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Cuadernillo 5to IC:

Docente: Agustin Candia.


UNIDAD 1 “El respeto de toda persona Humana” MARZO -ABRIL,
El respeto a toda persona humana es un principio fundamental que reconoce la dignidad
inherente a cada individuo, independientemente de su origen, creencias, características o
circunstancias. Este principio implica reconocer y valorar la humanidad de cada ser
humano, tratándolo con dignidad, consideración y compasión.
El respeto a toda persona humana se basa en la idea de que cada individuo posee
derechos inalienables y merece ser tratado con justicia y equidad. Esto significa
abstenerse de discriminar, menospreciar o maltratar a otros, y en su lugar, cultivar
actitudes de empatía, comprensión y aceptación.
Este principio se refleja en numerosos documentos de derechos humanos y
constituciones de todo el mundo, que reconocen la igualdad y la dignidad de todas las
personas ante la ley y la sociedad. También se manifiesta en prácticas como el diálogo
respetuoso, la inclusión social y la defensa de los derechos humanos.
El respeto a toda persona humana es esencial para construir sociedades justas, pacíficas
y solidarias, donde se promueva el bienestar y el desarrollo integral de cada individuo.
Al cultivar una cultura de respeto mutuo, se contribuye a la creación de un mundo más
humano, donde todos puedan florecer y alcanzar su máximo potencial.

• Dignidad de la Persona Humana: -Antropología Cristiana:


La dignidad de la persona humana es un concepto fundamental en la antropología
cristiana, que sostiene que cada ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de
Dios. Según esta perspectiva, la dignidad humana es intrínseca e inalienable, y no
depende de factores externos como la raza, el género, la religión o la condición social.
Desde la antropología cristiana, se enfatiza que cada persona tiene un valor único y
sagrado, derivado de su relación con Dios como su Creador y Redentor. Esta visión
reconoce la trascendencia y la espiritualidad del ser humano, así como su capacidad
para el amor, la libertad y la responsabilidad moral.
La antropología cristiana también subraya la importancia de proteger y promover la
dignidad de cada persona, tanto a nivel individual como en la sociedad. Esto implica
respetar los derechos humanos, fomentar la justicia social y defender la vida desde su
concepción hasta su término natural.

Imagen, ¿de qué Dios?:


La imagen divina en la Biblia. Se trata de una clara prueba de que Israel valora en
mucho la trascendencia de Dios. Pero el Pueblo no soporta la lejanía de Dios. Mueve a
Israel una idea equivocada de imagen y de visión. Quiere situarse ante Dios, tenerle
enfrente, en modo que le resulten claras su forma e intenciones. Se pierde la visión de
un Dios que abarca la vida y no se deja determinar por ella. No será el Dios libre que
muestra su soberanía sobre el tiempo y el mundo, y no se deja aprisionar en conceptos.
El Dios de la Biblia, ni evita todo contacto con el mundo, ni se deja encerrar en
categorías terrenas. En la Escritura Yahvé es aquel cuyo rostro no puede verse
directamente, pues su visión causa la muerte del hombre. Pero, al mismo tiempo, es un
Dios que viene a habitar entre su pueblo, en el Templo que hace santa la tierra.
La imagen de Dios se graba así en el único lugar en que puede hacerse interior sin
perder su trascendencia, el sitio donde su presencia se actúa sin que pueda convertirse
en objeto de posesión. Nuestra condición encarnada, por tanto, no se opone a lo divino,
sino que está abierto a ello, establece el lugar donde se puede hallar a Dios. La apertura
del hombre a Dios, por darse en el cuerpo, tiene lugar en su encuentro con el mundo y
en su relación con los demás hombres.
En este lugar Dios es invisible, pero nunca distante. “Me abrazas por detrás y por
delante, y tienes puesta sobre mí tu mano”. El cuerpo revela a Dios como origen, como
amor primordial que rodea a la persona desde que llega al mundo, el amor del Creador.
Llevar la imagen de Dios es ser capaz de buscar a Dios y de encontrarle en nuestro
apertura al mundo y los otros. El cuerpo, dimensión del hombre en que su vida se abre
hacia el otro, es el lugar idóneo para recibir la imagen divina. Volver la mirada a la vida
de Cristo, imagen de Dios invisible (Col 1,15) en cuyo rostro brilla la gloria del Padre
(cf. 2Co 4,4). Él nos revelará cómo el cuerpo humano, lugar de relación entre el
hombre, los otros, y Dios, es capaz de portar la imagen divina, precisamente porque
Dios es en sí mismo relación de amor, una comunión de personas.
La persona como misterio: “El más grande misterio es el hombre mismo”, decía
Novalis. Desde nuestra experiencia viva, percibimos aquello que significa ser persona,
pero este conocimiento es cualquier cosa menos exhaustivo. “Hay un sentido en el
hecho de que nosotros no sepamos lo que se implica en el ser persona. Por eso no
sabemos hasta dónde llega el ser persona. Dicho de otro modo: nosotros no sabemos
aquello que podría ser propiamente descrito como la plenitud de la persona si es que
existe, ni cuáles son las posibilidades todavía escondidas de la persona humana; cuáles
son todas las exigencias necesarias que deberían satisfacerse por los hombres y por las
mujeres en cuanto personas, si es que quieren ser plena y auténticamente tales”.
La noción de persona concluye que es algo irreductible, puesto que el misterio de ser
una persona no puede ser reducido a datos objetivos por las ciencias que se ocupan de
este misterio. La persona humana es una realidad en la que se operan continuamente
nuevos inicios. Ser hombre significa ser imprevisibles; creativos. Trascenderse una y
otra vez.
Los padres griegos estarían de acuerdo con estas afirmaciones “conocerse a sí mismos
es la enseñanza más grande entre todas las que existen” dice Clemente de Ale. Pero él
es el primero en admitir que tal aventura no es nada fácil. Las fronteras de cada persona
son extremadamente anchas: se sobreponen a aquellas de otras personas, se
compenetran, se extienden en el espacio y el tiempo. Esto se debe al hecho de que el ser
humano está hecho a imagen y semejanza de Dios. Una persona humana es un icono
creado del Dios increado, y dado que Dios es incomprensible pues también lo es la
persona humana.
Gregorio de Nacianzo: 2 niveles de creaciones: comienza distinguiendo entre dos
niveles de la creación: aquel invisible o espiritual, y el material o físico: Gregorio
continúa explicitando las consecuencias de esta naturaleza mixta (según su expresión),
ya material ya espiritual, de la cual los seres humanos estamos dotados. Cada uno de
nosotros es “un ser terreno y un ser celeste, efímero e inmortal, visible e inteligible,
puesto en el medio entre la grandeza y la humildad, simultáneamente entre el espíritu y
la carne”. Nuestra tarea de seres humanos es mantener la armonía entre estos dos
aspectos de nuestra doble naturaleza. Pero nuestra vocación va más allá. Estamos
llamado a trascenderse a nosotros mismos pues guiada por la Providencia de Dios la
criatura humana es capaz de participar de la vida y de la gloria divina, de ser deificada o
divinizada
Tres palabras resumen esta explicación sinóptica de la persona humana Microcosmos:
nuestra persona humana, “un ser terreno y celeste” siendo al mismo tiempo en un
plano espiritual y en un plano material, y precisamente debido a su naturaleza mixta es
un microcosmos, Nilo de Ancira afirma “tú eres un universo dentro del universo. Mira
dentro de ti y verás la creación entera”.
Mediador: El hombre es un alguien capaz de tener unido al universo que, por su medio
y gracias a la fuerza contenida en la naturaleza, oficia de puente entre todas las
extremidades y divisiones. Y pueden demostrar como los extremos divididos en las
cosas creadas pueden ser reconciliados en armonía: lo lejano como cercano, lo bajo con
lo alto, de modo que con una ascensión gradual todo sea reconocido efectivamente a la
unión con Dios. En cuanto unidad de espíritu y de cuerpo, la persona humana tiene el
poder de volver celeste aquello que es terrenal, y de espiritualizar lo material sin
desmaterializar. Cada uno de nosotros puede actuar como sacerdote y rey de la creación
restituyendo el mundo a Dios, ofreciéndole en la alegría de la acción de gracias. De toda
la creación nosotros somos los únicos que podemos hacerlo, porque somos los únicos
que participamos simultáneamente de los dos ámbitos: el material y espiritual.
Mikrotheos: La verdadera grandeza de nuestra persona humana consiste “no en la
semejanza con el cosmos Sino en ser imagen del creador de nuestra naturaleza” en el
hecho de que alcanzamos, más allá del orden creado, El reino de lo increado. Debemos
descubrir la chispa escondida en el interior de nosotros mismos el santuario secreto que
la escritura llama “imagen de Dios”. “divinizados” nosotros mismos unimos todas las
cosas con Dios revelando la presencia divina en nuestras personas los unos en nosotros.
En cuanto mikrotheos, cada persona tiene la posibilidad de hacer que la creación alabe a
Dios de un modo articulado y transparente.
Una unidad indivisa: Nosotros los hombres no podemos cumplir nuestra vocación de
unificadores, de constructores de puentes sin entrar a nuestro propio yo como un todo
único e indiviso. Si nosotros rechazamos nuestro cuerpo como algo extraño a nuestra
constitución personal, en vez de considerarlo como una expresión esencial de nuestro yo
total, rompiendo nuestros vínculos con nuestro ambiente material dejamos de ser
microcosmos y mediadores, debemos pensar a la persona humana como una unidad
psicosomática, como una totalidad íntegra de una dimensión física, psíquica, y
espiritual. Y esto sucede sólo si reconocemos nuestro humanidad en estos términos,
como un todo indiviso, que podemos reunir la creación y unir al cosmos con Dios.
La unidad relacional: La persona humana como un microtheos formada a imagen y
semejanza de Dios. El Dios de quien hablamos es el Dios trinitario. La fe en el Dios
trinitario, no solo Uno sino Uno en tres. La doctrina de la Trinidad es un modo de decir
que Dios no es puramente personal sino interpersonal. En cuanto amor, Dios no es amor
de sí mismo sino amor recíproco. Él sabe Dios es un ser relacional dentro de Dios hay
una relación rota entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (reciprocidad).
La persona humana, sobre el modelo de la persona de Dios, es intercambio, don de sí
mismo y reciprocidad, mi ser humano es un ser relacional, mi unidad personal se
cumple en la comunidad. Dado que la reciprocidad es constitutiva del carácter personal,
“Yo” tengo necesidad de un “Tú” para hacer yo mismo”. Dado que soy creado a imagen
de la Trinidad, no puedo ser un mediador, un constructor de puentes, un microcosmos,
un microdios, sino me relaciono con los demás. Se puede ser una persona, sólo cuando
existe la misma posibilidad para cada persona, sólo cuando hay un mundo compartido.
El concepto de la persona humana como microcosmos mediador y microdios adquiere
entonces su verdadero valor del contexto de una visión integral que es al mismo tiempo
trinitaria e interpersonal.

-Formación Integral: La persona y su entorno trascendente.


La formación integral considera a la persona en su totalidad, incluyendo su dimensión
trascendente o espiritual y su relación con el entorno. En este enfoque, se reconoce que
la persona humana no se limita a su aspecto físico o intelectual, sino que también posee
una dimensión espiritual que busca respuestas a preguntas sobre el significado de la
vida, el propósito de su existencia y su relación con lo trascendente.
Esta dimensión trascendente implica el reconocimiento de que la persona está inmersa
en un contexto más amplio que va más allá de lo material y lo observable. Incluye
aspectos como la búsqueda de sentido, la experiencia religiosa, la reflexión ética y
moral, y la conexión con realidades espirituales o divinas.
La formación integral busca cultivar y desarrollar esta dimensión trascendente de la
persona, promoviendo su crecimiento espiritual, su sentido de pertenencia a una
comunidad religiosa o espiritual, y su capacidad para reflexionar sobre cuestiones éticas
y valores universales. Esto puede incluir actividades como la oración, la meditación, la
participación en rituales religiosos, el estudio de textos sagrados y la reflexión
filosófica.
-Documentos del Concilio Vaticano II, constitución pastoral
Gaudium et Spes.
La Constitución Pastoral Gaudium et Spes, promulgada por el Concilio Vaticano II en
1965, es uno de los documentos más importantes de este concilio. Se enfoca en la
relación de la Iglesia con el mundo moderno y aborda una amplia gama de temas
sociales, culturales y éticos. Algunos de los puntos destacados de este documento
incluyen:
La dignidad de la persona humana: Gaudium et Spes afirma la dignidad inherente de
cada ser humano, independientemente de su raza, religión, cultura o condición social.
Reconoce los derechos humanos fundamentales y condena cualquier forma de
discriminación o injusticia.
La relación entre la Iglesia y el mundo: El documento reconoce que la Iglesia está
llamada a participar activamente en el mundo moderno, colaborando con todas las
personas de buena voluntad para promover el bien común y la justicia social. Se insta a
los católicos a comprometerse en los asuntos del mundo, trabajando para construir una
sociedad más justa y fraterna.
La promoción del diálogo y el entendimiento: Gaudium et Spes alienta el diálogo
entre la Iglesia y el mundo, así como el diálogo interreligioso y ecuménico. Reconoce la
importancia de escuchar a los demás, respetar sus opiniones y trabajar juntos en la
búsqueda de la verdad y el bien.
La responsabilidad de los cristianos en el mundo: El documento enfatiza la
responsabilidad de los cristianos de ser testigos del Evangelio en todas las áreas de la
vida, incluyendo la política, la economía, la ciencia y la cultura. Se insta a los fieles a
vivir su fe de manera coherente y a contribuir al desarrollo integral de la sociedad.

• Carácter universal de la Dignidad Humana:


No hay un número específico que se refiera exclusivamente a la dignidad humana, ya
que este tema se entrelaza con muchos otros aspectos tratados en el documento, que
incluyen la relación entre la Iglesia y el mundo, la promoción de la justicia social, la
importancia de la libertad religiosa y otros temas relacionados.
Para una comprensión completa de la enseñanza de Gaudium et Spes sobre la dignidad
humana, es necesario leer el documento en su totalidad. Sin embargo, puedes encontrar
referencias específicas a la dignidad humana en secciones como:
Los primeros capítulos, establecen la relación entre la Iglesia y el mundo y destacan la
dignidad y los derechos fundamentales de la persona humana.
Secciones que abordan temas relacionados con la promoción del bien común, la justicia
social y los derechos humanos. Partes del documento tratan sobre la importancia del
diálogo y la colaboración entre las personas de diferentes culturas, religiones y
perspectivas filosóficas.
-Principio teológico de la igualdad en dignidad. Soy en relación a
otros.
El principio teológico de la igualdad en dignidad se basa en la idea de que todas las
personas son creadas a imagen y semejanza de Dios y, por lo tanto, poseen una dignidad
intrínseca e igual ante Dios. Este principio reconoce que todas las personas,
independientemente de su origen, género, raza, etnia, religión o cualquier otra
característica, tienen un valor fundamental y una dignidad que debe ser respetada y
protegida.
La igualdad en dignidad implica reconocer que cada persona es única e irrepetible, pero
al mismo tiempo, todas comparten una misma condición de seres humanos creados por
Dios. Este principio sostiene que ninguna persona es superior o inferior a otra en
términos de su valor inherente como ser humano.
Desde una perspectiva teológica, el principio de igualdad en dignidad implica que todas
las personas son amadas por Dios de manera igualitaria y tienen un valor infinito a sus
ojos. Este principio también se refleja en la enseñanza de Jesucristo sobre el amor al
prójimo y la importancia de tratar a los demás con amor, compasión y respeto,
independientemente de cualquier diferencia superficial.
El principio teológico de la igualdad en dignidad se relaciona con la Santísima Trinidad
en el contexto de la comprensión cristiana de Dios como comunidad de amor. La
doctrina de la Santísima Trinidad enseña que Dios existe como una unidad de tres
personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cada persona de la Trinidad es
igualmente divina en naturaleza y dignidad, y juntas forman una comunión perfecta de
amor.
Esta comunidad trinitaria de amor refleja el principio de igualdad en dignidad en la
medida en que cada persona divina es totalmente igual en su esencia y valor. Aunque
cada persona de la Trinidad tiene funciones y roles distintos en la obra de la salvación,
ninguna es superior o inferior a las otras en términos de su divinidad y dignidad
intrínseca.
Además, la relación entre las personas de la Trinidad es una relación de amor perfecto y
mutuo respeto. Esto ilustra el ideal cristiano de relaciones humanas basadas en el amor
y la igualdad en dignidad. Así como las personas de la Trinidad se aman y respetan
entre sí, los cristianos están llamados a amar y respetar a todas las personas como seres
creados a imagen y semejanza de Dios, independientemente de cualquier diferencia.

- La igualdad está inscrita en el ser persona.


La igualdad como un principio fundamental está intrínsecamente inscrita en el ser de la
persona. Este principio reconoce que todas las personas, independientemente de sus
diferencias individuales, comparten una misma dignidad y valor intrínsecos. La
igualdad en el ser persona implica que cada individuo merece ser tratado con respeto,
justicia y consideración, y que ningún ser humano es inherentemente superior o inferior
a otro.
Desde una perspectiva teológica, esta igualdad en el ser persona puede entenderse como
una expresión del hecho de que todos los seres humanos son creados a imagen y
semejanza de Dios. Según esta creencia, cada individuo refleja aspectos de la divinidad
y, por lo tanto, posee un valor intrínseco e inalienable.
Este principio de igualdad en el ser persona también tiene implicaciones éticas y
sociales significativas. Afirma que todas las personas tienen los mismos derechos
básicos, incluido el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Asimismo, implica un compromiso con la justicia social y la equidad, abogando por la
eliminación de todas las formas de discriminación y privilegio injusto.

-Características de la igual dignidad:


Universalidad: La igualdad se aplica a todas las personas, independientemente de su
origen étnico, género, religión, orientación sexual, capacidad física o cualquier otra
característica personal. Nadie está excluido de este principio.
Inherencia: La igualdad es inherente a la condición humana. No es otorgada por
ninguna institución o autoridad externa, sino que es intrínseca a cada individuo desde el
momento de su concepción hasta su muerte natural.
Inalienabilidad: La igualdad no puede ser eliminada ni reducida por ninguna
circunstancia o acción externa. Permanece intacta e inmutable, independientemente de
las circunstancias individuales o sociales.
Irrevocabilidad: La igualdad es permanente y no puede ser revocada ni retirada en
ninguna circunstancia. Aunque las personas pueden cometer errores o transgredir
normas sociales, su dignidad como seres humanos sigue siendo inviolable.
Interdependencia: La igualdad reconoce la interconexión y la interdependencia de
todas las personas. Cada individuo contribuye al bienestar y la dignidad de los demás, y
viceversa, creando una red de relaciones humanas basada en el respeto mutuo y la
valoración recíproca.
Igualdad de valor: Todas las personas son igualmente valiosas y merecedoras de
respeto, independientemente de sus diferencias individuales. No hay jerarquías de
dignidad en función de la raza, la clase social, la posición política o cualquier otra
característica.
Fundamento ético: La igualdad sirve como fundamento ético para los derechos
humanos y la justicia social. Guía la formulación de leyes, políticas y prácticas que
promueven el respeto, la equidad y la inclusión de todas las personas en la sociedad.
-Posibles errores en la interpretación de la igualdad.
Relativismo excesivo: Interpretar la igualdad de manera demasiado relativa,
argumentando que cada individuo tiene su propia definición de dignidad y que no
existen estándares objetivos. Esto puede llevar a la negación de los derechos
fundamentales y al relativismo moral.
Exclusión selectiva: Interpretar la igual dignidad de manera selectiva, reconociendo la
dignidad de ciertos grupos o individuos mientras se niega o se limita la dignidad de
otros. Esto puede manifestarse en formas de discriminación basadas en la raza, el
género, la religión u otras características.
Negación de la diversidad: Entender la igualdad de manera uniforme, sin reconocer la
diversidad de experiencias, identidades y perspectivas que existen entre las personas.
Esto puede conducir a la invisibilización de las diferencias y a la imposición de
estándares normativos unilaterales.
Instrumentalización de la dignidad: Utilizar el concepto de igualdad como un medio
para alcanzar ciertos objetivos políticos, ideológicos o religiosos, sin respetar
verdaderamente la integridad y el valor intrínseco de cada individuo. Esto puede
conducir a la manipulación y explotación de las personas en lugar de promover su
bienestar y respeto.
Negación de la responsabilidad social: Interpretar la igualdad de manera aislada, sin
reconocer las responsabilidades y obligaciones sociales que surgen de ella. Esto puede
llevar a una concepción individualista de la dignidad que ignora la importancia de la
solidaridad, la justicia y el cuidado mutuo en la construcción de una sociedad más
equitativa y humana.
Evitar estos errores requiere un enfoque cuidadoso y reflexivo al aplicar el principio de
igualdad en diversas situaciones y contextos. Es fundamental considerar la complejidad
y la diversidad de la experiencia humana, así como estar abiertos al diálogo y al
aprendizaje continuo sobre cómo promover y proteger la dignidad de todas las personas
en la sociedad.

• Los desafíos de la Iglesia sobre la defensa de la dignidad


humana:
Globalización: La globalización plantea desafíos éticos y morales, como la desigualdad
económica, la explotación laboral y la pérdida de identidad cultural. La Iglesia debe
abogar por políticas y prácticas que promuevan la justicia social y el respeto de la
dignidad humana en un mundo cada vez más interconectado.
Pobreza y exclusión social: La persistencia de la pobreza extrema y la exclusión social
sigue siendo un desafío importante para la Iglesia. Es fundamental que la Iglesia
continúe defendiendo los derechos de los pobres y marginados, abogando por medidas
concretas que aborden las causas estructurales de la pobreza y promuevan la solidaridad
y la inclusión social.
Derechos humanos y libertad religiosa: En muchos lugares del mundo, se violan los
derechos humanos fundamentales y se restringe la libertad religiosa. La Iglesia enfrenta
el desafío de defender estos derechos universales y promover la dignidad de todas las
personas, independientemente de su religión o creencia, mediante el diálogo
interreligioso y la defensa de la libertad de culto.
Crisis migratoria: La crisis migratoria mundial plantea desafíos éticos y humanitarios,
ya que millones de personas se ven obligadas a huir de la violencia, la persecución y la
pobreza en busca de seguridad y oportunidades. La Iglesia debe abogar por políticas
migratorias justas y humanitarias que respeten la dignidad de los migrantes y
refugiados, así como ofrecer apoyo práctico y solidaridad a quienes están en situación
de vulnerabilidad.
Bioética y derechos humanos: Los avances en la biotecnología y la medicina plantean
nuevos desafíos éticos en relación con la dignidad humana, como la protección de la
vida desde la concepción hasta la muerte natural, la manipulación genética y la
experimentación con embriones humanos. La Iglesia debe seguir abogando por una
bioética basada en el respeto de la dignidad y los derechos humanos, así como por
políticas y prácticas que protejan la vida y la integridad de cada persona.
Enfrentar estos desafíos requiere un compromiso continuo por parte de la Iglesia, en
colaboración con otras instituciones y actores sociales, para promover una cultura de
solidaridad, justicia y respeto de la dignidad humana en todos los aspectos de la vida
humana y en todas partes del mundo.

-Acción de la Iglesia para promover la dignidad humana.


Promoción de la justicia social: La Iglesia aboga por políticas y prácticas que
promuevan la justicia social y la igualdad de oportunidades para todas las personas,
especialmente para los más vulnerables y marginados de la sociedad. Esto puede
implicar la defensa de los derechos laborales, el acceso a la educación y la atención
médica, y la lucha contra la pobreza y la exclusión social.
Asistencia humanitaria: A través de organizaciones caritativas y programas de ayuda
humanitaria, la Iglesia brinda apoyo práctico y solidaridad a personas afectadas por
conflictos, desastres naturales, pobreza extrema y otras situaciones de emergencia. Esto
puede incluir la provisión de alimentos, refugio, atención médica y asistencia
psicosocial a quienes lo necesiten.
Defensa de los derechos humanos: La Iglesia defiende los derechos humanos
fundamentales, incluido el derecho a la vida, la libertad religiosa, la dignidad de todas
las personas y la protección de los más vulnerables, como los migrantes, refugiados,
personas en situación de pobreza y víctimas de violencia y discriminación.
Diálogo interreligioso y ecuménico: La Iglesia promueve el diálogo y la colaboración
entre personas de diferentes tradiciones religiosas y denominaciones cristianas en busca
de la paz, la justicia y el respeto mutuo. Esto contribuye a la construcción de sociedades
más inclusivas y respetuosas de la diversidad religiosa y cultural.
Educación y formación: La Iglesia ofrece programas educativos y de formación que
promueven valores humanos, éticos y morales, así como el desarrollo integral de la
persona. Esto incluye la educación en derechos humanos, la promoción de la dignidad
de la vida humana en todas sus etapas, y la enseñanza de la responsabilidad social y el
compromiso cívico.

-Principio de dignidad humana clave para el bienestar social.


El principio de dignidad humana es fundamental para el bienestar social, ya que
reconoce el valor inherente y la igualdad de todas las personas, independientemente de
su origen, posición social, género, raza o cualquier otra característica. Algunas razones
por las cuales este principio es clave para el bienestar social incluyen:
Respeto y valoración: La dignidad humana implica reconocer y respetar la
singularidad, autonomía y valía intrínseca de cada individuo. Este respeto mutuo es
esencial para promover relaciones saludables, constructivas y pacíficas entre las
personas y comunidades.
Igualdad de derechos y oportunidades: Basándose en el principio de dignidad
humana, se busca garantizar que todas las personas tengan acceso equitativo a los
derechos básicos, como la educación, la atención médica, el empleo, la justicia y la
participación en la vida pública. Esto contribuye a reducir las desigualdades sociales y
promover la justicia y la inclusión social.
Protección frente a la discriminación y el abuso: La dignidad humana implica
proteger a las personas contra cualquier forma de discriminación, explotación o abuso,
ya sea por motivos de raza, género, religión, orientación sexual, discapacidad u otras
características. Esto requiere la implementación de leyes y políticas que salvaguarden
los derechos y la seguridad de todos los individuos.
Fomento del desarrollo integral: Cuando se respeta la dignidad de las personas, se
crea un entorno propicio para su desarrollo integral, que incluye no solo sus necesidades
físicas y materiales, sino también sus aspectos emocionales, intelectuales, espirituales y
sociales. Esto contribuye a la realización personal y al florecimiento humano en todas
sus dimensiones.
Construcción de una sociedad justa y solidaria: La promoción del principio de
dignidad humana es fundamental para la construcción de una sociedad basada en la
justicia, la solidaridad y el respeto mutuo. Al reconocer la dignidad de cada persona, se
fomenta la colaboración y el cuidado mutuo, y se fortalece el tejido social en beneficio
de todos.
-Dignidad humana y respeto a la vida.
El principio de dignidad humana es fundamental para el bienestar social y está
estrechamente vinculado al respeto a la vida en todas sus etapas y circunstancias. La
dignidad humana reconoce el valor intrínseco e inalienable de cada persona,
independientemente de su origen, situación social, creencias o capacidades. Implica
reconocer la singularidad y el valor inherentemente digno de cada ser humano como fin
en sí mismo, no como un medio para otros fines.
El respeto a la vida, por su parte, implica valorar y proteger la vida humana en todas sus
manifestaciones, desde la concepción hasta la muerte natural. Esto incluye la defensa de
la vida en gestación, el respeto por la integridad física y emocional de las personas, la
protección de los más vulnerables, como los ancianos, enfermos, discapacitados y
personas en situación de pobreza o exclusión social, y la promoción de condiciones que
favorezcan el pleno desarrollo y bienestar de todos los individuos.
Ambos principios se complementan y refuerzan mutuamente, ya que el respeto a la
dignidad humana implica necesariamente el respeto a la vida, y viceversa. El
reconocimiento y promoción de la dignidad de cada persona son fundamentales para
construir una sociedad justa, inclusiva y solidaria en la que todos puedan vivir con
dignidad y alcanzar su pleno potencial. Esto implica la adopción de políticas y prácticas
que protejan los derechos humanos, promuevan la igualdad de oportunidades y
garanticen el acceso a servicios básicos como la salud, la educación y la vivienda,
contribuyendo así al bienestar social y al florecimiento humano en su conjunto.

UNIDAD 2: “El cristianismo y su rol en la construcción social.” MAYO


JUNIO JULIO
El cristianismo ha desempeñado un papel significativo en la construcción social a lo
largo de la historia, influyendo en diversos aspectos de la vida de las comunidades y las
sociedades en las que se ha desarrollado. Algunos de los roles clave que el cristianismo
ha desempeñado en la construcción social incluyen:
Promoción de valores éticos y morales: El cristianismo ha contribuido a establecer y
promover principios éticos y morales que han servido como base para la convivencia
social, la justicia y el respeto mutuo. Estos valores incluyen el amor al prójimo, la
compasión, la solidaridad, la justicia social y el cuidado de los más vulnerables.
Defensa de la dignidad humana: La enseñanza cristiana sobre la dignidad intrínseca
de cada persona como imagen de Dios ha inspirado movimientos sociales en defensa de
los derechos humanos, la abolición de la esclavitud, la igualdad racial y de género, y la
protección de los más desfavorecidos.
Fomento de la educación y la cultura: A lo largo de la historia, el cristianismo ha sido
un impulsor importante de la educación y la cultura, estableciendo escuelas,
universidades, bibliotecas y centros de estudio que han contribuido al desarrollo
intelectual y cultural de las sociedades en las que se han establecido.
Apoyo a la asistencia social y la caridad: La enseñanza cristiana sobre el amor al
prójimo y la responsabilidad de cuidar a los necesitados ha inspirado numerosas obras
de asistencia social, hospitales, orfanatos, comedores populares y otras iniciativas de
caridad destinadas a ayudar a los más vulnerables y marginados.
Promoción de la paz y la reconciliación: El mensaje cristiano de perdón,
reconciliación y amor al enemigo ha inspirado esfuerzos por la paz y la resolución
pacífica de conflictos en todo el mundo, así como la defensa de los derechos humanos y
la justicia social.

• La Caridad Cristiana:
La caridad cristiana es una expresión fundamental de la fe cristiana que se basa en el
mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo. Se deriva de la enseñanza de
Jesucristo y está arraigada en los principios del Evangelio. Aquí hay algunos aspectos
importantes de la caridad cristiana:
Amor desinteresado: La caridad cristiana implica un amor desinteresado hacia los
demás, basado en el amor de Dios. No se trata simplemente de dar limosna o ayuda
material, sino de mostrar compasión, cuidado y apoyo a los necesitados,
independientemente de su situación o circunstancias.
Compasión y misericordia: La caridad cristiana se caracteriza por la compasión y la
misericordia hacia los que sufren. Jesús enseñó a sus seguidores a mostrar compasión
hacia los enfermos, los necesitados, los marginados y los excluidos de la sociedad, y a
brindarles ayuda y consuelo en su aflicción.
Solidaridad y justicia social: La caridad cristiana implica una solidaridad activa con
los pobres y oprimidos, y un compromiso con la justicia social. Los cristianos están
llamados a trabajar por un mundo más justo y equitativo, donde se respeten los derechos
humanos y se satisfagan las necesidades básicas de todos.
Dar sin esperar nada a cambio: La caridad cristiana se caracteriza por dar
generosamente sin esperar nada a cambio. Jesús enseñó a sus seguidores a dar de
manera desinteresada y a no buscar reconocimiento o recompensa por sus acciones.
Inclusión y acogida: La caridad cristiana se extiende a todas las personas, sin importar
su origen étnico, religión, género o situación socioeconómica. Los cristianos están
llamados a acoger a los extranjeros, a los refugiados y a los marginados, y a tratar a
todos con dignidad y respeto.

- Definición teológica y social de la caridad.


Definición teológica de la caridad: En el contexto teológico, la caridad se entiende
como una virtud teologal que implica amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a uno mismo. Se basa en el amor divino y se considera un don otorgado por Dios
a aquellos que lo reciben. La caridad es un elemento central de la enseñanza cristiana, y
está estrechamente relacionada con los conceptos de amor, misericordia y compasión.
Se considera una expresión del amor de Dios hacia la humanidad, y se manifiesta en el
amor desinteresado hacia los demás y en la preocupación por su bienestar espiritual y
material.
Definición social de la caridad: Desde una perspectiva social, la caridad se refiere a la
ayuda y el apoyo que se brinda a las personas necesitadas o vulnerables. Esto puede
manifestarse de diversas formas, como la provisión de alimentos, refugio, atención
médica, educación y asistencia social. La caridad social busca aliviar el sufrimiento
humano y promover el bienestar de las personas en situación de necesidad. A menudo,
se lleva a cabo a través de organizaciones benéficas, instituciones religiosas y
programas de ayuda comunitaria, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de
los más desfavorecidos y construir una sociedad más justa y solidaria.

Virtudes cardinales:
Las virtudes cardinales son cuatro y se consideran como las virtudes fundamentales
sobre las que se apoyan las demás virtudes morales. Son las siguientes:
Prudencia: Es la virtud que nos permite discernir lo que es bueno en cada situación
concreta y actuar de manera adecuada. Implica la capacidad de tomar decisiones
correctas basadas en la razón y la experiencia.
Justicia: Consiste en dar a cada uno lo que le corresponde, respetando sus derechos y
tratándolo con equidad. Incluye el cumplimiento de deberes y obligaciones hacia los
demás y hacia la sociedad en general.
Fortaleza: También conocida como valentía o coraje, es la capacidad de enfrentar el
sufrimiento, el miedo o las dificultades con determinación y firmeza. Nos ayuda a
perseverar en el bien a pesar de las adversidades.
Templanza: Se refiere al control y la moderación de los apetitos y deseos sensibles,
especialmente en lo que respecta al placer y al uso de los bienes materiales. Implica la
capacidad de autodominio y la moderación en el disfrute de los placeres sensoriales.
Estas virtudes son consideradas como pilares fundamentales de la ética y la moralidad,
y se cree que son esenciales para vivir una vida virtuosa y en armonía con los demás.

Virtudes teologales:
En la virtud teologal Dios entra como objeto. El fin último se hace objeto. La realidad
trascendente entra en la inmanencia del hombre; esto es lo sobrenatural, lo teologal (“El
Reino está cerca”).
Además de ser objeto material, Dios es objeto formal: pensar, esperar, amar como Dios
piensa, espera, ama. “Como” = lo formal. La vida misma de Dios, don puro, se
comunica al hombre. En el orden teologal, todo se vuelve cercano, cercano. No hay que
dejar que el lenguaje técnico (objeto material, formal) obnubile la realidad que está en
juego (el Evangelio).
Son puro don, gratuidad, son infundidas por gracia. En cuanto a las virtudes morales
infusas, se distinguen de las teologales en que Dios infunde una gracia en el ejercicio de
la virtud moral adquirida, gracias que la hace entrar en el ámbito de lo sobrenatural,
cristiano. La virtud teologal dice más: también Dios las infunde, pero hay una
participación de la vida divina, es vida divina: amar como Cristo amó, conocer como
Dios conoce.
¿Qué pasa con la virtud de la religión? Está a mitad de camino. Pertenece a la virtud
moral (no teologal) de la Justicia. Por lo tanto, es una actividad del hombre, que practica
la religión con la intención de dirigirse y ligarse a Dios, fin último. Pero Dios no es su
objeto, su objeto es el culto. En la virtud teologal, en cambio, Dios es objeto, por eso
ella es participación directa en la vida divina: pensar como Dios, gustar, discernir como
Dios. Se trata de una sobrenaturalidad especial, más intensa, no sólo por la causa sino
también por su objeto: la vida divina misma.
En síntesis, con las virtudes teologales entramos en una forma distinta de pensar, de
amar. Es una novedad radical. Entrar en la lógica del don supone recibir el don de la
lógica divina (cf.1 Co 1): el logos de la cruz, como sabiduría y fuerza, locura y
debilidad. Es algo nuevo, paradójico. Pensar el logos de la cruz supone que cambiamos,
que nos convertimos. Si Dios no nos da el logos para pensar ese don, no podemos
pensarlo. Para poder pensarlo y amarlo, la gracia nos informa.

Fe: La fe como don dado por Dios:


1- LA NECESIDAD VITAL DE CREER: Los Ideales = abordar una reflexión
racional sobre el hombre como ser de ideales supone una reflexión sobre la fe. El ideal,
para existir, necesita como clima la fe; por lo tanto, todo hombre, para vivir, necesita fe.
Ideal es distinto de “ideales”; Atención y espera es un momento donde tome la decisión
específica. El amor es el detonante más fuerte, que nos amen, vemos algo nuevo gracias
a esa persona. Ideal no hay más que uno en la vida. Se caracteriza por tres notas:
a) Nota eidética: El Ideal comporta una idea, es necesario saber de qué se trata: quiero
ser médico/a, músico/a, religioso/a. Hay que tener una idea, aunque sea vaga.
b) Nota axiológica: El Ideal no es una pura idea: tiene una carga de amabilidad: lo elijo
porque lo considero bueno para mí, es un bien. Me atrae, me apasiona.
c) Nota absoluta, polarizante: El Ideal va a integrar, polarizar la vida. Tiene que ver
con la opción fundamental. No va a ser un elemento más. Esa polarización va a dar
sentido a la existencia. Esto trae problemas complejos, como veremos.
Hoy el ideal me va esculpiendo la importancia de que sea así siempre va en un
verdadero ideal no es algo que sea así nomás. Siempre el ideal positivo es humanizan
por eso está en relación también con la profesión y a la manera de vivir de una persona
que le da sentido esto se puede aplicar a cualquier hombre.
Caracteres antropológicos: somos seres complejos, múltiples. Todo ser humano
incluye tres dimensiones: 1) Dimensión del espíritu: el hombre abierto a la verdad, no
sólo la verdad intelectual, sino que incluye el arte, lo práctico =el hombre como espíritu.
2) Dimensión personal: el hombre como amor, relación interpersonal. 3) Dimensión
social: ponerse al servicio de la sociedad. El hombre como miembro de una
comunidad. Vocación política, vocación social.
Los textos joánicos presentan a la fe (recordemos que Juan utiliza siempre el verbo
creer, y no el sustantivo fe, que aparece sólo en 1Jn 5,4) con rasgos particulares, que
dependen de su cristología. En cuanto a la Palabra encarnada del Padre, Cristo es
indivisiblemente Luz y Vida, el revelador de Dios y el dador de Vida que él mismo
recibe del Padre. La fe es la adhesión del hombre a Cristo, Palabra y Vida de Dios para
la humanidad. El 4º Evangelio ha creado la fórmula “creer en Cristo” (4,21; 5,38.46;
6,30; 8,31.45.46; 10,37.38). Cristo es aquel a quien se cree. La actitud fiducial que el
AT refería a Dios, aquí se refiere a Cristo. Surge así la fe como comunión de vida con
Cristo, como adhesión a su persona: el creyente recibe ya de Cristo “la vida eterna”, es
decir, participa ya de la vida que Cristo recibe del Padre, como anticipo presente de la
plenitud futura de la resurrección.
Un aspecto determinante del “creer” joánico es su carácter de opción y de compromiso.
“Creer” significa el compromiso fundamental y decisivo por medio del cual el
hombre determina su destino, decide entre la luz o las tinieblas, entre la vida o la
muerte. La fe en Juan es una decisión por la vida. El acto de creer es, en Juan, un acto
de conversión. Para Juan la fe es una recreación del hombre, un nuevo nacimiento
(3,3.5), un nuevo comienzo gracias al poder del Espíritu. La fe inaugura una vida nueva
que no es obra del hombre sino “la obra de Dios” (6,29). Esta vida nueva, fundada en la
fe, brota ahora en el corazón del creyente como un agua viva que asciende hacia la vida
eterna. Fe como decisión, algo que elegimos, jesus nos trae el amor, es un don de Dios.
El h este hecho para buscar el trascendental. La fe implica cambio de vida.
La fe es un hábito, la cual comienza en nosotros, la vida eterna. Ya llevamos en
nosotros algo de la vida eterna por la fe y esto no declina hacia la fe. No es un pague
ahora y disfrute después, la fe es un anticipo. Por tanto, la traducción latina del texto
elaborado en la Iglesia antigua dice así: la fe es la «sustancia» de lo que se espera;
prueba de lo que no se ve.
Mt 16: Cristo cuestiona y provoca una respuesta en lenguaje humano (fe-lenguaje de la
fe). Texto que nos muestra el tránsito, provocado por Cristo, del AT al NT en el
lenguaje. Es algo que tiene vigencia en cada momento de la historia, cada vez que
Cristo nos interroga. A la luz de esta interrogación la Iglesia debe convertirse. La
conversión en relación con el crucificado: ¿quién soy yo? El Señor que es el Servidor.
Mt 16,13-23: Pone de manifiesto un aspecto particular de la fe, a través del juego de
pregunta y respuesta, como en la samaritana. Pregunta clave: ¿Quién soy yo? En Jn 6: el
hombre que viene de Dios y que va a Dios. En Mt 16: El Mesías que va a ser
crucificado. Dios se revela en Cristo planteando una pregunta en lenguaje humano; la
respuesta debe ser dada en lenguaje humano. Así como la fe no pasa por alto los signos
y la libertad (Jn), no pasa por encima del lenguaje humano, sino que entra en él: el Don
trabaja así. La fe incluye un decir algo en lenguaje humano, y ese decir es expresión de
una decisión comprometida.
En la fe entra el lenguaje humano ¿Para ustedes quien soy yo? Valor universal,
lenguaje veterotestamentario. Está en juego la verdad, tu eres el mesías, el hijo del Dios
vivo, pedro lo que dices el padre de lo esta diciendo y pudo decir quien era Jesús. Nadie
para decir mi verdad si el padre no se lo revela, hay que decir las cosas con lenguaje
humano, y aún está inspirado por el mismo Dios. Distinción entre el decir y lo dicho,
marcha la distancia entre lo dicho y el destinatario.
“¿Quién soy yo para ustedes?” ¿Qué sentido tiene esta cuestión? -Es una cuestión
personal, pero no puramente afectiva. ¿Cuál es mi identidad, qué es lo que me hace
vivir, cuál es el Secreto profundo de mi vida? No es un secreto entre amigos, la
respuesta debe tener un valor universal. Se sale de un contexto externo (los demás, la
opinión pública, la mirada sociológico-cultural) y se pasa a un contexto personal. Debe
surgir una respuesta personal, distinta de una simple opinión pública, debe apuntar a lo
“singular”, lo “único” de Cristo.
-Es una pregunta objetiva: que Cristo la formule significa que está en juego la verdad, la
ortodoxia. La respuesta de Pedro, en la primera parte, el Padre revela (Cf. Juan 6:
“Nadie puede venir a mi si el Padre no lo atrae”); nadie puede decir mi Secreto, mi
Verdad, si el Padre no se lo revela. Por lo tanto, es revelación: Dios revela en el ejercicio
de pregunta y respuesta, en lenguaje humano, que en este caso es buena:
“Bienaventurado”. Cambio de nombre (“Piedra”): la identidad de Pedro cambia, cambia
la filiación (ahora es hijo del Padre, entró en la órbita del Padre); cambia el ser de
Pedro, pasa a ser miembro del Cuerpo, con una función, atar y desatar. Pedro con
palabras del AT (veterotestario), expresa cosas del NT (Dios cristiano). El misterio
nunca se agota.
La noción de la fe como un don divino es una idea que se encuentra en varias
tradiciones religiosas, incluyendo el cristianismo. En el cristianismo, se enseña que la fe
es un don de Dios que permite a los creyentes confiar en Él y en sus promesas. Según
esta perspectiva, la fe no es simplemente una creencia intelectual o una decisión
personal, sino que es algo otorgado por Dios mediante su gracia. Esta comprensión se
basa en pasajes bíblicos como Efesios 2:8-9, donde se dice: "Porque por gracia sois
salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para
que nadie se gloríe".
Desde esta perspectiva, la fe es vista como una respuesta a la revelación divina y un
medio a través del cual los creyentes pueden experimentar una relación personal con
Dios. Se considera que Dios inicia y sostiene esta relación, y la fe es la respuesta del ser
humano a esa iniciativa divina. Además, se enseña que la fe es fortalecida y cultivada a
través de la oración, el estudio de las Escrituras y la participación en la comunidad de
Esperanza:
La esperanza presupone la fe, al mismo tiempo descubrimos que hay una acción de la
esperanza sobre la fe, conexión muy profunda entre la esperanza y la fe. Heb 11, 1: “La
fe es la sustancia de las cosas que se esperan. Sin fe no hay posibilidad de que haya
esperanza. La esperanza queda definida por su objeto propio, que es la meta final que da
sentido y valor a la entera existencia del creyente. La actitud teologal de la esperanza
está precedida y sostenida por la actitud teologal de la fe: espero porque creo. El ingreso
de todo el hombre –incluido su cuerpo, resucitado– y de todos los hombres, en la
plenitud de la vida Trinitaria.
ENFOQUE EXISTENCIAL: LA ESPERANZA DESDE LA PERSONA: Nuestros
actos nos sentimos vinculados al ser y al no-ser, coexistencia del ser y no-ser: somos,
pero no somos plenamente. Este ‘no-ser en plenitud’ genera una inquietud, una
aspiración, un deseo en el orden del ser, una aspiración a ser más, cualitativamente. La
cuestión del sentido de la vida, y dependerá de una actitud de confianza; somos
consciente de la necesidad de esta actitud para ponernos en movimiento a ser más, para
movernos al futuro. Lo hemos visto al hablar del Ideal. Este futuro no se puede
asegurar; por eso hay siempre una inquietud, es necesaria una actitud de confianza para
realizar ese camino. Lo más propio de la esperanza será intensificar en nosotros esta
actitud y así poder avanzar confiadamente hacia el futuro.
LA ESPERANZA DESDE LO HISTÓRICO-SOCIAL: El hombre la realiza
transformando el mundo, Cada punto de llegada se transforma en un punto de partida.
El carácter social-comunitario, el deseo de ser más no es exclusivamente personal, sino
que se abre a un nosotros. La historia muestra los fracasos continuos del hombre para
conseguir este ideal de fraternidad universal. El horizonte meta-histórico de realización
plena. Lo que logra la esperanza es liberar a la aspiración humana de la idolatría que se
esconde tras ideologías puramente inmanentes; la esperanza libera de la idolatría de la
historia y del mundo, y eso, lejos de ser una evasión, le da más libertad al hombre para
transformar el mundo junto con otros
LA ESPERANZA DESDE LA VERDAD: La muerte relativiza toda aspiración que se
encierra en una perspectiva intra-mundana. Vivir de espaldas a la muerte es vivir de
espaldas a la vida, es una alienación de la existencia. La muerte no es sólo el punto
extremo, final, futuro, de toda vida, sino que es presencia continua. ¿Somos sin más un
ser-para-la-muerte? La muerte nos pone frente a la nada, pero también ante la
posibilidad del más allá de la muerte. Allí interviene la esperanza teologal, que nos
anuncia y nos une vitalmente al Hijo de Dios resucitado de entre los muertos.
El SUJETO DE LA ESPERANZA: ¿Quién espera? El homo Viator, el hombre en
camino, el hombre que está en movimiento, y que mantiene viva una tensión entre el
“ya - pero todavía no”. La tensión entre estar ya encaminado hacia una plenitud, pero no
haberla alcanzado todavía. Esa tensión, que mantiene viva la esperanza humana, se
mantiene también para la esperanza teologal: “Desde ahora [ya] somos hijos de Dios, y
lo que seremos no se ha manifestado todavía; sabemos que, cuando se manifieste,
seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal cual es”. Sigo mi carrera con la
esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo [ya] alcanzado por Cristo Jesús.
Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado [todavía]”.
Se acentúa exageradamente el polo del todavía no, se cae en la desesperación, en la cual
ese todavía no se vive como un nunca, se acentúa el polo del ya, la esperanza se
transforma en presunción: actitud pueril de quien cree haber alcanzado una plenitud o
perfección que en realidad no posee, la esperanza teologal, generando los dos pecados
contra la esperanza: la presunción y la desesperación.
El hombre es un “ser que es un siendo” (Martin Buber). Buscar llevar a plenitud lo
que soy ‘germinalmente’. Se trata de llegar a ser (plenamente) lo que ya soy
(germinalmente). Cristianamente hablando se puede decir que esta es la condición de
todo discípulo, y que ella supone las actitudes de confianza, seguimiento, apertura,
aprendizaje, es decir, lo que pone al discípulo en situación de recibir; actitud evangélica
cuyos ejemplares son el pobre y el niño.
Podemos discernir dos figuras principales, dos “tipos humanos” de intensa actualidad en
la cultura moderna y posmoderna, cuyo origen está en el mito. Ellas son Narciso y
Prometeo. El mito de Narciso: Lo Inmemorial sería ese pasado absolutamente
irrecuperable para la memoria, el Edén perdido pero que sin embargo atrae
poderosamente al deseo hambriento de la plenitud del propio Yo. Esta figura mítica se
expresa hoy en una cultura psicológica, individualizada, en la que finalmente “el Yo se
transforma en un espejo vacío a fuerza de informaciones, una pregunta sin respuesta a
fuerza de asociaciones y de análisis, una estructura abierta e indeterminada que exige
más terapia y anamnesis... Narciso ya no está más inmovilizado ante su propia imagen
fija, ni siquiera hay imagen, sólo una interminable búsqueda de sí mismo”.
El error de Narciso no está en amarse a sí mismo, sino en amarse mal. La búsqueda del
Yo, que es la mayor preocupación del individualismo posmoderno, se empobrece en
estéril apetito de placer. La voluntad desesperada de ser él mismo lleva hacia la muerte,
porque no hay relación con el otro. Se acuerda de ella misma, se comprende y se ama.
Perspectiva bíblica, la respuesta a Narciso consiste en afirmar que la verdad del Yo es la
de ser imagen de Dios, y es por esto por lo que no se deja objetivar de manera
definitiva. Es en el espejo del Dios viviente que el Yo adquiere forma y consistencia. En
Narciso, el ídolo, a través de la propia visibilidad, oculta al Dios invisible. Pero las
aguas del Bautismo no son el espejo del Yo, sino el lugar de nuestra configuración con
Cristo, a su muerte y resurrección, el lugar donde somos vinculados a la Alteridad
Inolvidable, la del Amor primero “que nos ha elegido en él (Cristo) antes de la creación
del mundo”. En esas aguas vivas del Bautismo adquirimos nuestra identidad a la vez
filial y fraterna.
El mito de Prometeo, el ladrón del fuego de los dioses simboliza una cultura de lo
universal, la cultura científico-técnica.Prometeo “el primer santo del calendario
filosófico”. Mientras que Narciso, en cuanto arquetipo de una cultura del Yo, la
universalización del individuo: hacerlo salir de la nefasta subjetividad de las pasiones,
del oscurantismo de las tradiciones recibidas, de todo lo que puede mutilar o dividir la
universalidad humana, para permitirle acceder a la plena claridad de la razón. No basta
liberarnos de la pesadez del pasado para abrirlo al futuro. Sin vinculación a
determinados valores éticos, el futuro se convierte en una ilusión del futuro, o más bien,
en un infierno.
Narciso clausura su deseo en la inmanencia de un Yo que se vacía; Prometeo, ladrón del
fuego divino, simboliza el rechazo del don. Y sin el don, el hombre que “supera
infinitamente al hombre” se transforma en pura voluntad de poder, sus frutos son frutos
de muerte.
Como figura positiva del homo Viator, Escritura nos presenta a Abraham. El capítulo 12
del libro del Génesis se abre con lo Inesperado, la irrupción de la Palabra-Promesa de
Dios a Abrám. ¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos? Tú no me has dado
un descendiente” (15,2-3). Esta queja nos permite vislumbrar una crisis en la esperanza
de Abrám: la de no poder tener un hijo de Sarai. Esa primera esperanza se ve frustrada.
Pero el Dios de la Alianza hace surgir una nueva esperanza en el corazón del patriarca:
su objeto sigue siendo el mismo, un hijo, pero el motivo de esta esperanza es ahora la
Palabra-Promesa de Dios, en la que Abraham cree.
El motivo de esta no varía, es el apoyo, ahora absolutamente incondicional, en la
Palabra de Dios. El cambio se produce en el objeto de la esperanza, que ya no es el hijo,
sino el mismo Dios, que debe ser preferido por encima de Isaac. Abraham “esperando
contra toda esperanza” (Rm 4,18) se abrió a la plenitud de la esperanza en cuanto a su
objeto: la resurrección de los muertos.
Que para abrirse plenamente al Dios Inolvidable que había irrumpido como lo
Inesperado en su existencia, dándole la vocación de ser una bendición para todos los
pueblos de la tierra, la esperanza de Abraham ha debido madurar teologalmente a lo
largo de pruebas, siendo la última y definitiva aquella mediante la cual superó la
tentación de encerrar el cumplimiento de la promesa de Dios en el horizonte limitado de
su imaginación de lo divino (la posesión del hijo) para abrirse a lo excesivo de la
promesa, que es Dios mismo resucitando a su Hijo.
3 momentos: 1, el hijo como objeto, fuerza natural humana (motivo). 2, el hijo como
objeto, Dios (motivo). 3, Dios como objeto y motivo. Esperamos a Dios apoyándonos
en él, todo es plenamente teologal.
G. Lafont analiza la experiencia bíblica de Dios: a) Una imagen positiva de Dios: que
se funda sobre una cierta experiencia de la acción de Dios, ligada a una palabra de don y
de promesa (bendición). Surge la imagen de un Dios bueno y fiel, valorado a partir de
cierta experiencia y de cierta idea que el hombre tiene de la felicidad. La acción de Dios
encuentra el deseo del hombre.
b) La imagen puesta a prueba: la prueba viene de Dios, cuyo comportamiento rompe
con el anterior y cuestiona la imagen que el hombre se había hecho de él a partir de su
acción benéfica. El Dios bueno prohíbe (Adán), el Dios de la promesa exige el sacrificio
del hijo (Abraham), el Dios fiel deja que sobrevenga la desgracia al justo (Job), el Dios
padre abandona a su Mesías y parece desentenderse de él (Jesús). En todos estos casos,
Dios se ausenta de la imagen primera (legítima) que el hombre se había hecho de él.
Este ausentarse modifica y desplaza la idea de felicidad del hombre. Dios es más que
eso, hay que tratar de mantener la comunión por encima de lo negativo, hay algo que
tiene que morir para nacer.
c) La resolución de la prueba: el “deseo de Dios”, que el hombre lleva en su corazón
por haber sido creado “a su imagen y semejanza”, deja planteada, en la situación de
prueba, la resolución de la prueba se juega como esperanza y confianza en el amor de
Dios, ya que el proceso de divinización sólo puede venir de Aquel que tuvo la iniciativa.
El nudo del problema es la interpretación de la “ausencia de Dios”. Esta ausencia es
posterior a una primera experiencia de presencia. Por lo tanto, puede ser presentada e
interpretada como una etapa hacia una revelación más plena. Dios es más de lo que
había imaginado el hombre desde su deseo de felicidad, es necesario saber superar la
representación para mantener la comunión, lo cual implica la aceptación de una muerte
de tipo simbólico, necesaria para poder acceder al misterio infinito de Dios, invitando a
un desplazamiento que apunta hacia una comunión más plena con el misterio de Dios.
Toda ella dirigida hacia una invocación pura del Padre, cuyo símbolo es la muerte a toda
otra realidad. El hombre es llamado (atractio Patris) a ser hijo de Dios, en el sentido de
una invocación dinámica: es hijo aquel que en toda ocasión y desde lo más hondo de sí
mismo puede decir: Padre mío.
Walter Kasper afirma en Jesús el Cristo (pp. 87-89): “El Reino de Dios era la
personificación de la esperanza en orden a la realización del ideal de un soberano justo
jamás cumplido sobre la tierra. El Reino de Dios era la personificación de la esperanza
de salvación. Cuando Jesús anuncia el Reino, su anuncio se entiende en el horizonte de
un anhelo humano de justicia, paz, verdad y vida. Para entender la relación entre la
esperanza originaria de la humanidad y la promesa de la llegada del Reino de Dios, hay
que partir de la concepción común a la Biblia de que el hombre no posee sin más por sí
mismo paz, justicia, libertad y vida.
Dios, con la creación contaminada por el mal, por la violencia, por la muerte, decide
hacer algo nuevo: un hombre nuevo, un mundo nuevo, liberado de la esclavitud de la
muerte… va a hacer la maravilla de la recreación en Jesucristo. En lugar de destruir, va
a recrear y recrear es perdonar, volver a hacer todo nuevo a partir de lo que estaba allí.
Eso es lo que anuncia Jesús al decir que el Reino se ha hecho próximo en su persona. Lo
que Jesús pedía era la conversión, la apertura para recibir el Reino, el esfuerzo de
transformarnos en pobres y en niños. Quien es rico y vive egoístamente centrado en lo
que ya tiene, muy difícilmente se abrirá para recibir lo que viene de Dios, el don de la
nueva creación.
Jesús mismo vivió esa apertura confiada en el Padre. Jesús se nos muestra también
como iniciador y consumador de nuestra esperanza en cuanto confianza total y absoluta
puesta en el Padre, y que se expresa en el Abbá. Jesús es el Niño de Dios, y por eso es el
Hijo de Dios. Jesús, en la Cruz, está llamando a Elías. Ese llamado (“ven Elías”) debería
haber sido, en arameo: Eliata (como Marana' tha: “ven, Señor”). Pero si Jesús en lugar
de decir eso, hubiese dicho Eli’ ata, estaría diciendo: “Tú eres mi Dios”.
Cristo es nuestra esperanza. La esperanza no conoce límites, porque está fundada en
el acontecimiento salvífico definitivo, en la pascua de Jesús, todas las promesas de Dios
encuentran su sí en Jesús. La esperanza surge en nosotros como don del Espíritu Santo;
hay un vínculo entre esperanza y Espíritu, es el don escatológico del resucitado; el
Espíritu Santo es el que suscita en nosotros la confianza filial, la confianza propia de la
esperanza que Jesús vivió de modo ejemplar. Esa esperanza la recibimos con el don
escatológico del Espíritu Santo.
También tienen su Fuente en Jesús, Padre, venga tu reino. Eso es obra del Espíritu
en nosotros, que nos enseña a rezar, y la oración es intérprete de la esperanza. Con la
confianza de Jesús podemos abrir nuestra esperanza al mundo futuro. Por eso no
alcanza la fórmula ya todavía no, para hablar de la esperanza cristiana: hay que
completarla con el ya y todavía más, es decir, más de lo que ya estamos viviendo como
anticipo de lo definitivo.
La certeza de la esperanza: (Rom cap 8) Es el primer motivo de nuestra esperanza: en
Cristo, Dios nos ha liberado del dominio del pecado y de la muerte. En segundo lugar, el
efecto de esta presencia del Espíritu en nosotros: con Él hemos recibido a Cristo
viviente, cuyo Espíritu actúa ya en nosotros como principio vital de nuestra resurrección
futura. El germen de la resurrección ya está actuando en nosotros, gracias al Espíritu. El
tercer motivo de nuestra esperanza consiste en que el don del Espíritu nos ha constituido
hijos de Dios y coherederos de la gloria de Cristo. Pablo introduce, como vemos, el
tema del sufrimiento, que constituye el fondo del cuarto motivo para esperar, el que
desarrolla entre los v.18 a 25, y que es el cuarto motivo.
Paradojalmente, esta incursión en la realidad del dolor, lejos de oscurecer la certeza de
la esperanza, la ilumina y la profundiza, porque la arraiga en lo real de nuestra
condición, en el todavía-no, que, junto con el ya, constituye la trama temporal de la
existencia peregrina del cristiano y de la Iglesia, el “entre-tiempo”, el “mientras” que va
de la Pascua a la Parusía. La esperanza cristiana no es el opio de los pueblos.

- La caridad como virtud teologal.


La caridad, como virtud teologal, es una disposición habitual y sobrenatural que nos
capacita para amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos
por amor a Dios. Esta virtud es teologal porque tiene a Dios como su objeto principal y
se infunde en nuestras almas por la gracia divina. La caridad es la culminación de todas
las virtudes y la que da sentido y cohesión a nuestra vida cristiana. Nos impulsa a vivir
en comunión con Dios y a servir a los demás con desinterés y generosidad, siguiendo el
ejemplo de Jesucristo. La caridad nos lleva a buscar el bien de los demás, a perdonar, a
comparecer, a compartir nuestros dones y a trabajar por la justicia y la paz. Es el lazo de
la perfección que une a todos los cristianos en el amor de Cristo y nos orienta hacia la
comunión plena con Dios en la vida eterna.
Experiencia del amor: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí
mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor,
si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en
él vivamente. Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente,
revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede expresar así— la
dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a
encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propio de su humanidad. En el misterio de
la Redención el hombre es «confirmado» y en cierto modo es nuevamente creado» (RH
10). El hombre no puede vivir sin amor.
Tengo que encontrar(se) con el amor. La alegría nos sorprende al participar en el
amor. Deseo que el otro me desee, no solo como un objeto. En el amor somos
resultados, es afirmado en la existencia, quiero que estes.

- La necesidad de la caridad para lograr verdadera justicia social:


La caridad es esencial para lograr una verdadera justicia social porque impulsa a las
personas a actuar en beneficio del prójimo, especialmente de aquellos que se encuentran
en situaciones de vulnerabilidad o necesidad. La caridad nos lleva a preocuparnos por el
bienestar de los demás y a trabajar activamente para promover la igualdad, la dignidad y
los derechos humanos fundamentales. Sin la caridad, la búsqueda de la justicia social
corre el riesgo de convertirse en un ejercicio meramente técnico o político, desprovisto
de compasión y solidaridad. Además, la caridad nos ayuda a reconocer la dignidad
intrínseca de cada persona, independientemente de su situación socioeconómica o de
cualquier otra condición, lo que es fundamental para construir una sociedad más justa y
equitativa.

-Pobrezas positivas: Existencial y Evangélica.


Las "pobrezas positivas" se refieren a un estado de humildad, desapego y apertura
espiritual que, a pesar de su nombre, son consideradas riquezas desde una perspectiva
espiritual. La pobreza existencial se refiere a la aceptación de nuestra propia limitación
y vulnerabilidad como seres humanos, reconociendo que nuestra verdadera riqueza no
reside en posesiones materiales, sino en valores más profundos como el amor, la
compasión y la conexión con los demás y con lo divino. La pobreza evangélica, por otro
lado, está inspirada en el ejemplo de Jesucristo y se refiere a vivir una vida de
simplicidad, desapego y confianza en la providencia divina. Consiste en renunciar
voluntariamente a los bienes materiales y apegarse sólo a lo esencial, siguiendo el
mandato evangélico de compartir con los necesitados y vivir en comunión con Dios y
con los demás. Ambas formas de pobreza son vistas como caminos hacia la verdadera
libertad espiritual y la plenitud de vida, y son valoradas en muchas tradiciones religiosas
como un medio para alcanzar la paz interior y la cercanía con lo divino.
Pobreza existencial: Se refiere a una actitud interior de humildad y aceptación de la
propia limitación y vulnerabilidad como ser humano. Implica reconocer que la
verdadera riqueza no reside en las posesiones materiales, sino en valores más profundos
como el amor, la compasión y la conexión con lo divino. Es una forma de pobreza
interior que puede coexistir con diversas condiciones materiales y sociales.
Pobreza evangélica: Está inspirada en el ejemplo de Jesucristo y se refiere a un
compromiso activo de vivir una vida de simplicidad y desapego de los bienes
materiales. Los seguidores de esta forma de pobreza eligen voluntariamente renunciar a
ciertos bienes y privilegios, siguiendo el mandato evangélico de compartir con los
necesitados y vivir en comunión con Dios y los demás. Es una forma de pobreza más
práctica y externa, que implica acciones concretas de renuncia y solidaridad.

-ABP AKAMASOA

• La Moral Cristiana Y El Recto Obrar: -La moral cristiana.


La moral cristiana se basa en los principios y enseñanzas de Jesucristo, que se
encuentran principalmente en el Evangelio y en la tradición de la Iglesia. Implica vivir
de acuerdo con los mandamientos de Dios y los valores del Evangelio, buscando el bien
común y la realización del Reino de Dios en la tierra. El recto obrar en la moral cristiana
implica actuar de manera justa, amorosa y conforme a la voluntad de Dios en todas las
situaciones de la vida. Esto incluye respetar la dignidad humana, practicar la caridad, ser
honesto, perdonar, promover la paz y la justicia, y cultivar virtudes como la humildad,
la paciencia y la generosidad. La moral cristiana también invita a discernir entre el bien
y el mal, y a tomar decisiones éticas fundamentadas en la conciencia iluminada por la fe
y la enseñanza de la Iglesia.

-Los mandamientos y la moral cristiana.


Los Diez Mandamientos, también conocidos como los Mandamientos de Dios, son un
conjunto de principios éticos y religiosos fundamentales en el judaísmo y el
cristianismo. Se encuentran en el Antiguo Testamento de la Biblia, en el libro del
Éxodo, capítulo 20, y en el libro del Deuteronomio, capítulo 5. Aquí están los Diez
Mandamientos:
Amar a Dios sobre todas las cosas.
No tomar el nombre de Dios en vano.
Santificar las fiestas.
Honrar a padre y madre.
No matar.
No cometer adulterio.
No robar.
No dar falso testimonio ni mentir.
No desear la mujer del prójimo.
No codiciar los bienes ajenos.
Los mandamientos son las directrices morales fundamentales que Dios ha revelado a la
humanidad para guiarla en el camino de la rectitud y la justicia. En la moral cristiana,
los mandamientos, especialmente los Diez Mandamientos dados a Moisés en el monte
Sinaí, son considerados como la base de la conducta moral.
Los mandamientos abarcan una amplia gama de deberes y prohibiciones, como el amor
a Dios sobre todas las cosas, el respeto a los padres, la prohibición de robar, matar o
cometer adulterio, y el mandato de amar al prójimo como a uno mismo.
En la moral cristiana, los mandamientos no se ven como simples reglas externas, sino
como expresiones del amor de Dios y como medios para vivir una vida plena y
abundante. Son una guía para cultivar virtudes como la caridad, la justicia, la honestidad
y la pureza, y para evitar vicios como el egoísmo, la injusticia, la mentira y la impureza.
Los mandamientos son entendidos en el contexto del amor de Dios y del prójimo, y se
aplican a todas las dimensiones de la vida humana, desde las relaciones personales hasta
la vida pública y social. En resumen, los mandamientos son un camino hacia la
realización del bien y la plenitud de la vida en comunión con Dios y con los demás.

-Moral clásica y moral cristiana.


La moral clásica se basa en los principios éticos y morales que surgieron en la antigua
Grecia y Roma, influenciados por filósofos como Platón, Aristóteles y Sócrates. Estos
filósofos desarrollaron teorías éticas centradas en conceptos como la virtud, el deber, la
justicia y el bien común. La moralidad clásica se centraba en la razón y la naturaleza
humana, y no necesariamente requería una fe religiosa específica para su práctica. En
lugar de ello, se enfoca en el cultivo de la excelencia moral y la sabiduría a través de la
educación y la reflexión filosófica.
Por otro lado, la moral cristiana se basa en la enseñanza de Jesucristo y la tradición
cristiana, como se encuentra en las Sagradas Escrituras y la enseñanza de la Iglesia. La
moralidad cristiana se fundamenta en la fe en Dios y en la revelación divina, y enfatiza
el amor, la compasión, la justicia, la humildad y la caridad como principios
fundamentales para la conducta ética. Además de cumplir con los mandamientos de
Dios, los cristianos también son llamados a seguir el ejemplo de Jesús en su vida y
enseñanzas.

-Las fuentes de la moralidad C.I.C.


El C.I.C. es el acrónimo de "Catecismo de la Iglesia Católica". Es un compendio
sistemático de la doctrina católica que abarca diversos aspectos de la fe, la moral y la
vida cristiana. Fue publicado por primera vez en 1992 bajo la dirección del Papa Juan
Pablo II y es una importante herramienta de enseñanza y referencia para los fieles
católicos, así como para los pastores y catequistas. El Catecismo está dividido en cuatro
partes principales: la profesión de fe, la liturgia y los sacramentos, la moralidad cristiana
y la oración cristiana. Ofrece una presentación integral y coherente de la enseñanza
católica, basada en las Sagradas Escrituras, la Tradición Apostólica y el Magisterio de la
Iglesia.
El Catecismo de la Iglesia Católica (C.I.C.) identifica varias fuentes de moralidad que
guían la conducta humana de acuerdo con la enseñanza de la Iglesia. Estas fuentes
incluyen:
La ley natural: Es la participación del ser humano en la sabiduría y la bondad de Dios,
que se expresa mediante la razón y la conciencia. La ley natural es universal y es válida
para todas las personas en todas las culturas y épocas.
La ley revelada: Se refiere a las enseñanzas divinamente reveladas en las Sagradas
Escrituras y la Tradición de la Iglesia, especialmente los mandamientos de Dios y las
enseñanzas de Jesucristo.
La ley eclesiástica: Son las normas y preceptos establecidos por la autoridad legítima
de la Iglesia para guiar la vida de los fieles y promover el bien común en la comunidad
cristiana.
La ley civil: Son las leyes promulgadas por las autoridades civiles para regular la
convivencia y el orden social en una sociedad determinada. Siempre que las leyes
civiles sean justas y respeten los principios morales, los cristianos tienen el deber de
obedecerlas.
Estas fuentes de moralidad proporcionan una base sólida para discernir entre el bien y el
mal y guiar las acciones humanas hacia el verdadero bien y la plenitud de la vida según
la enseñanza de la Iglesia Católica.

-La enseñanza de la Iglesia sobre la moral cristiana.


La enseñanza de la Iglesia sobre la moral cristiana se basa en la Revelación divina,
transmitida a través de la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y el Magisterio de
la Iglesia. Estos elementos forman un conjunto coherente de principios y valores que
guían la vida moral de los fieles.
La dignidad de la persona humana: La Iglesia enseña que cada persona tiene una
dignidad intrínseca e inalienable, creada a imagen y semejanza de Dios. Esta dignidad
implica un respeto absoluto por la vida humana desde la concepción hasta la muerte
natural, así como el reconocimiento de los derechos fundamentales de todas las
personas.
La ley moral natural: La Iglesia sostiene que existe una ley moral objetiva e
inmutable, inscrita en la naturaleza misma del hombre y accesible a través de la razón.
Esta ley moral es universal y vinculante para todas las personas, independientemente de
su cultura o creencias religiosas.
Los mandamientos de Dios: La moralidad cristiana se fundamenta en los Diez
Mandamientos, que resumen los deberes del hombre para con Dios y para con el
prójimo. Estos mandamientos son normas objetivas de conducta que orientan la vida
moral de los fieles y promueven el amor a Dios y al prójimo.
La virtud y el crecimiento espiritual: La Iglesia enseña la importancia de cultivar
virtudes como la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, que permiten a los
fieles vivir una vida moralmente recta y alcanzar la santidad. Además, fomenta el
crecimiento espiritual a través de la oración, los sacramentos y la vida de la comunidad.
El testimonio y la misión: La moral cristiana implica también un compromiso con el
testimonio público de la fe y la promoción del bien común en la sociedad. Los fieles son
llamados a ser testigos de Cristo en el mundo, manifestando su amor y su verdad a
través de sus acciones y palabras.

- Ley moral natural:


La ley moral natural es un concepto clave en la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la
moralidad. Se refiere a un conjunto de principios y normas éticas que son intrínsecos a
la naturaleza humana y que pueden ser conocidos por la razón sin necesidad de una
revelación divina específica. Estos principios están inscritos en la misma naturaleza del
ser humano y son universales, aplicables a todas las personas en todas las culturas y en
todas las épocas.
La ley moral natural se basa en la idea de que la razón humana es capaz de discernir el
bien y el mal, y que ciertos actos son moralmente buenos o malos independientemente
de las circunstancias o de la opinión de las personas. Por ejemplo, la prohibición del
asesinato o del robo se considera parte de la ley moral natural porque violan la dignidad
inherente de la persona humana y el principio fundamental de respeto por la vida y la
propiedad.
Para la Iglesia Católica, la ley moral natural es una fuente de autoridad moral junto con
la Revelación divina, y proporciona una base sólida para la reflexión ética y la toma de
decisiones en la vida cotidiana. Aunque la ley moral natural no es específicamente
religiosa en su origen, la Iglesia enseña que está en armonía con la voluntad de Dios y
forma parte del orden moral establecido por Él.

UNIDAD 3: “La libertad y su importancia para el desarrollo


individual y social del ser humano” JULIO AGOSTO SEPTIEMBRE
La libertad es un concepto fundamental tanto para el desarrollo individual como para el
bienestar social del ser humano. Se refiere a la capacidad de las personas para tomar
decisiones y actuar de acuerdo con su propia voluntad, sin estar sujetas a coacciones
externas o restricciones indebidas. La libertad permite a las personas desarrollar su
autonomía, expresar su identidad y perseguir sus metas y aspiraciones personales.
Desde una perspectiva individual, la libertad es esencial para el desarrollo humano en
varios aspectos. Permite a las personas explorar sus intereses, talentos y pasiones, y
tomar decisiones que reflejen sus valores y creencias personales. La capacidad de elegir
y actuar de acuerdo con nuestras propias decisiones nos permite desarrollar un sentido
de autoestima y autoeficacia, promoviendo así nuestra salud mental y emocional.
Además, la libertad es fundamental para el desarrollo social y el funcionamiento de la
sociedad en su conjunto. En una sociedad libre, las personas tienen la oportunidad de
participar activamente en la vida cívica, política y económica, contribuyendo al
progreso y al bien común. La libertad de expresión, la libertad de asociación y la
libertad de religión son derechos fundamentales que garantizan el pluralismo y la
diversidad en la sociedad, fomentando el debate abierto y la tolerancia hacia puntos de
vista diferentes.
Sin embargo, es importante destacar que la libertad no es absoluta y está sujeta a ciertas
limitaciones, especialmente cuando entra en conflicto con los derechos y libertades de
los demás o con el bienestar de la sociedad en general. Por lo tanto, la libertad debe
ejercerse de manera responsable y ética, reconociendo y respetando los límites
necesarios para mantener un equilibrio entre la autonomía individual y el bienestar
colectivo.

• La Virgen María En La Vida Cristiana:


La figura de la Virgen María desempeña un papel central en la vida cristiana, siendo
venerada y considerada como un modelo de fe, virtud y entrega a Dios. Su importancia
radica en varios aspectos que impactan la vida espiritual de los fieles:
Ejemplo de fe y obediencia: María es reconocida por su total entrega a la voluntad de
Dios. Su famoso "sí" en el momento de la Anunciación, cuando acepta ser la madre de
Jesús, representa un acto de profunda confianza y sumisión a la voluntad divina. Los
cristianos buscan imitar su actitud de humildad y disposición para cumplir el plan de
Dios en sus vidas.
Intercesora y mediadora: La devoción mariana incluye la creencia en la intercesión de
María ante Dios en favor de los fieles. Muchos cristianos recurren a ella en oración,
confiando en su poderosa intercesión y en su cercanía a Jesús. María es considerada
como mediadora de gracias y auxilio en momentos de necesidad espiritual y material.
Modelo de virtudes: A lo largo de su vida, María demostró una serie de virtudes
cristianas que los fieles aspiran a imitar, como la humildad, la pureza, la caridad, la
paciencia y la compasión. Su ejemplo inspira a los creyentes a cultivar estas virtudes en
sus propias vidas y a vivir de acuerdo con los valores del Evangelio.
Madre espiritual: Jesús en la cruz entregó a María como madre espiritual a toda la
humanidad, simbolizando su papel materno en la vida espiritual de los creyentes. Los
cristianos ven en María a una madre amorosa que los cuida, protege y guía en su camino
de fe, ofreciendo consuelo y aliento en momentos de dificultad.

Testigo privilegiado de la vida de Jesús: Como madre de Jesús, María fue testigo de
muchos eventos importantes en la vida de su hijo, desde su nacimiento hasta su muerte
y resurrección. Su cercanía a Jesús la convierte en una fuente invaluable de
conocimiento y comprensión de la persona y el mensaje de Cristo.

-¿Qué podemos aprender de la virgen María sobre el valor


de la libertad?:
Libertad como elección de Dios: María ejerció su libertad al elegir decir "sí" al plan de
Dios para su vida cuando fue llamada a ser la madre de Jesús. Esta elección libre y
consciente demuestra que la libertad no significa simplemente hacer lo que uno quiera,
sino buscar y seguir la voluntad de Dios en todas las circunstancias.
Libertad para el servicio: María utilizó su libertad para servir a Dios y a los demás. A
través de su disposición para aceptar el papel que Dios le asignó, María se convirtió en
un instrumento de amor y redención para la humanidad. Su ejemplo enseña que la
verdadera libertad se encuentra en el servicio desinteresado y la entrega al prójimo.
Libertad en la fe: A lo largo de su vida, María confió plenamente en Dios y en sus
promesas, incluso en medio de la incertidumbre y las dificultades. Su fe inquebrantable
y su confianza en la providencia divina ilustran que la libertad implica también confiar
en Dios y seguirlo con valentía y perseverancia.
Libertad para amar: María demostró un amor incondicional y sacrificial hacia Dios y
hacia su Hijo Jesús. Su libertad se manifestó en su capacidad para amar profundamente
y sin reservas, siguiendo el ejemplo de amor perfecto que nos mostró Jesucristo en la
cruz. Esto nos enseña que la verdadera libertad se encuentra en el amor generoso y
entregado a los demás.

-Concepto de Libertad:
La libertad es un concepto fundamental en la filosofía, la ética y la moral, que se refiere
a la capacidad de los individuos para tomar decisiones autónomas y actuar de acuerdo
con su propia voluntad, sin coacción externa o restricciones indebidas. En términos
generales, la libertad implica la ausencia de opresión, la capacidad de elegir entre
diferentes opciones y la responsabilidad de asumir las consecuencias de esas elecciones.
Desde una perspectiva filosófica, existen diversas interpretaciones y concepciones de la
libertad. Algunas corrientes filosóficas consideran la libertad como la capacidad de
autodeterminación y autorrealización del individuo, mientras que otras la entienden
como la capacidad de actuar de acuerdo con la propia voluntad, siempre y cuando no
interfiera con la libertad de los demás.
En el ámbito ético y moral, la libertad se relaciona estrechamente con la responsabilidad
y el respeto por los derechos de los demás. Se considera que los individuos son
moralmente libres cuando son capaces de discernir entre el bien y el mal, y actuar de
manera coherente con sus valores y principios éticos.

-Liderar la vida desde la Libertad:


Liderar la vida desde la libertad implica ejercer el autodominio sobre nuestras
decisiones y acciones, actuando de manera consciente y responsable en la búsqueda de
nuestros objetivos y valores más elevados.
Autoconocimiento: La libertad comienza con el conocimiento de uno mismo. Es
importante explorar nuestras creencias, valores, fortalezas y debilidades para poder
tomar decisiones que estén alineadas con nuestra verdadera esencia y propósito.
Empoderamiento personal: Reconocer nuestra capacidad inherente para influir en
nuestras vidas y en el mundo que nos rodea nos brinda un sentido de empoderamiento.
Esto implica tomar la responsabilidad de nuestras elecciones y acciones, en lugar de
sentirnos víctimas de las circunstancias o influencias externas.
Autodeterminación: Liderar desde la libertad significa tener la capacidad de tomar
decisiones autónomas y seguir nuestro propio camino, en lugar de ser controlados por
las expectativas o presiones externas. Esto requiere valentía para defender nuestras
convicciones y perseguir nuestros sueños, incluso cuando enfrentamos obstáculos o
críticas.
Respeto por los demás: La libertad no significa actuar sin consideración por los demás.
Al liderar desde la libertad, es importante respetar los derechos y la autonomía de los
demás, fomentando relaciones basadas en la igualdad, la empatía y el diálogo
constructivo.
Adaptabilidad y flexibilidad: La libertad nos permite ser flexibles y adaptarnos a los
cambios y desafíos que enfrentamos en la vida. Esto implica mantener una mente
abierta, aprender de nuestras experiencias y estar dispuestos a ajustar nuestros planes y
acciones según sea necesario.

- La servicialidad de María:
Humildad: María demostró una profunda humildad al aceptar el llamado de Dios para
ser la madre de Jesús. Su disposición para servir refleja una actitud de humildad que nos
enseña la importancia de poner las necesidades de los demás por encima de las nuestras.
Disponibilidad: María estuvo siempre disponible para hacer la voluntad de Dios,
incluso cuando eso significaba enfrentar desafíos y sacrificios. Su disposición para
servir en cualquier momento y en cualquier lugar nos inspira a estar abiertos y
disponibles para responder a las necesidades de los demás.
Generosidad: María mostró una generosidad sin límites al ofrecerse a sí misma como
instrumento en las manos de Dios. Su ejemplo nos desafía a ser generosos con nuestros
dones, tiempo y recursos, y a buscar oportunidades para servir a los demás con amor y
compasión.
Empatía: Como madre compasiva, María mostró una profunda empatía por los demás,
especialmente por aquellos que sufren. Su ejemplo nos recuerda la importancia de
mostrar compasión y solidaridad con los más vulnerables, y de estar presentes para
consolar y apoyar a quienes están en necesidad.
Perseverancia: A lo largo de su vida, María enfrentó numerosos desafíos y pruebas,
pero nunca perdió la fe ni la confianza en Dios. Su ejemplo de perseverancia nos anima
a seguir adelante con valentía y determinación, incluso en medio de las dificultades,
sabiendo que Dios siempre está con nosotros.

Maria al pie de la cruz: (Video)


María en la hora más oscura de su vida, confía en Dios, ella entendió por qué dios la
eligió, cuál fue su sentido en esta vida. María confío toda su vida en Dios, por eso no se
desmoronó, ella vivió con Dios toda su vida, por qué iba a tener miedo en este
momento, está fe lleva a tener esperanza, está convencida de que la vida de Jesus no
termina en esa cruz, a pesar de que duela, ella sabe que Jesús va a resucitar porque
confiar en la palabra de Jesús.
Hay un gran amor de María, no hay nadie que, en sus peores momentos, no quieren
estar con mamá, siempre tratamos de buscarla, de encontrarnos con ella, y si ella no
está, la extrañamos como nadie, Jesús necesito de María para poder morir en paz,
En el evangelio de Juan, María no dijo nada, simplemente estaba ahí, lo dijo todo sin
decir nada, la mirada nos transmite todo, cuántas veces nosotros queremos que en
nuestros mejores momentos, esté mama, este la mujer que más nos ama.
Lo único que le quedaba a Jesús en esa cruz, era María y antes de morir, nos entrega su
más grande tesoro, SU MAMÁ, aquí tienes a tu hijo, e hijo, aquí tienes a tu madre,
todos necesitamos una madre, por eso nos la da.
María es cooperadora de Jesus, es la persona que te acompaña, te asiste, nos ayuda a
comprender dónde está el camino del señor.
La presencia de María junto a la cruz de Jesús es un momento de profundo dolor y
compasión. Como madre, María experimenta un sufrimiento inimaginable al ver a su
hijo crucificado, pero su amor y su fe la mantienen firme junto a él hasta el final. Su
presencia en ese momento crucial demuestra su valentía, su fortaleza y su profundo
compromiso con la voluntad de Dios.
Es importante destacar el papel de las mujeres en este momento de la crucifixión.
Mientras muchos de los discípulos huyeron o se escondieron por miedo, las mujeres,
incluida María Magdalena, María la madre de Jesús y otras, permanecieron junto a la
cruz, ofreciendo consuelo y apoyo a Jesús en su sufrimiento. Su valentía y fidelidad son
ejemplos inspiradores de amor incondicional y lealtad.
La presencia de las mujeres junto a la cruz también resalta su papel crucial en la historia
de la salvación y en la misión de Jesús. A pesar de la opresión y la discriminación que
enfrentaban en aquella época, estas mujeres demostraron un coraje extraordinario al
permanecer fieles a Jesús en su hora más oscura. Su testimonio nos recuerda la
importancia de la solidaridad, el amor y la compasión en medio del sufrimiento y la
adversidad.
Este relato se encuentra en los Evangelios del Nuevo Testamento, específicamente en
los siguientes pasajes: Evangelio de Juan 19:25-27: "Cerca de la cruz de Jesús estaban
su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Cuando Jesús vio a su madre y cerca de ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre:
Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dijo al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde
aquella hora el discípulo la recibió en su casa."
Evangelio de Mateo 27:55-56: "Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las
cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las cuales estaban María
Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo."
Evangelio de Marcos 15:40-41: "Y también había algunas mujeres mirando de lejos,
entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de
José, y Salomé, las cuales también habían seguido a Jesús y le servían cuando estaba en
Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén."
Actividad: Lectura de los pasajes bíblicos. Proporciona a los participantes los pasajes
bíblicos mencionados y pídeles que los lean en voz alta en grupos pequeños. Después de
la lectura, pídeles que compartan sus reflexiones sobre la valentía y la importancia de la
presencia de María y las mujeres en ese momento.
Pregunta de reflexión: ¿Qué crees que motivó a María y las otras mujeres a permanecer
junto a Jesús en ese momento tan difícil? ¿Qué enseñanzas podemos extraer de la
valentía y la fidelidad de María y las mujeres que permanecieron junto a Jesús durante
su crucifixión?
¿Qué podemos aprender de la actitud de María y las mujeres ante el sufrimiento de
Jesús? ¿Cómo podemos aplicar esas lecciones a nuestras propias vidas?
Debate sobre el papel de las mujeres en la narrativa bíblica: Divide a los participantes
en dos grupos y asigna a cada grupo una postura diferente sobre el papel de las mujeres
en la narrativa de la crucifixión (por ejemplo, "Las mujeres fueron cruciales" vs. "El
papel de las mujeres fue secundario").
La presencia de María y las mujeres junto a la cruz de Jesús es un tema que invita a una
profunda reflexión sobre el amor, la compasión y la fortaleza en medio del sufrimiento.
En un momento de profundo dolor y agonía, vemos a estas mujeres valientes
permaneciendo fieles y cerca de Jesús, compartiendo su sufrimiento y ofreciéndole su
apoyo y consuelo. Su presencia nos recuerda la importancia de estar presentes en los
momentos difíciles de quienes amamos, incluso cuando no podemos hacer nada para
cambiar la situación.
Finalmente, la presencia de María y las mujeres junto a la cruz nos desafía a reflexionar
sobre nuestro propio papel en los momentos de sufrimiento y dolor en el mundo.
¿Estamos dispuestos a acercarnos a aquellos que sufren, a ofrecerles nuestro apoyo y
consuelo, incluso cuando es incómodo o desafiante? ¿Estamos dispuestos a permanecer
fieles a nuestros seres queridos y a Dios en medio de las pruebas y tribulaciones? Estas
son preguntas importantes que nos invitan a examinar nuestra propia compasión, fe y
compromiso con el amor incondicional en nuestras vidas diarias.

- Reflexión del Compromiso AKAMASOA

• Valores Que Encontramos En Las Actitudes De Jesucristo:


Amor: El amor es el valor central en las enseñanzas y acciones de Jesús. Él muestra un
amor incondicional hacia todas las personas, incluso hacia los pecadores y marginados,
y enseña que el amor a Dios y al prójimo son los mandamientos más importantes. Juan
3:16: "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para
que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna."Juan 15:13:
"Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos."
Misericordia: Jesús es compasivo y muestra misericordia hacia aquellos que sufren y
están necesitados. Él perdona los pecados, sana a los enfermos y consuela a los
afligidos, demostrando la compasión y la ternura de Dios hacia su pueblo. Mateo 9:36:
"Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y
dispersas como ovejas que no tienen pastor." Mateo 14:14: "Y salió Jesús, y vio una
gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a sus enfermos."
Humildad: A pesar de ser el Hijo de Dios, Jesús muestra humildad en su vida y
ministerio. Se humilla a sí mismo al servir a los demás, lavando los pies de sus
discípulos y mostrando un ejemplo de humildad y servicio. Mateo 11:29: "Llevad mi
yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas." Filipenses 2:7-8: "sino que se despojó a sí
mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz."
Justicia: Jesús defiende la justicia y la equidad, especialmente en favor de los más
vulnerables y marginados de la sociedad. Él confronta la injusticia y denuncia la
opresión, llamando a sus seguidores a buscar primero el reino de Dios y su justicia.
Mateo 5:6: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos
serán saciados." Lucas 4:18-19: "El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha
ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados
de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad
a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor."
Compasión: Jesús se conmueve por las necesidades y sufrimientos de las personas,
mostrando una profunda compasión por sus dificultades. Él enseña a sus seguidores a
amar y cuidar a los demás, especialmente a los más necesitados, y a demostrar
compasión en acción. Mateo 9:36: "Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas;
porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor." Marcos
1:41: "Entonces Jesús, teniendo compasión de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo:
Quiero, sé limpio."
Perdón: Jesús enseña el perdón y la reconciliación, instando a sus seguidores a
perdonar a aquellos que les han hecho daño y a buscar la paz y la unidad en sus
relaciones. Él ofrece el perdón divino a través de su sacrificio en la cruz, mostrando la
misericordia y el amor de Dios. Lucas 23:34: "Entonces Jesús decía: Padre, perdónalos,
porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes."
Mateo 18:21-22: "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces
perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo
hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete."

-Valores morales.
Los valores morales son principios o creencias que guían el comportamiento humano y
determinan lo que se considera correcto o incorrecto en una sociedad. Estos valores
pueden variar según la cultura, la religión y las creencias individuales, pero
generalmente incluyen:
Honestidad: Actuar con sinceridad y verdad en todas las situaciones, siendo
transparente en las acciones y las palabras. Respeto: Tratar a los demás con
consideración y cortesía, reconociendo su dignidad y sus derechos fundamentales.
Justicia: Actuar de manera equitativa e imparcial, dando a cada individuo lo que le
corresponde según sus méritos y necesidades. Responsabilidad: Asumir las
consecuencias de las propias acciones y cumplir con los compromisos adquiridos, tanto
hacia uno mismo como hacia los demás.
Empatía: Comprender y compartir los sentimientos y las experiencias de los demás,
mostrando compasión y solidaridad hacia quienes están en situaciones difíciles.
Generosidad: Compartir lo que se tiene con los demás de manera desinteresada y
altruista, sin esperar nada a cambio.
Tolerancia: Respetar las diferencias individuales y culturales, aceptando las opiniones y
creencias de los demás aunque no se compartan. Integridad: Actuar de manera
coherente con los propios valores y principios, manteniendo la congruencia entre lo que
se piensa, se dice y se hace. Paz: Buscar la armonía y el entendimiento en las relaciones
humanas, evitando los conflictos y promoviendo la reconciliación y la colaboración.

-Principios morales.
Los principios morales son fundamentos éticos que guían el comportamiento humano y
orientan las decisiones en diversas situaciones. Estos principios proporcionan criterios
para discernir entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo. Principio de la
dignidad humana: Reconocer el valor intrínseco de cada persona y tratar a los demás
con respeto y consideración.
Principio de la justicia: Promover la equidad y la igualdad de oportunidades para
todos, asegurando que cada persona reciba lo que le corresponde según sus méritos y
necesidades.
Principio de la beneficencia: Buscar el bienestar y la felicidad de los demás, actuando
en su beneficio y ayudándolos en momentos de necesidad.
Principio de la no maleficencia: Evitar causar daño o sufrimiento a los demás, tanto
físico como emocionalmente, y proteger su integridad y bienestar.
Principio de la autonomía: Respetar la capacidad de autodeterminación de las
personas y su derecho a tomar decisiones informadas y libres sobre su vida y su salud.
Principio de la veracidad: Ser honesto y veraz en todas las comunicaciones, evitando
la mentira y la manipulación.
Principio de la fidelidad: Cumplir con los compromisos adquiridos y ser fiel a los
valores y principios éticos, incluso en situaciones difíciles.
Principio de la integridad: Actuar de manera coherente con los propios valores y
principios, manteniendo la congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.

- La enseñanza moral cristiana.


La enseñanza moral cristiana se basa en los principios y valores transmitidos en las
Sagradas Escrituras, especialmente en el Nuevo Testamento, y en la tradición de la
Iglesia.
Amor y compasión: Jesucristo enseñó el amor como el principio fundamental de la
moralidad cristiana. Este amor se manifiesta en el cuidado por los demás, la compasión
hacia los necesitados y el perdón hacia aquellos que nos han hecho daño.
Justicia y equidad: La moral cristiana promueve la justicia social y la equidad,
instando a los creyentes a defender los derechos humanos, luchar contra la opresión y
trabajar por un mundo más justo y solidario.
Honestidad y sinceridad: Los cristianos están llamados a ser honestos en sus acciones
y palabras, evitando la mentira, el engaño y la corrupción, y cultivando la sinceridad y
la transparencia en todas sus relaciones.
Paz y reconciliación: La moral cristiana busca promover la paz y la reconciliación
entre las personas, animando a los creyentes a resolver los conflictos de manera
pacífica, a perdonar a quienes les han hecho daño y a trabajar por la unidad y la armonía
en la sociedad.
Humildad y servicio: Jesucristo enseñó el valor de la humildad y el servicio, instando a
sus seguidores a poner las necesidades de los demás por encima de las suyas propias y a
servir a los demás con amor y generosidad.
Respeto por la vida y la dignidad humana: La moral cristiana defiende el valor
sagrado de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, y promueve el
respeto por la dignidad intrínseca de cada persona, independientemente de su origen,
raza, condición social o situación.
Castidad y pureza: La moral cristiana llama a la castidad y la pureza en la vida sexual,
instando a los creyentes a vivir de acuerdo con los principios de la moralidad sexual
enseñados por Jesucristo y la Iglesia.

- Valores cristianos.
Los valores cristianos son principios éticos y morales que se derivan de las enseñanzas
de Jesucristo y de la fe cristiana. Estos valores están arraigados en las Sagradas
Escrituras y en la tradición de la Iglesia, y guían la forma en que los creyentes viven sus
vidas y se relacionan con los demás. Algunos valores cristianos fundamentales
incluyen:
Amor: El amor es el valor supremo en la fe cristiana, y se manifiesta en el amor a Dios
y al prójimo. Jesucristo enseñó que todas las leyes y profetas se resumen en el
mandamiento de amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo.
Compasión: La compasión implica mostrar bondad y comprensión hacia los demás,
especialmente hacia los necesitados, los enfermos y los marginados. Jesucristo demostró
compasión en su ministerio terrenal, sanando a los enfermos, consolando a los afligidos
y acogiendo a los pecadores.
Paz: Los cristianos están llamados a ser pacificadores y a trabajar por la paz en el
mundo. Jesucristo es conocido como el Príncipe de la Paz, y su mensaje de
reconciliación y perdón es fundamental para la construcción de un mundo más justo y
armonioso.
Justicia: La justicia implica tratar a todos con equidad y respeto, y trabajar por la
igualdad y la dignidad de todas las personas. Los cristianos están llamados a defender
los derechos humanos, luchar contra la opresión y trabajar por la justicia social en todas
sus formas.
Perdón: El perdón es un valor central en la fe cristiana, y se basa en el ejemplo de
Jesucristo, quien enseñó a perdonar a quienes nos han hecho daño. El perdón libera el
corazón del rencor y abre el camino a la reconciliación y la sanación.
Humildad: La humildad es reconocer nuestra dependencia de Dios y nuestro lugar en
relación con los demás. Jesucristo enseñó que los humildes serán exaltados, y que
debemos servir a los demás con humildad y amor.
Integridad: La integridad implica vivir de acuerdo con los principios éticos y morales
de la fe cristiana, y ser íntegros en todas nuestras acciones y relaciones. Los cristianos
están llamados a ser personas de palabra y a vivir con coherencia entre lo que profesan y
lo que practican.
Estos son solo algunos ejemplos de los valores cristianos que guían la vida de los
creyentes y dan forma a su relación con Dios y con los demás. Estos valores son
fundamentales para la vida cristiana y para la construcción de una sociedad basada en el
amor, la justicia y la paz.

-Fundamento bíblico de los valores cristianos.


Los valores cristianos encuentran su fundamento en las Sagradas Escrituras, que son la
Palabra de Dios revelada a través de la historia del pueblo de Israel y la vida,
enseñanzas y ejemplo de Jesucristo. Amor: "Este mandamiento nuevo les doy: que se
amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los
unos a los otros." (Juan 13:34).
Compasión: "Así como un padre tiene compasión de sus hijos, así el Señor tiene
compasión de los que le temen." (Salmos 103:13)
Paz: "La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo.
No se angustien ni se acobarden." (Juan 14:27). Justicia: "Dios es justo, y él sabe dar
justicia a los que sufren." (1 Pedro 3:18)
Perdón: "Sean compasivos, así como su Padre es compasivo. No juzguen, y no serán
juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados." (Lucas
6:36-37)
Humildad: "Más bien, el más importante de ustedes debe ser como el menor, y el que
dirige, como el que sirve." (Lucas 22:26). Integridad: "Más vale ser pobre y honrado
que ser rico y perverso." (Proverbios 28:6)
Estos pasajes bíblicos, entre muchos otros, forman la base de los valores cristianos y
orientan la vida y conducta de los creyentes en su relación con Dios y con sus
semejantes. La interpretación y aplicación de estos valores se enriquece mediante la
reflexión teológica y la enseñanza de la Iglesia a lo largo de la historia.

UNIDAD 4: “Vivir la fraternidad” SEPTIEMBRE OCTUBRE NOVIEMBRE


"Vivir la fraternidad" es una expresión que hace referencia a la práctica de vivir en
armonía, solidaridad y amor con nuestros semejantes, reconociendo la dignidad
inherente a cada persona y tratando a los demás como hermanos. Esta actitud se
fundamenta en el reconocimiento de la paternidad de Dios y en el mandamiento de amar
al prójimo como a uno mismo.
En el cristianismo, el concepto de fraternidad está estrechamente relacionado con la
enseñanza de Jesucristo sobre el amor y la unidad entre los seres humanos. Jesús enseñó
a sus seguidores a amarse los unos a los otros como él los amó, y les instó a ser testigos
de su amor y su verdad en el mundo.
Vivir la fraternidad implica acciones concretas de solidaridad, compasión, perdón y
servicio hacia los demás, especialmente hacia aquellos que están necesitados o en
situación de vulnerabilidad. Significa reconocer la humanidad común que compartimos
con todos los seres humanos y actuar en consecuencia, promoviendo la justicia, la paz y
la reconciliación en nuestras relaciones y en la sociedad en general.

• El Testimonio De Jesucristo Clave Para Vivir En Comunidad:


El testimonio de Jesucristo es fundamental para vivir en comunidad, ya que sus
enseñanzas y su ejemplo proporcionan el modelo perfecto de cómo relacionarse con los
demás. Jesús enseñó el amor incondicional, el perdón, la compasión y la solidaridad,
invitando a sus seguidores a imitar su comportamiento en sus relaciones interpersonales.
Cuando los miembros de una comunidad viven de acuerdo con el testimonio de
Jesucristo, se establece un ambiente de confianza, respeto mutuo y colaboración. Se
promueven valores como la justicia, la paz y la reconciliación, y se fomenta la
construcción de relaciones basadas en la honestidad, la humildad y el servicio
desinteresado.
El testimonio de Jesucristo también inspira a los miembros de la comunidad a enfrentar
los desafíos y dificultades juntos, fortaleciendo los lazos de solidaridad y apoyo mutuo.
Además, les anima a buscar el bienestar y la prosperidad de todos, especialmente de
aquellos que están en situación de vulnerabilidad o necesidad.

-La civilización del amor.


La "civilización del amor" es un concepto que refleja la idea de construir una sociedad
basada en los principios del amor, la solidaridad y el respeto mutuo. Surgido en el
contexto de la enseñanza social católica, este concepto promueve la idea de que todas
las personas están llamadas a vivir en armonía y fraternidad, reconociendo la dignidad
inherente de cada individuo como hijo de Dios.
En la civilización del amor, se busca promover el bien común y el desarrollo integral de
todas las personas, especialmente de los más vulnerables y marginados. Se fomenta la
justicia social, la paz y la reconciliación, y se rechaza toda forma de discriminación,
violencia y exclusión. Además, se valora la diversidad cultural y se trabaja por la
construcción de sociedades inclusivas y solidarias.
Los principios de la civilización del amor encuentran su fundamento en la enseñanza de
Jesucristo, quien enseñó el mandamiento del amor a Dios y al prójimo como el centro
de la vida cristiana. Siguiendo este mandato, los cristianos están llamados a ser agentes
de cambio y promotores del bien en el mundo, trabajando por la transformación de las
estructuras sociales injustas y por la edificación de una sociedad más humana y fraterna.
- La fraternidad:
La fraternidad es un concepto fundamental en la ética y la moral, que se refiere al
vínculo de hermandad y solidaridad entre las personas. Implica reconocer la dignidad y
el valor inherente de cada individuo como ser humano, independientemente de sus
diferencias sociales, culturales, religiosas o económicas.
En el contexto de la enseñanza social católica y de otras tradiciones religiosas y
filosóficas, la fraternidad se presenta como un principio fundamental para la
construcción de una sociedad justa y solidaria. Se basa en el amor al prójimo y en el
reconocimiento de que todos somos parte de una misma familia humana, con derechos y
responsabilidades compartidas.
La fraternidad implica el compromiso de cuidar y proteger a los más vulnerables, de
trabajar por el bien común y de promover la justicia social. Se manifiesta en acciones
concretas de apoyo mutuo, diálogo, colaboración y respeto hacia los demás. Además, la
fraternidad se relaciona estrechamente con la paz y la reconciliación, ya que busca
superar las divisiones y conflictos para construir relaciones basadas en el respeto, la
comprensión y la solidaridad.

• La Importancia De Reconocernos Como Prójimo:


Reconocernos como prójimo implica aceptar y valorar la humanidad y dignidad de cada
individuo, tratándose con respeto, compasión y solidaridad. Esta noción es fundamental
en la ética y la moral, ya que nos llama a establecer vínculos de fraternidad y a
preocuparnos por el bienestar y los derechos de los demás.
Promueve la empatía: Al reconocer a los demás como prójimo, nos ponemos en su
lugar y tratamos de comprender sus necesidades, alegrías y sufrimientos. Esto nos lleva
a actuar con compasión y a brindar apoyo cuando sea necesario.
Fomenta la solidaridad: Reconocer a los demás como prójimo nos impulsa a trabajar
juntos por el bien común y a colaborar en la búsqueda de soluciones a los problemas
que enfrentamos como sociedad. Nos hace conscientes de nuestra responsabilidad hacia
los demás y nos motiva a actuar en beneficio de quienes más lo necesitan.
Promueve la justicia social: El reconocimiento mutuo como prójimo nos lleva a
respetar los derechos y la dignidad de cada individuo, independientemente de su origen,
género, religión o condición social. Esto implica luchar contra la discriminación, la
exclusión y cualquier forma de injusticia que afecte a las personas en su dignidad y
derechos fundamentales.
Contribuye a la paz y la convivencia: Cuando nos reconocemos mutuamente como
prójimo, cultivamos relaciones basadas en el respeto, la tolerancia y el diálogo. Esto
facilita la construcción de sociedades más inclusivas y pacíficas, donde las diferencias
son valoradas y respetadas, y donde se promueve la armonía y la convivencia entre
personas de distintas culturas, religiones y opiniones.
- Definiciones y accesiones sobre el concepto prójimo.
El concepto de "prójimo" se refiere a una persona cercana o vecina, pero su significado
trasciende lo meramente geográfico para abarcar a cualquier individuo que se encuentre
en situación de cercanía física, emocional o espiritual.
Prójimo como vecino: En su sentido más básico, el prójimo es aquel que vive cerca de
nosotros o comparte nuestra comunidad geográfica. Esto puede incluir a nuestros
vecinos de la misma calle, barrio o ciudad.
Prójimo como ser humano: Desde una perspectiva más amplia, el prójimo es cualquier
persona que comparte nuestra humanidad. En este sentido, todos los seres humanos son
nuestros prójimos, sin importar su origen, religión, cultura o estatus social.
Prójimo como el "otro": El prójimo también puede ser aquel que es diferente a
nosotros, aquel que está fuera de nuestro círculo inmediato de familia o amigos. Es el
"otro" con quien debemos practicar la compasión, el respeto y la solidaridad.
Prójimo como necesitado: En muchas tradiciones religiosas y éticas, el prójimo se
define como aquel que necesita nuestra ayuda, compasión o apoyo. Es aquel que se
encuentra en situación de vulnerabilidad, sufrimiento o necesidad, y que requiere
nuestra atención y cuidado.
Prójimo como hermano: Algunas concepciones del prójimo enfatizan la idea de que
todos los seres humanos somos parte de una misma familia, la familia humana. En este
sentido, el prójimo es nuestro hermano o hermana en la humanidad, y debemos tratarnos
mutuamente con amor y respeto.

-El prójimo en la enseñanza cristiana.


En la enseñanza cristiana, el concepto de prójimo ocupa un lugar central y es
fundamental para entender cómo se debe vivir la fe en la práctica. Jesucristo enseñó
sobre la importancia de amar al prójimo como a uno mismo y ofreció numerosas
parábolas y enseñanzas para ilustrar este principio.
El mandamiento del amor: Jesucristo enseñó que el mayor mandamiento es amar a Dios
con todo el corazón, alma y mente, y el segundo es semejante a este: amar al prójimo
como a uno mismo (Mateo 22:37-39). Este mandamiento resume toda la ley y los
profetas, enfatizando la importancia del amor hacia Dios y hacia el prójimo.
El buen samaritano: En la parábola del buen samaritano (Lucas 10:25-37), Jesús
enseñó sobre la importancia de mostrar compasión y misericordia hacia quienes están
en necesidad, incluso si son extraños o enemigos. El samaritano, a pesar de las
diferencias culturales y religiosas, cuidó al hombre herido y demostró lo que significa
amar al prójimo.
El prójimo como extensión del amor: En el sermón del monte, Jesús enseñó a sus
seguidores a amar incluso a sus enemigos y orar por quienes los persiguen (Mateo
5:43-48). Esto muestra que el amor cristiano no se limita a aquellos que nos aman o son
como nosotros, sino que se extiende a todos, incluidos aquellos que nos tratan mal.
La parábola de las ovejas y las cabras: En esta parábola (Mateo 25:31-46), Jesús
enseña que aquellos que muestran compasión y cuidado por los necesitados son
bendecidos, mientras que aquellos que ignoran las necesidades de los demás enfrentan
consecuencias. Esto resalta la importancia de actuar en amor hacia nuestros prójimos
más vulnerables.
El servicio desinteresado: Jesús mismo dio el ejemplo definitivo de amor al prójimo al
ofrecer su vida en sacrificio por la humanidad. Él enseñó a sus discípulos a seguir su
ejemplo al servir a los demás con humildad y sacrificio, sin esperar nada a cambio (Juan
13:12-17).

- Valores que implican ver al otro como prójimo.


Ver al otro como prójimo implica reconocer su dignidad y valor como ser humano
creado a imagen y semejanza de Dios. Esto conlleva varios valores fundamentales que
guían las interacciones y relaciones humanas desde una perspectiva cristiana.
Amor: El amor al prójimo es el valor central que implica preocuparse por el bienestar y
la felicidad de los demás, incluso por encima de uno mismo. Este amor se manifiesta a
través de acciones concretas de bondad, compasión y servicio desinteresado.
Respeto: Reconocer la dignidad inherente de cada persona y tratar a los demás con
respeto y consideración, independientemente de sus diferencias o circunstancias. Esto
implica escuchar activamente, valorar las opiniones y experiencias de los demás, y tratar
a todos con cortesía y amabilidad.
Compasión: Sentir empatía y compasión por aquellos que están sufriendo o en
necesidad, y actuar para aliviar su sufrimiento y brindar apoyo. La compasión nos
mueve a ser sensibles a las luchas y dificultades de los demás, y a ofrecer consuelo,
ayuda práctica y aliento siempre que sea posible.
Justicia: Buscar la igualdad y la equidad para todos, abogando por los derechos
humanos y la dignidad de cada persona. Esto implica trabajar para eliminar las
injusticias sociales, la discriminación y cualquier forma de opresión que niegue la plena
realización del prójimo como ser humano.
Solidaridad: Identificarse con los que sufren y trabajar en solidaridad con ellos para
promover su bienestar y buscar soluciones a los problemas sociales. La solidaridad nos
impulsa a unirnos con otros en la búsqueda de la justicia y la paz, reconociendo nuestra
interconexión y responsabilidad mutua como miembros de la familia humana.
Estos valores reflejan el llamado cristiano a amar y servir a los demás como lo haría
Jesucristo, quien nos enseñó a ver al prójimo como un prójimo amado y a tratarlos con
el mismo amor y compasión que esperamos para nosotros mismos. Al practicar estos
valores, contribuimos a construir comunidades más compasivas, justas y solidarias,
donde cada persona sea valorada, respetada y cuidada.

- Enseñanza del catecismo sobre el amor al prójimo.


Fundamento del amor al prójimo: El amor al prójimo se basa en el mandamiento de
amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo (Mateo
22:37-40). Este amor se manifiesta en acciones concretas de bondad, compasión y
servicio hacia los demás.
Quién es nuestro prójimo: Según el Catecismo, el prójimo es toda persona necesitada
de ayuda, independientemente de su origen, religión o condición social. Jesús enseñó en
la parábola del buen samaritano que nuestro prójimo es cualquier persona a la que
encontramos en nuestro camino y que necesita nuestra ayuda (Lucas 10:25-37).
Actitudes y acciones de amor: El amor al prójimo implica tener una actitud de
compasión, misericordia y solidaridad hacia los demás. Esto se manifiesta en acciones
concretas de servicio, justicia y perdón. El Catecismo nos exhorta a imitar el ejemplo de
Jesús, quien nos enseñó a amar a los demás como él nos amó (Juan 13:34).
Las obras de misericordia: El catecismo enumera las obras de misericordia corporales
y espirituales como expresiones concretas del amor al prójimo. Estas incluyen dar de
comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y
encarcelados, y consolar a los afligidos, entre otras (Mateo 25:31-46).
El juicio final: Según la enseñanza cristiana, seremos juzgados en base a cómo hemos
amado a nuestros prójimos durante nuestra vida. Jesús enseñó que lo que hacemos por
el más pequeño de nuestros hermanos, lo hacemos por él mismo (Mateo 25:40), lo que
resalta la importancia de vivir el amor al prójimo en nuestras vidas diarias.

-El amor al prójimo como mandamiento.


El amor al prójimo como mandamiento es uno de los principios fundamentales del
cristianismo, basado en las enseñanzas de Jesucristo. Fundamento bíblico: Jesús enseñó
que el segundo mandamiento más importante después del amor a Dios es amar al
prójimo como a uno mismo (Mateo 22:39). Esta enseñanza resume la ética del Nuevo
Testamento y subraya la importancia del amor hacia los demás en la vida cristiana.
Universalidad: El mandamiento de amar al prójimo es universal y se aplica a todas las
personas, independientemente de su origen étnico, religión, o posición social. Incluso se
extiende a amar a los enemigos y a aquellos que nos hacen mal (Mateo 5:43-48), lo que
refleja la idea de que todos los seres humanos son dignos de amor y compasión.
Acciones concretas: El amor al prójimo implica más que sentimientos o emociones;
también implica acciones concretas de bondad, compasión y servicio hacia los demás.
Jesús enseñó que debemos tratar a los demás como nos gustaría ser tratados (Mateo
7:12), lo que implica actuar en beneficio de los demás y preocuparnos por su bienestar.
Práctica de las obras de misericordia: El amor al prójimo se manifiesta en las obras
de misericordia corporales y espirituales, que son acciones concretas destinadas a
ayudar a los necesitados y consolar a los afligidos. Estas incluyen dar de comer al
hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y
encarcelados, y consolar a los afligidos, entre otras (Mateo 25:31-46).
El amor como signo distintivo de los discípulos de Jesús: Jesús enseñó que el amor
que los discípulos tienen unos por otros sería la señal distintiva de su seguimiento (Juan
13:35). Por lo tanto, el amor al prójimo no solo es un mandamiento, sino también una
característica fundamental de la identidad cristiana y un testimonio del amor de Dios en
el mundo.

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