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INTRODUCCIÓ N:
CONCEPTo DE É TICA PROFESIONAL
1. É TICA tOMISTA2
Tomás de Aquino define a la persona como «lo má s perfecto
que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser subsistente en la
naturaleza racional» (ST, I, q. 28, a. 3, in c). Esta vida racional,
que nos especifica como personas, no solo nos hace
poseedores de una dignidad inalienable y sujetos de de-
beres y derechos, sino que nos introduce en el mundo de la
libertad y de la responsabilidad. En efecto, ser de naturaleza
racional nos permite «ser dueñ os de nuestros actos», de ahí
que cada persona, por el mero hecho de serlo, posee una
dimensió n ética.
La é tica es una dimensió n esencial a la vida humana. Todos sabemos
que se nos puede ‘pedir cuentas’ de có mo obramos porque realizamos
actos calificados de buenos o malos. De la misma manera, todos
conocemos ciertos conceptos —bueno, malo, justo o injusto— conforme
a los cuales nos comportamos o juzgamos nuestras acciones. La ética
filosó fica inicia, pues, su reflexió n a partir de este conocimiento
vivencial, pero se distingue de este precisamente en que es un estudio
sistemá tico o científico que, como tal, es realizado solo por algunos, y
que pretende conocer lo esencial de esta dimensió n para así disponer de
criterios é ticos3.
É tica deriva etimoló gicamente del vocablo griego ethos que se tradu-
ce como ‘modo de ser’ o costumbre, de ahí que ha llegado a significar el
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Agradecemos a Mauricio Ó rdenes su trabajo de compilació n de textos de Santo
Tomás como ilustració n de la ética tomista, que ha sido una constante inspiració n
del presente trabajo (elaborado con el título Ética general. Selección de textos,
para el Centro de Estudios Tomistas, 2000).
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Cfr Luñ o, Á ngel, Ética general, EUNSA, Pamplona, 1991, pp. 17-18.
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«Así pues, puesto que el presente estudio no es teó rico como los otros
(pues investigamos no para saber qué es la virtud, sino para ser buenos,
ya que de otro modo ningú n beneficio sacaríamos de ella), debemos
examinar lo relativo a las acciones, có mo hay que realizarlas, pues ellas
son las principales causas de la formació n de los diversos modos de ser,
como hemos dicho» (EN II, 2, 1103 b 25-30).
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Benedicto XVI, en un discurso a los futuros seminaristas, recuerda esta prioridad
del nivel ontoló gico al reflexionar sobre el obrar ético: «La ética es consecuencia
del ser: primero el Señ or nos da un nuevo ser, este es el gran don; el ser precede
al actuar y a este ser sigue luego el actuar, como una realidad orgá nica, para que
lo que somos podamos serlo también en nuestra actividad. […] Por consiguiente,
ya no es una obediencia, algo exterior, sino una realizació n del don del nuevo ser»
(S.S. Benedicto XVI, Discurso en el Pontificio Seminario Romano Mayor, 12 de
febrero de 2010).
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La tradició n filosó fica cristiana que tan bien representa Santo Tomá s, no hace má s
que acogerse a la intuició n fundamental de la prioridad ontoló gica de la realidad,
que se ve completada en la revelació n. Así lo afirma: «La esencia de la realidad
cristiana consiste en recibir la existencia y vivir la vida como referencia para
alcanzar la unidad que es el fundamento que sostiene lo real» (Joseph Ratzinger,
Introducción al cristianismo (Lecciones sobre el Credo apostó lico), Tr. José L.
Domínguez Villar, Sígueme, Salamanca, 2005 11a, p. 159).
7
Ratzinger, Joseph, Al principio creó Dios. Consecuencias de la fe en la creación,
Tr. S. Castellote, Edicep, Valencia, 2001, pp. 124-125.
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Así se explicita en la encíclica La luz de la fe del Papa Francisco: «Pero resulta
muy difícil concebir una unidad en la misma verdad. Nos da la impresió n de que
una unió n de este tipo se opone a la libertad de pensamiento y a la autonomía del
sujeto. En cambio, la experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor
es posible tener una visió n comú n, que amando aprendemos a ver la realidad con
los ojos del otro, y que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra
mirada» (n° 47).
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Cfr. Sada, Ricardo, Curso de ética general y aplicada, Minos, México DF, 2004,
p. 22.
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2. É TICA PROFESIONAL
La é tica profesional es una aplicació n de los principios universales de la
é tica general al ejercicio de la profesió n. Asume que la profesió n también
es una actividad humana, susceptible de ser realizada bien o mal, y, por
tanto, capaz de acercarnos —a nosotros y a quienes afecta nuestro obrar
— a nuestro fin o de alejarnos de é l. En ese sentido, y a medida que las
pro- fesiones se especializan, van surgiendo nuevos contextos o
circunstancias que exigen una constante reflexió n acerca de su cará cter
é tico. Por eso, má s allá de los có digos profesionales, de indudable valor,
es necesario que un buen profesional posea una formació n é tica
verdadera y bien funda- mentada que le ayude a enfrentar situaciones
concretas. Adicionalmente a la dimensió n personal, es posible
profundizar en la dimensió n é tica de las empresas, sociedades y
organizaciones en las que los profesionales trabajan. En este manual se
pretende mostrar la vigencia de la é tica de Santo Tomás en la vida
profesional, de cara a la toma de decisiones moralmente fundadas que
contribuyan tanto al bien personal como al bien comú n. Para ello se
presentará n las grandes temá ticas de la filosofía prá ctica o é tica
tomista a travé s de sus textos y su aplicació n a una serie de casos
prá cticos. Se iniciará con una reflexió n acerca de lo que implica el con-
cepto de é tica profesional y su relació n con el trabajo y con la profesió n.
En primer lugar, veamos algo acerca del trabajo. Podemos entenderlo
como «el ejercicio de las facultades humanas aplicado sobre distintas
realidades, para comunicarles utilidad y valor, haciendo posible a quien
trabaja tender hacia su propio perfeccionamiento, obtener la satisfacció n
de sus necesidades vitales y contribuir a la creciente humanizació n del
mundo y de sus estructuras»11. Aquí se pone de manifiesto que el trabajo
es mucho má s que un medio de subsistencia pues comporta una
actividad que esencialmente ha de ordenarse al perfeccionamiento de
la persona: a su desarrollo personal y al bien comú n. Y en tanto es
una actividad
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10
Cfr. Rodríguez Luñ o, Á ngel, Ética general, EUNSA, Pamplona, 2006, 5ª, pp. 65-
66.
11
Sada, Ricardo, Curso de ética general y aplicada, p. 187.
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Cfr. Distinció n entre dimensió n objetiva y subjetiva del trabajo, en encíclica de
Juan Pablo II, Laborem exercens, nº 6. Tomado de:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf_jp-
ii_enc_14091981_laborem-exercens_sp.html
13
Cfr. Gatti, Guido, Ética de las profesiones formativas, San Pablo, Bogotá , 2001,
pp. 8-9; Feito Grande, Lydia, Ética y enfermería, San Pablo, Madrid, 2009,
pp. 107-ss.
14
Feito, Lydia, ibid, pp. 109-ss., ofrece un listado completo de estas características de
las profesiones, de las que aquí solo nombramos las má s relevantes para nuestro
estudio.
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15
Cfr. Wanjiru Gichure, Christine, La ética de la profesión docente, EUNSA,
Navarra, 1995, pp. 244-246.
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Lo explica también Jorge Peñ a Vial en su artículo «La contextura ética de la liber-
tad»: «hay tres motivaciones fundamentales a la hora de trabajar: la motivación
extrínseca, intrínseca y trascendente. La extrínseca radica en las consecuencias y
resultados externos que se derivan del trabajo: éxito, dinero, honores, prestigio,
poder. La motivació n intrínseca es la derivada del valor del trabajo mismo que se
realiza, la satisfacció n que su mismo ejercicio proporciona, donde lo decisivo es
el valor del trabajo en sí mismo má s que los resultados externos que de este
pueden seguirse. Con ello no se quiere decir que sean del todo ajenas las
motivaciones ex- trínsecas, dado que la atenció n a los resultados es necesaria,
aunque la motivació n intrínseca sea superior y má s elevada. Sin embargo, la
motivació n intrínseca no es la má s alta. No cabe duda, como lo hemos advertido,
que las virtudes son una perfecció n intrínseca, permiten el crecimiento del ser
humano, con ellas se puede má s, pero el mero perfeccionamiento del sujeto no es
un fin en sí mismo. Por ello la má s alta motivació n es la trascendente: consiste en
disponerse y destinarse al servicio de los demá s. De qué sirve todo el elenco de
virtudes si no está informado por el amor. De ahí que el egoísta despliega una
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libertad muy pobre y raquítica»; en Ética de la libertad, Instituto Res Pú blica,
Santiago de Chile, 2013.
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Una clasificació n jerá rquica de los valores en funció n de las dimensiones de la
persona podría ser la siguiente, de menor a mayor importancia:
• Econó mico: bienes, riqueza, ahorro.
• Corporal: salud, desarrollo atlético.
• Social: poder, prestigio, afabilidad.
•Afectivo: estabilidad emocional, amor, placer, amistad.
• Técnico: conocimientos ú tiles para la vida cotidiana, técnicas, capacidad de
inventiva y de ejecució n.
• Científico o intelectual: verdad, conocimientos de las diversas ciencias y espe-
cialidades científicas, capacidad de investigació n, capacidad de comunicació n de
lo descubierto.
• Artístico: capacidad de reconocer y apreciar lo bello, capacidad de producir o
comunicar belleza.
• É tico: bien, felicidad, paciencia, prudencia.
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Es el caso de la fenomenología realista, que acogió la axiología de Max Scheler como algo
fundado en la realidad, tal como afirma Edith Stein: «Lo que un objeto vale lo vale en razó n
de lo que es. La jerarquía de valores es una jerarquía de seres» 18. Lo que a tal base realista
añ aden estos pensadores es la necesidad de una cierta vivencia personal para captar el valor,
sobre todo el valor é tico, de tal manera que sea conocido y significativo para la persona 19. De
esta forma, la misma Edith Stein considera que en el valor se da una respuesta personal a la
bondad del ser de las cosas, por lo que «sus sentimientos son […] una pluralidad de actos
intencionales en los que se le dan al hombre ciertas cualidades de los objetos, a las que
denominamos cualidades de valor»20, que responden a una escala de valores objetivos21.
Cuando el valor es entendido, en cambio, como una mera y absoluta valoració n subjetiva
y, por tanto, relativa, de algo, pierde su fundamento en el ser y en el bien real compatible con
la ética realista que aquí pre- tendemos exponer.