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Primera infancia:

desarrollo
psicosocial y
emocional
Desarrollo emocional (primera infancia).

Desarrollo del apego.


Apego es el lazo afectivo fuerte que sentimos por personas especiales en nuestra vida que
nos lleva a sentir placer y alegría cuando interactuamos con ellas, nos alivia su cercanía en
momentos de estrés y nos produce sentimientos de angustia durante la separación. Cuando
las personas sienten apego hacia otras personas es normal que intenten estar a su lado e
interactuar a menudo entre sí. A los seis meses los bebés están apegados a personas
conocidas que han respondido a su necesidad de cuidado físico y estimulación.

Los niños demuestran apego a través de las conductas que «buscan la proximidad», como:
acercarse, subirse a la falda de su madre, etc., y con conductas «para mantener el
contacto», como: agarrarse y resistirse a abandonar los brazos de un adulto.
Los padres demuestran el apego manteniendo siempre bajo control a su bebé y
respondiendo de forma afectiva y sensible a las vocalizaciones, expresiones y gestos del
bebé. La figura de apego se explica de formas diferentes según las distintas teorías de las
que se parta, aquí y ahora interesa menos conocer lo que los distintos teóricos afirman, lo
importante es conocer el hecho en sí mismo.
El conductismo explica la formación de apego a través del condicionamiento operante,
mediante el cual se enfatizan las respuestas recíprocas entre cuidador y bebé. Según esta
teoría, los bebés sonríen, acarician, miran, buscan la cercanía de su madre, porque ésta a su
vez responde contingentemente con sonrisas, caricias, abrazos, miradas y vocalizaciones,
reforzando las conductas sociales del bebé.

Freud y Erikson, dentro de la corriente psicoanalítica, destacan como ingrediente central del
apego el cuidado de la madre cuando alimenta al hijo, ya que es la zona oral (la boca) del
cuerpo el punto de gratificación instintiva durante el primer año de vida.

Existen otras muchas teorías, como la teoría etiológica del apego de Bolwby (1969). El
apego en los niños se desarrolla lentamente y conlleva una compleja mezcla de conductas
entre el bebé y el cuidador y toma gran variedad de formas. Pasa por varias etapas, que son:

• En los primeros meses, el bebé muestra su apego con respuestas indiscriminadas, tales
como sonreír y saludar con alegría a su cuidador o llorar cuando éste se marcha. A esta
edad propiamente no hay apego. En este tiempo sus llantos demandan comida o pañales
secos, por ejemplo. El bebé acepta esta ayuda y alivio de todo el mundo no de una figura
de apego concreta.
• De los dos hasta los siete meses. El bebé empieza a discriminar entre la gente que le
rodea. A los cinco meses sonríe a los rostros que le son familiares pero las sonrisas a los
que le son extraños disminuye, pero a esta edad es posible que aún no se haya
desarrollado el apego. Si los padres dejan a un bebé de cinco meses con una «canguro»
es raro que éste proteste.

• Desde los siete meses a los dos años. Hacia los ocho meses, la mayoría de los bebés han
desarrollado un fuerte vínculo que supone un verdadero apego. Las actividades con la
figura de apego están íntimamente relacionadas con la satisfacción de sus necesidades.
El niño siente tristeza por la separación del cuidador y recelo ante los extraños.

• En el segundo año. En esta etapa los niños dejan de mostrar tristeza de forma visible
cuando sus madres les dejan. La relación con el cuidador se convierte en una asociación,
a medida que el niño va comprendiendo los sentimientos del cuidador.
El surgimiento del sentido del yo
El concepto del yo o el reconocimiento del yo, se produce cuando los bebés empiezan a
sentirse diferentes del mundo y desarrollan el sentido del yo como un agente activo,
independientemente, que puede provocar su propio movimiento en el espacio.

La comprensión del yo se refiere a la percepción del yo como un ser separado, distinto de


las demás personas y de los objetos. El florecimiento de la conciencia del yo influye a su
vez en los intereses del bebé con respecto a otros y el modo en que se relaciona con ellos.

El autoconcepto es la imagen que tenemos de nosotros mismos, el cuadro total de nuestros


rasgos y capacidades. Describe lo que conocemos y sentimos acerca de nosotros y dirige
nuestras acciones. Los niños incorporan a la imagen que tienen de sí mismos el cuadro que
otros les reflejan.

Desarrollo de la autonomía
A medida que los niños maduran –a nivel físico, cognoscitivo y emocional– se sienten
motivados para independizarse de los adultos a los que están apegados. «¡Hago yo!», dicen
los pequeños cuando usan sus músculos y sus mentes en desarrollo cuando intentan
hacerlo todo por sí mismos, no solo caminar, sino alimentarse, vestirse y explorar su
mundo.
Erikson identificó en periodo entre los 18 meses y los tres años como la segunda etapa del
desarrollo de la personalidad, autonomía frente a vergüenza y duda, la cual se caracteriza
por un cambio del control externo al autocontrol. Una vez que salieron de la infancia con un
sentido de confianza básica en el mundo y una incipiente conciencia de sí mismos, los
niños empiezan a sustituir el juicio de sus cuidadores por el suyo propio. La virtud que
emerge en esta etapa es la voluntad. El entrenamiento en el control de esfínteres es un paso
importante hacia la autonomía y el autocontrol.

Desarrollo de la autorregulación
La autorregulación es la base de la socialización y se relaciona con todos los dominios del
desarrollo, físico, cognoscitivo, emocional y social. Antes de que puedan controlar su
propia conducta, es posible que los niños necesiten ser capaces de regular o controlar sus
procesos atencionales y de modular las emociones negativas. La regulación atencional
permite que los niños desarrollen fuerza de voluntad y afronten la frustración.
El crecimiento de la autorregulación es paralelo al desarrollo de las emociones evaluativas y
las que implican la autoconciencia, como la empatía, la vergüenza y la culpa. Requiere
habilidad para esperar la ratificación y se correlaciona con medidas del desarrollo de la
conciencia como resistir la tentación y enmendar las malas acciones. En la mayoría de los
niños el desarrollo de la autorregulación no se completa sino hasta los tres años.

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