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Publicado en: González Maraschio, Fernanda y Federico Villarreal (Coord.

) (2018-EN
PRENSA) LA AGRICULTURA FAMILIAR ENTRE LO RURAL Y LO URBANO. EDUNLu. Buenos
Aires.

Cuerpos productivos, cuerpos reproductivos. El caso de las mujeres productoras de


hortalizas del Gran La Plata (2017)

Lic. Nuria Insaurralde (FTS-UNLP) y Dra. Soledad Lemmi (IdIHCS, UNLP-CONICET)

«No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres,
sino sobre sí mismas.»
Mary Wollstonecraft

Introducción
En este trabajo nos proponemos reconstruir las interrelaciones y tensiones existentes
entre las tareas de producción hortícola, las de reproducción de la vida, y aquellas que
insume participar en un movimiento de productores/as, llevadas adelante por mujeres
productoras de hortalizas del Gran La Plata en 2017. Las mujeres horticultoras
platenses poseen las características de ser mayoritariamente migrantes andinas de
ancestría indígena, provenientes de hogares campesinos del centro y sur de Bolivia.
También participan, en menor medida, productoras paraguayas y argentinas. Arriban a
la ciudad a través de redes de paisanaje y se asientan en el periurbano platense, la
región hortícola más capitalizada del país con aproximadamente 4000 hectáreas bajo
cubierta (Benencia, Quaranta y Souza Casadinho, 2009; García y Lemmi, 2011; Lemmi y
Waisman, 2017).
Una de las características que posee la producción hortícola es que la unidad
productiva y la unidad doméstica se encuentran unidas, es decir que las productoras
viven en el mismo lugar en el que trabajan, estando las casas separadas de los
invernaderos por unos pocos metros. Esta situación dificulta poder diferenciar los
tiempos de trabajo y las tareas que corresponden a cada ámbito llevando a la
invisibilización de ambos trabajos (Lemmi, Morzilli y Moretto, 2017; Vitelli, 1996; Biaggi
y Canevari, 2008). Tal como proponen las investigadoras feministas, comenzar a
desnaturalizar, visibilizar y contabilizar el trabajo doméstico y de cuidado que realizan
las mujeres, forma parte de las tareas políticas imprescindibles que permitirán
proyectar reivindicaciones y demandas que tiendan a una mayor igualdad y justicia
para las misma (Durán, 2000; Calero, Dellavalle y Zanino, 2015). Identificar el uso del
tiempo de las mujeres, las tareas remuneradas y no remuneradas, la simultaneidad de
tiempos/labores que realizan es el comienzo de una tarea de desnaturalización que
esperamos colabore a democratizar las decisiones que se toman y los trabajos que se
realizan al interior de la familia y en la sociedad (Batthyány, 2008 en Femenías y Soza
Rossi, 2012; Franco Patiño, 2010).
Este trabajo es resultado de un camino militante compartido junto a las mujeres
productoras de hortalizas del Gran La Plata. El mismo surgió en el año 2016 en el
marco de un trabajo colaborativo entre un movimiento de productores/as que agrupa

1
a 1500 familias horticultoras del Gran la Plata y una colectiva feminista con desarrollo
político en la misma ciudad. El objetivo de la confluencia entre ambas organizaciones
consistió en el armado de encuentros exclusivos de mujeres, cuya finalidad radicaba en
facilitar un espacio y tiempo para la reflexión de la propia vida y el derecho al ocio.
Fruto de la dinámica adoptada para los encuentros, estos pasaron a denominarse
rondas de mujeres. Las mismas se inspiran en los círculos de la cultura 1 y los círculos de
autoconciencia2 feministas. En las rondas, a partir de una metodología de educación
popular, se reflexiona sobre distintas preocupaciones, inquietudes, problemáticas de
género, permitiendo politizar la vida cotidiana y problematizar las prácticas y discursos
patriarcales que sustentan la desigualdad de género.
En el año 2016 el trabajo se inició con una sola ronda en la zona de Olmos que
agrupó a 20 mujeres, pero ya en el 2017 se había extendido a 3 rondas más situadas en
Etcheverry, Arana y Los Hornos triplicando también la cantidad de participantes. Estas
cuatro rondas de mujeres, en las que compañeras productoras de hortalizas y
militantes feministas nos juntamos a pensar y dialogar acerca de diferentes aspectos
de nuestra vida en el sistema patriarcal y capitalista, se sostienen hasta el día de hoy.
Las rondas se realizan los días sábado cada 15 días en la quinta de alguna de las
productoras que participa de los encuentros por lo que compartimos los momentos de
preparación de la comida (si además de las reuniones hay copa de leche en el lugar), el
ir y venir de otras personas que también viven ahí, la cercanía de los invernaderos, el
campo en producción y los espacios públicos de las viviendas como pueden ser los
alrededores de la casa, el baño y en ocasiones la cocina-comedor. También solemos
acompañarlas si, mientras esperamos la llegada del resto de las integrantes, están
realizando alguna tarea doméstica como lavar la ropa, coser, peinar a las hijas, cocinar
para la familia, etc. Por un rato compartimos parte de la intimidad de la vida doméstica
y nos tomamos unos mates.
Las diferentes actividades propuestas por estos círculos de mujeres permitieron que
más de 100 productoras (adultas y jóvenas) y 25 militantes feministas pudiéramos
encontrarnos, reflexionar sobre nosotras mismas y sobre otras mujeres, sobre las
diferencias de género que existen en el sistema patriarcal y las inequidades e
injusticias en dicho sentido. En los encuentros que se fueron sucediendo a lo largo de
los ya casi tres años, se fueron abordado problemáticas como la violencia de género, la
maternidad, los estereotipos de género, las trayectorias vitales desde la niñez, la
1
El diálogo de saberes se apoya en uno de los principios de la Educación Popular, que es la circulación
de la palabra, propia de la educación pensada como “círculo de cultura”. Freire lo postuló como lo
opuesto a la idea de la “cultura del silencio”, que es propia de la colonización y la dominación en
Nuestramérica, y también del patriarcado. Uno de los productos más eficaces de esta cultura del silencio
es la justificación determinista de las situaciones que padecemos como pueblo (“así son las cosas”,
“siempre fue así”); frente a esto, con la pregunta y la reflexión sobre las propias experiencias, la
expresión y la voz propia podemos ir generando un proceso en el que nos identifiquemos como sujetas
constructoras de la realidad. En este sentido, los círculos de cultura asumen la circulación de la palabra
como una forma de socialización y transformación cultural, en donde la disposición en ronda de los
cuerpos ayuda a desjerarquizar e igualar las voces y saberes de esos encuentros, porque todas sabemos
e ignoramos algo (Freire, 1965).
2
Los círculos de autoconciencia feminista nacieron en EEUU a finales de la década del 60. Se trataba de
una práctica de análisis colectivo que consistía en compartir relatos en grupo acerca de las formas en
que cada mujer siente y experimenta la opresión. Los grupos de autoconciencia de mujeres se
proponían hacer una re lectura política de la propia vida y pensar las bases para su transformación.
Además se buscaba revalorizar la voz y las experiencias de un grupo inferiorizado y humillado
sistemáticamente a lo largo de la historia (Malo, 2004).

2
juventud, la educación, la adultez y, en el caso de las productoras, la etapa migratoria a
la Argentina. También se trataron temas vinculados a la sexualidad, la reproducción, el
deseo, el aborto y el autocuidado del cuerpo por nombrar algunos.
En la sucesión de estos encuentros las mujeres pudimos dar cuenta de las
diferencias e injusticia de género, clase, etnia y edad de una manera progresiva que
nos permitió revisar el pasado, la crianza recibida, los valores inculcados pero también
los elegidos, así como centrarnos en el pasado reciente y en el presente. Entre los
temas debatidos y deconstruidos se encontraba el que es objeto de este escrito: el
trabajo productivo, reproductivo y de cuidado. El escrito que exponemos a
continuación es fruto de múltiples encuentros y diálogos entre mujeres y expone la
realidad de más de 100 mujeres del cordón hortícola platense. Según lo expresado por
las propias participantes, la realidad descripta podría ser extensiva mucho más allá de
los límites de la “muestra” representada en este texto.
Nos animamos a realizar este escrito a partir de las propuestas realizadas por las
llamadas Epistemologías del Sur, que cuestionan críticamente la construcción del
conocimiento y proponen pensar el significado que adquiere crear conocimientos
desde la subalternidad, desde los grupos sociales en resistencia. Pensar junto a otres,
cuando nosotres y otres somos activistas de los movimientos sociales produciendo
nuestros propios saberes, saliendo de- y quizás también rompiendo– los cánones de
las ciencia sociales (Leiva et al, 2015). Nos sabemos subalternas en tanto mujeres en el
sistema patriarcal dominante, pero también reconocemos y ponemos a jugar, tanto en
el vínculo con las mujeres productoras de hortalizas como en este mismo texto,
nuestros lugares de privilegio como mujeres blancas y universitarias (Magliano, 2012).
En este texto alternamos el lugar de enunciación. Reconocernos mujeres nos
habilita en algunos pasajes a nombrarnos nosotras. Las investigaciones de la economía
y la sociología feminista han visibilizado ya de manera extendida cómo en el sistema
patriarcal somos las mujeres las que nos encargamos prácticamente en su totalidad de
las tareas de reproducción y cuidado de la vida; y esto no sólo ha sido verificado para
las mujeres que habitamos los países del sur global sino también para las que habitan
los del norte. Cuando las mujeres de clase media y alta tercerizamos las labores de
reproducción y cuidado lo hacemos exclusivamente en otras mujeres (en general de
los sectores populares). Asimismo, al referirnos al ámbito político y social, vuelve el
nosotras a ocupar un lugar central, en tanto el rol que desempeñamos las mujeres
(todas) en dichos espacios está nuevamente delimitado por las reglas del patriarcado.
En este escrito abundamos en citas bibliográficas que apoyan estas afirmaciones (ver
bibliografía).
En la mayoría del cuerpo del texto nos referimos a ellas, y aquí sí es importante la
distinción en la enunciación. La realidad que nos atraviesa como mujeres de clase
media en lo que refiere a trabajo productivo, reproductivo y de cuidado posee algunas
distinciones respecto de la realidad de las productoras de hortalizas. En nuestro caso
unidad doméstica y unidad productiva se encuentran separadas; siendo nosotras
trabajadoras asalariadas hay una clara delimitación respecto de los lugares y tiempos
de trabajo. Así como dentro de los acuerdos intrafamiliares el lugar que adquiere
nuestro aporte de cada uno de esos trabajos realizados, como el aporte dinerario es
diferente del de las productoras. En este caso el atravesamiento de clase marca una
distinción entre ellas y quienes escribimos, que nos obliga a cambiar el lugar de

3
enunciación. De no hacerlo estaríamos una vez más invisibilizando las diferencias que
es nuestra intención poner en primer plano.
Por último recurrimos al impersonal en tanto nos referimos a partes del trabajo que
son de raigambre colectiva, que no son exclusivas de quienes escribimos, ni de las
productoras sino del colectivo humano que creamos estando juntas. Sin desconocer las
diferentes trayectorias socioeducativas que tenemos con las productoras, nos
posicionamos apostando a la transacción de sentidos para la construcción colaborativa
de conocimiento que posibilite transformar representaciones y prácticas en pos de
generar una mayor igualdad en las relaciones intergenéricas.
Hemos estructurado el presente capítulo en cuatro partes. En el primer apartado
describimos como viven y producen las familias horticultoras del Gran La Plata. En el
segundo reconstruimos las tareas que devienen del ámbito productivo. En el tercer
apartado abordamos la esfera reproductiva y de cuidado, reflexionando allí también
sobre el rol de las mujeres productoras como mujeres políticas agremiadas. Por último,
se expresan algunas reflexiones finales.

Adentrándonos en la producción y el hogar: cómo viven y trabajan los/las


productores/as de hortalizas
Como describimos en el apartado anterior pudimos compartir junto a las productoras,
y también junto a sus hijos/as, parte de nuestra vida cotidiana, así como conversar
sobre múltiples situaciones de la vida. Producto de estos encuentros previos a las
rondas, pero también de los temas abordados en ellas, pudimos conocernos y amistar,
reconocernos compañeras y saber de la vida de la otra.
Cuando narraron sus trayectorias migratorias contaron que las familias productoras
arriban a la ciudad y a la producción a través de redes de paisanajes (Benencia,
Quaranta y Souza Casadinho, 2009). Esto significa que algún pariente (cercano o no) o
amigo del lugar de origen se insertó primero en la producción e invitó a otros/as a
trabajar al lugar (aquí la figura del/la hermano/a y el primo/a es central). La migración
a la horticultura platense se realiza mayoritariamente como familias nucleares con
uniones consensuales y familias ampliadas: varón-mujer-niños/as (si los tuvieren antes
de migrar). En general abuelos y padres y algunos/as hermanos/as se quedan en
Bolivia trabajando en el campo. Algunas parejas o madres/padres dejan allá algún
hijo/a mayor al cuidado de los abuelos/as o tíos/as. Muchas veces comparten el
alquiler de la tierra que producen, donde asientan sus casillas. Esta cercanía facilita el
mutuo cuidado de hijos/as en caso de necesidad” (Jelin, 2010).
Mayoritariamente oriundos/as de Tarija (sur de Bolivia) pero también hay
cochabambinos/as, chuquisaqueños/as y en muy menor medida potosino/as o
paceños/as. En sus lugares de origen se dedicaban al trabajo en el campo ya que
provienen de hogares campesino/as, aunque muchas de las mujeres salieron de niñas
o jóvenas de la casa pater-materna para ir a la ciudad más cercana a trabajar como
empleadas domésticas o niñeras.
Cuando la familia llega a la quinta se instala en la vivienda que se encuentra en el
predio ya que la producción requiere cuidado permanente, y suelen reproducir allí
ciertas tareas que realizaban como parte de su vida en el campo (criar gallinas, quizás
algún chancho o poni, rara vez tienen vacas). En general no son dueños/as de las
tierras ya que en los últimos 15 años su preció se elevó a valores inaccesibles para la

4
escala de ahorro o acumulación de los/las productores/as. Es por ello que arriendan la
tierra o trabajan como medieros en las tierras de otros. Estas diferentes formas
contractuales les permiten trabajar aprovechando los esfuerzos del núcleo familiar
completo.
De domingos por la tarde hasta sábados al mediodía, las jornadas laborales
comienzan muy temprano cuando de madrugada pasa el camión a retirar la verdura de
la quinta. Esto implica dejar a la tarde los cajones, con la verdura que fue encargada
por radio o teléfono, listos para ser estibados. Por la mañana la jornada comienza con
la preparación de los/las niños/as para ir al jardín de infantes o a la escuela y el
desayuno familiar. Si son muy pequeños/as aún implica también llevarlos hasta la
institución que puede quedar cerca o lejos de la vivienda. Luego comienza el trabajo
productivo en el invernadero o a campo. Allí transcurre toda la mañana hasta el
horario del almuerzo en que se corta la jornada en la quinta y se preparan los
alimentos. Se pasa a busca a los/las niños/as de la escuela, se almuerza y quizás se
duerme una pequeña siesta.
Por la tarde comienza nuevamente el trabajo, pero aquí participan de la labor junto
a los/las adultos/as también los/las niños/as y jóvenes realizando tareas según la edad.
Los/las niños/as ayudan con tareas simples, de poca fuerza supervisadas por un/a
adulto/a y en la medida que son más grandes las labores se complejizan. Antes o
después del trabajo en la quinta las jóvenes generaciones realizan las tareas de la
escuela supervisadas en ocasiones por los/las mayores/as.
A la tarde se prepara la merienda principalmente para los/las hijos/as menores y
quizás un mate o infusión para los/las adultos/as. Los/las más pequeños/as pueden
quedarse en la casa estudiando, jugando o mirando televisión mientras los/las
adultos/as vuelven al trabajo en la quinta. Cercana la noche se corta la jornada de
trabajo productivo y comienza el preparado de la cena, la realización de compras si no
se hicieron en la mañana y el baño de adultos y niños/as. Luego se come y se disponen
a descansar si no tienen que preparar la carga para el día siguiente.
Esta jornada suele alternarse con mañanas o tardes en consulta con el médico del
hospital o el centro de atención primaria de salud, sobre todo de los/las niños/as; con
la realización de compras de víveres o utensilios necesarios para la casa así como de
compras de insumos para la producción o la realización de trámites en el centro de la
ciudad. Rara vez se realizan visitas a casa de amigos/as y/o familiares en los días de
semana. Desde los sábados al mediodía hasta el domingo a la misma hora, los/las
productores/as no vuelven a la quinta salvo raras ocasiones. Estas 24 horas están
destinadas a fines no productivos.
El hecho de ser arrendatarios o medieros significa que hasta el final del ciclo
productivo no sabrán cuánto habrán ganado. La mayoría de los/las productores/as no
poseen puestos en los mercados concentradores (lugares a los que se destina gran
parte de la verdura producida y que son los generadores de precios) por lo que
dependen de los consignatarios a los que les entregan la mercadería y que la depositan
y/o venden finalmente. El mediero posee la característica de ser un trabajador a
porcentaje de lo producido y efectivamente vendido; mayoritariamente aporta la
fuerza de trabajo del núcleo familiar a cambio de trabajar en la producción de otro
quien aporta también los insumos para producir. Ambos vínculos, el del productor con
el consignatario y el del mediero con el productor, son tensos, llenos de desconfianza y
conflicto en tanto no existen entes ni contratos reguladores de estos vínculos

5
productivos y se encuentran al libre arbitrio de quienes ofrecen la verdura en el
mercado y venden sin ningún tipo de fiscalización del precio de venta ni de la cantidad
vendida (García, González y Lemmi, 2015).
Los/las horticultores/as platenses se encuentran dentro de la denominada
economía popular, esto significa que a priori no se cumplen para ellos/as los derechos
laborales que rigen para la economía formal 3. Sin embargo, el movimiento del cuál
forman parte las familias productoras que aquí se nombran posee un gremio propio
que otorga a sus afiliados obra social y algunos derechos de los que también gozan los
trabajadores formales4. Sin embargo, no alcanza a cubrir vacaciones pagas, aguinaldo,
aportes jubilatorios, licencias por enfermedad, embarazo, mater-paternidad, etc. Esto
lleva a que las familias productoras carezcan del acceso a derechos que en otras
esferas productivas permiten a sus trabajadores/as lograr mejores condiciones de vida.
Asimismo, resulta imprescindible destacar que diferentes investigadoras han
conceptualizado las condiciones de vida de las familias horticultoras como “situación
de pobreza” en tanto entendían a esta como la incapacidad de acceder a la satisfacción
de necesidades consideradas esenciales por una sociedad en un momento histórico
determinado, la exclusión y desigualdad de acceso a bienes económicos y simbólicos,
la vivencia de privaciones y el no alcance a un nivel de vida mínimo (Vitelli, 1996;
Attademo, 1999; 2000; Attademo y Salva, 2000). Esto se debe, entre otras variables, a
las precarias condiciones en las que viven: casillas de madera, agua no potable, gas
envasado y escaso, sin servicios de afluentes cloacales, baños exteriores a la vivienda,
precarias instalaciones de luz, entre otras (Lemmi, 2015).

Cuerpos productivos
Como adelantamos en la introducción, en la producción hortícola la esfera productiva
y reproductiva se encuentran unidas en tanto vivienda y trabajo comparten un mismo
espacio físico separado por una distancia de entre 10 y 100 metros. Por esto, resulta
dificultoso delimitar con precisión qué tareas corresponden a cada ámbito, quién las
lleva adelante, cuánto tiempo dedica a cada una de ellas y qué aporte económico
realizan, por lo que dar cuenta de ello requiere de un análisis minucioso de las
actividades desarrolladas en el ámbito productivo-reproductivo (Astelarra, 2006).
A partir de diferentes actividades y encuentros realizados junto a las productoras,
pudimos identificar en la esfera productiva al menos 19 actividades que se realizan al

3
La economía popular agrupa una gran diversidad de trabajos que se diferencian del trabajo típico
(asalariado formal) por una serie de características como el espacio de trabajo (vía pública, hogar,
espacio comunitario o taller); insertarse en distintos sectores de la actividad económica (agricultura,
industrial, comercial y de servicios); por agrupar distintas relaciones laborales (cuentapropismo familiar,
trabajo comunitario o cooperativo, y hasta patronal a veces); con distintas formas legales (trabajadores
informales, monotributistas, cooperativas o asociaciones civiles) (Maldovan Bonelli; Ynoub; Fernández
Moujan y Moler, 2017).
4
Desde el año 2011 los trabajadores de la economía popular lograron representación gremial
reconocida por el Estado desde la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP). Los
objetivos de la CTEP se vinculan con la construcción de políticas laborales, antes que sociales, teniendo
al Derecho del trabajo y la Seguridad Social como eje vertebrador de las demandas (Maldovan Bonelli;
Ynoub; Fernández Moujan y Moler, 2017). La CTEP se organiza por ramas de oficios, como los
carreros/as, cartoneros/as y recicladores/as; los/as campesinos/as; costureros/as; trabajadores/as
domésticos/as y de cuidado, entre otros (Grabois y Pérsico; 2014).

6
iniciar el ciclo productivo y de mantenimiento cotidiano de la producción. De estas 19
actividades sólo tres realiza únicamente el varón, una la realiza únicamente la mujer
mientras que las restantes 15 son tareas compartidas entre ambos géneros.
A partir de los relatos de las productoras se desprende que las tareas de: carpir,
sembrar-plantar-almacigar, hormonear, regar, atar, desbrotar, ventilar, cosechar,
seleccionar, embalar, cargar y descargar, venta, mantenimiento y reparación del
invernadero; son realizadas por varones y mujeres. Mientras que preparar la tierra,
curar y manejar el camión son tareas que en ocasiones efectúan ambos pero que
mayoritariamente son llevadas a cabo por el varón; encargar los insumos a las
agronomías es un trabajo realizado por las mujeres.
Sin embargo, la paridad observada en la realización del trabajo en la esfera de la
producción no se encuentra exenta de discriminación y situaciones en las que el varón
trata de posicionarse en una escala de mayor jerarquía que la mujer, tanto en
momentos concretos del ciclo productivo así como en la construcción subjetiva general
y abstracta del trabajo.
Es así que, por ejemplo, el trato con los camioneros consignatarios que realizan los
pedidos de verduras suele ser un momento de conflicto ya que el comprador no
acepta que la interlocutora sea una mujer y pide hablar con el “patrón”, el “dueño”, el
“marido”.

“Muchas veces que pasa que el camionero es así machista y no quiere hablar con las
mujeres, quiere hablar con el hombre.”
“(…) llamaba así y no me contestaba, entonces mi marido contestaba y ahí recién el
otro hablaba”.
“En mi casa me pasaba igual a mí. Llamaba quiero hablar con González. Escuchame
yo tengo un arreglo, yo hablo”.
“Viste que es por el precio porque los hombres no dicen nada pero una le pelea
más”.

Así como cuando se les consulta a los varones productores por las tareas realizadas
por las mujeres en la quinta ellos contestan que “ayudan”, “no trabajan”,
“colaboran”5. Porque las mujeres, a pesar de trabajar a la par del varón en la
producción, reciben un estatus teórico de “ajenidad”, les confieren
conceptualizaciones a través de otros, en tanto “ayudantes, colaboradoras de” (Durán,
2000).
Este discurso que ubica a las productoras como subsidiarias en el trabajo es
repetido en primera instancia por las propias mujeres, que al ser problematizadas al
respecto rápidamente pueden identificarse en su rol de trabajadoras y no como
ayudantes.

Tallerista: Quién hace la mayor cantidad de tareas?


Productoras: La mujer (bajito). Silencio (cuesta que lo digan).
“En mi caso él porque él agarra trabajos por afuera y trae plata, tiene ganancia
(plomería, electricidad)”.

5
Este discurso tan presente en la retórica masculina actual que alude a la mujer productora hortícola
como colaboradora en las tareas productivas ya fue explorado en investigaciones previas realizadas por
Silvia Attademo hace más dos décadas (1989-1990/1996-1997) (Attademo, 1997; 1999).

7
“En mi caso no porque si tenés trabajo en la quinta él se queda”.
Tallerista: Quién genera más plata? “El hombre.”
“Te jodés vos sola (risas) por pagarle a otro y lo podés gastar en otra cosa”.

En el caso de las tareas que en general son realizadas sólo por el varón (preparar la
tierra para iniciar el ciclo productivo, aplicar agroquímicos y manejar el camión) estas
son referenciadas como tareas que requieren “mayor fuerza”, “son más peligrosas”,
“manejar el tractor es difícil”, “la mochila de los remedios pesa mucho”. Y si bien en el
relato de las productoras estas tareas son identificadas como masculinas, ya sea por el
porte que presenta el tractor o el camión, así como su manejo (ya que muchas
productoras no saben manejar) o porque “los químicos son peligrosos” y las mujeres
no pueden enfermarse “porque cuidan a los niños”, lo cierto es que en algunas quintas
estas tareas también son realizadas por mujeres. Ya sea porque no hay otra persona
que las pueda llevar adelante, por gusto propio o por voluntad de las propias
productoras de empardar las tareas con el varón, cada vez se observan más mujeres
arriba de camiones y tractores o portando mochilas para la aplicación de
agroquímicos.
En este sentido puede pensarse el concepto de “techo de cristal” que en la teoría
feminista refiere a un límite invisible, pero presente, que impide a las mujeres poder
mejorar en la carrera laboral6 y que posee un componente objetivo propio de la
organización patriarcal y otro subjetivo que realizan las mujeres en cuanto a sus
limitaciones por género (Errázuriz, 2011). Si bien es un término que suele utilizarse
para mujeres trabajadoras del sector formal, en este caso puede ser pensado como el
límite que las propias productoras encuentran en la organización del trabajo pero que
también asumen como propio en relación a las tareas “más pesadas” o “peligrosas”
como son tractorear o fumigar. Ellas manifiestan que:

“Nosotras no podemos estar solas en la quinta. Se necesita el hombre para manejar


el tractor, para aplicar los remedios.”

Pero también mencionan:

“Hay mujeres también, porque aquí en La Plata yo iba al mercado y había mujeres.
Había una chica que descargaba igual que los varones”.

Con relación al aporte de trabajo transmutado en dinero que realizan las mujeres
en la esfera de la producción, pudo identificarse que el dinero que se gana trabajando
en la quinta como peón o se ahorra como mediero/a y/o productor/a es contribución

6
La horticultura forma parte de lo que se suele denominar economía informal. En este sentido, la
“carrera laboral” adopta formas diferentes que en el caso de la economía formal. Para el caso aquí
expuesto el objetivo de los y las productores/as radica en lograr alcanzar la propiedad sobre la tierra,
para luego poder administrar y dirigir la producción contratando para la realización de las tareas
manuales a otros/as trabajadores/as y aportando trabajo manual sólo si así lo desean. Para llegar hasta
allí las familias productoras realizan una escalera de ascenso social que pasa del peldaño de peón,
pasando al de mediero, luego al de productor arrendatario hasta el de productor dueño de la tierra
(Benencia, et al, 2009). Algunas mujeres anhelan poder estar al frente de la explotación sin depender de
las órdenes del marido u otros varones que les impongan condiciones, pudiendo compartir o
independizarse respecto de la toma de decisiones hacia adentro de la producción.

8
igualitaria de varón y mujer. En este sentido el aporte en dinero que realiza la mujer a
partir de su trabajo en la esfera de la producción es prácticamente igualitario al que
realiza el varón, aun cuando éste entienda ese trabajo, y por ende ese aporte
económico, como “ayuda” o “colaboración”7.

Cuerpos reproductivos
Cuando nos adentramos en la esfera de trabajo reproductivo y de cuidado 8, la
distribución de los trabajos se vuelve más inequitativa. En este sentido se pudieron
identificar 15 tareas de reproducción y cuidado de la vida. De esas 15 tareas: 11 son
realizadas sólo por las mujeres, mientras que una es llevada adelante casi siempre por
la mujer pero a veces por el varón y tres son compartidas por ambos.
Pudimos identificar aquí los rasgos clásicos atribuidos a la división sexual del trabajo
en tanto las mujeres productoras realizan prácticamente la totalidad de las tareas del
ámbito doméstico (Ginés, 2007). En dicho sentido, a partir del relato de las
productoras con las que hemos interactuado identificamos que los trabajos que
realizan sólo mujeres son: cocinar, limpiar, costurar, lavar la ropa; preparar, llevar y
traer a los/las niños/as a la escuela, ayudarles con las tareas, bañarles, cambiarles y
llevarles al médico y cuidados de la salud en general. Mientras que dormir a los/las
hijos/as, participar de reuniones de la escuela y los momentos de recreación son
tareas realizadas por las madres. Así mismo, realizar las compras de consumo cotidiano
es un trabajo realizado por las mujeres y a veces por los varones; y comprar la ropa,
alimentar a los animales (mascotas y chanchos, pato, gallina, poni) y participar de las
reuniones del movimiento son trabajos compartidos por ambos.
“Ellos llegan de la quinta, se lavan las manos, se lavan la cara, se tiran ahí en la
cama, miran la tele, quieren la comida”.
“Se sientan en la mesa, quieren la comida…”.
“yo lo siento mucho pero ayuda a ensuciar [el varón]”, “ayuda cuando no estoy”.

Cuando realizamos el cálculo del aporte dinerario realizado en la esfera del trabajo
doméstico indispensable para la reproducción de la vida pudimos identificar que la
totalidad del aporte es realizado por las mujeres de la casa. Dado que las horticultoras
sostienen ellas mismas dichos trabajos y no los tercerizan en otras mujeres, realizan un
ahorro en dinero que en otras familias de sectores medios y altos es destinado al pago
de trabajadoras domésticas y de cuidado9.
7
El cálculo fue realizado por las propias productoras en base al pago del jornal del peón rural, surco de
50mts, llenado de jaula o bandeja, tractor uso por hora, atar por lomo, pago por cajón embalado, por
cajón cargado y descargado, reparación de invernadero por metro.
8
Según la bibliografía consultada las tareas de reproducción son a aquellas actividades que se realizan
para permitir la subsistencia y la reproducción diaria de la vida. Las tareas de cuidado refieren a aquellas
labores que tienen como objetivo atender las necesidades de los miembros dependientes de la unidad
doméstica: niños, niñas, adultos mayores, enfermos o personas con discapacidad. Sin embargo también
reciben cuidados miembros de la familia que no son vulnerables, como los varones adultos quienes
hacen uso del poder y los privilegios que les otorga el sistema patriarcal que organiza la sociedad
capitalista. (Ginés, 2007; Calero, et al, 2015; Franco Patiño, 2010).
9
El cálculo fue realizado por las propias productoras en base al salario de la empleada doméstica por
hora, enfermera por hora, apoyo escolar por hora, transporte escolar por mes, cocinera por hora, niñera
por hora, por arreglo de costura, jornal del peón rural. Se debatió en los casos correspondientes si la
tarea era propia de la “niñera” o de la “profesora de apoyo escolar”.

9
Sin embargo, el aporte realizado a la unidad doméstico-productiva a partir del
trabajo de reproducción y de cuidado no es valorado por el varón como trabajo. Las
productoras entienden que esta desvalorización proviene de que el trabajo doméstico
y de cuidado no hace un aporte dinerario directo (en billetes materiales y tangibles)
“que pueda servir para comprar otras cosas”, además de que es un trabajo que se
consume casi al mismo tiempo en que se realiza por lo que su invisibilidad es aún
mayor.
“(...) lo que pasa que el trabajo de la mujer no se ve como el trabajo del hombre,
que tiene en la quinta dos horas que se quede y dos horas que vaya a la casa y vos dos
hora que lavas, cocinas y limpias y lo que hiciste en menos de media hora se evaporó,
chau fuiste, y es más vos tenés que lavar los platos, limpiar…y eso es lo que los
hombres no ven, más que todo en la quinta”.
“Claro, de ellos se ve el trabajo que hacen porque lo curan, por ahí van a preparar la
tierra con la aradita surquear ese para plantar, entonces se nota lo que ellos hacen y lo
que nosotras hacemos en la casa no.”

Tal como lo expresan Femenías y Soza Rossi (2012), el trabajo doméstico de las
mujeres productoras entran en el orden de lo efímero que se autodestruye (se
consume) en su misma rutina naturalizada. En ocasiones son las propias productoras
las que encuentran dificultades para identificar su propia labor reproductiva y de
cuidado como trabajo no remunerado.
“Es que es el trabajo duro que tiene la quinta, se cansan, salen muy cansados los
hombres”.

Un tercer eje de trabajo no remunerado refiere a las tareas de cuidado socio-


comunitario que realizan las productoras. Las mujeres del movimiento se encargan de
gestionar los “merenderos” o “copas de leche” una vez por semana o cada 15 días, en
general los días sábados que es “cuando tenemos libre”. Allí se juntan las horticultoras
con sus hijos/as a preparar la merienda o comida (según qué alimentos hayan enviado
de la Ministerio de Desarrollo Social de la Prov. de Buenos Aires) propiciando un
momento de encuentro y recreación para los/las niños/as. Esta actividad comenzó a
realizarse el único día que en las quintas no se trabaja, momento en que los
productores y sus hijos adolescentes varones se van a jugar al futbol con amigos y
vecinos y las mujeres se quedan en la casa haciendo las tareas domésticas que no
logran realizar en la semana como costurar, lavar ropa, limpiar la casa. En este sentido,
los lugares y momentos para la recreación de mujeres y niños/as en las quintas son
prácticamente inexistentes, lo que es una preocupación para ellas:
“No existe pero bueno. No, olvídate [la recreación de los/las niños/as]”. “Ninguno”.
“Cuando salís con tus hijos y tu marido les llevas al parque…”, “la mamá a veces y el
papá nunca”, “te vas al hospital, y …y te vas a alguna parte y los llevás”.

Vemos como el hecho de que las mujeres sean las encargadas de la totalidad de las
tareas domésticas y de cuidado redunda en la imposibilidad de distinguir tiempos de
trabajo de tiempos de ocio, no pudiendo disfrutar de un tiempo propio (Femenías y
Souza Rossi, 2012; Errázuriz, 2011).
Y si bien estos encuentros de los sábados, que en inicio fueron propiciados por la
realización de copa de leche, dieron lugar al encuentro entre mujeres, lo cierto es que

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ellas manifiestan estar allí “por los chicos”, “para que ellos salgan, viste”, “para que
hagan algo, sino van a la escuela, vuelven a casa, no hacen nada más.”.
Un dato importante a ser destacado radica en la ausencia de jardines maternales y
de infantes, tanto de gestión pública como privada, en la zona periurbana de la ciudad.
Y si bien en la Argentina existe una ley sobre Convenios Colectivos de Trabajo que
indica que en los establecimientos que posean más de 50 trabajadores/as debe haber
un jardín maternal, esto se cumple escasamente dentro de la economía formal y
menos aún en el ámbito de la economía informal o popular como es el caso de los/las
productores/as de hortalizas (Calero et al, 2015). Esto redunda en que los/las niños/as
se queden en su casa, incluso hasta el inicio de la escuela primaria.
Dada la escasa red de contención familiar que poseen estas mujeres migrantes, que
en general han llegado a la Argentina sólo con sus parejas quedando el resto de las
mujeres de su familia en su país de origen, las tareas de cuidado quedan a su cargo aun
estando ellas trabajando en la quinta junto al varón. Podemos ver aquí similitudes con
lo que Rosario Aguirre plantea para el caso uruguayo, en tanto en la Argentina también
se ha ampliado el rango etario de la escolarización obligatoria sin tener en cuenta las
demandas originadas por las mujeres madres y sin una efectivización por parte del
estado de los derechos educativos adquiridos. Tal como ella expresa “La protección de
los derechos de los niños a la educación, requiere al mismo tiempo tener en cuenta los
derechos de las madres y responsabilidades familiares y estatales” (Aguirre, 2000: 78).
El varón productor autoriza las salidas de las mujeres y los/las niños/as los sábados
en tanto las considera positivas“(...) si es por lo chicos está bien”, delegando una vez
más las tareas de cuidado en las mujeres. Podemos observar como los varones no
asumen responsabilidades de paternaje y cuidado de sus hijos/as; y si bien los
horticultores, en relación a varones de otras clase sociales y profesiones, trabajan en
condiciones de enajenación al igual que las mujeres, disponen dentro del ámbito
privado de un espacio de esparcimiento creativo (Errázuriz, 2011).
“Una vez a mí me pasó, yo vi. Un chico que se trabó algo en la nariz, viste, no podía
respirar y le han llevado al hospital y el marido le decía a la mujer que se mataba
trabajando en la quinta, lavando, cuidando de los chicos y le dijo ‘¿por qué no lo ves,
por qué no lo ves vos?’, y estaban los dos trabajando en la quinta, los dos son
responsables; y él no valoran nada. Le echaba la culpa a la mujer nomás y los dos
estaban en la quinta y él le culpaba a ella, ella y nada más, porque la obligación es sólo
de ella”.

Judith Astellara, retomando a Torns, realiza una importante reflexión respecto del
“padre ausente”, figura que ha tenido un gran consenso social en tanto el “varón
proveedor” se transforma en “víctima” que “no puede” ver a sus hijos porque sus
disposición horaria y dedicación al trabajo “no se lo permiten”. De esta forma recae
sobre las mujeres la preocupación de, poder o no poder, conciliar vida familiar y vida
laboral (Torns, 2005 en Astelarra, 2006).
En este sentido el peso que posee el imaginario cultural construido bajo el sistema
patriarcal que indica que la mujer debe quedarse en la casa a realizar exclusivamente
las tareas de reproducción y cuidado del grupo familiar en su conjunto (Errazuriz, 2011;
Franco Patiño, 2010) se contrapone, en el caso de la producción de hortalizas, con el
hecho real de la triple jornada laboral que las propias productoras realizan. Es así como
ellas son las principales afectadas por la pobreza de tiempo, en tanto registran una

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fuerte inserción laboral mientras que continúan siendo las principales cuidadoras en el
hogar no pudiendo disponer de tiempo para el ocio (Calero et al, 2015).
El hecho de participar en un movimiento de carácter social-gremial ha permitido
que las productoras vayan tomando conciencia de su propio hacer, del valor de su
trabajo y de las posibilidades de igualación que existen con los varones tanto a nivel
productivo, como doméstico y político. En los espacios de reflexión que compartimos
con ellas hemos podido indagar en qué medida se reconocen como sujetas políticas y
problematizar las desigualdades que vivencian en tanto tales.
Como señalamos con anterioridad, muchas se asocian al movimiento como una
estrategia de reproducción más y, poco a poco, van construyendo sentidos respecto de
su participación en la organización. La discusión colectiva permitió analizar cómo la
invisibilización del trabajo doméstico y de cuidado- no remunerado, ni reconocido y,
por ende, desvalorizado- se hace extensible a la organización. Quedaron al desnudo los
obstáculos que tenemos las mujeres para efectivizar la paridad con los hombres, es
decir, la doble o triple jornada de trabajo que recae sobre nuestras espaldas por un
lado, y el funcionamiento históricamente patriarcal de los ámbitos de participación
política, por otro (Ferreyra, 2015).
Ambos obstáculos entroncan con la noción de sistema patriarcal. Como ya fue
expresado, un eje central de este sistema fue la histórica división sexual del trabajo y
una serie de creencias que se fueron construyendo en relación al ser varón y ser mujer
asociados a los mismos (Femenías y Soza Rossi, 2012; Astelarra, 2002; Pateman, 1983).
Este sistema ha diferenciado entre trabajo productivo y trabajo reproductivo y entre
las nociones de esfera pública y esfera privada (Hipertexto PRIGEPP Democracia, 2017,
1.1). Astelarra sostiene que la organización del sistema político se encuentra
determinada por el sistema de género. Para la autora la política se ha desarrollado
desde sus orígenes en oposición a la esfera de lo privado, entendida esta como lo
doméstico.
Así vemos un discurso que invisibiliza el trabajo doméstico y de cuidado porque “así
debe ser”; desvaloriza el trabajo productivo con el argumento que es una “ayuda”, una
“colaboración”; y el trabajo socio-comunitario porque “se hace a voluntad”, “no es
indispensable”. En este sentido, la voz de las productoras es elocuente:
“La mujer está más pendiente de los nenes”.
“Por ahí te ponés a cocinar algo diferente y ni siquiera te dicen ‘Ay mirá esto’”, “a
veces te dicen ‘está rico, no sé si tenía hambre o qué’”.
“Lo que nosotras hacemos no es nada para ellos”,
“Es algo fácil para ellos, siempre cocinan mejor que una pero no lo demuestran”,
“Es la obligación de la mujer para ellos”.
“Cuando hay mucho trabajo el hombre no va [a las reuniones del movimiento]”;
“Cuando es celoso obviamente el hombre va a estar primero”, “tiene que asegurarse”,
“Van hombre, ojo van a mirar las mujeres” (tareas políticas).

Las productoras proponen algunas acciones posibles. En primer lugar, crear rondas
de varones críticos, es decir, espacios donde los varones puedan hacer conscientes y
cuestionar sus privilegios. En segundo término, crear y consolidar espacios de
encuentro entre mujeres que permitan fortalecer sus vínculos, tener un espacio de
ocio propio y reflexionar sobre las problemáticas que vivencian. Por último, se
menciona la importancia de ir generando, poco a poco, nuevos pactos con sus

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compañeros de vida y organización desde la idea de corresponsabilidad en lo
productivo, lo reproductivo y la participación político- gremial.

Reflexiones finales
En esta investigación nos propusimos reconstruir las interrelaciones y tensiones
existentes entre las tareas de producción hortícola, las de reproducción de la vida y
aquellas que insume participar en un movimiento de productores/as, llevadas adelante
por las mujeres productoras de hortalizas del Gran La Plata. Pudimos dar cuenta en
estas páginas de la existencia de una triple jornada laboral para las mujeres
horticultoras que abarca: el trabajo productivo bajo el invernadero a la par del varón,
las tareas de cuidado y reproducción de la vida intrahogar exclusivamente a su cargo y
las tareas sociocomunitarias y gremial-políticas como militantes de un movimiento de
pequeños/as productores/as.
Como fue expuesto por las mujeres que participan de las rondas, ninguna de las
jornadas laborales llevadas adelante por las productoras tiene un reconocimiento ni
una valoración familiar-parental, social ni política. En el caso de las productoras, el
hecho de que unidad doméstica y productiva se encuentren juntas abona a esta
invisibilización, en tanto hogar y trabajo productivo parecerían ser lo mismo, un mismo
sitio y un mismo tiempo.
El trabajo de índole productivo que realizan en la quinta a la par del varón es
considerado por éste como “ayuda”, “complemento” del trabajo principal que sería el
suyo. Sin embargo, al reflexionar junto a ellas sobre esta situación las productoras
pudieron dar cuenta, y visibilizar para sí mismas y para otros/as, el aporte central de
su trabajo productivo a la economía familiar. El hecho de compartir las tareas
productivas y tener en claro el valor económico que posee este trabajo les permite
tener claridad respecto de su rol en la producción y en este sentido darle visibilidad y
demandar su valorización tanto en la esfera intra-familiar como social.
En relación al trabajo reproductivo y de cuidado, pudimos reconstruir junto a ellas
las actividades que realizan cotidianamente para que el grupo familiar pueda vivir día a
día, dadas sus circunstancias, en el mayor bienestar posible. Fue así que pudieron
reconocer no sólo las tareas que llevan adelante sino que pusieron en palabras algo
que tienen muy claro: que casi la totalidad de las mismas son realizadas
exclusivamente por ellas, delegando el varón sus funciones de paternaje y de
autocuidado en sus compañeras.
En este sentido las productoras también visibilizaron la imposibilidad de contemplar
tiempos para el ocio y autocuidado personal, no sólo porque su triple jornada laboral
no se los permite, sino porque intra-familiar y socialmente no les está permitido el
goce y disfrute para sí mismas, teniendo una vez más que convertir este derecho
negado en un frente de lucha. Por último, se pudieron identificar las actividades que
devienen de las esferas socio-comunitarias y político gremial, dónde la discriminación y
desvalorización del accionar y la palabra de las mujeres es un hecho cotidiano.
Para concluir, nos gustaría agregar que es notorio el cambio que han transitado, en
los últimos dos años, las mujeres horticultoras a raíz de su participación en el
movimiento y, en particular, en los espacios de mujeres. A partir del intercambio con
otras han podido problematizar y poner en palabras las desigualdades que viven
cotidianamente por su condición de género resultando esto en un aumento de sus

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niveles de empoderamiento y libertad hacia adentro del grupo familiar y en el espacio
gremial-político. Esperamos que este escrito se constituya en una herramienta más de
visibilización del trabajo de las productoras y que ayude a avanzar en la lucha por la
paridad y valorización de las mujeres en todos los ámbitos y relaciones de la vida.

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