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PRESENTACION

ATRIO DE LOS GENTILES


“ORIGEN DE LA VIDA: ¿EXISTE UN CREADOR?”
Alvaro Fischer Abeliuk
11 de Julio 2013

Buenas tardes.

Agradezco a la Dirección Pastoral de la PUC la invitación a participar


en el proyecto “Atrio de los Gentiles”, que busca establecer un
diálogo respetuoso entre creyentes y no creyentes respecto de temas
fundamentales de nuestro entendimiento del mundo, así como de la
apreciación y valoración de nuestra interacción como individuos en
nuestra sociedad.

Si este encuentro estuviese ocurriendo hace 2000 años atrás, en su


sitio original, el templo de Jerusalén, dado mi origen judío,
probablemente yo hubiese sido el anfitrión, y el “gentil” invitado al
atrio hubiese sido Rafael, pero hoy día, aquí en Santiago, la situación
es la inversa.

Hemos sido invitados a dialogar sobre el origen de la vida y a


responder si ella proviene de la existencia de un creador. Permítanme
poner mis cartas encima de la mesa desde el inicio.

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Yo “creo”, y subrayo el verbo creer, porque me parece que es el verbo
pertinente, y sobre esto volveré más adelante, que la vida se formó a
partir de materia inerte, por medio de procesos naturales, que no
requieren de la existencia de un creador. A continuación, intentaré
fundamentar esta afirmación.

En primer lugar, yo creo que para entender el mundo en que vivimos,


la mejor herramienta que tenemos es la ciencia y el método científico,
es decir, la formulación de hipótesis explicativas de las regularidades
observables, que se puedan contrastar con la evidencia empírica,
someter al escrutinio de los pares, las que luego se transforman en
teorías tentativamente válidas del mundo y que se modifican cuando
la evidencia empírica así lo indique. Tomando entonces esa
perspectiva, de acuerdo a la ciencia, o, más bien, al “mainstream” de
la ciencia, la hipótesis más plausible que disponemos respecto del
origen de la vida es que ésta se generó a partir de la explosión
combinatoria en la composición e interacción de moléculas
complejas, que permitieron que en algún momento de ese proceso y
en ciertas lugares y condiciones, aparecieran moléculas auto
replicantes, así como variantes de ellas, sobre las que la selección
natural darwiniana comenzó a operar, dando origen luego al RNA, y
posteriormente al DNA, la célula, y el resto del proceso evolutivo que

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conocemos, que desembocó finalmente en los seres humanos. En
otras palabras, creo que la transición de la química a la biología no
requiere de componentes ni esencias distintas de las de la materia y
energía conocidas, sólo de las leyes de la física y la química, además
de ciertos niveles de complejidad molecular que admitan una
explosión combinatoria suficientemente vasta, de modo que la baja
probabilidad de encontrar moléculas auto replicantes se contrarreste
con el altísimo número de opciones desde donde escoger. Ellas
permitieron el ensayo trillones de opciones, variantes unas de otras,
de las cuales se retuvieron aquellas que admitían la auto replicación,
originando así la trayectoria que dio lugar a los organismos vivos, a
partir del Ultimo Ancestro Común Universal, LUCA en inglés, y, por
lo tanto, la vida, en esa perspectiva, sólo corresponde a
configuraciones de partículas especialmente complejas e
improbables, pero no a la obra de un creador.

Sabemos que es muy difícil definir la vida, especialmente en los


márgenes borrosos en que su carácter animado es menos evidente. Por
lo tanto, tratar de hacerlo es un esfuerzo poco constructivo. Adam
Rutherford, en su reciente libro, “Creation: The Origin of Life”, nos
recuerda que todos los procesos que caracterizan a los organismos
vivos son bioquímicos y comprensibles científicamente: la
producción de proteínas, su plegado tridimensional, la codificación y

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replicación de información por el DNA, la manera como las células
adquieren oxígeno, bombean energía o expulsan anhídrido de
carbono, entre tantos otros. El paso de la química a la biología no es
un salto que ocurre en un momento preciso del tiempo o se captura
mediante un evento instantáneo, ni siquiera se define por una lista de
atributos sobre los que hay que verificar si están o no están presentes,
sino que más bien se trata de una trayectoria acumulativa de
transiciones desde lo inanimado a lo vivo. Más aún, el mismo
Rutherford reproduce la definición informal que la NASA da al
respecto: dice la NASA que para reconocer si algo está vivo, se debe
mirar si sigue una evolución darwiniana (variación y selección,
además de reproducción y herencia). If it’s darwinian, it’s alive
resume esa idea.

Esa afirmación no es trivial. Significa que la vida no apareció en una


sopa primordial, como se creyó durante mucho tiempo, sugerida en
cierto modo por el propio Darwin al final de su libro y acuñada
literalmente por el mismo J.B.S. Haldane, y que fue lo que intentó
mostrar empíricamente en 1953 Stanley Miller, con su famoso
experimento en que puso un conjunto de ingredientes bien escogidos
y les introdujo energía por medio de descargas eléctricas, dando como
resultado aminoácidos claves para la vida. No, la vida requiere que
haya procesos bioquímicos sofisticados que permitan fabricar los

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elementos que componen las células, es decir, los componentes con
que se construyen todas las células, pero además, que éstas tengan los
códigos de información y de procesamiento bioquímico que les
permita auto replicarse o reproducirse. La secuencia precisa de cómo
esos procesos ocurrieron no se conoce, y es posible que nunca se
conozca, pero sí es posible que se puedan reproducir condiciones que
simulen partes de ese proceso, que le den aún mayor plausibilidad a
esa hipótesis. El avance de la ciencia está cada vez más cerca de
lograrlo. Los experimentos de Lane en el edificio Darwin del
University College London, simulando condiciones de temperatura,
materiales y disposiciones geométricas del fondo marino de hacer 4
billones de años atrás, lo ilustran con convincente realismo.

Si, por las razones expuestas, lo que acabo de decir constituye una
hipótesis plausible, entonces cabe preguntarse por la relación que eso
tiene con la existencia de un creador. La recién bosquejada respuesta
de la ciencia respecto del origen de la vida – que aunque no es
completamente concluyente, sigue continuando en su avance a serlo
– no requiere de la presencia de un creador, ni siquiera para los seres
humanos. Eso avalaría mi afirmación inicial que creer en él no es
necesario para tener una explicación del origen de la vida. Sin
embargo, el que la vida provenga de la interacción natural de materia
inerte siguiendo las leyes de la física y la química, no resuelve el

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origen del repositorio de partículas y de energía que permite que esos
componentes inertes se organicen de maneras complejas y
evolucionen hasta llegar a ser organismos vivos. Por lo tanto, la
pregunta por la necesidad de un creador se traslada al nodo anterior,
al del origen del universo. Aunque en la versión que acabo de dar, el
origen de la vida deja de ser misterioso, eso no le quita misterio al
origen del Universo. Y aunque la ciencia tiene una respuesta -
incompleta, es cierto - del origen del universo - el Big Bang, la
aparición espontánea a partir de la nada de partículas de materia y
antimateria, o a partir de infinitesimales fluctuaciones cuánticas – ello
no resuelve, efectivamente, lo que ocurría antes del Big Bang, o cómo
es que éste se originó. Y aunque uno podría argumentar que el
concepto de tiempo antes del Big Bang pierde sentido, pues se trata
de categorías de comprensión de la naturaleza contingentes a las
características de la evolución de nuestro sistema nervioso central y
sus capacidades cognitivas y categorías epistémicas, como tiempo y
espacio, el problema no queda completamente resuelto.

A la luz de lo anterior, entonces, analicemos la necesidad lógica que


la discusión presentada nos lleve o no a la creencia en un creador. Para
hacerlo, es necesario recordar que la creencia en un creador tiene, en
general, dos versiones: una deísta y una teísta. La primera afirma que
el creador existe sólo como agente creador del mundo y de las leyes

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que lo rigen, porque después se transforma en un “espectador” inerte
de su desarrollo siguiendo esas leyes. En ese escenario, ello
desemboca, de acuerdo a la historia que la ciencia ha construido, en
el origen de la vida al que hemos hecho referencia. La segunda
versión, la teísta, afirma que, además, ese creador interviene en
nuestras vidas, especialmente en las vidas humanas, dando guías
morales, otorgando consuelo, concediendo favores u ofreciendo
recompensa eterna.

Si el creador se introduce sólo para tener un punto de partida para la


creación del universo – la versión deísta -, entonces se hace necesario,
para darle coherencia al argumento, explicar cómo se creó ese
creador, y como esa pregunta se puede repetir indefinidamente hacia
atrás, se produce una regresión infinita, que finalmente no resuelve el
problema, porque, ¿dónde se detiene esa cadena?

Algunos afirman que ella debe detenerse en el primer eslabón, en el


primer creador. No se puede tener una regresión infinita, dicen,
porque es necesario partir en alguna parte. ¿Es eso así? ¿No es acaso
el infinito una noción posible? ¿Hay una necesidad lógica que obligue
a ello? No la veo. Más aún, ese creador, ¿cuánto tiempo ha estado
existiendo antes de crear el universo? ¿Un tiempo limitado? ¿Y antes
qué pasaba? ¿Un tiempo infinito? ¿Entonces, sí se admiten ciertos

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infinitos? Me parece que todas estas elucubraciones son muy
confusas. Volveré sobre ellas al final, cuando me refiera al verbo
“creer”.

Si se trata de la versión teísta de un creador, aquélla en la que el


creador interviene en la vida de las personas, entonces, debemos
presumir que esas vidas no seguirán el curso natural que las leyes de
la física dictan, ni tampoco sus consecuencias químicas, biológicas o
psicológicas, sino el curso que el creador disponga, con lo cual las
acciones de ese creador y lo que ciencia especifica sobre cómo
funciona el mundo, entrarían en contradicción.

Entonces volvemos al punto de partida. Si seguimos el camino de la


ciencia, no requerimos de la existencia de un creador para explicar el
mundo, aunque la explicación que logramos es, por ahora,
incompleta. Si seguimos el camino de creer en la existencia de un
creador, llegamos, o bien, a uno que no nos sirve como ayuda o
consuelo (la versión deísta), o bien, a uno que puede potencialmente
alterar las leyes de la ciencia (la versión teísta), y además, desde el
punto de vista de las explicaciones, no hemos avanzamos nada, puesto
que la explicación que nos da la existencia de un creador es una que
nada explica, precisamente porque sin decir nada, supone que explica
todo.

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Sin embargo, admito que a pesar de creer en la ciencia como la manera
de entender el mundo, no tenemos una prueba definitiva, o un
imperativo lógico incontrarrestable, que nos asegure que el camino de
la ciencia es “el camino” que nos conduce al conocimiento del mundo.
Ello es sólo una suposición inicial que hacemos, basada en el hecho
que describir las leyes que rigen las regularidades observables, lo que
hace la ciencia, nos ha dado hasta ahora buenos resultados. Pero sigue
siendo un supuesto. Sin embargo, tampoco disponemos de algo que
nos pruebe, empírica o lógicamente, la existencia (no la coherencia
del concepto) de un creador. Sólo podemos “creer” en él. Es decir,
cuando escogemos uno u otro camino, lo hacemos como un acto de fe
inicial, porque “creemos” que ese camino es el adecuado, o sea,
porque nos formamos la convicción de que eso es así. ¿Y cómo se
forman las convicciones? ¿Qué son las convicciones?

Yo creo que la convicción de que algo es de una cierta manera,


corresponde a un estado neuronal-emocional de nuestro sistema
nervioso central, que es el que nos provee de esa certeza. Por ejemplo,
si a alguien se le presentan antecedentes de un crimen, esa persona
puede formarse la convicción de que un cierto personaje es el asesino,
y ello puede ocurrir por dichos de testigos, por pruebas
circunstanciales, o por otras causas, que le hacen tener esa certeza.

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Ella no se basa en una prueba lógico-matemática, independiente de
nuestro sistema de interpretación de la realidad, sino que corresponde
a una afirmación interna, apoyada en nuestro circuitaje neuronal, que
nos insta a creer y actuar sobre esa base.

Nuestro sistema nervioso central está permanentemente construyendo


esquemas explicativos de la realidad, fundamentales para establecer
nuestras conductas. Los tenían nuestros antepasados cazadores-
recolectores para poder ganarse la vida, y estaban basados en las
recurrencias de los fenómenos que los rodeaban, un método que
podríamos describir como antecesor de la ciencia, o lo tenían antiguos
gobernantes y sus sacerdotes, basados en la astrología o en la
existencia de seres sobrenaturales, antecesores de las creencias en un
creador. La construcción más elaborada de estos esquemas
explicativos de la realidad ha dado lugar, en la actualidad, a las
explicaciones científicas o a las explicaciones religiosas o
sobrenaturales.

Pero cuando examinamos desde un punto de vista epistemológico el


fundamento de nuestro conocer, no queda otra opción que partir de
algún supuesto, del mismo modo como el edificio de la Matemática
requiere de un grupo de axiomas en el cual basarse para ser
construido. Las personas debemos partir por creer en algo para

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construir nuestras explicaciones del mundo. Podemos creer en el
método científico, o podemos creer en la existencia de un creador. Esa
es la importancia de utilizar el verbo “creer” que mencioné al
principio. Ese es el verbo epistemológicamente correcto a usar.

Algunos creemos en la ciencia como el punto de partida. Otros creen


en el creador como punto de partida. ¿Cómo escoger? En eso, creo
que todavía hay espacio para hacerlo, pero, a mi modesto entender,
cada vez va quedando menos. El creador en la versión deísta
prácticamente se confunde con el universo mismo, como decía Baruj
Spinoza, y el creador en la versión teísta, fácilmente entra en
contradicción con la ciencia. Yo soy, voy a repetirlo, de los primeros,
de los que cree en la ciencia sin creador. Pero, tengo respeto por los
segundos, por los que creen en un creador, siempre y cuando ese
respeto sea recíproco. Y como de eso se trata, finalmente, este “Atrio
de los Gentiles” al que nos han invitado a participar, expreso mi
respeto por todos quienes en esta sala tienen una posición distinta a la
mía en esta materia.

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