El presente tema constará de dos instancias con dos diferentes finalizaciones.
En la primera instancia, luego de una breve introducción del ascenso del Reino Franco y de la Dinastía Merovingia, se analizará la evolución histórica de la Dinastía Carolingia con especial énfasis en Carlomagno, de acuerdo a su relación con la Iglesia y su toma de poder. En la segunda, se analizará la organización política, social y económica del Imperio en función de la relación con el feudalismo, marcando el comienzo de su etapa clásica, finalizando con una conclusión acerca del concepto de Estado cuya significación determina el llamado Renacimiento Carolingio.
Dedicaremos en principio, algunas palabras acerca del Reino Franco y su
consolidación. Provenientes de las tribus germánicas conocidas como salios y renanos, según Balard se trató de “el único pueblo bárbaro que no pierde contacto con su patria de origen”, algo que los benefició a través de una posición de alianza, mediante la cual fueron progresivamente ocupando el Bajo Rin y la actual Bélgica. A través de conquistas y acuerdos diplomáticos, se consolidaron como un reino resistente funcionando como una confederación de pequeños pueblos. Aquí se destaca una figura preponderante como lo fue el rey Clodoveo (Clodweg), quien obtendrá valiosas victorias que permitieron la anexión de tierras fértiles como Borgoña, Provenza, el norte de la Península Itálica y Burgundia (esta diplomáticamente); así podemos indicar que hacia el S. VI existía una hegemonía del Reino Franco en occidente. Su victoria en la guerra le otorgó respeto; sus sucesores, a través de él, crearon una dinastía en base a la figura del rey Meroveo, dotada de elementos míticos, para legitimar su poder real. Fue el origen de la llamada Dinastía Merovingia. Su “golpe genial”, según Le Goff, fue sentar las bases para la futura estrecha relación del reino con la Iglesia; su conversión directa al catolicismo, algo que lo diferenciaba con los otros reinos germánicos arrianos. Esta ganaba en poder, en cuanto contaba desde aquí con un brazo armado para enfrentar la autoridad eclesiástica de Bizancio. No obstante, el poder merovingio cayó a través de una tradición germánica que será una aspecto decisivo de aquí en más, para todos los sucesores y que es preciso resaltar, la patrimonialidad del reino; era costumbre en los pueblos germánicos, un reparto del reino entre los hijos del rey que en este caso, fue llevado a cabo por Clodoveo para sus hijos en cuatro regiones: Neustria, Austracia, Borgoña y Provenza. Esto condujo a numerosas guerras fratricidas que acabaron en nuevos repartos y reunificaciones. He aquí el surgimiento de una figura fundamental; el mayordomo de palacio, al cual Balard define simplemente como “un administrador de los dominios reales”, de carácter aristocrático, eran los que en la práctica se encargaban de la tarea de gobernar. Luego de que estos se situaran “a la cabeza de la nobleza”, aparecerá Pipino II de Heristal, quien intentó reunificar el reino y ganó el derecho al vencer a sus detractores en la Batalla de Tertry (687), quedando como único gestor al margen de los reyes merovingios, ya nominales. Sin embargo, su hijo Carlos, consolidará el poder de los mayordomos a través de una extraordinaria política agresiva hacia principios del S.VIII; unirá las rivales Neustria y Austracia y someterá a alamanes, frisones y bávaros (quienes volverán a sublevarse más tarde). Pero será su gran victoria en Poitiers, deteniendo a los musulmanes que habían invadido la Península Ibérica, la que tendrá gran valor simbólico; su ejército fue calificado como europeo, a partir de un documento proveniente de un monje toledano según el autor Sergi, lo cual equivalía a cristiandad, por lo que la vinculación con la Iglesia se estrechará más a partir de este momento. La evangelización ya se había convertido en una “auténtica empresa pública”, según Balard, ya no era obra de hombres libres aislados de la política desde tiempos de Pipino de Heristal.
Pues bien, el origen de la Dinastía Carolingia consolidó dos aspectos; el poder
político real del Reino Franco sobre la aristocracia y una cohesión con la Iglesia, lo cual a la postre llevará a un enfrentamiento por el poder occidental. Siguiendo con la patrimonialidad, Carlos (apodado Martel por su victoria en Poitiers) dividió su potestad entre sus hijos Pipino y Carlomán. Con la retirada de Carlomán a un monasterio, Pipino el Breve quedó como único regente; no obstante, carecía de un poder real legítimo para dominar a los príncipes locales, constantemente sublevados. Para ello, Pipino obtiene la legitimación de acuerdo a la palabra del papa Zacarías, logrando su cometido. Esto supuso una usurpación de la corona merovingia, cuyo último rey fue recluido, dando origen a la Carolingia y así, según Balard al “carisma de la gracia divina” puesto que, según sus palabras, “No son ya los poderosos quienes ponen reyes, sino Dios. Asistimos al nacimiento de una nueva legitimidad”. La Iglesia fue recompensada por su ayuda con la atribución de las tierras tomadas de los lombardos, al norte de la Península Itálica, que conformaron los Estados Pontificios. No obstante, el enfrentamiento fue inminente tras los hechos que pasaron a continuación; El Papa era el intermediario de Dios, sin embargo la consagración de Pipino había sido realizada por un obispo que él mismo ordenó, no ocurrirá lo mismo con la coronación de su hijo Carlos. Según palabras de Le Goff, “El restablecimiento del Imperio en Occidente parece haber sido una idea del pontífice y no de Carlomagno. Este tenía puesto su empeño sobre todo en consagrar la división del antiguo Imperio romano en un Occidente del que él sería jefe (…) quería que el reconocimiento de esta soberanía temporal fuese corroborada por un rey superior a todos los demás”. Continuando con la patrimonialidad, Pipino el Breve lega un reino apoyado por el papado a sus hijos Carlomán y Carlos, quien quedará como único rey al morir su hermano. Este, como era tradición, debió ganarse el respeto de sus hombres a través de la guerra y lo logró en grado sumo; entabló una larga guerra contra los sajones que impusieron fiera resistencia en base a sus creencias paganas, aunque sin éxito. Asimismo, bajo campañas de relativo éxito volvió a contener a los musulmanes en los Pirineos (su hijo y heredero Luis consolidaría el control sobre esa zona) e incorporó a los ávaros. El botín obtenido de estas incursiones fue generosamente repartido entre sus servidores a los cuales hace prestar juramento de fidelidad, para evitar complots; esto sentaría las bases del vasallaje, a lo cual nos referiremos más adelante. Estas operaciones, según Emilio Mitre, tuvieron “mucho de guerra santa”, debido a su carácter evangelizador, ya mencionado anteriormente. La coronación de Carlomagno representó formalmente el restablecimiento del Imperio romano en Occidente, bajo la bandera de la cristiandad. Pero fue un momento controversial. En la Navidad del 800, Carlomagno es coronado por el papa León III en la Basílica de San Pedro, colocándole la corona antes de la aclamación de sus hombres (así se dignificaba al Emperador en el Antiguo Imperio), lo que, según Balard, “no era el orden tradicional de las ceremonias”. En un mundo donde primaba la gestualidad por encima de las expresiones orales, este gesto del Papa significó que la atribución del poder imperial provenía de Dios (del cual el Papa era intermediario) y no de sus hombres y de sus victorias. He aquí que comienza el enfrentamiento político entre el Imperio y el Papado que terminaría con una verdadera querella y se podría decir, que al sentirse despojado Carlomagno del poder universal tripartito –Imperio, Papado y Realeza-, el Imperio Carolingio estaba destinado a desmoronarse. Según palabras de Balard; “Carlomagno piensa primero como franco y nunca abandona sus títulos de rey de los francos y los lombardos”. Su título imperial no fue institucionalizado, en cuanto de esta manera la patrimonialidad continuó, el reino seguía siendo de su propiedad (y no de Dios); según Mitre, “el Imperio seguía siendo para él una ampliación del reino”. Lo dividió como de costumbre entre sus hijos Luis, Pipino y Carlos, pero cuando estos dos últimos mueren, él mismo realiza la ceremonia tradicional, en donde sus hombres lo aclamaron y después lo coronó. Sus esfuerzos por controlar el creciente poder eclesiástico occidental fueron en vano con el ascenso de su hijo, Luis el Piadoso. Luis contaba con el prestigio heredado de su padre, pero de manera contraria a él, trata de institucionalizar el poder imperial rechazando el título de rey de los francos y los lombardos, haciéndose llamar emperador augusto, en una nueva ceremonia propiciada por el papa, anulando de este modo la que había realizado su padre. Como había ocurrido antes, a lo que ya abordaremos, ya desde tiempos de Carlos Martel se confiscaban las tierras a la Iglesia que rebasaban un límite; a esto Luis se negó, provocando el libre crecimiento de dichas propiedades. La Iglesia ya no estaba controlada tras estos sucesos. Además, Luis no contará con la misma suerte que sus ancestros, ya que tenía varios hijos y también tenía que lidiar con sus sobrinos, los cuales se habían asentado como fuertes aristócratas rodeados de influyentes vasallos. Con el poder descontrolado de la Iglesia y de la aristocracia, la sucesión fue discutida hasta que el primogénito Lotario fue coronado por el papa, anulando la coronación que también había efectuado Luis como había hecho Carlomagno con él. Según Balard, desde aquí, “el título imperial era una prerrogativa del papa y sólo podía ser conferido en Italia”. La Iglesia se convirtió en la dueña de la función imperial. Finalmente, el Imperio se desmantelaría cuando Luis lo divida (ya físicamente) entre Lotario y su hijo bastardo Carlos el Calvo, en el marco de una creciente regionalización del poder de los nobles señores y sus vasallos, además de una oleada de saqueos escandinavos en todos los frentes del territorio. Según Balard, “La unidad vivida a nivel intelectual y religioso no se había podido concretar a nivel político”, como hubiera deseado Carlomagno.
Siguiendo con la metodología prometida, analizaremos la organización política,
social y económica según una perspectiva técnica, relacionándolo con las primeras formas de feudalismo, para llegar a una síntesis. En palabras de Le Goff, la reconstrucción carolingia de la unidad occidental “se lleva a cabo en tres direcciones; al sudeste, en Italia; al sudoeste, en España; y al este, en Germania”. Si bien Clodoveo había establecido como ciudad principal a París, Carlomagno lo hará con Aquisgrán, aunque según Mitre, esta solo era un sitio donde se alojaba a menudo y “no existía un centro fijo de residencia real”; pero el peso de la administración central se alojaba allí. Esta se componía del mismo monarca y de una corte real llamada Palatium. Aquí podemos encontrar personajes destacados como el archicapellán, encargado de los asuntos eclesiásticos del monarca y el Comes Palatii, haciendo las veces de mayordomo de palacio, actuando como supervisor de otras cortes de menor trascendencia. Con el aumento de las relaciones feudo-vasalláticas, el Palatium se transformará en una curia (reunión del monarca con sus vasallos para juzgar y dictar sentencia) o la curia se desarrollará a la par y le ganará en importancia. En cuanto a la administración territorial, se destaca la figura del conde o del duque, encargado de administrar un condado o un ducado en los cuales se dividía el Imperio. Balard alega que el Imperio llegó a dividirse en alrededor de trescientos condados. Asimismo, estos condes y duques recibían una remuneración; podía ser una tierra en beneficio o una parte de las multas que el monarca percibía, entre otros. Sin embargo, existía otra figura; los marqueses, encargados de administrar las marcas defensivas, grandes territorios que marcaban los límites del Imperio. Existieron muchas a lo largo del tiempo, destacándose la Marca de Bretaña, la Marca Hispánica y la Marca de Friul, conocidas por ser problemáticas. La extensión territorial de las marcas y el peligro que suponían, le otorgaban al marqués una gran autoridad con agregado militar, lo que suscitaba respeto. En un principio, tanto el conde, el duque o el marqués era escogido por el mismo monarca; sin embargo, según Mitre, “la feudalización de las funciones públicas provoca el que los nombramientos se hagan en el seno de las grandes familias”, lo que hará que estos cargos se vuelvan patrimoniales como aún era habitual. La unión entre la administración central y la territorial estaba constituida por un cargo de vital importancia como el de los missi dominici, allegados aristócratas del monarca que contaban con un poder muy amplio; enviados en pares (por lo general uno era eclesiástico y el otro laico) investigaban sobre irregularidades o abusos perpetuados por los condes, duques o marqueses, les imponían sanciones y también difundían los capitulares, los cuales eran una promulgación de disposiciones impuestas por el monarca en su afán por centralizar un poder legislativo; algunos eran universales, otros eran reguladores y otros eran instructivos, como es el caso del capitular de villis. Como unión también existían asambleas políticas que reunían a la aristocracia destacada con el monarca, una en octubre celebrada con los consejeros más importantes y otra en mayo, con asistencia más libre. A partir de la muerte de Carlomagno, quien se reservaba la última palabra en cada una de ellas, según Mitre las “asambleas se imponen al monarca”, siendo las decisiones tomadas en mutuo acuerdo con el monarca o incluso impuestas a este. Y como toda institución, a raíz de la regionalización del poder, los missi dominici pasaron de servir de la autoridad real a los señores vasallos de mayor poder; desde antes estos ya contaban con una inmunidad que les permitía percibir una renta indeterminada de sus tierras conferidas. Lo organización económica se situaba en torno al llamado sistema dominical carolingio, en donde la villa era el centro de la unidad de producción; esta estaba conformada por una reserva conocida como tierra sálica, generalmente las mejores, explotadas directamente por un noble señor o un representante, la cual era cultivada por campesinos mantenidos por el señor, junto a aportaciones de jornaleros asalariados. Los campesinos poblaban y cultivaban mansos que completaban el territorio de la villa, cuyas tierras eran claramente inferiores y estaban obligados a una renta en especie y en servicio. A estas alturas, la condición jurídica de mansos libres y mansos serviles ya no se distinguía. Finalizamos el presente tema con un apartado referido al feudalismo carolingio y su incidencia en las instituciones del Imperio, así como en el futuro de la sociedad occidental. Ya desde los tiempos merovingios y a partir del ascenso de los mayordomos de palacio, Mitre nos asegura que era “difícil de mantener la idea de un pueblo en armas”. Para crear un ejército leal, los usurpadores se vieron obligados a distribuir beneficios a sus hombres para mantener sus fidelidades, los que a la postre, fueron bien recompensados con las victorias. El hombre libre en dependencia había pasado a ser un vasallo digno de fortuna, y este beneficio, recibido en tierras y dinero, es decir un feudo, con el tiempo pasó a ser sinónimo de fidelidad; estos fueron explotados según el sistema dominical ya explicado. El vasallaje era un recurso de los monarcas para consolidar su autoridad; para el hombre libre era un recurso para escalar en la pirámide social. El rey franco, por aquél entonces, legitimaba su poder de acuerdo al Poder de Ban, una tradición que se remite a los antiguos jefes guerreros germánicos, la cual se conservó y se convirtió en un fundamento de poder para ordenar y castigar a quién no le obedezca. Recurriendo a la concesión de beneficios para asegurar la fidelidad, los reyes carolingios designaron a sus funcionarios; a la postre, los condes, duques, marqueses y los missi dominici fueron conferidos con una cuota de este poder de Ban. En este marco se fue conformando una sociedad feudal. No obstante, con esta concesión de feudos y delegación de poder de Ban transferidas al ámbito público y jurídico, la fidelidad se vio puesta a prueba por abusos y corrupciones que no podían ser controladas a corto plazo, provocando un incremento de poder personal que llevaría progresivamente a la separación del monarca y a asumir funciones militares. Según Mitre, “El poder de los grupos de la sociedad altomedieval tiene esta justificación eminentemente militar. Sus bases descansan sustancialmente en la riqueza fundiaria que han podido acumular”. Con las fidelidades en duda, Carlomagno creó un cuerpo de vasallos directos conocidos como los vassi dominici, quienes eran sus fieles por excelencia, según Le Goff y se obligó a prestar juramento de fidelidad. Pero con su muerte, la debilidad del poder público se manifestó y el derecho del vasallo con el feudo se reforzó; en el marco de las guerras internas sucesorias y las nuevas invasiones, esto condujo a una progresiva regionalización del poder.