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Tema:

AMIGOS PARA SIEMPRE


Docente: Judith Aldave Carrión

Nivel: Primaria
Referencia: Marcos 10:35-45; Mateo 20:20-28;
Para memorizar: “Ámense unos a otros como hermanos, y respétense
siempre” (Romanos 12:10, TLA).

OBJETIVOS
• Comprender que Dios invita a cada persona para ser parte de su familia y
estar con él un día en el cielo.
• Aceptar la invitación de Jesús, buscando ser más semejante a él, para
pertenecer a la familia de Dios.
Cierto día, Jesús y
sus discípulos iban
caminando en
dirección a
Capernaum.
Algunos discípulos
comenzaron
a discutir acerca de
cuál de ellos sería
el más importante.
No queriendo que
Jesús los
escuchara,
se atrasaron en la
caminata.
Se olvidaron de que Jesús sabía todo y se entristecía
porque no quería verlos discutiendo algo sin
coherencia, finalmente, todos ellos eran importantes para él.
Entonces Jesús dijo:
–Sepan ustedes que el más humilde es el que será el mayor en el reino de los cielos. El que
quiera ser el primero, tendrá que ser el siervo de todos. Ustedes necesitan ser humildes
como los niños. Ellos no se lenan de presunción y vanidad, pero confían en mí.
Aquella no fue la única vez que Jesús tuvo que explicar el hecho de que, en el
cielo, todos serán importantes, y que lo más importante es no olvidarse de
ayudar a las personas que están a nuestro alrededor.
Cierto día, se
acercó a Jesús la
mamá de dos
discípulos:
Santiago y Juan.
Ella quería que
sus hijos se
sentaran a su lado
derecho e
izquierdo en el
trono de Jesús,
cuando él fuera
rey.
Jesús los miró a los
tres y percibió que ellos
no entendían que él
había venido para ser
Rey, pero no de este
mundo. En seguida,
miró a aquella madre y
dijo: –No sabes lo que
estás pidiendo. No
puedo decidir quién se
sentará conmigo en el
trono del cielo. Mi
Padre decidirá eso.
Cuando los discípulos supieron lo que había sucedido, se indignaron porque
pensaban que serían perjudicados. Jesús, entonces, les explicó que su reino sería
un reino de amor. Solamente el amor dominaría. Lo más importante, por lo tanto, era
que ellos entendieran que, para estar con Cristo en el cielo, es necesario servir a los
demás con humildad y altruismo.
A pesar de que muchos se han olvidado de la lección de Jesús, esa es la manera
por la cual todo sucede en su reino, y así será por la eternidad.
Sheri y la cena de Navidad
Era grande la expectativa de
pasar la Navidad con los
familiares. Eso significaba
entretener a nuestra hija
Sheri, de tres años, y a
nuestro hijo Scott, de cuatro
años, durante el viaje de
nueve horas en auto. Hice
planes de llevar un montón
de libros para disminuir el
aburrimiento de ambos. Uno
de los libros contaba la
historia del nacimiento de
Jesús. A Sheri le encantó ese
libro.
Cada vez que terminaba de leerlo, me
suplicaba: “Léelo nuevamente, mami”.
Como Sheri parecía tan interesada, comencé
a contarle acerca de nuestros planes de
asistir a una representación del nacimiento
de Jesús en una iglesia cercana a la casa de
nuestros familiares.
Los grandes ojos azules de Sheri brillaban.
–¿Voy a ver a Jesús?
Le aseguré que el bebé Jesús estaría allí,
junto con María y José, los ángeles cantores
y los pastores con sus animales.
–¿Puedo acariciar a los animales? –preguntó
ella, aplaudiendo y dando grititos de alegría,
cuando respondí afirmativamente.
En la mañana
siguiente, me
desperté con la boca
de Sheri muy cerca
de mi oído,
preguntando bajito:
–¿No es la hora de ir
a ver al bebé Jesús?
Constantemente, a lo
largo de aquel día,
mientras nos
preparábamos para
la fiesta de Navidad,
ella
paraba de jugar y
preguntaba: –¿Aún
no es la hora?
Finalmente llegó el momento de salir. Sheri
daba saltos de alegría. Cuando llegamos al
estacionamiento de la iglesia, los focos
iluminaban a doce personas vestidas de
ángeles, de pie en una plataforma, arriba del
pesebre. Los cantos de “Alegría para el mundo”
sonaban tan alto que era imposible explicarle
algo a Sheri. Una fogata, los pastores y muchos
animales vivos estaban en frente del pesebre.
Para completar el escenario, un bebé
representando a Jesús, iluminado con luces
coloridas que giraban en medio de una neblina,
estaban con María y José. ¡Sheri estaba
encantada! Su rostro se puso brillante de
alegría, mientras admiraba, inmóvil, la escena
del pesebre. Ella se inclinó y besó a uno de los
corderitos.
Entonces, llegó el momento de
regresar a casa. Sheri comenzó a
gritar con todos sus pulmones:–
¡Yo no quiero dejar a Jesús y a
sus ángeles! ¡Por favor, mami,
por favor, no me hagas dejar a
Jesús y a sus ángeles!
Mientras ella lloraba a un
volumen máximo, todos los ojos
de aquella multitud se volvieron
a nosotros. Los ángeles y los
pastores sonrieron. José y María
disfrazaron una sonrisa. El papá
de Sheri le dio un abrazo fuerte y
la llevó corriendo al auto,
mientras las risas desaparecían
detrás de nosotros.
Sheri se sintió arrasada. Fue difícil
explicarle, en medio a sollozos y un
corazón partido, que aquella escena
de Navidad, en vivo, no era real.
Cuando ella finalmente entendió,
levantó sus grandes ojos azules a su
padre y preguntó:
–¿Cuándo veremos a Jesús de
verdad?
Por semanas ella explicaba, a todos
los que querían escuchar, que el
bebé Jesús y los ángeles de la iglesia
eran de “mentirita”, pero algún día,
en el cielo, sería “de verdad”.

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