8 de setiembre de 2017 Brecha      37

Prácticas de salud pública en cárceles

Corregir el cuerpo, olvidar el alma

La Administración de Servicios de Salud del Estado brinda atención sanitaria en siete cárceles del país,
el resto sigue bajo la órbita de Sanidad Policial. La aspiración es abarcar todo el sistema, pero no será
factible antes de que termine la actual gestión de gobierno. El abordaje integral todavía es una expresión
de deseo en este programa que no tiene recursos humanos proporcionales a la población carcelaria, y para
el que la atención odontológica, ginecológica, clínica, o en adicciones, sigue siendo una excepción.

Azul Cordo

En la tapa de la publicación Es-

trategia de atención integral,
promoción y prevención en los
centros de privación de liber-
tad (Opp, 2016) hay una foto de
Rosana. Está de espaldas, con la
mochila colgada del hombro iz-
quierdo, su pelo negro crespo re-
cogido. Camina hacia un edificio
blanco, el ex hospital Musto, don-
de funciona la Unidad Penitencia-
ria número 5. Vuelve de trabajar
fuera, cuidando cabras.
Cuando salió en libertad en
2014 no pudo seguir con ese tra-
bajo. No había chance, puesto,
paga, dijo el patrón. La última
vez que la vi estaba trabajando
como seguridad en un terreno
donde funcionaría una whiskería.
Tenía cerca un arma, por las du-
das, aunque ella no quería. Para
llegar había que cruzar las vías,
a la altura de Piedras Blancas.
Desde ese puesto fue la primera
vez en su vida que Rosana vio
pasar un tren.
Pero ese es otro tema. Rosana
es la imagen elegida en una estra-
tegia que no llegó a desplegarse.
No es fácil poner en palabras tanta
tranca. Esta nota trata de la salud
en un lugar insano por antonoma-
Dibujos: Pilar González / Archivo Brecha
sia: la cárcel.

SALA DE ESPERA. El Sistema de
Atención Integral para Personas
Privadas de Libertad (Sai-Ppl)
comenzó en 2008 brindando ser-
vicios de atención sanitaria en las
actuales unidades penitenciarias
número 4 (Santiago Vázquez, ex
Comcar) y 5 (centro de internación
femenino), a partir de un convenio
marco firmado entre el Ministe-
rio del Interior (MI) y el de Salud
(MS) como parte de la emergencia
carcelaria declarada en la primera
presidencia de Tabaré Vázquez. La
idea era crear un sistema de salud
integral en las cárceles que dejara
de estar en la órbita de Sanidad
Policial y pasara a la Adminis-
tración de Servicios de Salud del
Estado (Asse).
Desde noviembre de 2011 el
Sai-Ppl cubre los servicios de sa-
lud de las unidades del área metro-
politana: las ya nombradas 4 y 5, y
la 6 (Punta de Rieles), la 3 (Liber-
tad) y la 9 (El Molino). También
atiende el servicio médico de la ex
Cárcel Central, que funciona hoy
como unidad de ingreso y diag-
nóstico de los presos. A fines de
2016 se agregó la Unidad 12, de
Rivera, que dependía de los ser-
vicios del hospital departamental.
De las demás cárceles, que repre-
sentan el 40 por ciento del total, se
encarga Sanidad Policial, aunque a nosotros nos corresponden cier- En 2012 el Sai-Ppl pasó a ser mismas condiciones que todas las
las respectivas direcciones peni- tos gastos y ciertos roles, y al Inr unidad ejecutora de Asse. Melén- personas cubiertas por el Snis.
tenciarias ya no estén a cargo de otros, pero tratamos de que haya dez considera que el programa cre- El 88 por ciento de las perso-
cada jefatura departamental sino mayor coordinación entre las par- ció sin planificación estratégica. nas presas son usuarios de Asse
del Instituto Nacional de Rehabi- tes”, agrega. Su presupuesto anual es de 253 y 4 por ciento tiene cobertura de
litación (Inr). Detrás de su despacho hay unas millones de pesos. Doscientos mi- instituciones de asistencia médica
“Somos invitados en la casa casillas donde estaban los caniles, llones son para cubrir los salarios colectiva (Iamc). Coordinar trasla-
del Inr”, dice el actual director y a la derecha, en la esquina de Po- de 260 funcionarios, entre médi- dos a hospitales o para intercon-
del Sai-Ppl, Lauro Meléndez, en roró y Camino Colman, hay una cos, enfermeros, personal admi- sultas con especialistas suele ser
su oficina: un contenedor ubica- chatarrería. En la manzana lindera nistrativo, auxiliares de servicio, engorroso pues supone disponer
do al fondo de un predio donde se ven las torres de seguridad que etcétera. En un sistema tan dispar de unos cuatro policías y un ve-
antes funcionaba la Comisión de rodean el edificio blanco donde es difícil calcular cuánto dinero se hículo especial para cada uno de
Zoonosis, en el barrio de Colón. funcionó el Musto y hoy están las destina a cada preso para su aten- los desplazamientos. Para quienes
“El modelo de atención es com- unidades 5 y 9, albergando a unas ción sanitaria. Si se repartiera de tienen mutualista suele complicarse
partido y nos movemos en una 400 mujeres privadas de libertad, forma homogénea no llegaría a también el acceso a la medicación
frontera porosa: en la cotidiana, algunas con sus niños. los 200 pesos por mes. que tomaban antes de estar presos:
Desde la Organización Pana- los familiares deben retirar los re-
mericana de la Salud (Ops) expre- medios, llevarlos hasta el Sai-Ppl
saron a Brecha su disconformi- y desde allí se encargan de ingre-
dad con la forma en que se lleva sarlos a la cárcel.
Cantidad de personal de salud adelante el servicio. Afirman que La dirección del Sai-Ppl in-
y población carcelaria según centro Asse “no asumió el reto de crear tenta ir una vez por semana a los
un subsistema de salud en centros distintos centros del área metro-
penitenciarios que forme parte del politana, y a Rivera cada 45 días,
Sistema Nacional Integrado de para monitorear el funcionamiento
Unidad 4 (ex Comcar): 3.797 reclusos, 52 funcionarios. Salud (Snis). Lo vivió como una de los servicios. También man-
Unidad 3 (Libertad): 1.167 reclusos, 26 funcionarios. sobrecarga a sus desafíos asis- tiene reuniones mensuales con
Unidad 6 (Punta de Rieles): 603 reclusos, 22 funcionarios. tenciales, sin considerar que era el gabinete del Inr para acordar
Unidad 12 (Rivera): 582 reclusos, 19 funcionarios. una oportunidad de mostrar sus protocolos en conjunto.
U5 (ex CNR): 373 reclusos, 30 funcionarios. funciones de prestador público
U9 (ex El Molino): 37 reclusos, 17 funcionarios. donde nunca van a llegar las ten- TRATAMIENTO. La Ops dice una
Cárcel Central: 2 funcionarios (1 médico y una enfermera). taciones del mercado en la aten- y otra vez que el desafío es im-
ción de la salud”. La estrategia plementar la prevención en cada
Fuente: Sai-Ppl pretendía garantizar el derecho
a la salud de los reclusos en las
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cárcel. Pero se decidió a nivel ins-
titucional que “en ningún caso
el personal de salud entre a las
celdas”, dice Meléndez. Hacerlo
permitiría prever situaciones de
enfermedad y brindar información
útil a los usuarios sobre cuidados
en su salud física, sexual, repro-
ductiva, mental.
“El acceso a la enfermería
depende de la Policía –dice un
preso de la Unidad 4–. Somos 400
personas en este módulo. Si uno se
siente mal y está al final del pasi-
llo, tiene que estar todo el módulo
golpeando, casi que tirando todo
abajo, para que quien está hacien-
do guardia se levante, vaya hasta
el fondo y te lleve a enfermería
a ver si te atienden”. El 40 por
ciento de la población carcelaria
identificó al personal de custodia
como la principal barrera para la
atención de urgencias.1
A priori, la presencia de Asse
dentro del sistema carcelario se
evaluó positivamente, sería un
agente externo al Inr que no de-
pende de jerarquías policiales.
Sin embargo esto no ocurre así,
aunque se han fortalecido canales
de comunicación entre las coordi-
naciones de las policlínicas y los
directores de cada cárcel.
“El ejercicio del derecho a la
salud queda atado a la discrecio-
nalidad y arbitrariedad carcela-
rias. La política de no ingresar a
los espacios carcelarios y atender
a demanda limita la posibilidad
de cambiar las lógicas de premio/
castigo y promesa/amenaza”, se-
ñala Mauro Tomasini, integrante
del Serpaj que desde hace 12 años
monitorea el funcionamiento de
las cárceles.
El comisionado parlamentario
Juan Miguel Petit también discre-
pa con la decisión de que no entre
personal de salud a los módulos:
“Hoy es inaccesible el derecho a
la salud. Para entrar y recorrer el
módulo debe haber educadores,
operadores, que permitan agilitar
las coordinaciones de atención.
Los equipos de salud tienen que
tener un vínculo más directo con
la dirección de cada centro. El
acceso tiene que estar cogestio-
nado entre Asse y el Inr, ser como
copilotos, no sólo atender dia-
rreas o emergencias, sino revisar
la comida, el ruido, la limpieza,
el estrés, la angustia, cómo se ha-
cen las visitas. De alguna manera
intentar que sea similar al afuera,
que sea un tema de salud pública,
no de seguridad o de la Policía”.
“Hay pequeñas policlínicas
que pasan por los módulos una vez
por semana, que atienden entre 20
o 25 personas, en módulos donde
habitan 700. El seguimiento no es
real”, agrega un recluso desde la
Unidad 4. Meléndez, en cambio,
afirma que en cada módulo del ex
Comcar hay atención agendada,
tres veces por semana.
Autoridades de la salud y de
las cárceles han instalado un dis-
curso de que el “adentro” debe
parecerse al “afuera” para faci-
litar la reinserción, y argumen-
tan: “No queremos propiciar la
urgencia en salud, sino que la
persona pueda consultar como
cualquier hijo de vecino; si tiene
una dolencia, que tenga un día y
una hora agendadas para ir a la
policlínica”, sostiene Meléndez.
“Si te vas a atender al Casmu,
como lo hace cualquiera de no-
sotros, tenés que pedir turno y
esperar, ¿no? Bueno, acá igual”,
dice Luis Parodi, director de Pun-
ta de Rieles, frente a reclamos que
suele tener por falta de atención
de la policlínica.
La diferencia con ambas apre-
ciaciones es que el hijo del vecino
tiene libertad de movimiento y
puede trasladarse, de ser necesario,
justo el derecho cercenado en la
prisión. En el sistema penitencia-
rio hay 11.200 hombres y mujeres
(sin contar los niños) cuya salud
queda indefectiblemente bajo la
tutela del Estado. Saben que no
están a la buena de algún dios sino
de la voluntad del llavero, en mó-
dulos donde después de las siete
de la tarde sólo hay oscuridad y
cinco guardias para 500 personas,
espacios donde ni aun muriendo
te ven. Como le pasó a Jesús de
León, de 54 años, que tras un in-
farto estuvo 26 horas muerto en su
celda del Módulo 6 del ex Comcar,
antes de que lo encontraran el 17
de agosto. Petit recuerda el caso y
comenta: “Era un hombre gordo.
No se cuidaba mucho”.
O como le pasó a Carmen
Vázquez, que en marzo de este
año tuvo un aneurisma y un Acv
en la Unidad 5, no detectados a
tiempo, aunque el personal de sa-
lud la había atendido. Murió sola,
engrillada en el Cti del hospital
Maciel, porque a los presos no se
les permite estar acompañados por
familiares en sus internaciones.
Las policlínicas de Asse dis-
ponen de atención de urgencia los
365 días del año, con un médico
y un enfermero. “Cubrimos cual-
quier eventualidad”, dice Melén-
dez, que se jacta de que el sistema
atiende unas 900 consultas sema-
nales en la Unidad 4, entre urgen-
cias y policlínica. Las consultas no
equivalen al número de pacientes
atendidos. Durante 2016 brindaron

El domingo 3 de setiembre un recluso
trasladado desde el penal de Libertad al
Instituto Nacional de Ortopedia y Trau-
matología (Inot) fue “rescatado” por tres
personas cuando ingresaba al nosocomio.
Sabiendo que hay decenas de traslados
que finalmente no se concretan –general-
mente porque faltan policías disponibles–,
y en casos mucho más graves que éste (el
recluso se había quebrado un dedo ha-
ciendo pesas), llama la atención (por lo
que se puede ver en las imágenes de vi-
deovigilancia) que el hombre ingrese al
Inot caminando solo y esposado con las
manos hacia adelante. Segundos después
dos personas armadas disparan dentro del
centro de salud, donde se contaron al menos
ocho impactos de bala, logrando llevarse al
preso tras subirlo a un auto que aguardaba
en la puerta y que había seguido el trayecto
del traslado policial desde San José.
“Muchas fallas juntas, para ser fallas”,
escribió Martín Pereira, de la Federación
de Funcionarios de Salud Pública, en su
cuenta de Twitter. “La vida de los compa-
ñeros del Inot estuvo en juego. Esperamos
y exigimos se investigue a fondo”, añadió.
El gremio resolvió por ahora no atender
“Rescate” en el hospital
a más reclusos en el Inot y solicitó una
reunión con las autoridades, que se con-
cretó el martes 5 y en la que participaron
representantes del Ministerio del Interior
y de Asse. A la salida, el ministro Bonomi
dijo que el mismo recluso había intentado
fugarse en 2011 del Hospital de Clínicas,
y señaló que ante heridas como la que és-
te tenía está estipulado que la atención la
brinde el equipo asistencial que trabaja
en la cárcel. “No era imprescindible el
traslado”, consideró. Aseguró que hay
“unos cuantos” policías investigados por
el incumplimiento del protocolo de segu-
ridad, si bien aclaró que no hay ningún
funcionario detenido. Los uniformados
están en calidad de emplazados y la justi-
cia estudia el caso.
Lo ocurrido en el Inot reactivó el deba-
te en torno a la construcción de un hospital
penitenciario, cuyo proyecto fue diseñado
en 2013 entre el Inr, Asse y con sugeren-
cias del Hospital Policial, y es una vieja
reivindicación de la Ffsp.
En junio de 2015, luego de un episodio
de fuga en el Maciel, donde una enferme-
ra fue tomada de rehén y hubo disparos
entre quienes venían a rescatar al preso
y la Policía, el subsecretario del Interior,
Jorge Vázquez, anunció que el hospital pe-
nitenciario se levantaría en la Unidad 4 y
sería inaugurado en el primer semestre de
2016. La construcción estaría a cargo de
personas privadas de libertad e insumiría
un presupuesto de 14 millones de dólares.
Sin embargo, el proyecto quedó “free-
zado”, dijo Lauro Meléndez, director del
Sai-Ppl, a Brecha. Meléndez considera
que debería hacerse, “pero no como hos-
pital, sino como centro de referencia para
las salidas y para las vueltas (a la cárcel),
como un servicio pre y pos-operatorio”,
teniendo en cuenta que “la gente tiene
mucho temor y fantasías con una perso-
na engrilletada en una sala de espera”.
En 2015 el proyecto preveía unas 40
camas: 20 para internaciones por salud
mental (evitando hacerlo en el Vilardebó)
y 20 para atención pos-operatoria.
Las coordinaciones con hospitales, tam-
bién llamadas “interconsultas”, son bastante
complejas de llevar a cabo. Los traslados
suponen el despliegue de al menos cuatro
policías por día para dos guardias de 12 ho-
ras vigilando al preso en el hospital, además
de vehículos y armas especiales.
Por su parte, Petit abogó por tener ma-
yor atención primaria en las cárceles y
ciertas consultas “inevitables” fuera, pero
tomando el modelo español, en el que se
prepara al personal de salud para recibir
a personas privadas de libertad, hay sec-
ciones del hospital especiales para atender
a los presos (con puertas reclusas), cáma-
ras de videovigilancia para monitorear los
movimientos en ese sector, y los guardias
usan túnicas.
Meléndez dijo que desde el Sai-Ppl
“nos aseguramos de que los reciban en
puerta de entrada de los hospitales con
los que se coordina (generalmente el Pas-
teur y el Maciel, el Saint Bois y el Perei-
ra Rossell). Estamos buscando con Asse
otros centros para incorporar hospitales
que estén más cercanos a los centros pe-
nitenciarios, por ejemplo el de San José,
donde está el penal de Libertad (hoy en
día se tienen que trasladar hasta el Maciel).
Las conducciones vía judicial las hace el
Inr. Las conducciones médicas las hace
nuestro personal, con ambulancias”. Y
aseguró que tienen un protocolo en cada
puerta de entrada de los hospitales para
recibir a pacientes que están presos. n

un total de 8.359 atenciones a re-
clusos, entre las que se destacan
1.813 por trastornos psicóticos en
la Unidad 4, seguidos por 15 en
la Unidad 9 (ex Molino) y 11 en
Punta de Rieles. Otras consultas
en la Unidad 4 fueron de enfer-
mos cardíacos (2.716), hipertensos
(1.515) y por Vih (479) y tuber-
culosis (147).
El cuaderno de consultas no
registra lesiones ni autolesiones.
Eso se hace aparte, cada vez que
un preso es trasladado de módulo
o de cárcel, o al hospital, y cuando
vuelve a entrar, para asegurar que
no sufrió ningún tipo de castigo
en el traslado.
Según el “Diagnóstico epide-
miológico”, 18 por ciento de las
personas presas registran lesiones
autoinfligidas, y 13 por ciento
tuvieron intentos de autoelimina-
ción. El 22 por ciento de las lesio-
nes requirieron atención médica;
un tercio de los heridos tuvo que
ser hospitalizado por heridas con
objetos cortantes.
“La cárcel es un dolor inso-
portable. La sangre alivia”, razo-
na Parodi, y asegura que “no sólo
se cortan por angustia, también
para salir un rato del módulo”.
En Punta de Rieles, si te cortás hay
sanción. Para el director esto “no
significa nada”: son diez días sin
recibir visitas, y queda en tu lega-
jo. No se castiga suspendiendo ac-
tividades educativas ni laborales.
“Se sanciona y tenés que pensar
por qué te cortaste y no hacerlo
más. Entiendo por qué te cortás,
pero tenés que buscar otro meca-
nismo para que la angustia circule
de otra forma.” En lo que va de
2017 el comisionado ha registrado
nueve homicidios, ocho suicidios
y diez muertes por enfermedad en
las cárceles uruguayas.
En 2009 el ex relator espe-
cial de las Naciones Unidas so-
bre la Tortura, Manfred Nowak,
señalaba el escaso acceso a los
servicios médicos por parte de
los reclusos. En 2011 el direc-
tor técnico de los servicios pe-
nitenciarios, Danilo Rodríguez,
consideraba que las altas normas
de seguridad dificultaban la aten-
ción: “Primero el recluso tiene
que pedirle al llavero para salir
al médico. El policía que custo-
dia, equivocado o no, toma la
decisión y todo esto enlentece
la atención”.2 Casi como ahora.
En ese año Rodríguez aventu-
raba la solución: “que un enferme-
ro recorra el establecimiento celda
por celda y sea él quien decida”.3
El director adjunto del Sai-Ppl de
ese momento (hoy asesor del co-
misionado parlamentario), Tabaré
Martínez, también sugería “cons-
truir los equipos de salud integral
cada 300 reclusos”.4
“En la relación médico-usua-
rio juega la confianza, a veces el
médico no te cree y piensa que
lo estás engañando porque que-
rés más medicación, y el hastío
por estar viviendo situaciones
muy jodidas, muy violentas, in-
frahumanas”, dice un hombre
que desde hace cinco años está
privado de libertad y conoce la
atención sanitaria de las unidades
3, 4 y 6. “A veces vas y hablás
con buen tono y no te atienden.
En cambio va otro a los gritos y
lo atienden enseguida. Ves cómo
los profesionales van cambiando
su conducta y se asemejan cada
vez más a un policía.”
Parodi asume que en la poli-
clínica “hay un enfermero al que
se le va un poco el balde”, en re-
ferencia al trato que dispensa a los
reclusos. Desde la Ops agregan que
“es preocupante que una elevada
proporción de las patologías de-
tectadas en el diagnóstico epide-
miológico no están diagnosticadas
y no han sido tratadas”.
“ENCANICADOS”. Petit llegó un
poco agobiado al café. Suele repetir
que su tarea es “estimulante”, pero
hoy lo hace con un ritmo más len-
to. Son las seis y media de la tarde
de un día que comenzó a las ocho.
Acaba de tener una reunión con
la madre de un joven que tiene 22
años y ha comenzado a consumir
drogas en la Unidad 4. Sus fami-
liares están desesperados pidiendo
auxilio por el cuadro de degrada-
ción personal, física y psíquica que
presenta. “Ya hicimos las deriva-
ciones correspondientes”, dice.
Pasta base, cocaína, marihua-
na, escabio (fruta fermentada hasta
que genera alcohol), son consumos
problemáticos habituales. Junto
al Sai-Ppl y técnicos de la Secre-
taría Nacional de Drogas, opera-
dores del Inr serán capacitados
para realizar intervenciones con
enfoque de reducción de riesgos.
La pregunta es por dónde entró la
droga, dice Parodi, que busca res-
ponderse a través de su “pequeño
grupo de inteligencia. Acá todo
el mundo habla; si vos te querés
enterar, te enterás”.
“La no atención de las adic-
ciones, además de ser un proble-
ma para la convivencia dentro de
los establecimientos, es un fac-
tor que compromete seriamente
las posibilidades de las personas
adictas de encarar su inserción
social, laboral, educativa o fami-
liar”, dice el comisionado.
Para lo que sí entra el enferme-
ro a los módulos, una, dos y hasta
tres veces por día, acompañado por
un guardia, es para entregar “en
boca” la medicación psiquiátrica.
En Punta de Rieles ya funciona
esta modalidad de moler las pas-
tillas, ponerlas en un vaso y con-
trolar que sean tragadas.
Los psicofármacos son, junto
con la marihuana, las sustancias
psicoactivas más consumida den-
tro de la cárcel. Presos y jerarcas
coinciden en que las pastillas, o
“canicas”, son “moneda de cam-
bio” entre reclusos, o entre poli-
cías y reclusos. Desde el Sai-Ppl
no pudieron precisar la cantidad
de personas que toman psicofár-
macos en las cárceles.
“Hay gente que ingresa, le
hacen historia clínica nueva y
puede llegar a decir que tomaba
de antes o que se quiere matar,
y se las dan. La medicación es
detonante de gran parte de la
violencia y de los problemas acá
adentro. Tienen mala administra-
ción y mal seguimiento”, dice el
preso del ex Comcar. Un recluso
cuestiona: “Si le das 12 ansiolí-
ticos por día a un tipo, la inten-
ción es dejarlo totalmente grogui.
¿Es para bajar la ansiedad o la
administran para que tu cuerpo
se acostumbre y pidas más?”.
“En salud mental, si un tipo es-
tá 23 horas encerrado es imposible
abordarlo de otra manera que no
sea mediante un chaleco químico
–analiza Tomasini–. Siempre es
mejor escuchar que dar medica-
ción, pero eso quién lo hace. Los
operadores terapéuticos son gente
que escucha a través de la reja. Eso
es tratar de que no explote nada,
controlar riesgos propios de las
tensiones de la cárcel.”
En la Unidad 4 y Punta de
Rieles, Narcóticos Anónimos or-
ganiza un encuentro grupal cada
15 días. La psicóloga Mariana
Folle, integrante de la Mesa pa-
ra Mujeres Privadas de Libertad,
considera que hay una “exage-
ración” del trabajo grupal como
dispositivo pensado desde la psi-
cología social. Esto lo relaciona
con la tendencia de las políticas
públicas a pensar a la población
carcelaria desde una masificación
que condiciona las formas de go-
bernabilidad sobre las personas,
con la medicación como ejercicio
de control cotidiano.
Hay dificultad para pensar a
las personas fuera de la cárcel
y para hacer seguimientos más
individualizados que permitan
considerar proyectos de vida du-
rante la privación de libertad que
apunten hacia el egreso de la pri-
sión, advierte, considerando sus
barrios, sus orígenes sociales y las
redes que deben generarse o for-
talecerse para no profundizar su
situación de exclusión-expulsión
una vez que estén libres.
“Pensar cualquier dispositivo
de salud en las cárceles significa-
ría modificar las condiciones de
vida y de entorno de las personas
que las pueblan. En la actualidad
sólo se brinda un dispositivo focal
que no trasciende la emergencia
–señala Tomasini–. Dispositivos
más complejos y de largo aliento
basados en la prevención, pro-
moción y cuidados demandarían
reconocer ciertos actos cotidianos
(ver, hablar, respirar, bañarse, ali-
mentarse, entre otros) como parte
de un enfoque de derechos, y no
como beneficios.”
DIAGNÓSTICO. Martín, de 21 años,
llamaba a su mamá llorando des-
esperado porque tenía dolor de
panza. Ella le respondía que poco
podía hacer y que insistiera con
el médico. La alarma se encendió
cuando sus compañeros de celda
le avisaron que su hijo sangraba
por el ano.
La mujer se comunicó con
el comisionado parlamentario y
recién después de seis horas de
8 de setiembre de 2017
gestiones (aunque la orden desde
el Inr estaba desde el mediodía)
el llavero decidió abrir la celda y
bajar a Martín a la policlínica. Le
descubrieron una infección intes-
tinal. Le recetaron un blister de
antibióticos y una dieta especial
que nunca recibió. La infección
era producto de la alimentación
que recibe la mayoría de los pre-
sos: el rancho, un guiso inmundo
cagado por palomas y ratas.
Tiempo después, al finalizar
una visita, Martín se golpeó en la
ingle con la punta de una mesa.
Se le hincharon los testículos. Lo
revisaban y le decían que no te-
nía nada. Empezó a estar ojeroso,
pálido, febril. Otra vez llamaron
a Petit. Antibióticos y traslado
urgente al urólogo. La infección
nunca curada se había generaliza-
do. Estuvo una semana internado
en el Pasteur drenando pus y re-
cibiendo más antibióticos. “Sos
la mamá y no te dejan quedarte
a curarlo”, se lamenta la mujer
por teléfono.
Su hijo se salvó, pero pronto
volvió al caos. Nunca tuvo se-
guimiento tras la internación. Pa-
ra calmar el dolor el joven suele
“encanicarse”, como cuando se
coloca una pastilla o trapos con hi-
poclorito en la muela que le duele.
No se ve nada hacia el interior
del contenedor donde funciona la
policlínica. Los carteles con los
horarios de atención tapan la única
ventanilla. Llueve. Las calles de
esta cárcel-pueblo, como le gusta
decir a Parodi, se vuelven lodo.
Charcos gigantes que impiden cru-
zar hacia el almacén, la escuela, la
fábrica, la cancha de deportes con
el depósito inundado. El pantano
punitivo se vuelve literal.
El enfermero asoma medio
cuerpo desde la puerta blanca. Sus
ojos celestes miran con tedio a
tres hombres que esperan de pie
porque las sillas de plástico negro
están empapadas aun bajo techo.
Sólo les dice:
—Todavía no. n
1. Salud y enfermedad en condicio-
nes de privación de libertad. Diag-
nóstico epidemiológico. E Levcovitz
(coordinador) et al. Montevideo, Opp,
mayo de 2016.
2. Derechos humanos en el Uruguay.
S erpaj . Montevideo, 2011, págs
182-183.
3. Ídem.
4. Ídem.
Brecha      39
Parirás con
grilletes
Si hay algo en lo que la
cárcel se parece al afuera es
en negar el derecho de las
mujeres a decidir sobre sus
cuerpos, en profundizar las
desigualdades –sancionando
casi cualquier conducta, para
recordarles quien manda y
que salirse del rol hegemóni-
co de mujer se castiga–, y en
llamar “beneficios” a los de-
rechos inherentes a cualquier
ser humano. También en que
los actos que representan ac-
cesos a derechos, como parir
sin violencia obstétrica, son
relativos y deben ponerse a
discusión. Parir sigue sien-
do un derecho en disputa
entre la mujer, los médicos
y (aquí se suma) la guardia
penitenciaria. Las mujeres
paren engrilladas, y Lauro
Meléndez opina que para esta
escena se manejan “distintas
seguridades: una seguridad
para la persona privada de
libertad, otra para el profe-
sional, otra para el policía,
y una seguridad para la so-
ciedad”. Según él, quienes
pierden en este debate no
dado son las personas más
vulnerables, “porque no tie-
nen lobby, quizá porque no
tienen capacidad fuerte para
manifestarse, quizá porque
quienes hablan por ellos no
tienen capacidad para repre-
sentar sus sentires”.
Parir engrilladas por es-
tar privadas de libertad es un
tema en el que nadie se ani-
ma a tirar la primera piedra.
Tampoco sobre el aborto, ni
las visitas familiares ni las
íntimas –cercenadas por san-
ciones o por criterios como
que otros hombres presos no
pueden ser las parejas sexua-
les de mujeres reclusas.
Más que dar el debate,
debería acelerarse la burocra-
cia para cumplir al fin con el
artículo 131 del Código del
Proceso Penal, que permite
la prisión domiciliaria duran-
te los últimos tres meses de
embarazo y los primeros tres
meses de lactancia. n