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U. o N.B.

Nº3:
“El síntoma y la transferencia”

Conferencia N° 28
“La terapia analítica”

Sigmund Freud

Obras Completas-Tomo XVI


“Conferencias de introducción al
psicoanálisis” (1916-1917)
Ed. Amorrortu
• “Señoras y señores: Me han preguntado por qué en la
terapia psicoanalítica no nos servimos de la sugestión
directa: La sugestión directa es una sugestión dirigida
contra la exteriorización de los síntomas, una lucha
entre la autoridad de ustedes y los motivos de la
enfermedad. Al practicarla, ustedes no hacen caso de
estos motivos; sólo exigen al enfermo que sofoque su
exteriorización en síntomas. Y la hipnosis es ya una
forma de sugestión.
• En algunos pacientes se podía aplicar, en otros no; en
uno se lograba mucho, en otro muy poco, y no se sabía
el porqué. Más enfadosa aún que esta caprichosidad
del procedimiento era la falta de perduración de los
resultados.
• Pasado algún tiempo, cuando se volvía a tener noticias del
enfermo, la vieja dolencia estaba otra vez ahí o había sido
sustituida por una nueva. Era posible hipnotizarlo de nuevo. En el
trasfondo estaba la advertencia, expresada por personas
experimentadas, de no repetir demasiado la hipnosis, pues se
corría el riesgo de quebrantar la autonomía del enfermo y
habituarlo a esa terapia como a un narcótico. Concedamos que
muchas veces las cosas salían a pedir de boca: tras pocos esfuerzos
se lograba un “éxito pleno y duradero”. Pero las condiciones de un
desenlace tan favorable se ignoraban. Una vez me sucedió que un
estado grave, que yo había eliminado por completo mediante un
breve tratamiento hipnótico, reapareció tal cual después que la
enferma, sin tener yo parte en ello, se enfadó conmigo; lograda la
reconciliación, pude hacer que ese estado desapareciera de nuevo
y de manera más radical, pero volvió a presentarse cuando ella por
segunda vez se distanció de mí.
• En otra ocasión, una enferma a quien repetidas veces yo había
curado de estados neuróticos mediante hipnosis, mientras la
trataba por una contingencia particularmente pertinaz me echó de
pronto los brazos al cuello. Esto lo obligaba a uno, quisiéralo o no, a
ocuparse de la naturaleza y el origen de su autoridad sugestiva.”
• Reflexiona entonces: “La práctica de la terapia hipnótica impone a
paciente y médico un trabajo ínfimo. Esta terapia se encuentra en
la más plena armonía con una valoración de las neurosis que es
profesada aún por la mayoría de los médicos. El médico dice al
neurótico: «Usted no tiene nada, sólo está nervioso; por eso puedo
hacerle desaparecer su trastorno en pocos minutos». Pero va en
contra de nuestro pejjsamiento energetista el que con un mínimo
esfuerzo pueda moverse un gran peso abordándolo directamente y
sin la ayuda externa de los dispositivos apropiados. Hasta donde las
circunstancias son comparables, también en este caso la
experiencia nos muestra que ese artificio no produce resultados en
las neurosis.
• A la luz del conocimiento que hemos obtenido del psicoanálisis,
podemos describir del siguiente modo la diferencia entre la sugestión
hipnótica y la psicoanalítica: La terapia hipnótica busca encubrir y tapar
algo en la vida anímica; la analítica, sacar a luz y remover algo. La
primera trabaja como una cosmética, la segunda como una cirugía. La
primera utiliza la sugestión para prohibir los síntomas, refuerza las
represiones, pero deja intactos todos los procesos que han llevado a la
formación de síntomas. La terapia analítica hinca más hacia la raíz,
llega hasta los conflictos de los que han nacido los síntomas y se sirve
de la sugestión para modificar el desenlace de esos conflictos. La
terapia hipnótica deja a los pacientes inactivos e inmodificados, y por
eso, igualmente, sin capacidad de resistir cualquier nueva ocasión de
enfermar. La cura analítica impone a médico y enfermo un difícil
trabajo que es preciso realizar para cancelar unas resistencias internas.
Mediante la superación de estas, la vida anímica del enfermo se
modifica duraderamente, se eleva a un estadio más alto del desarrollo
y permanece protegida frente a nuevas posibilidades de enfermar. Este
trabajo de superación constituye el logro esencial de la cura analítica.
• Ahora espero haberles aclarado aquello en lo cual
nuestra manera de aplicar terapéuticamente la
sugestión se diferencia de la única posible para la
terapia hipnótica. Además, después que hemos
reconducido la sugestión a la trasferencia, ustedes
comprenden a qué se debe esa sorprendente
caprichosidad de la terapia hipnótica, mientras que
la analítica es calculable dentro de sus límites.
• En el psicoanálisis trabajamos con la trasferencia
misma, resolvemos lo que se le contrapone,
aprontamos el instrumento con el que queremos
intervenir.
• Mediante una técnica cuidadosa se procuran evitar los
éxitos de sugestión provisionales; pero por más que
sobrevengan, son inofensivos, pues uno no se contenta
con el primer éxito. No se considera terminado el
análisis si no se han esclarecido las oscuridades del caso,
llenado las lagunas del recuerdo y descubierto las
oportunidades en que se produjeron las represiones. En
éxitos demasiado prematuros se disciernen más bien
obstáculos que avances del trabajo analítico, y los
destruimos resolviendo de continuo la trasferencia en
que se fundaban. En el fondo, es este último rasgo el que
separa el tratamiento analítico del basado puramente en
la sugestión, y el que libra a los resultados analíticos de
la sospecha de ser éxitos de sugestión.
• En cualquier otro tratamiento sugestivo, la
trasferencia es respetada cuidadosamente: se la deja
intacta; en el analítico, ella misma es objeto del
tratamiento y es descompuesta en cada una de sus
formas de manifestación. Para la finalización de una
cura analítica, la trasferencia misma tiene que ser
desmontada; y si entonces sobreviene o se mantiene
el éxito, no se basa en la sugestión, sino en la
superación de resistencias ejecutada con su ayuda y
en la trasformación interior promovida en el
enfermo.
• Además, el hecho de que durante la cura tenemos que luchar
incesantemente contra resistencias que saben mudarse en
trasferencias negativas (hostiles) opera en sentido contrario a la
producción de sugestiones singulares. Tampoco dejaremos de
mencionar que un gran número de resultados singulares del
análisis, que de otro modo caerían bajo la sospecha de ser
productos de la sugestión, nos son corroborados desde otra
fuente inobjetable. Nuestros testigos son en este caso los
dementes y los paranoicos, insospechables, desde luego, de recibir
una influencia sugestiva. Lo que estos enfermos nos cuentan de
sus traducciones simbólicas y sus fantasías, que en ellos han
penetrado hasta la conciencia, coincide punto por punto con los
resultados de nuestras indagaciones sobre el inconciente de los
que sufren neurosis de trasferencia, y así confirma la corrección
objetiva de nuestras interpretaciones, tan a menudo puestas en
tela de juicio. Creo que no se equivocarán ustedes si en estos
puntos confían en el análisis.
• Completemos ahora nuestra exposición del mecanismo de
la curación presentándolo con las fórmulas de la teoría de
la libido. El neurótico es incapaz de gozar y de producir
{rendir} ; de lo primero, porque su libido no está dirigida a
ningún objeto real, y de lo segundo, porque tiene que
gastar una gran proporción de su energía restante en
mantener a la libido en el estado de represión {desalojo} y
defenderse de su asedio. Sanaría si el conflicto entre su yo
y su libido tocase a su fin, y su yo pudiera disponer de
nuevo de su libido. La tarea terapéutica consiste, entonces,
en desasir la libido de sus provisionales ligaduras sustraídas
al yo, para ponerla de nuevo al servicio de este. Ahora bien,
¿dónde está la libido del neurótico? Fácil es averiguarlo;
está ligada a los síntomas, que le procuran la satisfacción
sustitutiva, la única posible por el momento.
• Para solucionar los síntomas es preciso remontarse hasta su
génesis, hasta el conflicto del cual nacieron; es preciso renovar
este conflicto y llevarlo a otro desenlace con el auxilio de
fuerzas impulsoras que en su momento no estaban
disponibles. Esta revisión del proceso represivo * sólo en parte
puede consumarse en las huellas mnémicas de los sucesos
que originaron la represión. La pieza decisiva del trabajo se
ejecuta cuando en la relación con el médico, en la
«trasferencia», se crean versiones nuevas de aquel viejo
conflicto, versiones en las que el enfermo querría comportarse
como lo hizo en su tiempo, mientras que uno, reuniendo todas
las fuerzas anímicas disponibles [del paciente], lo obliga a
tomar otra decisión. La trasferencia se convierte entonces en
el campo de batalla en el que están destinadas a encontrarse
todas las fuerzas que se combaten entre sí.
• En lugar de la enfermedad propia del paciente,
aparece la de la trasferencia, producida
artificialmente: la enfermedad de la trasferencia; en
lugar de los diversos tipos de objetos libidinales
irreales, aparece un único objeto, también
fantaseado: la persona del médico. El trabajo
terapéutico se descompone, pues, en dos fases; en la
primera, toda la libido es esforzada a pasar de los
síntomas a la trasferencia y concentrada ahí, y en la
segunda se libra batalla en torno de este nuevo
objeto, y otra vez se libera de él a la libido.
• Mediante el trabajo de interpretación, que traspone lo
inconciente en conciente, el yo es engrosado a
expensas de eso inconciente; por obra de la enseñanza,
se reconcilia con la libido y se inclina a concederle
alguna satisfacción, y su horror ante los reclamos de la
libido se reduce por la posibilidad de neutralizar un
monto parcial de ella mediante sublimación. Mientras
más coincidan los procesos del tratamiento con esta
descripción ideal, tanto mayor será el éxito de la terapia
psicoanalítica. Ella encuentra sus límites en la falta de
movilidad de la libido, que puede mostrarse remisa a
abandonar sus objetos, y en la rigidez del narcisismo,
que no permite que la trasferencia sobre objetos
sobrepase cierta frontera.
• Podemos decir todavía unas últimas palabras sobre el
sueño: Los sueños de los neuróticos nos sirven, como
sus operaciones fallidas y sus ocurrencias libres, para
colegir el sentido de los síntomas y descubrir la
colocación de la libido. Nos muestran, en la forma del
cumplimiento de deseo, los deseos que cayeron bajo
la represión y los objetos a los cuales quedó aferrada
la libido sustraída al yo. Por eso la interpretación de
los sueños desempeña un destacado papel en el
tratamiento psicoanalítico y en muchos casos es,
durante largas épocas, el instrumento de trabajo más
importante.
• “Sanos y neuróticos” comparten que una parte de su libido ya
no está disponible para su yo. Por tanto, también la persona
sana es virtualmente neurótica, pero el sueño parece ser el
único síntoma que ella es capaz de formar, Y en verdad, si
sometemos a un examen más preciso su vida de vigilia,
descubrimos —lo cual refuta aquella apariencia— que esta vida
supuestamente sana está surcada por innumerables
formaciones de síntoma, aunque mínimas y carentes de
importancia práctica.
• La diferencia entre salud nerviosa y neurosis se circunscribe,
pues, a lo práctico, y se define por el resultado, a saber, si le ha
quedado a la persona en medida suficiente la capacidad de
gozar y de producir. Probablemente se reconduzca a la
proporción relativa entre los montos de energía que han
quedado libres y los ligados por represión, y es de índole
cuantitativa, no cualitativa.”
• Habla de las “resistencias externas”: “Quien conozca las
profundas desavenencias que pueden dividir a una familia no
se sorprenderá, como analista, si encuentra que los allegados
del enfermo revelan a veces más interés en que él siga como
hasta ahora, y no que sane. Y toda vez que la neurosis se
entrama con conflictos entre los miembros de la familia,
como es, tan frecuente, el miembro sano no vacila mucho
entre su interés y el del restablecimiento del enfermo.
• Nada puede hacerse contra los prejuicios. Miren sino los
prejuicios que un grupo de pueblos en guerra han
engendrado unos contra otros. Lo más racional es esperar y
confiar en el tiempo, que los desgasta. Un día los mismos
hombres pensarán de otro modo que hasta entonces acerca
de las mismas cosas; por qué razón no pensaron así desde
antes, he ahí un oscuro misterio.”
• Finalmente y en torno a una cuestión ética
fundamental Freud concluye: “Un abuso del análisis
es posible en diversos sentidos; sobre todo, la
trasferencia es un instrumento peligroso en manos
de un médico inescrupuloso. Pero ningún
instrumento o procedimiento médico está a salvo de
abusos; si un cuchillo no corta, tampoco puede
servir para curar.”

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