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Cómo es
ORACION CONTEMPLATIVA o CONTEMPLACION
La oración de silencio o
contemplativa ha sido descrita
detalladamente en las obras de dos
Doctores de la Iglesia: Santa
Teresa de Jesús y San Juan de la
Cruz.
La contemplación consiste en ser atraído por el Señor, quedarse con El y dejarle que El
actúe en el alma.
Sea la contemplación o sean gracias místicas que pueden darse en este tipo de oración, son
don de Dios. Por ello, no pueden lograrse a base de técnicas. Ni siquiera son fruto del
esfuerzo que se ponga en la oración, sino que como don de Dios que son, El da a quién
quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.
A Santa Teresa se las daba por cantidad a Santa Teresita por poquitos. Decía ella “por
charquitos”.
Pero cuando deseamos ahondar un poco más en la adoración, el Espíritu Santo puede
darnos un poco de consuelo, haciéndonos sentir su Amor, su consentimiento, sus gracias.
Es muy importante tener en cuenta que las gracias místicas que puedan derivarse de este
tipo de oración no son su verdadero fruto, ni siquiera son necesarias para obtener ese fruto.
Un error común es creer que ésta, que es la oración más elevada, está reservada sólo para
unas poquísimas almas escogidas, generalmente monjas o monjes de claustros y
comunidades contemplativas. Ese concepto le encanta al Enemigo, que no quiere que
seamos verdaderos orantes.
ADORACION yo
RECOGIMIENTO yo y Dios
CONTEMPLACION Dios
Hay que sintonizar a Dios, como sintonizamos una estación de radio-comunicación. El
Señor puede trasmitir, o en silencio, o con palabras, o con visiones, o con agradables
aromas. Nunca lo sabremos de antemano.
COMO ADORAR:
Recordemos la escena de los Reyes Magos ante el Niño Jesús y la de los 24 Ancianos del
Apocalipsis, los cuales se postraron y adoraron al Señor, quitándose sus coronas.
Al descubrir a Dios como Creador, descubrimos inmediatamente que no somos nada y que
todo lo recibimos de El. Nos ponemos, entonces, delante de Dios en desnudez, como Job
cuando al final aceptó -por fin- que recibía todo de Dios: “Reconozco que lo puedes todo”
(Job 42, 1-6).
Como la canción Maranatha: “Haz que me quede desnudo ante tu presencia, haz que
abandone mi vieja razón de existir”. Hay que abandonar las alforjas que cargamos y el
viejo vestido, que llevamos puesto. Y que pretendemos llevarlo –inclusive- a la oración.
La alforja que más pesa es el orgullo. Es inútil buscar mucho cuál es nuestro pecado
dominante: es el orgullo en todas o en algunas de sus formas. El orgullo fue el pecado
original y luego se ha repetido con diversas melodías cacofónicas a lo largo de la historia de
la humanidad:
Engreimiento, deseo de poder, vanidad (querer quedar bien, querer ser apreciado,
reconocido, estimado, aprobado, consultado, alabado), preferido, defensa de los propios
criterios (que no suelen provenir de la oración, sino de los razonamientos estériles) defensa
de los propios intereses, creerse indispensable, querer aparecer, defensa de la propia
imagen, temor a perder la fama, temor a la crítica y aún a la corrección, etc. etc. etc. Son
todas formas de orgullo.
El orgullo nos impide adorar, porque el orgulloso no es capaz de quitarse su corona, esa
corona que está cargada de todas esas formas de orgullo, que van contra la humildad y
contra la pobreza de espíritu.
Por eso, al no más darnos cuenta de alguna forma de orgullo, hay que ponerse en adoración
en seguida. Porque, si el orgullo nos impide orar, por consecuencia lógica: la adoración
nos quita el orgullo.
La adoración es el verdadero camino que nos conduce de manera segura –aunque paulatina-
a la humildad.
Hay que empezar por crear soledad. “Así lo hacía El siempre que oraba”, dice Santa Teresa.
Soledad para entender “con Quién estamos”. Silencio del cuerpo y de la mente para buscar
a Dios en nuestro interior. Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el
alma puede mejor captar a Dios. En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja
amar por El.
Según Sta. Teresa, la oración de contemplación es la “Fuente de Agua Viva” que prometió
el Señor a la Samaritana (cfr. Jn. 4). “Mirad que os llama a todos … no dijo a unos daré y a
otros no”. Es decir, no dijo que daría de esta “Agua” a ciertos escogidos, sino dijo: “Todo el
que beba de este agua, no volverá a tener sed” (Jn. 4, 13).
4. La participación de Dios
La participación de Dios escapa totalmente nuestro control y El -soberanamente- escoge
cómo ha de ser su acción en el alma del que ora. En ese silencio de la oración
contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas o contemplativas.
Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién
quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. La efectividad de la oración
contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas, sino por la
intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo
material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc.
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