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LA MAGIA DE LAS PLANTAS QUE CURAN EN EL CENTRO DEL

ECUADOR: MUJERES, TIERRA Y CONOCIMIENTO TRADICIONAL EN LA


PROVINCIA DE CHIMBORAZO

Responsable: DAYRA MARCELA HIDALGO PAZ

País: Colombia

Institución: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales FLACSO – Ecuador.

Resumen:

La relación género – medio ambiente y producción del conocimiento, se ha dado entre


mecanismos de división sexual del trabajo y bajo sistemas patriarcales que limitan el
acceso a los recursos y la participación. Las formas de dominación propias de la
modernidad y los sistemas político-económicos vigentes, han subordinado el saber y el
conocimiento producido por las mujeres limitando el reconocimiento y práctica de las
epistemologías tradicionales y así mismo, el libre acceso a recursos fundamentales. No
obstante, en el dinamismo del escenario rural, los esfuerzos políticos, la movilización y
organización, han logrado el reconocimiento de las mujeres como depositarias de
conocimientos que les permiten la gestión, manejo y construcción de su propio medio
ambiente y territorio. El acceso a recursos como la tierra, representa para la mujer, la
posibilidad de desarrollar conocimientos, participar política y socialmente, gestionar
formas de organización colectiva y empoderarse socialmente. El presente artículo,
aborda estos aspectos desde el estudio de caso de la Asociación de Productores de
Plantas Medicinales de la Provincia de Chimborazo - Jambi Kiwa, en el corazón del
Ecuador, donde el 80% de asociadas son mujeres que realizan prácticas de producción
orgánica con miras al rescate y revalorización de los conocimientos tradicionales en
relación a las bondades de las plantas medicinales.

Palabras clave: género, tierra, saber tradicional, plantas medicinales, agricultura


familiar, Chimborazo.

Introducción
El acceso y soberanía sobre los recursos naturales y los servicios ecosistémicos, es una
lucha desarrollada a lo largo de los años, soportada en la legitimidad y el derecho
constitucional de los pueblos a disfrutar y hacer uso de ellos en un territorio
determinado. La incursión en los países latinoamericanos de modelos económicos y
políticos basados en el pensamiento hegemónico global, junto a las élites dominantes
inspiradas en experiencias europeas de desarrollo, han agravado la brecha social y han
posicionado a Latinoamérica como un espacio subalterno que puede ser explotado y
devastado (Alimonda, 2011), de forma que la visión ancestral de la vinculación ser
humano-naturaleza se desconoce y se desplaza por sistemas que van en busca del
desarrollo, el mantenimiento de la vida y el círculo familiar.

La perspectiva de colonialidad, se refleja en una visión utilitarista de la


naturaleza que desde los postulados marxistas favorece la producción, pero ha afectado
a los grupos humanos e incluso, ha derivado en brechas de desigualdad de género y
socio-económica. En este caso específico, se analiza la situación de la mujer dentro de
un contexto rural (indígena y mestizo), que respondiendo a ciertas dinámicas sociales,
políticas, ecológicas y económico-distributivas han establecido formas de organización
y empoderamiento social y comunitario, a la vez que construyen su medio ambiente
(concebido más allá del elemento natural). Esta investigación cuenta con el apoyo del
programa Procambio, de la Cooperación Técnica Alemana GIZ Ecuador y corresponde
al estudio de tesis realizado por la autora en el marco de la maestría de Estudios
Socioambientales de FLACSO – Ecuador.

En este contexto, se encuentra la experiencia de la Asociación de Productores de


Plantas Medicinales de Chimborazo Jambi Kiwa1, la cual nació por la iniciativa de
mujeres indígenas interesadas en la recuperación de sus conocimientos, la medicina
andina, y la solución a algunas necesidades familiares. En la actualidad, agrupa a más
de 100 familias 28 comunidades de los cantones Riobamba, Alausí, Pallatanga y
Cumandá, en la Provincia de Chimborazo – Ecuador. El 80% de sus integrantes son
mujeres indígenas y campesinas (Guamán, 2007) que enfocan su trabajo a la búsqueda
de alternativas sustentables de producción y comercialización de plantas medicinales,
apelando al rescate de los conocimientos ancestrales (manejo sostenible de la huerta y
salud), en la procura de un equilibrio y correspondencia con el medio ambiente.

Ellas desarrollan agricultura sostenible que favorece la soberanía alimentaria y la


producción limpia de plantas medicinales, a la vez que se fomentan las relaciones
comunitarias y se crean plazas de trabajo para hacer frente a la crisis social y económica
(Guamán, 2007). La asociación respalda y reconoce la tenencia de tierra como el

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Jambi Kiwa se puede interpretar como planta remedio, planta que cura o planta medicina.
mecanismo por el cual se reproduce el conocimiento tradicional y se desarrollan
actividades que generan nuevas fuentes de empleo y de organización que impiden el
abandono de los campos. De ahí, parte este estudio, el cual intenta analizar las
relaciones de las mujeres con su entorno, sus formas de organización y colectividad, la
práctica y realidad del conocimiento ligado a las plantas medicinales en el desarrollo de
emprendimientos laborales y productivos, para la construcción de medios de vida
sustentables que favorecen su empoderamiento social y comunitario.
Para este fin, se delinearon los siguientes objetivos específicos: i) Identificar las
formas de acceso a la tierra que han tenido las mujeres de la Asociación de Productores
de Plantas Medicinales de Chimborazo Jambi Kiwa; ii) Conocer las razones que
motivan a las mujeres a trabajar, producir y utilizar plantas medicinales; iii) Identificar
las formas de socialización del conocimiento y uso de plantas medicinales (entre la
unidad familiar y los productores) en la Asociación de Productores de Plantas
Medicinales de Chimborazo Jambi Kiwa; iv) Conocer qué transformaciones las mujeres
perciben en sus vidas y sus familias al vincularse a la Asociación de Productores de
Plantas Medicinales de Chimborazo Jambi Kiwa. Los objetivos fueron trazados en torno
a una visión general de las construcciones socio-culturales y políticas que se generan
alrededor de la/os productores en la motivación de comprender la configuración de su
medio.

Desarrollo
Para comenzar, es importante realizar una ubicación geográfica y biofísica de la zona
de estudio. La Provincia de Chimborazo, se sitúa en el corazón del Ecuador. Tiene una
extensión de 6.600 km2 aproximadamente, y entre sus principales características, están
el hecho de encontrarse cercana a provincias de la costa, la sierra y la Amazonía
ecuatorianas, situación que la convierte en una región de amplia diversidad climática,
ecosistémica y natural.
El censo realizado en el año 2010, indica que la provincia de Chimborazo
alberga una población de 458.581 habitantes (3.2% del total de la población nacional)
(PDOTCH, 2011). De ahí, se tiene que seis de cada diez personas residen en entornos
rurales. Por otra parte, la misma estadística señala que las mujeres a pesar de constituir
la mayor población, tienen menos acceso a tecnologías y recursos digitales, enfrentando
los niveles más altos de analfabetismo digital2 (67.6%), es decir 16.5% más de
analfabetismo digital que los hombres que presentan un 51.2% (Abarca y Zhunaula,
s.f.). Además, la pobreza económica afecta principalmente a las zonas rurales donde
reside la mayor cantidad de población indígena. Guamote, Colta y Alausí, son algunos
de los cantones más afectados por este fenómeno (Murillo y Novillo, 2013).
Conociendo estos datos generales de la zona de estudio, se hace importante señalar las
zonas de intervención de este estudio.
Para el soporte cualitativo y cuantitativo de la investigación se tomaron en
cuenta dos zonas específicas, con el fin de identificar aspectos inherentes a cada
comunidad, los cuales se conjugan dentro de una misma colectividad representada en
Jambi Kiwa, y entender de esta forma, puntos en común o convergencias. La
comunidad Nízag en el cantón Alausí (sur de la provincia) y la comunidad San Juan de
Trigoloma, en el cantón Pallatanga (sur-occidente de la provincia).
Las comunidades fueron elegidas por razones como la disponibilidad de la/os
productores y su participación dentro de la asociación. Por su parte, Nízag es una
comunidad netamente indígena kichwa-hablante, mientras Trigoloma está habitada por
mestiza/os y está ubicada en el callejón que conduce hacia la Provincia del Guayas, y la
costa sur ecuatoriana, hechos que le añaden diversidad al análisis. Se utilizaron una
serie de métodos de investigación etnográficos, como encuestas, observación
participante, entrevistas semi-estructuradas a productora/es e hijos e instituciones,
revisión documental para la construcción teórica y grupos de discusión.
El espacio de tiempo que se propuso abordar parte desde el año 2001 (la
mayoría de productora/es se vincularon cerca de este año), hasta el 2015. En el año
2001, tras algunos años de trabajo colectivo y creciente, Jambi Kiwa se logró constituir
legalmente y alcanzó su estatus jurídico. Adicionalmente, en el mismo año, se logró la
construcción de instalaciones improvisadas para la producción continua de plantas
medicinales, y se alcanzaron algunos contratos importantes para la producción (Suárez,
2011). Asimismo, se realizaron entrevistas y diálogos con actores institucionales
relacionados con temas agrícolas, de tierra, de saberes tradicionales y de salud.

2
El Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), en el Censo de Población y Vivienda 2010, define
como analfabeto/as digitales a las personas de 10 años en adelante que durante los últimos seis meses
no hicieron uso de computador, internet y teléfono celular. En el Ecuador la tasa de analfabetismo
digital es de 29,4%. Para la población indígena es del 50,7%, y para la población indígena de Chimborazo
es del 59,8%. (Abarca y Zhunaula, s.f.).
Para la realización de este estudio se tomaron como referentes abordajes teóricos
que parten de la Ecología Política en el estudio del relacionamiento
sociedades/naturaleza. Específicamente, se inserta dentro de la discusión de la Ecología
Política Feminista, incluyendo factores como el género y la identidad en las formas de
construcción política, ambiental y socio-cultural del ambiente y la Geografía de Género.
La Ecología Política Feminista, corriente post-estructuralista reflexiona críticamente
acerca de la búsqueda de la sustentabilidad desde la intervención de la/os actores que
están inmersos en relaciones desiguales de poder (Rocheleau, 2007).

Rocheleau (2007) señala a la experiencia como generadora de conocimientos


dentro del ámbito productivo y explica que “aunque tal experiencia puede tener
dimensiones sociales, económicas, políticas, culturales, siempre tendrá un sustrato
biológico” (Rocheleau, 2007: 76), donde confluyen todos estos escenarios y se
interrelacionan. De ahí que para construir la noción de ambiente, se deben tener en
cuenta tres ejes importantes: la división (del poder), el conocimiento y la asociación
(Rocheleau, 2007).

Para Ortner (1979), la proximidad de la mujer a la naturaleza se ha originado a


raíz de las funciones y los roles sociales, la naturaleza fisiológica de la mujer vinculada
al aspecto reproductivo y su cuerpo. Bajo la perspectiva de esta autora, socialmente se
construyen diferentes significados o representaciones simbólicas, de los elementos y
fenómenos que componen un grupo social, y en este caso, la modernidad ha
posicionado a la cultura como superior a la naturaleza; “dado que el proyecto de la
cultura es siempre subsumir y trascender a la naturaleza, si se considera que las mujeres
forman parte de ésta, entonces la cultura encontraría «natural» subordinarlas” (Ortner,
1979: 8).

De igual forma, le han sido asignados conceptos de cuidado innatos a la


condición de ser mujer; pese a que dentro de la racionalidad indígena, y en este caso
particular, dentro de la cosmovisión andina, no existe una “ruptura ni dicotomía entre el
ser humano y la naturaleza” (Escobar, 2007: 137), las transformaciones rurales, sociales
y políticas han ubicado a las mujeres en otros planos de la sociedad y con unos roles
específicos. No obstante, a lo largo de la vida familiar y comunitaria, es la mujer quien
está a cargo de los sistemas de producción del conocimiento, el mantenimiento familiar
(alimentación, cuidado y protección de los hijos), y la socialización, reproducción y
transmisión del conocimiento. Dadas estas relaciones la mujer desarrolla conocimientos
de su entorno, que basados en la observación, la experimentación, y la práctica
cotidiana, representan la búsqueda de alternativas y formas de organización familiar,
social y comunitaria.

Si dentro de la lógica andina, no existen diferenciaciones ni desvalorizaciones


de ninguno de los géneros, y por el contrario, se crea cierta complementariedad entre el
hombre y la mujer a través de su relación con la naturaleza (CESA, 1993:128), podría
decirse que, el dinamismo rural y diferentes coyunturas político-económicas acaecidas
en cada territorio, influyen en la transformación de los valores y las particularidades
(familiares, intergeneracionales y de saberes) de cada grupo social, gestando formas de
adaptación, utilización y reapropiación social de la naturaleza (Leff, 2005).
En relación con la tierra, este recurso ha sido el elemento (en disputa) por el cual
las sociedades se relacionan y articulan con su medio ambiente, pues en ella tiene lugar
la vida, habitan los demás seres vivos, las plantas y se encuentran elementos vitales
como el agua. No obstante, desde la época de la colonia, la tierra se empezó a concebir
como un elemento que dotaba de poder y riqueza a quienes la poseían. Engels (1996)
ubica la situación de la mujer en las sociedades capitalistas, donde se establece la
importancia de su papel reproductor, como pilar de la descendencia familiar, el
desarrollo agrícola y la transformación de alimentos, pero con la aparición de la
propiedad privada y la acumulación, es subyugada y explotada. El trabajo reproductivo
al considerarse improductivo y no generar excedentes, queda atrás, a diferencia del
trabajo realizado por el hombre, quien estaba a cargo de las técnicas productivas, que se
intercambian por capital y posicionaban al hombre, como proveedor y representante del
hogar. Por su parte, la mujer, debió insertarse en los medios de producción para obtener
un salario y configurar otras formas de sostenimiento.

En el caso de Latinoamérica, los procesos de reforma agraria gestionados desde


la década de los años sesenta, facilitaron la transformación de los sistemas de tenencia
de la tierra habituales, favoreciendo la gestión de diferentes formas de propiedad, es
decir, el surgimiento de tierras comunales, familiares, entre otras (Deere y León, 1997).
Sin embargo, en este proceso, fueron los hombres quienes pudieron figurar como
titulares de las tierras, representando a su núcleo familiar. La discusión sobre la tenencia
de tierra de las mujeres en el contexto latinoamericano, resulta importante en el sentido
de que da cuenta de las posibilidades que se abren para la mujer en relación con la
participación, la negociación y el mejoramiento de las condiciones de vida. Deere y
León (2002) plantean que los derechos a la propiedad aumentan el poder de negociación
(Agarwal, 1997) de los individuos a la vez que reducen su vulnerabilidad dentro y fuera
del hogar. Además, acceder a la tierra, le permite a las mujeres construir procesos
ciudadanos a través de los cuales se empoderan y hacen valer sus derechos a través de
mecanismos como la organización (Bórquez, 2011).

Para Naila Kabeer (2001), el empoderamiento es la capacidad de tener agencia,


participar activamente en los procesos, actuar y tomar decisiones en escenarios donde
existen estructuras de restricción y donde previamente la mujer fue excluida (Kabeer,
2001). Batliwala (1997), señala la importancia de aplicar este concepto a nivel
comunitario en la medida en que la organización y la movilización pueden generar
cambios significativos a nivel social. Rowlands (1997), destaca la importancia de la
organización en la búsqueda del empoderamiento comunitario como una forma de
visibilización de las mujeres y el beneficio de sus iniciativas. La tierra también está
articulada al conocimiento. La vinculación de la mujer con la naturaleza, la tierra y las
tareas del hogar, le ha permitido establecer diferentes formas para transmitir e impartir
sus saberes; puede ser portadora de conocimiento, y en el caso de esta investigación, el
conocimiento acerca de las plantas medicinales, también le otorga poder pues, “gracias
a este factor, se logra legitimidad y autoridad, y ayuda a interpretar el contexto en el que
se vive y facilita alterar las relaciones existentes de poder” (FRIDE, 2006: 2).

Conclusiones
La noción de ambiente por la/os productores no parte necesaria y específicamente de la
construcción y la percepción de un espacio natural, sino desde una cotidianidad
vivenciada desde la producción agrícola y bajo la construcción de un conocimiento
heredado y transmitido, que no es reconocido bajo preceptos teóricos o académicos. Es
decir, que los conocimientos tradicionales y la concepción del medio natural, existen
dentro de estas comunidades pero no han sido objetivados ni clasificados. Hacen parte
de una realidad tangible y no son reconocidos ni identificados bajo estas nociones.
La/os productores desconocen las expresiones con que han sido designados dichos
conocimientos: saberes o conocimientos ancestrales, naturaleza, biodiversidad. De ahí,
que algunas lideresas señalen que el papel de algunas organizaciones de ayuda y
cooperación e incluso, el Estado en la provincia, han instrumentalizado las necesidades
y los saberes, despojando los sentidos de estas construcciones culturales y tradicionales
(y las necesidades reales de las comunidades), a la vez que generan formas de
asistencialismo que vuelven dependientes de la ayuda externa a las comunidades.

El conocimiento reposa principalmente en los abuelos y se transmite a los demás


integrantes de la familia, aunque el saber asociado específicamente a las labores de la
tierra se identificaron como provenientes de la madre. Los padres enseñan su trabajo a
sus hijos desde edades tempranas y procuran la reproducción y mantenimiento de las
ocupaciones, asignando un papel y una función a cada uno de los integrantes de la
familia, tanto del aspecto doméstico como agrícola, construyendo una red familiar en
torno a la huerta y el hogar.

En general, la/os productores identifican mecanismos de igualdad tanto en la


distribución de las herencias y las formas de acceso al recurso tierra, al igual que a las
ocupaciones y tareas dentro de la huerta. El estudio pudo identificar que la forma más
frecuente de acceso a la tierra ha sido mediante la asignación de herencias, seguido de la
compra (dependiendo de las capacidades adquisitivas de las familias). Las mujeres
asociadas consiguieron la titularidad mediante la herencia. Pero cuando es el titular el
esposo, los terrenos han sido comprados, situación que evidencia dos situaciones: mayor
capacidad adquisitiva de los hombres (por ser trabajadores externos) y por ende, su
representatividad sobre la tierra. Así mismo, se logró identificar que a mayor edad de
la/os productores, tienen más lotes o parcelas para trabajar. No obstante, personas entre
los 20 y 30 años, tienen menor acceso a la tierra. Esta situación podría darse porque la
tierra aún está en manos de los padres y no se ha asignado a los hijos y/o porque en las
últimas décadas, la minifundización de la tierra se agudizó a tal punto de que se
disminuyó la posibilidad de tierras disponibles, hecho que puede ser contrastado con el
dato anterior, donde la/os productores de mayor edad, manifiestan haber podido acceder
a más extensiones de tierra.

La excesiva fragmentación de la tierra ha conllevado a fenómenos como la


migración (interna y externa) principalmente a ciudades como Quito, Guayaquil, otras
ciudades de la costa y parte del oriente ecuatoriano, donde principalmente migran los
hombres y lo/as jóvenes con fines laborales. La educación superior es otro de los
factores de migración que representa a futuro el abandono de los campos de poblaciones
jóvenes. Ellos tienen ciertos conocimientos acerca de las plantas medicinales, pero en
general tienen diferentes proyectos de vida apartados de la producción agrícola, ya que
ésta es considerada como muy “sacrificada” en relación con los ingresos que se pueden
obtener.

Las plantas medicinales, a pesar de ser un mercado limitado y no tener gran


demanda comercial, son una oportunidad económica para la/os productores rurales,
puesto que, de la forma en que se ha constituido Jambi Kiwa, a través del Comercio
Justo, aseguran una venta segura y por tal motivo, un ingreso seguro (mensual,
trimestral o semestral), según los requerimientos o pedidos que lleguen a la empresa.
Las plantas son cultivadas y conservadas en los huertos de forma aleatoria y
combinadas con otros cultivos, una característica más (policultivo), de las prácticas de
agricultura tradicional. Para la/os productores es importante mantenerlas en sus huertos,
no sólo por la organización, sino porque son una forma de prevenir y curar posibles
enfermedades o dolencias menores (resfriados, tos, dolor de estómago, dolor de cabeza,
nervios, entre otros), ya que en el pasado, sus padres y abuelos y a razón de las
distancias y las posibilidades limitadas de acceder a un servicio médico, debían acudir al
uso de plantas medicinales y productos de la tierra.

La mujer tiene bajo su poder la decisión sobre los gastos del hogar y administrar
los recursos económicos e ingresos. Un día comienza entre las cuatro de la mañana y
termina a las ocho de la noche compuesto de diferentes actividades domésticas y en la
huerta. Adicionalmente, este tiempo también es empleado para cubrir espacios que
requiere la organización, como reuniones, asambleas, capacitaciones, entre otros.
También tienen decisión sobre el espacio que les ha correspondido como propio, y es la
huerta. En este sentido, ellas deciden qué cultivar, qué cantidad y cómo disponer los
cultivos. Ellas conocen su espacio como un territorio en donde confluye su identidad,
pues está el hecho de que han crecido en la tierra, ella abastece sus necesidades,
construyen su vida desde ahí y además provee de elementos que les permite el
sostenimiento de la vida. De esta manera, no sólo son productos alimenticios los que
obtiene, sino recursos como la fibra con la que elaboran tejido de shigra, en el caso de
las mujeres de Nízag, que también se constituye como un ingreso adicional propio.

La organización, favorece el mantenimiento de los cultivos en las huertas,


además ha permitido una serie de beneficios que aunque la/os productores no señalan de
esta forma por no ser significativos a nivel económico, se pueden identificar como
aportes al empoderamiento de las mujeres. La organización ha permitido la
diversificación de espacios de socialización e interculturalidad, en los cuales
comunidades de diferentes zonas y condiciones culturales se interrelacionan y conocen
a partir de la reunión mediante la asociación. Por otra parte, ha favorecido el
conocimiento, en el sentido de que ha ofrecido espacios de capacitación en la
producción, mantenimiento y bondades de las plantas medicinales. Además, el valor
agregado de producción orgánica, les incentiva a seguir reproduciendo y enseñando este
modelo de producción, lo que las hace sentir y verse diferentes ante otros colectivos o
personas dedicadas a la producción. Así mismo, los ingresos aunque no sean constantes
ni mayormente significativos, son una posibilidad y apoyo económico para los eventos
familiares o personales urgentes o fortuitos, además son un ingreso propio e individual
percibido por las mujeres, hecho que favorece su autonomía. Adicionalmente, los
espacios de reunión y socialización, incentivan la participación y actividad de las
mujeres, quienes comienzan a interesarse por hacer parte activa de la organización,
formar comités o encargarse de algunas tareas de representatividad. Esto está reflejado
en el respaldo que simboliza la organización, en la creciente participación en público,
toma de decisiones y liderazgo de las mujeres.

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