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11/11/2025 12 hombres sin piedad.

"Una duda razonable" | Cisolog

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12 hombres sin piedad. «Una duda razonable»


By rucrespo (http://cisolog.com/sociologia/author/rucrespo/) in Artículos
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valores/)
23 enero, 2012

Cuando una película, aparte de cumplir su función principal de entretener, trata con maestría algún problema
real de índole social —el que nos interesa en este weblog—, el concurso de la crítica a posteriori sobrepasa el
meramente cinéfilo y se le suma una serie de análisis y reflexiones sobre dilemas que están en la misma base
de las ciencias sociales y la filosofía. Al fin y al cabo, un filme representa un documento que para la
investigación social puede ser un objeto de estudio muy interesante. Un documento que es asumido como un
acontecimiento con materialidad informativa que tiene importancia social, única y singular. Así, las películas
que reflejan aspectos ‘trascendentales’ de la realidad social, no dejan de ser auténticas prácticas, que
expresado en la metodología foucaultiana, tienen: una estrategia (el suelo: tiene sus raíces en una sociedad
concreta, compuesta por otros documentos, pudiéndose llevar el análisis hasta el infinito), una intención (lo
que intenta hacer el documento en la sociedad), y unas consecuencias (lo que el documento hace a la
sociedad).1

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12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957) es una de las películas mejor valoradas de la historia del cine;
por ejemplo, Fimaffinity la tiene entre las cinco mejores por votación (véase la ficha en la misma web
de Fimaffinity: 12 hombres sin piedad (http://www.filmaffinity.com/es/film695552.html)). Pero, además, se trata
de una de esas película cuyo tema y la manera en que ha sido tratado tiene el interés que he descrito arriba.
Con un gran talento, su director, Sidney Lumet, logra representar a través de una situación microgrupal un
gran problema de nivel macrosocial que, además, está en el origen mismo de la condición humana, la moral y
la ética social. Se trata de cómo los prejuicios, los intereses y las influencias del pensamiento preponderante
de la sociedad ejercen una gran presión sobre el individuo a la hora de juzgar y tomar una decisión sobre otro,
y que por las evidencias, sólo aparentes, cree actuar con certeza de justicia hasta que aparece «una duda
razonable». Una duda que no siempre tiene la suerte de ser lo suficientemente atendida, pero cuando logra
que los individuos reflexionen, tal reflexión no sólo les llevará a replantear el problema mismo, sino que
además les llevará a un verdadero análisis retrospectivo y a cuestionarse sus propios valores morales.

Como verá el lector, el tema de fondo de esta película tiene una notable importancia para disciplinas como la
filosofía moral o la sociología, pero no menos para cualquier individuo y la sociedad en sí misma. A
continuación se presenta un análisis interpretativo, tan genial como la misma película, de Esther C. García
Tejedor (Doctora en Filosofía por la UNED). Este análisis ha sido extraído con su permiso de un artículo de su
blog Siete peldaños. Filosofía en imágenes, didáctica y reflexiones
(http://cadenasverticales.blogspot.com/).

Naturalmente, la lectura de este análisis carecerá de sentido si el lector no ha visto la película, la cual
recomiendo que vea encarecidamente, sobre todo si es de los que tiene, por poca que sea, la esperanza de
que la sociedad puede mejorar.

12 hombres sin piedad


Por Esther C. García Tejedor, 3 de junio de 2009

Argumento
Un chico de 18 años es juzgado por el asesinato de su padre. El jurado debe emitir su veredicto en un caso
en que todas las evidencias parecen condenar al acusado. Estos doce hombres, a los que el sistema
presupone imparciales, comienzan a manifestar su personalidad a medida que deliberan, a petición de uno de
ellos, sobre los testimonios que fueron presentados. La fuerza del diálogo y de la lógica va desmoronando la
consistencia de esos testimonios que, una vez que son unidos como un puzzle, manifiestan su inconsistencia.
La racionalidad del protagonista se va abriendo camino entre la niebla de los prejuicios, pasiones y
motivaciones anímicas de los demás miembros del jurado. Uno a uno son incitados a reflexionar, comprender
y aclarar lo que se esconde tras las apariencias del caso. En este proceso, son sus propias personalidades
las que están siendo analizadas una vez que se embarcan en el ejercicio esclarecedor de la razón.

La trama
Nuestro sistema judicial se basa en el principio que ya estableciera el derecho romano: in dubio, pro reo (ante
la duda, a favor del reo). Esto significa que toda persona es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad.
Sin embargo, en la sociedad suele ocurrir a menudo lo contrario, como se refleja aquí: el
chico parece culpable, las evidencias tienden a enfocarlo así; el debate del jurado va desmoronando la
consistencia de esas evidencias, hasta desembocar en una “duda razonable”, suficiente por ley para absolver
a un acusado.
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Es importante destacar que no se demuestra la inocencia del chico: lo que se demuestra es el conjunto de
pre-juicios que condicionan una apariencia de culpabilidad, de los cuales hay que desvincularse para juzgar
fríamente si hay pruebas consistentes –no meramente circunstanciales–.

El tema
El punto de partida: la opinión previa

El tema, más que el de la justicia a secas, es el del juicio humano. ¿Cómo se fragua un juicio sobre la
realidad? La película se plantea en un entorno en que la irrelevancia o inocencia de la “opinión” propia no
tiene cabida: el juicio que se forja cada uno de estos hombres sobre unos hechos tendrá como consecuencia
la condena a muerte de un chico de 18 años.

Nuestra opinión sobre el mundo tiene unas consecuencias; el ser humano es responsable del modo en que
las fragua: analizar los propios planteamientos, conocer los propios prejuicios, desvincularse de los propios
intereses, son obligaciones morales ante las que todo ser humano debe responder. La desidia ante el
conocimiento de la verdad, sobre uno mismo o sobre el mundo, nos hace inexcusablemente culpables.

Muchos son los factores que intervienen o alteran de algún modo la formación de un juicio:
los prejuicios (ideas preconcebidas sobre la realidad), los intereses, la influencia del pensamiento de la
sociedad y de la opinión ajena (actitud supeditada a menudo al miedo a la imagen que proyectamos),
la apariencia, a la cual a menudo se produce una adhesión acrítica… Todas estas actitudes se ven reflejadas
de un modo u otro en alguno de los personajes, que componen así un microcosmos social, un reflejo de
modelos humanos encerrado en una habitación. Sólo hay un camino para superar estas barreras: la
reflexión.

La reflexión como vía de desenvolvimiento

En la película se plantean varias actitudes ante la reflexión: al principio, sólo uno ha optado por llevarla a
cabo, y va arrastrando a otros. En los demás encontramos: o bien una primera pasividad, que van superando
de distinto modo, o bien una abierta hostilidad: en alguna escena se ve cómo alguno de ellos se niega a la
evidencia racional de aceptar como posible una determinada interpretación de los hechos.

Tras un primer intento, el que promueve la reflexión propone una segunda votación, ante cuyo resultado se
rendirá. Esa secuencia no es baladí: el diálogo sólo puede establecerse cuando dos partes están
dispuestas a ello. Fonda se da cuenta de que su monólogo no llevará a ninguna parte; la actitud del viejo
representa esa aceptación del reto de dialogar. Ante la ceguera o desidia de los demás, uno despierta la
conciencia crítica, lo que da pie al desarrollo de la película.

El origen y naturaleza de la justicia: la conciencia humana

Aunque la película parece realista, en realidad el resultado final es más un alegato ético sobre lo que debería
y en última instancia podría ser si la razón humana, instrumento fundamental de la ética, guiara nuestra
conducta.

La justicia no se puede esperar del devenir de la vida; es un ideal humano, pero un ideal al alcance no de
cada individuo, sino de la humanidad en su conjunto. Las consecuencias éticas de nuestra conducta, dejadas
a la ensoñación de la “justicia cósmica”, dependerán totalmente del azar. Como la vida del muchacho de
nuestra película depende del “azar” que ha compuesto a los miembros de su jurado, y que en este caso ha
permitido que participe la razón y la conciencia, necesariamente introducidas por un ser humano.

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En el caso que nos ocupa, el personaje representado por Henry Fonda asume este papel. Supera todo tipo de
ataques: es acusado de ansia de protagonismo, de darse importancia, de provocador… críticas ante las que
hace caso omiso con una integridad rayana en lo heroico (esta misma actitud impasible la mantiene también
el corredor de bolsa). En el mundo real es más habitual la actitud de otros de los miembros del jurado, que se
indignan ante la malicia de los comentarios de quienes se empeñan en boicotear las argumentaciones.

Es importante destacar que ese debate no se produce porque uno piense que es inocente; su declaración es
que no lo sabe. El primer paso es la duda. La película plantea constantemente una dialéctica que gira en
torno a los conceptos de lo evidente, lo posible y lo probable. Lo que en un principio parece que no deja lugar
a dudas, es puesto en tela de juicio cuando alguien comienza a plantearse hasta qué punto los hechos son,
efectivamente, evidentes.

Para situarnos en esta posición es imprescindible analizarnos primero a nosotros mismos. A lo largo de
nuestra vida y en el proceso de socialización vamos adquiriendo una serie de prejuicios, de concepciones
positivas o negativas sobre la realidad. Es algo necesario para desarrollarnos, para ir ampliando nuestro
ámbito de acción y nuestra capacidad de respuesta ante el entorno que nos rodea. Se trata de lo que
denominamos «experiencia».

Experiencia y prejuicio

La experiencia, efectivamente, es un tipo de conocimiento práctico que proporciona una mayor plasticidad de
respuesta. Como dice el refrán: “el joven conoce las leyes; el viejo, las excepciones”. Pero la experiencia no
es algo que se adquiera de forma pasiva, por el mero paso del tiempo. Exige capacidad de aprendizaje, de
lectura de la propia vida. Cuando confundimos la naturaleza de la experiencia y transformamos nuestras
propias vivencias en ley, la experiencia deja de ser el conocimiento práctico que es y se torna en prejuicio.
Uno de los personajes pretende hacer ley universal la coducta antisocial que abunda en ciertos barrios
marginales; otro, abandonado por su hijo, desarrolla una opinión generalizada hacia todos los hijos, e incapaz
de enfrentarse a la realidad de sus sentimientos, los proyecta hacia todos los hijos. Azarosamente declara
cómo educó a su hijo a partir de su propia opinión sobre lo que debía ser un hombre. Sin darse cuenta, su
incapacidad por comprender y respetar a su hijo es lo que provocó en su momento que éste le abandonara. Y
esa incapacidad es lo que le lleva a negar sus sentimientos, al tiempo que es dominado por ellos al
convertirse en prejuicios. Cuando la realidad le obliga a dar su brazo a torcer lo verbaliza: “maldigo a todos los
hijos por los que das la vida”. Es el momento de la expiación.

El retrato de la experiencia verdadera lo proporciona aquí el anciano del jurado, un hombre con verdadera
experiencia, con un fino olfato desarrollado a través de la observación de toda una vida, que le permite
discernir caracteres, motivaciones, necesidades, en los distintos testimonios que los dos testigos principales
ofrecen; es a partir de ese sutil conocimiento psicológico como consiguen encajar las piezas del puzzle que
faltaban: por qué habrían de mentir o disfrazar la verdad los testigos.

El siguiente paso es el diálogo: Casi al comienzo, cuando el protagonista propone una segunda votación, se
hubiera rendido si no hubiera encontrado apoyo. La justicia jamás podrá desarrollarse en una sociedad sorda.
El monólogo, por veraz e instructivo que sea, no puede transformar la realidad humana, porque ésta es,
básica y radicalmente, social. Ese diálogo, para ser efectivo, debe estar enfocado racional y objetivamente en
todo momento. En este punto es imprescindible volver al comienzo de la cuestión, al punto de partida: la
opinión.

La opinión

La opinión, como hemos visto, puede no estar exenta de prejuicio. Una opinión sólo puede ser aceptable en la
medida en que pueda ser revisada. Los seres humanos percibimos la realidad desde una perspectiva
existencial, la de la propia vida. En la medida en que estamos abiertos al diá-logo, a la comprensión de otros

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puntos de vista, las vivencias propias dejan de ser mera experiencia de una vida y se van convirtiendo en
experiencia de la vida.

El diálogo es imprescindible para el desarrollo vital de la razón. La razón sola, individual, es meramente
teórica y contemplativa. Para poder implantarse en la vida es necesario que no sea uno solo el que se aplique
a ella.

El último paso, lógicamente, es la comprensión de una verdad más radical, de naturaleza tan distinta a la
cerrazón de las previas opiniones acríticas. Nunca se podrá saber si el chico mató o no realmente a su padre,
pero para la conclusión de la película esto es irrelevante. Nadie acaba en el proceso igual que comenzó; la
seguridad en el modo de intervenir y de expresarse de cada uno se van dando la vuelta; la fuerza del prejuicio
se debilita, la pequeña sociedad ahí concentrada se transforma. La racionalidad, en todo su poder, ha
cumplido su misión.

Los personajes

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· Nº 1. El presidente del jurado. De profesión, ayudante de entrenador. Un hombre sencillo en sus juicios, pero
con voluntad de hacer las cosas bien. Se le ve bueno, pero emotivo y susceptible a la crítica.

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· Nº 2. El bajito con gafas. Empleado en un banco. De personalidad endeble, que se refleja en su propio
aspecto físico, no puede justificar su primer voto de culpabilidad; es el tipo de hombre sin aparente criterio
propio, muy susceptible al entorno, pero que acaba despertando sus valores y haciéndose fuerte
precisamente cuanto se introduce en la trama de la reflexión. Contrapunto del publicista (nº 12), aparenta ser
un hombre frágil que se deja avasallar con facilidad. Pero el desarrollo del debate le hace crecer como
persona al involucrarse en los argumentos y comprender mejor. E ldesarrollo racional de los argumentos le
estimula y le lleva a descubrir su propia fuerza moral -en un momento determinado se enfrenta al de las
entradas para el partido cuando se burla silbando, quien sorprendido se limita a responder “eres todo un
hombrecito”-.

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· Nº3. El iracundo. Dice dedicarse a la venta de seguros; se manifiesta orgulloso de haberse hecho a sí mismo
(«treinta y ún empleados, y empecé de la nada»). Pronto se sabe que su hijo le abandonó hace unos años.
Delata la vinculación de su criterio a sus sentimientos (o mejor, resentimientos) personales desde el principio,
precisamente cuando declara sin necesidad que se atiene a los hechos, sin sentimentalismos (excusatio non
petita, acusatio manifesta); algo de lo que sin embargo acusa airadamente al que se crió en un suburbio
porque cree que es quien le está estorbando en su meta inconsciente: condenar a su hijo simbólicamente a
través de la condena del joven acusado. Sin darse cuenta, se identifica con el padre muerto, y a su hijo con el
muchacho al que juzgan. Sin embargo, su liberación vendrá precisamente de donde menos lo esperaba:
cuando la presión del entorno social -el resto de los miembros del jurado- le hace ver que su lucha ha
acabado, todo el torrente de dolor que lleva dentro explota y hace que se derrumbe. Es lo único que vemos de
él al final: un hombre abatido ante el reconocimiento de su propia verdad y ante la derrota en la batalla que
tan fieramente había emprendido. La soledad y la vergüenza parecen bajar el telón para él; quizá el
espectador, anímicamente predispuesto contra “el malo”, podría esperar simplemente alegrarse por ello. Pero
es muy otro mensaje que se desprende. Nuestro protagonista, Henry Fonda, comprende. Lo que parece una
derrota total, puede ser para este hombre un nuevo punto de partida. En ese gesto de ponerle la chaqueta le
muestra su comprensión y apoyo, haciendo que abandone ya la sala. Al enfrentarse a su propia realidad, ha
purgado su corazón. No sabemos que será de él ni del futuro de su relación con su hijo. Nada de ello aparece
en la película ni nada podemos deducir. Pero lo que sí se muestra es que el protagonista no buscaba
victorias, reconocimientos ni revanchismos. Quien parecía un enemigo, no era más que un hombre que sufre.
En nada se puede ayudar disfrazando la realidad, porque ese dolor y ese engaño se contagia a su entorno -
recordemos que se juega con la vida de un ser humano-; cada cual debe abrir los ojos a su propia realidad y
afrontar su propio destino.

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· Nº 4. El corredor de bolsa. Este personaje ofrece a la vez una curiosa mezcla entre paralelismo y contraste
al interpretado por Henry Fonda. El hilo lógico de la argumentación se devana entre estos dos hombres, cada
uno de los cuales parte de defender un veredicto opuesto, de inocencia o culpabilidad. Este personaje se
atiene con frialdad y desprendimiento a lo que le dice su razón, y es capaz de cambiar de opinión sin titubeos
cuando, sólo por la fuerza de los argumentos, tiene una duda razonable. Su juicio no depende de nadie; no
busca simpatías ni antipatías, ni se perturba por las que pudiera inspirar. El iracundo intenta buscar su
complicidad en todo momento, aferrándose a las argumentaciones lógicas que él no sabe dar. Del mismo
modo, y pese a que otros viven el debate como una lucha entre dos bandos, estableciendo complicidades y
animadversiones, manifiesta su impasibilidad, independencia e imparcialidad cuando, sin levantarse, contesta
ymanda callar al excitado y prejuicioso nº 10.

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Sin embargo, siendo su razón inflexible, no es él quien pone en marcha el mecanismo de la argumentación ni
revela las inconsistencias de las pruebas inculpatorias. ¿Por qué ocurre esto? Hablamos de la necesidad de
la reflexión racional en la moral, y esto nos lleva a un punto radical de la cuestión. Sin un criterio lógico
firmemente llevado es imposible imponer una ética en el mundo, porque para cambiar el mundo o reconducir
su curso es necesario conocerlo. Pero lo que emprende el camino hacia la justicia es, sin duda, la inquietud
por ella, y esto es lo que mueve a Fonda; nuestro protagonista parte de una inquietud moral: ese chico,
acostumbrado a recibir un golpe tras otro, merece que le dediquen al menos unas palabras. Hay una empatía
de nuestro protagonista hacia el acusado que no afecta, en cambio, a este otro hombre. No quiere decir esto
que carezca de actitud y criterio moral: no pone ningún inconveniente en dedicar su tiempo a un caso que en
nada afecta a su vida, del que no va a sacar beneficio ni perjuicio. Tampoco hay ninguna pasión que le impida
cambiar su voto cuando alcanza el criterio que la justicia impone: la duda razonable. Hemos ido viendo cómo
las pasiones y los sentimientos pueden perturbar el juicio: anular nuestra capacidad de emitirlo, cegarnos ante
evidencias, luchar contra ellas si atentan contra nuestros intereses. Pero la razón sola, concebida en su
aspecto más frío e imparcial, no explica toda la ética. Ha de producirse una inquietud, un sentimiento de
rebeldía, de insatisfacción ante la realidad del mundo, para activar el mecanismo de la respuesta moral. Y esa
inquietud la proporciona la empatía. La empatía es una forma de conocimiento más cercana a lo noético que a
lo lógico. Nos permite ponernos en el lugar de los demás desde una perspectiva emotiva. Su naturaleza
consiste en el reconocimiento emocional de los sentimientos ajenos. Cuanto mayor es el grado en que el
individuo la posee, tanto mayor será su bondad. Cuanto mayor sea su racionalidad, tanto mayor será su
capacidad de tener un sentido de la justicia y de llevarla a cabo.

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· Nº 5. El que se crió en un suburbio. Su presencia en el juicio es importante, porque representa el


contrapunto a los prejuicios de otro de ellos (nº 10). Es un personaje que aporta la reflexión de que la
influencia del entorno no lo es todo en la modelación de la personalidad: lejos de ser un delincuente más, es
un hombre honrado que ha luchado por salir adelante con honestidad; no aparenta haber alcanzado un
puesto de importancia en la sociedad, pero conserva la dignidad ante su propia conciencia. Su pasado ayuda
a afianzar la duda razonable, al explicar el manejo de las navajas por quienes están habituados a ello. Esto
muestra que cada vida particular aporta unas vivencias distintas a otras, por lo que la edad tampoco es un
factor determinante de la experiencia: su experiencia sobre los suburbios sólo puede aportarla aquí él.

La escena en que es acusado sin fundamento por el nº 4 de blando y sentimentalista muestra cómo actúan
los prejuicios sociales sobre la moral individual: conociendo su procedencia y circunstancias, aquél presupone
cuál puede ser su actitud crítica, sus emociones y su carácter. Pese a que este personaje está intentando
juzgar con imparcialidad, el prejuicio y la ofensa recibida podrían haber anulado su intención de dialogar si los
hechos no hubieran demostrado el rechazo al otro. En efecto, podría haber sido él quien hubiera cambiado en
primer lugar su voto por motivos morales, pero la desvirtuación de esta intención habría anulado su
credibilidad y derecho a opinar en sociedad.

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· Nº 6. El más joven, empleado, de profesión pintor. Posee un carácter noble y se rige por principios, cualidad
que manifiesta cuando sale en defensa del anciano frente al nº 3 al principio de la película. No tiene prejuicios,
por ello su planteamiento será limpio y tendente a encontrar la verdad. Pero, como confiesa al protagonista,
no está habituado a tomar decisiones, a pensar, por lo que en un principio tiende a aceptar la apariencia de
culpabilidad sin percibir esas incoherencias de las declaraciones de los testigos. No se trata de un personaje
de poca inteligencia, sino de excesiva modestia en lo que a su capacidad de reflexión se refiere. Sin embargo
es capaz de reconocer los argumentos cuando la situación se presenta.

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· Nº 7. El que tiene entradas para el partido de béisbol. De profesión, vendedor de mermeladas. No tiene el
menor interés por el resultado. Su única preocupación es permanecer el menor tiempo posible. Cambia su
voto con esa única finalidad. Representa un tipo de persona primaria, egoísta y hedonista, en el sentido más
vulgar de la palabra. Elude responsabilidades. Este tipo de personalidad tiende a no admitir críticas y a no
permitir que se altere su holganza. Su juicio se limita a criticar cuanto le estorba y cuando le estorba: por ello
no posee una coherencia de opinión. Declara expresamente que utiliza el humor y la chanza con ese fin.

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MI/s1600-h/Doce+hombres+8.jpg)

·Nº 8. El principal protagonista. De profesión arquitecto. es el personaje que inicia el debate, señalando el
deber de hablar. Destacan en él su enorme templanza y racionalidad. Con estas cualidades es capaz de
enfrentarse a una sociedad –de la que estos doce hombres son metáfora– hostil, diversa, aferrada a sus
propias preconcepciones del mundo y sus anclados hábitos de conducta y juicio. Ese dominio racional de su
persona es lo que le confiere la independencia de criterio y la firmeza de sus convicciones. El mero hecho de
discrepar serenamente con todos, en el comienzo del juicio, nos presenta el carácter del personaje.
Provocado e incluso insultado en varias ocasiones, no deja sin embargo de mantener su postura dialogante.
De hecho, sitúa sus cualidades en una posición superior: soportando esos ataques y esa cerrazón sin perder
la calma, le sirven para ir conociendo y esclareciendo cada personalidad, lo que utilizará a su favor cuando
desmorona uno de los argumentos: que oyeran al chico amenazar de muerte a su padre.

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Pero hay otra característica fundamental en él. No se trata sólo de que se guíe por su razón y de que se
atenga firmemente al análisis objetivo de los hechos (esta misma actitud, como hemos visto, la mantiene
también uno de sus más firmes oponentes: el corredor de bolsa). Es también un hombre de ideales. Cree en
la justicia, se siente en la obligación de llevarla a cabo. El ideal es la motivación, y sin esa motivación no
hubiera sentido la necesidad de buscar una revisión de las supuestas evidencias que fueron presentadas en
el juicio. No es el único miembro del jurado con una conciencia moral, pero sí el único que la antepone a las
apariencias, a la presión social, al “realismo” conformista que prima en un principio en otros personajes.
Incluso cuando su más enervado adversario se desmorona, es el único que permanece cercano a él, el único
que le muestra empatía, calor humano y respeto, ayudándole a ponerse la chaqueta. Es, pues, un personaje
de gran empatía.

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· Nº 9. El anciano. No es el más elocuente ni racional, pero su finura en lapercepción psicológica de los


testigos es de vital importancia. Representa la experiencia en cuanto esa forma de discernimiento de lo
particular, de las singularidades de la vida. Aparece como un hombre humilde, sin éxito, al que la vida no le
hubiera otorgado ningún reconocimiento. Cuando describe a uno de los testigos que en el juicio declara contra
el chico parece analizarse a sí mismo. Habla de un hombre anciano, pobre, al que parece que nadie hubiera
querido escuchar nunca, cuya experiencia nadie requiere. Por una vez en su vida se siente importante: la
gente está pendiente de su palabra; lo que él diga va a tener una repercusión. Teme sentirse humillado y
mostrarse como un viejo inútil.

Curiosamente, ese sentimiento, mezcla de vanidad y falta de confianza, que hace que el muchacho pueda ser
condenado injustamente es el que va a dar fuerza al anciano del jurado. Pese a la sabiduría que su sola
experiencia le haya dado en la vida, no parece haber tenido nunca la oportunidad de demostrarla, no sólo a
los demás sino a sí mismo. A diferencia del testigo, él no se activa por la mera vanidad de ser oído, sino por la
admiración que le suscita la actitud moral del protagonista. La suya sí va a ser una experiencia decisiva y
salvadora: vencer convenciendo a la férrea racionalidad del corredor de bolsa (nº 4) marca el triunfo del afán
moral que guía el debate: llegar a la duda razonable. Sin su perspicacia y finura psicológica –ve muy bien,
declara, y hay que añadir que no sólo con los ojos– no hubieran podido cuestionar la declaración de la mujer.

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· Nº 10. El que desprecia a la gente de suburbios. Posee una cadena de garajes, y durante el tiempo que dure
la deliberación está perdiendo dinero. Sus prejuicios son de tipo social; anulan su capacidad de reflexión y le
obcecan hacia la condena. Por su tipo de personalidad, su juicio y capacidad de aprendizaje y crítica están

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embotados por el egoísmo y la codicia. Se identifica exclusivamente con su propiedad. Es esa codicia lo que
le impide percibir en el chico acusado más que un miembro más de esa clase social amenazante para sus
intereses –son “delincuentes”– y de la que, por su escasez de recursos, no puede obtener ninguna ventaja.

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· Nº 11. El señor de bigote. De profesión, relojero. Es un personaje poco llamativo, pero no por ello menos
necesario para el desarrollo de la acción. El convencimiento de los miembros del jurado de enfrentarse de
forma reflexiva y responsable a la realidad sólo es posible en la medida en que cada persona esté dispuesta a
hacerlo. Algunas personas son incapaces de acceder a la reflexión por la sola fuerza moral que implica, pero
sí cederán ante la presión de la sociedad, en la cual tenemos que desarrollar nuestra vida y nuestros
intereses; de ahí la importancia de los valores morales de una sociedad. Éste es otro personaje de carácter
decididamente templado y moral, representando así un punto de apoyo más para crear esa conciencia social
que presione sobre las argumentaciones sesgadas, interesadas y contaminadas por las emociones de cada
individuo aislado. Será él quien denuncie la falta de principios morales del que quiere ir al béisbol cuando
cambia su voto.

(http://4.bp.blogspot.com/_rxoltIMQ6MM/St86u83jiHI/AAAAAAAAAUk/2LPVoWbYQ9w/s1600-
h/Doce+hombres+12.jpg)

· Nº 12. El publicista. Es un hombre relativamente joven, de presencia más o menos apuesta. Su personalidad
abierta y su desarrollo profesional de la elocuencia le confieren una apariencia de seguridad y personalidad de
las que carece: por su profesión, está habituado a persuadir para obtener fines, no a analizar la realidad tal
cual es. Su dominio de la persuasión hace que se sobrevalore en este aspecto y que muestre su debilidad
cuando, ya avanzado el juicio, la adhesión a la verdad de los hechos se va imponiendo y esta cualidad, que le
proporciona éxito en su trabajo y su vida, es inoperante. En ese punto, titubea y cambia de voto varias veces
sin una verdadera convicción.

(Artículo original publicado el 3 de junio de 2009 en: http://cadenasverticales.blogspot.com/2009/05/doce-


hombres-sin-piedad.html (http://cadenasverticales.blogspot.com/2009/05/doce-hombres-sin-piedad.html))
Las imagenes que aquí a parecen han sido enlazadas de la misma fuente original del artículo.

NOTAS
1. Callejo Gallego, J. (2009). Introducción a las técnicas de investigación social. Editorial Centro de
Estudios Ramón Areces, S.A. [ ]

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rucrespo
Estudiante de Sociología, defensor de la ciencia con conciencia y en busca del
paradigma bio-psico-social.
 (mailto:rcrespogomez@gmail.com)

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piedad-una-duda-razonable/

 3 comentarios

jose luis chable (http://instructorchable.blogspot.com) on 15 febrero,


2014

y ahora toda esta pelicula como podemos aplicarla al capitulo 01 de los 7 saberes de la
educacion.??

Anon on 23 agosto, 2015

Buen análisis. Gracias.

Mario on 30 abril, 2020

Excelente análisis. Gracias.

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