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Cuando pensamos en “la Iglesia”, tendemos a pensar en el edificio en el que nos reunimos
domingo a domingo. Pero cuando la Biblia habla de la Iglesia, no se expresa en ladrillos, sino en
personas.
Desde el principio hasta el fin, la iglesia es una asamblea de pecadores, pecadores redimidos por
Dios, salvados por gracia, por la fe en la promesa de Dios
La Iglesia es la familia del Padre, la Novia del Hijo, el Templo del Espíritu. La Iglesia es la agencia
misionera que proclama el Reino de Dios en la Tierra, anunciando la salvación del Señor y
anhelando su regreso, llamando a los seres humanos a arrepentirse de sus pecados y a confiar en
el evangelio, a reconciliarse con Dios y darle gloria. La Iglesia existe para promover la adoración
universal a Dios; la Iglesia existe para que el superabundante, infinito y santo amor de Dios sea
disfrutado por los seres humanos redimidos, para siempre.
La Iglesia, pensada y amada desde la eternidad por el Padre, redimida por el Hijo, y santificada por
el Espíritu, está destinada a gozar de todas las glorias de la vida venidera, de los cielos nuevos y
Tierra nueva en comunión interminable con Dios Trino. Para la Iglesia es que están dirigidas las
palabras de Juan en Apocalipsis: “Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: «El
tabernáculo de Dios está entre los hombres, y Él habitará entre ellos y ellos serán Su
pueblo , y Dios mismo estará entre ellos”
[a]
Ser parte de la Iglesia no es algo banal o superficial; es el llamado más alto que Dios puede
habernos dado. Es ser la niña de los ojos de Dios, su especial tesoro; es estar en el corazón de su
corazón, para siempre.