“Conferencias de introducción al psicoanálisis” (1916-1917) Ed. Amorrortu • “Señoras y señores: Me han preguntado por qué en la terapia psicoanalítica no nos servimos de la sugestión directa: La sugestión directa es una sugestión dirigida contra la exteriorización de los síntomas, una lucha entre la autoridad de ustedes y los motivos de la enfermedad. Al practicarla, ustedes no hacen caso de estos motivos; sólo exigen al enfermo que sofoque su exteriorización en síntomas. Y la hipnosis es ya una forma de sugestión. • En algunos pacientes se podía aplicar, en otros no; en uno se lograba mucho, en otro muy poco, y no se sabía el porqué. Más enfadosa aún que esta caprichosidad del procedimiento era la falta de perduración de los resultados. • Pasado algún tiempo, cuando se volvía a tener noticias del enfermo, la vieja dolencia estaba otra vez ahí o había sido sustituida por una nueva. Era posible hipnotizarlo de nuevo. En el trasfondo estaba la advertencia, expresada por personas experimentadas, de no repetir demasiado la hipnosis, pues se corría el riesgo de quebrantar la autonomía del enfermo y habituarlo a esa terapia como a un narcótico. Concedamos que muchas veces las cosas salían a pedir de boca: tras pocos esfuerzos se lograba un “éxito pleno y duradero”. Pero las condiciones de un desenlace tan favorable se ignoraban. Una vez me sucedió que un estado grave, que yo había eliminado por completo mediante un breve tratamiento hipnótico, reapareció tal cual después que la enferma, sin tener yo parte en ello, se enfadó conmigo; lograda la reconciliación, pude hacer que ese estado desapareciera de nuevo y de manera más radical, pero volvió a presentarse cuando ella por segunda vez se distanció de mí. • En otra ocasión, una enferma a quien repetidas veces yo había curado de estados neuróticos mediante hipnosis, mientras la trataba por una contingencia particularmente pertinaz me echó de pronto los brazos al cuello. Esto lo obligaba a uno, quisiéralo o no, a ocuparse de la naturaleza y el origen de su autoridad sugestiva.” • Reflexiona entonces: “La práctica de la terapia hipnótica impone a paciente y médico un trabajo ínfimo. Esta terapia se encuentra en la más plena armonía con una valoración de las neurosis que es profesada aún por la mayoría de los médicos. El médico dice al neurótico: «Usted no tiene nada, sólo está nervioso; por eso puedo hacerle desaparecer su trastorno en pocos minutos». Pero va en contra de nuestro pejjsamiento energetista el que con un mínimo esfuerzo pueda moverse un gran peso abordándolo directamente y sin la ayuda externa de los dispositivos apropiados. Hasta donde las circunstancias son comparables, también en este caso la experiencia nos muestra que ese artificio no produce resultados en las neurosis. • A la luz del conocimiento que hemos obtenido del psicoanálisis, podemos describir del siguiente modo la diferencia entre la sugestión hipnótica y la psicoanalítica: La terapia hipnótica busca encubrir y tapar algo en la vida anímica; la analítica, sacar a luz y remover algo. La primera trabaja como una cosmética, la segunda como una cirugía. La primera utiliza la sugestión para prohibir los síntomas, refuerza las represiones, pero deja intactos todos los procesos que han llevado a la formación de síntomas. La terapia analítica hinca más hacia la raíz, llega hasta los conflictos de los que han nacido los síntomas y se sirve de la sugestión para modificar el desenlace de esos conflictos. La terapia hipnótica deja a los pacientes inactivos e inmodificados, y por eso, igualmente, sin capacidad de resistir cualquier nueva ocasión de enfermar. La cura analítica impone a médico y enfermo un difícil trabajo que es preciso realizar para cancelar unas resistencias internas. Mediante la superación de estas, la vida anímica del enfermo se modifica duraderamente, se eleva a un estadio más alto del desarrollo y permanece protegida frente a nuevas posibilidades de enfermar. Este trabajo de superación constituye el logro esencial de la cura analítica. • Ahora espero haberles aclarado aquello en lo cual nuestra manera de aplicar terapéuticamente la sugestión se diferencia de la única posible para la terapia hipnótica. Además, después que hemos reconducido la sugestión a la trasferencia, ustedes comprenden a qué se debe esa sorprendente caprichosidad de la terapia hipnótica, mientras que la analítica es calculable dentro de sus límites. • En el psicoanálisis trabajamos con la trasferencia misma, resolvemos lo que se le contrapone, aprontamos el instrumento con el que queremos intervenir. • Mediante una técnica cuidadosa se procuran evitar los éxitos de sugestión provisionales; pero por más que sobrevengan, son inofensivos, pues uno no se contenta con el primer éxito. No se considera terminado el análisis si no se han esclarecido las oscuridades del caso, llenado las lagunas del recuerdo y descubierto las oportunidades en que se produjeron las represiones. En éxitos demasiado prematuros se disciernen más bien obstáculos que avances del trabajo analítico, y los destruimos resolviendo de continuo la trasferencia en que se fundaban. En el fondo, es este último rasgo el que separa el tratamiento analítico del basado puramente en la sugestión, y el que libra a los resultados analíticos de la sospecha de ser éxitos de sugestión. • En cualquier otro tratamiento sugestivo, la trasferencia es respetada cuidadosamente: se la deja intacta; en el analítico, ella misma es objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de manifestación. Para la finalización de una cura analítica, la trasferencia misma tiene que ser desmontada; y si entonces sobreviene o se mantiene el éxito, no se basa en la sugestión, sino en la superación de resistencias ejecutada con su ayuda y en la trasformación interior promovida en el enfermo. • Además, el hecho de que durante la cura tenemos que luchar incesantemente contra resistencias que saben mudarse en trasferencias negativas (hostiles) opera en sentido contrario a la producción de sugestiones singulares. Tampoco dejaremos de mencionar que un gran número de resultados singulares del análisis, que de otro modo caerían bajo la sospecha de ser productos de la sugestión, nos son corroborados desde otra fuente inobjetable. Nuestros testigos son en este caso los dementes y los paranoicos, insospechables, desde luego, de recibir una influencia sugestiva. Lo que estos enfermos nos cuentan de sus traducciones simbólicas y sus fantasías, que en ellos han penetrado hasta la conciencia, coincide punto por punto con los resultados de nuestras indagaciones sobre el inconciente de los que sufren neurosis de trasferencia, y así confirma la corrección objetiva de nuestras interpretaciones, tan a menudo puestas en tela de juicio. Creo que no se equivocarán ustedes si en estos puntos confían en el análisis. • Completemos ahora nuestra exposición del mecanismo de la curación presentándolo con las fórmulas de la teoría de la libido. El neurótico es incapaz de gozar y de producir {rendir} ; de lo primero, porque su libido no está dirigida a ningún objeto real, y de lo segundo, porque tiene que gastar una gran proporción de su energía restante en mantener a la libido en el estado de represión {desalojo} y defenderse de su asedio. Sanaría si el conflicto entre su yo y su libido tocase a su fin, y su yo pudiera disponer de nuevo de su libido. La tarea terapéutica consiste, entonces, en desasir la libido de sus provisionales ligaduras sustraídas al yo, para ponerla de nuevo al servicio de este. Ahora bien, ¿dónde está la libido del neurótico? Fácil es averiguarlo; está ligada a los síntomas, que le procuran la satisfacción sustitutiva, la única posible por el momento. • Para solucionar los síntomas es preciso remontarse hasta su génesis, hasta el conflicto del cual nacieron; es preciso renovar este conflicto y llevarlo a otro desenlace con el auxilio de fuerzas impulsoras que en su momento no estaban disponibles. Esta revisión del proceso represivo * sólo en parte puede consumarse en las huellas mnémicas de los sucesos que originaron la represión. La pieza decisiva del trabajo se ejecuta cuando en la relación con el médico, en la «trasferencia», se crean versiones nuevas de aquel viejo conflicto, versiones en las que el enfermo querría comportarse como lo hizo en su tiempo, mientras que uno, reuniendo todas las fuerzas anímicas disponibles [del paciente], lo obliga a tomar otra decisión. La trasferencia se convierte entonces en el campo de batalla en el que están destinadas a encontrarse todas las fuerzas que se combaten entre sí. • En lugar de la enfermedad propia del paciente, aparece la de la trasferencia, producida artificialmente: la enfermedad de la trasferencia; en lugar de los diversos tipos de objetos libidinales irreales, aparece un único objeto, también fantaseado: la persona del médico. El trabajo terapéutico se descompone, pues, en dos fases; en la primera, toda la libido es esforzada a pasar de los síntomas a la trasferencia y concentrada ahí, y en la segunda se libra batalla en torno de este nuevo objeto, y otra vez se libera de él a la libido. • Mediante el trabajo de interpretación, que traspone lo inconciente en conciente, el yo es engrosado a expensas de eso inconciente; por obra de la enseñanza, se reconcilia con la libido y se inclina a concederle alguna satisfacción, y su horror ante los reclamos de la libido se reduce por la posibilidad de neutralizar un monto parcial de ella mediante sublimación. Mientras más coincidan los procesos del tratamiento con esta descripción ideal, tanto mayor será el éxito de la terapia psicoanalítica. Ella encuentra sus límites en la falta de movilidad de la libido, que puede mostrarse remisa a abandonar sus objetos, y en la rigidez del narcisismo, que no permite que la trasferencia sobre objetos sobrepase cierta frontera. • Podemos decir todavía unas últimas palabras sobre el sueño: Los sueños de los neuróticos nos sirven, como sus operaciones fallidas y sus ocurrencias libres, para colegir el sentido de los síntomas y descubrir la colocación de la libido. Nos muestran, en la forma del cumplimiento de deseo, los deseos que cayeron bajo la represión y los objetos a los cuales quedó aferrada la libido sustraída al yo. Por eso la interpretación de los sueños desempeña un destacado papel en el tratamiento psicoanalítico y en muchos casos es, durante largas épocas, el instrumento de trabajo más importante. • “Sanos y neuróticos” comparten que una parte de su libido ya no está disponible para su yo. Por tanto, también la persona sana es virtualmente neurótica, pero el sueño parece ser el único síntoma que ella es capaz de formar, Y en verdad, si sometemos a un examen más preciso su vida de vigilia, descubrimos —lo cual refuta aquella apariencia— que esta vida supuestamente sana está surcada por innumerables formaciones de síntoma, aunque mínimas y carentes de importancia práctica. • La diferencia entre salud nerviosa y neurosis se circunscribe, pues, a lo práctico, y se define por el resultado, a saber, si le ha quedado a la persona en medida suficiente la capacidad de gozar y de producir. Probablemente se reconduzca a la proporción relativa entre los montos de energía que han quedado libres y los ligados por represión, y es de índole cuantitativa, no cualitativa.” • Habla de las “resistencias externas”: “Quien conozca las profundas desavenencias que pueden dividir a una familia no se sorprenderá, como analista, si encuentra que los allegados del enfermo revelan a veces más interés en que él siga como hasta ahora, y no que sane. Y toda vez que la neurosis se entrama con conflictos entre los miembros de la familia, como es, tan frecuente, el miembro sano no vacila mucho entre su interés y el del restablecimiento del enfermo. • Nada puede hacerse contra los prejuicios. Miren sino los prejuicios que un grupo de pueblos en guerra han engendrado unos contra otros. Lo más racional es esperar y confiar en el tiempo, que los desgasta. Un día los mismos hombres pensarán de otro modo que hasta entonces acerca de las mismas cosas; por qué razón no pensaron así desde antes, he ahí un oscuro misterio.” • Finalmente y en torno a una cuestión ética fundamental Freud concluye: “Un abuso del análisis es posible en diversos sentidos; sobre todo, la trasferencia es un instrumento peligroso en manos de un médico inescrupuloso. Pero ningún instrumento o procedimiento médico está a salvo de abusos; si un cuchillo no corta, tampoco puede servir para curar.”
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