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¿EN QUÉ CREE

NUESTRO CEREBRO?

Luis Bravo Ph.D.


“No vemos las cosas como son, sino como somos nosotros”, esta
frase ya la dijeron algunos pensadores hace algunos siglos y,
actualmente, esto ha sido demostrado por la neurociencia. Cada
cerebro interpreta de manera distinta el mundo que le rodea,
aunque este sea el mismo para todos. Por ello, el mundo de cada
individuo se construye mediante las valoraciones que éste realiza
y cada uno tiene su propia “realidad”.

Estas valoraciones son las denominadas creencias, que son


esquemas cognitivos o ideas acerca de cómo es el mundo y de
cómo se debe actuar ante las diferentes circunstancias de la
vida.
Las creencias condicionan la forma en la que una persona ve
y entiende la vida y, en ocasiones pueden ser limitantes y
afectar a los distintos ámbitos de la vida, incluido el laboral.

¿CÓMO SE FORMAN LAS CREENCIAS?


Las creencias se adquieren a lo largo del desarrollo de una
persona y se formulan en función de las condiciones ambientales
y las características personales. Son construcciones que se van
haciendo y que están influidas por la educación que se recibe
en la infancia, los valores, la cultura y el entorno social.
La neurociencia ha demostrado que los pensamientos modifican
el cerebro. A través de la neuroplasticidad, las experiencias van
generando nuevas conexiones y el cerebro se va modulando en
función de éstas.
Además, la interpretación de lo que sucede durante esas
experiencias es igual de importante que lo que sucede en
sí. Por lo tanto, los pensamientos influyen en las conexiones
neuronales y generan unos rasgos o tendencias de
pensamiento. Por ejemplo, si una persona tiende a ver siempre
el lado negativo de una situación, fortalecerá determinadas
conexiones que alimentan que ese hábito se repita y, a la larga,
se convertirá en un automatismo que aparecerá de forma
inconsciente.
Además, el cerebro guarda información que considera útil y
genera creencias rígidas. Por ejemplo, si una persona tiene la
experiencia en su primer trabajo de tener que llegar a objetivos
inalcanzables sin levantar la mano ni poner límites para poder
seguir en ese puesto, su cerebro guarda la información de que
para ser un buen trabajador y no ser despedido no se deben
poner límites.
La vida se va construyendo con esos mensajes y patrones que
se ha ido entendiendo que eran importantes y necesarios.
Estas creencias y patrones de comportamiento tienen
una utilidad vital en un momento dado de la vida, como puede
ser pertenecer a una familia, a un grupo, a un colectivo, a un
trabajo o a una sociedad.
El problema de las creencias es cuando se vuelven irracionales
e inflexibles, limitando en la consecución de objetivos y
generando un malestar emocional. Por ejemplo, la creencia de
que “puedo conseguir todo lo que me proponga”, puede parecer
positiva, pero en el momento en que se vuelve inflexible y
aprendo que cuando no consigo las cosas recibo un castigo se
convierte en una creencia limitante, que genera malestar y baja
autoestima.
El cerebro contiene miles de millones de células nerviosas
organizadas en patrones que coordinan el pensamiento, la
emoción, la conducta, el movimiento y la sensación. Un
complicado sistema de nervios interrelacionados conecta el
cerebro con el resto del cuerpo, por lo que la comunicación
puede ocurrir en instantes. Piensa en lo rápido que sacas la
mano si tocas la hornilla caliente. Si bien todas las partes del
cerebro funcionan juntas, cada parte es responsable de una
función específica, y todo está bajo control, desde la frecuencia
cardíaca hasta el estado de ánimo.
El cerebro es la parte más grande del encéfalo. Probablemente
sea lo que visualices cuando pienses en el encéfalo en general.
La capa más externa del cerebro es la corteza cerebral, la
«materia gris» del encéfalo. Los pliegues y dobleces profundos
del encéfalo aumentan la superficie de la materia gris, para que
pueda procesarse más información.
El cerebro está dividido en dos mitades (hemisferios) por un
profundo surco. Los hemisferios se comunican entre sí a través
de un grueso tracto de nervios, llamado «cuerpo calloso», en la
base del surco. De hecho, los mensajes hacia y desde un lado
del cuerpo suelen emitirse y recibirse en el lado opuesto del
cerebro.
Los hemisferios de tu cerebro se dividen en cuatro lóbulos.
El lóbulo frontal controla el pensamiento, la planificación, la
organización, la resolución de problemas, la memoria a corto
plazo y el movimiento.
El lóbulo parietal interpreta la información sensorial, como el
gusto, la temperatura y el tacto.
El lóbulo occipital procesa las imágenes que reciben los ojos y
vincula esa información con las imágenes almacenadas en la
memoria.
El lóbulo temporal procesa la información de tus sentidos del
olfato, el gusto y la audición. También tiene una participación
importante en el almacenamiento de la memoria.
El cerebelo es una pelota de tejido arrugada debajo y detrás del
resto del cerebro. Se encarga de combinar la información
sensorial de los ojos, oídos y músculos para ayudar a coordinar
el movimiento.
El tronco cerebral une el cerebro con la médula espinal. Controla
muchas funciones vitales para la vida, como la frecuencia
cardíaca, la presión arterial y la respiración. Esta área también
es importante para el sueño.
Las estructuras profundas dentro del cerebro controlan las
emociones y la memoria. Conocido como el sistema límbico,
estas estructuras se presentan en pares. Cada parte de este
sistema se duplica en la mitad opuesta del cerebro.
El tálamo actúa como barrera para los mensajes que pasan
entre la médula espinal y los hemisferios cerebrales.
El hipotálamo controla las emociones. También regula la
temperatura corporal y controla las necesidades elementales
como el hambre y el sueño.
El hipocampo envía los recuerdos a las secciones adecuadas
del telencéfalo para almacenarlas y luego recuperarlas cuando
sea necesario.
El sistema nervioso periférico está constituido por todos los
nervios de tu cuerpo, excepto los del cerebro y la médula
espinal. Actúa como un transmisor de la comunicación entre tu
cerebro y tus extremidades. Por ejemplo, si tocas una hornilla
caliente, las señales de dolor viajan de tu dedo a tu cerebro en
una fracción de segundo. En ese escaso tiempo, tu cerebro le
indica a los músculos del brazo y la mano retirar inmediatamente
tu dedo de la hornilla.
Las células nerviosas (neuronas) tienen dos tipos principales de
ramificaciones que nacen del cuerpo de la neurona. Las
dendritas reciben los mensajes entrantes de otras células
nerviosas. Los axones llevan las señales que salen del cuerpo
de la neurona hacia otras células, por ejemplo, una neurona
cercana o una célula muscular.
Interconectadas entre sí, las neuronas mantienen una
comunicación eficaz, ultrarrápida.
Una célula nerviosa (neurona) se comunica con otras células
mediante impulsos eléctricos al ser estimulada. Dentro de una
neurona, el impulso se mueve hasta el extremo de un axón y
origina la liberación de neurotransmisores, sustancias químicas
que actúan como mensajeras.
Los neurotransmisores atraviesan la sinapsis, el espacio entre
dos células nerviosas, y se adhieren a los receptores en la célula
receptora. Este proceso se repite de neurona a neurona a
medida que el impulso viaja hasta su destino. Una red de
comunicación que te permite moverte, pensar, sentir y
comunicarte.
Todos sabemos que existen dos tipos de realidades en torno a las cuales
giran nuestras vidas, una «externa», mezcla de estímulos externos y
construcción cerebral, y otra «interna», a la que no tenemos acceso
conscientemente pero que no por ello deja de influir sobre nosotros, una
realidad a la que aquellas personas que han accedido a ella opinan que
es mucho más real que la propia realidad cotidiana del mundo exterior.
De esta segunda realidad, interna, trata este libro, escrito desde la
ciencia ,pero de una ciencia sensible e informada acerca de todas esas
creencias y testimonios que habitualmente englobamos bajo el calificativo
de «misticismo», de «búsqueda del éxtasis». Una búsqueda que, por lo
que sabemos, parece confundirse con los propios orígenes de nuestra
especie, el Homo sapiens, y que se ha extendido por todo tipo de
culturas, religiones y lugares. ¿Cual es esa base neurobiológica de la
experiencia mística?, ¿existen en el cerebro estructuras que producen la
experiencia de trascendencia?,
¿existen en la psique estructuras cuya activación nos pone en contacto
con lo que muchos denominan «divinidad»?, ¿es posible activar, si es
que existen, esas estructuras de forma natural y no mediante drogas?,
¿tiene sentido, como se está haciendo últimamente en Estados Unidos,
hablar de «neuroteología»? Estas son algunas de las preguntas que
estudia en La conexión divina el profesor Rubia, para quien si toda
experiencia tiene su base cerebral, entonces también la tiene que tener la
experiencia de éxtasis o trascendencia.
Una creencia es la sensación de total certeza que tenemos acerca de
algo. Es como una guía, una convicción que va a suministrar sentido y
orientación en la vida. Muchas de ellas no son más que generalizaciones
sobre experiencias vividas en el pasado. Pero bajo ningún concepto
estamos dispuestos a ponerlas en duda. Y todo, porque nos dan
seguridad. De hecho, preferimos buscar todo aquello que las confirme. No
importa del tipo que sean. Y siempre acabaremos encontrando
confirmación para cualquier tipo de creencia que tengamos, ya que nos
convertimos en especialistas en anular todas las situaciones que están en
franca oposición con ella. Lo cierto es que, a pesar de que son una
interpretación de la realidad y no la realidad misma, tienen tanto poder que
influyen directamente en nuestras acciones y en sus consecuencias. De
hecho, todas afectan de forma directa e indirecta a nuestras vidas. Porque
tienen la capacidad de crear y destruir.
O sea, que las creencias, utilizadas adecuadamente, pueden ser la fuerza
más poderosa para hacer el bien; por el contrario, las que ponen límites a
nuestras acciones y pensamientos pueden ser tan devastadoras como
negativas. En realidad, ninguna otra forma rectora del comportamiento
humano resulta tan poderosa. De hecho, una creencia puede destapar o
tapar el discurso de las ideas. Hay que recordar que todas las
experiencias humanas, todo lo que se ha visto, oído, tocado, olido y
gustado, se almacena en el cerebro. Si uno dice congruentemente que no
puede hacer algo, tiene razón; en cambio, si dice que sí puede, entonces
transmite al sistema nervioso una orden que abre caminos hacia aquella
parte del cerebro que, posiblemente, contenga la respuesta que uno
necesitaba. Hay una frase muy interesante de Virgilio que dice: «Pueden
porque creen que pueden». Lo más interesante del asunto -que, por otro
lado, debemos tener muy en cuenta- es que los sistemas de creencias no
son inmutables. Son susceptibles de modificación.
Cualquier juicio que uno exprese tiene su momento y ha de considerarse
en relación con la época en que se formula. No es la declaración de una
verdad universal, sino algo verdadero, únicamente para una persona
determinada en un momento concreto. Nunca debemos olvidar que las
creencias negativas hacen mucho, mucho, muchísimo daño. Pero,
señoras y señores, como no somos hojas marchitas a merced del viento,
las podemos cambiar. Y cuando nos apetezca. Tan sólo depende de
nosotros.
¿EN QUÉ CREE NUESTRO CEREBRO?
Estudiaremos las bases neurofisiológicas de las creencias religiosas.

En primer lugar debemos saber que las primeras evidencias del


género Homo (que incluye al hombre actual y sus antepasados
homínidos) provienen del este de África hace unos 2.3 millones de años.
Estas criaturas se distinguían de otros homínidos anteriores por su
morfología dental y por contar con cerebros más grandes, entre otras
características. Asimismo, con el género Homo se inicia una etapa en la
aparece la construcción de instrumentos líticos. Probablemente, esta
capacidad, que implica una representación mental de la potencial utilidad
del instrumento, fue posible gracias al mayor volumen cerebral de estos
homínidos, que se duplicó hace poco menos de dos millones de años y
posteriormente se triplicó hace unos 500.000 años.
No obstante, no es hasta la aparición de nuestra especie (Homo sapiens),
que sucede en Europa al inicio del Paleolítico Superior (hace unos 40.000
años), cuando emergen formas más avanzadas de abstracción mental,
representadas en las pinturas y grabados en cuevas y abrigos, en las
esculturas de bulto redondo y en la fabricación de pequeños objetos
transportables (arte parietal y mobiliar). Podemos decir que el arte nace
de la mano de nuestra especie. Los primeros grupos humanos empiezan
a desarrollar distintas manifestaciones artísticas en dos campos: el
naturalismo y la abstracción. Pero, ¿qué es lo que les llevó a los hombres
y mujeres del Paleolítico Superior a embarcarse en la tarea de elaborar
obras de arte? Algunos teóricos del arte han apuntado diferentes razones
que nos pueden ayudar a entender el surgimiento de las expresiones
artísticas.
Por ejemplo, este tipo de manifestaciones podrían haberse constituido
como un vehículo para dejar constancia de la posición social de los autores
en el grupo, podrían haber cumplido una finalidad mágica orquestada para
facilitar la caza o promover la fecundidad, podrían haber fomentado la
creación de instrumentos para su intercambio entre grupos diseminados de
cazadores, o simplemente ser un mecanismo para imitar las formas
naturales o expresar las emociones y las experiencias interiores del autor.
No obstante, el arte pudo nacer respondiendo a algo más profundo, a un
miedo y a una necesidad inherente del ser humano: el miedo a lo
desconocido y la necesidad de intentar plasmar lo inexplicable y lo ignoto
para hacerlo menos trascendente y para ayudar a dar sentido a la vida y la
existencia de una especie dotada de una arquitectura cerebral que
probablemente le permitiera tener conciencia de sí misma.
El arte pudo nacer como vehículo para plasmar lo metafísico y el
pensamiento religioso, tan presente en la historia y evolución de las
sociedades humanas.
A partir del Paleolítico inferior, el enterramiento de los muertos da
testimonio de la importancia que tiene el mundo espiritual y el manejo de
conceptos abstractos en los homínidos que ocuparon el viejo mundo.
Independientemente de los fines utilitarios de las prácticas funerarias
intencionadas, algunos autores han sugerido que podrían haber estado
motivadas por atribuciones de tipo religioso, en el sentido de facilitar el
tránsito a otra vida. Si esto fuera así, sería necesario contar con un cerebro
organizado de tal forma que permitiera un pensamiento simbólico bastante
desarrollado.
Es necesario tener presente que casi toda la trayectoria del ser humano se
ha sucedido sin la existencia de la escritura. En las sociedades ágrafas, el
arte puede constituirse como el principal elemento para representar el
pensamiento simbólico y puede ser nuestra más valiosa herramienta para
explorar nuestro pasado.
A pesar que el arte mobiliar del Paleolítico se caracteriza por un enorme
conjunto de piezas de características fundamentalmente instrumental
(útiles, armas, adornos, etc.), aparecen numerosos objetos con carácter
religioso, entre los que destacan las esculturas, las plaquetas y los huesos
grabados. De todas formas, es el arte parietal (rupestre) el que más queda
vinculado a lo religioso. Al arte del Paleolítico le sucede el arte del Neolítico
de las primeras sociedades productoras. A partir de aquí, a lo largo de la
historia, el arte ha ido cambiando con las culturas, reflejando la sociedad.
Lo que está claro es que en la historia de la humanidad los fines religiosos
del arte no han estado reñidos con los utilitarios y estéticos en tanto que
una belleza sobrecogedora ayuda a asegurar la efectividad de lo mágico y
lo espiritual.
A pesar de que la religión no prorrumpió originalmente como una
adaptación biológica, las creencias y las prácticas religiosas se pueden
encontrar en todos los grupos humanos. Algunos autores sugieren que
estas podrían haber desempeñado un papel de cardinal importancia en
facilitar y estabilizar de la cooperación entre los grupos humanos,
pudiéndose convertir en un objetivo de la selección cultural. Un hecho que
apoya esta hipótesis es que los grupos religiosos parecen durar más
tiempo que los grupos no religiosos. De todas formas, a pesar de las
marcadas características diferenciales entre las distintas religiones que se
han dado lugar a lo largo de la historia de la humanidad, las personas no
parecen mostrar diferencias en cómo realizan juicios acerca de escenarios
morales o de contenido ético. Según algunos autores, esto podría indicar
que la religión surgió a partir de funciones cognitivas preexistentes que
podrían haber sido objeto de selección, generando un sistema diseñado de
forma adaptativa para solventar, entre otras cosas, el problema de la
cooperación entre personas genéticamente no relacionadas.
Dios visita a los pacientes de epilepsia
Una experiencia religiosa podría considerarse como un estado de actividad
mental fisiológica que es representado en el cerebro humano. En este
sentido, la intensidad de las experiencias religiosas se ha asociado con
cambios en la actividad de varias regiones cerebrales. Incluso algunos
estudios han encontrado una relación entre las experiencias religiosas y
espirituales con la epilepsia del lóbulo temporal medial.
En varios trabajos, se ha medido la actividad cerebral durante experiencias
místicas en las que las personas señalaban que se encontraban en un
estado de unión con Dios. Estos trabajos han encontrado que son varias
las regiones cerebrales y los sistemas neurales que median los diferentes
aspectos de las experiencias místicas. Esto no nos debería sorprender,
dado que este tipo de estados son muy complejos e implican marcados
cambios somáticos, viscerales, perceptivos, cognitivos y emocionales.
De esta forma, por ejemplo, la activación del lóbulo temporal medial podría
estar relacionada con la impresión subjetiva de contacto con una realidad
espiritual. Por otro lado, una región profunda del cerebro, denominada
núcleo caudado, se ha relacionado en muchos estudios con las emociones
de felicidad y con el amor. La activación de este núcleo durante las
experiencias místicas podría estar relacionada con los sentimientos de
júbilo y amor incondicional que se experimentan. Asimismo, una región de
la corteza cerebral denominada ínsula podría ser la responsable de las
respuestas somáticas y viscerales asociadas con estos sentimientos. La
corteza prefrontal (regiones medial y orbital), por su parte, sería la
encargada de hacer consciente a la persona de ese estado y de los
sentimientos derivados del mismo y reportarle una experiencia emocional
placentera. Mientras que la activación de la corteza parietal durante las
experiencias místicas podría reflejar una modificación de los esquemas
corporales.
De todas estas regiones cerebrales que se han relacionado con diferentes
aspectos de la experiencia religiosa, la actividad de una de ellas (la corteza
frontal medial) parece desempeñar un papel más nuclear. Se trata de una
región muy importante para el cumplimiento y la adecuación de las normas
sociales, para los procesos de autorreflexión y para la teoría de la mente,
aspectos que podrían ser prerrequisitos para mantener una actividad
religiosa integrada.
Por otro lado, experimentar una relación íntima con Dios también parece
estar relacionado con diferencias anatómicas. En este sentido se ha
encontrado que hay una marcada relación positiva entre este tipo de
experiencias y el volumen cortical de la circunvolución temporal media del
hemisferio derecho.
Un sistema de creencias
La conducta humana está guiada por el sistema de creencias que
tengamos. Desde un punto de vista cognitivo, la asimilación de una
creencia parece implicar dos fases. En primer lugar se necesita una
representación mental que hace que la creencia se adquiera y en segundo
lugar, se lleva a cabo un análisis que evalúa dicha creencia y la pone en
tela de juicio, ocasionando dudas sobre la misma. Una región de nuestro
cerebro, que está implicada en el procesamiento de la información
emocional y afectiva (la corteza prefrontal), parece ser crítica para la fase
de evaluación de la creencia. Recientemente, un grupo de investigadores
de la universidad de Iowa ha mostrado que la lesión de la zona
ventromedial de esta región cortical hace que los pacientes sean más
susceptibles a las creencias dogmáticas y muestren una tendencia al
autoritarismo y al fundamentalismo religioso. Estos datos guardan una
íntima relación con lo que sabemos sobre el desarrollo del cerebro.
¿Quién no se ha dado cuenta de la facilidad que tienen los niños para
creerse las cosas?
Creer en los Reyes Magos, en gnomos, elfos u otras criaturas mágicas es
algo muy vinculado a nuestra infancia.
Resulta que la corteza prefrontal en niños se encuentra
desproporcionalmente inmadura en comparación con otras regiones
cerebrales.
Esto podría explicar la predisposición de los niños a creerse las cosas.
Asimismo, también se ha demostrado que los niños en sus juicios morales
suelen mostrar gran deferencia al autoritarismo.
Estos patrones de conducta se van perdiendo a medida que la corteza
prefrontal va madurando. No obstante, durante la vejez el funcionamiento
de la corteza prefrontal suele verse comprometido, haciendo de las
personas ancianas un blanco más fácil para el engaño por su tendencia a
creerse con más facilidad las cosas.
El sistema de creencias religiosas presumiblemente interactúa con otros
sistemas de creencias, con la adquisición de los valores sociales y morales
y nos ayuda a determinar la selección de nuestras metas a largo plazo, el
control de la propia conducta y el equilibrio emocional.

Depresión y religión
Diferentes trabajos científicos han encontrado una asociación inversa entre
depresión y religiosidad. Recientemente, un grupo de científicos de
Columbia University de Nueva York ha publicado un trabajo longitudinal que
ha durado más de treinta años. Estos autores han puesto de manifiesto que
la importancia que la religión tiene para las personas se relaciona con una
corteza cerebral más gruesa en diferentes regiones del cerebro (regiones
occipitales y parietales de los dos hemisferios, lóbulo frontal mesial del
hemisferio derecho y las regiones del cuneus y precuneus del hemisferio
izquierdo).
Asimismo, este aumento en el tejido cerebral podría conferir a las personas
que tienen un riesgo familiar alto de sufrir depresión una mayor resistencia
a desarrollar la enfermedad.
Dicho de otra manera, la importancia que la religión tiene en la vida de una
persona podría ayudar a aquellas personas más vulnerables y
predispuestas para desarrollar depresión, proporcionándoles cierta
resistencia neuroanatómica.
Química y genética de la espiritualidad
En cuanto a la química de la conducta religiosa, la mayoría de las
investigaciones se han centrado en dos sustancias que utilizan las
neuronas para comunicarse: la dopamina y la serotonina. Por ejemplo,
respecto a la dopamina, distintos trabajos han encontrado que los niveles
cerebrales de esta sustancia se encuentran elevados durante la vivencia de
una experiencia religiosa intensa, pudiendo explicar algunos cambios que
se generan en la percepción de los estímulos sensoriales y en la
percepción del paso del tiempo que suele devenir muy rápido durante
dichas experiencias.
¿Qué nos pueden explicar los genes de la espiritualidad y de la religión?
Hay un gen, el DRD4, que está implicado en mediar la neurotransmisión de
la dopamina en la corteza cerebral.
Se ha podido comprobar que las personas que tienen en su ADN ciertas
variantes de este gen presentan conductas con rasgos antisociales, son
atraídos por la búsqueda de la novedad y del riesgo mientras que rehúyen
de las convenciones sociales y las causas prosociales. No obstante, otras
variantes del mismo gen podrían estar relacionadas con rasgos
diametralmente opuestos. En esta línea, un grupo de investigadores de la
universidad de California ha encontrado que el gen DRD4 interactúa con la
religión para fomentar las conductas prosociales. Parece ser que algunas
variantes del gen pueden hacer más susceptibles a las personas a las
influencias del ambiente y la religión, por su parte, puede actuar como una
influencia del entorno que fomente la conducta prosocial. Se trataría de una
interacción entre genes y ambiente, en la que las personas con una
determinada susceptibilidad genética presentarían una mayor conducta
prosocial cuando se encuentren en un entorno que les promueva a ello.
De forma añadida, se ha visto que las personas que actúan prosocialmente
porque esto les hace sentirse bien, presentan una variante del gen que
genera un mayor nivel de dopamina en comparación con las personas que
presentan otra variante y se comportan de forma prosocial solo cuando el
entorno les empuja a ello o les da el contexto propicio para fomentar dicha
conducta (como es el caso del contexto religioso).
En definitiva, la conducta religiosa es un fenómeno exclusivamente humano
del que no se ha encontrado un equivalente en otras especies animales. Se
trata de algo universal, en tanto que está presente en todas las culturas
modernas y, por los vestigios arqueológicos que disponemos, podemos
decir que ha sido evidente en todos los períodos de la historia y de la
prehistoria. Desde diferentes disciplinas se ha intentado explicar el origen
de esta conducta. Por lo que se refiere a la neurociencia cognitiva, durante
los últimos años diversos investigadores han intentado elucidar sus bases
neurales, vinculando la emergencia de la religión en nuestros ancestros con
el desarrollo de diferentes procesos cognitivos, como la cognición social y
la representación simbólica, que presumiblemente han derivado de la
expansión de distintas regiones cerebrales ubicadas en complejas redes
neurales con nodos en zonas prefrontales, parietales, temporales e incluso
subcorticales.

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