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«¿Cuál es el rol de la Iglesia en una cultura cada vez más secular?

¿Cuáles deberían ser sus prioridades? ¿Cómo debe funcionar una


iglesia local? ¿Por qué es necesaria la membresía en la iglesia,
realmente lo es? ¿Cuál es la base para una verdadera unidad? Este
excelente libro hace brillar la clara luz de las Escrituras sobre estas y
muchas otras preguntas. Puesto que Cristo amó tanto a la Iglesia
como para morir por ella, todo creyente debe compartir esa pasión.
Jeffrey Johnson claramente lo hace, y creo que encontrarás que su
entusiasmo es contagioso».
John MacArthur

«Jeffrey Johnson ha escrito un libro sobre la Iglesia que es lo


suficientemente corto como para leerlo ahora mismo, lo
suficientemente claro como para entenderlo, y lo suficientemente
importante como para ayudar a muchos de nosotros a seguir a
Jesucristo tal y como Él quiere, como miembros de su Iglesia. ¿Por
qué no leerlo ahora mismo?».
Mark Dever

«Al igual que el apóstol Pablo antes que él, Jeffrey Johnson
demuestra que tiene un celo piadoso por la Iglesia de Cristo y que su
único gran deseo es presentarla a Cristo como una virgen pura (2
Cor. 11:2). Como un médico atento y cuidadoso, no solo ha
diagnosticado correctamente lo que aqueja a la iglesia evangélica
contemporánea, sino que también ha prescrito la cura adecuada: una
adhesión sincera y persistente a la doctrina de la Sola Scriptura.
Esta obra, concisa pero rigurosa, debería ser de lectura obligatoria
para todo pastor, congregación y aspirante al ministerio».
Paul Washer

«En una época en la que muchos se rinden al altar del pragmatismo,


la Iglesia necesita urgentemente una visión bíblica de sí misma y su
propósito. El pastor Jeffrey Johnson ofrece un mensaje conciso,
sobrio y revelador para una generación que necesita una reforma
eclesiológica. Johnson aborda los problemas a los que nos
enfrentamos actualmente y los sitúa en su contexto
histórico/teológico. Jeffrey nos recuerda que las verdades profundas
y permanentes de las Escrituras son suficientes para sostener a la
Esposa de Cristo en todas las épocas».
Voddie Baucham Jr.

«Al igual que un carpintero que reacondiciona un mueble clásico,


Jeffrey Johnson despoja las capas de tradición humana y filosofía
mundana para restaurar nuestra visión de la Iglesia a su simplicidad
bíblica. ¡En este libro la Iglesia brilla! Johnson ofrece una enseñanza
básica sobre los propósitos, la adoración, la membresía y el
liderazgo de la iglesia desde una perspectiva Bautista. Como
cristiano reformado, me pareció especialmente valioso su énfasis en
la santidad de la iglesia y su adoración como ordenada por la santa
Palabra de Dios y experimentada en Su santa presencia».
Joel R. Beeke

«Este es un libro que todo miembro de cada iglesia bautista (e


incluso de algunas otras denominaciones) necesita leer y aplicar a
sus iglesias y sus vidas. El libro es breve y directo, e incluso
aplicable y necesario, especialmente para nuestros días. El libro
cubre casi todos los aspectos de lo que es una iglesia y lo que,
según las Escrituras, debe y no debe hacer».
Richard P. Belcher Sr.

«Jeffrey Johnson ofrece una visión global de lo que es la Iglesia, sin


desorden ni confusión. En capítulos comprensibles y directos, se
explica la naturaleza y la práctica de la vida de la iglesia para que
incluso los creyentes más nuevos puedan comprenderla. No ha
tratado de ser innovador en su presentación, sino fiel a la Biblia.
Entre otros, úselo con aquellos que son nuevos en la vida de la
iglesia y necesitan una explicación en un lenguaje lúcido y accesible».
Jim Elliff

«Este libro de Jeffrey Johnson tiene una visión amorosa y exaltada


de la Iglesia de Jesucristo, pero también es consciente de sus
tensiones e imperfecciones, ya que las congregaciones tienen que
vivir en un mundo caído bajo los requerimientos santos de la cabeza
de la Iglesia. Este libro le ayudará a entender la vida de la iglesia,
sus deberes y bendiciones, y lo animará a dar sus años para servir y
fortalecer al pueblo de Dios».
Geoff Thomas

«En este libro destacan dos características contundentes: La


claridad doctrinal y la instrucción práctica. La iglesia local es el único
contexto instituido por Dios para que los creyentes vivan sus vidas en
Cristo, pero muchos cristianos siguen sin saber qué es la iglesia local
y cómo ha determinado Dios que funcione. Sin duda, este libro es un
recurso inmensamente útil para la iglesia de nuestros días».
Anthony Mathenia

«Con un vigor refrescante y una sencillez estimulante, Jeffrey


Johnson nos ofrece un enérgico bosquejo de los principios bíblicos
para la naturaleza y la vida de la Iglesia de Cristo. Es lo
suficientemente breve como para ser una introducción útil, pero lo
suficientemente profundo como para incitar a la reflexión y promover
la práctica diligente. Este pequeño libro es un buen antídoto contra
las actitudes superficiales, despreocupadas y tibias en relación con la
casa de Dios, y pone en su lugar una concepción legítimamente
elevada del pueblo del Dios vivo que trabaja en sus santos propósitos
en la presencia del Dios vivo».
Jeremy Walker
«La idea de membresía de la iglesia hoy es una suposición que
nunca ha sido cuestionada o considerada bíblicamente o bien
abandonada por los nuevos comienzos de la iglesia como una reliquia
inútil del pasado que es irrelevante para las iglesias y los cristianos
de ahora. Podemos estar agradecidos de que haya pastores como
Jeffrey Johnson que abordan esta cuestión desde una perspectiva
bíblica y demuestran la importancia de que los cristianos de hoy sean
miembros significativos de una iglesia local».
Don Whitney
Título original: The Church
Subtítulo original: Her Nature, Authority, Purpose, and Worship
Copyright © 2020 por Jeffrey D. Johnson
Publicado originalmente en ingles por
Media Gratiae
PO Box 21
New Albany, MS 38652
Traducción al español por Eduardo Fergusson.
Revisión (ingles-español) por Alaín J. Torres Hernández.
Revisiones por Javier Martínez Pinto y Luis J. Torrealba.
Diseño de la portada por Ordinary Folk.
Esta edición se publica en acuerdo con Media Gratiae. Todos los
derechos reservados. Traducido y Publicado por © Editorial Legado
Bautista Confesional (Santo Domingo - Ecuador, 2023).
Traducción de Las Sagradas Escrituras: LA BIBLIA DE LAS
AMÉRICAS. Copyright © 1986, 1995, 1997. La Habra, CA: Editorial
Fundación, Casa Editorial para La Fundación Bíblica Lockman; a
menos que se indique otra versión.
Todos los derechos reservados. Debe obtenerse un permiso escrito
del autor/editor para usar o reproducir cualquier parte de este libro,
excepto breves citas en reseñas críticas o artículos.
ISBN: 978-9942-605-18-4
Clasificación Decimal Dewey: 262
Cristianismo. Teología cristiana. Eclesiología.
Versión Digital / E-book.
Dedicado a
Greg e Ingrid Stevens
Índice de contenido
Introducción
P 1: L N I
Capítulo 1: Las Marcas de la Iglesia
Capítulo 2: La Membresía de la Iglesia
Capítulo 3: Los Deberes de la Membresía de la Iglesia
P 2: L A I
Capítulo 4: El Poder y la Disciplina de la Iglesia
Capítulo 5: Los Oficios de la Iglesia
Capítulo 6: El Gobierno de la Iglesia
P 3: E P I
Capítulo 7: La Misión de la Iglesia
Capítulo 8: La Metodología de la Iglesia
Capítulo 9: La Enseñanza de la Iglesia
P 4: L A I
Capítulo 10: Teología de la Adoración
Capítulo 11: Los Elementos de la Adoración
Capítulo 12: Principios de la Adoración
Introducción
La visión que una iglesia tiene de Dios, del hombre y de la
salvación tiene un impacto vital en sus prácticas. La teología
propia (la doctrina de Dios), la antropología (la doctrina del
hombre), la soteriología (la doctrina de la salvación) y la
eclesiología (la doctrina de la Iglesia) nunca deben estar
separadas en la práctica. Lo que creamos sobre Dios, el
hombre y la salvación tendrá, en consecuencia, una
influencia en la forma en que hacemos iglesia. Tener una
visión elevada de Dios y una visión baja del hombre, o una
visión baja de Dios y una visión elevada del hombre,
determinará si una iglesia está centrada en Dios
(teocéntrica) o en el hombre (antropocéntrica). Al final, la
visión que la iglesia tiene de Dios, del hombre y de la
salvación revelará a quién busca complacer.
En la práctica existen dos visiones de la salvación dentro
del protestantismo evangélico: (1) Creencia fácil; y (2)
Salvación por Señorío.

Creencia fácil
La creencia fácil es la visión más aceptada sobre la
salvación, evidenciada en la forma en que la mayoría de las
iglesias se comportan. ¿A qué me refiero con creencia
fácil? La creencia fácil es una visión diluida de la salvación
que proviene de una visión baja de Dios y una visión elevada
del hombre. La noción es que el arrepentimiento no es
necesario para la salvación y todo lo que requiere Dios es
una simple decisión de «aceptar a Jesús en tu corazón». La
opinión es que los pecadores son capaces, dentro de sí
mismos, de hacer esta elección; todo lo que necesitan es un
buen vendedor (es decir, un predicador) que les muestre las
ventajas del cielo en comparación con la alternativa.
Con esta visión baja de Dios viene la idea de que Él no
exige más de nosotros que una simple oración, que a
menudo se realiza repitiendo las palabras del pastor
después de pasar al frente en la iglesia. En el mejor de los
casos, el predicador puede recordarnos en el último
segundo que debemos repetir «la oración del pecador» de
«corazón».
Exigir al pecador más que una simple oración se
considera innecesario y un obstáculo para persuadir a
muchos a responder. Por ejemplo, la manera en que el
Señor trató al joven rico, cuando le dijo que abandonara su
ídolo (su verdadero dios) dando todo su dinero, no es un
método de evangelización que produzca muchas
conversiones.
Con esta visión baja de la salvación viene la opinión de
que no necesitamos hacer ningún sacrificio importante para
ganar el cielo; podemos ser salvos y seguir viviendo
nuestras vidas como antes. Por lo tanto, se considera
completamente innecesario renunciar a todo, incluyendo
nuestras vidas, para seguir al Señor. Se cree que todo lo
que se necesita para ir al cielo es «añadir» a Jesús a
nuestras vidas. ¿Ves lo fácil que es la salvación? Escapa
del infierno, mantén el control de tu vida y recibe un boleto al
cielo con una simple oración que incluya las sinceras
palabras: «Acepto a Jesús en mi corazón». Siguiendo este
método de evangelización, no habría sido necesario que el
joven rico se decepcionara; podría haber tenido a Cristo y
conservar sus riquezas.
La creencia fácil lleva a otra doctrina peligrosa conocida
como «el cristiano carnal». Dado que la salvación no exige
la negación de sí mismo y la sumisión a Cristo como Señor,
todos los que han repetido la oración del pecador deben ser
salvados sin importar cómo vivan sus vidas. Bajo este
engaño se predica en el funeral de borrachos, adúlteros e
idólatras, diciendo que van al cielo, porque hicieron una
oración cuando eran niños. En esta noción, para ser
cristiano, tanto el amor a Dios como el amor al pueblo de
Dios (la Iglesia) son opcionales. Las iglesias están llenas de
personas que han repetido la oración del pecador, por lo que
se supone que la mayoría de los asistentes a las iglesias
son verdaderos cristianos.
Con una visión barata de la salvación como esta, es fácil
ver por qué muchas iglesias funcionan como empresas. La
iglesia quiere crecer lo más rápido posible, y los inconversos
quieren una conciencia limpia de la forma más barata
posible; así, la iglesia está dispuesta a vender el evangelio
ofreciendo a los clientes una salvación accesible. Lo
importante es llevar a la gente a las puertas de la iglesia, por
cualquier medio posible, y luego hacer que se salven. Para
que estas personas sigan viniendo, la iglesia debe seguir
dándoles lo que quieren: una conciencia tranquila. Esto se
obtiene con un poco de verdad bíblica, un toque de
convicción y un montón de entretenimiento.
La iglesia impulsada por el consumidor quiere saber
cómo atraer y satisfacer al mayor número de personas.
¿Cómo puede la iglesia evitar que tales buscadores, como
el joven rico que buscó al Señor pero que
desgraciadamente se fue triste, se vayan decepcionados?
En un intento de ser sensibles a ellos, la iglesia ha pasado
de tomar su dirección desde las Escrituras a consultar
empresas de marketing y emplear las tácticas comerciales
del mundo. Se ha volcado al pragmatismo, donde el fin
justifica los medios. En otras palabras, la iglesia se siente
satisfecha de que la bendición del Señor esté sobre sus
esfuerzos debido al crecimiento rápido y la asistencia
récord.
Con este enfoque empresarial, el deísmo moralista y
terapéutico se ha apoderado de las iglesias. La iglesia ha
pasado de ser una asamblea de santos que adoran a Dios
en espíritu y verdad a una reunión social de cristianos
nominales que escuchan discursos motivacionales
semanales sobre cómo, al ser positivos y hacer lo correcto,
pueden experimentar su «mejor vida ahora». La gloria de
Dios y la santidad personal ya no son las fuerzas que
impulsan las actividades y funciones de la iglesia; más bien,
lo que gobierna la iglesia es el deseo de mantener a las
personas felices mientras viven una vida sin someterse
completamente al señorío de Cristo.
Al final, una visión baja de Dios y una visión elevada del
hombre conducen a la creencia fácil y a iglesias centradas
en el hombre que funcionan como empresas impulsadas por
el consumidor.

Salvación por señorío


Las iglesias con una visión elevada de Dios y una visión
baja del hombre tienen una perspectiva diferente de la
salvación, por lo que tienen una perspectiva diferente del
propósito y las funciones de la iglesia. Esta compresión
afecta específicamente la manera como tal iglesia ve la
salvación: no principalmente por causa del hombre sino para
la gloria de Dios. Es decir, el problema no es que los
pecadores vayan al infierno, sino que los pecadores no
glorifican al Señor en sus vidas. Esta perspectiva puede
parecer una preocupación menor, pero en última instancia
determina si una iglesia está centrada en el hombre o
centrada en Dios.
Si la salvación es en última instancia para la gloria de
Dios, entonces no debe percibirse como la mera obtención
de un boleto gratuito al cielo. Más bien, la salvación libera a
los pecadores de su pecado, tanto de su castigo como de su
poder. Esta es la razón por la que Cristo vino a salvar a su
pueblo de sus pecados (Mat. 1:21). El pecado y la causa del
pecado (la depravación) son los mayores problemas del
hombre. El pecado es la razón principal por la que las
personas van al infierno y están bajo la ira de Dios. ¿Y qué
es el pecado? El pecado es cualquier pensamiento o acción
que no alcanza la gloria de Dios (Rom. 3:23). Así, la
salvación libera al hombre del pecado, lo cual es
precisamente aquello que le roba a Dios Su gloria.
La salvación nos libra de la culpa del pecado en la
justificación, y nos libra del poder del pecado en la
regeneración y la santificación. Aquellos que son salvos van
al cielo, pero solo porque son salvados de la culpa y el poder
del pecado.
Y lo que es más importante, la salvación reconcilia a Dios
y los pecadores por medio de Cristo Jesús. El pecado nos
ha separado de Dios, y Cristo Jesús, el perfecto Cordero de
Dios, es el único camino hacia el Padre (Jua. 14:6).
Si Cristo vino a salvar a su pueblo de la culpa y el poder
del pecado para llevarlos a una relación con Dios, entonces
la salvación es solo para aquellos que buscan ser liberados
del pecado y desean una relación personal con Dios. Por lo
tanto, si no hay arrepentimiento, no hay salvación. Aferrarse
a cualquier pecado o amar algo más que a Cristo, tal como
el joven rico se aferró a sus riquezas, es un acto de rebelión
contra Cristo. Mientras persistamos en nuestra rebeldía,
seguiremos sin arrepentirnos. Sin arrepentimiento, no
buscamos reconciliarnos con Dios.
Por eso el Señor dijo: «Porque no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores» al arrepentimiento (Mat. 9:13).
También afirmó: «Si alguno quiere venir en pos de mí,
niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mat. 16:24),
y «Cualquiera de vosotros que no renuncie a todas sus
posesiones, no puede ser mi discípulo» (Luc. 14:33).
El argumento contra la salvación por señorío es que
parece hacer que la salvación dependa de algo más que la
fe en Cristo Jesús. Si debemos someternos a Cristo como
Señor, entonces esto significa que la salvación es por fe
más sumisión. Esto no puede ser, dicen, porque la salvación
es solo por la fe; exigir que nos sometamos a Cristo para
salvación es exigir algo además de la fe. La fe es creer, y
todo lo que se necesita para la salvación es que creamos
que Jesús existió y murió en la cruz por nuestros pecados.
Se supone que la salvación es así de simple. Hagamos que
la gente confiese que Jesús es su Salvador primero, y luego
podemos trabajar para que se sometan a Él como Señor,
señala este razonamiento.
Por supuesto que la salvación es solo por la fe. Pero la
salvación es solo para los que saben que están perdidos.
Como dijo el Señor: «Porque el Hijo del Hombre ha venido a
buscar y a salvar lo que se había perdido» (Luc. 19:10) y
«Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino
los que están enfermos… Porque no he venido a llamar a
justos, sino a pecadores» (Mat. 9:12-13).
La mayor necesidad del hombre es saber que tiene una
necesidad. En otras palabras, si no somos conscientes de
que somos pecadores, obviamente no veremos que
necesitamos un Salvador. Si la salvación es vista
principalmente como la obtención de un boleto al cielo,
entonces todo lo que es necesario para que queramos la
salvación es el deseo de escapar de las llamas del infierno.
Pero si la salvación es la liberación y la libertad del pecado y
la reconciliación con Dios a través de Jesucristo, es
necesario que primero nos demos cuenta de que somos
pecadores, y que luego tengamos el deseo de ser liberados
de nuestros pecados. Si no nos lamentamos por nuestros
actos rebeldes, no querremos ser salvados de estos. Si no
queremos el perdón y la liberación del poder del pecado
(como lo demuestra la voluntad de abandonar todo, incluso
nuestra vida), entonces no querremos la salvación que
Cristo ofrece en el evangelio.
¿Qué debemos hacer después de vernos culpables ante
Dios? ¿Qué debemos hacer cuando nos sentimos turbados
y compungidos por haber pecado contra Dios? ¿Qué
debemos hacer cuando reconocemos nuestra necesidad de
Cristo y queremos seguirlo? ¿Qué debemos hacer si
deseamos ser salvados de nuestros pecados? La
respuesta es sencilla: creer en el Señor Jesucristo.
No debemos confiar en nuestra justicia, sino mirar a
Cristo para que nos perdone y nos libere de las garras del
pecado. Debemos creer en el glorioso evangelio: que Cristo,
quien no tenía pecado, murió por nuestros pecados para
que fuéramos justificados ante Dios en el Amado.
Solo la fe nos salva, pero para que tengamos una
disposición mental en la que deseemos la salvación, primero
debemos llegar al final de nosotros mismos. Debemos
darnos cuenta de que somos pecadores y no podemos
justificarnos ante Dios por medio de nuestra justicia.
Así, mediante el arrepentimiento, reconocemos nuestra
culpa y compungidos nos volvemos de nuestros pecados a
Cristo para recibir perdón. Por la fe, miramos a Cristo para
ser perdonados, donde se nos asegura que Él lo ha pagado
todo. Por eso el Señor dijo: «Arrepentíos y creed en el
Evangelio» (Mar. 1:15).
Técnicamente hablando, el arrepentimiento y la fe no
pueden separarse cronológicamente. John Murray lo aclara:
La interdependencia de la fe y el arrepentimiento pueden verse
fácilmente cuando recordamos que la fe es fe en Cristo para
salvación del pecado. Pero si la fe se dirige a la salvación del
pecado, debe haber odio contra el pecado y el deseo de ser
salvo del mismo. Este odio contra el pecado involucra
arrepentimiento, que esencialmente consiste en volverse del
pecado hacia Dios. Otra vez, si recordamos que el
arrepentimiento es apartarse del pecado volviéndose a Dios, el
volverse a Dios implica fe en la misericordia de Dios tal como
se revela en Cristo. Es imposible separar la fe del
arrepentimiento.[1]
Con una visión baja de la salvación y una visión elevada
del hombre, es natural pensar que un poco de presión y
persuasión es todo lo que se necesita para convencer a la
gente de que acepte a Cristo. Si todo lo que necesitan los
pecadores es creer en un Jesús que quiere darles un boleto
gratis al cielo, entonces no es de extrañar que las iglesias
logren bautizar a tantos.
Por otro lado, si una iglesia tiene una visión elevada de la
salvación y una visión baja del hombre, todo cambia.
Aquellos que están esclavizados al pecado pueden ser
capaces de confesar que Jesús murió en la cruz por sus
pecados, pero aparte de la obra del Espíritu Santo, serán
incapaces y no estarán dispuestos a abandonar sus
pecados. Los pecadores, por su propia naturaleza, siempre
se amarán a sí mismos más que a Dios. Los pecadores
están esclavizados tanto a su propia voluntad como al diablo
(Efe. 2:1-3), lo cual hace humanamente imposible que amen
a Dios lo suficiente como para abandonar todo por Cristo
voluntariamente.
Una cosa es tener amor a Dios y hacer ciertos
sacrificios, y otra muy distinta es amar a Dios por encima de
todas las cosas. Desear a un Cristo que quiere dar a las
personas su «mejor vida ahora» parece bastante razonable
para la mayoría de los asistentes a la iglesia, pero desear a
un Cristo que requiere que los pecadores abandonen todo,
incluso sus vidas, parece totalmente irracional. Y puede ser
fácil convencer a alguien de que repita una oración,
especialmente con tácticas de mucha presión y música
emotiva sonando de fondo, pero despertar a un pecador
para que sienta auténtico dolor por haber ofendido a Dios y
hacer que esté dispuesto a renunciar a su vida, es
imposible.
Una vez que los discípulos escucharon al Señor explicar
el alto costo del discipulado al joven rico, le preguntaron:
«Entonces, ¿quién podrá salvarse?» El Señor respondió
diciendo: «Para los hombres eso es imposible» (Mat. 19:25-
26).
¿Entonces cómo se salvan entonces los pecadores? Los
pecadores son salvados solo por gracia. Afortunadamente,
después de que el Señor dijera: «Para los hombres eso es
imposible», continuó diciendo: «pero para Dios todo es
posible» (v. 26).
¿Cómo salva Dios a los pecadores? El Espíritu Santo
regenera sus corazones para que puedan deseosamente
creer en el Evangelio (Jn 3:5-8), ya que el Evangelio es «el
poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Rom.
1:16). Sin el poder salvador del Espíritu Santo, los
pecadores permanecerán muertos en sus delitos y pecados.
Solo Dios puede cambiar los corazones de piedra y llevar a
pecadores rebeldes al arrepentimiento y la fe en Cristo
Jesús. «Porque por gracia habéis sido salvados por medio
de la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios»
(Efe. 2:8). Aunque Dios utiliza e incluso manda a su pueblo a
evangelizar a los perdidos, solo Él puede traer a las
personas a la fe en Cristo Jesús y, por lo tanto, hacer crecer
la Iglesia (1 Cor. 3:6).
Adherirse a esta visión de Dios, del hombre y de la
salvación cambia todo en la iglesia. Si es imposible cambiar
los corazones de los pecadores por mera persuasión o a
través de la manipulación de las emociones, y si es
imposible que los pecadores se nieguen a sí mismos y se
sometan a Cristo como Señor sin la gracia iluminadora del
Espíritu Santo, entonces la iglesia debe centrarse en la
proclamación de la verdad, la única cosa que el Espíritu
Santo ha elegido usar para salvar y santificar a los
pecadores.
La iglesia no será juzgada por el número de bautismos o
el tamaño de su membresía, sino por lo fiel que haya sido en
la enseñanza de todo el consejo de Dios. Sí, la iglesia
necesita tener una profunda pasión por las almas perdidas y
debe tratar de alcanzarlas para la gloria de Dios. Pero la
iglesia debe recordar que lo mejor que puede hacer por las
almas perdidas es predicar un evangelio sin concesiones,
que llame a los pecadores a arrepentirse de sus pecados y
a reconciliarse con Dios por la fe en Cristo Jesús.
La iglesia debe desear crecer numéricamente pero no
en detrimento del crecimiento espiritual. Como nos recuerda
John Owen: «El gran propósito de la iglesia no es nuestro
número por adición, sino por gracia, por medio de crecer en
Cristo.[2] La mercadotecnia, los trucos y el entretenimiento
pueden edificar una gran congregación, pero solo la verdad
de la Palabra de Dios edificará la Iglesia y purificará a sus
miembros para la gloria de Dios.
La convicción central de este libro se basa en una visión
elevada de Dios y una visión baja del hombre, porque la
Iglesia se sostiene o cae frente a la visión correcta de Dios,
el hombre y la salvación. ¡Donde no hay evangelio, no hay
Iglesia! Si queremos saber si una iglesia en particular cuenta
con la aprobación de Dios y está cumpliendo su misión,
entonces debemos ver cómo la iglesia está manejando y
proclamando el evangelio de Jesucristo.
Una visión adecuada de Dios, el hombre y la salvación
tiene muchas ramificaciones en el funcionamiento de una
iglesia. ¿Cuál es el propósito principal de la iglesia? ¿Qué
significa que una iglesia sea santa? ¿Cuáles son los
requisitos y las responsabilidades de los miembros de la
iglesia? ¿Cómo maneja la iglesia la disciplina eclesiástica?
Las respuestas a estas preguntas nacen de una visión
bíblica de Dios, el hombre y la salvación. El objetivo de este
libro es mostrar cómo una visión elevada de Dios y una
visión baja del hombre deben conformar nuestra
comprensión de la naturaleza, la autoridad, el propósito y la
adoración de la iglesia local.
P 1

La Naturaleza de la Iglesia

Así pues, ya no sois extraños ni extranjeros, sino que sois


conciudadanos de los santos y sois de la familia de Dios,
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y
profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en
quien todo el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser
un templo santo en el Señor, en quien también vosotros
sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu.
Efesios 2:19-22
Capítulo 1

Las Marcas de la Iglesia


¿Qué es la Iglesia? ¿Están los cristianos obligados a unirse
a una iglesia local? ¿Cuáles son los privilegios y
responsabilidades de la membresía de la iglesia? ¿Cuál es
la autoridad de la Iglesia? ¿Qué es la disciplina en la iglesia,
y como debe ser el gobierno de la iglesia? ¿Cuál es el
propósito de la Iglesia? ¿Cuáles son las actividades de la
iglesia? ¿Cómo debe la iglesia expresar su adoración? Las
respuestas a estas importantes preguntas no deben dejarse
a la opinión de cada uno o a sus ideas pragmáticas o
relativistas, sino que deben obtenerse del fundamento
seguro de la Palabra escrita de Dios. Por eso, el propósito
de este estudio es establecer lo que la biblia enseña sobre
la naturaleza, la autoridad, el propósito y la adoración de la
iglesia local.
Antes de que podamos entender adecuadamente la
autoridad, el propósito y la adoración de la Iglesia,
necesitamos conocer la naturaleza de la Iglesia. En otras
palabras, ¿qué es «la Iglesia»? Hay mucha confusión sobre
cómo responder a esta pregunta. A menudo pensamos en
los lugares de reunión como iglesias. Sin embargo, la Biblia
nunca habla de la Iglesia como un edificio físico. Las
capillas, catedrales, basílicas y santuarios pueden ayudar a
facilitar las funciones y la adoración de la Iglesia, pero no
son la iglesia. Más bien, como trataremos de explicar en
este primer capítulo, tres marcas esenciales definen la
Iglesia: unidad, santidad y verdad.

1. La Iglesia es la comunión unificada de


Dios
El Señor Jesús en Mateo 16:18 fue el primero en utilizar la
palabra iglesia para describir a Su pueblo cuando dijo:
«Edificaré Mi iglesia; y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella». La palabra griega traducida como
iglesia es ekklesía, que significa «asamblea» (ver Hch.
19:32, 41). Pero cuando Cristo usó la palabra ekklesia para
hablar de Su pueblo, la elevó para significar algo más que
una asamblea ordinaria de personas. La elevó para
referirse a la reunión particular de personas que Él
personalmente edificaría. Aunque algunos puedan «plantar»
el evangelio evangelizando a los no creyentes, y otros
puedan «regar» el evangelio enseñando a los creyentes,
solo Dios puede dar el «crecimiento» (1 Cor. 3:6-7). Es
decir, es el Señor, y sólo el Señor, quien añade a la Iglesia
cada día a quienes están siendo salvados (Hch. 2:47).
En consecuencia, como Cristo es quien edifica la Iglesia,
Cristo es su dueño. Cristo dijo: «Edificaré mi iglesia» (Mat.
16:18, énfasis añadido). Esto significa que la Iglesia no
pertenece a los pastores ni al pueblo, sino al Señor. Es
crucial entender esto. Cristo es el propietario único de la
Iglesia. La palabra iglesia comunica esta verdad. La palabra
inglesa church (iglesia) deriva de la palabra griega kuriakon,
adjetivo neutro de kurios, que se traduce como Señor. La
palabra kuriakon solo se encuentra dos veces en el Nuevo
Testamento y significa «perteneciente al Señor» (véase 1
Cor. 11:20; Apo. 1:10).
Una de las características que identifican a la Iglesia es
que pertenece al Señor. Es decir, lo que distingue a la
Iglesia de las asociaciones seculares, los clubes sociales y
otras congregaciones religiosas es que la Iglesia es una
posesión única de Dios. Por eso es común encontrar las
frases Iglesia de Dios e Iglesia de Cristo repetidamente en
el Nuevo Testamento. En consecuencia, la Iglesia de Dios
tal como se define en la Biblia no es un grupo de incrédulos
que se reúnen en el nombre de Cristo, como los mormones
o los testigos de Jehová; más bien, consiste en Su pueblo,
aquellas personas particulares que han sido llamadas por
Dios a través de la fe personal en Cristo.
El material que Dios utiliza para edificar su Iglesia es Su
pueblo redimido (Efe. 2:19-22). Pedro explica que los santos
son las «piedras vivas» que forman una «casa espiritual» (1
Ped. 2:5). La piedra angular es Cristo, y las otras piedras del
fundamento son los profetas y los apóstoles (Efe. 2:20).
Además, todos estos elementos de construcción se colocan
y entrelazan para formar una única estructura o templo.
La Iglesia se asemeja no sólo a un edificio o un templo,
sino también a un cuerpo (Efe. 1:22-23). Al igual que la
metáfora de un edificio, la metáfora del cuerpo comunica
que la Iglesia está formada por diferentes miembros que se
unen para formar una sola entidad. La Iglesia tiene múltiples
miembros (1 Cor. 12:14) que están espiritualmente unidos y
entrelazados en un solo cuerpo espiritual bajo el liderazgo
único de Cristo Jesús (Col. 1:18-19). Así, la Iglesia es una
(Efe. 2:14).
La unidad invisible de la Iglesia universal
Sin embargo, es importante señalar que la unidad de la
Iglesia no se debe a una organización externa. La unidad del
cuerpo místico de Cristo es más bien una consecuencia de
la comunión y la unión que todos los creyentes comparten en
la persona de Cristo por la fe. Esta unión con Cristo no es
física ni visible, sino invisible y espiritual.
En otras palabras, los creyentes no se unen a Cristo al
unirse a una iglesia local. Más bien, se unen a Cristo por la
fe, y después son impulsados interiormente por el Espíritu y
la Palabra a unirse a una iglesia local. De esta manera solo
los creyentes son miembros de la Iglesia universal, y solo los
miembros de la Iglesia universal son candidatos apropiados
para ser miembros de la iglesia local.
Únicamente cuando estamos unidos espiritualmente a
Cristo por la fe estamos unidos al cuerpo invisible y
universal de Cristo. Por esto, hay un solo cuerpo invisible y
universal de Cristo (Efe. 4:4), en el cual se entra al estar
espiritual y personalmente unido a Cristo, la cabeza de la
Iglesia, por medio de la fe (Gál. 2:20). Tal y como afirmó
Juan Calvino:
La iglesia es llamada «católica», o «universal», porque no
podría haber dos o tres iglesias a menos que Cristo se separe,
¡Lo cual es imposible! Pero todos los elegidos están tan unidos
en Cristo que, al depender de una sola Cabeza, también
crecen juntos en un solo cuerpo, estando unidos y entrelazados
como lo están los miembros de un cuerpo. Son
verdaderamente uno, ya que viven juntos en una misma fe,
esperanza y amor, y en el mismo Espíritu de Dios.[3]
La fe no solo nos ha unido a Cristo, sino a todos los que
también están unidos a Él. Esta unión nos hace «un cuerpo
en Cristo, y miembros los unos de los otros» (Rom. 12:5).
En el cuerpo de Cristo, no hay división entre judíos y
gentiles, ricos y pobres, así como tampoco entre hombres y
mujeres; todos somos uno en Cristo Jesús (Gál. 3:28; Efe.
4:4). Esta unidad no es solo en identidad, sino en la vitalidad
de la vida espiritual.
Cristo es la vida de todos los que creen. Sin embargo, la
vida que cada creyente tiene en Cristo es la misma que
comparten todos los creyentes. Esta vida en común une a
todos los cristianos en una sola familia espiritual. «Entre los
atributos de la Iglesia», según Francis Turretin, «el primero
es su unidad, que fluye de su naturaleza. Pues siendo una
sociedad santa y un cuerpo místico, que abarca a todos los
elegidos unidos en el vínculo del mismo espíritu, fe y amor
entre sí con Cristo, debe tener necesariamente una cierta
unidad por la que todos sus miembros puedan estar
mutuamente entrelazados».[4]
R. C. Sproul señaló que «Una de las realidades más
preciosas de la fe cristiana es la unidad que une los
corazones y las almas de cada cristiano no solo con Cristo,
sino también entre sí».[5] Sproul explicó que «aunque estar
en Cristo es intensamente personal e individual, nunca es
individualista. Todo individuo que está personalmente unido a
Cristo está al mismo tiempo personalmente unido a toda otra
persona que está en Cristo».[6]
Por esta razón, James Bannerman, en su clásico libro
sobre la Iglesia, afirmó: «Todo individuo que está
personalmente unido a Cristo está al mismo tiempo
personalmente unido a toda otra persona que está en
Cristo», y: «La idea primordial de la Iglesia, tal como se
expone en la Escritura, es incuestionablemente la de un
cuerpo de hombres unidos espiritualmente a Cristo y, como
consecuencia de esa unión, unos con otros, como son uno
con Él».[7]

La unidad visible de la iglesia local


Ya que la Iglesia está formada por el pueblo de Dios que ha
sido unido espiritualmente, los miembros individuales son
llamados a congregarse (Heb. 10:25). Esta unidad invisible y
espiritual, como veremos en el capítulo 3, impulsa
interiormente al pueblo unido de Dios a congregarse
voluntaria y alegremente en asambleas locales.
Aquellos que tienen comunión y compañerismo con Cristo
Jesús no pueden evitar tener comunión y compañerismo
unos con otros. Es la unidad invisible del alma con el Cristo
invisible lo que mueve a los creyentes que viven en un
cuerpo físico a unirse externamente en asambleas visibles y
locales. La iglesia local es simplemente una expresión
externa de la unidad interna que los cristianos tienen unos
con otros en Cristo Jesús.
Por esta razón, Cristo utilizó la palabra asamblea
(ekklesia) para describir Su cuerpo (Col. 1:18). Esta palabra
describe adecuadamente a la Iglesia, ya que una de sus
marcas distintivas es que consiste de personas que tienen
comunión y compañerismo en un lugar (1 Cor. 11:18; 14:23).
Por ejemplo, todos aquellos que Dios añadió a la Iglesia
continuaron reuniéndose mientras «se dedicaban
continuamente a las enseñanzas de los apóstoles», a la
«comunión, al partimiento del pan» y a la oración (Hch.
2:42). En consecuencia, el puritano inglés Benjamin Keach
afirmó: «Una iglesia de Cristo […] es una Congregación de
cristianos Piadosos, quienes —como Asamblea Establecida
[...], se entregan al Señor y mutuamente, por acuerdo y
consentimiento mutuos, conforme a la Voluntad de Dios; y
ordinariamente se reúnen en un mismo lugar».[8]
Los santos se reúnen no solo porque Dios ha unido sus
corazones, sino porque ha diseñado a los cristianos para
que sean interdependientes. Es decir, se reúnen porque no
pueden funcionar adecuadamente el uno sin el otro. Dios ha
dotado a los cristianos de manera diferente con el propósito
de que se necesiten mutuamente para su madurez espiritual.
Aunque cada miembro del cuerpo de Cristo recibe de la
Cabeza su vida y alimento, están diseñados individualmente
para contribuir al crecimiento espiritual de todo el cuerpo.
Como explica el apóstol Pablo: «de quien todo el cuerpo
(estando bien ajustado y unido por la cohesión que las
coyunturas proveen), conforme al funcionamiento adecuado
de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su
propia edificación en amor» (Efe. 4:16). En consecuencia, la
Iglesia es un cuerpo unificado que está diseñado para
crecer, pero solo en secuencia con el crecimiento de sus
partes individuales, ya que funcionan juntos.
En otras palabras, Dios diseñó la Iglesia de tal manera
que cada miembro del cuerpo es codependiente. Al igual que
las partes internas de un reloj, cada miembro es necesario
para que la Iglesia funcione correctamente. Cada miembro
del cuerpo de Cristo es necesario para el crecimiento mutuo
y la edificación del todo. Al igual que «el ojo no puede decir a
la mano: No te necesito» (1 Cor. 12:21), los cristianos no
pueden decir que no se necesitan unos a otros. Intentar
hacerlo solos es como si el pie se separara del resto del
cuerpo y pensara que puede saltar al cielo por sí mismo.
Los miembros se reúnen en asambleas locales para que
los miembros puedan funcionar y tener compañerismo y
comunión juntos. De ahí que la Iglesia no sea solo santos
individuales y desconectados, sino la comunión de los
santos. Juan Calvino señaló, «La comunión de los santos...
expresa lo que la Iglesia es. Tal como se había dicho, que
los santos están unidos en la comunión de Cristo con esta
condición, que todas las bendiciones que Dios les otorga
son compartidas unos a otros».[9] Asimismo, el puritano
William Dell resumió la naturaleza de la iglesia con estas
palabras:
La iglesia es la comunión de los santos, la cual es la comunión
que los creyentes tienen entre sí; no en las cosas del mundo, ni
en las cosas del hombre, sino en las cosas de Dios. Porque,
así como los creyentes tienen su unión en el Hijo y en el Padre,
así también en ellos tienen su comunión; y la comunión que
tienen entre sí en Dios, no puede ser en sus propias cosas,
sino en las cosas de Dios, incluso en su luz, vida, justicia,
sabiduría, verdad, amor, poder, paz, gozo. Esta es la
verdadera comunión de los santos, y esta comunión de los
santos es la verdadera Iglesia de Dios.[10]

2. La Iglesia es una comunión santa


La Iglesia no es solamente el pueblo unificado de Dios;
también es el pueblo santificado de Dios. Esta es la segunda
marca esencial de la Iglesia. De hecho, la razón por la que
los santos están unificados es que han sido santificados en
Cristo Jesús. El pueblo redimido de Dios ha sido santificado
en Cristo Jesús por la verdad de la Palabra de Dios (1 Cor.
1:2). El pueblo de Dios ha sido llamado a salir del mundo de
las tinieblas y del pecado y trasladado al reino del amado
Hijo de Dios (Col. 1:13). Han sido lavados y santificados por
la sangre de Jesucristo (1 Cor. 6:11). Por eso son una
nación santa y un reino de sacerdotes que han sido
consagrados por el Espíritu Santo al Señor (1 Ped. 2:5, 9).
La verdadera Iglesia es santa por su propia naturaleza.
Como R. B. Kuiper afirmó, «La Santidad es la esencia
misma [de la Iglesia]. La santidad constituye la Iglesia. La
Iglesia es sinónimo de santidad».[11] ¿Por qué Kuiper asocia
la santidad con la esencia de la Iglesia? Porque esto es lo
que es la Iglesia; es santa. Kuiper añadió: «[La santidad] no
es un mero adorno que aumenta su gloria como un collar
brillante puede realzar la belleza de una mujer hermosa. No,
la santidad es su esencia misma».[12]
Por consiguiente, el gran propósito de la Iglesia es crecer
en unidad y santidad. Es el pecado lo que destruye la unidad,
y por eso Dios busca llevar a su pueblo a una mayor unidad
liberándolo de la esclavitud del pecado y santificándolo por
medio de su verdad (Juan 17:17).

3. La Iglesia es la comunión portadora de la


verdad de Dios
La Iglesia es «columna y sostén de la verdad» (1 Tim. 3:15).
Esto significa que la verdad no es un simple adorno de la
Iglesia, sino algo que define su misma naturaleza. Por ello, la
verdad es la tercera marca esencial de la Iglesia.
En primer lugar, la Iglesia está establecida en la verdad. El
fundamento de la Iglesia es la Palabra de Dios (Efe. 2:20).
La Iglesia está edificada sobre la verdad de las Escrituras.
La Iglesia crece a medida que las personas se unen al
cuerpo de Cristo por la fe. Sin embargo, la fe viene por el oír,
y el oír viene por la Palabra de Dios (Rom. 10:17). Dicho de
otro modo, sin la Palabra no hay salvación, y sin salvación
no hay Iglesia.
En segundo lugar, la Iglesia es gobernada por la verdad.
Cristo es la cabeza de la Iglesia (Col. 1:18), y Cristo
gobierna y dirige su Iglesia a través de su Palabra (Mat.
28:20). Sin la Biblia, la Iglesia quedaría abandonada a sus
propias estrategias pragmáticas mientras deambula en las
tinieblas hacia su propia perdición. Podemos estar
agradecidos porque la Iglesia tiene en las Escrituras todo lo
que necesita para conocer y llevar a cabo sus propósitos (2
Tim. 3:16-17).
En tercer lugar, la Iglesia es santificada por la verdad
(Jua. 17:17). La iglesia está llamada a ser santa y a madurar
en santidad, y la santidad solo viene por medio de la Palabra
de Dios (Efe. 5:26). La Iglesia existe, además, para ser el
medio que Dios utiliza para la santificación. Es decir, a
través de la iglesia el pueblo de Dios es purificado y
moldeado a la imagen perfecta del Señor Jesucristo (Efe.
4:13).
En cuarto lugar, la Iglesia es administradora de la verdad.
Aquello que establece la unidad y la santidad de los santos
es lo mismo que se le ha confiado a la Iglesia: la verdad
(Jud. 3). Como administradora, la Iglesia está llamada a
creer, obedecer, defender y proclamar la verdad.
En quinto lugar, la Iglesia proclama la verdad. La misión
de la Iglesia es evangelizar a los no creyentes y discipular a
los creyentes con la verdad de la Palabra de Dios (Mat.
28:19-20). Por ello, Martyn Lloyd-Jones afirmó: «La tarea
principal de la Iglesia y del ministro cristiano es la
predicación de la Palabra de Dios».[13] La Iglesia debe
reunirse para adorar a Dios mediante la comunicación de la
verdad a través de la predicación de la Palabra de Dios, el
canto de la Palabra de Dios, la oración de la Palabra de
Dios y la observancia de la Palabra de Dios en las
ordenanzas. Con estos métodos que le han sido otorgados
por Dios, la Iglesia lleva a cabo su propósito siendo lo que
Dios diseñó que fuera: columna y sostén de la verdad.
Y por esto, los reformadores y puritanos colocaron la
predicación doctrinal y la observancia de las ordenanzas
como algo crítico para la existencia misma de la Iglesia.
Como dice el artículo 7 de la Confesión de Augsburgo
(1530): «La Iglesia es la asamblea de todos los creyentes
entre los cuales se predica genuinamente el Evangelio y se
administran los Sacramentos». Asimismo, Juan Calvino dijo:
«Dondequiera que se predique únicamente la Palabra de
Dios y se administren los sacramentos de acuerdo con la
institución de Cristo, ahí, sin duda alguna, existe una iglesia
de Dios».[14]
La Iglesia vive por la verdad. Sin la verdad, la Iglesia deja
de existir. En una era postmoderna en la que la cultura está
moldeada por el relativismo, la subjetividad y el pragmatismo,
la Iglesia es la única luz que hace brillar la verdad en la
oscuridad.
Para llevar a cabo este objetivo, Dios ha dado a la Iglesia
pastores y maestros que supervisen la obra del ministerio
(Efe. 4:8-16). Por lo tanto, la iglesia local no carece de una
estructura formal, de miembros, de liderazgo y de disciplina.
Más bien, como veremos en el capítulo 5, Cristo ha
establecido una determinada forma de organización y
liderazgo para Su Iglesia. Dios ha llamado a las iglesias
locales a ser dirigidas por sus líderes ordenados (Hch.
20:28).
Por ejemplo, cuando Pablo se dirige a la iglesia de Filipos,
no solo saluda a «todos los santos en Cristo Jesús que
están en Filipos», sino también a sus «supervisores
(obispos) y diáconos» (Flp. 1:1). La iglesia tiene el poder de
ordenar a sus ancianos y diáconos, así como el poder de
ejercer su disciplina establecida (Mt 18:15-20). Sin la
organización, el liderazgo y la disciplina establecidos para la
iglesia, una iglesia no está en sumisión Jesucristo quien es
su cabeza.

Conclusión
¿Qué es la Iglesia? En pocas palabras, la Iglesia es la
comunión de Dios. Pero para ser más precisos, es
necesario incluir en nuestra definición las tres marcas
esenciales de la Iglesia. Así que la Iglesia es:
1. la comunión unificada {de Dios}[15], la cual consiste en
todos aquellos que han sido unidos invisiblemente a
Cristo y entre sí, y se manifiestan visiblemente en
asambleas locales que tienen compañerismo y trabajan
juntos para su propio beneficio individual y corporativo.
2. la comunión santa {de Dios}, que consiste en aquellos
que han sido apartados por el Espíritu y están siendo
santificados y moldeados a la imagen perfecta de
Cristo Jesús.
3. la comunión portadora de la verdad {de Dios}, la cual,
bajo sus oficiales ordenados y su disciplina, predica la
Palabra y observa las ordenanzas.
En resumen, si añadimos estas tres marcas esenciales
—unidad, santidad y verdad—, la Iglesia es la comunión de
los santos, que consiste en el pueblo unificado y santificado
de Cristo, que se ha comprometido a sostener la verdad
reuniéndose con sus líderes ordenados mientras se
entregan a la adoración a Dios mediante la predicación de la
Palabra, la observancia de las ordenanzas y el ejercicio de
la disciplina.
Entender la naturaleza de la Iglesia es vital porque es la
naturaleza de la Iglesia lo que determina la membresía, la
autoridad, el propósito y la adoración de la Iglesia. Dado que
la Iglesia es santa y unificada en la verdad por su propia
naturaleza, está llamada a ser santa y unificada en la verdad
en sus participantes, propósitos y prácticas.
Preguntas de Estudio

1. ¿Cuáles son las tres marcas de la Iglesia?

2. ¿Por qué la Iglesia pertenece al Señor?

3. ¿Por qué las sectas y las falsas religiones no son


una iglesia?

4. ¿Por qué el edificio no es una iglesia?

5. ¿Cómo edifica Cristo Su Iglesia?

6. ¿Por qué el evangelio es el único modo de


crecimiento de la Iglesia?

7. ¿Cómo está unida la Iglesia?

8. ¿Por qué la Iglesia universal es invisible?

9. ¿Por qué los creyentes están unidos a Cristo antes


de estar unidos al cuerpo de Cristo?

10.
¿Por qué la Iglesia invisible y universal se
manifiesta en asambleas visibles y locales?

11.

¿Por qué los cristianos se necesitan unos a otros?

12.

¿Por qué la santidad es una de las marcas de la


Iglesia?

13.

¿Cómo debe afectar la santidad a la membresía y


la disciplina de la iglesia?

14.

¿Cómo la Iglesia es la «columna y sostén» de la


verdad?

15.
¿Cómo deberían las marcas de la Iglesia moldear
su propósito y misión?

16.

¿Qué crees que busca la mayoría de las personas


en una iglesia?

17.

¿Qué deben buscar los creyentes al elegir una


iglesia?
Capítulo 2

La Membresía de la Iglesia
Dios llama a su pueblo a ser miembros activos y fieles de
una iglesia local. Ir a la iglesia no es algo que se deba
apretar en el horario semanal del cristiano, sino que debe
ser la actividad principal y el punto central de la vida
cristiana. El entretenimiento, los pasatiempos, el trabajo y la
familia son secundarios a la adoración a Dios en la
asamblea de los santos. En otras palabras, los cristianos
deben hacer girar sus horarios en torno a la vida de la
iglesia.
La razón principal para ir a la iglesia no es ser mejores
padres, esposos, trabajadores o ciudadanos, sino adorar a
Dios. Aquellos que solo van a la iglesia para adquirir
habilidades para afrontar mejor los problemas de la vida han
entendido mal el propósito de la iglesia. Por supuesto, la
iglesia ayudará al cristiano en todas las áreas de la vida,
pero el propósito principal del cristiano no es el yo, el trabajo
o la familia, sino Dios. Los cristianos han de ir a la iglesia
para glorificar a Dios, y si Dios ha de ser el centro de la vida
cristiana (y el centro de la familia cristiana), entonces la
iglesia ha de ser el centro de la agenda del cristiano.

El rechazo a la membresía de la Iglesia


Aunque, lamentablemente, esto parece demasiado extremo
para muchos cristianos profesantes. Aunque admitan que la
adoración debe tener prioridad sobre cualquier otra
actividad de la vida, muchos de ellos siguen pensando que
pueden adorar a Dios igual de bien apartados de otros
cristianos (por ejemplo, en sus casas escuchando o viendo
en privado un sermón por Internet o dando un paseo en el
bosque) que en la asamblea reunida de los santos.

Un rechazo a la rendición de cuentas


El individualismo y la libertad personal del postmodernismo
se han impuesto en el cristianismo contemporáneo. El
creyente postmoderno de hoy ve la vida cristiana, por lo
general, de forma independiente al cuerpo de Cristo. Y
cuando se tiene en cuenta la asistencia a la iglesia, se
procura un tipo de iglesia que encaje con su manera de ser
y sus deseos particulares. Los «jóvenes e inquietos»
buscan una iglesia con las últimas tendencias. Las
personas mayores buscan un culto tradicional. Los padres
buscan cuidado para los niños. Los jóvenes buscan
actividades divertidas. Los adultos solteros buscan «amor».
Ver la iglesia a través de los lentes del «yo» lleva a la gente
a juzgar una iglesia en función de lo bien que esta cumple
con sus expectativas personales.
Muchas iglesias han agravado el problema al atender
este tipo de individualismo. Para satisfacer el espíritu libre
del hombre, se ha exaltado el individualismo por encima de
la comunidad corporativa; y la creación de una atmósfera en
la que la gente pueda disfrutar de su propia «experiencia»
individual se ha convertido en algo más importante para la
iglesia que la defensa y promoción de sus estándares
doctrinales y confesiones. «La iglesia» se ha convertido en
un lugar para que la gente tenga una «experiencia
espiritual» en vez de ser un lugar para la mutua rendición de
cuentas e instrucción bíblica para la interacción corporativa.
En consecuencia, las iglesias ya no tienen una política
formal de membresía, simplemente consideran a todos,
tanto a los creyentes como a los no creyentes como
asistentes. La iglesia se ha convertido en un restaurante de
comida rápida: entrar, alimentarse y salir, sin compromisos.
Este tipo de individualismo menosprecia la membresía de
la iglesia. Al tener en poco la rendición de cuentas, los
cristianos han empezado a creer que la membresía de la
iglesia es opcional. Lo ven quizás como algo bueno, pero no
como una necesidad bíblica. Muchas personas se
conforman con saltar de iglesia en iglesia toda su vida o
quedarse en casa. La opción B es ir al bosque a adorar a
Dios a su manera o asistir a una iglesia, pero nunca
comprometerse y someterse en ella.

Un rechazo al compromiso
Aun cuando las personas se unen a una iglesia, no se
espera que permanezcan comprometidas y fieles. Las
personas ya no dejan una iglesia por errores doctrinales u
otras cuestiones bíblicas, sino porque se han enterado
acerca de la nueva y emocionante iglesia que llegó a la
ciudad. En lugar de permanecer fieles al cuerpo de
creyentes al que se han unido, corren ansiosamente y se
unen al entusiasmo. Las personas también abandonan el
barco si les hieren sus sentimientos. Los postmodernos se
apresuran a cambiar de membresía por cualquier razón por
pequeña que sea. Atrás quedaron los días en que los
cristianos se mantenían fieles a una iglesia y buscaban
resolver sus diferencias con amor y humildad. El consejo de
Pablo para Evodia y Síntique de estar «en armonía en el
Señor» (Flp. 4:2) ya no vale la pena. Ahora escuchamos
cosas como: «Tienes que encontrar una iglesia que sea
adecuada para ti».
Supongo que este espíritu de falta de compromiso no es
tan nuevo; incluso el teólogo puritano John Owen se quejaba
de quienes saltaban de una iglesia a otra a finales del siglo
XVII:
Tampoco aprobamos en lo más mínimo la práctica de quienes,
ante cualquier falla de estas cosas en la iglesia, se creen
suficientemente justificados inmediatamente por sus propias
mentes para apartarse de su comunión. Mucho más
condenamos a los que se dejan guiar en estas cosas por sus
propias conjeturas y malentendidos; porque puede haber
quienes hacen que sus propias concepciones apresuradas
sean la regla de todas las administraciones de la iglesia y su
comunión; quienes, a menos que estén satisfechos en todas
las cosas, no pueden estar tranquilos en ninguna parte.[16]
Este tipo de independencia es penosa porque es
contraria a la verdad de la Palabra de Dios y a la unidad
entre hermanos. Aunque todos los cristianos tienen una
relación individual y personal con Cristo, también son
llamados a vivir su cristianismo dentro de la comunidad del
pueblo de Dios. El cristianismo es personal, pero no
individualista. De hecho, es su relación personal e invisible
con Cristo lo que impulsa a los creyentes a tener una
relación corporativa y visible entre ellos. El mismo Espíritu
que une a los creyentes con Cristo es el que une a los
creyentes entre sí. Amar a Cristo es amar a Su pueblo, y
someterse a Cristo es someterse a una iglesia local.
Algunos cristianos que viven a grandes distancias de una
iglesia sólida puede que no tengan otra alternativa que
escuchar sermones en casa junto a otros creyentes durante
una temporada. Pero los cristianos nunca deben
contentarse con esto como solución a largo plazo.
Algunos cristianos profesantes presentan innumerables
excusas por tomar la membresía de la iglesia a la ligera.
Este espíritu de individualismo está muy presente. También
prevalece una aversión al compromiso, la sumisión y la
rendición de cuentas. No obstante, independientemente de
la excusa, la vida cristiana no está diseñada para ser
experimentada fuera de una membresía fiel y activa dentro
de una comunidad, la asamblea de los santos bíblicamente
constituida: la iglesia local.

Razones para unirse a una iglesia


Si la iglesia es el pueblo de Dios unido y santificado al que
se le ha confiado la verdad (véase el capítulo 1), entonces
tiene sentido que el pueblo de Dios se reúna en
congregaciones locales. La Biblia no considera la
membresía de la iglesia como algo opcional para el
creyente. Aunque quizás no pienses que ser miembro activo
de una iglesia es tan importante, hay al menos seis razones
por las que rendir cuentas a una iglesia local es una
necesidad.

1. La membresía de la iglesia se presupone en el


Nuevo Testamento
Algunas personas ven la iglesia local como un club social o
un tipo de asociación de voluntarios. Pero la Iglesia no es
una sociedad voluntaria en la que las personas son libres de
entrar y salir a su antojo. Quienes piensan así pueden
argumentar que la Biblia no exige que los cristianos se unan
formalmente a una iglesia local. Sin embargo, el Nuevo
Testamento presupone que los cristianos son miembros de
una iglesia local. Al igual que el bautismo, la membresía de la
iglesia no salva a los pecadores; pero al igual que el
bautismo, la membresía de la iglesia no es vista como una
opción.
El Nuevo Testamento no define a la iglesia como una
sociedad de voluntarios. Más bien, la iglesia es vista en las
Escrituras como una familia. Una familia no es algo que se
elija, es algo a lo que se está unido por nacimiento, y en el
caso de la iglesia, por el nuevo nacimiento. Por esta razón,
Michael Horton afirma con acierto: «Una iglesia no es un
grupo de amigos que has elegido; es un grupo de hermanos
y hermanas que Dios ha elegido para ti».[17] Aunque
tengamos que elegir (debido a la pluralidad de
congregaciones) a qué asamblea unirnos, optar por
abandonar la iglesia por completo no es una opción bíblica.
Además, el proceso orgánico y natural de la salvación es:
(1) la fe, (2) el bautismo y (3) la membresía en la iglesia.
Porque, tal y como relata Lucas en el libro de los Hechos,
«Los que habían recibido su palabra fueron bautizados; y se
añadieron [a la iglesia] aquel día como tres mil almas. Y se
dedicaban continuamente a las enseñanzas de los
apóstoles, a la comunión, al partimiento del pan y a la
oración» (Hch. 2:41-42). A manera de explicación, Jonathan
Leeman dice:
Desde el punto de vista de los no cristianos, una iglesia local
es una asociación voluntaria. Nadie está obligado a unirse. Sin
embargo, no es así desde el punto de vista del cristiano. Una
vez que eliges a Cristo, debes elegir también a su pueblo. Es
un paquete completo. Elige al Padre y al Hijo y tienes que
elegir a toda la familia, lo cual haces a través de una iglesia
local.[18]
Asimismo, el Nuevo Testamento fue escrito bajo el
supuesto de que los cristianos son miembros de iglesias
locales, porque fue escrito principalmente no a individuos
desconectados sino a varias iglesias locales. ¿Cómo se
comunicaba Pablo con cada uno de los santos? Se
comunicaba a ellos dirigiendo sus cartas a las iglesias y
haciendo leer sus cartas en voz alta en sus asambleas
reunidas (Col. 4:16).
Partiendo de la base de que los creyentes son miembros
de una iglesia local, Pablo escribió sus epístolas, como 1
Timoteo, para que «sepan cómo debe conducirse uno en la
casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo» (1 Tim. 3:14-
15). Si necesitamos saber cómo conducirnos en la iglesia,
eso implica que somos miembros de una iglesia. De hecho,
muchas de las responsabilidades de la vida cristiana no
pueden realizarse aparte de la membresía de la iglesia.
James Bannerman lo entendió así cuando afirmó:
A solas con Dios, debo comprender la Biblia como si fuera un
mensaje de Él para mi yo solitario, singularizado y separado de
los demás hombres, y sintiendo mi propia responsabilidad
individual al recibirla o rechazarla. Pero la Biblia no se detiene
allí: trata al hombre no solo como una unidad solitaria en su
relación con Dios, sino también como miembro de una
sociedad espiritual, congregada en el nombre de Jesús. No es
un simple sistema de doctrinas a creer y preceptos a observar
por cada cristiano individualmente, separado y apartado de los
demás: es un sistema de doctrinas y preceptos, diseñado y
adaptado para una sociedad de cristianos.[19]
En otras palabras, gran parte del Nuevo Testamento no
puede entenderse adecuadamente ni aplicarse plenamente
sin la existencia de la membresía de la iglesia.
Además, el apóstol Pablo no se contentó con ver
conversiones individuales. Pablo era más que un
evangelista; era un plantador de iglesias. O bien trabajaba el
tiempo suficiente en un lugar determinado para establecer
una iglesia local, o enviaba a un colaborador como Silas o
Timoteo a esas regiones hasta que se levantara una iglesia
autónoma. Plantar iglesias era importante para Pablo
porque la madurez de los santos era importante para él. Y si
el apóstol Pablo gastó tanta energía plantando y
estableciendo iglesias, ¿por qué algún cristiano pensaría
que está exento de necesitar ser un miembro activo de una
iglesia?
Por estas tres razones, el hecho de que la iglesia es una
familia, que el Nuevo Testamento fue escrito para las
iglesias y que Pablo fue un plantador de iglesias, el Nuevo
Testamento presupone que los cristianos son miembros de
una iglesia local. Y si esto es lo que presuponen las
Escrituras, entonces hay que conceder que la membresía
en la iglesia es un requisito bíblico para los creyentes.

2. La membresía de la iglesia es evidencia del


nuevo nacimiento
Si el orden natural es fe, bautismo y luego membresía en la
iglesia (Hch. 2:41, 47), entonces la membresía en la iglesia
es evidencia del nuevo nacimiento. Por ello Mark Dever
afirma: «Cuando una persona se convierte en cristiano, no
solo se une a una iglesia local porque es un buen hábito
para crecer en madurez espiritual. Se une a la iglesia porque
es la expresión de lo que Cristo le ha hecho: un miembro del
cuerpo de Cristo».[20] Jay Adams fue más allá al decir: «La
membresía de la iglesia era tan importante que Pablo y Silas
bautizaron al carcelero de filipos como miembro de la iglesia
de Cristo a medianoche, ¡Con la espalda de Pablo todavía
ensangrentada por una paliza! ¡Ni siquiera esperó el
amanecer! Identificarse con la iglesia de Cristo es
importante; sin ello, uno debe ser tratado “como gentil y
publicano”».[21]
Por su unión espiritual en el cuerpo de Cristo, los
cristianos son atraídos por una fuerza interna. De ahí que
James Bannerman afirmara:
Si no existiera un mandato positivo o una designación que
exigiera a los cristianos unirse y formar en la tierra una
sociedad unida por la profesión de la misma fe, la propia
naturaleza del cristianismo forzaría ese resultado. Al profesarla
en común, los hombres se encontrarían atraídos hacía otros
creyentes con un poder que no se puede resistir; y en los
vínculos del mismo Salvador y del mismo Espíritu sentirían y
poseerían un lazo más cercano que el de la parentela, y una
relación más santa que la de la sangre. Tanto en el gozo
común como en las penas que comparten los cristianos, y solo
los cristianos, en la única fe y el único Salvador en el que se
regocijan juntos, en las mismas esperanzas y temores, en el
mismo pecado escapado y la misma Salvación ganada en la
que participan, se produce y se consolida una unión del tipo
más íntimo, que no es para ellos una cuestión de elección, sino
una cuestión de necesidad inevitable.[22]
Los santos se aman, se cuidan y se sienten más cerca
del cielo cuando están juntos. En el pasado, y en ciertos
países, ni persecución, ni angustia, ni las diversas
amenazas podían disuadir a los cristianos de reunirse
regularmente. Los cristianos de antaño se reunían a
menudo en bosques, campos o incluso en oscuras guaridas
o cuevas. No les importaba recorrer muchos kilómetros en
condiciones difíciles. Todo lo que sabían era que amaban al
Señor y deseaban reunirse con los hermanos para adorar al
Dios vivo colectivamente y disfrutar de la comunión de los
santos. Si alguno no ama los hermanos, aún a pesar de su
estado imperfecto y no glorificado, entonces hay que
preguntarse si esa persona ha nacido realmente de nuevo
en la familia de Dios (1 Jua. 3:14)

3. La membresía es esencial para la santificación


La razón por la que la membresía en la iglesia es evidencia
del nuevo nacimiento se debe a que la Escritura enseña
que, cuando los creyentes están unidos a Cristo por el
nuevo nacimiento, también están mutuamente unidos en un
solo cuerpo. Esta unión no es meramente simbólica o
hipotética, sino que tiene un propósito en la productividad y
el funcionamiento de cada cristiano. Los cristianos están
entrelazados de tal manera que no pueden funcionar
adecuadamente separados unos de otros (1 Cor. 12). Así
pues, la noción de que un cristiano pueda funcionar y
agradar a Dios separado del resto del cuerpo de Cristo no
solo es un error de orgullo, sino que es una imposibilidad.

4. La membresía es esencial para amar a Cristo


Cristo amó a la Iglesia lo suficiente como para morir por ella
(Efe. 5:25). Y aunque la iglesia aún no ha sido
perfeccionada (Efe. 5:26-27), Cristo sigue amándola.
Entonces, ¿cómo vamos a amar a Cristo sin amar lo que Él
ama? ¿Cómo podemos decir que amamos a la Cabeza de
la Iglesia si no amamos también al cuerpo de Cristo, incluso
en su estado imperfecto? Decirle a tu cónyuge que solo
amas su cabeza y no su cuerpo es un insulto que no caerá
muy bien. De la misma manera, si amamos a Cristo
estamos llamados a amar a la Iglesia. Por ello estoy de
acuerdo con Joel Beeke, quien preguntó: «Si el Señor
Jesucristo amó tanto a la Iglesia que murió por ella, ¿es
demasiado para Él pedir a sus seguidores que amen a la
Iglesia y vivan por ella?».[23]

5. La membresía es esencial para la obediencia


La Biblia deja claro que debemos ser miembros activos de
una iglesia local al decir: «Y consideremos cómo
estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no
dejando de congregarnos, como algunos tienen por
costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más
al ver que el día se acerca» (Heb. 10:24-25). Con este
mandato en mente, Charles Spurgeon se refirió a la
necesidad de ser miembros de la iglesia para aquellos que
falsamente piensan que no necesitan someterse a un
cuerpo local de creyentes:
Sé que hay algunos que dicen: «Bueno, me he entregado al
Señor, pero no pienso entregarme a ninguna iglesia». Yo digo:
«¿Y por qué no?». Y responden: «Porque puedo ser igual de
buen cristiano sin ella». Yo digo: «¿Estás completamente
seguro de eso? ¿Se puede ser tan buen cristiano
desobedeciendo los mandatos del Señor de la misma manera
que siendo obediente? No creo que estés respondiendo al
propósito por el que Cristo te salvó. Estás viviendo en contra
de la vida que Cristo quiere que vivas y tienes mucha culpa por
el daño que haces».[24]
La membresía de la iglesia no solo es un mandato
directo, sino que muchos otros mandatos en la Escritura no
pueden ser obedecidos sin ser miembros activos de una
iglesia local:
No sería posible obedecer a los ancianos que lideran
(Heb. 13:17).
No sería posible participar apropiadamente de la Cena
del Señor (1 Cor. 10:17).
No sería posible reunirse con otros cristianos para la
adoración corporativa (Col. 3:16).
Por lo tanto, según Charles Hodge: «La independencia de
un cristiano de todos los demás... es inconsistente con la
relación en la que los creyentes se encuentran entre sí, y
con los claros mandatos de la Escritura».[25]

6. La membresía de la iglesia es el medio de


Dios para la rendición de cuentas
La membresía de la iglesia es más que poner nuestros
nombres en el cartel de la iglesia, y nuestras fotos y
números de teléfono en el directorio de la iglesia. Es algo
más que el simple reconocimiento externo de que haremos
de una iglesia concreta nuestro nuevo hogar eclesiástico. La
membresía de la iglesia implica compromisos serios y
consecuencias muy importantes. En el corazón de la
membresía de la iglesia está la rendición de cuentas. Somos
llamados a comprometernos y someternos unos a otros. La
iglesia está diseñada para ministrar, amar, cuidar y velar por
sus miembros. Esto significa que cada miembro tiene la
responsabilidad de amar y orar por el cuerpo de Cristo.

Conclusión
Si saltamos de iglesia en iglesia y movemos nuestra
membresía de aquí para allá tan casualmente, esto revela
que no consideramos la membresía de la iglesia como algo
tan importante. ¿Qué hay detrás de esta mentalidad de
«tómalo o déjalo»? La perspectiva de que la iglesia debe ser
manejada de la misma manera que el cine local favorito. La
iglesia se ha convertido en nada más que un deporte para
espectadores, otro lugar de entretenimiento al cuál asistir el
domingo sin ningún tipo de compromiso.
El hecho de que Cristo murió por la Iglesia debe elevarla
como algo más que una actividad de entrada y salida el
domingo por la mañana para nosotros. La membresía de la
iglesia es algo que Dios requiere de su pueblo, lo cual
incluye ponerse bajo el cuidado de la iglesia y bajo el
gobierno de los ancianos, comprometerse a asistir fielmente
y apoyar regularmente el ministerio, y hacerse responsable
del bienestar espiritual de otros dentro del cuerpo de la
iglesia. Cristo instituyó la Iglesia para los santos; evitarla es
considerarse más sabio que Dios (Mat. 16:18).
Podrían darse muchas otras razones para ser miembro
de una iglesia, pero estas son más que suficientes para
demostrar que Dios requiere que su pueblo viva su vida
cristiana en el contexto de ser activo y fiel a un cuerpo local
de creyentes.
Se necesita decir mucho más sobre las bendiciones y la
responsabilidad de los miembros de la iglesia, cómo se
deben establecer y gobernar las asambleas locales, y qué
funciones deben llevar a cabo en sus reuniones
organizadas; pero en este punto de nuestro estudio, está
claro que la membresía de la iglesia no es opcional para los
seguidores de Cristo.
Preguntas de Estudio

1. ¿Es opcional comprometerse y someterse a una


iglesia local? ¿Por qué sí o por qué no?

2. ¿Por qué el culto y las funciones de la iglesia local


deben tener prioridad en nuestros horarios
semanales?

3. ¿Cuáles son algunas de las razones no bíblicas que


tiene la gente para no permanecer fiel a una iglesia
local?

4. ¿Por qué es tan importante la sumisión a una iglesia?

5. ¿Por qué es tan importante la rendición de cuentas?

6. ¿Hay alguna razón aceptable para no unirse a una


iglesia local? Explique:

7. Mencione al menos tres razones por las que los


creyentes deben comprometerse y someterse a una
iglesia local.

8. ¿Por qué la membresía de la iglesia es tan importante


para los cristianos?
9. ¿Cuáles razones son válidas para abandonar una
iglesia local?

10. ¿Cómo debemos dejar una iglesia?

11. ¿Por qué Dios requiere la membresía


de la iglesia?
Capítulo 3

Los Deberes de la
Membresía de la Iglesia
Cada cristiano tiene la responsabilidad y el privilegio de
participar y compartir los dones espirituales que Dios ha
dado a la iglesia. Cada cristiano ha sido injertado en el
cuerpo de Cristo y ha recibido personalmente un don del
Espíritu Santo (Rom. 12:6) para ayudar al crecimiento
espiritual del cuerpo más grande de Cristo (Efe. 4:16). La
Iglesia como comunión de los santos es la portadora oficial
de la verdad de Dios, la cual consiste en aquellos que han
sido santificados y unidos juntos en Cristo Jesús, quienes
se reúnen regularmente para adorar a Dios a través de
practicar las ordenanzas y escuchar la Palabra predicada.
Los principales deberes y privilegios de cada miembro de la
iglesia son mantener la unidad a través de madurar en
santidad personal y corporativa mediante el crecimiento en
el conocimiento de la verdad. En otras palabras, la prioridad
de cada miembro de la iglesia incluye tres cosas básicas:
unidad, santidad y verdad.

Unidad
La unidad cristiana es algo hermoso a los ojos de Dios. Es
más que la ausencia de discordia, ya que incluye una cálida
comunión saturada de amor y buena voluntad. «Mirad», dice
David, «cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos
habiten juntos en armonía» (Sal. 133:1). No hay nada como
adorar juntos a Dios con un corazón y una mente unificados;
es lo más parecido al cielo en la tierra.
Esta unidad se establece por la comunión que los
cristianos tienen en Cristo Jesús. La Iglesia es un solo
cuerpo unido por un solo Espíritu (Efe. 4:5). Esta unidad es
más profunda que un interés común, pues está arraigada en
la vida espiritual que todo el pueblo de Dios comparte en
Cristo Jesús.
Por lo tanto, «no se exhorta a los cristianos a crear una
unidad entre ellos», afirmó Alan Stibbs, «como si no
existiera. Más bien, se les dice que se esfuercen primero
por preservar, y luego por dar una expresión plena y madura
a la unidad dada por el Espíritu que Dios ha creado. Esta
unidad, por su propia naturaleza, es fomentada y
consumada cuando los creyentes en Cristo disfrutan y
expresan juntos su comunión con el único Señor en el único
Espíritu».[26]
Lamentablemente no todas las iglesias experimentan esta
unidad. En las iglesias pueden abundar las fracciones, las
discordias y los grupitos, lo cual se debe a dos cosas. La
primera, al igual que el trigo y la cizaña a menudo crecen
juntos, los incrédulos se mezclan dentro de la membresía de
la iglesia. Sin regeneración espiritual, no hay unidad en el
Espíritu. La segunda es que, aunque los cristianos tienen
una nueva naturaleza y están unidos a Cristo y entre sí,
siguen luchando contra el pecado. Los cristianos pueden ser
orgullosos, ásperos e hirientes. Dondequiera que residan la
falta de perdón y el orgullo, la unidad tendrá dificultades para
progresar. Al no existir una iglesia perfecta, cada miembro
de la iglesia está llamado a luchar contra el pecado y
trabajar para mantener «la unidad del Espíritu en el vínculo
de la paz» (Efe. 4:3).

Los miembros deben ser activos y fieles en la


asistencia
Mantener la unidad que Dios ha establecido empieza por ser
miembros activos y fieles de la iglesia, ya que Cristo no
diseñó la vida cristiana para vivirla en aislamiento y
separación de los demás miembros de Su cuerpo espiritual.
La vida espiritual y los dones están diseñados por Dios para
funcionar dentro del contexto de la iglesia local. Al estar
unidos a Cristo, nos unimos a los demás miembros del
cuerpo de Cristo (Rom. 12:5). Esto significa que nuestro
propio crecimiento y madurez espiritual está interconectado
al crecimiento y madurez espiritual del cuerpo de Cristo. En
palabras de Alan Stibbs: «Los distintos miembros se
complementan entre sí. Y tienen el propósito de llevar a cabo
y disfrutar de la vida en Cristo juntos, y al servicio de los
demás». Por esta razón, Stibbs añade:
Como cristianos podemos mantenernos en plena forma, crecer
hasta la madurez y cumplir con nuestro servicio divino solo
mediante la cooperación activa con nuestros hermanos en la
fe. Todo miembro del cuerpo de Cristo, la Iglesia, tiene su
propia y necesaria contribución al bienestar del cuerpo.
Ninguno puede ser despreciado o descartado sin daño y
pérdida para el cuerpo.[27]
Y si necesitamos que la iglesia funcione y madure
adecuadamente, entonces tenemos que ser activos y fieles
a las funciones y la vida de la iglesia. Joel Beeke afirma que
«Un miembro inactivo de la iglesia es una contradicción en
los términos. Si no apreciamos a la Iglesia y consideramos
la membresía como un gran privilegio, tenemos que
cuestionar si somos realmente parte de la Iglesia».[28]
A los cristianos se les ha ordenado mantener comunión
con los santos (1 Jua. 1:7) y no abandonar la reunión local
entre ellos (Heb 10:25). Así pues, cuando los cristianos
abandonan una iglesia para adorar en casa, están dejando
de mantener la unidad del Espíritu.

Los miembros deben servirse mutuamente


No solo necesitamos los dones espirituales de otros
cristianos, sino que otros cristianos necesitan también
nuestros dones espirituales. Y si otros necesitan lo que Dios
nos ha dado, entonces somos responsables de ayudarlos
(Rom. 12:3-8). «Cada cristiano», afirmaba el renombrado
teólogo de Princeton Charles Hodge, «es responsable de su
fe y conducta ante su hermano en el Señor, porque
constituye con ellos un solo cuerpo teniendo una fe y una
vida en común».[29] En otras palabras, Dios no nos ha
llamado ni dotado para que nos centremos en nosotros
mismos. Por el contrario, Dios nos ha llamado a utilizar
nuestros dones y recursos para ayudar al crecimiento de su
cuerpo. Nuestra responsabilidad, como explica Don
Whitney, es servir a la iglesia:
Cuando Dios hace partes del cuerpo, ya sea para cuerpos
físicos o espirituales, las hace para una función específica en
un cuerpo específico. Independientemente de tu nivel
educativo, tu coeficiente intelectual, tu experiencia o tus
talentos, si eres cristiano tienes una función asignada por
Cristo en la iglesia. Estás allí por una razón. No estás ahí solo
por ti y por lo que puedas obtener de la iglesia. El plan de Dios
para la iglesia incluye que cada miembro ministre al resto de la
iglesia. Pues de esta manera cada uno de nosotros aporta algo
de Cristo a los demás.[30]
Por eso tenemos el deber de vivir para el Señor no solo
para nuestro propio beneficio espiritual, sino también para el
beneficio de nuestros hermanos y hermanas en Cristo.
Entonces no es una coincidencia que los miembros del
cuerpo de Cristo hayan sido dotados de manera desigual y
diferente. Estos diferentes dones espirituales no deben
desperdiciarse en un autoconsumo independiente. Que los
cristianos se abstengan de la comunión de los santos y
permanezcan inactivos en el cuerpo de Cristo es abusar de
la medida de gracia que Dios ha depositado en ellos. Por
consiguiente, cada miembro del cuerpo debe desempeñar
su función y ejercer sus dones espirituales para el beneficio
general del cuerpo (Rom. 12:3-8), como dijo el apóstol
Pablo: «No buscando cada uno sus propios intereses, sino
más bien los intereses de los demás» (Flp. 2:4).
El beneficio para cada miembro del cuerpo de Cristo es
enorme. Todo lo que el pie necesita hacer es ayudar al
cuerpo a caminar y, a cambio, el pie tiene los ojos para
ayudarle a ver, la mano para ayudarle a trabajar, y el resto
del cuerpo, unido a su Cabeza vivificante que es Cristo,
para ayudarle a convertirse en un hombre completo, al que
no le falta nada. Dado que estos dones de Dios están
diseñados para la edificación del cuerpo de Cristo,
entonces la iglesia local, la única realidad visible y tangible
de ese cuerpo, es el escenario apropiado para que los
cristianos ejerzan sus dones (Rom. 12; 1 Cor. 12). Así,
cada miembro de la iglesia está llamado por Dios a amar (1
Ped. 1:22), cuidar (1 Cor. 12:24-26), orar (Stg. 5:16), honrar
(Rom. 12:10) y someterse (Efe. 5:21) los unos a los otros
como al Señor.

Los miembros deben amarse y honrarse


mutuamente
Es fácil sembrar conflictos y discordias en la iglesia. Pero
¡Ay de los que plantan esas semillas perversas en la viña de
Dios! Dios aborrece el pecado, y es un pecado, un gran
pecado, sembrar «discordia entre hermanos» (Pro. 6:19).
Todo lo que divide al pueblo de Dios y rompe la unidad de la
iglesia es un gran pecado. Si se nos ordena mantener la
unidad, debemos darnos cuenta de que pecamos contra
Dios cuando iniciamos disensiones entre los santos.
Por eso Pablo nos exhorta: «Que viváis de una manera
digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda
humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos
unos a otros en amor, esforzándoos por preservar la unidad
del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efe. 4:1-3). Aquí se
enumeran muchos de los rasgos necesarios para la unidad:
humildad, mansedumbre, paciencia y amor. El mandato es
que usemos estos rasgos para «preservar la unidad del
Espíritu». Esta exhortación implica que la unidad no puede
darse por sentada.
El egoísmo sigue existiendo dentro de todos nosotros, y
el pecado seguirá ocurriendo dentro de la iglesia. Por eso la
paciencia, el perdón y el amor son atributos necesarios para
los santos. Si no hubiera egoísmo e hipocresía en la iglesia,
no habría necesidad de la paciencia y el perdón. Sin
embargo, la paciencia y el perdón son necesarios porque el
peligro de la discordia y las facciones están siempre
presentes. Estamos todos llamados a mostrar y exhibir el
fruto del Espíritu porque Dios nos ha encargado que
hagamos todo lo posible por preservar la unidad que ha sido
establecida por el Espíritu. Si despreciamos este encargo,
estamos viviendo en pecado.
Con esto en mente, debemos guardar nuestros
corazones. Antes de que la discordia estalle abiertamente,
suele producirse en el interior. Una vez que nos volvemos
críticos y descontentos con algunas cosas, sin tratar
adecuadamente nuestras preocupaciones, empezaremos a
buscar problemas. Y una vez que empecemos a buscar
problemas, se abrirán las compuertas y veremos ofensas
por todas partes. Aunque no dejemos la iglesia
inmediatamente, nuestros afectos ya han empezado a
alejarse de la congregación. Aunque todavía asistamos
corporalmente, nuestros corazones ya han salido.
Lentamente, pero de forma creciente, empezaremos a faltar
a las funciones de la iglesia, hasta que nos retiramos por
completo, causando una brecha en la unidad de la iglesia.
Debemos recordar que es un pecado albergar rencor
hacia otro miembro de la iglesia sin buscar la reconciliación
(Pro. 10:18). Estar ofendidos en secreto sin buscar el
perdón separará las amistades y fracturará la unidad de la
iglesia. Por eso debemos cuidar nuestro corazón de toda
forma de resentimiento, envidia y orgullo. Debemos
mantener el amor por nuestros hermanos y no permitir
nunca que la amargura o la contienda separen nuestros
afectos del pueblo de Dios.
Un espíritu crítico es contagioso. Puede extenderse
rápidamente por toda la congregación. Las quejas sutiles,
aun siendo legítimas, suelen generar descontento, y el
descontento suele extenderse hasta provocar divisiones
dentro de la iglesia. Aunque puede haber inquietudes
adecuadas, estas quejas pueden ser manejadas
incorrectamente y causar discordia.
A menudo comienza con una simple preocupación, pero
la preocupación pronto se convierte en un chisme. En lugar
de tratar de manejar el problema bíblicamente, se suele
comunicar el problema a otros. Además, es natural que
cuando escuchamos una crítica respondamos con nuestra
propia crítica. Nos volvemos críticos, y nuestros espíritus
críticos influencian a los demás para que sean críticos. No
solo hemos pecado en nuestros propios corazones, sino
que también hemos llevado a otros a este pecado. Dejamos
de promover la unidad y en su lugar sembramos semillas de
discordia entre los santos.
No está mal tener inquietudes, pero cuando nos complace
señalar defectos y compartirlos con los demás, hemos
fallado en obrar en amor. Hablamos contra nuestros
hermanos, y esto es una transgresión a la ley de Dios (Stg.
4:11). Las preocupaciones de menor importancia deben
pasarse por alto, ya que el amor cubre este tipo de cosas (1
Ped. 4:8). Cuando sea necesario abordar inquietudes, estas
deben dirigirse únicamente a las personas directamente
implicadas, lo cual debe hacerse con espíritu de humildad y
el deseo de resolver el asunto y el objetivo de fortalecer la
unidad del Espíritu (Gál. 6:1).
Abandonar la iglesia por la puerta de atrás sin tratar de
resolver nuestras diferencias tampoco es una buena
solución. Aunque algunos piensen que tratan de no perturbar
la unidad de la iglesia marchándose discretamente, se
marchan con diferencias no resueltas sin oportunidad alguna
para una resolución bíblica. Si es irrespetuoso dejar una
amistad sin explicación, es aún más irrespetuoso dejar una
iglesia sin buscar primero resolver las diferencias que
puedan existir. Tristemente, muchos se apresuran en
abandonar una iglesia.
Una forma de mantener la unidad cuando escuchamos a
otros quejarse de la iglesia es redirigir esa crítica con
palabras de gracia. Pablo nos ordena: «No salga de vuestra
boca ninguna palabra mala, sino solo la que sea buena para
edificación, según la necesidad del momento, para que
imparta gracia a los que escuchan» (Efe. 4:29). Este
mandato debe aplicarse en toda situación. Si nuestra
comunicación no busca ayudar a otros en su caminar con el
Señor, entonces debemos abstenernos de hablar hasta que
el Espíritu y Su Palabra reajusten nuestros corazones.
Así que, cuando un miembro de la iglesia comience a
susurrar en nuestro oído, no hay necesidad de decirle a esa
persona que está en peligro de chismear. Solo tenemos que
redirigir la conversación. Una de las mejores formas de
redirigir los chismes es decir: «¿Te preocupa la persona en
cuestión? Amamos a esta persona. ¿Le has comentado tu
preocupación? Si no lo has hecho, con mucho gusto podría
acompañarte». Esto suele funcionar. En cualquier caso, el
objetivo es responder siempre de una manera que busque la
reconciliación y la edificación de nuestros preciosos
hermanos y hermanas, no derribarlos. Pero si participamos
de sus chismes, somos también culpables. Es nuestro deber
no solo buscar defender el honor de nuestros hermanos y
hermanas, sino ayudar a otros a refrenarse de la calumnia.
Por eso se nos ordena a ser «del mismo sentir,
conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a
un mismo propósito, (por medio de) no hacer nada por
egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada
uno de vosotros considere al otro como más importante que
a sí mismo» (Flp. 2:2-3). En resumen, debemos ser
«afectuosos unos con otros con amor fraternal, con honra,
dando preferencia unos a otros» (Rom. 12:10).

Santidad
Si bien la fe es el único requisito para unirse al cuerpo
universal de Cristo, se necesita algo más para unirse a una
iglesia local: una santidad visible. Cuando la iglesia invisible
se manifiesta en una sociedad local y visible, se necesita
alguna forma externa de afirmación para reconocer quién
pertenece a su comunidad. Es decir, la fe debe demostrarse
de forma tangible para unirse a una iglesia local. La iglesia
local no puede ver el corazón, por lo que debe juzgar la
profesión de una persona por sus obras de fe. John Owen
identificó los requerimientos para la membresía de la iglesia
local como «una doble profesión, una de palabras y otra de
obras».[31] En otras palabras, una persona necesita no solo
una profesión de fe sino una vida que esté de acuerdo con
esa profesión (Mat. 3:8).
En términos prácticos, las iglesias locales son
responsables de reservar la membresía de la iglesia solo
para aquellos que mantienen su testimonio cristiano. Joel
Beeke dice: «Es un escándalo cuando las iglesias
enumeran docenas, a veces cientos, de familias en sus
listas de miembros que rara vez asisten a los servicios de
adoración y muestran que no tienen una fe personal en
Cristo, no poseen una relación viva con Él».[32]

Los miembros deben vivir vidas santas


De allí que la membresía de la iglesia sea exclusivamente
para creyentes cuyas vidas estén de acuerdo con su
testimonio. Como enseña claramente el libro de Santiago, la
única manera de que la iglesia vea esta fe interior es
observando una vida cambiada, una vida que se caracteriza
por la obediencia a Dios y el amor a los hermanos.

Los miembros deben promover la santidad en


los demás
La santidad personal no es solo un beneficio para el
individuo, sino también para el cuerpo de Cristo. Los
miembros de la iglesia que viven fervientemente para el
Señor durante la semana serán de mayor beneficio para la
iglesia el domingo que aquellos que están plagados de
mundanalidad. Por ello debemos tener en cuenta que
tenemos la responsabilidad de vivir una vida santa, no solo
para nosotros mismos, sino para los demás. Si estamos
llamados a promover la santidad en los demás, esto
empieza por vivir una vida santa. Este deber incluye
también nuestras palabras. Estamos llamados a animar,
amonestar y orar por los demás en nuestra búsqueda
común de santidad. El Señor nos ha llamado a que
«consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a
las buenas obras» (Heb. 10:24).

Los miembros deben participar en las


ordenanzas de la iglesia
Una de las razones por la que los creyentes deben
bautizarse es que así demuestran a la iglesia su voluntad de
someterse a Dios (Hch. 2:38). Y la Cena del Señor está
reservada solo para los creyentes que están en una buena
relación con el cuerpo de Cristo (1 Cor. 11:24). Sin fe para
con Dios y una conciencia limpia para con los hombres, los
miembros deben abstenerse de participar en la comunión, la
cual habla de nuestra comunión y compañerismo con Cristo
y Su cuerpo.

Los miembros deben aplicar la disciplina en la


iglesia
Las Escrituras también enseñan que los miembros de la
iglesia deben aplicar la disciplina a los miembros que caen
en pecado habitual o no se arrepienten (2 Tes. 3:14-15). Si
un miembro de la iglesia vive en pecado y se niega a prestar
atención a la amonestación de la iglesia, la iglesia tiene la
responsabilidad (bajo la autoridad de Cristo) de disciplinar al
miembro impenitente con la esperanza de restaurarlo (Gál.
6:1).

Verdad
La sana doctrina no es algo que solo deba interesar a los
pastores, es la responsabilidad de todos los miembros de
la iglesia. Cada miembro de la iglesia está llamado a
crecer en unidad y santidad a través de crecer en el
conocimiento de la verdad (Efe. 4:13-16). Como aquellos
que han sido redimidos y transformados por la verdad,
estamos llamados a abrazar, confesar, guardar y apoyar
la verdad.

Los miembros deben confesar la verdad


Cada uno de los miembros debe creer y confesar la
verdad del evangelio. Esto no es negociable. El evangelio
de Jesucristo consiste en verdades esenciales que deben
ser creídas para que podamos ser considerados y
tratados como cristianos.
El evangelio incluye doctrinas que salvan el alma y que
deben ser creídas para ser cristianos, tales como la
deidad, la humanidad y la impecabilidad, la muerte, la
resurrección, la ascensión y el regreso de Cristo. Algunas
verdades no pueden ser rechazadas o ignoradas sin las
más graves consecuencias. Por eso cada persona debe
profesar la fe en el Cristo histórico de la Biblia si quiere
ser admitido como miembro de la iglesia.

Los miembros deben ser estudiantes de la


verdad
Cada miembro de la iglesia está llamado a amar y estudiar la
verdad. La doctrina es para todos los creyentes. Todo
creyente vive por fe (Rom. 1:17), y «la fe viene del oír, y el
oír, por la palabra de Cristo» (Rom. 10:17). Los creyentes
no solo son justificados por la fe (Rom. 5:1), también son
santificados por la fe (Hch. 26:18). Sin fe es imposible
agradar a Dios (Heb. 11:6). Y para que nuestra fe crezca,
nuestro conocimiento de la verdad debe crecer. Por eso
cada miembro de la iglesia está llamado a ser un estudiante
de la Palabra.

Los miembros deben ser transmisores de la


verdad
Además de estudiar la Palabra de Dios, estamos llamados a
transmitirla. Esto no solo incluye la evangelización de los
perdidos, sino también la comunión con los santos. La
conversación espiritual entre los santos es vital para la salud
espiritual de la iglesia. Así como el hierro con hierro se afila,
los santos se afilan unos a otros exhortándose y
animándose en la verdad (Pro. 27:17). Debemos dirigirnos
«unos a otros con salmos, himnos y cánticos espirituales»
(Efe. 5:19), y debemos consolarnos (1 Tes. 4:18),
exhortarnos (Heb. 3:13), amonestarnos (Rom. 15:14), y
edificarnos unos a otros (1 Tes. 5:11). Gran parte de la obra
del ministerio se lleva a cabo a través de los miembros al
hablarse y cuidarse unos a otros.

Los miembros deben apoyar financieramente la


verdad
El ministerio del púlpito es responsabilidad de cada miembro.
Estamos llamados a predicar a los demás o a apoyar
económicamente a los que nos predican. Dios ha designado
pastores, los cuales se dedican a la predicación siendo
sostenidos económicamente por la iglesia. Aunque algunos
pastores por necesidad son bivocacionales, lo ideal es que
la iglesia los sostenga totalmente para que puedan
dedicarse a la oración y a ministrar la Palabra (Hch. 6:4). Si
los pastores han de dedicar su vida a la oración y a la
preparación y predicación de los sermones, es
responsabilidad de la iglesia sostenerlos (Gál. 6:6), ya que
«ordenó el Señor que los que proclaman el evangelio, vivan
del evangelio» (1 Cor. 9:14).
Esto no solo es una responsabilidad financiera de la
iglesia, sino que es la principal responsabilidad financiera de
la iglesia. Aunque las iglesias pueden tener otros gastos,
tales como gastos de construcción y de funcionamiento, el
único gasto que las Escrituras ordenan a la iglesia es el
sostenimiento de sus ministros.
Esto hace que cada miembro tenga la responsabilidad de
contribuir a la labor del ministerio. Aunque es una bendición
ayudar a los pobres, dar a nuestro ministerio paraeclesial
favorito o apoyar directamente a un misionero, nuestra
principal obligación es sostener el ministerio de nuestra
propia iglesia local, pues el apóstol Pablo dice: «Si en
vosotros sembramos lo espiritual, ¿será demasiado que de
vosotros cosechemos lo material?» (1 Cor. 9:11). En otras
palabras, es nuestro deber dar físicamente a quienes nos
dan espiritualmente.

Conclusión
Es evidente que la membresía de la iglesia debe tomarse en
serio. La iglesia no es una sala de cine en la que podemos
entrar y salir a nuestro antojo sin ningún compromiso. A
diferencia del cine, la iglesia es un lugar sagrado de
responsabilidad y rendición de cuentas.
Podríamos considerar todas estas responsabilidades
como una carga, pero eso sería un error y una idea
equivocada. En cambio, debemos considerar estas
responsabilidades como privilegios. Amar y servir al cuerpo
visible de Cristo en la tierra es amar y servir al Cristo
invisible en el cielo. Esto incluye el ser de beneficio para
otros y ser beneficiado por otros.
Qué gran gozo y privilegio es ser miembro de la Iglesia de
Cristo. Por esto Martyn Lloyd-Jones dijo: «Debemos volver
a entender la idea de la membresía de la iglesia como ser
parte de la membresía del cuerpo de Cristo y como el mayor
honor que puede venir al hombre en este mundo».[33]
Preguntas de Estudio

1. ¿Por qué la membresía de la iglesia es más que


simplemente asistir a la iglesia?

2. ¿Tienen los cristianos responsabilidades hacia su


iglesia local?

3. ¿Dónde deben utilizarse principalmente nuestros


dones espirituales?

4. ¿Qué significa esforzarse por mantener la unidad del


Espíritu?

5. ¿Por qué la humildad y el amor son tan importantes


para mantener la unidad de la iglesia?

6. ¿Por qué la santidad personal es una


responsabilidad para la iglesia?

7. ¿Cómo nuestra falta de santidad afecta la santidad


de nuestras iglesias locales?

8. ¿Cómo debemos preservar la verdad en nuestras


iglesias locales?
9. ¿Por qué es un mandato bíblico apoyar
económicamente a tu propia iglesia local?
P 2

La Autoridad de la Iglesia

En verdad les digo, que todo lo que ustedes aten


en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que
desaten en la tierra, será desatado en el cielo.
Mateo 18:18
Capítulo 4

El Poder y la Disciplina de la
Iglesia
Dios ha otorgado a la iglesia poder y autoridad. La iglesia no
es una débil conformación de personas que se reúnen por
iniciativa propia y se inventan sus propios objetivos y
reglamentos sobre la marcha. La iglesia no es un club social
hecho por el hombre que crea sus propias reglas de
administración. Más bien, la iglesia es una institución divina
santa equipada por Dios y guiada por Su Espíritu. La iglesia
local es un organismo vivo al que Dios ha dado autoridad y
poder para ejecutar y llevar a cabo sus propósitos
establecidos y ejercer su disciplina cuando sea necesario.
Aunque la iglesia no tiene el poder de escribir y prescribir
nuevas doctrinas, leyes y ordenanzas (ya que ese poder le
pertenece solo a Cristo), sí tiene el poder de publicar y
ejecutar las doctrinas, leyes y ordenanzas de Cristo para
asegurarse de que los miembros de Cristo están caminando
en fe y obediencia.

El poder de la Iglesia
Dios no ha dado a la iglesia la autoridad para hacer lo que
quiera. La iglesia no tiene permiso para crear sus propios
objetivos, llevar a cabo sus propios deseos y funcionar
según sus propias reglas. La iglesia no tiene derecho a atar
la conciencia de sus miembros a normas y objetivos
inventados. El poder legislativo pertenece solo a la cabeza
de la Iglesia, Cristo Jesús.

Sin Cristo, la Iglesia no tiene autoridad


Si la iglesia abandona la Gran Comisión (Mat. 28:16-20)
para reenfocar su energía y recursos en cuestiones
sociales, ya no operará bajo la autoridad y el poder de Dios.
Cuando las iglesias están más interesadas en complacer al
hombre que en complacer a Dios, ya no funcionarán con la
autoridad de Dios.
Y cuando las iglesias operan fuera de la autoridad de
Dios, dejarán de operar con el poder de Dios. Aunque sus
puertas permanezcan abiertas y sus sillas sigan llenas, su
poder espiritual y eficacia se perderán. La regeneración y la
santificación, las cuales son el resultado de la obra del
Espíritu a través del poder sobrenatural de la Palabra, serán
reemplazadas por falsas profesiones y un cristianismo
carnal, que es el resultado de usar trucos carnales y
técnicas inventadas. La predicación poderosa se cambiará
por discursos motivacionales sin vida, y las efectivas
reuniones de oración se sustituirán por unas cuantas
peticiones poco sinceras e ineficaces. Es posible que se
mantenga cierta forma de piedad, pero el poder y la
presencia del Espíritu desaparecerán en las iglesias que no
se sometan a la Palabra de Dios.
Esto sucede cuando las iglesias no predican ni enseñan
todo el consejo de Dios. Cuando el enfoque de la iglesia se
convierte en «hacer iglesia» a los que no van a la iglesia, no
pasa mucho tiempo antes de que pierda su poder. ¿Cómo
ocurre esto? La iglesia abandona su autoridad al poner a
cargo a sus posibles visitantes. Cuando el propósito de la
iglesia se convierte en algo impulsado por las demandas del
consumidor, entonces el consumidor tiene las llaves de la
iglesia. Lo que la iglesia percibe que la gente quiere, es lo
que la iglesia trata de suplir. Cuando las iglesias sustituyen la
Biblia por resultados de encuestas, no es de extrañar que el
consumidor tenga en poco la autoridad de la iglesia, pues
sabe quién manda realmente.
El crecimiento numérico puede engañar a estas iglesias
pensando que Dios sigue bendiciendo sus esfuerzos, pero
la creciente mundanalidad en su membresía y el
entretenimiento en sus servicios revelan que no son más
que impotentes clubes religiosos que se hacen pasar por
iglesias del Dios vivo. Aunque las iglesias pueden crecer
más rápido usando madera, heno y paja, tales técnicas de
crecimiento no edificarán una iglesia que resista el fuego del
juicio de Dios (1 Cor. 3:13).

Con Cristo la Iglesia tiene autoridad


Aunque la iglesia no tiene autoridad y poder en sí misma, la
iglesia sí tiene autoridad y poder divino cuando se somete a
la Palabra de Dios. ¿Con qué autoridad espera la iglesia
llevar a cabo sus importantes propósitos, ordenanzas y
disciplina? Con nada menos que la autoridad de la Palabra
de Dios escrita es su respuesta. Cristo es la cabeza y el
gobernante divino de la Iglesia, y Su Palabra es su única
regla y autoridad. Si uno se pregunta quién dio autoridad a la
iglesia para llevar a cabo sus actividades, la respuesta es
simple pero profunda: Dios mismo.
Es Cristo quien dice a los santos que no abandonen la
asamblea local. Es Cristo quien indica a estas asambleas
locales cómo deben organizarse y estructurarse. Es Dios
quien dice a estas asambleas organizadas que necesitan
una pluralidad de líderes. Es Cristo quien les dice lo que
deben hacer cuando se reúnen. Es Cristo quien llama a la
iglesia a someterse unos a otros. Es Cristo quien dice a
estas asambleas que practiquen la disciplina en la iglesia.
En resumen, es Cristo quien gobierna y dirige Su Iglesia.
Por lo tanto, si una iglesia local quiere operar con la
autoridad y el poder de Dios, debe funcionar bajo la
autoridad de las Escrituras. Debe obedecer a Dios. Debe
hacer que sus miembros se sometan a la Palabra de Dios.
Esto se debe a que las iglesias solo tienen autoridad cuando
se someten a la Autoridad. En otras palabras, la iglesia debe
estar bajo autoridad para tener autoridad. Las iglesias
deben evitar dejarse llevar por los vientos siempre
cambiantes de la cultura y mantenerse firmes sobre la roca
de la Palabra de Dios, que permanece inalterable. Deben
procurar realizar las cosas de Dios a la manera de Dios si
desean tener el poder de Dios.
Por lo tanto, cuando una iglesia hace lo que Dios le dice
que haga, opera con autoridad y poder divinos. Y con tal
autoridad y poder, las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella (Mat. 16:18). Su predicación tendrá autoridad,
sus reuniones de oración serán eficaces y su disciplina será
vinculante porque todas estas actividades están
sancionadas y autorizadas por Dios mismo. En pocas
palabras, donde encontramos verdaderas iglesias,
encontramos a Dios.
Los cristianos están obligados a someterse a una iglesia
local que está en sumisión a Dios. Los hijos están llamados
a obedecer a sus padres (Efe. 6:1), las esposas están
llamadas a someterse a sus esposos (Efe. 5:22), y los
cristianos están llamados a rendir cuentas a sus ancianos
(Heb. 13:17). Estar alejado de la Iglesia de Dios es estar
alejado de Dios. Ignorar su membresía, descuidar sus
servicios de adoración, desdeñar su disciplina y rechazar
su autoridad es ser un seguidor desobediente de Dios.
Siempre que la iglesia funcione y permanezca en la verdad
de la Palabra de Dios, y siempre que sus ancianos y líderes
no sobrepasen los límites de las Escrituras, entonces la
doctrina, las actividades, las acciones y la disciplina de la
iglesia llevarán la aprobación divina y la autoridad del cielo.

La disciplina de la Iglesia
Además, el poder de la iglesia se puede ver claramente en
su autoridad para ejercer su disciplina. Porque donde no hay
autoridad para disciplinar la desobediencia, no hay autoridad
para ordenar la obediencia. Por ejemplo, tú y tu cónyuge, no
los extraños, tienen la jurisdicción para disciplinar a tus hijos
porque solo tú y tu cónyuge tienen la autoridad para decirles
cómo deben comportarse. De la misma manera, Cristo ha
dado a la iglesia jurisdicción sobre sus miembros porque
Cristo ha dado a la iglesia el poder de hacer que sus
miembros rindan cuentas a la Palabra de Dios y de
disciplinar a sus miembros desobedientes.
Habiendo dicho esto, ahora entendemos que el pecado
nunca debe ser tratado a la ligera. Los cristianos deben
buscar la santidad con todo su corazón y hacer todo lo
posible por crucificar los deseos de la carne (Rom. 13:14).
Así como los cristianos individuales no deben tolerar los
pecados persistentes en sus vidas, la iglesia no debe
excusar el pecado habitual e impenitente entre sus
miembros. La iglesia debe lidiar con la levadura antes de
que contamine la integridad espiritual de toda la iglesia (1
Cor. 5:7-8). Por eso, cuando sea necesario, la iglesia está
autorizada y obligada por Dios a llevar a cabo su disciplina.

La naturaleza y los pasos de la disciplina de la


iglesia
¿Qué es exactamente la disciplina de la iglesia? La mejor
explicación se encuentra en Mateo 18:15-20 y en 1
Corintios 5. En estos pasajes aprendemos que la disciplina
de la iglesia es un proceso de cinco pasos:
1. El
Señor Jesús instruyó a los cristianos a confrontar
amorosa y humildemente a otros creyentes que han
pecado abiertamente o que han abandonado los
fundamentos de la fe. Este es el primer paso. Si la
persona se arrepiente, el problema se ha resuelto y la
unidad de la iglesia puede continuar. Nadie necesita
saber sobre el pecado o los pecados, excepto las
personas involucradas. Sin etiquetarlo formalmente de
esa manera, los esposos cristianos practican este
primer paso de disciplina dentro del matrimonio.
2. En
el siguiente paso de la disciplina, si la persona que peca
no se arrepiente, debe ser abordada nuevamente, esta
vez en presencia de dos o tres cristianos conocidos por
ser espiritualmente maduros (Mat. 18:16; Gal. 6:1).
3. Si
esta segunda amonestación no logra llevar a la persona
al arrepentimiento, es necesario ejercer el tercer paso
de la disciplina eclesiástica. Los intentos fallidos de
confrontación con respecto al (los) pecado(s) que
fueron cometidos (o se están cometiendo) deben darse
a conocer públicamente a todo el cuerpo de la iglesia
(Mat. 18:17; 1 Tim. 5:20).
4.
Nu
evamente, si esta deshonra pública no trae corrección
después de que se haya dado tiempo suficiente para el
arrepentimiento, la iglesia está obligada por Dios a
llevar a cabo el cuarto paso: expulsar a la persona de la
membresía de la iglesia (Mat. 18:17; 1 Cor. 5:5-13; 2
Tes. 3:6, 14-15).
5. El
quinto paso es quizás el más difícil y, sin embargo, el
más redentor. Después de que un miembro en pecado
ha sido excomulgado, Dios llama a cada miembro de la
iglesia a eliminar, en la medida de lo posible, toda
asociación y comunión con la persona impenitente (1
Cor. 5:9-13). Esto involucra incluso la interacción en las
redes sociales. Este es el verdadero aguijón de la
disciplina en la iglesia: enfrentar la vida y las
tentaciones de este mundo sin la ayuda, el beneficio y la
bendición del precioso pueblo de Dios. Todos los
verdaderos creyentes que se enfrentan a esta
disciplina encontrarán que es la más efectiva en
producir corrección y arrepentimiento. En cualquier
punto de contacto, los miembros de la iglesia deben
considerar al infractor como un incrédulo y procurar
evangelizarlo.

La actitud de la disciplina de la iglesia


Espiritual — Cuando confrontamos a otros,
necesitamos asegurarnos de que estamos calificados
espiritualmente para corregir a los que han tropezado
(Gál. 6:1a).
Mansedumbre — Cuando confrontamos a otros,
tenemos que asegurarnos de hacerlo con espíritu de
mansedumbre (Gál. 6:1b).
Cautela — Cuando confrontamos a los demás,
tenemos que asegurarnos de no ir con arrogancia
confiando en nosotros mismos. Por el contrario,
debemos cuidarnos de no caer en el mismo pecado
que buscamos corregir (Gál. 6:1c).

El propósito de la disciplina de la iglesia


La disciplina de la iglesia tiene un propósito triple: (1) es un
medio para mantener la santidad de los miembros de la
iglesia (1 Cor. 5:6-11); (2) es un medio para restaurar al
miembro que se ha desviado (2 Cor. 2:6-8; Gál. 6:1); y (3)
es un medio para disuadir a otros de caer en pecado (1 Tim.
5:20).

La autoridad de la disciplina de la iglesia


Es algo temible ser disciplinado por la iglesia. La disciplina
eclesiástica no es una invención del hombre, sino una
intervención amorosa establecida por Cristo mismo.
Cuando una iglesia lleva a cabo la disciplina, lo hace con
autoridad celestial (Mat. 18:18-19). Por tanto, la disciplina
de la iglesia es efectiva y autoritativa.
La eficacia de la disciplina de la iglesia
En la época en que vivimos, en la que los cristianos a
menudo saltan de una iglesia a otra por preferencias o
sentimientos heridos, puede parecer que la disciplina de la
iglesia es ineficaz. Pero incluso si los resultados no se ven
inmediatamente, la disciplina de la iglesia siempre tendrá un
efecto purificador para la iglesia local cuando se realiza
correctamente.
Puesto que el pueblo de Dios está unido espiritualmente
en un solo cuerpo, éstos se aman los unos a los otros y no
pueden vivir separados. Ya que la iglesia local está llamada
a funcionar como una comunidad que consiste en hermanos
que se involucran en un compañerismo mutuo y regular,
cuando un cristiano desobediente es colocado fuera de este
amoroso compañerismo, él o ella se sienten gravemente
perjudicados. Restringir a un cristiano del compañerismo
con los hermanos es como quitarle a un niño de pecho una
madre amorosa.
Por eso la disciplina de la iglesia funciona. Los hijos de
Dios descubren que no pueden vivir y estar contentos o
alegres fuera de la comunión de los santos y, al final, si son
verdaderamente hijos de Dios, estarán dispuestos a hacer
lo necesario para recuperar el acceso y el favor del pueblo
de Dios.
Además, si se requiere que los hijos de Dios busquen el
perdón entre ellos antes de acercarse a Dios (Mat. 5:23-
24), ¿cuánto más se requiere que arreglen las cosas con
Su iglesia si resulta que están bajo su disciplina? En esta
relación de comunidad, lo que la iglesia ata en la tierra será
atado en el cielo. Estar bien con Dios es estar bien con Su
iglesia.
Naturalmente, si una persona puede estar contenta fuera
del compañerismo y la comunión de la iglesia, y contenta
permaneciendo en su pecado, entonces esa persona ha
demostrado no ser un cristiano en absoluto (1 Juan 2:19), y
la disciplina de la iglesia ha demostrado ser efectiva para
purificar la membresía de la iglesia.

Conclusión
La iglesia no es una institución hecha por el hombre que
opera bajo su propia autoridad y poder. La iglesia es
establecida y gobernada por Cristo. Cuando la iglesia está
alineada con las Escrituras, su comisión es divina, su
doctrina poderosa y su disciplina vinculante. Los cristianos
están llamados a someterse a su enseñanza y disciplina;
quienes se niegan a escuchar a la iglesia se niegan a
escuchar a Dios (Luc. 10:16). En resumen, Cristo ha dado
poder y autoridad a la iglesia para proclamar y ejecutar su
enseñanza a fin de instruir y animar a Su pueblo a obedecer
lo que Él ha mandado.
Preguntas de Estudio

1. ¿De dónde saca la iglesia su autoridad?

2. ¿Cuál es la jurisdicción de la autoridad de la iglesia?

3. ¿Qué es la disciplina de la iglesia?

4. ¿Cuál es el propósito de la disciplina de la iglesia?

5. ¿Cuál debe ser la actitud de los encargados de


aplicar la disciplina de la iglesia?

6. ¿Cuáles son los pasos de la disciplina de la iglesia?

7. ¿Es la disciplina de la iglesia opcional para las


iglesias?

8. ¿Es la disciplina de la iglesia eficaz? ¿Por qué sí o


por qué no?
Capítulo 5

Los Oficios de la Iglesia


La iglesia no es una familia cristiana escuchando juntos
sermones por internet en casa. La iglesia no son dos o tres
creyentes que se reúnen en una cafetería para hablar del
Señor. La iglesia no es ni siquiera unos pocos cristianos
que se reúnen regularmente para estudiar la Biblia y orar.
Escuchar sermones en casa, tener comunión con otros
creyentes tomando una taza de café, incluso asistir a
conferencias bíblicas es bueno, pero todas estas cosas
carecen de la estructura bíblica, la organización y el
gobierno que Dios ha requerido para su Iglesia.
No puede haber verdadera iglesia sin una membresía
comprometida, una responsabilidad formal y un liderazgo
estructurado. Tal organización es necesaria porque ha sido
prescrita para la iglesia por Dios.
La principal organización que necesita la iglesia es una
pluralidad de líderes ordenados (Tito 1:5). La iglesia debe
ser gobernada por sus líderes. Y según las Escrituras, los
cargos oficiales de liderazgo en la iglesia son dos: ancianos
y diáconos (Flp. 1:1).
Los ancianos deben tener una vida personal y familiar
ejemplar y haber sido dotados por el Espíritu para enseñar
las Escrituras (1 Tim. 3:2-5). Las responsabilidades de este
oficio son predicar y enseñar, presidir, supervisar los
asuntos espirituales de la iglesia y pastorear las almas de
los que están bajo su cuidado (1 Tim. 3:5; 2 Tim. 4:1-5; 1
Ped. 5:1-3).
Los diáconos, igualmente, deben tener una vida personal
y familiar ejemplar junto con un corazón de servicio al pueblo
de Dios (1 Tim. 3:10). Los diáconos no están llamados a ser
conserjes, pues cualquier miembro de la iglesia puede ser
responsable de sacar la basura. Los diáconos son
servidores llamados a atender las necesidades de los
santos (Hch. 6:3). Deben ser una extensión de los brazos y
piernas de los ancianos al ayudar en la administración y
facilitación del ministerio de la iglesia (Hch. 6:1-3).
A fin de ayudar a los ancianos a cuidar su tiempo de
estudio y oración, Dios nombró diáconos para que se
ocuparan de las peticiones y necesidades de los santos
(Hch. 6:4). Amar, cuidar y ministrar a los hermanos son los
principales objetivos de los diáconos, no solo abrir las
puertas de la iglesia y tener listo el café. Sus prioridades
son visitar a los hermanos, atender las necesidades de las
viudas, además de cuidar por los miembros de la iglesia
heridos y atribulados. Aunque las responsabilidades de los
diáconos pueden incluir la supervisión de la conservación y
el mantenimiento de las instalaciones de la iglesia, incluso
estas responsabilidades tienen el propósito de servir al
pueblo de Dios.

Requisitos para los ancianos y diáconos


Ancianos Diáconos
1. Irreprensible 1. Reverente
2. Marido de una 2. No es de doble
sola mujer lengua
3. Vigilante 3. No dado al vino
4. Sobrio 4. No codicioso
5. Buena conducta 5. Una conciencia
pura

6. Hospedador 6. Probado
7. Apto para 7. Irreprensible
enseñar*
8. No dado al 8. Esposa fiel
vino
9. No violento 9. Ejemplo en su
10. No liderazgo en su familia
codicioso
11. Paciente
12. No
contencioso
13. No avaro
14. Ejemplo
en liderar a
su familia
15. No un
neófito
16. Un buen
testimonio
para los que
están fuera
de la iglesia
* Note que solo hay una diferencia esencial entre los oficios de
anciano y diácono: la habilidad para enseñar.

Los pastores son llamados por Dios


Tristemente, muchos hombres deciden entrar en el
ministerio porque pastorear suena como una buena
oportunidad laboral o porque no tienen ninguna otra buena
idea de lo que deberían hacer con sus vidas. Y lo que es
peor, las iglesias están demasiado ansiosas por llamar a
este tipo de candidatos pastorales. Las iglesias a menudo
eligen a un nuevo pastor basándose en sus habilidades de
administración, su personalidad, su apariencia o su
carisma, en lugar de basarse en los requisitos bíblicos de
piedad personal, doctrina y su capacidad para manejar la
Palabra de Dios. Así las iglesias están llenas de pastores
no calificados que no han sido dotados espiritualmente o
llamados por Dios.
La buena predicación que alimenta las almas incluye
tanto habilidad como dones espirituales. Se necesita un
cierto nivel de formación y habilidad para exponer
correctamente la Palabra de Dios. Es sorprendente la
cantidad de predicadores que carecen de los conocimientos
básicos y la habilidad para realizar la exégesis de un pasaje
de la Escritura correctamente y de dar una aplicación sin
distorsionar el significado del pasaje. Lamentablemente
muchos de los sermones que salen de los púlpitos alrededor
del mundo ni siquiera se acercan a ser una exposición de
las Escrituras; más bien parecen un discurso motivacional
de autoayuda con unos cuantos versículos bíblicos
añadidos por si acaso. Es sorprendente la falta de
conocimiento bíblico y teológico de muchos pastores hoy en
día.
Más importante aún que la capacidad natural y la
formación bíblica, la verdadera predicación va acompañada
del poder sobrenatural del Espíritu Santo. Mucha de la
predicación actual carece de poder. Los sermones parecen
más una conversación que una autoritativa palabra del cielo.
La verdadera predicación se reconoce no
necesariamente por un discurso dinámico y elocuente, sino
por la Palabra de Dios proclamada con precisión y aplicada
en el poder del Espíritu Santo. Las iglesias necesitan una
enseñanza clara y precisa, no personalidades
encantadoras. Más que cualquier otra cosa, la predicación
debe ser bíblica y con el poder del Espíritu, una predicación
que reprenda, anime y edifique a la iglesia. Cuando la iglesia
escucha verdadera predicación, escucha algo sobrenatural,
es decir, la iglesia escucha de Dios mismo. La verdadera
predicación es autoritativa, correctiva, edificante y, en última
instancia, santificadora. Predicar con poder es un don
espiritual que se obtiene únicamente de parte de Dios.
Los verdaderos ministros tienen un llamado y un don
divino en sus vidas. Al menos tres marcas distintivas
separan a los que Dios ha llamado al ministerio de los que
han entrado en este por voluntad propia:
1. Aquellos que son llamados por Dios tienen un
deseo ardiente e insaciable de enseñar y predicar
la Palabra de Dios. Tienen un mensaje de Dios que
se sienten impulsados a proclamar.
2. Aquellos a los que Dios llama son los que tienen la
oportunidad providencial de predicar. Esto por sí
solo no indica el llamado de un hombre, pero es
poco probable que Dios llame a un hombre al
ministerio sin darle la oportunidad de ministrar.
3. La confirmación principal del llamado de un hombre
es la verificación de la iglesia local. Si la iglesia no
está escuchando consistentemente de Dios en la
predicación de un hombre, entonces no es
probable que haya sido llamado por Dios.
La ordenación, la cual es la confirmación oficial de la
iglesia local donde se afirma el llamado de Dios a un
hombre, es importante para el ministerio. Si el pueblo de
Dios no es bendecido espiritualmente y ministrado por la
predicación de un hombre, seguramente ese hombre no ha
sido llamado por Dios al ministerio.
Las iglesias locales deben ser cuidadosas evitando
alentar a predicar a hombres que no tienen este llamado
porque temen herir los sentimientos de la persona. Además,
es necesario que los hombres sean cautelosos a la hora de
iniciar una nueva iglesia sin que sus dones sean verificados
por una iglesia establecida. Muchas iglesias han empezado
porque un predicador que no fue ordenado no quiso
someterse a la opinión de una iglesia bíblica establecida.
Dicho todo esto, no todos los ministros llamados por Dios
tienen los mismos dones. Todos los predicadores son
únicos y tienen diferentes fortalezas y debilidades. La
iglesia debe tener cuidado de no ser demasiado crítica con
su pastor. No debemos juzgar y comparar a nuestro pastor
con nuestro predicador famoso favorito. Este fue el error de
los corintios al discutir quién era el mejor predicador, si
Pablo o Apolos. Está bien tener un predicador favorito, pero
entramos en un terreno peligroso cuando convertimos a un
predicador determinado en la norma que deben cumplir
todos los demás predicadores. La forma más rápida de
dejar de escuchar la voz de Dios en la predicación de
nuestro pastor es empezar a escuchar con espíritu crítico.
Los pastores están llamados a pastorear
Los pastores no son llamados a ser gerentes de una
compañía; son llamados a ser pastores de las ovejas de
Dios. La iglesia no es una empresa, por lo que los pastores
no deben tratar de manejar la iglesia como si fuera un
negocio. A los pastores se les exige más que un liderazgo
dinámico y una capacidad de comunicación eficaz. El
hombre de Dios está llamado ante todo a familiarizarse con
la presencia de Dios a través de la oración ferviente y el
estudio constante de Su Palabra. Si los pastores no están
regularmente de rodillas y comprometidos con el estudio de
la verdad, por mucho que estén dotados, serán pobres
guías espirituales. Puede que tengan éxito en levantar una
empresa, pero fracasarán en la supervisión y el cuidado de
la Iglesia de Dios. Una cosa son las habilidades de liderazgo
y otra muy distinta el pastoreo. En parte, pastorear incluye
servir, predicar, aconsejar y vivir una vida ejemplar que los
demás puedan seguir.

Los pastores están llamados a servir


Los pastores son siervos. Pastorear una iglesia es un
ministerio, no una carrera, por lo que los pastores nunca
deben colocarse a sí mismos o su ministerio por encima de
las ovejas de Dios. Los pastores deben sacrificar sus
aspiraciones personales de grandeza, dejar de lado el
deseo de convertirse en una celebridad cristiana, y estar
dispuestos (si es necesario) a ministrar en el anonimato. No
deben utilizar las iglesias pequeñas como trampolín para
conseguir empleo en iglesias más grandes. Pastorear no es
construir una gran una hoja de vida, porque las ovejas de
Dios no deben ser explotadas de esta manera. Así como los
pastores no deben dejar a las ovejas cuando se acerca el
peligro (Jua. 10:11-13), los pastores no deben abandonar a
su rebaño solo porque se les presente la oportunidad de
ministrar en pastos más verdes. Al contrario, los ministros
de Dios deben estar dispuestos a sacrificarse y darse a sí
mismos para alimentar, ministrar y servir a las ovejas de
Dios dondequiera que Él los llame. Las necesidades y el
cuidado del rebaño deben ser siempre lo primero (Hch.
20:28; 1 Ped. 5:1-3).
Pastorear no tiene que ver con el dinero o el prestigio,
sino con velar por la herencia de Dios (1 Ped. 5:2-3). Los
pastores deben caminar junto a las ovejas, orar por las
ovejas, predicar a las ovejas, amonestar a las ovejas y
animar a las ovejas según sea necesario, lo cual solo se
obtiene caminando diariamente en el Espíritu (Gál. 5:22-25).
Si los pastores no están dispuestos a servir, no son
ministros aptos para el pueblo de Dios.
En resumen, pastorear es dar, no recibir, y se trata de
ministrar y no de explotar al pueblo de Dios. Los buenos
pastores, por lo tanto, son aquellos que se interesan más
por la alabanza de Dios que por la alabanza de los hombres.
Dios levanta pastores para que sirvan a la iglesia, en lugar
de dar iglesias para que sirvan a los pastores.

Los pastores están llamados a predicar


Los pastores deben ocuparse de la doctrina (1 Tim. 4:13-
16), pues están llamados a trabajar en la Palabra (1 Tim.
5:17; Tit. 1:9). La tarea principal de los pastores es
apacentar las ovejas de Dios. El llamado principal de un
pastor es predicar y enseñar (Jua. 21:15; 1 Tim. 4:15-16; 2
Tim. 4:1-5). John Owen comenta que «el primer y principal
deber de un pastor es apacentar el rebaño mediante la
predicación diligente de la palabra».[34] Owen también
afirma: «No es pastor quien no apacienta su rebaño».[35]
Por lo tanto, los pastores deben estudiar para mostrarse
aprobados por Dios y ser capaces de interpretar
correctamente y aplicar la verdad (2 Tim. 2:15). Los
pastores están llamados a predicar, por lo que deben ser
estudiantes comprometidos con la Palabra de Dios.
Cuando se trata de estudiar las Escrituras, la pereza no
debe caracterizar al hombre de Dios. Así, los pastores
deberían encontrarse más a menudo en su estudio,
acercándose a Dios, que en el campo de golf codeándose
con los líderes prominentes de la comunidad. Si los pastores
no están preparados en todo momento para predicar, están
descuidando una de sus principales responsabilidades.

Los pastores están llamados a aconsejar


Los pastores deben consolar, amonestar, corregir, animar e
instruir a quienes están en necesidad espiritual. Para ser
eficaces en la consejería bíblica, los pastores deben visitar
primero a Dios antes de visitar a otros. Deben recibir
consejo de las Escrituras antes de ser competentes para
aconsejar a otros. La consejería debe surgir de un corazón
saturado de la Palabra de Dios.

Los pastores están llamados a vivir vidas


ejemplares
Una de las cualidades más impresionantes del apóstol
Pablo fue su ejemplar vida como cristiano. Bajo la dirección
del Espíritu, pudo proclamar con valentía: «Sed imitadores
de mí, como también yo lo soy de Cristo» (1 Cor. 11:1; Flp.
3:17). Pablo vivió su doctrina y proporcionó una ilustración
visible de su mensaje con su vida. De la misma manera, los
pastores están llamados a vivir una vida cristiana ejemplar
para que su congregación la siga. Si van a predicar la
Palabra, deben vivir esa Palabra. El mejor cumplido que se
puede decir de cualquier pastor es que es un hombre
piadoso completamente comprometido con lo que enseña.

Los pastores están llamados a liderar


Un pastor es uno entre una pluralidad de pastores y
ancianos que deben vigilar y dirigir el rebaño de Dios (Tit.
1:5). La pluralidad de ancianos es una protección natural
contra muchos peligros. Tener varios ancianos evita que se
culpe de todo a una sola persona. Una pluralidad de líderes
puede utilizar sus diferentes puntos fuertes para ser más
productivos y equilibrados en su liderazgo.

Los pastores están llamados a someterse


Los pastores son líderes, pero deben formar parte de una
pluralidad de ancianos que se someten unos a otros y son
apoyados por la congregación. No es sabio que un líder, a
excepción de nuestro Señor Jesucristo, este sin rendir
cuentas.

Conclusión
Solo hay dos oficios ordenados en la iglesia: ancianos y
diáconos. Ambos están llamados a servir y ministrar al
pueblo de Dios, y los ancianos tienen la responsabilidad
especial de enseñar, predicar y liderar. Estos dos oficios,
son suficientes para ministrar y supervisar la Iglesia del
Dios vivo.
Preguntas de Estudio

1. ¿Cuáles son los dos oficios de la iglesia?

2. ¿Por qué es útil la pluralidad de líderes?

3. ¿Cuáles son los dos principales pasajes de las


Escrituras que enumeran los requisitos de los líderes
de la iglesia?

4. ¿Por qué es tan importante la piedad para los líderes


de la iglesia?

5. ¿Cuál es la diferencia clave entre los dos oficios de


la iglesia?

6. ¿Cuáles son las responsabilidades de los diáconos?

7. ¿Por qué la predicación y la enseñanza son la


principal responsabilidad de los ancianos?
Capítulo 6

El Gobierno de la Iglesia
¿Quién está a cargo? Por supuesto, Cristo es la cabeza de
la iglesia, pero ¿quién toma las decisiones importantes,
como elegir el color de la nueva alfombra para el santuario?
¿Las decisiones se toman por mayoría de votos de la
congregación, o los ancianos toman todas las decisiones?
En este capítulo, veremos que la Biblia ha dado la
supervisión de la iglesia a una pluralidad de ancianos
quienes rinden cuentas al cuerpo de la iglesia.

La separación de poder
Cristo, como cabeza única de la iglesia, no delega poder
exclusivamente en los ancianos o en la congregación, sino
que otorga cierta autoridad a los ancianos, y cierta
autoridad a la congregación. Los ancianos tienen autoridad
para enseñar, administrar las ordenanzas, convocar
reuniones especiales, supervisar y liderar, mientras que la
congregación tiene autoridad para elegir y remover a sus
ancianos, aceptar nuevos miembros además de disciplinar y
expulsar a los miembros rebeldes.
Los ancianos y la congregación reciben su respectiva
autoridad no el uno del otro, sino directa e inmediatamente
de Cristo, quien es cabeza de la iglesia. Por ejemplo, las
responsabilidades de los ancianos se derivan de la
autoridad de Cristo, no de la autoridad de la congregación.
Sí, los ancianos deben rendir cuentas a la congregación,
pero sus deberes les son dados por Cristo. De igual
manera, los ancianos no tienen derecho a quitar ninguno de
los privilegios y responsabilidades que Cristo ha delegado
directamente a la congregación.

La responsabilidad y la autoridad de los


ancianos
Los ancianos gobiernan por la autoridad delegada de las
Escrituras. La extensión o jurisdicción de su autoridad se
limita a los asuntos espirituales de la iglesia. Los ancianos
no tienen autoridad para gestionar los asuntos privados de
la congregación, al igual que un empleador no tiene
autoridad para decirle a un empleado lo que debe hacer en
su tiempo libre. Los ancianos tienen la responsabilidad de
velar por la vida espiritual de la congregación y la dirección
general de la iglesia, de esto darán cuentas a Dios. Los
ancianos no deben enseñorearse de la herencia de Dios (1
Ped. 5:3). Ahora bien, del mismo modo que los padres no
pueden desprenderse de su responsabilidad de dirigir a sus
hijos poniendo a sus hijos a cargo, los ancianos no son
libres de poner a la congregación a cargo.
Sin duda los padres sabios y cariñosos escuchan las
preocupaciones y deseos de sus hijos; del mismo modo, los
ancianos deben escuchar las preocupaciones generales, la
sabiduría y los pensamientos de su congregación. Es sabio
llevar las decisiones no doctrinales y prácticas, tales como
reubicaciones o proyectos de construcción, a la
congregación para la oración corporativa con el deseo de
un acuerdo colectivo y unidad. Al final, Dios exige a los
ancianos una mayor responsabilidad, ya que se les ha dado
la responsabilidad y la autoridad de enseñar y gobernar la
casa de Dios (1 Tim. 3:5).

La responsabilidad de los miembros


Dios ordena a los miembros de las iglesias: «Obedeced a
vuestros pastores y sujetaos a ellos porque ellos velan por
vuestras almas, como quienes han de dar cuenta.
Permitidles que lo hagan con alegría y no quejándose,
porque eso no sería provechoso para vosotros» (Heb.
13:17). Por eso la congregación nunca debe tratar de
funcionar sin el conocimiento, el consentimiento o el
liderazgo de sus ancianos.
No obstante, la mentalidad creciente de muchos
miembros en las iglesias es una actitud de autosuficiencia.
Al parecer, un número creciente de cristianos siente que su
vida espiritual es algo que no le incumbe a nadie más. Estos
cristianos parecen pensar que los ancianos de su iglesia no
tienen por qué entrometerse en sus vidas dándoles consejo
o corrección espiritual.
Una cosa es que los ancianos deban rendir cuentas a los
miembros de la iglesia, otra muy diferente que los miembros
pongan sus opiniones independientes respecto a la vida de
la iglesia por encima del liderazgo de esta. Si muchos de los
cristianos de hoy no están de acuerdo con una decisión de
los ancianos, protestarán, incluso llegarán a boicotear la
iglesia y se quedarán en casa, para mostrar su
descontento. Muchos cristianos creen que pueden tomar lo
que les gusta y dejar lo que no les gusta de una iglesia. Este
tipo de cristianos ponen su juicio personal por encima del
juicio del liderazgo de la iglesia.
¿Cuántas iglesias se han dividido, o se han creado
nuevas iglesias, por cuestiones de poder y control, no por
cuestiones legítimas y bíblicas? Es triste saber que
cristianos que parecen amar al Señor mantienen a sus
familias en casa los domingos por la mañana porque no
pueden encontrar una iglesia local con la que estén de
acuerdo en cada pequeño asunto en la vida de la iglesia.
Más preocupante aún es cuando estos hombres que nunca
han demostrado sumisión a otros pretenden fundar su
propia iglesia.
Me temo que gran parte de lo que está detrás del
creciente movimiento de iglesias en casa, donde el rol de
los ancianos ordenados se minimiza o incluso se elimina, es
una actitud contra la sumisión. No hay nada malo en que
una iglesia se reúna en una casa, pero eliminar el rol y la
autoridad de los ancianos debilita la autoridad de la iglesia.
El movimiento de las iglesias en casa, al parecer, es más
atractivo y llamativo para quienes se resisten a cualquier
forma de rendición de cuentas. El verdadero problema de
esta actitud es la falta de sumisión a Cristo. Es Cristo quien
organizó y dio a la iglesia sus oficios de liderazgo y luego
llamó a Su pueblo para que se sometiera a la supervisión y
autoridad que Él mismo delego.

La autoridad de los miembros


Los ancianos tienen autoridad, pero no es autoridad
absoluta. La congregación tiene también una medida de
autoridad. Cada miembro de la iglesia ha recibido la
autoridad de Cristo en al menos cinco áreas:

1. Afirmar a nuevos miembros


Todos los nuevos miembros deben ser afirmados por la
iglesia cuando son admitidos como miembros. Por ejemplo,
antes de que la iglesia de Jerusalén aceptara a Saulo, era
importante que supieran de su conversión (Hch. 9:26-27). Si
bien no se puede negar la membresía de la iglesia al
creyente más débil que tenga una profesión de fe creíble y
esté caminando en obediencia, la congregación debe tener
la oportunidad de protestar contra cualquier candidato a la
membresía si saben que está viviendo una vida
abiertamente escandalosa.

2. Elegir a sus líderes


La congregación no solo tiene la autoridad de afirmar a los
nuevos miembros, sino también de afirmar a sus propios
líderes (Hch. 6:3-5). No es el Estado ni una organización
paraeclesiástica la que tiene derecho a instalar a los líderes
de la iglesia. Este derecho pertenece a cada iglesia local
(Hch. 14:23).

3. Pedir cuentas a sus líderes


Los miembros son responsables de someterse a sus
ancianos, pero los miembros también son responsables de
hacer que sus ancianos rindan cuentas a la Palabra de
Dios. Salvaguardar la verdad es responsabilidad de todos
los miembros. El reconocimiento y la aprobación de los
ancianos por parte de la congregación les confiere la
autoridad de nombrar a sus propios líderes y de destituir a
los que ya no cumplen con los requisitos bíblicos que Dios
les exige (1 Tim. 3:1-7).
Los ancianos que se desvían doctrinal o éticamente
deben ser sometidos a la disciplina que Dios ha
encomendado a la iglesia. Los ancianos también son
miembros de la iglesia, y ningún miembro está exento de
rendir cuentas. Al igual que cualquier otro miembro, no están
exentos de la disciplina de la iglesia (1 Tim. 5:19).
Las congregaciones tampoco pueden descuidar esta
responsabilidad. Los miembros de la iglesia que toleren la
falta de ortodoxia, el escándalo ético o el abuso en su
liderazgo tendrán que rendir cuentas a Dios. Es decir, Dios
hace responsables del surgimiento de falsos maestros a
aquellos miembros que tienen comezón de oír (2 Tim. 4:3).

4. Rendición de cuentas de los miembros


Los miembros de la iglesia tienen la autoridad de pedirse
cuentas unos a otros. Aunque hay funciones distintas entre
los ancianos y los miembros (uno dirige y el otro sigue),
tienen el mismo objetivo (mantener la unidad, la santidad y la
verdad de la iglesia), y tienen las mismas tareas básicas
(amar, edificar, cuidar y velar unos por otros en el Señor).
Los pastores están llamados a dirigir el rebaño, y el rebaño
está llamado a seguir la enseñanza y el ejemplo de sus
pastores. Los pastores están llamados a capacitar a los
miembros para que realicen la obra del ministerio (Efe.
4:12).
Los pastores no solo están llamados a cuidar del rebaño
de Dios, sino también a equipar al rebaño para que se
cuiden mutuamente. Los pastores cuidan del pueblo desde
una posición de liderazgo y una plataforma más visible,
mientras que los miembros cuidan del pueblo discretamente
desde las sillas. Aunque tienen diferentes roles y diferentes
grados de autoridad, los pastores y los miembros son
mutuamente responsables, ya que ambos están llamados a
vigilar, reprender, edificar y cuidarse los unos a los otros.
Esto significa que la autoridad de la iglesia se extiende a
todos los miembros. Aunque nos guste pensar que nuestras
creencias y prácticas no incumben a nadie más, en el
cristianismo bíblico simplemente no es así. Como todo
creyente, estamos llamados a ser miembros de una iglesia
local. Ser miembro de una iglesia local requiere que nos
sometamos al cuidado y supervisión de sus ancianos y que
nos sometamos al cuidado y supervisión de sus miembros.

5. Ejercer la disciplina de la iglesia


Por último, para que los miembros tengan la autoridad de
pedir cuentas a sus ancianos y a sí mismos, deben tener
poder. Este poder es la disciplina de la iglesia. Aunque se
necesitan testigos adicionales para cada paso del proceso
disciplinario, un solo miembro tiene el derecho y el poder de
iniciar el primer paso de la disciplina de la iglesia: la
confrontación privada.
La autoridad otorgada a la congregación para llevar a
cabo la disciplina eclesiástica va incluso más allá de la
autoridad conferida a sus ancianos. Los líderes de la iglesia
no son libres de realizar el último paso de la disciplina por sí
mismos. Aunque la confrontación privada puede realizarla
uno de los ancianos o un miembro individual, la excomunión
la realiza la congregación (1 Cor. 5:4-5).
Como la disciplina de la iglesia depende del poder del
cuerpo local, la iglesia local es autónoma. Puesto que es
imposible que una congregación local discipline a los no
miembros, no es bíblico que una iglesia local sea gobernada
por personas que no son miembros, como una junta externa
de asesores o un presbiterio de hombres. La autoridad de la
iglesia para gobernarse a sí misma reside en la asamblea
local. En pocas palabras, los miembros de la iglesia no
están obligados a someterse a líderes terrenales que no
tienen autoridad ni capacidad para disciplinar. Es así como
la iglesia, con sus ancianos y miembros, tiene la autoridad
para llevar a cabo su responsabilidad de supervisar y
gobernarse a sí misma bajo el gobierno de Cristo. ¡Qué
responsabilidad, pero qué bendición ha dado Dios a su
pueblo al llamarlo a someterse colectivamente unos a otros
como al Señor!

Conclusión
En conclusión, la Escritura llama a todos los cristianos a
someterse unos a otros. Incluso si nosotros, como
cristianos individuales, tenemos mayor sabiduría y más
madurez espiritual que los ancianos de nuestra iglesia,
mientras nuestros ancianos no abusen de su poder
delegado contradiciendo las claras enseñanzas de las
Escrituras, estamos llamados a someternos y apoyar las
decisiones de la iglesia. Se necesita más gracia, amor y
humildad para someterse y apoyar a los ancianos de una
iglesia que para mantenernos firmes en nuestras opiniones
particulares. Y, afortunadamente, el color de la alfombra no
es tan importante como la belleza de los hermanos que
habitan juntos en armonía (Sal. 133:1).
Cuán hermoso y dulce es ver a los ancianos gobernar de
acuerdo con los principios de la Escritura en el espíritu de
humildad y amor, y ver a la congregación buscando
colectivamente ser solidaria y sumisa al gobierno y la
autoridad de la iglesia. ¡Oh, que Dios conceda a su iglesia la
gracia de vivir este modelo divino y bíblico!
Preguntas de Estudio

1. ¿Cuáles son las dos ramas de poder dentro de la


iglesia local?

2. ¿De dónde obtienen su autoridad los ancianos?

3. ¿A quién rinden cuentas los ancianos?

4. ¿Están los ancianos por encima de la disciplina de la


iglesia?

5. ¿Qué poder y responsabilidades se otorgan a los


ancianos?

6. ¿Qué poder y responsabilidades se otorgan a la


congregación?

7. ¿Por qué la disciplina de la iglesia es dada a la


congregación?
P 3

El Propósito de la Iglesia

Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones


bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado;
Y he aquí,
yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del
mundo.
Mateo 28:19-20
Capítulo 7

La Misión de la Iglesia
Hay mucha confusión con respecto al propósito de la iglesia.
¿Existe la Iglesia para alimentar y vestir a los pobres sin
hogar? ¿Existe la Iglesia para traer una restauración
cósmica y una reforma política en nuestra sociedad?
¿Existe la Iglesia para combatir las injusticias y
desigualdades sociales? Por supuesto, la Iglesia existe para
predicar el evangelio, pero ¿qué pasa con estos otros
objetivos?
Para responder a estas preguntas es importante que
examinemos tres cosas. En primer lugar, necesitamos una
comprensión básica de la teología bíblica para poder evaluar
adecuadamente el papel que desempeña la Iglesia al llevar a
cabo el propósito de Dios en la tierra en la historia de la
redención. En segundo lugar, debemos examinar la
naturaleza de la Iglesia para poder entender primero por qué
existe. En tercer lugar, tenemos que observar la declaración
de misión que Cristo entregó a la Iglesia para poder
entender su propósito. En resumen, necesitamos entender:
(1) el papel que juega la Iglesia en la historia de la redención,
(2) la naturaleza de la Iglesia, y (3) la Gran Comisión.

La historia de la redención
Para empezar, necesitamos tener una comprensión
fundamental de la teología bíblica y del papel que
desempeña la Iglesia en la historia de la redención.

Dos eras y dos reinos


Desde una perspectiva general en la historia de la redención
hay dos etapas, o eras: el presente siglo malo y el siglo
venidero (Gál. 1:4; Efe. 1:21). El presente siglo malo, según
las Escrituras, abarca desde la caída de Adán hasta el
regreso de Cristo (Mat. 28:20). Es descrito como el período
de tiempo en el que las tinieblas, la esclavitud, la injusticia y
la muerte reinan sobre la tierra. En palabras de Jesús, todos
los incrédulos nacen en este mundo caído como «hijos de
este siglo» (Luc. 20:34), y según Pablo, los hijos de este
siglo son cautivos del poder de este siglo (Gál. 1:4-5). Este
presente siglo malo, por consiguiente, es el reino de las
tinieblas sobre los pueblos, los gobiernos y las naciones de
este mundo (Apo. 18:3).
Este presente siglo malo y el reino de las tinieblas no
pasarán hasta el regreso de Cristo, porque solo cuando
Cristo regrese vendrá el siglo venidero. El siglo venidero es
cuando se establecerán «cielos nuevos y tierra nueva en los
cuales mora la justicia» (2 Ped. 3:13). Solo entonces, en el
regreso físico de Cristo, este mundo caído será pasado por
fuego, y solo entonces se establecerá el estado eterno de
gloria en la nueva tierra restaurada. Esto significa que la
restauración cósmica solo se producirá cuando «la creación
misma sea liberada de la esclavitud de la corrupción a la
libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Rom. 8:21).
El siglo venidero es el estado eterno en el que la luz, la
vida y la libertad reinarán para siempre. El siglo venidero es
el reino de los cielos. Y aunque el reino de los cielos no está
plenamente establecido en la tierra (durante este presente
siglo malo), su poder se manifiesta en la tierra dentro de la
Iglesia (Tit. 2:11-13). Es decir que aquellos que están unidos
por la fe al Rey de Gloria han «gustado la buena palabra de
Dios y los poderes del siglo venidero» (Heb. 6:5). Han sido
liberados del dominio y reino de las tinieblas y trasladados al
reino de Su amado Hijo (Col. 1:13). Al nacer de nuevo por el
Espíritu, han entrado en el reino de los cielos.
Durante ese presente siglo malo, el reino de los cielos es
invisible para el mundo incrédulo ya que está presente en los
corazones y las mentes de los creyentes (Luc. 17:20-21.
Jua. 18:36). Los creyentes han recibido las primicias del
siglo venidero al entrar en el reino de los cielos y recibir la
vida eterna en el Hijo.

La Iglesia y el reino de los cielos


El poder del reino de los cielos ya está presente en la
Iglesia, pero aún no se ha manifestado sobre los reinos de
este mundo. El mundo no conoce la vida, el poder, la libertad
y la paz del reino de los cielos. Las naciones y los
gobernantes de este siglo permanecen en las tinieblas y bajo
el dominio de Satanás.
De ahí que los miembros de la Iglesia sean extranjeros y
peregrinos en este mundo caído (1 Ped. 2:11). Los
cristianos son extranjeros y peregrinos en esta tierra (Heb.
11:13). Como ciudadanos del cielo, no han puesto su
esperanza en este mundo presente, el cual es pasajero (1
Jua. 2:17), sino en un reino eterno, «cuyo arquitecto y
constructor es Dios» (Heb. 11:10). La Iglesia, como casa de
Dios, funciona en este sentido como embajada del reino de
los cielos en la tierra.
Sí, cada centímetro de este universo pertenece a Cristo,
pero no todo en este ha doblado la rodilla ante Cristo.
Aunque Cristo gobierna soberanamente sobre Satanás y los
reinos de este mundo, Su Palabra solo la reciben y siguen
los que están dentro de la embajada del cielo.
Únicamente los que están dentro de la Iglesia se han
sometido a Su señorío. Únicamente los que están dentro de
la Iglesia tienen Su protección de la ira venidera.
Únicamente los que están dentro de la Iglesia han hallado
paz y libertad bajo Su liderazgo. Únicamente la Iglesia ha
experimentado el poder liberador del siglo venidero. Por esta
razón, el reino de los cielos, en este presente siglo malo, no
se extenderá más allá de los que están unidos por la fe al
Rey: la Iglesia.

Los dos reinos son incompatibles


Como el agua y el aceite, el reino de las tinieblas y el reino
de los cielos son incompatibles. La luz y las tinieblas no
tienen nada en común (2 Cor. 6:14). Es, pues, imposible
mezclar estos dos reinos opuestos. Los magistrados civiles
no tienen jurisdicción sobre la embajada del cielo, y la Iglesia
no tiene por qué llevar a cabo su misión mediante el uso de
las armas terrenales de este mundo (2 Cor. 10:4). Así como
Cristo no intentó establecer su reino a través de fuerza
política (Jua. 18:36), la Iglesia no debe engañarse pensando
que puede expandir el reino de Dios a través de
revoluciones sociales y políticas. Las marchas políticas, las
protestas y el activismo no son las llaves del reino de los
cielos.
Lo mejor que los gobiernos terrenales pueden hacer,
aunque estén dirigidos por cristianos, es restringir el mal y
castigar a los que hacen lo malo (1 Ped. 2:14). Sin embargo,
tales medidas políticas no tienen poder para romper las
cadenas de las tinieblas y liberar a los hijos de este siglo del
poder del pecado. La teocracia del estado judío, en el
Antiguo Testamento, demostró que ni siquiera la mejor
legislación puede establecer el reino de los cielos en la
tierra. Aunque el poder político puede influir en el
comportamiento externo para lo bueno, no puede deshacer
el reino de las tinieblas que yace dentro de los corazones de
los que están esclavizados al príncipe de este siglo malo.

Las llaves y la misión de la Iglesia


La única esperanza para este mundo es el mensaje del
evangelio que se le ha confiado a la embajada del cielo. La
misión de la Iglesia no es la restauración de este presente
siglo malo mediante reformas sociales y leyes legislativas. El
reino de los cielos no avanza por esos medios.
No me malinterpreten. Cada cristiano, al seguir siendo un
miembro activo de la sociedad, está llamado a ayudar
personalmente a los necesitados, a orar por sus
gobernantes y a hacer lo que pueda para promover la
justicia y la igualdad en este presente siglo malo. Aunque los
cristianos no son de este mundo, permanecen en este (Jua.
15:19; 17:14-19). La Palabra de Dios tiene un impacto en la
forma en que los cristianos viven en este mundo. Tienen sus
deberes cívicos, como votar a conciencia y pagar sus
impuestos (Mat. 22:21). Están llamados por Dios a ayudar al
prójimo que está en necesidad (Pro. 3:27-28) y tener
compasión por los enfermos, los pobres y los oprimidos de
este mundo. Deben procurar hacer el bien a todos.
Dondequiera que vaya el cristianismo, seguro que se
producirán tales bendiciones.
Sin embargo, las responsabilidades individuales de los
cristianos y las bendiciones que siguen a la difusión del
evangelio no son lo mismo que la Gran Comisión que Cristo
ha dado a la Iglesia como sociedad de creyentes. La Iglesia
no está llamada a tomar el control de las naciones. Dios no
ha prometido santificar la cultura ni redimir a los gobiernos
terrestres. Earl Blackburn evalúa correctamente el problema:
Hoy muchos creen que los principales objetivos de la Iglesia
son alimentar a los pobres, educar a los analfabetos, enseñar
a los desfavorecidos y a las naciones subdesarrolladas a
cultivar, construir casas y establecer sistemas de bienestar, y
promover la liberación de los gobiernos tiránicos. Esto se
denomina «evangelio social». Aunque hay una necesidad
legítima de muchas de estas actividades en el mundo actual,
no son las responsabilidades principales de la Iglesia. El
«evangelio social» no es el evangelio, y puede ser utilizado
como un instrumento sutil de Satanás para desviar a las
verdaderas iglesias de Dios de su propósito principal.[36]
El principal propósito y misión de la Iglesia es la
predicación del evangelio. La única forma en que la Iglesia
puede llevar a cabo su misión y hacer avanzar el reino de
los cielos es mediante el poder del evangelio (Rom. 1:16).
Las llaves del reino de los cielos no son el activismo social y
la dominación del mundo, sino el mensaje de perdón en
Jesucristo.
A la Iglesia se le han confiado estas llaves por una razón.
Solo desatando los poderes del siglo venidero a través de la
predicación de la Palabra de Dios, los hijos de este presente
siglo malo serán rescatados de la esclavitud de las tinieblas
y del gobernante de este mundo. Solo mediante la
proclamación del Evangelio, el Reino de los Cielos se
expandirá por todo el mundo a aquellos que creen. El reino
de los cielos no avanzará de otra manera.
La Iglesia es llamada a rescatar a los pecadores de este
presente siglo malo, por medio de traer el poder y las
bendiciones del siglo venidero a aquellos, y solo aquellos,
que rinden sus vidas al Rey del cielo. En el glorioso regreso
de Cristo, toda la creación será restaurada ya que la gloria y
el conocimiento de Dios cubrirán la tierra como las aguas
cubren el mar (Hab. 2:14). Cuando el reino de los cielos se
llene de un pueblo redimido de toda tribu, lengua y nación,
entonces la obra y la misión de la Iglesia habrán finalizado.
Entonces, y solo entonces: «El reino del mundo ha venido a
ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo, y Él reinará por
los siglos de los siglos» (Apo. 11:15).
Hasta entonces, en este presente siglo malo, la Iglesia
necesita evitar distraerse y dejar de lado el único poder que
tiene un efecto real para cambiar este mundo caído, el
evangelio de Jesucristo.

La naturaleza de la Iglesia
No solo la historia de la redención arroja luz sobre la misión
de la Iglesia, también la naturaleza de la Iglesia muestra su
misión. Al igual que los martillos, las grapadoras, los
bolígrafos y otras herramientas e instrumentos similares
están hechos para hacer lo que fueron diseñados, la Iglesia
está llamada a hacer lo que Dios la diseño a ser. Como
afirma Earl Blackburn: «La existencia y la naturaleza de la
Iglesia no pueden separarse de su propósito».[37]
La Iglesia fue establecida por el Señor para adorar y
glorificar a Dios proclamando el evangelio al mundo y siendo
la administradora de los medios de santificación de los
santos a través de la defensa y propagación de la Palabra
de Dios. Pablo explica en Efesios 4:9-16 que la Iglesia tiene
tres objetivos claros: (1) mantener su unidad intrínseca en
Cristo funcionando como una comunidad interdependiente;
(2) crecer en santidad en la búsqueda de la santidad
personal y corporativa; (3) y mantenerse firme en creer y
proclamar la verdad.
Cada uno de los objetivos no solo está ligado al otro, sino
que ayuda a la realización del otro. Al madurar en estas tres
áreas (unidad, santidad y verdad), la Iglesia glorifica a Dios
cuando cumple su propósito. ¿Cuál es el propósito de la
Iglesia? Ser lo que Dios la diseño a ser; un pueblo unido y
santo, quienes sostienen, siguen y proclaman la verdad de
la Palabra de Dios sin concesiones.

1. La Iglesia debe crecer en unidad


La Iglesia, según las Escrituras, es un cuerpo unificado de
creyentes, y su unidad inherente debe ser impulsada y
llevada a la práctica en sus funciones cotidianas. Es a
través de la unidad que la iglesia está llamada a funcionar
como una comunidad de individuos que tienen comunión y
trabajan juntos para la edificación mutua del cuerpo.
En Efesios 4:9-16 aprendemos que Dios ha dado a la
iglesia líderes espirituales para equipar a los santos para la
obra del ministerio. Sería un error pensar que el ministerio
pertenece exclusivamente a los ancianos y maestros de la
iglesia. A medida que los ministros equipan a la
congregación, a su vez, esta se capacita para ministrar a
los demás. Pablo continúa resaltando la necesidad del
ministerio universal del cuerpo de Cristo: «De quien todo el
cuerpo (estando bien ajustado y unido por la cohesión que
las coyunturas proveen), conforme al funcionamiento
adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del
cuerpo para su propia edificación en amor» (Efe. 4:16)
Nuestra comunidad eclesiástica debe consistir en esta
sincera comunión y cooperación de los santos. La iglesia
debe ser una familia, donde los miembros se ayudan, oran,
exhortan, reprenden y animan unos a otros en amor.
Cuando un miembro sufre o se alegra, el resto de la iglesia
también sufre o se alegra. Cada miembro de la iglesia está
llamado a «vivir de una manera digna de la vocación con
que han sido llamados, con toda humildad y mansedumbre,
con paciencia, soportándoos unos a otros en amor,
esforzándoos por preservar la unidad del Espíritu en el
vínculo de la paz» (Efe. 4:1-3).
Si la iglesia es una en Cristo, sin distinciones étnicas, de
género o clase social, y si la iglesia está llamada a funcionar
como una comunidad en amor, entonces la iglesia tiene que
ser consciente de las formas prácticas de cultivar una
comunidad dentro del cuerpo de la iglesia.
Para mantener la unidad, la iglesia debe evitar formas
sutiles de segregación dentro de la congregación, al
asociarse principalmente con quienes tienen la misma edad
o intereses personales. La formación de grupitos desalienta
la interacción y el compañerismo entre matrimonios jóvenes,
jóvenes, personas mayores, etc. En cambio, la iglesia debe
animar a los jóvenes a aprender de los mayores, y del
mismo modo, los ancianos de la iglesia deben estar
dispuestos a enseñar a los más jóvenes. Al igual que con
las funciones familiares, puede haber un tiempo apropiado
para que nuestros hijos salgan a jugar juntos, pero cuando
llegue el momento de comer o aprender, tomamos y
partimos el pan juntos como una familia bajo la dirección de
Cristo.
Nosotros, la iglesia, debemos alentar el compañerismo
no solo durante las actividades organizadas, sino también
en los hogares de los miembros de la congregación (por
medio de familias y personas que se reúnen
espontáneamente). De hecho, gran parte del ministerio de la
iglesia debería ocurrir fuera del servicio de adoración del
domingo por la mañana en las salas de estar, los
comedores y los patios de las familias de la iglesia.
En esencia, en lugar de gravitar en torno a una
experiencia de adoración desconectada, aislada y de una
sola vez a la semana los domingos por la mañana, la iglesia
debe fomentar proactiva e intencionalmente un sentido de
comunidad entre los creyentes que se extienda tanto dentro
como fuera de las paredes del edificio de la iglesia.

2. La Iglesia debe crecer en santidad


El cuerpo de la iglesia funcionando dentro de su propósito
será un medio de santificación para el pueblo de Dios. El
objetivo es que la iglesia sea moldeada de forma individual y
colectiva a la imagen perfecta y a la estatura del Señor
Jesucristo (Efe. 4:13). «La iglesia local», afirma Don Kistler,
«es el instrumento de Dios para llevar a su pueblo a la plena
madurez en conocimiento y fe»[38]. El objetivo de Cristo para
la Iglesia siempre ha sido «presentarla a sí mismo una
iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga»
(Efe. 5:27). El pecado y la mundanidad deben ser
confrontados mientras nos esforzamos por la santidad. Esta
búsqueda restringe la membresía de la iglesia solo a los
creyentes, y requiere la disciplina de la iglesia cuando sea
necesario entre sus miembros.

3. La Iglesia debe crecer en el conocimiento de


la verdad
Ya que la Iglesia es columna y fundamento de la verdad, sus
miembros deben dedicar su energía a sostener, seguir y
propagar la verdad.
En primer lugar, ¿cómo debe la Iglesia sostener la
verdad? Si la Palabra de Dios es absoluta, inmutable y
autoritativa, entonces la Iglesia está llamada a proclamarla
como tal. Tal vez nunca haya habido un momento en la
historia en el que la Iglesia haya estado tan tentada a ceder
en su teología El pueblo de Dios debe mantenerse firme en
la fe en esos momentos. Cuando una iglesia local diluye la
verdad o descuida ciertos aspectos de esta con el fin de
obtener mayor audiencia o cualquier otra razón, ha perdido
su camino. La iglesia se niega a sí misma y a su líder,
Jesucristo, cuando pone el crecimiento numérico por
encima del cumplimiento de su propósito divino.
En segundo lugar, Cristo no solo comisionó a la Iglesia a
sostener la verdad, sino que la llamó a crecer en la verdad y
el conocimiento del Señor. Es decir, la Iglesia está llamada a
ser santificada por la verdad (Jua. 17:17). Pablo explica esto
en Efesios 4:11-14:
Y Él dio a algunos el ser apóstoles, a otros profetas, a otros
evangelistas, a otros pastores y maestros, a fin de capacitar a
los santos para la obra del ministerio, para la edificación del
cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la
fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la condición de
un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de
Cristo; para que ya no seamos niños, sacudidos por las olas y
llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina, por la
astucia de los hombres, por las artimañas engañosas del
error.
Según este pasaje, la verdad es vital tanto para
salvaguardar a la Iglesia del error doctrinal como para traer
madurez espiritual al cuerpo de Cristo. Por lo tanto, la Iglesia
nunca debe avergonzarse de la sana doctrina ni apartarse
de enseñar todo el consejo de Dios (Hch. 20:27).
En tercer lugar, Dios comisionó a la Iglesia a difundir la
verdad tanto a los que están dentro como a los que están
fuera de ella. Uno de los principales objetivos de la Iglesia es
evangelizar y hacer discípulos para Cristo (Mat. 28:19). La
Iglesia no solo tiene la responsabilidad de predicar el
evangelio a quienes asisten el domingo por la mañana, sino
también de equipar a los santos para que estén preparados
para hacer evangelismo personal el lunes por la mañana.
Todo cristiano debe entender claramente el mensaje del
Evangelio (especialmente la doctrina de la justificación por la
sola fe) y luego ser competente a la hora de compartir su fe
con su familia, amigos y vecinos (1 Ped. 3:15). El Señor
Jesús no le confió a su Iglesia ni plata ni oro sino la verdad.
Por lo tanto, la Iglesia es responsable de difundir la verdad a
todas las personas. La Iglesia es la luz del mundo; por eso
es imperativo que los miembros de la Iglesia sean activos en
la evangelización en la comunidad local y en el apoyo a las
misiones mundiales.
Esto nos lleva al tercer medio para determinar el
propósito de la Iglesia, la declaración de misión que Cristo
ordenó a la iglesia en Mateo 28.
La Gran Comisión
La misión de la Iglesia se afirma no solo a través del rol que
tiene en la historia de la redención y su triple naturaleza de
unidad, santidad y verdad, sino también en la declaración de
misión que Cristo ordenó personalmente a la Iglesia. La gran
Comisión y el propósito de la Iglesia son lo mismo.
El objetivo de la Iglesia no consiste únicamente en la
evangelización. La misión de la Iglesia es hacer discípulos.
Esto incluye evangelizar a los no creyentes y enseñar todo
el consejo de la Palabra de Dios a los creyentes. Llevar el
evangelio al mundo es una parte vital del cumplimiento de la
Gran Comisión, pero también lo es predicar a los creyentes
cada domingo desde el púlpito.
La comisión de la Iglesia no está completa hasta que
haya enseñado todo lo que Cristo le ha ordenado enseñar.
No solo debemos ir a todo el mundo; también, cuando
lleguemos allí, debemos enseñarles a guardar todo lo que
Cristo ha mandado. En pocas palabras, la comisión de la
Iglesia consiste en proclamar todo el consejo de Dios a los
santos y predicar el evangelio al mundo (Mat. 28:18-20).

Discipular a los creyentes


La gran comisión se trata principalmente de la difusión y la
defensa de la verdad en un mundo que quiere suprimirla. No
podemos evangelizar nuestras comunidades ni llevar a cabo
misiones mundiales sin procurar plantar iglesias alrededor
del mundo. El objetivo de la Gran Comisión no es
simplemente rescatar a las personas del infierno, sino hacer
discípulos de Cristo. Según el plan de Dios, el discipulado
debe llevarse a cabo en la iglesia local. Pablo no se
contentaba con predicar el evangelio y ver a los pecadores
convertirse para luego dejarlos solos. Sus esfuerzos
misioneros no estaban completos hasta que se plantaban
las iglesias y se establecían ancianos (Tit. 1:5). El objetivo,
por tanto, es evangelizar a los perdidos y equipar a los
santos para que sigan a Cristo en todas las áreas de su vida
(Efe. 4:11).
La Iglesia tiene la responsabilidad de predicar el
evangelio y discipular a los creyentes en sus comunidades.
Aunque es de poca visión centrarse en uno mismo, la
prioridad principal de la Iglesia es discipular a sus miembros.
La idea de que la Iglesia ya no tiene que ver con «nosotros»
una vez que nos convertimos en cristianos es, como
mínimo, antibíblica.
La Iglesia es para los creyentes porque la Iglesia debe
consistir en creyentes. La iglesia local debe ocuparse
principalmente de la edificación de sus propios miembros.
Los objetivos son la madurez y la santidad. Si la Iglesia falla
en esto, falla en todo. Si la Iglesia no se interesa por sus
miembros, no tiene por qué tratar de llegar a los del otro lado
del mundo.

Evangelizar a los no creyentes


La Iglesia tiene también la responsabilidad de evangelizar a
los perdidos. Cristo nos ha llamado a ser pescadores de
hombres (Mat. 4:19). Somos llamados a ser la sal de la
tierra y una luz sobre una colina (Mat. 5:13-14). Que la
Iglesia no haga nuevos discípulos es una forma segura de
que las puertas del infierno prevalezcan en la próxima
generación.
Sin embargo, decir que la evangelización es
responsabilidad de la Iglesia no significa que la iglesia local
esté obligada a tener un programa de evangelismo
organizado, pues la responsabilidad de evangelizar
corresponde a cada miembro de la iglesia. Para alcanzar a
la comunidad, una iglesia no tiene que organizar eventos de
alcance comunitario, sino solo animar y equipar a sus
miembros para que estén dispuestos a dar respuesta a los
que preguntan por la razón de la esperanza que tienen en
Cristo (1 Ped. 3:15).
Si la iglesia quiere evangelizar a su comunidad, no puede
hacer nada mejor que enseñar a sus miembros un evangelio
claro y exacto. La Iglesia debe equipar y animar a los
discípulos de Cristo a evangelizar. Todo cristiano debe
conocer el mensaje básico del Evangelio y la doctrina de la
justificación solo por la fe. Comprender la soberanía de Dios
en la salvación también es importante cuando se trata del
evangelismo. Si la Iglesia no enseña estas doctrinas
fundamentales, entonces está fallando en la gran comisión.

Las misiones empiezan en casa


El evangelismo comienza con los que están más cerca de
nosotros. Debemos amar a nuestro prójimo, y eso comienza
con aquellos que son más cercanos a nosotros: nuestros
familiares perdidos. Nuestros hijos necesitan el evangelio. Si
no nos preocupamos por su salvación, ¿por qué habríamos
de preocuparnos por los hijos de los aborígenes en los
rincones no alcanzados del mundo? Charles Spurgeon fue
enfático al respecto:
Hay que buscar a los paganos por todos los medios, y deben
explorarse los caminos y los vallados, pero el hogar de uno
tiene prioridad y ¡ay de quienes inviertan el orden de las
disposiciones del Señor… La enseñanza de los progenitores
es un deber natural. ¿Quién hay más apropiado para velar por
el bienestar de sus hijos que los padres? Desatender la
instrucción de nuestros hijos es más que cruel.[39]
Las misiones empiezan con la crianza de los hijos. La
meta principal de la paternidad no es criar hijos obedientes y
ciudadanos productivos. Es algo mucho más serio, algo
imposible. Solo el Señor puede salvar a nuestros hijos, pero
nosotros tenemos el privilegio y la responsabilidad de
llevarlos a Cristo.
La Iglesia es responsable de enseñar a los padres sobre
la crianza bíblica. Las iglesias deben alentar la adoración
familiar en el hogar. Discipular el corazón de nuestros hijos
debe ser nuestra principal prioridad cuando se trata de
misiones.

Las misiones se extienden a nuestras


comunidades
Las misiones comienzan en el hogar, pero deben fluir hacia
las calles de nuestros barrios. Todo cristiano es un
misionero; todo cristiano debe ser un evangelista. No todos
tenemos los mismos dones ni somos tan extrovertidos como
otros, pero todos estamos llamados a ser luz. Ya sea que
nos sintamos cómodos acercándonos a extraños o que nos
sintamos más aptos para hablar una palabra oportuna a
nuestros amigos, debemos ser intencionales al compartir el
evangelio con otros. ¡Que nunca nos avergoncemos de
Cristo! Como Cristo dijo: «Porque cualquiera que se
avergüence de mí y de mis palabras en esta generación
adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre también se
avergonzará de él, cuando venga en la gloria de su Padre
con los santos ángeles» (Mar. 8:38)

Las misiones finalizan en cada rincón del


mundo
El deseo de la iglesia primitiva debería ser el deseo de la
iglesia moderna. La iglesia primitiva no se contentó con
llevar el evangelio a Jerusalén. En pocos años, el evangelio
viajó por todo el mundo conocido. El objetivo final es
rescatar un pueblo para Dios de entre todos los pueblos,
tribus, razas y naciones.

Las misiones no deben separarse de la iglesia


Separar las misiones de la Iglesia es malinterpretar la Gran
Comisión, pues las misiones son responsabilidad de la
Iglesia. La iglesia local envía misioneros, y estos misioneros
buscan plantar iglesias locales.
Es un error que los cristianos busquen ser misioneros en
el extranjero sin someterse primero a una iglesia local.
Lamentablemente, hay muchos autodenominados
misioneros que se niegan a someterse a una iglesia local o
a ser enviados por esta. Desean el apoyo financiero de las
iglesias locales, pero no su supervisión. Además, hasta que
se pueda plantar una iglesia local en una región no
alcanzada y se establezca su liderazgo, los misioneros
deben rendir cuentas a las iglesias que los envían. Las
misiones en el extranjero deben salir de la iglesia local y
tener como objetivo la creación de nuevas iglesias locales.
Las iglesias deben desear apoyar y enviar misioneros;
pero los misioneros, al igual que el apóstol Pablo, deben
comprometerse a evangelizar a los perdidos y plantar
iglesias para discipular a los que el Señor salva por su
gracia. Pablo elogió a la iglesia de Filipos por apoyar sus
esfuerzos misioneros (Flp. 4:15). Aunque la iglesia de Filipos
no era rica, trataron de hacer lo que podían para hacer
avanzar el reino más allá de su ciudad.
Pablo no trabajó en regiones donde ya había alguna
iglesia establecida; buscó ir donde no había ningún
testimonio del evangelio. Se necesitan misioneros en el
extranjero en las regiones no alcanzadas del mundo. O bien
debemos ir (Mat. 18:19), o debemos enviar (sostener) a los
que van (Rom. 10:15). Si el objetivo es plantar iglesias, lo
más sensato es apoyar y formar a los pastores locales
donde ya existen verdaderas iglesias. No tiene sentido
enviar misioneros a lugares que ya tienen iglesias sanas.
Más bien, ¿por qué no apoyar a las iglesias y los pastores
que ya están presentes en esas regiones? Los pastores
locales tienen muchas ventajas: ya conocen el idioma, no
necesitan tomar permisos prolongados y probablemente no
abandonarán la zona después de cuatro u ocho años.
A la Iglesia se le ha dado una gran responsabilidad.
Aunque alcanzar las naciones parece imposible, la Iglesia ha
recibido una promesa: «Y he aquí, yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo» (Mat. 28:20). No
importa el tamaño de la congregación, la iglesia no tiene
excusa alguna cuando no hace de las misiones una
prioridad.
El objetivo de la Iglesia y la meta de las misiones es la
gloria de Dios. Nuestra preocupación por los perdidos debe
impulsarnos a compartir el evangelio, pero nuestro amor a
Dios debe hacer que nuestros corazones ardan con un gran
deseo de ver el nombre de Cristo glorificado entre las
naciones. ¡Oh, que el nombre de Cristo sea alabado por
toda tribu y nación! ¡Oh, que el nombre de Cristo sea
glorificado en nuestros hogares, en nuestras comunidades y
en cada rincón del mundo! ¡Oh, que Cristo sea glorificado en
la Iglesia!

Conclusión
Según la historia de la redención, la naturaleza de la Iglesia y
la gran comisión, la Iglesia debe funcionar como una
embajada del cielo que crece en unidad, santidad y
conocimiento al reunirse en comunión, edificación mutua e
instrucción a través de la explicación y aplicación de las
Sagradas Escrituras, mientras se multiplica llevando el
evangelio a los perdidos de su familia, su comunidad y hasta
los confines de la tierra.
Preguntas de Estudio

1. ¿Cuál es la misión de la Iglesia?

2. ¿Cuáles son las llaves del reino?

3. ¿Quién recibió las llaves del reino: (1) los ancianos o


(2) la congregación o (3) la congregación incluyendo
a los ancianos?

4. ¿Cómo el hecho de que se nos haya confiado el


evangelio da forma al propósito de la Iglesia?

5. ¿Cómo las tres marcas de la Iglesia (unidad, santidad


y verdad) dan forma al propósito de la Iglesia?

6. ¿Cuál es el principal objetivo de la Gran Comisión?

7. ¿Cómo debe la misión de la Iglesia moldear sus


actividades?

8. ¿Tiene la Iglesia la libertad de crear su propio


propósito?

9. ¿Por qué las misiones comienzan en casa?


10.

¿Por qué la adoración familiar es importante?

11.

¿Quién es responsable de la evangelización?

12.

¿Por qué las misiones internacionales deben ser


enviadas desde la iglesia local?

13.

¿Por qué deben los misioneros esforzarse por


establecer nuevas iglesias locales?
Capítulo 8

La Metodología de la Iglesia
El fin principal y único de la Iglesia es glorificar a Dios. No
obstante, glorificar a Dios no puede ocurrir sin santidad, y la
santidad no puede existir sin la verdad. Con este propósito
el Señor estableció la Iglesia, para glorificar a Dios siendo
un medio para evangelizar a los perdidos y santificar a los
santos a través de la verdad.
Ya que la Iglesia es el pueblo santo de Dios a quien se le
ha confiado la verdad, Dios pide a la Iglesia que sea lo que
es en la práctica. Estaría fuera de lugar, por ejemplo, que la
Iglesia buscara redefinirse en un deseo de aumentar su
influencia y aceptabilidad en el mundo. La Iglesia está
llamada a ser ella misma y a vivir su propia naturaleza en un
mundo oscuro, hostil e impío. En términos prácticos, la
Iglesia no debe ser influenciada y moldeada por la cultura,
sino que debe ser una influencia santificadora en la cultura.
Precisamente en este punto, en la forma en que la Iglesia
se relaciona con la cultura, es donde la Iglesia se ve tentada
a abandonar su propósito. La Biblia es clara en cuanto a
que la Iglesia es santa y está llamada a ser santa, y el
mundo es impío y siempre lo será. La cultura del mundo está
formada por sus valores, las cosas de la carne, mientras
que la cultura de la Iglesia está formada por sus valores, las
cosas del Espíritu.
Los cristianos viven en ambas esferas (el reino de Dios y
el reino de este mundo), por lo que habrá cierta coincidencia
en las actividades culturales que el cristiano disfruta (por
ejemplo, la música, el lenguaje, la comida, la vestimenta).
Pero cuando la Iglesia olvida que las principales influencias
de la cultura secular son los valores mundanos y que los
valores del mundo se oponen a los valores espirituales de la
iglesia, no pasará mucho tiempo antes de que la Iglesia sea
moldeada por los valores del mundo. Cuando la Iglesia
comienza a dejarse llevar por los valores del mundo y olvida
la distinción entre santidad y mundanidad, pronto olvidará su
propósito. Y si la línea entre una Iglesia santa y el mundo
secular se desvanece, indudablemente la Iglesia se vuelve
antropocéntrica (centrada en el hombre) en lugar de
cristocéntrica (centrada en Cristo).

Minimizando la santidad de la Iglesia


Muchas veces las iglesias empiezan a alejarse de Dios al
comprometer la búsqueda de santidad por querer aumentar
su impacto e influencia en la sociedad. Esto no quiere decir
que influenciar la cultura sea un mal objetivo, pero es un
objetivo que nunca debe superar su objetivo principal. ¿Por
qué? Porque cuando alcanzar al hombre se convierte en un
asunto más importante que glorificar a Cristo, los esfuerzos
de la Iglesia se centrarán en el método más eficaz para
atraer a las personas.
El problema es que las personas seculares no están
interesadas en adorar y someterse a un Dios santo. Ya que
las personas carnales no se sienten atraídas por una iglesia
llena de personas santas que adoran a un Dios santo, la
iglesia se ve tentada a secularizar la santidad para ganar la
atención y aprobación de una sociedad secular. Es decir,
para superar el desprecio natural que la cultura secular
siente por la santidad, la iglesia se ve tentada a tomar lo que
es santo (la Iglesia de Jesucristo) y revestirlo a propósito
con una envoltura secular para hacerlo más atractivo a una
audiencia secular que está formada por valores seculares.
Para alcanzar la comunidad, el enfoque, la energía y los
recursos de la iglesia comenzarán a alejarse de la doctrina,
la cual conduce a la santidad, hacia la creación y el
mantenimiento de diversas actividades y programas que
conducirán al crecimiento. El éxito no se determinará por la
conversión de los pecadores ni por el grado de santidad de
los miembros, sino por la eficacia de la iglesia para alcanzar
a la comunidad, evidenciado por el crecimiento numérico.
Las iglesias comienzan a competir para ver quién puede
conseguir más gente. En este punto, la carrera está en
marcha para ver qué iglesia puede construir el edificio más
impresionante. Todo, desde cafeterías hasta gimnasios, ha
sido usado por las iglesias para ser más creíbles y
atractivas para la gente que juzga a las iglesias basándose
en estándares mundanos.
Las iglesias de hoy no solo buscan atraer a la gente con
medios tangibles, como programas, instalaciones y café,
sino que también utilizan medios intangibles, como la
creación del ambiente adecuado. Para alcanzar a la
sociedad, las iglesias buscan ser culturalmente relevantes
contextualizando su apariencia, culto y mensaje para
mantenerse en contacto con la cultura secular. Esto puede
comenzar de forma inocente, ya que la iglesia trata de
eliminar los obstáculos innecesarios que pueden impedir
que los no creyentes entren por las puertas de la iglesia.
Uno de los primeros pasos para crear una atmósfera
acogedora es cambiar la vestimenta de camisa y corbata
por la de jeans y camisetas.
No se trata tanto de la vestimenta (que en sí misma es
bastante inocente) como de crear un ambiente menos
reverente y más informal. Entonces, la iglesia se aleja poco
a poco del canto congregacional y adopta un estilo de culto
que parece más entretenido, como un concierto. Cuanto
más se estimulen los sentidos mediante la música y la
iluminación, mejor. Estos cambios son importantes para
crear una atmósfera relevante que los no cristianos puedan
disfrutar y con la que puedan relacionarse, permitiendo una
transición suave y cómoda de un concierto secular el
sábado por la noche al culto el domingo por la mañana.
Este cambio de propósito también ha afectado la
estructura de los edificios de la iglesia. Las iglesias ya no
quieren parecer «religiosas», por lo que buscan prescindir
de los campanarios y encontrar un viejo almacén o una sala
de conciertos para llevar a cabo su culto.
Además, incluso la forma en que la iglesia presenta a
Cristo debe ser contextualizada. Ya no es necesario
describir al Señor Jesús como santo y con reverencia, sino
como alguien que está de moda y es relevante. Las iglesias
deben esforzarse por mantenerse relevantes ante las
tendencias y modas cambiantes del mundo si quieren
permanecer a la vanguardia. Los que forman parte del
personal de la iglesia (o, al menos, los que van a ser vistos
en el escenario) tienen que estar a la moda y ser atractivos.
Toda la imagen de la iglesia tiene que ser llamativa.
De la misma manera en la que una popular cadena de
cafeterías ha logrado un gran éxito en su marca creando
una experiencia para sus clientes, la iglesia ha tratado de
comercializarse ofreciendo una experiencia multisensorial a
sus visitantes. Las tiendas tradicionales entienden que
tienen que ofrecer algo más que un precio competitivo para
competir con los vendedores por internet; tienen que ofrecer
a sus clientes una experiencia. Si un popurrí de aromas, una
música suave de fondo y unos colores relajantes en tonos
tierra pueden estimular las ventas de café, tal vez la
personalidad, la iluminación y la música adecuadas puedan
estimular el crecimiento de la iglesia. A fin de cuentas, para
conseguir una mayor audiencia, el ambiente, el culto, el
mensaje y la imagen de la iglesia deben ser aceptables y
atractivos para la cultura.
Cuando la Escritura describe al hombre en un encuentro
personal con la Presencia Divina, lo muestra asombrado por
la santidad de Dios y respondiendo con temor, humildad y
gozo. La atmósfera que se respiraba cuando Isaías entró en
el templo, con los querubines cubriendo sus rostros y
exclamando: «Santo, Santo, Santo», hizo que Isaías cayera
sobre su rostro y gritara: «¡Ay de mí!» (Isa. 6:1-6), no es
precisamente el ambiente que la iglesia moderna intenta
reproducir. El objetivo es más bien un ambiente más relajado
y casual, parecido al de un partido de fútbol, en el que la
gente grita «J-E-S-U-S» y procura pasar un buen rato. Estos
cambios muestran a quién busca complacer la iglesia.

Minimizando la impiedad del mundo


Cuando la iglesia sensible al buscador rebaja el estándar
de santidad dentro suyo, el siguiente paso es elevar el nivel
de bondad de los que están fuera. Cuando se hace difícil
distinguir entre la cultura de la iglesia y la cultura del mundo,
la iglesia pronto considerará que la humanidad es
básicamente buena. El gran problema de la sociedad no es
el pecado, sino el hambre y otras cuestiones sociales. El
mundo ya no necesita que Cristo sea un redentor que salve
a la humanidad de su depravación, sino que Cristo sea el
gran ejemplo que alivie a los oprimidos, desfavorecidos,
enfermos y hambrientos. La misión de la iglesia pasa de
redimir a los pecadores a redimir la cultura.
Las iglesias que ponen al hombre por encima de Dios,
finalmente predicarán un evangelio social antropocéntrico.
Estas iglesias han abandonado la verdad de la Palabra de
Dios, han comprometido la santidad (por ejemplo, aprobando
la homosexualidad) y han eliminado la doctrina de la
depravación al exaltar la bondad de la humanidad. Lo mejor
que pueden hacer estas iglesias liberales a cambio es
ayudar al hombre a ayudarse a sí mismo, ofreciéndole un
poco de orientación moral y unos cuantos platos de sopa
caliente en el camino.

Una advertencia de Charles H. Spurgeon


En 1888, Charles Spurgeon vio que la iglesia de su tiempo
descuidaba su propósito para ampliar su influencia en el
mundo, entonces lanzó esta advertencia:
Los hombres parecieran decir: no tiene caso proseguir al viejo
estilo, trayendo a uno de por aquí y a otro de por allá,
procedentes de la gran masa. Necesitamos una manera más
rápida de hacer las cosas. Esperar hasta que la gente sea
nacida de nuevo, y se vuelva seguidora de Cristo, es un largo
proceso; debemos abolir la separación entre regenerados y no
regenerados. Vengan a la iglesia, todos ustedes, convertidos e
inconversos. Puesto que ustedes tienen buenos deseos y
buenas resoluciones, eso será suficiente; no se preocupen por
algo más. Es cierto que no creen en el Evangelio, pero
nosotros tampoco creemos. Ustedes creen en una cosa u otra.
Vengan, si no creen en nada, no importa; su «duda honesta»
es mucho mejor que la fe. «Pero» —dirás— «nadie habla así».
Posiblemente no usen las mismas palabras, pero este es el
significado real de la religión del presente día; esta es la
tendencia de los tiempos. Yo puedo justificar esta amplia
afirmación que estoy haciendo, basándome en la acción o en el
lenguaje de ciertos ministros, que están traicionando
arteramente nuestra santa religión bajo la pretensión de
adaptarla a esta era progresiva. El nuevo plan es asimilar la
iglesia al mundo, y de esta manera incluir un área más extensa
dentro de sus límites. Mediante actuaciones semidramáticas
hacen que las casas de oración se asemejen a un teatro;
convierten sus servicios en exhibiciones musicales, y
transforman sus sermones en arengas políticas o ensayos
filosóficos; de hecho, convierten al templo en un teatro, y a los
ministros de Dios en actores cuyo oficio es divertir a los
hombres.
¿Acaso no es cierto que el día del Señor se está volviendo
cada vez más un día de recreación u holgazanería, y la casa
del Señor es, ya sea un templo lleno de ídolos, o un club
político, donde hay más entusiasmo por un partido que celo por
Dios? ¡Ay de mí! Los vallados están aportillados, derribados
son sus muros, y para muchos, a partir de este momento, no
hay iglesia excepto como una porción del mundo, y no hay Dios
excepto como una fuerza imposible de conocer por la cual
operan las leyes de la naturaleza.[40]
Por favor, ¡No me malinterpreten! Hacer actividades de
alcance a la comunidad, invitar a los no creyentes a la
iglesia, actividades sociales, los jeans, las instalaciones
modernas y los capuchinos no son cosas malas en sí
mismas. Una iglesia no debe ser juzgada por si tiene o no
un campanario. Revisar tradiciones anticuadas y hacer
cambios que ayuden a dar la bienvenida a los visitantes
puede ser algo positivo. Ayudar a los necesitados es digno,
y todas las iglesias deberían evangelizar a los perdidos.
Además, ¿qué persona que asiste a la iglesia tendría
problemas con una buena taza de café?
Sin embargo, el problema surge cuando las iglesias se
preocupan más por el marketing y la creación de una
imagen (creando una impresión estética que atraiga los
cinco sentidos) que por buscar ser conocidos como
columna y baluarte de la verdad. La preocupación es
cuando la iglesia se centra más en la creación de una
imagen basada en la estética exterior (es decir, los
edificios, el estilo de música, la coreografía y la puesta en
escena del servicio) que en construir una reputación
basada en la belleza interna de la santidad. Cuando la
iglesia le resta importancia a su papel como medio de
santificación de los santos y seculariza lo que debe ser
santo para hacer el evangelio más atractivo al mundo, corre
el peligro de perder de vista su verdadero propósito: la gloria
de Dios.

La Iglesia no debe imitar al mundo


John MacArthur nos recuerda que la «Mundanalidad es el
pecado de permitir que los apetitos, ambiciones, o la
conducta de uno sean moldeados de acuerdo con los
valores terrenales».[41] Por eso, cuando la iglesia
deliberadamente corre tras las tendencias e influencias del
mundo para ganar la aprobación del mundo, se convierte en
mundana.
Lo que el mundo necesita no es otra iglesia mundana. La
iglesia no necesita añadir mezcla de Kool-Aid a las aguas
vivas para endulzar su atractivo. Añadir endulzante al
evangelio no solo deshonra a Cristo, sino que no puede
satisfacer a los que están verdaderamente sedientos. Los
enfermos, los afligidos, los moribundos y los que se saben
perdidos no buscan un cristianismo cool o un mensaje
contextualizado que encaje en la cultura de Hollywood, sino
un evangelio serio, sincero y sin adornos. El antiguo y
sencillo evangelio sigue siendo relevante para los que
perecen y sigue conectando a los que son vivificados por el
Espíritu para poner su confianza en Cristo Jesús.

La santidad interior afecta las apariencias


externas
Vestirse informal o de traje no es el verdadero asunto, y el
legalismo y el ascetismo no son la respuesta. Equiparar la
vestimenta puritana y la himnología tradicional con la
santidad no es bíblico, y tratar de despojar a la Iglesia de
todas las influencias culturales es una locura.
El legalismo no es la respuesta a la mundanidad. La
santidad no proviene del exterior de la persona; más bien, la
santidad surge del interior (Mat. 23:25-26). Las iglesias que
tratan de establecer la santidad desde el exterior imponiendo
normas estrictas solo producen orgullo y arrogancia entre
sus miembros. La imposición de leyes externas nunca
puede cambiar el corazón. En cambio, la verdadera santidad
viene de arriba por medio del Espíritu quien aplica la verdad
de la Palabra de Dios al corazón. He aquí por qué las
iglesias deben tratar de limpiar el interior de la copa antes de
centrarse en la limpieza del exterior (Mat. 23:26).
Las iglesias que se enorgullecen de su estricto código de
vestimenta (o las que buscan deliberadamente tener un
aspecto anticuado y fuera de moda) corren el peligro de
hacer lo mismo que las iglesias que buscan hacerse notar
por ser modernas y estar a la moda: ambas se centran en lo
externo. Y cuando el enfoque se centra en lo externo, esto
demuestra a quién busca complacer la iglesia: al hombre.
Buscar la santidad no consiste tanto en regular lo externo
(trajes o camisas) sino en centrarse en la devoción interior y
el amor que la iglesia tiene por Dios. Sin embargo, nuestra
devoción a Dios se reflejará en nuestro comportamiento
externo y nuestra vestimenta. La santidad interna del
corazón se hace evidente. Cuando los cristianos son
transformados por dentro, los demás lo notarán por su
conducta. A medida que los cristianos se ocupen más en las
cosas de Dios, se preocuparán menos por las cosas del
mundo (1 Jua. 2:15-17). Cuando las mujeres cristianas
desean agradar a Dios, naturalmente querrán vestirse con
modestia (1 Tim. 2:9). En otras palabras, cuando la santidad
aumenta, la mundanalidad disminuye.
En este sentido, las apariencias externas importan. Por
ejemplo, Pedro afirma que la belleza que las mujeres
piadosas deben tratar de exhibir no es una belleza exterior
que consista meramente en ropa cara e impresionante, sino
una belleza interior que consiste en un espíritu tierno y
sereno (1 Ped. 3:3-4). Pablo incluso muestra que la
inmodestia y la apariencia inapropiada pueden distraer a
otros de poder ver la belleza interna oculta en el corazón de
la persona (1 Tim. 2:9-10). Cuando las mujeres cristianas
deciden cómo vestirse, deben examinar sus motivaciones y
preguntarse a quién quieren complacer y hacia qué quieren
atraer la atención de los demás: ¿a su belleza exterior o a la
interior?
¿Por qué querría una iglesia local ser conocida como «la
iglesia que sigue las últimas tendencias»? Esto es poner el
foco en algo equivocado. La reputación que toda iglesia
debe desear es la de unidad, santidad y verdad. No parece
razonable que una iglesia que intenta promover la belleza
interior de la santidad entre sus miembros busque también
una imagen exterior que corresponda a la vanidad de las
costumbres cambiantes de una cultura cada vez más
secular. Que vivamos en la Feria de la Vanidad no significa
que tengamos que parecernos a la Feria de la Vanidad para
advertir a los amantes de la Feria de la Vanidad que
abandonen la Feria de la Vanidad.

Motivaciones
Una vez más, ¡no me malinterpreten! La respuesta no es
que la Iglesia se aleje de todas las influencias culturales y
elimine cualquier preocupación por la estética exterior. Esto
no solo es imposible, sino que además no es el verdadero
tema central. Por ejemplo, cuando Pablo instó a las mujeres
piadosas a preocuparse más por mostrar su belleza interior
que su belleza exterior, no estaba sugiriendo que dejaran de
peinarse y eliminaran toda consideración de su aspecto
exterior. De la misma manera, hay un lugar para el
embellecimiento de las instalaciones de la iglesia, para tocar
los instrumentos musicales con habilidad y para vestirse
adecuadamente para el culto. Sin embargo, estas cosas
externas no deben eclipsar o distraer a los demás de lo que
es importante: el evangelio de Jesucristo.
Las iglesias con diferentes características demográficas
naturalmente tendrán un aspecto diferente. Una mega-
iglesia en Seattle puede no parecerse a una pequeña iglesia
rural en Mississippi, pero ninguna de las dos debería tratar
de distinguirse por su apariencia externa. Una iglesia
vaquera, una iglesia hipster, una iglesia para oficinistas o
una iglesia para obreros pueden ser atractivas para grupos
específicos de personas, pero esa marca pone el foco en lo
que no es.
Por lo tanto, la verdadera cuestión aquí es la motivación
que hay detrás de ese marketing y esa estrategia de marca.
¿Cuál es la razón por la que la iglesia quiere apelar a los
sentidos físicos de la gente? ¿Intentan honrar a Cristo, o
pretenden obtener una mayor audiencia recurriendo al
deseo de la gente de entretenerse y tener sus sentidos
físicos estimulados por una experiencia multisensorial? ¿Por
qué una iglesia trataría deliberadamente de adornar el
glorioso evangelio con imágenes que son culturalmente
conocidas (incluso por los perdidos) por ser atrevidas,
arriesgadas y tabú? Las iglesias también deben cuidar que
sus motivaciones no estén impulsadas por un deseo oculto
de escandalizar a los conservadores, fundamentalistas y
tradicionalistas apelando al natural espíritu rebelde del
hombre perdido.

Romper las barreras culturales


Es necesario construir un puente y tender la mano con amor.
Pero la mejor manera de romper las barreras culturales y
conectar con los pecadores es presentar un evangelio claro
expresado con amor, sinceridad y humildad. El método
bíblico para atraer a los pecadores a Cristo y Su Iglesia no
consiste en estrategias superficiales de marketing, sino
mostrar su unidad, santidad y verdad. Quienes están fuera
de la Iglesia deben ver en ella algo que no tienen, algo que
envidian, algo que necesitan y algo que Hollywood no puede
ofrecerles: la santidad que solo viene por el glorioso
evangelio de Jesucristo.
La verdad y la santidad son relevantes para toda persona
y trascienden todas las barreras culturales. El hombre está
buscando universalmente un remedio para su culpa, por eso
el evangelio puede conectar con todo tipo de pecadores,
porque es la única cura real para una conciencia
contaminada. Esta es una buena noticia para la Iglesia y el
cristiano. La Iglesia no tiene que ser una iglesia vaquera o
hipster para alcanzar, entender y conectar efectivamente
con los vaqueros o los hipsters. El cristiano no debe vestirse
intencionadamente como un geek para testificar a los nerds
ni cubrirse el cuerpo con tinta para ser un evangelista eficaz
en el centro de la ciudad. Si llevas botas vaqueras, bien, o si
llevas chanclas, bien; lo importante es no buscar una
atención innecesaria a tu aspecto exterior y asegurarte de
llevar el evangelio a todas las personas con amor y
humildad. Si las personas te rechazan, no será porque se
hayan ofendido por tu apariencia externa, sino porque se
han ofendido ante tu Maestro (Jua. 15:20).

Conclusión
No es necesario que la Iglesia trate de re-empaquetar el
evangelio en una envoltura secular para que el Amado sea
más atractivo y aceptable a la cultura secular. La marca
distintiva de toda iglesia verdadera no debe ser sus
instalaciones, sus programas por edades, su estilo de
música o cualquier otra cuestión secundaria. La marca
distintiva de toda iglesia verdadera debe ser la verdad.
Alcanzar la cultura es un buen objetivo, pero no debe
convertirse en el objetivo principal. Cuando esto sucede, la
iglesia no puede alcanzar eficazmente la cultura. Un
testimonio a medias es lo último que el mundo necesita. Más
bien, la Escritura enseña que el objetivo de la Iglesia debe
ser la búsqueda del Dios santo. Cuanto más duro y rápido
corra la Iglesia en pos de Dios (a través de la verdad), más
brillará su iluminación espiritual en este mundo impío y
secular. Solo cuando la Iglesia es cristocéntrica y no se
avergüenza de todo el consejo de Dios es una luz verdadera
en el mundo.
Preguntas de Estudio

1. ¿De qué manera las iglesias locales están tentadas a


perder el enfoque de su propósito en su intento de
alcanzar la cultura?

2. ¿De qué manera ve usted que las iglesias locales


comprometen su testimonio para ampliar su
atractivo?

3. ¿Por qué es importante que las iglesias locales se


centren en Dios en su intento de alcanzar a las
personas?

4. ¿Por qué es más importante la santidad que ser


atractivos?

5. ¿Por qué la santidad afecta nuestras acciones


externas?

6. ¿Importan las apariencias?

7. ¿Por qué la iglesia local debe estar centrada en


Dios?
Capítulo 9

La Enseñanza de la Iglesia
Gran parte del cristianismo contemporáneo ha abandonado
sus raíces y se ha vuelto abiertamente no confesional. Las
iglesias ya no son bautistas, presbiterianas o metodistas,
sino que se han convertido en no confesionales. La Primera
Iglesia Bautista ha cambiado su nombre por el de El Viaje, y
la Iglesia Bíblica se ha convertido en la Iglesia Vida Nueva.
La Iglesia sobre la Roca salió de las Asambleas de Dios,
pero ¿quién lo sabe? Con el fin de crecer y ser incluyentes,
las iglesias tienen miedo de definirse a sí mismas y decir a
la gente en qué creen. La ambigüedad doctrinal ha
sustituido las antiguas confesiones de fe, y el cristianismo
contemporáneo parece contentarse en identificarse
únicamente con generalidades imprecisas. La meta es
experimentar a Jesús y encontrar el significado y propósito
personal sin ninguna definición clara. Esta nueva actitud se
ve reflejada en esta declaración que alguien publicó en
Facebook:
La teología y la doctrina son muy raramente (si es que lo son)
amigas de Jesús. Tienen buenas intenciones, pero al enemigo
no hay nada que le guste más que hacer que los hijos de Dios
renuncien a una relación de amor vibrante y apasionada con
Jesús y la sustituyan por doctrina y declaraciones escritas. Por
favor, nunca abras la Biblia para buscar que decirle a los
demás sobre lo que crees; abre la Palabra de Dios para
sentarte en Su presencia, hablar con Él y que Él te hable.
Jesús odia ser investigado. Él es una persona y te invita a
conocerlo.
Aunque esto suene espiritual, es ingenuo pensar que es
posible conocer a Cristo experiencialmente sin la doctrina
bíblica. Afirmaciones como esta no solo son ingenuas, sino
que son contradictorias. Los que hacen estas afirmaciones
están haciendo una declaración doctrinal y diciendo a los
demás lo que tienen que creer.
Este intercambio de confesiones por concesiones es la
nueva teología mística del cristianismo actual. Parece que
hay varias razones por las que el cristianismo
contemporáneo ha sustituido sus confesiones doctrinales
por generalidades imprecisas y sueltas: (1) indiferencia, (2)
ignorancia, (3) pragmatismo y (4) misticismo.
De estas cuatro razones, el misticismo es la que
queremos exponer en este capítulo. No es que las otras
tres razones sean irrelevantes, pero parece que el
misticismo es la verdadera raíz detrás de las otras tres. Sin
embargo, antes de abordar el misticismo, destaquemos
rápidamente las tres primeras razones por las que las
confesiones han desaparecido del cristianismo
contemporáneo.

1. Indiferencia
Algunos cristianos no ven valor alguno en las confesiones
de fe. No es que estos creyentes estén en contra de las
confesiones, sino que no les han dado mucha importancia.
La idea es la siguiente: la doctrina no es tan importante
mientras la gente ame a Jesús. Cuando buscan una nueva
iglesia a donde ir, los de este grupo no se preocupan tanto
por las normas doctrinales de la iglesia como por conocer
los programas para niños y el estilo musical del culto. Para
ellos, lo que caracteriza a una buena iglesia no son sus
creencias, sino sus atractivos programas.

2. Ignorancia
Generalmente este grupo se compone de aquellos que se
enorgullecen de hacer de la Biblia su confesión de fe
preferida. Su credo es «No hay más credo que la Biblia».
Aquellos que se enorgullecen de este tipo de posición anti-
credo piensan que un credo o confesión suplanta la Palabra
de Dios como autoridad suprema de fe y práctica. Este
punto de vista puede provenir de un corazón bien
intencionado, pero también proviene de una mente
desinformada. Como B. H. Carroll explicó: «Nunca ha
habido un hombre en el mundo sin un credo. ¿Qué es un
credo? Un Credo es lo que crees. ¿Qué es una confesión?
Es una declaración de lo que crees. Esa declaración puede
ser oral o escrita, pero el credo está ahí explícito o
implícito».[42]
El punto de Carroll es que es imposible no tener un credo
o confesión. El hecho de que una iglesia se niegue a
adoptar una confesión o poner sus creencias por escrito no
significa que no tenga credo, en el sentido de que tienen su
propia interpretación de las Escrituras. Decir: «No tengo
más credo que la Biblia», es como decir: «Mi único credo es
mi comprensión de la Biblia», y a la vez negarse a elaborar
su comprensión de la Biblia. El hecho de que la Iglesia sea
comisionada a predicar y enseñar la Biblia es evidencia de
que la Iglesia debe dar a conocer a todos su interpretación
de la Biblia.
3. Pragmatismo
Otra razón por la que las iglesias no quieren definirse
doctrinalmente es porque se piensa que las confesiones
públicas son demasiado restrictivas. Las confesiones
quedan guardadas porque el objetivo es crecer. Así,
mientras más incluyente sea la iglesia, mejor. Para
acomodarse al objetivo actual, el credo de la iglesia es
ahora «Mentes, corazones y puertas abiertos». Este credo
es incluyente y no excluye a ninguna persona religiosa. Este
tipo de apertura ecuménica proviene de un rechazo a tomar
una postura pública en favor de la verdad.
Que una iglesia diga que tiene la «mente abierta» es
decir que todavía no ha llegado a ninguna conclusión. Todos
los visitantes, con sus diversas opiniones y estilos de vida,
son bienvenidos a participar en la conversación en curso.
Por ejemplo, confirmar y exponer la depravación del hombre
puede ofender a los buscadores e impedirles venir a la
iglesia y experimentar a Jesús en la adoración. Resulta
entonces mejor minimizar la verdad doctrinal y mantener el
amor (una emoción subjetiva) y un Jesús impreciso como
punto central. Estos fines pragmáticos, en sus mentes, son
la mejor manera de hacer crecer la iglesia y conectar a la
gente con el amor de Jesús.
Dado que la sanidad doctrinal no es una prioridad para la
mayoría de las personas que van a la iglesia, las iglesias se
niegan intencionalmente a hacer de la sana doctrina su
prioridad. Tristemente, menos verdad significa más gente. Y
como el objetivo primordial es crecer numéricamente, esas
iglesias se contentan con confesar lo menos posible para
mantenerse dentro de los límites de la ortodoxia cristiana.
4. Misticismo
Uno de los principales problemas, si no el principal, del
cristianismo anticonfesional actual es el misticismo. El
misticismo es un intento de hallar significado sin
definiciones. Busca una experiencia existencial de auto-
validación y una experiencia personal que «me hable» fuera
de las Escrituras. Debido al deseo de algo nuevo o
directamente personal, los buscadores no buscan
instrucción doctrinal.
Para que las iglesias traigan a los buscadores incrédulos
(que no están interesados en conocer y obedecer a Dios) a
una experiencia de adoración, necesitan quitar el enfoque
de la verdad de las Escrituras, pues los incrédulos pueden
disfrutar de la adoración mientras no sepan a quién y qué
están adorando. Y si las iglesias pueden mantener el
enfoque en las emociones del adorador, entonces los
adoradores incrédulos pueden adorar sin creer.
No hace falta que haya ningún fundamento doctrinal tras
la emoción, siempre que las emociones sean auténticas.
Cuando se utilizan palabras, lo importante no es su
significado objetivo, sino sus connotaciones subjetivas.
Términos religiosos ambiguos como Dios, Espíritu, Jesús e
incluso la palabra evangelio están bien mientras no estén
claramente definidos. Es mejor permitir que los asistentes
se sientan espirituales sin tener que pensar en sentirse
poco espirituales por haberse visto obligados a pensar. Si
las palabras utilizadas en el culto siguen siendo ambiguas,
los asistentes pueden experimentar un momento
trascendente sin tener que enfrentarse a un Dios santo
mientras permanecen en sus pecados. Una vez más,
cuanto más espirituales, trascendentes, místicas y
ambiguas sean las letras de las canciones y el sermón, más
probabilidades habrá de estimular una experiencia
emocional e inefable para el asistente.
El objetivo de estos adoradores comienza como un
deseo de tener una conexión espiritual con Dios, pero se
busca más la experiencia que a Dios mismo. «Aquí estoy
para adorar», como dice la canción, podría llevar a este tipo
de enfoque propio. Es este impulso y deseo de una
experiencia mística hoy lo que actúa como una nube espesa
y oscura que se filtra en las grietas de la iglesia
contemporánea con el anuncio de provocar un culto
«auténtico». En resumen, para que el misticismo funcione,
la enseñanza doctrinal clara debe quedar como una cosa
del pasado.

La naturaleza del misticismo


El misticismo puede parecer un tema misterioso y difícil de
entender, pero los principios básicos del misticismo son
sencillos. En todas las distintas formas de misticismo, hay
tres ideas básicas:
1. La realidad última es inefable o incognoscible
(trasciende el lenguaje humano y el pensamiento
racional).
2. La única manera de conocer esta realidad última
es mediante alguna forma de experiencia
existencial (por experiencia existencial me refiero
a una experiencia que trasciende el proceso
racional del pensamiento cognitivo).
3. Una vez que los místicos o adoradores han
experimentado la realidad última, les resulta
imposible comunicar o compartir esta experiencia
con los demás, ya que sigue siendo inefable, por
tanto, misteriosa. Los diferentes tipos de
misticismo tienen diferentes etiquetas para esta
«realidad última» y varios métodos para lograr esta
experiencia existencial, pero todos buscan alguna
forma de conexión con la realidad última que
trasciende el proceso de pensamiento cognitivo.
La conclusión es que el misticismo permite al adorador o
al buscador religioso tener una experiencia sin tener que
respaldarla objetivamente con las Escrituras.

La influencia del misticismo


La iglesia emergente no es más que una forma de
misticismo, un intento de encontrar significado sin absolutos.
Es ingenuo pensar que el resto del cristianismo no ha sido
influenciado por el misticismo. Las iglesias alrededor del
mundo se han alejado de la experiencia basada en la
doctrina para acercarse a la experiencia basada en el
misticismo. Los sermones se han alejado de la teología
(cómo conocer y amar a Dios) para convertirse en
discursos motivacionales (cómo tener tu mejor vida ahora).
Cuando se utilizan términos teológicos, siguen siendo
ambiguos y están sujetos a diversas interpretaciones. La
música tiene ahora prioridad sobre la predicación. Las
letras ricas y doctrinales de los himnos antiguos que se
centran en la obra de Cristo han sido reemplazadas por
unas pocas palabras superficiales y repetitivas que se
centran en las emociones del adorador. La adoración
contemporánea consiste principalmente en individuos que
se sumergen en sus propios afectos y amor hacia un Dios
ambiguo, en lugar de una la iglesia que alaba
corporativamente al Dios de la Biblia por su amor como se
manifiesta en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
La razón por la que el misticismo es tan popular en las
iglesias no es necesariamente porque ofrezca sentido y
esperanza en un clima postmoderno de falta de sentido y
desesperación, sino porque puede hacer que personas
poco espirituales se sientan espirituales. Estas experiencias
místicas son reales para el adorador y fácilmente creadas
por el equipo de adoración. Bajar las luces, hacer que la
gente se emocione con el ritmo de la música, introducir
algunos términos religiosos, centrar la atención en las
emociones del asistente, y listo, la gente se siente espiritual.
Otra razón por la que el misticismo funciona es que el
hombre es religioso por naturaleza y tiene un deseo innato
de adorar. Si se crea la atmósfera adecuada y se les da a
los paganos un ídolo (o a los estadounidenses un Jesús
genial), ellos adorarán. Para ser testigo de esta adoración
superficial, todo lo que tienes que hacer es seguir a tus
amigos inconversos a la iglesia y verlos levantar sus manos
mientras se pierden en el acto de adoración. Esto no quiere
decir que el verdadero cristiano en la misma banca no esté
adorando al verdadero Señor Jesús. Pero la simple
manipulación de la atmósfera puede crear la falsa adoración
de la persona a su lado. Si se retiene la teología y se le da a
las personas emocionalismo, disfrutarán de una experiencia
mística que se siente espiritual.

La corrección para el misticismo


Por supuesto, hay algunos paralelismos entre la teología
mística y el cristianismo bíblico. Un conocimiento salvador
del Señor Jesucristo incluye más que una comprensión
cognitiva de las verdades bíblicas (Stg. 2:19). Por fe, las
personas experimentan un conocimiento personal del Señor
Jesús (Efe. 3:14-19). Este conocimiento salvador produce
un amor, gozo y paz sin igual. Además, este conocimiento
experiencial de Cristo Jesús solo se consigue mediante
iluminación espiritual. Por lo tanto, el conocimiento personal
del Señor es incomunicable, ya que es imposible compartir
nuestro conocimiento experiencial de Cristo con los demás.
Dicho esto, el cristianismo bíblico no es misticismo. La
diferencia fundamental es que la fe salvadora y el
conocimiento experiencial de Cristo no provienen de una
experiencia existencial que trasciende el pensamiento
cognitivo y racional. No hay un salto de fe hacia la
oscuridad, sino un salto de fe hacia la luz de la Palabra de
Dios. La fe que salva solo viene por el oír, y el oír solo viene
por la Palabra de Dios articulada y proclamada claramente
(Rom. 10:17). Conocer a Cristo inicialmente y crecer en el
conocimiento del Señor requiere del conocimiento de las
Escrituras (Jua. 17:17). La doctrina, incluso la más
profunda, es vital para la vida cristiana (2 Tes. 2:13). La
doctrina, además, simplemente significa enseñanza bíblica.
Por lo tanto, si la Iglesia quiere ayudar a las personas en la
adoración y el crecimiento espiritual, entonces pondrá el
enfoque en la enseñanza de la Palabra escrita de Dios.
El error del misticismo es que se basa en la falsa
suposición de que Dios es inefable e incognoscible. Sí,
estamos limitados porque somos finitos, pero esto no
excluye la posibilidad de una comunicación divina entre Dios
y el hombre. En primer lugar, el hombre ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios, lo que proporciona un terreno
común entre el Dios infinito y el hombre finito. Gracias a
este terreno común, no solo el hombre puede comunicarse
con Dios, sino que Dios puede comunicarse con el hombre.
En segundo lugar, Dios se ha comunicado al hombre en una
revelación natural y otra especial (Sal. 19:1-6).
Por lo tanto, Dios no es imposible de conocer. Además, la
revelación divina es universalmente comprensible, dejando a
todos sin excusa (Rom. 1:20).
¿Y qué hay de los efectos noéticos [43] de la caída, los
resultados de la depravación en la mente? ¿No dice la
Escritura que el hombre natural es incapaz de discernir la
verdad espiritual (1 Cor. 2:14)? Sí, el hombre caído se ha
alejado de la vida de Dios y no tiene conocimiento personal
de Él. Como consecuencia de la depravación de su
corazón, el hombre seguirá siendo incapaz y no estará
dispuesto a poner su fe y confianza en Dios. Pero esto no
significa que el hombre caído no pueda comprender
racionalmente las verdades bíblicas. La Biblia no es
irracional ni contraria a la percepción de los sentidos. De
hecho, la cosmovisión bíblica es la única que da sentido a la
realidad que perciben los sentidos empíricos. Es la única
cosmovisión consistente racionalmente consigo misma.
El problema del hombre caído no es la falta de evidencia
o la falta de comprensión de la verdad, sino la ausencia de
aprecio y amor por la verdad. La luz ha venido al mundo, y la
Biblia dice que el hombre amó más las tinieblas que la luz
(Jua. 3:19). El problema del pensamiento del hombre radica
en su negativa a someterse, no en la falta de pruebas. El
hombre se ama a sí mismo. El hombre ama su noción de
aparente autonomía. El hombre ama su pecado. Por esto el
hombre prefiere creer una mentira o aceptar una
cosmovisión incoherente que someterse a un Dios santo (2
Tes. 2:10-11). El hombre está atado a su corazón
depravado. Esta falta de sumisión es el problema, por lo que
el Señor dijo que, aunque una persona resucitara de entre
los muertos, no lograría convencer al pecador de que se
arrepienta (Luc. 16:31).
El punto es que la revelación divina es eficaz para
comunicar la verdad al hombre caído, aunque no la acepte.
El conocimiento y el rechazo de la verdad por parte del
hombre será lo que lo condene en el día del juicio.

Una defensa a favor de las confesiones


El remedio para el misticismo no es eliminar las emociones
y experiencias de la fe cristiana. Esto llevaría de hecho a
una ortodoxia muerta. Las emociones son vitales para la fe
cristiana, y no hay salvación sin un conocimiento
experiencial de Cristo. También los cantos de alabanza
tienen su lugar para expresar las emociones del adorador.
A pesar de ello, la respuesta al misticismo es asegurarse
de que nuestras experiencias y emociones estén
fundamentadas en la verdad bíblica, porque Dios ha
escogido cambiar el corazón por medio de la verdad. No
hay encuentro personal con Dios sin la verdad.
Una vez más, mi principal preocupación aquí es llamar la
atención sobre el popular misticismo centrado en el yo de
nuestros días. Hay un lugar necesario, en todos nuestros
caminos, para una experiencia mística de la verdad y de
Cristo, guiada por el Espíritu, que fluye en armonía con la
Escritura, pero nunca fuera o en contradicción con ella. La
respuesta de nuestros corazones y pensamientos a un tipo
verdadero de misticismo bíblico siempre exalta a Cristo y no
a la experiencia como tal.
Finalmente, aunque todo en el universo está en
movimiento, Dios es constante, porque el gran «YO SOY»
nunca cambia. Dios es el punto de referencia último, y el
Dios absoluto e inmutable ha atravesado el muro
trascendente que separa lo infinito de lo finito y nos ha
hablado claramente en su Palabra, el fundamento de
nuestra fe. Al ser creados a imagen de Dios, somos
receptores apropiados de esta comunicación. Sin embargo,
por la caída, también podemos interpretarla mal. La Biblia
puede ser entendida y malinterpretada, pero la verdad no es
relativa. Antes bien, la verdad y el error son contrarios; una
interpretación de las Escrituras es correcta o incorrecta.
Las personas entienden correctamente el significado de las
Escrituras o no lo entienden.
Dado que la verdad es conocible y absoluta, las
confesiones de fe son aún más importantes. Si fuera
imposible entender la Biblia, o si fuera imposible
malinterpretarla, entonces no sería necesaria una confesión
de fe. Pero viendo que hay interpretaciones correctas e
incorrectas, es esencial saber lo que cree una iglesia para
comparar su confesión con la Palabra de Dios. Todo
miembro o aspirante a miembro de una iglesia tiene derecho
a saber cómo esa iglesia interpreta la Escritura. Con todas
las falsas enseñanzas que circulan no basta con que las
iglesias digan que creen en la Biblia o simplemente que
aman a Jesús. Ese tipo de confesión genérica dice poco.
Es la verdad la que salva, y es la verdad la que santifica. Es
tiempo de que la iglesia local deje de esconderse detrás de
generalidades ambiguas y términos religiosos imprecisos en
aras de experiencias místicas infundadas; es tiempo de
empezar a decir claramente lo que creemos.
Preguntas de Estudio

1. ¿Cuáles son las cuatro razones señaladas en este


capítulo sobre por qué las iglesias minimizan la
doctrina?

2. ¿Por qué el pragmatismo es un problema en las


iglesias?

3. ¿Por qué es imposible que los creyentes y las


iglesias no tengan una profesión de fe?

4. ¿Qué es el misticismo?

5. ¿Por qué el misticismo es una amenaza para la sana


doctrina?

6. ¿Por qué es tan atractivo el misticismo?

7. ¿Por qué las iglesias deben confesar lo que creen?

8. ¿Por qué son importantes las declaraciones


confesionales?
P 4

La Adoración de la Iglesia

Dios es espíritu, y los que le adoran


deben adorarle en espíritu y en verdad.
Juan 4:24
Capítulo 10

Teología de la Adoración
Dado que el propósito de la Iglesia es promover la madurez
por medio de la unidad, la santidad y la verdad, entonces las
actividades y funciones específicas de la Iglesia deben
centrarse en lograr estos objetivos más amplios. Sin
embargo, muchas iglesias se han desviado en este aspecto.
Se ha quitado el énfasis de estos objetivos bíblicos y se ha
puesto en cuestiones secundarias o, peor aún, centradas
en el hombre. El crecimiento numérico se ha convertido
frecuentemente en algo de primera importancia, se hace lo
que sea para llenar sillas de las iglesias sin ninguna
consideración de una base bíblica. Al hacerlo, muchas
iglesias han abandonado el modelo bíblico y en su lugar se
han vuelto pragmáticas, relativistas, comerciales y
orientadas al consumidor.
Este tipo de filosofía de «el fin justifica los medios»
reduce a la iglesia a nada más que un negocio sin poder.
Las actividades desmesuradas, basadas en la edad, que
desconectan a la familia y crean «una experiencia de
adoración personal y dinámica», deben ser entregadas tal y
como se publicitan. ¿Por qué se ha hecho tan popular este
modelo? Porque es lo que buscan los asistentes de hoy,
quienes tienen un estilo vida repleto de ocupaciones.
Lamentablemente, muchas personas eligen una iglesia no
por su fidelidad a las Escrituras y ni por la unidad y
semejanza con Cristo de sus miembros (sin importar el
tamaño), sino por el estilo musical del culto y el número de
programas y actividades sociales que se ofrecen. Las
personas buscan conexiones sociales y por eso se sienten
atraídas por las iglesias con el mayor número de personas.
Los padres deciden no elegir cierta iglesia bajo el pretexto
de querer lo mejor para sus hijos. Y así va el mercado de un
buffet de opciones eclesiásticas y el afán por ofrecer la
siguiente técnica atractiva. Estas iglesias sensibles a los
buscadores han recurrido a dar a la gente lo que quiere, no
lo que necesita. Han sustituido el intento de agradar a Dios
por la trampa de agradar a los hombres. Estas iglesias
funcionan más bien como un negocio, y están dispuestas a
suministrar todo lo que se demande.
La iglesia primitiva tenía un enfoque mucho más sencillo
al centrarse en la predicación de la Palabra, la comunión y
la oración (Hch. 2:42). Por muy poco dramático que pueda
sonar a oídos modernos, esto es lo que la iglesia primitiva
procuraba hacer. Sustituir estos objetivos bíblicos por
intereses secundarios o centrados en el hombre solo puede
dar lugar a un cristianismo nominal.
Para entender por qué la Iglesia debe adorar a Dios a
través de los medios establecidos, es importante entender
cómo funciona la adoración. En última instancia, lo que
determina la forma en que una iglesia intenta adorar a Dios
es la teología de la Iglesia.
En otras palabras, aunque la composición cultural y
demográfica de una congregación puede influenciar su
adoración, la característica principal que da forma a la
adoración es la teología de la Iglesia. Toda iglesia tiene
creencias fundamentales sobre Dios, la salvación y el
hombre. Incluso la mala teología sigue siendo teología, y la
teología de cada iglesia moldea su adoración.
El culto católico romano se centra en la misa porque la
teología católica de la salvación se basa en los
sacramentos. La teología de Charles Finney llevó a muchos
en la iglesia a cambiar de una adoración orientada a la
Palabra a un servicio impulsado por las emociones. ¿Por
qué? Porque, según Finney, la salvación era el resultado de
la persuasión y la atracción emocional. Asimismo, el
pragmatismo es la teología que en el fondo impulsa a la
iglesia sensible al buscador. Las exigencias del consumidor
han hecho que la iglesia convierta su culto en una forma de
entretenimiento con una lección terapéutica y motivadora.
La creatividad en el culto, que la iglesia emergente enfatiza,
se basa en una teología siempre cambiante que no contiene
absolutos.
La conclusión es que la teología es importante cuando se
trata de la adoración. Aprendemos lo que una iglesia cree
sobre Dios, el hombre y la salvación por la forma en que
esa iglesia adora a Dios. Por ello la Iglesia necesita adorar
de una manera que refleje una sólida teología de la
adoración. Si la Iglesia desea adorar a Dios, es fundamental
que conozca primero lo que es la adoración bíblica.

La adoración viene de Dios


La adoración es rendir a Dios la gloria (valor), el honor y la
alabanza debidos a Su Nombre. Sin embargo, tal adoración
es imposible desde un corazón incrédulo y una mente no
iluminada. Antes de que cualquiera pueda adorar a Dios
adecuadamente, debe conocer a Dios.
Por lo tanto, el hombre nunca adorará a Dios de forma
aceptable sin la revelación divina; el hombre nunca adorará
a Dios de forma aceptable sino cuenta con la revelación
divina. Solo después que el hombre pueda ver quién es Dios
verdaderamente y se le dé un corazón para temerlo, amarlo
y apreciarlo, se someterá y dedicará verdaderamente su
vida y alabanza a Dios. Esta adoración iniciada por Dios
significa que donde no hay revelación y conocimiento de
Dios, no hay verdadera adoración a Dios (Jua. 4:22),
porque sin una sana teología, la adoración es idolatría.
A su vez, cuanto más conocemos a Dios, más profunda
será nuestra adoración a Dios. Al final, Dios debe revelarse
primero antes de que el hombre adore verdaderamente a
Dios. La adoración es siempre una respuesta a la verdad
que Dios ha revelado sobre sí mismo en Su Palabra.

La adoración es a través de Cristo


La adoración viene de Dios, y Dios ha escogido revelarse
solo a través de Cristo. Nuestro conocimiento de Dios nos
llega a través de la persona de Su Hijo, Jesucristo (2 Cor.
4:4). Además, debido a la impureza e indignidad del hombre,
la adoración siempre debe volver a Dios por medio de
Cristo (1 Tim. 2:5). No hay otro camino al Padre sino a
través de la obra expiatoria del Señor Jesucristo.

La adoración es en la Verdad
Cristo nunca se dará a conocer a nosotros sino por medio
de la verdad que se encuentra en la Sagrada Escritura
(Rom. 10:14-15). Si la adoración es resultado del
conocimiento de Dios, entonces la adoración debe estar
fundamentada en la verdad de las Escrituras. La fe está en
el corazón mismo de la adoración, y los adoradores deben
vivir de acuerdo con cada palabra inspirada que ha salido
de la boca de Dios, palabras que están registradas en las
Sagradas Escrituras. Repito, la adoración sin teología es
idolatría.

La adoración es por el Espíritu


Debemos adorar en verdad, pero la verdad nunca penetrará
en el corazón sin la iluminación del Espíritu Santo (1 Cor.
2:10-16). Así, pues, también debemos adorar en el Espíritu.
Sin embargo, el Espíritu nos habla por, en y a través de las
Escrituras. Si la iglesia de hoy anhela escuchar la voz del
Espíritu, entonces debe enseñar las Escrituras. La
adoración en el Espíritu, entonces, debe estar basada en la
verdad de las Escrituras. Por eso, el Espíritu debe
empoderar nuestra adoración si esta pretende ser
aceptable a Dios.

La adoración es con santidad


La verdad iluminada por el Espíritu santifica y cambia el
corazón del adorador (Jua. 17:17). El temor, el amor, la
adoración y la alabanza solo pueden provenir de un corazón
que ha sido purificado por la Palabra de Dios. La adoración
ocurre cuando la mente y el corazón del adorador cambian
de la rebeldía y el orgullo a la sumisión y la humildad. Sin
embargo, la humildad y la devoción provienen solo del
corazón que se renueva y cambia espiritualmente por la
verdad poderosa de la Palabra de Dios. Solo cuando el
adorador ha sido santificado por la Palabra, puede ofrecer
una adoración aceptable a Dios. Sin santidad, la adoración
es vana.
La adoración es a Dios
Únicamente después que los adoradores hayan sido
cambiados, ofrecerán de manera natural, libre y voluntaria
su reverencia, sumisión, alabanza y servicio a Dios (Mat.
16:17). Únicamente después de que se les hayan dado
nuevos ojos para ver la majestuosidad de Dios, verán que
solo Él es digno de toda su alabanza. La adoración viene de
Dios y debe volver a Dios, porque solo a Dios pertenece la
gloria.

Conclusión
En resumen, Dios es el autor, el facilitador y el objeto de
nuestra adoración. No podemos adorar a Dios sin el poder
de Dios. El Espíritu de Dios debe iluminar la verdad del Hijo
de Dios para que podamos dar gloria a Dios. No podemos
adorar a Dios sin adorar en Espíritu y verdad. Si esta es la
teología de la adoración, la forma como funciona la
adoración, entonces es imposible adorar a Dios separados
de la Palabra de Dios.

Preguntas de Estudio

1. ¿Cómo podemos saber en qué cree una iglesia


observando cómo celebra sus cultos?

2. ¿Podemos iniciar la verdadera adoración? ¿Por qué


sí o por qué no?

3. ¿Por qué la verdadera adoración es de Dios?


4. ¿Por qué la adoración aceptable tiene que ser
mediada por Cristo?

5. ¿Qué quiso decir Cristo cuando afirmó que debemos


adorar en verdad?

6. ¿Cómo el Espíritu hace posible la adoración?

7. ¿Podemos adorar a Dios sin santidad?


Capítulo 11

Los Elementos de la Adoración


Dado que la verdadera adoración es la respuesta apropiada
a la Palabra de Dios, no podemos adorar a Dios aparte de
su Palabra. Si no podemos adorar a Dios separados de su
Palabra, entonces no somos libres de inventar nuevos
enfoques para adorar a Dios solo porque ayudan a facilitar
una experiencia emocional. No podemos experimentar
verdaderamente lo que no conocemos, y no podemos
conocer a Dios a menos que Él se nos revele en su
Palabra. La adoración, el temor a Dios, la obediencia y la
alabanza solo provienen de un corazón que ha sido
iluminado por la Palabra de Dios. Por lo tanto, la Palabra de
Dios debe ser el centro de la vida y la adoración de la
Iglesia. En otras palabras, donde la Palabra está ausente,
no hay una verdadera iglesia ni un verdadero culto.
Por eso, la adoración está limitada a los medios divinos
por los que Dios ha prometido comunicarnos Su Palabra.
Estos medios, conocidos como medios ordinarios de
gracia, incluyen la predicación de la Palabra de Dios, la
lectura de la Palabra de Dios, el canto de la Palabra de
Dios, la oración de la Palabra de Dios, ver la Palabra de
Dios en las ordenanzas, y la comunión en torno a la Palabra
de Dios. Y lo único que tienen en común los medios
ordinarios de gracia es que son los medios prescritos que
Dios ha dado a la Iglesia para comunicar su Palabra.
¿Cuáles son, entonces, las verdaderas actividades
bíblicas de la iglesia local? Según las Escrituras, la iglesia
debe reunirse para glorificar a Cristo buscando la unidad, la
santidad y la verdad, centrándose en cinco actividades
sencillas.

1. La adoración a Dios a través de la


predicación de la Palabra
Martyn Lloyd-Jones creía que la predicación no solo es la
tarea principal de la Iglesia, sino que todo lo demás que
realiza la Iglesia es subordinado a esta[44]. Y Juan Calvino
dijo: «La iglesia es edificada únicamente por la predicación
externa, y los santos se mantienen unidos por un solo
vínculo».[45]
Sin embargo, algunas iglesias tienen la impresión de que
el canto (debido al poder que tiene la música sobre nuestras
emociones) es el medio más eficaz para adorar a Dios. El
tiempo que se dedica a los cantos ha aumentado, mientras
que los sermones se han acortado. Hace cuarenta años,
Martyn Lloyd-Jones señaló cómo la Iglesia se alejaba de la
predicación:
Ha sido esclarecedor observar estas cosas; a medida que la
predicación ha ido decayendo, se han enfatizado estas otras
cosas; y se ha hecho de forma bastante deliberada. Es una
parte de esta reacción contra la predicación; y la gente ha
sentido que es más digno prestar esta mayor atención a lo
ceremonial, a la forma y al ritual. Aún peor ha sido el aumento
del elemento de entretenimiento en la adoración pública; el uso
de películas y la introducción de más y más cantos; la lectura
de la Palabra y la oración se acortan drásticamente, pero se
da más y más tiempo al canto.[46]
Es cierto que el canto congregacional es una parte
esencial del culto, pero no debe ser la parte principal del
mismo. Observe cuántas veces en el Nuevo Testamento se
registran las palabras predicar, predicación, enseñar y
enseñanza en comparación con cantar, canto, himnos,
canciones y otras palabras relacionadas. La predicación es
la actividad predominante que Cristo, sus apóstoles y la
iglesia primitiva llevaron a cabo en todo el Nuevo
Testamento. Si las iglesias quieren volver al esquema bíblico
de cómo adorar a Dios, ¡la predicación debe volver a tener
su prioridad bíblica!
¿Por qué las iglesias han retirado su atención de la
predicación y la han puesto en el canto? A menudo es
porque cantar es entretenido y más atractivo para los que
no asisten a la iglesia. Si no es por esta razón, puede ser
que la música pueda crear una experiencia de adoración
tan poderosa para el adorador. La emoción suele elevarse
por encima del conocimiento. Por el contrario, la predicación
bíblica y doctrinal es considerada por muchos como
aburrida y monótona, incluso condenatoria y difícil de
soportar.
Cantar, en cambio, es agradable e incluso emocionante.
La música tiene el poder de crear una experiencia mística
de adoración, incluso para los no creyentes. Es aquí donde
el inconverso puede sentirse a gusto y algo espiritual.
Cuanto más dinámica sea la música y más sentimientos
positivos pueda despertar, mejor. Mediante la música
coreografiada, incluso los no creyentes pueden disfrutar de
una experiencia de adoración dinámica. Este enfoque hace
un mejor trabajo para llenar las sillas, así que ¿por qué no
cambiar?
Cuando se sigue el esquema de las Escrituras, sin
embargo, Dios es más glorificado y los santos son más
edificados si la Palabra de Dios es explicada con precisión
a la mente y aplicada adecuadamente al corazón por el
poder del Espíritu Santo, no por una excitación de las
emociones a través del poder de la música. Lo que se
necesita es una predicación que abra la mente a la sana
doctrina y que llegue al corazón con una aplicación práctica.
La predicación exhibe la gloria de Dios y es el principal
medio que Él ha elegido para salvar a los perdidos y
santificar a los santos (1 Cor. 1:18; Efe. 4:11-15). Una
predicación profunda dará lugar a una adoración profunda.

2. La adoración a Dios por medio de orar la


Palabra
La segunda actividad vital de la Iglesia es la oración
individual y corporativa. La realidad y la vitalidad de una
iglesia es su vida de oración (Mat. 21:13). Donde hay una
iglesia con poca o ninguna oración, hay una iglesia con
poca o ninguna vida.
La falta de oración es la razón por la que las iglesias
pueden volverse tan débiles; la falta de oración es la razón
por la que puede haber tan poca eficacia en el tiempo de la
predicación. Y es por la falta de oración corporativa (y
privada) que las personas tienen oídos insensibles en la
iglesia contemporánea de hoy. La oración es como el cable
eléctrico que se conecta al cielo; sin esta, simplemente no
hay energía. Los bancos de la iglesia pueden estar llenos el
domingo por la mañana, pero mira lo vacíos que están
cuando llega la reunión de oración del miércoles por la
noche.
Si la iglesia dependiera verdaderamente de Dios, dejaría
de hacer encuestas y de consultar a empresas de
marketing, para postrarse delante de Dios en oración
privada y corporativa (Sal. 127:1). Oh, si las iglesias
pudieran comprender la magnitud de la oración, pues no
solo es una buena actividad, sino que es esencial.

3. La adoración a Dios a través de


ver la Palabra en las ordenanzas
A la Iglesia se le han confiado dos ordenanzas bíblicas: el
bautismo de creyentes y la Cena del Señor (1 Cor. 11:26,
Hechos 2:41). El bautismo es un testimonio público de
arrepentimiento de pecados y un acto de obediencia al
Señor. Aunque el bautismo no es esencial para la salvación,
es poco probable que una persona haya nacido
verdaderamente de nuevo sin un deseo ansioso de seguir al
Señor en este primer mandato que Dios da al nuevo
cristiano (Hch. 2:38). El bautismo es una confesión pública
de Cristo (Mat. 10:32-33) que evidencia a la iglesia y al
mundo que ha habido una transformación interna radical. El
bautismo también es un sermón visible, que demuestra la
realidad espiritual de la muerte al pecado y la resurrección a
la vida nueva en Cristo Jesús.
La Cena del Señor es un memorial de la muerte de Cristo
(1 Cor. 11:26). Al igual que el bautismo, la Cena del Señor
es un sermón visible que ilustra una realidad espiritual.
Además, la Cena del Señor no solo representa la muerte de
Cristo, sino que también muestra la comunión espiritual
entre Cristo y Su pueblo. Se le llama Comunión porque
muestra cómo Cristo y su pueblo están unidos en un solo
cuerpo (1 Cor. 10:16). La participación del pan y el vino
ilustra cómo el pueblo de Dios tiene unión y comunión con
Cristo por la fe. El hecho de que el pueblo de Dios participe
colectivamente de los elementos ilustra cómo están
igualmente unidos.

4. La adoración a Dios a través de cantar la


Palabra
Adorar al Señor con canciones es un deseo de los
cristianos impulsado por el Espíritu. Aunque se ha indicado
que la Palabra predicada debe ser el punto central del
servicio de adoración, no se debe minimizar el canto
corporativo de las alabanzas a Dios. La Biblia instruye a la
iglesia para que se dirijan, enseñen y amonesten unos a
otros por medio de salmos, himnos y cánticos espirituales
(Efe. 5:19; Col. 3:16). El canto es un medio maravilloso para
expresar los sentimientos más profundos de gozo,
admiración y alabanza hacia Cristo. Por lo tanto, un servicio
de adoración saludable incluye cantos sinceros, fervientes y
dirigidos por el Espíritu, fundamentados en las gloriosas
verdades de la Palabra de Dios.
Nuevamente, si el objetivo de la Iglesia es glorificar a
Cristo en la promoción de la unidad espiritual, la santidad y
la verdad, entonces nuestra adoración con cantos debe
reflejar ese objetivo. Independientemente del estilo musical
que se utilice en el servicio, las preguntas que hay que
responder son:
1. ¿Son las letras de nuestras canciones
doctrinalmente sólidas y centradas en Cristo?
2. ¿Promueve el estilo musical la participación
corporativa entre los hermanos?
3. ¿Es la manera o el modo en que adoramos
reverente y santo?
Aunque una expresión contemporánea de adoración
puede ser espiritualmente refrescante, la adoración que se
dirige a un Dios santo nunca debe ser impulsada por nuestra
cultura secular (Lev. 10:3). Debemos recordar que el
secularismo es lo más opuesto a la santidad. La adoración
nunca debe ser casual. En las Escrituras, algunos murieron
por no tomarse la adoración más en serio (véase Lev. 10:1-
2; 1 Cor. 11:30).

5. La adoración a Dios a través de


la comunión en torno a la Palabra
Otra de las principales actividades de la iglesia primitiva era
la comunión cristiana (Hch. 2:42). Con comunidad y unidad
como objetivos bíblicos de la Iglesia, la comunión encontrará
su lugar.
La comunión bíblica es el Espíritu Santo ministrando a los
santos a través de la interacción espiritual de los creyentes
entre sí. Es el Espíritu ministrando a un creyente por medio
de otro creyente. El Espíritu Santo vive dentro de todos los
creyentes, y hace que la comunión cristiana sea
santificadora. El amor que los cristianos tienen por Dios y
por los demás, manifestado en su comunión y conversación
espiritual, es edificante para los santos. La reunión y la
comunión de los santos es un medio de crecimiento
espiritual bíblico. De este modo, la comunión espiritual es un
medio de gracia, y la iglesia local no debe descuidarla.
Sin embargo, el compañerismo cristiano parece haber
perdido su importancia en las prioridades de muchos
miembros de la iglesia; cinco minutos antes y cinco minutos
después del servicio del domingo por la mañana parecen
ser suficientes para los asistentes de hoy. La comunión
espiritual en torno a Cristo, por el contrario, no es algo que
puedan descuidar ni los cristianos ni las iglesias que se
esfuerzan por seguir el modelo del Nuevo Testamento.
Los verdaderos cristianos se aman unos a otros. Aman
al Señor y por ello desean estar cerca de aquellos que
tienen al Señor viviendo en sus corazones. Los cristianos
necesitan al Señor, y como los cristianos tienen al Señor en
su interior, se necesitan mutuamente. Ante esta realidad
interna, las iglesias deben ofrecer la oportunidad de que los
cristianos se relacionen externamente.
En la práctica, las iglesias deben ser deliberadas a la
hora de dedicar un tiempo adecuado a la comunión para que
los miembros tengan la oportunidad de cumplir con sus
responsabilidades unos con otros. Si las Escrituras
requieren que los miembros de la iglesia se dediquen los
unos a los otros, se amen, etc., no pueden cumplir con
estas responsabilidades si no pasan suficiente tiempo
juntos, tanto los domingos como los demás días de la
semana.
Por lo tanto, una marca de una iglesia saludable no es
solo una iglesia que ora, sino también una iglesia que
regularmente proporciona y fomenta el tiempo suficiente
para el compañerismo espiritual.

Conclusión
Aunque habrá otras actividades dentro de la vida de la
iglesia, la predicación, la oración, el canto y la participación
en las ordenanzas son los elementos de la adoración que
los impulsan a todos. Estas son las actividades que Dios
ordenó a la Iglesia como medio para comunicar y aplicar Su
Palabra. Solo cuando estos medios de gracia se realizan
fielmente, la Iglesia puede esperar la presencia del Espíritu.
Preguntas de Estudio

1. ¿Cuáles son las actividades prescritas o los medios


dados a la Iglesia para adorar a Dios?

2. ¿Qué tienen en común todas estas actividades?

3. ¿Por qué es imposible adorar a Dios sin la


comunicación de la Palabra de Dios?

4. ¿Tiene la Iglesia libertad para adorar a Dios como


quiera?

5. ¿Por qué la predicación es un medio principal de


adoración?

6. ¿Por qué una doctrina superficial conduce a una


adoración superficial?

7. ¿Por qué la comunión forma parte de las actividades


de la Iglesia?

8. ¿Obra el Espíritu sin la verdad? Explique:


Capítulo 12

Principios de la Adoración
Algunos pueden pensar que «no importa cómo adoremos,
siempre y cuando estemos adorando a Dios». Tristemente
esto es lo que creen muchos adoradores, y es la razón por
la que hoy se permite casi cualquier cosa en los servicios de
adoración.
Pero, cuando leemos las Escrituras, aprendemos que
Dios ha matado a los adoradores no porque adoraban a un
dios falso, sino porque no adoraban al Dios verdadero de la
manera Él ha establecido (Lev. 10; 1 Cor. 11:30). Nuestro
Dios no solo está interesado en que lo adoremos, sino
también en cómo lo adoramos.
Basándonos en la teología de la adoración expuesta en el
capítulo anterior, existen al menos siete principios bíblicos
que regulan nuestra adoración, principios que trascienden
las influencias culturales.

1. La adoración debe centrarse en Dios


¿Hasta qué punto debe la adoración dirigirse y agradar a
Dios, y hasta qué punto debe ser agradable para la iglesia
y sensible al buscador?
Según las Escrituras, la adoración no es 50/50 o incluso
90/10, sino 100 por ciento teocéntrica (centrada en Dios).
La adoración no solo debe dirigirse enteramente hacia Dios,
sino que es la única manera en que edificará a los santos y
traerá convicción a los perdidos, a medida que glorifique a
Dios. El culto centrado en el hombre no hace madurar el
cuerpo de Cristo ni convence a los pecadores de su
indignidad innata para estar en la presencia de Dios.

2. La adoración debe centrarse en la Palabra


¿Hasta qué punto la adoración debe ser guiada por la
Palabra, y hasta qué punto debe ser guiada por el Espíritu?
En otras palabras, ¿cuánto de la adoración debe ser
objetiva y dirigida a la mente, y cuánto de la adoración
debe ser subjetivamente sentida y expresada desde el
corazón? ¿Hasta qué punto debe el líder de la alabanza o
el equipo de alabanza tratar de despertar las emociones de
la congregación mediante el ritmo y el estilo de la música?
Según las Escrituras, la Iglesia debe adorar en espíritu y
en verdad (Jua. 4:24). Sin duda, la adoración debe estar
basada objetivamente en la verdad y ser sentida y
expresada subjetivamente en el corazón. Aun así, la Iglesia
está llamada a afianzar su adoración en la objetividad de la
Palabra firme de Dios y no en los sentimientos subjetivos y
las diversas experiencias espirituales.
A. La adoración debe ser regulada por la Palabra
porque el Espíritu convence, conforta, capacita y
santifica a los santos a través de la Palabra. Es
decir, el Espíritu obra en y por la Palabra, y los
sentimientos subjetivos deben fluir de la verdad
objetiva de la Palabra de Dios (Heb. 4:12). La
Palabra es la espada del Espíritu que llega al
corazón (Efe. 6:17). Es decir, el Espíritu ha
escogido usar las Escrituras (que Él ha inspirado)
para encender la fe, el amor y la devoción a Dios.
B. La adoración debe ser regulada por la Palabra
porque la Iglesia no tiene la autoridad ni la
capacidad de impartir el Espíritu Santo (Jua. 3:8).
La Iglesia debe centrarse en lo que se le ha dado
como responsabilidad para hacer: cantar, predicar
y observar las ordenanzas. La adoración
impulsada por el Espíritu no se produce
manipulando o incluso coreografiando la atmósfera
emocional, sino escuchando la Palabra de Dios
predicada y cantada.
C. La adoración debe ser regulada por la Palabra,
porque es la Palabra la que el Espíritu nos ha dado
para probar y examinar diversas experiencias
espirituales y subjetivas (1 Jua. 4:1).
D. La adoración debe ser regulada por la Palabra
porque nuestras emociones nos desviarán si no
están ancladas y fluyendo de la verdad objetiva de
la Palabra de Dios.
E. La adoración debe ser regulada por la Palabra
porque no hay edificación espiritual sin la
comprensión cognitiva de la verdad. La necesidad
de la interpretación de las lenguas se debía a que
el raro emocionalismo experimentado por los
individuos no tenía valor espiritual en el culto de la
congregación. La edificación espiritual requiere un
entendimiento de la mente. Si cantamos con el
espíritu, como dice Pablo, cantemos también con
la mente; cuando se trata de adorar, el
compromiso de la mente es vital (1 Cor. 14:15-16).
Las emociones piadosas (por ejemplo, el amor, la
alabanza, la adoración) son una respuesta a la adoración
centrada en la Palabra. Por estas razones, la adoración
debe centrarse en la Palabra.

3. La adoración debe ser santa


¿Hasta qué punto el culto debe ser sagrado y expresarse
en santidad, y hasta qué punto debe estar influenciado por
el contexto y dirigido a alcanzar la cultura secular?
Aunque es imposible eliminar todas las influencias
culturales del culto, la Iglesia nunca debe moldear
deliberadamente su culto para que se parezca a las
costumbres de la cultura secular (especialmente la cultura
popular impía). La adoración a un Dios santo por un pueblo
santo debe ser siempre santa en su naturaleza, práctica,
expresión y forma externa.

La adoración es santa por su misma naturaleza


La adoración es un acto sagrado y santo, impulsado por el
Espíritu Santo y dirigido a un Dios santo. Es decir, mirando la
teología de la adoración, aprendemos que la adoración
viene de un corazón que ha sido santificado por la verdad.
La adoración ocurre cuando Dios se encuentra con su
pueblo en su contexto cultural y luego lo santifica por medio
de la verdad para que pueda pasar a la presencia de Dios,
quien habita en los lugares celestiales.
La adoración, en otras palabras, es salir del atrio de este
mundo a través del velo de Cristo Jesús hacia el lugar
santísimo. Cuando los adoradores suben los escalones
hacia el trono de Dios, las preocupaciones de este mundo
deben quedar atrás.
La adoración debe ser santa en la práctica
Dios no recibe las alabanzas de los hombres cuando
albergan pecado en sus corazones (Sal. 66:18). Quienes
buscan adorar a Dios deben primero reconocer, confesar y
arrepentirse de sus pecados antes de poder elevar sus
alabanzas a un Dios santo de manera aceptable (Mat. 5:24).

La adoración debe ser santa en su expresión


Es una cosa temible entrar en la presencia de un Dios santo
(Sal. 5:7). La adoración nunca es un asunto casual, pues no
entramos en la presencia de un simple hombre, sino de un
Dios trascendente y santo. «Ofrezcamos a Dios un servicio
aceptable con temor y reverencia» (Heb. 12:28). Debemos
alegrarnos, pero debemos «alegarnos con temblor» (Sal.
2:11). Por lo tanto, ver y comportarse como si Jesucristo
fuera nuestro «compadre» es tratar al Santo de Israel con
desprecio.

La adoración debe ser santa en forma externa


Algunos murieron (tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento) porque no se acercaron a Dios de manera
santa y aceptable. La Iglesia está llamada a adorar en la
hermosura de la santidad (Sal. 29:2; 96:9). Si la forma
externa de adoración no tuviera importancia, ¿por qué le dijo
Dios a Moisés que se quitara los zapatos cuando se
acercara a la zarza ardiente?
Es una premisa falsa pensar que el culto necesita ser
contextualizado culturalmente para ser más efectivo en
alcanzar la cultura. Esto se debe a que lo que se entiende
por contextualización no es hacer que el evangelio sea
sencillo y fácil de entender, sino hacer que el evangelio sea
más atractivo y llamativo para la sociedad, integrando en el
culto música que suena secular y a un Jesús moderno y a la
moda. Cuanto más secular sea la adoración, más adorará la
sociedad, o eso dice la lógica.
Pero el problema es que la verdadera adoración nunca
será agradable a una cultura secular. Los incrédulos no
pueden y no adoran a Dios. Las iglesias pueden ayudar a
los inconversos a disfrutar de un estilo místico de adoración
que apele a los sentidos, pero nunca pueden hacer que
disfruten y se deleiten en la santidad de Dios.
Al contrario, el mundo tiene que sentirse incómodo y
condenado en la presencia de Dios. La santidad en la
adoración no tiene que ser igual a las costumbres
anticuadas y puritanas del pasado; pero la santidad tampoco
incluye el deseo de imitar la cultura pop de Hollywood y MTV,
una cultura que está tan abiertamente asociada con la
rebelión y la impiedad.
Aquellos que quieren saber dónde está la línea divisoria
(la línea que separa la santidad de la mundanidad) son los
que quieren ver cuán cerca pueden estar de ese borde. La
Iglesia debe desear ser pura en todos los detalles de su
adoración; debe evitarse todo lo que sea cuestionable,
ofensivo, atrevido, provocador o incluso un poco turbio (1
Tes. 5:22). Reflexionemos en las palabras de Richard
Baxter, quien nos recuerda:
Recuerda las perfecciones de ese Dios al que adoras, que es
Espíritu y, por tanto, debe ser adorado en espíritu y verdad;
que es grande y terrible y, por tanto, debe ser adorado con
seriedad y reverencia, y no para que se le entretenga, ni para
que se le sirva con juguetes o con palabrería sin vida; que es
muy santo, puro y celoso y, por tanto, debe ser adorado
puramente; y que todavía está presente con vosotros, y todas
las cosas están desnudas y abiertas para aquel con quien
debemos tratar.[47]
Que el Señor ayude a la Iglesia a no amoldarse al mundo,
y que el pueblo de Dios busque siempre adorar a Dios en
santidad, por el poder del Espíritu y la iluminación de su
Palabra.

4. La adoración no debe centrarse en lo


físico
¿Cuál es el uso adecuado de objetos tangibles dentro del
culto espiritual?
Los objetos físicos y los rituales externos eran una parte
vital de la adoración del antiguo pacto. La localidad, el uso
de sacrificios de animales, el templo, el mobiliario del templo,
las vestimentas sacerdotales, el incienso y varios otros
objetos físicos se utilizaban en la adoración. De hecho, la
adoración del antiguo pacto no era aceptable sin el uso de
estos objetos físicos.
Hoy en día, el culto católico romano está estrechamente
ligado a lo físico. Para facilitar su culto, la Iglesia católica ha
construido enormes catedrales, ha implantado el uso de
iconos, ha erigido estatuas y altares, y ha adornado a sus
ministros con ropas sacerdotales. Todos estos objetos
contribuyen a crear una dimensión visible y tangible del culto.
Para captar los otros sentidos empíricos (por ejemplo, el
olfato, el oído) la Iglesia católica ha implementado el uso de
incienso, que estimula una sensación aromática, y diversos
sonidos que apuntan subjetivamente al Dios trascendente.
El culto contemporáneo protestante, igualmente, ha
pasado a una expresión multisensorial de la adoración. La
iluminación tenue, las velas, el incienso, la música
energética a todo volumen, el vídeo y otros efectos visuales
están ahí para ayudar a la carne a tener una experiencia
emocional. Todo esto crea una gran sensación para el
adorador.
La verdadera adoración, por otra parte, no puede
fabricarse mediante la estimulación de los sentidos físicos,
sino mediante la iluminación espiritual de la verdad en el
corazón de la fe. ¿Por qué la adoración debe ser espiritual y
no física, se podría preguntar? La respuesta es sencilla:
«Dios es espíritu, y los que le adoran deben hacerlo en
espíritu y en verdad» (Jua. 4:24). Los adoradores no pueden
ver el reino de Dios y el Cristo invisible a menos que nazcan
de nuevo y reciban los ojos de la fe (Jua. 3:5-8; Heb. 11:1).
El hombre natural no puede adorar a Dios, a quien no puede
ver.
Aquellos que son incapaces de discernir la verdad
espiritual deben convertir la adoración en una experiencia
carnal. Quienes no aprecian la sana doctrina deben buscar
una experiencia meramente emocional. Quienes están en la
carne deben adorar en la carne a través de la estimulación
de los sentidos físicos por medio de lo que es tangible y
visible. John Owen lo expresó de esta manera: «Para el
hombre natural, entonces, ningún culto religioso es
agradable a menos que pueda ver algo de gloria y esplendor.
Pero nadie ve la gloria de la adoración espiritual a menos
que él mismo sea también espiritual».[48] Martyn Lloyd-Jones
hizo este análisis: «Cuanta más atención se haya prestado
a este aspecto del culto, es decir al tipo de edificio, a lo
ceremonial, al canto y la música, menos espiritualidad es
probable que se tenga».[49]
Sin duda, la verdadera adoración tendrá lugar dentro de
los edificios y con el uso de varios objetos corpóreos, como
cancioneros, púlpitos e incluso la propia Biblia. Las
ordenanzas también introducen elementos físicos en el culto
congregacional: agua, pan y vino. Sin embargo, la fe (que
está en el corazón de la adoración) no se vincula a lo físico,
sino a lo espiritual y a la verdad. La música y los edificios
pueden ayudar a facilitar el culto, pero a menos que el culto
se lleve a cabo en espíritu y verdad, se convierte en nada
más que una experiencia emocional producida por la
estimulación de los sentidos físicos.

5. La adoración debe ser en orden


¿Qué parte de la adoración debe ser ordenada y qué parte
debe ser libre y espontánea?
Según 1 Corintios 14:26-33, un servicio de adoración no
es una fiesta en la que cada cristiano puede hacer lo que
quiera. Hay momentos apropiados en que personas pueden
compartir una palabra o dar un testimonio en el servicio. Sin
embargo, incluso bajo la influencia del Espíritu, los cristianos
están llamados por Dios a someterse al orden propio del
servicio (1 Cor. 14:32). Todo esto es así porque el objetivo
del culto corporativo es la edificación colectiva de toda la
congregación, no una expresión individual de alabanza. Hay
que rechazar todo lo que llame la atención innecesariamente
sobre uno mismo o haga que los demás se distraigan.
Aunque la Escritura no establece un orden explícito del culto,
sí deja claro que todo debe hacerse de forma decente y
ordenada (1 Cor. 14:40).
6. La adoración debe centrarse en la
congregación
¿Qué parte del culto debe ser impulsada por los arreglos
musicales, los instrumentos y los vocalistas principales, y
qué parte debe ser impulsada por el canto de la
congregación? ¿Y qué es mejor, cantar música cristiana
contemporánea o los antiguos himnos de fe?
En igualdad de condiciones, una canción escrita hace
quinientos años o una canción escrita ayer apenas
representa diferencia alguna. Es maravilloso cantar himnos
que han sido cantados por múltiples generaciones de
cristianos. Esto demuestra la continuidad doctrinal y la
unidad ecuménica dentro de la iglesia histórica. No hay que
despreciar las canciones que han resistido el paso del
tiempo. A su vez, cantar nuevas canciones también es
alentador para la iglesia. El don de escribir canciones
bíblicas y espirituales no terminó con Isaac Watts y John
Newton. Afortunadamente, muchas canciones cristianas
contemporáneas se cantarán durante muchas
generaciones.
El verdadero problema no es entre la música tradicional o
la contemporánea, sino la prioridad entre los grupos de
alabanza y el canto congregacional. ¿Qué es lo que más
debe destacar: la música, los instrumentos, los vocalistas
principales o las voces humanas de la asamblea de los
santos? ¿Nuestra atención se dirige constantemente a lo
que ocurre en el escenario, o nuestra adoración está
asistida principalmente por las voces que nos rodean en los
bancos?
Según las Escrituras, la razón por la que el canto es una
parte vital de la adoración corporativa no es por el poder que
tiene la música en estimular nuestras emociones. Cantamos
corporativamente por la mutua edificación que reciben los
santos al cantar con gozo letras bíblicas los unos a los otros
(Efe. 5:19). Que todo instrumento musical alabe al Señor,
pero es la voz humana la más adecuada para elevar
alabanzas a Dios. Así como el compañerismo es
espiritualmente beneficioso, escuchar a nuestros hermanos
y hermanas cantar al Señor es un medio espiritual de
instrucción y estímulo (Col. 3:16). Somos ayudados en
nuestro amor a Dios cuando escuchamos a nuestros
hermanos y hermanas expresar su amor a Dios.
Dejamos de contribuir al culto congregacional cuando nos
perdemos en la adoración personal y olvidamos nuestras
responsabilidades hacia los hermanos y hermanas que nos
rodean. El beneficio de la adoración corporativa se
encuentra en las voces colectivas de la asamblea que
armonizan juntas como un solo cuerpo. Dios es más
glorificado cuando los santos adoran juntos en un solo
espíritu y una sola mente que cuando los individuos adoran
de forma independiente. Benjamin Keach, quien contribuyó a
reintroducir el canto en el culto corporativo, dijo:
Sabed, Hermanos míos: Que el SEÑOR ama las puertas de
Sión más que todas las moradas de Jacob. {Salmo 87:2}. Por
lo tanto, la Adoración pública a Dios debe ser preferida antes
que la {adoración} privada.
1. Esto supone que debe haber una iglesia visible.
2. Y {supone} que con frecuencia se reúnen para adorar a
Dios.[50]
No se trata tanto de un culto tradicional o contemporáneo
como de qué estilo de música facilita mejor la adoración de
la congregación. Cualquier música que dificulte la
participación de la congregación y desvíe la atención de las
voces de la asamblea colectiva no es bíblica. Una iglesia
puede adorar sin un grupo musical, pero no puede adorar sin
las voces de la congregación cantando.
Los músicos y los vocalistas principales deben ayudar a
la participación de la congregación. Están ahí para ayudar,
no para dominar. No deben llamar la atención sobre sí
mismos. Deben recordar constantemente que su objetivo
principal no es ser artísticamente creativos mostrando sus
dones, sino ayudar a la congregación a alabar
colectivamente a Dios y edificarse mutuamente con sus
voces. Al igual que Juan el Bautista buscaba menguar para
que Cristo creciera, los que facilitan la parte musical del
culto deben buscar esconderse detrás de las voces de los
santos. Solo cuando los músicos y vocalistas principales
apoyan el canto de la congregación, están contribuyendo
adecuadamente a que la iglesia adore a Dios.
Cuando la adoración está centrada en la congregación, el
arreglo musical, la iluminación, el volumen de los micrófonos
y los instrumentos deben ser controlados deliberadamente
para ayudar y no para anular la adoración corporativa. Los
músicos dotados suelen preferir arreglos complejos, pero
por lo general, las congregaciones cantan más fuerte
cuando las canciones son familiares y predecibles. Además,
si el canto congregacional es una prioridad bíblica, entonces
cada miembro de la iglesia tiene la responsabilidad de
ministrar a los demás a través del instrumento de su voz.
Cantarse canciones, himnos y cánticos espirituales unos a
otros es un mandato bíblico.

7. La adoración debe seguir el principio


regulativo de la adoración
¿Cuáles son los medios bíblicos de adoración, y qué grado
de libertad tiene la iglesia para introducir nuevos modos de
adoración dentro del servicio de la iglesia?
Hay ciertos medios prescritos para el culto: la oración, la
predicación y la enseñanza, la lectura pública de la Palabra,
el canto (salmos, himnos y cánticos espirituales) y la
observancia de las ordenanzas (el bautismo y la Cena del
Señor). Muchos han añadido a esta lista (por ejemplo, la
quema de incienso, el teatro, la danza y el vídeo). Algunos
están convencidos de que estos elementos adicionales
pueden ser aún más eficaces en facilitar la adoración. Sin
embargo, la Iglesia no tiene la libertad de introducir nuevas
formas de adoración dentro del servicio (Lev. 10:1-3). La
oración, la predicación, el canto y las ordenanzas no son
algo que la Iglesia tenga la libertad de eliminar.
«¿Cuál es el problema?», puede preguntar alguien. Pues
bien, solo estos elementos son las actividades ordenadas
dadas a la Iglesia como medios de gracia. Por medios de
gracia se entiende que son los modos de adoración que
Dios ha prometido bendecir y utilizar para edificar el cuerpo
de Cristo y los métodos divinos que Dios ha elegido para
comunicar la verdad a su pueblo. Sin embargo, el incienso,
el teatro o las actividades adicionales (por muy
emocionantes que sean) no llevan consigo esa promesa.
Además, la iglesia no tiene autoridad para atar la
conciencia de los santos con prácticas no bíblicas. De la
misma manera en que la Iglesia no tiene la autoridad bíblica
para imponer la educación en casa a la congregación, la
Iglesia no tiene el derecho de someter al pueblo de Dios a
actividades adicionales dentro del servicio. En lugar de
buscar añadir al servicio nuevos modos de adoración,
dejemos que la Iglesia busque hacer lo que se le ha indicado
y que lo haga bien. Como afirmó Jeremiah Burroughs hace
mucho tiempo: «En la adoración de Dios, no debe haber
nada ofrecido a Dios sino lo que Él ha ordenado. Todo lo
que hagamos en la adoración a Dios debe ser lo que nos
autoriza la Palabra de Dios».[51] Las Escrituras tienen mucho
que decir sobre cómo debemos adorar a Dios. Si buscamos
complacer a Dios en nuestra adoración, entonces hacemos
bien en buscar adorar de la manera en que Él ha ordenado.

Conclusión
En este libro, me he esforzado por explicar la naturaleza, la
autoridad, el propósito y la adoración de la Iglesia. Es mi
esperanza que, además de obtener una mejor comprensión
de la naturaleza de la Iglesia, disfrutemos de un mayor
aprecio y amor por la Iglesia que nos lleve a estar fielmente
comprometidos a servir y glorificar a Cristo en la Iglesia.
Preguntas de Estudio

1. ¿Por qué la Biblia regula la forma de adorar a Dios?

2. ¿Por qué el culto no debe estar centrado en el


hombre?

3. ¿Por qué la adoración debe estar centrada en la


Palabra?

4. ¿Por qué es vital la santidad en la adoración?

5. ¿Por qué la adoración debe ser espiritual?

6. ¿Por qué debe el culto realizarse de forma


ordenada?

7. ¿Por qué el canto debe ser congregacional?

8. ¿Qué es el principio regulativo de la adoración?

9. ¿Por qué es importante el principio regulativo?


Y a aquel que es poderoso para hacer todo mucho más
abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según
el poder
que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la iglesia y en
Cristo Jesús
por todas las generaciones, por los siglos de los siglos.
Amén

Efesios 3:20-21
Media Gratiae es un ministerio multimedia independiente sin
fines de lucro con sede en New Albany, Mississippi, EE. UU.
Nuestro deseo es producir recursos audiovisuales e
impresos para la gloria de Cristo y para el beneficio de Su
Iglesia.
Cristo ha cumplido plenamente la redención que el Padre
planeó, y ahora el Espíritu está aplicando esa gracia en las
vidas del pueblo de Dios en todo el mundo. Dios ha
designado ciertos “medios” para que sirvan como canales a
través de los cuales el Espíritu aplica esa gracia. El alcance
de la obra que Media Gratiae produce tiene por objetivo
ayudar a la Iglesia en los Estados Unidos de Norteamérica y
en el extranjero en su tarea de cumplir la Gran Comisión
mediante el uso de esos medios.

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[1] John Murray, Redemption Accomplished and Applied {título
oficial: La Redención Consumada y Aplicada} (Grand Rapids:
Eerdmans, 1955), p. 113. Nota de los traductores: Para la traducción
de todos los fragmentos tomados de esta fuente nos guiamos por la
edición en inglés citada aquí.
[2] John Owen, “The Mutual Care of Believers Over One Another”

{trad. no oficial: El Cuidado Mutuo de los Creyentes sobre Unos a


Otros}, en The Works of John Owen {trad. no oficial: Las Obras de
John Owen} (Edimburgo: Banner of Truth, 1965), 16:477-78. Nota de
los traductores: La etiqueta «{trad. no oficial}» indica que la
traducción que sigue a continuación pertenece a una fuente que aún
no está disponible en español; por tanto, puede aparecer
oficialmente con otro título o como parte de otras obras en el futuro.
En cambio, si el material citado ya ha sido publicado en español en el
momento en que se hace esta traducción, se usará el título oficial
precedido de la etiqueta «{título oficial}». Por lo general, la
traducción del título de una fuente bibliográfica aparecerá solamente
la primera vez que el autor la cite.
[3] Juan Calvino, Institutes of Christian Religion {título oficial:

Institución de la Religión Cristiana}, ed. John T. McNeill, trans. Ford


Lewis Battles (Philadelphia, PA: Westminster Press, 1977), 4.1.2.
Nota de los traductores: Para la traducción de todos los fragmentos
tomados de esta fuente nos guiamos por la edición en inglés citada
aquí.
[4] Francis Turretin, Institutes of Elenctic Theology {título oficial:

Institución de la Teología Eléntica}, 3:27. Nota de los traductores:


Para la traducción de todos los fragmentos tomados de esta fuente
nos guiamos por la edición en inglés citada aquí.
[5] R. C. Sproul, Getting the Gospel Right: The Tie that Binds

Evangelicals Together {trad. no oficial: Entendiendo bien el


Evangelio: El lazo que une a los evangélicos} (Grand Rapids:
Baker, 1999), p. 23.
[6] Sproul, p. 24.
[7] James Bannerman, The Church of Christ {trad. no oficial: La
Iglesia de Cristo} (Edimburgo: Banner of Truth, 1974), 1:14.
[8] Benjamin Keach, La Gloria de una Verdadera Iglesia (Santo

Domingo, Ecuador: Legado Bautista Confesional, 2020), p. 5.


[9] Calvino, Institutes, 4.1.3.
[10] William Dell, "The Way of True Peace and Unity in the True

Church of Christ" {trad. no oficial: El Camino de la Verdadera Paz y


Unidad en la Verdadera Iglesia de Cristo} en Several Sermons and
Discourses of William Dell {trad. no oficial: Varios Sermones y
Discursos de William Dell} (Londres: Giles Calvert, 1652), p. 152.
[11] R. B. Kuiper, The Glorious Body of Christ {trad. no oficial: El

Glorioso Cuerpo de Cristo} (Edimburgo: Banner of Truth, 2001), p.


58.
[12] Kuiper, p. 58.
[13] Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers {título oficial:

La Predicación y los Predicadores} (Grand Rapids: Zondervan,


2011), p. 26. Nota de los traductores: Para la traducción de todos los
fragmentos tomados de esta fuente nos guiamos por la edición en
inglés citada aquí.
[14] Calvino, Institutes, 4.1.9.
[15] Nota de los traductores: Los textos y/o caracteres {entre

llaves} son traducciones o aclaraciones para preservar la fidelidad al


significado del texto original.
[16] John Owen, "Discourse on Christian Love and Peace" {trad. no
oficial: Discurso sobre el Amor y la Paz Cristianos}, en The Works of
John Owen (Edimburgo: Banner of Truth, 1998), 15:96.
[17] Michael Horton (@MichaelHorton_), {publicado en} Twitter,

Diciembre 30, 2016, 2:38 a.m.,


https://twitter.com/michaelhorton_/status/8147372
87951040512.
[18] Jonathan Leeman, Church Membership {título oficial: La

Membresía de la Iglesia} (Wheaton, IL: Crossway, 2012), p. 31.


Nota de los traductores: Para la traducción de todos los fragmentos
tomados de esta fuente nos guiamos por la edición en inglés citada
aquí.
[19] James Bannerman, The Church of Christ {trad. no oficial: La

Iglesia de Cristo} (Edimburgo: Banner of Truth, 1974), 1:2.


[20] Mark Dever, What Is a Healthy Church {título oficial: ¿Qué es

una iglesia sana?}(Wheaton, IL: Crossway, 2007), 26, énfasis


original. Nota de los traductores: Para la traducción de todos los
fragmentos tomados de esta fuente nos guiamos por la edición en
inglés citada aquí.
[21] Jay Adams, Handbook of Church Discipline {trad. no oficial:

Manual de la Disciplina de la Iglesia} (Grand Rapids: Zondervan,


1986), 81n3.
[22] Bannerman, Church of Christ, 1:19.
[23] Joel Beeke, “Glorious Things of Thee Are Spoken” {trad. no

oficial: Se Hablan Cosas Gloriosas de Ti} en Onward Christian


Soldiers {trad. no oficial: En Marcha, Soldados Cristianos}, ed. Don
Kistler (Morgan, PA: Soli Deo Gloria, 1999), p. 33.
[24] Citado en Tom Carter, Charles Spurgeon at His Best {trad. no

oficial: Charles Spurgeon en su Mejor Momento} (Grand Rapids:


Baker, 1988), p. 34.
[25] Charles Hodge, Commentary on the Epistle to the Ephesians

{trad. no oficial: Comentario sobre la Epístola a los Efesios} (Grand


Rapids: Eerdmans, 1994), p. 31.
[26] Alan Stibbs, God's People {trad. no oficial: El Pueblo de Dios}

(Londres: IVF, 1959), p. 46.


[27] Stibbs, God's People, p. 46.
[28] Joel Beeke, "Glorious Things of Thee Are Spoken" en Onward

Christian Soldiers, ed. Don Kistler (Morgan, PA: Soli Deo Gloria,
1999), p. 39.
[29] Charles Hodge, Commentary on the Epistle to the Ephesians

(Grand Rapids: Eerdmans, 1994), p. 310.


[30] Donald S. Whitney, “To Her My Toils and Cares Be Giv'n” {trad.

no oficial: A Ella se Entregan mis Trabajos y Cuidados} en Onward


Christian Soldiers, ed. Don Kistler (Morgan, PA: Soli Deo Gloria,
1999), pp. 196-97.
[31] John Owen, “The Nature of the Gospel Church” {trad. no
oficial: La Naturaleza de la Iglesia Evangéica}, en The Works of John
Owen (Edimburgo: Banner of Truth, 1995), 16:18.
[32] Beeke, “Glorious Things”, p. 39.
[33] Martyn Lloyd-Jones, Knowing the Times {trad. no oficial:

Conociendo los Tiempos} (Edimburgo: Banner of Truth, 1989), p. 30.


[34] John Owen, “The True Nature of a Gospel Church and Its

Government” {trad. no oficial: La Verdadera Naturaleza de la Iglesia


Evangélica y su Gobierno}, en The Works of John Owen: The
Church and the Bible {trad. no oficial: Las Obras de John Owen: La
Iglesia y la Biblia}, ed. William H. Goold (Edimburgo: Banner of
Truth, 1991), 16:74.
[35] John Owen, “The Duty of a Pastor” {trad. no oficial: El Deber

de un Pastor}, en The Works of John Owen: Sermons to the Church


{trad. no oficial: Las Obras de John Owen: Sermones para la
Iglesia}, ed. William H. Goold (Edimburgo: Banner of Truth, 1991),
9:453.
[36] Earl M. Blackburn, Jesus Loves the Church and So Should

You {trad. no oficial: Jesús Ama la Iglesia y Tú También Deberías}


(Birmingham, AL: Solid Ground Christian Books, 2010), p. 43.
[37] Blackburn, Jesus Loves the Church, p. 43.

[38] Don Kistler, “Blest Be the Tie That Binds” {trad. no oficial:
Bendito Sean el Lazo que Une} en Onward Christian Soldiers, ed.
Don Kistler (Morgan, PA. Soli Deo Gloria, 1999), p. 98.
[39] Charles H. Spurgeon, Morning and Evening {trad. no oficial:

Mañana y Noche}, rev. y actualizado por Alistair Begg (Wheaton, IL:


Crossway, 2003), Evening {Noche}, 11 de julio.
[40] Charles H. Spurgeon, “No Compromise” {trad. no oficial: Sin
Compromiso} en Metropolitan Tabernacle Pulpit {trad. no oficial:
Púlpito del Tabernáculo Metropolitano} (Pasadena, TX: Pilgrim,
1988), Vol. 34, No. 2047.
[41] John MacArthur, Ashamed of the Gospel {título oficial:

Avergonzados del Evangelio} (Wheaton, IL: Crossway, 1993), xvii.


Nota de los traductores: Para la traducción de todos los fragmentos
tomados de esta fuente nos guiamos por la edición en inglés citada
aquí.
[42] B. H. Carroll, “Creeds and Confessions of Faith” {trad. no

oficial: Credos y Confesiones de Fe}, en Baptists and Their Doctrines


{trad. no oficial: Los Bautistas y sus Doctrinas}, eds. Timothy y
Denise George (Nashville: Broadman & Holman, 1995), p. 81.
[43] Nota de los traductores: La palabra ‘noético’ tiene que ver

con lo relacionado a la mente, el pensamiento y razonamiento.


[44] Véase Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers (Grand
Rapids: Zondervan, 1972), p. 26.
[45] Juan Calvino, Institutes of Christian Religion, ed. John T.

McNeill, trans. Ford Lewis Battles (Philadelphia, PA: Westminster


Press, 1977), 4.1.5.
[46] Lloyd-Jones, Preaching and Preachers, pp. 16-17.
[47] Richard Baxter, “A Christian Directory” {trad. no oficial: Un

Directorio Cristiano}, en The Practical Works of Richard Baxter {trad.


no oficial: Las Obras Prácticas de Richard Baxter} (Londres: George
Virtue, 1838), 1:179.
[48] John Owen, Biblical Theology {trad. no oficial: Teología
Bíblica}, trans. Stephen P. Westcott (Morgan, PA: Soli Deo Gloria,
2002), p. 665.
[49] Martyn Lloyd-Jones, Preaching and Preachers (Grand Rapids:

Zondervan, 1972), p. 267.


[50] Benjamin Keach, La Gloria de una Verdadera Iglesia (Santo

Domingo, Ecuador: Legado Bautista Confesional, 2020), p. 74.


[51] Jeremiah Burroughs, Gospel Worship {trad. no oficial: La

Adoración Evangélica} (Morgan, PA: Soli Deo Gloria, 1990), p. 11.

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