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Supuesta la necesaria unidad que sirve como de punto de partida al movimiento de oposición
de los elementos de las cosas, la variedad se desenvuelve históricamente en acciones sucesivas de
los elementos, cuyo desarrollo contradictorio es la fórmula de la vitalidad. En este desarrollo cabe
predominio de los elementos opuestos sin destruir la esencia una.
Desde luego se ofrece el mundo en su totalidad inmensa como unidad que muestra
históricamente un contenido opositivo y diverso, desarrollándose por un sistema de afirmaciones y
negaciones de que resulta su historia. Igualmente cada círculo particular de existencias repite en sí
la tendencia de la unidad a moverse por la contradicción; lo mismo acontece con lo bello.
Concebida la belleza, según nuestra teoría, como un espejo de la esencia superior del mundo,
espejo intelectivo humano, donde se perciben unidades y relaciones que en la inmensa realidad del
mundo quedan desapercibidas, si este espejo ha de ser un verdadero microcosmo, debe reproducir
en sí a la manera del mundo lucha y oposición, si quier la forma común y prosaica del mundo
señale perturbaciones [156] dolorosas, como efecto de la lucha, mientras las variedades y
oposiciones de lo bello no deben desterrar la primitiva armonía, como no se rompe el cristal de un
espejo por la diversidad de sombras. En la unidad de lo bello no cabe variedad, que aunque
aparente contradicción de su esencia, no afirme primitivamente lo hermoso, ni esto es posible sin la
variedad interior de sus elementos. Así sucede con las oposiciones capitales de belleza que
llamamos sublime y cómico, designaciones que utilizaremos en nuestra deducción, porque
ciertamente las modalidades que en la expresión vulgar se indican con estos nombres al entrar en
el terreno iluminado por la fantasía, muestran la esencia común de lo bello. A pesar de la arrogancia
de las teorías naturalistas y prosaicas, lo feo como feo, feamente presentado, nunca será sublime
estético ni lo grosero como grosero cómico artístico. Lo sublime y lo cómico que estudia la estética,
han de estar por tanto en el terreno general de lo bello según la ley de la metafísica, de la
imaginación y del arte.
Esta íntima unión existente entre lo bello sencillo, lo sublime y lo cómico en la esfera de la
contemplación artística, no ha sido reconocida cual debiera en épocas anteriores históricas.
Tampoco se encuentra tal deducción en el retórico Longino que separa lo sublime de lo bello
en su tratado περί ύψεως. No debe causar admiración que falte completamente en los [157]
tratadistas de la época del renacimiento, que al resucitar el canon de belleza de los antiguos, no se
atrevieron a incluir lo sublime en el campo de sus consideraciones.
Dados estos antecedentes, ofrece un verdadero adelanto el interesante libro de Burke, sobre
el origen del sentimiento de lo bello y de lo sublime, reuniendo ambas teorías con un ensayo de
derivación sistemática. Por lo demás, relacionando dichos sentimientos con dos instintos humanos,
la satisfacción propia y la conservación del individuo, incurre en los defectos de una derivación
mecánica sensualista e insuficiente.
Kant que sigue con frecuencia a Burke en las indicaciones prácticas, aunque ajustándolas a
los principios de su filosofía, declara bajo su consideración subjetiva y sus categorías mal
determinadas, que lo bello muestra un concepto del entendimiento (la finalidad), mientras lo sublime
un concepto de razón (la libertad), distinción defectuosa, toda vez que la finalidad interna, la única
que puede decirse de lo bello, es concepto de razón, sin parar apenas la consideración en lo
cómico, que parece concebir como inferior a lo bello en el terreno de lo agradable. Hegel en el curso
de sus lecciones no ha hecho aplicación de su teoría de la idea a estas formas de hermosura
separando su estudio en diferentes partes del sistema.
Ya antes de la aparición del primer trabajo de este autor había hablado Weisse de ambas
formas opuestas como de momentos dentro de lo bello; pero Weisse no permanece fiel [158] a sus
principios, antes coloca después de lo bello lo sublime, no como una evolución en lo hermoso, sí
cual un movimiento superior a lo bello en la esfera de lo bueno y de lo divino, en que lo bello le sirve
de punto de partida. En defecto inverso incurren Solger y Ruge que colocan lo sublime, no fuera y
después de lo bello, sino antes y en su camino en el concepto de sus lógicas anticipaciones.
Por el contrario la razón se explica sencillamente cómo el primer pueblo que realiza en general
la belleza en el arte, el pueblo griego, sea también el introductor de la verdadera forma de lo
sublime.
El mismo autor llama sublimidad la elevación en lucha del espíritu finito a lo eterno bajo las
formas de libertad, devoción, iluminación, entusiasmo y otras semejantes.
Hay ocasiones, sin embargo, en que parece muy próximo, a nuestro modo de concebir, como
cuando dice (Neue Vorschule der Aesthetik, pág. 71) que «la sublimidad es sublimidad estética», lo
que hace suponer ya el concepto estético de la belleza, presentando asimismo (pág. 63 y 64) lo
sublime y lo cómico como formas opuestas de la belleza sencilla, y a la manera que lo hemos hecho
nosotros como variedad en lo bello; si bien con forma contradictoria más marcada, señalando lucha
abierta en los momentos de la unidad viva del todo, como verdadera oposición en lo bello, lo cual
envuelve ciertamente algunas equivocaciones.
En la exposición de estas formas de lo bello, así Weisse como Ruge, proceden subjetivamente
haciendo intervenir la fantasía en el concepto de creadora de lo bello, considerando la belleza el
primero como el reconocimiento de la conciencia de lo general, que se adhiere a la fantasía, y el
segundo como el espíritu que se eleva a la libertad; mas nosotros sin negar el valor subjetivo de la
fantasía, que penetra los objetos en su contemplación, como segunda naturaleza, atendiendo a la
mayor sencillez y partiendo de la resolución del dualismo entre el subjeto y objeto, consideraremos,
no [160] obstante, estas oposiciones, en la forma con que nos aparecen en una deducción
puramente objetiva.
Metafísicamente aunque la forma es inseparable de la esencia, vive sólo en virtud de esta que
la eleva e ilumina, de aquí que la esencia revelándose a través de su envoltura, puede hacer valer
sus derechos, mostrando ser más que ella y en cierta manera ilimitada.
Así la esencia y exigencias de la corteza corpórea, que es la forma que anuncia un ser
racional, son contradichas por el individuo que entra en uso de razón, y distinguiendo su interioridad
de ella la manda y dirige.
——
{1} La diferencia es siempre una oposición parcial; porque afirma o niega algo de lo que difiere
relativamente a la cosa con que se compara, y el sí y el no, la afirmación y la negación, son
fórmulas constantes de la contradicción absoluta y relativa.
{2} Las fórmulas dialécticas de estas oposiciones son tales: Cuerpo humano vivo es Yo u Hombre,
Espíritu humano es Yo u Hombre; idénticas en la forma a estas: Lo vegetal es orgánico, lo
animal es orgánico. Convertidas dichas proposiciones dan: Alguna parte del Yo es cuerpo, no
todo el Yo es cuerpo, Yo mayor que cuerpo. Alguna parte del Yo es Espíritu, no todo el Yo es
espíritu, Yo mayor que Espíritu, &c. Yo como cuerpo y Espíritu es contradicho y negado por
cuerpo en el elemento del Espíritu, y afirmado en el de cuerpo. El cuerpo vindica para sí en el
hombre una parte de esencia, que niega y opone al Espíritu y viceversa.
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