Está en la página 1de 4

‘12 hombres sin piedad’

Análisis

Jenifer Muñoz Molano

Instituto politécnico José celestino mutis

Investigación judicial y criminalística

Neiva (Huila) 2020


ANÁLISIS
‘12 hombres sin piedad’ narra la historia de los componentes de un jurado, doce
hombres, que se retiran a reflexionar sobre lo que parece un sencillo y claro caso
de asesinato (un chico ha matado a su padre). Cuando parece que no van a tardar
demasiado en decidir un veredicto, uno de ellos no lo tiene tan claro, tiene lo que
se llama duda razonable, aquella que si surge es necesario e imprescindible
dictaminar que el acusado es inocente (su vida depende de la decisión de estos
doce hombres). Expondrá sus argumentos y pedirá una nueva votación para ver si
alguien más se lo ha pensado. Poco a poco las dudas comienzan a surgir.

Prácticamente toda la acción de ‘12 hombres sin piedad’ transcurre en la sala de


deliberación, exceptuando el prólogo y el epílogo. En hora y media se va creando
una sensación de claustrofobia acorde con la psicología de los personajes. Con
este sencillo truco, el espectador se ve inmerso en una historia sobre la que
apenas tiene datos, pero que se van descubriendo, desvelándose con ello las
distintas personalidades de los sujetos que decidirán si el chico vive o muere. Uno
a uno van descubriendo sus cartas, y enseguida nos damos cuenta de aquéllos a
los que verdaderamente les preocupa el caso y se toman con seriedad la
responsabilidad que ha recaído sobre ellos, y a los que todo les importa un

Comino. Un claro reflejo de la vida real, ¿realmente todos los jurados del mundo
actúan como debieran?

Los doce componentes del mencionado jurado representan al ser humano en


general. Acertado es el detalle de que no sabemos la mayoría de sus nombres; o
bien se dirigen a ellos por su número de miembro del jurado, o bien por su
profesión. Hay desde un arquitecto (el primero en hacer saltar la liebre) hasta un
publicista, pasando por un entrenador de fútbol, un contable, un vendedor, etc.
Gente de a pie normal y corriente con la que es muy fácil identificarse, salvo quizá
la del arquitecto, pues parece poseer la verdad absoluta, algo que si existe es muy
difícil de alcanzar. Un hombre recto, reflexivo, compasivo, inteligente, y que su
inquietud le hace pensar más que los demás, algo que hará que los
acontecimientos venideros tomen un curso bien distinto. Un curso en el que
prejuicios de todo tipo salen a flote antes de que llegue el inevitable final, y todo
porque la mayoría de los personajes, son incapaces en principio de dejar a un lado
las experiencias personales (uno de ellos es racista con la gente de igual
condición social que el acusado sólo porque ha tenido un par de encontronazos
con ellos). Todos esos puntos de vista son desmontados cada vez que uno se va
uniendo a la causa que el arquitecto (¿es casualidad que la profesión del
personaje más llamativo sea la de alguien que hace planos, la base de toda
construcción?) encabeza. Y el espectador se conmueve ante cada nueva pista
descubierta, ante cada nuevo desmoronamiento de los prejuicios que todos
poseemos. Al final queda la verdad, se ha hecho justicia y la sensación de haber
hecho lo correcto, aunque para llegar a ello cada uno ha tomado caminos
distintos.

En la película se han estudiado en clase temas como el conformismo y la


influencia de la mayoría, minoría en el caso de esta película. Los aspectos que
parecen más relevantes para la película son los siguientes:
Supuestamente, el jurado elegido para resolver este caso debe ser imparcial y, sin
embargo, guiarse por prejuicios o pasiones, llamándolo así, y condenado. Nuestro
sistema judicial, por el contrario, dice lo siguiente: "Toda persona es inocente
hasta que se demuestre lo contrario". Sin embargo, la sociedad actual hace lo
contrario. En este caso, el niño parece culpable, las pruebas lo enfocan de esa
manera. El debate del jurado está desglosando gradualmente estas evidencias,
hasta llegar a una "duda razonable", suficiente, según la ley, para declararlo
inocente. Dicho esto, el aspecto más relevante de la película es la conformidad
reflejada en los miembros del grupo, excepto el protagonista.
Este conformismo se debe a que una vez que los hombres son guiados por
pruebas simples y no siguen el camino de la reflexión, un camino que sí sigue al
protagonista. El protagonista con la fuerza de la lógica y el diálogo convence al
resto del jurado de la posible inocencia del niño, desmoronando los argumentos
que eran contradictorios entre sí.
A favor:

Ante los doce miembros de un jurado, un magistrado da por finalizado el juicio a


un joven de 18 años por haber matado a su padre, y les pide que se retiren a
deliberar el veredicto. Si es culpable, será enviado a la silla eléctrica por homicidio
en primer grado. La cara del acusado se superpone sobre la sala a la que todos
acuden a reflexionar su dictamen y donde se desarrolla el resto de la
película. Cuatro paredes para que una docena de hombres decidan sobre lo que al
principio parece un caso sencillo de culpabilidad. Pero hay uno de ellos, el número
8, interpretado por Henry Fonda, que tras la primera votación manifiesta su
desacuerdo, no por creer en la inocencia del muchacho, sino por tener dudas y
considerar justo que se debata sobre la cuestión, debido a que la vida del acusado
está en sus manos.Contra el poder de la mayoría, la falta de ética y de
responsabilidad, y la intolerancia, el personaje de Fonda ofrece una visión
alternativa sobre los testimonios, el arma del crimen y los indicios, poniendo
ejemplos, argumentando y consiguiendo extender dudas razonables conforme
avanza el tiempo y aumenta la tensión, el humo de los cigarros y el sudor de las
camisas. El guion se sirve de múltiples personalidades, dogmas y situaciones
personales para configurar un crisol humano lo más variado posible y en paralelo,
asistimos a una narración visual que juega con todas las posibilidades técnicas de
un espacio cerrado. realizando auténticas maravillas con los planos y jugando a
colocar a los doce hombres en diferentes posiciones, como en un tablero de
ajedrez. No hay concesiones a la comodidad del espectador. La ambigüedad de
los hechos queda tan sumamente diseccionada que no hay forma de saber si el
acusado es o no culpable. Y no hay otro objetivo más allá de ese dato. Se trata,
como dice el miembro número 8, de “una verdad que nunca conoceremos” y que
tan solo obliga al resto de personajes (y a nosotros) a tener agallas para decidir lo
que sería justo en un caso así. No decidir conforme a influencias externas,
dogmas, simplificaciones o estereotipos, una misión casi imposible todavía en la
actualidad, por la propia naturaleza del ser humano, inasequible a una justicia
plenamente eficaz. 

También podría gustarte