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PREPARACIÓN PARA
BAUTISMO, CONFIRMACIÓN, COMUNIÓN
(Para Adultos y Jóvenes mayores)
CONTENIDO
I-Verdades de la Fe Cristiana: Creo en Dios – Le creo a Dios
II-Sacramentos: Dios viene al encuentro del hombre para salvarlo
-Participación en la Santa Misa: Jesús se entrega por nosotros.
III-Mandamientos de Dios: Obediencia de la fe
-Mandamientos de la Santa Madre Iglesia
IV-Oraciones del cristiano: Dios nos escucha
Primera parte:
LA PROFESIÓN DE FE
LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN
Por Historia de la Salvación entendemos la forma concreta como
Dios ha decidido llevar a cabo su plan de salvación en el mundo.
Dios se manifiesta y se hace presente a su pueblo por medio de sus
intervenciones.
La acción liberadora de Dios se inicia como promesa con los patriar-
cas, actúa en la liberación pascual del éxodo, se afianza en la alian-
za y se conserva como una permanente llamada a la conversión por
la voz de los profetas. Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios se
hace presente por su Hijo primogénito en medio de la humanidad.
Cristo es la auto-donación de Dios y se entrega para la salvación
del hombre. En él llegan a su máxima culminación todas las espe-
ranzas. La presencia más privilegiada y extraordinaria de Dios en
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LOS SACRAMENTOS
Son acciones sagradas instituidas por Cristo, en que el mismo
Cristo actúa por medio del ministro, y que producen en nosotros gra-
cia de Dios para las diversas circunstancias de nuestra vida.
LA CONFIRMACIÓN
“Ustedes han sido salvados por gracia de Dios… Lo que somos es
obra de Dios” (Ef. 2,8-10).
“Recibirán una fuerza, el Espíritu Santo que descenderá sobre uste-
des para ser mis testigos por todo el mundo” (Hch 1,8)
Siendo niños aún, nuestros padres, de acuerdo con la recomenda-
ción de la Iglesia, nos presentaron a ella para pedir que fuéramos
admitidos como miembros de ella por medio del Bautismo, para dar-
nos de esta manera lo mejor que tenían: su fe.
Al decidir recibir el sacramento de la Confirmación, cada uno,
conscientemente, pide a la Iglesia que le confirme su fe y le otorgue
en forma solemne al Espíritu Santo, para recibir la fortaleza necesa-
ria para dar testimonio valiente y alegre de su fe.
La Confirmación, da a la persona el carácter de adulto en la fe, pero
al mismo tiempo lo responsabiliza de continuar su formación en la fe
y la práctica de al vida cristiana. Esta formación es una tarea perma-
nente del cristiano a lo largo de toda su vida.
Por lo tanto es necesario leer, escuchar y meditar asiduamente la
Palabra de Dios, que ilumina nuestra vida, y ponerla en práctica.
Esto implica una reflexión constante y un compromiso diario en to-
dos aspectos de la vida.
La vida es un continuo caminar, un proceso de crecimiento.
Un primer paso es ser consciente de mí mismo, de quién soy, de
mi diferencia respecto a los demás. A partir de allí comienzo a rela-
cionarme con otras personas, y ante todo me doy cuenta de que en
el mundo hay hombres y mujeres, diferentes, pero que se comple-
mentan mutuamente.
Luego siento la necesidad de preguntarme para qué vivo. Cierta-
mente, no puedo vivir sólo para mí mismo, que es egoísmo. Descu-
bro que en la medida en que vivo para otros, para un fin importante,
encuentro el sentido de mi vida. (“El que no vive para servir, no sirve
para vivir”). Poco a poco descubro que el servirme a mí mismo sin
preocuparme por los demás, no me hace feliz, sino todo lo contrario,
crea en mí un vacío que me hace sentir siempre insatisfecho. Cuan-
do aprendo a servir y a hacer felices a otros, entonces encuentro mi
propia felicidad.
No vivo solo en el mundo, vivo con otros, me relaciono con ellos,
descubro que todos tenemos derechos y deberes, y que mis dere-
chos terminan donde comienzan los derechos de los demás.
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EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN:
PARA UNA BUENA CONFESIÓN
Credo niceno-constantinopolitano
S. CREEMOS EN UN SOLO DIOS
F.Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todo lo visi-
ble y lo invisible. –Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único
de Dios – nacido del Padre antes de todos los siglos: – Dios de Dios,
luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
- engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, - por
quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra
salvación, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo, se encarnó
de María la Virgen y se hizo hombre, y por nuestra causa fue crucifi-
cado en tiempo de Poncio Pilato, padeció, y fue sepultado, y resuci-
tó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado
a la derecha del Padre, - y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a
vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.
Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede
del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria, y que habló por los profetas. Y en la Iglesia, que
es una, santa, católica y apostólica.
Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados, - es-
peramos la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.
Jesús dice: “Ustedes serán mis amigos si cumplen lo que les man-
do”. Jesús nos manda: Amar a Dios de todo corazón, y amar a los
demás como él nos ha amado (Jn 15,12-14). Los mandamientos in-
dican el modo práctico de amar a Dios y a los demás.
La conciencia moral se puede decir que es la voz de Dios, nuestro
Padre, que nos habla en nuestro corazón y nos dice lo que debemos
hacer o evitar. Necesitamos formarla bien, estando atentos a las ma-
nifestaciones de la voluntad de Dios (1 Cor 10,23-30).
Los cristianos debemos esforzarnos por construir el Reino de Dios,
que comienza en esta vida: iluminando, liberando, transformando y
enriqueciendo al hombre y al mundo con la luz y la fuerza de Cristo.
El pecado es un rechazo libre y consciente del amor de Dios y su vo-
luntad (1Jn 3,4). Para que sea grave se necesita materia grave, ple-
na advertencia y pleno consentimiento.
El pecado original es la ausencia de vida divina en el hombre desde
que comienza a existir, como consecuencia del pecado de Adán
(Rm 5,12).
Los pecados capitales (inclinaciones al mal que son fuente de casi
todos los pecados actuales) son: soberbia (orgullo), avaricia, ira,
gula, lujuria, envidia y pereza.
Los Mandamientos de la Ley de Dios son diez: Los tres primeros se-
ñalan nuestras relaciones con Dios y los otros siete las relaciones
con el prójimo y con nosotros mismos. Estos diez mandamientos se
encierran en dos: en servir y amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos.
-El primero: Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas. Se
cumple cultivando nuestra fe, instruyéndonos en materia de fe, evi-
tando lo que pueda ponerla en peligro, y obedeciéndole a Dios, es
decir, cumpliendo sus mandamientos. –Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente. – Es pecado
creer en horóscopos, supersticiones, agüeros, adivinos, etc.
-El segundo: No tomarás el santo nombre de Dios en vano.
Prohíbe los juramentos falsos o sin necesidad y el empleo del
nombre de Dios sin respeto.
-El tercero: Santificarás las fiestas del Señor. Para el católico, es
participar en la Santa Misa de domingos y fiestas de guardar, y no
trabajar sin necesidad. –Santificarás el día del Señor. Si no se puede
participar en la Eucaristía por la distancia u otra razón grave, se
debe procurar orar en familia o en comunidad para así rendir a Dios
el culto debido. (La borrachera es profanación del día del Señor).
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Dios todopoderoso y eterno, que has querido que has querido que
celebráramos el misterio pascual durante cincuenta días, renueva
entre nosotros el prodigio de Pentecostés, para que los pueblos divi-
didos por el odio y el pecado se congreguen por medio de tu Espíri-
tu, y, reunidos confiesen tu nombre en la diversidad de sus lenguas.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Dios todopoderoso, brille sobre nosotros el esplendor de tu gloria y
que el Espíritu Santo, luz de tu luz, fortalezca los corazones de los
regenerados per tu gracia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Derrama Señor, la bendición de tu Espíritu para que tu Iglesia quede
inundada de tu amor y sea ante todo el mundo signo visible de la
salvación. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Oh Dios que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia,
extendida por todas las naciones; derrama los dones de tu Espíritu
sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy en el
corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los
comienzos de la predicación evangélica. Por Jesucristo nuestro Se-
ñor. Amén.
Oh Dios que ilustraste el corazón de tus fieles con la luz del Espíritu
Santo: concédenos por este mismo Espíritu, querer lo que es recto y
gozar siempre de sus consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
OTRAS ORACIONES
PARA REFLEXIONAR: