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FEDERACIÓN CONCILIO GENERAL

ASAMBLEAS DE DIOS DE VENEZUELA


MINISTERIO DE EDUCACIÓN CRISTIANA
INSTITUTO BÍBLICO DE TEOLOGÍA EVANGÉLICA
“RVDO. CELESTINO RODRÍGUEZ QUERO”
CÁTEDRA: INTRODUCCIÓN A LA TEOLOGÍA.
EXTENSIÓN-CABIMAS

CUALES FUERON LAS


DOCTRINAS DEL ERROR QUE
SURGIERON DURANTE LOS
PERIODOS TEOLÓGICOS.

AUTORES:
KIMBERLEYM PEROZO
LEONEL SUAREZ

PROFESOR:
JUAN CARLOS CARDENAS

JULIO, 2016
PRIMER CONCILIO DE NICEA

(I Ecuménico) Convocado por el emperador Constantino el Grande. Reunido


en Nicea, Bitinia (comarca de Asia Menor en el Ponto Euxino), cerca de
Constantinopla, en el año 325. La posteridad lo conoce como el primer
Concilio Ecuménico del Cristianismo, es decir, universal. Declaró que el Hijo
es de la misma sustancia que el Padre, en oposición a Arrio, que consideraba al
Hijo de sustancia distinta a la del Padre. Primer gran concilio ecuménico
Asistieron alrededor de unos trescientos obispos, algunos dicen que 318, la
mayoría de ellos era de la parte oriental del Imperio Romano. Paradójicamente
este Concilio no fue convocado por apóstoles, obispos o líderes representantes
de la Iglesia, sino por el emperador Constantino, quien, a pesar de que ni
siquiera estaba bautizado, se hacía llamar obispo de obispos, pero que en
materia religiosa, en el fondo no era sino el Pontifex Maximus de la religión
imperial, como un precursor del papado romano, pero que convocaba este
concilio por razones políticas, para proteger la unidad del Imperio amenazada
por el arrianismo1 . Constantino había puesto término a más de dos siglos de
persecuciones contra la Iglesia, mediante el Edicto de Tolerancia promulgado
junto 2 Los concilios ecuménicos con Licinio en Milán en 313. Silvestre, el
obispo de Roma, no pudo asistir a causa de su longevidad, pero se hizo
representar por dos presbíteros. Eusebio de Cesarea, el conspicuo historiador
eclesiástico, en su Vida de Constantino nos narra lo siguiente: «Allí se
reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, Libia [es decir,
África] y Asia. Una sola casa de oración, como si hubiera sido ampliada por
obra de Dios, cobijaba a sirios y cilicios, fenicios yárabes, delegados de la
Palestina y de Egipto, tebanos y libios, junto a los que venían de la región de
Mesopotamia. Había también un obispo persa, y tampoco faltaba un escita en
la asamblea. El Ponto, Galacia, Panfilia, Capadocia, Asia y Frigia enviaron a
sus obispos más distinguidos, junto a los que vivían en las zonas más
recónditas de Tracia, Macedonia, Acaya y el Epiro. Hasta de la misma
España, uno de gran fama [Osio de Córdoba] se sentó como miembro de la
gran asamblea. El obispo de la ciudad imperial [Roma] no pudo asistir debido
a su avanzada edad, pero sus presbíteros lo representaron. Constantino es el
primer príncipe de todas las edades en haber juntado semejante guirnalda
mediante el vínculo de la paz, y habérsela presentado a su Salvador como
ofrenda de gratitud por las victorias que había logrado sobre todos sus
enemigos». Al surgir la controversia arriana, eso amenazaba el
desmembramiento de la Iglesia, la cual por ser la institución más fuerte en el
mundo mediterráneo, ponía en peligro la unidad del Imperio. Por
intermediación de Osio de Córdoba, su consejero en asuntos eclesiásticos,
Constantino había escrito a los implicados en esta controversia: Arrio,
presbítero en Alejandría desde el año 313 d. C., y su oponente inicial
Alejandro, a la sazón obispo de la misma ciudad, invitándolos a arreglar sus
diferencias, sin que en ello tuviera éxito. Entonces determinó convocar el
concilio ecuménico, haciendo que el Estado pagase todos los gastos, poniendo
la posta imperial al servicio de los obispos allí reunidos; y siendo un simple
catecúmeno, fue quien presidió la asamblea en su sesión inaugural, tomando
parte activa en todas las deliberaciones. ¿Habría podido un curtido y sagaz
político, versado guerrero e importante administrador de la cosa pública, sin
experiencias en las controversias teológicas y filosóficas, apreciar la profunda
importancia de lo que se disputaba en cuestiones cristológicas? Por el contexto
de la carta que había enviado a Arrio y Alejandro, se conoce que para
Constantino el motivo de la disputa "era de carácter realmente
insignificante". El Concilio de Nicea 3 2Los monarquistas eran grupos
antitrinitarios que surgieron durante el siglo III. También eran llamados
unitarios acaso por causa del excesivo énfasis que le daban a la unidad
numérica y personal de la Deidad. 3Tengamos en cuenta que si negamos la
Trinidad de Personas en Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo), difícilmente
podríamos comprender la trinidad económica. En la economía de Dios (Su
plan eterno, Su propósito, la administración de Su casa), en todos los tiempos
y actividades de Dios han intervenido las tres Personas de la Deidad, pero
específicamente se nos revela que el Padre mayormente intervino en la
creación, el Hijo en la redención, y el Espíritu Santo en la santificación y
preparación de la Iglesia, así como en la ejecución de la voluntad de Dios. Dios
el Padre es la fuente universal de todas las cosas, y Él tiene el propósito de
habitar en Su Iglesia como Su casa, pero para poder habitar dentro de nosotros
fue necesario que Su Hijo se encarnara en humanidad y nos redimiera en la
cruz y resucitara, y aun así, para que el Padre y el Hijo puedan morar en
nosotros (la Iglesia, Su cuerpo) es necesario que sea por medio de Su Santo
Espíritu, quien le imparte vida a la Iglesia. Todo el propósito de Dios se
desarrolla desde el Padre, en el Hijo y mediante el Espíritu. Antecedentes y
primeras causas del arrianismo ¿Cuáles habían sido las raíces y fuentes de las
cuales Arrio tomó esas ideas heréticas causantes de la controversia que
motivaba el Concilio de Nicea? En primer lugar hay que tener en cuenta que
en Antioquía, en donde posteriormente estudió Arrio, en el año 260 fue
nombrado obispo el heresiarca Pablo de Samosata, el más famoso y conspicuo
exponente de los monarquistas racionalistas de su tiempo, quien fue
condenado en un sínodo reunido en Antioquía entre los años 260 y 268, por
sostener que el Señor Jesús era un hombre ordinario en el cual habitó el Verbo
impersonal, negando por consiguiente la divinidad de Jesucristo, de quien
decía que era superior a Moisés, pero no era el Verbo de Dios. Como todos los
monarquistas2 racionalistas, Pablo Samosata negaba la deidad de Cristo, pues
negaba la personalidad del Logos y del Espíritu Santo, considerándoles meras
fuerzas o poderes de Dios, como son la mente y la razón del hombre. Samosata
creía en una trinidad puramente nominal; es decir, no creía en la pluralidad
de Personas en la Deidad, sino que aceptaba solamente una trinidad
económica. La Trinidad económica se entiende como un triple modo de
revelación de Dios en la historia.3 Allí hunde sus raíces el arrianismo.
Recuérdese además que los cristianos hicieron apropiaciones sustanciales de la
filosofía griega, sobre todo del estoicismo y del neoplatonismo, contribución
que entró a través de muchos conductos, como Clemente de Alejandría,
Ambrosio de Milán, el judío helenista 4 Los concilios ecuménicos Filón,
Justino Mártir, Orígenes y más tarde por Agustín de Hipona y en los escritos
que llevan el nombre de Dionisio el Areopagita. Respecto de esa contribución
quiero aclarar que el término Logos, usado extensamente por los cristianos
cuando se trata de Cristo en relación con Dios, vino de la filosofía griega,
tanto por el estoicismo como por el platonismo, y más tarde usado por el
neoplatonismo. A partir de las enseñanzas de Orígenes, con el tiempo se
fueron creando en el cristianismo dos corrientes de pensamiento filósofo
teológicas. Una de las corrientes se basaba en la enseñanza de Orígenes en el
sentido de que Cristo es el unigénito Hijo de Dios, y que como Dios el Padre
había existido siempre, la conclusión era que el Padre jamás habría podido
existir sin haber engendrado al Hijo, siendo así el Hijo coeterno con el Padre,
habiendo existido, entonces, antes de toda la creación. Esta corriente daba
suma importancia a la verdad de que Cristo es el Hijo de Dios, la Sabiduría y
el Logos (Palabra) de Dios, afirmando que eternamente lo había sido, y que el
Logos, consecuentemente, era igual al Padre. La otra corriente surgió por la
idea de que también al parecer Orígenes había afirmado que Cristo es una
criatura, y en relación con el Padre, el Hijo es secundario y subordinado,
haciendo esta corriente de pensamiento énfasis en esa subordinación. Un
exponente importante de esta segunda corriente es Dionisio, llamado el
Grande (264), discípulo de Orígenes, obispo de la iglesia en Alejandría y
director de la escuela catequística en la misma ciudad. En principio se cree que
Dionisio era un erudito, de carácter moderado y conciliador, predicando a la
sazón contra el sabelianismo, herejía que estaba tomando fuerza en su diócesis.
Se trataba de una escuela teológica que consideraba al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo, no como tres personas distintas de un mismo y Trino Dios,
sino como aspectos o formas de Dios. Dionisio en su disensión de esa línea de
pensamiento, le daba énfasis a la distinción del Hijo como persona, con la
connotación de que el Padre hubiera creado al Hijo, y lógicamente se
desprendía que hubo un tiempo cuando el Hijo aún no existía, y luego que el
Hijo estaba subordinado al Padre. Aquello tuvo su trascendencia y traspasó
las fronteras del Norte de África. Por esa época, un amigo suyo llamado
también Dionisio, obispo de Roma, terció en el asunto y por escrito le advertía
que tuviese mucho cuidado en el uso del lenguaje en ese espinoso y delicado
tema de cristología, pues el Hijo era homoóusion, que significa del mismo ser
esencial o sustancial que el Padre y no simplemente homoúsion, que El
Concilio de Nicea 5 significa, de sustancia similar. Parece que nada cambió en
el modo de pensar de Dionisio de Alejandría. Además de ese importante aporte
al semillero de ideas precedentes al arrianismo, también encontramos otro
medio de dispersión de esta segunda corriente por el lado de Antioquía, en
donde el presbítero Luciano, ardiente estudiante de la Biblia y de teología,
discípulo que había sido también de Orígenes, enseñaba estos principios
cristológicos, y entre sus discípulos estaban Arrio de Alejandría y Eusebio de
Nicomedia. Luciano de Antioquía basaba su enseñanza cristológica en las
teorías adopcionistas de Pablo de Samosata. Aquellas enseñanzas hicieron de
Arrio el centro de una no pequeña controversia, la cual llevó hasta el
presbiterio de la iglesia en Alejandría, enfrentándose con Alejandro, su obispo.
Arrio sostenía que el Hijo tiene principio, pero que Dios es sin principio y que
el Hijo no es una parte de Dios, es engendrado, creado por el Padre, y
extremaba tanto la diferencia entre las personas del Padre y del Hijo, hasta el
punto de negar la divinidad del Hijo, de manera que sostenía que Cristo era de
una sustancia diferente a la del Padre y, por lo tanto, no era Dios en el sentido
estricto de la Palabra. Pero, ¿qué dice la Palabra? “En el principio era el
Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). “Y aquel
Verbo fue hecho carne” (Juan 1:14). “ 2 (Dios) en estos postreros días nos ha
hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo
hizo el universo; 3 el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen
misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su
poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí
mismo,se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:2-3).
Arrio decía que el Padre es el único ser realmente eterno, y que el Hijo no
existía antes de ser engendrado, en contraposición con Atanasio y los sínodos
y concilios ortodoxos, los cuales sostenían que el Hijo es coeterno, igual y
consustancial al Padre. El arrianismo pretende dar una explicación racional
del dogma cristiano de la Trinidad, diciendo que Cristo es Hijo por
denominación y adopción y no por naturaleza, siendo así la más perfecta de las
criaturas. Vemos que la cristología de Arrio era semejante al estricto
monoteísmo unipersonal de los monarquianos. Para sustentar su cristología se
fijaban únicamente en versículos bíblicos 6 Los concilios ecuménicos 4“A Dios
nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha
dado a conocer” (Juan 1:18). En los manuscritos más antiguos, en vez del
unigénito Hijo, dice el unigénito Dios. 5“En esto se mostró el amor de Dios
para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que
vivamos por él” (1 Juan 4:9). 6“Porque de tal manera amó Dios al mundo,
que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Aislados como Proverbios 8:22,
Romanos 8:29 y Colosenses 1:15, sin que jamás tuviesen en cuenta la suma de
la Revelación proposicional que irrumpe en la historia, cuyos cimientos
escriturales se cristalizan en el testimonio de los apóstoles del Señor Jesús.
Conforme Juan 1:18,4 Cristo era el Hijo unigénito de Dios desde la eternidad
(1 Juan 4:9;5 Juan 1:14; 3:166 ); pero Su divinidad tomó carne y se hizo
hombre, y pasó por la muerte y resucitó, y al resucitar nació como el Hijo
primogénito de Dios (Hechos 13:33), pues la resurrección de Cristo produjo la
resurrección de todos Sus creyentes (1 Pedro 1:3), y fueron engendrados
juntamente con Él, en el nuevo hombre, para que Él fuese el primogénito entre
muchos hermanos (Romanos 8:29). El arrianismo se había popularizado entre
un gran sector de la sociedad, en especial de aquel conglomerado curioso, que
sin ser realmente convertidos, llenaron los templos; pues el cristianismo se
había puesto de moda después de la “conversión” de Constantino. Para
muchas de esas personas, el arrianismo les daba la oportunidad de entrenarse
en los medios cristianos sin que necesariamente se desprendieran de su
antiguo modo de pensar pagano. El obispo Alejandro, tal vez alentado por el
celo del diácono Atanasio, su joven secretario, había reunido en el año 321 en
un sínodo en Alejandría a los obispos procedentes de Egipto y Libia, e hizo que
Arrio y sus amigos fuesen anatematizados y depuestos. Pero como el asunto
siguió extendiéndose, fue necesario llevarlo hasta el concilio de Nicea, pues
Arrio, después de haber sido excomulgado, se dio a la tarea de difundir sus
creencias dondequiera tuviese una audiencia, consiguiendo adeptos no sólo en
Egipto, sino también en Siria, Palestina y otras regiones. El Concilio Su
sesión inaugural se llevó a cabo el 20 de mayo, y después de unos El Concilio
de Nicea 7 7El patripasionismo es el mismo monarquismo modalista, cuyo
principal exponente es Praxeas, procedente de Asia Menor, y que vivió en
Roma en tiempos del emperador Marco Aurelio (161-180). Tertuliano dijo de
Praxeas que había crucificado al Padre y anulado al Espíritu Santo. Tengamos
en cuenta que trinitarianismo no es lo mismo que triteísmo. En Dios una es la
esencia; tres son las personas de esa única esencia. Pablo de Samosata,
Praxeas, Sabelio y todos sus seguidores en la historia no han podido
armonizar lo que revela la Biblia al respecto. Contactos preliminares entre
ortodoxos y arrianos, la apertura formal se protocolizó con un discurso
pronunciado por Constantino. La presidencia de las sesiones fue confiada al
obispo Osio de Córdoba. Cuando el Concilio abordó el escabroso tema
principal estalló una violenta controversia entre los conciliares. Se dice que la
mayoría de los concurrentes no había tomado partido alguno frente al asunto.
Muchos de ellos se lamentaban del surgimiento de esta controversia entre los
alejandrinos Arrio y Alejandro, en momentos en que la Iglesia había
alcanzado tiempos de paz en todo el territorio imperial. Arrio era apoyado por
una pequeña minoría de convencidos, de los cuales el más prominente era su
antiguo condiscípulo Eusebio de Nicomedia. Pero aclaramos que Arrio no era
obispo, de manera que no podía participar en las deliberaciones del concilio.
Asimismo Alejandro era seguido inicialmente por una decidida minoría
convencida que las doctrinas de Arrio eran de condenar, por el daño que le
estaban causando a la Iglesia, entre los cuales se contaba el joven Atanasio,
quien actuaba de diácono y secretario del obispo Alejandro, y quien llegó a
sucederle como obispo de Alejandría. Se distinguía Atanasio por sus
conocimientos, su elocuencia y profundo celo, y por ser uno de los más fuertes
opositores de Arrio. Definitivamente el defensor más prominente de la
posición nicena fue Atanasio. Atanasio de Alejandría sostenía la revelación
bíblica de que Cristo tenía las dos naturalezas, la divina y la humana; de
manera que era verdadero Dios y verdadero hombre; decía que Cristo fue
hecho hombre para que nosotros pudiésemos ser hechos la imagen de Él; o
dicho de otra manera, que Cristo participó de nuestra naturaleza humana,
para que nosotros pudiésemos participar de Su naturaleza divina. Asimismo
ponía mucho énfasis en la salvación de los hombres, explicando que mediante
la salvación, rescata al hombre de la mortalidad que le ha traído el pecado, a la
participación de la naturaleza divina. Un muy pequeño tercer grupo se
inclinaba por el patripasionismo,7 8 Los concilios ecuménicos o doctrina
según la cual el Padre es el Hijo revelado en carne, de manera que el Padre se
autolimitó, haciéndose hombre y sufriendo la muerte en la cruz del Calvario, y
que el Hijo era una manifestación del Padre. Praxeas, Noeto de Esmirna y sus
seguidores no pudieron distinguir entre persona y esencia, y por esa confusión
insistían en llamar triteístas (supuestamente los que creen en tres dioses) a
todos los ortodoxos. Este punto de vista también fue condenado después. Una
cuarta y moderada tendencia era la asumida por Eusebio, obispo de Cesarea y
gran historiador de la Iglesia de su tiempo. Eusebio se contaba entre los
obispos que ansiaban lograr una posición conciliatoria. Por otro lado, había
asumido una posición contraria al sabelianismo y a esto se debía su sutil
inclinación hacia los arrianos. No obstante sugirió que el concilio aprobase el
credo que estaba en uso en Cesarea, y que había sido usado por sus antecesores
en el episcopado cesareano y las comunidades de Palestina, lo cual sirvió de
base para lo que desde entonces se ha conocido como el Credo Niceno. El texto
del Credo de Cesarea presentado por Eusebio es el siguiente: “Creemos en un
Dios, Padre Omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las
invisibles; y en un Señor, Jesucristo, la palabra (Logos) de Dios. Dios de Dios,
luz de luz, vida de vida, el Hijo Unigénito, el primogénito de toda la creación,
engendrado del Padre desde antes de todos los tiempos, por quien también
fueron hechas todas las cosas. Quien por nuestra salvación fue hecho carne y
habitó entre los hombres; y quien sufrió y resucitó al tercer día, y ascendió al
Padre y vendrá otra vez en gloria para juzgar a los vivos ya los muertos.
Creemos también en un solo Espíritu Santo”. Una de las primeras
intervenciones seguramente fue la de Eusebio de Nicomedia, paladín del
partido arriano y gran convencido de las doctrinas que sostenían, a tal punto
que narran que se sentía muy seguro de que tan pronto como los conciliares
escuchasen su exposición, aprobarían sin reparo las doctrinas arrianas. Pero
cuando aquellos obispos escuchaban lo de que el Hijo, el Señor Jesucristo, el
Verbo de Dios, no era sino una criatura -no importa que fuese la más exaltada
de las criaturas-, toda aquella diatriba la recibieron como el peor de los
insultos al centro neurálgico de su fe, hasta tal punto que muchos de ellos
hicieron callar al orador a los gritos de "blasfemia", "mentira", “herejía", y
algunos le arrancaron los papeles de su discurso a Eusebio de Nicomedia,
haciéndolos pedazos y pisoteándolos. A partir de ese momento todo cambió en
el Concilio, y la asamblea llegó al consenso El Concilio de Nicea 9 mayoritario
de condenar por heréticas las doctrinas expuestas por el vocero de Arrio. El
Credo de los Apóstoles Como es de suponer, los asambleístas intentaron
rebatir y condenar las doctrinas arrianas con el uso de citas bíblicas, mas los
seguidores de la escuela arriana (aun nuestros contemporáneos los llamados
"Testigos de Jehová", suelen interpretar la Biblia a su acomodo, como mejor
les convenga), y con la aprobación del Emperador, decidieron aceptar y
modificar el Credo presentado por las comunidades de Palestina con Eusebio
de Cesarea a la cabeza, añadiéndole la palabra homoóusion (consustancial)
referida a Cristo, quedando así el Credo de Nicea: “Creemos en un solo Dios
Padre Omnipotente, hacedor de todas las cosas, las visibles y las invisibles; y
en un solo Señor, Jesucristo, el Hijo de Dios, el unigénito del Padre, es decir,
de la sustancia (ousías) del Padre, Dios de Dios, luz de luz, verdadero Dios de
verdadero Dios, engendrado, no creado, de una sustancia (homoóusion) con el
Padre, por medio de quien todas las cosas fueron hechas, las cosas que están en
el cielo y las cosas que están sobre la tierra, quien por nosotros los hombres y
por nuestra salvación descendió a la tierra y fue hecho carne y habitó entre los
hombres, padeció, resucitó al tercer día, ascendió a los cielos, y vendrá a
juzgar a los vivos y a los muertos; y en el Espíritu Santo”. Aclaramos que en
su momento a este Credo Niceno inicialmente le había sido añadido un párrafo
de anatemas, pero que pronto le fue quitado, y que transcribimos a manera de
información: "A quienes digan, pues, que hubo un tiempo en que el Hijo de
Dios no existía, y que antes de ser engendrado no era, y que el Hijo de Dios
fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra sustancia o
esencia que el Padre, o que es una criatura, o que es mutable o variable; a éstos
anatematiza la iglesia universal". Habiéndosele añadido con el tiempo varias
cláusulas, este credo vino a ser entonces el más aceptado por la iglesia,
llamado también "Credo de los Apóstoles" por el hecho de haber sido originado
entre las iglesias occidentales del Imperio, cuyo centro era Roma, en donde
desde esos tiempos se arrogaban sucesoria apostólica. Si analizamos un poco el
Credo Niceno, salta a primera vista que se trata de un documento
eminentemente cristocéntrico, destinado a excluir 10 Los concilios ecuménicos
toda doctrina que enseñe que el Verbo es en alguna forma una criatura. La
palabra Logos que pudieran emplear los arrianos, fue reemplazada por la
palabra Hijo, enfatizándola con "unigénito", palabra que encierra la idea de
que fue engendrado de una manera distinta a la de los hijos de Dios por
adopción, y las contundentes afirmaciones: “Dios de Dios; luz de luz"; y en
vez de "vida de vida", fue reemplazado por "Dios verdadero de Dios
verdadero", de modo que descartase cualquier equívoco. Muy significativo y
de mucha importancia fue haber insertado la palabra homoóusion
(consustancial al Padre), destruyendo así el punto esencial de diferencia entre
las tendencias controversiales, pues Cristo no es hecho de la nada como las
criaturas. En las demás oraciones encontramos que "descendió", y luego
"ascendió al Padre" para dar a entender que Cristo había estado con Dios y a
Él regresó, después de haber sido hecho carne, crecido y vivido su humanidad
como verdadero hombre. La mayoría de los obispos conciliares firmaron el
credo, como expresión de su fe y en respuesta a la arremetida arriana.
Diecisiete obispos se negaron a aceptar la decisión de la mayoría, pero al
enterarse de que Constantino aprobaba el credo, sólo dos, finalmente,
rehusaron aceptarlo, y uno de ellos fue Eusebio de Nicomedia, quienes fueron
rebatidos, condenados y depuestos por herejes por el Concilio, y, además,
fueron sentenciados al exilio por el mismo Constantino. Este credo niceno por
mucho tiempo llevó el nombre de Atanasio, pues aunque pudo ser su redactor,
por lo menos fue su principal abogado. Aunque se dice que en toda la
controversia había poco del espíritu de Jesús, sin embargo, en Nicea, sin duda,
se estaba evidenciando que el eterno Dios era nuestro Salvador en la persona
de su Hijo, y que para ser ese Redentor fue necesario haberse hecho hombre. El
credo fue suscrito y se fue abriendo paso paulatinamente como una evidencia
de aquel hecho histórico de tremenda significación, la encarnación de Cristo,
su muerte, resurrección y gloriosa ascensión al Padre. Esta afirmación de que
Jesús el Cristo era el verdadero Dios hecho hombre, hacía de la fe cristiana algo
único y diferente de cualquier otra corriente religiosa. Siendo el Señor Jesús el
fundamento y piedra angular de la Iglesia, la casa de Dios, es entendible que la
primera de las grandes controversias que se han debatido en la historia en
torno a la Iglesia, sea precisamente lo relacionado con cristología. Dios quería
que algo tan funda- mental quedara definido desde los comienzos. Es
paradójico que siendo el Concilio de Nicea quien definiera tan acertadamente
la naturaleza El Concilio de Nicea 11 metafísica del Señor Jesucristo, no
obstante hay quienes opinan que el concilio estaba lejos de entender la
doctrina cristológica en toda su amplitud, y que se demuestra en el hecho de
haber excomulgado a todos los cristianos orientales porque continuaban
celebrando la Pascua de Resurrección de acuerdo al cómputo judaico, sin
adoptar la costumbre romana. Aunque más tarde el arrianismo experimentó
un resurgimiento, sin embargo, hay consenso en el sentido de que el Concilio
de Nicea contribuyó a un mejor entendimiento y convicción en la Iglesia en
cuanto a la relación de Jesucristo con Dios, dando énfasis en el carácter único
y peculiar del Señor Jesús. Es de suma importancia asimismo acotar que con el
Concilio de Nicea se inicia en la historia el hecho según el cual el estado
interviene en los asuntos internos de la Iglesia, y peor aún, para asegurar la
ortodoxia de la doctrina y el destino de sus miembros. El concilio de Nicea,
calcando la administración civil imperial, estableció el principio de la
provincia eclesiástica, con un obispo metropolitano como superior de los
obispos de la región, y de esta manera confirmó la preponderancia de los
obispos de Roma, Alejandría y Antioquía. Ahondando más en detalles,
anotamos que este concilio le concedió al obispo de Roma una posición de
supremacía en Italia, semejante a la otorgada al obispo de Alejandría en
Egipto, Libia y Pentápolis. Luego en el sínodo de Sárdica se le otorga al de
Roma un privilegio único en Occidente, aunque todavía restringido; este
privilegio se le otorga debido a las circunstancias de las controversias
arrianas; pero de ninguna manera basados en textos bíblicos, como si fuera
una exigencia divina, tal vez a la manera del Concilio Vaticano I (1869-1870),
que arbitrariamente invoca un jure divino y convierte al romano pontífice en
juez de todos los fieles.
SEGUNDO CONCILIO DE NICEA

(VII Ecuménico) Este séptimo concilio ecuménico fue reunido en Nicea en el


año 787 - Convocado por Irene, la emperatriz regente. Sancionó el culto a las
imágenes; es decir, declaró la legitimidad de darle reverencia a cuadros e
imágenes que representaran realidades divinas. Antecedentes Los albores del
siglo VIII significaron una época crucial para el Imperio Bizantino, por la
abrupta irrupción de los ejércitos musul- manes; pero cuando éstos asediaban
en las mismas puertas de Constantinopla, sube al poder imperial León III
(717-740), de la dinastía isaura, salvando así a la capital del imperio,
devolviéndole al Este el prestigio perdido, y reconquistando muchos territorios
que habían sido tomados por los árabes. Este mismo empuje reconquistador
fue retomado por su sucesor Constantino V (740-775), quien llegó hasta las
mismas márgenes del río Éufrates, en los límites de las antiguas tierras
mesopotámicas. Por las actas del concilio de Elvira (España), se sabe que el
cristianismo antiguo, post primitivo, era adverso al culto y adoración a las
imágenes religiosas, pero ante la decadencia de la cristiandad a partir de
Constantino el Grande, se fue introduciendo esa costumbre debido a la
influencia pagana; pero a raíz de las invasiones y de la influencia de los
musulmanes, al parecer enemigos de la idolatría, surgió un movimiento
iconoclasta, y fue cuando el emperador León III, oriundo de Anatolia, menos
dado a la idolatría que los griegos, comprendió lo justo de las burlas de los
infieles, y dentro del paquete de sus reformas imperiales, introdujo la
prohibición del culto de las 58 Los Concilios Ecuménicos imágenes en el año
730, y aquello duró por más de un siglo, situación conocida en la historia
como la controversia de las imágenes. Hay que reconocer que el cristianismo
gradualmente se fue transformando, de tal manera que sus elementos
originales ya en el medioevo era difícil reconocerlos; y no es de extrañar que,
por ejemplo, el genuino arrepentimiento llegase a degenerarse en penitencia, la
Cena del Señor, se convirtió en un sacrificio expiatorio ofrecido por un
sacerdote terrenal, con el raro poder de salvar a vivos y a muertos, rito que
hasta hoy llaman misa, término del latín, que significa reunión. Entonces,
imagínese el lector aquella situación. Mahoma, el originador del islamismo
había conocido los textos del Antiguo Testamento; él sabía que era
descendiente de Abraham por la línea de Ismael, él conocía los textos de
Moisés incluido el Decálogo donde está prohibida la idolatría; por la lectura
del Nuevo Testamento, Mahoma sabía acerca de Jesús de Nazaret, y estaba en
contra de la adoración de las imágenes, y sus seguidores se encuentran un
cristianismo decadente e idolátrico, el cual sin duda es el blanco de las burlas
del islamismo. A tal punto conocía Mahoma la Biblia, que para él la revelación
de Dios en el mundo es progresiva y reconoce seis fases o grados en ella: Adán,
Noé, Abraham, Moisés, Jesús y, por supuesto, Mahoma. Es innegable que los
árabes habían sido idólatras antes del islamismo. La Meca, antes del
advenimiento de la religión iniciada por Mahoma, era un verdadero panteón
de divinidades árabes, pero al surgir el Corán, el islamismo consolidó la
adoración al solo Alá, que ellos por tradición desde antiguo ya conocían como
el padre de todos los dioses, y a quienes los peregrinos ya venían adorando en
una piedra negra que era guardada dentro de un edificio, la Kaaba. Pero, ¿qué
dice la Palabra de Dios? Dice en Éxodo 20:3-6: “3 No tendrás dioses ajenos
delante de mí. 4No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que está
arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. 5No
te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte,
celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y
cuarta generación de los que me aborrecen, 6 y hago misericordia a millares, a
los que me aman y guardan mis mandamientos”. Segundo Concilio de Nicea
59 “No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni pondréis en vuestra tierra
piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios
(Levítico 26:1). “ 15Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna
figura visteis el día que Jehová habló con vosotros de en medio del fuego;
16para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de
figura alguna, efigie de varón o hembra, 17figura de animal alguno que está en
la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, 18figura de ningún
animal que se arrastre sobre la tierra, figura de pez alguno que haya en el agua
debajo de la tierra. 19No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol y la
luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a
ellos y les sirvas; porque Jehová tu Dios los ha concedido a todos los pueblos
debajo de todos los cielos” (Deuteronomio 4:15-19). “Por tanto, amados míos,
huid de la idolatría” (1 Co. 10:14). Como es de suponer, la política religiosa
del emperador León III tuvo sus opositores, en especial entre los monjes, dados
como eran a las representaciones religiosas (iconos e imágenes), y con ellos el
pueblo supersticioso y cuasi pagano. Uno de esos monjes que lideraba esa
oposición fue Juan Damasceno, quien escribió tres apologías en favor del culto
de las imágenes, en donde, por ejemplo se pueden leer las siguientes palabras:
“No corresponde al Emperador hacer leyes para regir a la Iglesia. Los
apóstoles predicaron el evangelio; el monarca debe cuidar del bienestar del
Estado; los pastores y maestros se ocupan de la Iglesia”. Es cierto lo que
escribe aquí el monje; pero, la Iglesia misma, al aceptar la unión con el Estado,
¿no perdió el derecho de usar este argumento? A pesar de todo esto, el
emperador siguió su política iconoclasta, y sus soldados destruyeron toda
suerte de esculturas y cuadros, cosa que también sirvió de pretexto para frenar
el creciente poder de los ricos monasterios, y sujetar a la Iglesia bajo el poder
del Emperador. A esto siguieron las luchas opositoras tanto de monjes como
del desorientado pueblo y hasta por el mismo patriarca Germán de
Constantinopla. Muchos de ellos fueron ejecutados, depuesto el 60 Los
Concilios Ecuménicos patriarca iconólatra y sustituido por el iconoclasta
Atanasio. En Roma, el papa Gregorio III (731-741) en oposición a la política
del emperador, convocó un sínodo romano en el año 731 al que asistieron 93
obispos, decretando que en adelante el que destruyese o injuriase imágenes de
Cristo, de María o de los apóstoles y demás santos sería excomulgado.
Constantino V (741-775) sucedió a su padre León III en el trono imperial, y
en su celo iconoclasta convocó un concilio en Hiereia en el año 754, con la
asistencia de 300 obispos, quienes basados en las Escrituras y la tradición
patrística, condenaron el culto a las imágenes, dejando por sentado que los
únicos símbolos del culto cristiano se hallan representados en el pan y el vino
de la cena del Señor, y de paso denunciaron la tendencia arriana o nestoriana
que implicaba representar sólo la naturaleza humana de Jesucristo. Debido a
que esto encontró fuerte oposición en Roma y el posterior triunfo de la
iconolatría en el segundo concilio de Nicea, este concilio de Hiereia no tuvo
aceptación ecuménica. Como consecuencia de los edictos imperiales y la
imposición a la fuerza de los acuerdos del concilio de Hiereia, los templos y
monasterios del Imperio fueron despojados de imágenes e iconos, a veces con el
uso de la violencia. La verdad es que a un idólatra no se le libra de la idolatría
arrebatándole y destruyéndole sus ídolos; eso trae consecuencias adversas. Esa
sanidad debe empezar en el corazón, que en última instancia es de donde sale
toda la maldad, y ese trabajo de sustitución de la adoración a los ídolos por la
adoración al Dios vivo, sólo lo hace el Señor mediante Su Espíritu y por la
obra de Su Hijo Jesucristo. La política del emperador León IV (775-780), hijo
y sucesor de Constantino V, fue de más tolerancia, se cree que por la
influencia de su esposa Irene, quien se inclinaba hacia la adoración de iconos.
A la muerte del emperador León IV en el año 780, Irene, su viuda, tuvo la
oportunidad de gobernar en calidad de regente en el trono de su hijo menor
Constantino VI (780-797). El concilio Irene destituyó al patriarca de
Constantinopla y en su lugar elevó a Tarasio al patriarcado, quien venía
desempeñándose como oficial Segundo Concilio de Nicea 61 civil; de manera
que debió hacer los votos monásticos y ordenado sacerdote antes de ser elegido
para ocupar la vacancia en el patriarcado. Con un patriarca surgido de esa
manera, Irene bien podía emprender la restauración del culto de las imágenes
en el Imperio; y para ello decidieron convocar un concilio en Constantinopla
en 786, pero encontraron la férrea oposición de la guardia imperial, quienes
lograron disolver la asamblea reunida en la Basílica de los Apóstoles. Para
librarse de esa oposición, tuvo que depurar el ejército, y logró inaugurar el
concilio el 24 de septiembre del año 787, pero en la ciudad de Nicea, en donde
los obispos iconoclastas no tuvieron representación. El papa romano Adriano I
(772-795) no asistió a este concilio, pero mandó sus legados, y la asamblea se
ha considerado por el sistema católico romano como el séptimo concilio
ecuménico. El número de obispos asistentes superaba los trescientos
cincuenta. En reemplazo del emperador, fue Tarasio quien presidió las
reuniones del concilio, interesándose por normalizar las relaciones entre esa
facción de la iglesia y el Estado, a fin de que el patriarcado fuese reconocido
como autoridad suprema en lo relacionado con los dogmas, además de que se
concediera al emperador autoridad tanto en lo relacionado con las leyes
eclesiásticas como en la administración. Restauración del culto a la imágenes
El segundo concilio de Nicea tenía como objetivo anular las decisiones del
sínodo de Hiereia y condenar todos los decretos iconoclastas; estableció el culto
de las imágenes, aprobó el uso de los iconos, fomentó la idolatría y la
superstición. Asimismo prohibió el nombramiento de obispos por el poder
laico. Para justificar la adoración de las imágenes, los obispos conciliares
pretextaron, entre otras cosas, que la Escritura era insuficiente al respecto.
Este concilio condenó, acusándolos de “sacrílegos herejes”, a todos los que
consideraban a las imágenes “cristianas” como simples ídolos, y estableció,
bizantina y sutilmente, el embeleco de que a Dios se le rinde culto de latría, y
a los santos de 62 Los Concilios Ecuménicos 1 Palabra tomaba del verbo
griego “douleno”, servir dulía1 . Consecuencias A pesar de que Roma había
avalado las decisiones aprobadas en Nicea, lo que siguió fue que lo aprobado
por este concilio no tuvo inmediata aceptación universal, pues muchos
sectores eclesiásticos de Oriente continuaban adheridos a sus convicciones
iconoclastas, y Occidente se levantó en contra de la veneración de imágenes.
En Occidente los papas habían aprobado el uso de iconos, pero había sectores
que, aunque admitiendo las imágenes, se negaban a venerarlas, reprobando las
decisiones del Concilio de Nicea. Así continuó por algún tiempo el forcejeo
entre los favorecedores de los iconos e imágenes, por una parte, y los
iconoclastas, por la otra. Carlomagno (742-814), primer emperador del
restaurado Imperio Romano de Occidente, se opuso a las decisiones del
concilio de Nicea en un escrito teológico, “Libri Carolini”. Incidentalmente un
sínodo o anti-concilio reunido en Frankfort y convocado por el emperador
Carlomagno en 794, con la asistencia de trescientos obispos occidentales,
incluidos dos representantes papales, condenó el decreto del concilio de Nicea
de 787 por el cual permitían tributar reverencia a las imágenes, considerando
de paso dicha asamblea no como un concilio ecuménico, sino simplemente
como una reunión de los obispos griegos. Este sínodo pidió al papa Adriano I
que excomulgase a los obispos participantes en Nicea, pero el papa soslayó el
asunto enredándolo todo con sutiles distinciones entre “veneración” y
“adoración”. Dice en Mateo 16:24: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame”. En el versículo anterior la Escritura habla de llevar la cruz, no de
adorarla. En la práctica religiosa, quien acostumbra adorar la cruz, es enemigo
de llevarla para muerte del ego carnal. Pero no se trata de la religiosa
costumbre de cargar una cruz metálica o de madera colgada en el pecho. La
cruz de Cristo no es ostentación de algo Segundo Concilio de Nicea 63
objetivo, sino la obediencia subjetiva, y la muerte al mundo, al pecado, a la
carne y al yo. Pero al final, Roma terminó imponiendo toda suerte de idolatría
y superstición, porque su destino era convertirse en la gran ramera. Como en
esos tiempos la región norteña de Italia aún no había acatado la hegemonía
papal, es meritorio de mencionarse que en la época carolingia, Luis el Piadoso,
sucesor de Carlomagno, nombró obispo de Turín al español Claudio (murió en
839), famoso predicador, quien reprobó enérgicamente la veneración de ídolos,
de la cruz y la práctica de solicitar la intercesión de los santos; enfatizaba la
importancia de la devoción espiritual y la consagración personal a Dios.
Crítico acérrimo de la institución papal, declaró que no debe ser llamado
apostólico el que se sienta en la supuesta silla del apóstol, sino el que hace la
obra de un apóstol. En toda esa región de Piamonte perduraron testigos fieles
de la ortodoxia bíblica, sin que se contaminaran de idolatría ni de papismo,
virtuosa semilla que iba germinando hasta que siglos más tarde esta verdad
entroncara con el movimiento de los sufridos valdenses. Después de Irene, en
Bizancio hubo emperadores que condenaron la idolatría, pero resurgió
definitivamente con Teodora, la esposa del emperador Teófilo, mujer idólatra
que a la muerte de su esposo (año 842) gobernó como regente de su hijo
Miguel III (842-867), a la sazón menor de edad. Entonces, a raíz de la
aceptación tanto en Oriente con el culto a las imágenes en cuadros o iconos,
como en Occidente con el culto a las imágenes esculpidas, las reliquias
religiosas, la cruz, y otros objetos de dudoso origen, el segundo concilio de
Nicea adquirió el carácter de ecuménico. Este concilio también se destaca por
la promulgación de la «tradición» eclesiástica como autoridad, poniendo bajo
anatema al que la rechazara; asunto que completó el contra-reformador
concilio de Trento ocho siglos más tarde.
CONCILIO DE CALCEDONIA

(IV Ecuménico) La ciudad de Calcedonia estaba ubicada frente a


Constantinopla, sobre el Bósforo. Allí se reunió el concilio, convocado por el
emperador Marciano (450-457) en el año 451, para fallarla controversia
eutiquiana. Culminó la controversia cristológica y formuló lo que ha sido
considerado la doctrina ortodoxa de la relación entre las dos naturalezas de
Cristo. Este concilio condenó el monofisismo promovido por Eutiques.
Antecedentes Como se esbozó en el capítulo anterior, Cirilo de Alejandría y
con él el concilio de Éfeso sembraron la semilla del monofisismo, y Eutiques
(378-454), abad de un convento de Constantinopla, fue uno de los que mejor
se encargaran de que esta herejía se desarrollara y el conflicto cobrara
actualidad. Como se explicó, el monofisismo es el error de los que niegan que
Cristo tuviera las dos naturalezas. Sólo ven en Jesús al “Logos humanizado”,
que al encarnarse absorbió la humanidad, de tal manera que la anuló,
quedando sólo Su divinidad; echando por tierra de esta forma toda la teología
de la redención, pues al negarle la humanidad al Hijo de Dios, no podía ser el
sustituto de los hombres en la expiación. Estas desviaciones cristológicas
tuvieron sus tenaces opositores en las personas de Teodoro, patriarca de
Antioquía, Flaviano, simpatizante de la escuela antioquina y quien a la sazón
ocupó la sede episcopal de Constantinopla en 446, y León I, el Grande, obispo
de Roma, quien al respecto escribió una carta dogmática al patriarca de
Constantinopla, la cual fue referida en su oportunidad en el concilio de
Calcedonia, y que se conoce como el Tomo de León I. En el año 444, Dióscoro
sucedió a Cirilo en el obispado de Alejandría, y fue asimismo su seguidor en
su celo por el prestigio y en su corriente teológica, pero fue más allá que Cirilo
en el énfasis dado a la naturaleza divina en Cristo. Eutiques se encargó de
denunciar que el credo acordado entre Juan de Antioquía y Cirilo en 433 era
nestoriano, y declarando un poco confusamente que antes de la unión (la
encarna- 34 Los Concilios Ecuménicos) en Cristo había dos naturalezas, la
divina y la humana, pero después de la unión (encarnación) se mezclaron las
dos de tal manera que la divina absorbió la humana, y vinieron a constituir
una sola naturaleza, la cual fue plenamente divina. En esa forma, el Hijo vino
a ser homoóusion (de una sustancia) con el Padre, pero no con el hombre.
Eutiques, al negar que Cristo hubiese tenido una naturaleza humana, en la
práctica estaba negando la encarnación y la obra redentora del Salvador, y de
ahí que se diga que Eutiques es el verdadero fundador de la herejía monofisita
(de monofusis = una sola naturaleza). En verdad, Eutiques, no era un hombre
tan erudito como para formular por sí solo una cristología de reaccionar en
contra del nestorianismo que dividía a Cristo en dos personas, cayó en el error
de declarar que las dos naturalezas de Cristo se habían fusionado en una sola;
cuya conclusión final fue que Cristo no era ni verdadero Dios ni verdadero
hombre. A pesar de que Eutiques fue denunciado y excomulgado como
injuriador de Cristo y depuesto de toda actividad sacerdotal en un sínodo
reunido en Constantinopla en 448 bajo la presidencia de Flaviano, este
heresiarca no aceptó aquella sentencia y apeló al emperador, presentando
también su causa ante otros obispos, incluyendo a León I el Grande, obispo de
Roma. Otro tanto hizo Flaviano. León prestó su apoyo a Flaviano, enviándole
una extensa carta dogmática conocida como el Tomo (Tomus Leonis),
exponiéndole su punto de vista cristológico, el mismo que era sostenido en
Occidente desde Tertuliano, que consistía en afirmar que en Jesucristo, las dos
naturalezas completas, la divina y la humana, se unían en una persona, sin
que ninguna de ellas primara en detrimento de las propiedades de cualquiera
de las naturalezas o sustancias. Eutiques halló un pleno apoyo en Alejandría,
y sobre todo en Dióscoro, su patriarca, quien consiguió con el emperador
Teodosio II el Joven convocara nuevamente el concilio en Éfeso. Al igual que
había hecho Cirilo, Dióscoro llevó a Éfeso la guardia especial de su obispado y
gran número de monjes partidarios de Eutiques procedentes de las fronteras
de Persia y Siria, a fin de imponer por la fuerza sus convicciones teológicas. El
Sínodo Ladrón El emperador convocó a los obispos de todo el imperio para
tratar esta controversia, el cual se reunió de nuevo en Efeso en 449, presidido
El Concilio de Calcedonia 35 y dominado por Dióscoro, quien tomó la parte de
Eutiques, y por no haber asistido León, obispo de Roma, sino que fue
representado por dos legados, se prohibió la lectura de su Tomo. Como es de
suponer, el concilio aprobó unánimemente el monofisismo, y Eutiques fue
plenamente rehabilitado, depuesto Flaviano y excomulgado León. Cuando
alguien tan sólo aludió a las dos naturalezas de Cristo, no faltaron voces
pidiendo que el tal fuese quemado vivo o partido en dos. Como Flaviano, el
obispo de Constantinopla, era defensor de la ortodoxia, Dióscoro, sin escuchar
las protestas del legado romano, y con el apoyo de soldados imperiales, monjes
y guardias del obispo alejandrino, se abalanzaron contra Flaviano, lo
golpearon, lo pisotearon, muriendo al cabo de tres días, camino del destierro,
como una triste consecuencia de la intolerancia y del episcopal odio. Los
obispos, en medio de semejante alboroto y pavor, al hallar las puertas del
templo cerradas cuando trataron de huir, les obligaron a firmar en papel
blanco unas actas que fueron después redactadas al gusto de los dominantes.
No es extraño, pues, que León I y los leales a Roma hayan llamado a esta
segunda reunión del concilio de Éfeso, "el sínodo de ladrones". A pesar de las
denuncias del obispo de Roma y el resto de obispos occidentales, el emperador
se negó a convocar un nuevo concilio a fin de arreglar este grave asunto. Los
obispos eran impotentes para hacerlo. A partir de Constantino, la Iglesia había
aceptado el apoyo estatal, y este era parte del precio que tenía que pagar. Por lo
pronto el monofisismo fue impuesto como religión oficial, so pena de infringir
la ley. Pero León I no permaneció pasivo y se opuso tenazmente al
monofisismo, condenando las decisiones del “sínodo ladrón”, y su
intervención fue decidida, preocupándose por altas disquisiciones teológicas, y
por fin fue atendido en sus demandas de un nuevo concilio ecuménico, para
cuya convocatoria influyó Pulqueria, la esposa del emperador, a la sazón
partidaria de la ortodoxia. Desarrollo del concilio En el año 451, el emperador
Marciano (450-457), sucesor de Teodosio el Joven, convocó un nuevo concilio,
el cual se reunió en Calcedonia, conocido más tarde como el Cuarto Concilio
Ecuménico. Abrió sus sesiones el 8 de octubre, y se reunieron alrededor de
unos seiscientos obispos, la mayoría procedente de Oriente. También esta vez
León se hizo representar por unos legados venidos de Roma, tres 36 Los
Concilios Ecuménicos obispos y dos presbíteros, a los cuales prodigaron un
trato preferencial. Dióscoro no presidió por no estar de acuerdo con tal
concilio, sino que la presidencia estuvo a cargo de los comisionados imperiales,
compartida con los representantes romanos. Dióscoro se sentó en el banco de
los acusados, junto con otros de sus partidarios. Fueron anuladas las
resoluciones del “sínodo de ladrones” y se condenó la herejía de Eutiques y
Dióscoro; este último fue depuesto y excomulgado. Fue condenado el
monofisismo. Fue leída la profesión de fe de Nicea, y fue leído y aprobado el
Tomo de León de donde extractaron unos puntos de vista que incluyeron en
un credo o declaración doctrinal que adoptaron los asambleístas, en donde se
denuncian los dos extremos erróneos del nestorianismo y el monofisismo,
condenando tanto la confusión de las dos naturalezas, como la división de la
única Persona de Cristo, cuya sustancia es del siguiente tenor: “Siguiendo,
pues, a los santos padres, nosotros todos, a una voz, enseñamos que ha de ser
confesado uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en
divinidad y perfecto en humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, de
alma racional y cuerpo, de la misma sustancia (homousios) con el Padre en
cuanto a la divinidad, y de la misma sustancia (homoóusion) con nosotros en
cuanto a la humanidad, semejante a nosotros en todo, menos en el pecado
(Hebreos 4:15); engendrado del Padre antes de todos los tiempos en cuanto a
la divinidad, y el mismo, en estos días posteriores, por nosotros y para nuestra
salvación, nacido de la Virgen María, Madre de Dios (Theotokos) en cuanto a
la humanidad; que se ha hecho reconocer uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor,
Unigénito, en dos naturalezas, inconfundibles, inmutables, indivisibles,
inseparables, no siendo quitada de ninguna manera la distinción de las dos
naturalezas por la unión, más bien siendo conservada la peculiaridad de cada
naturaleza y concurriendo cada naturaleza en una sola persona (prosópon) y
una sola sustancia (hypóstasis), no partidas ni separadas en dos personas, sino
uno y el mismo Hijo Unigénito, la Palabra divina (Theou Logon), el Señor
Jesucristo; como desde el principio declararon los profetas acerca de Él, y el
mismo Señor Jesucristo nos ha enseñado, y el credo de los santos padres ha
transmitido hasta nosotros.” Como lo podemos ver en el anterior credo,
Eutiques fue denunciado como hereje y su creencia condenada. Diósforo fue
depuesto y excomulgado, y Flaviano, aunque ya había muerto, fue exonerado
post mortem. Es importante anotar que el Concilio de Calcedonia "oficializó”
El Concilio de Calcedonia 37, la supremacía de la sede del obispo de Roma
sobre las de Constantinopla y las más antiguas de Jerusalén, Antioquía y
Alejandría, quedando como segunda la de Constantinopla, diríamos que
poniendo bases para el posterior Cisma de Oriente. Hacemos claridad que, de
acuerdo con las Sagradas Escrituras y a Cirilo de Alejandría, el Señor Jesús
fue concebido virginalmente por el Espíritu Santo en el vientre de María. Dice
Lucas 1:35: “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti,
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo
Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”; de manera pues que María fue
madre de un Ser hombre y Dios a la vez. Podemos afirmar, pues, que María
no sólo era christotokos (madre de Cristo) sino también, en cuanto a la
encarnación del Verbo, theotokos (madre de Dios). Oficialmente la autoridad
conciliar había condenado el arrianismo, el nestorianismo y el monofisismo, en
términos fieles a la Palabra de Dios, que han sido aceptados tanto por los
católicos, como por los ortodoxos orientales, y últimamente por los
protestantes. Pero no obstante, el peligro que encierran las definiciones
teológicas conciliares es que ellos mismos las consideraron ortodoxas y
acertadas, no porque estuviesen de acuerdo a las Sagradas Escrituras, sino
porque eran inspiradas por el Espíritu Santo; acerca de lo cual el mismo
obispo de Roma Gregorio el Grande llegó a decir que las decisiones de los
primeros cuatro concilios debían honrarse a la par que los cuatro evangelios.
Sin embargo, no se les puede negar que históricamente fueron dotados de
autoridad por Dios, a fin de dirimir estas controversias sobre asuntos de tanta
importancia para la vida de la Iglesia, pero la declaración de que las decisiones
conciliares deben honrarse a la par que las Sagradas Escrituras, ha
contribuido a introducir “dogmas” heréticos, por el hecho de haber sido
aprobados por concilios llamados ecuménicos, que muchas veces han
subestimado la verdad de Dios que aparece en la Biblia, Palabra sí inspirada
por el Espíritu Santo. Los hombres nos contradecimos y nos equivocamos, así
sea que se trate de perínclitos e ilustres obispos, doctores en teología y toda
ciencia, duchos en los intríngulis de la política y las veleidosas pasiones
humanas, reunidos en asambleas de la más alta confiabilidad; pero Dios no se
equivoca. Dios es fiel a Su Palabra y a Su propósito eterno. “Por tanto, como
la lengua del fuego consume el rastrojo, y la llama devora la paja, así será su
raíz como podredumbre, y su flor se desvanecerá como polvo; porque
desecharon la ley de Jehová de los 38 Los Concilios Ecuménicos ejércitos, y
abominaron la palabra del Santo de Israel” (Is. 5:24). “Secase la hierba,
marchítese la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre”
(Is. 40:8). Consecuencias No obstante la claridad doctrinal del credo
calcedonio y las decisiones tomadas en el terreno cristológico, continuó
extendiéndose el monofisismo y las ideas alejandrinas, en contraposición con
Occidente bajo el liderazgo de Roma y la parte oriental que reconocía a
Constantinopla y que siguieron apoyando las determinaciones del Concilio de
Calcedonia. Los monofisitas daban mayor énfasis a la naturaleza divina de
Cristo, afirmando que la naturaleza divina transformaba la humana de tal
manera que todo llegaba a ser divino, aunque quedándole algunas
características humanas, de manera que los monofisitas no aceptaron las
decisiones del Concilio de Calcedonia. Fueron influidas por el monofisismo
regiones como parte de Egipto, Etiopía, mucho de Siria, con tendencias en
Armenia y Persia, con nuevos brotes de división en la Iglesia y amenazando la
unidad del Imperio. Rotos ya los vínculos, desde entonces las iglesias no
calcedonenses, aunque muy diezmadas por el triunfo del mahometanismo,
continúan separadas de las grandes tradiciones de las iglesias de oriente y
occidente. Como en el fondo el interés imperial era la unidad política del
imperio por encima de los intereses de la Iglesia, en el año 476, el emperador
Basílico condenó el Tomo de León y las decisiones de Calcedonia mediante un
documento llamado Encyclion. Zenón, otro astuto emperador, en 482, en un
intento de acercar a los monofisitas con los calcedonios, publicó un documento
propenso a equívocos llamado Henoticón, y dirigido para que fuera aceptado
por los dos bandos, con la consecuencia de que fue rechazado por los más
radicales monofisitas, por los obispos de Occidente con el de Roma a la cabeza,
quien rompió relaciones con el de Constantinopla por haberlo aceptado.
Téngase en cuenta que a la par que se desarrollaba la doctrina del primado
romano, es contrapesada esta evolución por el desarrollo paralelo de la
supremacía de Constantinopla en Oriente, y el concilio de Calcedonia toma
parte activa en esto. El concilio de Calcedonia, elevó al obispo de
Constantinopla a un rango de igualdad con el de Roma, en su condición de
patriarca de la otra capital del Imperio. El Concilio de Calcedonia 39
Justificación por la fe. Por considerarlo contemporáneo con la época del
desarrollo de los acuerdos de este concilio, insertamos lo siguiente:
Bíblicamente la salvación de los hombres es sólo por la gracia de Dios, y que
los recipientes de la gracia son predestinados y cuyo número es infalible-
mente fijo. Pues bien, el sínodo de Orange en 529, cuyas decisiones tuvieron
la aprobación papal, acordó que por la gracia transmitida mediante el
bautismo, todos los que se bautizan pueden, si trabajan fielmente, hacer
aquellas cosas que “pertenecen a la salvación del alma”. Hay que tener en
cuenta que hubo épocas de eventuales conversiones en masa, en que el
bautismo era prácticamente universal, y en las generaciones subsiguientes fue
suministrado incluso a los infantes, sin que ellos, como es lógico, tuvieran
conciencia de aquel acto, de modo que como resultado se presume que todos
podrían ser salvos, si trabajan únicamente con Dios, en caso de que ejecutaran
aquellas cosas que eran consideradas como mandadas por Dios por medio de la
Iglesia. Pero, ¿es la salvación por obras? ¿Esta clase de cristianismo profesado
no es acaso patentemente superficial? ¿Habrá en estas prácticas comprensión
del verdadero sentido del evangelio? ¿Dónde había quedado la expresión de la
vida interior del cristianismo? “9 Quien nos salvó y llamó con llamamiento
santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia
que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, 10pero que
ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el
cual quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el evangelio”
(2 Ti. 1:9-10). Conforme la enorme caída que la Iglesia experimentó en la
historia, con su infidelidad al Señor y unión con el mundo, casi todas las cosas
con que Dios la había dotado se perdieron, se olvidaron, quedaron
desconocidas. Por ejemplo, se perdió la salvación por la gracia mediante la fe,
la cual fue cambiada por las obras; se perdió la vida en el Espíritu, se perdió la
regeneración espiritual, se perdió la verdadera comunión de los santos; se
prohibió la lectura de la Biblia, se perdió la expresión de la unidad del cuerpo
de Cristo. El Señor desde la Reforma de Lutero y otros, comenzó a restaurar
todo eso que hemos enumerado y otras cosas, pero todavía vemos muchos
religiosos y aun hermanos cristianos, aferrados a la salvación por obras, al
cumplimiento de leyes y ritos, a tener una apariencia de piedad para agradar a
Dios y no perder 40 Los Concilios Ecuménicos la salvación; pero la salvación
no depende de nuestras obras, pues depende de la obra de Dios, la obra del
Señor Jesús mediante Su encarnación, Su muerte en la cruz y gloriosa
resurrección y ascensión a la diestra del Padre. La Palabra de Dios dice que Él
nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros delitos y pecados. Nuestra
salvación eterna no depende de lo que hagamos nosotros, sino de lo Dios ha
hecho; somos salvos por la pura gracia de Dios. De nuestras obras y de
nuestra fidelidad y obediencia al Padre, sí depende que participemos o no con
el Señor en el reino milenial. Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo,
y ahí es donde habrá claridad de si nos hemos negado a nosotros mismos y
hemos llevado cada día nuestra cruz. Sin embargo, ¿cuál es nuestra
responsabilidad? Dios nos ha dado la salvación por medio de la obra de Su
Hijo, y nuestra responsabilidad es aceptar esa salvación. El Señor te extiende
ese regalo y tú estás en la libertad de aceptarlo o rechazarlo. El evangelio dice:
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito
(la parte de Dios), para que todo aquel que en él cree (la parte del hombre), no
se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Dios nos revela a Cristo y por
Su Espíritu nos convence de pecado de no creer en Cristo y nos trae al Señor,
pero espera que usemos nuestra voluntad para recibir esa salvación. “El que
cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36). La Biblia dice que algunos
no le recibieron, “mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su
nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). El Señor
manifiesta en Su Palabra que Él muchas veces ha querido hacer algo, pero
nosotros no hemos querido; y Él respeta nuestra voluntad.
CONCILIO DE TRENTO

(XIX Ecuménico, según Roma) Concilio reformista reunido en la ciudad de


Trento, ciudad de Italia en la región de Tirol, entre 1545-1563, convocado por
el papa Pablo III (Alejandro Farnese), bajo la presión del emperador Carlos V,
iniciando su primera sesión en diciembre de 1545. Este concilio fue convocado
para contrarrestar la Reforma protestante. Antecedentes históricos De la
Reforma se ha escrito mucho. Aquí sólo incursionamos con unas cuantas
glosas. Circunstancialmente, Martín Lutero, el hombre que se enfrentó con el
negocio pontificio de las indulgencias, encontró un ejemplar de la Biblia en la
biblioteca de la Universidad de Wittemberg, en donde a la sazón era profesor,
libro cuyo contenido desconocía, salvo, como los demás profesores y teólogos
de la época, algunos pasajes aislados y comentarios patrísticos ya de por sí
envenenados con las espurreas falsificaciones medievales. Así, estudiando y
enseñando las Escrituras desde su propio contexto, pudo tener claridad de la
justicia de Dios, de la distorsión religiosa de las indulgencias, y de que “el
justo vivirá por la fe”, y pudo ver con mayor claridad que en los siglos
precedentes el evangelio había sido distorsionado por el papado romano, el
monasticismo y el escolasticismo. En una sociedad paganizante, la
ponderación del falso misticismo, las prácticas de la vida monástica y la
importancia dada a los méritos personales y a la práctica de obras muertas, y
sobre todo el desconocimiento de las Escrituras, todo eso había obrado en
detrimento de la salvación por la sola fe. Téngase en cuenta que desde 1343, y
basado en las teorías escolásticas, el papa Clemente VI había dado aprobación a
la venta de indulgencias; y los maestros escolásticos que promulgaron esas
peregrinas teorías fueron Alberto Magno y Tomás de Aquino, y, como se sabe,
para ello se basaron en el famoso “tesoro” de la Iglesia, consistente en que 142
Los Concilios Ecuménicos Cristo, María y los santos habían acumulado un
sobrante de méritos personales de perfección, tanto que ahora se podía
disponer de los mismos en favor de otros, para que, acompañados de genuinas
penitencias, fueran libres de penas eclesiásticas y tormentos del “purgatorio”,
y sirvieran además para librar almas de difuntos que supuestamente hubieran
ido a parar a ese lugar. En la época medieval había una ignorancia absoluta de
la verdad bíblica. El pueblo caminaba en una oscuridad tan aberrante e
ignoraba tanto de lo que es Dios en verdad, que tenía del Señor una imagen
muy equivocada, de un Dios severamente vengativo, al que había que buscar
la forma de agradarle haciendo cosas, metiéndose a monje como el caso de
Lutero, venerar reliquias, rezar rosarios e involucrarse en peregrinaciones; en
fin, nadie sabía qué hacer para salvarse. La gente desconocía que Dios es amor
y que había mandado a Su propio Hijo a que se encarnara y muriera por
nosotros para salvarnos por gracia. ¿Qué había hecho el papado romano con la
sangre vertida por el Señor Jesús en la cruz del Calvario? ¿Qué había sido del
sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo? El mundo había
vivido casi un milenio en que faltaba la luz de la Biblia, fuente del
cristianismo y de la doctrina de los apóstoles; faltaba la vida en el Espíritu;
faltaba la salvación por la gracia; faltaba la vivencia de que”el justo por la fe
vivirá”. Sin todo esto, ¿dónde estaba la Iglesia? Sólo se veía la manifestación
de una institución humana de obras muertas. De manera que la venta de
indulgencias podía ser aprovechada para recaudar dinero, como en el caso de
Julio II y León X, a fin de allegar fondos para la construcción de un gran
mausoleo papal llamado catedral de San Pedro en Roma, bajo la dirección y
embellecimiento artístico de Miguel Ángel. Además, una corte papal que
navegaba en boato, nepotismo y afán de poder y grandezas terrenales, exigía
ingentes sumas para cubrir sus exorbitantes erogaciones. El papado vendía
esos certificados de salvación y el pueblo lo aceptaba dando por sentado que
aquello procedía de Dios; de manera que un profesor de teología y Sagradas
Escrituras como Lutero, no atinaba a comprender cómo Dios podía perdonar a
personas sin arrepentimiento, o cómo no perdonaba a los pobres sin que
mediara esa suma de dinero. Todo eso podía ser ignorado por el pueblo, pero
para un hombre que cada día tenía más luz de las Escrituras, aquello era una
perversión escolástica. Por el estudio de la carta a los Romanos, Lutero empezó
a tener claridad sobre la corrupción de la naturaleza humana heredada de
Adán; Lutero llegó a ver que el bautismo y demás sacra- El Concilio de Trento
143 1 Citado por José Grau. Op. Cit. P. 498. 2 Se puede leer las 95 tesis de
Lutero en el excursus I del capítulo V de mi libro “La Iglesia de Jesucristo,
Una Perspectiva Histórico-Profética”. 3 En Alemania se le llamaba Dieta a
las asambleas o juntas políticas con carácter consultivo y deliberante, para
discutir los asuntos públicos. En Alemania generalmente asistían los
electores-gobernadores, y el emperador. Rudimentos enseñados por el
catolicismo romano son incapaces de liberarnos del pecado, y la inutilidad de
las buenas obras como medio de salvación. Todo eso eran desviaciones
medievales de las cuales Lutero se iba alejando por la lectura de la Biblia. Lo
de las indulgencias era sólo un aspecto de la decadencia de Roma, muy grave
de por sí, pues el mal era de mayor envergadura. En Roma se necesitaba
dinero, por lo cual el papado reglamentó la venta de indulgencias en todo el
territorio europeo, de manera que Alberto de Maguncia, príncipe elector y
arzobispo de Magdeburgo, asumió la dirección de la venta de indulgencias en
todo sus territorios, encargo que asumió con una ganancia pactada del
cincuenta por ciento, dinero con que podía atender sus deudas, entre ellas la
contraída con el papado al comprar el título de arzobispo. Pero la venta física
en todas las plazas del Imperio Germánico fue encomendada a los frailes
dominicos, entre los cuales se contaba Juan Tetzel, quien llegó a Wittemberg
en Octubre de 1517 a pregonar “los pasaportes para franquear el furioso
océano y arribar en derechura al Paraíso”, según el decir de Daniel Rops1 .
Un sistema religioso tan apartado del evangelio como el catolicismo romano,
aun haciéndose pasar por el legítimo representante de Dios y de Su Cristo
sobre la tierra, estaba engañando y estafando al ignorante pueblo de la época.
Empieza, pues, el preludio de la Reforma protestante en la cátedra de un
profesor universitario, y después con las 95 tesis2 que ese mismo catedrático
propusiera para un debate público, clavándolas en la puerta del templo del
castillo de Wittemberg, el 31 de octubre de 1517. En esas tesis Lutero
simplemente exponía la verdad. Ni siquiera tuvo Lutero la intención de
reproducir esas tesis y distribuirlas y crear una revolución; de eso se
encargaron otros; incluso hubo apoyo de algunos clérigos involucrados en el
papado en Roma. Toda Europa se conmovió. Lutero fue citado por el legado
papal en Alemania el cardenal Cayetano para que acudiera a la Dieta3 de
Augsburgo, para que se retractara incondicionalmente. Ante la negativa 144
Los Concilios Ecuménicos de Lutero, quien apelaba a la Biblia, los libros de
Lutero eran quemados por orden de Roma, y su vida peligraba, pero Federico
el Sabio, el elector-gobernador de Sajonia, tomó la iniciativa de defender a
Lutero, incluso ante el emperador Carlos V. Como Bernardo de Claraval lo
había hecho con el papa Eugenio III, Martín Lutero le escribió al papa León X,
no atacando a su persona sino a la pestilente silla pontificia donde estaba
entronizado, e invitándole a que se salvara de esa puerta del infierno en donde
estaba rodeado de su mal cristiana corte. Lutero estaba convencido de que de
parte del papado y de las altas jerarquías romanas jamás se llegaría a una
verdadera reforma de la Iglesia, primero, porque los jerarcas romanos querían
estar siempre por encima del poder secular, alegando que lo espiritual está por
encima de lo temporal; segundo, el papado se arrogaba el exclusivo derecho de
interpretar las Escrituras a su acomodo, y tercero, cuando la cristiandad pedía
la convocatoria de concilios para la reforma de la Iglesia, se chocaba con la
afirmación del papa de que sólo él podía convocar concilios. Aunque, como
sabemos por las Escrituras, la Iglesia no necesita reformas, pues ya tiene su
propia forma en el Nuevo Testamento, a la cual hay que volver. Más grave que
la baja moral y corrupción del clero medieval, era su silencio y alteración
organizados de la Palabra de Dios, pues la Palabra es el testigo que acusa.
Pese a que le aconsejaron que no fuese, Lutero acudió a la Dieta de Worms el
16 de Abril de 1521, con la presencia del emperador, y en donde fue
interrogado, entre otros, por Juan Eck, el arzobispo de Trier, quien en su
posición semi-pelagiana había estado atacando las doctrinas contenidas en las
95 tesis, demostrando que Lutero era un hereje hussita; buenos oficios que le
valieron que fuese a Roma, de donde regresó en calidad de nuncio del papa con
una bula fechada el 15 de junio de1520, en la cual se excomulgaba a Lutero y
se declaraban heréticas sus doctrinas. Pero esa bula fue quemada por Lutero
junto con un numeroso grupo de profesores y estudiantes de Wittemberg, y
junto con la bula fueron quemados el ‘Derecho Canónico’, las ‘Decretales’, las
‘Clementinas’, las ‘Extravagantes’ de los papas, y algunos escritos de Eck y de
Emser. Cuando se le pidió que se retractara de sus escritos, humilde pero
firmemente solicitó que se le probaran sus errores con las Escrituras. Dijo:
“Que se me presente una refutación fundada en los profetas o en el Evangelio,
y me retractaré inmediatamente y yo mismo arrojaré mis libros al fuego”. El
Concilio de Trento 145 En la Reforma hay causas religiosas, pero también hay
causas políticas, económicas,morales y sociales. Muchos siglos de historia nos
dicen que los sucesos seculares se confundieron íntimamente con los
eclesiásticos, como desafortunada consecuencia de la unión ocurrida a
comienzos del siglo IV cuando hubo un matrimonio de la Iglesia con el mundo
y el Estado. Pero como no es el tema del presente libro, dejamos al lector que
investigue libremente en la historia los sucesos que siguieron a la condenación
de Lutero después de terminada la Dieta de Worms, y cómo se fue
desarrollando la Reforma protestante y la formación de las diferentes iglesias
nacionales europeas, que se iban desvinculando de Roma. Enfoque pre-
conciliar Muchos eran los motivos por los cuales la llamada Santa Sede
posponía la realización de un concilio ecuménico, pues esa gran máquina de
extraer dinero podría tener sus desgastes, y los ingresos de todos esos nobles
curiales y prelados se verían afectados. En los capítulos anteriores hemos
comentado sobre el nivel moral en que se encontraba esa institución religiosa.
Algunos, muy pocos, dentro de las altas esferas del catolicismo romano,
aspiraban se reformara todo ese corrompido sistema eclesiástico, pero sin
alterar sustancialmente la maquinaria papal. El Concilio de Trento fue
convocado con el doble propósito de reformar al interior de la institución
romano papista y de hacerle frente a la Reforma protestante en marcha. La
reforma al interior del catolicismo romano era una imperiosa necesidad desde
hacía muchos siglos. Cuando surge un Lutero enarbolando la bandera de la
reforma, nueve concilios medievales no habían logrado llevar a cabo una
renovación de la iglesia de Occidente, y jamás fue su intención. El
movimiento reformista o intentos reformadores dentro del sistema católico
habían comenzado antes de Lutero, como lo vemos entre los que
históricamente se han llamado pre-reformadores como Juan Huss, Jerónimo
Savonarola; otros como el cardenal español Francisco Jiménez de Cisneros,
Felipe Neri, Vicente Ferrer y muchos más, pero mientras que esto sucedía,
fueron personas rechazadas por el sistema, y en la corte papal ocurría lo
contrario, donde personajes como el español Alejandro VI, sumían al papado
al punto más bajo de la degradación moral. Muchos clamaban por la
convocatoria de un concilio general. 146 Los Concilios Ecuménicos Para
acabar con la Reforma protestante, la Roma papal había desplegado armas tan
poderosas como la Inquisición, el Índice, y últimamente a los jesuitas, con el
español Ignacio de Loyola a la cabeza. Pero mediante una bula, el papa Pablo
III manifiesta hacer volver a los “herejes” a la iglesia católica romana
mediante un concilio ecuménico; pero en realidad de allí surgió la
Contrarreforma. Téngase en cuenta, además, que el Concilio de Trento, no fue
un concilio amplio donde tuviera participación por lo menos toda la
cristiandad occidental, sino que fue un asunto de los italianos, bajo el control
de la Sede romana. Este concilio no fue ni ecuménico ni romano, si tenemos en
cuenta que las dos terceras partes de los asistentes eran italianos, pagados con
dinero de las arcas pontificias. El concilio De 1547 a 1551 las reuniones se
llevaron a cabo en Boloña, pero tuvo un receso de casi una década,
reiniciándose en enero de 1562 hasta diciembre de 1563. Durante ese período
se sucedieron los papas Pablo III, Julio III, Marcelo III, Pablo IV y Pío IV. En
este concilio, uno de los más importantes y significativos de la historia del
catolicismo romano, los Jesuitas afirmaron la espina dorsal, en su
intransigencia a los protestantes y en su acatamiento a la dirección papal,
entre los cuales se cuenta Pedro Canisio (1521-1597), uno de los más
conspicuos fundadores de la Sociedad de Jesús, y quien se destacó por su
señalada influencia en este concilio. A pesar de que se han efectuado dos
concilios ecuménicos católicos romanos posteriores a éste, de hecho el enfoque
doctrinario del romanismo sigue siendo tridentino, pues allí realmente
comenzó una nueva era para un catolicismo romano “reformado”. El Concilio
de Trento, aunque no fue convocado por el poderoso emperador romano
germánico Carlos V, él, entre muchos, esperaba que este concilio llevara a cabo
una serie de reformas y subsanara definitivamente la división entre
protestantes y la iglesia de Roma, pero sufrieron un chasco, pues este concilio
cortó con toda posibilidad de reconciliación con los protestantes. Allí
surgieron muchas corrientes encontradas, sobre todo por la cuestión del
dominio y autoridad papal. No pocos de los obispos, particularmente los
españoles y franceses, admitían que el obispo de Roma era primus, pero
solamente primus inter pares (el primero entre iguales). Entre los puntos
discutidos, podemos desglosar los siguientes. El Concilio de Trento 147 La
tradición y las Escrituras. Por iniciativa del papado romano, la Biblia había
sido un libro de prohibida lectura por el lapso de casi mil años, so pena de
muerte. Una de las características de la Reforma protestante fue la de poner a
las Escrituras como única fuente de la verdad, y cuya autoridad está por
encima de la de la Iglesia. Cuando el humanista y teólogo Juan Eck, le dice a
Lutero que sus ideas reformistas ya habían sido condenadas por el concilio de
Constanza, el mismo que había condenado a la hoguera a Juan Huss, Lutero le
responde que los concilios generales habían errado, que se habían contradicho
unos a otros, que así como los papas, eran falibles, y que los artículos de fe
deben derivarse de las Escrituras y no de otra fuente. Ante la avalancha de la
Reforma protestante, este concilio declaró que la Biblia, tanto el Antiguo como
el Nuevo Testamento, y las tradiciones inéditas que según el sistema católico
fueron recibidas por los apóstoles de boca de Cristo y conservadas por la
iglesia católica, fueron dictadas por el Espíritu Santo, teniendo a Dios por Su
autor; de esta manera le otorga igual autoridad a la tradición y a las
Escrituras como fuentes de la verdad. Esto trajo la fatal consecuencia de que
toda vez que la iglesia romana pretende justificar una doctrina que no tiene
respaldo bíblico, apelan a la supuesta tradición. Esta llamada tradición es un
subterfugio, una claraboya por donde se cuela toda suerte de componendas que
han desorientado al pueblo, por cuanto las Escrituras ya contienen todo lo
relativo a la salvación. Este es un asunto muy delicado, que el Señor no ha
dejado a las veleidosas conjeturas de una supuesta tradición. Poner a la
Escritura al mismo nivel autoritativo que una supuesta tradición humana es
el más sutil engaño que el romanismo se ha inventado. Hay una palabra
apostólica en el Nuevo Testamento en la cual no se ha fundamentado el
romanismo; y hay una palabra eclesiástica encerrada en la supuesta tradición.
A fin de prohibir y descartar las versiones bíblicas a los idiomas vernáculos,
declaró que la Vulgata, versión latina de Jerónimo, fuese considerada como la
auténtica, ordenando de paso que nadie se atreviera a interpretar la Biblia en
sentido contrario al autorizado por el romanismo. ¿Por qué ese afán de acallar
las Escrituras? Porque la Palabra de Dios desenmascara las mentiras y los
oscuros propósitos de ese sistema religioso. Este concilio insertó en el canon
del Antiguo Testamento los llamados libros apócrifos, y que algunas versiones
católicas de la Biblia por lo menos catalogan como deuterocanónicos, a saber:
Sabiduría, Eclesiástico, Tobías, Judit, I y II de Macabeos, Baruc. El pecado
original. El concilio de Trento afirmó la transmisión del 148 Los Concilios
Ecuménicos pecado de Adán a su posteridad, y que el pecado original es
quitado solamente por los méritos de Jesucristo, el mediador; pero incluyendo
este merecimiento también a los párvulos, motivo por el cual quedó
institucionalizado que debían ser bautizados para remisión del pecado
original. El decreto sobre la transmisión del pecado de Adán a toda la
humanidad, contraviniendo las Escrituras, excluye a María, apoyándose en
constituciones anteriores del papa Sixto IV, poniendo las bases para que en el
Concilio Vaticano I, en 1854, se proclamara el dogma de la inmaculada
concepción de María contradiciendo la Palabra de Dios. Dice la Escritura:
“Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos
3:23), “Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que
es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes” (Gálatas 3:22). “Portanto,
como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte,
así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos
5:12). La Palabra de Dios no excluye a María, y ella misma admite que es
pecadora cuando en el magníficat dice: “Engrandece mi alma al Señor; y mi
espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lucas 1:46-47). Teólogos y muchos
llamados Padres de la Iglesia cuyos testimonios son aceptados por la iglesia
romana, como Tomás de Aquino, Agustín de Hipona, el historiador Eusebio
de Cesarea, Anselmo, el papa Inocencio III, en sus escritos declararon que
María nació con la mancha del pecado original, según le llaman. Al colocar en
este concilio a un mismo nivel la llamada tradición eclesiástica con las
Escrituras, sobrevinieron consecuencias nefastas como el dogma de la
infalibilidad papal en 1870, el dogma de la Inmaculada Concepción de María
en 1854 y el de la Asunción corporal de María en 1950. Justificación. Se
puede afirmar con justicia que el fundamento y la razón de ser de la Reforma
protestante es la justificación por la fe, lo cual removía las bases mismas de las
doctrinas salvíficas reinantes en el sistema católico de la Edad Media. De ahí
que este tema fuera uno de los primeros que abordó el Concilio de Trento. El
aristócrata veneciano Gasparo Contarini, del equipo de delegados papales, se
inclinaba a encontrar una aproximación con los protestantes sobre el asunto
de la justificación por la fe, por lo cual con Reginaldo Pole, fue sospechoso de
herejía, pues Marcelo Cervini y Garafa (más tarde Pablo IV), representaban a
los reformadores que abogaban por la dogmatización de que la iglesia de Roma
no podía tener ninguna suerte de vínculos con el protestantismo. El concilio
define que la justificación puede ser impartida por medio del nuevo
nacimiento, pero que éste es obrado por El Concilio de Trento 149 medio del
bautismo. Sin embargo, este concilio define un agustinianismo modificado, es
decir, una posición semi-pelagiana y escolástica respecto de la gracia y de la
predestinación, manteniendo el énfasis en la gracia de Dios, pero afirmando,
además, el libre albedrío y la necesidad del hombre de cooperar con la gracia.
Tengamos en cuenta que los decretos de Trento confunden la justificación con
la santificación. Aunque van entrelazadas, no son lo mismo, pues muchos de
esos decretos están plagados de ambigüedades. Dice la Escritura en 2
Corintios 5:21: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para
que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Y en Romanos 3:24-26
leemos: “24 Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la
redención que es en Cristo Jesús, 25a quien Dios puso como propiciación por
medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber
pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados, 26con la mira de
manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que
justifica al que es de la fe de Jesús”. Ampliando un poco más, tenemos que el
Concilio de Trento declaró que Dios por su gracia mueve a los hombres para
que vuelvan a Él, sin la cual nadie puede tomar la iniciativa para su
justificación, y que usando de su libre albedrío pueden rechazar o cooperar en
la gracia, repudiando de paso este concilio la tesis de la gracia irresistible, la
justificación limitada y la perseverancia de los redimidos. Tengamos en cuenta
que el catolicismo romano suele confundir la justificación con la santificación.
El concilio expresó asimismo que no se podía aseverar que uno sea justificado
por la fe solamente, afirmando que los cristianos pueden progresar y ser
justificados aun más, con observar los mandamientos de Dios y de la iglesia;
es decir, la fe cooperando con las buenas obras. El concilio anatematiza a
quienes enseñen que desde el pecado de Adán ya no existe el libre albedrío, la
justificación por la sola fe, obtenida solamente por los que están predestinados
para la vida. El concilio se declaró a favor de la doctrina del purgatorio y los
merecimientos ganados por las buenas obras. ¿Qué dice la Escritura? “ 4
Según nos escogió en él (Cristo) antes de la fundación del mundo, para que
fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5 en amor habiéndonos
predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el
puro afecto de su voluntad. 8Porque por gracia sois salvos por medio de la fe;
y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se
gloríe” (Ef. 1:4- 150 Los Concilios Ecuménicos 5; 2:8-9). “De Cristo os
desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gá.
5:4). Sacramentos. En contraposición a la Reforma protestante, el concilio
reafirmó la creencia en siete sacramentos, insistiendo en que Cristo los
instituyó, declarándolos necesarios para la salvación y como medios para
recibir la gracia por el acto en sí (ex opere operato), incluso sin tener en cuenta
si obra la fe para recibir la gracia, como si los sacramentos obraran por un
poder mágico. Contraponiendo la posición de mucha parte de la Reforma
protestante, el concilio se opuso al acceso de todos los cristianos de
administrar la Palabra y los sacramentos, repudiando de paso el sacerdocio de
todos los creyentes. Referente al sacramento de la penitencia (confesión), el
concilio declaró que solamente los obispos y los sacerdotes ordenados tenían el
poder de pronunciar la remisión o la retención de los pecados, imponiendo con
anatema la obligación de la penitencia previa a la comunión eucarística (tomar
la hostia). Al respecto Lutero había dicho que la verdadera penitencia no se
limita a la práctica de ese sacramento, sino que se necesita una vida de
arrepentimiento permanente. Lutero enfatiza que esa confesión privada
requerida por el catolicismo romano es apenas una ordenanza humana, puesla
confesión se debe hacer a Dios directamente, aunque hay ocasiones que es
conveniente confesar nuestros pecados, no necesariamente a un sacerdote, sino
mayormente a la persona ofendida. Bíblicamente se consideran dos ordenanzas
del Señor: El bautismo y la Cena del Señor. El Concilio de Trento se encargó
de oficializar y canonizar de una vez por todas muchos intentos, intromisiones
y prácticas medievales, como la de esclavizar a las masas laicas a la
dependencia del sacramentalismo sacerdotal. Quien se detenga un poco a leer
los cánones tridentinos, se encontrará con la triste realidad de que oscurecen
la gloria de Dios y la gracia de Cristo. Entonces, ¿qué buscan con
anatematizar a todo lo que se les oponga en esta materia? Sencillamente
enaltecer la figura y el dominio del sacerdote católico. Celibato: El
marcionismo, una herejía surgida en el siglo II, prohibió el casamiento. La
Iglesia desde sus inicios no exigía el celibato para admitir nuevos miembros,
pero en año 305, un sínodo en Elvira, España, exigió el celibato de los obispos
y demás clero, siendo el primero en legislar sobre este asunto. Parece ser que
aun antes de esa fecha se había establecido la costumbre no respaldada por la
Biblia, de que un obispo, presbítero (sacerdote) o diácono, si era soltero antes
de El Concilio de Trento 151 4 En el Nuevo Testamento la palabra anciano
(gr., presbúteros) tiene la connotación de obispo (gr., epískopos) y pastor. su
ordenación o viudo después de ella, no debía casarse. En el año 385, el obispo
romano Ciricio ordenó el celibato para todos los sacerdotes, alegando que era
necesario para el ofrecimiento diario del "sacrificio de la eucaristía". El
concilio de Cartago del año 390 ordenó la castidad para obispos, sacerdotes y
diáconos. A mediados del siglo V, León I el Grande extendió el celibato hasta el
subdiaconado. Los reformadores protestantes se pronunciaron a favor del
matrimonio de los ministros, de conformidad con la Palabra de Dios que, por
ejemplo, en Tito 1:5-6 dice: “ 5Por esta causa te dejé en Creta, para que
corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos4 en cada ciudad, así como yo
te mandé; 6 el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos
creyentes que no estén acusados de disolución ni rebeldía”.. Algunos, entre
ellos el emperador Carlos V, deseaban que el concilio aprobara el casamiento
de los sacerdotes, pero el concilio de Trento reafirmó el celibato. Dejamos
constancia que conforme a la Palabra de Dios, el celibato es una doctrina
diabólica. Por ejemplo, en 1 Timoteo 4:1-3 dice: “1 Pero el Espíritu dice
claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; 2 por la
hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, 3 prohibirán
casarse, y mandarán abstenerse de alimentos que Dios creó para que con
acción de gracias participasen de ellos los creyentes y los que han conocido la
verdad”. Índice. El concilio de Trento también nombró una comisión de
inquisidores que se encargara de expurgar las obras patrísticas con el objeto de
que fuesen suprimidas o modificadas aquellas frases y párrafos que no
estuvieran de acuerdo con el papismo. Esta comisión se ocupó de una revisión
del índice de libros prohibidos, porque en alguna forma contradijesen las
doctrinas romanas, que ellos llaman contener “doctrinas perniciosas”.
Prohibieron todas las versiones de la Biblia en lengua vernácula.
Transubstanciación. El concilio de Trento definió la transubstanciación
eucarística como dogma de fe, doctrina que el concilio Lateranense IV se había
ocupado de oficializar, promulgando el deber de la adoración a la hostia con
culto latréutico. La transubstanciación ha sido tema de vigorosos y
prolongados debates a través de muchos siglos. Por ejemplo, uno de los
primeros en institucionalizarla fue el pontífice 152 Los Concilios Ecuménicos
romano Gregorio I el Grande. Alrededor del año 831, Pascasio Radberto, un
fraile del monasterio de Corbie (Amiens), escribió un extenso tratado sobre la
eucaristía, afirmando que mientras que para nuestros sentidos los elementos o
“accidentes” de pan y vino en la eucaristía permanecían inmutables, por un
milagro la sustancia del cuerpo y de la sangre de Cristo, el mismo cuerpo que
era Suyo aquí sobre la tierra, se hace presente en ellos. Sin embargo, aclara,
este cambio en la sustancia o transubstanciación, se realiza únicamente para
aquéllos que creen y lo aceptan por fe, y que no es efectivo para el no creyente.
Para el creyente, sigue sosteniendo Radberto, como se había expuesto siglos
antes, es la medida para alcanzar la inmortalidad. La definición que le dieron
los escolásticos a la transubstanciación, como sucedió con otros temas, fue en
extremo tan precisa, que ha empobrecido sus posteriores formulaciones
teológicas antes que contribuir a la comprensión de la verdad revelada. Tomás
de Aquino ya había elaborado sistemáticamente la enseñanza católico romana
de la transubstanciación. Berengario (999-1088), teólogo francés, canónico y
prior de la escuela catedrática de Tours, criticó y condenó la teoría católica
romana sobre la presencia de Cristo en la eucaristía, o transubstanciación,
denunciando la supuesta bajada desde los cielos del cuerpo carnal de Cristo
para estar presente en el altar, según la enseñanza teológica de su tiempo. En
su tratado De Sancta Cœna, sostiene que Cristo no estará presente en forma
material y carnal en la tierra hasta cuando regrese victoriosamente al final de
los tiempos, y que el cuerpo glorioso del Salvador está ahora físicamente en el
cielo, y asimismo sostiene que a la hora de la comunión (eucaristía) no se hace
presente de una manera virtual, tipológica o figurativa, sino de una manera
ideal. Esas osadas y a veces equívocas ideas fueron consideradas peligrosas,
por lo que Berengario fue condenado y pasó sus últimos años en una ermita.
Berengario despertó en Lanfranc el interés para tomar la iniciativa en su
defensa. Contrario a Berengario, el escolástico Hugo de San Víctor (1096-
1141) se expresó claramente en favor de la transubstanciación en la eucaristía.
El Concilio de Trento, al reafirmar la transubstanciación, repudió la
consubstanciación, y afirmó que el Cristo íntegro estaba tanto en el pan como
en el vino, y que, por tanto, era innecesario darle el cáliz a los laicos. A la
eucaristía (misa) la han entendido en la doctrina católica como una repetición
del sacrificio de Cristo, y le han atribuido poder de remitir pecados, tanto de
vivos como de muertos, y de ahí que sea oficiada en honor de los santos y
aplicada a favor de los muertos que El Concilio de Trento 153 padecen
temporalmente en el “purgatorio”. El concilio ordena que la misa sea oficiada
en latín. Dentro del paquete de reformas que los católicos romanos germanos
con Carlos V a la cabeza solicitaban al concilio de Trento, estaba el de que se
les diera el cáliz a los laicos en la eucaristía. Otros. En los últimos decretos
aprobados, el concilio se declaró enfáticamente a favor de la invocación de los
santos, de la veneración de las reliquias de los santos, de las sagradas
imágenes y pinturas, del purgatorio y de las indulgencias, cuya venta fue
reglamentada, eliminando algunos de los “abusos peores”. En cuanto a las
imágenes, en vez de eliminarlas en obediencia a la Palabra de Dios, se
denegaron las propiedades mágicas que se le atribuían popularmente. Se sabe
que por siglos muchos nobles compraban cargos eclesiásticos que ni siquiera
ejercían, sino que usufructuaban sus rentas. En este concilio fueron renovados
los decretos en contra de la no residencia de los obispos en sus sedes,
restringiendo el ausentismo de los encargados del cuidado de las almas (cura
animarum), y prohibiendo el asunto de los clérigos que usufructuaban el cargo
en varias catedrales simultáneamente, o que gozaran las rentas de varios
beneficios. Este concilio declaró expresamente que el papa romano era en la
tierra el vicario de Dios y de Jesucristo, y todos los patriarcas, primados,
arzobispos y obispos habían de prometerle obediencia, y asimismo el concilio
dejó al papa la confirmación de sus decretos, cosa que se protocoliza con la
bula “Benedictus Deus”, por medio de la cual el papa aclaró su posición de
que el concilio había obrado solamente con el permiso suyo, reafirmando de
paso su autoridad mandando a los prelados a observar los cánones conciliares,
y amonestando al emperador electo, a todos los reyes y príncipes cristianos a
cooperar para que todos esos decretos se impusieran en las naciones bajo su
influencia, y con reservar para su sede papal todo el derecho de interpretación
de los mismos. El papa que reconvocó el Concilio de Trento para su último
período de sesiones fue Gian Ángelo de Médici, Pío IV (1559-1565). Este
pontífice romano confirmó los decretos del mismo. Hizo asimismo acusar de
altos crímenes a los dos cardenales Carafa, sobrinos de su predecesor,
ejecutando a uno de ellos para demostrar así su poder. Consecuencias 154 Los
Concilios Ecuménicos 5 Apocalipsis 17:5 La Iglesia Católica Romana, es
víctima de sus propios inventos. Ellos en el fondo son conscientes de sus
errores, pero no pueden zafarse de esas cadenas insertos como están en
ingentes intereses creados, y además porque esos errores en su oportunidad
fueron canonizados y hasta dogmatizados, caracterizados como infalibles,
sobre todo en concilios como el de Trento y Vaticano I. Indudablemente, el
Concilio de Trento es considerado uno de los más importantes en la historia de
la cristiandad, no por su ecumenimidad, pues en realidad no cumplió con ese
requisito, sino porque sus decretos y cánones fueron la respuesta oficial
romanista a la Reforma protestante, y hasta el día de hoy son considerados
como dogma infalible; de manera que este concilio se centró en sus cánones, se
consolidó la figura del papa como un monarca romano, como sucesor de San
Pedro y vicario de Jesucristo; y la “Iglesia Católica Apostólica Romana”
tenida por madre5 y señora de todas las iglesias. Como lo hemos anotado en
capítulos anteriores, desde cuando en la historia se protocolizó la ruptura con
la iglesia ortodoxa oriental, la iglesia romana perdió su catolicidad externa;
hecho que ahora ahondó, pues en Trento, lejos de buscar un acercamiento y
conciliación con los protestantes, oficializó la ruptura con una importante ala
de la cristiandad que buscaba la suprema autoridad de las Escrituras por
encima de la supuesta tradición defendida por Roma, con su semi-
pelagianismo implícito. En Trento Roma puso a un mismo nivel la tradición y
la Escritura, con sus nefastas consecuencias. Allí no hubo ningún interés por
conocer si las aspiraciones protestantes eran genuinamente cristianas. De
manera que en Trento definitivamente finiquitó el catolicismo universalista y
se dio comienzo al catolicismo romano, como religión pontificia; de modo que
desde Trento ser católico es equivalente a ser romano y a ser bueno; incluso
para muchos, ser católico llegó a ser lo contrario a ser ateo. Esa es la moderna
catolicidad; el catolicismo antiguo definitivamente fue enterrado en Trento.
Después de Trento, el papado desplegó una política eficaz para reconquistar el
terrero perdido, y lo logró en muchas partes de Europa, no sólo usando medios
pacíficos como el envío de misioneros, sino las prácticas de hostigamiento de
los jesuitas y la Inquisición, y hasta enfrentamientos armados entre los
pueblos. El Concilio de Trento 155 A continuación transcribimos el credo de
Pío IV, en donde encontramos el más breve resumen de doctrinas tridentinas
por las que se sigue rigiendo la Iglesia Católica Romana, las cuales son
opuestas a la revelación proposicional de Dios y a Su Palabra. Cada uno de los
numerales del siguiente credo son contrarios a la Escritura y ampliamente
refutables con ella. CREDO DEL PAPA PÍO IV “I. Admito y abrazo muy
firmemente las tradiciones apostólicas y eclesiásticas, y todos los demás
estatutos y constituciones de la misma Iglesia. II. Admito también la Santa
Escritura conforme a aquel sentido que nuestra Santa Madre Iglesia ha
mantenido y mantiene, a la cual pertenece juzgar del verdadero sentido e
interpretación de las Escrituras; ni jamás las recibiré e interpretaré de otra
manera que en conformidad al unánime consentimiento de los Padres. III.
Confieso, además, que verdadera y propiamente hay siete 156 Los Concilios
Ecuménicos sacramentos de la nueva Ley, instituidos por Nuestro Señor
Jesucristo, y que son necesarios para la salvación del género humano, aunque
no todos ellos para cada particular individuo, a saber: el Bautismo, la
Confirmación, la Eucaristía, Penitencia, Extrema Unción, el Orden y el
Matrimonio; y que ellos confieren gracia; y que de ellos, el Bautismo, la
Confirmación y el Orden, no pueden sin sacrilegio ser reiterados; y recibo
también y admito las recibidas y aprobadas ceremonias de la Iglesia Católica
usadas en la solemne administración de todos los dichos Sacramentos. IV.
Abrazo y recibo todas y cada una de las cosas que han sido definidas y
declaradas en el Santo Concilio de Trento tocante al pecado original y a la
justificación. V. Confieso, asimismo, que en la misa se ofrece a Dios un
verdadero, propio y propiciatorio sacrificio por los vivos y por los difuntos; que
en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están verdadera, real y
sustancialmente, el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad,
de Nuestro Señor Jesucristo; y que se verifica una conversión de toda la
sustancia del pan en el cuerpo del Señor, y de toda sustancia del vino en su
sangre; a cuya conversión llama transubstanciación la Iglesia Católica.
También confieso que bajo cualquiera de ambas especias se recibe a Cristo total
y cumplidamente y un verdadero Sacramento. VI. Mantengo firmemente que
hay un Purgatorio, y que las almas en él detenidas reciben socorro por los
sufragios de los fieles. VII. Asimismo, que los santos que reinan juntamente
con Cristo, deben ser honrados e invocados; y que ellos ofrecen a Dios
oraciones por nosotros, y que deben ser tenidas en veneración sus reliquias.
VIII. Sostengo firmísimamente que las imágenes de Cristo, las de la madre de
Dios, siempre virgen, y también las de otros santos, se pueden tener y
conservar, y que ha de dárseles debida veneración y honra. IX. Del mismo
modo afirmo que Cristo dejó a la Iglesia el poder de las indulgencias, y que el
uso de ellas es muy provechoso al pueblo cristiano. X. Reconozco la Santa
Iglesia Católica Apostólica Romana por madre y señora de todas las Iglesias; y
prometo leal obediencia al obispo de Roma, sucesor de San Pedro, Príncipe de
los Apóstoles y Vicario de Jesucristo. XI. Igualmente recibo sin duda y profeso
todas las demás cosas El Concilio de Trento 157 dadas, definidas y declaradas
por los sagrados Cánones y generales Concilios, especialmente por el santo
Concilio de Trento; y condeno y anatematizo todo lo contrario a ellas, y las
herejías que la Iglesia ha condenado, repelido y anatematizado. XII. Yo, N. N.,
confieso ahora libremente y en verdad abrazo esta verdadera fe Católica; sin la
cual nadie puede ser salvo; y con la ayuda de Dios, prometo retener
perseverantemente y confesar la misma entera e inviolable hasta el fin de la
vida.”

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