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UNIDAD V

INTRODUCCIÓN AL MISTERIO DE LA IGLESIA

1.- Introducción
2.- Origen y finalidad de la Iglesia
2.1.- La palabra “Iglesia”
2.2.- La Iglesia y la Trinidad.
2.3.- La Iglesia preparada en el Antiguo Testamento: Abrahán
2.4.- Fundación de la Iglesia por Jesucristo.
2.5.- Para qué existe la Iglesia

1.- INTRODUCCION

“Sí, la Iglesia está viva… Y la Iglesia es joven. Ella lleva en sí misma el futuro del mundo y, por tanto,
indica también a cada uno de nosotros la vía hacia el futuro”.1
La Iglesia es una realidad presente ante nosotros en el mundo de hoy. Las preguntas se multiplican: ¿de dónde
proviene?, ¿cómo surgió?, ¿para qué?, ¿qué dice de sí misma respecto a estos aspectos verdaderamente
fundamentales? Por lo tanto, dedicamos la presente unidad de nuestro módulo para dilucidar los interrogantes
esbozados anteriormente. Intentaremos presentar el Misterio de la Iglesia desde una mirada Trinitaria: la Iglesia
y el Padre, la misión del Hijo y el Espíritu Santificador. De este modo, serán tema de estudio su nacimiento, sus
orígenes, su fundación, su permanencia, las diferentes características que la componen, las denominaciones que
hablan de ella. También se tratará la misión y participación de sus miembros, sea como laicos, jerarquía o como
consagrados. Finalmente, se abordará el papel en el despertar, continuar y permanecer de la Iglesia, por parte
de María Santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia.

2. ORIGEN Y FINALIDAD DE LA IGLESIA


La Iglesia es una realidad presente ante nosotros en el mundo de hoy. Las preguntas se multiplican: ¿de
dónde proviene?, ¿cómo surgió?, ¿para qué?, ¿qué dice de sí misma respecto de estos aspectos fundamentales?

2.1.- La palabra “Iglesia”

Usados con propiedad, los nombres designan a las cosas, las distinguen de las demás y dan a conocer de
algún modo su entidad. Lo mismo ocurre con el que nos ocupa, “iglesia”, que los primeros cristianos
entendieron pronto como el más apropiado para señalar a la comunidad, auténticamente nueva, que constituían.

Etimológicamente, “iglesia” es un término proveniente del griego (ekklesia), que a su vez traduce la
palabra hebrea “qahal”, y significa tanto “asamblea convocada” como “asamblea reunida”.

1
J. RATZINGER, Palabras de Benedicto XVI al iniciar su pontificado, Roma 2005.
1
El vocablo se emplea en el Antiguo Testamento para señalar a Israel como “comunidad santa” (cfr. Dt
23,1-3) y como “pueblo de Dios” (cfr. Ex 19), reunido para el culto y alabanza de Yahvé (cfr. Dt 4,10).

El Nuevo Testamento recoge el doble significado originario de “iglesia”: convocatoria y congregación,


y da al término su sentido definitivo, que identifica a la nueva comunidad de los santos, al nuevo pueblo de
Dios redimido por Cristo, a la asamblea constituida por los que atienden la perenne llamada universal de Dios a
su reino y a su gloria (cfr. 1 Tes 2,12).

Los primeros cristianos usaron la palabra “iglesia” para designar unas veces a la asamblea litúrgica,
otras a las diversas comunidades locales (de Jerusalén, Corinto, Éfeso, etc.), y otras todavía al conjunto de todos
los cristianos repartidos por el mundo. Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La “iglesia” es el
pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza
como asamblea litúrgica, sobre todo eucarística” (cfr. CCE 752).2

2.2.- La Iglesia y la Trinidad

La Iglesia procede de la Trinidad, en cuanto que ha nacido de la misma comunión personal del Dios
Trino que ha querido extender su comunión a los hombres. La Iglesia ha nacido del amor del Padre eterno, ha
sido fundada en el tiempo por el Hijo y es vivificada continuamente por el Espíritu. Ecclesia de Trinitate3 no
expresa sólo el origen de la Iglesia a partir de la Trinidad, sino que indica también la continua participación de
la Iglesia en el misterio y la vida de la Trinidad. La Iglesia es icono de la Trinidad en el sentido que es una
imagen que participa en la vida trinitaria que de ella vive. Por ello la unidad de las personas divinas es para la
Iglesia el origen, el modelo y el fin de su existencia. La Iglesia vive de la Trinidad y en la Trinidad. 4 Es decir
que la Iglesia no surge por casualidad, sino que es un proyecto trinitario, ha sido planeada desde la eternidad,
por las tres Personas de la Santísima Trinidad.5

2.3.- La Iglesia preparada en el Antiguo Testamento: Abrahán

El pueblo de Israel conoció a Yahvé como el Dios de sus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de
Jacob. Se trata del Dios que irrumpe en la historia para hacerse un pueblo, el pueblo de su elección. Y todo ello
comenzó el día en que Dios eligió a Abrahán.

Con Abrahán, Dios rompe el silencio. Abrahán fue elegido como primer eslabón de una cadena de
intervenciones de Dios en la historia. Dios lo llama a salir a una tierra nueva, a ponerse en camino, dejando la
seguridad de unos pastos y de una tierra en los que Abrahán había echado raíces. Y he aquí que Abrahán
deposita su confianza en Dios, obedeciendo la llamada que lo convierte en peregrino de una tierra desconocida,
fiado en la Palabra que Dios le da: “Por la fe respondió Abrahán al llamamiento de salir para la tierra que iba
a recibir en herencia, y salió sin saber adónde iba” (Hb 11,8). Ésta es la fe: la mirada que va más allá de lo

2
J. R. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia. Iniciación a la Eclesiología, Ed. Rialp, Madrid 2001, 19-20.
3
La Iglesia, en su misterio más profundo, es una realidad que nace de la Santísima Trinidad y reúne en su seno una comunión de
personas fieles de todos los tiempos y lugares. Por esa razón ha sido llamada Ecclesia de Trinitate.
4
J. A. SAYÉS, La Iglesia de Cristo. Curso de Eclesiología, Ed. Palabra, Madrid 1999, 19-25.
5
PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 20-21.
2
inmediato, porque ha sentido la llamada de Dios que se insinúa como amigo y salvador.

Por ello, comenta FRIES: “la revelación que comienza en Abrahán se describe como revelación en forma
de promesa”.6 Por parte del hombre, a esta promesa no responde primordialmente el conocimiento, sino la fe y
la obediencia. La promesa abre la historia al futuro. Y la fe se describe como un apoyarse confiado en la palabra
de Dios. Pero no se trata de una fe ciega. Dios mismo le da a Abrahán un signo que confirma su fe. Dios
promete a Abrahán que un nacido de sus entrañas y del vientre estéril de su esposa le dará una descendencia
superior al número de las estrellas del cielo. Éste es el signo que le da. “Y creyó Abrahán al Señor, y el Señor se
lo tomó en cuenta” (Gn 15,6).

Y llega la alianza. A Abrahán y su descendencia promete Dios la tierra, pero le promete, al mismo
tiempo, algo más importante: ser su Dios y el Dios de los suyos: … Y estableceré mi alianza entre nosotros dos,
y con tu descendencia, después de ti, de generación en generación: una alianza eterna, de ser yo el Dios tuyo y
el de tu posteridad (Gn 17,2-8). Abrahán, antes “Abran”, ahora es el padre de una multitud de pueblos (cfr. Gn
17,5).

El cambio de nombre es el signo que indica la vocación a la que Dios llama a Abrahán: su misión
consistirá en ser padre de una multitud de naciones. La vocación de Abrahán aparece de este modo ligada no
sólo a su descendencia, sino al destino de la humanidad. San Pablo nos hará ver como todas las naciones fueron
bendecidas en la descendencia del patriarca que es Cristo (cfr. Gal 3,16).

A la llamada de Dios a Abrahán sigue una nueva intervención divina: va a consolidar su descendencia
como pueblo elegido por medio de una alianza que, esta vez, será hecha con todo el pueblo.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en que
el pecado destruye la comunión de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia
es por así decirlo la reacción de Dios al caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza
secretamente en el seno de todos los pueblos: “En cualquier nación el que le teme a Dios y practica la justicia,
le es grato” (Hch 10,35).

La preparación lejana de la reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abrahán, a quien
Dios promete que llegará a ser padre de un gran pueblo. La preparación inmediata comienza con la elección de
Israel como pueblo de Dios. Por su elección Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones.
Pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como una prostituta (cfr. Os
1). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna. “Jesús instituyó esta nueva alianza”

2.4.- Fundación de la Iglesia por Jesucristo.

Corresponde al Hijo realizar el plan de salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos; ése es el
motivo de su “misión”. El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la
llegada del Reino de Dios prometido desde hacía siglos en las Escrituras. Para cumplir la voluntad del Padre,

6
H. FRIES, Teología Fundamental, Ed. Herder, Barcelona 1987, 301.

3
Cristo inauguró el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo presente ya en misterio (cfr.
LG 3).

Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo (cfr. LG
5). Acoger la palabra de Jesús es acoger el “Reino” (cfr. LG 5). El germen y el comienzo del Reino son el
“pequeño rebaño” (cfr. Lc 12,32) de los que Jesús ha venido a convocar en torno suyo y de los que él mismo es
el Pastor. Constituyen la verdadera familia de Jesús. A los que reunió así en torno suyo, les enseñó no sólo una
manera nueva de obrar, sino también una oración propia (cfr. Mt. 5,6)

El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena consumación del
Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su cabeza; puesto que representan a las doce
tribus de Israel. Ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén. Los doce y los otros discípulos participan en la
misión de Cristo, en su poder y también en su suerte. Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia
(cfr. Cat. I.C. 765).

Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación, anticipando en la
Institución de la Eucaristía y realizado en la Cruz. “El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús
crucificado son signo de este comienzo y crecimiento. “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el
sacramento admirable de toda la Iglesia” (SC 5). Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán
adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz (cfr. SAN AMBROSIO,
Expositio Evangelio secundum Lucas, 2, 85-89: PL 15, 1583 – 1586).

2.5.- Para qué existe la Iglesia

La Iglesia ha sido querida por Dios para la salvación de los hombres, de cada uno de los hombres.
“Nacida del amor del Padre eterno, fundada en el tiempo por Cristo redentor, reunida en el Espíritu Santo, la
Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente”
(GS 40). Todo en la Iglesia se dirige a ese fin.

Confesamos en el Credo que Jesucristo bajó del cielo “por nosotros los hombres y por nuestra
salvación”. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es el único redentor del hombre: “en ningún otro hay
salvación” (cfr. Hech 4,12). Y Él se sirve de la Iglesia como instrumento de la redención universal.

La Iglesia no se entiende sin Cristo, que la fundó para perpetuar en la historia su misión. La Iglesia es,
por eso, “sacramento universal de salvación” (LG 48), es decir, signo eficaz y real de la acción redentora de
Cristo entre todos los hombres hasta el final de los siglos. La Iglesia salva, en definitiva, en cuanto que es
portadora en plenitud de los poderes y medios de santificación con que Cristo la dotó.

El fin salvífico de la Iglesia se caracteriza por ser sobrenatural, inalterable, perpetuo y universal. 7

 SOBRENATURAL: conseguir la salvación está por encima de las fuerzas del hombre, al que sólo con la

7
Cfr. PÉREZ ARANGUENA, La Iglesia, 35-40.

4
ayuda de la gracia divina le es posible alcanzarla. La salvación sólo puede provenir de Dios. Aunque el
deseo de salvación anida en el corazón del hombre junto al de una felicidad imperecedera, ambos en
realidad no deben confundirse ni equipararse entre sí. Es más, el ansia natural de felicidad no basta para
lograr la salvación, si Dios no hubiera venido en nuestro auxilio por medio de Jesucristo y de la Iglesia.
Únicamente así es como el hombre tiene la posibilidad de colmar sus anhelos de bienaventuranza eterna,
saciándolos de un modo insospechado, infinito, divino.
 INALTERABLE: cambiar el fin de la Iglesia sería pervertirla y desnaturalizarla, pero esa posibilidad
escapa al poder del hombre y Dios no muda sus planes eternos. Nada se entiende de la Iglesia si no se
considera la necesidad que tiene el hombre de ser salvado, más allá del tiempo y del espacio. En los últimos
años, una grave crisis de indiferencia religiosa ha oscurecido en la conciencia de muchos la perspectiva
salvífica, reduciendo sus expectativas a un asequible bienestar terreno. Con tal mentalidad, la Iglesia es
radicalmente incomprendida y aparece como mera institución asistencial, o desfasada u obsoleta. No
obstante, esa fuerte corriente de opinión no altera la verdad sobre el destino último del hombre, sea la
bienaventuranza o el castigo eternos, conforme a los méritos de cada uno, que conocemos por certeza por
revelación divina. Más bien se diría que enfrenta a la Iglesia a nuevos retos, para saber presentarse ante los
hombres como el instrumento por medio del cual Dios otorga la salvación.
 PERPETUO: durará hasta la consumación de los siglos, lo que sabemos por la promesa que Cristo hizo a
la Iglesia de permanecer siempre con ella: … “Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt
28,20).
 UNIVERSAL: en la Iglesia, Dios ofrece la salvación a todos los hombres, sin que ninguno esté de
antemano excluido de alcanzarla: “Entonces les dijo: Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia
a toda la creación” (Mc 16,15).

LOS SACRAMENTOS

1.- Introducción
2.- Los sacramentos cristianos
3.- Características generales de los siete sacramentos
4.- Los sacramentos de la iniciación cristiana
4.1.- El Bautismo
4.2.- La Eucaristía
4.3 La Confirmación
5.- Los Sacramentos de sanación
5.1.- La Reconciliación
5.2.- La Unción de los enfermos
6.- Los Sacramentos al servicio de la comunidad
6.1.- El Orden 6.2.- El Matrimonio 10.- Conclusión

1.- INTRODUCCIÓN
5
Para introducirnos en la temática que corresponde a esta unidad sería importante comenzar definiendo la
palabra sacramento.

El primer término teológico que los Padres usaron para designar en general los ritos cristianos fue el de
«mysterion». El término latino «sacramentum» es una traducción de éste. Al parecer la expresión viene del
ambiente judío y no del griego, donde indicaba sea la divinidad, sea sus «secretos» [] y se relaciona con
deliberación, consejo, designio hacia la salvación o el juicio final. En el evangelio de Marcos se usa en el
capítulo 4,11 y sus textos paralelos: «los misterios del Reino de Dios», es decir, la voluntad de Dios de que
todos los hombres se salven: esta salvación es ofrecida por Cristo a través de su sacrificio en la cruz.

En las cartas de san Pablo indica el plan salvífico secreto de Dios que se ha realizado definitivamente en
Cristo, dando lugar al período considerado como final de la historia (ya que no se espera una nueva revelación o
alianza) y que consiste en la recapitulación []de todas las cosas en Cristo. Así incluye a Cristo, pero también
cuanto realizó por salvar a los hombres y por ende su cuerpo místico que es la Iglesia. Por tanto, se puede decir
que, desde el punto de vista bíblico, "mysterion" o sacramento son signos y prodigios que realizan la voluntad
divina para que todos los hombres se salven por medio de la Iglesia, actualizando el signo y prodigio
fundamental: Cristo en su Encarnación, Muerte y Resurrección.

Como vemos el término sacramento en sentido amplio hace referencia a Cristo, y a la Iglesia. También
en un sentido amplio el hombre es sacramento porque es un signo del amor de Dios, es un misterio. Creado a
imagen y semejanza de Dios elevado a la dignidad de hijo de Dios por Jesucristo, se convierte en sacramento
que evidencia la presencia de Dios. Así también el hombre como ser “sacramental”, es capaz de comprender los
símbolos, los ritos y percibir en lo visible lo invisible y en lo transitorio, lo eterno.

Hasta aquí hemos utilizado la palabra “sacramento” en un sentido amplio, comprensivo no sólo de los
siete sacramentos cristianos.8 Por eso afirmamos que el hombre es sacramento de Dios, Jesucristo es
sacramento de Dios y la Iglesia es sacramento de Jesucristo. 9

Sin embargo el término sacramento también se utiliza en sentido estricto para designar a siete realidades:
bautismo, reconciliación, eucaristía, confirmación, orden sagrado unción de los enfermos y matrimonio.

Realizada está primera apreciación desarrollaremos esta unidad comenzando por describir los

8
D. BOROBIO, La celebración en la Iglesia, liturgia y sacramentología fundamental, tomo I, Ed. Sígueme, Salamanca 1987, 371:
“Durante mucho tiempo ha existido en la Iglesia un concepto restrictivo de sacramento. Se utilizaba y pronunciaba esta palabra
únicamente para referirse a uno de los siete sacramentos o ritos sacramentales de la Iglesia. Sin embargo es preciso decir que tal
restricción supone un empobrecimiento… Durante los doce primeros siglos la palabra “misterio”, “sacramento” se empleaba también
para designar otras realidades distintas a los siete ritos sacramentales, como eran Cristo, la Iglesia, la Escritura, la pascua, la
encarnación, la cuaresma…”.
9
Cfr. BOROBIO, La celebración en la Iglesia, liturgia y sacramentología fundamental, 377-390; L.BOFF, Los sacramentos de la
vida, Ed. Sal Terra, Santander 199111, 61-68.
6
fundamentos por los cuáles afirmamos que el hombre, Cristo y la Iglesia son sacramentos. Luego, proponemos
una breve descripción de los siete sacramentos y luego las características peculiares de cada uno.

2.- LOS SACRAMENTOS CRISTIANOS

Al estudiar los sacramentos abordamos directamente la vida cultual de la Iglesia. La misma Iglesia
reconoce una notable disminución en la práctica sacramental de sus miembros, sobre todo durante las últimas
dos décadas del siglo XX, en los países europeos de antigua tradición cristiana. 10Esta poca frecuencia a las
celebraciones litúrgicas y a los sacramentos muestra claramente no sólo una pérdida en la praxis sacramental,
sino también y sobre todo, una perdida en la comprensión de los ritos cristianos. Algunos teólogos ven en esta
crisis la poca capacidad que ha tenido la Iglesia de actualizarse 11 y apelan a una reinterpretación de la praxis y
de la comprensión de los sacramentos.

La historia de la teología de los sacramentos fue marcada fuertemente por la distinta interpretación que
hacían los católicos y los teólogos de las Iglesias de la reforma. 12 Hoy esta visión está siendo reinterpretada bajo
el llamado a la unidad en el ecumenismo.13
Como es bien sabido, la teología de los sacramentos no llegó a cuajar definitivamente hasta bien entrado
el siglo XIII. Ni el concepto de sacramento, ni el número de los sacramentos, fueron ideas teológicas
debidamente asentadas hasta los tiempos de la gran escolástica.

Se suele admitir convencionalmente que fue PEDRO LOMBARDO (s. XII) quien dio la noción de
sacramento, que luego elaboraron y precisaron los grandes teólogos del s. XIII. Y, en cuanto al número de los
sacramentos, era variado. En pleno s. XII, había autores que hablaban sólo de tres sacramentos, como es el caso
de san Bernardo; o también había quienes enumeraban más de treinta sacramentos, como dice la teología de
HUGO DE SAN VÍCTOR. Más aún todavía en el s. XIV, hay sínodos locales que mencionan entre los sacramentos
la consagración de un abad o la sepultura de un cristiano.

Será en el Concilio de Trento donde la Iglesia reconocerá, como dogma de fe, que los sacramentos son
siete: bautismo, confirmación, eucaristía, reconciliación o penitencia, unción de los enfermos, orden sagrado y
matrimonio, y que fueron instituidos por Jesucristo.
10
Cfr. SESBOÜE, Creer, 547. Las estadísticas sobre el tema abundaban y alarmaban a los obispos, sacerdotes y laicos. Hoy se mira
estos datos y cifras con mayor sentido de la historia, de la antropología y de la bondad de Dios.
11
Cfr. BOFF, Los sacramentos de la vida, 11 “No podemos ocultar el hecho de que, en el universo sacramental cristiano se ha
operado un proceso de momificación ritual. Los ritos actuales hablan poco por sí mismos”.
12
Cfr. SESBOÜE, Creer, 547: “Para resumir, digamos que el protestantismo proclama ante todo la justificación del hombre por la
pura gracia de Dios, a través de la fe. Así pues, nuestra salvación y nuestra reconciliación con Dios no deben nada a nuestros méritos.
Esta visión de las cosas, ante todo interior, relega la celebración externa de los sacramentos a un segundo término. En cambio, la
imagen que da el catolicismo es la de la celebración de unos sacramentos solemnizados, en los que se invita a participar con la mayor
frecuencia posible. Esta imagen es más exterior y corre el riesgo de hacer funcionar los sacramentos como obras que es menester
practicar para obtener la salvación en función de nuestros méritos. Veremos que esta oposición es falaz. El verdadero cristianismo
mantiene unidos la justificación por la fe y los sacramentos de la fe”.
13
Cfr. Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación entre católicos y luteranos, 28-30.
7
El Nuevo Testamento muestra la institución sacramental por Cristo, según diversas modalidades. En
primer lugar Jesús cumplió en su persona y en actividad terrena lo que significan y realizan los sacramentos Él
ha querido que sus acciones salvíficas se continuaran en la Iglesia por medio de signos (los sacramentos), en
correspondencia a varios momentos o etapas importantes de la vida humana y de la comunidad eclesial.
Podemos decir que en la misma institución de la Iglesia, que es el sacramento primordial, Cristo ha ya instituido
implícitamente los sacramentos, sin ellos la Iglesia no nace si subsiste. Para el Concilio de Trento que los
sacramentos sean siete es voluntad de Cristo, en tanto que a la Iglesia, guiada por los Apóstoles, le corresponde
la determinación del rito de los sacramentos, en sus elementos primarios. Fueron necesarios muchos siglos
antes que la Iglesia llegase a distinguir con claridad los siete ritos sacramentales entre otros ritos de su liturgia y
vida comunitaria. La misma Iglesia ha reconocido una cierta analogía entre las varias etapas de la vida
espiritual y etapas de la vida natural así lo afirma el Cat.I.C. 1210: “Los siete sacramentos corresponden a todas
las etapas y a todos los momentos importantes de la vida del cristiano: dan nacimiento y crecimiento, curación
y misión a la vida de fe de los cristianos. Hay aquí una cierta semejanza entre las etapas de la vida natural y las
etapas de la vida espiritual (cfr. S. Tomás de Aquino, S. Th., III, 65, 1).”

El concilio Vaticano II, vincula a los sacramentos con la Iglesia de cuatro maneras:

 porque los sacramentos se celebran en la Iglesia reunida en asamblea (SC 6)


 porque la Iglesia se compromete a que los sacramentos sean actos del pueblo entero (SC.41)
 porque la Iglesia tiene un valor sacramental, es sacramento (LG.1-9)
 porque la celebración de los sacramentos manifiesta la apertura de la Iglesia. 14

3.- CARACTERISTICAS GENERALES DE LOS SIETE SACRAMENTOS

Podríamos definir a los siete sacramentos como signos sensibles y eficaces instituidos por Jesús
administrados por la Iglesia y que causan la gracia.

Los sacramentos son signos: un signo representa algo diferente a sí mismo, ya naturalmente, como el
humo representa al fuego o la cruz roja representa una ambulancia. El signo es una realidad que al ser conocida
nos remite a otra. Sirve para distanciarnos de la realidad ordinaria, para elevarnos a una superior. El signo se
compone de un significante: lo sensible (es decir lo que puede ser captado por los sentidos) y de un significado:
la realidad evocada que no se ve pero se trasmite. 15 Los sacramentos son signos en cuanto manifiestan una
realidad que está más allá de nuestros sentidos como es la gracia de Dios. No son, sin embargo, arbitrarios, ya
que en la mayor parte de los casos, si no en todos, las ceremonias que se llevan a cabo tienen una relación casi
natural con el efecto que debería ser producido. Por ejemplo, el verter agua en la cabeza de un niño, fácilmente
trae a la mente la purificación interior del alma.

Los sacramentos son eficaces. La teología de los sacramentos afirma que cada sacramento comunica o

14
Cfr. FLORISTAN. La Iglesia comunidad de creyentes, 328-329.
15
Cfr. FLORISTAN. La Iglesia comunidad de creyentes, 329-330.
8
confiere la gracia de Dios a quien lo recibe, siempre que no ponga obstáculo, es decir que tengan intención de
recibir el sacramento. Si tiene la intención de recibir el sacramento significa que tiene fe, al menos la fe
necesaria para no rechazar el sacramento. Además el Concilio de Trento afirma que los sacramentos confieren o
comunican la gracia ex opere operato (por la misma obra hecha).16

Esta fórmula pone el origen de la eficacia salvadora en Jesucristo, que con su muerte en cruz y
resurrección alcanzó para los hombres la gracia salvífica de Dios (opus operatum). La fórmula tiene dos
sentidos: uno negativo y otro positivo. El negativo significa que la eficacia del sacramento no procede del
hombre, el positivo que esa eficacia procede de la obra realizada por Cristo, es decir, su encarnación, su vida
pasión, muerte y resurrección.

Con esto no se pretende afirmar que la celebración, la liturgia, o el rito sacramental carezcan de
importancia, pero tampoco se quiere decir que éstos sean causa eficiente de la gracia, sino que son causa
instrumental. La celebración, la liturgia, los ritos sacramentales, son instrumentos mediante los cuales llega la
gracia obtenida por Cristo. En este sentido podemos afirmar que los sacramentos comunican la gracia o la
aumentan en quien la recibe.

Veamos un ejemplo: cuando una persona besa a otra no sólo le expresa su cariño, sino que además
intensifica ese mismo cariño. Así, si en la celebración sacramental, el cristiano expresa su experiencia de fe,
esperanza y caridad, esa celebración intensifica esa experiencia y la aumenta. Lo que en realidad ocurre es que
en el creyente se acrecienta la fe, la esperanza y la caridad. La gracia de Dios actúa en la persona, no a través
del rito celebrado, sino a través de la experiencia de fe que vive el creyente.

Los sacramentos han sido instituidos por Jesús: "Adheridos a la doctrina de las Santas Escrituras, a las
tradiciones apostólicas y al sentimiento unánime de los Padres", profesamos que "los sacramentos de la nueva
Ley fueron todos instituidos por nuestro Señor Jesucristo"(cfr. DS1600-1601).

Las palabras y las acciones de Jesús durante su vida oculta y su ministerio público eran ya salvíficas.
Anticipaban la fuerza de su misterio pascual. Anunciaban y preparaban aquello que Él daría a la Iglesia cuando
todo tuviese su cumplimiento. Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por
los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque "lo que era visible en nuestro Salvador
ha pasado a sus misterios" (S. LEÓN MAGNO, Serm. 74,2).

Los sacramentos, como "fuerzas que brotan" del Cuerpo de Cristo (cfr. Lc 5,17; 6,19; 8,4-6), siempre
vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son "las obras
maestras de Dios" en la nueva y eterna Alianza. Por el Espíritu que la conduce "a la verdad completa" (Jn

16
Dada la importancia que ha tenido en la historia de los sacramentos y en la Iglesia esta fórmula: “ ex opere operato”cabe una
explicación. Se trata de una fórmula cristológica, de una fórmula con la que originalmente se explicó la eficacia de salvación que tiene
la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Por otra parte se contrapone a “opus operantis” (la obra del que la hace). Esta
segunda fórmula: “opus operantis” pone el acento en la persona que realiza el sacramento, en este caso el sacerdote.

9
16,13), la Iglesia reconoció poco a poco este tesoro recibido de Cristo y precisó su "dispensación", tal como lo
hizo con el canon de las Sagradas Escrituras y con la doctrina de la fe, como fiel dispensadora de los misterios
de Dios(cfr. Mt 13,52; 1Col 4,1).

Así, la Iglesia ha precisado a lo largo de los siglos, que, entre sus celebraciones litúrgicas, hay siete que
son, en el sentido propio del término, sacramentos instituidos por el Señor (cfr. Cat.I.C. 1114-1116). Es decir
que tiene a Jesús en sus obras y palabras como origen y fundamento.

Los Sacramentos son administrados por la Iglesia: "la Iglesia es el acontecimiento de la actualización
de Jesucristo y de su salvación definitiva para los hombres, esto "significa que la salvación ofrecida por Dios en
Jesucristo y en el Espíritu Santo se nos da como tal en el signo finito de la Iglesia. Todo lo que Dios realizó en
Jesucristo para nosotros, se hace presente y actual hoy por la fuerza del Espíritu Santo en los actos centrales de
la vida de la Iglesia. Cristo no se ha retirado del mundo después de su ascensión a los cielos, sino que sigue
presente, a través de su Espíritu, en la Iglesia por eso Ella continua en el mundo la obra salvifica llevada a cabo
por Cristo que se hace presente particularmente en los sacramentos de los cuales ella es la administradora”. 17

Los sacramentos pueden dividirse en sacramentos de iniciación, sanación y de servicio.

4.- LOS SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANA

Los sacramentos de iniciación se los denomina así porque constituyen los fundamentos de la vida
cristiana, pues introducen a los fieles en la vida de Cristo y de la Iglesia ellos son: Bautismo, Confirmación y
Eucaristía.

4.1.- EL BAUTISMO

El nacimiento es un momento fuerte en la vida de una persona, de una familia, de una comunidad, es o
debería ser un motivo de alegría. Una vida es expresión del amor de Dios. Así como el nacimiento de una
persona el sacramento del Bautismo celebra el nacimiento de un nuevo miembro de la comunidad y es
necesario entonces hacer fiesta. Es lo que expresara el rito del sacramento.

El Bautismo es el ingreso a la vida nueva en Cristo y a la Iglesia. Por medio de este sacramento los
hombres: “incorporados a Cristo son constituidos pueblo de Dios y, habiendo recibido el perdón de todos los
pecados, son liberados del poder de las tinieblas y pasan al estado de hijos de adopción hechos nueva criatura
por el agua y por el Espíritu Santo, de allí que son llamados y son de verdad hijos de Dios.”18

Para comprender el significado del Bautismo, es necesario conocer el lugar y significado que el
sacramento tiene en la historia de la salvación, descubriendo el nexo que lo une a las acciones e intervenciones
divinas en el Antiguo Testamento que llega a su cumplimiento en el Nuevo Testamento.

17
R. POLANCO. La Iglesia y la universalidad de la Salvación, 423-443.
18
Ritual Romano de los Sacramentos, Bautismo de niños e iniciación cristiana de los adultos, 2.
10
Desde los inicios del mundo, el agua, sobre la que se cernía el Espíritu de Dios, es fuente de fecundidad
y de vida (cfr. Gn 1,29). El arca del diluvio es una prefiguración del Bautismo, enseña el apóstol San Pedro:
1Pe 3, 20-21 “... en ella, unos pocos, ocho en total, se salvaron a través del agua. Todo esto es figura del
bautismo por el que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en la supresión de una mancha corporal,
sino que es el compromiso con Dios de una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo”. También la
liberación que otorga el Bautismo es vista en relación con el “paso del Mar Rojo”, como enseñaba el apóstol
Pablo (cfr. 1Co 10,1-5). Asimismo el “paso del Río Jordán a la tierra prometida” se relaciona con el bautismo
ya que introduce a los nuevos bautizados en la vida eterna, simbolizada por la tierra prometida.

El rito bautismal preparado en el Antiguo Testamento, ya preexistente en el tiempo de Jesús en el


Bautismo de los prosélitos como en el bautismo de Juan, fue asumido por Cristo y elevado a la dignidad de
sacramento. Lo unió a su persona al bautizarse en el río Jordán y al misterio de la salvación, y lo instituyó
explícitamente, dejándolo en la vida y en práctica de la Iglesia.

El mismo Jesús quiso ser bautizado, pues cuando Juan se negaba a hacerlo, Él mismo lo pidió para que
se cumpliera la Escritura. Jesús asumió así el rito del agua y recibió el don de Espíritu Santo enviado por el
Padre, que lo proclamó “su Hijo amado” (cfr. Mt 3,13-17; Mc 1,1-11; Lc 3, 21-22; Jn 1,32). El mismo Jesús
manifestó la relación profunda entre el bautismo y su pasión (cfr. Mc 10,38; Lc 12,50), por esto San Pablo
proclamará que “... Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. El la purificó por medio del
lavado del agua, acompañándola por la palabra de la vida” (Ef 5,25-26).

Cristo manifestó su voluntad de instituir el Bautismo cuando a Nicodemo le dijo que era necesario
renacer del agua y del Espíritu y al enviar a sus apóstoles a evangelizar a todos bautizándolos en el Nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (cfr. Mt 28,16-20; Mc 16,15-17).

La praxis de la Iglesia fue unir a sí, por medio del Bautismo, a los que recibían con fe el anuncio del
mensaje cristiano: el día de Pentecostés (cfr. Hch 2,38); en Samaría (cfr. Hch 8,14-17); el eunuco Etíope (cfr.
Hch 8,36-37); el apóstol San Pablo (cfr. Hch 9,1-19); el centurión Cornelio (cfr. Hch 10, 44-48); Lidia y su
familia (cfr. Hch 16,11-15). El anuncio del misterio pascual del Señor culminaba en el rito del Bautismo que
hacía participar a los creyentes en la muerte y resurrección de Cristo y los insertaba en el pueblo de Dios que es
la Iglesia.

Se denomina efecto a aquello que produce en las personas la recepción de un sacramento.

 La justificación consiste en la remisión de los pecados y, según su faceta positiva, en la santificación y


renovación interior del hombre (cfr.Cat.I.C. 1989). No son dos efectos, sino uno solo, pues la gracia
santificante se infunde de modo inmediato al desaparecer el pecado.

Así pues, al recibirse con las debidas disposiciones, el Bautismo consigue:

 La remisión del pecado original y en los adultos la remisión de todos los pecados personales, sean
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mortales o veniales;

 La santificación interna, por la infusión de la gracia santificante, con la cual siempre se reciben también
las virtudes teologales fe, esperanza y caridad, las demás virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo.
Puede decirse que Dios toma posesión del alma y dirige el movimiento de todo el organismo sobrenatural,
que está ya en condiciones de obtener frutos de vida eterna. Estos dos efectos se resumen, por ejemplo, en
el texto de la Sagrada Escritura que dice: “Bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros
pecados (perdón de los pecados), y recibiréis el don del Espíritu Santo “santificación interior” (cfr Hechos
2, 38). Además puede verse: Jn 3, 5; Hech 22,16;Rom6,3;1Cor.6,11;Tit3,5.

 La gracia sacramental predispone y permite recibir los auxilios espirituales que sean necesarios para vivir
cristianamente, como hijo de Dios en la Iglesia, hasta alcanzar la salvación. Con ella, el cristianismo es
capaz de vivir dignamente su ‘nueva existencia’, pues ha renacido, cual nueva criatura, semejante a Cristo
que murió y resucitó, según las palabras del Apóstol: Con El fuisteis sepultados en el bautismo, y en El,
asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos (cfr.Col 2,
12;UR, 22).

 El carácter bautismal: el bautismo recibido válidamente imprime en el alma una marca espiritual
indeleble, el carácter bautismal (cfr.Cat.I.C. 1121). Por eso este sacramento no se puede repetir. El
carácter sacramental realiza una semejanza con Jesucristo que, en el caso del bautismo, implica:

 La incorporación del bautizado al Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia. De la unidad del Cuerpo
Místico de Cristo -uno e indivisible- se sigue que todo aquel que recibe válidamente el Bautismo (aunque
sea bautizado fuera de la Iglesia Católica, por ejemplo en la Iglesia Ortodoxa o en algunas confesiones
protestantes) se convierte en miembro de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, fundada por Nuestro
Señor Jesucristo.

 La participación en el sacerdocio de Cristo, esto es, el derecho y la obligación de continuar la misión


salvadora y sacerdotal del Redentor. Por el carácter el cristiano es mediador entre Dios y los hombres:
eleva hasta Dios las cosas del mundo y da a los hombres las cosas de Dios. Esta participación es doble:

Así lo resume el Decreto sobre el apostolado de los seglares. AC 2: “la vocación cristiana es, por su
misma naturaleza, vocación al apostolado”. Ver también, LG 31 y 33.

El Bautismo, por lo tanto: posibilita la santificación de las realidades temporales con el ejercicio del
apostolado, y faculta para recibir los demás sacramentos.
El Bautismo es absolutamente necesario para salvarse, de acuerdo a las palabras del Señor: "El que
creyere y se bautizare, se salvará" (Mc. 16,16).El Concilio de Trento definió: "Si alguno dijere que el bautismo
es libre, es decir, no necesario para la salvación, sea anatema" (Dz. 861). "El bautismo, puerta de los
sacramentos, cuya recepción de hecho o al menos de deseo es necesaria para salvarse..." (cfr. C.I.C 849).

Enseña el Magisterio de la Iglesia que “Es capaz de recibir el bautismo todo ser humano no bautizado, y
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sólo él” (cfr. C.I.C 864), sea adulto o niño.

Los ministros del sacramento

Se denomina ministro a la persona autorizada por la Iglesia para administrar un sacramento. Puede ser
ordinario es decir al que le corresponde y extraordinario al que puede administrarlo en casos de necesidad.

El ministro ordinario del Bautismo es el Obispo, el presbítero y el diácono. En el caso de urgente


necesidad, puede administrarlo cualquier persona, con tal que emplee la materia y la forma prescritas y tenga
intención al menos de hacer lo que la Iglesia hace al bautizar (cfr. C.I.C 862,1-3).

Debido a la importancia que el bautismo tiene para la salvación, la legislación de la Iglesia indica que
los padres tienen obligación de hacer que los hijos sean bautizados en las primeras semanas, y si el niño se
encuentra en peligro de muerte, debe ser bautizado sin demora” (cfr. C.I.C 867, 1-2).

Padrinos son las personas designadas por los padres del niño -o por el bautizado, si es adulto-, para
hacer en su nombre la profesión de fe, y que procuran que después lleve una vida cristiana congruente con el
bautismo y cumpla fielmente las obligaciones del mismo (cfr. C.I.C 872). La Iglesia desea que los padrinos
sean personas idóneas, tengan buena voluntad y la capacidad de desempeñar la misión, sean confirmados,
hayan recibido la Comunión y lleven una vida de fe (cfr. C.I.C 872).

4.2.- LA EUCARISTÍA

Para comprender mejor el sacramento de la Eucaristía es importante partir de las experiencias vividas.
La comida es un momento importante en una familia, es un momento de encuentro de estar juntos, para
compartir sentimientos, preocupaciones, alegrías, proyectos; también ayuda para aclarar malos entendidos
superar dificultades, tomar decisiones…“Cada comida permite al hombre hacer la experiencia gratificante de
que su ser esta ligado a otros seres”.19

La noche de la última cena Jesús no estaba apurado deseaba, estar largamente con los suyos “aquella
noche Jesús tomaba una decisión que ya no podía rectificar…aceptaba hasta el fondo las consecuencias de sus
solidaridades. En la celebración Eucarística los cristianos hacen «memoria» del “paso” o momento decisivo
vivido por Jesús…dar su vida…”.20
En un clima de amistad y confianza Jesús dio sus últimos consejos “les doy un mandamiento nuevo
ámense los unos a los otros como yo los he amado ámense también ustedes…” (Jn 13,34). Mandamiento que
tantas veces había enseñado con su propia vida. Y se dejo a si mismo: “Tomando el pan, dio gracias, lo partió y
se lo dio diciendo: Este es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. Y el cáliz,
después de haber cenado, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza en mi Sangre, que es derramada por

19
BOFF, Los sacramentos de la vida, 73.
20
Cfr. G. FOUREZ. Sacramentos y vida del Hombre. Celebrar las tenciones y los gozos de la existencia, Ed. Sal Térrea, Santander
1983, 71-72.
13
vosotros” (Lc 22, 9-20).

“Vivir la Eucaristía es vivir las decisiones y los riesgo asumidos en la existencia, en íntima relación con
la decisión de Jesús de dar su vida”21. Recibir el cuerpo de Cristo es entrar en común- unión con Dios que
implica la común-unión con los demás.

La Eucaristía es el sacramento en el cual, bajo las especies de pan y vino, Jesucristo se encuentra
verdadera, real y sustancialmente presente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

De la eucaristía manan y hacia ella convergen los demás sacramentos. Es centro de la vida litúrgica,
expresión y alimento de la comunión cristiana. Lo enseña, siguiendo la tradición de la Iglesia, el Episcopado
Latinoamericano reunido en Puebla (Mèxico): “la celebración eucarística, centro de la sacramentalidad de la
Iglesia y la más plena presencia de Cristo en la humanidad, es centro y culmen de toda la vida sacramental” (cfr
D.P 923).

El Concilio Vaticano II, haciéndose eco de las palabras de SANTO TOMÁS, que trata de la preeminencia
de la Eucaristía sobre los otros sacramentos, afirma que la Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la
Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo que, a través de su Carne vivificada y vivificante por
el Espíritu Santo, da vida a los hombres, invitados así y conducidos a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas
las cosas juntamente con El. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y culminación de toda
evangelización (cfr. P.O 5; Puebla, 923). De esta manera, el Concilio enseña que la Eucaristía es el centro y
tesoro de la Iglesia. El Papa Juan Pablo II exhortaba a todos los cristianos, pero sobre todo a los Obispos y
sacerdotes, a vigilar para que este sacramento de amor sea el centro de la vida del Pueblo de Dios (cfr. RH 20).

La Eucaristía: presencia real de Jesucristo

Por la fuerza de las palabras de la consagración, Cristo se hace presente tal y como existe en la realidad,
bajo las especies de pan y vino y, en consecuencia, ya que está vivo y glorioso en el cielo al modo natural; en la
Eucaristía está presente todo entero, de modo sacramental. Por eso se dice, por concomitancia, que con el
Cuerpo de Jesucristo está también su Sangre, su Alma y su Divinidad; y, del mismo modo, donde está su
Sangre, está también su Cuerpo, su Alma y su Divinidad.

La fe en la presencia real, verdadera y sustancial de Cristo en la Eucaristía nos asegura, por tanto, que
allí está el mismo Jesús que nació de la Virgen Santísima, que vivió ocultamente en Nazaret durante 30 años,
que predicó y se preocupó de todos los hombres durante su vida pública, que murió en la Cruz y, después de
haber resucitado y ascendido a los cielos, está ahora sentado a la diestra del Padre.

Está en todas las formas consagradas, y en cada partícula de ellas, de modo que, al terminar la Santa
Misa, Jesús sigue presente en las formas que se reservan en el Sagrario, mientras no se corrompe la especie de
pan, que es el signo sensible que contiene el Cuerpo de Cristo.
21
Cfr. FOUREZ. Sacramentos y vida del Hombre, 71-72.
14
La presencia real de Cristo en la Eucaristía es uno de los principales dogmas de nuestra fe católica. (cfr.
Concilio de Trento: Dz. 883, 885, 886; y también 355, 414, 424, 430, 465, 544, 574a, 583, 666, 698, 717, 997,
1468, 2045; Cat.I.C.1373-1381). Al ser una verdad de fe que rebasa completamente el orden natural, la razón
humana no la alcanza a demostrar por sí misma. Puede, sin embargo, lograr una mayor comprensión a través
del estudio y la reflexión. Para ello procederemos exponiendo primero los errores que se han suscitado sobre
este tema a lo largo de los siglos.

La doctrina clara y explícita del Evangelio, y las enseñanzas constantes de la Tradición, han sido
repetidas y explicadas a lo largo de los siglos por los Concilios y los Romanos Pontífices. Los documentos del
Magisterio fueron motivados algunas veces por el deseo de aclarar un poco más algún punto, y otras, en
cambio, por la necesidad de salir al paso de verdaderas herejías.

Entre las principales herejías contra el dogma de la presencia real se encuentran las siguientes:

 En la antigüedad cristiana, las herejías de los docetas, gnósticos y maniqueos que, partiendo del supuesto
de que Jesús sólo tuvo un cuerpo aparente, contradijeron el dogma de la presencia real.

 En el siglo XI, BERENGARIO DE TOURS negó la Presencia real, considerando la Eucaristía sólo como un
símbolo del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, glorificado en el cielo y que, por tanto, no puede hacerse
presente en todas y cada una de las hostias consagradas. El Cuerpo de Cristo está en el Cielo, y en la
Eucaristía sólo estaría de un modo espiritual; ciertamente fue condenado en 1079 (cfr. Dz 355).

 En el siglo XIV, JUAN WICLEFF afirmó que, después de la Consagración, no había sobre el altar más
que pan y vino y, en consecuencia, el fiel al comulgar sólo recibía a Cristo de manera “espiritual”. Fue
condenado por el Concilio de Constanza de 1418 (cfr. Dz. 581 ss.).

 Entre los protestantes, algunos niegan la Presencia real de Cristo en la Eucaristía, y otros la admiten,
pero con graves errores: ZWINGLIO: La Eucaristía es “figura" de Cristo”; CALVINO: “Cristo está en la
Eucaristía porque actúa a través de ella, pero no está sustancialmente”; Protestantes liberales: “Cristo
existe en la Eucaristía «por la fe»; esto es, porque lo creemos así: el creyente «pone» a Cristo en la
Eucaristía”.

Habiendo dejado expuesta la verdad de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, hablaremos ahora del
modo de realizarse. Es importante recordar, sin embargo, que las verdades de fe se creen no por su evidencia
racional, sino porque nos han sido reveladas por Dios, que nunca nos engaña. Por ello, y siendo la Eucaristía
una insondable verdad de fe, no se trata de «probar» la presencia real de Cristo -es un misterio inalcanzable a la
razón-, sino de dar una congruente explicación filosófica de lo que ahí sucede.

El Magisterio de la Iglesia nos enseña que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía se produce una

15
singular y maravillosa conversión de toda la substancia 22 del pan en el Cuerpo de Cristo, y de toda la substancia
del vino en la Sangre; conversión que la Iglesia católica llama con precisión transubstanciación (cfr. Concilio
de Trento, Dz. 884; Cat. I.C.1376).

En efecto, el término transubstanciación (trans-substare) expresa perfectamente lo que ocurre, pues al


repetir el sacerdote las palabras de Jesucristo, se da el cambio de una substancia en otra (en este caso, de la
substancia “pan” en la substancia “Cuerpo de Cristo”, y de la substancia “vino” en la substancia “Sangre de
Cristo”, quedando solamente las apariencias, que suelen denominarse con la expresión “accidentes”. 23

Esas especies consagradas de pan y de vino permanecen de un modo admirable sin su substancia propia,
por virtud de la omnipotencia divina.

Ahora bien, en la Eucaristía –como ya fue dicho- hay un cambio de substancia, pero no hay cambio
de accidentes. Los accidentes del pan y del vino continúan conservando todas sus propiedades, pero
permanecen sin sujeto: son mantenidos en el ser por una especialísima y directa intervención de Dios que,
siendo Autor del orden material y Creador de todas las cosas, puede suspender con su poder las leyes naturales.
Este tipo de mutación no se encuentra en ningún caso dentro del mundo físico: siempre que cambia la
substancia, cambia también con ella los accidentes.24

Precisando más el concepto de transubstanciación, y sus implicaciones en este sacramento, puede


afirmarse que:
 en la Eucaristía no hay aniquilamiento de la substancia del pan (o del vino), porque ésta no se destruye,
sólo se cambia;
 no hay creación del Cuerpo de Cristo (crear es sacar algo de la nada, y aquí la substancia del pan
cambia por la substancia del Cuerpo, y la del vino por la de la Sangre);
 no hay conducción del Cuerpo de Cristo del cielo a la tierra (en el cielo permanece el único Cuerpo
glorificado de Jesucristo, y en la Eucaristía est su Cuerpo sacramentalmente);
 Cristo no sufre ninguna mutación en la Eucaristía (toda la mutación se produce en el pan y en el vino);
 lo que se realiza, pues, en la Eucaristía es la conversión de toda la substancia del pan y del vino en el
Cuerpo y la Sangre de Cristo (que llamamos transubstanciación).

22
La palabra substancia viene de sub-stare = estar debajo; es decir, latente bajo unas apariencias. Si alguien tiene una rosa artificial,
podemos pensar al verla que es una rosa natural, porque los ojos ven el color, la forma y las apariencias de una rosa verdadera. Sin
embargo, bajo esas apariencias no hay una rosa, no existe la substancia rosa. De modo análogo, aunque contrario, cuando yo miro la
Hostia consagrada veo los accidentes -color, forma, olor, tamaño, etc.- del pan; pero la fe no los sentidos- me dicen que ahí no está la
substancia del pan, sino la substancia del Cuerpo de Cristo.
23
Si la substancia es el ser que existe en sí mismo (p. ej., un libro), el accidente es todo aquello que es perceptible por los sentidos,
como el tamaño, la extensión, el peso, el color, el olor, el sabor, etc. El ser que no puede existir en sí mismo, sino en otro: los
accidentes existen en la substancia (p. ej., un libro azul, pesado, de gran volumen, etc.; lo azul, lo pesado o el volumen, no se dan
independientes del libro en el que inhieren).
24
cuando se quema un papel cambia la substancia ‘papel’ en otra substancia, la ceniza, y se da obviamente también cambio de
accidente: tamaño, color, olor, peso, etc.).
16
En los últimos años, algunos teólogos han buscado nuevas formas de explicar esta presencia real de
Cristo en la Eucaristía, usando términos tomados de filosofías más personalistas. Por ejemplo, hablan de
transignificación o de transfinalización, señalando que, por las palabras de la consagración, el pan y el vino
consagrados adquieren una nueva significación y se dirigen a un nuevo fin.

“La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo
que subsisten las especies eucarísticas” (cfr Cat. I.C. 1377).

Según la doctrina católica, la presencia real dura mientras no se corrompen las especies que constituyen
el signo sacramental instituido por Cristo. El argumento es claro: como el Cuerpo y la Sangre de Cristo suceden
a la substancia del pan y del vino, si se produce en los accidentes tal mutación que a causa de ella hubieran
variado las substancias del pan y del vino contenidas bajo esos accidentes, igualmente dejaran de estar
presentes la substancia del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

Por eso, cuando el sujeto recibe el sacramento, permanecen en su interior la substancia del Cuerpo y de
la Sangre de Cristo, hasta que los efectos naturales propios corrompen los accidentes del pan y del vino; es
entonces cuando deja de darse la presencia real de Cristo. En vista de esa permanencia, es dogma de fe que a la
Santísima Eucaristía se le debe el culto de verdadera adoración (o culto de latría), que se rinde a Dios. 25

La Eucaristía verdadero sacramento

El Concilio de Trento enseña que la Eucaristía es verdadero sacramento. En ella se cumplen las notas
esenciales de los sacramentos de la Nueva Ley: signo externo, que confiere la gracia y fue instituido por Cristo.
Estas notas son:

 el signo externo: pan y vino (materia) y las palabras de la consagración (forma);


 confiere la gracia como afirma Cristo:“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna” (cfr.
Jn. 6, 54).

 instituido por Cristo en la Última Cena: Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo
partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “«Tomen y coman, esto es mi Cuerpo». Después tomó una copa,
dio gracias y se la entrego, diciendo: «Beban todos de ella, porque ésta es mi Sangre de la Alianza, que se
derrama por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,26-28; Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1 Co
11,23-26).

En la Eucaristía se distingue un signo sensible que nos comunica la gracia. En la Ultima Cena Jesús
utiliza dos elementos sencillos, el pan y el vino, y pronuncia unas palabras que ‘hacen’ el sacramento. Así
queda constituido el signo: el pan y el vino serán la materia para la confección de la Eucaristía, y las palabras de
la consagración que son las mismas palabras de Cristo, pronunciadas dentro de la Misa, las que renuevan esa
transformación que la Iglesia ha llamado transubstanciación.
25
Cfr. Concilio de Trento, Cfr. Dz. 888; Cat.I.C. 1378-1379
17
La materia para la confección de la Eucaristía es el pan de trigo y el vino de uva. Esta es una verdad de
fe, definida en el Concilio de Trento (Dz. 877, 884; cfr. C.I.C. 924, 2-3). Para la validez del sacramento se
precisa que el pan sea exclusivamente de trigo (amasado con harina de trigo y agua natural, y cocido al fuego),
de modo que sería materia inválida el pan de cebada, de arroz, de maíz, etc., o el amasado con aceite, leche, etc.
(cfr. C.I.C. 924,2); que el vino sea de vid, sería materia inválida el vino agriado (vinagre), o cualquier tipo de
vino hecho de otra fruta, o elaborado artificialmente (cfr. C.I.C. 924, 3).

La forma son las palabras con las que Cristo instituyó este sacramento: Esto es mi Cuerpo. . . esta es mi
Sangre.
Los efectos del sacramento

Los efectos que la recepción de la Eucaristía produce son: aumento de la gracia santificante, gracia
sacramental específica, perdón de los pecados veniales y tiene importancia para la vida eterna.

De la unión íntima con Jesucristo se siguen los demás efectos de la Comunión.

 Aumento de la gracia santificante: para comulgar, hay que estar en gracia de Dios. La Eucaristía es un
sacramento de vivos, y por la Comunión esa gracia se sustenta, se revitaliza, se aumenta, y enciende en
el gozo de la vida divina. La Comunión, pues, hace crecer en santidad y en unión con Dios. Tan
profunda es esta mutua inhesión (unión) con Cristo en que puede hablarse de una verdadera
transformación del cristiano en Cristo. SAN AGUSTÍN afirma: “Manjar soy de grandes: crece y me
comerás. Mas no me mudarás en ti, como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mi” (Confesiones
7, 10, 16; PL 32, 742). SAN CIRILO de Jerusalén llega a decir que la Eucaristía cristifica por entero,
asociando al hombre a la plenitud de Cristo Jesús (cfr. Catecheses, 22, 3). La misma doctrina expone
SANTO TOMÁS: “El que toma alimentos corporales los transforma en aquél que los toma. . . Síguese de
aquí que el efecto propio de este sacramento es una tal transformación del hombre en Cristo, que puede
en realidad decir con el Apóstol (cfr. Gal 2, 20): «Vivo yo, o más bien no vivo yo, sino que Cristo vive
en mi»” ( In IV Sent. dist. 12, q. 2, a. 1).
 La gracia sacramental específica de la Eucaristía es la llamada gracia nutritiva, porque se da a manera
de alimento divino que conforta y vigoriza la vida sobrenatural, como enseña el Concilio de Florencia:
“Todos los efectos que el manjar y la bebida corporal producen en relación con la vida del cuerpo,
sustentándola, aumentándola, reparándola y deleitándola, todos esos los produce este sacramento en
relación con la vida del espíritu”.26

 Perdonan los pecados veniales, alejando la debilidad espiritual y fortaleciendo al cristiano para llevar
una vida digna de hijos de Dios. Los pecados veniales son una enfermedad espiritual debilita
“espiritualmente” a los cristianos para resistir al mal y al pecado mortal. Por eso dice el Concilio de
Trento que la Eucaristía es “Antídoto, con el que somos liberados de las culpas cotidianas y somos
preservados de los pecados mortales”.

26
Concilio de Florencia, Decretum pro Armeniis, Dz. 698.
18
 Su importancia para la vida eterna: para un bautizado que ha llegado al uso de razón, la Eucaristía
resulta un requisito indispensable para la vida, según las palabras de Jesucristo: “Si no coméis la Carne
del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53). En
correspondencia con ese precepto divino, la Iglesia ordena en su tercer mandamiento y en uno de sus
preceptos, que al menos una vez al año y por Pascua de Resurrección, todo cristiano con uso de razón
debe recibir la Eucaristía. También hay obligación de comulgar cuando se está en peligro de muerte: en
este caso la comunión se recibe a modo de Viático, que significa preparación para el viaje de la vida
eterna (cfr. Cat.I.C.1517, 1524 y 1525).

El ministro de la Eucaristía es el sacerdote: "Sólo el sacerdote válidamente ordenado es ministro capaz


de confeccionar el sacramento de la Eucaristía, actuando en la persona de Cristo"(cfr. C.I.C 900, 1; Cat.I.C.
1411).

La validez de la confección de la Eucaristía depende, por tanto, de la validez de la ordenación: consagrar


es tarea propia y exclusiva del sacerdocio ministerial. La prueba que ofrece la Sagrada Escritura es concluyente:
el encargo hecho por Cristo en la intimidad del Cenáculo a sus Apóstoles y a sus sucesores “ haced esto en
memoria mía” (Lc 22,19; 1Co 11,24), va dirigido exclusivamente a ellos, y no a la multitud de sus discípulos.

El sujeto de la recepción de la Eucaristía es todo bautizado es sujeto capaz de recibir válidamente la


Eucaristía, aunque se trate de un niño (Concilio de Trento. Cfr DZ 893). Para la recepción lícita o fructuosa se
requiere: el estado de gracia, y la intención recta, buscando la unión con Dios y no por otras razones.

El Concilio de Trento condenó la doctrina protestante de que la fe sola (fides informis) era preparación
suficiente para recibir la Eucaristía (cfr. Dz. 893). Al mismo tiempo ordenó que todo aquel que quisiere
comulgar y se hallare en pecado mortal tiene que confesarse antes, por muy contrito que le parezca estar.

La Iglesia apoyándose en las duras amonestaciones del Apóstol para que los fieles examinen su
conciencia antes de acercarse a la Eucaristía (cfr. 1Cor 11, 27-29), ha exigido siempre el estado de gracia, de
modo "que si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente, no debe acercarse a la Eucaristía sin haber
recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia"(cfr. Cat.I.C.1415).

El pecado venial no es obstáculo para comulgar, pero es propio de la delicadeza y del amor hacia el
Señor dolerse en ese momento hasta de las faltas más pequeñas, para que El encuentre el corazón bien
dispuesto.

Como la medida de la gracia producida ex opere operato depende de la disposición subjetiva del que
recibe el sacramento, la Comunión deber ir precedida de una buena preparación y seguida de una conveniente
acción de gracias. La preparación en el alma y en el cuerpo -deseos de purificación, de tratar con delicadeza el
Sacramento, de recibirlo con gran fe, etc.- es lo que corresponde a la dignidad de la Presencia real de Jesucristo,
oculto bajo las especies consagradas. También es prueba de devoción dar gracias unos minutos después de
haber comulgado, para bendecir al Señor en nombre de todas las criaturas y pedir la ayuda que necesitamos.
19
Junto a las disposiciones interiores del alma, y como lógica manifestación, están las del cuerpo: además del
ayuno, el modo de vestir, las posturas, etc., que son signos de respeto y reverencia (cfr. Cat.I.C.1387). La
legislación prescribe que quien va a recibir la Santísima Eucaristía, ha de abstenerse de tomar cualquier
alimento y bebida al menos durante una hora antes de la sagrada comunión, a excepción sólo del agua y de las
medicinas" (cfr. C.I.C 919).

4.3.- LA CONFIRMACIÓN

El cristiano nace a la vida de la fe y se integra en la Iglesia por el sacramento del Bautismo luego inicia
un proceso de crecimiento, durante el cual será alimentado con el pan de la Palabra y de la Eucaristía. En este
proceso llega un momento en que el bautizado toma conciencia de querer seguir el estilo de vida de Jesús. La
Confirmación celebra el acceso a la edad adulta de cristiano, de ahí la importancia del compromiso no solo del
que recibe el sacramento sino de toda la comunidad. Supone una reestructuración de la comunidad porque el
recién llegado va acceder a la palabra en el grupo. Y este acceso merece ser celebrado como todo encuentro
que crea lazos”. 27

Este sacramento consiste en recibir el Espíritu Santo de un modo nuevo: supone que debemos reconocer
en los confirmados que el Espíritu tiene algo original para decirnos. Podemos considerar entonces a la
Confirmación “como el sacramento de la comunidad eclesial, del Espíritu que le es dado a cada uno de sus
miembros.”28 “Con el sacramento de la Confirmación los bautizados culminan el camino de la iniciación
cristiana”.29

La enseñanza de la Iglesia prefigura de este sacramento en algunos momentos de la historia de la


Salvación (diluvio: agua/olivo; éxodo: alianza), pero sobretodo se lo considera en estrecha relación con el
ministerio profético, real y sacerdotal, que se une al don del Espíritu y que culmina en Cristo, el ungido por
excelencia.

Cuando Jesús fue bautizado en el río Jordán por Juan el bautista, se manifestó el Padre y el Espíritu. El
Padre lo reconoce como su Hijo dilecto, el Espíritu descendiendo sobre Él en figura de Paloma, lo unge y
confirmando así su mesianismo.

La tradición doctrinal de los santos Padres, y la tradición orante de la liturgia, delinean este paralelo: así
como el Bautismo nos configura a la muerte y resurrección de Cristo, así el aceite crismal que se utiliza en el
sacramento de la Confirmación nos hace partícipes de la unción mesiánica de Cristo en el Jordán. Este primer
paralelismo: bautismo/unción crismal, nos lleva a otro paralelismo: Pentecostés es para la Iglesia lo que la
teofanía del río Jordán es para Jesucristo. La venida del Espíritu Santo sobre Jesús que inaugura su vida pública,
corresponde la venida del Espíritu Santo sobre la primitiva comunidad cristiana, que da origen a la vida pública
de la Iglesia.

27
Cfr. FOUREZ. Sacramentos y vida del hombre, 110.
28
FOUREZ. Sacramentos y vida del hombre, 111.
29
Ritual de la Confirmación, 1.
20
En la práctica sacramental antigua es evidenciado un rito post bautismal para donar el Espíritu. Este rito
es vivido como un momento distinto pero no separado de la iniciación cristiana, que culmina en la Eucaristía.
Esta práctica perdura en la Iglesia de oriente, donde los niños que son bautizados, inmediatamente reciben la
unción y la comunión. La gran cantidad de niños que reciben el bautismo y la imposibilidad de la constante
presencia del Obispo en las parroquias, llevó a la Iglesia de occidente a distanciar la celebración de estos ritos:
el Bautismo, la Comunión y la Confirmación.

En la tradición de la Iglesia romana, desde muy antiguo se conocían dos unciones postbautismales. La
primera con el santo crisma, que debía realizar el presbítero, permaneció unida al Bautismo; la segunda,
también con el santo crisma, es la Confirmación, que la confiere generalmente el Obispo. Así nos encontramos
ante dos tradiciones: la Iglesia de Oriente permanece con la unidad de los tres sacramentos de iniciación; a
diferencia de la Iglesia de Occidente donde se separan en el tiempo la celebración de estos sacramentos y
normalmente la celebración de la Confirmación se realiza durante la misa para que “resalte mejor la íntima
unión de este sacramento con la iniciación cristiana” 30, y se realizan también la renovación de las promesas
bautismales.

Efectos de la confirmación

La Constitución Apostólica de Pablo VI, Divinae consortium naturae, nos enseña sobre la naturaleza y
los efectos de este sacramento: “aquellos que han renacido en el bautismo, reciben el don inefable, el mismo
Espíritu Santo, por el que son enriquecidos de una fuerza especial, y signados por el carácter del mismo
sacramento, se unen más perfectamente a la Iglesia, a la vez que son más estrechamente obligados a difundir y
defender, con las palabras y las obras, su fe, como auténticos testigos de Cristo. La confirmación está de tal
manera relacionada con la Eucaristía, que los fieles, ya signados por el santo bautismo y por la confirmación, se
insertan de manera plena en el Cuerpo de Cristo mediante la participación en la Eucaristía”.

Tres son los efectos que resalta principalmente el texto pontificio:

 la especial donación del Espíritu da al confirmado una fuerza nueva: los Padres afirman que la
Confirmación concede una gracia perfectiva, es decir un complemento, una plenitud. Santo Tomás de
Aquino la compara con el desarrollo de la vida humana, por eso habla de una “madurez cristiana”.

 una adhesión más perfecta a la Iglesia: este nuevo dinamismo espiritual se desarrolla mediante una
participación más intensa en las funciones de Cristo: en la función sacerdotal que culmina en la
Eucaristía, en la función profética que se extiende a toda la actividad humana del confirmado, en la
función de realeza y de pastoral, que se manifiesta sobretodo en el “obrar como fermento en la realidad
terrena.” (Ad gentes, 2)

 mayor obligación de dar ser testigo de Cristo: el don especial del Espíritu no debe ponerse en términos

30
Ritual de la Confirmación, 13.
21
de cantidad sino de desarrollo espiritual, sobretodo para ser testigos y edificar la Iglesia.

La Confirmación se caracteriza también como un sacramento de la plena comunión eclesial porque


introduce a la Eucaristía y mantiene una constante referencia al ministerio episcopal que se pone en continuidad
con Pentecostés y es garante de la unidad de la Iglesia, realizada en modo especial en la Eucaristía, y que tiene
el deber de discernir los carismas y dones de los fieles.

Al igual que el Bautismo se recibe una sola vez e imprime en el alma un signo espiritual imborrable,
llamado “carácter”, en virtud del cual Cristo “sella” al cristiano con su Espíritu, perfecciona en el cristiano el
sacerdocio real de los fieles y lo habilita a confesar públicamente la fe. Sólo el bautizado aún no confirmado
puede y debe recibir el sacramento de la Confirmación.

El ministro originario de la confirmación es el obispo (LG 26), pero por motivos válidos puede
conceder a los presbíteros (sacerdotes) la facultad de administrarlo.31

5.- LOS SACRAMENTOS DE SANACIÓN

“El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al
paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cf Mc 2,1-12), quiso que su Iglesia continuase, en la fuerza del
Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación, incluso en sus propios miembros. Este es finalidad de los
dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos” (Cat.I.C. 1421).

Los Sacramentos de sanación son aquellos que hacen presenta la obra de sanación llevada a cabo por
Cristo así como el curó el cuerpo y alma y perdonó durante su vida terrena y quiso que la Iglesia continuase,
con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación. Esta es la finalidad de la Reconciliación y
la Unción de los Enfermos (Cat.I.C 1421).

5.1.- LA RECONCILIACIÓN

Existe una experiencia profunda que realiza todo hombre la ruptura culpable con los otros. 32 Las
tensiones y los conflictos son una constante de nuestra vida por este es importante en la vida saber pedir perdón.
De hecho no hay nada más penosos que encerrarse en sí mismo sin atreverse a pedir cosa alguna, aunque resulte
difícil. Frente a esta realidad el amor incondicional de Dios sale a nuestro encuentro y es donde se funda el
sacramento de la reconciliación. Es preciso que en la comunidad se proclame que el perdón se da y se da
totalmente. Es preciso que se diga que Dios y la comunidad cristiana se aceptan sin condiciones. Está
aceptación total es un don que Dios nos hace y sólo podrá manifestarse si nosotros lo expresamos mediante el
perdón mutuo.

31
En las Iglesias de oriente es ordinariamente el presbítero que bautiza el que administra la confirmación en una sola y misma
celebración, pero usando el santo crisma consagrado por el Patriarca o el Obispo, para expresar la unidad apostólica de la Iglesia.
32
BOFF, Los sacramentos de la vida, 73.
22
Es importante que alguien pueda expresar este perdón no simplemente en nombre propio sino en
nombre de toda la comunidad, en nombre de la Iglesia y hacer presente el amor y perdón de Dios. Será el
sacramento de la reconciliación, llevado a cabo por el sacerdote, el que hará real el perdón de Dios como
portavoz de éste y de la comunidad de la Iglesia.33Cristo confió a sus apóstoles el ministerio de la reconciliación
(cfr Jn 20,23; 2Co 5,18), los obispos, sus sucesores, y los presbíteros o sacerdotes, colaboradores de los
obispos, continúan ejerciendo este ministerio. En efecto, los obispos y los presbíteros o sacerdotes, en virtud del
sacramento del Orden, tienen el poder de perdonar todos los pecados "en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (cfr. Cat.I.C.1461).

“Aquellos que se acercan al sacramento de la penitencia reciben de la misericordia de Dios el perdón de


las ofensas hechas a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que infligieron una herida con el
pecado y que coopera a su reconciliación con la caridad, el ejemplo y la oración” (cfr. Cat.I.C 1422. L.G 11).

Este sacramento debe vivirse con una gran ternura. Es la ternura de quien sabe que a pesar de que todos
compartimos esta realidad del pecado todos somos perdonados. Es la ternura de quien dice: “todos somos
cómplices, todos estamos implicados en los conflictos, todos hemos sido heridos y seguimos hiriéndonos, por
eso no merece la pena que llevemos cuenta de todo ello. Como compañeros que somos y que recibimos
gratuitamente de Dios su propio amor vivamos el perdón siendo bondadosos unos con otros con la ternura de
quien ha vivido demasiados sufrimientos como para querer añadir otros nuevos”.34

La reconciliación o penitencia es el sacramento de la victoria de los bautizados sobre el pecado. Por eso
la Iglesia no deja solo al pecador en su camino de regreso al Padre, ni se limita a una intervención solo al
momento de la reconciliación, sino que lo acompaña antes, durante y después de la absolución sacramental.
"Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los
pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus
pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (L.G.11).

En el lenguaje común por el uso de los fieles este sacramento es llamado “confesión”, porque, además
de ser ésta una parte esencial del sacramento, es considerada el momento más significativo. En el lenguaje
teológico se ha preferido, por muchos siglos, el nombre de “sacramento de la penitencia”, como la más
expresiva del sacramento en su conjunto. El nombre “sacramento de la reconciliación”, a partir del Concilio
Vaticano II, pone en relieve los efectos del sacramento.

El avance de las ciencias, sobre todo de la psicología, con el mejor conocimiento de las vivencias
internas de las personas (como pueden ser las responsabilidades personales y sociales, conflictos internos y
externos, el sentido de culpa, etc) llevaron a la teología a entender mejor las raíces antropológicas y la
necesidad de este sacramento.35

33
Cfr. FOUREZ. Sacramentos y vida del hombre, 139-141.
34
Cfr. FOUREZ. Sacramentos y vida del hombre, 139-141.
35
G. FLÓREZ, Penitencia y unción de los enfermos, Ed. B.A.C., Madrid 1993, 17: “Todos los sacramentos parten de la realidad del
hombre, de su condición corporeo-espiritual, y tienden a revelar, a través de los sentidos humanos, algo que está más allá de los
23
La renovación pastoral y su comprensión teológica de este sacramento fue objeto de atención de toda la
Iglesia. El magisterio eclesial, también el pontificio, manifiestan claramente la necesidad y actualidad del
sacramento.

Desde el punto de vista teológico doctrinal la lucha contra el pecado de parte de los fieles, y también en
el seno de la comunidad cristiana, es una constante desde los mismos orígenes de la Iglesia. El hombre es un ser
llamado a la amistad con Dios pero es también pecador, esta es su más profunda verdad.36

Esta verdad de la condición del hombre y de la Iglesia, llamada a la santidad y pecadora, se encuentra
enseñada en las mismas palabras de Cristo en el Padre Nuestro: “perdona nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,13). La advertencia de San Juan en su primera carta: “si
decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si
reconocemos nuestros pecados, el que es justo y fiel nos perdonará los pecados y nos purificará de toda culpa ”
(1Jn 1,8-9); la exhortación del apóstol Santiago: “Confesad vuestros pecados los unos a los otros y rogad los
unos por los otros para ser sanados” (Sant 1, 16).

La nueva cultura exige una profundización en el concepto de pecado que tenga en cuenta, además de su
dimensión trascendente y de la responsabilidad personal, las raíces antropológicas de las que se alimenta, las
plataformas internacionales desde las que se proyecta y las consecuencias que provoca en todos los niveles del
orden social.37

No se trata sólo de los pecados cotidianos, San Pablo rechaza pecados más graves y que afectaron a la
Iglesia: “No se dejen engañar: las malas compañías corrompen las buenas costumbres. Regresen en sí como
conviene y no pequen. Algunos de hecho demuestran no conocer a Dios; se los digo a vuestra vergüenza”
(1Cor 15, 33-34). Estas citas bíblicas se podrían multiplicar, nos hacen ver que la necesidad de la conversión y
la penitencia no es consecuencia de un decaer de la virtud después de un tiempo de oro del fervor cristiano. La
Iglesia tuvo siempre necesidad de conversión. Desde un primer momento el llamado a la penitencia ha resonado
en el seno de la Iglesia y hacia aquellos a quienes se anunciaba el Evangelio.

La misma Iglesia ha debido reaccionar fuertemente contra aquellos que querían reducirla a una
comunidad de perfectos, de “impecables”. SAN AMBROSIO, en el siglos IV, amonestaba a los novacianos:
“Cuando elimináis el resultado de la penitencia, estáis diciendo: ninguno de los que tiene herida entre bajo
nuestro techo, ninguno sea resanado en la Iglesia, entre nosotros no se curan los enfermos, estamos sanos, no
necesitamos del médico” (ANSELMO DE CANTERBURY, De poenitentia, 1, 6.29). Por el contrario la Iglesia es
una comunidad de pecadores que buscan la conversión y el perdón, los fieles encontrarán siempre el remedio

sentidos. El sacramento de la reconciliación hunde sus raíces, como ningún otro, en la condición humana y en concreto en ese fondo
complejo y misterioso del ser humano que le lleva a enfrentarse con los demás, consigo mismo y con las realidades y cosas que le
rodean, al tiempo que se siente necesitado de paz y reconciliación”.
36
Cfr. L.E. LADARIA, Teología del pecado original y de la gracia, Ed. B.A.C. Madrid 1993, 33-53.
37
Cfr. FLÓREZ, Penitencia y unción de los enfermos, 235.
24
contra el pecado. Si bien la lucha contra el pecado es algo personal – no admite suplencias -, no es algo privado:
el pecador no es dejado sólo, encuentra el perdón en la Iglesia y mediante la Iglesia. El itinerario de conversión
que recorren los fieles en la Iglesia tiene manifestaciones externas que nacen de una conversión interior.

Los actos del penitente

La Iglesia, siguiendo su práctica penitencial milenaria, enseña con precisión cuales deben ser los actos
del penitente (cfr. Cat.I.C. 1450-1460).

 La contrición: es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no
volver a pecar" Por eso conviene preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de
conciencia.
 La confesión de los pecados: por esta el hombre se enfrenta a los pecados de los cuales se siente
culpable; asume su responsabilidad y, por ello, se abre de nuevo a Dios y a la comunión de la Iglesia
con el fin de hacer posible un nuevo futuro. La confesión de los pecados hecha al sacerdote constituye
una parte esencial del sacramento de la penitencia: "En la confesión, los penitentes deben enumerar
todos los pecados mortales de que tienen conciencia. Sin ser estrictamente necesaria, la confesión de
los pecados veniales, sin embargo, se recomienda vivamente por la Iglesia.
 La satisfacción: muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo
esta satisfacción se llama también "penitencia". Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por
nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo.

Por medio de este sacramento se expresa y se realiza la reconciliación con Dios. Dios que perdona a uno
de sus hijos, y éste se aleja del pecado, regresa a su Padre y acepta ser hijo amoroso, cumpliendo la voluntad de
su Padre. Todo este proceso se realiza en Cristo y por la potencia del Espíritu Santo. “Nadie va al Padre sino
por mi” había dicho Jesús, por eso ir al Padre es ir por el Camino que él nos dio, su propio Hijo. Mediante el
encuentro con Cristo y la unión a El se obtiene el perdón, y Cristo se hace presente en su sacerdote, su ministro,
al cual con el don del Espíritu Santo le dio el poder de remitir los pecados: “ Jesús les dijo otra vez: La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo los envío. Dicho esto sopló y le dijo: Recibid el Espíritu Santo.
A quienes perdonéis los pecados, le quedan perdonados; a quienes se los retengais, le quedan retenidos” (Jn
20, 21-24).

Los efectos de este sacramento

Los efectos que genera la recepción de este sacramento son integrales, se trata pues de una
reconciliación que sana varias dimensiones de las personas: con Dios, consigo mismo, con los hermanos (cfr.
Cat.I.C.1468-1470).

 La reconciliación con Dios. En los que reciben el sacramento de la Penitencia con un corazón contrito
y con una disposición religiosa, "tiene como resultado la paz y la tranquilidad de la conciencia, a las
que acompaña un profundo consuelo espiritual"
 La reconciliación con la Iglesia. El pecado menoscaba o rompe la comunión fraterna. El sacramento
de la Penitencia la repara o la restaura. En este sentido, no cura solamente al que se reintegra en la
25
comunión eclesial, tiene también un efecto vivificante sobre la vida de la Iglesia que ha sufrido por el
pecado de uno de sus miembros.
 La reconciliación con uno mismo y los demás La reconciliación con Dios tiene como consecuencia,
por así decir, otras reconciliaciones que reparan las rupturas causadas por el pecado: el penitente
perdonado se reconcilia consigo mismo en el fondo más íntimo de su propio ser, en el que recupera la
propia verdad interior; se reconcilia con los hermanos, agredidos y lesionados por él de algún modo; se
reconcilia con la Iglesia, se reconcilia con toda la creación.

5.2.- LA UNCIÓN DE LOS ENFERMOS

Es una realidad de la condición humana el dolor, la enfermedad, la vejez y la muerte; frente a las cuales
las personas experimentan la impotencia y limitación. El sacramento de la Unción de los enfermos tiene como
finalidad ayudar a los que sufren, y a los que lo rodean el poder descubrir en esta realidad la presencia de Dios.

Son muchos los que sienten miedo a la muerte sobre todo en nuestra cultura científico técnica, su
irracionalidad es tal que muchas veces solo acontece el silencio. Frente a este silencio y desesperación viene el
Señor a nuestro encuentro a través del sacramento de la Unción de lo enfermos.

La Unción de los enfermos es el sacramento que “tiene por fin conferir una gracia especial al cristiano
que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad y vejez” (Cat..I.C.1527).

La Iglesia prefiere usar el nombre de Unción de los enfermos y no tanto de Extremaunción para hacer
patente que no es sólo un sacramento para quienes se encuentran en el último momento de su vida, sino para
aquellos cristianos que empiezan a estar en peligro de muerte, por enfermedad o vejez. Se llama “unción”
porque al sujeto se le unge con óleo sagrado.

Esta Unción de los enfermos fue instituida por Cristo nuestro Señor como un sacramento. Se trata de un
sacramento insinuado por Marcos 6,13: “Saliendo a predicar, exhortaban a que hiciesen penitencia, y lanzaban
a muchos demonios, y ungían a muchos enfermos con óleo y los sanaban”. En este texto se encontraría una
insinuación o una preparación para la futura institución del sacramento” y fue recomendado a los fieles y
promulgado por Santiago 5,14-15: “¿Alguno de vosotros enferma? Haga llamar a los presbíteros de la Iglesia
y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la oración de la fe salvará al enfermo y el Señor
le aliviará, y los pecados que hubiere cometido le serán perdonados”.

El Código de Derecho Canónico, con palabras de la Constitución del Vaticano II Lumen Gentium 11,
indica la finalidad del sacramento, a la vez que precisa la materia y la forma, reguladas definitivamente por
PAULO VI en la Const. Sacram Unctionem Infirmorum del 30 de noviembre de 1972. Así pues, enseña: “La
unción de los enfermos, con la que la Iglesia encomienda a los fieles gravemente enfermos al Señor doliente y
glorificado, para que los alivie y salve, se administra ungiéndolos con óleo, y diciendo las palabras prescritas en
los libros litúrgicos” (C.I.C. 998).

La materia es el aceite de oliva bendecido por el obispo en la misa Crismal del Jueves Santo (cfr. C.I.C,
999). En caso de necesidad es materia apta cualquier otro aceite vegetal que puede bendecir el sacerdote que

26
administra el sacramento. El Catecismo Romano señala razones de conveniencia sobre el uso del aceite en este
sacramento: “así como el aceite sirve mucho para aplacar los dolores del cuerpo, así también la virtud de este
sacramento disminuye la tristeza y el dolor del alma. El aceite además restituye la salud, causa dulce sensación
y sirve como de alimento a la luz; y, por otra parte, es muy a propósito para reparar las fuerzas del cuerpo
fatigado. Todo lo cual da a entender los efectos que se producen en el enfermo por virtud divina cuando se
administra este sacramento” (Catecismo Romano, cap. 6, n. 5.).

La forma del sacramento son las palabras, prescritas por el ritual y pronunciadas por el sacerdote: "Por
esta santa unción y por su bondadosa misericordia te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo, para que,
libre de tus pecados, te conceda la salvación y te conforte en tu enfermedad” (cfr. Cat.I.C.1513).

Enseña SANTO TOMÁS DE AQUINO que la unción de los enfermos es “como una inmediata preparación
para la entrada en la gloria” (S. Th., III, q. 65, a. 1, ad. 4). Cristo viene a reconfortar a sus fieles con su
omnipotencia redentora y con la proximidad de su presencia. Cristo no abandona a los hermanos, por los que
dio la vida, sino que se hace presente para sostener a los “suyos” hasta el fin, para arrancarlos de la influencia
invisible del demonio e introducirlos sin tardanza en la casa del Padre.

- Los efectos del sacramento

Los efectos que produce este sacramento son:

 aumento de gracia santificante;


 gracia sacramental específica: la gracia sacramental propia de la unción tiene como efecto la curación, si
ésta conviene a la salud del cuerpo. "Esta asistencia del Señor por la fuerza de su Espíritu quiere conducir
al enfermo a la curación del alma, pero también a la del cuerpo, si tal es la voluntad de Dios" (cfr.
Cat.I.C.1520).
 la salud corporal, cuando conviene a la salvación del alma; la Unción de los enfermos no produce la salud
corporal en virtud de las propiedades naturales de su materia, sino por el poder de Dios, que actúa de modo
razonable; y como un agente dotado de inteligencia nunca induce un efecto secundario sino en cuanto
ordenado al efecto principal. De ahí que no siempre se consiga la salud del cuerpo, sino sólo cuando
conviene para la salud espiritual.
 el perdón de los pecados veniales y la desaparición de las reliquias del pecado.
 indirectamente puede perdonar los pecados mortales. Su finalidad propia no es perdonar los pecados
mortales, para lo que ya está el sacramento de la penitencia. Sin embargo, si no es posible recibir la
confesión y la persona está arrepentida, la unción también perdona los pecados mortales. Este sacramento
no es necesario por sí mismo para la salvación, no obstante por sus efectos propios, es importante que los
enfermos lo reciban cuando están en plenitud de sus facultades mentales.

La unción de los enfermos no imprime carácter, y por lo tanto puede repetirse.


Si un enfermo que recibió la unción recupera la salud, puede, en caso de una nueva enfermedad grave, recibir
de nuevo este sacramento. En el curso de la misma enfermedad, el sacramento puede ser reiterado si la
enfermedad se agrava (cfr. Cat.I.C.1515).

27
Los ministros ordinarios del sacramento son los sacerdotes que tienen la obligación y el derecho de
administrarlo a los fieles que tienen encomendados: "Todo sacerdote, y sólo él, administra válidamente la
unción de los enfermos"(cfr. C.I.C.1003).

6.- LOS SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD

“Otros dos sacramentos, el Orden y el Matrimonio, están ordenados a la salvación de los demás.
Contribuyen ciertamente a la propia salvación, pero esto lo hacen mediante el servicio que prestan a los demás.
Confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del Pueblo de Dios” (Cat.I.C. 1534).

6.1.- EL SACARAMENTO DEL ORDEN

Una sociedad para poder vivir armónicamente necesita distribuir funciones. Todos no pueden hacer todo
y entre los muchos miembros de la sociedad cada uno tiene sus funciones específicas. También la Iglesia es una
comunidad que necesita ser organizada. La necesidad de ministros en la comunidad y la voluntad de Dios así lo
dispusieron.

El sacramento del Orden Sagrado constituye a algunos cristianos en ministros lo cual significa “estar
habilitado para hablar y actuar en nombre de la Iglesia, con todo lo que ello supone y así poder hacer a Dios
presente en medio de su pueblo. Significa tener la responsabilidad de un poder que es preciso ejercer en nombre
de Cristo y a su estilo”. 38

El Orden es el sacramento por el que “algunos de entre los fieles quedan constituidos ministros
sagrados, al ser marcados con un carácter indeleble, y así son consagrados y destinados a apacentar el pueblo de
Dios según el grado de cada uno, desempeñando en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar,
santificar y regir” (Cat.I.C 1008).

Este sacramento se llama orden sagrado porque consiste en grados ordenados, jerárquicamente
subordinados entre sí, de los que resulta la jerarquía eclesiástica: obispo, presbítero y diacono.

Todo bautizado participa del sacerdocio de Cristo y está por tanto, capacitado para colaborar en la
misión de la Iglesia. El orden, sin embargo, imprime una especial configuración -carácter indeleble- que
distingue esencialmente a quien lo recibe de los demás fieles, capacitándolo también para funciones especiales.
Por eso se afirma que el sacerdote posee el “sacerdocio ministerial”, distinto del sacerdocio real o “sacerdocio
común” de todos los fieles.

En efecto, la Iglesia es una comunidad sacerdotal, ya que todos los fieles participan de alguna manera
del sacerdocio de Cristo -de su oficio profético, sacerdotal y regio- y de la misión única de la Iglesia. Todos
están llamados a la santidad. Todos deben buscar la gloria de Dios y trabajar en el apostolado, dando con su
vida testimonio de la fe que profesan. Esta participación en el sacerdocio de Cristo es doble y difiere
esencialmente. Hay un sacerdocio común a todos los fieles, que confieren el bautismo y la confirmación, y un

38
Cfr. FOUREZ. Sacramentos y vida del hombre, 170-173
28
sacerdocio ministerial que sólo tienen quienes reciben el sacramento del orden. Así lo enseña el Concilio: “Lo
propio de los sacerdotes, es celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, predicar la palabra divina, administrar los
sacramentos y guiar a los hombres en orden a conseguir la salvación eterna” (L.G 10). El sacerdote actúa “en
la persona de Cristo Cabeza”, es decir, actúa en el nombre y con el poder de Cristo.

Las funciones que desempeña se resumen en una triple potestad: enseñar, santificar y regir. De los
sacerdotes -otros Cristos- depende en gran parte la vida sobrenatural de los fieles, ya que solamente ellos
pueden hacer presente a Jesucristo sobre el altar y perdonar los pecados. Aunque éstas son las dos funciones
principales del ministerio sacerdotal, su misión no se agota ahí: administra también los otros sacramentos,
predica la palabra divina, dirige espiritualmente, etc. Es decir, participa del triple poder de Cristo:

 poder de santificar, administrando los sacramentos, sobre todo el de la Penitencia y el de la Eucaristía;


 poder de regir, dirigiendo a las almas, orientando su vida hacia la santidad;
 poder de enseñar, anunciando a los hombres el Evangelio.

Jesucristo es el verdadero y supremo Sacerdote de la Nueva Ley, pues sólo El nos reconcilió con Dios
por medio de su Sangre derramada en la Cruz (cfr. Hb 8,1; 9,15). Sin embargo, quiso Jesús que algunos
hombres, escogidos por El, participaran de la dignidad sacerdotal de modo que llevaran los frutos de la
redención a todos los demás. Con ese fin instituyó el sacerdocio de la Nueva Alianza (cfr. Lc 22,19).

A su vez los Apóstoles, inspirados por Dios, sabían que el encargo de Jesús no acabaría con ellos, y por
eso transmitían el ministerio mediante el sacramento del orden, que administraban por la imposición de las
manos y la oración (cfr. Hch 14,23-24). De este modo, comunicaban a otros hombres el poder de regir,
santificar y enseñar que ellos habían recibido directamente del Señor.

El rito esencial del sacramento del orden está constituido, para los tres grados (que serán caracterizados
más adelante), por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenado, así como por la oración
consagratoria que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones apropiados al ministerio para el cual
el candidato es ordenado (cfr. Cat.I.C.1573).

La materia: en 1947, después de una larga controversia sobre el tema, PÍO XII declaró que la materia
del sacramento del orden es la imposición de las manos (cfr. Dz. 2301; Cat.I.C. 1009).

En otros sacramentos la materia es una cosa (res) -p. ej., el agua, aceite, etc.- porque el efecto del sacramento
no deriva de algo que tenga el ministro; en cambio en el sacramento del orden se comunica una potestad
espiritual que viene de Dios, pero que es participada por quien lo confiere: por eso la fuerza de la materia está
en el ministro y no en un elemento material.

La forma: La forma es la oración consecratoria que los libros litúrgicos prescriben para cada grado (cfr.
Cat.I.C. 1009).

Efectos del Sacramento del Orden

29
Por la ordenación sagrada, el sacerdote es constituido ministro de Dios y dispensador de los tesoros
divinos (cfr 1Cor. 4,1). Con este sacramento recibe una serie de efectos sobrenaturales que le ayudan a cumplir
su misión, siendo los principales: el carácter indeleble, la potestad espiritual, el aumento de gracia santificante y
la concesión de la gracia sacramental.

Imprime carácter indeleble, distinto al del bautismo y al de la confirmación, que constituye al sujeto en
sacerdote para siempre: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (cfr. Sal 110,4; Hb
5,5-6).

El carácter es una cierta capacitación para el culto, que en el sacramento del orden constituye la más
plena participación en el sacerdocio de Cristo:

 lleva a su plenitud el sacerdocio,


 perfecciona el poder sacerdotal,
 corona la capacidad de ejercer fácilmente ese poder sacerdotal, que el fiel ya tiene por el Bautismo y la
Confirmación.

El carácter realiza todo esto a través de una configuración del que se ordena con Cristo, Cabeza del
Cuerpo Místico, que le faculta para participar de un modo muy especial en su sacerdocio y en su triple función.
Por eso el sacerdote se convierte en:

 ministro autorizado de la palabra de Dios, participando del munus docendi (poder de enseñar);
 ministro de los sacramentos, participando del munus sanctificandi (poder de santificar); de modo
especial se convierte en ministro de la Eucaristía, por lo que su oficio principal es la celebración del
Santo Sacrificio del Altar, donde se renueva sacramentalmente la obra de nuestra Redención y se
aplican sus frutos, y donde el ministerio sacerdotal encuentra su plenitud, su centro y su eficacia (cfr.
Presbyterorum ordinis,)
 ministro del pueblo de Dios, participando del munus regendi (poder de gobernar); así, entra a formar
parte de la jerarquía eclesiástica, de modo distinto según su grado propio: adquiere una potestad
espiritual para conducir a los fieles a su fin sobrenatural eterno. Este efecto se explica por separado a
continuación.

La diversidad de grados en el ministerio

El ministerio eclesiástico, instituido por Dios, está ejercido en diversos órdenes que ya desde antiguo
reciben los nombres de obispos, presbíteros y diáconos.

 El episcopado: “Entre los diversos ministerios que existen en la Iglesia, ocupa el primer lugar el
ministerio de los obispos que, a través de una sucesión que se remota hasta el principio, son los
transmisores de la semilla apostólica” (L.G 20, cfr. Cat.I.C. 1555). Se entiende por ministro del orden
sacerdotal aquel que tiene potestad para administrarlo. Es ministro de la ordenación sagrada en todos sus
30
grados, el obispo consagrado; así consta en el Concilio de Florencia y en el de Trento (Dz 701; 967, cfr.
Cat.I.C. 1012). “Dado que el sacramento del Orden es el sacramento del ministerio apostólico,
corresponde a los obispos, en cuanto sucesores de los apóstoles, transmitir el don espiritual; la semilla
apostólica” (Cat.I.C.1576). Según la Sagrada Escritura, los Apóstoles (cfr. Hch 6,6; 14, 22; 2Tim1,6) o
los discípulos de los Apóstoles consagrados por éstos como obispos (cfr. 1Tim 5,22; Tit 1,25), aparecen
como los ministros de la ordenación.

 El presbiterado: Los presbíteros (del griego presbyterós = anciano), aunque no tienen la plenitud del
sacerdocio y dependen de los obispos en el ejercicio de su potestad, tienen el poder de: consagrar el
Cuerpo y la Sangre de Cristo; perdonar los pecados; ayudar a los fieles con las obras y la doctrina;
administrar aquellos otros sacramentos que no requieran necesariamente el orden episcopal.

 El diaconado: El diácono (del griego diaconós = servidor) asiste al sacerdote en determinados oficios;
p. ej.: en las funciones litúrgicas, en conformidad con los respectivos libros; administrando el bautismo
solemne; reservando y distribuyendo la Eucaristía, llevando el Viático a los moribundos y dando la
bendición con el Santísimo; asistir al Matrimonio donde no haya sacerdote, etc. (cfr. el Motu proprio
Sacrum diaconatus ordinem de PABLO VI, del 18-VI-1967). El diáconado que fue y sigue siendo un
escalón previo al presbiterado, es también ahora un grado permanente y propio de la jerarquía (cfr. LG
29; Motu proprio Ad pascendam de PABLO VI, del 15-VIII-1972).

El ministro del Orden Sagrado es sacramento es el obispo que debe cerciorarse debidamente de la
idoneidad del candidato, de acuerdo a las normas establecidas por el derecho (cfr. Cat.I.C. 1050-1052), que
vienen a ser una concreción de aquella recomendación de San Pablo: “no seas precipitado en imponer las
manos a nadie, no vengas a participar en los pecados ajenos” (1Tim 5, 22).

Es sujeto del sacramento del Orden sagrado el hombre que no tenga impedimentos: “Sólo el varón
bautizado recibe válidamente la ordenación” (Cat.I.C. 1024).

6.2.- EL MATRIMONIO

Conviene celebrar la esperanza que representa para un sociedad la formación de una familia es una
apertura hacia el futuro. El matrimonio es la fiesta de la continuación de la vida y el amor a pesar de las
amenazas. Es celebrar el amor como don gratuito de Dios que se viven en la pareja y luego en la familia. El
sacramento es la unión marital de un hombre y una mujer, entre personas legítimas, para formar una comunidad
indivisa de vida. “Fundada por el creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de
vida y de amor está establecida sobre la alianza de los cónyuges, es decir sobre el consentimiento personal e
irrevocable… Cristo, nuestro Señor bendijo abundantemente este amor multiforme, nacido de la fuente divina
de la caridad y que está formada a semejanza de la unión con la Iglesia… Por ello los esposos cristianos, para
cumplir dignamente su deber de estado, están fortalecidos y como consagrados por un sacramento especial”
(GS 48).

31
El matrimonio es verdadero sacramento pues en él se dan:

 el signo sensible, que es el contrato


 la producción de la gracia, tanto santificante como sacramental;
 la institución del sacramento por Cristo

Es tanta la importancia del matrimonio en la vida de la sociedad, que Jesucristo quiso elevar la realidad
natural del matrimonio a la dignidad de sacramento para quienes han recibido el bautismo. Por tanto, el contrato
matrimonial válido entre bautizados es por eso mismo sacramento (cfr. Cat.I.C 1055).

El sacramento no es algo añadido al matrimonio, sino que, entre bautizados, el matrimonio es


sacramento en y por sí mismo, y no como algo superpuesto. Por eso precisamente todo matrimonio válido entre
bautizados es sacramento. El sacramento, pues, deja intactos los elementos y propiedades de la institución
matrimonial, confiriéndole, eso sí, una especial firmeza y elevándolos al plano sobrenatural. Como señala
SANTO TOMÁS (Suma Teológica, q. 42, a. 1, ad. 2), el sacramento es el mismo contrato asumido como signo
sensible y eficaz de la gracia.

El libro del Génesis enseña que Dios creó a la persona humana varón y mujer, con el encargo de
procrear y de multiplicarse: “Hombre y mujer los creó, y los bendijo Dios, diciéndoles: procread y
multiplicaos, y llenad la tierra” (1,28). Es entonces cuando instituye Dios el matrimonio, haciendo al hombre y
a la mujer colaboradores en la tarea de transmitir la vida. También para que se ayuden y sostengan
mutuamente: “No es bueno que el hombre esté solo; voy a darle una ayuda semejante a él” (2,18). El
matrimonio no es, por tanto, un invento del hombre: la institución matrimonial forma parte, desde el momento
mismo de la creación del hombre, de los planes divinos.

En el Nuevo Testamento también encontramos fundamentos sólidos de la validez de este sacramento. Es


el mismo Jesús que, retomando las palabras del Génesis dirá: “¿No habéis oído que al principio el Creador los
hizo varón y hembra? Y que dijo: por eso dejará el hombre al padre y a la madre, y se unirá a la mujer, y serán
los dos una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mt. 19,4-5). También recordará en el
sermón de la montaña el origen divino de este sacramento (cfr. Mt 5,31-32). Por tener su origen en Dios, sólo a
El corresponde legislar sobre la institución matrimonial.

La Sagrada Escritura además de mencionar los matrimonios de individuos concretos, usa también
imágenes asociadas al matrimonio en otros contextos, en particular para destacar la relación entre Dios y el
pueblo elegido en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento San Pablo al dirigirse a los esposos
utilizará la imagen del amor entre Cristo y la Iglesia. 39(cfr. Ef 5,25-27.32), que le hizo entregarse para
santificarla y tenerla para sí gloriosa, sin mancha ni arruga, santa e inmaculada.

Resumiendo con palabras del Magisterio, podemos afirmar que el matrimonio no fue instituido ni
establecido por obra de los hombres, sino por obra de Dios; que fue protegido, confirmado y elevado no con

39
Cfr. D.C. SMOLARSKI. Los sacramentos, Ed. Centre de Pastoral litúrgica, Barcelona 1998, 145-146.
32
leyes de los hombres, sino del Autor mismo de la naturaleza, Dios, y del Restaurador de la misma naturaleza,
Cristo Señor; leyes, por tanto, que no pueden estar sujetas al arbitrio de los hombres, ni siquiera al acuerdo
contrario de los mismos cónyuges (PÍO XI, Encíclica. Casti connubii, 31-XII-1930: Dz. 2225).

Efectos del sacramento

El efecto propio del matrimonio, en cuanto institución natural, es el vínculo entre los cónyuges, con sus
propiedades esenciales de unidad e indisolubilidad, como veremos más adelante. Para los cristianos, además, el
sacramento del matrimonio produce efectos sobrenaturales:

 aumento de gracia santificante,


 la gracia sacramental específica, que consiste en el derecho a recibir en el futuro las gracias actuales
necesarias para cumplir debidamente los fines del matrimonio que son: la procreación y educación de
los hijos (cfr. Cat.I.C 1005),
 la ayuda mutua entre los esposos y su propio perfeccionamiento."Esta gracia propia del sacramento del
Matrimonio está destinada a perfeccionar el amor de los cónyuges, a fortalecer su unidad indisoluble.
Por medio de esta gracia se ayudan mutuamente a santificarse con la vida matrimonial conyugal y en la
acogida y educación de los hijos" (Cat.I.C 1641).

Los Ministros del sacramento.


Los contrayentes son los ministros del sacramento del matrimonio (cfr. S. Th., Supl., q. 42, a. 1, ad. 1;
q. 45, a. 5). Los esposos son quienes, como ministros de la gracia de Cristo, se confieren mutuamente el
sacramento del Matrimonio, expresando ante la Iglesia su consentimiento (cfr. Cat.I.C 1623).

Los protagonistas de la alianza matrimonial son un hombre y una mujer bautizados, libres para contraer
matrimonio y que expresan libremente su consentimiento. ‘Ser libre’ quiere decir:
 no obrar por coacción;
 no estar impedido por una ley natural o eclesiástica (cfr. Cat.I.C 1625).

La asistencia del sacerdote tiene la categoría de un testigo calificado, y es imprescindible por exigirlo
así el Derecho de la Iglesia (cfr. Cat.I.C 1108).

Propiedades del sacramento la indisolubilidad y la unidad

El amor conyugal es, por su misma naturaleza, un amor fiel y exclusivo hasta la muerte (cfr. Cat.I.C
1644-1648). El ejemplo de numerosos esposos a través de los siglos muestra que la fidelidad no es sólo
connatural al matrimonio, sino también manantial de felicidad profunda y duradera (cfr. PABLO VI, Encíclica
Humanae Vitae, 9).

 La unidad: es la unión de un solo hombre con una sola mujer. En el matrimonio los cónyuges se donan
recíprocamente uno al otro. La fidelidad es requisito indispensable para esta unión, de no existir
provocaría un gran desequilibrio en el matrimonio.

33
 La indisolubilidad: significa que el vínculo matrimonial dura para toda la vida y nadie lo puede
deshacer. “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre” (Mt 19,6).

Estas propiedades son necesarias porque, por medio de ellas, se logra conservar y fomentar la fidelidad
conyugal, se facilita la ayuda mutua y el perfeccionamiento de ambos cónyuges, es muy importante para la
educación de los hijos que requieren una estabilidad familiar y es buena para la sociedad.

Esta doctrina ha sido siempre enseñada por la Iglesia, que exhorta a la práctica de la verdad expuesta
con plena claridad por Jesús sobre la unidad y la indisolubilidad del matrimonio (cfr. Mt 19,3-9: Mc 10,1-2; Lc
16-18).
CONCLUSIÓN

Considerando lo expresado en la unidad debemos concluir diciendo que, cuando nos referimos a los
sacramentos debemos comprenderlos en un sentido amplio y estricto. Ya que, como se analizó, hacen referencia
a distintas realidades que son: Cristo, la Iglesia, el hombre y lo que habitualmente se conoce como los siete
sacramentos: Bautismo, Eucaristía, Confirmación, Reconciliación, Unción de los enfermos, Orden Sagrado y
Matrimonio.

También se debe tener presente que estas realidades, a las que hemos llamado sacramentos, guardan
estrecha relación entre sí. Cristo sacramento primordial del Padre, al encarnarse, se hizo sacramento de Dios y
constituyó a la Iglesia como sacramento universal de salvación, para que continuara su obra salvífica en el
tiempo. Brindando dicha salvación especialmente en los siete sacramentos.

Será el hombre sacramento, (en cuanto creado a imagen y semejanza de Dios y capaz de percibir la
presencia de Dios) quien dentro de la Iglesia reconocerá en los siete sacramentos, (signos sensibles y eficaces
de la gracia), la manifestación de Jesucristo obrando la salvación, ya que cada uno de ellos tiene referencia
directa a Cristo y a momentos y realidades importantes de la existencia humana.

Por último: “No es posible encontrarse con Dios prescindiendo de un encuentro con el hombre, el
encuentro sacramental que tiene lugar en Cristo no podrá ser nunca celebración de un encuentro directo con
Dios, que permita evadirse del compromiso de un encuentro fraternal, con los hombres…es esto precisamente
lo que hace de los sacramentos un encuentro dialógico… Puesto que los individuos que se unen a Cristo
constituyen una sola cosa con Él, el diálogo sacramental tiene que asumir por necesidad el papel de un punto
de encuentro de los hombres entre sí. En los sacramentos es donde Dios edifica su Iglesia haciéndola fuente de
salvación para todos los hombres. Y en los sacramentos es donde la Iglesia responde comunitariamente al
propio Dios dándole una alabanza perfecta”.40

40
E. RUFFINI, “Sacramentos”, en AA:VV, Diccionario teológico interdisciplinar, Vol. IV, Ed, Sígueme, Salamanca 19872, 263.
34

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