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RESUMEN: DISCURSO SOBRE EL ORIGEN DE LA DESIGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES

En el prefacio, Rousseau plantea de manera general algunos tópicos que desarrolla a lo largo del Discurso. Ve conveniente
entender el origen y los fundamentos de la desigualdad en las diferencias existentes entre el hombre primitivo y el
civilizado. En algún momento, algunos salvajes dejan de serlo, por diversas razones, y se competen de nuevas
características que otros, en su estado primigenio, no poseen. De este modo, surge para el filósofo ginebrino, la
desigualdad. En este apartado, además, plantea la metodología que encamina los argumentos del trabajo: la constitución
natural del ser humano puede estudiarse en la naturaleza misma del hombre, tal como lo referencia en el epígrafe de
Aristóteles, ubicado al inicio del Discurso: “Lo que es natural no lo busquemos en los seres depravados, sino en los que se
comportan conforme a la naturaleza” (p. 3); por tanto, dedica un espacio a explicitar los principios que preceden a la razón
en los comportamientos humanos y que, en la extensión del Discurso, retoma con detalle: por un lado, la necesidad de
conservación y, por otro, la conmiseración. Esto indica que el hombre antes de razonar, antes de ser filósofo, se vale de la
intuición de supervivencia y de su sensibilidad, las cuales podrían ser bases para la comprensión del derecho natural que
daría luces sobre el origen y fundamento de la desigualdad, ya sea en el hombre primitivo o en algún momento de su
desarrollo. Así las cosas, no es extraño que, antes de describir de dónde surgen y se fundamentan las desigualdades
humanas, Rousseau presente, en la primera parte del Discurso, las características del hombre salvaje comparadas con las
cualidades racionales del hombre moderno.

En el discurso considera a la especie humana dos clases de desigualdades: una, que yo llamo natural o física porque ha
sido instituida por la naturaleza, y que consiste en las diferencias de edad, de salud, de las fuerzas del cuerpo y de las
cualidades del espíritu o del alma; otra, que puede llamarse desigualdad moral o política porque depende de una especie
de convención y porque ha sido establecida, o al menos autorizada, con el consentimiento de los hombres. Esta consiste
en los diferentes privilegios de que algunos disfrutan en perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más
poderosos, y hasta el hacerse obedecer.

De antemano, el filósofo aclara que, al finalizar el Discurso, hace uso de algunas notas enumeradas en el transcurso de su
disertación. Estas acotaciones tienen el fin de complementar lo escrito, pero —enfatiza—no son indispensables para la
comprensión general del texto. Paso seguido, introduce las dos partes del Discurso haciendo alusión, por un lado, al
objetivo: describir las razones que llevan al fuerte a apoderarse del débil (p.19), y, por otro lado, la limitación
metodológica: los argumentos presentados no surgen de la tradición religiosa en donde la desigualdad es producto de
designios divinos, sino del estudio del hombre primitivo, en caso de haber sido dejado a su suerte.

La primera parte aborda dos aspectos del hombre primitivo: en primer lugar, las características físicas y de supervivencia
y, por otra parte, los rasgos morales y metafísicos. Rousseau argumenta que, durante su proceso de evolución, el ser
humano se organiza de tal manera que puede sobrevivir a los avatares del tiempo y de la naturaleza. Comparte la postura
de Hobbes sobre la intrepidez del hombre salvaje y niega la posibilidad de que este sea cobarde ante los hechos de la
naturaleza. Rousseau considera que, luego de haber observado el mundo, el hombre se da cuenta de su superioridad con
respecto a otros seres vivos y, por ende, no les teme. Dentro de la misma categoría de “hombre físico”, el autor resalta
ciertos enemigos temibles del ser salvaje en proceso de formación humana: los animales feroces, la infancia, la vejez y las
enfermedades. El primer peligro es superado ante la facultad de elegir si batallar o no; es decir, el hombre decide si huir
o quedarse, ante el conocimiento de que existen seres más fuertes. El segundo enemigo se comprende por la dependencia
del infante con respecto de su madre, pero, en comparación con otras especies, el ser primitivo tiene la ventaja de llevar
a su hijo para donde vaya. Ante la vejez, es imposible configurar auxilios humanos; el hombre salvaje envejece y muere
sin conciencia. El cuarto enemigo temible es propio de las sociedades humanas; existen, en el contexto del hombre
primitivo, pocas causas de enfermedad y, ante las heridas o malestares del salvaje, la naturaleza aparece en su auxilio:
“(…) trata a todos los animales abandonados a sus cuidados con una predilección que parece indicar cuán celosa se
muestra de este derecho” (p. 33). Ante lo anterior, Rousseau reflexiona sobre la dependencia actual de los animales que,
en principio, fueron salvajes y compara al hombre esclavo con tal domesticación: al alejarse de su estado natural estos
seres pierden muchas ventajas que otorga la naturaleza. Con esto el autor inicia uno de los argumentos que sobresale a
lo largo del Discurso: cuando el hombre abandona su estado natural, se degenera (p. 33).

Luego de desarrollar estas características físicas del hombre salvaje, Rousseau centra la atención en el aspecto metafísico
y moral. En primer lugar, plantea que lo que diferencia al hombre de los animales no es el entendimiento, sino su condición
de agente libre. Considera que el ser humano tiene la capacidad de decidir; los animales son orientados, en cambio, por
el orden de la naturaleza. La espiritualidad del alma nace, para Rousseau, justamente de esta libertad. Otra cualidad que
diferencia al hombre del animal es la perfectibilidad, a partir de la cual el hombre logra sus éxitos y desgracias.

Por otro lado, el hombre salvaje, en ese estado, vive, según la moción de la naturaleza, en pro de “(…) la comida, la hembra,
el descanso” (p. 40). El hombre, dentro del proceso evolutivo, empieza a sentir: primero, emociones básicas; luego, según
las circunstancias, las pasiones se multiplican y, para el autor, el entendimiento surge de ellas. No obstante, es imposible
imaginar tales procesos sin la mediación del lenguaje. Específicamente, Rousseau centra sus argumentos en el origen de
las lenguas, antecediendo de cierta manera lo que desarrolla en el Essai sur l’origine des langues. El uso de la lengua nace
en el hombre a partir de una necesidad; luego de las pasiones experimentadas, se hace menester expresar o decir algo y
nace, por ende, el grito natural, que evoluciona en signos arbitrarios que determinan hechos del mundo y que se
comprenden a partir de la convención social. Llega el momento en que, de la misma manera, se hace necesario construir
proposiciones, ideas completas del mundo circundante, y nacen, entonces, las oraciones.

Pensar el hombre sin las relaciones sociales que conlleva el uso de la lengua es, para Pufendorf, considerarlo miserable.
Este término es reevaluado por Rousseau: lo redefine como un sufrimiento del cuerpo o del alma (p. 60), a partir de lo
cual propone que el hombre es más miserable en el estado civilizado que en el salvaje, puesto que se evidencia la
tendencia al suicidio en las sociedades modernas, en comparación con el hombre salvaje, cuya idea de morir por su propia
mano es inconcebible.

Ahora Rousseau critica a Hobbes por considerar al hombre naturalmente malo, debido a su privación sobre la bondad y la
virtud. Así mismo, señala que el filósofo inglés no tiene presente la piedad como cualidad natural de los seres, incluidos
los animales. Ante el primer hecho, el autor del Discurso argumenta que no hay estado de paz más idóneo que el de la
sociedad primitiva. En el orden establecido, dedica un importante número de párrafos al valor de la piedad en la sociedad
salvaje que permite “la conservación mutua de toda la especie” (p. 68). No obstante, el hombre primitivo está en peligro
por dos razones: las luchas por los alimentos y los deseos sexuales, los cuales, en el hombre civilizado, pueden combinarse
con preferencias físicas o afectos, mientras que, en los animales, se da por naturaleza. Sin más razones que estas para
hacerse daño en la formación social primitiva, no queda otro camino para Rousseau que comprender las calamidades del
hombre moderno como innaturales, producidas por él mismo, lejos del estado salvaje.

Así las cosas, la desigualdad no deviene del estado primitivo del hombre, quien no diferencia entre esclavitud y
dominación, amor y odio, belleza y fealdad; la desigualdad surge de la constitución social, cuyos seres conocen la lengua
y se empiezan a hacer ideas del mundo, para dominar, reprimir o dejarse esclavizar. Rousseau culmina la primera parte
de su discurso haciendo la aclaración de que los argumentos del origen y fundamentos de la desigualdad entre los hombres
tienden a ser conjeturales, pero, en vista de que los hechos naturales son considerados como los más probables y “los
únicos medios disponibles” (p. 80), no habría caminos alternos para llegar a diferentes conclusiones.

En la segunda parte del discurso, Rousseau detalla los argumentos sobre cómo surgió y se configuró la desigualdad de los
hombres. Para ello, desarrolla el concepto de propiedad de manera anecdótica: si algún hombre se contrapone a los
designios del primero que se adueña de un fragmento de tierra, la desigualdad y las consecuencias que manan de ella, se
habrían evitado. Añadido a esto, el hombre empieza a diferenciar categorías contrarias, a partir de la experiencia:
descubre la distinción entre abundancia y escasez, entre miedo y atrevimiento. La conciencia de ser superior a los demás
animales, lleva al hombre a mirarse a sí mismo de manera orgullosa y, en palabras del autor, “alborearon en él las primeras
pretensiones de ser el primero también como individuo” (p. 86).

En el mismo sentido, surgen los valores de la ayuda y la desconfianza, según conveniencia de la situación. Se crean las
herramientas y con ellas se levantan las primeras casas, y surge, así, la vivienda como propiedad y como primera distinción
entre familias, pero no existe el deseo de adueñarse de la propiedad ajena porque no es necesario y porque tal acto
exigiría una batalla a muerte. Es en la familia donde se fortalece el uso de la palabra y la configuración de las diferencias
entre los hombres, que salen en búsqueda del alimento, y las mujeres, que habitan en casa al cuidado de los hijos. Luego,
los hombres se conglomeran en diferentes partes, surgen las reuniones, devienen con ellas el canto y la danza, y, ante el
hecho de que algunos realizan de manera loable estos actos, nacen las comparaciones e inicia la desigualdad.

Rousseau determina que tanto el hierro como el trigo traen para Europa la civilización. Sobre todo, la agricultura permite
que el hombre siembre y se forje la idea de propiedad sobre la tierra que cultiva, derecho que difiere de la ley natural.
Además, surge la necesidad de ayuda entre los hombres y aparece la esclavitud: la bondad, característica del hombre
salvaje, pasa a segundo plano. Aquel que tiene talentos, que puede trabajar más que otro, termina siendo quien se impone
ante los demás. Así mismo, nace la ambición, las ansias de sobresalir, de tener más que los demás. Las consecuencias del
sentido de propiedad toman forma en las rivalidades y en el “oculto deseo de lucrarse a expensas del prójimo” (p. 105).

Debido a la fragilidad o a la falta de talentos, muchos hombres no adquieren tierras, no experimentan el derecho a la
propiedad y, entonces, surgen los saqueos y la servidumbre. El rico, al verse intimidado por la actitud de los demás
hombres, opta por crear las leyes sociales y el gobierno, para favorecer, en apariencia, a todos por igual. Según el filósofo
ginebrino, el origen de las leyes, desde un inicio, terminan por oprimir al débil y por favorecer al rico; se estipulan, así las
cosas, los valores de propiedad y de servidumbre, y se extiende la humanidad por la tierra, configurando muchas
sociedades, con las mismas características, a partir de las cuales devienen las guerras.
Rousseau comprende que el origen de las sociedades políticas no se debe a la ley del más fuerte sobre el más débil, sino
a la imposición del rico sobre el pobre, pues solo se establece la idea de desigualdad con la concepción de propiedad. El
estado político es imperfecto desde sus inicios y, solo después de que los desmanes por parte de algunos hombres se
vuelven recurrentes, nace la autoridad, la cual, con el pasar del tiempo, se vuelve arbitraria. Así se impone la fortaleza
sobre la debilidad, hasta llegar a las relaciones sociales de amos y esclavos.

Ante las leyes que constituyen el estado político de las nuevas sociedades, el hombre pierde su libertad. Una vez más,
rebate la concepción que tiene Pufendorf sobre la pérdida de libertad considerada como un bien. Rousseau plantea,
entonces, las diferencias entre las convenciones de los hombres tras el derecho de propiedad y las libertades que son
naturales al hombre mismo: un hecho es que el hombre se adueñe de tierras y otro, muy diferente, que trate de adueñarse
de la libertad humana. En estados de opresión, considera el autor que el hombre debería tener el derecho de renunciar a
la dependencia autoritaria, así como el que manda posee la facultad de retirarse de su rol dirigente. Pero tal renuncia no
ocurre; en su lugar, el hombre esclavo se acostumbra a la tranquilidad y el rico, que hereda el poder y la riqueza, se
autoproclama como un dios en la tierra.

El origen de las diferentes formas de gobierno se configura tras la visión de cada sociedad al momento de instituirla.
Existen gobiernos monárquicos, aristócratas y democráticos. Para el autor, los dos primeros tienden a la obediencia del
tirano y el último a la virtud.

Al finalizar la segunda parte del Discurso, el filósofo ginebrino retoma la proyección del hombre hacia el honor y el
reconocimiento del ser social, lo cual causa conflictos con hombres menos favorecidos. Incluso, argumenta que los ricos
valoran tanto el honor que les es concedido, que son felices ante la miseria de los pobres; llegado el caso estos contaran
con comodidades similares, los más favorecidos perderían el sentido de la riqueza. Lo anterior es relacionado por el autor
con el despotismo, que tiende a cundir las sociedades, a acallar y debilitar las masas y a que el esclavo tenga la virtud
exclusiva de obedecer. En este sentido, Rousseau afirma que se cierra un ciclo, el cual inicia desde el hombre primitivo y
llega hasta la constitución prolongada de las sociedades: en ambos estados prevalece el más fuerte y se subyuga al más
débil. El proceso cíclico no implica que el estado inicial y final, aunque sean el mismo, hayan surgido por razones similares.
En el estado salvaje, el más fuerte predomina sobre el más débil por hechos netamente naturales; en la civilización, por
su parte, el fuerte domina al más débil por la manera como se ha configura la desigualdad en la sociedad: “(…) son el
espíritu de la sociedad y la desigualdad que ésta engendra los que cambian y alteran de tal modo todas nuestras
inclinaciones naturales” (p. 143).

De este modo, Rousseau presenta su punto de vista en torno al origen de la desigualdad para dar respuesta a los intereses
de la Academia de Dijon en 1753, que eran los mismos de una sociedad ávida de comprender, desde puntos diferentes a
los tradicionales, el comportamiento social. El hombre subyuga al hombre en el momento en que configura una
representación sobre la propiedad, la cual trasciende el carácter natural primitivo. Por ende, no es pertinente buscar en
el hombre salvaje el origen de las diferencias sociales, ya que, en tal estado, la desigualdad es sencillamente natural. Los
argumentos de Rousseau son, así las cosas, propios del Siglo de las Luces: alejados de la concepción religiosa, orientados
hacia la razón humana, dispuestos a cuestionar pensamientos convencionales y a iluminar los senderos de la “minoría de
edad” con disertaciones sencillas, coherentes en su metodología y claras en sus objetivos.

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