parte, sin una clara idea
de aquello por lo cual debemos esforzarnos, probablemente no ganaremos
mucho terreno hacia el ideal bíblico de la comunión entre iglesias.
Lo primero que tienen que hacer las iglesias es establecer un estándar
para la comunión. Dentro de la iglesia hay pequeños y grandes errores.
Estos errores indicarán a qué nivel podemos tener comunión con las
distintas manifestaciones de la iglesia. Nos sentimos obligados a demostrar
alguna forma de comunión con las verdaderas iglesias y a abstenernos de
tener comunión con las iglesias falsas. En este sentido, la doctrina debe
tanto dividir como unir. Las doctrinas de la Escritura son la línea divisoria
entre los que tienen a Dios y los que no (2Jn 9). Estamos convencidos de
que las congregaciones locales deben desarrollar una relación con otras
congregaciones que demuestren un compromiso con el evangelio y “con la
Biblia en su totalidad como Palabra de Dios, escrita, sin errores en ninguna
de sus partes…”9. Tales iglesias se conformarán a posiciones
exegéticamente razonables que difieren de otras iglesias comprometidas
con la Escritura. Hace algunos años, en las escaleras del edificio de nuestra
iglesia alguien me preguntó si yo consideraba que los bautistas eran
cristianos. La pregunta me avergonzó. Con todo, este tipo de preguntas
deben ser respondidas si tenemos alguna esperanza de desarrollar
relaciones con los cristianos que están fuera de nuestro enclave eclesiástico
inmediato.
Un paso estrechamente ligado al anterior en el desarrollo de
relaciones entre iglesias es ejercer un juicio de caridad. Una vez más, la
Segunda Confesión Helvética habla de esto: “Guardémonos, pues, de
juzgar antes de tiempo, excluyendo o condenando o excomulgando a
quienes el Señor no quiere que sean excluidos o excomulgados, o sea, a
quienes no podemos apartar sin hacer peligrar a la iglesia” (Art. 17) 10. Este
comentario se refiere a los miembros de la iglesia pero tiene una estrecha
conexión con la iglesia como un todo. Esta sección concluye con una
referencia a Filipenses 3:15-16: “¡Escuchen los perfectos! Todos debemos
tener este modo de pensar. Y si en algo piensan de forma diferente, Dios
les hará ver esto también. En todo caso, vivamos de acuerdo con lo que ya
hemos alcanzado”.
Tercero, al desarrollar una ecumenicidad bíblica, comencemos con las
iglesias más cercanas a nosotros teológica y geográficamente 11. En lo que
respecta al matrimonio, deberíamos ser cautelosos con el adagio “los polos
opuestos se atraen”. Esto puede ser cierto en cuanto a la personalidad y los
intereses casuales, pero una pareja que llega al matrimonio con
50
convicciones teológicas divergentes puede estar segura de que enfrentará
serias dificultades en su andar juntos. Lo mismo puede decirse de las
iglesias. En términos prácticos, deberíamos ocupar nuestras mayores
energías colectivas junto a aquellos con quienes tenemos mayor afinidad.
Por otra parte, dos iglesias ubicadas la una frente a la otra, o a la vuelta de
la esquina, y que creen en la Biblia y exaltan a Cristo, deberían trabajar
para desarrollar una relación de amor y mutua edificación
independientemente de la afiliación denominacional o la herencia cultural-
religiosa.
Cuarto, las iglesias cristianas necesitan desarrollar relaciones reales
con iglesias de pensamiento similar. Deben ocuparse en aquellos asuntos
que las dividen, así como en aquellos que enfrentan en común. Deberían
esforzarse por compartir conocimientos y “comunicarse beneficios
mutuamente”12. Individualmente, deberíamos alentar a los creyentes de
otras congregaciones. Puede que tengamos diferencias significativas con
ellos; no deberíamos evadir el discutir estas diferencias con gracia. En
efecto, como dice la Segunda Confesión Helvética: “A Dios le place que
para gloria de su nombre haya discusiones eclesiásticas, a fin de que,
finalmente, la verdad resplandezca” (Art. 17)13. Pero deberíamos tener
cuidado de no hacer críticas destructivas sobre otras iglesias o tradiciones
teológicas. En este sentido, las congregaciones que han experimentado
cismas y conflictos con otras deberían trabajar diligentemente para
restaurar las relaciones rotas. La separación que hubo entre Pablo y
Bernabé (y Juan Marcos) fue lamentable (Hch 15:36-40). Pero es alentador
el hecho de que más tarde la ruptura entre estos hermanos se enmendó14.
Por último, las iglesias en una relación ecuménica deberían ayudarse
mutuamente en la promoción de la fe bíblica. Aquí las áreas a explorar
incluyen la cooperación en misiones, trabajos de ayuda humanitaria,
escuelas cristianas, y diversas áreas de educación bíblica y teológica tales
como la capacitación de ministros. Los intercambios de púlpito entre los
ministros no solo proveen una mayor variedad al ministerio, sino que
además pueden ayudar a fortalecer el vínculo entre las congregaciones
involucradas. Las conferencias locales que incluyen mensajes prácticos,
bíblicos, expositivos o históricos por parte de maestros locales capacitados
pueden ayudar a unir a los creyentes del área así como a mostrar la belleza
de la fe bíblica a quienes quizá actualmente asisten a iglesias falsas o
“menos puras”.
Finalmente, el Catecismo de Heidelberg expresa la ecumenicidad de
una forma muy bella cuando dice que creemos “que el Hijo de Dios, desde
el principio hasta el fin del mundo, de todo el género humano, congrega,
guarda y protege para sí, por su Espíritu y su palabra en la unidad de la
51
verdadera fe, una comunidad, elegida para la vida eterna” (CH, PyR 54), y
que por lo tanto cada miembro de esta iglesia “debe sentirse obligado a
emplear con amor y gozo los dones que ha recibido, utilizándolos en
beneficio de los demás” (CH, PyR 55).

Preguntas
¿De qué manera se enfatiza o se ejemplifica la ecumenicidad bíblica
en tu congregación?
¿Qué peligro existe en identificar las verdaderas iglesias de un modo
demasiado estrecho?
¿Qué peligro existe en identificar las verdaderas iglesias de un modo
demasiado amplio?
¿Qué tipo de relaciones tienen las iglesias evangélicas en tu
comunidad?
¿Cuáles son algunas de las iglesias sólidas de tu área que no
pertenecen a tu federación o denominación? ¿Has establecido algún tipo de
comunión con ellos? ¿Por qué sí o por qué no?
¿Puedes sugerir otras formas en las que las iglesias cristianas pueden
demostrar su unidad en Cristo?

Lectura sugerida
www.naparc.org
W. Robert Godf rey, “A Reformed Dream”
(http://www.modernreformation.org).
Daniel R. Hyde, “From Reformed Dream to Reformed Reality: The
Problem and Possibility of Reformed Church Unity”
(http://theaquilareport.com).

52
PARTE CUATRO

ACTIVIDAD

CAPÍTULO SEIS

Una iglesia que enseña

53
La Biblia es la Palabra de Dios. Todos los evangélicos que creen en
la Biblia lo afirman. ¿Pero por qué entonces no todos lo practican? Esto
fue lo que, como nuevo creyente dentro del pentecostalismo, me llevó a
buscar una teología que practicara lo que predicaba. Lo que encontré fue la
teología de la Palabra de la Reforma protestante, que no solo
profesaba sola Scriptura contra la Iglesia romana, sino que además
profesaba la suficiencia de la Escritura para todas las cosas que atañen a la
doctrina, la adoración, y la piedad. Me impactó lo poco que se leía y se
exponía la Escritura en los círculos eclesiásticos a los que estaba
acostumbrado en comparación con la primera iglesia reformada a la que
entré. En mi nueva iglesia había una lectura del Antiguo Testamento, una
lectura del Nuevo Testamento, una oración para pedir iluminación, y un
extenso sermón. Se me hizo obvio que la predicación de la Palabra era
central.
A lo largo de este libro hemos estado considerando los principios que
conforman el fundamento de una iglesia correctamente ordenada que
encuentra su identidad solo en Cristo, sigue los planes bíblicos para la
autoridad en la forma de pastores, ancianos, y diáconos, y se involucra en
la ecumenicidad de un modo saludable y responsable. En esta parte final
vemos que una iglesia ordenada tendrá una clara conciencia de su
actividad, y se esforzará, con la ayuda de Dios, por cumplir esta misión.
Aquí usamos la palabra “misión” no en el sentido acotado de la actividad
misionera, sino en el sentido general de “una tarea operacional”. ¿Cuál es
la tarea de la iglesia? Esta pregunta no solo es importante para los líderes
de una iglesia ordenada, sino también para los miembros. Puesto que la
iglesia se describe en la Escritura como un cuerpo —un organismo vivo—,
cada miembro estará involucrado de algún modo en la misión de la iglesia.
Destacaremos cuatro aspectos esenciales de la actividad o la misión de la
iglesia local: una iglesia ordenada es una iglesia que enseña, una iglesia
que adora, una iglesia que testifica, y una iglesia que se arrepiente.
En cierto sentido, la más básica de estas tareas es la de la enseñanza.
Si no existe un ministerio de enseñanza bíblica robusto, puede que la
iglesia sea incapaz de comprender las implicaciones de su identidad en
Cristo, de entender el plan de Dios para su autoridad, y de involucrarse en
la ecumenicidad. Asimismo, sin una enseñanza bíblica clara y potente, la
iglesia estará pobremente equipada para cumplir con su actividad de
adorar, testificar, y arrepentirse. En tanto que el liderazgo de la iglesia es
cada vez más atraído hacia muchas direcciones, es preciso recordar la
necesidad de que la iglesia se enfoque en la enseñanza.

54
La necesidad de ser una iglesia
educadora
La iglesia del Nuevo Testamento, como “columna y fundamento de la
verdad” (1Ti 3:15), heredó una rica tradición de enseñanza del pueblo de
Dios del Antiguo Testamento. Dado que los levitas fallaron en su
responsabilidad de enseñar al pueblo, para lo cual habían sido llamados
(Dt 31:9-13), Dios levantó profetas que proclamaran su Palabra. Las tareas
centrales de los profetas eran orar por el pueblo e instruirlo en “las leyes y
en las enseñanzas de Dios, y darles a conocer la conducta que deben llevar
y las obligaciones que deben cumplir” (Éx 18:20). De hecho, el apóstol
Pablo resume la dispensación del Antiguo Testamento como un tiempo en
que la ley era un riguroso maestro (Gá 3:24).
Al venir Cristo, la instrucción divina adquirió carne y sangre. En los
Evangelios vemos una imagen común: “Otra vez se le reunieron las
multitudes, y como era su costumbre, les enseñaba” (Mr 10:1; cf. Mt 4:23-
25). Jesús se enfocó mucho en la enseñanza porque, al ser el Cristo, reunía
en sí mismo no solo las funciones veterotestamentarias de sacerdote y rey,
sino también de profeta. Él fue “ordenado del Padre y ungido del Espíritu
Santo, para ser nuestro supremo profeta y maestro, que nos ha revelado
plenamente el secreto consejo y voluntad de Dios acerca de nuestra
redención” (CH, PyR 31)1. El “Buen Maestro” ha dejado un elevado
estándar de enseñanza en la iglesia.
El énfasis de Dios en la enseñanza sobresale aun más con las diversas
listas de dones espirituales del Nuevo Testamento que se enfocan en la
enseñanza. La Biblia describe el don de discernimiento espiritual (1Co
12:10), o una percepción al juzgar las cosas espirituales. El don de
enseñanza es muy importante porque no todos tenemos buen
discernimiento. Consideremos el ejemplo de Jetro, quien comenzó
haciendo preguntas. Luego ofreció su juicio espiritual en términos claros
proponiendo un plan alternativo para Moisés (Éx 18:14ss.). Como dirían
más tarde los Proverbios: “Los pensamientos humanos son aguas
profundas; el que es inteligente los capta fácilmente” (Pr 20:5). Luego está
el don de “palabra de conocimiento” (1Co 12:8). El conocimiento se
refiere a la percepción y la capacidad de articular las cosas sagradas. Pablo
también escribe acerca del don de profecía (Ro 12:6; 1Co 12:28), que
probablemente debería distinguirse del oficio del profeta. Al parecer Pablo
está diciendo que los ministros hacen comunicados proféticos (1Co 14:1-
5). Todos los “dones” de los que habla Pablo en Efesios 4 son los del
ministerio de la Palabra: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y
maestros (Ef 4:11). Finalmente, la enseñanza se describe como
55
exhortación (Ro 12:8) o la aplicación de la doctrina al corazón de los
oyentes, a su conciencia y sus sentimientos. El hecho de que tantos de los
dones espirituales estén orientados a la enseñanza subraya la necesidad de
tener iglesias que enseñen hoy en día.
En su libro City on a Hill, Philip Ryken afirma: “Una iglesia
para tiempos poscristianos es una iglesia que enseña”. Luego dice que “la
única iglesia que va a sobrevivir en tiempos poscristianos es una iglesia
con una pasión por la Palabra de Dios”2. Especialmente a medida que la
verdad sea cuestionada, será cada vez más necesario que articulemos
claramente lo que Dios ha dicho en su Palabra. También será cada vez más
necesario negar las enseñanzas presentadas tras un disfraz de cristianismo
pero que Dios no ha enseñado en su Palabra.

¿Cómo es una iglesia que enseña?


Se pueden discernir varias marcas de una iglesia que enseña. Estas marcas
tienen implicaciones tanto para el liderazgo como para los miembros de la
congregación.

UNA IGLESIA QUE ENSEÑA ES CONDUCIDA POR UN MI
NISTROCAPACITADO

Hoy se le da mucho énfasis al hecho de que la Escritura no exige una


capacitación formal en un seminario teológico. Obviamente no hay una
orden que exija instituciones que se correspondan con los seminarios
contemporáneos. Pero ciertamente los escritores del Nuevo Testamento
asumen una formación equivalente para preparar a alguien para el
ministerio. La capacitación ministerial que se asemeje al paradigma del
Nuevo Testamento combinará el discipulado interpersonal, una devoción
que encienda el corazón, y disciplina académica3.
Uno de los problemas hoy en día con la educación del seminario es
que, en muchos casos, está separada del discipulado en la iglesia. Los
críticos modernos de los seminarios los ven como “fábricas de información
espiritual” que no preparan a los hombres para el ministerio de la vida real
en la iglesia. Pablo le encargó a Timoteo: “Lo que me has oido decir en
presencia de muchos testigos, encomiéndalo a creyentes dignos de
confianza, que a su vez estén capacitados para enseñar a otros” (2Ti 2:2).
Hoy las iglesias necesitan llevar a sus hombres al seminario no solo
proveyéndoles en el aspecto financiero, sino también procurando que sean
discipulados trabajando junto a ministros más experimentados.
 

56
Si los seminarios han de preparar adecuadamente a hombres para el
ministerio en la actualidad, también deben procurar inculcar una piedad
viva en sus alumnos. En el libro de Hechos, Lucas hace una notable
afirmación. Dice que los fariseos podian observar que los discípulos
habían estado con Jesús (Hch 4:13). La percepción que los fariseos tenían
de ellos como simples hombres iletrados del vulgo era inexacta. Era cierto
que no tenían las mismas credenciales que los escribas y maestros de la
ley, pero habían sido cultivados en el semillero (en latín, seminarium) del
evangelio al cuidado del Maestro Jardinero. Ellos habian estudiado con él,
le habian hecho preguntas, él los habia corregido, y habian crecido en su
amor por él. Fueron denigrados por su falta de decoro intelectual. Pero
durante sus tres años de “formación de seminario”, crecieron para amar a
su Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerzas (Mr 12:30).
Con todo lo importante que es el seminario (o algo análogo), no es
suficiente. Los maestros de Dios necesitan una formación continua. Por
ejemplo, durante los siglos XVI y XVII, las iglesias reformadas fueron
conocidas por una actividad que se conoció como “profetizaciones”. En
estas reuniones de ministros, cada hombre tenía el turno de predicar, y
luego se le hacian criticas con el fin de que fuese cada vez mas
competente. La diligente fidelidad “en la practica” trae como resultado
mucha capacitación ministerial. El ministro debe ser un obrero diligente al
que se le da la libertad de pasar tiempo interpretando “rectamente la
palabra de verdad” (2Ti 2:14-16). Pablo le escribió a Timoteo: “Ten
cuidado de tu conducta y de tu enseñanza. Persevera en todo ello, porque
así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1Ti 4:16; cf. 2Ti 3:14;
4:1-5). Esta capacitación continua incluirá lectura, predicaciones en
eventos (aparte de los servicios de adoración locales), y asistir a
conferencias4.

UNA IGLESIA QUE ENSEÑA INVIERTE MUCHO TIEMPO 
EN ELLO

Históricamente, las congregaciones cristianas tenían al menos dos


servicios en el Día del Señor5. Una razón de este fenómeno se expresa en
la explicación del Catecismo de Heidelberg sobre el mandato del día de
reposo: “Que yo frecuente asiduamente la iglesia, la congregación de Dios,
sobre todo el día de reposo, para oír la Palabra de Dios” (CH, PyR 103) 6.
La escuela dominical, las clases a media semana y los grupos pequeños
ciertamente proveen enseñanza adicional y tiempo de comunión. Pero el
medio primordial por el que Dios comunica, no meramente información,
sino la gracia misma, es la predicación de la Palabra (Hch 2:42; Ro 10:17).
Por este motivo, una iglesia que enseña considerará el sermón como el
elemento esencial de los servicios de adoración.
57
 
Los sermones extraordinariamente largos no necesariamente son un
indicio clave de una iglesia educadora. De hecho, el ministro no tiene
excusa para la palabrería o las divagaciones sin sentido. Pero es una mala
señal cuando los miembros de la iglesia están más preocupados por la
extensión del sermón que por su contenido. Por ejemplo, una vez fui
invitado a predicar a una congregación cercana y prediqué un sermón de
treinta minutos. Luego del servicio, hice un comentario acerca del bello y
temprano tiempo primaveral; “casi no se necesita abrigo”, señalé. Cuando
me dirigía hacia mi automóvil, uno de los miembros respondió lo bastante
alto como para escuchar: “¡Quizá no necesita abrigo pero sí necesita un
reloj!”. Es importante que como líderes de la iglesia de Cristo nos
preguntemos: “¿Cuánto tiempo dedica nuestra iglesia a la enseñanza
comparado con otras áreas?”.

UNA IGLESIA QUE ENSEÑA ENTIENDE LA ENSEÑANZA 
NO COMOMERA INFORMACIÓN SINO COMO CAPACITA
CIÓN

El desdén moderno por la predicación parece provenir, en parte, del hecho


de que cierta predicación no se distingue de la cátedra. Seguramente la
catedra académica desde el pulpito de la iglesia es uno de los motivos por
los que J. I. Packer puede decir: “La mayoría de las iglesias de hoy tienen
pasajeros en vez de creyentes practicantes”7.
Si la Escritura es útil para la doctrina, la reprensión, la corrección y la
instrucción en justicia, entonces los maestros deberían usarla de esa forma
“a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda
buena obra” (2Ti 3:17). El Libro de orden de la Iglesia Presbiteriana en
América se refiere al deber de la ensefianza de la iglesia como una
disciplina o capacitación sistemática bajo la autoridad de la Escritura de
Dios8. En el pasaje clásico acerca del ministerio de capacitación de la
iglesia, Efesios 4:11-16, encontramos una clara imagen de la relación entre
el ministerio de enseñanza y el ministerio colectivo de la iglesia: los
pastores-maestros deben capacitar a los santos para las labores del
ministerio9. La capacitación de los santos también debe llevarse a cabo
mediante la interacción personal, de a dos. Pero se puede lograr mucho,
Dios mediante, a través de los sermones bíblicos que no solo examinan el
texto usando las preguntas tradicionales “quién, qué, cuando, dónde, y por
qué”, sino que también ayudan al oyente de manera práctica explicándole
el “cómo”. Los sermones deben explicar el “qué” del texto asi como el
“entonces qué”. La doctrina debe conducir a lo que los puritanos llamaban
“uso”, también conocido como aplicación. A. W. Tozer estaba en lo cierto:
58
“La exposición debe tener aplicación” 10. La aplicación es una exigencia
bíblica de la predicación. El segmento de aplicación del sermón no es la
oportunidad para que el predicador saque sus “caballitos de batalla”, sino
para que extraiga fiel y amorosamente el significado del texto en relación
con la forma en que debe responder a él el pueblo de Dios.

UNA IGLESIA QUE ENSEÑA ESTÁ COMPROMETIDAA SE
R UNA IGLESIA QUE APRENDE

Si en una iglesia bien ordenada hay deberes de enseñanza, también hay


deberes de aprendizaje que cada miembro comparte. En la fórmula para la
profesión de fe pública en la denominación donde servimos, el ministro le
hace este encargo a los potenciales nuevos miembros: “Te encargo, pues,
amado hermano, que, mediante el uso diligente de los medios de gracia y
con la ayuda de tu Dios, continúes en la profesión que acabas de hacer” 11.
Más adelante, en la oración, el ministro pide que Dios “aumente en ellos el
espíritu de sabiduría y entendimiento, el espíritu de consejo y poder, el
espíritu de conocimiento y de temor del Señor”12. Los votos de membresía
en la iglesia nos obligan a ser estudiantes en una iglesia que aprende.
Los “medios de gracia” de la cita anterior son especialmente la
Palabra de Dios predicada y los sacramentos del bautismo y la cena del
Señor. Es asombroso que hoy se ponga tanto énfasis en la lectura privada
de la Biblia como medio de conocer a Dios y su voluntad, mientras que se
hace poco hincapié en la obligación de cada miembro de Cristo de asistir
diligente y regularmente a la predicación de la Palabra de Dios. Cuando
leemos la Palabra, pero especialmente cuando oímos su proclamación,
Dios expresa su Palabra acerca de la obra de su Hijo a través del ministerio
de ayuda del Espíritu Santo. Esta Palabra se dirige a la cabeza, el corazón,
y las manos de los pecadores con un propósito muy importante: que nos
volvamos cada vez más desde nuestros pecados a Dios. Es por eso que la
Palabra predicada es el latido del corazón del ministerio cristiano y la vida
cristiana. La lectura privada de la Biblia no es suficiente. De hecho, podría
ser un indicio de engreimiento y de renuencia a ser instruido en la iglesia.
El Catecismo Mayor de Westminster esboza algunos de los deberes
correspondientes a quienes escuchan la Palabra predicada:
De aquellos que oyen la palabra predicada se requiere que la atiendan con
diligencia, preparación, y oración; que comprueben lo que oyen con las
Escrituras; y que reciban la verdad con fe, amor, mansedumbre, y
prontitud de ánimo, como la palabra de Dios; meditando y conferenciando
sobre ella, guardándola en el corazón, y manifestando los frutos de ella en
la vida (CMW, PyR 160)13.

59
Una iglesia que aprende, entonces, debería incentivar a las personas a
llevar sus biblias a la iglesia, marcarlas, tomar notas, y hacer preguntas
cuando sea apropiado.

UNA IGLESIA QUE ENSEÑA ESPERA QUE TODOS SUS M
IEMBROSENSEÑEN

No todos en la iglesia están llamados a ser maestros en el sentido propio de


la palabra. Pero todos tenemos oportunidades de exhortar (Ro 15:14).
Nada nos encantaría más que ver a la gente de nuestras congregaciones
ofrecerse para enseñar algo: clases de finanzas, un estudio sobre el
matrimonio, una reunión del grupo juvenil —hay innumerables
posibilidades—. La obligación que la iglesia tiene de enseñar se manifiesta
en forma especial en el hogar. Dios le encargó solemnemente a su pueblo:
“Enséñenselas [las palabras de Dios] a sus hijos y repítanselas cuando
estén en su casa y cuando anden por el camino, cuando se acuesten y
cuando se levanten” (Dt 11:19). La iglesia ejerce su ministerio de
enseñanza preparando a las familias de la comunidad del pacto para que
sean comunidades de enseñanza y aprendizaje bajo el liderazgo de la
cabeza del hogar.

Atributos de la enseñanza efectiva


Mientras pensamos en lo que significa ser una iglesia que enseña, creemos
que existen varios atributos que conforman un ministerio efectivo de
enseñanza de la Palabra de Dios.
Primero, estará arraigado en la teología que se encuentra en la
Escritura, y especialmente en la doctrina bíblica de Dios. Nuestra fortaleza
y aliento provienen de conocer quién es Dios, lo que él ha hecho, lo que
está haciendo, y lo que hará.
Segundo, será un ministerio cautivador. Si realmente tenemos algo
que decir acerca de Dios, deberíamos decirlo de un modo que la gente
realmente escuche. Jesús contó historias, usó palabras coloridas, empleó la
ironía, y no tuvo temor de usar recursos impactantes.
Tercero, tendrá autoridad: “Así dice el Señor”. Debemos hacer eco de
las palabras de Dios con confianza. Cuando la Palabra de Dios habla,
nosotros debemos hablar; cuando la Palabra de Dios guarda silencio,
nosotros debemos callar.
Cuarto, debe ser integral, abarcando “todo el consejo de Dios” (Hch
20:27, RV95). Uno de los beneficios de la predicación expositiva (la

60
enseñanza de la Escritura verso a verso, capítulo a capítulo) es que aun los
asuntos difíciles deben ser abordados a medida que surgen en la Escritura.
Quinto, debe estar lleno de exhortación (Ro 12:8), aplicando
la doctrina al corazón. Una pregunta significativa que un ministerio
cristiano debe estar respondiendo constantemente es “¿cómo puede usar
esta información nuestra gente?”14.
Sexto, debe ser comprensible para una amplia variedad de personas,
tanto las que están dentro de la iglesia como las que vienen de afuera,
adultos y niños. Nuestro lema debería ser: “Erudición en el estudio,
sencillez en el púlpito”.
Séptimo, debe nutrir el alma. La ensefianza deberia alimentar a las
ovejas (Jn 21:15-17) y administrar así salud espiritual. La enseñanza
deberia ser amorosa y edificante y no innecesariamente controvertida.
Octavo, debe ser cristocéntrico. Si nuestra ensefianza no conduce a
Cristo -nuestra necesidad de él y su provisión para nosotros- entonces es
menos que cristiana. Fuera del evangelio no tenemos nada que decir.
Gracias al evangelio tenemos todos los motivos para ser una iglesia que
enseña.

Preguntas
¿Qué cosas compiten por el lugar de la enseñanza en la iglesia?
¿Cómo puedes evaluar qué tan en serio tomas tú personalmente el
ministerio de enseñanza de la iglesia?
Reflexiona sobre Hechos 4:13. ¿Cómo podían decir los fariseos que
Pedro y Juan habían estado con Jesús?
¿Cómo pueden los pastores y otros educadores hacer atrayente la
instrucción?
¿Por qué es importante enseñar “todo el consejo de Dios”? ¿Cómo
podemos hacerlo?
¿Cómo puedes ayudar a tu pastor en su ministerio de enseñanza?

Lectura sugerida
William Boekestein, “Profiting from Preaching: Learning to Truly Hear
God”. The Outlook 64:4 (2014): 22–24.
William Boekestein, “A Model Sermon”
(http://www.reformation21.org/articles/a-model-sermon.php).
Wayne Mack y Dave Swaely, Life in the Father’s House: A Member’s
Guide to the Local Church (Phillipsburg: P&R Publishing, 2006).

61
T. David Gordon, Why Johnny Can’t Preach: The Media Have Shaped
the Messengers (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2009).

CAPÍTULO SIETE

Una iglesia que adora
“Lo que necesitamos es la buena adoración pentecostal de siempre”,
exhortó el pastor del campus a mis compañeros de estudio en una capilla
de la universidad. Fue alrededor de ese tiempo que comencé a darme
cuenta de que el tema de la adoración era muy importante para todas las
tradiciones cristianas. Fui bautizado en la Iglesia católica romana, tras la
conversión de mi papá pasé un par de años de mi temprana infancia en el
movimiento Capilla Calvario, años después me convertí estando en una
Iglesia Cuadrangular, fui a una universidad de las Asambleas de Dios, y
mientras estaba allí, me fui volviendo cada vez más reformado en cuanto a
teología. Me estaba resultando cada vez más claro que la teología y la
práctica de la adoración efectivamente importan.
La adoración es el objetivo de la misión de la iglesia. Al cumplir con
su actividad de enseñar, la iglesia intenta llevar salvación a los perdidos y
santificación a los salvados, alcanzar a los perdidos y luego enseñar a los
alcanzados. Y todo esto con el propósito de adorar al Dios trino que salva.
Hay al menos cuatro componentes claves de la adoración bíblica con
los cuales especialmente el liderazgo de la iglesia, pero también todo el
pueblo de Dios, necesita estar familiarizado. En primer lugar, la base de
nuestra adoración es el hecho de que Dios nos ha llamado y redimido.
Segundo, el objeto de nuestra adoración es el Dios trino de gracia que ha
efectuado y aplicado la redención. Tercero, el medio por el cual nos
involucramos en nuestra adoración es la Palabra de Dios, la cual tiene
autoridad y es suficiente. Cuarto, la práctica de nuestra adoración —todos
los detalles de cómo es realmente la adoración— realmente importa
(capítulo 8).

La base de la adoración
Al discutir la base de la adoración estamos intentando responder la
pregunta “¿por qué adorar?”. La respuesta remite a lo que abordamos al
comienzo de este libro con respecto a nuestra identidad como iglesias de
62
Cristo. Adoramos por lo que Dios nos ha hecho ser en Jesucristo, a saber,
el pueblo escogido y redimido de Dios. Desde antes de la fundación del
mundo, él nos ha escogido para ser su pueblo santo y sin mancha (Ef 1:4).
Nos ha incluido en su familia liberando a su pueblo de la esclavitud y el
castigo del pecado por medio de la preciosa sangre de Jesucristo (Gá 3:13;
4:5).
 ¿Qué tienen que ver la elección y la redención con la adoración? A veces
se malentiende la idea de la elección soberana de Dios como si no tuviera
un propósito u objetivo. Pero si Dios te ha escogido no es para que puedas
descansar satisfecho y vivir para tus propios fines. La Biblia dice que Dios
ha escogido a su pueblo para que lo adore (Sal 100:1-3). La elección lleva
a la acción. Jesucristo es la piedra viva fundacional, “escogida y preciosa”,
de la iglesia (1P 2:4). Puesto que estamos conectados a él, nosotros
también somos piedras vivas con las que Dios está edificando “una casa
espiritual. De este modo llegan a ser un sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales que Dios acepta por medio de Jesucristo” (1P 2:5).
Y en contraste con aquellos que rechazan a Cristo, Pedro prosigue: “Pero
ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que
pertenece a Dios” con el propósito de “que proclamen las obras
maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable”
(1P 2:9). De manera similar, Israel fue llamado de Egipto para adorar al
Señor en el Monte Sinaí (Éx 3:12; cf. Éx 19:6). Pablo también conecta
nuestro llamado con nuestro propósito de adoración: “Nosotros, en
cambio, siempre debemos dar gracias a Dios por ustedes, hermanos
amados por el Señor, porque desde el principio Dios los escogió para ser
salvos, mediante la obra santificadora del Espíritu y la fe que tienen en la
verdad” (2Ts 2:13). En una palabra, todas las doctrinas bíblicas de la
elección, redención, santificación y glorificación culminan en la adoración
del Dios que elige, redime, santifica y glorifica.
Por ejemplo, lejos de ser una doctrina inútil y especulativa, la elección
es una fuerza impulsora de nuestra adoración. Un pastor del siglo XVII,
Wilhelmus à Brakel (1635–1711), explicó: “Cuando los piadosos perciben
que el comienzo, el medio y el final [de su salvación], en fin, todo procede
solo de Dios según su elección eterna […] ello entonces impulsa al alma a
devolver todo a Dios y a honrarlo y glorificarlo en todas las cosas, dándole
gracias de todo corazón”. Él continúa diciendo que, cuando los piadosos
reflexionen sobre la elección soberana de Dios, se perderán en un “dulce
asombro solo para luego alzarse a adorar, reposar, y gozarse de que la
gloria de Dios exceda con creces su comprensión” 1. La declaración
confesional reformada conocida como los Cánones de Dort (1618-19) dice
lo siguiente acerca de la relación entre elección y adoración:

63
Del sentimiento interno y de la certidumbre de esta elección toman
diariamente los hijos de Dios mayor motivo para humillarse ante él, adorar
la profundidad de su misericordia, purificarse a sí mismos, y, por su parte,
amarle ardientemente a él, que de modo tan eminente los amó primero a
ellos. Así hay que descartar que, por esta doctrina de la elección y por la
meditación de la misma, se relajen en la observancia de los mandamientos
de Dios, o se hagan carnalmente descuidados. Lo cual, por el justo juicio
de Dios, suele suceder con aquellos que, jactándose audaz y ligeramente
de la gracia de la elección, o charloteando vana y petulantemente de ella,
no desean andar en los caminos de los elegidos (CD 1.13)2.
Cuando uno sabe que fue Dios quien lo eligió de entre todas las
personas, esto solo puede conducir a un lugar: la adoración. En palabras de
Juan Calvino, los creyentes deberían meditar diariamente en el hecho de
que “todas las bendiciones con las que Dios nos favorece tienen como
propósito este fin: que su gloria pueda ser proclamada por nosotros”3.

El objeto de la adoración
La base de la adoración, entonces, son las obras de Dios. La respuesta
obvia de parte nuestra es que solo él es el objeto de nuestra adoración.
Como dijo Jesús, los verdaderos adoradores adoran “al Padre” ( Jn 4:23).
La correcta adoración a Dios, dijo Calvino, es “atribuirle y rendirle a él la
gloria de todo lo bueno, buscar todas las cosas solo en él, y en cada
necesidad recurrir solo a él”4. La verdadera adoración es, por así decirlo,
tener una “obsesión con Dios”.
Más específicamente, adoramos al Dios trino: Padre, Hijo, y Espíritu
Santo. La Escritura nos ayuda diciendo que adoramos al Padre, a través del
Hijo, en el poder y la comunión del Espíritu Santo. Como dice Pablo:
“Pues por medio de él [ Jesucristo] tenemos acceso al Padre por un mismo
Espíritu” (Ef 2:18). Pedro dice: “También ustedes son como piedras vivas,
con las cuales se está edificando una casa espiritual. De este modo llegan a
ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios
acepta por medio de Jesucristo” (1P 2:5). Los sacrificios “espirituales” son
los sacrificios que el Espíritu Santo nos lleva a ofrecer en dependencia de
él.
Pero puede ocurrir que pasemos por alto las implicaciones del hecho
obvio de que la verdadera adoración tiene su centro en Dios. La cualidad
de la verdadera adoración cristiana de estar centrada en Dios nos enseña
algo muy fundamental acerca de nuestros servicios de adoración. En
palabras de Robert Rayburn:

64
Los buenos servicios de adoración no son para el goce de los adoradores.
Deben proveer la oportunidad de que los creyentes devotos le ofrezcan al
soberano Dios del universo la adoración, la alabanza, el honor y la
sumisión que él merece, y que reciban el alimento espiritual que él provee
para los verdaderos adoradores solo a través de la Palabra y los
sacramentos5.
La adoración no es para que los espectadores observen sino para que
los adoradores participen glorificando a Dios y recibiendo gracia al
sentarse a los pies de Jesús. En el momento en que olvidamos esto, nos
buscamos problemas.
La adoración no es el don de la iglesia para los adoradores, sino el
don del adorador para Dios (Sal 116:12-13). ¿Tu iglesia viene a adorar
para dar gloria y honra a Dios? Mientras lidiamos con esta pregunta
deberíamos hacer otras preguntas de diagnóstico. Por ejemplo, “¿qué
sugieren nuestras canciones, nuestro programa, nuestros donativos, sobre
la orientación de nuestra adoración?”. A nivel corporativo deberíamos
preguntar: “¿Nuestros servicios tienen el objetivo principal de atraer a la
gente? ¿Estamos enfocados en tener solo los instrumentos correctos o solo
el líder de alabanza correcto?”. Debemos tener cuidado de que la
orientación de nuestra adoración no comience a volverse horizontal. Esto
no implica rechazar un modelo de adoración sensible a la comprensión de
los congregados. Es simplemente situar al devoto en el lugar correcto:
“Los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en
verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” ( Jn 4:23).

Los medios de adoración
En lo que respecta a comprender los principios que ordenan correctamente
nuestra adoración al Dios trino, debemos pensar adecuadamente en el
medio que Dios nos ha dado: la Palabra. La Palabra es la fuente suficiente
de Dios para darse a conocer al mundo. Cuando llegamos a comprender
que la Palabra es suficiente, comenzamos a ver que es todo lo que
necesitamos para lo que creemos acerca de él (teología), para la forma en
que debemos vivir para él (piedad) y para la forma en que debemos
adorarlo (liturgia).
Al pensar en la relación de la Palabra con la adoración, necesitamos
organizar los principios de la Palabra en dos grupos. En Juan 4:24 Jesús
expone dos principios básicos que gobiernan la adoración. Dice que los
verdaderos adoradores adoran en “espíritu” y en “verdad”. Existe
discusión acerca del significado exacto de estos dos términos, pero parece
seguro decir que el primero es más subjetivo o interno respecto al adorador
65
y el segundo es más objetivo o externo respecto al adorador. En otras
palabras, al pensar acerca de la adoración, necesitamos entender primero
las cuestiones del corazón en la adoración —el espíritu del asunto—, y
segundo, necesitamos entender que la Escritura debe regular —la verdad
del asunto—. Si pasamos por alto cualquiera de estos dos principios
fundamentales, nuestra adoración degenerará hasta convertirse o en
sentimentalismo (si no está regulada por la Escritura) o en ceremonialismo
(si no se expresa sinceramente desde el corazón).

La Escritura regula
Jesús dijo que la verdadera adoración es “en verdad”. Es decir, la
verdadera adoración está gobernada por la verdad de la Palabra. Los
reformadores del siglo XVI desarrollaron este principio a partir de la
Escritura para ayudar a la iglesia a resolver las preguntas que mucha gente
estaba haciendo sobre la adoración en la iglesia de Roma. Juan Calvino,
por ejemplo, deduce el principio de la adoración gobernada por la Palabra
a partir del segundo mandamiento. Si el primer mandamiento (contra la
adoración de otros dioses) especifica cuál Dios debe ser adorado, el
segundo (contra la adoración de imágenes) especifica cómo debe ser
adorado este único Dios verdadero. En particular, la adoración no debe
basarse en nuestra propia imaginación y creatividad 6. “La ley”, dijo
Calvino, “es una brida para impedir que los hombres se desvíen hacia la
adoración falsa”; y “la piedad [.] se confina dentro de limites pertinentes” 7.
Es decir, la verdadera adoración a Dios se mantiene en los estándares de
Dios mismo. El estándar de la Escritura supera las preocupaciones
pragmaticas. Calvino es muy firme en este punto: “Nada es más malvado
que idear diversos modos de adoración sin la autoridad de la Palabra de
Dios”8. Deberíamos examinar cada parte de nuestro servicio de adoración
a la luz de la Biblia. Calvino advirtió sobre “intentar cualquier cosa en la
religión al azar”9 o basándose en buenas intenciones.
Una tendencia actual consiste en permitir que la cultura
contemporánea, en lugar de la Escritura, determine la forma de la
adoración de la iglesia. Irónicamente, Dios advierte
especificamente contra esta práctica. Israel no debía seguir los patrones de
adoración de sus vecinos incrédulos (Dt 12:29-32). Dios más bien exhorta
a su pueblo a tener cuidado de observar sus mandamientos, sin añadirles ni
quitarles (Lv 10:1-3). Los ancianos de la iglesia, en particular, tienen el
solemne encargo de resguardar la sacralidad de la adoración a Dios y su
conformidad con la Escritura.
La adoración no solo está regulada por la Palabra de Dios, sino que
además se expresa a través de ella. Como ha escrito W. Robert Godfrey:
66
Las iglesias de la Reforma (y en una medida signif icativa también las
iglesias anteriores a la Reforma) no solo procuraban que la Biblia guiara su
adoración, sino que además intentaban llenar la adoración con la Palabra
de Dios. Esto es porque la Palabra no solo nos instruye sino que también
es el medio por el cual nos acercamos a Dios. Conocemos, servimos, y
adoramos a Dios a través de su Palabra10.
Nuestros servicios de adoración deben exhalar un espíritu de Biblia.
La Palabra debe saturar nuestros servicios mientras la cantamos, la
oramos, la predicamos, y la recibimos a través de los sacramentos. Si un
extraño llegara a tu servicio en cualquier momento, ¿se daría cuenta pronto
de que tu adoración es una expresión de la Palabra de Dios? Como
pregunta Godfrey, respecto a la lectura de no solo uno o dos versos de la
Biblia en la adoración pública sino extensas secciones:
“¿Realmente amamos la Palabra de Dios si nos conformamos con
escuchar solo uno o dos versos?”11.

Asuntos del corazón
Pese a lo importante que es la adoración regulada por la Escritura, eso no
es suficiente. La adoración también debe ser “en espíritu”. Al comentar
Juan 4:23, Calvino dijo: “Se dice que la adoración de Dios reside en el
espíritu, porque no es otra cosa que esa fe interior del corazón que produce
oración, y luego, pureza de conciencia y negación de uno mismo, para que
podamos dedicarnos a la obediencia a Dios como sacrificios santos” 12. Hay
al menos cuatro actitudes del corazón que Dios busca en los verdaderos
adoradores.
Primero, Dios busca sinceridad. Una de las acusaciones regulares que
Jesús les lanza a los fariseos es la de hipocresía (p. ej., Mr 7:6). La
hipocresía es el servicio de labios de un corazón sin interés. Un hipócrita
es un actor, literalmente alguien que usa una máscara; en este caso una
máscara de piedad para cubrir su falta de verdadera piedad. La ostentación
de religiosidad encierra el gran peligro de que podemos ocultar de los
hombres la verdadera situación de nuestro corazón detrás de un servicio de
labios. Calvino dijo: “Nada agrada [a Dios] si no va acompañado de la
sinceridad interior del corazón”13. La adoración hipócrita se cura
quitándose la máscara por medio de la confesión. Confesar significa
contarle a Dios lo que él ya sabe acerca de nosotros: “para quien todos los
corazones estan manifiestos, todos los deseos conocidos, y ningún secreto
encubierto”14. Nuestras máscaras no engañan a Dios.
Segundo, Dios busca humildad. Al venir ante Dios con sinceridad,
otra actitud requerida es la humildad. La verdadera adoración requiere un
67
quebrantamiento de espíritu: “El sacrificio que te agrada es un espíritu
quebrantado; tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y
arrepentido” (Sal 51:17). Nuestro estado caído contrasta con la gloria de
Dios: “Porque lo dice el excelso y sublime, el que vive para siempre, cuyo
nombre es santo: ’Yo habito en un lugar santo y sublime, pero también con
el contrito y humilde de espíritu’” (Is 57:15). Es por esto que un llamado a
la oración especialmente apropiado es: “Vengan, postrémonos reverentes”
(Sal 95:6).
Tercero, Dios busca gozo. Una verdadera comprensión del gozo no es
incompatible con la humildad sino que la complementa. Cuando realmente
entendemos nuestras humildes circunstancias en relación con el Dios justo,
nos llenamos de gozo inexpresable porque él ha condescendido a tener
comunión con nosotros en Cristo. En este sentido, en realidad se nos
ordena adorar gozosos con cantos (Sal 95:1-2).
Cuarto, Dios busca gratitud. La gratitud es la comprensión de
que todo lo que tenemos proviene de Dios. A medida que maduremos en
nuestra fe, podremos adorar con agradecimiento aun en medio de
circunstancias críticas (Sal 100:4; Hch 16:25).
En la conclusión de su libro sobre la predestinación, R. C. Sproul
explica la relación entre nuestra elección y la adoración. Él dice que la
predestinación:
Es una teología que comienza y termina con la gracia. Comienza y termina
con doxología. Alabamos a un Dios que nos levantó de la muerte espiritual
y nos hace caminar en lugares elevados […]. Es causa de gozo para
nuestras almas saber que todas las cosas están dispuestas para nuestro bien.
Nos deleitamos en nuestro Salvador que verdaderamente nos salva y nos
preserva e intercede por nosotros […]. Ponderamos los misterios y nos
postramos ante ellos, pero no sin doxología por las riquezas de la gracia
que él ha revelado15.
Por lo tanto, la asombrosa gracia de Dios es en definitiva lo que une la
base de nuestra adoración, el objeto de nuestra adoración, y los medios de
nuestra adoración.

Preguntas
Si alguien te preguntara por qué se debe ir a la iglesia, ¿qué le dirías? En
otras palabras, ¿por qué adoramos?
Reflexiona sobre la adoración “sensible al visitante indagador” a la luz de
Juan 4:23. ¿Por qué es crucial entender que la Escritura regula la adoración?
¿Por qué es crucial entender que, en la adoración, la actitud del corazón
importa?
68
¿De qué formas estamos tentados a practicar una adoración hipócrita?
Lectura sugerida
William Boekestein, “How to Grow Spiritually”
(http://www.ligonier.org/blog/how-grow-spiritually/).
W. Robert Godfrey, Pleasing God in Our Worship, Today’s Issues (Wheaton:
Crossway Books, 1999).
Terry L. Johnson, Reformed Worship: Worship that is According to
Scripture (Jackson, MS: Reformed Academic Press, 2000).What is
Reformed Worship, How to Plant a Reformed Church: The Church
Planting Manual of the
URCNA, https://www.urcna.org/urcna/Missions/ChurchPlantingManual/
How%20to%20Plant%20a%20Reformed%20Church.pdf(acceso: 1 de
septiembre de 2014).
CAPÍTULO OCHO

La práctica de nuestra adoración


Yo estaba inundado de asombro y gozo. Había salido de mi primer
servicio de adoración reformado. No dejaba de pensar: “¿Por qué no
encontré esto antes?”. Por primera vez sentí que no “iba a la iglesia” sino
que iba a adorar. El servicio estaba saturado de Escritura, y lleno de la
seguridad del evangelio desde el llamado a adorar, la absolución, el
sermón, la cena del Señor, hasta la bendición. Finalmente había
encontrado lo que buscaba.
En el capítulo anterior, esbozamos algunos puntos esenciales acerca
de la adoración: su base es nuestro llamamiento y redención, su objeto es
el Dios trino, y su medio es el “espíritu” de los corazones creyentes y la
“verdad” de la Escritura. Este fundamento de la adoración es
extremadamente útil pero aun no traza una imagen global sobre el aspecto
que tendrá realmente una iglesia que adora. Pero esta imagen comienza a
surgir cuando implementamos los principios bíblicos e imitamos ejemplos
de adoración de la Biblia y de la historia eclesiástica.

¿Qué es un servicio de adoración?


Un servicio de adoración es una reunión corporativa con Dios que evoca
en el adorador una declaración sincera de la majestad y la suficiencia de
Dios. En la Biblia es evidente que la adoración sucede en el contexto del
encuentro de Dios con el hombre redimido (Éx 3:5; Is 6:1-7; Heb 12:18-
29; Ap 4-5). Cuando los hombres y mujeres redimidos en la Biblia se
reúnen con Dios, la respuesta de aquellos es de “temor reverente” (Heb
12:28).
69
Esta definición básica de un servicio de adoración tiene varias
implicaciones. La primera es que la adoración es participativa. Esto
significa que no venimos a adorar para observar pasivamente. Venimos a
unir nuestro corazón activamente en oración y a añadir voces al canto y la
recitación de la liturgia. A menos que hayas tenido el privilegio de dirigir
la adoración, quizá no hayas percibido cuántos asistentes al parecer no
están participando.
Al contrario de gran parte de la adoración contemporánea, este
principio de adoración participativa se aplica a los creyentes y a sus hijos.
Durante cientos de generaciones los adoradores de Dios se han reunido
como un cuerpo completo. La práctica de sacar a los niños del servicio de
adoración es una invención relativamente nueva que refleja nuestra cultura
impulsada por el consumismo con su deseo de elección y especialización.
Cuántos acomodadores no les tocan el hombro a las desprevenidas madres
y les dicen: “Déjeme indicarle dónde dejar a su hijo”. Lo que quieren decir
es que los ruidos normales que hace un niño de dos años no son
compatibles con la adoración altamente coreografiada que han diseñado
algunas iglesias. Cuando los discípulos reprendieron a los que llevaban a
sus niños pequeños a Jesús, Jesús los reprendió a ellos (Mr 10:13)1.
Los pocos vistazos que tenemos de los servicios de adoración del
Nuevo Testamento indican claramente que se trataba de eventos familiares
(Hch 10:33; 16:32). La expectativa de Dios de que los hijos estuvieran
presentes con los adultos durante la Pascua, uno de los eventos más
sagrados en el calendario judío, es una potente evidencia a favor de los
servicios integrados por la familia (Éx 12:26-27). Los hijos que están
presentes en la adoración corporativa serán cuando menos motivados a
hacer preguntas.
La segunda implicación de la adoración como un encuentro
corporativo con Dios es que nuestra respuesta debería caracterizarse por
reverencia y temor. Esto no quiere decir que nuestro acercamiento a la
adoración debería ser grave o severo. Sí quiere decir que nuestro
acercamiento a la adoración no debería ser ligero o frívolo, pues debemos
rendir alabanza “con temblor” (Sal 2:12). El libro de Hebreos compara y
contrasta la adoración de la era del Antiguo Testamento con la del Nuevo.
En el Monte Sinaí, la voz de Dios resonó como una trompeta y remeció la
tierra (Heb 12:18-19, 25). El escritor contrasta esa experiencia con la
nuestra cuando dice: “Ustedes no se han acercado a una montaña que se
pueda tocar […]. Por el contrario, ustedes se han acercado al monte Sión”
(Heb 12:18, 22). Luego continúa diciendo: “Si no escaparon aquellos [en
Sinaí] que rechazaron al que los amonestaba en la tierra, mucho menos
escaparemos nosotros si le volvemos la espalda al que nos amonesta desde
70
el cielo. En aquella ocasión, su voz conmovió la tierra, pero ahora ha
prometido: ’Una vez mas haré que se estremezca no sólo la tierra sino
también el cielo’” (Heb 12:25-26). El punto es que nuestro Dios de
ninguna forma hoy es menos un fuego consumidor de lo que fue en los
dias de Moisés (Heb 12:29). Nuestro enfoque de la adoración deberia
reflejar la majestad y la gloria de Dios.

¿Tiene una “forma” la adoración?


La noción de forma nos parece más bien subjetiva. ¿Existe una forma
correcta para una casa, un arbusto, o una persona? Las cosas vienen en
diversas formas y tamaños, ¿no es así? En algún modo, esto es cierto
respecto a la adoración. Dios no ha revelado un plano que explique la
forma precisa que debería tomar la adoración del Nuevo Testamento. Pero
esto no significa que un líder de adoración pueda “diseñar” un servicio de
adoración con cualquier forma que él pueda imaginar. Dios nos ha
revelado que las formas y modelos importan. La esencia de la adoración
crea la forma y el modelo de la adoración.

ORDEN DE LA ADORACIÓN (LITURGIA)
En el Antiguo Testamento, Dios fue muy específico en cuanto a los
pormenores de la adoración. Él dictó con precisión el “quién, qué, dónde,
cuándo y cómo” de la adoración. También detalló estrictas sanciones por
transgredir su orden. En el Nuevo Testamento, cuando la iglesia alcanza
madurez (Gá 3:19-4:7), a los hijos de Dios se les otorga un mayor grado de
libertad (Gá 5:1). No obstante, la insistencia de Dios en el orden se
mantiene constante. Por este motivo dijo: “Todo debe hacerse de una
manera apropiada y con orden” (1Co 14:40). Este mandato llega en el
contexto de la enseñanza de Pablo sobre los servicios de adoración.
Asimismo, la historia de la iglesia nos llama a una adoración
ordenada. El patrón ordenado de la adoración cristiana temprana se revela
en escritos tales como La Didaché (120 d. C.), la Primera apología de
Justino Mártir (155 d. C.), y la Apología de Tertuliano (197 d. C.). En la
historia más reciente, los reformadores trazaron órdenes de adoración
bíblicamente pensados que los líderes de adoración modernos harían bien
en consultar2. Algunos puntos de esta liturgia son claros requisitos
bíblicos: la lectura y predicación de la Palabra, los sacramentos, y la
oración (Hch 2:42). Otros se derivan de los principios y ejemplos biblicos.
Estamos convencidos de que todos glorifican a Dios y son edificantes para
el adorador.

71
DIÁLOGO
Si la Palabra de Dios y el testimonio cristiano temprano nos dan ejemplos
de los elementos que debería contener nuestra adoración, aún queda la
pregunta “¿cómo se deben disponer estos elementos?”. ¿Deberíamos
cantar la mayoría de nuestras canciones en una sección, o deberían estar
dispersas a través del servicio? ¿En qué lugar del servicio debería
insertarse la ofrenda (si efectivamente debería insertarse)? ¿Cómo debería
comenzar el servicio? ¿Cómo debería concluir?
Muchas de estas preguntas se responden si concebimos este encuentro
corporativo con Dios como un diálogo o conversación. Dios se ha revelado
en su Palabra como un comunicador que por gracia se involucra con su
pueblo. En esta conversación vemos el patrón constante de que Dios la
entabla y su pueblo responde. Dios habló con voz atronadora a Job “desde
la tempestad. Le dijo: ’Prepárate a hacerme frente. Yo te cuestionaré, y tú
me responderás’” ( Job 40:6-7). Job respondió a la Palabra de Dios
aborreciéndose a sí mismo y arrepintiéndose en polvo y ceniza ( Job 42:6).
En este ejemplo aprendemos que parte del diálogo de un servicio de
adoración será un intercambio de Ley/Arrepentimiento; Dios pronuncia su
ley, revelando su santidad, y nosotros nos humillamos y nos arrepentimos
de nuestros pecados. El mismo patrón emerge en Éxodo 24 e Isaías 6. O
tomemos la bella invitación de Jesús registrada en Juan 7: “¡Si alguno
tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la
Escritura, brotarán ríos de agua viva” ( Jn 7:37-38). El Señor comunica la
suficiencia de Cristo y los méritos de su justicia y luego nos llama a creer
en respuesta a su mensaje. Este mismo principio dialógico es evidente en
el elemento eucarístico de un servicio de adoración. Dios confirma la
promesa inalterable de su favor a través del pan y el vino. Su pueblo
responde viniendo a la Mesa Celestial y recibiendo el don de Dios para sus
almas.

¿QUÉ HAY CON LOS PORMENORES DE LA ADORACIÓN
?
La adoración es un diálogo corporativo con el Dios viviente, y es un
diálogo que está gobernado por la Escritura (en verdad) y suscita una
respuesta de creyente reverencia y gratitud (en espíritu). Al ser este el
caso, hay varios elementos que deberían, o al menos podrían, componer un
servicio de adoración. Reconociendo que podrían existir muchos buenos
órdenes de estos elementos, los hemos organizado bajo dos encabezados:
el discurso de Dios y el nuestro.

72
DIOS NOS HABLA A NOSOTROS
Cuando consideramos que en el servicio de adoración Dios nos habla a
nosotros, debemos tener cuidado, en primer lugar, de no distraernos con el
hombre en el púlpito. El ministro fiel es la voz de Dios; él es un mero
instrumento. No obstante, el patrón de Dios en el transcurso de la historia
consiste en hablar a través de mediadores humanos (Heb 1:1-2). A
continuación hay varios elementos de adoración en los que Dios habla a su
pueblo.
Llamado a adorar. Los Salmos incluyen muchos grandiosos textos
que pueden usarse para alertar al pueblo de Dios reunido de que el servicio
de adoración está comenzando. Un ejemplo es el Salmo 34:3:
“Engrandezcan al Señor conmigo; exaltemos a una su nombre”. El
llamado de Dios a adorar es tanto una invitación de gracia como una
convocación imperial. Como nota práctica, este es el momento para dejar
de lado las distracciones si uno todavía no lo ha hecho en silencio antes del
servicio.
El saludo de Dios. El autor de Hebreos nos recuerda que “nuestro
’Dios es fuego consumidor’” (Heb 12:29). Él ha comparado y contrastado
la adoración del Antiguo y el Nuevo Testamento en los versos anteriores.
En ambos hay un elemento de temor (Is 6). Frente a este temor
necesitamos la confirmación de que Dios está a nuestro favor. “La
Salutación es el saludo con el que Cristo nos recuerda que él está en medio
nuestro, y trae gracia, misericordia y paz” 3. El saludo es como el cetro de
oro que el Rey Asuero le extendió a Ester, indicando que ella no moriría
por venir ante su presencia (Est 8:4). Y nosotros entramos en la
presencia celestial del Rey del universo.
Lectura de la Ley. Esto nos recuerda la santidad de Dios y nos
convence de nuestro pecado y necesidad de Cristo. La ley confirma que no
podemos enmendar las cosas simplemente haciendo lo bueno. La ley
también se usa para dirigir nuestros caminos en formas que agraden a Dios
(CH, PyR 115).
Seguridad de perdón. Este punto a veces se denomina declaración de
perdón o absolución. La ley nos recuerda nuestro pecado a fin de que
podamos ser revividos por el evangelio. Cristo ha dado a sus ministros la
autoridad para declarar al contrito y arrepentido que Dios lo perdona por
causa de Cristo (Mt 18:18; Jn 20:23)4.
Lectura de la Escritura. Pablo le encargó a Timoteo que prestara
atención no solo a la exhortación y a la doctrina de la Escritura sino
también a su lectura (1Ti 4:13). Considerando lo poco que se lee hoy la
73
Escritura incluso en los hogares cristianos, cada Día del Señor nuestra
adoración debería incluir porciones importantes de lectura de la Escritura,
preferentemente de ambos Testamentos.
Sermón. El sermón es la exposición y la aplicación de la Escritura con
un enfoque en la provisión de gracia por medio de Cristo a los pecadores
caídos y creyentes. No basta con leer la Escritura; necesitamos entenderla.
El eunuco etíope no podía entender lo que leía hasta que Felipe se lo
explicó. Dios reproduce el ministerio de Felipe mediante la predicación de
su Palabra (Hch 8:26-40). Como dice la Segunda Confesión Helvética:
“Por consiguiente, si hoy en día es anunciada dicha Palabra de Dios en la
iglesia por predicadores debidamente autorizados, creemos que la Palabra
de Dios misma es anunciada y escuchada por los creyentes” (Art. 1)5.
Bendición. La bendición es literalmente la “buena palabra” de Dios
pronunciada en la conclusión del servicio de adoración. En la adoración
del tabernáculo y el templo del Antiguo Testamento, Israel se presentaba
ante el rostro del Señor. Y uno de los deberes de los sacerdotes,
cuando salían de esta presencia de Dios y se presentaban ante el pueblo,
era pronunciar la bendición del Señor sobre ellos: “El Señor te bendiga y
te guarde; el Señor te mire con agrado y te extienda su amor; el Señor te
muestre su favor y te conceda la paz” (Nm 6:24-26). De manera similar,
las cartas de los apóstoles al pueblo de Dios concluían con este tipo de
bendiciones: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2Co 13:14). La
bendición es una promesa de que Dios permanecerá activamente con
nosotros por su Palabra y su Espíritu. La bendición envía a los adoradores
con una indeleble impresión de estar viviendo delante del rostro de Dios.
En este punto, la bendición resume toda la “liturgia”. Si todo el servicio de
adoración fuera simplemente una reflexión acerca de la gracia del Señor
Jesucristo, el amor de Dios el Padre, y la comunión del Espíritu Santo, aún
capturaría la esencia de la adoración.

NOSOTROS LE HABLAMOS A DIOS
Oración en silencio. Nuestra vida a menudo es un cúmulo de actividad
desde el momento en que despertamos hasta cuando apoyamos la cabeza
en la almohada. Por este motivo, deberíamos dedicar algunos momentos a
preparar nuestro corazón para la adoración antes de escuchar el llamado de
Dios.
Invocación6. Históricamente, esto se conocía como el votum, que es
un voto que hace el pueblo de Dios, a menudo por medio del ministro, en
las palabras “nuestra ayuda está en el nombre del Señor, creador del cielo

74
y de la tierra” (Sal 124:8; cf. Sal 79:13). Es una señal de nuestra propia
necesidad y dependencia del Dios en quien confiamos.
Confesión del pecado. Los creyentes confiesan sus pecados
individualmente a lo largo de la semana en forma continua. Pero la
adoración corporativa es un momento especial en el que confesamos
nuestros pecados como un cuerpo de pecadores. Lo hacemos a través de
una oración congregacional, a través de los cantos, y a través de la oración
en silencio a lo largo del servicio.
Canto. Una de las formas más significativas en las que hablamos a
Dios durante el servicio de adoración es mediante el canto congregacional.
Lamentablemente, el canto congregacional está pasando por tiempos
difíciles. En un reciente artículo titulado “La agonía del canto
congregacional”, un autor sugiere que “el genuino y sincero canto
congregacional está experimentando sus agónicos jadeos” 7. Esto puede ser
un poco melodramático pero realmente atrae nuestra atención hacia un
problema significativo: el canto congregacional robusto parece ir en
descenso. Hay varios factores que pueden estar contribuyendo a este
problema. Se ha sugerido que la excesiva ampliación de los equipos de
adoración entrenados puede, en realidad, desalentar la participación de las
personas en las bancas. También esta el hecho de que muchas personas en
la iglesia sencillamente nunca han sido entrenadas para cantar, de manera
que no se sienten cómodas haciéndolo. Estos dos factores se podrían
abordar simplemente proporcionando entrenamiento musical en la iglesia y
volviendo a un énfasis en la lengua humana como el instrumento
primordial de la adoración. Otro obstáculo para el canto congregacional
robusto es un generalizado temor al hombre y una atrofiada visión de Dios.
Cuando las sonrisas y los ceños fruncidos del hombre tienen más peso para
nosotros que las sonrisas y los ceños fruncidos de Dios, entonces no le
ofrecemos el tipo de adoración que él merece mediante el canto. Moisés
aporta una importante noción al canto congregacional cuando dice: “El
Señor es mi fuerza y mi cantico; él es mi salvación. Él es mi Dios, y lo
alabaré; es el Dios de mi padre, y lo enalteceré” (Éx 15:2). Cuando Dios se
convierta en nuestra expresión última, la forma en que abordamos el canto
congregacional cambiará drásticamente.
Confesión de fe. Los creyentes no solo deben confesar sus pecados en
la adoración, sino que también deben confesar su fe. Durante siglos, los
cristianos han expresado su fe a través de las palabras del credo de los
Apóstoles y el credo niceno. Estos credos no solo se enfocan en el ser y las
obras de nuestro Dios trino, sino que también expresan la confianza que
tenemos en este Dios. Si la iglesia esta llamada a ser una comunidad

75
confesante, tiene sentido que primero confesemos nuestra fe delante de
nuestros hermanos y hermanas (Sal 22:22, 25).
Oración. Hay varias formas en que los creyentes invocan a Dios en
oración durante el servicio. Primero, consideremos la oración
congregacional o pastoral. Alguien puede preguntar: “(,Qué debo
hacer yo mientras el pastor ora?”. ¡Orar! Aquí hay algunas sugerencias
para ayudar a los reunidos a involucrarse más en la oración
congregacional.
 • Compartir peticiones de oración previamente o tener una lista en
el boletín.
 • Seguir atentamente las palabras del ministro.
 • Decir “amén” a la oración en forma personal a lo largo de la
misma y decir “amén” con toda la congregación en la conclusión.
 • incorporar las oraciones congregacionales a las oraciones
personales y familiares.
Segundo, hay una oración que busca iluminación. Sin la iluminación
de Dios, la Biblia se mantendrá como un libro cerrado para nosotros.
Expresamos nuestra humildad buscando la ayuda del Señor antes de
estudiar su Palabra:
Bendito Señor, que has hecho escribir todas las Escrituras para nuestro
aprendizaje; permite que con sabiduría podamos escucha rlas, leerlas, ma
rca rlas, aprenderlas, y asimi la rlas interiormente, para que por la
paciencia y el consuelo de tu santa Palabra podamos abrigar, y siempre
aferrarnos, a la bendita esperanza de vida eterna que tú nos has dado en
nuestro Salvador Jesucristo8.
Tercero, hay una oración por la aplicación. La oración de aplicación
posterior al sermón en efecto es aplicación. Cuando le pedimos a Dios que
obre en nosotros lo que nos ha enseñado, nos estamos volviendo hacedores
de la Palabra y no solo oidores (Stg 1:22).
Ofrenda. Si bien en las iglesias reformadas modernas existe un debate
menor acerca de si la ofrenda corresponde a la adoración pública —
algunos proponen una caja de ofrendas fuera del lugar de adoración—,
nosotros asumimos que sí corresponde a la adoración pública debido a las
instrucciones de Pablo, por ejemplo (1Co 16:2). En cuanto al lugar que le
corresponde dentro del servicio, se podría argumentar que uno de los
mejores momentos para la ofrenda en el servicio de adoración es después
de la predicación del evangelio. De esta forma, la donación cristiana es lo
que debería ser, una expresión de gratitud.

76
La adoración cristiana es una reunión corporativa con el Dios del
cielo y de la tierra. Como tal, la forma en que nos acercamos a él es de
suma importancia. Nuestra esperanza es que lo anterior haya al menos
ayudado a estimularte a seguir considerando reflexivamente lo que la
Biblia dice sobre cómo adorar a Dios en espíritu y en verdad.

Preguntas
¿Qué es un servicio de adoración?
¿Qué dice la Biblia acerca de la “forma” de un servicio de adoración?
¿Qué sugiere la idea de “adoración como diálogo” acerca de tu
involucramiento en la adoración?
¿De qué formas podemos participar cuando Dios nos habla en la
adoración?
¿Qué puede decir Job 40:6-7 sobre un enfoque de la adoración
centrado en el visitante indagador?
¿De qué formas ayudarías a los niños a participar en la adoración?

Lectura sugerida
D. G. Hart y John R. Muether, With Reverence and Awe: Returning to the
Basics of Reformed Worship (Phillipsburg, NJ: P&R Publishing, 2002).
Daniel R. Hyde, What to Expect in Reformed Worship (Eugene, OR: Wipf
& Stock, segunda edición 2013).
R. C. Sproul, Everyone’s a Theologian: An Introduction to Systematic
Theology (Sanford, FL: Reformation Trust Publishing, 2014), 274–
278.

CAPÍTULO NUEVE

Una iglesia que testifica
Hace varios años, el popular escritor anticalvinista Dave Hunt
condensó muchas opiniones de los cristianos evangélicos cuando dijo que
los calvinistas “llevan el evangelio al mundo, no a causa de su calvinismo,
sino solamente a pesar de él”1. Recuerdo haber escuchado sentimientos
similares mientras estaba en la universidad, cuando comenzaba a aprender
acerca de la Reforma. El argumento consiste en que, dado que la teología
reformada enseña la elección eterna e incondicional, en consecuencia, pase
lo que pase, los escogidos son los escogidos; dado que la teología
reformada enseña que la satisfacción de la justicia de Dios hecha por
Cristo en la cruz solo es efectiva para algunos, en consecuencia, él no
puede ser ofrecido al mundo; dado que la teología reformada enseña que
77
toda la humanidad está tan muerta en el pecado, en consecuencia, no tiene
sentido compartir el evangelio con aquellos que ni siquiera pueden creer.
A causa de lo anterior, los calvinistas solo pueden desear de manera
inconsecuente llevar el evangelio al mundo (juna afirmación patentemente
falsa!).
Como veremos más adelante, sin embargo, una iglesia bien ordenada
y vigorosa no existe meramente para sí misma. Existimos primordialmente
para la gloria de Dios. En segundo lugar, existimos para la edificación de
quienes estan dentro de la iglesia y por causa de la salvación de los que
están fuera en el mundo. La iglesia es la luz del mundo (Mt 5:14), y cada
iglesia debe ser uno de los candelabros entre los cuales camina Jesús (Ap
1:12). Debido a lo que somos, debemos ser una iglesia que testifica,
involucrada en el ”ministerio de la reconciliación” (2Co 5:18). ¿Cómo
podemos poner en práctica este mandato como iglesia local?2
Gracias a Dios, él ha explicado y ejemplificado, exigido y
demostrado, su mandato misionero tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento. Una de las mejores formas de adquirir una noción de la
empresa misionera de Dios es leer el libro de Hechos. Allí podemos
observar la práctica de una iglesia que testifica. Ver en acción a la iglesia
orientada hacia el exterior resulta un gran incentivo. Pero también es
importante dar un paso atras para considerar algunos principios básicos de
las misiones. En este capítulo consideraremos cinco aspectos del
testimonio congregacional y luego en el capítulo 10 consideraremos el
“cómo” del testimonio.

Una definición de las misiones (“qué”)


La misión cristiana es la actividad de gratitud de la iglesia en respuesta a la
misión del trino Dios de gracia (Missio Dei), quien está llamando
activamente al mundo a arrepentirse y reconciliarse con él3. Puesto que
Dios ha entrado a nuestro mundo en la encarnación, la muerte y la
resurrección de Jesucristo, la iglesia sale a ese mundo.
Y la iglesia sale con el ministerio de la reconciliación a través de la
proclamación del evangelio. Visualizar las misiones como un ministerio de
reconciliación (2Co 5:18-21) nos ayuda a ver las misiones como la
articulación del gran problema que existe entre Dios y el hombre, así como
el plan para reparar la brecha. El esquema del libro de Romanos, así como
el del Catecismo de Heidelberg (CH, PyR 2), nos otorga un resumen muy
práctico de este ministerio: pecado (Ro 1:18-3:20), salvación (Ro 3:21-
78
11:36), y servicio (Ro 12:1-16:27). Puesto que “todos han pecado y están
privados de la gloria de Dios” (Ro 3:23), necesitamos una justicia que
provenga de Dios mismo (Ro 3:19-22). Puesto que Dios otorga
gratuitamente esta justicia a sus hijos, estamos obligados a llevar vidas de
amorosa gratitud (Ro 12:1). Este esquema de tres partes nos ayuda a
entender la importancia de confrontar a los incrédulos con la realidad de su
pecado. A fin de cuentas, no hay necesidad de un ministerio de
reconciliación si no hay ningún problema entre el ser humano y Dios por
el cual hombres y mujeres necesiten arrepentirse. Pero dado este problema,
la promesa del evangelio brilla con mas esplendor: el que crea en Cristo
crucificado no perecera sino que tendrá vida eterna. Finalmente, aquellos
que han sido injertados en el cuerpo de Cristo, la iglesia, están capacitados
para vivir como hijos reconciliados de Dios. En otras palabras, la obra de
reconciliación consiste en que personas separadas se unen al cuerpo santo
de Jesús.
Algunos consideraran que esta definición de las misiones es
extremadamente acotada. (,No excluye esta definición muchas cosas que
normalmente consideramos como “misiones”? (,Qué hay de las misiones
“de corto plazo”, aquellos que trabajan en campos misioneros, y así mismo
los asuntos cotidianos como la amistad, la hospitalidad, la labor diaconal,
una sincera obra ética, y la justicia social? De hecho, hay muchas cosas
más que pueden apoyar a las misiones preparando o haciendo un
seguimiento de la Palabra predicada, pero la misión que el Rey Jesús le
dejó a su iglesia es la de reconciliar a los pecadores perdidos haciendo
discípulos sobre la base del evangelio (Mt 28:18- 20). La actividad
misionera, propiamente hablando, es el anuncio del evangelio de
Jesucristo. Con todo, debería haber una estrecha relación entre la Palabra y
el ministerio de obras; ambos deberían ir unidos dando prioridad al
ministerio de la Palabra. Tal ordenamiento de un ministerio de la Palabra y
de obras parece más bien contracultural hoy en día. Escuchamos iglesias
con eslóganes como “solo haz el bien”, tomando la supuesta afirmación de
Francisco de Asis: “Predica el evangelio en todo tiempo, y cuando sea
necesario, usa palabras”. Con todo lo popular que hoy parece ser este
enfoque, sencillamente no es el patrón que vemos en el Nuevo
Testamento. Las obras de la iglesia daban credibilidad a sus palabras.
Lo que vemos más bien es la centralidad de la predicación en las
misiones. La Escritura explica esto cuando dice: “La fe viene como
resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de
Cristo” (Ro 10:17). Predicar el arrepentimiento y la fe, ya sea en una
iglesia local establecida, o fuera de su alcance, es actividad misionera.

79
Todavia queda la pregunta: “(,Qué comunicaran los embajadores de
Cristo?”. La respuesta que da el patrón apostólico regular es esta:
proclamar la obra consumada de Cristo así como la necesidad de los
pecadores de responder con fe. Esto significa que el evangelio se trata de
lo que Dios ha hecho a través de Cristo. Él satisface la justicia de Dios en
su muerte sustitutiva. Como dicen los Cánones de Dort: “Existe además la
promesa del evangelio de que todo aquel que crea en el Cristo crucificado
no se pierda, sino que tenga vida eterna” (CD 2.5) 4. Está claro que esta
promesa requiere de una respuesta de parte del pecador. Debemos
presentar a Cristo mismo en su sufrimiento, su muerte, resurrección,
conquista y gloria, y decir: “(,Qué vas a hacer con él?” (Jn 19:14). Esta
presentación de Cristo es a la vez una invitación de gracia y un potente
mandato. Tú debes nacer de nuevo (Jn 3:7). Pablo presentó el mensaje del
evangelio a los atenienses y luego les dijo que Dios “ahora manda a todos,
en todas partes, que se arrepientan” (Hch 17:30).
Desde luego, el embajador cristiano no proclama simplemente los
elementos básicos de la fe. La actividad misionera a veces se concibe
como reducir el mensaje de Dios a sus puntos esenciales. Puede que este
sea un punto de partida, pero la Gran Comisión ordena especificamente un
enfoque abarcador. Jesus les ordena a sus misioneros que enseñen a sus
nuevos discípulos a vivir según cada palabra que sale de la boca de Dios
(Dt 8:3; Mt 28:20). Esto significa que, para que entendamos e
implementemos una visión bíblica de las misiones, debemos convencernos
de que estas se apoyan en la centralidad, suficiencia, eficiencia,
singularidad y autoridad de la predicación5.

El agente de las misiones (“quién”)


En última instancia, la Biblia describe al agente de las misiones como el
propio Dios trino, pero él también obra por medio de pregoneros de su
Palabra. Tomemos a estos primero.

LA IGLESIA LIDERADA POR SUS MINISTROS
La iglesia es la única institución en el mundo que ha sido divinamente
autorizada para llevar a cabo la Gran Comisión (Mt 16:18–19; 18:18;
28:19–20; Hch 1:8; 2Co 5:18–20). Esto no significa que las implicaciones
de la Gran Comisión estén limitadas a los ministros ordenados en
representación de las iglesias organizadas. Pero el hecho de que la
80
comisión de Jesús dada a los apóstoles esté arraigada en la predicación y el
bautismo sugiere fuertemente que el vehículo primario de las misiones
cristianas es el oficio del ministro de la Palabra y los sacramentos. Esta
aseveración no desmerece el sentido en que todos los creyentes deben
participar en la misión de Dios. Simplemente ayuda a definir roles. Los
creyentes tienen una responsabilidad en las misiones como “ayudantes
misioneros”. Cada creyente puede apoyar en la obra diaconal dando y
trabajando como voluntario en los distintos ministerios que supervisan los
diáconos (Fil 4:10-20) así como a través de la oración (1Ts 5:25; 2Ts 3:1-
2). Todos deberíamos asistir el ministerio de la Palabra a través del
incentivo, el sustento, y la receptividad. Cada creyente está llamado a
involucrarse con sus pares explicando personalmente la razón de su
esperanza (ver capítulo 10). Pero nada de esto debe hacerse separado de la
iglesia de Jesucristo.
La insistencia de la Biblia en un énfasis eclesiástico en las misiones
también plantea preguntas acerca de las organizaciones paraeclesiásticas.
¿Tienen un lugar en la iglesia? Si la labor de las misiones en términos
estrictos es una función de la iglesia, entonces debería llevarse a cabo bajo
la autoridad de ancianos y mediante el apoyo de diáconos. Los misioneros
no deberían rendir cuentas a un comité o una red sino a los líderes de una
iglesia de Cristo organizada. No obstante, las organizaciones
paraeclesiásticas pueden ser usadas por Dios para apoyar la obra de la
iglesia por medio de esfuerzos especializados que las iglesias quizá no
puedan proveer por sí mismas. Por ejemplo, los grupos paraeclesiásticos
desempeñan un importante rol en la preparación de misioneros para el
servicio a través de universidades, seminarios, e instituciones lingüísticas.
La prioridad de la misión de la iglesia sobre la de estas organizaciones
debería impactar también la forma en que los feligreses y las
congregaciones diezman. Las organizaciones paraeclesiásticas honestas le
dicen a su audiencia que su primera responsabilidad es dar a la iglesia
local.

EL ROL DE DIOS EN LAS MISIONES
Si bien es apropiado identificar a la iglesia como la única institución
misionera divinamente autorizada, debemos recordar que Dios mismo
es el misionero. Todas las personas de la Trinidad están activas en las
misiones. El Padre le da “toda autoridad” para las misiones al Hijo (Mt
28:18). El Hijo encarga a los apóstoles “ir” (Mt 28:18). El Espíritu es
enviado por el Padre y el Hijo a efectuar esta tarea misionera (Hch 2). Por
este motivo, el bautismo de los nuevos convertidos es en el nombre del
Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt 28:19). Es Dios quien
poderosamente da testimonio de sí mismo a través de su Palabra (Hch
81
14:3). Él es el misionero, nosotros somos sus instrumentos, sus “vasijas de
barro” (2Co 4:7). Él salva a todos los que están designados para vida
eterna (Hch 13:48). Esta visión de las misiones bíblicamente centrada en
Dios ayuda a mitigar la decepción en el campo misionero. Después de
todo, es la misión de Dios. Nosotros solo somos acompañantes.

El tiempo y el lugar de las misiones


(“cuándo”, “dónde”)
Dios nos ha encomendado la tarea de la reconciliación “hasta el fin del
mundo” (Mt 28:20). Si recordamos que ningún hombre sabe el día del
regreso de Cristo (Mt 24:36; 1Ts 5:1-2) y que Dios enrollará el pergamino
de la historia en el momento que él decida, evitaremos las decepciones que
suelen seguir a los planes fallidos de “evangelizar al mundo en esta
generación”, planes que usualmente están ligados a una escatología
sobrerrealizada o subrealizada. Por supuesto, es bueno fijar objetivos;
deberíamos fijar objetivos elevados. Pero un plan bíblico para las misiones
evitará los atajos que suelen caracterizar a una escatología inminente. El
hecho de que Dios aún no haya enviado a su Hijo a juzgar el mundo es
muestra de su gracia, como también indica nuestro deber de proseguir con
la labor (2P 3:9). Jesús nos alienta a continuar cuando dice: “Estaré con
ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Hasta entonces,
debemos ser “sal” y “luz” (Mt 5:13-16).
Así como la labor misionera debe ser la prerrogativa de la iglesia
durante toda esta era, también debemos llevar a cabo esta obra por todo el
mundo. La promesa del evangelio, junto con el mandato de arrepentirse y
creer, “debe ser anunciada y proclamada con mandato de conversión y de
fe a todos los pueblos y personas a los que Dios, según su beneplácito,
envía su evangelio” (CD 2.5). Jesús dio la orden: “Vayan por todo el
mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura” (Mr 16:15). Este
texto es un potente recordatorio de que la iglesia no tiene derecho a existir
en su propia burbuja. La iglesia no se trata de nosotros. Israel debía ser una
luz para las naciones (Is 49:6). Lo mismo la iglesia.
Pero la orden de difundir el evangelio en el exterior también requiere
que el ministerio de reconciliación goce de buena salud en nuestra propia
iglesia. El evangelio es para creyentes e incrédulos en la iglesia. En las
palabras del Catecismo de Heidelberg, la predicación del evangelio abre y
cierra el reino de los cielos cuando… públicamente es anunciado y
testificado a todos los fieles en general y a cada uno en particular, que
todos los pecados les son perdonados por Dios, por los méritos de Cristo,
todas las veces que abrazaren con verdadera fe la promesa del evangelio.
Al contrario, a todos los infieles e hipócritas, se les anuncia que la ira de
82
Dios y la condenación eterna caerá sobre ellos mientras perseveren en su
maldad; según testimonio del evangelio, Dios juzgará así en esta vida
como en la otra (CH, PyR 84)6.

La razón de las misiones (“por qué”)


La última área a considerar tiene que ver con la motivación. ¿Por qué el
pueblo de Dios debería ser ferviente en el ministerio de reconciliación?
7 Jamás deberíamos tener la actitud de que “si Dios quiere salvar a, lo hará
sin nosotros”.
Una razón es la promesa de recompensa. En un punto de su
ministerio, los apóstoles parecen cuestionar el mérito de seguir a Jesús.
Pedro habla por ellos: “Mira, nosotros hemos dejado nuestros hogares y te
hemos seguido”. Entonces leemos: “Les aseguro —respondió Jesús— que
todo el que por causa del reino de Dios haya dejado casa, esposa,
hermanos, padres o hijos, recibirá mucho más en este tiempo; y en la edad
venidera, la vida eterna” (Lc 18:28-30). Las Escrituras parecen sugerir que
las bendiciones de la gracia de Dios para nosotros en el cielo reflejan
nuestra fidelidad aquí en la tierra (1Co 3:14-15; Mt 25:14-30; Ap 21:14).
Ciertamente, una mentalidad misionera es parte de esa fidelidad.
Segundo, nuestra motivación por la obra misionera debería brotar de
una preocupación por los perdidos. Al final del libro de Jonás, Dios
pregunta: “De Nínive, una gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil
personas que no distinguen su derecha de su izquierda, y tanto ganado, ¿no
habría yo de compadecerme?” ( Jon 4:11). Dios está contrastando la
preocupación de Jonás por lo temporal (la planta que creció de la noche a
la mañana) con su falta de preocupación por lo eterno (las almas
inmortales de seres humanos). El hecho de que el texto deje la pregunta sin
responder nos llama a reflexionar sobre nuestra propia respuesta 8. Esta
preocupación condujo a aquellos que adoptaron la teología reformada a ser
pioneros en las misiones modernas. La iglesia reformada de Ginebra envió
misioneros a Brasil en la década de 1550. Desde 1646, John Eliot (1604-
1690) fue cada semana a predicar y catequizar a los hijos de los nativos
norteamericanos de Massachusetts. La Iglesia de Inglaterra creó la
“Sociedad para la Difusión del Evangelio en Nueva Inglaterra” en el siglo
XVII. El Sínodo de Dort comenzó una escuela misionera. David y John
Brainerd predicaron al pueblo housatonic a mediados del siglo XVIII.
William Carey, el “padre de las misiones modernas”, fundó lo que llegó a
denominarse la Sociedad Misionera de Londres. Robert Moffat (1795-
1883) y David Livingstone (1813-1873) se entregaron a África del Sur y
Central. Robert Morrison (1782-1834) tradujeron la Biblia al chino hacia
1818. ¡Y la lista continúa!
83
Una tercera razón para involucrarse activamente en las misiones es el
bienestar (bene esse) de la iglesia. Una iglesia que no testifica no será una
iglesia saludable. La iglesia que no testifica no solo se estancará a
consecuencia de la egocéntrica desobediencia, sino también porque el plan
de Dios para la santificación, la madurez y el crecimiento de la iglesia
incluye una afluencia regular de nuevos adoradores “ásperos”. Jesús le
hace una advertencia a esta iglesia que no testifica, y le dice: “Tengo en tu
contra que has abandonado tu primer amor” (Ap 2:4). Se podría
argumentar, sobre la base de la Gran Comisión (Mt 28:18- 20), que una
iglesia que no refleja el ejemplo apostólico de salir al mundo con una
misión corre el peligro de perder su derecho a llamarse “iglesia” (cf. Ap
2:5).
Cuarto, el testimonio congregacional es un deber si nos preocupa el
bien de nuestra comunidad, nuestro país y el mundo. Con todas las malas
noticias en la sociedad, es fácil pensar que lo único que queda por hacer es
quejarse al respecto. Pero cuando realmente creemos que Jesús es la
respuesta a la pobreza, el crimen, y la maldad en nuestras ciudades y el
mundo, ¡dejamos de hablar de nuestros problemas y comenzamos a hablar
de Jesús!
Una quinta motivación para el testimonio congregacional es el
mandato de Dios. La Gran Comisión no es la “Gran Sugerencia”. Jesús
declara en términos inequívocos: “¡Serán mis testigos!” (Hch 1:8).
Pero la razón más significativa por la que la iglesia debe ser una
iglesia que testifica es la gloria de Dios. Cuando el evangelio es
proclamado, Dios es glorificado. Es glorificado cuando los pecadores se
arrepienten al escuchar el mensaje. Es glorificado cuando su pueblo habla
de su nombre (Sal 34:4). John Piper ha dicho estas famosas palabras:
Las misiones no son el objetivo último de la iglesia. El objetivo último es
la adoración. Las misiones existen porque no hay adoración. La adoración
es el objetivo último, y no las misiones, porque Dios es la realidad última,
no el hombre […]. Por tanto, la adoración es el motor y el objetivo de las
misiones. Es el objetivo de las misiones porque la obra misionera busca
que las naciones puedan disfrutar de la gloria de Dios. El objetivo de las
misiones es que los pueblos se alegren en la grandeza de Dios9.
Con tantas razones de peso para dar testimonio de la justicia y la
misericordia de Dios, nuestra última pregunta respecto al testimonio
congregacional debería hacerse con un tono de ansiosa expectación:
“¿Cómo?”. Esperamos dar algunas respuestas prácticas a esta pregunta en
el próximo capítulo.

84
Preguntas
¿Por qué es importante entender el mensaje del evangelio, y el
ministerio del evangelio, en términos de reconciliación?
¿Por qué las palabras, y no solo las obras, son esenciales para el
verdadero testimonio?
¿Cuáles son algunos de los peligros de la “actividad misionera”
separada de una iglesia local?
Explica en mayor detalle por qué una iglesia que no testifica no será
saludable.
Explica la correlación entre adoración y testimonio.
¿De qué manera los ministros de la iglesia liderarán el testimonio del
evangelio en una iglesia ordenada?

Lectura sugerida
J. H. Bavinck, An Introduction to the Science of Missions (Philadelphia:
The Presbyterian and Reformed Publishing Co., 1960).
C. John Miller, Outgrowing the Ingrown Church (Grand Rapids:
Zondervan 1986).
John R. W. Stott, Christian Mission in the Modern World: What the
Church Should be Doing Now! (Downers Grove, IL: InterVarsity
Press, 1975).

CAPÍTULO DIEZ

La práctica de una iglesia que testifica


Puedo recordar los sentimientos que tenía acerca de la
evangelización y las misiones en los dos primeros años después de
convertirme a Cristo. Si no estaba testificando a mi familia incrédula cada
día e invitándolos a la iglesia cada semana, me sentía un verdadero
85
fracaso. Y cuando en la iglesia se anunciaron viajes misioneros de corto
plazo, como yo no tenía el dinero para ir, me sentí como un cristiano de
segunda categoría. Avanzando varios años hasta que me convertí en
pastor, he descubierto una tendencia inquietante. Pareciera que muchos
cristianos que estuvieron en iglesias evangélicas como estuve yo, pero que
después se hicieron miembros de una iglesia reformada, se sienten tan
aliviados de que el evangelio los haya liberado del legalismo no bíblico,
que aparentemente se olvidan de los perdidos.
Lamentablemente, para muchas iglesias y cristianos, la
evangelización y las misiones son un apéndice en lugar de un componente
esencial de su labor. Tales iglesias tienden a ser precavidas en lugar de
preponderantes, y están ocupadas preservando la fe en su interior pero no
la difunden en el exterior. Las iglesias precavidas saben poco de correr
riesgos y mucho acerca de la mínima sobrevivencia 1. Existen en gran
medida para suplir las necesidades de sus miembros. Para ellos,
comunidad significa que la iglesia es una subcultura cerrada a los extraños.
Los perdidos no son buscados de forma evangelística, ni recibidos con
entusiasmo. Definitivamente, las iglesias que no testifican no están bien
ordenadas.
Una iglesia bien ordenada es una iglesia que testifica. Como
aprendimos en el capítulo anterior, la Gran Comisión fue dada a los
ministros de la iglesia que debían cumplirla por medio de la predicación y
la administración de los sacramentos. Al decir esto, uno podría rápida y
falsamente asumir que las misiones y la evangelización son una empresa
de los ministros de la iglesia solamente. Pero esta suposición no logra
visualizar la iglesia como una organización y como un organismo a la
vez. Esta identidad dual de la iglesia es crucial para una adecuada
comprensión de las misiones.
La iglesia como organización se refiere a su estructura formal. La
iglesia organizacional funciona mediante los oficios y medios que Dios ha
instituido. La actividad misionera formal debería ser la obra de la iglesia
organizada mediante la predicación de la Palabra, la administración de los
sacramentos, y la disciplina.
 Pero la iglesia no existe simplemente a causa de su estructura formal de
liderazgo; también es un cuerpo vivo. La vida de la congregación como
organismo late a través de la membresía viviente de los creyentes. Aquí
radica la preocupación causada por los comités evangelísticos, donde se
puede gastar más energías en administración que en acción. La
organización es importante pero “debemos tener cuidado de no separar la
obra de sus bases a través de la maquinaria administrativa y traspasarla a
86
comités u otras agencias centralizadas”2. Todos los cristianos participan de
la unción de Cristo con el Espíritu Santo (CH, PyR 32). Somos profetas
que confiesan el nombre de Cristo (Mt 10:32). Somos parte de un
sacerdocio real (1P 2:9), llamados a la oración intercesora por el bien de
las almas perdidas. Somos reyes que luchan por la extensión de su reino
usando medios espirituales (Ap 1:6).
¿De qué manera la iglesia, como institución y como organismo, se
esfuerza por cumplir la Gran Comisión? Para responder esta pregunta de
manera organizada y práctica, hemos dividido la labor misionera de la
iglesia en tres partes: testimonio extranjero, testimonio congregacional, y
testimonio personal. Cada una de estas partes dice algo acerca de cómo
funciona la iglesia como organización (o institución) y cómo funciona
como organismo (o individuos).

Testimonio “extranjero”
El testimonio extranjero se refiere al esfuerzo misionero realizado más allá
del ámbito del país de origen de la iglesia local. Este tipo de testimonio
refleja el objetivo de Pablo de “predicar el evangelio donde Cristo no sea
conocido” (Ro 15:20). Este campo misionero extranjero se encuentra en
“lo último de la tierra” donde la iglesia tiene escasa o ninguna presencia.
Creemos que el testimonio en el campo extranjero debería
emprenderse en conexión con una iglesia adecuadamente organizada a
través de la predicación de la Palabra, la administración de los
sacramentos, y la administración de disciplina bajo la supervisión de
ancianos. Un objetivo central de la actividad misionera es reconciliar a los
pecadores con el Señor y hacerlos parte del cuerpo de Cristo. Puesto que la
iglesia como organización es el punto culminante de la reunión de la
iglesia como organismo, el objetivo del testimonio en el campo extranjero
es organizar iglesias locales a medida que Dios se complace en atraer
personas a sí mismo en una región específica. La Gran Comisión de Cristo
no es meramente conseguir convertidos sino edificar iglesias. Esto
significa que una forma primordial de la empresa misionera es la
plantación de la iglesia, y se puede argumentar que es “la metodología
evangelística más efectiva conocida bajo el cielo”3.
 Entender el testimonio en el campo extranjero como plantación de iglesias
es coherente con el énfasis de las iglesias en Hechos. En sus viajes
misioneros, Pablo plantó la semilla del evangelio en suelo virgen. Por la
gracia de Dios, algunos años después él pudo escribir epístolas a las
distintas iglesias que había contribuido a plantar. Dicho de otro modo,
Pablo no solo estaba predicando el evangelio; estaba plantando iglesias. Él
87
y los demás misioneros en Hechos organizaron iglesias designando
ancianos (Hch 14:23). Pablo mantuvo un contacto regular con las iglesias
nacientes mediante visitas personales y envío de cartas (Hch 15:41).
La plantación de iglesias en el campo extranjero parece algo
“distante” de las iglesias locales a las que tú y yo pertenecemos. Pero hay
al menos tres formas importantes en que las congregaciones locales
pueden involucrarse en el testimonio en el campo extranjero.

INVOLUCRAMIENTO FINANCIERO
Pablo deja claro que las iglesias cristianas tienen una obligación de apoyar
económicamente a los hombres que Dios ha llamado al ministerio de la
Palabra (2Co 11:8-9; 1Ti 5:17-18). Un indicador del compromiso de la
iglesia con la Gran Comisión es la medida en que los plantadores de
iglesias son financiados. Es sorprendente la cantidad de “buenas causas”
que nuestras iglesias apoyan mientras nuestros plantadores de iglesias
pasan gran parte de su tiempo consiguiendo fondos. Hay un millón de
causas que tu iglesia podría estar apoyando; pero nuestra prioridad debería
ser financiar a ministros ordenados que plantan iglesias. Esto significa que
nuestras congregaciones necesitan asignar una porción considerable de sus
gastos a las misiones extranjeras.

INVOLUCRAMIENTO RELACIONAL
Es costumbre que un misionero sea enviado a su campo con una ceremonia
de “imposición de manos” (Hch 13:3). Uno de los motivos por los que los
representantes de una congregación ponen sus manos sobre los misioneros
antes de su partida es indicar su compromiso y solidaridad con ellos4. En la
imposición de manos, la congregación les dice a los que son enviados:
“Nosotros los amamos, los apoyamos, nuestros corazones están con
ustedes”. Esto implica que, mucho después del término de la ceremonia de
imposición de manos, los que envían y los enviados mantendrán un
involucramiento relacional en la misión.
Los cristianos de la iglesia que envía tienen la responsabilidad de
mantener algún nivel de contacto con aquellos a quienes están apoyando.
Deberíamos ser diligentes en leer las novedades que ellos envían.
Deberíamos escribirles a nuestros misioneros. Algunas iglesias asignan un
misionero extranjero a cada uno de sus miembros, e instan a estos a
mantener regularmente un contacto por escrito con ese misionero (sin que
esto se convierta en una carga para ellos). Cuando sea posible, la iglesia
debería enviar una delegación a visitar el campo misionero. Pese a lo
costoso que es, puede ser extremadamente valioso. No hay mejor forma de

88
alentar a los miembros de la iglesia que envía que escuchar relatos de
primera mano de la obra.

INVOLUCRAMIENTO EN ORACIÓN
Finalmente, los creyentes deben mantener una relación de oración con sus
misioneros en el campo extranjero. El propio Pablo pidió oración a las
iglesias que lo apoyaban (1Ts 5:25; 2Ts 3:1; cf. Heb 13:18). Deberíamos
orar por nuestros misioneros en familia y en la congregación. Ellos están
en la vanguardia de la guerra del reino. Oramos por los soldados de
nuestro país, pero ¿oramos por los soldados en primera línea en el reino de
Dios?
Las congregaciones involucradas en lo financiero, en lo relacional y
en oración en el testimonio en el campo extranjero, contarán con personas
atentas que servirán de intermediarias entre la congregación y los
misioneros. Una de las mejores formas de asegurar escaso interés y
donaciones hacia cualquier esfuerzo misionero es no proveer a la
congregación información oportuna y pertinente respecto de la misión. Si
la persona típica en tu congregación no puede hablar en términos
significativos y actualizados acerca de sus misioneros, hay un problema.

TESTIMONIO CONGREGACIONAL
Yendo más cerca de casa, las congregaciones locales también deben ser
iglesias que testifican5. Estamos convencidos de que el testimonio
congregacional local debe estar construido en torno a la predicación de la
Palabra de Dios, lo cual no debe sorprender. De alguna forma, la
predicación puede quedar relegada por el bienintencionado deseo de una
congregación de ser sal y luz en su comunidad. Pero no podemos olvidar
que el medio ordenado por Dios para efectuar la reconciliación de los
pecadores caídos es “oír […] la palabra de Cristo” (Ro 10:17). Es por esto
que el Catecismo Mayor de Westminster habla de la Palabra, los
sacramentos, y la oración como los particulares “medios externos y
ordinarios por los que Cristo comunica a su iglesia los beneficios de su
mediación” (CMW, PyR 154).
Muchas iglesias cristianas están comprometidas con predicar el
evangelio de la gracia a cualquiera que escuche. Nos encantaría ver a la
gente entrar por nuestra puerta para que puedan escuchar sermones
cuidadosamente preparados, bíblicamente inspirados y fervientemente
entregados. Recogiendo la serie de preguntas que Pablo hace en Romanos
10, también debemos preguntar: “¿Cómo podemos predicarles si no vienen
a escuchar?”. Sin un plan, la mayoría de las iglesias no experimentan un
flujo constante de personas no alcanzadas que cruzan sus puertas6.
89
Normalmente hay tres formas de describir la manera en que la iglesia
se involucra en misiones. Vamos a exagerar estas formas en aras de la
claridad. Las iglesias atrayentes establecen enormes programas para atraer
personas a la iglesia. Adoptan la mentalidad de la película Campo de
sueños: si construimos una iglesia lo bastante impresionante con
suficientes programas “relevantes”, la gente vendrá. Hay otras iglesias que
más bien prefieren enviar a sus miembros como misioneros personales: el
modelo encarnacional. En este modelo, el testimonio no ocurre en el salón
de la iglesia sino en patios y cafeterías. Se le quita importancia al
ministerio público de la iglesia a favor de un sutil enfoque más “orgánico”.
El tercer grupo, en el que demasiadas iglesias caen, ¡es el
modelo indolente! Las iglesias no misionales simplemente esperan que los
visitantes aparezcan en la iglesia, quizá por un aviso en la guía telefónica.
Ellos asumen que sus miembros testificarán de Cristo llevando vidas
generalmente decentes. Esta última categoría, o tiene una errada visión de
la soberanía de Dios —Dios es muy soberano así que no tengo
responsabilidades—, o bien han perdido totalmente su enfoque en el
evangelio. Asumiendo que tú estarás de acuerdo en que este tercer método
es una ausencia de método, queremos proponer un enfoque doble
modificado: un enfoque atrayente y un enfoque encarnacional. Las iglesias
deberían intentar usar medios bíblicos tanto para atraer a los perdidos (Is
42:6) como para enviar a los redimidos ( Jn 17:18). Si bien hoy el término
“encarnacional” es algo así como una expresión de moda, resulta útil. No
pretende comunicar que de alguna forma nosotros “hacemos” presente a
Cristo en cuanto a su Encarnación, sino que Cristo está presente en y a
través de nosotros en el mundo.

MODELO ATRAYENTE
Si no fuera por la mala imagen que algunas megaiglesias le han dado al
modelo atrayente, la mayoría de los cristianos reconocería que es un
modelo bíblico. El simbolismo dado por Dios a la iglesia como luz nos
conduce a ser visibles, útiles y llamativos (Is 49:6; 60:3; Mt 5:14-16). Así
como el vigilante nocturno anhela la luz de la mañana (Sal 130), así
también la iglesia está llamada a ser un cautivador reflejo de un Dios de
gracia que llama.
Vemos el modelo atrayente operando en el llamado a adorar. Algunos
de los llamados a adorar que llenan los Salmos se extienden claramente a
quienes están fuera de la iglesia. Debemos declarar la gloria de Dios entre
las naciones (Sal 96:3) para que estas lo glorifiquen (Sal 96:7). ¿Pero
cómo lo harán? Se les llama a venir a los atrios del Señor a adorarlo
(Salmo 96:9). El pueblo de Dios es un instrumento para llamar a quienes

90
están fuera de la iglesia a unirse a la adoración del Dios del cielo y de la
tierra.
¿Qué sugerencias prácticas se pueden hacer para atraer a la gente a la
iglesia? Considera hacer publicidad a través de los distintos medios de
comunicación y otras formas positivas de promover la Palabra en tu
iglesia7. Para hacerlo bien, se podría considerar tener un coordinador de
medios en la iglesia. Si creemos que tenemos algo que ofrecer a los demás,
entonces deberíamos ser valientes en promoverlo. Trabaja para desarrollar
una reputación positiva en la comunidad a través de los miembros. En la
medida de lo posible, haz que tus dependencias sean acogedoras para los
visitantes. Si tu comunidad se pudiera beneficiar de una colecta de ropa,
organiza una en el recinto de tu iglesia. ¿Hay personas en tu iglesia que
podrían ayudar a la gente desempleada a encontrar trabajo? Ofrece un
taller de empleo. ¿Vives en una comunidad de inmigrantes? Considera
ofrecer cursos de español como segunda lengua en la iglesia. Hoy la
tendencia parece ser minimizar el rol de la iglesia organizada en el
testimonio. Pero Dios nos sigue llamando a ser luz en su mundo.

MODELO ENCARNACIONAL
Si un modelo atrayente se trata de traer las personas a la iglesia, un modelo
encarnacional se trata de llevar la iglesia a las personas, de encontrarse con
la gente en formas naturales y significativas.
Jesús es la justificación última de un modelo encarnacional de
alcance. Él vino a nosotros porque nosotros no podíamos y no queríamos ir
a él. Mientras estuvo en la tierra, Jesús recorría los campos y predicaba a
grandes multitudes que quizá no lo habrían escuchado si el escenario
hubiera sido más formal. Asimismo, Pablo viajaba de una ciudad a otra y
se involucraba con la gente donde podía. El profeta Jonás nos enseña que
Dios manda a sus siervos a ir a donde está la gente que necesita oír el
mensaje. Dios iba a obrar un avivamiento entre los ninivitas. ¡Pero no iba a
llevarlos a todos a Israel para que escucharan el llamado al arrepentimiento
y la fe!
¿Cómo podemos encontrarnos con los incrédulos en sus propios
términos y terreno? Comienza por recordar el principio: cara a cara es lo
mejor. Necesitamos crear oportunidades para que nuestras iglesias salgan y
se encuentren con la gente. Si tu localidad tiene una celebración cívica de
algún tipo, ¡aprovecha el momento y pon una mesa informativa junto a la
carpa de la cerveza y el carro de los pasteles! Tal vez descubras que haces
más contactos con incrédulos en un día o más en una feria que en el
transcurso de todo un año. También pueden iniciar un recorrido puerta a
puerta por el vecindario8. Aquí, la intención, a diferencia de los testigos de
91
Jehová, no es necesariamente desafiar las creencias de nuestros vecinos
sino intentar involucrarse positivamente con ellos. Que sepan que ustedes
se preocupan por su comunidad y que ellos son bienvenidos en tu iglesia.
Pueden dejarles recursos, y es de esperar que también una positiva
impresión de la iglesia9.
Aunque el encuentro cara a cara puede ser el mejor, no deberíamos
descuidar las oportunidades de distribuir la Palabra predicada a través de
los medios de comunicación disponibles. Aquellos que no vienen a nuestra
iglesia quizá estén dispuestos a escuchar mensajes en sus propios términos.
Pablo escribió cartas y encareció que se hicieran circular (Col 4:16).
Muchas ciudades tienen un canal de televisión por cable de acceso público
que podrá transmitir servicios de adoración locales, a veces gratuitamente.
Las iglesias pueden dejar discos de audio en restaurantes y estaciones de
servicio. Los miembros pueden compartir sermones con sus amigos en
línea.

Testificar personalmente
Se han escrito muchos buenos libros sobre el tema del testimonio
personal10. En lugar de intentar presentar un plan integral para el
testimonio personal, prestaremos atención a dos de los más significativos
obstáculos para el evangelismo personal: la falta de motivación y la falta
de método.

FALTA DE MOTIVACIÓN
Es un hecho lamentable que muchos miembros de la iglesia no comparten
el evangelio porque no saben lo que es o no creen que importe. No cabe
duda de que luchamos con la incredulidad. Dios lo sabe y nos perdonará
cuando nos arrepintamos de este pecado y pidamos perdón.
Pero luchemos con la incredulidad. No podemos rendirnos y decir:
“Supongo que nunca voy a compartir el evangelio”. Esto puede ser un
indicio de que nosotros mismos no lo creemos. Si alguien poseyera la cura
contra el cáncer pero no la compartiera con nadie, tendríamos que concluir
una de tres cosas. Tal vez no sabe que posee tal cura. Tal vez no cree que
realmente funcione. Tal vez no le importan aquellos que mueren de cáncer.
¿Crees en el evangelio? ¿Crees que sin Jesús estabas destinado al infierno?
El texto clásico para el testimonio personal asume que los que
testifican de Cristo realmente poseen la esperanza que profesan: “Más
bien, honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados
para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en
ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto” (1P 3:15-16). Es interesante
que estos dos adjetivos, “gentileza” (prautēs) y “respeto” (phobos),
92
parecen sugerir que testificamos gentilmente a nuestro prójimo mientras
mostramos reverencia a Cristo el Señor11.

FALTA DE MÉTODO
Muchos de nosotros no testificamos porque carecemos de un método. Aquí
hay algunas ideas básicas. Primero, comienza cerca de casa. Muchos
tenemos círculos de contacto más bien pequeños. Pero eso no significa que
no tengamos oportunidades de testificar del evangelio. En otras palabras,
todos los cristianos necesitan que se les enseñe y capacite para el
evangelismo de sus amistades.
Segundo, sé intencional y proactivo. Involúcrate en la hospitalidad
acogedora. Visualiza tu hogar como un lugar de evangelismo y testimonio,
invitando a familiares y vecinos incrédulos a escuchar y ver el amor de
Cristo por los pecadores. Invita a tus vecinos a adorar.
Tercero, usa los medios de comunicación. Los cristianos tienen hoy
una increíble oportunidad de dirigir a sus amigos hacia los medios
cristianos a través de las redes sociales 12. Comparte sermones impresos y
electrónicos con los vecinos. No olvides el medio casi perdido del envío de
cartas. Si te resulta difícil hablar de Cristo con valor en conversaciones
cara a cara con un conocido o pariente, dilo por escrito.
Cuarto, mantén una buena reputación. Nuestro testimonio se
entorpece gravemente cuando nuestras vidas contradicen abiertamente
nuestra fe. Como enseñó Jesús, sería a causa de nuestra “luz”, nuestras
buenas obras, que los incrédulos llegarían a glorificar a Dios (Mt 5:14-16).
Queremos asegurarnos de no terminar este capítulo con un tono de
culpa. La obra de salvación es del Señor. Es su misión. Si así lo creemos, y
si estamos convencidos de que él nos salva por gracia de la culpa y el
poder del pecado, entonces recordemos agradecerle y pedirle el valor para
comunicar estas grandiosas verdades a los demás.

Preguntas
¿Cómo puedes involucrarte de un modo más relacional en el
testimonio de tu iglesia en el campo extranjero?
¿Qué tan familiarizado estás con las distintas causas y misioneros que
apoya tu iglesia? ¿Estás dando personalmente para la obra de las misiones
en el campo extranjero?
Analiza las ventajas y posibles desventajas del modelo atrayente para
la llegada de la congregación a la comunidad.
93
Analiza las ventajas y posibles desventajas del modelo encarnacional
para la llegada de la congregación a la comunidad.
 ¿Qué dificultades enfrentas para testificar personalmente? ¿Cómo se
podrían abordar esas dificultades con mayor fidelidad?

Lectura sugerida
The Grand Rapids Board of Evangelism of the Christian Reformed
Churches, Reformed Evangelism: A Manual on Principles and
Methods of Evangelization (Grand Rapids: Baker Books House,
1948).
Roger S. Greenway, ed., The Pastor-Evangelist: Preacher, Model, and
Mobilizer for Church Growth (Phillipsburg: Presbyterian and
Reformed Publishing Company, 1987).
R. B. Kuiper, God-Centered Evangelism: A Presentation of the Scriptural
Theology of Evangelism (Grand Rapids: Baker Book House, 1961),
111–171.
Will Metzger, Tell the Truth: The Whole Gospel to the Whole Person by
Whole People (Downer’s Grove, IL: Inter-Varsity Press, 1981).

94
CAPÍTULO ONCE

Una iglesia que se arrepiente
Eran mis primeras vacaciones después de ser ordenado para el
ministerio. Habíamos estado trabajando alrededor de un año, sin
detenernos, sin descanso; era hora de una recarga. Al regresar a casa, mi
correo de voz estaba lleno. Se había acabado la luna de miel y había un
pecado grave relacionado con un miembro de nuestro grupo principal.
Llegué a darme cuenta de que la disciplina eclesiástica era la marca
engorrosa de la iglesia cuando era el momento de llamar al
arrepentimiento a un miembro caído.
Los capítulos anteriores han intentado establecer un estándar
bíblicamente alto de lo que la iglesia es y lo que como iglesia estamos
llamados a hacer. El problema con los estándares altos, desde luego, es que
cuesta alcanzarlos. Cualquier iglesia (o persona) que asume que está
cumpliendo cabalmente con el estándar de la Palabra, o ignora los
estándares de Dios, o bien es ciega a sus propias falencias, o ambas cosas.
Puede ser difícil admitirlo, pero no estamos a la altura del patrón perfecto
de Dios para la iglesia. La buena noticia es que Dios tiene una respuesta
para los fracasos de los líderes de la iglesia y de sus miembros. Se llama
arrepentimiento. En la Biblia, el arrepentimiento es en primer lugar un
cambio de mentalidad (metanoeō; 2Ti 2:24–26) que conduce a un cambio
en la forma de vivir (epistrephō; 1Ts 1:9). Esto ocurre de una vez para
siempre en la conversión: cuando nos arrepentimos y creemos.
Sin embargo, la iglesia también está llamada a una constante vida de
arrepentimiento. Jesús les dice enfáticamente a cinco de las siete iglesias
de Apocalipsis que se arrepientan porque iban en la dirección equivocada
(Ap 2:5; 2:16; 2:22; 3:3; 3:19). Este mensaje no era solo para ellas sino
para la iglesia de Jesucristo en el período entre la primera y la segunda
venida de Cristo. El arrepentimiento debe ser una actividad regular, diaria,
de los creyentes en la iglesia que aún no llega a la gloria. Cuando oramos
“perdónanos nuestras deudas”, parte de lo que pedimos es que Dios
“perdone nuestras caídas diarias” (CMW, PyR 194). El problema es que
estamos naturalmente más propensos a aprobar nuestros pensamientos,
palabras y hechos que a arrepentirnos de ellos. ¿Cómo, pues, podemos ser
una iglesia que se arrepiente?
95
Dios nos ha dado un medio de arrepentimiento llamado disciplina
eclesiástica. Lamentablemente, a menudo se concibe la disciplina en
términos puramente negativos y vindicativos. Pero según la Escritura, la
disciplina no es simplemente la consecuencia espiritual de caer en el
pecado y no arrepentirse de ello, sino que en primer lugar es el
cuidado positivo y amoroso de los pastores, ancianos y miembros de la
iglesia. La disciplina de la iglesia siempre tiene como objetivo y oración
restaurar la comunión con Dios y el hombre a través del arrepentimiento.

Los principios de la disciplina
de la iglesia
Los principios de la disciplina eclesiástica cristiana se pueden expresar
apropiadamente en los siguientes puntos.

LA DISCIPLINA ES EL PROPÓSITO AMOROSO DE DIOS
Para apreciar adecuadamente la idea de la disciplina de la iglesia, debemos
darnos cuenta de que es el don de un Padre amoroso: “Porque el Señor
disciplina a los que ama” (Heb 12:6). Dios compara la manera en que un
padre amoroso disciplina a un hijo con la forma en que él disciplina a los
creyentes (Heb 12:7-11). Él se esfuerza por señalar que la disciplina es
dolorosa pero necesaria y provechosa. A través de la disciplina, Dios
revela su amor y cuidado paternales por nosotros sus hijos. El propósito de
Dios para la disciplina fluye de su infinita y amorosa sabiduría en nuestra
vida. ¿Cuán a menudo los padres disciplinan con motivos mezclados,
lógica deficiente, y pasión pecaminosa? Nos da vergüenza responder. Pero
Dios siempre disciplina a sus hijos por el bien de ellos (Heb 12:10).

LA DISCIPLINA ES MANDADA POR DIOS
Si no logramos entender el propósito amoroso de Dios para la disciplina,
podríamos tropezar con los instrumentos que Dios usa para disciplinar a
sus hijos. Dios efectivamente disciplina a su pueblo hacia la madurez por
medios naturales y sobrenaturales. Puede usar crisis financieras, el
deterioro de la salud, o desastres naturales para llamar nuestra atención.
También puede trabajar directamente en nuestros corazones y conciencias,
haciéndonos conscientes de nuestro pecado y concediéndonos un anhelo
de santidad. Por fe podemos decir que “todos los males que puedo sufrir
por su voluntad, en este valle de lágrimas, los convertirá en bien para mi
salvación. Él puede hacerlo como Dios todopoderoso, y quiere hacerlo
como Padre benigno y fiel” (CH, PyR 26)1.

96
Los cristianos están más propensos a resistirse al castigo de Dios
cuando es administrado por medios humanos. No obstante, Dios
encomienda claramente a los creyentes el deber de exhortarse unos a otros
“para que ninguno de ustedes se endurezca por el engaño del pecado” (Heb
3:13). El texto clásico sobre la disciplina de la iglesia, Mateo 18, consiste
en una serie de imperativos o mandatos. La disciplina de la iglesia no es
una opción; es una obligación. Las iglesias de “Pérgamo y Tiatira son
reprobadas por acoger maestros herejes y abominaciones paganas” (Ap
2:14; 2:20; 2:24) y obligadas a tomar medidas disciplinarias 2. De hecho,
cuando los creyentes no ejercen la disciplina espiritual, la iglesia puede
esperar experimentar un severo castigo de la mano del Dios todopoderoso
(1Co 11:30-32).

LA DISCIPLINA ES BUENA PARA LOS HIJOS DE DIOS
Cuando los hijos de Dios se desvían del camino y se involucran en
conductas destructivas, necesitan ser remecidos por una firme reprensión
(Tit 1:13). El hombre que ha desarrollado un nocivo hábito de no tratar a
su esposa con la igualdad que merece una hermana en Cristo y una
compañera en el matrimonio, debe ser confrontado por sus hermanos
cristianos. Si él es sabio, la reprensión le hará bien (Pr 9:8). La esposa que
habla mal de su esposo a sus espaldas, igualmente necesita ser reprobada.
Si su oído es obediente, su reprensor será para ella “como anillo o collar de
oro fino” (Pr 25:12). El necio rechaza la corrección (Pr 15:12) porque no
se da cuenta de que es para su bien. Un hombre sabio acepta la reprensión
porque se da cuenta de que con ello adquiere conocimiento (Pr 21:11).
Como dijo el sabio predicador: “Más vale joven pobre pero sabio que rey
viejo pero necio, que ya no sabe recibir consejos” (Ec 4:13).

LA DISCIPLINA ES BUENA PARA LA IGLESIA DE DIOS
Si la disciplina es buena a nivel individual, resulta crucial a nivel
congregacional. Pablo explica que el pecado congregacional es como un
cáncer que afecta todo el cuerpo. Necesita ser tratado antes de que se
infecte todo el cuerpo (1Co 5:5-6). Una iglesia no estará bien ordenada si
permite que internamente prolifere la enfermedad. A veces las
confrontaciones son efectivas para desarraigar la necedad que puede
impactar a toda una congregación (Pr 13:20). Otras veces, cuando el
pecado es público o patente, o el pecador es obstinado, la reprensión ya no
puede ser privada. Cuando los pecadores son reprendidos en público, el
resto de la congregación recibe un recordatorio de la gravedad del pecado
(1Ti 5:20).

97
LA DISCIPLINA ES BUENA PARA LA GLORIA DE DIOS
La iglesia es un reflejo de Dios. Cuando se permite la rebelión en la iglesia
de Dios, la reputación de él sufre. En Ezequiel 20, Dios explica que él
disciplinó a la generación rebelde en el desierto “en honor a mi nombre,
para que no fuera profanado ante las naciones” (v. 14). Una casa maltrecha
es un lamentable reflejo de su propietario. La iglesia es la casa de Dios (Ef
2:19). Cuando ella tolera el deterioro, desdeña su llamado a ser el espejo
que refleja la gloria de Dios.

La práctica de la disciplina
¿Cómo se debería poner en práctica este principio? Ofrecemos los
siguientes tres aspectos de la disciplina práctica.

AUTODISCIPLINA
El ejercicio de la disciplina cristiana es en primer lugar un deber personal
de cada hijo de Dios. Como podría decir un entrenador: “Una cadena solo
es tan fuerte como su eslabón más débil. ¡No seas ese eslabón!”. La
reforma de la iglesia necesita comenzar con cada uno de nosotros.
La práctica de la autodisciplina comienza con el examen personal.
David clamaba a Dios: “Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón;
ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino,
y guíame por el camino eterno” (Sal 139:23-24). La implicación de esta
petición es que David también se hizo el hábito de probarse a sí mismo.
Los creyentes están llamados a examinarse regularmente (1Co 11:28; 2Co
13) pues la vida no examinada puede enfriarse fácilmente respecto a las
cosas de Dios y su voluntad. Pablo hace una lista de las obras de la carne
así como del fruto del Espíritu como criterio para el examen personal (Gá
5:16-26). Él dice que ambas se pueden ver claramente si tan solo nos
examinamos (Gá 5:19).
¿Cómo es un examen personal? En primer lugar, consiste en humildad
y honestidad delante de Dios y de los hombres. Confesamos la doctrina de
la depravación total pero no logramos asimilar de qué manera esta doctrina
nos afecta personalmente a la hora de la verdad. Segundo, deberíamos
examinarnos con la ayuda de un amigo espiritual de confianza. A medida
que envejecemos, se nos anima a realizarnos revisiones físicas regulares.
¿Qué hay de las revisiones espirituales regulares? Sin la ayuda de otros,
tendemos a hacer que los estándares de Dios se ajusten subjetivamente a
nuestras inclinaciones. Tercero, deberíamos tener en cuenta aquellos a
quienes Dios nos ha dado como ejemplos, los líderes de su iglesia (Fil
3:17). Los líderes de la iglesia deben ser ejemplo de autodisciplina (1P
98
5:3). Es por eso que Pablo dice: “Golpeo mi cuerpo y lo domino, no sea
que, después de haber predicado a otros, yo mismo quede descalificado”
(1Co 9:27). Se ha dicho que la piedad de una congregación suele ser
proporcional a la piedad de sus líderes. Por lo tanto, la autodisciplina está
en el centro de la disciplina eclesiástica. Pero la santificación no es un
ejercicio solitario. Los creyentes se necesitan unos a otros para estar
completos (Ef 4:11-16).

DISCIPLINA INTERPERSONAL
La disciplina interpersonal ocurre cuando un miembro del cuerpo ofrece
corrección verbal con amor a otro miembro. Hoy pareciera que existe una
gran renuencia a comenzar la obra de disciplina con otra persona. ¿Alguna
de las siguientes excusas te suena familiar?
 • Creemos que la disciplina interpersonal es hipócrita. Al fin y al
cabo, alguien podría decir: “Tengo una viga en mi ojo. Es decir,
soy culpable del mismo pecado”. Si en efecto estás atascado en el
pecado que te gusta señalar en los demás, ¡entonces eres hipócrita!
Pero Jesús tiene una respuesta para esto: “Saca primero la viga de
tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del
ojo de tu hermano” (Mt 7:5).
 • Evitamos la disciplina interpersonal porque somos
extremadamente reacios a juzgar. A fin de cuentas, Jesús dijo “no
juzguen”, ¿verdad? Sí; pero también nos manda: “Juzguen con
justicia” ( Jn 7:24). Pablo dijo: “¿Acaso me toca a mí juzgar a los
de afuera? ¿No son ustedes los que deben juzgar a los de adentro?”
(1Co 5:12). El repetido refrán “no juzguen” es más un comentario
sobre nuestra cultura de la tolerancia que sobre la Biblia.
 • Nos resistimos a la disciplina interpersonal porque no queremos
ofender a nuestros amigos. Tal objeción obliga a preguntar: “¿Qué
es un amigo?”. Dios identifica uno de los rasgos del carácter de un
cristiano, el cual consiste en estar dispuesto a herir fielmente a su
amigo (Pr 27:6). La renuencia a ofrecer la restauración que surge
de la toma de conciencia y el arrepentimiento del pecado
probablemente indica que tememos más al hombre que a Dios.
También demuestra una falta de preocupación por el bienestar de
nuestro hermano o hermana en Cristo. Los verdaderos amigos no
dejan que sus amigos permanezcan en el pecado.
 • Evitamos la disciplina interpersonal porque no queremos que
nuestras propias vidas sean juzgadas. El “delator” se expone a la
evaluación de los demás. “Vive y deja vivir” suele ser una forma
críptica de decir: “Yo voy a respetar tus peores secretos si tú
respetas los míos”.
99
El hecho es que Dios exige que todos los creyentes se involucren en la
disciplina correctiva de la familia de Dios. “Si tu hermano peca contra ti,
ve a solas con él y hazle ver su falta” (Mt 18:15). No le sigas dando
vueltas al pecado de tu hermano. No digas chismes al respecto. No sigas
teniendo aquello en su contra. En lugar de seguir estos métodos
tradicionales de responder al conflicto interpersonal, la respuesta de Dios
es: “Reprueba al pecador para que pueda arrepentirse”.
Pero Jesús no está meramente haciéndonos responsables de nuestros
hermanos y hermanas cuando pecan directamente contra nosotros. Pablo
generaliza las instrucciones de Jesús: “Hermanos, si alguien es sorprendido
en pecado, ustedes que son espirituales deben restaurarlo con una actitud
humilde. Pero cuídese cada uno, porque también puede ser tentado” (Gá
6:1). En respuesta, podríamos decir: “Bueno, yo no soy espiritual así que
este verso no me habla a mí”. Si en efecto no estamos siendo espirituales
sino siguiendo “los deseos de la naturaleza pecaminosa” (Gá 5:16),
entonces realmente tenemos serios asuntos propios que atender y
deberíamos abordarlos con urgencia con la ayuda de nuestros supervisores
espirituales.
El apóstol Pablo creía que todos los creyentes “rebosan de bondad,
abundan en conocimiento y están capacitados para instruirse unos a otros”
(Ro 15:14). Pablo hace una observación similar cuando escribe a los
colosenses: “Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su
riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría” (Col
3:16). Como dijo un escritor: “Tanto en Colosenses como en Romanos,
entonces, Pablo retrató a los cristianos reunidos en una confrontación
noutética (o de amonestación) como una actividad cotidiana normal. Él
estaba seguro de que los cristianos en Roma eran capaces de hacerlo
porque estaban llenos de conocimiento y bondad”3. Claramente Pablo
estaba convencido de que se podía causar mucho bien en la iglesia si los
creyentes tomaban en serio sus responsabilidades hacia los demás en la
familia de la fe.

DISCIPLINA DE LA IGLESIA
Si las partes no pueden resolver un asunto de pecado en privado (como
suele ocurrir), este debe ser llevado al tribunal de la iglesia (Mt 18:17-20).
Cristo estableció este tribunal en Mateo 16 cuando les habla a Pedro y a
los demás pilares de la iglesia: “Te daré las llaves del reino de los cielos;
todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates
en la tierra quedará desatado en el cielo” (Mt 16:18-19; cf. Jn 20:23).
Cuando Pablo se reunió con los ancianos de Éfeso, les encargó: “Tengan
cuidado de sí mismos y de todo el rebaño sobre el cual el Espíritu Santo
100
los ha puesto como obispos para pastorear la iglesia de Dios, que él
adquirió con su propia sangre” (Hch 20:28). Es el deber de los ancianos
guiar el rebaño de Dios a través del conflicto y, si es necesario, excluir de
la iglesia a quienes se niegan a doblar la rodilla ante Cristo (1Co 5:13).
Tal exclusión naturalmente supone la práctica de la membresía en la
iglesia local. Entrar a la membresía de la iglesia es la “puerta frontal” de la
disciplina de la iglesia, mientras que la excomunión es la “puerta trasera”.
A fin de que los pastores de una congregación puedan cuidar
efectivamente a las ovejas, el compromiso que cada oveja debe hacer es
“prometer someterse al gobierno de la iglesia y, si se hacen transgresores,
ya sea en la doctrina o en la vida, someterse a su amonestación y
disciplina”4. Sin un compromiso de este tipo, la disciplina simplemente
creará una puerta giratoria en la iglesia; los que sean disciplinados
sencillamente se irán a la siguiente iglesia que los acepte.
Antes de llegar a “la puerta trasera de la disciplina” o la excomunión,
la sanción de la disciplina debería pasar por tres etapas mientras el pecador
siga sin arrepentirse. Primero, debería ser suspendido de la cena del Señor,
una comida destinada solo para los pecadores arrepentidos y creyentes.
Segundo, el pecado, y en consecuencia, el pecador, deberían ser puestos en
conocimiento de la congregación. Finalmente, el pecador es formalmente
excomulgado de la congregación, y además, salvo que haya un
arrepentimiento posterior, del reino de Dios.
Dado que las consecuencias de la disciplina son tan serias, es
pertinente una advertencia. Los líderes de la iglesia no deben gobernar con
puño de hierro. Pedro exhorta a los ancianos de la iglesia: “Cuiden como
pastores el rebaño de Dios que está a su cargo, no por obligación ni por
ambición de dinero, sino con afán de servir, como Dios quiere. No sean
tiranos con los que están a su cuidado, sino sean ejemplos para el rebaño”
(1P 5:2-3).
La tendencia moderna es descartar la disciplina porque, a fin de
cuentas, “la iglesia es un lugar para pecadores”. Eso es cierto. Pero para
ser más precisos, la iglesia es un lugar para pecadores arrepentidos. Este
es el objetivo de la disciplina. Necesitamos recuperar esta marca perdida
de la verdadera iglesia. Muchas iglesias hoy han perdido de vista
la espiritualidad de la disciplina. Louis Berkhof expresó una visión muy
optimista del resultado de la disciplina cuando dijo: “Es imposible decir
cuándo comienza un proceso de disciplina, si se efectuará una cura, o si el
miembro enfermo finalmente tendrá que ser amputado. Probablemente la
iglesia tendrá éxito en llevar al pecador al arrepentimiento; y este es, desde
luego, el fin más deseable”5.
101
Necesitamos recuperar la valentía de acercarnos a nuestros hermanos
o hermanas tambaleantes y explicarles con amor que lo que están haciendo
es pecado, por el cual necesitan arrepentirse. Al hacerlo, necesitamos
recordar orar por la persona, amarla, y darle tiempo. Cuando actuamos así,
nos asemejamos mucho más al Buen Pastor y la iglesia estará más
perfectamente preparada para las bodas del Cordero (Ef 5:24-27).
Cada congregación de Jesús necesita hacerse cuatro preguntas sobre sí
misma: ¿quiénes somos como iglesia? ¿Cómo tomamos decisiones como
iglesia? ¿Cómo nos relacionamos con otros cuerpos de Cristo? ¿Qué se
supone que debemos estar haciendo? Lidiemos con estas preguntas. Y
tengamos la humildad de reconocer nuestras limitaciones y pecados, tanto
personales como corporativos. Y seamos renovados por la gracia de Dios
que llega con el arrepentimiento.

Preguntas
Identifica algunas de las dificultades asociadas con la disciplina de la
iglesia.
Identifica algunas de las bendiciones asociadas con la disciplina de la
iglesia.
¿Por qué la autodisciplina es un primer paso necesario para la
disciplina eclesiástica?
¿De qué manera 2 Corintios 5:20 podría configurar nuestro enfoque
de la disciplina?
¿Los primeros pasos de la disciplina eclesiástica deberían ser rápidos
o lentos?
¿Qué es la excomunión y cuáles son algunas de sus implicaciones
prácticas?

Lectura sugerida
Jay Adams, Handbook of Church Discipline (Grand Rapids: Zondervan,
1974).
URCNA Church Order articles 51–
63. https://www.urcna.org/sysfiles/member/custom/file_retrieve.cfm?
memberid=1651&customid=23868 (acceso: 17 de febrero de 2014).

102
Idzerd Van Dellen y Martin Monsma, The Church Order Commentary:
Being a Brief Explanation of the Church Order of the Christian Reformed
Church (Grand Rapids: Zondervan, 1941), 291–333

CONCLUSIÓN:

La necesidad de un gobierno eclesiástico


que glorifique a Dios
Con todas las responsabilidades de la vida, ya sea siendo estudiante,
esposa y madre, dueño de un negocio, o empleado en diversos trabajos
para que el dinero alcance, nos damos cuenta de que pensar en el gobierno
de la iglesia es una de nuestras menores preocupaciones. Pero queremos
que recuerdes cuando nuestro Señor dijo que el pueblo de Israel estuvo una
vez “como ovejas sin pastor” (Mt 9:36). ¿Qué te trae a la mente esta vívida
imagen? Uno puede imaginar un gran rebaño de ovejas en un prado,
algunas aquí y otras más allá. Puesto que no hay un pastor, las ovejas se
dispersan y vagan sin rumbo. ¿Qué significa esto entonces? Jesús
pretendía comunicar que los israelitas no tenían líderes que proveyeran un
liderazgo piadoso.
A través de la historia de la iglesia, el pueblo de Dios ha necesitado
un liderazgo que lo conduzca. Cuando el mundo estaba tan depravado
como podía estar, Noé condujo un pequeño grupo a la salvación en medio
del Diluvio. Cuando vino una hambruna sobre la tierra durante siete años y
parecía que se avecinaba la muerte, José condujo a Egipto, pero también a
la familia de Jacob. En la iglesia antigua, cuando Arrio y sus seguidores
alcanzaban gran éxito, un diácono de Alejandría se levantó para defender
la deidad de nuestro Señor; y cuando la gente decía: “Atanasio, el mundo
está en tu contra”, él respondía: “¡Entonces Atanasio está contra el
mundo!”. La iglesia necesitaba liderazgo entonces y la iglesia necesita
liderazgo hoy. Tú necesitas ser guiado; tu iglesia necesita líderes. ¡Tal vez
Dios te está llamando a liderar!

103
A lo largo de este libro hemos expuesto algunos aspectos básicos de
una iglesia de Jesucristo bien ordenada y vigorosa. Queremos concluir
donde perfectamente pudimos haber comenzado: la necesidad de tal
gobierno de la iglesia. Queremos concluir aquí porque quizá tú seas un
líder en tu iglesia y tu llamado necesita ser revivido. Puede que estés
aspirando al liderazgo (1Ti 3:1). Quizá te están considerando para el futuro
liderazgo. Tal vez seas totalmente nuevo en una iglesia que se toma muy
en serio el gobierno eclesiástico y quieras entender por qué y cuál es la
mejor forma de orar por tus líderes. Basándonos en Éxodo 18:13-27,
queremos animarte y exhortarte mientras leemos sobre la necesidad que
había en los días de Moisés e Israel de un gobierno eclesiástico que
glorificara a Dios, y cómo se aplica esto a nosotros.

Un gobierno que glorifique a Dios


es necesario para el pueblo (vv. 13-16)
Cuando los israelitas salieron de Egipto, “sin contar a las mujeres y a los
niños, eran unos seiscientos mil hombres de a pie” (Éx 12:37). Esto
significa que había alrededor de 2,5 millones de israelitas en el desierto.
Con esa cantidad de gente, ¡la necesidad de liderazgo era abrumadora! Y
con toda esa gente pecadora, no pasaría mucho tiempo antes de que
comenzaran a presentarse las necesidades pastorales. Menos de tres meses
después del éxodo (cf. 19:1), el pueblo de Dios recibe un curso intensivo
sobre la necesidad de un gobierno que glorifique a Dios.
En nuestro texto, las grandes necesidades de los israelitas se ven
ilustradas de dos formas. Primero, sus necesidades se ilustran en que ellos
están de pie. El narrador, Moisés, dice: “Los israelitas estuvieron de pie
ante Moisés desde la mañana hasta la noche” (Éx 18:13), y Jetro menciona
que “todo este pueblo se queda de pie ante ti desde la mañana hasta la
noche” (Éx 18:14). Segundo, sus necesidades se ilustran en que ellos
vienen a consultar. Ellos venían y estaban de pie con un propósito:
escuchar lo que Dios decía sobre sus necesidades. Oímos a Moisés decir:
“El pueblo viene a verme para consultar a Dios” (Éx 18:15).

Un gobierno que glorifique a Dios


es necesario para los líderes actuales
(vv. 17-18)
Vemos a Moisés atrapado entre dos necesidades, en un dilema imposible y
poco envidiable. Se trata de un dilema de cada líder de la iglesia: “¿Sirvo a
las necesidades de mi pueblo, o a mis propias necesidades?”.

104
Particularmente, Moisés no podía ver su propia necesidad. Por la
gracia de Dios, su suegro le dice: “No está bien lo que estás haciendo […],
pues te cansas tú y se cansa la gente que te acompaña. La tarea es
demasiado pesada para ti; no la puedes desempeñar tú solo” (Éx 18:17-
19). Moisés necesitaba ayuda. No podía solo. No era un superhombre.
¡Suena como alguien que conoces muy bien!
No obstante, al tiempo que Moisés debía buscar ayuda para poder
descansar y tener alivio de toda la carga, también debía proveer gobierno a
partir de la Palabra. El propio Moisés dice: “Cuando tienen algún
problema, me lo traen a mí para que yo dicte sentencia entre las dos partes.
Además, les doy a conocer las leyes y las enseñanzas de Dios” (Éx 18:16).
Entonces leemos lo que Jetro dijo al respecto:
Oye bien el consejo que voy a darte, y que Dios te ayude. Tú debes
representar al pueblo ante Dios y presentarle los problemas que ellos
tienen. A ellos los debes instruir en las leyes y en las enseñanzas de Dios,
y darles a conocer la conducta que deben llevar y las obligaciones que
deben cumplir (Éx 18:19-20).
El líder de Israel necesitaba suficiente alivio para poder ser un fiel
ministro de la Palabra; para poder tener tiempo suficiente para leer,
meditar, y prepararse para hablar en nombre de Dios.

Un gobierno que glorifique a Dios


es necesario para los nuevos líderes
(vv. 21-23)
El ministro, Moisés, está cerca del agotamiento total —una experiencia
vivida por cada ministro— y el pueblo también se está cansando de esperar
que solo su ministro hable. Así que Jetro le insiste a Moisés en la
necesidad de nuevos líderes. Él llama a Moisés a elegir “entre el pueblo
hombres capaces” (Éx 18:21; cf. 2Ti 2:1-2). Luego describe de tres formas
lo que significa ser un “hombre capaz”.
Primero, los nuevos líderes deben ser hombres que teman a Dios.
Temer a Dios es tener un asombro reverencial por lo que él es. Es conocer
su santidad y, por tanto, conocer el pecado propio. Es sentarse como un
siervo sujeto a él en su calidad de Señor. Es por esto que los Proverbios
dicen que el temor del Señor es el principio de la sabiduría (Pr 9:10). Sin
este temor, uno confía en su propia sabiduría y no en la de Dios. Pero en la
iglesia, los líderes deben confiar en el Señor y su Palabra.

105
Segundo, los nuevos líderes deben ser hombres dignos de confianza.
Esto significa que, dado que van a tomar parte de la responsabilidad de
Moisés, deben ser el tipo de hombre que es capaz de cargar con esa
responsabilidad y realizar bien su tarea. Deben ser dignos de ser
designados como “jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez personas”
(Éx 18:21). ¡Y qué gran tarea es esa! Gobernar, liderar y pastorear en
nombre de Cristo es una tarea asombrosa.
Tercero, los nuevos líderes deben ser hombres que detesten el
soborno. No pueden buscar complacer a los hombres antes que a Dios. No
pueden temer a los hombres más que a Dios. No pueden gobernar, juzgar,
regir y liderar basados en preferencias y en lo que obtienen a cambio.
Jetro también le recalca a Moisés la bendición de los nuevos líderes:
“Serán ellos los que funjan como jueces de tiempo completo, atendiendo
los casos sencillos, y los casos difíciles te los traerán a ti. Eso te
aligerará la carga, porque te ayudarán a llevarla”, y luego añade: “[Tú]
podrás aguantar; el pueblo, por su parte, se irá a casa satisfecho” (Éx
18:22-23).
Tú tienes necesidades espirituales, toda tu congregación tiene
necesidades espirituales, tus actuales líderes tienen necesidades
espirituales, y por este motivo existe una necesidad constante de nuevos
líderes que gobiernen de un modo que glorifique a Dios. ¿Vas a orar para
que el Espíritu Santo levante nuevos líderes y capacite aún más a los que
ya están sirviendo? (Nm 11:29, Hch 6:3). ¿Darás un paso al frente y
responderás el llamado de Dios para ayudar a tu ministro? ¿Comenzarás a
prepararte para el servicio como anciano, para gobernar, dirigir y
pastorear? ¿Cómo vas a madurar en tu fe y tu vida para dar evidencia del
temor de Dios, de tu confiabilidad, y de que detestas el soborno?
¿Comenzarás a leer ávidamente la Biblia? ¿Estudiarás la(s) declaración(es)
doctrinal(es) de tu iglesia? ¿Vas a familiarizarte con la estructura
gubernamental de tu iglesia? ¿Te involucrarás en la vida de las personas
para conocer sus necesidades y dificultades?
La iglesia tiene una gran necesidad; Dios tiene una respuesta; y Dios
usa a pecadores como tú para llevar a efecto esa respuesta, de manera que
su pueblo no esté como ovejas sin pastor.

106
Epílogo
Este libro es de aquellos que pueden quedar olvidados. No es un
tratado académico sobre la doctrina de la iglesia. Pero tampoco es el típico
libro “hágalo usted mismo” sacado de los laboratorios de los negocios y el
marketing. En lugar de ello, los autores articulan una visión de la
identidad, la adoración, la organización y la misión de la iglesia que está
arraigada en la enseñanza de la Escritura.
Este es en sí mismo un enfoque más bien extraño —al menos hoy—.
Irónicamente, hoy muchas personas, incluso dentro de los círculos que se
identifican como reformados, al parecer piensan que la Biblia es el tesoro
escondido de todos los temas, desde la dieta personal a la diplomacia
exterior, y no obstante sugieren que ella tiene poco que decir sobre los
detalles prácticos del ministerio de la iglesia. Solo considera los
numerosos pasajes que brindan una instrucción clara, específica y
normativa sobre la autoridad ministerial, la adoración, las funciones
especiales (pastores, ancianos, diáconos) de la iglesia, y los métodos para
hacer discípulos entre “ustedes, […] sus hijos y […] todos los extranjeros”
(Hch 2:39). No obstante, en la historia del evangelicalismo estadounidense
especialmente, estos pasajes han sido demasiado a menudo relegados a
segundo plano. Muchas iglesias hoy los tratan como si no fueran
significativos y los tienen en la categoría de “asuntos no relativos al
evangelio”.
Una de las cosas que me gustan de este libro es que los autores
sencillamente no creen lo anterior en absoluto. En primer lugar, ellos creen
107
que “… enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado” (Mt 28:20)
significa todo. Cristo es el Rey y todo lo que él decreta es para nuestro
bien y el bien del mundo. En segundo lugar, ellos creen que la
iglesia es un “asunto relativo al evangelio”. No todo en las instrucciones
del Nuevo Testamento está al nivel de la unión con Cristo y sus dones
salvíficos. Sin embargo, la idea de que “ser salvo” no tiene ninguna
relación con “unirse a una iglesia” es una herejía. Y al igual que todas las
herejías, no es solo algo teórico sino que tiene la máxima importancia
práctica.
Imagina que estás sufriendo dolor físico. Vas al doctor y él te dice que
tienes cáncer. ¿Qué es lo primero que piensas? Para la mayoría, la
principal preocupación es que el doctor esté calificado para hacer el
diagnóstico y tratar la enfermedad. ¿Es más importante nuestra salud en
esta era que la vida eterna? Ningún cristiano respondería afirmativamente,
desde luego. Pero entonces la pregunta es: ¿a quién le confías tu vida
eterna? A Jesucristo, desde luego. Pero entonces, ¿qué dice Jesús mismo
cuando estaba a punto de ascender al Padre? “Pedro, ¿me amas?”. “Sí,
sabes que sí”, respondió Pedro. “Cuida de mis ovejas”, le dijo Jesús ( Jn
21:17).
El hecho de que Jesús hiciera esta pregunta tres veces (coincidiendo
con las tres veces que Pedro negó a Jesús) subraya la inseparabilidad entre
la iglesia y la salvación en el pensamiento de nuestro Señor. Solo Cristo
nos salva, no la iglesia. Y no obstante, Cristo nos salva a través del
ministerio de la iglesia. Eso incluye el ministerio de los pastores que
proclaman a Cristo, en el poder del Espíritu; los ancianos que gobiernan, y
los diáconos que sirven a nuestras necesidades físicas. Con qué abundancia
nos provee el Rey Ascendido, no solo en su vida, muerte y resurrección,
sino también en su ascensión, el envío del Espíritu en Pentecostés, y el
ministerio de los apóstoles. Fueron estos últimos hombres los que Cristo
designó como sus “embajadores”, quienes, por inspiración divina,
establecieron las regulaciones para el ministerio continuo de Cristo en y a
través de la iglesia. Lejos de ser legalistas, estas regulaciones aseguran que
no estemos escuchando meramente palabras de hombres, sino del Dios
trino, es decir, del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Por todas estas
razones, y más, es que recomiendo este libro con el mayor ahínco. Llena
un vacío muy importante. De hecho, no solo muestra gran familiaridad con
las grandes obras prácticas sobre el ministerio de la iglesia del pasado, sino
que por mérito propio es otro eslabón en la cadena que va “de generación
en generación”.
Puede que no siempre concuerdes con los autores. Tal vez pienses a
veces que sus interpretaciones son demasiado forzadas y que incluso las
108
confesiones reformadas se extralimitan al pensar que la Biblia aborda
asuntos específicos tales como la forma en que adoramos, la forma en que
se organiza la iglesia, y la forma en que ministra tanto a bautizados como a
no bautizados. Pero si les has dado la oportunidad, como asumo que has
hecho, espero que (como yo) puedas alegrarte en la generosa provisión que
nuestro Señor concede para su iglesia en estos días finales.
Michael Horton
Profesor J. Gresham Machen, Seminario Westminster California

APÉNDICE

Principios fundacionales del gobierno


eclesiástico reformado1
1. La iglesia es la posesión de Cristo, quien es el Mediador del Nuevo
Pacto. Hechos 20:28; Efesios 5:25-27
2. Como Mediador del Nuevo Pacto, Cristo es la Cabeza de la iglesia.
Efesios 1:22–23; 5:23–24; Colosenses 1:18
3. Puesto que la iglesia es la posesión de Cristo y él es su Cabeza, los
principios que rigen a la iglesia no son una cuestión de preferencia
humana, sino de revelación divina. Mateo 28:18-20; Colosenses 1:18
4. La iglesia universal posee una unidad espiritual en Cristo y en las
santas Escrituras. Mateo 16:18; Efesios 2:20; 1 Timoteo 3:15; 2 Jn 9
5. El Señor no dio ningún oficio universal, nacional o regional
permanente a su iglesia. El oficio del anciano (presbyter/episkopos)
claramente es local en autoridad y función; por lo tanto, el gobierno de la
iglesia reformada es presbiterial, pues la iglesia está gobernada por
ancianos, no por asambleas más amplias. Hechos 14:23; 20:17, 28; Tito
1:5

109
6. En su sujeción a su Cabeza celestial, la iglesia local es gobernada
por Cristo desde el cielo, por medio de su Palabra y Espíritu, con las llaves
del reino que él le ha dado para ese propósito; y no está sujeta al gobierno
de iglesias hermanas, las cuales junto con ella están sujetas al único Cristo.
Mateo 16:19; Hechos 20:28-32; Tito 1:5
7. Las relaciones federativas no pertenecen a la esencia o el ser de la
iglesia; ellas sirven más bien al bienestar de la iglesia. Sin embargo,
aunque las iglesias están próximas entre sí sin mezclarse, no por ello están
desconectadas unas de otras. La entrada y la salida de una relación
federativa es un asunto estrictamente voluntario. Hechos 15:1-35;
Romanos 15:25-27; Colosenses 4:16; Tito 1:5; Apocalipsis 1:11, 20
8. El ejercicio de una relación federativa solo es posible sobre la base
de la unidad en la fe y en la confesión. 1 Corintios 10:14-22; Gálatas 1:6-
9; Efesios 4:16-17
9. Las iglesias miembros se reúnen para consulta a fin de cuidarse de
las imperfecciones humanas y beneficiarse de la sabiduría de una multitud
de consejeros en las asambleas más amplias. Las decisiones de tales
asambleas derivan su autoridad de su conformidad con la Palabra de Dios.
Proverbios 11:14; Hechos 15:1–35; 1 Corintios 13:9–10; 2 Timoteo 3:16–
17
10. A fin de manifestar nuestra unidad espiritual, las iglesias locales
deberían buscar los contactos más amplios posibles con otras iglesias de
pensamiento similar para su edificación mutua y como un efectivo
testimonio para el mundo. Juan 17:21-23; Efesios 4:1-6
11. A la iglesia se le ha mandado que ejerza su ministerio de
reconciliación proclamando el evangelio hasta lo último de la tierra. Mateo
28:19-20; Hechos 1:8; 2 Corintios 5:18-21
12. Cristo cuida de su iglesia a través de los ministros que él escoge.
Hechos 6:2-3; 1 Timoteo 3:1, 8; 5:17
13. Las Escrituras promueven una formación teológica cabal para los
ministros de la Palabra. 1 Timoteo 4:16; 2 Timoteo 2:14-16; 4:1-5
14. Por ser el pueblo escogido y redimido de Dios, la iglesia, bajo la
supervisión de los ancianos, está llamada a adorarlo según los principios
escriturales que gobiernan la adoración. Levítico 10:1-3; Deuteronomio
12:29–32; Salmo 95:1, 2, 6; Salmo 100:4; Juan 4:24; 1 Pedro 2:9
15. Puesto que la iglesia es el pilar y fundamento de la verdad, está
llamada a edificar el pueblo de Dios en la fe a través del ministerio de
110
enseñanza. Deuteronomio 11:19; Efesios 4:11–16; 1 Timoteo 4:6; 2
Timoteo 2:2; 3:16–17
 16. La disciplina cristiana, que emerge del amor de Dios por su pueblo, se
ejerce en la iglesia para corregir y fortalecer al pueblo de Dios, mantener la
unidad y la pureza de la iglesia de Cristo, y de ese modo dar honra y gloria
al nombre de Dios. 1 Timoteo 5:20; Tito 1:13; Hebreos 12:7–11
17. El ejercicio de la disciplina cristiana es en primer lugar un deber
personal de cada hijo de Dios, pero cuando se vuelve necesaria la
disciplina de parte de la iglesia, debe ser ejercida por los ancianos de esta,
quienes tienen las llaves del reino. Mateo 18:15–20; Hechos 20:28; 1
Corintios 5:13; 1 Pedro 5:1–3

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