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REPORTE DE LECTURA #2
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David Freedberg. “Idolatría e iconoclasia”, en: El poder de las imágenes. Estudios sobre la historia y la
teoría de la respuesta. Madrid: Cátedra, 1992, pp. 423-474.
2
Ibídem, p.425.
3
Ibídem, p.429.
4
Ibídem, p.429.
5
Ibídem, p.430.
6
Ibídem, p.430.
7
Ibídem, p.432.
2
mientras que San Bernardo mantiene una posición crítica, en la que las imágenes son
sumamente irrelevantes y generan distracción8.
Además de los acontecimientos iconoclastas sucedidos a partir de la Reforma en el
siglo XVI -en los cuales después de un período de relativa tranquilidad ocurre un
resurgimiento de las ideas medievalistas en lo relativo al problema de las imágenes-, el
autor menciona otros contextos donde ocurrieron hechos similares, como la Inglaterra del
siglo XVII bajo el mandato del rey Carlos; la destrucción y deposición de la iconografía
religiosa por figuras de la Antigüedad Clásica durante la Revolución Francesa; la
sustitución de las imágenes de los zares por las figuras representativas de la Revolución
Rusa; y la destrucción artística en la Alemania nazi, donde se consideraba como
degenerado a cualquier arte que no respondiera a la perfección de la “criatura aria ideal”9.
Aunque en su análisis el autor decide hacer caso omiso a los fenómenos iconoclastas
sucedidos en Egipto (destrucción de nombres y rostros de individuos para privarlos de la
vida después de la muerte), Grecia (destrucción de estatuas y mutilación de monumentos
de dirigentes), Roma (la damnatio memoriae), China (eliminación de figuras religiosas
para desmantelar la fe) o en los espacios islámicos (supresión de los ídolos preislámicos
por Mahoma), encuentra que la justificación de las cuestiones ocurridas en ellos son las
mismas encontradas en Occidente.
Freedberg insiste en que existe una paradoja iconoclasta que permite establecer el
poder de la imagen y el arte, en la medida en que son a la vez amados y odiados,
apreciados y temidos, y cuya respuesta ante estos puede ser de carácter destructivo o
redentor. Para el autor es posible encontrar el origen de los actos iconoclastas “en una
inquietud generalizada por la naturaleza y la condición de las imágenes, por su ontología
y su función”10, siendo en este sentido la motivación más evidente –además de la más
antigua pero la más vigente en la actualidad- aquella de índole política. La finalidad de
estos actos es suprimir los elementos o “vestigios negativos”11 que simbolizan o recuerdan
al orden antiguo, usualmente represivo, y sustituirlos por otros mejores y novedosos. Sin
embargo, para Freedberg, eliminar las imágenes de un régimen repudiado o autoritario
“significa hacer tabla rasa e inaugurar la promesa de la utopía” 12. Aunado a lo anterior, el
autor afirma que en las formas de destrucción y violencia sobre las imágenes, los
8
Ibídem, p.432.
9
Ibídem, p.433.
10
Ibídem, p.435.
11
Ibídem, p.435.
12
Ibídem, p.435.
3
13
Ibídem, p.452.
14
Ibídem, p.463.
15
Ibídem, p.439.
16
Ibídem, p.440.
17
Ibídem, p.440.
18
Ibídem, p.450.
4
del modelo original. La idea en la que se sustenta la defensa de los adoradores de las
imágenes es que, para garantizar estas cualidades, la imagen debe haber sido realizada
por una voluntad divina o ser una “impresión directa del cuerpo o del rostro de Cristo”.
Entre los poderes atribuidos a las imágenes, Freedberg destaca el elemento milagroso
o producción de efectos sobrenaturales, los cuales justificaban el culto a las mismas,
asunto que desconcertaba a los teólogos y permitió que en el Concilio de Nicea (787) no
se debatieran las complejas cuestiones teóricas que implicaba esa atribución de
propiedades idolátricas y mágico-religiosas a figuras y objetos. Autores como Lutero
reprobaban la adoración popular de imágenes milagrosas o de culto, aunque estas
significaran el eje central de la religiosidad común. Los argumentos iconoclastas
encuentran precedentes en los antiguos cristianos, quienes recelaban del arte que
identificaban la antigüedad pagana; además de la animadversión hacia la creatividad y la
belleza que pretendía imitar el poder de Dios, seducir y corromper a los sentidos y
“usurpar su función a lo espiritual y a lo intelectual”19. Por el contrario, el patriarca Nicéforo
defendió el uso de las imágenes como portadoras de una percepción más eficaz de lo
sagrado, debido a que era más fácil malinterpretar un sermón que una imagen sagrada20.
Al igual que ocurre con las imágenes de gobernantes, “el objeto milagroso actúa como si
el cuerpo original estuviera presente”21.
Freedberg advierte que los historiadores de la iconoclasia deben distinguir y
especificar las relaciones entre “el comportamiento organizado y los actos individuales y
espontáneos”, y entre “sus implicaciones psicológicas y cognoscitivas”22. Para el autor, los
movimientos iconoclastas suelen estar motivados por razones políticas o religiosas,
mientras que en los casos aislados de particulares que atentan contra una imagen se trata
de motivos idiosincrásicos o psicopatológicos. Sin embargo, también podrían existir
episodios en los que las motivaciones propias de la psicología individual se enmarquen en
un movimiento iconoclasta colectivo, y de esta forma grupal se legitime a impulsos que
normalmente no se manifestarían23. Sobre los actos iconoclastas individuales ocurridos en
el siglo XX, se señala que estos son aparentemente espontáneos o enajenados, pero
también pueden estar marcados por un carácter mesiánico, en el cual los iconoclastas
justifican sus acciones como una misión de salvar al mundo de las atrocidades de la
19
Ibídem, p.443.
20
Ibídem, p.447.
21
Ibídem, p.448
22
Ibídem, p.431.
23
Ibídem, p.463.
5
imagen que atacan24. Además, Freedberg propone que existen múltiples casos
iconoclastas de apariencia irreflexiva o accidental, pero que en realidad son metódicos,
planificados y sistemáticos.
Para el autor es de importancia resaltar que en el siglo XX las obras de arte están
plenamente convertidas en objetos de adoración, veneración y fetichismo por el hecho de
estar colocadas en un museo o en espacios de difusión masiva. Asimismo, destaca que
todos los iconoclastas son conscientes del impacto mediático y valor financiero, cultural y
simbólico que tendrán sus atentados. También en esto recae la idea de que muchas
organizaciones activistas o políticas escriban sus consignas en las obras, puesto que la
publicidad de este tipo de actos tiene mayores alcances que si se realizaran en cualquier
otra superficie sin valor “totémico”25. Por otra parte, se debe considerar que en estos actos
operan frustraciones o decepciones personales, y casos donde el acto es cometido por
mismos artistas, donde la violencia responde a un sentimiento de envidia hacia obras de
mayor éxito de otros creadores. Aunque se asume que los ataques ocurren sólo en
imágenes figurativas, es sumamente significativo resaltar aquellos perpetrados en obras
abstractas, cuyas motivaciones responden a criterios diversos, tales como la
incomprensión de la pieza por no encontrar un sentido figurativo, la convicción de que no
es arte o de que el objeto se pudo haber hecho mejor, entre otros. Freedberg concluye
con la afirmación de que tanto para los iconoclastas como para los iconólatras, las
imágenes son necesarias y ambos reconocen su éxito y su fracaso, y sobre todo su poder
-al tiempo que también aspiran a controlarlo26-.
BIBLIOGRAFÍA
24
Ibídem, p.455.
25
Ibídem, p.457.
26
Ibídem, p.473.