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FORMACIÓN

E IDENTIDAD
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ETICA
PROFESIONAL
II Semestre 2019

Docente: Ricardo Gómez


ETICA TOMISTA
Tomás de Aquino define a la persona como «lo más
perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser
subsistente en la naturaleza racional» (ST, I, q. 28, a. 3, in
c). Esta vida racional, que nos especifica como personas,
no solo nos hace poseedores de una dignidad inalienable y
sujetos de de- beres y derechos, sino que nos introduce en
el mundo de la libertad y de la responsabilidad. En efecto,
ser de naturaleza racional nos permite «ser dueños de
nuestros actos», de ahí que cada persona, por el mero
hecho de serlo, posee una dimensión ética.
La ética es una dimensión esencial a la vida humana. Todos
sabemos que se nos puede ‘pedir cuentas’ de cómo obramos
porque realizamos actos calificados de buenos o malos. De la
misma manera, todos conocemos ciertos conceptos —bueno,
malo, justo o injusto— conforme a los cuales nos
comportamos o juzgamos nuestras acciones. La ética filosófica
inicia, pues, su reflexión a partir de este conocimiento
vivencial, pero se distingue de este precisamente en que es un
estudio sistemático o científico que, como tal, es realizado
solo por algunos, y que pretende conocer lo esencial de esta
dimensión para así disponer de criterios éticos.
Ética deriva etimológicamente del vocablo griego ethos
que se tradu- ce como ‘modo de ser’ o costumbre, de ahí
que ha llegado a significar el modo de ser que la persona
adquiere libremente mediante sus actos. Esto evidencia
la dimensión práctica de la ética como ciencia. Y así,
Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, explica que el estudio
de las acciones humanas tiene una dimensión no solo
teórica sino también práctica, pues la virtud se debe
estudiar para conocerla, así como para ser virtuosos. Por
eso la ética es una ciencia normativa.
Este texto señ ala también la importancia de detenerse en el
estudio de las acciones humanas porque a través de ellas el
hombre forja su pro- pio modo de ser. Nos interesan precisamente
porque configuran nuestra personalidad y con ello ponen en
juego nuestra felicidad. Pero esta tras- cendencia no es exclusiva
de los actos realizados en la vida social, pro- fesional o, podríamos
decir, pú blica, sino también es propia de los actos que llevamos a
cabo en la vida privada. De ahí que la ética sea inherente a la vida
humana en todas sus facetas y dimensiones, pues el hombre es uno
y su vida ha de discurrir de forma unitaria.
Existen distintas posturas filosó ficas acerca de la
vida ética, y cada una de ellas posee bases
antropoló gicas diferentes. La que aquí
asumimos primordialmente es la expuesta por
Santo Tomás de Aquino que, por la riqueza de su
doctrina y las verdades que enseñ a, es patrono
no solo de nuestra casa de estudios, sino
también de gran nú mero de escuelas y
universidades.
Como veremos, esto se cristaliza en la ley natural. Santo Tomás
apunta a esta fundamentació n metafísica de la ética tal como lo
expresa a continuació n:
 
«[…] pertenece a la ley natural todo aquello a lo que el
hombre se siente inclinado por naturaleza. Mas todos los
seres se sienten naturalmente inclinados a realizar las
operaciones que les corresponden en consonancia con su forma;
por ejemplo, el fuego se inclina por naturaleza a calentar. Y como
la forma propia del hombre es el alma racional, todo hombre
se siente naturalmente inclinado a obrar de acuerdo con la
Llegados a este punto podemos esbozar una
definición formal de ética: aquella parte de la
filosofía que estudia la calidad o moralidad de los
actos humanos en cuanto son conformes o no al
verdadero bien de la naturaleza humana y de su fin y
felicidad9. En este sentido, por la sistematicidad en su
estudio y por la validez universal de su conocimiento,
la ética posee el rango de conocimiento filosó fico.
1.Ética profesional
La ética profesional es una aplicació n de los
principios universales de la ética general al
ejercicio de la profesió n. Asume que la
profesió n también es una actividad
humana, susceptible de ser realizada bien o
mal, y, por tanto, capaz de acercarnos —a
nosotros y a quienes afecta nuestro obrar—
a nuestro fin o de alejarnos de él.
LEY ETERNA
Santo Tomá s la define como «la razó n de la divina
sabiduría, que guía todos los actos y movimientos» en
todos los seres del universo (ST I-II, q.93, a.1, in c), es
decir, la razó n de Dios en cuanto que lo dirige todo. Y
así, Dios imprime en todo un modo de ser o naturaleza
que expresa el orden má s conveniente para cada uno
de los seres; en este sentido, Dios, como autor de la
naturaleza y de sus inclinaciones, será también el
autor de las inclinaciones éticas.
LEY NATURAL
A cada una de estas inclinaciones corresponde una cierta norma
ética conocida por la razó n. Estas normas, precisamente porque
proceden de la naturaleza humana, son universales y se aplican a
todo hombre y en toda circunstancia. Debido a que está n impresas
en la naturaleza humana, y esta permanece siempre la misma, son
de cará cter inmutable, es decir, son invariables, permanentes y
constantemente vigentes. Esto implica que los preceptos éticos
generales no cambian ni con los procesos histó ricos ni con los
cambios culturales y, por lo mismo, su contenido tampoco depende
del consenso ni de la mayoría. Sin embargo, cabe preguntarse por
qué existen tantas diferencias de unos a otros.
LEY HUMANA
Ley positiva o humana como la «concreció n» del orden
natural
Los preceptos éticos que el hombre descubre en su
naturaleza no son, sin embargo, suficientes para
organizar la vida individual y social, pues, para regular
todas las situaciones en la sociedad, los principios de la
ley natural requieren de una mayor concreció n. De esta
forma, las leyes positivas se originan por la necesidad
que los hombres tenemos de ordenar la sociedad a su
fin comú n.
Naturaleza de la virtud: término medio
La etimología remite a su raíz latina de vis, fuerza, dando a entender que es la
fuerza que la potencia necesita para perfeccionarse en el bien. Pero
generalmente se reconoce como un há bito operativo bueno, es decir, una
disposició n habitual a operar, a realizar el bien en tanto que perfectivo de la
persona.
 
«Por eso es necesario que la virtud de cada cosa se defina en orden al bien.
Por consiguiente, la virtud humana, que es un hábito operativo, es un
hábito bueno y operativo del bien» (ST, I-II, q. 55, a. 3, in c).
 
La virtud consiste en un término medio que se encuentra igualmente distante
de dos extremos, uno por exceso y otro por defecto.
Las virtudes intelectuales perfeccionan a la inteligencia
en su funció n teó rica y prá ctica. Las virtudes de la
inteligencia especulativa son: el intelecto, que es el há bito
de los primeros principios teó ricos: La Sindéresis, La
sabiduría y La Ciencia.
Las virtudes morales perfeccionan las potencias apetitivas
—voluntad y apetito sensible— haciendo que se muevan a
su bien específico en cuanto hombre,es decir, las regulan
pero no las imponen. Estas virtudes hacen bueno al hombre
en un sentido absoluto en la medida en que no solo
entiende qué es bueno, sino que lo pone por obra.
ONTOLOGÍA
Siguiendo a Aristóteles, Santo Tomás considera que,
cuando el hombre nace, lo hace con el entendimiento
(«como tabla rasa, en la que nada hay escrito»).Así,
careciendo de ideas innatas, todo nuestro conocimiento
intelectual de la vida presente ha de llegarnos durante la
misma vida, y precisamente a través de los sentidos.
Parecería admitir una excepción con respecto
a intelección de los primeros principios, de los que dice
que son «quasi»innatos
TELEOLOGÍA
Tomás de Aquino acepta del aristotelismo que la felicidad es el fin úl­
timo del hombre, y que el conocimiento de la naturaleza
humana per­mite especificar un conjunto de normas morales que
constituyen la ley natural. Aquino, pues, se vuelve a un análisis de la
naturaleza humana. Platón y Aristóteles interpretan la naturaleza
humana como fuente de nor­mas morales. Se preguntan cuál es el fin
a cuyo cumplimiento está orientado el ser humano, dónde se
hallan el perfeccionamiento y la plenitud humanas. Este planteamiento
da lugar a una ética de los fines, a una ética basada en la perfección
o cumplimiento de las exigencias de la naturaleza humana. Tomás de
Aquino, siguiendo a Aristóteles, se adhiere a esta concepción
finalista, teleológica, de la naturaleza. El fin último del hombre en la
tierra es la felicidad, que consiste en la actividad contemplativa.

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