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El oficio de narrar y sus herramientas.

En el libro Narrar, oficio trémulo (ed. Atuel), una larga entrevista que Jorge
Dubatti realizó a Ana María Bovo, leí por primera vez el concepto “narrador
espontáneo”. Este término hace referencia a esos narradores, esas narradoras,
que manejan los rudimentos de la oralidad de manera natural. Un ejemplo clásico
es esa persona que en toda reunión familiar acaba por acaparar la palabra y
contar los sucesos y chascarrillos con gracia y buena aceptación por parte del
resto de familiares, de hecho, en muchos casos, el grupo espera el momento en
el que el narrador comenzará a contar.

Pero tener habilidad para narrar una historia no significa que todo esté hecho.
Además de esa habilidad hay que trabajar los rudimentos de la palabra dicha y
adquirir las herramientas que sostengan la historia con un auditorio, máxime si
se quiere dar el salto y pasar de ser un narrador popular, o instrumental, o
circunstancial... a un narrador profesional, es decir, una persona que ha hecho
de contar cuentos su oficio y, por lo tanto, cobra por ello, pero también paga sus
impuestos por esta labor, dedica mucho tiempo a la búsqueda y preparación de
nuevos espectáculos, sigue un código ético (no copiar repertorios, no reventar
los precios, respetar al público...), etc.

Pero además del aprendizaje y desarrollo de habilidades y herramientas del


oficio, hay unas cuantas características que ayudan, que suman a la hora de
contar cuentos y que, desde mi punto de vista, facilitan la impronta personal y el
crecimiento profesional (del narrador y del colectivo). Aquí van algunas de elas

Voz. Tener voz propia para contar desde la propia voz. Huír por tanto de la copia
y la imitación y buscar (esta búsqueda que nos mantiene vivos y que a veces
dura toda la vida) el estilo personal. Ver a narradores que cuentan lo mismo y de
la misma manera resulta fatigoso y aburrido, empobrece el oficio y agota al
público. Es fundamental alimentar la originalidad, los matices, la diferencia... de
cada uno. Desarrollar la propia voz significa también articular un discurso propio,
coherente con la persona que narra, que dé veracidad al acto narrador y a la
palabra dicha. Es más que una cuestión de honestidad (que también): se trata
de la búsqueda y apropiación de la voz. Porque, no lo olvidemos, la forma como
se cuenta, también cuenta; y porque, sobre todo, el cuentista es voz.

Mirada. La mirada es nexo entre auditorio y cuentista. Con la mirada vemos lo


que contamos, mostramos lo que vemos y también vemos a quienes contamos.
En este sentido Estrella Ortiz en su magnífico Contar con los cuentos (ed.
Palabras del Candil) nos habla de contar cuentos como abrir una ventana, el
narrador, la narradora, puede ver lo que hay al otro lado de la ventana y cuenta
al auditorio qué está viendo: mientras el narrador visualice, el público también
visualiza esa historia. De otra manera Pepito Mateo en su El narrador oral y el
imaginario (también en Palabras del Candil) nos habla del cuentista como de un
director de cine que mostrara este o aquel plano de la historia que va contando
mientras cada persona del público pone en marcha el pequeño cine interior (en
su cabeza: es decir, visualiza la película).

Mirar también significa mirar al público, atender a sus reacciones, acertar en sus
centros de interés y, sobre todo, mirar al público para hacerle partícipe y
corresponsable de esto que sucede cuando juntos vivimos una historia.

Pero también hablamos de mirada cuando andamos a la búsqueda de historias


para contar (cuentos, relatos, sucesos...). Conozco a narradores que pasan tanto
tiempo contando y viajando que no dedican apenas nada a mirar. Es importante
detener el movimiento, romper la rueda implacable de los días y mirar, mirar en
la vida, en los libros, en las historias de tradición, para encontrar la materia
narrativa que ha de alimentar la propia voz.

En suma, el cuentista, la cuentista, ha de mirar: al público, a la historia, a la vida...


para poder contar.
Memoria. La memoria es el cuarto de las historias. La memoria vale tanto para
la cuestión del repertorio (cuántos cuentos conocemos/contamos) como para el
asunto de la urdimbre de cada historia (el conocimiento y manejo de la estructura
interna de cada cuento que contamos). Igualmente la memoria nos habilita para
el acopio de versos y también en el almacenamiento de "módulos" narrativos que
pueden encajar en diferentes historias.

Durante muchos años pensé que la cantidad de cuentos vivos que un narrador
llevaba en su repertorio era uno de los indicadores que nos ayudaba a diferenciar
a un narrador profesional de otro tipo de narradores. Pero hace ya tiempo que
desistí sobre esta cuestión: conozco a narradores populares con decenas de
cuentos en su repertorio (hay casos conocidos de narradoras populares con más
de trescientos cincuenta textos tradicionales habitando en su memoria, en su
voz); y conozco a narradores profesionales con un repertorio muy corto (apenas
dos horas de cuentos). Lo que sí es cierto es que un narrador con un repertorio
mayor tiene más posibilidades de elección de cuentos para contar ante públicos
diversos y también ante un mismo público. Y esto, no lo olvidemos, hablando de
profesión, siempre es una ventaja.

Pero este concepto también hace referencia a una memoria colectiva: los
narradores como parte de una tradición, como herederos de un oficio, como voz
que se suma a otras voces milenarias y mantiene vivo el río de la tradición oral.
Aunque hay folcloristas de la talla de José Manuel Pedrosa que hablan de
nosotros y de este oficio como “un fenómeno muy interesante de neooralidad,
pero no un apéndice de las tradiciones orales del pasado.”, no debemos dejar de
insistir en sumarnos a ese río y beber de la tradición oral y de la propia cultura
para aportar nuestro granito de arena a la pervivencia de la memoria colectiva.

Juego. Me gusta pensar en el acto narrador como en un baile: quien cuenta y


quien escucha danzan juntos un mismo son. La habilidad de los dos bailarines
(o de uno y otro que se deje llevar) permite que la música fluya y los pasos de
baile se salgan del patrón previsto para permitir el juego. Hablo del juego y quiero
decir capacidad de improvisación, contextualización, frescura (qué bueno es que
el aire entre en la cámara del cuento y mueva las cortinas), dejando que el cuento
fluya de forma natural acorde con el latir del público, de la historia y del propio
narrador. Contar es dar carne de palabras al esqueleto de la historia, y ese fluir
natural, ese alimentar de palabras la historia, nos lleva a realizar cada día un
cuerpo, un cuento, con más o menos variaciones y diferencias.

El juego implica atender de manera especial al contexto en el que transcurre el


cuento, dejar que ese contexto se llene de cuento y que ese cuento sea
atravesado por el contexto. Esto hace que cada vez que contemos sea una
primera vez, y cada narración se convierta en algo único y efímero.

Respeto. Creo que el respeto es parte fundamental del quehacer del cuentista,
respeto por todos y cada uno de los elementos que entran en juego en el hecho
narrativo: respeto por la historia que se cuenta (lo que implica conocerla
profundamente, incluyendo al arquetipo y algunas variantes cuando se trate de
cuentos tradicionales); respeto por el autor o autores diversos del texto que se
cuenta (lo que significa citar siempre al autor de un texto que contamos y, cuando
sea posible, consultar y pedir permiso para contar su historia); respeto por el
público (es obvio pero no hay que dejar de insistir, da igual si es público infantil,
juvenil o adulto, siempre hemos de tratarlo con respeto, lo que implica no apelar
a lo fácil o simple, buscar en lo hondo y enriquecer nuestro trabajo, ser
honestos...); respeto por el trabajo de otros compañeros y compañeras (lo que
supone no copiar repertorios ni estilos: incidir en la propia búsqueda, en la propia
voz...); y el respeto por el propio trabajo (respetarlo, dignificarlo, difundir la buena
nueva de la palabra dicha, cooperar para el buen desarrollo de espacios y
crecimiento de públicos, articularlo desde la legalidad, etc.). Respeto, siempre
respeto.
Reflexión. La reflexión sobre el propio hecho narrativo, sobre lo que uno cuenta
y cómo lo cuenta, y sobre lo que otros cuentan y cómo lo cuentan, alimenta la
propia voz. Pero también conocimiento y reflexión sobre la narración oral a lo
largo de la historia y las generaciones. La reflexión es el crecimiento continuo,
es la búsqueda incesante, es vivir en la continua sorpresa. La reflexión implica
también la evaluación del trabajo realizado, lo que supone un aspecto
fundamental para el crecimiento del individuo narrador y del colectivo de
narradores.

Creo que es fundamental reflexionar sobre nuestra labor de manera continua,


máxime si atendemos a que esta profesión nuestra es un oficio artístico.

Estas son, a día de hoy, algunas de las características que considero que ayudan
al empeño y desempeño de la palabra dicha. Espero que les hayan resultado de
utilidad y, sobre todo, que se conviertan en una invitación a la reflexión y el
debate.

Enlaces para ampliar información

Este texto desarrolla una parte del artículo que escribí en mi web: “Definición,
características, clasificación... de los narradores orales” >> http://bit.ly/1tGbu9H

Sobre el código ético de los cuentistas, una propuesta de Arnau Vilardebò >>
http://bit.ly/1lcNBXn

De la formación de los narradores orales, unas líneas de trabajo >>


http://bit.ly/1pnMKS5

Al hilo de la propia voz >> http://bit.ly/1rZ46ZZ

Sobre cuento y memoria >> http://bit.ly/1np6Ooy

Algunas mujeres, todos los cuentos, al hilo de narradoras populares con muchos
cuentos en su repertorio >> http://bit.ly/1oBRbY7

Entrevista a José Manuel Pedrosa >> http://bit.ly/1puTIE3


Narradores profesionales y tradición, algunas reflexiones >> http://bit.ly/1sypjIt

Bibliografía

Ana María Bovo, Narrar, oficio trémulo, ed. Atuel >> http://bit.ly/ZiYcpK

Estrella Ortiz, Contar con los cuentos, ed. Palabras del Candil >>
http://bit.ly/1uyHuxc

Pepito Mateo, El narrador oral y el imaginario, ed. Palabras del Candil >>
http://bit.ly/1uyHuxc

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Cuento y memoria

Uno de los soportes fundamentales para la narración oral es la memoria: es el


lugar en el que habitan las historias hasta que llega el momento en el que estas
toman aliento y vuelo, también es un elemento decisivo a la hora de la
articulación del discurso narrativo que es el cuento contado y es la causante de
que el cuento tradicional sea en variantes.

En la microponencia que Estrella Ortiz impartió en el I Encuentro de Narradores


Orales en Cádiz 2004 (que podéis leer completa aquí), estableció un
deslumbrante paralelismo entre las cualidades de la Musa y la voz del narrador:
Meditación (lo que se quiere decir), Memoria (lo que se dice) y Canción (cómo
se dice). En este artículo, y centrándonos en la memoria, que es el tema que nos
ocupa, Estrella escribe: "El narrador sustenta su trabajo sobre la memoria.
Memoria personal llena de emociones y acontecimientos y, también, colectiva."

Es importante esta distinción que hace la autora de memoria personal y memoria


colectiva.
En el ensayo sobre "La función social del narrador oral" que publiqué en marzo
de este mismo año (que puedes leer completo aquí) también incidía en esta
cuestión asignando al narrador la función (5) de ser memoria viva, formar parte
de la memoria de la comunidad.

El narrador se alimenta de la memoria colectiva y, al mismo tiempo, la alimenta


y forma parte de ella; desde mi punto de vista esta es una de las
responsabilidades de quienes habitamos la palabra dicha.

Pero volvamos la mirada a la memoria individual.

En el completo ensayo que publicó Marina Sanfilippo: El narrador oral y su


repertorio: tradición y actualidad (que podéis leer completo aquí) habla en varios
momentos de la memoria del narrador oral pero merece que nos fijemos con
especial atención en esta cita: “Dentro de este cajón de sastre, creo que
conviene analizar no tanto la capacidad de retención de datos —un aspecto ya
muy estudiado, sobre todo desde el punto de vista de las técnicas y recursos
mnemotécnicos— sino la estrecha relación entre la memoria del narrador oral y
la memoria autobiográfica, que tiene la tarea específica de ayudar a las personas
a conservar y reelaborar continuamente el conocimiento de sí mismas, un tipo
de memoria especializada (...) Para el buen narrador, sus narraciones preferidas
suelen adquirir las mismas características de los recuerdos personales de
vivencias propias y a menudo, al igual que las narraciones estrictamente
autobiográficas, las historias narradas son capaces de evidenciar el significado
profundo de experiencias reales e incluso pueden ofrecer una «risoluzione
fabulatoria ai suoi [del narrador] problemi di vita» (Milillo, 1983: 103)" (p. 77).

La estrecha relación entre la memoria narradora y la memoria autobiográfica del


cuentista hace de los cuentos contados mucho más que una experiencia estética
o artística: es, sencillamente, una experiencia vital. El cuento vive en el narrador
quien, a su vez, habita en los cuentos. Y estos, los cuentos, organizan el discurso
narrativo de la realidad.
En el libro Historia del cuento tradicional, de Juan José Prat Ferrer, un libro que
es un regalo (nunca mejor dicho y que podéis leer completo aquí) también se
habla de la memoria y, citando a Frederic Bartlett, se cuenta la teoría de los
esquemas: "Esquemas (schemata) es el conjunto estructurado de ideas
preconcebidas que funciona de manera inconsciente (...) Por medio de los
esquemas, la información que uno tiene ya digerida influye en la nueva
información recibida. (...) El recuerdo es una reconstrucción imaginativa. Si los
elementos que constituyen el relato no se avienen al esquema, esta información
será modificada de alguna manera; por otro lado, los detalles más llamativos
serán retenidos en la memoria y elaborados en la recreación." (p. 25).

Por lo tanto, las historias que contamos se ajustan a unos esquemas


preconcebidos, pero igualmente las historias que vivimos se ajustan a esos
mismos esquemas, por eso recordar es contar (es una reconstrucción
imaginativa) y por tanto contar es recordar, es revivir (lo que incide de nuevo en
el texto que citábamos de Marina Sanfilippo).

También de aquí se podría deducir que cuantas más historias y, por lo tanto, más
esquemas habilitados en nuestra memoria, más y mejor capacidad de recordar,
pero también más y mejor capacidad para organizar el discurso narrativo y
comprender las historias ¡y la vida!

Pero terminemos con una última cita del libro de Prat Ferrer: "Jerome Brunner
(...) trabajó en la narrativa autobiográfica, manteniendo que los seres humanos
construimos nuestra propia historia y que esta construcción es un acto creativo
en el que transformamos los acontecimientos para amoldarnos a nuestros
propios esquemas (...) Así pues, los relatos no solo modelan en nuestra mente
el mundo (o su sentido de la realidad) sino también modela nuestras mentes en
su búsqueda de sentido"(p. 25).

La memoria es el lugar en el que los cuentos son. Pero sucede que, al mismo
tiempo, los cuentos aportan recursos fundamentales para la memoria
(esquemas, palabras...) que organizan los discursos narrativos (historias,
ideas...) y preservan los recuerdos (lo que hemos sido, lo que somos).
Los cuentos son, por lo tanto, alimento imprescindible para la memoria.

Necesitamos contar y escuchar cuentos para ser.

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