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Capítulo II

DIGNIDAD Y DERECHOS DE LA PERSONA HUMANA

La trama y en cierto modo la guía de toda la doctrina social de la Iglesia, es la


correcta concepción de la persona humana y w valor único, propio de su dignidad
incomparable1. No podría ser de otro modo teniendo en cuenta el mandamiento del
amor al prójimo: «Ama a tu prójimo como a ti mismo 2», el cual incluye y «expresa
precisamente la singular dignidad de la persona humana 3. Por ello, la DSI afirma,
como principio fundamental, que «el ser humano tiene la dignidad de persona» 4,
desde su concepción hasta su muerte5. En consecuencia, «en toda convivencia
humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el
principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dorada de inteligencia
y de libre albedrío»6.

No sólo en el ámbito teórico, sino también en la práctica, el Magisterio social de la


Iglesia, ha impulsado la actuación de muchos, ya individualmente o coordinados en
grupos, asociaciones y organizaciones, constituyéndose como un gran movimiento
para la defensa de la persona humana y para la tutela de su dignidad y derechos. De
este modo, en diversas situaciones históricas, los cristianos han contribuido junto
con otras personas a construir una sociedad más justa o, al menos, a poner barreras
y límites a la injusticia.

Fundamentos filosóficos y teológicos de la dignidad humana

El reconocimiento de la dignidad de toda persona humana y su centralidad en la


vida social es compartida por muchos no creyentes. Es un concepto clave en la
Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU (1948) y de otros
importantes textos internacionales de derechos humanos, al tiempo que está
recogido en las ordenaciones constitucionales de muchos países. Sin embargo, no
todos los que reconocen la dignidad de la persona coinciden en su fundamento.
Algunos lo aceptan, sin más, o les parece evidente. Otros, en cambio, tratan de
buscar fundamentos filosóficos o teológicos. La DSI basa la dignidad de la persona
en tres tipos de argumentos que resumimos a continuación.

Fundamentos filosóficos

En el lenguaje habitual designamos como persona a todo individuo humano,


varón o mujer. Aunque, de ordinario, no se hagan mayores consideraciones, en el
concepto de persona se encierra una enorme riqueza. Persona es un ser único,
singular, irrepetible, dotado de dignidad.

El propio lenguaje, sin ser definitivo, pone de manifiesto el valor inconmensurable


asociado al concepto de persona. Se oye: «no hay derecho a que nos traten de un
modo tan inhumano: ¡somos personas!». Preguntamos si hay «alguien» cuando
esperamos respuesta de alguna persona. Y es que las personas son «alguien» y no
1
CA 11.
2
Mt 19, 9; cf. Mc 12, 31.
3
VS 13.
4
CCE 357.
5
Cf. EV 53.
6
PT 261.
1
«algo». Tratar a una persona como «algo» es darle la consideración de una cosa, es
«cosificarla». En cierro modo, al hablar de persona ya indicamos dignidad y dignidad
denota excelencia, algo valioso en sí mismo.

Profundizando un poco más, y siguiendo una clásica definición propuesta por el


filósofo Boecio, persona es «una sustancia individual de naturaleza racional» o,
dicho más brevemente, persona es «un sujeto racional».

La condición de sujeto racional, y por tanto de persona, es propia de todo ser


humano y no se pierde aunque no se ejercite la racionalidad. También son personas
los disminuidos psíquicos, los niños no nacidos, los ancianos o los enfermos que
han perdido el uso de razón y, por supuesto, cualquier hombre que no ejercite la
razón porque duerme o está inconsciente por cualquier otra causa. Persona es,
pues, todo ser humano desde la concepción hasta la muerte 7.

Dicho de otro modo, se puede ser mejor persona si uno adquiere cualidades
morales, pero no se puede ser más persona. Cualquier otra consideración, como
grado de desarrollo, estado de salud, inteligencia, nivel cultural, raza, sexo, etnia o
religión es accidental con relación a la condición de persona.

Ser un sujeto racional significa estar dotado de razón y de libertad. La razón


proporciona a la persona capacidad para conocer el mundo que le rodea, más allá
de lo puramente sensible, captando la esencia de las cosas. El ser humano razona
sobre las causas y el significado de los seres y de los acontecimientos.

Reflexiona acerca de uno mismo y, en alguna medida, llega al propio


conocimiento. Con su razón, busca la verdad y, a través de esta búsqueda, tiene
capacidad de descubrir al Creador, autor último de todas las cosas.

La libertad proporciona dominio sobre los propios actos. Porque tiene voluntad
libre, el hombre se autodetermina a actuar y a dirigirse al bien por sí mismo. La
libertad da capacidad de amar con amor humano; no sólo por impulsos emocionales,
sino por el conocimiento del bien que reconoce en el otro por la razón.

El hombre puede amar y entrar en comunión con otras personas, en unión de


voluntades, gracias a su capacidad de conocer a las personas más allá de sus
apariencias y de unirse a ellas con amor de autodonación. El conocimiento de Dios
le lleva a amarlo como Bien Supremo y a vivir en comunión con Él.

La razón y la voluntad denotan la existencia de un principio espiritual que


tradicionalmente se llama alma. El alma designa lo que hay de más íntimo en el
hombre y de más valor en él. El alma, por ser espiritual, es también inmortal8. El
alma humana, esto es, su espíritu, da la hombre una gran dignidad. «Por su
interioridad, el ser humano es superior al universo material 9».

Alma y cuerpo forman una profunda unidad (una «unidad substancial»). Gracias al

7
Aunque, todos los hombres son personas, sin embargo, no todas las personas son hombres. Este punto es particularmente importante en
teología al considerar sujetos espirituales como los ángeles y las almas de los difuntos que también son personas. Dios mismo es un ser
personal en el cual hay tres Personas realmente distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
8
Cf. CCE 362-363.
9
GS 14.

2
alma espiritual, la materia que integra al cuerpo es un cuerpo humano y viviente10 y,
por tanto, también el cuerpo participa de la dignidad de persona. «En la unidad de
cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del
universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la
voz para la libre alabanza del Creador» 11

El origen y la condición del hombre revelado en el misterio de la Creación

Los argumentos filosóficos sobre la dignidad humana se amplían notablemente


desde la fe cristiana. En primer lugar, por el origen y la condición del hombre
revelado en el misterio de la Creación. La Biblia enseña que el hombre —varón y
mujer— ha sido creado por Dios, a su imagen y semejanza 12, con capacidad para
conocer y amar a su Creador 13. Toda la creación material es puesta por Dios bajo el
dominio del hombre14. De este modo, el ser humano ha sido constituido señor de la
entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios 15. Dios creó todo
para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle
toda la creación16. A diferencia de la creación material, el hombre ha sido creado
sólo para Dios: «El hombre, la única criatura de la tierra que Dios haya querido por sí
misma»17. El hombre en su totalidad —cuerpo y alma— es querido por Dios 18

El hombre en el misterio de Cristo, Verbo encarnado y Redentor

El panorama se ensancha aún más al considerar los misterios de la Encarnación


y de la Redención y, en definitiva, al reflexionar sobre la inserción del hombre en el
misterio de Cristo. La Encarnación del Hijo de Dios es una manifestación muy clara
del valor del hombre ante Dios. El Hijo de Dios, al asumir la naturaleza humana en el
acto de la Encarnación, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, «semejante en
todo a nosotros, excepto en el pecado» 19. Más aún, al asumir la naturaleza humana,
de algún modo, el Verbo de Dios se ha unido a todo hombre 20. Esta unión de Cristo
con todos los seres humanos que han sido, son y serán es una exigencia de la
Redención. La Redención se extiende a lo que ha sido asumido y la Redención es
universal, ya que Cristo murió por todos 21. De este modo, en Cristo, «la naturaleza
humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a una dignidad
sin igual»22.

Además de la dignidad conferida a la naturaleza humana por la encarnación del


Verbo, el hombre ha sido llamado a ser hijo de Dios y a participar de la naturaleza
divina. Esta vocación divina a ser cristiano —a ser hijo de Dios en Cristo— da al
hombre un nuevo título de dignidad.

10
Cf. CCE 364-366.
11
GS 14.
12
Cf. Gén 1, 26.
13
Cf. GS 12.
14
Cf. Gén 1, 28-30.
15
Cf. GS 12.
16
CCE 358.
17
GS 24.
18
Cf. CCE 362.
19
Heb 4, 15.
20
Cf. GS 22.
21
Cf. Rom 8, 32.
22
GS 22.
3
Este título llega a su máxima expresión al considerar que el hombre está llamado
a la santidad, que se inicia en este mundo por la gracia y llega a su perfección en la
bienaventuranza eterna, que consiste en vivir en unión con Dios por toda la
eternidad23. La filiación divina llegará entonces a su plenitud. Esto lleva a concluir
que «la más alta razón de la dignidad humana está en la vocación del hombre a la
comunión con Dios»24.

En resumen, y tomando unas palabras del Catecismo de la Iglesia católica, puede


afirmarse que «por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la
dignidad de persona; no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas; y es
llamado, por la gracia, a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe
y de amor que ningún otro ser puede dar en su lugar» 25.

La Iglesia sabe que la dignidad humana es una dignidad trascendente por estar
fundamentada en Dios, al tiempo que proclama «la altísima vocación del hombre y la
semilla divina que en éste se oculta»26.

Igualdad fundamental entre todos los hombres

Hay una igualdad esencial entre todos los hombres por su común naturaleza
humana y su dignidad de personas. Esta igualdad es especialmente subrayada en la
Sagrada Escritura. «Dios hizo de uno todo el linaje humano y para poblar roda la faz
de la tierra»,27 y también: «uno mismo es el Señor de todos»28.

La dignidad humana alcanza por igual a todos los seres humanos, sin distinción
de raza, etnia, creencia o condición. Tampoco hay diferencia en dignidad entre varón
y mujer, ya que ambos son seres humanos en el mismo grado; tamo el hombre
como la mujer fueron creados a imagen de Dios, redimidos por Cristo y llamados a la
bienaventuranza eterna29.

San Pablo declara esta igualdad fundamental entre rodos los seres humanos,
apoyándose en el misterio de Cristo: «ya no hay diferencias entre judío y griego, ni
entre varón y mujer, ya que codos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús» 30. De aquí
que la Iglesia insista en que «la igualdad fundamental entre todos los hombres exige
un reconocimiento cada vez mayor, porque todos ellos, dorados de alma racional y
creados a imagen de Dios, tienen la misma naturaleza y el mismo origen. Y porque,
redimidos por Cristo, disfrutan de la misma vocación y de idéntico destino» 31.

Esta igualdad fundamental entre todos los hombres no se opone a la diferencia


que continuamente experimentamos entre todas y cada una de las personas. Cada
persona es singular, única, irrepetible. Sin embargo, como seres humanos, todos
somos iguales.
23
Cf. GS 12-13.
24
GS 19.
25
CCE 357.
26
GS 3.
27
Ac 17, 26; cf. Tob 8, 6
28
Rom 10, 12.
29
Cf. MD 6; GS 9; OA 13.
30
Gál 3, 28.
31
GS 29.
4
Hay desigualdades derivadas de las diversas capacidades físicas, intelectuales,
culturales o de otras circunstancias que no pueden ser calificadas como injustas.
Son diferencias naturales o adquiridas que, correctamente enfocadas, alientan y con
frecuencia obligan a las personas mejor dotadas a la magnanimidad, a la
benevolencia y a la comunicación de sus bienes con las menos favorecidas. Sin
embargo, hay también desigualdades escandalosas que están en abierta
contradicción con el Evangelio.

La DSI enseña que la igual dignidad de las personas exige que se llegue a una
situación de vida más humana y más justa y que se superen las excesivas
desigualdades económicas y sociales entre los miembros o los pueblos de una única
familia humana32.

Discriminaciones: racismo y xenofobia

A lo largo de la historia ha habido no pocas discriminaciones de las personas por


razones contrarias a la dignidad: esclavitud, servilismo, racismo, xenofobia,
discriminaciones por religión, sexo, condición social, etc. Muchas de estas
discriminaciones siguen aún vigentes, aunque en muchos lugares se han producido
notables mejoras. Hoy, debido a la presión migratoria procedente de países en vías
de desarrollo hacía países industrializados, existe un riesgo creciente de
discriminación por racismo y xenofobia.

En el racismo hay rechazo únicamente por razón de raza; en la xenofobia hay


aversión por la condición de extranjeros. Con los emigrantes pueden darse ambas
modos de discriminación. Moisés exhorta a tratar bien a los extranjeros: «Amad
también vosotros al extranjero, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto»33 y
el Señor, en la parábola del buen samaritano 34, muestra que también los extranjeros,
aun siendo enemigos, son nuestro prójimo y han de ser tratados como exige la
caridad.

El respeto a los emigrantes

En relación con los emigrantes, la DSI defiende que la sociedad entera, en


particular los poderes públicos, deben considerarlos como personas, no
simplemente como meros instrumentos de producción; deben ayudarlos para que
traigan junto a sí a sus familiares, se procuren un alojamiento decente, y se
incorporen a la vida social del país o de la región que los acoge 35.

En la práctica, la emigración suele suponer un duro cambio para el emigrante al


tener que dejar su país y, tal vez, a toda su familla o una parte de ella. Además,
plantea no pocos problemas prácticos de integración y aun de conflicto entre
emigrantes y nativos. Los derechos de los emigrantes han de armonizarse con los
derechos de los nativos y con la paz social. Por ello, «las autoridades civiles,
atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el
ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente

32
Cf. GS 29; CCE 1937-1938.
33
Dt 10, 19.
34
Lc 10, 30-37.
35
Cf. GS 66.
5
en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción» 36.
Por su parte, «el inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio
material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus
cargas»37.

Asimismo, «las naciones más prósperas tienen obligación de acoger, en cuanto


sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede
encontrar en su país de origen. Los poderes públicos deben velar para que se
respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo
reciben»38.

Estas exigencias no van en menoscabo de algo más fundamental: evitar las


causas de la emigración. De aquí que la Iglesia insista en que, «se ha de hacer todo
lo posible para crear puestos de trabajo en sus regiones de origen (de los
emigrantes)»39.

Derechos de la persona humana

Estrechamente relacionados con la dignidad humana surgen unos derechos que


son propios de toda persona humana. Algunos de estos derechos tienen por objeto
lo que se ha convenido en llamar «libertades».

La formulación de los derechos de la persona —llamados también derechos


humanos, derechos del hombre y derechos naturales— es relativamente reciente.
Sin embargo, su concepto está implícito en toda la tradición cristiana. Ya en el
Decálogo se «ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente,
los derechos fundamentales, inherentes a la naturaleza de la persona humana» 40.
También en oíros muchos lugares de la Sagrada Escritura, en los Padres de la
Iglesia y en las enseñanzas de doctores y teólogos como Santo Tomás de Aquino y
Francisco de Vitoria, aparecen deberes que implican unos derechos, que tienen
mucho que ver con los propuestos en tiempos modernos.

Los derechos humanos han sido progresivamente aceptados por la comunidad


internacional y recogidos en muchas constituciones políticas como base para la
legislación. Ello testimonia la mayor conciencia del respeto a las personas y sus
derechos que se está imponiendo en el mundo 41.

El reconocimiento de los derechos humanos es un signo de los tiempos sobre el


que el Magisterio se ha pronunciado cada vez con mayor claridad y firmeza. La
Declaración de derechos del hombre y del ciudadano de 1789 promulgada por la
Asamblea Nacional durante la Revolución Francesa rúe recibida por la Iglesia con
una actitud de reserva y aun de rechazo; en parte, por su utilización como
justificación para la lucha y la destrucción, pero, sobre todo, por su filiación doctrinal.
No se cuestionaba tanto el contenido, ni los objetivos sociales, políticos y jurídicos
implícitos de los derechos humanos, como la ideología que los soportaba, basada en
interpretar la libertad como indiferencia y presentar unos derechos sin fundamento
36
CCE 2241.
37
CCE 2241.
38
CCE 2241.
39
GS 66.
40
CCE 2070.
41
SRS 26.
6
moral.

En época posterior, superada la virulencia revolucionaria que acompañó la


declaración de 1789, hubo un cambio de actitud y, poco a poco, pastores y demás
fieles cristianos lucharon por el reconocimiento de determinados derechos humanos
apoyándose en una fundamentación cada vez más sólida. En la Rerum novarum,
León XIII defendió con firmeza varios derechos de los obreros, como el derecho a un
salario justo, unas condiciones de trabajo dignas y el derecho de asociación sindical.
Pío XI no dudó en condenar los regímenes totalitarios de su época con varias
encíclicas en las que se defiende con energía a la persona y sus derechos frente a
los abusos del Estado. Por su parte, Pío XII habló en diversas ocasiones de los
derechos humanos, incluso proponiendo una lista con varios de ellos. Durante su
pontificado no faltaron católicos, como J. Maritain, que contribuyeron decisivamente
a la redacción de la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU del año
1948.

Por fin, en 1963, el Papa Juan XXIII publicó la encíclica Pacem in terris, cuya
primera parte, constituye una verdadera carta magna de la concepción cristiana de
los derechos humanos. El Concilio Vaticano II y los últimos Romanos Pontífices no
han dejado de insistir en la proclamación y defensa de los derechos humanos.

Fundamentos antropológicos y teológicos de los derechos de la persona

Según la DSI, los derechos de la persona surgen de la naturaleza racional y libre


del hombre y de su dignidad trascendente 42. Juan XXIII afirma que «el hombre tiene
por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo
de su naturaleza. Estos derechos son, por ello, universales e inviolables y no pueden
renunciarse por ningún concepto»43.

De aquí se deduce que todos los hombres tienen los mismos derechos
fundamentales, independientes y anteriores a su reconocimiento y promulgación por
parte de la sociedad a través de las leyes. Son derechos que por derivar de la
dignidad innata de todo ser humano «son anteriores a la sociedad y se imponen a
ella»44.

No es la sociedad quien concede los derechos humanos, sino que éstos


pertenecen a las personas como algo propio. Sin embargo, es muy conveniente que
los derechos sean reconocidos y defendidos por las instituciones sociales y políticas,
ya que a través de los derechos humanos la dignidad de la persona tiene eficacia
operativa en la sociedad. De hecho, en muchos países cuentan con leyes
constitucionales en las que están recogidos un gran número de derechos humanos
fundamentales, aunque no siempre con suficiente claridad y firmeza.

El valor de los derechos de la persona humana deriva del respeto que merece su
dignidad, la cual, como hemos indicado anteriormente, tiene su fundamento último
en Dios. Más aún, Dios mismo ha revelado el respeto a determinados derechos
humanos fundamentales. Así, el Decálogo contiene un conjunto de deberes que
suponen la existencia de derechos en los demás (derecho a la vida, a la propiedad,
42
PT 261-280, GS 29; CCE 1934-1036.
43
PT 261.
44
CCE 1930.
7
a la buena fama...).

Los derechos de la persona radican en la «verdad del hombre», incluyendo lo


necesario para su desarrollo humano. Para desarrollarse como ser humano, el
hombre necesita que se le respete codo aquello que contribuye a mejorar su
humanidad. Por ejemplo, el respeto a la vida, a la buena fama o a la libre búsqueda
de la verdad, suponen derechos que facilitan el desarrollo de la propia humanidad.

Los derechos naturales están, pues, unidos a deberes u obligaciones morales de


quien posee esos derechos. Así, el derecho a la vida está unido al deber de
conservarla, el derecho a buscar la verdad al deber de buscarla cada día con mayor
profundidad y amplitud. Derechos y deberes tienen en la ley moral natural o ley de la
razón, su origen; mantenimiento y vigor indestructible. Como afirma la Pacem in
terris, de «cualquier derecho fundamental del hombre deriva su fuerza moral
obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber» 45.

La fundamentación de los derechos en la naturaleza humana o en sus


necesidades de desarrollo permite reflexionar para distinguir los verdaderos
derechos de supuestos derecho y que en realidad no son más que reivindicaciones
abusivas, como cuando se reivindica el «derecho al aborto».

Únicamente el hombre, al ser dueño de sus actos, es titular de los derechos que
denominamos fundamentales, por ser base o fundamento de toda relación
interpersonal. No es correcto hablar de «derechos de los animales» porque los
animales carecen de racionalidad y libre albedrío, pero, no por ello pueden ser
maltratados. Han de ser tratados de un modo apropiado a su condición, por respeto
a uno mismo (la crueldad con los animales embrutece el espíritu) y por respeto al
Creador.

Derechos humanos en la doctrina social

En los documentos de la DSI se enumeran varios derechos fundamentales de la


persona46. Pueden destacarse los siguientes, que agrupamos en dos categorías:

a) Derechos personales. Entre ellos destacan:


— El derecho a la vida , incluyendo el derecho a nacer del hijo concebido.
Estrechamente unido a este derecho hay otros como el derecho a la integridad
corporal (prohibición de mutilaciones y torturas) y el derecho a los medios
necesarios para un decoroso nivel de vida (alimentación y vestido, vivienda,
asistencia médica, servicios indispensables en casos eventuales, desempleo,
enfermedad, vejez, viudedad).
— Derecho a madurar la propia inteligencia y la propia libertad a través de la
búsqueda y el conocimiento de la verdad. Y, en relación con este derecho, el
derecho a la libertad religiosa y de culto y el derecho a seguir la propia conciencia.
— Derecho a vivir en un ambiente moral favorable al desafío de la propia
personalidad.
— Derecho a poseer personalidad jurídica. Derecho a la libertad de educación y
cultura.
— Derecho al debido respeto a la persona y a la buena reputación social.
45
PT 271.
46
Pío XII, Radiomensaje de Navidad 1942; PT 262-273: GS 27, 29: SRS 15; CA 47.
8
— Derecho a la libre elección de estado.

b) Derechos sociales, económicos y políticos. En ellos, los siguientes:


— Derecho a fundar libremente una familia, a acoger y educar a los hijos,
haciendo uso responsable de la propia sexualidad.
— Derecho a expresar y difundir públicamente la propia opinión dentro de los
límites de la moral y del bien común (libertad de expresión).
— Derecho a disponer de una información objetiva de los sucesos públicos
(libertad de información).
— Derecho a acceder a la educación y la cultura, según las capacidades de
cada uno y las posibilidades de cada país.
— Derecho a adquirir propiedad, a tener dominio sobre ella poder usar de la
misma.
— Derecho a participar en el trabajo para dar mayor valor a los bienes de la
tierra y recabar del mismo el sustento propio y el de los seres queridos.
— Derecho a un razonable descanso y al ocio.
— Derecho a la iniciativa económica y otros derechos en el ámbito económico.
— Derecho de asociación y reunión.
— Derecho de residencia y emigración.
— Derecho a participar en la vida pública.
— Derecho a la seguridad jurídica y a un. juicio justo.

Aunque los derechos, en sentido estricto, son de las personas, en un sencido más
amplio, puede hablarse también de determinados derechos colectivos y de
«derechos de cada nación», ya que las naciones y las patrias son una realidad
humana de valor positivo e irrenunciable con cierta «subjetividad» o «soberanía», y
derechos inviolables. Estos derechos se refieren al ámbito económico, político-social
y, en cierto modo, cultural47.

Características de los derechos humanos

De lo expuesto hasta ahora, junto con algunas consideraciones complementarias,


pueden deducirse varias características o cualidades de los derechos de la persona
que permiten profundizar en su naturaleza. Entre ellas, las siguientes:
a) Fundamentales: Manifiestan la naturaleza personal del hombre y son fundamento
de las relaciones interpersonales.
b) Naturales, esto es, originarios de la naturaleza humana. No son resultado de
culturas o concesiones sociales o políticas, aunque estos elementos puedan
contribuir a su descubrimiento racional.

c) Universales: Pertenecen a todo hombre, ya que todos los seres humanos tienen
la naturaleza humana y dignidad de persona. Por ello son universales e
inalienables.

d) Inviolables: Existe la obligación moral de respetarlos, aunque no exista una ley


positiva que obligue. La violación de los derechos humanos supone atentar
contra la dignidad de la persona.

e) Inalienables: No pueden ser enajenados o suprimidos por nadie, sea cual sea su
autoridad. Puede ocurrir, sin embargo, que en determinadas circunstancias
47
Cf. SRS 15.
9
concurran dos derechos incompatibles entre sí y uno de ellos, necesariamente,
tenga que ceder al otro. Tal es lo que ocurre, por ejemplo, en el caso de legítima
defensa (el derecho a la vida de un injusto agresor puede ceder ante el mismo
derecho del atacado). En este caso, el derecho a la vida del agresor se mantiene,
pero es lesionado con voluntariedad indirecta por ser inevitable ante unas causas
objetivamente graves (por esta razón cal lesión no es culpable).

f) Irrenunciables: El respeto a los derechos humanos no puede ceder, aunque lo


permitiera el propio sujeto, ya que no descansan en la voluntad sino en la
persona. Nadie puede hacerse esclavo de otro o renunciar a su derecho a la vida
pidiendo que lo maten (tal es el caso de la eutanasia cuando es pedida por el
enfermo).

g) Jerarquizados: No todos los derechos humanos son igualmente importantes, sino


que están jerarquizados. Hay algunos derechos y libertades individuales o
familiares que nunca se deben violar o sacrificar en aras de un pretendido bien
común (p.e., el derecho a buscar la verdad, a adorar al verdadero Dios, a ser
juzgado con justicia, el derecho a no ser calumniado, el derecho a la vida de todo
ser humano inocente). Otros derechos, en cambio, pueden ceder ante derechos
más primarios, como por ejemplo, el derecho de propiedad frente al derecho a la
vida en caso de extrema necesidad, la libertad de expresión Frente al derecho a
la fama con verdad (nunca se debe calumniar) o ante el derecho a la vida (la
libertad de expresión no puede utilizarse para hacer apología del terrorismo).

h) Correlativos: A cada derecho natural de una persona corresponde á. los demás el


deber de reconocerlo y aceptarlo. En este sentido, y ante el énfasis en exigir
derechos, la DSI no deja de insistir en la necesidad de cumplir también los
deberes exigidos por los derechos de los demás.

La libertad religiosa, fundamento y garantía de las libertades

El derecho a la libertad religiosa consiste en que rodos los hombres deben estar
inmunes de coacción para obrar en materia religiosa, de modo que ni se obligue a
nadie a actuar contra su conciencia ni se le impida que actúe conforme a ella en
privado y en público, solo o asociado, dentro de los límites debidos 48.

La libertad religiosa, entendida como «el derecho a vivir en la verdad de la propia


fe y en conformidad con la dignidad trascendente de la propia persona», es, en
cierto sentido, fuente y síntesis de los demás derechos 49.

En ocasiones se habla de «libertades» al referirse a algunos derechos. Con ello


se remarca, entre otras cosas, que cada ser humano es una persona responsable de
sí misma y de su destino trascendente, así como de la inviolabilidad de su
conciencia50. Entre las «libertades» ocupa un lugar destacado el derecho a la libertad
religiosa, junto con el derecho a la libertad de conciencia, entendida como el derecho
a no ser obligado a actuar en contra de los dictámenes de la propia conciencia. En la
medida en que la libertad religiosa significa buscar la verdad que da sentido
definitivo a la existencia y seguirla, puede considerarse como fundamento y garantía
48
Cf. DH 2.
49
CA 47.
50
Cf. LC 32.
10
de las demás libertades. La violación de la libertad religiosa es «una injusticia radical
frente a lo que es particularmente profundo en el hombre, respecto a lo que es
auténticamente humano (...) La actuación de este derecho es una de las
verificaciones fundamentales del auténtico progreso del hombre en todo régimen, en
toda sociedad, sistema o ambiente»51

Proclamación, defensa y promoción de los derechos humanos

La DSI proclama, defiende y promueve los derechos humanos como sólida base
para organizar la convivencia tica y como sólida referencia en la edificación del
mundo. Más aún, los derechos de la persona humana «constituyen el elemento
clave de todo el orden moral social»52.

De aquí que la Iglesia inste a las instituciones humanas, privadas o públicas, a


que se esfuercen por ponerse al servicio de la dignidad y del fin del hombre y luchen
con energía contra cualquier esclavitud social o política y respeten, bajo cualquier
régimen político, los derechos fundamentales del hombre 53.

A pesar de los esfuerzos ya realizados, hay países en los que todavía se siguen
conculcando derechos fundamentales. En ocasiones, incluso habiendo asumido
compromisos públicos de respetarlos y promoverlos. Es necesario cumplir no sólo la
«letra», sino cambien el «espíritu» de los derechos humanos 54.

Atentar contra la vida —homicidio de cualquier clase, genocidio, aborto, eutanasia


y el mismo suicidio deliberado—; Violar la integridad de la persona humana, como,
por ejemplo, en las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos
sistemáticos para dominar la mente ajena; ofender a la dignidad del hombre con
condiciones infrahumanas de vida, detenciones arbitrarias, deportaciones,
esclavitud, prostitución, trata de blancas y de jóvenes; o condiciones laborales que
degradan y reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a
la libertad y a la responsabilidad de la persona humana, son prácticas en sí mismas
infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a
sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador 55.

51
RH 17.
52
LE 17.
53
Cf. GS 29.
54
Cf. RH 17.
55
Cf. GS 27.
11

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