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El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era
el rey de todos los que vivían en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban
aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento
veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre
una fuente. Y el brillo del sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso
acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego
provocado por éste. La mariposa ve a la bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice:
“No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a
lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser
temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida
muy dura. Ya que nadie te lo mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción
tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los
habitantes de la montaña gritaban pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer.
La mariposa lo visitaba a diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había
rastros de su amada amiga. Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal.
Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y escapar de él. El dragón vió la miseria, el frío y el hambre de
todos los habitantes y pensó: “Yo soy el rey, debería ayudar a mi pueblo. Aunque me tengan miedo, voy a demostrarles que ya no
soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad,
atravesando la montaña. Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo
una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que
fué rápidamente al castillo y lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran
hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo mundo calentándose con el fuego. La mariposa le
preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no era el mismo de
siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una
brillante luz envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es
necesario ser temible para gobernar.
El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era
el rey de todos los que vivían en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban
aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento
veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre
una fuente. Y el brillo del sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso
acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego
provocado por éste. La mariposa ve a la bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice:
“No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a
lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser
temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida
muy dura. Ya que nadie te lo mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción
tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los
habitantes de la montaña gritaban pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer.
La mariposa lo visitaba a diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había
rastros de su amada amiga. Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal.
Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y escapar de él. El dragón vió la miseria, el frío y el hambre de
todos los habitantes y pensó: “Yo soy el rey, debería ayudar a mi pueblo. Aunque me tengan miedo, voy a demostrarles que ya no
soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad,
atravesando la montaña. Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo
una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que
fué rápidamente al castillo y lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran
hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo mundo calentándose con el fuego. La mariposa le
preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no era el mismo de
siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una
brillante luz envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es
necesario ser temible para gobernar.
El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era
el rey de todos los que vivían en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban
aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento
veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre
una fuente. Y el brillo del sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso
acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego
provocado por éste. La mariposa ve a la bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice:
“No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a
lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser
temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida
muy dura. Ya que nadie te lo mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción
tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los
habitantes de la montaña gritaban pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer.
La mariposa lo visitaba a diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había
rastros de su amada amiga. Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal.
Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y escapar de él. El dragón vió la miseria, el frío y el hambre de
todos los habitantes y pensó: “Yo soy el rey, debería ayudar a mi pueblo. Aunque me tengan miedo, voy a demostrarles que ya no
soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad,
atravesando la montaña. Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo
una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que
fué rápidamente al castillo y lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran
hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo mundo calentándose con el fuego. La mariposa le
preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no era el mismo de
siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una
brillante luz envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es
necesario ser temible para gobernar.
El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era
el rey de todos los que vivían en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban
aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento
veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre
una fuente. Y el brillo del sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso
acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego
provocado por éste. La mariposa ve a la bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice:
“No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a
lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser
temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida
muy dura. Ya que nadie te lo mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción
tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los
habitantes de la montaña gritaban pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer.
La mariposa lo visitaba a diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había
rastros de su amada amiga. Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal.
Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y escapar de él. El dragón vió la miseria, el frío y el hambre de
todos los habitantes y pensó: “Yo soy el rey, debería ayudar a mi pueblo. Aunque me tengan miedo, voy a demostrarles que ya no
soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad,
atravesando la montaña. Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo
una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que
fué rápidamente al castillo y lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran
hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo mundo calentándose con el fuego. La mariposa le
preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no era el mismo de
siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una
brillante luz envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es
necesario ser temible para gobernar.
El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era el rey de todos los que vivían
en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba
prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre una fuente. Y el brillo del
sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego provocado por éste. La mariposa ve a la
bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice: “No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se
asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida muy dura. Ya que nadie te lo
mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los habitantes de la montaña gritaban
pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer. La mariposa lo visitaba a
diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había rastros de su amada amiga.
Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal. Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y
escapar de él. El dragón vió la miseria, el frío y el hambre de todos los habitantes y pensó: “Yo soy el rey, debería ayudar a mi pueblo. Aunque me tengan
miedo, voy a demostrarles que ya no soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad, atravesando la montaña.
Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que fué rápidamente al castillo y
lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo
mundo calentándose con el fuego. La mariposa le preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no
era el mismo de siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una brillante luz
envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es necesario ser temible para gobernar.
El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era el rey de todos los que vivían
en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba
prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre una fuente. Y el brillo del
sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego provocado por éste. La mariposa ve a la
bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice: “No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se
asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida muy dura. Ya que nadie te lo
mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los habitantes de la montaña gritaban
pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer. La mariposa lo visitaba a
diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había rastros de su amada amiga.
Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal. Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y
escapar de él. El dragón vió la miseria, el frío y el hambre de todos los habitantes y pensó: “Yo soy el rey, debería ayudar a mi pueblo. Aunque me tengan
miedo, voy a demostrarles que ya no soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad, atravesando la montaña.
Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que fué rápidamente al castillo y
lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo
mundo calentándose con el fuego. La mariposa le preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no
era el mismo de siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una brillante luz
envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es necesario ser temible para gobernar.
El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era el rey de todos los que vivían
en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba
prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre una fuente. Y el brillo del
sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego provocado por éste. La mariposa ve a la
bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice: “No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se
asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida muy dura. Ya que nadie te lo
mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los habitantes de la montaña gritaban
pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer. La mariposa lo visitaba a
diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había rastros de su amada amiga.
Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal. Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y
escapar de él. El dragón vió la miseria, el frío y el hambre de todos los habitantes y pensó: “Yo soy el rey, debería ayudar a mi pueblo. Aunque me tengan
miedo, voy a demostrarles que ya no soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad, atravesando la montaña.
Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que fué rápidamente al castillo y
lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo
mundo calentándose con el fuego. La mariposa le preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no
era el mismo de siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una brillante luz
envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es necesario ser temible para gobernar.
El dragón y la mariposa

Había una vez, en el castillo más alto del mundo sobre la montaña más peligrosa de todas, vivía un dragón muy malo y era el rey de todos los que vivían
en la montaña. Su nombre era Griffin. Todos los habitantes, animales y personas, estaban aterrorizados porque la bestia atacaba sus casas y se llevaba
prisioneros a su castillo para luego comérselos. Cada ciento veintitrés días iba al pueblo a buscar más presas.

Un día, mientras Griffin estaba cazando, vió una mariposa; la más hermosa de todas. Sus alas violetas revoloteaban sobre una fuente. Y el brillo del
sol formaba un arcoíris en el agua que la rodeaba. El dragón se enamoró perdidamente y quiso acercarse a hablarle.

Mientras Griffin miraba embelesado a aquella pequeña voladora, el pueblo corría desesperado huyendo del fuego provocado por éste. La mariposa ve a la
bestia acercarse y se esconde asustada. El dragón trata de tranquilizarla y le dice: “No te asustes, no voy a hacerte daño”. La mariposa desconfiada se
asoma de su escondite y le pregunta: “¿De verdad no vas a lastimarme? ¿Cómo puedo confiar en tí si le haces tanto mal a tu pueblo?”.
Griffin responde en voz baja: “Es que es la única forma que conozco. No me enseñaron la bondad, sino que un rey debe ser temido.”

La mariposa vió su mirada llena de pena y decidió darle una oportunidad: “Pobre de tí, pareciera que has tenido una vida muy dura. Ya que nadie te lo
mostró antes, yo te enseñaré sobre ser bueno.”.
Y así, aquella pequeña y delicada mariposa le fué señalando las cosas que no debía hacer…. Que, en lugar de destrucción tenía que brindar ayuda.

El rey intentó con todas sus fuerzas demostrar que había cambiado, pero cada vez que intentaba acercarse a los habitantes de la montaña gritaban
pidiendo ayuda y huían despavoridos.

Pasó el tiempo y el dragón no salía de su castillo. Había dejado de sembrar el horror y decidido simplemente desaparecer. La mariposa lo visitaba a
diario y le contaba qué hacían todos fuera del palacio. Su amistad parecía ser eterna….

Pero un día la mariposa no llegó como siempre lo hacía. y Griffin esperó… y esperó… esperó un poco más…. Pero no había rastros de su amada amiga.
Desesperado salió a buscarla. El invierno había llegado y todos parecían estar pasándola mal. Aún así, al verlo les quedaba algo de energía para correr y
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miedo, voy a demostrarles que ya no soy el mismo que era.”

Entonces se le ocurrió una idea: Movió sus alas y levantó vuelo, alcanzó una altura considerable y bajó a toda velocidad, atravesando la montaña.
Tomaba entre sus dientes a tantos aldeanos como podía y se iba volando. Esto mismo lo hizo una… dos… tres… diez veces más.

La mariposa, que veía todo desde lejos pensó que Griffin se había vuelto loco y estaba devorando al pueblo entero. Así que fué rápidamente al castillo y
lo que vió la sorprendió muchísimo: El dragón se encontraba encendiendo una gran hoguera y a su alrededor estaban animales, mujeres, niños y todo
mundo calentándose con el fuego. La mariposa le preguntó: “¿Por qué haces esto?” y el dragón le respondió que él quería ayudar a su pueblo porque ya no
era el mismo de siempre “Tú me enseñaste lo bonito de la bondad y yo ya no quiero ser malvado. Aprendí mi lección.” En ese instante, una brillante luz
envolvió por completo a la mariposa y, en su lugar apareció una bella dragona.

Es así como una bestia, que sólo conocía sobre maldad, gracias al amor y una dragona hechizada aprendió que no es necesario ser temible para gobernar.

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